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( ÉPOCA VIRREINAL)
Conforme los territorios de las Indias
Occidentales fueron siendo conquistados,
la Corona Española se advocó a la
integración de los habitantes del Nuevo
Mundo a la cultura occidental cristiana; la
evangelización y la educación fueron los
pilares principales en que descansó éste
proceso integrador, y es por ello que la fe
y el alfabeto fueron propagados
simultáneamente. Como profética
coincidencia, en el mismo 1492, año del
Descubrimiento de América, Antonio de
Nebrija publicaba en España su célebre
Gramática que sistematizó la lengua
castellana, la cual en relativamente pocos
años permitiría darle al Continente la
unidad lingüística de la que hoy goza, y
que sustituyó a la “babel” prehispánica.
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• La Iglesia, depositaria no sólo de la fe sino también de la sabiduría
acumulada en Occidente durante siglos, no renunció a su misión de Maestra
en las nuevas tierras recién descubiertas. Fueron los misioneros de las
órdenes religiosas –franciscanos, dominicos, agustinos, jerónimos,
mercedarios y jesuitas- los que, desde su llegada a las Antillas, asumieron el
reto de incorporarlos al seno de la Iglesia y de la Corona.
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Jamás estimaron los misioneros que los naturales fueran incapaces de incorporarse a la cultura
europea, de asimilar los valores occidentales, lo mismo los religiosos que los intelectuales;
nunca albergaron sentimientos de menosprecio hacia los indígenas por motivos de raza u
origen. Ello no quiere decir que no dejaran de extrañarse, e incluso alarmarse, por algunas de
las costumbres y conductas de los indígenas; sin embargo, como escribió Fray Bernardino de
Sahagún, “es certísimo que estas gentes todas son nuestros hermanos, procedentes del tronco de
Adán como nosotros, son nuestros prójimos, a quienes somos obligados a amar como a nosotros
mismos.”[2]
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Ernesto de la Torre Villar escribe: “Con esa fuerza
extraordinaria que da la idea de cumplir una misión, los
religiosos volcaron todo su entusiasmo, saber, energías, y
amor en los indios. A ellos se entregaron y fueron padres
amantísimos y maestros de tan excelentes calidades que
podemos decir, sin exagerar, que la cultura y salvación del
indio, débense primordialmente a ellos, quienes con su
ejemplo, ideas renovadoras y labor permanente pusieron las
bases de nuestra civilización. Enseñar a los indios la religión
cristiana y los más valiosos principios de la cultura occidental,
esto es, formas de civilidad política, y los conocimientos
científicos y humanísticos más relevantes, representó la
misión esencial de los religiosos.”[3]Los misioneros de las
diferentes órdenes y congregaciones estimaron que su labor
esencial consistía en la evangelización y educación de los
naturales, exigiendo a las autoridades – el Rey incluido- que
participaran en esa misión que debe estar por encima que
cualquier otra. Ello lleva a Fray Pedro de Gante, primer
educador de la Nueva España, a escribir en febrero de 1552
una carta a su pariente, el rey Carlos V en la que le dice:
“Cristo Nuestro Redentor no vino a derramar su preciosísima
sangre por sus tributos (de los indios), sino por sus ánimas,
pues vale más un ánima que se salve que todo el mundo de
cosas temporales.”[4]
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Para cumplir con esa misión era indispensable la enseñanza de la escritura y
la lectura. “El pensamiento pedagógico español respecto de los indios fue
concretado por el virrey del Perú Francisco de Toledo al decir: «Para
aprender a ser cristianos tienen primero necesidad de ser hombres»: o sea,
que el problema de la conversión era, esencialmente, de cultura y
civilización.”[5]Para ello los misioneros elaboraron “cartillas” adecuadas
que facilitaran dicha enseñanza. En un principio dichas cartillas fueron
impresas en España. “Las primeras referencias a este respecto son las de
1512, cuando la Casa de Contratación compró en Sevilla dos mil
ejemplares de cartillas que se entregaron a Fray Alonso de Espinar,
