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1 No en el taxi, en francés.
Dejo que me desabroche el cinturón y empujo contra sus pequeñas
manos. Mi polla hace fuerza contra mis bóxers, y lo único que me importa
ahora es saborearla, sentirla, empujarla hacia mi pene...
―¡Ceci est votre dernier avertissement!2 ―advierte el chofer.
Ella suspira de placer contra mis labios y me pregunto si el chofer va a
echarnos físicamente o si está profiriendo amenazas vacías. Porque parece
que no puedo apartar mis labios de los suyos, que no me queda una
mierda que dar.
Suelto una risita baja al pensar en que nunca me he visto en la situación
de ser observado.
Normalmente, soy yo quien mira.
―Mierda ―susurra con la respiración agitada. Sus manos tantean la
cremallera de mis pantalones―. Me muero de ganas ―dice sin aliento.
Un relámpago de excitación me atraviesa. Creo que nunca había tenido
a alguien tan entusiasmada por estar conmigo y eso me excita muchísimo.
―¿Quieres que te folle aquí? ―murmuro, mis labios se desvían hacia
su mandíbula y succiono su suave piel en mi boca, saboreándola.
―Sí ―susurra.
Sabe a cielo y a infierno, a un néctar propio, como hecho para mí.
Un suave gemido se escapa de sus labios mientras sus manos tiran de
mi cremallera.
Echo la cabeza hacia atrás, extasiado, pero ella me agarra y me acerca a
sus labios para darme otro beso. Mis manos encuentran la banda de su
pantalón de chándal al mismo tiempo que ella mete la suya en mis
pantalones. Respiro con dificultad y espero a que me saque la polla, sin
importarme que estemos en público.
Sin importarme nada más que estar dentro de ella.
Pero en lugar de tirar de mi polla, se aparta de mis labios mientras sus
ojos se mueven entre los míos, como pidiendo permiso.
Me aliso la americana azul rey sobre el vestido azul bebé y me paso los
dedos por los rizos antes de entrar en el restaurante. Me siento sudorosa
y asquerosa por la humedad, y me arrepiento de haber elegido zapatos de
tacón cuando abro la puerta dorada. El restaurante se llama Papillon, que
significa mariposa en francés, y no puedo evitar arrugar la nariz al entrar.
¿Por qué eligió mi papá este sitio? Está lleno de imbéciles con demasiado
dinero. Aun así, me alegro de verlo. Hace meses que no vuelvo a París y,
aunque está a un tren de Londres, no lo veo lo suficiente.
Echo un vistazo al restaurante atestado de gente mientras me acerco al
puesto de la anfitriona.
―¿Puedo ayudarte? ―pregunta amablemente la empleada, y yo le
dedico mi mejor sonrisa.
―Je rencontre mon père. Il s'appelle Prescott Deveraux ―le digo en
perfecto francés, preguntándole si mi papá estará ya sentado.
―Ah, por aquí ―me responde en un inglés acentuado.
La sigo por el luminoso y aireado comedor, sintiéndome totalmente
fuera de lugar con mi brillante atuendo. Todo el mundo lleva traje de
negocios, incluso las mujeres. Grises, marrones oscuros y negros... me
duelen los pies por los tacones altos y estoy deseando sentarme. La
anfitriona se detiene ante una mesa con cuatro sillas y mis ojos miran al
hombre que ya está sentado. La veo confundida.
―Non, ce n'est pas la bonne table ―le digo rápidamente, explicándole
que ésta no es mi mesa.
―¿Stella Deveraux? ―me pregunta el hombre, poniéndose de pie―.
Tu papá me invitó a comer hoy. Espero que te parezca bien.
Veo al hombre con sorpresa, y hay algo en él que me resulta vagamente
familiar, como si hubiera visto su cara antes en alguna parte. Lleva el
cabello negro recogido en una coleta baja y, a pesar de ser mayor, es muy
guapo. Su acento es americano.
―Soy Charles Ravage. Tu papá y yo nos hicimos amigos desde hace un
par de años ―añade tendiéndome la mano.
La sacudo con firmeza mientras esbozo una sonrisa.
―Encantada de conocerte, Charles ―le digo amablemente,
conteniendo la decepción que me invade. Tenía ganas de almorzar con mi
papá, de ponerme al día, de contarle mis planes de negocios...
Otro hombre se pone a su lado y mis ojos se dirigen hacia el
desconocido.
Excepto que... no es un extraño. En absoluto.
Un zumbido bajo y agradable me recorre cuando establezco contacto
visual con el hombre de la fuente del año pasado. El agravantemente
atractivo, pero con una personalidad de mierda.
En el que, por desgracia para mí, no he dejado de pensar desde que nos
besuqueamos como locos en el taxi hace un año.
Parece exactamente el mismo. Alto, con hombros anchos. Una
mandíbula cuadrada acentuada con barba de un día, una nariz larga y
recta, y los ojos verdes más intensos que he visto nunca. Lleva el cabello
castaño oscuro corto por los lados, pero la parte superior está peinada con
esmero para resultar moderna y sofisticada. De hecho, no hay ni un
mechón fuera de lugar, y sus cejas, rectas e intensas, se juntan aún más
mientras me escruta. Lleva un traje Gucci de doble botonadura con un
sutil estampado a cuadros, y mis ojos se fijan en el mismo reloj Cartier que
llevaba el año pasado. No puedo negar que tiene estilo.
Se da cuenta de que lo veo y levanta una ceja con aire conspirador.
Dios. Realmente debería ser ilegal que una persona se vea así de bien.
Por el rabillo del ojo, veo que Charles le murmura algo, y tardo un
segundo en darme cuenta de que el Hombre Fuente nos acompañará a
comer. Me giro para mirarlo de frente justo cuando Charles nos presenta.
―Stella, este es mi hijo, Miles Ravage ―dice suavemente―. Miles, ella
es Estelle Deveraux. Su papá, Prescott Deveraux, se ha convertido en un
querido amigo y cliente mío.
Vuelvo a mirar a Miles y odio que mi estómago dé un pequeño vuelco
cuando establecemos contacto visual. Él me tiende la mano y se la tomo.
Su piel es cálida, las yemas de sus dedos ásperas para alguien que
probablemente se pasa el día detrás de un escritorio.
Dios, recuerdo cómo se sentían esas manos en mi espalda, mis muslos,
corriendo contra mi bajo vientre antes de zambullirse bajo la banda de mis
joggers.
Me toma la mano con fuerza y yo hago lo mismo, y algo parecido a la
sorpresa se dibuja en sus facciones ante mi firme apretón de manos. Ja.
―Encantada de conocerte ―le digo con dulzura.
―El placer es todo mío, Estelle ―responde con suavidad, sin
mencionar que ya nos conocíamos.
Gracias a Dios.
―Es Stella.
―Por supuesto ―dice, inclinando la cabeza en señal de disculpa antes
de hacerme un gesto para que me siente a su lado.
Jodidamente genial.
Me aliso el vestido, cruzo los tobillos y pongo las manos sobre el regazo.
Alguien tiene que venir y quitarme la vida. No solo me humillé el año pasado
saltando sobre sus huesos como una loca, sino que ahora estoy aquí
sentada con su papá. Cierro los ojos cuando pienso en cómo me
murmuraba guarradas al oído en el asiento trasero de aquel taxi, y la dura
y gruesa longitud que envolví con mis dedos brevemente por encima de
sus pantalones.
Mierda.
No esperaba volver a verlo, y por la forma en que me mira, con una
mirada acusadora... supongo que él tampoco esperaba volver a verme.
―Entonces, Stella ―empieza Charles, sentado frente a mí―. Tu papá
dice que vas a crear tu propia línea de moda.
La mesera se acerca y nos sirve agua a todos. Tomo un sorbo y dejo el
vaso sobre la mesa.
―Sí. Bueno, dentro de unos años. Es todo un esfuerzo, y requiere
bastante dinero para empezar ―le explico.
―Ya veo. ―Hay algo en la forma en que dice esas dos palabras que me
incomoda, pero lo ignoro. Justo cuando estoy a punto de preguntarle por
mi papá, sus ojos se iluminan al ver algo al otro lado del restaurante―.
Ah, aquí está el hombre del momento.
Sigo su mirada y veo a mi papá pavoneándose por el restaurante. Lleva
una camisa blanca abotonada y jeans oscuros. Tiene el cabello plateado
peinado hacia atrás y parece más curtido que la última vez que lo vi.
Cuando me levanto, él camina hacia mí y me besa en ambas mejillas.
―Cariño, siento llegar tarde ―me dice, con su acento medio británico,
medio francés, grave y profundo―. Estás preciosa. ¿Es una de tus
prendas? ―me pregunta tocándome la manga de la americana.
―Sí, gracias por notarlo. ―Me ve antes de saludar amistosamente a
Charles y a Miles, y tomo nota de que se dirige a Miles con cierta
familiaridad, deben de haberse visto antes.
―Ma chérie, Charles Ravage me ha estado ayudando con mis
inversiones ―me dice alegremente.
―Bueno, tu cartera es ciertamente impresionante ―dice Charles.
Cuando veo a Miles, está viendo a su papá.
―¿Eso es cierto? ―le pregunta, con voz dura y helada.
Mis cejas se fruncen mientras observo a los tres hombres y su dinámica.
Casi parece que Miles esté enojado porque su papá haya ayudado al mío,
pero ¿por qué?
―Sí ―dice Charles, dando un sorbo a su agua y viendo a Miles con
dureza. Antes de que los dos puedan decir otra palabra, mi papá
interviene.
―Me alegro mucho de que todos hayamos podido comer hoy ―dice
jovialmente, pero, de nuevo, mi papá siempre es jovial.
Como fundador de una de las mayores organizaciones benéficas de
Europa, ha pasado bastantes penurias. Después de que mi mamá muriera
al darme a luz, se hizo un nombre como filántropo. No éramos ricos; de
hecho, hasta hace unos años casi no teníamos dinero. Mi papá insistía en
que no necesitábamos mucho para vivir. Crecí trabajando en comedores
sociales por toda Europa, residiendo en Londres y yendo a una escuela
normal. Sin niñeras, sin ayuda doméstica, solo un piso de dos
habitaciones y muchos frijoles con tostadas.
Pero gracias a su obra, el apellido Deveraux se convirtió en un nombre
muy conocido. Apareció en todas las grandes publicaciones como alguien
que cambiaría el mundo para mejor, lo que, por supuesto, le dio más
notoriedad y más contactos con gente como Charles Ravage. Mi papá
creía que esas conexiones aportarían más dinero a sus organizaciones
benéficas, y eso fue exactamente lo que ocurrió. Una vez que lo conocieron
los grandes nombres -una vez que se metió en la misma sala que algunas
de las personas más poderosas del mundo-, empezó a recibir grandes
donaciones simplemente por su ingenio y su encanto.
La mayor parte de ese dinero estaba destinado a la beneficencia, pero
mi papá se dio a sí mismo “por primera vez” un sueldo mayor, al igual
que al resto de sus empleados. En lugar de donar la mayor parte de su
sueldo a la beneficencia, como hizo durante décadas, por fin pudo
reservarse algo para sí mismo.
No teníamos mucho dinero, pero sí lo suficiente para estar cómodos.
No me sorprende que Charles le ayude a gestionar su nuevo éxito,
después de todo mi papá no sabe ni escribir un cheque, y todas las
organizaciones benéficas han recibido donaciones masivas en los últimos
dos años. Su patrimonio neto es considerable ahora, y me alegro de que
tenga a alguien que lo ayude con todo.
Tras otra mirada tensa de Miles, la conversación fluye con facilidad.
Cada dos minutos, echo un vistazo furtivo al hombre que está a mi
derecha y, en todas las ocasiones, sus ojos se posan en mí.
Acusatorio, tormentoso, oscuro.
El año pasado vislumbré su hosquedad, pero ahora parece a punto de
romper el vaso que tiene en la mano.
Yo pido una ensalada de queso de cabra y Miles, un filete terminó
medio, nuestros papás piden langosta. Como deprisa, y la tensión
aumenta a cada minuto que pasa mientras nuestros papás charlan sobre
sus recientes vacaciones. Mi papá vive ahora en París, donde nació, pero
yo me crie en Londres, de donde era mi mamá. Me gusta tener esa
conexión con ella y sé que a mi papá también le gustaba cuando yo era
joven. Es lo que ella habría querido.
Estuvieron casados diez años antes de tenerme y, tras la muerte de ella,
él no volvió a casarse, a pesar de que yo lo animé para que lo hiciera.
Ella fue el amor de su vida.
Quizá yo tenga la suerte de encontrar ese tipo de amor algún día.
Un par de minutos después, Miles se inclina unos centímetros y
empieza a hablar.
―¿Te has bañado desnuda en alguna fuente últimamente? ―me
pregunta, limpiándose la boca y mirándome con el ceño fruncido.
―No últimamente, no. Tengo demasiado miedo de ser molestada por
hombres de negocios gruñones.
―Oh. Bueno, si te hace sentir mejor, no he estado vagando por París en
medio de la noche. Demasiado miedo de ser afrentado por exasperantes
mujeres desnudas.
¿Me está insultando? ¿O coqueteando conmigo?
Con él, es difícil saberlo.
―Bueno, es bueno que te fueras cuando lo hiciste, entonces. He oído
que París está lleno de mujeres como yo. No me gustaría que te enredaras
y llegaras a odiar esta ciudad más de lo que ya la odias.
Algo parecido a la sorpresa se dibuja en sus facciones. Sus ojos brillan
mientras me evalúa.
―¿Sabes? Tienes que ser una de las mujeres más interesantes que he
conocido, Estelle.
―Stella ―le recuerdo―. Y gracias. Aborrezco a la gente aburrida.
Como el caso en cuestión ―añado, fulminándolo con la mirada.
―Nunca dije que interesante fuera un cumplido ―murmura.
Me encojo de hombros.
―Mejor ser interesante que aburrido, a como lo veo.
Se ríe rápidamente, pero luego cierra la boca con fuerza. Parece casi
vulnerable cuando pronuncia su siguiente frase.
―Supongo que ser interesante es un privilegio, algunos tenemos que
pasar desapercibidos como sea.
―Bueno, tal vez te haga sentir mejor si te digo que en realidad no creo
que seas aburrido. Solo quieres que la gente piense que lo eres.
Él arquea una ceja mientras muerde un trozo de su filete y lo mastica
lentamente mientras digiere mis palabras. Observo cómo se ondulan los
músculos de su mandíbula al masticar. El movimiento de su boca. La
forma en que sus largos dedos agarran con firmeza el tenedor y el
cuchillo. La imagen de Miles Ravage comiendo es altamente erótica.
Oh, mierda. ¿Qué me pasa?
Espero a que responda. No me gusta este juego de fútbol mental que
hemos estado jugando, me hace sentir incómoda. Me enorgullezco de
saber quién soy y lo que defiendo, y sobre todo de saber cómo tratar a los
hombres. Tuve que aprender a una edad temprana cómo rechazar
comentarios sarcásticos, cómo lidiar con un mundo centrado en los
hombres y cómo encontrar mis propios puntos fuertes. No soy ajena a las
burlas de los hombres y, la mayoría de las veces, soy capaz de mantener
la lucidez.
Rápida de reflejos.
Así le gustaba llamarme a mi papá. Ser una mujer con curvas y de talla
grande significaba que me había pasado mis veintes aprendiendo a
ganarme el respeto de la gente. Como la mayoría de la gente no respetaba
a las mujeres jóvenes y ambiciosas -especialmente a las que tenían cuerpos
que no encajaban en la idea que la sociedad tenía de lo aceptable-, tuve
que aprender a equilibrar la balanza. Eso significaba aprender a
enfrentarme a la gente por sus estupideces.
Últimamente era especialmente importante, con tanta gente interesada
en nuestra familia y en lo que hacíamos. No podía tomarme nada como
algo personal, así que me había hecho de una piel gruesa.
