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00114921
16/12/2015
“a los 65 años no se tienen solamente 20 años más que a los 45.
Se ha cambiado un porvenir indefinido –que uno tendía a considerar como infinito– por un porvenir finito.
Antes no descubríamos en el horizonte ningún límite;; ahora lo vemos”
Simone de Beauvoir.
“Ganándose la vejez”: Estrategias de las familias quiteñas para atender las necesidades del
adulto mayor
1. Introducción
En el transcurso de la vida del ser humano se desarrollan sucesivas etapas que tienen características
de estos imaginarios sobre la vejez, los Estados, el sector privado, instituciones de la sociedad civil, las
comunidades, las familias y las personas han propiciado y ejecutado acciones asistencialistas y de
caridad para atender las necesidades del adulto mayor. Una de las razones para el diseño de este tipo
iniciativas institucionales, es que la construcción conceptual y práctica de una agenda específica para
las personas que corresponden a la adultez mayor, se ha ejecutado de manera superficial. En general,
los adultos mayores, históricamente, no han sido apreciados como un segmento generacional cuya
agencia los lleva a cumplir roles y funciones dentro de una determinada familia, comunidad y cultura.
En vista de este complejo contexto que ha invisibilizado al adulto mayor como un titular de derechos
y obligaciones, adecuados a su etapa generacional, y cuyo ejercicio debe ser efectivamente garantizado
tercera edad y las principales determinantes de sus posibilidades para desenvolverse activamente y
auto-realizarse en la sociedad. Para esto, comenzaré analizando los espacios familiares, como
aquellos contextos que reúnen la génesis y operación de una serie de estrategias orientadas a la
De tal manera, pretendiendo inicialmente identificar ¿Qué involucra [en cuanto a ideales y acciones]
para una familia quiteña de clase media-alta el promover el bienestar físico, psicológico, y espiritual
de una personas mayor?, el análisis expuesto en este trabajo se propone reconocer a las unidades
familiares como agentes que procuran o se inhiben, de llevar a cabo acciones a favor o no de los
adultos mayores; sostenidas en las implicaciones y alcances del imaginario social que han construido
sobre la vejez. Por lo tanto, esta investigación etnográfica delimitará la incidencia en la persona, la
primera instancia, de manera ajena, pero que también genera anhelos y expectativas cuando se
visualiza como propia. La idea es explorar los niveles conscientes e inconscientes que se generan para
envejecimiento.
2. Metodología
Para la realización de este trabajo etnográfico se llevó a cabo 9 entrevistas semiestructuradas, un grupo
focal pequeño y 4 entradas de observación participante. Las entrevistas se efectuaron con 6 mujeres y
2 hombre entre 20 y 60 años. Igualmente, el grupo focal pequeño se realizó con 2 hombres y 1 mujer
entre 23 y 28 años. Todos ellos eran integrantes de distintas familias conformadas (actualmente o en el
pasado) por uno o más adultos mayores, residentes en la ciudad de Quito. La clase socio-económica de
dichos círculos familiares es media-alta. Estas personas pertenecen a las dos generaciones siguientes
en relación al adulto mayor: hijo/hija-nieto/nieta. Es importante aquí resaltar, que fue factible generar
un espacio amigable y de confianza con cada uno de los entrevistados, debido sobre todo, a las
emociones provocadas por los distintos temas abordados en las preguntas. Como investigadora me
sentí satisfecha en este aspecto, porque el diálogo con los colaboradores no solo me permitió indagar
en una realidad social específica, sino que facilitó a muchos de ellos el encuentro con una especie de
catarsis profundamente lenitiva. Ahondar sobre el envejecimiento generó una serie de sensaciones,
recuerdos y expectativas que repercutieron y afectaron en distintos niveles a los participantes. De este
modo, los sentimientos que surgieron en las entrevistas se vieron reflejados en respuestas profundas y
detalladas sobre aspectos aparentemente privados que hubieran sido considerados “muy íntimos”
Por otro lado, también se efectuaron 4 entradas de observación participante. Las dos primeras
tuvieron lugar en las salas de espera del Centro de atención hospitalaria del Instituto Ecuatoriano de
Seguridad Social ubicado en el Batán. Elegí este sitio por cuanto apareció como uno de los más
adecuados para apreciar e interpretar directamente las interacciones y negociaciones entre la sociedad
familia al cuidado de mi abuela materna. En este punto, transformé los actos habituales de la vivencia
del cuidado generados en mi unidad familiar a reflexiones auto-etnográficas que contemplan, desde
una mirada más analítica, lo que ha significado para mí y para mis padres el atender y acompañar a mi
distinguir de manera más directa, en qué medida convergen y se distancian las acciones e iniciativas
Con respecto a los alcances éticos que han guiado a la investigación, es necesario resaltar dos aspectos
relevantes. En primer lugar, antes de las entrevistas me aseguré que cada colaborador sea consultado
en un proceso de consentimiento informado en el que se le brindó todos los detalles sobre el trabajo
etnográfico del que iba a ser parte. Esto me permitió respetar el anonimato y la reserva de documentar
cualquier actividad o plática por cualquier medio audiovisual o escrito. Y en segundo lugar, al
término del desarrollo de los resultados de esta investigación iniciaré una etapa de devolución y
agradecimiento a los participantes. La idea es generar un producto investigativo exclusivo para los
colaboradores que será entregado como símbolo de reciprocidad por su apoyo en la investigación, y a
La vejez es una condición humana inevitable. Quienes han logrado prolongar su vida por muchos años
deben enfrentar al final de su existencia el envejecimiento no solo en términos biológicos sino también
sociales. Las construcciones dominantes sobre la vejez hacen “que este periodo de vida se convierta en
un terreno social y cultural donde se disputan variadas concepciones de lo que es ser viejo o más bien
de lo que se pierde con la vejez” (Robles, 2003, pág. 50). En el centro del debate se coloca a la vejez
etapa más próxima a la pérdida, el declive y la muerte. Estos imaginarios influyen directamente en la
experiencia de los adultos mayores. Robles (2003) indica que “dichas imágenes se erigen en base a
referentes sociales de diferente índole y cuya función es señalar cómo se operan las transformaciones
durante el proceso de envejecimiento en términos de decrepitud” (pág. 50). Para esta autora, estos
referentes se emplean como marcadores del “funcionamiento” del cuerpo biológico, social,
económico y político, los cuales identifican el momento en el que empieza la vejez, cómo se desarrolla
Tomando en cuenta que los referentes mencionados anteriormente varían en función del contexto
cultural que se analice, Robles (2003) menciona que, en el campo de la salud, los factores de tipo
biológico, específicamente los de tipo de funcionalidad física y mental, constituyen los estándares
para definir los niveles de habilidad y destreza, para llevar a cabo todo tipo de actividades de la
vida cotidiana. En el plano económico, la autora señala que éste involucra el goce de una persona
adulta a los derechos de pensión o a recibir ayudas económicas o sociales de los sistemas de
asistencia social del Estado, a los cuales se hacen acreedores a causa de su incapacidad para generar
ingresos propios mediante la venta de su fuerza de trabajo o de bienes producidos (Robles, 2003).
