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EDUACIÓN EN AMÉRICA

( ÉPOCA VIRREINAL)
Conforme los territorios de las Indias
Occidentales fueron siendo conquistados,
la Corona Española se advocó a la
integración de los habitantes del Nuevo
Mundo a la cultura occidental cristiana; la
evangelización y la educación fueron los
pilares principales en que descansó éste
proceso integrador, y es por ello que la fe
y el alfabeto fueron propagados
simultáneamente. Como profética
coincidencia, en el mismo 1492, año del
Descubrimiento de América, Antonio de
Nebrija publicaba en España su célebre
Gramática que sistematizó la lengua
castellana, la cual en relativamente pocos
años permitiría darle al Continente la
unidad lingüística de la que hoy goza, y
que sustituyó a la “babel” prehispánica.

2
• La Iglesia, depositaria no sólo de la fe sino también de la sabiduría
acumulada en Occidente durante siglos, no renunció a su misión de Maestra
en las nuevas tierras recién descubiertas. Fueron los misioneros de las
órdenes religiosas –franciscanos, dominicos, agustinos, jerónimos,
mercedarios y jesuitas- los que, desde su llegada a las Antillas, asumieron el
reto de incorporarlos al seno de la Iglesia y de la Corona.

• “Ya en 1511 se ordena fundar un monasterio de franciscanos en la isla de San Juan,


con cargo de «que se tuviese mucho cuidado de los niños para ynstruirlos» (…) en
1518 se insiste sobre lo mismo, y se señala la necesidad de crear internados, a cargo
de franciscanos y dominicos, «para que los dichos frayles les mostrasen a leer, escribir
y todas las otras cosas de nuestra sancta fe, y que después que les hubiesen mostrado
cuatro años, se les volviesen a las personas que se los hubiesen dado» (Ordenanzas de
Zaragoza), para que siguieran actuando como instructores de lo que hubieran
aprendido.”[1]En el mismo sentido fueron las Instrucciones dadas al gobernador de la
Española, Nicolás de Ovando, al que se le ordenaba: “Que se hiziese hazer una casa
adonde dos vezes en cada día se juntasen los niños de cada población, y el sacerdote
les enseñase a leer, escribir y la doctrina cristiana, con mucha caridad.”