Pero, por alguna razón, estar cerca de Miles es como tener la cabeza
enterrada en la arena. Todos los comentarios ingeniosos que
normalmente se me dan tan bien se pierden en algún lugar entre mi
cerebro y mi lengua. Las insinuaciones e indirectas que suelo hacer con
facilidad se quedan en el camino en cuanto lo veo fijamente a los ojos
verdes y brillantes.
¿Por qué?
Siento un cosquilleo en todo el cuerpo cuando pienso en lo que sentí al
estar pegada a su cuerpo en aquel taxi. Cómo sus manos recorrieron mis
muslos, metiéndose bajo mi blusa y rozando mi piel con sus dedos. Sentí
como si me electrocutara la columna vertebral. Lo duro que estaba bajo mi
mano, como si me deseara tanto como yo a él.
Cierro los ojos brevemente, pensando en la dureza con la que me apartó
de él, y en la mirada estoica que puso cuando el taxi se marchó a toda
velocidad.
Fue un desprecio total.
Cuando Miles termina de masticar, tararea.
―Ya veo. Parece que has pasado algún tiempo condensándome en una
cajita perfecta. ¿Qué más has observado en mí? ―murmura, con voz
grave.
Se me calientan las mejillas. Tantas. Cosas.
―Puedo leer a la gente con facilidad, eso es todo ―explico, secándome
los labios con la servilleta.
Sus ojos se entrecierran ligeramente mientras me ve fijamente.
―Y yo también puedo leer a la gente con facilidad, Estelle.
―Por favor, llámame Stella.
Ladea la cabeza, deja el tenedor y el cuchillo en el plato y me mira. Se
me pone la piel de gallina ante su mirada recorriéndome el cuello, el
pecho, el regazo y la cara.
―¿Por qué te molesta tanto tu verdadero nombre? ―abro la boca para
replicar, sintiéndome de pronto acalorada y ruborizada. No es el nombre.
Es quién me llamaba así, pero antes de que pueda responder, suelta una
carcajada―. Es un nombre precioso. ¿Sabías que significa “estrella” en
latín?
Sus palabras me hacen sentir algo oscuro y peligroso, y no puedo
apartar la mirada de él.
Me devuelve la mirada, desafiándome a apartar la vista con su sonrisa
arrogante. Sabe que me ha desconcertado y respiro lenta y pausadamente
para orientarme. Nunca he conocido a nadie como él: listo, rápido, capaz
de igualar mis bromas. Nunca consigo lo que me propongo, pero, de
algún modo, sospecho que he encontrado a mi pareja en Miles Ravage.
Sus ojos se oscurecen un poco cuando bajan hasta mi boca y, antes de
que pueda darme cuenta de lo que está haciendo, se inclina hacia adelante
y me agarra la barbilla con la mano. Respiro con fuerza cuando su pulgar
se posa en mi labio inferior.
―Tienes algo en el labio... ―se interrumpe, y mis ojos se desorbitan
cuando me pasa la áspera yema del pulgar por la comisura de los labios.
Todo se calienta y mi cuerpo se tensa cuando sus ojos se cruzan con los
míos, cuando se queda ahí un segundo de más.
¿Quieres que te folle aquí?
Mis ojos se cierran brevemente cuando recuerdo lo que me dijo el año
pasado: lo caliente que me puse imaginándome montada en él en la parte
de atrás de un taxi donde cualquiera pudiera vernos.
No es hasta que mi papá menciona a mi abuela que salgo de mi
confusión. Había olvidado por completo que mi papá y Charles estaban
manteniendo su propia conversación al otro lado de la mesa. Me alejo de
Miles y respiro tranquilamente.
―Mi mamá falleció el año pasado, mi pobre Stella tardó mucho en
recuperarse tras su muerte. Eran muy unidas, pero ahora está empezando
su propia línea de moda ―dice orgulloso.
Sonrío mientras me llevo un trozo de queso a la boca, nerviosa por los
elogios de mi papá. Por el rabillo del ojo, veo a Miles observándome.
Antes de que pueda responder, Charles se ríe.
―Y por eso estamos almorzando hoy. Para proponerte una solución a
tu inusual situación financiera.
La mesa se queda en silencio y veo a mi papá. Siempre es tan
comunicativo. Aunque sé que está trabajando con Charles, no necesito
que Miles se entere de todos los problemas a los que me he enfrentado
como diseñadora de moda en ciernes, es decir, que estoy arruinada. Y,
que apenas estoy sobreviviendo gracias a la muy pequeña cantidad de
pedidos que recibo cada mes.
Dios, qué humillante.
―Papá ―dice Miles, con un tono grave de advertencia. Casi puedo
sentir la furia que irradia―. Por favor, dime que esto no es lo que creo.
Veo entre los hombres Ravage, confundida.
―¿Y qué crees que es esto exactamente?
Miles no me mira. En vez de eso, ve a su papá con la mandíbula tensa
y los ojos brillantes de furia. Desvío la mirada hacia las líneas plateadas y
dentadas de su piel, bajo el cuello de la camisa abotonada. La cicatriz
irregular le recorre hasta casi el lado izquierdo de la mandíbula, dándole
un aspecto distinguido. Me dan ganas de saber más sobre él. Justo antes
de que me dé la vuelta, dirige sus ojos verdes de reptil hacia los míos, que
se agrandan cuando se dan cuenta de que le estoy viendo el cuello.
Si no me equivoco, algo parecido a la vergüenza recorre sus facciones
mientras sus largos dedos tiran de su cuello hacia arriba, por encima de
sus cicatrices.
―No voy a hacerlo ―dice rápidamente, lanzándole una mirada
fulminante a su papá antes de mirarme a mí a continuación.
―¿Puede alguien explicarme qué está pasando? ―pregunto, con la voz
un poco alta. Unas cuantas personas se giran para mirarnos, y mis mejillas
se calientan.
Miles cierra los ojos brevemente. Apoya las palmas de las manos en la
mesa y me ve con la cabeza gacha.
Antes de que pueda hablar, mi papá me toma de la mano.
―Stella, cariño ―dice con suavidad―. Solo intento ayudarte.
Trago saliva.
―¿Ayudarme con qué?
Él mira a Charles antes de continuar.
―Hace un par de meses, le hablé de tu línea de ropa a Charles durante
una reunión de negocios ―empieza―. Y le conté que estabas luchando
por sacarla adelante económicamente ―dice despacio.
Dios, mátame ahora.
Siento que se me hunde el estómago y frunzo las cejas.
―¿Y?
―Stella ―interviene Charles, inclinándose hacia adelante.
―Papá ―Miles advierte.
―Miles es un prominente hombre de negocios en California
―comienza Charles―. Actualmente necesita un milagro de relaciones
públicas.
―Perdón por ser tan tonta, pero no sé muy bien qué tiene que ver esto
conmigo ―le digo.
Mi papá se aclara la garganta.
―Tú necesitas dinero, y Miles necesita a alguien que repare su imagen
pública. Al principio no estaba seguro, pero he visto a Miles varias veces
y es un perfecto caballero. No se me ocurre nadie mejor para ayudarte.
―Debe de notar mi expresión de confusión, porque se inclina más hacia
mí―. Sabes que si mi dinero no estuviera invertido en la beneficencia, te
ayudaría sin dudarlo, ma chérie.
Veo entre los tres.
―¿Alguien que repare su imagen pública? ¿Y cómo lo haría?
―Casándote con Miles, por supuesto ―termina Charles, con una
expresión de satisfacción dibujada en el rostro.
La habitación gira ante mí y me agarro con fuerza a la mesa, girándome
hacia Miles. Él se frota la barbilla y me observa, como si ya lo supiera.
Como si ya lo sospechara.
―¿Tú lo sabías? ―le pregunto.
Suspira y se encoge de hombros una vez.
―Lo sospechaba. Mi papá lleva meses presionándome para que
encuentre a alguien con quien casarme.
―Lo siento ―digo despacio, tratando de asimilarlo todo―. ¿En qué
siglo estamos viviendo?
―Cariño ―mi papá arrulla―. Piénsalo, es solo un año. Charles ha
accedido a adelantarte el dinero líquido a cambio de unas cuantas salidas
públicas con Miles como esposa, solo sobre el papel, claro. Un millón de
dólares, ma chérie. Piensa en lo que podrías hacer con ese dinero. Piensa
en lo rápido que podrías poner tu marca en marcha...
Abro y cierro la boca. ¿Un millón de dólares?
Sin duda cambiaría mi carrera. Podría empezar mi línea de ropa con
poco o ningún riesgo. Podría contratar a los fabricantes más caros y éticos.
Podría importar los tejidos más ecológicos. Podría contratar a artesanos
locales y hacer de la marca todo lo que siempre soñé que sería.
Aunque no tenga una maestría en administración, sé que esa cantidad
de dinero resolvería muchos de mis problemas. He hecho números. Tengo
un plan a diez años, pero es un plan que solo existe si soy capaz de ahorrar
lo suficiente para llegar a ese punto. Sin embargo, con un millón de
dólares en efectivo no necesitaría esperar diez años.
Con mi plan actual necesitaría el dinero antes de empezar la producción
para evitar hundirme. Necesitaría empleados y campañas de marketing
antes de tener dinero de las ventas. Nada de eso es barato, y resulta que
es algo que me interesa mucho, algo que estoy deseando hacer ahora, no
dentro de diez años. Tengo una nueva visión de la ropa asequible y
accesible que es buena para el medio ambiente, algo que la gente puede
usar ahora. Tengo muchas aspiraciones y todas cuestan dinero. Mucho
dinero.
Es algo que mi abuela me rogó que hiciera, el único sueño que ella quería
que siguiera. Con el dinero de Charles, podría hacerlo. Su muerte me hizo
caer en una espiral de oscuridad de la que recién me estoy recuperando.
¿Te imaginas lo bien que te sentirías si pudieras llevarlo a cabo? ¿Ser capaz
de vivir mi sueño, haciendo lo que amo, por ella?
¿Para ayudar a la gente ahora y no dentro de diez o más años?
Mis ojos se desvían hacia Miles. ¿Quién es la familia Ravage? El apellido
me resulta familiar, pero deben de ser extremadamente ricos para poder
prestarle a la hija de un cliente un millón de dólares.
¿Y por qué... una esposa falsa? Miles es ciertamente atractivo,
seguramente podría encontrar a alguien más adecuada para él.
¿Por qué yo?
Sentada más erguida, veo entre los tres hombres.
Por supuesto. Deja que ellos decidan mi futuro.
―No ―le digo simplemente―. Lo siento, pero me niego a casarme con
un completo desconocido por dinero, incluso si el dinero estuviera bien.
―Ma chérie ―murmura mi papá―. Por favor, piénsalo...
―¿Qué puedo hacer para que aceptes las condiciones?
Veo a Miles quedarse quieto en mi visión periférica. Vuelvo a mirar a
mi papá y me pongo en modo negocios.
―¿Y cuáles son exactamente los términos?
Charles se aclara la garganta.
―Un año. Vivirás con Miles en su casa, y lo acompañarás a todos los
eventos durante el año. Al final de todo, se divorcian amistosamente, y
ambos estarán mejor por eso. Tú tendrás el dinero para tu línea de ropa,
y Miles se beneficiará de la reputación de tu familia. No puedes negar que
todo el mundo ama a la familia Deveraux.
Él tiene razón.
Odio que tenga razón.
La gente está fascinada con nosotros desde que mi papá entró en la lista
“Las 100 personas más filantrópicas” de Forbes. No era una celebridad,
pero sí alguien a quien el público admiraba. Con esa admiración vino una
especie de fascinación por mí. Nunca había visto una cámara de paparazzi
hasta el año pasado. Aunque se publicaron algunos artículos hirientes y
poco favorecedores sobre mí, en su mayor parte la gente sentía curiosidad
por mí. No la suficiente como para comprar la ropa que tenía a la venta,
pero... con el apellido Ravage a mis espaldas, quizá podría conseguir el
respaldo suficiente. Seguramente tenía conexiones.
Pero no.
Mierda, no.
Esto es una locura.
―Tu apellido le daría legitimidad a la familia Ravage ―dice Charles,
con la voz teñida de tristeza.
―Lo cual tiene gracia, teniendo en cuenta que tú eres la razón por la
que necesitamos legitimidad ―gruñe Miles desde mi lado.
―¿Tenemos voz en esto? ―pregunto, la voz me tiembla un poco―. Ya
dije que no, y aun así seguimos hablando de esto... ―Mi papá abre la boca
para hablar, pero yo continúo―. No puedo creer que tenga que
defenderme en esto, papá.
―Lo siento, ma chérie. Por supuesto que Charles y yo no vamos a
forzar nada. Esto no es un matrimonio arreglado. Simplemente... los
estamos uniendo convenientemente. Es solo una idea.
Miles se burla desde mi lado.
―¿No es un matrimonio arreglado? ―le pregunta a mi papá―. Excepto
que le estás poniendo un millón de dólares delante... ―Me da un vuelco
el corazón al ver cómo me defiende. Me ve con expresión dura, decidido.
Vuelve a llevarse la mano al cuello y se lo sube por encima de las
cicatrices.
Se gira rápidamente hacia Charles.
―No quiero casarme con ella ―sisea.
Sé que siento lo mismo, pero ouch.
―Te di tiempo para encontrar a alguien por tu cuenta, y fracasaste ―le
dice Charles a Miles, con voz uniforme pero amenazadora―. Es un asunto
urgente. Tu negocio depende de eso. Sé que la gente ha estado rechazando
la oportunidad de reunirse contigo, por no hablar del artículo del LA
Weekly...
―Lo sé ―dice Miles, con voz fuerte―. Y pedí más tiempo para
asegurar a alguien. No pedí que me presionaras para hacer algo que
ninguno de los dos quiere ―añade.
―No tenemos todo el tiempo del mundo, Miles. Cada fin de semana,
se publica otro artículo sobre nuestra familia. Entre tú, Chase y Orion,
rechazo llamadas de periodistas todos los días.
―Sí, bueno, Chase está comprometido ―dice rápidamente―. Ahora
tiene a Juliet.
―No hasta que haya campanas de boda. ―Le lanza a Miles una mirada
fulminante―. Orion es una causa perdida. Es joven. Tal vez recapacite,
tal vez no. Liam y Malakai son lo bastante listos como para permanecer
escondidos...
―¿Algo así como tú? ―interviene Miles.
―¿Cuál es el problema? ―pregunta Charles―. Un año no es nada.
―De hecho, es un gran problema. ―Miles suspira y se cruza de brazos,
mirándome de nuevo. Hay algo tan acalorado y fracturado en su
expresión. Hace que el contenido de mi estómago se convierta en plomo.
Me siento erguida y se me sonroja la cara de vergüenza. Miles no solo
está enojado, está furioso ante la perspectiva de casarse conmigo. Claro que
es una idea absurda, pero se comporta como si fuera lo peor que le
pudiera pasar.
Ya he tenido bastante. Dejaré que se peleen entre ellos, porque me niego
a ser moneda de cambio, y me niego a ver a Miles y a su papá colgar mi
línea de ropa de una cuerda. Es lo único que tengo, el único sueño al que
me niego a renunciar.
―Disculpen ―digo rápidamente antes de tomar el bolso.
Pero justo cuando me levanto, Miles se levanta de la silla y se va,
murmurando algo sobre ir al baño.
Bien. Lo último que necesito es que vea cómo mi cara empieza a
arrugarse, cómo me duele el pecho cuando pienso en mi papá casándome
como un cordero enviado al matadero. No sé si reír o llorar, parece una
broma. Estamos en el siglo XXI.
―Ma chérie ―murmura mi papá.
Lo fulmino con la mirada.
―Dame un momento, papá ―le digo rápidamente, cerrando los ojos e
intentando recalibrar mi respiración mientras vuelvo a sentarme.
Inhala, exhala, inhala, exhala...
Oigo a Charles y a mi papá hablar en voz baja entre ellos, pero lo único
que pasa por mi mente es lo que Miles dijo hace un momento,
repitiéndose en bucle.
No quiero casarme con ella.
No quiero casarme con ella.
No quiero casarme con ella.
