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sinopsis
Él nunca quiso una esposa, pero por ella, tejería una red de mentiras.

La idea de buscar una esposa para salvar la reputación de nuestra


familia empieza como una broma... hasta que se convierte en una
realidad desesperada.
Antes de darme cuenta, me estoy abriendo camino en un matrimonio
de conveniencia con una mujer que es todo lo que yo no soy.
ESTELLE DEVERAUX irradia calidez mientras yo estoy envuelto en la
oscuridad, ella exuda colores vibrantes mientras yo habito en tonos
grises y me irrita con su enloquecedora alegría.
Me encuentro en trance, observando... anhelando.
Antes de darme cuenta, ya no es solo mi esposa, sino una obsesión que
me consume por completo, algo que no había previsto.
Y una que no puedo dejar escapar.

Tener la oportunidad de lanzar mi línea de ropa es un sueño hecho


realidad.
¿La única salvedad? Tengo que estar casada con MILES RAVAGE
durante un año y cantar sus alabanzas a todo el que quiera
escucharme.
Malhumorado, poco sonriente y frío, Miles es exactamente el tipo de
hombre que detesto.
Pero debajo del hielo descubro una tentadora complejidad, una
oscuridad velada que me atrae y me suplica que descubra sus secretos.
Un secreto guardado en particular... conmigo como única obsesión.
Marry Lies es un matrimonio de conveniencia, en el que los polos opuestos
se atraen y los enemigos se convierten en amantes, con un héroe voyeur y temas
relacionados con la Bella y la Bestia.
Este libro contiene un héroe gruñón que odia a todo el mundo menos a ella.
También contiene situaciones sexuales explícitas y lenguaje fuerte. No hay
engaños, y hay un felices para siempre.
Ravaged Castle, libro 2.
advertencia
Este libro contiene desencadenantes como Voyeurismo (con y sin
consentimiento explícito), calentamiento de pollas, edging, porno casero,
depresión (en la página, detallada), ansiedad, cicatrices por quemaduras
y pensamientos negativos sobre ellas, muerte de un abuelo (no en la
página), síndrome de estrés postraumático.

TEN EN CUENTA QUE MARRY LIES NO ES UN ROMANCE


OSCURO.
¡Feliz lectura!
recursos
Estos son solo por diversión, pero si eres una persona visual o
auditiva, aquí tienes:
Había una vez un castillo, tan poderoso y alto,
con grandes puertas doradas, rivalizaba con Versalles.
Para todos los de abajo, era espléndido y exuberante,
pero para los que estaban adentro, estaba devastado y aplastado.
Cinco niños Ravage nacieron entre raíces viejas y podridas,
su papá se aseguró de que todos nacieran como bestias.
Algunos decían que estaban malditos, que habían jurado no desear nada,
pero se convirtieron en hombres y encontraron lo que necesitaban.
Prohibido, ilícito, tuvieron que trabajar por ese amor,
cuestionaron ese castillo a la hora de la verdad.
La maldición y la podredumbre dieron paso a gustos desagradables,
proclividades oscuras y rasgos enfermos y desordenados.
Cinco historias de cinco hombres con relatos pecaminosamente oscuros,
los hermanos Ravage demuestran que el amor prevalece.
prólogo
la fuente, primera parte

Hace un año, París

Uno pensaría que dar un paseo a las tres de la mañana alrededor de la


Torre Eiffel me proporcionaría algo de soledad y tiempo a solas. En vez
de eso, hay una mujer desnuda a cien metros de mí, paseando por la
Fuente de Varsovia en Les Jardins du Trocadero. La observo con interés
desde un par de cientos de metros mientras deja sus cosas en el suelo y se
desnuda rápidamente. Desvié la mirada como un caballero y comencé a
caminar en otra dirección, pero entonces me detuve.
Supongo que podría decirse que me picó la curiosidad, como siempre.
Mi opinión del público en general es baja. La gente es poco fiable,
insaciable e interesada. Por supuesto, eso también me incluye a mí, pero
soy lo bastante iluso como para considerarme más listo que la mayoría de
la gente. Es raro que algo me saque de mi rutina estructurada, raro que
algo despierte mi interés. Una vez que lo hace, tengo que llevarlo a cabo.