En el plano social, el parámetro es “su marginalización en el sistema de intercambio social por su
incapacidad de intercambiar bienes y servicios con las generaciones más jóvenes” (Robles, 2003,
pág. 50). En último lugar, para Smith, 2001, citado por Robles (2003), el ámbito político se
relaciona con “la pérdida de un sitio en la agencia política para dirigir y transformar el mundo y sus
De todos estos aspectos, el parámetro biológico merece una atención importante, debido a que, en
palabras de Urbano & Yuni (2011), establecer el valor que se atribuye a la edad, a la experiencia de
por intereses y actitudes de los distintos grupos sociales, políticos y culturales propios de cada
época y contexto. Así, “la vejez como una edad cronológica que responde únicamente a un ciclo del
curso vitales, es desde esta perspectiva, un dato biológico socialmente manipulado y manipulable y,
por tanto, capaz de adquirir nuevos significados y ser envestida de nuevos sentidos” (Urbano &
Yuni, 2011, pág. 49). Esto significa que las fronteras entre la juventud, la edad madura y la vejez
varían en las distintas culturas y se relaciona con las representaciones que se construyen
En ese sentido, Ángela Aimar (2009), señala que “Occidente, y sus políticas neoliberales, considera
los saberes y habilidades del adulto mayor como anticuados para la época, propicia a través del rito
difamación social y a miserias y pobrezas en sus condiciones de vida” (2009, pág. 20). Al respecto, la
autora opina que “simbólicamente la cultura del anciano actúa como una auténtica anticultura, y que
las contradicciones sociales y culturales que van más allá del viejo afectan a la sociedad toda” (Aimar,
2009, pág. 20). De tal manera, pareciera en forma implícita que el adulto mayor, para una sociedad
quiere ser, ni ver, ni sentir” (Aimar, 2009, pág. 20)
Debido a esto, desmitificar las etiquetas con las que se han asignado a los adultos mayores es un paso
trascendental para resignificar su rol y liberar a otras generaciones y a las instituciones más amplias de
prejuicios, que desencadenan una serie de prácticas que transforman al proceso de envejecimiento en
un periodo difícilmente llevadero por su penalización y devaluación. Con el horizonte puesto en tratar
de iniciar una comunicación intersubjetiva para producir conocimiento sobre la longevidad, o para
decidir sobre políticas sociales y acciones concretas referidas al colectivo de personas de edad, Norma
Tamer (2008) explica que ya existe consenso acerca de que “el envejecimiento, en cuanto proceso
contextualizado, tanto como para afirmar que cada uno envejece como ha vivido, como ha llevado el
propio proceso existencial, singular, único, de <<hacerse a sí mismo>>” (pág. 95). Por ello, si bien se
época, Tamer (2008) menciona que “para lograrlo, acertadamente, debemos entenderla en el ciclo vital
continuum. Así, una vejez saludable y activa dependerá de una niñez, adolescencia, juventud y adultez
En esta línea, cabe resaltar que para la aplicación de políticas institucionales, que en diferentes grados,
promuevan una vejez adulta lozana y vivaz, es primordial considerar que las sociedades deben partir
de una visión a largo plazo con un enfoque de ciclo de vida, que significa pensar integralmente en
todas las etapas intergeneracionales. Así, hay necesidad de planificar para sociedades adultas. Esto
estipula que:
De este modo, se debe considerar que los adultos mayores no solamente deben ser percibidos como
individuos aislados que coexisten con una marcada población joven, sino como un segmento cada vez
más grande e importante de la población. En este contexto la satisfacción de las necesidades del
anciano requiere “la existencia de conjuntos de servicios que, disponibles en número y calidad
suficientes, permiten respuestas específicas” (Tapia, 1994, pág. 21) . Lo dicho basta para sugerir “las
complejidades que envuelve la definición, articulación y administración integrada de servicios para los
ancianos” (Tapia, 1994, pág. 21). Por lo tanto una mayor capacidad de las sociedades en la
movilización de los intereses de los adultos mayores incluiría, idealmente, un sistema de servicios que
según Tapia (1994) debe involucrar una etapa de institucionalización máxima caracterizada por:
una amplia gama de instituciones especializadas, en primer lugar, incluyendo centros de atención
diurna, hospitales de día, centros comunitarios, hogares de ancianos, educacionales, de adiestramiento
técnico, empleo, etc. En segundo lugar, una ampliación continua en el número, tipo y cobertura de
programas de servicios bajo el control de los sistemas de seguridad social y salud […] En tercer lugar,
el desarrollo de las organizaciones de fomento y representación de los intereses de grupos de edad
avanzada […] desarrollo de núcleos integrados de servicios domiciliarios, coordinados con otros
sistemas de servicios: salud, seguridad social, etc. (pág. 22).
Ahora bien, se advierte que, dentro de esta complejidad institucional requerida para servir una
población adulta que en números crecientes, demandan de mayor atención; los sistemas de seguridad
social y de salud se han convertido en las redes de servicios más importantes. Sin embargo, su gestión,
ha derivado en resultados nada alentadores que dan cuenta de la poca preparación de los países para
confrontar las enormes demandas que surgirán a medida que la población envejezca. Esto lo
demuestra Freire et al. (2010), cuando menciona que “la ausencia de sistemas de protección dirigidos a
nutricionales para el adulto mayor, y de centros de atención” (pág. 34), son razones por las que se hace
evidente que las instituciones no se han adaptado para proveer servicios más adecuados a un sector
poblacional que envejece con rapidez. Así, las políticas públicas de los Estados deben considerar
fin de “reorientar la asignación de fondos y hacer inversiones para modificar el ambiente y dotar de
recursos a los proveedores de servicios sociales y de salud, para asegurar que la oferta de éstos sea
óptima y de calidad” (Freire, Jácome, Pazmiño, Rojas, & Ortiz, 2012, pág. 34)
tercera edad, los otros mecanismos de servicios para esta población: los asilos, los hogares de
ancianos y la familia. Los dos primeros constituyen “la primera manifestación social de preocupación
por la situación de los ancianos” (Tapia, 1994, pág. 27). En su mayoría, estas instituciones gozan de un
alto grado de autonomía, operan bajo el control de organizaciones privadas de beneficencia, tienen un
escaso apoyo financiero estatal y dependen de acciones de voluntariado individual o colectivo (Tapia,
1994). Bien pueden “limitarse a brindar techo y alimentación a los asilados;; excepcionalmente algunos
brindan un número limitado de servicios médicos, de enfermería y sociales” (Tapia, 1994, pág. 28).
Por su parte, la familia conforma “un mecanismo natural de atención y cuidado” (Tapia, 1994, pág.
28). Cuando concebimos el rol de la familia extendida y sus obligaciones con los ancianos, los
(Tapia, 1994). Paradójicamente, cuando los intentos por responder institucionalmente al desafío de la
tercera edad no logran sus finalidades ambiciosas y bajo la presión de una crisis económica profunda,
la mirada se vuelca de nuevo a la familia como sistema natural de apoyo (Tapia, 1994). En la
actualidad, sin embargo, según Barros, Fernández & Herrera (2014), enfrentamos un aumento de la
diversidad de formas familiares que conlleva a una gran heterogeneidad del tipo de relaciones que los
individuos establecen con sus parientes. Hoy aparecen familias que son “cuantitativamente y
cualitativamente distintas a las del pasado, tanto en términos de estructura como de duración de roles y
relaciones familiares” (Barros, Fernández, & Herrera, 2014, pág. 122). En este contexto, el estudio de
la familia y de las interrelaciones entre sus miembros es trascendental para comprender como las
De acuerdo a esto, es importante definir a la familia para determinar las dimensiones significativas
para su estudio. Siguiendo a Sabatelli y Bartle, 1995, citados en Barros, Fernández, & Herrera (2014),
se puede definir a la familia como “un grupo de individuos interdependientes que tienen un sentido de
identidad [estructura], experimentan algún grado de nexos emocionales [cohesión, cercanía afectiva] y
tienen formas de satisfacer las necesidades de los miembros de la familia y de la familia como grupo”
(pág.122). Paralelamente, para Melba Sánchez (1994) la definición más aceptada del concepto de
familia es la de “varias personas relacionadas por lazos de parentezco, ya sean de sangre, por
matrimonio o por adopción, que conjuntamente satisfacen necesidades tanto físicas como
emocionales” (pág. 361). Justamente, atendiendo la idea de las funciones básicas que cumple la
familia para el grupo social, es esencial tomar en cuenta que, pertenecer a un grupo familiar “no
sólo se asocia a una serie de lazos afectivos, sino que también a una serie de compromisos
relacionados con otorgar y recibir ayuda. Por lo tanto, lo propio de la familia es que sus miembros se
sientan parte de un todo, unidos por lazos de responsabilidad mutua. Esto les otorga la confianza y
la seguridad de contar con un respaldo en caso de necesitarlo” (Barros, Fernández, & Herrera, 2014).
