Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide
range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and
facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact support@jstor.org.
Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at
https://about.jstor.org/terms
This content is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives
4.0 International License (CC BY-NC-ND 4.0). To view a copy of this license, visit
https://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/.
El Colegio de Mexico is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to
Historia de la educación en la época colonial
FUNDACIÓN Y CONTRADICCIONES
111
3 Hay abundante bibliografía sobre el colegio de Tlatelolco. Entre Jos autores mo-
dernos merecen destacarse: Robert Ricard (la. edición, 1947; 2a., 1986), José María
Kobayashi (1974), Lino Gómez Canedo (1982), Ocaranza (1934), Francis Borgia Steck
(1944), Carreño (1939-1940) y León-Portilla (1963). Todos ellos utilizan como fuentes
los relatos de los cronistas de Jos siglos xv1 (Mendieta, Motolinía y Sahagún) y xv11
(Vetancourt).
4 Real cédula, dada en Valladolid el 3 de septiembre de 1536. (González de Cos-
sío, 1973, p. 43.)
5 La carta, del 25 de noviembre de 1536, en Cuevas (1914, pp. 60-61).
8 Carta del virrey don Antonio de Mendoza, del JO de diciembre de 1537. (CDIAO,
vol. 2, pp. 203-207 .)
9 Real cédula de 23 de agosto de 1538. (González de Cossío, 1973, p. 78-81.)
10 Real cédula, dada en Toledo el 21 de febrero de 1539. (González de Cossío,
1973, pp. 92-93.)
que las gentes de las Indias reciban instrucción respecto a las artes libe-
Durante los primeros tiempos -al menos entre 1536 y 1546- hubo
en Santa Cruz unos 70 colegiales, que vivían como internos, y es bas-
tante dudoso que simultáneamente se diera catequesis a niños proce-
dentes del mismo barrio, como se hacía en otros conventos. Sólo una
fuente tardía menciona esta actividad, mientras que los contemporá-
neos explican, con bastante detalle, la organización escolar, sin refe-
rirse en absoluto a la presencia de externos.1 7
Según la norma general de las escuelas conventuales, los alumnos
debían pertenecer a familias nobles, pero también en este caso las ex-
cepciones fueron frecuentes. 18 Los niños ingresaban con 10 o 12 años
de edad y permanecían en el colegio hasta los 14 o 15, cuando daban
15 Hanke (1985, p. 54). Cita textual del parecer de fray Luis de Carvajal, sobre
el mismo texto de Castro.
l6 Real cédula, dada en Madrid el 18 de mayo de 1553. (Puga, 1945, vol. ll, p.
222.)
17 El texto del guardián de Tlatelolco en 1728, basado en documentos conserva-
dos en el convento, tiene en general un tono falso, de elogio desmesurado a la labor
realizada por su orden, que lo hace sospechoso de inexactitudes. Al tratar de los estu-
dios en los primeros años dice: "la fábrica era suficiente para cien internos y más de
cuatrocientos parbulitos, que heran enseñados a rezar, leer, escrevir y música". (Bibl.
Nac., Fondo Franciscano, caja 81, exp. 1313, f. 10.)
18 Mendieta (1971, p. 414).
POBREZA Y DECADENCIA
Los años en que el colegio careció del apoyo de los franciscanos (de
1546 a 1566) fueron decisivos en su proceso de decadencia. No sólo
faltó una dirección firme sino que también careció de defensa frente
a los ataques de sus detractores. Dentro de este periodo se reunieron
en México los concilios provinciales primero y segundo, en 1555 y 1565,
respectivamente. En ambos se trató la cuestión de la instrucción de
los indios, se decidió excluirlos de las órdenes sagradas y se recomen-
dó prohibirles la lectura de libros impresos o manuscritos. Aunque
no se mencionó el imperial colegio de Tlatelolco, quedó clara la opi-
nión adversa de las autoridades civiles y eclesiásticas de la Nueva Es-
paña. Sobre este contratiempo aún cayó otra calamidad, la epidemia
de matlazáhuatl de 1547 que tan duramente afectó a la población me-
soamericana. Dondequiera que había concentraciones de indios -mi-
nas, obrajes, colegios, etc.-, la enfermedad se propagó como reguero
de pólvora; en los pueblos congregados la mortandad fue también muy
elevada, y sólo permanecieron relativamente a salvo los grupos mar-
ginales que aún vivían dispersos y alejados de los españoles.
Pese a tantos contratiempos, el colegio sobrevivía y los religiosos
decidieron hacerse cargo nuevamente de él en lo relativo a cuestiones
de régimen interno, puesto que nunca habían abandonado completa-
mente las clases y la administración no estuvo en sus manos antes ni
después. Lamentando la triste suerte de una fundación en la que se
pusieron tantas esperanzas, fray Bernardino de Sahagún culpaba de
ello al descuido de frailes y colegiales, pero muy principalmente a las
irregularidades de administradores ineptos o deshonestos. Por unas
y otras causas "en aquel tiempo se cayó todo el regimiento y buen
concierto del colegio" .28 La reorganización sirvió para dar una nue-
va orientación a la enseñanza, abandonados ya los estudios de lógica
y filosofía, y concentrados todos los esfuerzos en objetivos más mo-
33 Hay amplia información sobre cuentas del colegio (Biblioteca Nacional, Fon-
do Franciscano, cajas 79, 80 y 81, exps.1291-1313).
