Está en la página 1de 22

LEIVA FERNÁNDEZ – TRATADO DE LOS CONTRATOS – T.

II

§ 69. Principios generales de interpretación

CAPÍTULO XIV - LA INTERPRETACIÓN DE LOS CONTRATOS Y DE SUS


CLÁUSULAS(1)

§ 69. PRINCIPIOS GENERALES DE INTERPRETACIÓN

578. La tarea de interpretar

La tarea de interpretar una norma, sea general como la ley o particular como un contrato,
implica asumir que su contenido o alcance no es claro, sea por ambigüedad al admitir significados
diferentes, sea por vaguedad ante la falta de precisión. Frente a cualquiera de ambas deficiencias
procede interpretar.

Sin embargo, la mera acción de establecer que en una norma —general o particular— no
concurre ni ambigüedad ni vaguedad, ni antinomia, ya significa haberla analizado(2).

Es decir que en realidad se las interpreta incluso para concluir que no debe interpretarse(3).

Interpretar no es un paso necesario en la vida del contrato pues sólo resulta requerible si las
partes después de celebrado difieren en su contenido o alcance(4).

Vincenzo ROPPO afirma que "La razón de la interpretación —su necesidad— está,
primeramente, en el hecho de que los signos usados por los contratantes (principalmente sus palabras,
pronunciadas o escritas) pueden ser oscuros o ambiguos: pueden no expresar ningún significado
inmediatamente percibible; o expresar dos o más significados posibles, diversos entre sí (expresiones
polisémicas); hasta el extremo de la antinomia, cuando una proposición del texto expresa un
significado y otra expresa un significado opuesto o incompatible. Pero el contrato debe tener un
significado, y puede tener uno solo —el correcto significado—.

Encontrar el correcto significado del contrato es el fin de la interpretación"(5).

En definitiva "Interpretar un contrato es determinar el auténtico significado de la voluntad


declarada por las partes. En otros términos: consiste en establecer, mediante un proceso de
comprensión, cuál es el alcance, el sentido, del consentimiento contractual"(6).

579. A quién se dirigen las normas sobre interpretación

Expresa MESSINEO "Ante todo es el caso de preguntarse a quién van dirigidas las normas
sobre la interpretación del contrato o, en otras palabras, quien es su destinatario... La mayoría sostiene
que el destinatario de tales normas es el juez, ya que en última instancia corresponde al juez decidir
acerca del alcance de la voluntad contractual. Y no hay duda sobre el hecho de que, en definitiva, la
última palabra corresponde al juez. Pero eso no puede bastar para concluir que el juez sea el exclusivo
destinatario de las normas sobre la interpretación del contrato.
"En cambio, ése es precisamente el sentido de la tesis enunciada; porque si, por el contrario,
sus sostenedores quisiesen expresar con ella el concepto de que también el juez es destinatario de las
normas en cuestión, no dirían nada que fuese particular a las normas de interpretación del contrato; y
un problema específico de los destinatarios de dichas normas sería absolutamente inexistente.

"Ahora bien, ésta es precisamente la solución que ha de darse.

"Las normas en general tienen como destinatarios a los que estén, y siempre a ellos, obligados
a observarlas. La tesis general contraria, según la que todas las normas o algunas de ellas estarían
dirigidas al juez ya ha perdido apoyo y con razón. Basta pensar en la circunstancia de que la norma ha
sido establecida, sobre todo, para ser observada, para advertir que carece de fundamento una opinión
distinta: extraño sería que las normas se dirigiesen a los (jueces) que deben reprimir los casos de
inobservancia y no a los que están obligados a respetarlas"(7).Los principios y reglas de interpretación
se dirigen, entonces, en primer término a las partes, y en segundo y último lugar al juez a quien el
legislador no brinda "meros consejos, sino que establece reglas imperativas, de contenido material,
que se deben obedecer bajo pena de incurrir el juzgador en violación de la ley"(8).

Tampoco existe obstáculo alguno para que las mismas partes contratantes, ante un punto
obscuro del contrato sometan la diferencia a la decisión de un árbitro en los términos del art. 1649 del
Código Civil y Comercial de la Nación(9).

580. La interpretación de los contratos y la interpretación de la ley

Ambas son normas jurídicas, una general —sea ley en sentido formal o en sentido material—
y la otra particular restringida a las partes y sus sucesores(10). A ello debe añadirse, también, como
objeto de interpretación a los actos jurídicos que no son contratos, sean unilaterales, sean bilaterales y
estos últimos sean contratos o meras convenciones. Los actos unilaterales también son normas
individuales que importan sujetar a su autor a determinada normativa general, v.gr. otorgar un
testamento implica querer sujetarse a las reglas del derecho testamentario, reconocer un hijo importa
sujetar a su autor a las reglas de filiación, etc.

De modo que hay una relación entre la ley y los contratos (norma general y norma particular),
y los actos jurídicos y los contratos (acto jurídico y acto jurídico bilateral, patrimonial, etc.).

La función del proceso interpretativo es análoga(11). Pero, aunque la necesidad es la


misma(12), clarificar su contenido, las reglas de interpretación son diferentes(13) porque los fines
difieren. Mientras la ley responde a un interés público, inherente a la comunidad, los actos jurídicos y
los contratos sólo atañen a un interés particular.

Además que —como sostiene STOLFI— a diferencia de la interpretación de la ley, la del


contrato no admite analogía(14).

De la misma manera con la ley debe cubrir todos los supuestos en razón de su obligatoriedad,
allí donde no lo haga puede asumirse que hay una laguna en la ley (no del derecho ya que existen
otras fuentes), lo que no ocurre en materia contractual ya que en una situación prevista debe
entenderse que las partes no quisieron vincularse(15).

Es que "mientras la interpretación de la norma, en cuanto se limita a eliminar dudas o


ambigüedades, es una interpretación esencialmente objetiva, la interpretación del contrato exige
además reconstruir el precepto más allá de sus términos, aclarando cuál es la voluntad concreta de las
partes, razón por la cual es una interpretación objetiva y subjetiva a la vez"(16).
Por eso no pueden sin más aplicarse las reglas de la interpretación de los contratos a la
interpretación de la ley, ni viceversa. "La diferencia fundamental es que, en la ley dado el modo de ser
del precepto que constituye su objeto hay que interpretar la regla en manera abstracta, pues se agota
en la fórmula escogida y se considera objetivado en ella, mientras que en el contrato debe
desentrañarse la voluntad concreta de los contratantes. Es también importante el ámbito de vigencia,
que es general en la ley y particular en los contratos, y el sujeto que emite la ley que es normalmente
un órgano del Estado (o facultado por éste a través de una delegación) que dota a la norma de su
carácter objetivo, general, emanante de la soberanía y por tanto, con imperium. En el contrato, por el
contrario, son las partes los que lo adecuan a sus particulares necesidades, sin pretensiones (al menos
inicialmente) de extenderse a terceros, y ciertamente nunca con la posibilidad de obligar de manera
abstracta a una generalidad de personas(17).

No deja de ser interesante que los actos administrativos que se requieren cumplir para que
exista una ley, o un decreto, también son actos jurídicos y se encuentran sometidos en orden a su
validez a las reglas de los actos jurídicos respecto a sus elementos básicos, v.gr. la voluntad
conformada por la concurrencia de discernimiento, intención y libertad. Prueba de ello es que en
algún momento hubo que desentrañar si un decreto era válido o nulo(18) y que una ley sancionada y
promulgada se concluyó invalidando por un defecto de la voluntad por aplicación de las reglas de los
actos jurídicos(19). Todo, sin perjuicio de aplicar —además— las reglas propias de la Constitución
Nacional.

Queda establecido, entonces, que interpretar una ley, un acto jurídico o un contrato implica
recurrir a un procedimiento similar. Pero ello no significa que las fuentes de interpretación sean las
mismas porque —como ya se señaló— las finalidades de tales normas difieren.

A la interpretación de la ley se refiere el art. 2º del Código Civil y Comercial de la Nación que
expresa: "Interpretación. La ley debe ser interpretada teniendo en cuenta sus palabras, sus finalidades,
las leyes análogas, las disposiciones que surgen de los tratados sobre derechos humanos, los
principios y los valores jurídicos, de modo coherente con todo el ordenamiento".

Es lógico que no se recurra a interpretar la ley acudiendo a la voluntad del legislador. No sólo
porque conduce a una solución anquilosada en el tiempo, estática, que cual retrato de Dorian GREY
nunca envejece, sino porque —en realidad—, no existe tal voluntad del legislador.