franciscano que regresaba a Santo Domingo. Al año siguiente se entregaron
al bachiller Suárez que iba a Santo Domingo, veinte ejemplares del Arte de
la Lengua Castellana de Nebrija, destinados a enseñar gramática a los hijos
de los caciques de las islas del Caribe. En 1530, el librero Pedro Ximenez
vendió a la Casa de Contratación trescientas cartillas encuadernadas en
pergamino, y en 1533 Diego de Arana, criado del obispo de México
Juan de Zumárraga, recibió de la misma Casa de Contratación veinte mil
maravedíes para que pagara en Alcalá de Henares doce mil cartillas que se
imprimieron destinadas a la Nueva España. En 1539, cuando ya hubo
imprenta en México, la Corona otorgó a Juan Cromberger e hijos el
privilegio de imprimir cartillas, asignándole el precio de medio real por cada
una”.[6]
• Es importante hacer notar que durante la
primera parte del siglo XVI, los • El deseo común de la Iglesia y la Corona
misioneros aprendieron primero las de integrar a los naturales, dio lugar a un
lenguas indígenas y, una vez conocidas y complejo sistema educativo que se iniciaba
dominadas, enseñaron el evangelio y la en los patios de las iglesias. Según el
cultura a los naturales en su propia lengua, Códice franciscano, los religiosos
obteniendo notables resultados. Pero, separaban a los hijos de caciques y
buscando establecer un vínculo de gran principales de los hijos de labradores y
fuerza en sus dominios americanos, en gente común; a éstos últimos se les
1550 Carlos V expidió en Valladolid una repartía por el patio sentados en diversas
disposición para que se enseñase a los turnas o corrillos conforme a lo que cada
indios el castellano, iniciándose así una uno había de aprender “porque a unos, que
enseñanza bilingüe que también fue son los principiantes, se les enseña el Per
exitosa. No fue sino hasta finales del siglo signum y a otros el Pater noster, y a otros
XVII cuando la disminución del celo los Mandamientos, según vayan
apostólico y el creciente desinterés por los aprovechando; y vanlos examinando y
indígenas llevó a las autoridades requiriendo para subir de grado en grado, y
españolas a ordenar tajantemente al clero cuando ya saben toda la doctrina y dan
indiano que curas y doctrineros enseñasen buena cuenta della, tiénese cuidado de
solo en castellano (disposición del 7 de despedirlos y enviarlos a sus casas, para
julio de 1685)[7]. que los varones ayuden a sus padres en la
agricultura o en los oficios que tuvieren, y
a las muchachas tengan compañía a sus
madres y aprendan los oficios mujeriles
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con que han de servir a sus maridos.”
A los hijos de los principales, “después de que han aprendido la doctrina
cristiana, que para todos es el primer fundamento, luego son enseñados a
leer y escribir”. Pero siendo esto insuficiente los misioneros adicionaron
otra estrategia educativa: la de internados ya que, como escribía Fray
Pedro de Gante en varias de sus cartas a sus superiores: “por ser la tierra
grandísima, poblada de infinita gente y los frailes que predican pocos
para enseñar tanta multitud, nosotros los frailes, recogimos en nuestras
casas a los hijos de los señores y principales para instruirlos en la fe
católica, y aquellos después enseñan a sus padres… saben estos
muchachos leer, escribir, cantar y predicar y celebrar el oficio divino a
uso de la iglesia.”[8]Y en 1531, el entonces oidor de la segunda
Audiencia de México, Vasco de Quiroga, comunicaba al Consejo de
Indias que los religiosos tenían en sus casas a numerosos muchachos,
“tan bien doctrinados y enseñados, que muchos dellos, además de saber
lo que a buenos cristianos conviene, saben leer y escribir en su lengua, y
en la nuestra y en latín, y cantan canto llano y de órgano, saben apuntar
libros dello harto bien, y otros predican; cosa, cierto, mucho para ver y
para dar gracias a nuestro Señor.”[9]En aquellas regiones donde la
estrategia de los internados fue implementada –y que se llevó a cabo en
casi toda la geografía de Hispanoamérica-, se logró formar grupos
selectos de indígenas que ayudaron enormemente a la evangelización y
al surgimiento del mestizaje cultural.
