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Quinta palabra - Jn 19, 28

Jesús lleva ya casi tres horas colgado de la cruz bajo un sol abrasador, desde la noche
anterior no ha dejado de padecer golpes, injurias e incluso la terrible pena de la flagelación.
 Su respiración apenas se contiene.
 Sus ojos alcanzan a distinguir en medio de delirios la multitud.
 Su rostro tiene sangre, que aun cae de la corona de espinas.
 La garganta está seca.
 El encuentro con el padre está muy cerca.
 Las escrituras se cumplen.

Uno de los tormentos más terribles de quien era condenado a la crucifixión era la sed.
Cuando se pierde la sangre, se experimenta enseguida el tormento de la sed. Jesús había
perdido ya mucha sangre: en Getsemaní, en la flagelación, con la corona de espinas, en el
camino del Calvario con la cruz a cuestas y en la crucifixión. En lo alto de la cruz se iba
desangrando poco a poco. En razón a lo anterior, no es extraño que Jesús suplicara un poco
de agua.

Jesús ha revelado en esta palabra, y también en las demás, toda su humanidad al suplicar un
poco de agua, como cualquier agonizante. Al oírla, uno entiende que Jesús estaba
padeciendo, que quien estaba en la cruz es un hombre; y no alguien supernatural, que no
conocería la muerte, o un fantasma que no sintió, en carme viva, la crudeza de haber sido
condenado en un madero.

No obstante ¿No se refería también a otro tipo de sed? ¿Sed de amor, sed de comprensión,
sed de salvación…? ¿No es ésta la sed de justicia a la que Él mismo aludió en las
Bienaventuranzas? (Mt.5,6). En cierto modo, sí. Jesús experimenta en aquel momento,
dentro de su corazón cansado, el drama de ver su oferta de salvación despreciada, de saber
de antemano que, para muchos, todo este dolor sería inútil. Hubiera querido atraer a todos
hacia Él, como Él había dicho (Jn.12,32), pero muchos pasarían de largo ante Él, sin darse
cuenta de que, quien ahora pide un poco de agua es para todos “la fuente de agua viva que
salta hasta la vida eterna” (Jn. 7, 37ss.). Aplicaron una esponja con vinagre en sus labios.
Vinagre en los labios de aquel que da la vida por amor al mundo, de aquel que da la vida
por amor a sus amigos, también a quienes lo desprecian o a quienes no lo conocen.

Un hombre que por amor fallece, pero que quiere sentir, por último, sus labios mojados por
el agua, pero en cambio hay vinagre ofrecido por quienes lo desprecian. Vinagre que ponen
en actitud de burla dentro de su boca: vinagre del desprecio, de la crueldad, de la
indiferencia, de la intolerancia y de la apatía.

Jesús tenía sed de vernos unidos en torno a sus enseñanzas.

 Tengo sed de amor.


 Tengo sed de mis hermanos.
 Tengo sed de justicia.
 Tengo sed de arrepentimiento.
 Tengo sed de reconciliación.
 Tengo sed de paz.
 Tengo sed de ver al pueblo abrazado a Dios y a su amor.
 Tengo sed de ver una Iglesia unida y no dividida.

Tenía sed de ver a todos los que proclamamos, a Cristo como Salvador nuevo, unidos por el
amor y no separados por los intereses mezquinos, egoístas, y materiales. Jesús no dijo:
“agua”, que hubiera sido lo más fácil, si de verdad hubiese querido beber. De hecho, Él no
se refería al agua, porque estaba diciéndonos que tenía sed de nosotros, sed de almas
anhelando la justicia, sed que entendiéramos todos, el infinito valor de aquello que estaba
sucediendo. Tenía sed, de vernos ayudándonos, de hombre a hombre, de comunidad a
comunidad, no compitiendo ni destruyéndonos como si fuésemos enemigos políticos, que
van en busca de un botín. Tenía sed de ver a personas caritativas que acogen, a pesar de
diversidad de pensamiento, a otros hombres. Tenía sed de ver a quienes se encuentran
desolados y desesperanzados ayudados por otros hombres llenos de esperanza, anhelantes
de justicia y perseverantes en aquellos valores evangélicos. Tenía sed de ver a aquellos
desfavorecidos de la sociedad, siendo ayudados por otros que no quieren ver desigualdades
en la sociedad, por eso se desviven por consolar y brindar pan a estos otros.