3
Jamás estimaron los misioneros que los naturales fueran incapaces de incorporarse a la cultura
europea, de asimilar los valores occidentales, lo mismo los religiosos que los intelectuales;
nunca albergaron sentimientos de menosprecio hacia los indígenas por motivos de raza u
origen. Ello no quiere decir que no dejaran de extrañarse, e incluso alarmarse, por algunas de
las costumbres y conductas de los indígenas; sin embargo, como escribió Fray Bernardino de
Sahagún, “es certísimo que estas gentes todas son nuestros hermanos, procedentes del tronco de
Adán como nosotros, son nuestros prójimos, a quienes somos obligados a amar como a nosotros
mismos.”[2]
4
Ernesto de la Torre Villar escribe: “Con esa fuerza
extraordinaria que da la idea de cumplir una misión, los
religiosos volcaron todo su entusiasmo, saber, energías, y
amor en los indios. A ellos se entregaron y fueron padres
amantísimos y maestros de tan excelentes calidades que
podemos decir, sin exagerar, que la cultura y salvación del
indio, débense primordialmente a ellos, quienes con su
ejemplo, ideas renovadoras y labor permanente pusieron las
bases de nuestra civilización. Enseñar a los indios la religión
cristiana y los más valiosos principios de la cultura occidental,
esto es, formas de civilidad política, y los conocimientos
científicos y humanísticos más relevantes, representó la
misión esencial de los religiosos.”[3]Los misioneros de las
diferentes órdenes y congregaciones estimaron que su labor
esencial consistía en la evangelización y educación de los
naturales, exigiendo a las autoridades – el Rey incluido- que
participaran en esa misión que debe estar por encima que
cualquier otra. Ello lleva a Fray Pedro de Gante, primer
educador de la Nueva España, a escribir en febrero de 1552
una carta a su pariente, el rey Carlos V en la que le dice:
“Cristo Nuestro Redentor no vino a derramar su preciosísima
sangre por sus tributos (de los indios), sino por sus ánimas,
pues vale más un ánima que se salve que todo el mundo de
cosas temporales.”[4]
5
Para cumplir con esa misión era indispensable la enseñanza de la escritura y
la lectura. “El pensamiento pedagógico español respecto de los indios fue
concretado por el virrey del Perú Francisco de Toledo al decir: «Para
aprender a ser cristianos tienen primero necesidad de ser hombres»: o sea,
que el problema de la conversión era, esencialmente, de cultura y
civilización.”[5]Para ello los misioneros elaboraron “cartillas” adecuadas
que facilitaran dicha enseñanza. En un principio dichas cartillas fueron
impresas en España. “Las primeras referencias a este respecto son las de
1512, cuando la Casa de Contratación compró en Sevilla dos mil
ejemplares de cartillas que se entregaron a Fray Alonso de Espinar,
franciscano que regresaba a Santo Domingo. Al año siguiente se entregaron
al bachiller Suárez que iba a Santo Domingo, veinte ejemplares del Arte de
la Lengua Castellana de Nebrija, destinados a enseñar gramática a los hijos
de los caciques de las islas del Caribe. En 1530, el librero Pedro Ximenez
vendió a la Casa de Contratación trescientas cartillas encuadernadas en
pergamino, y en 1533 Diego de Arana, criado del obispo de México
Juan de Zumárraga, recibió de la misma Casa de Contratación veinte mil
maravedíes para que pagara en Alcalá de Henares doce mil cartillas que se
imprimieron destinadas a la Nueva España. En 1539, cuando ya hubo
imprenta en México, la Corona otorgó a Juan Cromberger e hijos el
privilegio de imprimir cartillas, asignándole el precio de medio real por cada
una”.[6]
• Es importante hacer notar que durante la
primera parte del siglo XVI, los • El deseo común de la Iglesia y la Corona
misioneros aprendieron primero las de integrar a los naturales, dio lugar a un
lenguas indígenas y, una vez conocidas y complejo sistema educativo que se iniciaba
dominadas, enseñaron el evangelio y la en los patios de las iglesias. Según el
cultura a los naturales en su propia lengua, Códice franciscano, los religiosos
obteniendo notables resultados. Pero, separaban a los hijos de caciques y
buscando establecer un vínculo de gran principales de los hijos de labradores y
fuerza en sus dominios americanos, en gente común; a éstos últimos se les
1550 Carlos V expidió en Valladolid una repartía por el patio sentados en diversas
disposición para que se enseñase a los turnas o corrillos conforme a lo que cada
indios el castellano, iniciándose así una uno había de aprender “porque a unos, que
enseñanza bilingüe que también fue son los principiantes, se les enseña el Per
exitosa. No fue sino hasta finales del siglo signum y a otros el Pater noster, y a otros
XVII cuando la disminución del celo los Mandamientos, según vayan
apostólico y el creciente desinterés por los aprovechando; y vanlos examinando y
indígenas llevó a las autoridades requiriendo para subir de grado en grado, y
españolas a ordenar tajantemente al clero cuando ya saben toda la doctrina y dan
indiano que curas y doctrineros enseñasen buena cuenta della, tiénese cuidado de
solo en castellano (disposición del 7 de despedirlos y enviarlos a sus casas, para
julio de 1685)[7]. que los varones ayuden a sus padres en la
agricultura o en los oficios que tuvieren, y
a las muchachas tengan compañía a sus
madres y aprendan los oficios mujeriles
7
con que han de servir a sus maridos.”
A los hijos de los principales, “después de que han aprendido la doctrina
cristiana, que para todos es el primer fundamento, luego son enseñados a
leer y escribir”. Pero siendo esto insuficiente los misioneros adicionaron
otra estrategia educativa: la de internados ya que, como escribía Fray
Pedro de Gante en varias de sus cartas a sus superiores: “por ser la tierra
grandísima, poblada de infinita gente y los frailes que predican pocos
para enseñar tanta multitud, nosotros los frailes, recogimos en nuestras
casas a los hijos de los señores y principales para instruirlos en la fe
católica, y aquellos después enseñan a sus padres… saben estos
muchachos leer, escribir, cantar y predicar y celebrar el oficio divino a
uso de la iglesia.”[8]Y en 1531, el entonces oidor de la segunda
Audiencia de México, Vasco de Quiroga, comunicaba al Consejo de
Indias que los religiosos tenían en sus casas a numerosos muchachos,
“tan bien doctrinados y enseñados, que muchos dellos, además de saber
lo que a buenos cristianos conviene, saben leer y escribir en su lengua, y
en la nuestra y en latín, y cantan canto llano y de órgano, saben apuntar
libros dello harto bien, y otros predican; cosa, cierto, mucho para ver y
para dar gracias a nuestro Señor.”[9]En aquellas regiones donde la
estrategia de los internados fue implementada –y que se llevó a cabo en
casi toda la geografía de Hispanoamérica-, se logró formar grupos
selectos de indígenas que ayudaron enormemente a la evangelización y
al surgimiento del mestizaje cultural.
8
El 8 de agosto de 1533 Sebastián Ramírez de Fuenleal, arzobispo de Santo Domingo y
Presidente interino de la Real Audiencia de México, escribió al Emperador Carlos V que
había hablado con los franciscanos sobre el propósito de enseñar “gramática romanzada
en lengua mexicana a los naturales”, y que los frailes habían consentido y encargado a
una de sus comunidades que emprendiese la tarea. Es importante recordar que en ese
entonces, el curso de gramática era el nombre genérico del estudio de filosofía, latín y
física. El propósito de enseñar latín a los indígenas no era un capricho de los frailes, sino
dotarlos de una habilidad que les permitiría acercarse a las fuentes de la más alta cultura,
pues en toda Europa se escribían en latín las obras de filosofía, física, astronomía,
ciencias y artes en general.