En este marco, pensar en la familia más allá de su estructura o composición, para ahondar en factores
como el nivel de cercanía afectiva y el nivel de cooperación o apoyo existente entre sus integrantes, es
fundamental para entender, como lo afirma Sánchez (1994): “que la familia sigue siendo la principal
fuente de sostén para los adultos de edad avanzada; y no solo la principal fuente de sostén; sino la
preferidad por los ancianos y a la que acuden generalmente en primera instancia” (pág. 261). Esto, lo
confirma Manuel Ribero (2009) al indicar que en el ámbito familiar, los lazos intergeneracionales son
de gran valor para los mayores. A pesar de la continua movilidad geográfica de la población y otras
presiones de la vida moderna, la mayoría de las personas mantiene relaciones estrechas con la familia
a lo largo de sus vida. Este autor, indica que estos vínculos funcionan en ambas direcciones: “por un
lado, las personas mayores realizan contribuciones hacia la familia, tanto económicas como en la
educación y cuidado de los nietos y otros familiares y, por otro lado, demandan apoyo, tanto
económico como de atención y cuidado cuando su salud se ve deteriorada” (Ribero, 2009, pág. 246).
Aurora Márquez (2007), problematiza la doble vía en la que suceden las relaciones intergeneracionales
entre los adultos mayores y el resto de su familia. Ella explica que “en unos y otros incide la edad y la
historia de vida […], todas ellas son relaciones distintas, dependiendo de los contextos generacionales,
el tipo de parentesco y el género, lo cual implica hablar de factores de tipo cultural, social, económico,
diferentes, que hacen que se encuentren personas con diversas maneras de <<ver el mundo>>” (pág.
familia, “se centra la atención, especialmente, en el rol que el abuelo o la abuela juegan, o mejor aún,
deberían jugar, por el simple hecho de su edad” (Márquez, 2007, pág. 390). Los diferentes estereotipos
mencionados al inicio de este apartado, y que refuerzan esta imagen desencadenan que una sociedad
que es especialmente “dura” en su mirada hacia la vejez, le otorgue o no roles a un adulto mayor, en
función de su productividad. Esto, según Márquez (2007), hace que se les niega su condición de
personas; es decir, su condición de seres individuales, diferentes los unos de los otros, con distintos
que, los adultos mayores son, antes que todo, “personas, pero con una relación con el tiempo diferente
a la de los otros grupos de edad, por el mayor tiempo vivido [que la gente identifica con la
experiencia] y con una visión hacia el futuro distinta, que en muchos casos es un ‘no futuro’, por las
condiciones de salud, económicas y sociales existentes” (Márquez, 2007). En torno a esto, para que las
familias puedan apoyar a los ancianos que las integran, más allá de la idea de “hacerse cargo de ellos y
ellas”, y fortalecer la solidaridad intergeneracional, “es necesario que el Estado desarrolle políticas que
garanticen el disfrute de los derechos de sus miembros, respetando la individualidad y la diferencia, y
creando los mecanismos adecuados para responder a sus necesidades” (Márquez, 2007, pág. 400). En
esa medida si se podrá avisorar en un envejecimiento activo y saludable tanto individual como
colectivo.
Finalmente, a la luz de esta revisión bibliográfica, este trabajo etnográfico profundizará en los diversos
sentidos en los que sucede la interdependencia entre los adultos mayores y sus familias. Por eso, se
problematizará el encuentro del afecto y la solidaridad con la mayor obligación familiar que se
localiza en el cuidado de un anciano. Tomando en cuenta que existen diferentes roles institucionales
en torno a la vejez y sus respectivos servicios, pero que el tipo de propuestas a nivel de políticas
pensando en sociedades que tienen a la vejez, como un horizonte ineludible, son escasas y poco
pragmáticas; este trabajo buscará entender a la familia como una de esas instituciones no formales que
concentra, de varias formas, la compleja responsabilidad de sus adultos mayores. Papeles como el
asegurar la salud y seguridad social son asumidos por las familias a través de una amalgama de
formas. Por lo tanto, esta etnografía no solo aspira introducirse en la serie de problemas que representa
para las familias, la “carga social y económica” cuando se ha minimizado el deber del Estado, sino
también, en las diversas vías para superar los retos que se asumen al brindar cuidado y protección a un
adulto mayor. Los integrantes de un grupo familiar no solo son afectados por la incidencia de políticas
públicas mal trabajadas o inexistentes, en la convivencia con sus adultos mayores, sino que deben
Antes de plantear el análisis de los resultados del trabajo de campo, me gustaría detallar en esta
sección cuáles fueron las razones más personales que me condujeron a abordar el tema de las
social y político que no ha generado incentivos para el estudio de la tercera edad y sus alcances
existen motivaciones propias, tal vez más subjetivas o íntimas que me han invitado a pensar y re-
poderosas que pueden afectar de muchas maneras la vida de los adultos mayores, en particular.
Mi familia es un ejemplo concreto de este tipo de agencia intensamente influyente. Dentro de ese
círculo, las decisiones más individuales se pueden conectar con ámbitos más globales de manera
inmediata. Así, desde que mi abuelo falleció hace dos años, el futuro de mi abuela se acomodó a la
disponibilidad de los demás. Esto implicó que, a pesar de que toda la familia, incluidos, hijos, tíos
políticos y nietos, teníamos absoluta conciencia de la solución más óptima para su bienestar y
felicidad; hicimos caso omiso de esa certeza. Es así como mi abuela se acopló a lo sugerido por el
aunque toda la familia la rodea la mayoría del tiempo, pareciera que ella se siente más sola que nunca.
Cuando un día cualquiera le pregunto: “¿cómo está abuelita?” y me responde (a veces seria, a veces en
tono de broma): “aquí, pasando la triste vida”, siento que detrás de esa frase se acumulan una serie de
sentimientos que simplemente no se abastecen con las decisiones y acciones emprendidas por la
familia, planificadas, según nuestro discurso, para el bienestar de ella, pero al mismo tiempo
cuestionar si ¿en realidad pueden o no equilibrarse las aspiraciones de los miembros de mi familia con
el evidente y a veces discreto reclamo de ella, respecto al vacío que nadie le ha podido ayudar a
superar? ¿Acaso hemos dado por sentado la idea de que “la abuelita” se siente bien con nosotros
porque nos ama y eso alimenta su felicidad? ¿Tal vez no nos hemos planteado que más allá de la
sensación de compañía por los miembros de una familia, existen afectos hacia otras cosas y/o personas
que pueden constituirse en verdaderas inyecciones de dicha y bienestar? Por lo tanto, el decidir
ahondar en este trabajo etnográfico representa además para mí una tentativa para aproximarme a la luz
de ese espacio desértico (que percibo en mi abuela) en el que el cuidado no logra converger totalmente
con una entera satisfacción del adulto mayor. No pretendo encontrar una receta de un tipo de atención
exitosa, sino varios horizontes que me lleven a determinar las distintas confluencias que intervienen en
esa negociación constante de complacencia para al familiar adulto y para los que lo acompañan.