Ese criterio sólo es aplicable a una monarquía absoluta pero no a una República menos aún a
una con un Congreso Bicameral como tiene la Argentina. En primer lugar porque cuenta tanto la
voluntad del Congreso como la del Poder Ejecutivo que es colegislador a través de la promulgación.
Incluso indagado sobre la voluntad el colegislador (Ejecutivo) ¿cuál es su voluntad cuando la
promulgación es tácita y por ende no se conoce su motivación? ¿Cuál es la voluntad del Congreso
cuando concurren diversos partidos en ambas Cámaras y por distintas motivaciones van aprobando un
proyecto de ley, incluso si el mismo partido vota diferente en ambas Cámaras?

Hay sin embargo principios aplicables tanto a la ley como a los contratos y los actos jurídicos,
v.gr. el de conservación. Si el Estado dicta una norma, o lo hacen los contratantes, en ambos casos
deben interpretarse privilegiando conservar su validez y efecto. Es en definitiva lo que hacen los
jueces al declarar la inconstitucionalidad de una ley, pues "La declaración de inconstitucionalidad, al
importar el desconocimiento de los efectos, para el caso, de una norma dictada por un poder de
jerarquía igualmente suprema, constituye un remedio de ultima ratio que debe evitarse de ser posible
mediante una interpretación del texto legal en juego compatible con la Ley Fundamental"(20).
Pero como las fuentes a las que se debe recurrir para interpretar una ley o un contrato difieren,
no es objetable que la interpretación de la ley esté regulada en forma autónoma frente a la
interpretación de los contratos; lo que no puede sostenerse respecto a la interpretación de los contratos
y la de los actos jurídicos que debieron haberse legislado en la parte de actos jurídicos(21)
distinguiendo según sean unilaterales o bilaterales, entre vivos o mortis causae, etc.; como se propuso
en el Proyecto de Código Civil de Puerto Rico(22).

581. Sistemática del Código Civil y Comercial de la Nación

Con la interpretación se busca desentrañar el verdadero alcance y sentido de las declaraciones


contractuales.

Bien que interpretación e integración han sido descriptas como un binomio en razón de que
una de ellas —la interpretación— generalmente conduce a la otra(23). El Código distingue claramente
la interpretación de la integración. LORENZETTI(24) lo explica expresando que si se trata de
determinar los derechos y las obligaciones de las partes el problema es de interpretación; en cambio,
si la disidencia es sobre el tipo de vínculo, se trata de "calificación", y si se vincula con la extensión
de obligaciones no previstas, es "integración".

"Integrar un contrato importa salvar una omisión u oscuridad en que incurrieron las partes del
contrato al formular la declaración de voluntad común. Existe una relación estrecha entre
interpretación e integración, aunque ambos conceptos son distintos. Así mientras la técnica
interpretativa trata de descifrar el sentido y alcance dado a una declaración de voluntad, la integración
busca concluir una voluntad incompleta. En este sentido debe decirse que la interpretación mira
siempre al pasado y es siempre necesaria, mientras que la integración trata sobre las consecuencias
futuras del acto jurídico y sólo aparece ante el vacío de la voluntad(25). Además, la interpretación es
siempre anterior a la integración; no se puede integrar algo que todavía no se ha comprendido"(26).

Ejemplo de integración es la regla del art. 961 del Código Civil y Comercial de la Nación(27).

En materia de contratos, se regulan separadamente los que son celebrados entre partes iguales
y los de consumo. Asimismo, se distinguen los celebrados por adhesión y los conexos.

Por lo tanto, el esquema en materia de interpretación es el siguiente: "a) Los contratos en


general deben interpretarse de buena fe (art. 961); b) los contratos celebrados por adhesión a cláusulas
generales predispuestas tienen un régimen especial (art. 987); c) los contratos paritarios tienen las
reglas generales de interpretación (arts. 1061 y ss.); d) los contratos conexos tienen una regla especial
(art. 1074); e) los contratos de consumo tienen sus propias normas (arts. 1094 y ss.)"(28).582.
Principio de buena fe lealtada) La buena fe lealtad en el derecho privado argentino

Los contratos deben interpretarse de buena fe y conforme a la intención común de las partes.
Es lo que prescribe el art. 1061(29).

La falta de normas específicas de interpretación en el derogado Código Civil—con excepción


del art. 1198 que incorporaba la "buena fe"— llevó a la necesidad de recurrir a las disposiciones de
los arts. 217 a 220 del Código de Comercio (también derogado) y respecto de los contratos de
consumo la normativa de la ley 24.240 a su art. 37.

En el Código Civil y Comercial de la Nación la buena fe se ha incorporado en materia


contractual en el art. 961, asimismo se ha anexado al ejercicio de los derechos en el art. 9º, a la par
que en materia obligacional se ha añadido el deber de obrar con cuidado, previsión y buena fe,
dispuesto en el art. 729.

A ello debe sumarse la necesidad de actuar de buena fe en las tratativas preliminares (art. 991)
y la renegociación "compulsiva" de buena fe en los contratos de larga duración (art. 1011). También
las normas específicas para las relaciones de consumo conforme los arts. 1094 y 1095.

b) El principio de buena fe en el Código Civil y Comercial

Constituye el principio que debe regir la actividad del intérprete, como pauta hermenéutica
esencial. No sin razón se han puesto a la intención común con el principio de la buena fe, este último
es el parámetro y guía para encontrar el primero.

El derecho civil distingue entre dos aplicaciones de la buena fe: la buena fe creencia propia
del error; y la buena fe lealtad, que es la que se deben mutuamente los celebrantes de un contrato. En
materia contractual el principio interpretativo refiere a la buena fe lealtad, al actuar correctamente
frente al otro contratante, sin engaños ni dobleces.

También se distingue entre buena fe subjetiva, la intención de las personas o su creencia sobre
lo que actúan, y objetiva que es el parámetro con el que se juzga la conducta del sujeto para verificar
si adecua su acción a lo recto y honesto, es decir es una regla de valoración(30).

Hoy en día, ha quedado refirmado que la buena fe es la directiva o standard jurídico que
decide en todo lo relativo a la interpretación contractual y, desde luego, en lo que se refiere a la
celebración y cumplimiento de los contratos; y ello aun con respecto a las mismas tratativas
contractuales(31).

Los contratos deben celebrarse, y cumplirse de buena fe, es decir que el requisito de su
concurrencia se mantiene durante toda la relación contractual, y se acentúa en aquellos contratos de
larga duración que obligan a las partes a cumplir con un deber de colaboración (art. 101) previo a
resolverse.

Los Códigos Civiles italiano(32) y suizo de las obligaciones, y los proyectos europeos(33)
tienen normas expresas que prevén el principio de la buena fe.

Concebir a la buena fe como una norma abierta hace que brindar un concepto sea en primer lugar
difícil, y al final inconveniente. Tan es así que tanto la doctrina como la jurisprudencia se han
rehusado a la idea de dar un concepto unívoco de buena fe, si bien se hace referencia al principio en
forma constante(34). La posibilidad de brindar un concepto de buena fe se hace espinoso en la medida
que habría que reunir demasiadas nociones para poder en definitiva elaborarlo. El concepto sería
finalmente extenso y complicado de entender, no cumpliría la finalidad propia, pues un concepto debe
servir para esclarecer y no oscurecer la materia. La buena fe es técnicamente difícil de definir, pero en
realidad, cualquiera sabe de qué se trata(35).

Desafortunadamente el Código Civil y Comercial de la Nación no prevé en materia contractual una


presunción de buena fe lealtad(36), lo que desafortunadamente debería conducir a la necesidad de
probar la buena fe lealtad en el ámbito contractual.583. Principio de atención a la intención común de
las partes.

En alguna medida es paradojal que "el problema de la interpretación de los contratos surge,
precisamente, cuando no existe una voluntad común o, dicho de otra manera, cuando no obstante la
aparente coincidencia de las manifestaciones comunes, la voluntad de cada una de las partes no
coincide realmente con las otras; pues si todos estuviesen conformes en cuanto al sentido que haya de
atribuirse a una cláusula o a un contrato dados, no surgirían los problemas de interpretación"(37).

El principio enunciado en el epígrafe proviene de la Regla 1ª del art. 7º de la Secc. 1, Cap. I de la


Parte I del Tratado de las Obligaciones de POTHIER que expresa "En la duda, en las convenciones, se
debe buscar aquello que ha sido la común intención de las partes contratantes, más que el sentido
gramatical de los términos"(38).

Surge también del art. 1061 del Código Civil y Comercial y anteriormente del art. 218 del Código de
Comercio hoy derogado.

El contrato genera obligaciones por decisión de las partes, de suerte que es lógico que deba atenderse
a la voluntad común de los celebrantes, para establecer el alcance de las obligaciones contraídas.

La causa del contrato —elemento que debe concurrir en las tratativas contractuales, durante la
celebración del contrato y al momento de su cumplimiento— se forma con la intención común de las
partes, por lo que es necesario indagar sobre ella para establecer el contenido del contrato que resulte
equívoco.