Aunque el dinero estaría bien, no puedo, conscientemente, aceptar un
matrimonio concertado. Dios, qué vergüenza. Todo esto está tan jodido. Sé
que mi papá solo hace esto porque quiere que persiga mis sueños. Sé que
tampoco está hecho de dinero. Es muy amable de Charles ofrecer, pero no
puedo aceptar el dinero.
¿O no?
No.
El dinero es otra cosa, pero no estoy segura de poder enfrentarme al
rechazo de Miles Ravage. No puedo escucharlo tratar de argumentar su
salida de esto, incluso si estoy de acuerdo con él.
No presto atención a nada hasta que mi papá pone una mano sobre la
mía.
―Stella ―dice suavemente―. Charles fue a ver a Miles. ¿Estás bien?
Muevo la cabeza para mirar a mi papá.
―Por supuesto que no estoy bien. No lo puedo creer... ―Me quedo sin
palabras cuando veo a Charles volviendo a nuestra mesa. Solo.
―Bueno, no está en el baño ―dice Charles, encogiéndose de hombros.
Oh, Dios. ¿Salió por la puta ventana o algo así?
Me arde la cara.
Se fue.
Charles y mi papá reanudan la conversación, pero la comida amenaza
con subirme por la garganta mientras me aprieto los ojos con los talones
de las manos.
Inhala, exhala...
Él me dejó para recoger los pedazos.
Maldito bastardo.
Charles me dice algo sobre que Miles va a entrar en razón, sobre ser
paciente, pero no puedo estar aquí ni un segundo más. No puedo
escuchar a mi papá y a Charles Ravage excusarse por lo que hicieron, por
lo que hizo Miles.
Esto es lo más humillante que me ha pasado nunca.
Una ira ardiente empieza a irradiar desde mi pecho hacia afuera, así
que agarro mi bolso y me pongo en pie. No oigo lo que dice mi papá, o lo
que dice Charles.
Todo este almuerzo fue completamente absurdo, y si pudiera opinar,
nunca tendría que ver a Miles Ravage de nuevo.
Levantando un pie delante del otro, salgo y me alejo rápidamente de
Papillon.
2
la mentira
Estelle:
Tuve que salir de la ciudad para una reunión de negocios de última hora.
Nos vemos el jueves.
Miles.
4 Galletas.
despacio, disfrutando del aire fresco de la mañana en mi piel. Si estuviera
en Londres, me estaría congelando el trasero. No hace calor, pero carece
de la mordedura aguda y fría del otoño por la que Inglaterra es famosa.
Tengo la sensación de que cuando salga el sol, todo se calentará, y yo estoy
aquí para eso.
Primero recorro el perímetro del castillo, fijándome en los cuatro pisos,
los muros de piedra y las ventanas arqueadas. También hay una enorme
piscina en el jardín trasero, una puerta que conduce al bosque que rodea
el castillo y un elegante camino de entrada circular. Es enorme. El hecho
de que este pueda ser mi nuevo hogar es alucinante.
A eso de las seis vuelvo a entrar, me ducho rápidamente y me pongo
mi romper amarillo brillante favorito. Cuando bajo a prepararme otra taza
de té mediocre, hay un hombre en la cocina.
Dejo de caminar cuando levanta la vista y se fija en mí. Sostiene un
periódico con las dos manos y, mientras su expresión pasa de la
curiosidad a la diversión, dobla el periódico y lo deja sobre la isla.
―Vaya, vaya, vaya ―dice con una sonrisa burlona―. Tú debes de ser
la nueva prometida de mi hermano.
¿Cómo demonios lo sabe? ¿Se lo dijo Miles?
―Por desgracia ―muerdo, acercándome a él y tendiéndole la mano―.
Stella Deveraux.
―Liam Ravage ―dice con rudeza.
Es guapo, más viejo que Miles si su barba plateada sirve de indicio.
Lleva una franela roja y unos jeans viejos.
―El hermano mayor de Miles ―aclara―. Vivo a unos veinte minutos
de aquí, y vine a desayunar con mi hermano, solo para encontrarme con
que se ha ido a una reunión de negocios muy sospechosa.
Resoplo una carcajada mientras avanzo por la cocina.
―Más bien huye de mí ―murmuro―. Anoche lo regañé un poco.
Liam se ríe.
―Bien por ti. A veces necesita una buena reprimenda.
Sonrío mientras veo a Liam. Está bebiendo café solo y sus ojos azules se
clavan en los míos juguetonamente. Hago un sonido de indignación
cuando saco una bolsita de té.
―Tu hermano necesita un té de verdad ―le explico, haciendo una
mueca―. No soy elegante, pero necesito algo un poco más robusto que el
Lady Grey.
―Ah. ¿Es por eso que hay una lista en la esquina con té adecuado
rodeado tres veces?
Me río.
―Exactamente.
―Dale a Luna una lista. Normalmente hace la compra un par de veces
a la semana. Seguro que estará encantada de añadir cualquier cosa que te
haga sentir como en casa.
―Soy perfectamente capaz de hacer mis propias compras.
Liam suelta una carcajada.
―Seguro que sí, pero Luna también está encantada de ayudar en lo que
necesites. ¿O tal vez yo pueda ayudar? Me encantaría llevarte.
Lo veo escéptica.
―¿No estarás ocupado?
―Hoy no tengo clase. ―Como no respondo, continúa―. Soy profesor
de escritura creativa.
Tarareo en señal de reconocimiento.
―Ya veo. ―De repente, se me ocurre una idea. No tenía muchas ganas
de holgazanear por el castillo hasta mis reuniones de más tarde, y si Liam
está dispuesto a llevarme―. ¿Quizás, ya que estamos en eso, podemos
comprar algunas cosas para la casa?
Se levanta y me sonríe amistosamente. Hay algo en él que me
reconforta, como el hermano mayor que nunca tuve.
―Estaré encantado de ayudar. ¿Qué tienes en mente?
Me encojo de hombros mientras bebo un sorbo de mi horrible té.
―¿Algo de color, quizá? Si voy a vivir aquí un año, necesito animar un
poco el lugar.
Liam ladea la cabeza mientras se cruza de brazos.
―¿Lo sabe Miles?
Sonrío.
―Puede que haya subestimado mi afición por el color.
Esto lo hace sonreír más.
―Vamos, entonces.
Siguiéndolo fuera de la cocina, caminamos uno al lado del otro hacia la
parte delantera del castillo.
―¿Tú y Miles son cercanos? ―le pregunto.
Se encoge de hombros.
―Sí. Quiero decir, los cinco somos cercanos, pero Miles y yo somos los
dos mayores. Pasamos nuestra infancia cuidando a los demás, ¿sabes?
Pero él trabaja con Chase, el segundo más joven, así que los dos tienen
una estrecha relación de trabajo.
―¿Qué te hizo elegir la escritura creativa? ―pregunto, tomando mi
bolso de la mesa del vestíbulo y lo sigo hasta la entrada.
―Siempre me ha gustado escribir. Hay algo en entregarme a mi musa
que hace arder mi alma ―dice despacio, abriendo la puerta del pasajero
de un Jeep Wrangler negro y haciéndome un gesto para que suba. Está
cubierto de tierra, y me pregunto brevemente qué hace Liam durante su
tiempo libre. Una vez dentro, se gira hacia mí―. ¿Y tú? ¿Qué te enciende
el alma, Stella?
Sonrío mientras nos alejamos, sabiendo que Liam y yo nos vamos a
llevar a las mil maravillas.
5 Es un pastel de carne molida cocida cubierta con puré de papa y horneada, muy popular en el
Reino Unido.
6 Aquí, mi esposa. En francés.
―Me alegro de que te guste ―dice Miles, con voz controlada―. Me
gustaría que cenaras conmigo todas las noches.
Su falta de entusiasmo hace que parezca que me está preguntando si
me gustaría hacerme una colonoscopia nocturna.
―Seguro.
―Y le haré saber al chef que te gustó su pastel. Te lo puede hacer
cuando quieras.
Asiento con la cabeza.
―Gracias. Me lo hacía mi abuela.
Miles se queda callado durante unos minutos, y al principio creo que
opta por ignorar mi rama de olivo.
―¿La que falleció el año pasado?
―Sí. De hecho, esa noche en la fuente... ese fue el día de su funeral.
Miles me observa en silencio mientras le doy un mordisco a la tarta.
―Lo hiciste por ella ―afirma.
Asiento con la cabeza.
―Tenía una lista de cosas que quería hacer antes de morir. Era lo último
de su lista.
Miles deja de masticar, y sus ojos me estudian mientras contempla qué
decir a continuación. Quizá se sienta como un imbécil ahora que sabe lo
importante que fue para mí toda aquella noche.
―¿Qué otras cosas estaban en la lista de tu abuela?
―Bueno, aparte de bañarse desnuda en una fuente pública, quería
hacerse un tatuaje, correr una maratón, hacer snorkel e ir al Oktoberfest.
Era una mujer aventurera a pesar de estar en silla de ruedas, así que
consiguió la mayoría de las otras cosas de su lista ―Trago saliva una
vez―. Solo puedo esperar que, cuando llegue mi hora, mi lista sea tan
corta o más que la suya.
Miles me observa con curiosidad.
―Todos podemos tener esperanza, supongo. ―Toma un sorbo de
vino―. ¿Así que hiciste todas esas cosas? ¿Las que quedaron en su lista?
―Lo hice.
Asiente una vez con la cabeza antes de seguir comiendo su tarta.
De repente recuerdo la pregunta que quería hacerle hace unos días.
―¿Por qué está cerrada la puerta del sótano?
Tose sobre su tarta y se tapa la boca con la servilleta. Unos segundos
después, me sostiene la mirada con expresión tormentosa antes de voltear
a otro lado.
―No te acerques al sótano, Estelle.
Estoy desconcertada. Quiero decir, seguro, tiene derecho a su
privacidad, pero también me parece muy extraño tener un lugar que está
fuera de los límites.
―¿Por qué? ―entrecierro los ojos mientras le doy otro mordisco a la
deliciosa tarta―. ¿Escondes cadáveres ahí abajo o algo así?
Me ve con expresión endurecida.
―Es un asunto personal ―dice rápidamente, limpiándose la boca
mientras se levanta bruscamente―. Y te pido que te mantengas alejada de
esa zona del castillo. ¿Fui lo suficientemente claro?
Yo también me levanto y le veo fijamente.
―Como el cristal ―muerdo de regreso―. Sin embargo, como tu esposa,
tengo derecho a saber si estás ocultando algo ilegal, o...
―¿No leíste el acuerdo prenupcial? Renunciaste a tus derechos en el
momento en que llegaste al altar.
El aire se me escapa de los pulmones.
―Encantador, Miles ―me burlo―. Te has superado a ti mismo.
Obligándome a casarme contigo, amenazándome con chantajearme,
diciéndome que he renunciado a mis derechos... ―Me río con dureza―.
Hasta anoche empezaba a disfrutar de tu compañía. ―Trago saliva al
pensar en cómo se disculpó por besarme en la recepción. Me pareció poco
sincero. Como si estuviera mintiendo―. ¿Por qué actúas de repente como
si no me soportaras?
Vuelve su gélida mirada hacia mí, con sus ojos clavándose en los míos.
―Porque no puedo.
―No te creo ―le digo sinceramente, acercándome un poco más.
Resopla una risa cruel.
―Bien. No me creas ―gruñe. Doy un paso más hacia él y juro que lo
veo estremecerse ligeramente. Como si me tuviera miedo.
―Bien ―le respondo mordiendo y le clavo un dedo en el pecho cuando
estoy lo bastante cerca, pero un segundo después me agarra la mano y me
la quita de encima.
―No me toques ―añade, con los ojos encendidos.
Busco en su cara algo, lo que sea, alguna pista de por qué es tan
insensible, tan frío y tan caliente.
De repente todo parece demasiado, demasiado pronto. Todo. El
almuerzo en París. Los mensajes de Wendy. Las mentiras. La boda. El
beso, y ahora, descubrir que mi marido es un imbécil maleducado capaz
de chantajear, sentirse superior y coaccionar.
Echo de menos a mi papá.
Echo de menos Londres, aunque ahora llueva y haya niebla.
Echo de menos mi piso. Claro, no era un castillo, pero era mi hogar.
Lo dejé todo atrás. ¿Y para qué?
Se me saltan las lágrimas, pero respiro hondo y las aparto.
―Lo único que te pido es que seas amable ―le digo, con la voz cargada
de emoción.
Su expresión oscila entre el desprecio y la preocupación cuando sus ojos
se posan en los míos. Veo que se lleva la mano al costado, como si
estuviera a punto de tocarme, pero lo piensa mejor.
―No estoy seguro de saber ser amable ―admite, su respuesta es
sorprendentemente sincera. Frunce el ceño mientras me estudia con
detenimiento.
Estoy a punto de responderle cuando su teléfono suena con fuerza.
Aparta la vista de mí y ve la pantalla. Lo toma y gira la pantalla para que
lo vea.
―Es el artículo de US Weekly ―me dice, desbloqueando el teléfono
mientras pulsa sobre el mensaje de Luna.
A pesar de las ganas de estrangularlo, me acerco y veo su teléfono
mientras recorro con la mirada la exclusiva sesión de fotos de anoche. Las
fotos son exquisitas, y mi corazón da un vuelco al ver la foto de portada:
la imagen de Miles besándome en el balcón. Mi mano está alrededor de
su cuello, la suya agarra con fuerza la tela de mi cadera y con la otra me
revuelve el cabello.
Es sexy y apasionada, y mi pecho se sonroja mientras Miles sigue
desplazándose.
La foto del beso se eligió como imagen principal por una razón. Todas
las demás imágenes parecen... rebuscadas. Posadas. Hay una de nosotros
en la silla en donde Miles mira hacia otro lado, casi con el ceño fruncido.
Yo parezco triste.
Parece como si te estuvieran torturando.
Esto es peor que la tortura.
Las palabras que pronunció justo antes de hacerse esa foto ruedan por
mi mente mientras cierra el teléfono y se lo guarda en el bolsillo.
―Necesitamos trabajar en nuestra química física ―le digo sin
rodeos―. Te ves como si tuvieras un palo en tu...
―Suficiente, Estelle.
La ira florece a través de mí.
―¡Míranos! Nos vemos realmente miserables. Nadie va a creer que
estamos enamorados si seguimos pareciendo que nos odiamos. Nuestras
reputaciones están en juego.
Sus cejas se juntan y sus fosas nasales se abren.
―Podemos llegar a una solución mañana.
Pasa por delante de mí hacia la puerta y lo sigo fuera del comedor.
―¿Eso es todo? ―le pregunto, frustrada.
Continúa caminando hasta la cocina.
―Dije que hablaríamos mañana ―gruñe, sin molestarse en darse la
vuelta.
Veo cómo se aleja por el pasillo que sé que lleva al sótano.
¿Qué demonios esconde Miles Ravage ahí abajo?
Espero unos minutos para darle tiempo, pero cuando llego a la puerta
de hierro, está cerrada y con seguro.
Cuando vuelvo a mi habitación, estoy que echo humo, y a veces, solo
hay una cosa que hacer cuando estás enojada y con la tensión contenida.
tomo mi pequeño vibrador, me acuesto y me masturbo bajo el edredón
naranja.
Me corro con un grito pensando en esos gemelos R apretados contra el
interior de mi muslo.
Lo peor de todo es que, después de terminar, sigo sintiéndome
sexualmente frustrada.
9
la varita
Me despierto antes de que salga el sol, así que, después de lavarme los
dientes, recojo mi material de dibujo y bajo las escaleras en pijama.
Apenas son las cinco de la mañana y la puerta de Miles está cerrada, así
que espero tener un rato a solas para trabajar en mis dibujos antes de salir
a dar mi paseo diario. Bajo tranquilamente las escaleras alfombradas y me
arrepiento de no haberme puesto los tenis cuando mis pies se topan con
las frías baldosas de la planta baja. La cocina aún está a oscuras y enciendo
la luz para preparar mi taza de té y mi avena con trocitos de chocolate y
mantequilla de cacahuete.