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El 8 de agosto de 1533 Sebastián Ramírez de Fuenleal, arzobispo de Santo Domingo y
Presidente interino de la Real Audiencia de México, escribió al Emperador Carlos V que
había hablado con los franciscanos sobre el propósito de enseñar “gramática romanzada
en lengua mexicana a los naturales”, y que los frailes habían consentido y encargado a
una de sus comunidades que emprendiese la tarea. Es importante recordar que en ese
entonces, el curso de gramática era el nombre genérico del estudio de filosofía, latín y
física. El propósito de enseñar latín a los indígenas no era un capricho de los frailes, sino
dotarlos de una habilidad que les permitiría acercarse a las fuentes de la más alta cultura,
pues en toda Europa se escribían en latín las obras de filosofía, física, astronomía,
ciencias y artes en general.
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• García Icazbalceta dice que el Colegio de Tlatelolco engendró “alumnos aventajadísimos
que no solo llegaron a ocupar cátedras en el Colegio, sino que sirvieron también para
enseñar a religiosos jóvenes”[10].Algunos de los indios graduados en ese Colegio fueron:
Antonio Valeriano↗, autor del Nican Mopohua y quien llegó a ser Rector del mismo así
como Gobernador de Indios en Tlatelolco; Pedro Nazareo, quien también fue Rector del
Colegio; Pedro Juan Antonio, quien en 1568 pasó a España graduándose en Derecho en la
Universidad de Salamanca, y Martín de la Cruz, autor de un texto sobre hierbas
medicinales que fue traducido al latín por su condiscípulo Juan Badiano [11].
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• En la Nueva España los jesuitas crearon escuelas para los
indígenas en varias partes, siendo la primera de éstas la de
San Miguel en Puebla (1583), seguidas por la de San
Gregorio en la ciudad de México (1586) y después las
escuelas en Parras, San Luis de la Paz, Tepotzotlán y
Sinaloa. Pero donde la Compañía de Jesús puso sus más
decididos esfuerzos fue en la erección de sus
Colegios Mayores; apenas un año después de su arribo a
Nueva España ocurrido en 1572, el superior de los jesuitas,
padre Pedro Sánchez, inauguraba los cursos del Colegio de
San Pedro y San Pablo, institución que constituyó el
primer colegio máximo de la Compañía de Jesús en el
Continente. De sus aulas salieron, al correr de los años,
muchas célebres personalidades: Sigüenza y Góngora, La
Rea, Bartoloche, Castorena y Urzua, Alzate, León y Gama,
muchos obispos y centenares de religiosos de las distintas
Órdenes. Otros colegios fundados por los jesuitas en
la Nueva España fueron: el de Pátzcuaro, en 1574; el de
Oaxaca, en 1575; en Puebla el Padre Hernando Suárez de
la Concha fundó en 1578 el Colegio del Espíritu Santo, y
después en 1579 también en la misma ciudad, los jesuitas
erigieron el Colegio de San Ildefonso; el de Tepotzotlán, en
1585; el de Zacatecas, en 1593.
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La acción educativa de la Iglesia y la
Corona no se detiene en México pues En Guatemala esta cédula fue puesta en práctica
América, extensa y llena de promesas y desde 1536 por operarios de la Orden mercedaria
problemas, obligó a dispersar hacia los congregados conventualmente; un informe de la
cuatro puntos cardinales la corriente Real Audiencia de 1554 decía que los religiosos de
civilizadora; si en lugar de ello dicha la Orden de la Merced “fueron los primeros que
acción se hubiera concentrado en una sola tuvieron escuelas, y en ellos mostraron a los hijos
región –como lo hizo Inglaterra en el
de los principales de estas partes, la doctrina
norte del Continente- los frutos habrían
sobrepasado lo imaginable. El 18 de cristiana, y los comenzaron a poner en policía (vida
diciembre de 1535, el Rey Carlos I de ordenada dentro de la ciudad), y les enseñaron a
España y la Reina Juana expedían una leer, escribir y cantar y ayudar a misa y otras
real cédula ordenando que, para los muchas cosas convenientes a nuestra sancta fe y
caciques que habían de gobernar a los salvación de sus almas; y esto no sólo en esta
indios -pues entonces predominaba la ciudad, pero en la provincia de Chiapa y
idea de no separar a los naturales de sus Honduras.” En 1561 fue enviado a México el
autoridades ancestrales- fueran instruidos dominico fray Francisco de Céspedes para hacer
desde niños en escuelas y colegios que les
formaran en fe y ciencia. Esta resolución imprimir las artes de la lengua de Chiapas, zoques,
dio origen a la creación de numerosos cendales y cinacantlecas. “El irlandés Tomás Gage,
colegios en el virreinato del Perú, dotados que fue misionero en Guatemala de la Orden de
con renta de la Real Hacienda. Felipe II, Predicadores, escribía en Londres después de su
desde San Lorenzo, reiteró esa cédula el apostasía: «En la mayor parte de las aldeas tienen
22 de julio de 1579. escuelas, donde (los indios) aprenden a leer, cantar
y algunos a escribir».”[14] 14
En el Perú, los altercados violentos perturbaron un tiempo la labor misional y
educativa entre los naturales, pero no la detuvieron. Franciscanos, dominicos,
mercedarios y agustinos trabajaron con empeño desde los primeros momentos, al
punto que, en 1551, una real cédula daba cuenta de que la Orden de Predicadores
había fundado sesenta escuelas de indios y que otras tantas había en el Obispado de
Charcas, debidas al esfuerzo de su prelado, el franciscano fray Tomás de San Martín.