A fin de comprender cómo se manejan los vínculos entre los distintos integrantes de una familia y un
adulto mayor, y qué consensos y/o desacuerdos se derivan de dichos lazos, se debe, profundizar en
primera instancia, en las percepciones construidas sobre la vejez. Durante las entrevistas este tema se
abarcó de dos maneras. La primera consistía en indagar acerca de las percepciones generales de las
personas sobre esta etapa de la vida y la segunda se refería a las proyecciones ideales en las que cada
cual le gustaría vivirla. Todos los testimonios se encontraron en un punto en común: la vejez equivale
a esa fase límite, final o máxima de lo que ya se ha vivido, y aunque se busque transitarla activamente
y con independencia, se la piensa aún con temor y recelo. Tal cual se advirtió, anteriormente, en el
apartado teórico, el ser catalogado como un “adulto mayor” implica que esa ganancia de años que
antes se consideraba como crecimiento tanto físico, mental o cognitivo, se traduzca en una reserva de
experiencias adicionada a la pérdida de capacidades y energía. Por ejemplo, Priscila mencionó que
cuando uno se va aproximando a la vejez “se pierde en edad pero se gana en madurez […], aprecio
mucho la sabiduría de esa edad, las prácticas propias de esa edad, el tener nietos y otras actividades
que corresponden a ese ciclo” (Comunicación personal, noviembre, 2015). En la misma línea, el
testimonio de Eduardo involucra la idea de la experiencia como un factor importante que se vincula
automáticamente con un adulto mayor: “La vejez es una etapa cumbre de la vida que luego de pasar
mucho tiempo y de pasar muchas experiencias, vamos en declive tanto en el aspecto físico como en el
aspecto intelectual” (Comunicación personal, noviembre, 2015). Se puede identificar entonces que la
es alguien de quien definitivamente se aprenderá algo, que por lo general tenderá a evitar la repetición
de errores y favorecerá a las decisiones más oportunas. Esta sería, por tanto, la característica que le
añade valor al debilitamiento del cuerpo y la mente que es prácticamente sobreentendido y no tiene
lugar a dudas.
En ese sentido, a pesar de que los entrevistados indicaron que la adultez mayor es un periodo en el que
las vivencias del pasado se concentran como un legado familiar, las percepciones hacia las personas de
edad avanzada como individuos que van en declive y de quienes se puede esperar muy poco, en cuanto
a su aporte productivo y/o económico para la sociedad, son también generales. Martha recalcó esta
idea en su testimonio:
Ya el mismo hecho de que el cuerpo se va debilitando, de que la persona ya no produce como cuando
es más joven, va quebrantándose su salud, ya no se podría esperar ninguna ayuda. Mejor ellos necesitan
de la ayuda de los familiares, ya sus piernas se debilitan, su mente ya ve desgastándose. No diría es una
carga, pero necesita del cuidado de la familia y si no es de la familia de una institución que le pueda
cuidar y dar todo lo que necesita (Comunicación personal, noviembre, 2015).
Así, aunque la entrevistada reconoció que no todos los adultos mayores pasan por las mismas
condiciones durante su vejez, ella resalta que “lo más regular” es encontrar personas de edad avanzada
que dependen en mayor grado de sus familiares. Igualmente, la idea de un proceso vital que de a poco
se va convirtiendo en poco funcional y que con mayor frecuencia necesita de apoyo, en la medida en
que la también se pierde autonomía; es también recurrente en los comentarios de los entrevistados.
Creo que el tema de envejecer para todo ser humano debe ser complicado. Sentir que tus facultades
física y psicológicas van disminuyendo de a poco debe ser algo muy frustrante […] Llegar a tener una
edad como para sentirse un estorbo o una carga para tu familia es muy complicado. Con el tema de
Alzheimer y muchas cuestiones que a la gente le vuelve un poco delicada, los tratos que se deberían dar
a estas personas deben ser especiales (Comunicación personal, noviembre, 2015).
Estos testimonios dan cuenta de que la tercera edad es una etapa en la que los procesos físicos y
mentales no se advierten como diferentes, sino más bien como en camino al deterioro. Por tanto, el
pensar en los adultos mayores no es considerar a personas que viven otra etapa de su vida, sino que
vienen a “ser” en función de lo que han dejado de aportar o no socialmente. De tal modo, el cuerpo de
los adultos mayores viene a ser valorado atendiendo a su escaso protagonismo en la esfera de
producción de la sociedad. Cuando se advierte a un adulto mayor como “la carga”, “el centro del
cuidado”, el “receptor de un trato delicado”, el lenguaje empleado indica que su caracterización como
un ser individual se extinguió en el momento en el que no puede ser reconocido por una
que no implica ganancia social, sino más bien un retraso mediado por condiciones naturales. Es
justamente en este punto en el que el cuerpo del anciano, regresa nuevamente a su estado natural pero
esta vez de quebranto. El adulto mayor deja de ser parte de la cultura que inventa, crea y construye
para formar parte de la naturaleza que sigue un proceso vital fuera del ámbito transformador de la
vida.
entrevistados indicó que su objetivo es vivir esta etapa de la manera más activa y autónoma posible.
Eso implicaría, mantener en buen estado el ejercicio de ciertas, por no decir todas, las habilidades
físicas e intelectuales posibles. Evidentemente, esta idea no concuerda con la percepción de un adulto
mayor vulnerable y en declive. Sin embargo, el modo de concebir dicha agilidad e independencia
adquiere matices diferentes que guardan cierta relación con la idea de ser amparado o protegido en
distintos niveles. En alusión a esto María indicó que en su vejez “realmente no quisiera estar al
cuidado de mis hijos, sino en un asilo con viejitos y viejitas de mi edad, donde me permitan hacer
ejercicios, manualidades, jugar baraja y bailar” (Comunicación personal, noviembre, 2015). Esto
demuestra el modo en el que las nociones de ser activo y autónomo en la adultez mayor, mantienen
una amalgama de significados que pueden estar ligados, muchas veces, a disminuir responsabilidades
y preocupaciones a terceros que no necesariamente encuentran al cuidado del adulto mayor como una
prioridad.
Precisamente, en conexión a lo anterior, cabe mencionar que los estereotipos de “carga”, “pérdida”,
“decadencia” y “muerte” se han llegado a interiorizar con tanta firmeza que incluso el avizorar la
vejez para algunos entrevistados es un sinónimo de miedo. Por ejemplo, Sonia manifestó al respecto:
¡Uy¡ a la vejez yo le tengo un poco de miedo, con la experiencia de mi mami digo que tenemos que
prepararnos para la vejez […] yo no quisiera llegar a vivir tanto tiempo. Mis hijos son médicos y me
han contado que en los hospitales como se ve el abandono, hay muchos viejitos enfermos que están con
cáncer, los dejan ahí botados, no los ven, no los visitan sino a los 6 meses. Es una soledad terrible. Eso
yo no quiero vivir (Comunicación personal, noviembre, 2014).
De modo muy parecido, Magdalena indicó que “he pensado en la vejez por mi abuelita que ahora tiene
103 años y la tú la ves y es una persona que ya no tiene muchas de sus facultades y desde hace rato ya
no quiere vivir. Entonces si me asusta vivir mucho y aunque no estés súper grave si resultas en una
carga o en un problema para la familia (Comunicación personal, noviembre, 2015). En efecto, el temor
de estar más próximo al fin de la vida, o de percibir la soledad o la indiferencia como el futuro más
cercano de un adulto mayor, desencadena incluso una valoración de la vejez como un periodo
invivible y definitivamente tortuoso, que no se aprecia como una posibilidad que se pretenda hacer
realidad en el ciclo en la existencia. En relación a esto, se deduce entonces, que el temor instaurado al
avizorar la vejez como un futuro seguro, no solo se debe a la idea general de decadencia física y
mental, sino que dicha alteración da por sentado a los entrevistados, que se necesitará pasar a un
estado de dependencia en el que ninguna iniciativa o muestra de autonomía será legítima, porque no
corresponde a la naturalización que socialmente se ha generado con respecto a la agencia del adulto
mayor. Cuando las circunstancias de dependencia son esencializadas en una persona de edad
avanzada, se invisibilizan otras posibilidades de vivir la vejez mientras la unidad familiar se atribuye
la planificación y las iniciativas con respecto a la manera en el que se llevará a cabo la asistencia a su
familiar adulto. Así, el cuerpo anciano, para los entrevistados, adquiere una condición invariable y
sujeción y la obediencia.