La iniciativa de Ramírez de Fuenleal cristalizó con la organización del primer colegio de


América: el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, inaugurado en la fiesta de la
Epifanía del Señor 6 de enero de 1536 y destinado a la educación secundaria de los
indios. El plan de estudios fue preparado, de acuerdo a las normas vigentes en Europa,
en dos cursos: el «trívium» integrado por los cursos de lógica, gramática y retórica, y el
«cuadrivium», que se componía de los cursos de aritmética, geometría, astronomía y
música. Fray Gerónimo de Mendieta narra que poco después se añadieron algunos
cursos de medicina, dada la urgencia de servicios médicos en algunas poblaciones.

9
• García Icazbalceta dice que el Colegio de Tlatelolco engendró “alumnos aventajadísimos
que no solo llegaron a ocupar cátedras en el Colegio, sino que sirvieron también para
enseñar a religiosos jóvenes”[10].Algunos de los indios graduados en ese Colegio fueron:
Antonio Valeriano↗, autor del Nican Mopohua y quien llegó a ser Rector del mismo así
como Gobernador de Indios en Tlatelolco; Pedro Nazareo, quien también fue Rector del
Colegio; Pedro Juan Antonio, quien en 1568 pasó a España graduándose en Derecho en la
Universidad de Salamanca, y Martín de la Cruz, autor de un texto sobre hierbas
medicinales que fue traducido al latín por su condiscípulo Juan Badiano [11].

• En un informe que la Provincia del Santo Evangelio de la orden franciscana envió a


España en 1570, se daban las siguientes noticias acerca de este Colegio: “A los principios
leyeron (enseñaron) allí latinidad a los indios y las Artes, y aun parte de la Teología
Escolástica, tres personas de las eminentes que han pasado a Indias, así en letras como en
religión, que fueron Fr. Juan de Gaona, Fr. Francisco de Bustamante y Fr. Juan Fucher, los
cuales, como tales maestros, sacaron algunos indios buenos discípulos que han leído
(enseñado) la Gramática muchos años, así en el mismo colegio a los indios como en otras
partes a los Religiosos de todas las Ordenes; y a los que han deprendido (aprendido) su
lengua, ellos son los que principalmente se la han enseñado, y les han enseñado a traducir
en ella los libros que están escritos en dicha lengua, y han servido de intérpretes en las
Audiencias, y han sido hábiles para encomendárseles los oficios de jueces y gobernadores
y otros cargos de la república, mejor que a otros, de manera que no fue frustrado el intento
del que fundó aquel colegio”[12] 10
Al Colegio de Tlatelolco siguió el Colegio de San Nicolás, fundado en Pátzcuaro
en 1540 por Vasco de Quiroga y que tuvo la modalidad de no ser exclusivamente
para indígenas; a éste siguió el Colegio de Tiripetio, fundado por iniciativa de fray
Alonso de la Veracruz quien años más tarde, en 1575, erigió en la ciudad de
México el Colegio de San Pablo, el cual fue considerado por mucho tiempo como
uno de los mejores centros de estudios teológicos de América. Gran renombre
alcanzó también el Colegio de San Luis, erigido en la ciudad de Puebla por los
dominicos, y que llegó a conferir grados académicos. Muchos otros centros de
enseñanza religiosa fueron extendiéndose; entre otros podemos citar el Colegio de
San Pedro en Guadalajara; el de San Bartolomé en Oaxaca; el Colegio Real de
Michoacán, para españoles, indios y mestizos y, también en Michoacán, el
Colegio de Santiago, para indios.