La intención común, no es el propósito individual de cada contratante; lo que recibe el citado art.
1061, es el consentimiento de las partes, como algo distinto de la suma de voluntades, es algo más, es
la fusión de voluntades, que dan nacimiento al consentimiento.

Como parámetro para establecer la tan controvertida intención común de las partes "se ha pretendido
entender la `intención común´ en el sentido de que ella sería la que podría formarse un tercero (v.gr.,
el juez) que se pusiera en la situación de los contratantes, atendiendo a las circunstancias de la
contratación". Pero, como bien se ha observado, "el tercero juez no es una abstracción hecha por
comodidad, sino, al fin de cuentas, un hombre más o menos culto, más o menos atento, más o menos
paciente... Por eso se ha dicho con razón que la regla de interpretación puede resumirse en esta otra
fórmula: `por común intención de las partes contendientes en una controversia de interpretación, se
entiende ante todo el esquema o tipo al cual, con referencia a parámetros objetivos y legales, se debe
considerar adherente el comportamiento de los contratantes´"(39).

A la intención común, se puede llegar a través de la teoría de la declaración, o de la voluntad real,


cualquiera de las posturas no pueden ser utilizadas en forma extrema, pues se caería en notorias
injusticias afectándose la seguridad jurídica.

Lo declarado por las partes debe servir para conocer la verdadera intención común, y para analizarla
no cabe adentrarse en el fuero interno de cada sujeto, sino investigar los hechos y declaraciones que
sirven a las partes y al sentenciante para conocer la "intención común".

La voluntad real o voluntad interna, sólo tiene relevancia y significación, cuando se ha exteriorizado a
través de la declaración directa o indirecta de la voluntad. Los deseos guardados in pectore son ajenos
al derecho porque la voluntad debe ser manifestada (art. 262) para alcanzar la trascendencia social que
le asigna el Derecho en cuanto ciencia social. Expresa Alegria "La primera, que podría equivaler a la
intención, sería la que, efectivamente, tuvo una parte, o cada una de ellas, o todas al celebrar el
contrato (se haya o no manifestado objetivamente o resulte de la interpretación de éste). La segunda,
la voluntad declarada sería aquélla que surge explícitamente del contrato"(40).
Sostienen SPOTA y LEIVA FERNÁNDEZ: "Una teoría más bien clásica —la subjetiva— da
relevancia al querer interno, a la voluntad de aquel que emite o que recibe la declaración, se trata de
desentrañar la verdadera voluntad de las partes. Se trata de saber qué es lo que las partes
verdaderamente quisieron; sólo de esa manera se lograría desentrañar el verdadero sentido de las
palabras usadas en el contrato... La segunda teoría —objetiva— se separa de la intención común de
las partes, y más bien pone de relieve otros aspectos para lograr entender el significado de una
declaración. En este sentido, deberían tomarse en cuenta lo que indican los usos y costumbres, el
momento histórico en el cual se emite la declaración, la cultura y pensamiento social... Para
interpretar el acto jurídico bilateral y patrimonial que es el contrato, si bien el consentimiento, o sea,
la voluntad común, resulta decisivo para saber si el contrato surgió a la vida jurídica, el
consentimiento debe ser puesto de resalto a través de la declaración que se ha efectuado de tal
voluntad común"(41).

Si el acto jurídico es bilateral como un contrato se privilegia la voluntad declarada(42) como también
lo propone la Regla 4.3. de Unidroit(43). En cambio prevalece la voluntad interna en actos jurídicos
unilaterales y mortis causae (por ende, ajenos al ámbito contractual)(44).

Desde luego que se debe buscar la interpretación común a ambas partes contratantes y no la individual
de cada una de ellas. Esa intención común resulta de fuentes intrínsecas y extrínsecas a la literalidad
el contrato y resultan de hechos anteriores e incluso posteriores a su celebración(45).

La regla, que debe prevalecer es privilegiar la intención común a la literalidad de los términos, como
lo establecía el derogado art. 218, inc. 1º, Cód. de Comercio(46). Ello evita caer en una postura
subjetivista, con daño a la seguridad del tráfico jurídico(47).

El mismo principio está recibido en el derecho alemán (§138, BGB), el derecho francés (art. 1156,
Cód. Civil francés, hoy derogado por la Ordenanza n. 2016-131 del 10 de febrero de 2016, con
vigencia el 1 de octubre del mismo año que instituyó los nuevos arts. 1188 a 1192)(48), el derecho
italiano (art. 1362, Cód. Civil italiano)(49), y el español (art. 1281 del Cód. Civil español). También
está presente en los Principios Europeos de los Contratos(50) y en las reglas de Unidroit(51), en
Códigos latinoamericanos(52) en el Proyecto de Puerto Rico y proyectos europeos(53).

584. Principio de conservación del contrato

Este principio consagra el favor negotii y obliga a privilegiar la existencia del contrato frente a la
ineficacia de todo o alguna de sus cláusulas(54).

En realidad es la mera aplicación en el ámbito contractual del principio de conservación de los actos
jurídicos(55).

"Todo contrato y, generalizando, todo acto jurídico, debe presumirse que responde a un objeto-fin
individual serio y amparado por el ordenamiento legal. Es decir, que el autor o los autores del negocio
jurídico han perseguido propósitos que se desean cumplidos"(56).

Nadie realiza un acto jurídico, ni celebra un contrato para que no produzca efectos.

En el Código Civil y Comercial de la Nación está receptado en el art. 1066, que dispone: "Principio de
conservación. Si hay duda sobre la eficacia del contrato, o de alguna de sus cláusulas, debe
interpretarse en el sentido de darles efecto. Si esto resulta de varias interpretaciones posibles,
corresponde entenderlos con el alcance más adecuado al objeto del contrato".
Es correcto aplicarlo también a los contratos, pero como se les aplica por ser actos jurídicos, debería
haberse legislado al tratar de éstos.El principio proviene de la obra de POTHIER(57), y antes de la
opinión de ULPIANO (Digesto 45 I, 80) habiendo pasado también a muchos otros códigos. Fue
receptado expresamente por el hoy derogado Código de Comercio argentino(58), los códigos
latinoamericanos(59)y europeos, como los códigos civiles francés(60), español(61) e italiano(62), en
las Reglas de Unidroit(63), en los proyectos de Código Europeo(64) y en los Principios de Derecho
Europeo de los contratos dirigidos por el Prof. Ole LANDO(65).

En el derecho argentino se hallaba en el art. 218, inc. 3º de nuestro Cód. de Comercio hoy derogado.

En opinión de MESSINEO "Principal, entre las normas reguladoras de la interpretación objetiva del
contrato, es la que sanciona el principio llamado de conservación (favor contractus) (art. 1367), según
el cual, cuando sea dudoso si el contrato en su conjunto (o también ciertas de sus cláusulas
individuales) deba surtir algún efecto o no producir ninguno, debe entendérselo en el sentido en que
pueda ser productor de algún efecto (y no en el sentido distinto, en que no podría tener ningún efecto):
ut res magis valeat, quam per eat. Es el caso de las declaraciones denominadas plurívocas (o también
con múltiples sentidos), es decir, las que se prestan a tener varios significados, cada uno de los cuales
excluye, sin embargo, al otro o a los otros; y es también el caso de las expresiones inidóneas desde un
punto de vista técnico-jurídico"(66).

El máximo significado útil, prevé que si no obstante ambas cláusulas dieren validez al acto, debe
decidirse conforme a la interpretación más adecuada al objeto contractual. Que en la duda se le brinde
el máximo significado útil, o sea, en el sentido de su validez(67).

Si resultase que las cláusulas son contradictorias o ambiguas, y condujesen a dar más de un sentido a
la declaración contractual a la hora de interpretar, deberá optarse por la más apropiada en relación a su
objeto."Como conclusión se puede afirmar que en la duda el contrato debe interpretarse siguiendo la
siguiente directiva: debe preferirse, no el significado inútil o que conduce a la invalidez de la cláusula
contractual o de todo el contrato, sino el significado útil o que conduce a la validez de tal cláusula
contractual o de todo el contrato. Aún más: debe preferirse el significado útil máximo, si no se quiere
pagar tributo a una teoría volitiva extrema y si no se pierde de vista el significado de la declaración de
voluntad común que constituye el meollo del contrato"(68).En síntesis "El fundamento común de las
aplicaciones del principio de conservación reside en considerar que el empleo del instrumento
práctico `contrato´ por parte de los contratantes, tiende siempre a algún resultado (salvo el caso del
contrato no serio) y que tal resultado (o eventualmente un resultado menor) debe ser garantido
siempre que fuese posible, aunque por cualquier razón de carácter técnico-jurídico no pudiera, en
rigor, lograrse dicho resultado"(69).

