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LA TIRANÍA DEL PENSAMIENTO POSITIVO,

J. Holland, sacado de La cara humana del cáncer

Me deprimía muchísimo cuando la gente me decía que tenía que pensar de manera
positiva. Pensaba: “Si esto es lo que tengo que hacer para sobrevivir, nunca lo
conseguiré”.

John, varón de cincuenta y dos años enfermo de melanoma

La gente sigue diciéndome que sea optimista. Yo digo: “Fastidiaos. Yo estaré fastidiado
haga lo que haga para vérmelas con el cáncer. Jamás en mi vida he sido optimista”.

Michael, maestro de cuarenta y cinco años al que recientemente se le diagnosticó un


sarcoma

Hace algunos años, Jane,* una mujer de cuarenta y nueve años con cáncer de mama, vino a mi
consultorio en el Memorial Sloan-Kettering Cancer Center, en Nueva York. Hacía poco que había
terminado el tratamiento y su médico le había dado una factura en blanco que significaba que los
médicos no habían encontrado ninguna evidencia de cáncer en su cuerpo. En efecto, sus mejillas
habían recobrado un saludable color sonrosado.

Pero cuando entró en mi consulta, Jane parecía agitada. Su cuerpo estaba rígido y tenso.
Cuando se sentó le dije: “Su médico me ha dado la buena noticia. Ha oído que ya está bien”.

“Eso es lo que él dice”, replicó abatida, “pero me siento como si estuviera perdiendo la
partida.”

Algo perpleja, le pregunté: “¿Qué es lo que hace que se sienta así?”. Y ella respondió: “Bueno,
mi hermana me dio un libro de como sobrevivir al cáncer, y dice que es fundamental mantener una
actitud positiva. He intentado ser optimista durante el tratamiento, pero ahora que se ha terminado
estoy más asustada y preocupada que nunca. Estoy triste y no puedo pensar de manera positiva sobre
nada”.

Yo le dije: “Debe de haber sido duro mostrarse optimista todo el tiempo durante este último
año, porque recuerdo lo mal que se sentía durante esos primeros días, después de cada una de las seis
sesiones de quimioterapia”.

“Sí, era duro, sobre todo cuando me sentía tan débil y cansada”, respondió. “Y algunas veces
estaba tan asustada y aterrada que me preguntaba si podría llegar hasta el final. Otras veces estaba
deprimida y triste, y furiosa de que esto me afectara tanto cuando querría poder hacer muchas más
cosas por mis hijos…”

“Eso me parece normal”, le dije. “No puedo imaginar cómo puede haber sido positiva a lo largo
de todo este año, cuando tenía que someterse a tantas pruebas y tratamientos complicados”

Jane comenzó a relajarse un poco. “¿Cree que está bien entonces y no es verdad que haya
impedido que la quimioterapia exterminase mi cáncer por no ser capaz de hacer lo que decía el libro?”
“No, no es verdad”, le repliqué con una sonrisa. “Usted no es una supermujer, eso ya lo sabe.
Afortunadamente es usted humana y normal. Muchas personas experimentan las mismas reacciones
que usted tuvo en esos momentos.”

“¡Menos mal!, me dijo. “Porque estaba pensando que si alguien más volvía a decirme que tenía
que pensar positivamente iba a darle un puñetazo.”

Jane se hacía eco de una cantinela que a menudo he escuchado de la gente que tiene cáncer:
la idea de que sentirse triste, asustado, acongojado o furioso es inaceptable, y que las emociones
pueden hacer, de algún modo, que el tamaño del tumor aumente. Y el sentimiento de que, si la persona
no controla en todo momento el plano emocional, perderá la batalla contra el cáncer. Desde luego, los
pacientes como Jane no llegan a esta conclusión por sí mismos. Esta idea se encuentra por todas partes
en nuestra cultura: en los libros de moda, en los periódicos que hay en todos los quioscos, en los
llamados “reality shows” y en las películas que ponen en la televisión.

(…)

En otra ocasión, me consultó una mujer cuyo marido había muerto de cáncer de pulmón. En
su aflicción, se acusaba de su muerte porque no le había procurado ningún grupo de apoyo que pudiera
haberle enseñado las técnicas mente-cuerpo, que ella creía que podrían haberle salvado. Intenté
asegurarle que le había ayudado en todos los aspectos, y que probablemente esas técnicas no habrían
conseguido que él saliese victorioso de su batalla contra un avanzado cáncer de pulmón.