Si cediera a todos mis caprichos, nunca conseguiría hacer nada.
Por eso me fascina y me irrita a la vez la mujer desnuda de la fuente,
sobre todo porque inclina la cabeza hacia atrás y sonríe.
No soy ingenuo. Sé que toda gran ciudad tiene su parte de malhechores,
pero algo en esa gran sonrisa contagiosa me hace dar unos pasos hacia
ella. Hay un par de personas más que pasan por el Jardín, pero por lo
demás, solo estamos esta lunática y yo. A medida que me acerco, me doy
cuenta de que está sumergida más allá del cuello, así que me siento menos
voyeur al acercarme. Lo primero que noto es que es joven. Guapa, pero
de una forma objetiva. No es mi tipo. Tiene el cabello rubio y rizado
recogido en lo alto de la cabeza y parece despreocupada y en paz.
La forma en que está flotando, completamente quieta en el agua,
indiferente...
Yo nunca podría hacer eso.
Nunca podría hacer algo tan loco.
Una ráfaga de emociones me atraviesa: asombro, intriga, envidia... y
luego esa envidia se retuerce en mi interior y se convierte en
resentimiento. Nunca podré darme ese lujo, aunque lo deseara.
Nunca podría dejar que la gente me viera. Todo yo.
Cuando estoy a unos seis metros, dejo de caminar. Una pequeña parte
de mí quiere acercarse para preguntarle qué demonios está haciendo.
Seguramente debe haber una razón, pero la otra parte de mí me dice que
me aleje.
¿Qué podría decirle?
Y lo que es más importante, ¿por qué una pequeña parte de mí quiere
hablar con ella?
Éste es el problema de mis curiosidades. Estoy concentrado y con ojos
de águila. Nadie más está viendo a la mujer desnuda. La gente de
alrededor no se ha dado cuenta, pero cuando algo llama mi atención, no
puedo olvidarlo, no puedo evitar mirar, no puedo evitar desearlo.
De pequeño, una vez vi un osito de peluche en las tiendas de Beverly
Hills. Era pequeño y tenía una boina roja en la cabeza. Pensé en ese oso
durante días. Semanas. Le rogué a mi mamá que me llevara para poder
tenerlo. Chase, uno de mis hermanos menores, intentaba enseñarme todos
sus juguetes nuevos y relucientes para que me sintiera mejor.
Yo no quería más juguetes.
Quería un juguete especial.
Así que, en cierto modo, cada vez que siento ese mismo tirón de anhelo,
esa misma hambre ardiente, casi nada puede impedirme perseguirlo.
Y sí, volví por ese oso. Fue mi juguete favorito durante años. Estoy
seguro de que un terapeuta sería capaz de conectar los puntos entre mi
mente tranquila e intrigante de niño y convertirme en el director general
de mi propia empresa a los veinticinco años. Nunca me conformo con
menos.
―¿No estás hirviendo con ese traje?
Su voz me sobresalta: el acento británico es suave y cadencioso. Aprieto
los labios y me niego a decirle que sí, que llevo todo el día hirviendo. París
no suele ser tan caluroso en octubre y, sin embargo, hoy ha hecho un calor
anormal.
―Estoy bien. ―Me balanceo sobre los talones mientras ella inclina
ligeramente la cabeza hacia atrás, dejando al descubierto su cuello.
Justo cuando abro la boca para preguntarle sobre el hecho de que se
esté bañando desnuda en una fuente pública muy pública -y
probablemente muy infestada de gérmenes-, ella habla.
―Déjame adivinar ―dice alegremente―. ¿Eres americano?
Asiento con la cabeza.
―¿Qué me delató?
―El traje, así como el aire general de importancia y arrogancia. ―Abro
la boca para discutir, pero ella se me adelanta―. ¿Vienes por negocios?
―Supongo que podría decirse que es un viaje de negocios ―le digo,
acercándome.
Si puedes contar visitar a mi papá como un viaje de negocios.
―¿Qué te trae a la Torre Eiffel en mitad de la noche?