Afirma Vincenzo ROPPO "La ley prefiere que el contrato sea eficaz, antes que despojado de efecto de
aquí el criterio de la conservación", por el cual "En la duda, el contrato o las cláusulas singulares
deben interpretarse en el sentido en que pueden tener algún efecto y no en aquel según el cual no
tendrían ninguno" (art. 1367). Así, por ejemplo, cuando el texto ambiguo soporta tanto un significado
por el cual el objeto del contrato sería imposible o ilícito como otro por el cual sería posible y ilícito,
este segundo prevalece porque salva el contrato de la nulidad; si, entendida en un cierto modo, la
cláusula que escribe la prestación de "A" daría lugar a error esencial de "B" sobre el objeto el
contrato, debe preferirse la diversa interpretación que excluye el error de "B", causa de anulación.
Queda firme que la interpretación conservativa no debe ser desmentida por la efectiva voluntad de las
partes, de otro modo determinada, y debe ser compatible con el texto (ambiguo) del contrato.
El criterio se aplica también a las cláusulas singulares. Pero puede suceder que la eficacia de una
cláusula ambigua (por ejemplo, una condición) determine la ineficacia del contrato al cual accede,
mientras que si la cláusula fuera neutralizada el resto del contrato viviría: en tal caso se prefiere la
interpretación que mata la cláusula, salvando el contrato, ello no significa que el principio de
conservación tenga el alcance general de criterio que obliga a elegir el significado con efectos
mayores contra el significado con efectos menores: el art. 1367 opera sólo cuando la alternativa es
entre algún efecto y efecto cero"(70).

La regla que ordena favorecer la conservación del acto jurídico se aplica también a los actos jurídicos
mortis causae(71) bajo el brocardo favor testamenti(72).

585. Principio de confianza

La lealtad es otra aplicación del principio de buena fe que se extiende a todo el iter contractual. Este
deber, que ha sido consagrado por la doctrina y la jurisprudencia, influye en el desarrollo de los
deberes de coherencia (art. 1067), confidencialidad (art. 992) y cooperación, cuya mayor y mejor
expresión se halla constituida por el deber de información (art. 1100 y arg. art. 991). Está presente en
todas las etapas del proceso contractual: en la negociación, en la ejecución y en la extinción del
contrato(73).

La lealtad recíproca, implica de las partes un mínimo de moral, actuando en forma transparente, sin
sobresaltos ante la actitud del otro, con actos esperables y sin sorpresas.

Expresa Atilio ALTERINI y LÓPEZ CABANA citando a PUIG BRUTAU: "cuando las personas que
integran un grupo social tienen conciencia de la existencia de un arquetipo de conducta, su
acatamiento produce un estado de mutua dependencia en el comportamiento de los individuos, hasta
el punto de permitir cierto grado de previsión en el obrar, pues el de una persona es la base de la
conducta observada por la otra"(74).

La confianza es la creencia que se suscita en el otro contratante de que se han de mantener los
compromisos asumidos, sin tergiversarlos ni desdecirse. Es, en alguna medida una consecuencia de la
lealtad. Es satisfacer las expectativas generadas.

A este principio y al de coherencia se refiere el art. 1067 del Código Civil y Comercial de la Nación
que dispone: "Protección de la confianza. La interpretación debe proteger la confianza y la lealtad que
las partes se deben recíprocamente, siendo inadmisible la contradicción con una conducta
jurídicamente relevante, previa y propia del mismo sujeto".

Afirma Luis DÍEZ PICAZO "La buena fe impone también la aplicación de las ideas de confianza y de
autorresponsabilidad en la interpretación. Si una de las partes, con su expresión o su declaración,
suscitó en la otra una confianza en el sentido objetivamente atribuible a dicha declaración, esta parte
no puede impugnar este sentido y pretender que el contrato tenga otro diverso. Las declaraciones de
voluntad deben interpretarse en el sentido más conforme con la confianza que hayan podido suscitar
de acuerdo con la buena fe"(75).

Vincenzo ROPPO lo expresa así: "Para dar mayor concreción y precisión al criterio de la buena fe
interpretativa es útil referirse al valor de la confianza: la interpretación con arreglo a la buena fe
atribuye al contrato el significado que una parte había legítimamente confiado que tenía, de manera
que la pretensión de hacer va contra esa parte una interpretación diferente sería incorrecta y
desleal"(76).
586. Principio de coherencia. Doctrina sobre los actos propios

a) Aplicación de la doctrina sobre los actos propios

La doctrina referida se asienta en el principio de confianza. Las partes del contrato deben asumir que
la conducta del otro sujeto será coherente con sus declaraciones, pues es inaceptable que se diga algo
para hacer lo contrario o que se haga algo para realizar lo opuesto.

El principio de coherencia o la doctrina de los propios actos —como se señaló— está contenida
también en la previsión del art. 1067 del Código Civil y Comercial.

Observar un comportamiento coherente es un principio básico en todos los órdenes, y más en el


Derecho.

Se viola la confianza si una parte, muy por el contrario de satisfacer las expectativas generadas en el
contrato, hace lo inimaginable, que es actuar contradiciendo su propia actividad previa.

La teoría de los actos propios, pretende llevar a que la conducta del otorgante, no pueda ser
contradictoria con actos anteriores de la propia parte que tuvieron un desenvolvimiento que cambia
según la circunstancia o conveniencia. Lo prescripto en el art. 353(77) en materia de caducidad de
plazo es una aplicación de esta teoría, así como el art. 1083 referido a la resolución contractual.

El principio de no contradicción, refiere a la actuación postcumplimiento, manteniendo el principio de


buena fe, y el cumplimiento de las obligaciones posteriores a la celebración de contrato, deben ser
coherentes con las conductas previas(78).

b) Origen de la doctrina sobre los actos propios

Expresan Atilio ALTERINI y Roberto LÓPEZ CABANA "A nadie le es lícito hacer valer un derecho
en contradicción con su anterior conducta"(79). Tal concierne al principio que impide las conductas
contradictorias, y que se plasma en la regla venire contra factum proprium non valet.

"El origen de la doctrina de los actos propios se encuentra en la exceptio doli que implicaba un
mecanismo de defensa del demandado según el cual podía oponer el dolo de la contraparte cometido a
momento en que se celebró el negocio o al momento que se ejercía la acción. Específicamente la
exceptio doli generalis seu praesentis (excepción de dolo genérico o presente) se oponía al
comportamiento doloso que tenía "un contenido contrario a la bona fides —es decir al genérico deber
de comportarse según los cánones de la corrección en el momento en que se ejercía la acción—"(80).

"En el Siglo XII los antiguos juristas ingleses crearon el estoppel el cual es un remedio procesal, con
el cual una parte se opone a una demanda de la contraparte, en virtud de las circunstancias que en
primera presentación podremos reducir al carácter desleal o infiel de la demanda o a la contradicción
entre el contenido de la demanda y la confianza de la parte que ejercita el remedio". Este concepto en
términos generales se ha diversificado como "el promissory estoppel, el proprietary estoppel, el
estoppel by representation, el estoppel by convention, el estoppel by record, el estoppel by deed, el
estoppel in paisdicho también estoppel by conduct, etc."(81).

"En Alemania y en 1912 RIEZLER escribe una monografía intitulada Venire contra factum proprium
con la fórmula Nemo contra factum proprium venire potest". RIEZLER reconoce que este criterio se
origina "de la exceptio doli generalis del derecho romano, y que ha recibido su formulación... por obra
de los glosadores"(82).
c) Requisitos de procedencia de la doctrina sobre los actos propios

DÍEZ-PICAZO desarrolló la doctrina de los actos propios como derivación inmediata del principio
general de la buena fe. Los presupuestos de esta doctrina son los siguientes:

1. Que una persona haya observado, dentro de una determinada situación jurídica, una cierta conducta
jurídicamente relevante y eficaz.

2. Que posteriormente esta misma persona intente ejercitar un derecho subjetivo o una facultad,
creando una situación litigiosa y formulando dentro de ella una determinada pretensión.

3. Que entre la conducta anterior y la pretensión posterior exista una incompatibilidad o una
contradicción, el sentido que de buena fe hubiera de atribuirse a la conducta anterior.

4. Que en ambos momentos, conducta anterior y pretensión posterior, exista una perfecta identidad de
sujetos"(83).

Más recientemente y en Perú Juan ESPINOZA ESPINOZA, describe los siguientes requisitos:

a) "un sujeto que se encuentre en una situación o relación jurídica determinada;

b) que ese sujeto actúe de tal manera que genera una situación de apariencia diversa a la (real)
situación o relación jurídica;

c) que un tercero, de buena fe, establezca una relación jurídica con el sujeto que generó la situación de
apariencia, debido, justamente, a esa situación; y,

d) como consecuencia de ello, el sujeto que creó la situación de apariencia no puede hacer valer la real
situación o relación jurídica, vale decir, no puede ir en contra de sus propios actos"(84).