El año pasado aprendí que las rutinas son fundamentales para mi salud
mental. Cuando me mudé aquí, intenté mantener en la medida de lo
posible la rutina que tenía en casa, es decir, mi té con avena, un largo
paseo matutino, veinte minutos tomando el sol para obtener vitamina D
natural y una larga y lujosa ducha. El resto del día podía irse a la mierda,
pero si tenía esas cuatro cosas, seguro que era un buen día.
Tras sentarme en uno de los taburetes de la isla, empiezo a esbozar
ideas para mi línea de ropa, ignorando las encimeras recién desnudas de
la cocina. Obviamente, Miles vio los contenedores adicionales y los colocó
en la despensa.
Estúpido.
Este va a ser un año obscenamente largo de tira y afloja.
Me quito de la cabeza todos los pensamientos sobre mi nuevo marido
y me inclino hacia atrás mientras veo fijamente el boceto en el que estoy
inmersa.
Ya he hecho el trabajo de marketing de VeRue, el nombre provisional
de mi línea de ropa. Es un juego de palabras con mi apellido y me gusta
lo sencillo que suena. Lo primero y más importante, como en cualquier
nueva aventura empresarial, es identificar el nicho de mercado. Ya sé lo
básico. Quiero diseñar y fabricar ropa accesible, moderna y a la moda:
camisetas, pantalones, jerseys y lencería para personas con discapacidad.
También soy muy inflexible en cuanto al tallaje inclusivo.
Trago saliva cuando veo los jeans rotos, más altos por detrás y más
bajos por delante. Mi abuela estuvo en silla de ruedas la mayor parte de
su vida adulta, y recuerdo que me contaba que siempre andaba a la caza
de jeans que fueran cómodos para personas que pasaban sentadas la
mayor parte del día.
En cierto modo, esta línea de ropa es para ella y para gente como ella.
Personas queridas que quieren -y merecen-, verse y sentirse bellas.
Anoche hice números en la cama, y menos mal que hoy recibiré el
primer pago del dinero de Charles. Tengo que ponerme manos a la obra
si quiero poner en marcha esta línea el año que viene. Para empezar,
necesito mucho dinero para publicidad, así que me alegro de disponer de
una reserva decente de fondos. También me he puesto en contacto con un
diseñador de páginas web para crear un sitio web y diseñar un logotipo;
mi sitio web actual es muy, muy triste y necesita una renovación
importante.
También necesitaré una máquina de coser, algo para empezar a jugar
con patrones y diseños. En Londres, tomé prestada la máquina de una
amiga.
Actualmente, tengo algunas cosas de origen ético en mi sitio web:
americanas, vestidos y camisas, sobre todo. Me gusta hacerme una idea
de las telas, y un puñado de gente ha estado apoyando mi pequeña tienda
independiente. Las cuentas de VeRue en las redes sociales son pequeñas,
pero espero darles un empujón antes del lanzamiento. Todo está
empezando a encajar, y tengo la esperanza provisional de que tal vez, solo
tal vez, VeRue esté funcionando a toda máquina el año que viene por estas
fechas.
Me concentro en terminar el boceto de los jeans cuando Miles entra en
la cocina con aire alerta.
―Buenos días ―dice bruscamente.
Ya va vestido con una camisa blanca abotonada y unos gemelos
dorados con la letra R en las mangas. Los pantalones negros le ciñen
perfectamente la cintura y las caderas, y rápidamente echo un vistazo a
su cinturón negro con la hebilla dorada de Cartier, admirando cómo el
oro de sus gemelos complementa todo su atuendo.
¿Cómo es que siempre está tan arreglado?
Lo estoy viendo y preguntándome si duerme con el traje puesto -de pie,
como un vampiro-, cuando carraspea y me despierta de mi estupor.
―¿Estelle?
Me sobresalto al oír mi nombre, y de repente recuerdo lo de anoche. De
mi masturbación secreta. De la suya.
Mierda.
―Perdón, sí, buenos días.
Sonríe mientras muele su espresso, pero no dice nada. De pronto me
doy cuenta de que sigo en pijama de seda turquesa y sin sujetador.
No quiero ni saber cómo tengo el cabello...
Lo aliso con las manos antes de aclararme la garganta.
―Entonces, estaba pensando... ―empiezo, juntando las manos en la
isla―. Probablemente deberíamos practicar.
Mis mejillas se sonrojan y, cuando veo a Miles, está apoyando la cadera
en el mostrador, observándome con expresión confusa.
―¿Practicar qué?
Suspiro.
―Esas fotos del banquete de bodas fueron realmente atroces. Cualquier
persona medianamente inteligente se dará cuenta de nuestra farsa si
vuelve a ocurrir. Podremos disimular esas fotos diciendo que fueron los
nervios, pero si vuelve a ocurrir... los medios de comunicación verán a
través de nosotros. Por no mencionar que no querrán darnos publicidad
si piensan que siempre nos vemos miserables juntos...
―¿Y qué propones exactamente?
Me encojo de hombros y me paso un rizo por detrás de la oreja
izquierda. Sus ojos siguen mis movimientos mientras trago saliva
nerviosa.
―En una escala del uno al diez, ¿qué tan cómodo te sientes conmigo?
¿Físicamente? ―añado, odiándome por tener que hacerle una pregunta
tan atrevida.
―Cero.
Aprieto los labios.
―Genial ―murmuro, irritada―. Me lo imaginaba, y por eso debemos
practicar.
―Estelle, ¿qué me estás preguntando?
Mis fosas nasales se ensanchan cuando usa mi nombre completo. Sé que
lo hace para enojarme, y está funcionando. De repente, se me ocurre una
idea.
―Sé que probablemente estés acostumbrado a que las mujeres caigan
rendidas a tus pies, pero vas a tener que esforzarte un poco más conmigo
―le digo―. Para empezar, deberíamos ponernos apodos. ¿Qué te parece
querido?
Sus manos dejan de jugar con sus gemelos ante el apelativo cariñoso.
―No me llames así.
―¿Bebé? ―Lo intento.
Se burla.
―Voy a vomitar.
Me río.
―Seguiré probando distintos nombres hasta que te guste uno, amor
―ofrezco, cruzándome de brazos.
―O podríamos solo llamarnos por nuestros nombres ―murmura,
pulsando el botón de encendido de su espresso.
―Podríamos, pero parece que tienes un problema con llamarme Stella.
Su mandíbula se tensa mientras observa cómo gotea el café en su taza
de capuchino de porcelana.
―No me gustan los apodos.
Frunzo los labios y bajo la voz.
―Ah, ¿es siempre tan gruñón mi corpulento y hosco marido?
Me ve a la cara con sus iris verdes.
―¿Esperas que interactúe contigo cuando estás siendo una molestia?
―Oh, vamos ―me burlo, sonriendo ampliamente.
Se dirige al refrigerador, saca leche y la añade a su espumador de acero
inoxidable.
―Está bien, te seguiré la corriente. Podemos practicar, Estelle ―dice
despacio, con los ojos puestos en la máquina mientras espuma leche con
pericia.
Por primera vez, creo que disfruto con el hecho de que se niegue a
llamarme Stella. Que sea el único que no ha tomado la indirecta. Como si
fuera un nombre que solo él puede usar.
¿Por qué te molesta tanto tu verdadero nombre? Es un nombre precioso.
¿Sabías que significa estrella en latín?
―Pero tengo tres preguntas para ti antes de empezar.
Trago.
―Okey.
Añade la espuma a su espresso, y las venas de sus manos sobresalen
con cada movimiento de muñeca. Cuando termina, lo mete todo en el
lavavajillas. Me he dado cuenta de que hace esto a menudo. En lugar de
dejar las cosas en la encimera, las limpia al instante. Se gira hacia mí,
levanta la taza y bebe un sorbo antes de hablar.
―En una escala del uno al diez, ¿qué tan cómoda te sientes conmigo?
Físicamente ―añade arqueando una ceja.
―Cero ―le digo sinceramente.
No es del todo cierto. Hemos tenido... práctica.
―¿Cómo es que sabía que harías esto difícil? ―Gruñe―. ¿Y tu objetivo
es... qué? ¿Llegar a diez?
Me encojo de hombros.
―Sí, pero eso implicará que no seas un imbécil. ¿Seguro que estás
dispuesto?
Asiente una vez, sin dejar que mis burlas lo afecten. Al menos en
apariencia.
―Puedo intentarlo.
Sonriendo, ladeo la cabeza.
―Gracias.
―Segunda pregunta ―dice despacio, sus ojos recorren mi rostro―.
¿Por qué Chanel nº 5?
―Era el perfume de mi abuela, me recuerda a ella ―le digo
sinceramente.
Él mira su café.
―¿Significaba mucho para ti? Por cierto, esa no es mi tercera pregunta.
Aprieto los labios y pienso cuánto debo contarle. Sin embargo, a
diferencia de él, yo no tengo por qué ocultar nada, así que respiro
entrecortadamente antes de responder.
―Sí. No conocí a mi mamá, así que lo que me faltaba de calor maternal,
lo obtuve de ella ―explico, sintiendo que se me hace un nudo en la
garganta como cada vez que hablo de mi abuela―. Ella vivía en París
cuando yo crecía en Londres, pero nos veíamos siempre, y yo solía pasar
los veranos en su piso de la Île Saint-Louis.
Levanta la cabeza hacia la mía.
―¿Île Saint-Louis? Donde me dijiste que fuera... ―se interrumpe al
darse cuenta―. Es tu parte favorita de París porque es donde vivía ella
―concluye.
No digo nada y hago un gesto afirmativo con la cabeza.
―Okey, tercera pregunta. ¿Qué tatuaje te hiciste en honor a tu abuela?
De todas las preguntas que podría haberme hecho, ésa no me la
esperaba. Veo hacia la isla y respondo en voz baja, recordando aquella
noche en un sórdido salón de tatuajes de París.
―Una mariposa ―respondo, mirándolo.
Mueve los labios, pero no sonríe.
―¿Dónde?
Sin responder, me siento erguida y me desabrocho la camisa del pijama
sin pensarlo, bajándomela lo justo para mostrar la mariposa que tengo en
el esternón. Está justo en medio, debajo de los pechos. No le dejo ver nada
que no deba, pero la forma en que Miles deja su taza pesadamente sobre
la isla de mármol y da varios pasos hacia adelante, con los ojos clavados
en mi pecho...
Me arde la piel bajo su mirada.
―Quería un sitio en el que pudiera esconderlo debajo de una camisa.
Así está cerca de mi corazón ―explico, tragando grueso.
―Esa noche ―murmura―. Cuando me preguntaste si tenía un tatuaje.
¿Tenías esto?
Asiento con la cabeza.
―Sí. Podrías haberlo visto si no te hubieras comportado como un
caballero.
Sus ojos verdes se clavan en los míos con una mirada de determinación
en su rostro mientras extiende una mano hacia adelante.
―¿Puedo? ―pregunta.
Su máscara hosca ha desaparecido, sustituida una vez más por esa
mirada. La que me hace desmayarme. La que me hace pensar que Miles
Ravage es muy, muy bueno ocultando sus verdaderos sentimientos.
Parece casi aturdido.
―Adelante ―le digo.
Se agacha y traza con el pulgar el contorno de la pequeña mariposa, de
unos cinco centímetros de ancho. Sus dedos se enroscan y rozan mi piel
desnuda. La camisa del pijama está a unos centímetros de abrirse del todo
y dejarme al descubierto. Con cada movimiento de su pulgar, intento no
jadear en voz alta. Se me eriza la piel y Miles tararea en voz baja.
Mierda.
¿Por qué es tan sexy ese ruido?
―Creo que ya estamos al menos un uno sobre diez, ¿no crees,
mariposa? ―pregunta, con voz casi suave.
―Yo... qué... sí ―respondo mudamente, procesando sus palabras.
Y ese apodo...
Una piedra pesada y dolorosa se instala entre mis piernas al oír cómo
su voz grave enuncia cada sílaba.
Mariposa.
Se aparta y, cuando vuelvo a mirarlo a los ojos, sus pupilas están
ligeramente dilatadas. Se relame y sacude la cabeza mientras da un paso
atrás.
Prácticamente puedo ver los ladrillos que está colocando, construyendo
un muro demasiado alto para que nadie pueda escalarlo.
Se aclara la garganta y se acerca de nuevo a su macchiato. Yo me
acomodo la camisa y me la abrocho rápidamente.
―Voy a dar un paseo dentro de unos minutos, si quieres acompañarme
―le ofrezco―. Quizá podamos desayunar juntos. Cuanto más tiempo
pasemos juntos, más cómodos nos sentiremos en público.
Frunce el ceño mientras me observa, sorbiendo su café.
―¿Un paseo?
Asiento con la cabeza.
―Salgo a pasear todas las mañanas. Me ayuda a... ―Suelto,
mordiéndome el labio inferior―. Me mantiene en equilibrio.
Ladea la cabeza y no dice nada, así que sigo hablando nerviosamente.
―Subiré a cambiarme el pijama ―le digo.
Frunce el ceño.
―No tengo tiempo para pasear, Estelle.
Arrugo las cejas.
―¿Cómo esperas llegar a un diez si nunca pasamos tiempo juntos?
―¿De qué estás hablando? Te dije que podemos cenar juntos todas las
noches…
―No es suficiente ―digo, con las mejillas encendidas―. Y aunque lo
fuera, reñirme por un pastel y pasar la mayor parte de la velada en un
incómodo silencio no es la forma de hacernos amigos.
Le tiembla la mandíbula y me ve con el ceño fruncido.
―Bien. Vamos a dar un paseo, entonces. ―Sale de la cocina y juro que
le oigo murmurar insufrible mocosa al doblar la esquina.
11
el paseo
7O edging, consiste en "ir hacia atrás cuando parece que vas a llegar al orgasmo y después volver a
aproximarte".
―Charla sucia ―añado, recordando que me sorprendió ese resultado,
porque nunca lo había experimentado.
Hasta Miles.
Se ríe entre dientes.
―Bien, gracias por decírmelo ―dice en voz baja. Como si quisiera
recompensarme, me rodea suavemente el clítoris mientras mueve las
caderas lo justo para presionar las paredes internas de mi coño―. Sigue
viendo.
El hombre mueve su mano más deprisa y, al hacerlo, Miles mueve la
suya también más deprisa. Estoy jadeando, con todo el cuerpo tenso y al
borde del clímax. Estoy tan cerca... cada roce de su dedo en mi
protuberancia me acerca cada vez más al orgasmo. La mujer se retuerce y
mueve las caderas, y luego grita mientras él gime.
Observo el tartamudeo de sus caderas, el modo en que sus manos
empuñan el cabello de él, la forma en que su cuerpo tiembla
incontrolablemente.
―Mierda ―susurro, con los muslos tensos mientras Miles mueve los
dedos más deprisa. Todo dentro de mí se enrosca con fuerza, esperando
y listo para romperse. Vuelvo a gemir, odiando lo desesperada que
sueno―. ¿Cómo es que estás bien en este momento? Esto es peor que una
tortura ―resoplo, con la piel caliente y hormigueante. Creo que nunca me
había excitado tanto en mi vida.
Se ríe detrás de mí, deteniendo sus dedos.
―Estás dando por sentado que estoy bien ―empieza, apartándome el
cabello del cuello sudado―. Nunca hay que darlo por hecho, Estelle. Es
que soy mejor controlándome. He tenido años -décadas- de práctica. Ellos
ya se van. Se les ha acabado la hora. Has sido muy paciente.
Jodidamente gracias.
La pareja que está dentro de la habitación de cristal se viste, y observo
cómo el hombre acaricia la piel de ella, cómo se asegura de que está bien,
murmurándole algo suave al oído mientras la ayuda a ponerse los
tacones. Algo se quiebra dentro de mí. Quiero eso, y no solo en un sentido
general.
Quiero eso con Miles.
Salen por una puerta que no había visto, dejándonos a Miles y a mí
solos en el sótano.
―¿A dónde... lleva... esa puerta? ―pregunto, sin preocuparme mucho
por la respuesta.
Miles zumba detrás de mí y su mano presiona lentamente mi clítoris.
Mi coño se agita alrededor de su dura polla, y él vuelve a tararear
satisfecho.