LAS ACTITUDES SOBRE EL HECHO DE TENER CÁNCER: CULPAR A LA VÍCTIMA


(…)

La difunta Barbar Boggs Sigmund, que fue alcaldesa de Princeton, en Nueva Jersey, se puso furiosa
ante la sugerencia de que había algo de qué acusarla por tener cáncer de ojo (melanoma ocular) y
porque se extendiese. En una columna en el New York Times (figura 1), expresó su rabia por los libros
de autoayuda que suponían que “me había causado mi propio cáncer” a causa de una “baja
autoestima, de la necesidad de estar enferma o del deseo de morir y que, en consecuencia, dependía
de mí curarme o no”. La Sra. Sigmund rechazó la teoría de que “las células cancerígenas son la rabia
interna que se va de excursión por todo nuestro cuerpo” o la de “alabí alabá a la bim bom bá, sólo
machacaré a las sobrantes si aprendo a quererme bastante”.
Figura 1. New York Times, 30 de diciembre de 1989

Quiero, en primer lugar, ordenar toda la información fidedigna de que disponemos y


proporcionarle la información más actualizada posible sobre los estudios que se ocupan del papel de
la mente como causa del cáncer. No es culpa suya tener cáncer. Para muchos tipos de cáncer, la causa
no está clara en absoluto; su psique no ha desempeñado un papel en su desarrollo, ¡Seguro que usted
no quería tener cáncer! A medida que aprendemos más cosas sobre la prevención del cáncer,
aprendemos también acerca de los hábitos y conductas que incrementan el riesgo de tenerlo. Ahora
bien, dejando a un lado la relación entre fumar cigarrillos y el cáncer de pulmón (véase el capítulo 12),
los resultados están lejos de ser definitivos en lo que respecta a las causas de la mayoría de los
cánceres.

¿Cómo llegó a producirse el fenómeno de culpar al paciente de su enfermedad? Sin duda, tiene
que ver con el hecho de que, durante mucho tiempo, el cáncer ha sido un misterio, tanto su causa
como el remedio. Cuando sabemos muy poco sobre algo, comenzamos a sentirnos cada vez más
asustados por ese algo y desarrollamos mitos para intentar explicarlo y situarlo en una perspectiva que
nos resulte más tolerable. El cáncer no es la primera enfermedad que carga con mitos. Antes de que
se encontrara una cura para la tuberculosis mediante la utilización de los antibióticos, en la década de
1940, se decía que las personas que presentaban determinados rasgos de personalidad desarrollaban
tuberculosis, y que este estrés o debilidad emocional era la responsable de que la contrajeran. Estas
ideas fueron desapareciendo a medida que la ciencia estableció que lo que causaba la tuberculosis era
una infección bacteriana y se dispuso de fármacos para curarla.

(…)

De manera similar, cuanto más sabemos sobre las causas del cáncer y cuantos más tipos de
cáncer se vuelven curables, menos poderosos son los mitos que hay a su alrededor. Cada vez confiamos
mucho más en la información científica vigente y menos en las creencias asumidas durante largo
tiempo.

Cuando nos alcanza el infortunio, la tendencia humana natural es buscar una razón. A menudo,
la explicación inmediata es: “Debe de habérselo causado él mismo”. Esta reacción es similar a la
respuesta que se da cuando atracan a alguien. La gente dice: “Pero, en cualquier caso, ¿qué estabas
haciendo en ese barrio y a esas horas?”. Acusar a la víctima nos permite afirmar: “Eso no me sucederá
a mí”. Esta respuesta forma parte de un cuadro psicológico más amplio: la necesidad de atribuir una
causa a cualquier suceso catastrófico, sea un terremoto o una enfermedad. Al acusar a la víctima,
obtenemos una falsa sensación de seguridad, al creer que podemos prevenir sucesos que están fuera
de nuestro control. Pretendemos darle un sentido a algo que seguramente carece de él.

(…)

LAS ACTITUDES Y EL HECHO DE SOBREVIVIR AL CÁNCER

Las mismas actitudes que se desatan cuando le culpan a usted, en primer lugar, de haberse
causado el cáncer, a menudo también se aplican para explicar por qué se ha curado o no. Puesto que
influyen en su conducta, las actitudes y la personalidad son a menudo lo que le ha conducido a obtener
un diagnóstico precoz del cáncer. Éste es el único factor clave de la curación. Por ejemplo, si usted es
el tipo de persona que se preocupa por estar sana, si va al médico regularmente para hacerse un
chequeo o cuando se manifiestan algunos síntomas preocupantes, si coopera con el médico y sigue
sus consejos al pie de la letra, y, al actuar de este modo, está en condiciones de descubrir un cáncer
incipiente, debería fomentar esta actitud. Sabemos mucho sobre la manera en que nuestra
personalidad y nuestras emociones nos impulsan a mantener unos hábitos o conductas que
incrementan el riesgo de tener cáncer. Dos buenos ejemplos son la relación entre fumar y el cáncer de
pulmón, y entre el bronceado y el melanoma maligno.