Me acerco y dejo que mis ojos la recorran. El agua oscura oculta
cualquier cosa indecente, pero la luz de la Torre Eiffel resalta la suavidad
de su cuerpo expuesto, y la forma en que su piel brilla con pálidos matices
dorados.
No puedo dejar de mirar cómo las sombras llenan el hueco de su cuello.
Su sonrisa crece con cada segundo que pasa, como si supiera que estoy
cautivado contra mi voluntad. Hay delicadeza y fuerza en su sonrisa,
como si no debiera estar mirándola.
Lo que, por supuesto, me hace querer ver más.
―No puedo dormir ―le digo sinceramente.
―Yo tampoco. ―Me ve fijamente mientras flota en el agua. Sus ojos se
pasean por mi traje―. No veo un anillo de boda, así que voy a asumir que
eres soltero. ―Abro la boca para replicar, pero ella sigue con su lista de
suposiciones―. Y te has acercado a mí, lo cual es una señal de alarma. Si
no hubiera más gente alrededor, me parecería espeluznante, pero... por la
arruga de la frente y la forma en que frunces el ceño, voy a suponer que
te revuelcas a menudo en la melancolía, de ahí el paseo en mitad de la
noche.
―No me revuelco en la melancolía…
―Bueno, tal vez no del todo. Estás aquí hablando conmigo, así que hay
algo interesante en ti debajo de ese traje estirado. ¿Estoy en lo cierto?
Muevo los labios, pero no sonrío. No me gusta que me haya evaluado
tan fácilmente. Normalmente soy yo quien evalúa a la gente.
―No puedo confirmar ni negar tu suposición.
Ella resopla.
―Hablas como todos los tipos elegantes de Londres. No puedo
confirmarlo ni negarlo... ―se interrumpe, burlándose de mí.
―¿Disfrutas oyéndote hablar? ―le pregunto enérgicamente.
―Algunas personas carecen de la capacidad de reírse de sí mismas. Ahí
es donde entro yo ―se burla.
La miro fijamente y aprieto la mandíbula. ¿Habla en serio? Es ella la que
está nadando desnuda en una puta fuente.
Si alguien tiene derecho a juzgar, soy yo.
―He oído que hay duchas públicas en la estación de tren ―le respondo
con un mordisco―. Por si no lo sabías. Solo puedo suponer que o no tienes
casa o estás completamente desquiciada.
Se ríe.
―Por supuesto que pensarías eso. Se llama divertirse. ¿Has oído hablar
de eso? Intenta no entrar en combustión espontánea.
La fulmino con la mirada.
―Eres ridícula, ¿lo sabías?
―Soy muy consciente.
Me empieza a temblar el ojo. Me acerco despacio hasta la orilla de la
fuente y veo el montón de ropa rosa que hay en la repisa. Un color tan
agresivo, como su personalidad.
―Bueno, te dejo con tu diversión ―le digo rápidamente, mirándola con
odio antes de darme la vuelta.
―¿No hay nada que quieras hacer antes de...? ―se queda a medias―.
¿Alguna gran aventura, o algo sencillo como hacerte un tatuaje?
Vuelvo a girar para mirarla.
―Oh, ¿entonces estamos profundizando ahora? De acuerdo. La
respuesta es sí, claro que todavía hay cosas que quiero hacer. ¿Y cómo
sabes que no tengo ya un tatuaje?
Se ríe de nuevo, se saca el cabello del moño y lo sumerge en el agua
para que flote detrás de ella.
―¿Lo tienes?
Antes de que pueda responderle, se levanta y deja al descubierto su
parte superior.
Desvío inmediatamente la mirada y escucho sus pasos húmedos
mientras se dirige hacia su ropa. Echo un vistazo rápido unos segundos
después. Está de espaldas a mí, vestida solo con ropa interior alta y
empiezo a salivar al ver su trasero redondo, sus muslos fuertes...
Separo los labios cuando se pasa la blusa de tirantes por la cabeza y baja
por el torso. Mientras se afana en arreglar la tela, tengo tiempo de
contemplar la parte trasera de sus muslos, su forma de reloj de arena y la
forma en que su cabello mojado se adhiere a su columna recta. Vuelvo a
apartar la mirada.