La declaración de inadmisibilidad de una conducta incoherente emplazada en una pretensión, requiere


ineludiblemente su comparación con otra conducta precedente y propia del mismo sujeto. La
improponibilidad será el resultado de una tarea de interpretación, relacionando para ello la conducta
propia que precede al comportamiento ulterior. Y este último será el declarado inadmisible por
incoherente. El modo de reparar la contradicción, consiste en restituir la coherencia al
comportamiento. El principio podría resumirse así: "Nadie puede contradecirse en perjuicio de
otro"(85).

La conducta anterior debe "a) ser relevante para el derecho, lo cual excluye no sólo las conductas
jurídicamente intrascendentes, sino también aquellas que requieren imperativamente una forma
determinada que, por hipótesis, esté ausente... b) ser válida y eficaz... c) ser atribuible al sujeto de que
se trata, vale decir, propia de él o —en su caso— de su causante o representante; d) no implicar por sí
una manifestación de voluntad jurídicamente relevante"(86).

Mientras que la otra conducta, debe "a) ser posterior, aunque debe señalarse que la ulterioridad no es
meramente cronológica...; b) debe dar lugar a una pretensión, que puede ser judicial o extrajudicial...;
c) tal pretensión debe ser contradictoria con la conducta anterior"(87).

Por su parte BORDA sostiene que "para que pueda aplicarse la teoría de los actos propios deben
reunirse tres requisitos: i) una conducta anterior, jurídicamente relevante y eficaz, ii) el ejercicio de
una facultad o de un derecho subjetivo por la misma persona que crea la situación litigiosa debido a la
contradicción —atentatoria de la buena fe— existente entre ambas conductas, y iii) la identidad de
sujetos que se vinculan en ambas conductas"(88).

Todo, en definitiva, es referible al principio de buen fe lealtad, de suerte que bien puede considerarse
que la doctrina de los propios actos es una mera aplicación de un supuesto desgraciadamente
frecuente.

587. Principio de literalidad en la interpretación restrictiva

Este principio sólo se aplica a los contratos o cláusulas que por disposición legal o contractual deben
interpretarse restrictivamente.

Queda —además— expresamente excluida su aplicación respecto a las obligaciones del predisponente
en los contratos que se celebran por adhesión a cláusulas predispuestas y a las obligaciones del
proveedor en los contratos de consumo.

Adviértase que no es que no se apliquen a ambas categorías contractuales sino que únicamente no se
aplica respecto a las obligaciones de ambos sujetos contractuales ya que de lo contrario se operaría
una reducción de sus obligaciones. No habría inconveniente a aplicarlo respecto a sus derechos.

La regla se aplica a las relaciones de consumo y de adhesión, sólo en la medida que beneficie al
consumidor, y eventualmente le asigne más obligaciones al predisponente, proveedor de servicio o
cosa.En ese universo —restringido como se expresa— y a ese sólo aspecto rige la interpretación
literal de los términos usados al expresar el consentimiento.

Ése es el alcance del art. 1062 del Código Civil y Comercial de la Nación que dispone "Interpretación
restrictiva. Cuando por disposición legal o convencional se establece expresamente una interpretación
restrictiva, debe estarse a la literalidad de los términos utilizados al manifestar la voluntad.

Este artículo no es aplicable a las obligaciones del predisponente y del proveedor en los contratos por
adhesión y en los de consumo, respectivamente".

El problema que se intenta resolver en los contratos referidos, es si la interpretación sólo debe tener en
cuenta lo expresado en forma escrita por las partes o, por el contrario, puede basarse en otros factores,
como las negociaciones, la conducta de las partes y la finalidad del contrato.

En los casos en los que se establece por ley o contrato que la interpretación debe ser restrictiva, el
Código Civil y Comercial se inclina por establecer que la fuente de interpretación es el significado de
las palabras, subsidiariamente puede recurrirse a las circunstancias, conductas y finalidad del contrato,
excepto que las partes hayan pactado expresamente que la única fuente es la literalidad de sus
palabras. Ello obviamente en relación a los contratos paritarios(89).

Es necesario que así se proteja a la parte débil del contrato, a quien no ha participado de su
elaboración, ni posee los medios técnicos, jurídicos y económicos para imponerse al momento de
incorporar las cláusulas en un contrato de adhesión.

Para interpretar el acto jurídico bilateral y patrimonial que es el contrato, y acotado a los casos
previstos en este artículo, si bien el consentimiento, o sea, la voluntad común, resulta decisiva para
saber si el contrato surgió a la vida jurídica, el consentimiento se exhibe a través de la declaración que
se ha efectuado de tal voluntad común. En el caso previsto en esta norma se privilegia la voluntad
declarada por sobre la interna(90).
Es éste el criterio orientador para los actos jurídicos bilaterales en la Regla 4.3. de Unidroit(91).

588. Principio de interpretación contextual

Recibe un criterio tradicional, que ya estaba en la Regla 6ª de POTHIER(92), que expresaba "se debe
interpretar una cláusula por las otras cláusulas contenidas en el acto, ya precedan o sigan a dicha
cláusula".

Las cláusulas de un contrato no funcionan aisladas unas de otras. Son redactadas por las mismas
partes en el marco de una intención común y para el logro de fines específicos, de manera que las
cláusulas se relacionan unas con otras, no se excluyen, son interdependientes, integran un todo
orgánico. Tampoco pueden ser valoradas de modo aislado, pues se fundan en la unidad del contrato,
que constituye para las partes la ley a la cual deciden someterse(93). El contrato es la suma de sus
cláusulas.

"Si en la mayoría de los casos las cláusulas de un contrato llevan una numeración se debe a una
cuestión de orden y separación de tópicos, pero no significa que el contrato se fraccione. Debe haber
armonía entre las cláusulas, las claras explican las obscuras"(94).

Es evidente que un contrato es un todo, que por razones metodológicas, se las numera, se las separa, y
las distintas cláusulas contienen, los elementos esenciales como el objeto, otras los presupuestos de
validez, como la formalidad, o sus elementos naturales, el funcionamiento, ampliación o limitación de
los vicios redhibitorios por ejemplo.

Estas cláusulas contractuales son interdependientes y, por ello, no pueden ser valoradas de modo
aislado, pues se fundan en la unidad del contrato, que constituye para las partes la regla a la cual
deciden sujetar sus derechos. El contrato no es una suma de cláusulas sino un conjunto orgánico de
ellas(95) que deben interpretarse de modo coherente, como un todo integral cuyo contenido, espíritu y
sentido es uno(96).

La interpretación sistemática del contrato debe efectuarse para atribuirle un significado que explique
satisfactoriamente todas sus previsiones(97).

El Código Civil y Comercial en su art. 1064 dispone "Interpretación contextual. Las cláusulas del
contrato se interpretan las unas por medio de las otras, y atribuyéndoles el sentido apropiado al
conjunto del acto". La misma regla se debe extender a los otros actos jurídicos conexos al
interpretado(98). Y, con mayor razón también se aplica a los supuestos en los que la conexidad entre
contratos es lo que los caracteriza, tal es lo que prevé el art. 1074 del Código Civil y Comercial(99).

A partir de POTHIER se repite en el Código Civil francés(100), en el Código Civil italiano (art.
1363), el chileno (art. 1564 inc. 1º) y en las reglas de Unidroit (art. 4.4)(101), y en los arts. 1237 del
Código español y en el Proyecto de Puerto Rico(102).589. Principio favor debitoris

a) Su significado y fundamento

Este principio de interpretación privilegia al obligado en la suposición que éste es la parte más débil
del contrato.

GAGLIARDO entiende que "el favor debitoris debe concebirse como una pauta que ante la vacilación
queda sustituida por una certidumbre de rigor contractual para el obligado, cuya solución se traduce
en la mínima exigencia respecto del sujeto que se dice constreñido a cumplimentar una
prestación"(103). Puesto a buscar un fundamento considera que en el derecho argentino "El
fundamento jurídico de la regla del favor debitoris, cabe encuadrarlo en el art. 499Código Civil
(actual art. 726) que trata la causa de las obligaciones, pues no se puede considerar obligado a nadie,
sin que exista una de las fuentes de las obligaciones, toda vez que la regla es la libertad jurídica. Es
decir, la carencia de obligación, siendo pues lógico que en la duda, se esté por la liberación"(104).

Como se verá más adelante, en realidad hoy el principio se traduce en que ante la duda debe
interpretarse a favor de la parte más débil, sea o no el deudor.

b) Origen del principio

Su origen se encuentra en el Digesto justinianeo(105) en textos de ULPIANO(106) y de GAYO(107).


Aunque se extiende a otros ámbitos del derecho civil su principal aplicación es en el derecho de los
contratos donde el beneficio a la posición del deudor puede manifestarse tanto en orden al
quantumadeudado(108) como respecto al plazo de cumplimiento(109), plazo de prescripción(110),
etc.