34 Carta de la Audiencia Real de Nueva España a Felipe 11. México, 29 de octu-
bre de 1583. (MM, vol. 11, doc. 62, p. 188:}
ellos reconocían su ignorancia y por eso pedían que se les ayudase con
los estudios. Otro joven, vestido como español y hablando encaste-
llano, prodigó denuestos contra los indios instruidos, que fueron re-
batidos por el maestro.35
Difícil habría sido luchar contra la corriente cuando ambiciosos
encomenderos y nuevos hacendados aspiraban a beneficiarse del tra-
bajo de los indios. Más difícil aun cuando funcionarios reales como
el visitador Jerónimo de Valderrama -en 1564- decidían abolir pri-
vilegios y eliminar exenciones tributarias y de trabajo. Pero la em-
presa se volvió casi imposible cuando el Tercer Concilio Provincial
Mexicano, en 1585, determinó que la instrucción de los indios se re-
dujese a cuestiones elementales de la fe cristiana y, siempre que fuese
viable, la enseñanza del castellano. Los colegios para indios que se
fundaron después de esa fecha no se destinaron ya a dar formación
humanística y no se planeó nada semejante a lo que alguna vez había
sido Santa Cruz de Tlatelolco.3 6
Mientras tanto el colegio se había reducido, incluso físicamente,
al quedar prácticamente absorbido por el convento franciscano. Aún
había rentas destinadas al pago de los maestros y el número de alum-
nos continuaba en descenso. 3?
Opiniones iban y venían de la colonia a la corte; nuevamente fa-
vorable a la idea de facilitar la educación superior de los caciques, Fe-
lipe 11 escribió a don Luis de Velasco alentándole a promover nuevos
colegios. Curiosamente parecía haberse olvidado hasta la existencia
Pudiérase lamentar la desgracia de que por las injurias del tiempo que-
daba del Colegio de Santa Cruz de muchachos desierto el convento, si
no huviera la Providencia restaurado esta pérdida con tan crecida ganancia
como los estudios que oy florecen de Religiosos. 43
Sin embargo, para aquellas fechas había normas expresas de la
corona y del pontífice a favor de la ordenación de indios y no sería
definitiva su exclusión del que fue su colegio.
INTENTOS DE RESTAURACIÓN
Las rentas que oy subsisten, por superior mandado del año de mill seis-
48 Bibl. Nac., Fondo Franciscano (caja 81, exp. 1313, ff. 23-35).
49 Bibl. Nac., Fondo Franciscano (caja 81, exp. 1313, ff. 37v-40).
50 Bibl. Nac., Fondo Franciscano (caja 81, exp. 1313, f. 55).
51 Bibl. Nac., Fondo Franciscano (caja 81, exp. 1314, f. 56, y exp. 1316, f. 39).
cido que las becas les permitirían estudiar durante nueve años gramá-
tica, filosofía y teología, tras de lo cual podrían presentarse a recibir
grados en la Universidad.
Los becarios residirían en el primer patio del convento y asistirían
a clases con los novicios. El horario de unos y otros era similar, pero
algo más duro para los indios, que debían levantarse a las cuatro de
la madrugada en verano y a las cuatro y media en invierno, una hora
más temprano que sus compañeros religiosos. Estudios, comidas, con-
ferencias y oraciones se distribuían a lo largo del día hasta las ocho
de la noche, cuando sonaba la campana para que se acostasen. Los
días festivos asistían todos juntos a la misa oficiada por el rector; los
días laborables cada grupo oía su misa separadamente. 52
Casi 200 años después de su fundación, el 10 de mayo de 1734,
el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco apareció nuevamente en un acto
público. Fue con ocasión del entierro del virrey marqués de Casa Fuerte,
quien tanto había insistido en el resurgimiento de la institución. Los
estudiantes, con sus capas y becas, ocuparon el lugar que les corres-
pondía en el cortejo fúnebre, inmediatamente detrás de los alumnos
de San Juan de Letrán, colegio al que se le suponía mayor antigüe-
dad.53 Este signo de supervivencia fue poco más que un gesto simbó-
lico, que se contradecía con el hecho de que el colegio carecía de edifi-
cio propio, no recibía más alumnos que los que entonces eran cursantes
y se limitaba a costear las becas de unos cuantos jóvenes recibidos como
huéspedes en otra institución.
Tras la visita de Oliván se redactó un reglamento que señalaba el
nombramiento de un fraile como rector, otro como vicerrector y pre-
ceptor de gramática y uno más que sería maestro de doctrina, lectura
y escritura. Las clases de filosofía y teología eran comunes con los alum-
nos de San Buenaventura.
Para el otorgamiento de la beca se exigían los requisitos de legiti-
midad, limpieza de sangre y ascendencia de familia noble por "los qua-
tro abuelengos". La enseñanza elemental debía impartirse en escuela
pública y gratuita; el paso a la gramática requería un examen previo,
y para obtener grados universitarios· se someterían a las pruebas de
suficiencia. Los internos saldrían un día por semana a "visitar a sus
padres o a lavarse''. Si después de ser aceptados como becarios mani-
festaban torpeza para los estudios superiores, a juicio de su maestro
y el rector, se les enseñaría solamente castellano y música "para que