―Al estacionamiento.
―Miles, yo… ―Mi respiración se entrecorta cuando aprovecha mi
humedad para empezar a frotarse contra mi capullo hinchado, pasando
un poco con la otra mano y restregándomelo por todo el pezón izquierdo.
―Eres hermosa cuando pierdes el control ―murmura.
―Me duele ―gimo, con los muslos adoloridos de tanto apretarlos―.
Lo deseo tanto que me duele.
Se ríe detrás de mí. El idiota se ríe.
Se mueve debajo de mí, y cada movimiento me hace saltar chispas,
haciendo que se me enrosquen los dedos de los pies. Un fuerte empujón
y me corro.
―Lo sé, mariposa. ―Sus dientes vuelven a rozar la piel de mi hombro,
y Dios, ¿es posible correrse así? Creo que podría hacerlo. Seguramente, si
continúa, un toque y me correré―. Levántate.
¡¿Qué?!
Gimiendo, me incorporo mientras me tiemblan las piernas, sintiendo
cómo mi excitación me resbala por los muslos. Miles me agarra del
vestido, me gira y me empuja hacia él.
―Ahora, vuelve a sentarte sobre mi polla para que pueda ver cómo te
deshaces encima de mí ―gruñe, jalándome hacia abajo para que me
coloque a horcajadas sobre él. Coloco las rodillas a ambos lados de sus
caderas―. Levanta los brazos.
Los levanto y él me sube el vestido por la cabeza, tirándolo a un lado.
Apoyo las palmas de las manos en su pecho mientras su polla me aprieta
contra el vientre, sin penetrarme todavía. Casi pego un grito ahogado al
ver cómo me mira, y me doy cuenta de que estoy a horcajadas sobre él,
completamente desnuda, mientras que él sigue vestido. Su mirada me
recorre lentamente mientras sus manos acarician la piel desnuda de mis
pechos, mi vientre, mis caderas, mi trasero...
Algo intenso lo recorre a través de su éxtasis y su garganta se estremece
mientras guía mis caderas hacia abajo, alineándose con mi abertura. El
pulso me late en las venas y me hundo en su dura polla.
Sisea al exhalar, y su corazón martillea bajo mis manos mientras percibo
un sutil olor a manzanas verdes.
―Mierda, ―dice con voz ronca. Una de sus manos se acerca a mi
tatuaje de la mariposa y traza el contorno, con los ojos ardientes de
necesidad―. Espero que sepas que este tatuaje es jodidamente sexy.
Ruedo las caderas sobre él y me aprieta el trasero agradecido. Una
oleada de placer me recorre la espalda.
―Sí ―gimo sin atreverme a apartar los ojos de él. Hay una llama oscura
y ardiente en sus ojos mientras me mira, y me sobresalta por un segundo.
Es tan... intenso. Esto es intenso. Respiro hondo y voy más despacio,
deseando ver cada emoción y reacción en sus facciones en tiempo real. Le
tomo las manos, entrelazo mis dedos con los suyos y lo agarro con fuerza.
―Estelle ―dice, con la voz ronca. Sus manos aprietan las mías mientras
su mandíbula se tensa―. Quiero que te corras.
Asiento con la cabeza, moviendo las caderas en pequeños círculos para
conseguir la fricción que necesito. Tomarlo de la mano mientras lo cabalgo
es una sensación muy íntima.
Esto es íntimo. Estás casada con él.
La idea me hace gemir mientras arqueo ligeramente la espalda. Me
siento tan llena, tan completa aquí con él. Como si, de algún modo, verlo
deshacerse ante mí nos uniera oficialmente. Un delicado hilo comienza a
formarse entre nosotros. Aunque mis instintos me dicen que cierre los ojos
y eche la cabeza hacia atrás, no puedo apartar la mirada de él.
Por la forma en que su mandíbula se tensa con cada chasquido de mis
caderas.
La forma en que sus manos aprietan las mías, animándome a seguir.
Las pupilas oscurecidas de sus ojos verdes. La forma en que sus fosas
nasales se agitan, como si se estuviera conteniendo ligeramente.
Pequeños gemidos escapan de mi boca. Estoy ardiendo. La sensación
de que entre y salga de mí es gloriosa, sensual y todo lo que no sabía que
necesitaba.
―Estelle ―murmura de nuevo, inclinándose hacia adelante para
besarme. Dejo de moverme para devolverle el beso, pero él gruñe y
mueve las caderas contra mí―. Jodidamente no te atrevas a parar.
Gimo y muevo las caderas más deprisa, con más fuerza,
correspondiendo a cada una de sus embestidas.
―Estoy cerca ―le digo.
Mueve mi mano derecha, que sigue entrelazada con la suya, y la
presiona en mi bajo vientre.
―Juega contigo misma. Déjame ver cómo te desmoronas.
No tiene que pedírmelo dos veces. Mientras me aprieto contra él, froto
mi clítoris con la mano.
―Mierda, Miles, voy a...
Todo se tensa, pero mantengo los ojos abiertos, observándolo mientras
mi orgasmo alcanza su punto álgido. Su boca se abre y la necesidad oscura
y ferviente que se dibuja en su rostro me lleva al límite. Todo mi cuerpo
se convulsiona sobre él, mis muslos aprietan sus caderas mientras grito
su nombre una y otra vez. Una vorágine de sensaciones me recorre una y
otra vez. Dejo de moverme, me quedo sin fuerzas, y él se clava en mí. Los
dedos de los pies se me doblan contra el cuero del sofá y tengo que
esforzarme por mantener los ojos abiertos.
Observándolo como él me observa a mí.
―Eres jodidamente perfecta ―murmura mientras mi clímax se
ralentiza. Sus embestidas se hacen más fuertes, más profundas. Mi frente
se aprieta contra la suya mientras sus caderas empiezan a sacudirse
erráticamente―. Podría mirarte siempre. ―susurra en mi rostro―.
Jodidamente me encanta... ―Se le escapa un gemido de lo más profundo
de su pecho.
Llevo las manos a los lados de su cara, tirando ligeramente hacia atrás
y observando cómo se deshace debajo de mí. Su rostro se afloja, sus ojos
se nublan mientras sus caderas se detienen y suelta un gemido bajo y
sensual al correrse, con las manos apretándome las caderas con fuerza con
cada pulsación de su polla dentro de mí. No aparto los ojos de su rostro
mientras suspira satisfecho, con las mejillas sonrosadas por el esfuerzo.
―Mierda, esposa ―gruñe, jalando mi cuerpo hacia el suyo mientras me
abraza.
Permanecemos así al menos un minuto, con el pecho agitado y la
respiración entrecortada, recuperándonos de algo que nunca esperé que
fuera tan intenso. Apoyo la mejilla en su hombro y sus manos recorren mi
espalda, rozándome suavemente. Me recuerda tanto a las noches que
pasó en la cama conmigo cuando yo tenía uno de mis episodios...
Me estoy enamorando de él.
Con la garganta contraída, me alejo y lo veo.
―Miles...
Una de sus manos me acaricia la cara.
―Lo sé. ―Traga saliva una vez―. Ven. Vamos a limpiarte.
Me ayuda a quitarme de encima de él y agradezco la poca luz. Estoy
segura de que los dos estamos hechos un desastre, desde antes, cuando
me metió los dedos, hasta ahora, con su semilla goteando por mis muslos.
Estoy a punto de ignorarlo cuando Miles se arrodilla. Jadeo cuando me
separa las rodillas.
―Necesito memorizar el aspecto de mi mujer con mi semen chorreando
por su coño ―dice, mirándome desde sus rodillas mientras sus manos
recorren el interior de mis muslos.
Sonrío, pasándole una mano por el cabello.
―Tómame una foto.
Hace una pausa.
―¿Puedo?
Me río.
―Estamos casados, Miles. No serás el primer marido que tiene una foto
del coño de su mujer.
Se ríe entre dientes.
―Bien. Ábrete más de piernas. ―Me recorre una intensa emoción y le
sonrío tímidamente. Saca el teléfono y me ve con expresión de dolor―.
Mierda, Estelle. Tienes el coño más hermoso que he visto nunca ―gruñe.
Desbloquea el teléfono y me apunta al coño―. ¿Estás segura?
―Sí. Solo hazlo antes de que cambie de opinión.
Me toma dos fotos. Gruñe, se guarda el teléfono en el bolsillo y se
levanta, toma mi vestido y me lo entrega.
La deslizo sobre mi cabeza, pensando en el hecho de que Miles tiene
ahora una foto de algo tan lascivo. Puede mirarla en cualquier momento:
en el trabajo, en la cena, en la cama...
Sonrío y busco mis bragas, pero Miles es más rápido. Las toma del suelo
y se las mete en el bolsillo.
―Disculpa ―lo reprendo―. Las necesito.
Se ríe mientras camina hacia la puerta.
―Yo las necesito más, mariposa. ―Sosteniendo la puerta abierta, me
hace un gesto para que vaya delante de él―. ¿Quieres comer algo?
Resoplo.
―¿Esa es tu idea de cuidados posteriores?
Sonríe, y juro que nunca superaré la sensación de que Miles sonría por
algo que he dicho.
―Vamos. Déjame cuidar de ti.
Sus palabras provocan un peligroso aleteo dentro de mi pecho.
Estoy tan jodida y locamente enamorada de mi marido.
21
el consejo
Los dos días siguientes son tan ajetreados que apenas veo a Miles. Ni
siquiera tengo tiempo para mis paseos diarios. A las siete ya está en la
oficina y normalmente no llega a casa hasta la cena. Como los dos
trabajamos mucho, nos ponemos al día rápidamente con una comida
casera y luego cada uno se va por su lado tras un beso rápido. Es
extrañamente hogareño y, aunque me gustaría poder pasar tiempo con él,
sé que es algo temporal para los dos.
Ravage Consulting Firm ha recibido más de cien consultas y sé que
Miles y Chase se pasan el día atendiendo a clientes potenciales. Es
emocionante, pero me doy cuenta de que le está pasando factura a Miles.
Cada noche, durante la cena, parece distraído y físicamente agotado.
No es que me vaya mejor.
Después de recibir el correo electrónico del redactor jefe de la revista
Cosmopolitan, me puse en modo bestia. La entrevista estaba prevista para
el sábado por la mañana en Beverly Hills, y quería asegurarme de que
tenía todo lo que necesitaba antes de esa fecha. Decidí pagar una tarifa
urgente a mi diseñador web para asegurarme de que mi sitio web pudiera
soportar el tráfico adicional de las próximas semanas. También añadí un
temporizador de cuenta atrás a la página principal para el lanzamiento,
que me vi obligada a programar. Si voy a aparecer en Cosmo, necesito un
lugar al que enviar a la gente.
El sitio web y el logotipo ya están terminados y listos para su
lanzamiento en seis meses.
Eso significaba programar publicaciones en las redes sociales, un poco
de publicidad y mucha coordinación con los centros de fabricación. Miles
tiene un contacto con uno de mis lugares favoritos en el centro de Los
Ángeles, lo que significa que toda mi ropa se fabricaría aquí, en California.
Me pasé todo el viernes buscando telas y materiales, enviándolos todos a
la fábrica para conseguir muestras.
Mis bocetos están hechos, los patrones de costura están cortados y
tengo todo preparado.
El viernes por la noche me pasé una hora en el sofá aterrorizada por la
entrevista para la revista. Será la primera y, aunque lo tengo todo
preparado, sigo hecha un manojo de nervios. Decido dar un paseo
nocturno y me dirijo al jardín trasero. Hace mucho más fresco por la
noche, así que me abrigo bien con una rebeca y me dirijo al corral de
Lucifer.
He estado pensando en esa maldita cabra desde que Miles me la
presentó. Tenía razón. Tengo que acostumbrarme a él, y tengo que
superar mi miedo irracional.
Cuando me acerco a la puerta, oigo a Lucifer soltar un fuerte balido y
pego un grito de sorpresa y me alejo corriendo.
Quizá otro día.
Esa noche, doy vueltas en la cama durante horas. En algún momento,
Miles se mete en la cama conmigo y su cuerpo cae exhausto sobre el
edredón naranja. Cuando suena mi despertador a las cinco de la mañana
del sábado, sigue dormido.
Me incorporo y lo veo fijamente durante un minuto, aún vestido con
una camisa de vestir blanca y pantalones negros. Lo empujo hacia el
centro del colchón, le paso el edredón y lo arropo mientras me preparo en
silencio para la función.
A las siete, sigue dormido y no lo despierto.
Tras despertarme poco antes de las ocho, prácticamente tarde para mí,
me paso la mañana trabajando en el portátil con los pies apoyados en el
sofá rosa. A mi pesar, el color me está gustando. No es tan ofensivo como
había pensado, y si hace feliz a Estelle, entonces puede quedarse tanto
como ella.
Mientras ella quiera quedarse.
Después de revisar mi correo electrónico, envío una gran cantidad de
correos de seguimiento. Esta semana, RCF ha contratado a treinta nuevos
clientes, todo un récord para nosotros. Shira estaba incorporando a más
empleados en cuanto pudimos, y Chase estaba trabajando en la posible
ampliación de nuestra oficina a la planta de arriba. La expansión es buena.
Estar ocupados es bueno. Hago una nota mental para darle las gracias a
Estelle cuando llegue a casa.
Compruebo mi teléfono por enésima vez. Es casi mediodía y sé que
pronto estará en casa. Me muero de ganas de verla, de pasar algo más que
una cena rápida con ella. Quiero verla reírse de algo que digo, arrugando
la nariz de la forma tan mona que suele hacerlo. Quiero preguntarle por
su primer beso. Quiero sentir su mano cuando la sostengo encima de la
mesa. Quiero preguntarle por la entrevista.
Quiero besarla, tocarla, sentir su cuerpo contra el mío.
Mis días están vacíos sin ella, y aunque sé que los dos aún estamos
tanteando esta relación, ya sé que quiero estar a su lado más tiempo que
una cena.
Termino rápidamente mis correos electrónicos, con la esperanza de
poder pasar la tarde con ella antes de nuestra cita, y de repente recuerdo
algo que Juliet dijo sobre Chase el fin de semana pasado.
Chase solía ser así, pero le hice empezar a trabajar horas normales.
Justo cuando voy a cerrar el portátil, Estelle abre la puerta de nuestra
suite. Sus labios se rompen en una amplia sonrisa cuando se acerca a mí,
y mierda... mis ojos recorren lentamente sus rizos lisos, su cuello y su
escote, la franja de piel desnuda de su vientre, la forma en que la banda
de sus pantalones le ciñe la cintura y esos tacones...
―Estás babeando ―dice, dejando el bolso en el suelo y descalzándose.
―No puedo evitarlo ―murmuro mientras mis ojos se desvían hacia su
rostro―. Tengo la mujer más guapa del mundo. ―Sus mejillas se
ruborizan al oír mis palabras―. ¿Cómo te fue?
Se encoge de hombros.
―Creo que bien. Veremos qué tan bien cuando salga el artículo el mes
que viene.
Arrugo las cejas.
―Seguro que le encantó la idea de VeRue ―digo en voz baja,
sintiéndome a la defensiva.
Estelle muerde su labio inferior entre los dientes.
―Sí, pero luego preguntó por ti e insinuó que yo era una ingenua de la
que se aprovechaba “una familia muy poderosa” ―termina y suelta un
resoplido de enojo―. No te preocupes. Defendí tu honor. Solo que fue
frustrante porque todo el mundo tiene esa idea preconcebida de ti, y eso
me enoja.
Mis labios esbozan una sonrisa mientras su pecho se enrojece de ira y
desprecio. Si no fuera ya mi esposa, que defienda así mi honor me daría
ganas de pedírselo.
Abro la boca para hablar, pero Estelle continúa mientras se acerca un
paso.
―No me extraña que me necesitaras. La gente está equivocada. No
tienen ni idea de lo gran persona que eres ―dice con voz suave.
Trago saliva y veo al suelo, la culpa me obstruye la garganta.
¿Las grandes personas le mienten a su esposa? ¿A la misma esposa a la que
obligaron a casarse con él?