El principio está magistralmente enunciado por ULPIANO al expresar "En las cosas obscuras nos
atenemos siempre a lo que es menos"(111), regla que —como se advierte— difiere de la idea de
beneficiar al deudor.Más recientemente el principio surge de la regla 7ª del art. 7º de la Secc. 1, del
Cap. 1 de la Parte 1 del Tratado de las Obligaciones de POTHIER que expresa "En la duda, una
cláusula debe interpretarse contra aquel que ha estipulado alguna cosa y en descarga del que ha
contraído la obligación"(112).

c) La regla en el derecho privado argentino

El principio favor debitoris, no se hallaba explicitado en el Código Civil pero sí en el art. 218 inc. 7º
del Código de Comercio de Vélez Sarsfield y Eduardo Acevedo que por ser un plexo normativo
anterior al Código de Civil de Vélez se consideraba aplicable también a la materia civil(113).

La regla favor debitoris "coincide, en principio, con la regla contra stipulatorem: ambas conducen a
interpretar las cláusulas ambiguas en favor del deudor y hacer soportar las consecuencias de tal
ambigüedad al acreedor"(114). Por el contrario "En los contratos onerosos celebrados por adhesión y
los que contengan remisiones a condiciones generales de contratación, las cláusulas ambiguas deben
interpretarse siempre en contra del autor de las mismas —predisponente— (éste, solamente, tiene la
posibilidad y el deber de ser claro), y en favor de la contraparte —adherente—, independientemente
de la posición activa o pasiva que una parte o la otra tome en ellas"(115).

En el Código Civil y Comercial de la Nación la interpretación de las cláusulas predispuestas es


siempre en sentido contrario al predisponente conforme lo establece el art. 987(116).

"El art. 37 de la ley 24.240, a diferencia de la ley mercantil, establece que la interpretación siempre y
en primer término debe efectuarse a favor del consumidor; en caso de haber dudas en cuanto al
alcance de su obligación se estará siempre a la menos gravosa"(117).En el Código Civil y Comercial
de la Nación las reglas específicas del contrato de consumo en la parte general de los contratos se
traducen en los arts. 1094 y 1095 asignando prevalencia a la interpretación más favorable al
consumidor(118).

d) Crítica de la regla en la actualidad


No concurre "justificativo alguno en la actualidad, ya que no existe motivo para que el deudor se vea
favorecido en determinadas circunstancias de la vida de la obligación; estimamos, como lo veremos
seguidamente, que no siempre el deudor tiene que resultar favorecido —a raíz de dicho principio—en
la relación jurídica, por lo cual concederle un beneficio adicional y con carácter genérico por sobre los
intereses del acreedor, puede conducir a soluciones injustas.

"Por el contrario, muchos deudores contemporáneos resultan ser operadores económicos que
contratan ventajosamente, y que se ven favorecidos al amparo de este principio por su sola calidad de
deudor, lo cual resulta, a nuestro entender, injustificado.

"En realidad, de resultar aplicable, debería considerarse la situación de la parte más débil de la
relación jurídica, sin importar que sea ésta la que ocupe el rol del deudor o del acreedor, pues es
erróneo partir de la premisa que el deudor es siempre la parte más débil de la relación jurídica. Esto ha
llevado acertadamente a algunos autores, a considerar el favor debitoris como una ambigua fórmula
antigua, inexplicable en nuestros días y que, aplicada en forma automática y sin previo análisis de la
situación en concreto, puede ser generadora de soluciones injustas"(119).

El tema está abordado en el Código Civil y Comercial de la Nación en el art. 1068 que dispone:
"Expresiones oscuras. Cuando a pesar de las reglas contenidas en los artículos anteriores persisten las
dudas, si el contrato es a título gratuito se debe interpretar en el sentido menos gravoso para el
obligado y, si es a título oneroso, en el sentido que produzca un ajuste equitativo de los intereses de
las partes".

Razonablemente el principio de favorecer la liberación en caso de duda, se refuerza en materia de


contratos a título gratuito, en los que debe buscarse el sentido menos gravoso al obligado, y de la
menor transmisión de derechos. En cambio, en los celebrados a título oneroso, debe propenderse el
mantenimiento de la equivalencia, al logro de la mayor reciprocidad y no la liberación simple(120).

En la actualidad, los deudores son muchas veces entidades bancarias o financieras, empresas de
servicios, o bien, operadores económicos que efectúan contrataciones ventajosas, asumiendo el
carácter de deudores.

Basta para ello detenerse en aquellas situaciones analizadas precedentemente, para comprender que la
palabra deudor no identifica necesariamente a la parte más débil de la relación jurídica. Es típico el
ejemplo de la compañías aseguradoras que en el contrato de seguro constituyen la parte deudora y sin
embargo es la económicamente fuerte, no sólo por su patrimonio, sino porque su función consiste
justamente en enjugar una pérdida económica de magnitud tal que para afrontarla se contrató el
seguro; vale decir que no sólo cuantitativamente es la parte fuerte, sino que funcionalmente es la más
fuerte pues no tiene apuro ni sufrió daño alguno(121).

Debe sumarse a ello como expresa Lisandro SEGOVIA, que en los contratos bilaterales, "hay o puede
haber más que un deudor"(122).

En los contratos a título oneroso, todo supuesto de duda sobre el significado de la declaración de
voluntad común, debe resolverse sin olvidar que esa onerosidad lleva consigo una ventaja de uno de
los contratantes, pero en razón de la prestación que ya hizo o que se obliga a hacer. Aquí la
comprensión del contrato debe tender, en caso de duda y ante la ineficacia de las demás reglas de
interpretación conforme al orden de prelación que procede tener en cuenta, a la sana composición de
los intereses en
presencia. Tal como se concluyó en las X Jornadas Nacionales de Derecho Civil, (Corrientes 1985),
en el sentido que "la regla del favor debitoris es un precepto residual que debe ser entendido en el
sentido de la parte más débil del contrato. En caso de que no exista una parte notoriamente más débil,
la interpretación debe favorecer la mayor equivalencia de las contraprestaciones"(123).

El principio favor debitoris como regla de interpretación de los contratos se encuentra legislado
expresamente en el Código Civil francés(124) ( (derogado art. 1162 hoy substituido por el nuevo art.
1190), italiano de 1865 (art. 1137) y de 1942 (art. 1371), mejicano(125) (art. 1857), español(126) (art.
1289), aunque en estos tres últimos casos, limitada su aplicación a los contratos gratuitos, y de similar
redacción al art. 1068 del Código Civil y Comercial de la Nación en el Proyecto de Código Europeo
de la Academia de Iusprivatistas Europeos de Pavía(127).

Recuerdan SPOTA y LEIVA FERNÁNDEZ: "En los contratos a título oneroso, todo supuesto de
duda sobre el significado de la declaración de voluntad común, debe resolverse sin olvidar que esa
onerosidad lleva consigo una ventaja de uno de los contratantes, pero en razón de la prestación que ya
hizo o que se obliga a hacer. Aquí la comprensión del contrato debe tender, en caso de duda y ante la
ineficacia de las demás reglas de interpretación conforme al orden de prelación que procede tener en
cuenta, a la sana composición de los intereses en presencia. Diríamos con la doctrina alemana que
debemos orientarnos más que a mantener la incolumidad de los principios (la Begriffsjurisprudenz), a
componer equitativa y adecuadamente los intereses de los contratantes (la Interessenjurisprudenz).
Sólo de ese modo se alcanza el fin económico perseguido por las partes del contrato(128).

§ 70. REGLAS DE INTERPRETACIÓN

590. Significado de las palabras utilizadas en el contrato

Las palabras incorporadas a una declaración contractual —sean verbales o escritas— tienen un
significado que debe ser comprendido por ambos contratantes, sus abogados y jueces, que acceden a
su contenido en distintos momentos de la relación contractual, y estos últimos muchas veces durante
el conflicto.

Cuando las disposiciones contractuales son claras, expresas, inequívocas, debe entenderse que
traducen la voluntad de las partes y los jueces no pueden en principio, rechazar su aplicación(129).

De allí que apartarse de la regla de la literalidad, es una tarea excepcional, por lo que debe tener el
juzgador fundadas razones para hacerlo, si lo convenido es claro, y no deja lugar a dudas.

El art. 1063 del Código Civil y Comercial de la Nación dispone: "Significado de las palabras. Las
palabras empleadas en el contrato deben entenderse en el sentido que les da el uso general, excepto
que tengan un significado específico que surja de la ley, del acuerdo de las partes o de los usos y
prácticas del lugar de celebración conforme con los criterios dispuestos para la integración del
contrato.

"Se aplican iguales reglas a las conductas, signos y expresiones no verbales con los que el
consentimiento se manifiesta".