El Tercer Concilio Provincial Mexicano celebrado en 1585, reglamentó la forma


en que se debía impartir la educación a los indios y recomendó la creación de
colegios y seminarios para la formación de los jóvenes criollos. La instrucción en
la doctrina cristiana se haría en los atrios de las iglesias los días festivos; las
parroquias que tuvieran ingresos suficientes para mantenerlas debían erigir
escuelas de enseñanza. La educación de la juventud española –considerados como
españoles tanto los peninsulares como los criollos- se confió a una orden religiosa
de reciente llegada a tierras americanas y que había demostrado su eficiencia en el
terreno pedagógico: la Compañía de Jesús.
11
El arribo de la Compañía de Jesús a tierras de América significó un
empuje formidable a la tarea educativa. Los jesuitas trasladaron al
Nuevo Mundo los métodos educativos que les había dado excelentes
resultados en Europa. En las Constituciones redactadas por San Ignacio
de Loyola se definía la organización de los estudios y la finalidad
pedagógica encomendada a los miembros de la Compañía de Jesús. Los
maestros jesuitas elaboraron un método llamado Ratio atque Institutio
Societatis Jesu (orden y método de los estudios de la Compañía de Jesús
) aplicable a todas sus escuelas y cuyo objetivo era la formación de
hombres trabajadores, responsables, caritativos, conscientes de sus
obligaciones y útiles a su comunidad. “Los jesuitas trasladaron a
la Nueva España (y a toda América) los métodos educativos que les
habían dado excelentes resultados en Europa. El humanismo encontró
sus cauces propios en los colegios de la Compañía, y tradición y
modernidad se armonizaron en un sistema ordenado, práctico y de
infalible impacto psicológico.”[13]