El esplendor en el Perú se inicia con la llegada del virrey Francisco de Toledo al cual,
antes de salir de España, Felipe II lo proveyó de un cuerpo de instrucciones secretas
(es decir, ajenas a todo propósito de fama o exteriorización) en uno de cuyos
apartados decía: “Para la instrucción de los indios y para plantar en ellos la doctrina
cristiana con más fundamentos y más de raíz, se tiene por medio muy substancial el
de las escuelas, donde aprendan los niños, y el de los seminarios y colegios donde se
críen, y el de los estudios donde aprendan. Y así ha parecido se debe dar orden cómo
las dichas escuelas las haya en todos los lugares y repartimientos, donde sean
enseñados los indios con cartillas y libros a propósito de la Doctrina Cristiana; y que
en los lugares principales haya colegios y seminarios; y que también se mire en lo de
los estudios, y Vos trataréis asimismo y conferiréis esto con los dichos Prelados y
procuraréis se dé la mejor orden que se pueda para que se haga lo de las escuelas,
colegios y seminarios, mirando por qué orden esto se pueda asentar, y cómo y de qué
se puedan sostener, proveyendo en el entretanto lo que se pudiere, nos daréis aviso
con vuestro parecer; visto lo cual, se podrá con más fundamento ordenar.”[15] 15
El Virrey Francisco de Toledo cumplió con toda energía las instrucciones del
Rey; por ello Antonio de León le dio el sobrenombre de Solón del Perú. En
su tarea, tras el arribo de la Compañía de Jesús al Perú en 1567, Toledo
encontró un gran apoyo pero nunca dejó de reconocer la gran labor realizada
con anterioridad por las otras Ordenes; así señalaba a los franciscanos de
quienes decía que “no se les puede negar sino que cuadran más para las
conversiones destos naturales que otra religión (Orden religiosa) de las que
han pasado por estos reinos”. De los mercedarios decía que ellos son “los
más dispuestos para ir a doctrinar a las punas desiertas”. El Virrey Toledo
y el Santo Arzobispo de Lima, Toribio de Mogrovejo, solicitaron a los
jesuitas hacerse cargo de la doctrina de los indios de Huarochiri, formada
por setenta y siete pueblecillos en lo más abrupto de la Cordillera de los
Andes. En 1570 la Compañía de Jesús inició la doctrina de los indios de
Lima en un arrabal llamado Santiago del Cercado. En la Historia general de
la Compañía de Jesús en la Provincia del Perú escrita en 1600, se dice que
en Santiago del Cercado tenían no solamente escuela de niños donde se les
enseñaba a leer y escribir y la doctrina cristiana, sino también otra escuela
de música, donde aprendían a cantar y a tañer chirimías, cornetas, orlos y
otros instrumentos, “lo cual sirve de que por una parte ganen de comer,
siendo los que de ordinario acuden a todas las fiestas de la ciudad (de
Lima), recibiendo por ello muy buena paga”.[16] 16
En Quito fueron los franciscanos quienes iniciaron
la instrucción primaria desde mediados del siglo
XVI al instalar la escuela de San Andrés, para
enseñar a leer y escribir, canto y música, así como
los oficios de carpintería, zapatería, herrería, y
usar los arados para cultivar la tierra. Siguieron
los agustinos, fundadores de una escuela de
pintores, escultores e imagineros, que llegaron a
dar tanta fama a la escuela quiteña de bellas artes.