Viene a colación la propuesta del Proyecto de Puerto Rico aplicable a los actos jurídicos en general y
por ende a los contratos. Expresa el art. 338. "Significado de las palabras.
El significado de la expresión verbal o escrita empleada en un acto jurídico es el que tiene en el
idioma común en que se utiliza, salvo:

a) Si de la ley o el contrato resulta que debe atribuírsele un significado específico.

b) Si los usos del lugar de su otorgamiento, o la práctica de la parte, le

asignan un significado propio.

c) Si se trata de una palabra científica, técnica, del arte u otra disciplina específica, la cual debe
entenderse con el significado propio del vocabulario específico, si el objeto del acto pertenece a esa
actividad o si el otorgante es idóneo en ella.

Se aplican las mismas normas a cualquier forma de manifestación de voluntad".

a) Significado dado por el uso general

Según tal prescripción se debe dar a las palabras el significado que les da el uso general, o corriente.
Es ése el criterio también de la Regla 4.7 de los Principios de Unidroit(130).

Excepcionalmente el significado que corresponda será el que surge de la ley, en ese caso el intérprete
debe recurrir a la normativa aplicable, o de la remisión que a ella hagan las partes, o al que le den las
partes ante la utilización de una terminología técnica propia, o por su idioma común, su actividad o
profesión.b) Significado de un vocabulario profesional

La regla general en el derogado Código de Comercio—que ahora se reitera— era la primacía del
sentido que las palabras tienen en el lenguaje común (art. 217, del derogado Cód. de Comercio).

Es ése el también criterio de la Regla 4.7 de los Principios de Unidroit(131).

Naturalmente no es así cuando las partes son profesionales y usan un lenguaje específico, o cuando
son comerciantes, o agricultores y utilizan expresiones que corresponden a los usos de ese sector.

Por ende puede ocurrir que tengan un sentido diferente al común, como ocurre en los siguientes casos:
1) cuando las partes pactaron sobre el tema y decidieron atribuirles un sentido específico; 2) cuando
los usos y costumbres del lugar de celebración del contrato(132), o las prácticas establecidas entre las
partes, asignan a las palabras un significado propio; 3) cuando se trata de palabras científicas,
técnicas, o del arte, aplicables a una actividad específica de la que participan ambas partes(133).

En todo caso para interpretar el significado que le asigna una parte a una expresión controvertida —
igual en muchas otras materias del Código Civil y Comercial de la Nación— debe recurrirse a la regla
del art. 1725: "Cuanto mayor sea el deber de obrar con prudencia y pleno conocimiento de las cosas,
mayor es la diligencia exigible al agente y la valoración de la previsibilidad de las consecuencias". En
virtud de ello un profesional no podría pretender desconocer el significado técnico de una voz que
pertenece a la ciencia o disciplina que ejerce en forma habitual.

c) Significado atribuido por las partes

El problema del lenguaje y del significado que se debe dar a las palabras es tan importante que
muchos contratos se redactan con una relación de motivos y un vocabulario o glosario generalmente
de términos técnicos en el que se refiere una serie de voces y su significado como v.gr. lo hace el
Código Civil y Comercial en el art. 1513, en torno al contrato de franquicia. Es clásico en el common
law(134), en las contrataciones entre partes que se desenvuelven en ese sistema jurídico con otras de
derecho continental; e imprescindible en el ámbito del derecho público en de las convenciones
internacionales.

Si bien la comunicación entre los contratantes se realiza en base al lenguaje, lo cual puede plantear
diferentes tipos de problemas, el mero hecho que los interesados hayan explicado el sentido de las
palabras que utilizan genera una suerte de interpretación auténtica que acota o extingue la tarea
interpretativa(135).

d) Uso de lenguas diferentes

A veces a todo lo antedicho debe sumársele la dificultad proveniente del uso de lenguajes diferentes
entre las partes aunque estén en territorio de la República.

En los contratos internacionales o con empresas extranjeras que operan en la República, es habitual
que se utilicen diferentes lenguas y ello puede plantear problemas de interpretación. Las partes pueden
establecer que un idioma tiene prioridad sobre otro, de modo similar al "uso oficial", y si no hay
estipulación al respecto, suele utilizarse una presunción de que las partes quieren ser leídas en el
idioma en que se hizo la primera redacción.

En todo caso la manifestación de la voluntad es válida en cualquier idioma, bien que si no fuere el
idioma español, deberán reunirse en el recipiendario los requisitos propios del acto voluntario, pero el
discernimiento debe satisfacer la comprensión del idioma ajeno, sea por sus propios medios sea a
través de un traductor.

591. Significado de las palabras provenientes de los usos y prácticas del lugar de celebracióna)
Origen de la regla

En otros supuestos, el art. 1063 prescribe que se debe recurrir a los usos y prácticas del lugar de
celebración, ya sea por que las partes se han remitido a ellos o por ser ampliamente conocidos y
regularmente observados(136). La remisión a las reglas del lugar de celebración y otorgamiento
proviene de la obra de POTHIER cuya regla 4ª expresa "lo que puede parecer ambiguo en un contrato
debe interpretarse según el uso que se le dé en el país"(137).

En realidad la referencia a los usos y prácticas constituye una derivación de lo establecido en el art. 1º
del Código Civil y Comercial de la Nación en cuanto dispone "Los usos, prácticas y costumbres son
vinculantes cuando las leyes o los interesados se refieren a ellos o en situaciones no regladas
legalmente, siempre que no sean contrarios a derecho".

b) Del lugar de cumplimiento al lugar de celebración

La remisión, entonces, del Código Civil y Comercial de la Nación en el art. 1063 es como se hace en
el Código Italiano (art. 1368) a la práctica del lugar donde se ha concluido el contrato(138).

El punto adquiere trascendencia máxima cuando se debe aplicar a los contratos celebrados entre
ausentes, incluso dentro del mismo país.

En el art. 219 del derogado Código de Comercio(139), también recibía la norma que permitía recurrir
a los usos y costumbres (hoy "prácticas") pero del lugar de cumplimiento.
c) Prueba de los usos y prácticas

Quien invoque los usos y prácticas de un lugar determinado debe probarlos(140), máxime si se trata
de una costumbre no notoria(141). El tema es que los usos jurídicos constituyen verdaderas normas
jurídicas y en cuanto tal no requieren prueba, mientras que las prácticas (o usos de hechos, o
individuales o contractuales o convencionales o negociales o prácticas de negocios) valen en cuanto
se invoquen y se pruebe su existencia y contenido(142).

592. Significado de conductas, signos o expresiones no verbales. Medios informáticos

La búsqueda de la intención común, requiere a veces recurrir a las conductas, o signos inequívocos
sean posteriores o anteriores a la celebración del contrato, es decir en la etapa precontractual, y que
también forman parte de la tarea interpretativa.

Como la voluntad contractual no sólo se expresa por medio de palabras —orales o escritas— sino
también por signos inequívocos o por la ejecución de un hecho material (art. 262)(143), cabe también
la necesidad de interpretar tales manifestaciones de voluntad.En particular el lenguaje gestual, las
expresiones corporales y los signos, son habituales en las contrataciones de consumo.

También queda comprendido el lenguaje binario digital de los medios informáticos en cualquier
soporte escrito.

A todos esos medios se les aplican las reglas de interpretación del párr. 1º del art. 1063: el sentido
general de las palabras, el acordado por las partes, el legal, y los usos y prácticas del lugar de
celebración. En ese orden.

Está expresamente autorizado en el párrafo final del art. 1063 del Código Civil y Comercial de la
Nación en cuanto expresa "Se aplican iguales reglas a las conductas, signos y expresiones no verbales
con los que el consentimiento se manifiesta".

§ 71. OTRAS FUENTES DE INTERPRETACIÓN

593. Fuentes subsidiarias de interpretación

Si la operación hermenéutica no ha sido suficiente, es decir, ni la literal, ni contextual han dado sus
frutos, se debe recurrir a lo dispuesto en los diversos incisos del art. 1065 del Código Civil y
Comercial de la Nación que expresa: "Fuentes de interpretación. Cuando el significado de las palabras
interpretado contextualmente no es suficiente, se deben tomar en consideración:

"a) las circunstancias en que se celebró, incluyendo las negociaciones

preliminares;

"b) la conducta de las partes, incluso la posterior a su celebración;

"c) la naturaleza y finalidad del contrato".

Recurrir a otras fuentes de interpretación suele ser coincidente en muchas legislaciones(144), en


particular la fuente referida a los actos de las partes. Estas fuentes o medios de interpretación ceden la
prioridad ante la interpretación contextual. Aunque la norma transcripta exprese esa idea, en realidad
todos los medios(145) concurren a la par, a interpretar el contrato. En todo caso lo que se quiso
significar es que una interpretación fundada en el análisis contextual cede frente a otra de sentido
opuesto procedente del art. 1065.