―Gracias por ser un caballero ―dice un minuto después, y yo levanto
los ojos hacia los suyos. Me sonríe mientras calza las sandalias que hay
junto a la fuente, completamente vestida con un pants rosa.
―Una advertencia habría estado bien ―le digo, pero no lo lamento.
―¿Y perderme ver esa expresión en tu cara? ―se burla, atándose a la
cintura una sudadera rosa con cremallera a juego. Su cabello sigue
goteando, creando manchas de humedad en su blusa blanca de tirantes.
El agua hace que el tejido se vuelva transparente y, antes de que cruce los
brazos sobre el pecho, vislumbro brevemente sus pezones.
Bueno, mierda.
―¿Qué expresión? ―le pregunto, manteniendo el tono serio.
Ella se ríe.
―Esa.
Frunzo el ceño.
―No tengo ni idea de lo que estás hablando.
Esto la hace reír más.
―Dios, realmente eres demasiado controlado, ¿no?
Dejando escapar un suspiro frustrado, sacudo la cabeza antes de
frotarme la nuca.
―¿Comparado con qué? ¿Contigo? Lo siento, pero no voy a
desnudarme y enseñar mi polla a desconocidos al azar.
Nunca dejaría que extraños me vieran.
Esa misma oleada de resentimiento me recorre al pensarlo. Aunque
quisiera ser despreocupado, no podría.
Toma su bolso y se acerca a mí. Doy un paso atrás cuando se aproxima,
pero dejo de moverme cuando está cerca. Cuando está a unos metros, mis
ojos recorren su rostro y descubro un pequeño lunar en su mejilla
izquierda. Sus altos pómulos brillan a la luz de la Torre Eiffel y las
comisuras de sus labios se inclinan hacia arriba. Intento no fijarme en su
delicioso trasero de melocotón y en la forma en que su pantalón de
chándal se ciñe a su cintura, acentuando sus curvas. Su cabello mojado se
riza alrededor de la raya del cabello, de un color tan rubio que es casi
blanco.
―No has contestado mi pregunta ―me dice, estudiando mi rostro con
la mirada. No sé si me gusta que me escudriñe―. ¿Tienes algún tatuaje?
Sacudo la cabeza.
―No.
―No me sorprende ―inhala, casi con nostalgia―. ¿Por qué estropear
ese cuerpo perfecto con tinta?
Qué irónico. Ya estoy estropeado.
Me tiembla la mandíbula. Debería irme. Ella no es nadie. Es una extraña
cualquiera.
Ladeo la cabeza.
―Eres una hipócrita, ¿sabes?
Algo desafiante chispea tras sus ojos.
―¿En serio? ¿Por qué?
No me gusta especialmente tener siempre la razón. Con los años he
aprendido a leer a la gente. En mi trabajo, tengo que ser capaz de percibir
cuándo alguien se siente incómodo, pero no me enorgullezco de utilizarlo
en mi beneficio. Soy astuto y sé exactamente qué decir y cómo expresarlo.
Otros podrían considerarme manipulador, pero yo me considero
impulsivo, y en este caso, está claro que esta mujer oculta algo. No estoy
seguro de qué, pero tengo la intención de averiguarlo.
―Estás aquí a las tres de la mañana, cuando el Jardín está vacío. Si de
verdad quisieras causar impacto, estarías aquí un sábado a mediodía
―termino con suficiencia.
―No estoy aquí para hacer una declaración ―replica―. Estoy aquí por
mí.
Me acerco y veo cómo inhala bruscamente al verme tan cerca. La pelota
vuelve a estar de mi lado, donde debe estar.
―¿Y qué razón podrías tener?
Traga saliva y veo cómo se le mueve la garganta. Probablemente no
debería analizarla con tanta dureza, pero sus palabras me han tocado la
fibra sensible. Me gusta pensar que estoy por encima de la mierda de los
estereotipos. Que soy diferente. Que no me importan las cosas inferiores.
Pero ella me ha catalogado tan fácilmente.
―Vamos, entonces ―le digo, con la mandíbula tensa.
Baja ligeramente los hombros.
―Es solo algo que quería tachar de una lista ―dice con sencillez.
El entusiasmo se ha ido, y de repente, su lenguaje corporal es todo
diferente que antes. Físicamente desinflado.