En esa misma ciudad los jesuitas fundaron el
Colegio Real con su famosa biblioteca, conocida
con el nombre de Seminario de San Luis. El
virreinato del Perú cierra el siglo XVI con una
organización educacional completa, al alcance de
todas las clases y razas. Las Órdenes religiosas
mantenían, anexos a sus monasterios, escuelas
primarias, colegios y estudios mayores en Cuzco,
Potosí, Arequipa, La Paz, Quito, Santiago de
Chile, Trujillo, Callao, Chiclayo, Cajamarca,
Arica, Oruro, y las misiones se extendían hasta
Santa Cruz de la Sierra y Tucumán. 17
En el Nuevo Reino de Granada (después elevado a
Virreinato), los dominicos establecieron en 1563 la
primera cátedra de Gramática en su convento de
Santa Fe de Bogotá; cinco años más tarde ese
convento conocido como del Rosario, fue
transformado en Estudios Generales con facultades
de Artes y Teología. El cronista de la Orden de
Predicadores refiere el regocijo del fundador de
Bogotá, Jiménez de Quesada, “de ver Estudios en
la cabeza del Reyno que había conquistado”.
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Este ideal —la utopía que comenzó a tener lugar— iba a encontrar un límite
a partir de dos acontecimientos relevantes y fatídicos. Por un lado, la firma
del Tratado de Permuta (1750) en Madrid, por medio del cual se afirma que
los establecimientos (colonias, misiones, etc.) que España tenía en tierra
portuguesa y viceversa dejaban de pertenecer a dicho imperio dividiéndose
con mayor claridad los dominios. Esta decisión afectaba la autonomía
relativa de las misiones jesuitas. Por otro lado, el hecho que acabó con las
reducciones fue la expulsión de los jesuitas en 1767, por orden del rey
Carlos III. Para ese entonces, la Compañía de Jesús era vista como amenaza
para el poder político y económico de España y de la propia jerarquía
eclesiástica. La congregación disponía de numerosos colegios, universidades
y diversas residencias repartidas en toda Europa además de contar con el
favor de los pueblos y las misiones en América; todo lo cual preocupaba a la
Corona y a sus ministros por temor a perder el control sobre el territorio.
Sin embargo, hay una cuestión ideológica que también influyó
notoriamente en esta sanción que vivió la Compañía: «la preeminencia del
pensamiento iluminista» que buscó debilitar la Iglesia debido a sus
presupuestos irreligiosos (Maeder, 2014). En 1773, el papa Clemente XIV, en
medio de amenazas y presiones, promovió la disolución de la congregación
jesuita. Tal actitud le permitió, a su vez, recuperar territorios que le habían
sido extirpados por Francia y España. 29
La disolución de la Compañía fue una penosa noticia para los
jesuitas expulsos y diseminados por ciudades de Italia y otros lugares
europeos que los acogieron. Desvinculados de la orden que había
sido suprimida, subsistieron como pudieron, desempeñándose como
maestros o clérigos a título privado. Algunos, más afortunados,
recibieron protección de señores y príncipes que apreciaban sus
prendas personales o sus saberes. La mayoría vivió pobremente,
agrupados por sus antiguas provincias y en conformidad con la
antigua disciplina de sus constituciones (2014, p. 1).
La expulsión de los jesuitas coincidió con las políticas del proyecto
centralizador de la monarquía borbónica que pretendía asegurar los
derechos de la metrópoli. Se percibe en este sentido de qué manera
la vertiente dominadora de la Iglesia prevaleció, por medio de la
coacción, sobre las tendencias de liberación. Recién en 1814 —
cincuenta y un años más tarde— cuando declinó la hegemonía
napoleónica, el papa Pío VII restableció la Compañía de Jesús. Para
entonces, muchos de sus integrantes ya habían muerto: «de los
cuatrocientos y pico, que desde nuestras tierras llegaron a Europa,
solo quedaban 28» (Maeder, 2014, p. 2).
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