―Bueno, gracias ―le digo―. Te agradezco que defiendas mi honor
―continúo, tirando de sus pantalones y metiéndola entre mis rodillas―.
De verdad. Significa mucho para mí ―añado, justo cuando su mano se
acerca a mi cuello.
Cierro los ojos y se me pasan las ganas de apartarle la mano. Aprieto la
mandíbula y respiro hondo.
―¿Quieres dar un paseo conmigo? ―le pregunto, levantando la vista
hacia ella.
―Suena encantador, pero primero tengo que darme una ducha. Estaba
tan nerviosa que creo que he sudado hasta la camiseta ―responde,
apartándose y caminando hacia la puerta del baño. Cuando llega al
marco, se gira hacia mí, arqueando una ceja antes de continuar hacia el
cuarto de baño compartido.
¿Acaba de ...
Espero a que cierre la puerta, pero no hace ningún movimiento. La oigo
abrir la ducha y se me seca la boca al darme cuenta.
Quiere que mire.
Cuando me levanto, ya estoy empalmado, así que me ajusto los
pantalones y me acerco a la puerta del baño. Estelle ya está en la ducha, y
no puedo ver nada más que el contorno de su cuerpo en forma de reloj de
arena debido al vapor contra el cristal. ¿Sabe que estoy aquí? ¿Me quiere
aquí? ¿O he leído mal las señales? Justo cuando me planteo marcharme,
utiliza la mano para despejar el vapor y me quedo con la boca abierta al
darme cuenta de que me está viendo fijamente al otro lado del cristal.
En lugar de reconocer mi presencia, me dedica una pequeña sonrisa y
sigue duchándose. Se echa champú en el cabello y, cuando termina, echa
la cabeza hacia atrás para enjuagárselo. Mientras lo hace, se lleva las
manos a las pesadas tetas, masajeándolas con la espuma del champú. Un
gemido le sale de su garganta y se queda unos segundos bajo el chorro de
la ducha, retorciéndose los pezones rosados. El agua corre por su piel
dorada y mis ojos se posan en el pequeño mechón de rizos rubios que
tiene entre las piernas.
Me hace pensar en la foto que me dejó tomarle, la misma con la que me
había masturbado varias veces en el baño de RCF entre reunión y reunión.
De algún modo, me volví a convertir en un adolescente cachondo:
deseoso de mirar, deseoso de jugar, siempre con ganas. Saber que tengo
una foto de su coño chorreando mi semilla, saber que siempre llevo esa
foto encima... ha sido mi salvación estos últimos días, sobre todo estando
tan ocupado y lejos de ella.
Pero ahora estoy listo para estar dentro de ella otra vez.
Me acerco un paso y acaricio mi polla palpitante. Se quita el vapor y se
echa un poco de acondicionador en la mano antes de pasárselo por el
cabello. Mi polla se estremece al olerlo, una reacción totalmente
psicosomática ahora que lo he utilizado para masturbarme varias veces.
Se aparta de mí, toma la pastilla de jabón y se enjabona el pecho, gimiendo
al llegar de nuevo a las tetas.
Mierda.
Me acerco hasta quedar al otro lado del cristal.
Utiliza el jabón para enjabonarse entre las piernas y se gira hacia mí.
―¿Te vas a quedar ahí parado? ―pregunta sonriendo, enjuagándose.
Lo que daría por lavarla con mis manos...
Inclino la cabeza mientras me desabrocho los pantalones y me saco la
polla. Sus ojos bajan y se abren ligeramente mientras me acaricio.
―Eso es exactamente lo que voy a hacer, mariposa ―le digo.
Hace un mohín y no puedo evitar reírme.
―¿De verdad? ¿No quieres acompañarme?
Me encojo de hombros.
―Quiero mirarte.
Me sonríe tímidamente y no me contesta mientras se lleva una mano al
clítoris y empieza a frotarse.
―¿Qué quieres que haga? ―pregunta, con la voz entrecortada mientras
su mano trabaja más deprisa.
―Quiero que me des algo para mirar ―digo con la voz rasposa,
acariciándome ahora en serio.
Se le mancha el pecho cuando acelera el ritmo y utiliza la mano libre
para limpiar el vapor. Veo cómo se frota el clítoris con fervor y gimo
cuando la veo introducirse un dedo.
―Eso es ―murmuro―. Dos ―ordeno.
Inclina ligeramente la cabeza hacia atrás e introduce otro dedo. Ahora
el pulgar le trabaja el clítoris, y veo cómo le tiemblan ligeramente las
piernas.
Me aprieto la polla, pasando la palma de la mano por la cabeza para
utilizar mi precum como lubricante, pero no es suficiente. Con la mano
libre, abro la puerta de la ducha.
―¿Qué estás...?
Tiro de la mano que tiene dentro, ignorando cómo el agua rebota en su
cuerpo y en el mío. Retira los dedos y yo los acerco a mi polla, rodeando
con mi mano la suya, asegurándome de que estoy bien lubricado con su
excitación antes de dar un paso atrás.
Sus ojos azules se oscurecen al darse cuenta de lo que acabo de hacer, y
entonces reanuda sus caricias con más fervor.
―Eso fue caliente ―dice con los dientes apretados, volviendo a
introducirse dos dedos en el coño―. Me estoy acercando.
―Juega con tu pezón ―le ordeno, dando un paso atrás, pero
manteniendo abierta la puerta de la ducha para poder ver mejor su
cuerpo, la forma en que separa ligeramente los labios mientras mueve la
mano más deprisa, lleva la otra mano al pezón izquierdo y lo pellizca
ligeramente.
Suelto un gemido bajo mientras se me tensan las pelotas,
imaginándome encima de ella y corriéndome sobre esas preciosas tetas.
―Córrete para mí, Estelle ―le digo.
Gime con los ojos cerrados y, cuando empieza a temblar, dejo de
acariciarme la polla. Estoy a punto de explotar y quiero que ella se corra
primero.
Veo a mi esposa desmoronarse ante mí, con la cara contraída mientras
sufre espasmos incontrolables. Gime mientras reduce la velocidad de su
mano y, cuando abre los ojos, ve mi polla, que sigue dura y chorreando
precum.
―¿Tú...?
―De rodillas ―le digo, dando un paso adelante.
Se queda con la boca abierta, pero como buena esposa, hace lo que le
pido.
Me ve con esos grandes ojos azules y gimo mientras subo y bajo
lentamente la mano por el pene. Recorro con la mirada su piel húmeda,
las manchas de su cuello, su cabello ya rizado en la raya del nacimiento
del cabello, la forma en que sus labios se curvan en una pequeña y coqueta
sonrisa, la forma en que los chorros de agua se deslizan por sus tetas, por
su vientre...
―Mierda ―digo con la voz ronca―. Voy a correrme.
Siento un cosquilleo en la base de la columna y mi polla se arquea más
y más mientras gimo y el primer chorro de semen golpea su pecho. Casi
me tiemblan las rodillas cuando el orgasmo se apodera de mí, y suelto
unas cuantas bocanadas de aire mientras una y otra vez el semen pinta las
tetas de mi mujer. Sigo temblando cuando termino, y la veo con una
sonrisa arrogante.
―Adelante ―dice con los ojos oscuros―. Tómame una foto.
Mierda.
Es jodidamente perfecta.
Me meto la mano en los pantalones y saco el móvil, alejándome un paso
de la ducha para que no se moje. Después de tomar la foto, dejo el teléfono
en la mesa junto a la ducha y la ayudo a levantarse. Entonces, empiezo a
quitarme la camisa.
―¿Qué haces? ―me pregunta, observándome.
Mirándote con mi semen goteando de tus tetas perfectas.
―¿Qué clase de esposo sería si no limpiara a mi mujer?
La sonrisa que me dedica hace que me duela el pecho.
Te amo, pienso mientras me quito los pantalones y los bóxers.
Tardo un segundo en darme cuenta de que es la primera vez que me
desnudo delante de alguien que no sean mis hermanos y los médicos tras
mi incidente.
Es la primera vez que alguien ve todas mis cicatrices así.
La primera vez que ella ve la piel deformada de mis caderas y la parte
superior de mis muslos.
Me quedo inmóvil al darme cuenta, pero la mano pequeña y cálida de
Estelle toma la mía y me mete en la ducha con ella.
Y la dejo.
24
la defensa
Estelle: Sabía dónde me metía cuando me casé con Miles, y a pesar de las
cosas horribles que hizo su papá, Miles Ravage es un buen hombre.
Cosmo: Perdóname por la inquisición, Stella. Mucha gente está preocupada
por ti. Sienten que una familia muy poderosa y manipuladora se ha aprovechado
de ti y de tu papá.
Estelle: Me enamoré de Miles Ravage antes de saber quién era. Antes de
conocer al hombre unido a su apellido. Él es divertido, amable y cuida muy bien
de mí. Él es la razón por la que estamos sentadas aquí hoy, porque él cree en esta
línea de ropa...
Cierro los ojos. Olvidé que había añadido ese pequeño detalle.
Me enamoré de Miles Ravage antes de saber quién era.
Y entonces me enamoré de él a pesar de ser quien era.
Me preparo lentamente para el día, me pongo una blusa amarilla con
mangas globo, luego me pongo mis pantalones favoritos de color morado
oscuro. Son de pierna ancha y están hechos de una tela aterciopelada.
Después de peinarme, bajo las escaleras y veo a Liam sentado a la mesa
de la cocina con Chase.
―Stella ―dice Chase, poniéndose en pie. Se acerca y me da un fuerte
abrazo―. ¿Cómo estás? ―pregunta, separándose.
Me encojo de hombros.
―He estado mejor. ¿Cómo está Miles?
―Está miserable.
Bien, pienso, pero por supuesto me siento mal por pensar eso.
―Quería invitarte a nuestro banquete de boda de mañana ―dice con
una sonrisa burlona.
Mis cejas se levantan.
―¿Eh?
―Juliet quería dar una pequeña fiesta en el castillo ―añade, sonando
resignado―. Ya sabes, para celebrar nuestro primer aniversario de mes.
Capto el doble sentido inmediatamente. Nuestro como en su y Juliet, así
como mi aniversario con Miles.
―Claro ―le digo, viendo a Liam―. ¿Tú irás?
Se ríe.
―Chase me mataría si no fuera ―responde, estirando la mano y
pasándosela por el cabello perfectamente peinado de Chase.
Chase gruñe y da un paso atrás.
―Oye, hombre. Vete a la mierda con eso ―dice riendo.
Liam le dedica una sonrisa afectuosa.
―Lo siento, no puedo evitarlo. Siempre serás mi molesto hermano
menor.
―No soy el único ―refunfuña Chase.
―Sí, pero tú eres el más fácil de irritar.
Sonrío mientras observo a los hermanos, sintiendo de repente nostalgia
por uno de ellos en particular. Camino alrededor de Chase para empezar
a preparar mi té cuando noto que ambos se quedan en silencio. Termino
de llenar la tetera con agua fresca y la pongo en marcha. Entonces, me doy
la vuelta, cruzándome de brazos.
―Vamos. Díganlo ―les digo a ambos con expresión seria.
Chase ve rápidamente a Liam antes de frotarse la nuca.
―Ha estado durmiendo en la oficina, Stella. El pobre prácticamente
cojea porque ha estado toda la noche acurrucado en su pequeño sofá de
cuero.
Ahueco las mejillas y veo hacia otro lado, con el pecho adolorido.
―Tiene una cama perfectamente aceptable en el castillo ―respondo
débilmente―. No es mi problema si está siendo testarudo.
―Se niega a dormir ahí sin ti ―añade Chase.
La tetera silba, así que me distraigo preparando una taza perfecta.
Cuando termina de llenarse, me doy la vuelta para mirarlos a los dos.
―¿Tú qué opinas de todo? ―le pregunto a Chase.
Ahora parece aún más incómodo.
―Bueno, yo la cagué completamente con Juliet hace unos meses.
Conozco la sensación de estar dispuesto a hacer cualquier cosa para
recuperar al amor de tu vida.
El amor de tu vida.
―¿Soy el amor de su vida? No sé nada de él desde que me fui ―admito,
sintiéndome tonta.
―Te está dando espacio ―interviene Liam―. Escucha, los dos estamos
de tu parte, espero que lo entiendas. Sé que Miles lo entiende, y por eso
se siente tan mal, porque sabe que la cagó, pero lo siente.
―De verdad ―dice Chase, sonriendo―. Especialmente porque va
cojeando por ahí todo orgulloso y malhumorado y chasqueándole a todo
el mundo. Es lamentable.
Resoplo al imaginármelo, y algo dentro de mí se derrite un poquito.
―Puedes decirle que mañana estaré en el banquete de tu boda ―le digo
con cuidado―. Entonces podremos hablar.
Chase y Liam chocan los cinco y yo intento no poner los ojos en blanco.
Un segundo después, Chase me acerca una pequeña bolsa de regalo.
―Es de él. Me pidió que te lo diera.
Frunzo el ceño, dejo el té y me acerco a la pequeña bolsa negra.
―¿Qué es?
―Bueno, no estoy seguro de cómo lo hacen en Inglaterra, pero en
América, cuando te dan un regalo, tienes que abrirlo para averiguarlo.
Chase se agacha cuando le tiro la bolsa de té empapada a la cabeza,
riendo.
―No seas idiota. ―Recojo la bolsa y tomo el té con la otra mano―. Voy
arriba a trabajar. Si me necesitan, ya saben dónde encontrarme. ―Me
acerco a Chase y le doy un beso al aire―. Nos vemos mañana. Espero que
sepas que mi regalo va a ser el más detestablemente grande de la mesa
porque eres muy descarado ―chirrio, y los chicos siguen riéndose
mientras me alejo.
Cuando llego al dormitorio, cierro la puerta con el talón y dejo el té,
luego, me dirijo a la cama y me siento, viendo fijamente la bolsa. ¿Un
regalo? ¿Qué podría ser? ¿Qué podría decir con algo material?
Retiro el papel de seda negro y veo fijamente dentro de la bolsa, con las
cejas fruncidas por la confusión, mientras saco un par de calcetines con...
Pequeñas cabras pigmeas por todas partes.
Y lo mejor es que son personalizadas.
Estelle:
Las compré para ti a principios de semana y quería regalártelas.
Te echo de menos.
(Y también Luc)
Besos,
Miles.
Miles:
¿Cuál es tu color favorito?
Besos,
Stella
Te amo.
Vale para un viaje para ver Lucifer.
No sé por qué estoy tan nerviosa, pero me tiemblan las manos mientras
conduzco a Miles por la estrecha escalera hasta el sótano. Después de
hablar antes con mi papá y darme cuenta de lo que hizo por él, me di
cuenta de que quería hacer algo por Miles. No solo se las arregló para traer
a mi papá como cliente, sino que además hizo una donación considerable
y le devolvió el dinero cuatro veces.
En todo este calvario, el dinero no me importó, pero sí me preocupaba
la inversión de mi papá.
Debería haber sabido que Miles se encargaría de eso.
Así que esto es para él.
Un agradecimiento apropiado.
La nota sobre Lucifer es solo una idea descarada para celebrar nuestro
primer mes de aniversario, ¿pero esto?
Sé que esto le encantará.
―Estelle, ¿qué demonios haces? ―me pregunta despacio.
Abro la puerta de la habitación voyeur, sonriendo mientras la
mantengo abierta para él.
―Creo que hay otra entrada para mí ―ronroneo, poniéndome de
puntillas y besándole la mejilla―. Ve a esperarme al sofá, por favor.
―Estelle…
Me alejo de él antes de que pueda hacerme cambiar de opinión.
Le pedí a Luna que me ayudara con esta parte de mi plan, y me encantó
descubrir el pasadizo secreto desde la parte trasera del castillo hasta la
sala de cristal. La forma en que Miles lo construyó fue ingeniosa: es
discreto y privado, lo que garantiza la comodidad de las personas que
actúan.
Vuelvo a subir las escaleras y saludo rápidamente a algunas de las
personas que asistieron a la recepción de nuestra boda.