En torno a estos imaginarios sobre la adultez mayor, conviene referirse ahora a las expectativas y roles
que se han construido en respuesta a esas percepciones. En el marco teórico ya había mencionado que
papel que deberían desempeñar los abuelos y abuelas en razón de su edad. En la realización del trabajo
de campo fue factible notar como esta tendencia, ha difundido la imagen de un adulto mayor genérico
que no trasciende como alguien individual, sino que es legitimado en la medida en que se ajusta a lo
que normalmente se esperaría de alguien de edad avanzada: actuar como un abuelo comprensivo,
protector y complaciente. Esta idea es sugerida por Cindy cuando señala “Mi abuelita conmigo es muy
cariñosa, y aunque tenga momentos de mal genio es lo que uno espera de una abuelita […], está
contigo, te aconseja y sobre todo te mima” (Comunicación personal, noviembre, 2015). Paralelamente,
al preguntarle a Martha cuáles son los roles que generalmente cumple un adulto mayor en la familia,
ella respondió que “si tiene nietos esa sería una manera para distraerse, sentirse útil, ayudando a la
familia, llevando a los niños al parque, sería una forma de servir a los hijos también” De forma
similar, el testimonio de Sonia materializa la idea del rol derivado de la figura del abuelo y de la
abuela que cumplió su madre: “ Mi mamá hasta los 95 años cuidó de sus nietos y bisnietos. Aunque
tenía empleada ella estaba supervisando todo, viendo que le den la papilla, le cambien el pañal, le den
todas las atenciones que requerían. Fue una persona fundamental en el cuidado de los más pequeños”
(Comunicación personal, noviembre, 2015). Estas posiciones permiten ahondar en el modo en el que
se establecen y entienden las relaciones intergeneracionales. Dentro de una familia el adulto mayor no
ejerce una forma de enunciación propia, según sus aspiraciones, requerimientos y destrezas. La familia
reproduce y valida instrumentalmente su función como abuelo o abuela, cuya estimación dependerá de
Adicionalmente a la noción de un adulto mayor que se desenvuelve como abuelo y abuela, surge
además su apreciación como el centro unificador de la familia. Esta idea, en general, fue una constante
en los testimonios de los entrevistados. Sin importar que, según el criterio de cada uno, su familia sea
clasificada como “muy unida” o “un poco distante”, es la figura del adulto mayor la que representa el
punto en el cual todos los integrantes se cohesionan frecuentemente. En alusión a esto, Magdalena
expresó:
Yo creo que la expectativa que tenemos de mis papis es que sean el centro a partir del cual giramos
todos. Yo tengo una buena relación con mi hermana, pero no tanto con mis hermanos. Y el hecho de
que siempre nos estamos viendo, siempre pasa porque mis papis lo propician. Incluso su casa siempre
ha sido un espacio al que todos vamos (Comunicación personal, noviembre, 2015)
En referencia a este punto cable aclarar que esta visión del adulto mayor como líder de la familia
resulta relativa de muchas maneras. En ocasiones estos espacios de cohesión se efectúan porque la
agencia del adulto mayor es la precursora. En otros casos será la iniciativa de la familia proponer un
espacio de encuentro a fin de acompañar, visitar o alimentar el ánimo del familiar de avanzada edad.
No obstante, también se deben advertir aquellas situaciones en las que la asimilación profunda de los
cuerpos de los adultos mayores como desechables y en declive, inhibirá su propia agencia para generar
momentos de cohesión familiar, o reducirá la trascendencia ofrecida a estas iniciativas por parte de su
familia. Por ejemplo, el caso de la abuela de Paúl ilustra claramente la forma en la que la diversidad de
condiciones en las que se llega a la vejez puede alterar completamente la imagen de centralidad
otorgada a la figura de los adultos mayores: “La abuelita es como un niño bien complicado, para que
no se escape le ponemos seguro a la puerta o le distraemos. Debemos actuar con firmeza buscando la
manera en la que se sienta más cómoda […] Por eso su cuidado ha generado muchas disputas y a
veces se vuelve una carga por todas las tensiones” (Comunicación personal, noviembre, 2015).
De modo que, es importante en este contexto sugerir una mirada crítica a la figura de centralidad,
liderazgo y cohesión con la que se ha descrito a los adultos mayores. Muchas veces, al perpetuar su
representación como una fuente de sabiduría, experiencia y afecto hacia los que le rodean, como el
horizonte máximo al que se debería alcanzar en la adultez mayor, se está reproduciendo una serie de
estereotipos que disimulan las nociones adversas y esencialistas que se han implantado en los cuerpos
de las personas de edad avanzada. Justamente, el cuerpo de los adultos mayores ha sido feminizado
para dos propósitos en concreto. El primero es encontrar vías útiles que permitan restar trascendencia a
sus funciones sociales y económicas en la medida que son naturalizadas como pasivas. Y el segundo
es disciplinar los comportamientos para la interiorización de las tareas que la familia supone como las
Hablar de calidad de vida durante la vejez no solo tiene que ver con las categorías construidas
socialmente alrededor de la adultez mayor, sino también con los marcadores diferenciales, visibles o
no, que contextualizan su estilo de vida . Las luces arrojadas por esta etnografía facilitan percibir a la
vejez, tal cual se señaló en el apartado teórico: como una fase del ciclo de vida que no sucede aislada
de los anteriores, sino que es el producto de las decisiones, ámbitos y situaciones que se han tenido
que sobrellevar y enfrentar en el pasado. En consecuencia, en esta sección analizaré a las historias de
vida, a la clase social y a la salud como los marcadores claves que dan un sentido a toda esa existencia
En primer lugar, cuando aludo a una historia de vida, estoy apuntando a todo el contexto anterior de
una persona hasta llegar a un estado visto como referente o actual. Se debe aclarar, sin embargo que en
esplendor, una serie de acontecimientos que forjan la forma de actuar y responder de un adulto mayor.
Por ejemplo, cuando pienso en mi abuela y en lo difícil que ha sido interpretar su comportamiento,
debo considerar también, cómo su pasado está íntimamente involucrado con sus motivaciones
actuales. No se puede negar que los momentos en los que ella ha buscado escaparse de mi casa,
abriendo la puerta para encontrar el camino que la lleve a la suya; han sido situaciones realmente
desesperantes, que nos han llevado incluso a demostrar dureza y enojo con ella. Como a muchas
personas que sufren demencia senil, una táctica que hemos implementado en la familia, es recurrir al
engaño o “la idea de seguir la corriente” a las aparentes sinrazones para que posteriormente se
reduzcan al olvido.
En el caso de mi abuela, el que ella insista constantemente que debe volver a su casa, no es un
producto arbitrario de su demencia, sino que alude a un pasado significativo que resumo en el
Frente a todo esto, debo resaltar que hacer alusión a la historia de vida de un adulto mayor busca
integrar por tanto, como sucede con mi abuela, un pasado que parecería insociable, a las causas que
podrían originar ciertas actitudes a veces incomprensibles. Es por eso que, si mi abuela hubiera vivido
toda su vida con mi familia en Quito, hoy mi casa no se convertiría en este espacio ajeno del que
siempre quiere huir y al que tenemos que asegurar con candados para evitar cualquier percance. En tal
abuela, sería más fácil controlar la paciencia y los niveles de enfado cuando se presentan episodios
como los descritos con antelación. La intención es utilizar alternativas que vayan en congruencia con
las aspiraciones e intereses de todos, y que corresponden a los vínculos de responsabilidad mutua que
En segundo lugar, para analizar la clase social como un marcador diferencial, es imperioso vincularla
con sus implicaciones sobre el tercer marcador; la salud. El entrevistar a personas de clase social
media-media alta, me permitió observar el grado de interseccionalidad de todos los factores que
intervienen cuando la salud de un adulto mayor no está solo mediada por su estilo de vida anterior,
sino también por los recursos económicos que la garantizan, y sobre todo por la manera en la que los
Todos los entrevistados coincidieron en que sus familiares adultos tuvieron o tienen un estado de salud
agravado por una enfermedad o por un accidente. La mayoría de estos adultos mayores recurrieron a
un servicio de salud público o privado, costeado por seguros médicos particulares, por la pensión del
seguro social, por el bono de desarrollo humano o por el seguro de las Fuerzas Armadas. De estas
formas de costear los gastos médicos hospitalarios, los que tienen que ver con servicios o beneficios
públicos, demuestran que sus beneficiarios, relativamente, no tienen inconvenientes en solventar estos
costos y garantizar por tanto la atención médica permanente. Este servicio de salud pública, no
incluye, los gastos de algún tratamiento y/o operación que requiere de equipos o especialistas no
disponibles. En este caso, como en el de los adultos mayores que acuden siempre a servicios privados,
son los hijos los responsables directos de asumir ese coste. Lo que ellos hacen con regularidad es
De manera similar, cuando el adulto mayor no tiene una fuente independiente de ingreso permanente
son los hijos quienes asumen el gasto de su manutención, aportando una cantidad fija mensualmente.
