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El Equipo para Orar – Parte 1

Hace 3 meses
por Hilda Y Gonzalez A

El Equipo para Orar –


Parte 1
“Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la
puerta, ora.”
“De este tipo de oración”, dice Walter Hilton de Thurgarton,
“habla nuestro Señor en un cuadro, a saber: ‘Y el fuego
encendido sobre el altar no se apagará, sino que el sacerdote
pondrá en él leña cada mañana… no se apagará.’ Es decir, el
fuego del amor siempre estará encendido en el alma de un
hombre o mujer devoto y limpio, el cual es el altar de Dios. Y
el sacerdote cada mañana debe agregarle madera, y
alimentar el fuego; es decir, este hombre por medio de
salmos santos, pensamientos puros y un anhelo ferviente,
debe alimentar el fuego del amor en su corazón a fin de que
en ningún momento se apague.”1

El equipo la vida íntima de oración es sencillo. A veces no es


fácil de conseguir. Consiste básicamente en un lugar
tranquilo, una hora tranquila, y un corazón tranquilo.

1.- Un lugar tranquilo


Para muchos de nosotros, el primero de estos, un lugar
tranquilo, nos es accesible. Pero hay miles de nuestros
hermanos creyentes para quienes es casi siempre imposible
retirarse a la soledad deseada del lugar secreto. La madre de
familia, el estudiante en un lugar público, el soldado en su
barraca, el joven en un internado escolar, y muchos más
quizá no puedan siempre conseguir un lugar de quietud. Pero,
“nuestro Padre sabe.” Y es confortador reflexionar en que el
propio Príncipe de los peregrinos compartió la experiencia de
estos. En la cabaña del carpintero en Nazaret había, según
parece, nueve personas que vivían bajo un mismo techo.

Después, cuando nuestro Señor comenzó su ministerio


público, hubo ocasiones cuando le resultaba difícil tener el
privilegio de la soledad. Era recibido frecuentemente por
quienes le demostraban una cortesía mínima, y no le daban
un lugar donde retirarse. Cuando su espíritu anhelaba
comunión con su Padre, enfilaba sus pasos hacia los
escarpados montes. “Las montañas frías y el aire de la
medianoche fueron testigos del fervor de su oración.” Y
cuando, hombre sin casa, subía a Jerusalén para las fiestas,
era su costumbre “valerse” del huerto de olivos de
Getsemaní. Bajo las cargadas ramas de algún nudoso árbol
que ya era viejo cuando Isaías era joven, nuestro Señor con
frecuencia habrá durado, en la suave noche de verano, más
que las estrellas.

Cualquier lugar puede ser un oratorio, siempre y cuando uno


pueda encontrar tranquilidad en él. Y si no mejor lugar, el
alma que se acerca a Dios, puede arroparse de quietud aun
en la explanada o en la calle llena de gente. Una mujer pobre
e una gran ciudad que nunca podía tener descanso del
insistente clamor de sus pequeños, se hizo un santuario de la
manera más simple. “Me tiré el delantal sobre la cabeza,” dijo
ella, “y eso fue mi cámara.”2

NOTAS

1. The Scale of Perfection, I. i. 1.

2. “En su viaje de regreso de las Indias Occidentales


al Clyde, Hewitson tuvo el privilegio de llevar a
Cristo a uno de los marineros. ‘No me falta una
cámara dónde orar’, dijo éste cierto día, hacia el
final del viaje, ‘Simplemente puedo cubrirme el
rostro con el sombrero, y estoy tan a solas con Dios
como si estuviera en una cámara.’ el hombre había
partido de Antigua un pecador perdido.

—Life de Hewitson, pág. 283.

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