Y mierda. Me hace sentir... culpable. Como si le debiera una disculpa.
Pero no le debo nada.
―Bueno, debería irme ―dice rápidamente, mirándome―. Disfruta del
resto de tu estancia en París. Espero que sea menos agitada para tu
abotargada personalidad. Después de todo, no querría que sufrieras una
combustión espontánea.
Abro y cierro la boca. Su audacia...
―Lo dudo ―replico―. Detesto París.
Ahora me ve como si hubiera asesinado a una cría de cachorros.
―Maldita sea. ¿Me estás diciendo que existe una persona que deteste
París? ¿Cómo es posible? ―me pregunta asombrada.
Suelto una carcajada cruel.
―Malos recuerdos. Era la ciudad favorita de mi mamá, pero mi mamá
ya no vive, así que no es como si pudiera compartirla con ella, y mi papá...
―Cierro la boca de golpe. ¿Por qué demonios le estoy contando todo esto?
Se queda callada y, cuando vuelvo la vista hacia ella, sigue mirándome
como si tratara de entenderme. Tiene la nariz ligeramente arrugada y los
ojos entrecerrados e incrédulos mientras me ve a la cara.
―No puedo creer que acabes de decir que odias París ―murmura.
Mis labios se crispan.
―Sí, bueno, no todos podemos ser románticos.
Ella se burla.
―Estoy lejos de ser una romántica, pero la cultura, la historia, la gente...
―La cultura es una táctica de marketing de la oficina de turismo
francesa, la historia es atractiva, claro, pero también lo es la mayor parte
de Europa, y la gente es, en general, muy maleducada ―concluyo, viendo
cómo su cara decae aún más.
―Mierda ―me dice, sacudiendo la cabeza―. ¿Siempre eres tan arisco?
La veo con el ceño fruncido.
―No soy arisco.
Ella ahueca las mejillas.
―Lo que tú digas.
―No me conoces.
Aléjate, Miles. El juguete brillante y reluciente no vale la pena.
Se cruza de brazos y arquea una ceja.
―Llevas un traje de Prada, mocasines de Dior y tu reloj Cartier es
odiosamente caro. Puede que no te conozca, pero sé cómo eres.
Me muerdo la lengua mientras me veo los gemelos y me los ajusto para
poder replicar. Hace falta mucho para que se me ericen las plumas, pero
cuando se me erizan...
―¿Sueles hacer suposiciones sobre gente que acabas de conocer?
Ella no se acobarda ni vacila. En lugar de eso, se pone más erguida y
me ve fijamente.
―¿Me he equivocado? ―contesta, mirándose las uñas pintadas como
si estuviera aburrida. Jesús, hasta sus uñas son rosa brillante―. Conozco a
muchos tipos como tú. Londres está lleno de ellos.
Resoplo una carcajada y sacudo la cabeza.
―Eres ridícula. ―Me froto el cuello y la veo con desprecio―. Odio
tener que decírtelo, pero probablemente soy peor que los hombres que
conoces. ―Sus ojos se abren ligeramente y me gusta ver cómo se encoge
un poco al oír mis palabras―. Parece que me tienes medido. Dime, ¿quién
eres? ―le pregunto ladeando la cabeza.
Me vuelve a lanzar esa mirada insegura, la que me hace sentir
irracionalmente enojado conmigo mismo por incomodarla.
Mierda, ¿qué estoy haciendo? ¿Empezar una pelea con una mujer a la mitad
de la noche?
Justo cuando abro la boca para disculparme, se nos acerca un hombre
mayor con un montón de pulseras para vender.
―No, gracias ―le digo, tomando a la rubia del brazo y arrastrándola al
otro lado de la fuente.
―Probablemente vio tu elegante reloj a un kilómetro de distancia ―me
dice riendo una vez que dejamos de caminar.
Aprieto la mandíbula cuando la veo fijamente.
―Claro, y estoy seguro de que apenas se ha fijado en la mujer desnuda
―le digo inexpresivo.
Eso la hace callar.
―¿Cuándo te vas de París? ―Sus ojos azules, abiertos y curiosos,
encuentran los míos. Hay algo esperanzador en ellos. Y, mierda, la
irritación desaparece.