 Tengo sed te dice tu madre, tu madre y tus hermanos, sed de verdadera familiaridad,
sed de unión.
 Tengo sed te dice tu hermano de fraternidad, sed de tu compañía, sed de tu amistad,
sed de tus consejos.
 Tengo sed te dice a quién te encuentras en tu apostolado, tengo sed de que
hablemos, de que me enseñes la Buena Nueva, sed de esperanza en medio de un
mundo lleno de sinsentido, sed de que rompamos barreras y construyamos
comunidad.

Jesús en esta quinta Palabra de “su sed” se refería a aquella sed que vivía El como
Redentor. Jesús, en aquel madero, cuando está realizando la Redención de los hombres,
pedía otra bebida distinta del agua o del vinagre que le dieron. Poco más de dos años antes,
Jesús se había encontrado junto al pozo de Sicar con una mujer de Samaría, quien le había
pedido de beber. “Dame de beber”. Pero el agua que le pedía no era la del pozo. Era la
conversión de aquella mujer.

Ahora, casi tres años después, San Juan que relata este pasaje, quiere hacernos ver que
Jesús tiene otra clase de sed. Es como aquella sed de Samaría. “La sed del cuerpo, con ser
grande -decía Santa Catalina de Siena- es limitada. La sed espiritual es infinita”. Jesús tenía
sed de que todos recibieran la vida abundante que Él había merecido. De que no se hiciera
inútil la redención. Sed de manifestarnos a Su Padre. De que creyéramos en Su amor. De
que viviéramos una profunda relación con Él, porque todo está aquí: en la relación que
tenemos con Dios y a partir de allí, la relación que tenemos con los otros y con lo otro.
La sed de Jesús es más profunda que la sed física. Jesús tiene sed, como tierra reseca, de la
fe y del amor de la humanidad por la que está entregando su vida hasta el final. Jesús tiene
sed de ti y de mí.
 Porque, aunque no lo creamos, por nosotros se preocupa.
 Porque, aunque no lo consideremos, en algunas ocasiones, importante, para Él lo
somos.
 Porque, aunque no lo aceptemos y pacemos de largo, él nos constantemente sale a
nuestro encuentro.
 Porque, aunque no lo percibamos, Él va de nuestra mano.
 Porque, aunque a nosotros mismos nos condenamos, Jesús ha optado por amarnos y
por no juzgarnos.
 Porque, Él nos ve de otra manera.

Jesús tiene sed de tantos jóvenes que con tanto afán e ilusión se abren a la vida.
Hermanos busquemos, en esta Semana Mayor a Cristo crucificado y anhelante de justicia,
misericordia, reconciliación. Dirijamos nuestros pasos a Cristo y saciemos para siempre
nuestra sed de verdad y de amor, de esperanza y de vida, de paz y felicidad.
Nuestra sed es la sed de los pobres de este mundo, de aquellos que sufren por una riqueza
mal repartida, de aquellos que nacen condenados a morir en la más absoluta de las miserias,
por culpa de los caprichos de unos cuantos poderosos.
Jesús, desde la cruz, está viendo a la humanidad desorientada, engañada, sedienta de la
verdad y de la belleza, de la paz y de la justicia, de la libertad y del bien, expuesta al peligro
de beber en fuentes contaminadas.
Señor, ¡haznos tener sed de ti, sed de la justicia infinita, sed espiritual que nos aparte de la
sed de cosas ficticias y de cosas materiales…!
María Madre del amor hermoso, Madre que padeciste la sed de no poder aliviar la sed de tu
hijo, Madre compasiva, enséñanos a rectificar nuestros afectos, a dirigir nuestras voluntades
y a encontrar en toda la gloria de Dios. Gloria.

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