También sucede que esta fuente de ingresos puede existir, pero es un hijo a quien se le ha delegado o
ha asumido, la labor de administrar esas finanzas. En el trabajo de campo resultó curioso notar cómo
los recursos económicos pueden marcar una gran distinción entre los niveles de calidad de vida del
adulto mayor. Por un lado Sonia en su testimonio me comentó que su mamá, Celia de 86 años sufre
de fibrosis pulmonar. Para su cuidado los 13 hermanos de Sonia invierten $300 dólares mensuales
para cubrir: médicos a domicilio, dos empleadas domésticas, vitaminas, medicamentos, oxígeno,
radiografías y electrocardiogramas mensuales. Paralelamente, a lo largo del tiempo todos han invertido
en un colchón para facilitar la respiración, almohadones para evitar caídas desde la cama, la
construcción de un baño dentro de la habitación de Celia, y una cámara instalada en ese mismo
espacio para vigilar su respiración cuando duerme. Como se ha evidenciado, la ventajosa situación
económica de la familia de Celia, sumado al hecho de la atención constante de sus hijos, nietos y
bisnietos, según lo afirmado por Sonia, han facilitado en gran medida que la fibrosis pulmonar que la
En cambio, los adultos mayores que van acompañados de algún integrante de la su familia (que por lo
general son sus hijos o su pareja) al centro de atención hospitalaria del seguro social IESS, ubicado en
el barrio Batán de Quito, dan cuenta de un contexto totalmente diferente. Según las conclusiones de
los momentos de observación participante que realicé en este lugar, no se puede afirmar
categóricamente que reciben una atención deficiente, pero el proceso en general para recuperarse de
una afección física puede implicar meses, si no es considerada grave. Así, todo el esfuerzo que implica
el traslado, muchas veces en transportes no funcionales para alguna condición de salud, el tiempo de
espera, las filas para acceder a la farmacia, la falta de información clara, etc.; conforman la serie de
trámites previos y posteriores a la atención médica que un adulto mayor afiliado al seguro social debe
soportar. Este largo y complejo procedimiento, difícilmente puede compararse con el nivel de
comodidad ofrecido por todos los implementos y asesorías médicas financiados por una familia con
Por otro lado, es necesario considerar además lo que sucede cuando la familia administra el dinero
que pertenece al familiar, financiando con él los gastos que respectan a su cuidado y requerimientos
cuán “transparente” y leal sea la gestión de ese dinero. El adulto mayor, en muchos de los casos,
sentirá que se le añade cierto tipo de independencia porque finalmente sus necesidades se cubren con
sus propios recursos. No obstante, como Cristina relata a continuación, esta forma de manejar las
De acuerdo a esto, es pertinente destacar que, si bien la clase social es un marcador importante de la
calidad de vida, o del tipo de vejez que puede mantener una persona adulta; no representa un
determinante absoluto que definirá invariablemente la medida en la que una persona de edad
avanzada, puede o no, vivir una vejez con mayores comodidades y beneficios. Las motivaciones y la
forma de organización de las familias es un factor importante que delimitará cómo se invierten sus
propios recursos en los requerimientos de su adulto mayor. Igualmente, a pesar de que el familiar
adulto disponga de fondos considerables para invertirlos en su propia vejez; cuando este dinero no es
administrado de forma adecuada por su familia, el nivel económico dejar de ser un impulsador inicial
Sin embargo, cuando se trata de adultos mayores que gestionan sus propias finanzas la situación se
transforma en gran medida. Tres personas del total de los entrevistados, mencionaron que su familiar
adulto administra sus propias cuentas. Justamente, dos de ellos se desempeñan en alguna actividad
laboral, y la tercera ofrece un servicio. Los ingresos de todos son manejados por ellos mismos de
forma independiente. Esto les ha permitido originar otro tipo de agencia con respecto a la satisfacción
de sus propias necesidades, incluida la salud. Priscila ilustra esta situación de la siguiente manera:
Mi abuelo, el que está montando un hotel en Mindo, hace unos años atrás estaba sumamente gordito. Al
parecer era una situación que poco o nada le importaba. Pero cuando comenzó a sentir los efectos de su
obesidad, el voluntariamente y solito tomó la iniciativa de cambiar su dieta y de acudir a un especialista.
Luego de mucha perseverancia logró bajar muchas libras y hoy es un hombre sano (Comunicación
personal, noviembre, 2015).
De tal manera, al pensar en la relación inmediata entre clase social y salud, se debe tomar en cuenta
que su equivalencia no es proporcional. Es decir, es un error pensar que si mejora la clase social,
automáticamente mejorará la salud del adulto mayor. Esto, debido a que el estado de salud del familiar
adulto estará mediado además, por su historial físico anterior, su propia agencia para la gestión de sus
tome decisiones sobre sus recursos, o si invierten su propio dinero en las necesidades del adulto
mayor.
también importante pensar en la manera en la que las familias cubren o soportan las necesidades o
afectivas o emocionales del adulto mayor. En general, todos los entrevistados incluyeron de muchas
formas en sus testimonios, evidencias de que el cuidado ofrecido a sus familiares adultos involucra
plasmar una serie distinta de afectos y/o sentimientos. Sin embargo, solamente dos entrevistadas se
refirieron específicamente a estos elementos como “la manifestación de actos de amor hacia el adulto
mayor” Una de ellas, María Cristina, se refirió al respecto: “Mi mamá sufre demencia senil y ya no
me reconoce. Eso en realidad no me afecta, porque sé que ella reconoce el amor que yo le doy.
Cuando dormimos juntas y me abraza, yo sé que identifica en mí el amor profundo que le tengo”
(Comunicación personal, noviembre, 2015). En una línea más o menos parecida, Eduardo comentó:
“nosotros siempre hemos acompañado a mi papá y tratamos por lo general de no dejarle solo. Por eso
es importante el acompañamiento, el estar con mi papasito y compartir con él, porque así él también se
entrevistados, traslucen un nivel de cercanía y cooperación muy profundas que aliviana y atenúa el
peso de las responsabilidades en el cuidado. Este aspecto, en torno a la trascendencia de los afectos es
señalado en el marco teórico, como un punto clave, para entender a la familia en tanto espacio en el
que los adultos mayores buscan sostenerse de varias maneras: emocional, social e económicamente.
Esto promueve así, un intercambio fluido de afectos que finalmente contribuyen a un tipo de bienestar
subjetivo que es igual de importante que el bienestar más visible y objetivo. No obstante, aquí
conviene aclarar que el proporcionar bienestar subjetivo al adulto mayor dentro de las redes familiares,
ya sea a través de acompañamiento continuo o expresiones simbólicas de afecto, representa una labor
altamente compleja y mucho más difícil de provocar, que el bienestar objetivo proporcionado por un
familiares que ahora son adultos mayores, tienen una conexión directa con los antecedentes que
envuelven, sobre todo, a los comportamientos y actitudes ejercidas por el adulto mayor en el pasado.
Este punto no tiene que ver con el encuentro de distintas maneras de ver al mundo, sino más bien con
la forma en la que el adulto de edad avanzada “se ganó o no”, en un tiempo anterior, la predisposición,
gratitud y generosidad de los que ahora le rodean. Esta idea la sugirieron Mayra y Paúl, en un grupo
Paúl: Si uno es una persona terrible con todos, después llega a ser la carga. O sea la abuelita si es la
carga, pero no digo que sea por eso.