También sabemos muchas cosas acerca de cómo las actitudes y emociones pueden afectar a
nuestros sistemas endocrino e inmunológico como respuesta al estrés. No obstante, no queda tan
claro que las actitudes y las emociones, por sí mismas, puedan transformar un proceso interno y tener
algún impacto sobre un tumor que crece en el cuerpo como respuesta al estrés. No sabemos si las
fluctuaciones de carga viral a nivel hormonal o inmunológico que son debidas al estrés tienen alguna
conexión con el cáncer y, en caso de que dicha conexión exista, cómo funciona.

Sin duda, la investigación es el nuevo campo de la psiconeuroinmunología – que explora las


conexiones entre el cerebro, el sistema hormonal (endocrino) y el sistema inmunológico – nos ha
proporcionado un cuadro muy interesante de las respuestas del cuerpo al estrés. Sabemos que hay
distintos tipos de estrés – que van desde presentarse a los exámenes en una facultad de medicina
hasta pasar por un divorcio - que afectan a las hormonas y al sistema inmunológico. La evidencia que
pone en relación el riesgo de sufrir un infarto y el estrés es bastante sólida. El estrés ejerce su efecto a
través del sistema nervioso, que a su vez afecta al ritmo cardíaco, la presión arterial y las hormonas.
Ahora bien, que con el cáncer suceda lo mismo es algo que todavía no está nada claro. No obstante,
hoy en día la gente se hace muchas preguntas, basadas en lo que han leído y en lo que sus amigos les
dicen sobre el cáncer y la mente. Y muchas personas comenten un gran número de errores y hacen
suposiciones prematuras basándose en una investigación incompleta. Por ejemplo, creen que si al
estrés del divorcio afecta a la función inmunológica, de ahí se sigue que “el divorcio debe de haberme
causado el cáncer”. Esta clase de extrapolación, sin una prueba científica, lleva a muchas suposiciones
y conclusiones falsas.

(…)

La gente que ha sobrevivido al cáncer suele considerar retrospectivamente la experiencia y


atribuir su supervivencia a su pensamiento positivo, sin contar con que también buscaron ayuda
médica desde el primer momento y que tuvieron el mejor tratamiento conocido para combatir su
cáncer. Esta creencia no sólo les proporciona una explicación para el hecho de que se hayan curado,
sino que también amortigua el temor a que el cáncer reaparezca. “Si lo machaqué una vez con esta
actitud, entonces de la misma manera puedo impedir que vuelva”. Esta creencia es tranquilizadora y
proporciona un modo de enfrentarse al miedo normal de que el cáncer reaparezca. Ciertamente, una
actitud positiva nos conduce a mantener la mejor actitud, y la más lógica para que el cáncer sea tratado
con éxito. Pero también he conocido a personas con actitudes positivas, que buscaron un diagnóstico
y un tratamiento precoz, y que sencillamente no fueron afortunadas. He visto a pacientes que no creían
en la conexión entre la mente y el cuerpo y que descartaban por completo la importancia de su actitud,
y que, sin embargo, sobrevivieron.

(…)

Es peligroso generalizar sobre las actitudes y su impacto en el cáncer sin disponer de más
información. La actual tiranía del pensamiento positivo a veces culpabiliza a los pacientes. Si pensar
positivamente funciona, adelante con ello. Pero si no es así, utilice la manera de enfrentarse a los
problemas que le resulte natural y que le haya funcionado en el pasado. (Me ocupo de diferentes
maneras de hacer frente a los problemas en el capítulo 6). Intentar “poner buena cara” o pretender
que se sienta confiado cuando, en realidad, se siente tremendamente asustado y preocupado puede
ser contraproducente. Si finge confianza y tranquilidad en relación con la enfermedad y el tratamiento,
tal vez impedirá que otras personas le presten ayuda y apoyo. También puede que albergue
sentimientos ocultos de ansiedad y depresión que podrían aliviarse si le hablara a su médico sobre
cómo se siente realmente. Asimismo, la tiranía del pensamiento positivo puede inhibirle a la hora de
conseguir la ayuda que necesita, ya sea por miedo a disgustar a sus seres queridos o por admitir un
tipo de personalidad que alguna gente piensa que es funesta. Si usted está rodeado por la “policía de
la actitud positiva”, dígales a su médico, su sacerdote o su terapeuta que abandonen esa actitud.
Hágales saber que, para usted, éste es un momento importante para ser sincero acerca de sus
sentimientos y que así podrá recibir toda la ayuda que necesita. (O bien puede dar a leer a su familia y
amigos este capítulo).

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