Tampoco hay gradación entre los diversos incisos del art. 1065.

Llevado el tema a los contratos celebrados por adhesión a cláusulas generales predispuestas el art. 987
prescribe que las cláusulas ambiguas predispuestas por una de las partes se interpretan en sentido
contrario a la parte predisponente.

a) Las negociaciones preliminares. La conducta precedente

En primer lugar debe recurrirse a los actos precedentes —tratativas contractuales o mejor aún
"precontractuales"— entre las mismas partes, es decir a los actos anteriores a la aceptación del
contrato, entendiendo que la voluntad negocial comienza con la oferta o la invitación a ofertar.

Si bien durante la negociación las partes pueden tener una postura cambiante a posteriori de la
celebración, no cabe que esa correspondencia previa, el intercambio de borradores, pueden servir para
conocer la verdadera intención común, en caso de que el contrato se celebre, o en supuestos que haya
una total contradicción entre lo preliminar y lo celebrado, dándose la posibilidad de indagar en actos
preliminares.

Por ello deben ser analizados, el intercambio epistolar en papel, el digital, las cartas de intención, y
memorandos. En síntesis todo lo que constituyó las pourparlers de cada contrato celebrado. Señala
LEIVA FERNÁNDEZ "consideramos tratativa precontractual a todo acto voluntario lícito realizado
por alguna de las partes de un contrato futuro, enderezado a su celebración. Son los que preceden o
pueden preceder a la formación de un contrato y que se llevan a cabo con esa finalidad. Quedan,
comprendidos, por ende, tanto los meros actos lícitos, tal como adecuar físicamente la cosa objeto del
contrato futuro; cuanto los actos jurídicos, v.gr. comprar la cosa que se habrá de revender en el
contrato que se negocia. En caso de ser un acto jurídico bilateral, sea celebrado con el futuro
cocontratante, o con un tercero. Principalmente quedan comprendidas las comunicaciones entre las
futuras partes en las que acercan posiciones negociales, o intercambian información. Adviértase que
los tratantes no están vinculados jurídicamente sino que sólo tiene un "contacto social"(146).

b) La conducta de las partes

Debe recurrirse en segundo término a la conducta de las partes.

Es lo que DÍEZ PICAZO denomina un comportamiento interpretativo. "De este modo, lo que
llamamos comportamiento interpretativo se aproxima a una interpretación auténtica, pues puede
considerarse que se trata de un negocio interpretativo realizado a través de declaraciones de voluntad
tácitas aunque es cierto que su valor interpretativo es independiente de la voluntad que manifiesten o
de la que de ellos se pueda inferir, pues se trata de valorar el sentido objetivo de tales actos"(147).

Sea precedente, coetánea o posterior a la celebración del contrato, ya en la etapa de cumplimiento,


muchas veces es la mejor forma de conocer la verdadera intención común, sobre todo ante cláusulas
oscuras o ambiguas.

Entre ambas la conducta anterior desarrollada por las partes se reconoce como una pauta muy
significativa por la doctrina(148). También la recibe expresamente la Regla 4.3. inc. a) de
Unidroit(149)y el art. 1362 del Código italiano.
Vincenzo ROPPO afirma: "Por ejemplo: el modo en que las partes constantemente han operado en el
ámbito de la anterior relación de negocios que las liga, es elemento para interpretar el más reciente
contrato celebrado entre ellas; lo que las partes han hecho o dicho en sede de tratativa, puede ilustrar
sobre el sentido del contrato que es su resultado, sugiriendo significados diferentes de los literales; las
previsiones del contrato preliminar pueden inducir a separarse del texto literal del definitivo; así
también los acuerdos verbales respecto al contrato repetido en forma escrita. Brevemente: puede
resultar que el texto del contrato traicione la verdadera intención de las partes, revelada, en cambio,
por sus comportamientos precontractuales"(150).

Paradigma de la conducta común de las partes es la existencia de otros contratos análogos entre las
mismas partes, aunque no sean conexos al que es objeto de la interpretación. Es lo que prescribe el art.
1564, incs. 2º y 3º y 1566 inc. 2º del Cód. de Chile. La primera de tales normas expresa "podrán
también interpretarse por las de otro contrato entre las mismas partes y sobre la misma materia".
Afirma al respecto LÓPEZ SANTA MARÍA "La convención susceptible de ser considerada en la
interpretación puede ser anterior o posterior al contrato objeto del litigio, pues lo que interesa es la
comprobación de la voluntad interna de las partes, debiendo aprovecharse todo elemento capaz de
revelarla"(151).

Pese a ello, el valor interpretativo de los actos anteriores es menor que el de los coetáneos y
posteriores pues se realizan en una etapa en la que las partes "divergían y trataban de encontrar la
convergencia propia del acuerdo negocial"(152).La conducta asumida por las partes, en la etapa de
ejecución del contrato, resulta decisiva a la hora de interpretarlo pues se trata de actos propios,
reveladores de su real intención, a veces más elocuentes que las propias palabras (facta concludentia).
Ellos configuran una suerte de interpretación auténtica de lo contratado(153).

Tampoco se trata solamente de la conducta de ambas partes. No lo exige el Código Civil y Comercial.

También tiene significado la conducta de una sola de las partes en cuanto rechace un sentido entre los
admisibles. Obviamente el sentido rechazado no podrá considerarse el común de las partes, a menos
que el rechazo sea posterior a la concertación del contrato.

Asimismo adquiere trascendencia el comportamiento de una sola de las partes si manifiesta un


significado contrario al interés de quien lo tiene(154), lo que —en definitiva— remite a la doctrina
sobre los propios actos.

"Si el comportamiento interpretativo requiere que los actos tomados en consideración sean comunes,
¿quiere ello decir que carecen de relevancia a fines hermenéuticos los actos realizados unilateralmente
por una sola de las partes, si han recibido el asenso o la aquiescencia de la otra? No es posible
atribuirles el valor de una interpretación auténtica per facta concludentia, pero no por ello carecen de
eficacia. El acto unilateral realizado en ejecución del trato no expresa más que la actitud de una de las
partes sobre el sentido que ella atribuye al contrato. Esto quiere decir que no puede considerarse como
revelador de una voluntad común y que de ningún modo vincula a la otra parte, pero no puede
excluirse la vinculación de quien de este modo expresó su propia interpretación, pues parece que
sostener después una interpretación distinta sería contrario a la regla que impide venire contra factum
proprium"(155).

La conducta o comportamiento de las partes —una o ambas— no sólo es referible a la actividad sino
también a la inactividad(156), al silencio. Silencio que adquiere significado ante la conducta
precedente de las partes conforme lo dispone el art. 263(157) del Código Civil y Comercial de la
Nación.
Entre las conductas posteriores al contrato no deben excluirse las declaraciones entre sí o dirigidas a
terceros. Tal actividad ante terceros o con terceros puede abarcar incluso la celebración de contratos
conexos al sujeto a interpretación(158) que aún en caso de celebrarse por una sola de las partes con el
tercero, permiten extraer una conclusión sobre el sentido de la intención de esa parte, y —por ende—
obsta a considerar el opuesto como el significado común de las acciones de las partes(159).

c) La naturaleza y finalidad del contrato

Se trata de la llamada interpretación finalista del contrato.

Tiene su origen en la regla n. 3 de la obra de POTHIER que expresa "cuando en un contrato hay
términos que son susceptibles de dos sentidos se debe entenderlos en el sentido que conviene más a la
naturaleza del contrato"(160). De allí pasó al hoy derogado art. 1158 del Cód. francés(161), art. 1563
inc. 1º del Cód. chileno, etc.

El referido art. 1065 también autoriza a recurrir a la naturaleza y finalidad del contrato, es decir a lo
que las partes, persiguieron como resultado al celebrar el contrato, ya sea económico o de otra índole.
Por ello, el fin práctico tomado en cuenta para celebrar el contrato es un factor determinante. De ahí
que sea indispensable conectar el medio utilizado con el fin perseguido por las partes, para atribuir a
ese medio que es el contrato su significación adecuada.

Dicho en otros términos, la interpretación del acuerdo de voluntades debe lograr que se cumpla con la
finalidad económica buscada por las partes al contratar, por lo que —por ejemplo— no podría
propiciarse una interpretación que conlleve a la alteración de la reciprocidad y equivalencia de las
prestaciones(162).

"De este modo, se delinea la posibilidad de interpretaciones parcialmentediferenciadas por clases de


contratos a su vez diferenciadas en base al objeto (atribución de bienes o de servicios, atribución en
propiedad o en goce, de bienes muebles o inmuebles, de bienes/servicios estandarizados o
individualizados, etc.); o a la causa (contratos onerosos o gratuitos, de intercambio o asociativos, de
garantía o de cumplimiento, etc.)"(163).

También podría gustarte