Mayra: Pero la abuelita, no se ganó tanto el cariño o la consideración como para decir yo me voy a
sacrificar por mi abuelita. Unas veces se portaba mal con unos, otras veces bien con otros.
Paúl: Es cierto, yo de la abuelita no tengo recuerdos agradables que me lleven a recordarla con ternura,
por ejemplo (Comunicación personal, noviembre, 2015).
Aunque este modo de comprender las relaciones intergeneracionales está sostenido, aparentemente, en
intercambios recíprocos de cariño; su práctica habitual en los entornos familiares, demuestra al mismo
tiempo, un tipo de auto-interés en los incentivos que llevan o no a los integrantes de una familia a
cuidar de su adulto mayor. Con esto no quiero decir que los integrantes de una unidad familiar que
guardan algún tipo de recuerdo negativo o resentimiento con su familiar adulto, se nieguen totalmente
situaciones parecidas, este tipo de miembros si proveen atención al adulto de edad avanzada; sin
embargo, su aporte dependerá de las motivaciones personales para que dicho cuidado se produzca en
términos favorables para el adulto mayor. Por ejemplo, a pesar de que los testimonios de Mayra y
Paúl aparentarían una visión inflexible hacia su abuela, en la práctica (de la que he podido ser parte a
través de observación participante), la actitud emanada hacia ella, es sumamente afectuosa y amigable.
Esto lo pude evidenciar en una reunión de la familia de Paúl. Mientras todos estaban sentados en el
comedor divirtiéndose con un juego de mesa, su abuela Esther quería salir a caminar al parque. Como
su pedido interrumpía el juego, nadie hizo mayor esfuerzo para acompañarle. De pronto Paúl
abandonó la partida, tomó a su abuela del brazo y salió con ella en dirección al parque. Volvió luego
de 45 min, después de hacer una corta trayectoria marcada por el ritmo pausado de Esther. Como lo
demuestra esta transcripción de mi diario de campo, más allá de las percepciones duras de Paúl sobre
su tensa relación con Esther, el momento en el que decidió salir con ella, el negoció su auto-interés
con el deseo manifestado su abuela. Así, la distancia entre su imaginario de una abuela ideal y la
existencia de Esther se mantiene dentro de ese espacio invariable, que no afecta sus propios incentivos
4.4 Cuando las mujeres “son más aparentes” para la atención del adulto mayor
Ahondar en el tema de quién cuida al adulto mayor requiere profundizar, en primera instancia, en las
luces otorgadas por la realidad social. Según Valderrama (2006), principalmente, en los contextos
industriales y urbanos, se ha pasado durante algo más de tres generaciones en una organización
diferencial del trabajo realizado por mujeres y hombres. Así, mientras el trabajo masculino se
desarrollaba principalmente fuera del hogar y con una orientación hacia la provisión de recursos
ancianos y enfermos. En esta línea, el trabajo femenino, a diferencia del masculino, se ha efectuado sin
horarios y sin reconocimiento económico (Valderrama, 2006). No obstante, a partir de la década de los
60 del pasado siglo, se comenzó a generar una progresiva incorporación de las mujeres al trabajo
asalariado o la esfera pública que les pertenecía solamente a cuerpos masculinos (Valderrama, 2006).
Sin embargo, este hecho no ha incidido, por sí mismo, en la redistribución del trabajo doméstico (en
tanto que trabajo no remunerado). La naturalización “privada y reproductora” del cuerpo femenino lo
todo aquel que se considere como dependiente en las unidades familiares; la tarea será asumida
primero por madres, hijas, hermanas, tías o abuelas, antes que sus contrarios masculinos.
Asimismo, volteando la mirada al cuidado familiar de un adulto mayor, es sencillo percatarse de que
son las mujeres las que asumen ciertos papeles fundamentales para atender al familiar de edad
avanzada. Efectivamente, este fue uno de los aspectos más sobresalientes de los datos interpretados
durante el trabajo etnográfico. A través de los testimonios se detectó que, a pesar de que las familias
estén conformadas por una diversidad genérica, la constante estructura social ha facultado a hombres y
para atender las necesidades del adulto mayor. Esto no significa que todas las mujeres se dedican
eso, las mujeres aparecen con roles diversos que incluyen actividades en ambas esferas sociales:
pública y privada. Sin embargo, las actividades que realizan en relación exclusiva al cuidado de su
familiar adulto, son las que están cargadas de un tipo de estructura patriarcal altamente machista. Una
muestra de ello es el denominador común en todos los testimonios de los entrevistados: siempre es una
hija la que vive cerca o con el adulto de edad avanzada. Muchos entrevistados perciben la situación
como una coincidencia que finalmente es beneficiosa para todos, porque es esta hija quien vela por su
madre o padre adulto de manera permanente. Sobre ella recaen los esfuerzos inmediatos para superar
pesar que se insista en que la participación integral de toda la familia, son estas hijas las que
A la par, cuando los hijos y nietos de un adulto mayor establecen los criterios para los roles que cada
uno tendrá en el cuidado, actividades como preparar la comida, comprar los medicamentos, acompañar
al doctor, etc. son ejecutadas generalmente por hombres y mujeres sin inconvenientes. Al parecer, se
trata de situaciones más bien cotidianas que no implican mayores desafíos. Incluso el cocinar puede no
causar mayor conflicto. Sin embargo, cuando se tienen que delegar actividades como: cambiar
pañales, asistir al adulto en el baño o en la ducha, cambiarle de ropa, etc. se despliegan una serie de
tensiones que finalmente desembocan en un resultado absolutamente esperado: son las hijas, las nietas
o incluso las nueras quienes “por tratarse de cuestiones más íntimas”, están o deberían estar más
Todos los hijos, de una u otra manera estamos pendientes. Participamos en el cuidado de ella. Tenemos
un hermano mayor que de alguna manera si colabora […] Somos tres mujeres y un hombre, y las
funciones están distribuidas según nuestra disponibilidad. Yo personalmente no he pensado en la opción
de que mi hermano le cambie de pañal o le haga la comida. Pienso que esa labor es de una mujer.
Incluso hay más confianza. Hay ese acercamiento más entre madre e hija. (Comunicación personal,
noviembre, 2015).
Como se puede apreciar, Martha distingue entre las labores propias de mujeres y propias de hombres.
Cambiar el pañal o preparar la comida, no corresponde la división binaria que ella ha interiorizado
atendiendo a los patrones culturales que la rodea. En ese sentido, se debe reflexionar acerca de la idea
de “sacrificio” que por lo general se la concibe asociada al rol idealizado de la mujer en torno al
cuidado. Esta especie de Virgen María que se entrega por completo, que perdona y que ampara sin
distinción es la construcción añadida a la figura de la mujer que cuida. Las experiencias analizadas en
este trabajo sugieren más bien, un tipo de feminización del cuidado, en el que no se cambia pañales al
adulto mayor, por abnegación sino más bien porque se considera al cuerpo femenino como el más
propicio para dicha actividad. Un cuerpo masculino simplemente no es una opción admisible para
pensar en el cuidado, porque no es el más apto para ciertas actividades que han sido sexuadas.