12
• En la Nueva España los jesuitas crearon escuelas para los
indígenas en varias partes, siendo la primera de éstas la de
San Miguel en Puebla (1583), seguidas por la de San
Gregorio en la ciudad de México (1586) y después las
escuelas en Parras, San Luis de la Paz, Tepotzotlán y
Sinaloa. Pero donde la Compañía de Jesús puso sus más
decididos esfuerzos fue en la erección de sus
Colegios Mayores; apenas un año después de su arribo a
Nueva España ocurrido en 1572, el superior de los jesuitas,
padre Pedro Sánchez, inauguraba los cursos del Colegio de
San Pedro y San Pablo, institución que constituyó el
primer colegio máximo de la Compañía de Jesús en el
Continente. De sus aulas salieron, al correr de los años,
muchas célebres personalidades: Sigüenza y Góngora, La
Rea, Bartoloche, Castorena y Urzua, Alzate, León y Gama,
muchos obispos y centenares de religiosos de las distintas
Órdenes. Otros colegios fundados por los jesuitas en
la Nueva España fueron: el de Pátzcuaro, en 1574; el de
Oaxaca, en 1575; en Puebla el Padre Hernando Suárez de
la Concha fundó en 1578 el Colegio del Espíritu Santo, y
después en 1579 también en la misma ciudad, los jesuitas
erigieron el Colegio de San Ildefonso; el de Tepotzotlán, en
1585; el de Zacatecas, en 1593.
13
La acción educativa de la Iglesia y la
Corona no se detiene en México pues En Guatemala esta cédula fue puesta en práctica
América, extensa y llena de promesas y desde 1536 por operarios de la Orden mercedaria
problemas, obligó a dispersar hacia los congregados conventualmente; un informe de la
cuatro puntos cardinales la corriente Real Audiencia de 1554 decía que los religiosos de
civilizadora; si en lugar de ello dicha la Orden de la Merced “fueron los primeros que
acción se hubiera concentrado en una sola tuvieron escuelas, y en ellos mostraron a los hijos
región –como lo hizo Inglaterra en el
de los principales de estas partes, la doctrina
norte del Continente- los frutos habrían
sobrepasado lo imaginable. El 18 de cristiana, y los comenzaron a poner en policía (vida
diciembre de 1535, el Rey Carlos I de ordenada dentro de la ciudad), y les enseñaron a
España y la Reina Juana expedían una leer, escribir y cantar y ayudar a misa y otras
real cédula ordenando que, para los muchas cosas convenientes a nuestra sancta fe y
caciques que habían de gobernar a los salvación de sus almas; y esto no sólo en esta
indios -pues entonces predominaba la ciudad, pero en la provincia de Chiapa y
idea de no separar a los naturales de sus Honduras.” En 1561 fue enviado a México el
autoridades ancestrales- fueran instruidos dominico fray Francisco de Céspedes para hacer
desde niños en escuelas y colegios que les
formaran en fe y ciencia. Esta resolución imprimir las artes de la lengua de Chiapas, zoques,
dio origen a la creación de numerosos cendales y cinacantlecas. “El irlandés Tomás Gage,
colegios en el virreinato del Perú, dotados que fue misionero en Guatemala de la Orden de
con renta de la Real Hacienda. Felipe II, Predicadores, escribía en Londres después de su
desde San Lorenzo, reiteró esa cédula el apostasía: «En la mayor parte de las aldeas tienen
22 de julio de 1579. escuelas, donde (los indios) aprenden a leer, cantar
y algunos a escribir».”[14] 14
En el Perú, los altercados violentos perturbaron un tiempo la labor misional y
educativa entre los naturales, pero no la detuvieron. Franciscanos, dominicos,
mercedarios y agustinos trabajaron con empeño desde los primeros momentos, al
punto que, en 1551, una real cédula daba cuenta de que la Orden de Predicadores
había fundado sesenta escuelas de indios y que otras tantas había en el Obispado de
Charcas, debidas al esfuerzo de su prelado, el franciscano fray Tomás de San Martín.
El esplendor en el Perú se inicia con la llegada del virrey Francisco de Toledo al cual,
antes de salir de España, Felipe II lo proveyó de un cuerpo de instrucciones secretas
(es decir, ajenas a todo propósito de fama o exteriorización) en uno de cuyos
apartados decía: “Para la instrucción de los indios y para plantar en ellos la doctrina
cristiana con más fundamentos y más de raíz, se tiene por medio muy substancial el
de las escuelas, donde aprendan los niños, y el de los seminarios y colegios donde se
críen, y el de los estudios donde aprendan. Y así ha parecido se debe dar orden cómo
las dichas escuelas las haya en todos los lugares y repartimientos, donde sean
enseñados los indios con cartillas y libros a propósito de la Doctrina Cristiana; y que
en los lugares principales haya colegios y seminarios; y que también se mire en lo de
los estudios, y Vos trataréis asimismo y conferiréis esto con los dichos Prelados y
procuraréis se dé la mejor orden que se pueda para que se haga lo de las escuelas,
colegios y seminarios, mirando por qué orden esto se pueda asentar, y cómo y de qué
se puedan sostener, proveyendo en el entretanto lo que se pudiere, nos daréis aviso
con vuestro parecer; visto lo cual, se podrá con más fundamento ordenar.”[15] 15
El Virrey Francisco de Toledo cumplió con toda energía las instrucciones del
Rey; por ello Antonio de León le dio el sobrenombre de Solón del Perú. En
su tarea, tras el arribo de la Compañía de Jesús al Perú en 1567, Toledo
encontró un gran apoyo pero nunca dejó de reconocer la gran labor realizada
con anterioridad por las otras Ordenes; así señalaba a los franciscanos de
quienes decía que “no se les puede negar sino que cuadran más para las
conversiones destos naturales que otra religión (Orden religiosa) de las que
han pasado por estos reinos”. De los mercedarios decía que ellos son “los
más dispuestos para ir a doctrinar a las punas desiertas”. El Virrey Toledo
y el Santo Arzobispo de Lima, Toribio de Mogrovejo, solicitaron a los
jesuitas hacerse cargo de la doctrina de los indios de Huarochiri, formada
por setenta y siete pueblecillos en lo más abrupto de la Cordillera de los
Andes. En 1570 la Compañía de Jesús inició la doctrina de los indios de
Lima en un arrabal llamado Santiago del Cercado. En la Historia general de
la Compañía de Jesús en la Provincia del Perú escrita en 1600, se dice que
en Santiago del Cercado tenían no solamente escuela de niños donde se les
enseñaba a leer y escribir y la doctrina cristiana, sino también otra escuela
de música, donde aprendían a cantar y a tañer chirimías, cornetas, orlos y
otros instrumentos, “lo cual sirve de que por una parte ganen de comer,
siendo los que de ordinario acuden a todas las fiestas de la ciudad (de
Lima), recibiendo por ello muy buena paga”.[16] 16
En Quito fueron los franciscanos quienes iniciaron
la instrucción primaria desde mediados del siglo
XVI al instalar la escuela de San Andrés, para
enseñar a leer y escribir, canto y música, así como
los oficios de carpintería, zapatería, herrería, y
usar los arados para cultivar la tierra. Siguieron
los agustinos, fundadores de una escuela de
pintores, escultores e imagineros, que llegaron a
dar tanta fama a la escuela quiteña de bellas artes.
En esa misma ciudad los jesuitas fundaron el
Colegio Real con su famosa biblioteca, conocida
con el nombre de Seminario de San Luis. El
virreinato del Perú cierra el siglo XVI con una
organización educacional completa, al alcance de
todas las clases y razas. Las Órdenes religiosas
mantenían, anexos a sus monasterios, escuelas
primarias, colegios y estudios mayores en Cuzco,
Potosí, Arequipa, La Paz, Quito, Santiago de
Chile, Trujillo, Callao, Chiclayo, Cajamarca,
Arica, Oruro, y las misiones se extendían hasta
Santa Cruz de la Sierra y Tucumán. 17
En el Nuevo Reino de Granada (después elevado a
Virreinato), los dominicos establecieron en 1563 la
primera cátedra de Gramática en su convento de
Santa Fe de Bogotá; cinco años más tarde ese
convento conocido como del Rosario, fue
transformado en Estudios Generales con facultades
de Artes y Teología. El cronista de la Orden de
Predicadores refiere el regocijo del fundador de
Bogotá, Jiménez de Quesada, “de ver Estudios en
la cabeza del Reyno que había conquistado”.