Salgo por la puerta trasera y rodeo el lateral del castillo hasta la discreta
y anodina entrada a la sala de cristal, intentando calmar el temblor de mis
piernas. Caminando por el pasillo de piedra, pienso en cómo Miles dijo
que me amaba. En cómo yo admití que también lo amaba. Cómo todo esto
era tan enrevesado y retrógrado, pero cómo se sentía bien, de alguna
manera.
Desde aquel primer día en la fuente hasta ahora. Cómo mi interés por
él nunca vaciló. Cómo nuestra química era siempre fuera de lo común.
Al abrir la puerta del dormitorio, respiro hondo para tranquilizarme.
Esto se siente bien.
―Hice que Luna reconfigure el sistema de altavoces para que podamos
hablar ―le digo en voz alta.
―¿Lo hiciste? ―responde la voz de Miles, que sale del nuevo altavoz
que está colocado en la mesita de noche.
Sonrío.
―Me imaginé que tú podrías decirme qué hacer.
El gruñido grave sale por el altavoz y me produce un escalofrío.
―Mierda, Estelle ―se queja―. Me vas a matar.
―¿Qué quieres que haga primero, cariño? ―pregunto, quitándome los
zapatos de una patada y acercándome a la parte de la pared de espejos
que sé que da al sofá.
―Desnúdate para mí, mariposa. Déjame ver ese cuerpo perfecto.
Trago saliva mientras engancho un dedo bajo el tirante de mi vestido,
dejándolo caer hasta mi hombro.
―Mierda ―Miles dice con voz ronca―. Ya me estoy tocando la polla.
Me haces sentir fuera de control.
Mordiendo mi labio inferior entre los dientes, hago lo mismo con el otro
tirante, dejando que la parte superior del vestido caiga por encima del
bustier rosa brillante que llevo puesto.
―Cristo ―dice roncamente―. Necesito verte sin el vestido. Quítatelo.
Llevo la mano a la espalda, abro la cremallera y dejo que el vestido caiga
a mis pies. Me lo quito y doy una vuelta lentamente, mostrando el bustier
y la tanga a juego.
Sonriendo, me agacho para recoger mi vestido lentamente, y oigo un
gruñido grave por los altavoces.
―Tienes suerte de que el castigo no sea lo mío, mariposa. Deja de
burlarte de mí y quítatelo todo.
―¿Estás seguro? ―Me doy la vuelta y me pongo frente a él. Alargo la
mano para desabrochar el bustier. Despacio, lo bastante para torturarlo
un poco.
Me pregunto dónde estará.
Me pregunto si estará sentado en el sofá.
¿Se está tocando?
―¿Estás sentado en el sofá? ―le pregunto, desabrochando los broches
pero sin dejar caer aún mi bustier.
―No. ―De repente, veo la silueta de una mano justo delante de mí,
pero como esta habitación está iluminada y el sótano oscuro, no puedo
ver nada más―. Estoy frente a ti.
Se me acelera el corazón mientras me quito el bustier y lo tiro al suelo.
―Ponte en la cama ―me ordena Miles.
Me doy la vuelta, camino hasta la cama, a unos metros de distancia, y
me acuesto.
―Quiero que abras las piernas. De cara a mí, por favor.
Sonrío mientras hago lo que me dice, mi mano derecha se introduce
entre mis piernas y roza mis bragas húmedas. La otra mano se acerca a la
mesita y saca un consolador.
Oigo a Miles soltar un suspiro estremecedor por los altavoces.
―Mierda, Estelle. Necesito verte follar con eso. Por favor ―añade, con
la voz crispada.
Respiro bruscamente ante la necesidad de su voz, ante la forma en que
suena tan desquiciado y al borde de la ruina.
Una muy, muy pequeña parte de mí quiere torturarlo.
―¿Sí? ―pregunto, quitándome las bragas, levantando las caderas y
bajándomelas por las piernas, luego, sin mediar palabra, empiezo a pasar
lentamente el consolador por mi abertura. La suave cabeza de silicona
roza mi clítoris adolorido y arqueo ligeramente la espalda―. Dime qué
tengo que hacer ―jadeo.
―Abre más las piernas ―gruñe―. Quiero que te folles con el
consolador ―añade, con la voz entrecortada.
―¿Te estás tocando? ―le pregunto, con la piel caliente al pensar que se
masturbe a pocos metros de mí, incapaz de llegar hasta mí.
―Claro que sí ―responde―. Me vuelves loco.
Sus palabras me producen un zumbido bajo y cálido. Coloco la cabeza
del consolador en mi abertura, haciendo una pausa para volverlo un poco
loco. Cuando levanto la vista hacia el cristal, veo cómo se cierra en un
puño la mano que tenía apoyada en el cristal.
―Esposa ―dice con voz desigual.
Sonrío mientras aprieto el consolador dentro de mí, arqueando la
espalda al hacerlo y soltando un gemido bajo al mismo tiempo que él.
―Dios, desearía que fuera tu polla ―le digo, sacándolo lentamente
antes de volver a meterlo con la misma lentitud.
―No tienes ni idea ―refunfuña.
Me meto el consolador hasta el fondo y veo entre mis piernas antes de
volver a mirar hacia donde está la mano de Miles. Jadeo, me duele el
corazón de necesidad.
―No pares ―suplica, con la voz entrecortada―. Sigue follándote.
Muevo la mano más deprisa, con los músculos tensos ante la idea de
excitarlo.
―Miles ―gimo.
―No sabes cuánto desearía poder romper este cristal solo para estar
dentro de ti. Cuánto necesito estar dentro de ti en este momento. Mi polla
late por ti, mariposa.
―Oh Dios ―respiro, mientras mi mano trabaja más rápido.
―Cómo me gustaría ser ese brillante trozo de silicona, deslizándose
dentro y fuera de tu apretado coño, cubierto de tus jugos ―murmura.
―¿Siempre has tenido una boca tan sucia? ―le pregunto, con palabras
entrecortadas.
―¿Te gusta?
―Sí ―gimo, echando la cabeza hacia atrás.
―Buena chica ―gruñe―. Me encanta verte follarte a ti misma. Ver
cómo tus labios hinchados succionan ese juguete dentro de ti, y lo bonitos
que se ven envueltos en él.
Jadeo. Sucio, pervertido...
―Pero ya sabes, creo que prefiero la forma en que se estiran un poco
más por mi polla. Lo perfecto que se siente estar dentro de ti, como si
estuviera envuelto en el cielo.
―Miles…
Ahora me estoy follando bien con el consolador, trabajando la punta
contra el botón de mi interior mientras mi otra mano se acerca a mi
clítoris.
―Mira ese precioso capullo rosado. Quiero chupar y mordisquear ese
clítoris el resto de mi vida, Estelle ―dice roncamente―. Mierda, me estoy
acercando.
―Yo también ―digo entrecortadamente.
Mis músculos abdominales se contraen mientras los dedos de mis pies
se curvan. Levantando un poco más una pierna, desplazo el consolador
lo suficiente para hacerme gritar, para que mis caderas se sacudan fuera
de la cama.
―Miles ―jadeo.
―Córrete para mí. Dame un espectáculo.
―Oh, Dios ―lloro―. Voy a...
El siguiente golpe de mi dedo contra mi clítoris hace que mi cuerpo
empiece a convulsionarse lentamente, y mi coño se aferra al consolador
en oleadas electrizantes.
―Mierda, sí ―murmura―, mira ese coño brillante. Sigue haciéndolo,
llega al límite, mariposa. Necesito verlo.
Sus palabras me hacen soltar un gemido bajo y agudo a medida que
aumenta la presión, lo que hace que me quite el consolador y me agite en
la cama mientras me invade un segundo orgasmo más potente.
―Sí ―gruñe―. Mierda, me estoy corriendo tan fuerte...
Todavía estoy jadeando cuando veo su polla presionando el cristal para
que yo la vea. Cuando veo cómo su semen se esparce por el cristal, una y
otra vez, goteando copiosamente.
Unos segundos después, oigo cómo vuelve a cerrarse la cremallera de
sus pantalones, y su respiración agitada se mezcla con la mía.
―Vístete y reúnete conmigo afuera ―dice bruscamente, y entonces
oigo el ruido de sus zapatos.
Me incorporo, algo alarmada. ¿Ya está? Después de haber recableado
esta habitación para los altavoces, después de toda la actuación con el
consolador... ¿y se va sin más?
Me visto rápidamente con las piernas temblorosas, preguntándome si
de algún modo no fue suficiente para él, si tal vez hice algo mal.
Si tal vez dije algo malo.
Tengo que limpiarme con una toalla, y luego me subo a mis tacones
rosas y salgo de la habitación, intentando calmar mis nervios. No creo
haber dicho nada que pudiera enojarlo... ¿o quizá se asustó porque
llevamos tanto tiempo fuera? Al empujar la puerta del jardín trasero, el
aire frío de noviembre me eriza la piel. Me rodeo con los brazos y veo a
mi alrededor, adaptándome a la oscuridad.
¿Quería encontrarse conmigo aquí? ¿O quería decir fuera del castillo,
fuera del sótano? Veo a izquierda y derecha, pero está tan oscuro que lo
único que veo es la puerta corrediza de cristal que da a la cocina del
castillo, a mi izquierda. Justo cuando me alejo un paso de la puerta, veo a
Miles empujar la puerta corrediza y cerrarla tras de él, caminando hacia
donde estoy, temblando en la fría oscuridad. Se me pone la piel de gallina
al verlo caminar con determinación hacia donde estoy. Parece... agitado.
O... algo que nunca he visto en su cara.
Poseído. Estimulado. Provocado.
A medida que se acerca, abro la boca para preguntarle qué le pasa, pero
antes de que pueda, me aprieta contra el lateral del castillo, clavándome
contra la piedra mientras su cara queda a un palmo de la mía. Sigue
respirando con dificultad y noto los latidos erráticos de su corazón contra
mi pecho.
―Tú ―es todo lo que dice, casi enojado.
Y entonces me besa, gimiendo cuando nuestros labios se encuentran. El
beso me dice todo lo que necesito saber.
Lo hice todo bien.
Abro la boca para que entre su lengua. Sus manos se acercan a mis
muslos y me sube rápidamente el vestido.
Escucho el chasquido de su cinturón desabrochándose.
Saboreo el whisky en su lengua mientras explora mi boca.
Gimo cuando me sube el vestido por las caderas. Llevo las manos a su
cuello y me complace notar lo húmedo que está de sudor, y la idea de que
se haya puesto a sudar como un loco en el sótano por mí me hace gemir de
nuevo.
―Miles ―gimo, apretándolo más cerca―. ¿Qué estás...?
―¿Qué pasa, mariposa? ¿Pensabas que había terminado contigo?
31
el video
Un mes después
Más tarde, esa misma noche, me duele la cara de tanto sonreír. Chase y
Juliet han venido, al igual que Liam y Zoe, que está en casa por Navidad.
La conocí brevemente en el funeral de sus papás y parece que le va bien.
Es madura y encantadora. Su paso por el internado y los desafortunados
acontecimientos de hace un par de años la han convertido en una joven
muy inteligente. Nos habla de su próximo viaje a México en abril para
celebrar su cumpleaños número dieciocho, y cuando veo a Liam,
sorprendido de que le permita hacer un viaje así, él se limita a fulminarme
con la mirada antes de mirar a la pared.
Como el infierno que va a dejarla ir en ese viaje.
Chase y Juliet nos cuentan todo sobre el nuevo puesto de ella en una
universidad del norte de California, a donde se dirigen en enero.
Lucifer bala alegremente cada vez que alguien se ríe, y es jodidamente
adorable.
Estelle salta cada vez, y creo que me enamoro aún más de ella.
Una vez que todos nos hemos saciado con nuestro festín navideño y
esos pasteles de carne asquerosamente dulces, Estelle y yo nos
despedimos mientras la gente sale de la sala hacia las tres habitaciones de
invitados que les hemos preparado: una para Chase y Juliet, otra para
Liam y otra para Zoe.
Veo a Estelle mientras limpia, ya que se niega a que la ayude. Para ser
justos, yo preparo la cena casi todas las noches, ya que me encanta cocinar
siempre que sea algo que a ella le guste comer. Sus caderas se balancean
mientras tararea una canción navideña, y mierda, quiero memorizar este
momento para siempre.
Acerco mi nueva cámara y tecleo tranquilamente los ajustes antes de
acercármela a la cara y tomar una foto rápida.
Estelle se da la vuelta rápidamente, con guantes rosas de goma en las
manos mientras me ve con los dedos enjabonados.
―¿Acabas de tomar una foto de mi trasero?
Sonrío.
―Quizás.
Pone los ojos en blanco, aprieta los labios y cierra el grifo, dejando los
guantes a un lado.
―Te estás divirtiendo demasiado con esa cámara ―se ríe, acercándose
a mí.
Abro las piernas sobre el taburete en el que estoy sentado, y viene a
colocarse entre ellas. La acerco y aspiro el aroma de su cabello.
―¿Te casas conmigo? ―pregunto en voz baja.
Se aparta y empuja mi pecho.
―Muy gracioso.
―No, ya sé que estamos legalmente casados ―le digo despacio,
pasándole una mano por los rizos―. Quiero decir... de verdad. Una gran
ceremonia. Con mucha gente. Un maldito pastel estaría bien.
Sus ojos se abren ligeramente.
―¿De verdad?
Resoplo una risa nerviosa. La idea de volver a casarme con Estelle es
algo en lo que he estado pensando mucho. Así que, ¿por qué no?
―No es que puedas decir que no ―murmuro, besándole la punta de la
nariz―. No puedes descasarte de mí.
Se le cierran los ojos.
―Por supuesto. Sabes que me encantaría, cariño.
Sonrío mientras la beso y le pongo las manos a ambos lados del rostro.
Cuando me separo, le tomo la mano izquierda, donde el anillo de amatista
brilla a la luz de la cocina.
―Creo que una boda de verdad la haría sentirse orgullosa ―le digo,
sabiendo que sabrá a quién me refiero.
Estelle olfatea y da un paso atrás, mirándose la mano.
―Creo que sí.
―¿Crees que le habría gustado? ―le pregunto, pues llevo semanas
preguntándomelo.
Me ve con las mejillas sonrojadas, el cabello alborotado, la camisa de
franela desabrochada lo suficiente para dejar al descubierto el encaje de
su sujetador verde neón.
―Ella te habría amado ―dice lentamente, con expresión emotiva y
suave―. Porque me amas. Habría sido capaz de ver ese amor, y te habría
amado por ello. ―Viendo una vez más su anillo, sus ojos vuelven a mirar
los míos―. ¿Otra boda? ¿De verdad?
Me encojo de hombros.
―¿Por qué no?
Sonriendo, se precipita hacia adelante y choca contra mi cuerpo.
―Okey. Hagámoslo.
Le beso la parte superior de la cabeza.
―Esta vez planéala tú. Hazlo exactamente como lo imaginaste.
Vuélvete loca.
―Y si... ―se interrumpe y niega con la cabeza.
―¿Qué? ―le pregunto, apartándome.
Me dedica una sonrisa tímida.
―¿Y si la hacemos en París?
Se me dibuja una sonrisa en la cara.
―No se me ocurre un lugar mejor. ¿Me pregunto si nos dejarían
casarnos en Les Jardins du Trocadero?
―Probablemente estemos vetados de por vida ―admite.
―Sí, a los franceses no les gusta que la gente se bañe desnuda en sus
fuentes públicas.
―Hagámoslo ―dice entusiasmada―. Quizá no el año que viene, pero
sí el siguiente. Puedo lanzar mi línea, podemos asentarnos un poco, y
entonces... podemos planear la boda perfecta.
―Suena perfecto ―ronroneo.
Y luego beso a mi prometida y a mi esposa, de todo corazón y sin reparos.
epílogo
la fuente, segunda parte
Un par de horas más tarde, una vez que he conseguido que Estelle se
calme lo suficiente para dormir, salgo de nuestra cama y me dirijo a la
ventana. Son casi las tres de la madrugada, y pienso en la última vez que
estuve inquieto a las tres de la mañana en París. Veo a Estelle, que está
acurrucada en posición fetal, con los rizos rubios desenfrenados alrededor
de la cara, y no puedo evitar sentir un tirón de emoción en lo más
profundo de mí. Pienso en lo cautivadora que se veía aquella noche en la
fuente, y cuánto llegué a desearla. Mierda, la amo tanto que estoy
deseando tener hijos con ella.