Atendiendo a lo anterior, los testimonios obtenidos en el trabajo de campo también dan una visión
concreta sobre los roles de hombres al hablar de cuidado. Las familias de los entrevistados han sido
muy diversas en general. En todas hay hijos y nietos de adultos mayores que varían entre hombres y
mujeres. Los hombres efectúan las actividades que tienen que ver con lo público en todo sentido:
acompañar al adulto mayor en la calle, comprar medicina, conducir al médico, posiblemente cocinar y
de preferencia en reuniones al exterior de la casa, etc., o en su defecto colaboran con su parte mensual
ejemplo:
Cuando hospitalizaron a mi papá, mi mamá tenía un viaje ya reservado para Estados Unidos. Nosotros
le insistamos para que se vaya porque realmente estaba agotada después de todo el proceso en el
hospital. Entonces nos quedamos a cargo de mi papi mis hermanos y yo. Yo diría más bien más a cargo
mi hermana y yo. Porque obviamente había que quedarse en la noche y nosotros estábamos trabajando y
todo. Y me acuerdo que estábamos en un café planificando cómo íbamos a hacer. Mi hermana y yo
decíamos: tal día usted, tal día usted. Luego le preguntamos a mi hermano [aunque ya sabíamos que no
se iba a quedar], ¿Andrés tu cuando te vas a quedar? Y mi cuñada dice: no le digas nada al Andrés
porque él trabaja. Yo realmente me indigné. (Comunicación personal, noviembre, 2015).
En definitiva, es posible afirmar que en torno al cuidado del adulto mayor, las relaciones jerarquizadas
división social y también jerárquica del trabajo. Contrario a esto, dicha ordenación de roles de género
debe ser vista como una estrategia sumamente instrumental para reproducir en todos los niveles
posibles, posicionamientos machistas que establecen las limitaciones para la distribución de tareas que
incumben al cuidado del adulto mayor. En un ámbito en el que las relaciones entre los miembros están
fuertemente marcadas por el afecto, el hecho de asumir o no las tareas del cuidado entra en resonancia
con lo que se pude considerar como un “compromiso moral” socialmente determinado. En palabras de
Valderrama (2006) este es un “<<compromiso implícito>> que la sociedad deposita en las mujeres
para que las asuman” (pág. 7). En virtud de ello, es imposible separar de esta responsabilidad a la
posible sanción afectiva o social que podría generarse en el caso de que el compromiso impuesto no se
asuma o se lleve a cabo de una forma contraria a la estipulada por la unidad familiar, sin tomar en
cuenta para esto las causas implicadas. “Esto plantea interrogantes sobre su hipotética voluntariedad
respecto de la asunción de esta tarea” (Valderrama, 2006, pág. 7).
En la misma línea, aunque se puede pensar en el trabajo como uno de los mayores limitantes para
prestar cuidado, es la sexualización del cuidado la herramienta que aparte de introducir fronteras entre
sostenidas por reglas sexistas antes que por distinciones más individuales y humanas. Los cuerpos
femeninos en estas circunstancias se ven predispuestos a ser neutros y pacientes en una labor en la que
se movilizan una serie de afectos positivos o negativos que desencadenan el cuidado de un familiar.
Así, la obligación femenina subsumida al cuidado del adulto mayor se ve mediada por una carga
histórica que enmascara en la idea de “mayores capacidades o aptitudes de las mujeres para ciertas
tareas más íntimas”; una sutil imposición familiar y social. Los cuidados familiares se convierten, de
invisible.
5. Reflexiones finales
desigual, han facultado dos aspectos centrales: la validación del rol que se les ha asignado a los adultos
de esto, recordando el horizonte central con el que se inició esta investigación: reconocer a las
unidades familiares como agentes que procuran o se inhiben, de llevar a cabo acciones a favor o no
de los adultos mayores; sostenidas en las implicaciones y alcances del imaginario social que han
construido sobre la vejez, es factible sugerir que a pesar de que conscientemente las personas admitan
que los adultos mayores conforman un grupo heterogéneo que se diferencia según las circunstancias
en las que se llega a la vejez; el imaginario social de inactividad, dependencia y pasividad vinculado al
única cuyo papel en la unidad familiar ya está dado en función del término de su etapa productiva.
En torno a lo anterior, el cuerpo de los adultos mayores ha sido definido a partir de no ser económica,
social ni políticamente activo. Dicha conexión ha servido entonces como una justificación para
naturalizar al adulto de edad avanzada en su rol de abuelo y abuela, cuyo dominio y superación es
retribuido con el reconocimiento social de la unidad familiar. Esta condición se produce en detrimento
de la agencia individual de las personas mayores, que son inadvertidas como seres independientes que
llegan a la vejez en una diversidad de contextos, las cuales delimitarán la forma en la que perciban
esta etapa.
Consecuentemente, cuando los miembros de la unidad familiar pretenden materializar los estereotipos
que recaen sobre los adultos mayores, se deslegitima la apreciación de la vida a través de una
perspectiva cíclica que conduce a estimar los cuerpos que llegan a la vejez en su compleja
multiplicidad, resultante de las diferencias en sus condiciones e historias particulares. Debido a eso, el
anteponer las cualidades esenciales relacionadas socialmente al envejecimiento sobre las personas de
diversas índoles que influyen en el modo en el cual se llevan a cabo ciertas acciones para atender las
necesidades del adulto mayor. Esto no significa dejar de pensar en las personas adultas como un grupo
que comparte estados y requerimientos propios de su edad, sino que implica también redefinir las
tradicionales nociones de cuidado en las que han tenido gran influencia las expectativas encarnadas en
los adultos mayores. La negociación, en este sentido, de las motivaciones que encausan las decisiones
que deben tomar los integrantes de una familia en relación al cuidado de su familiar adulto estarían
destinadas, más allá de prolongar la vida hasta su límite máximo; a sostener una etapa de la existencia
que plantea retos diferentes y que debería ser ubicada por tanto en ese eslabón distinto a los otros, que
no se retrasa en el tiempo, sino que continua llevando por delante una serie de desafiantes
distribución de roles de género han establecido que la responsabilidad de los cuidados del adulto
mayor haya recaído y continúe recayendo, de manera mayoritaria en las mujeres. Particularmente, esta
cuidadoras. En este marco se debe tomar en cuenta que la feminización de las tareas del cuidado
provoca un círculo vicioso que repercutirá negativamente en las mujeres que han brindado cuidado,
cuando alcancen una edad en la que ellas sean las que necesiten atenciones. En muchas ocasiones estas
nos dispondrán del apoyo informal de sus parientes masculinos más cercanos. Serán quizás sus propias
hijas, hermanas o nietas quienes se harán cargo de ellas y repetirán su rol. Adicionalmente, varias
mujeres tampoco podrán disponer de herramientas institucionales óptimas debido a que, al no haber
contado con un trabajo remunerado permanente, justamente por el tiempo dedicado a las labores del
cuidado, las pensiones sociales serán muy reducidas. Este contexto, por tanto permite re-pensar en la
feminización del cuidado del adulto mayor como un fenómeno que repercute, en distintos grados,
sobre las concepciones y prácticas en las relaciones intergeneracionales y en los ideales de la unidad
familiar acerca de “lo más conveniente” y “el/la más competente” para ejercer el rol de cuidadxr.
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Lista de entrevistados
Grupo focal:
Guía de entrevista
7.- ¿Usted cumple funciones específicas en el cuidado del familiar adulto? ¿Cuáles son?
8.- ¿En su familia, qué personas están dispuestas a participar en el cuidado del adulto mayor? ¿Cuáles
son las razones que predominan para tomar esa decisión?
9.- ¿Existen limitaciones entre cada miembro de la familia para la prestación de la ayuda? ¿Cuáles por
ejemplo?
10.- ¿En base a qué criterios se distribuyen las tareas que serán llevadas a cabo para la protección del
adulto mayor? ¿Cuáles son estas tareas?
11.- ¿Cómo se han modificado los escenarios de la casa para el cuidado del familiar adulto? (Por
ejemplo, una habitación propia, colocación de asideros, barandillas, etc.)
12.- ¿Existen maneras para afrontar los gastos adicionales que implican el cuidado y atención del
familiar adulto? ¿Cómo se ha organizado la familia al respecto?
13.- ¿Cuál es la relación que se mantiene con los profesionales de la salud (médicos y enfermeras) y
de los servicios sociales sobre las dudas, asesoramiento y apoyo para el cuidado del familiar adulto?
14.- ¿Han existido momentos de tensión e impaciencia cuando se trata de llevar a cabo una tarea para
cuidar al adulto mayor? ¿Cómo se logran resolver o superar?