Jiménez de Quesada legó al establecimiento su


magnífica biblioteca, pues, como es sabido, fue un
hombre de letras dotado de altísima cultura. Por
bula de 18 de junio de 1580, S.S. Gregorio XIII
erigió en Universidad los Estudios Generales del
Convento del Rosario.
En 1535 Pedro de Mendoza funda la población de Santa
María del Buen Aire, pero un año después el desierto y el
hambre obligaron a sus habitantes a abandonarla y
concentrarse en Asunción del Paraguay, población
enclavada en el centro de la selva chaqueño-paraguaya y
prácticamente aislada de España lo mismo que del resto
del Continente. La labor educativa en Asunción fue
iniciada por el presbítero Francisco de Zaldívar y
continuada por el padre Alonso de Barzana, uno de los
más extraordinarios evangelizadores del Tucumán y
Paraguay, y quien escribiera con entusiasmo sobre la
enseñanza de los niños en la escuela por él fundada,
señalando que los alumnos progresaban en catecismo y
abecedario. En Tucumán fueron los franciscanos quienes
organizaron las primeras reducciones entre los guaraníes,
preludio de la extraordinaria labor que poco después
realizarían los jesuitas en esa región. En 1585 arriba al
Paraguay la primera misión jesuítica proveniente del
Perú; en ella iba un hermano coadjutor llamado Juan de
Villegas, quien se dedicó a la enseñanza elemental entre
los niños guaraníes.
Antes de cerrar el siglo XVI, la obra
educacional emprendida por la Iglesia y la
Corona completa su organización en las
Indias Occidentales con la erección de varias
universidades. La primera Universidad en
tierras americanas fue la Universidad de San
Marcos, en la ciudad de Lima, fundada por
cédula real de Felipe II fechada el 12 de
mayo de 1551; el 21 de septiembre del
mismo año, el Rey firmaba la cédula para la
erección de la
Real y Pontificia Universidad de México; sin
embargo, la primera en iniciar sus cursos fue
la de México el 25 de enero de 1553. En la
misma fecha de la cédula para la Universidad
de México, el mismo Rey Felipe II emite otra
real cédula que, como complemento a las
anteriores dice: 20
“Para servir a Dios y bien público de nuestros reinos, conviene que
nuestros vasallos y súbditos naturales tengan en ellos
Universidades y Estudios Generales donde sean instruidos en todas
las ciencias y facultades y por el mucho amor y voluntad que
tenemos en favorecer y honrar a los de nuestras Indias, y desterrar
dellas las tinieblas de la ignorancia, creamos, fundamos y
construimos en la ciudad de Lima, de los reinos del Perú, y en la
ciudad de México, de la Nueva España, Universidades y Estudios
Generales, y tenemos por bien y concedemos a todas las personas
que en dichas Universidades fueren graduados, que gocen en
nuestras Indias, Islas y Tierra firme del mar océano, de las
libertades y franquicias que gozan en otros reinos los que se
gradúan en la Universidad y estudios de Salamanca, así en el no
pechar como en todo lo demás.”[17]La Universidad de San Marcos
se erigió sobre la base del Colegio de los dominicos en Lima,
quienes la dotaron de una renta de 350 pesos, a los que, en 1576, el
virrey Cañete agregó 400, lo que nos habla de un inicio precario.
En cambio la Universidad de México contó desde un principio con
un estipendio por parte de la Corona de diez mil pesos oro, más el
producto de una estancia de ganado.
21
En un escrito fechado en Madrid el 30 de diciembre de 1571,
Felipe II decía a Toledo, Virrey del Perú, que “conviene
favorecer a las universidades y que no se funden en monasterios
de religiosos.” El 2 de julio de 1572, el claustro académico de la
Universidad de San Marcos nombró rector entre sus
componentes seglares, siendo designado el doctor en medicina
Antonio Sánchez Renedo. Como no era justo que se eliminara
totalmente a los religiosos, Felipe II, desde Aranjuez, el 13 de
mayo de 1590 dispuso que un año el rector fuera eclesiástico y al
otro seglar, y por otra cédula fechada el 24 de mayo de 1597,
mandó que el decano de las universidades de México y Lima
fuera el doctor más antiguo en la Facultad de Cánones, aunque
fuera oidor en la Real Audiencia. El Virrey Toledo se preocupó
no sólo de dotar de mayores recursos a la universidad limeña,
sino también de aumentar el número de sus cátedras y crear otras
nuevas, como fueron las de Leyes, Medicina y
Lenguas Indígenas; esta última confiada a Juan Balboa, primer
doctor criollo que recibió grados en la Universidad de San
Marcos.
22
La Universidad de México tuvo como primera sede la
casa de Juan Guerrero (esquina de la Moneda y
Seminario); pero a medida que aumentaron las
cátedras y fue mayor el número de alumnos, hacia
1561 hubo necesidad de cambiar de local, ocupando
las casas que pertenecían al Hospital de Jesús. En
éstas casas permaneció la Universidad hasta el año de
1591 cuando pasó a ocupar las casas del Marqués del
Valle hasta principios del siglo XVII, donde se
estableció definitivamente en el hermoso edificio
construido ex profeso para la Universidad, edificio
que fue demolido torpemente en 1910. Los grados
profesionales que otorgaba la Universidad eran los de
Bachiller, Licenciado, Maestro y Doctor en las
siguientes facultades:

Artes, Cánones, Leyes y Teología, y Medicina, aunque


el grado de Maestro sólo se recibía en Artes y
Teología. Para recibir el Bachillerato en Artes se
necesitaba, además del Latín y Retórica, haber
cursado tres años de Dialéctica, Lógica, Ontología,
Física, Matemáticas, Organografía, Teodicea y Ética.
En el siglo XVI, es decir, desde su fundación en 1551
hasta el año 1600, los graduados en la Universidad de
México alcanzaron la cifra de 595.
EL LEGADO DE LOS JESUITAS:
(LA EDUCACIÓN, LA UTOPÍA Y LA EXPULSIÓN)
Los jesuitas —como también los franciscanos y los dominicos, entre
otros— desde el comienzo de la evangelización en América Latina
plantearon la educación como tema y acción central. En este sentido, a
lo largo de los años de la Conquista y la estabilización de la colonia,
crearon escuelas, colegios y universidades por todo el continente.
Rodríguez Cruz (2012) sostiene que entre 1538 y 1806 pueden
identificarse treinta y una instituciones universitarias. Entre ellas se
destacan: la Universidad Santo Tomás de Aquino, fundada en Santo
Domingo en 1538; la Real y Pontificia Universidad de San Marcos,
fundada en Lima en el año 1551 y la Real y Pontifica Universidad de
México fundada el mismo año; la Real Universidad de La Plata (de
Chuquisaca) del año 1552 —aunque entró en funciones en el siguiente
siglo—; la Pontificia Universidad Santo Tomás de Aquino fundada en
Bogotá en 1580; la Universidad de Córdoba fundada en 1613; la
Universidad de Nuestra Señora del Rosario en Santiago de Chile de 1619;
la Pontificia Universidad de San Ignacio de Loyola fundada en Cuzco y la
Pontificia Universidad de San Francisco Javier en Bogotá, ambas en el
año 1621; la de Santo Tomás de Quito en 1681; la Universidad de San
Jerónimo de La Habana y la Universidad de Caracas, ambas en 1721; la
Universidad de Buenos Aires, fundada primero por los jesuitas en 1733 —
cuando los jesuitas fueron expulsados no volverá a tener actividad
durante el período hispánico—; la Universidad de Guadalajara en 1791; la
25
Universidad de Mérida (Venezuela) en 1806.
• En general, la impronta de las universidades
respondió al modelo de Salamanca y en algunos
pocos casos al de Alcalá. Dicho modelo es heredero
del medioevo y por tanto lo que más sobresale es
su raigambre teológica y la restauración escolástica
que plantea «a la luz del (llamado) descubrimiento
de América el problema de la ética de la conquista,
dando perfil y sistematización al derecho
internacional, y convirtiéndose, a través de sus
maestros, en defensora del indio y de sus
derechos» (Rodríguez Cruz, 2012, p. 41).
• Cabe decir que la creación de universidades en
América Latina estuvo cargada de la impronta
colonizadora y de la necesidad de contar con
clérigos y administradores en el territorio. Sin
embargo, afirma Rodríguez Cruz (2012, p. 45) que:
«la universidad hispanoamericana fue también la
principal receptora, acogedora, propulsora, de los
principios, de las ideas de libertad, que irradiaron
de la Escuela de Salamanca, a través del magisterio
de Francisco de Vitoria y de sus discípulos».
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La característica —quizás— que más resalta de
• Ahora bien, cuando se habla de la las misiones jesuitas en términos políticos, es
educación de los pueblos amerindios y,
sobre todo, de la educación en los la paulatina búsqueda de autonomización de
valores del cristianismo, es menester las condiciones socioeconómicas impuestas
realizar una mención especial a las por España. En los otros pueblos controlados
llamadas «reducciones jesuíticas» como por los clérigos y por los franciscanos, la figura
una de las más notables «utopías de la del encomendero español —aquel que por
historia» (Marzal, 1999). Se trató de un mandato del rey era poseedor de una tierra
modo especial de evangelización que,
tratando de respetar la idiosincrasia de que los indígenas debían trabajar— era
los originarios y a partir de sus propios determinante y no había oposición, en líneas
valores, buscó instalar lo mejor de la generales, a su poder. Los jesuitas, luego de
cultura cristiana constituyendo pequeños algunas décadas de negociación, logran liberar
pueblos hermanos con una organización las reducciones del encomendero, aunque
económica y política comunitaria e para estar insertos en el mercado de
inclusiva. ( Es preciso resaltar que desde
1580 los franciscanos constituyeron productos pagaban un tributo mínimo a la
pueblos/reducciones, pero las Corona por cada indígena. En este sentido se
características de las reducciones jesuitas puede hablar de una autonomía relativa
son muy propias y tuvieron un impacto (Garavaglia, 1987) pero también de una
notable en la historia de las comunidades audacia significativa capaz de torcer los
indígenas, en especial las guaraníes.) barrotes de hierro del sistema imperial
establecido.
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Lo que se destaca del accionar de los jesuitas es
la sensibilidad especial para reconocer al otro (el
indígena) y encontrar en él un eco de los ideales
más profundos del propio cristianismo. De
hecho, al decir de Bartomeu Meliá: «la
reducción era la aplicación concreta de las Leyes
de Indias» —aunque reinterpretadas desde la
propia Compañía de Jesús— marcando la
contradicción con la concepción esclavista
portuguesa y la explotación de los
encomenderos españoles sobre los originarios
del continente (Bartomeu Meliá, 1995). No es un
dato menor que previo a la instalación de la
primera reducción jesuita de 1610, ya existían
unos veinte pueblos indígenas constituidos
sobre una base cultural que los propios jesuitas
potenciaron desde los valores cristianos.