Nunca consideré tener hijos propios. No después de experimentar el
espectáculo de mierda de Charles Ravage, pero con Estelle, no puedo
imaginar no compartir el amor que siento por ella. No puedo imaginar no
experimentar esto con ella.
Y sí, estamos haciendo las cosas fuera de orden, pero eso está bien.
En cierto modo... tener un bebé en nuestra boda de alguna manera se
siente perfecto. Como si siempre hubiera estado destinado a ser.
Y sé que entrará en razón. Sé que quiere hijos.
Sonrío cuando pienso en lo enferma que estaba hace dos semanas, en
nuestra segunda noche en México. Fuimos todos a una cena elegante para
celebrar que Zoe cumplía dieciocho años. Liam estaba de un humor
extraño, hosco y demasiado sobreprotector con Zoe. La acompañaban dos
de sus amigas íntimas, malas influencias, según él, y había una especie de
juego de poder entre ellas. Estelle y yo nos tomamos demasiadas
margaritas antes de cenar y durante la cena, y luego ella acabó enferma
toda la noche por algo que comimos.
Pero la noche siguiente...
Liam se encerró, Zoe y sus amigas estaban de juerga por la ciudad, y
Estelle y yo aprovechamos nuestra villa privada sobre el agua. No estoy
seguro de lo que me pasó, pero fue una noche que nunca olvidaré.
Cinco putas veces.
Sonrío con pesar, vuelvo a la cama y me acurruco contra Estelle,
hundiendo la nariz en sus rizos. Así que no son imaginaciones mías.
Últimamente huele diferente porque está embarazada. Mi polla se
endurece al oler sus nuevas hormonas.
―No ―ella gime―. Estoy cansada. Guarda esa cosa.
Me río entre dientes.
―¿Te desperté? ―pregunto.
―No. No puedo dormir. ―Se gira para mirarme y, aunque el
dormitorio está a oscuras, veo la preocupación grabada en su expresión―.
¿Y si...? ―se interrumpe, mordiéndose el labio inferior―. ¿Y si no soy una
buena mamá?
―¿De verdad te preocupa? ―pregunto, poniéndole la mano en el bajo
vientre, justo donde está creciendo nuestro bebé.
Nuestro bebé.
Se encoge de hombros suavemente.
―No lo sé. Yo no tuve una. No... no estoy segura de cómo hacerlo
―dice, con la voz agitada por la emoción.
Tomo su mano y me la llevo a los labios.
―Yo no tuve precisamente el mejor papá ―le digo con dulzura―.
Podemos solucionarlo. Juntos. ¿De acuerdo?
Traga saliva y coloca su mano sobre la mía.
―Ya quiero tanto a este pequeño bebé ―susurra.
Aprieto los ojos y la atraigo hacia mí.
―Yo también, mariposa. Yo también.
―¿De verdad vamos a hacer esto? ―me pregunta, acurrucando su cara
contra mi cuello.
―De verdad vamos a hacerlo ―le digo.
―¿Incluso si mis hormonas se vuelven locas?
―Especialmente si tus hormonas se vuelven locas. Ese pequeño ataque
de antes fue divertidísimo de ver.
Ella gime.
―Muy gracioso. ―Se queda callada, y prácticamente puedo oír las
ruedas girando―. ¿Incluso si esto me causa un episodio realmente malo?
Trago saliva.
―Me aseguraré de que mis manos estén calientes para los masajes en
la espalda.
―¿Qué pasa sí… oh, Dios… mi vestido de novia, Miles.
Suelto una carcajada.
―¿Qué hay de eso?
―Bueno, probablemente voy a engordar y entonces mis pechos serán
del tamaño de melones si doy pecho....
Gimo, apretando sus caderas.
―Dios, espero que tus pechos sean del tamaño de melones.
―¡Hablo en serio, Miles! El vestido está ordenado, y si no me queda...
―Es bueno que te ganes la vida haciendo ropa ―me rio.
Se queda callada mientras lo considera.
―Sí, supongo que tienes razón.
―¿Algo más? ―murmuro, con voz soñolienta.
―Si es un niño, ¿crees que tendrá tu actitud gruñona?
―Cuidado, esposa ―le advierto.
Su risa se convierte en silenciosa contemplación y, unos minutos
después, ronca suavemente contra mi cuerpo. Busco sus brazos y
encuentro sus manos enredadas en mi camiseta. Se me hace un nudo en
la garganta de la emoción cuando beso su frente, pensando en todo lo que
hemos superado y en todo lo que aún está por venir.
Para bien o para mal...
Para siempre.
epílogo extra
la noche de las cinco veces
Al día siguiente
8 Sinvergüenzas.
Liam se ríe a carcajadas y yo frunzo el ceño viendo el teléfono.
―Muy gracioso.
―Como sea, la razón por la que llamé es para darte las gracias. Sé que
estábamos todos muy borrachos, y puede que haya... dicho algunas cosas.
Sobre Zoe.
―¿Cosas? ¿Como qué?
Liam hace un ruido incómodo en el otro extremo.
―Mmm. Si no te acuerdas, creo que es lo mejor.
―Maldita sea, Liam. No nos dejes colgados ―dice Estelle.
Frunzo el ceño ante el teléfono mientras digiero las palabras de mi
hermano.
―Sí, no nos dejes colgados.
―No es nada, solo estaba enojado y actuando de forma
sobreprotectora.
―¿Qué dijiste? ―vuelvo a preguntar, intentando que no se me borre la
sonrisa de la cara.
―De ninguna manera te lo voy a decir. Va a ir a bailar esta noche, y ya
le dije que voy a ir con ella.
Me quedo con la boca abierta.
―¿Vas a ir con ella? ¿Porque eres su... tutor?
El silencio de Liam me lo dice todo.
―Oh, Dios ―dice Estelle, tapándose la boca con las manos―. Liam, tú
sucio sinvergüenza. ¿Te gusta Zoe?
―¿Qué? No. Es… no. No es así.
―Claro. Bueno, diviértete con eso esta noche ―le digo.
―Gracias.
―Seguro que nada puede salir mal ―añade Estelle, sonriendo y dando
saltitos en la cama―. Oh, Dios, esto es como una canción de Taylor Swift.
―Agradezco el apoyo ―gruñe Liam.
Una vez que cuelga, me giro para ver a mi mujer.
―Eso fue extraño.
―¿Lo fue? Quiero decir... ahora es adulta.
Suspiro, volviendo a acostarme en la cama y jalándola hacia abajo junto
a mí.
―Sí, pero apenas.
―¿Y? Tú eres ocho años mayor que yo. Prácticamente un viejo. ―Se
sube encima de mí para quedar a horcajadas.
―¿Sí?
Torciendo los labios hacia un lado, se sienta encima de mi polla ya dura.
―Sí, pero está bien. Me gusta.
La volteo de repente para que quede debajo de mí, y luego envuelvo
sus piernas alrededor de mi cintura.
―¿Quieres apostar, esposa?
―Oooh, ¿qué apostamos?
―Bueno ―murmuro, acercando la nariz a su cuello―. Supongo que
tengo que demostrarte que aún lo tengo. ¿Qué mejor manera de hacerlo
que follarte hasta dejarte sin sentido?
―Ya me follas sin sentido la mayoría de los días.
―Cierto. ―Le meto la lengua por debajo de la oreja y gime―. Pero
¿alguna vez te he follado cinco veces seguidas?
―¿Cinco? ―chilla―. Estás loco.
―Una por cada mes que llevamos juntos ―añado, más suave ahora.
Ella se derrite en mi tacto.
―Oh. Bueno, eso es realmente muy romántico.
Antes de dejarme llevar, me separo de ella y me bajo de la cama.
―Pero primero... deberíamos comer algo. Son casi las tres de la tarde.
Después de terminar nuestras quesadillas -los tacos están descartados,
obviamente-, damos un paseo al atardecer por la playa, justo fuera de
nuestra villa. En un momento dado, veo a Liam y a Zoe discutiendo fuera
de su villa, y cuando ella se marcha con sus dos amigas, Liam cierra de un
portazo la puerta de su habitación.
―¿Crees que estarán bien? ―le pregunto mientras caminamos de la
mano por la arena.
―Creo que los próximos meses van a ser interesantes para mi hermano
―dice Miles, lo que despierta mi interés.
―¿Por qué?
Miles se encoge de hombros.
―Liam es muy... voluble. Se parece mucho a Chase. Muy protector,
muy apasionado, muy... posesivo.
―Sí, pero Chase está bien...
―Sí, pero creo que Liam podría ser peor. Siempre he comparado a
Chase con un dragón protegiendo su tesoro. En su caso, su tesoro era
Juliet. Alejó esa idea durante años hasta que se quebró, pero con Liam ...
él va a luchar contra esto en cada paso del camino. No va a permitir que
se quiebre. Jamás. Elias –el papá de Zoe-, era su mejor amigo. Querrá
hacer lo correcto por él.
―¿Y?
Veo la arena con el ceño fruncido mientras caminamos de vuelta al
resort.
―Y... creo que Liam va a tener un duro despertar.
Se queda callada el resto del camino de vuelta al hotel y, cuando
llegamos a la habitación, cierro la puerta. Cuando me volteo hacia Estelle,
está al otro lado de la habitación con una sonrisa tímida en los labios
pintados de rojo.
―Bueno, ya que no tenemos otros planes esta noche…
―Quítate el vestido ―le digo, desabrochándome despacio la camisa.
Sonriendo, se agarra el dobladillo de su vestido corto de color
mandarina y se lo pasa por encima de la cabeza.
Se me seca la boca cuando me doy cuenta de que no lleva nada debajo,
y mi mano se detiene en el tercer botón mientras contemplo el cuerpo
desnudo de mi mujer.
―Ven aquí.
Lentamente, vuelve a acercarse a mí, luciendo una sonrisa pícara y
pecaminosa.
―¿Te gusta la idea de que no lleve bragas?
Antes de que pueda terminar la frase, la agarro y la hago girar para que
apoye la espalda contra la puerta del hotel. Me abro la cremallera con
rapidez y me saco la polla.
―Miles…
Mis manos rozan los redondos globos de su trasero y luego la levanto
por los muslos, apretándola contra la puerta.
―¿Lista para el primer round?
No espero a que responda para alinear mi polla contra su húmedo coño,
presionándola lentamente.
Sisea y echa la cabeza hacia atrás hasta chocar con la puerta. Le acaricio
la cabeza con una mano y, mientras lleno su estrecho agujero hasta tocar
fondo, los dos soltamos gemidos embriagadores.
―Sí, Miles ―susurra, cerrando los ojos.
―Abre los ojos ―le ordeno, apretándole el cabello y saliendo de ella
justo cuando abre los ojos. El agudo escozor de mis dedos jalando sus
rizos hace que abra los ojos, y no los aparto de ella mientras la penetro.
Bruscamente.
―Dios, Miles ―gime, mordiéndose el labio inferior.
La puerta cruje con cada empujón y, follar su coño se siente divino.
Siempre es así. Como si hubiera sido moldeado solo para mí.
―Quiero que grites, mariposa. Quiero que todos en este resort sepan lo
mucho que amas mi polla.
Ella deja escapar un gemido gutural.
―Amo tu polla.
―Más fuerte.
―Amo tu polla ―medio grita, medio jadea―. Tú, idiota insufrible
―añade en voz baja, sonriendo juguetonamente.
Ladeo la cabeza cuando muevo la mano que tiene en el cabello para
rodearle el cuello.
―Solo por eso ―advierto, apretando con fuerza su delicado cuello.
Cuando mis dedos se cierran sobre su suave piel, su coño contrae mi
polla y sé que está a punto de correrse.
―Mi pequeña ramera de esposa ama cuando la ahogo, ¿verdad?
―siseo, follándola con más fuerza.
Me la estoy follando tan fuerte que la puerta hace un ligero crujido.
―¡Sí, sí, mierda, sí! ―grita.
Mi pulgar se acerca a su clítoris y lo aprieto justo cuando llega al límite,
con su coño apretándome como una prensa. Su orgasmo me empapa los
pantalones y me estimula, suelto un fuerte rugido y me corro. Mi polla
palpita dentro de ella mientras disminuyo la velocidad de mis embestidas
y, para cuando termino, me ve con las pupilas oscurecidas.
―Uno ―dice en voz baja.
Sonrío mientras la bajo lentamente.
―A la cama, y no te atrevas a dejar que nada de ese semen salga de tu
perfecto y pequeño coño, esposa.
La sigo hasta el dormitorio y se queda de pie al borde de la cama. Me
doy cuenta de que está haciendo todo lo posible por retener mi semen
dentro de ella, porque tiene los muslos apretados.
―¿Dónde me quieres? ―me pregunta.
―A gatas.
Hace lo que le digo y paso los siguientes minutos de rodillas,
comiéndomela por detrás. Se corre en mi lengua, pero sé que necesita más.
La monto y me deslizo por su húmeda abertura. Los dos nos corremos un
par de minutos después, y casi me derrumbo encima de ella. Todavía oigo
el eco de sus gritos rebotando en las paredes del dormitorio y me
pregunto si estaremos molestando a nuestro vecino.
―Miles ―dice lentamente, cayendo sobre su espalda―. Necesito un
descanso.
―Ve al baño ―le digo, dejándome caer a su lado―. Y luego vuelve.
Podemos acurrucarnos.
Eso es exactamente lo que hacemos, hasta que mi polla se me vuelve a
poner dura diez minutos después.
―Estás bromeando ―se ríe, haciendo círculos con sus caderas contra
mi cuerpo.
La jalo más cerca mientras beso su cuello.
―Te prometí cinco veces, ¿no?
Antes de que pueda responder, levanto una de sus piernas y dirijo mi
polla hacia su coño desde atrás. Mientras la masturbo, ella gime y yo me
deleito con su tacto aterciopelado. No puedo verle la cara, pero por su
respiración entrecortada me doy cuenta de que está disfrutando. Cuando
mis dientes rozan su cuello, se estremece. Le paso los dedos por encima
de las caderas y se los pongo en el clítoris hinchado, aprovechando
nuestros jugos combinados.
―Me encanta follarte ―le digo, moviendo mis caderas contra ella cada
vez más fuerte y más rápido.
―Sí ―gime.
―Sé una buena chica y córrete en mi polla, Estelle. Quiero ver cuánto
semen puedes sacarme esta noche.
Gimiendo, mueve las caderas y yo le bajo la pierna levantada mientras
le muerdo el cuello.
―Cuando te follo así, es tan jodidamente apretado y suave ―le digo,
con la voz entrecortada―. Me dan ganas de tener mi polla dentro de ti
toda la noche.
―Entonces hazlo ―se burla, contrayéndose a mi alrededor a propósito.
Mierda, la forma en que está dispuesta a dejarme probar cosas, la forma
en que responde a mis palabras sucias...
Froto su clítoris más deprisa, con suavidad, pero sabiendo exactamente
el movimiento y la presión para que se corra rápidamente.
―Miles ―grita antes de aferrarse a mí.
―Mierda, sí, esposa ―gruño mientras mi polla se pone más dura―.
Eso es, apriétame...
Mis palabras se entrecortan cuando gimo con la polla pulsando dentro
de ella con más semen.
No hay nada que se compare con correrme al mismo tiempo que Estelle.
―Maldita sea ―susurra, respirando agitadamente―. Realmente
necesito un descanso ahora, Miles.
Tarareo mientras la atraigo con fuerza hacia mí, dejando mi polla
dentro de ella.
―Está bien, pero mantendré mi polla dentro de ti.
Ella se ríe.
―Bien.
La sensación de ligereza al correrme tantas veces seguidas hace que mis
ojos se cierren casi de inmediato y, antes de darme cuenta, los dos estamos
profundamente dormidos.