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Este ideal —la utopía que comenzó a tener lugar— iba a encontrar un límite
a partir de dos acontecimientos relevantes y fatídicos. Por un lado, la firma
del Tratado de Permuta (1750) en Madrid, por medio del cual se afirma que
los establecimientos (colonias, misiones, etc.) que España tenía en tierra
portuguesa y viceversa dejaban de pertenecer a dicho imperio dividiéndose
con mayor claridad los dominios. Esta decisión afectaba la autonomía
relativa de las misiones jesuitas. Por otro lado, el hecho que acabó con las
reducciones fue la expulsión de los jesuitas en 1767, por orden del rey
Carlos III. Para ese entonces, la Compañía de Jesús era vista como amenaza
para el poder político y económico de España y de la propia jerarquía
eclesiástica. La congregación disponía de numerosos colegios, universidades
y diversas residencias repartidas en toda Europa además de contar con el
favor de los pueblos y las misiones en América; todo lo cual preocupaba a la
Corona y a sus ministros por temor a perder el control sobre el territorio.
Sin embargo, hay una cuestión ideológica que también influyó
notoriamente en esta sanción que vivió la Compañía: «la preeminencia del
pensamiento iluminista» que buscó debilitar la Iglesia debido a sus
presupuestos irreligiosos (Maeder, 2014). En 1773, el papa Clemente XIV, en
medio de amenazas y presiones, promovió la disolución de la congregación
jesuita. Tal actitud le permitió, a su vez, recuperar territorios que le habían
sido extirpados por Francia y España. 29
La disolución de la Compañía fue una penosa noticia para los
jesuitas expulsos y diseminados por ciudades de Italia y otros lugares
europeos que los acogieron. Desvinculados de la orden que había
sido suprimida, subsistieron como pudieron, desempeñándose como
maestros o clérigos a título privado. Algunos, más afortunados,
recibieron protección de señores y príncipes que apreciaban sus
prendas personales o sus saberes. La mayoría vivió pobremente,
agrupados por sus antiguas provincias y en conformidad con la
antigua disciplina de sus constituciones (2014, p. 1).
La expulsión de los jesuitas coincidió con las políticas del proyecto
centralizador de la monarquía borbónica que pretendía asegurar los
derechos de la metrópoli. Se percibe en este sentido de qué manera
la vertiente dominadora de la Iglesia prevaleció, por medio de la
coacción, sobre las tendencias de liberación. Recién en 1814 —
cincuenta y un años más tarde— cuando declinó la hegemonía
napoleónica, el papa Pío VII restableció la Compañía de Jesús. Para
entonces, muchos de sus integrantes ya habían muerto: «de los
cuatrocientos y pico, que desde nuestras tierras llegaron a Europa,
solo quedaban 28» (Maeder, 2014, p. 2).
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