―Mañana, o más tarde hoy, supongo. He estado aquí dos días de más.
Sus labios se juntan en una mueca juguetona.
―No me extraña que no te guste París. Apenas llevas aquí el tiempo
suficiente para apreciarlo.
―He estado muchas veces en París, y siempre prefiero irme cuanto
antes.
Hace un ruido a medio camino entre la indignación y el enojo.
―Parece que no puedo convencerte de lo contrario. ―Sus ojos brillan
mientras me mira―. Que tengas un buen viaje.
Me muerdo el interior de la mejilla mientras se da la vuelta y se marcha,
pero una pequeña parte muerta de mí desea seguir discutiendo con ella.
Mis viajes a París son deprimentes y sin incidentes y, por alguna razón,
he disfrutado de las bromas entre nosotros.
Mierda, a lo mejor necesito más amigos.
Hablo antes de pensar.
―¿Convencerme? No me has convencido de nada, salvo de no
relacionarme con la mujer desnuda de la fuente.
La veo ponerse rígida a unos metros de distancia. Se da la vuelta y
sonríe.
Es como si sonriera con todo su cuerpo. Abierta, accesible, animada.
Es todo lo contrario a mí, pero por alguna razón no puedo ignorar la
atracción magnética que nos une.
―Oh, ve quién está siendo descarado ―dice cruzándose de brazos―.
La verdad, no creía que fueras capaz con ese palo tan metido por el
trasero.
Me río entre dientes, sintiendo cómo la tensión de todo mi cuerpo se
relaja ante sus palabras. Todo por nuestra estúpida discusión. Ese tirón
familiar y hambriento en mi ombligo me hace dar un paso adelante, y
luego otro. Observo su postura: su cintura estrecha y sus caderas anchas.
Su cuello esbelto. Sus labios de almohada. Su cabello, que empieza a
secarse en tirabuzones sueltos, y sus rizos retorcidos y arrugados sobre la
frente. Es delicada y etérea. Algo en ella toca alguna fibra sensible en mi
interior y escruto su rostro con más atención.
No la conozco, pero no puedo evitar que me corroa la curiosidad. No
puedo dejar de interesarme. Es como Ícaro y el sol.
Tal vez esto podría ser una aventura divertida.
Una aventura de una noche antes de volver a casa.
Como dije antes, no es mi tipo, pero una pequeña parte de mí quiere
demostrarle que se equivoca.
Sé divertirme. Sé cómo divertirme.
No tengo tiempo para divertirme. ¿Pero aquí? ¿Ahora?
¿Por qué no?
Puedo hacerla pasar un buen rato.
Si me acepta, claro.
Tuerzo los labios para esbozar una sonrisa arrogante, la misma que
puedo utilizar como arma cuando quiero, y me acerco un paso.
―Convénceme, entonces ―murmuro, extendiendo las manos delante
de mí como muestra de mi rendición―. Si tuvieras medio día en París,
¿qué harías?
Parece un poco insegura cuando me acerco, tanto que podría llegar a
tocarle la cara, pero en lugar de retroceder, da un pequeño paso hacia mí.
―Pasaría el día paseando por Île Saint-Louis. Es un barrio en una
pequeña isla en medio del Sena. Me tomaría un helado en Berthillon, me
sentaría en un banco y me empaparía de todo.
―¿Te sentarías a comer helado? ―le pregunto escéptico―. ¿No irías a
ningún otro sitio?
Se encoge de hombros, y su rostro pierde brillo por un segundo
mientras tira de su labio inferior entre los dientes.
―Yo no voy a sitios en París. Dejo que París venga a mí.
Pongo los ojos en blanco.
―¿De verdad? ¿Helado?
Arquea una ceja rubia.
―¿Lo has probado?
―No, pero...
―Entonces no puedes formarte una opinión adecuada, ¿verdad?
Estando tan cerca de ella, puedo oler su perfume. Es ligero. Clásico. Con
un toque de jazmín.
Me sorprende que no huela como un monstruo del pantano.
Pero si quiero conquistarla, tengo que ser más amable. Ladeo un poco
la cabeza y dejo que mis ojos se claven en los suyos. No soy tan arrogante
como Chase, pero tampoco me han rechazado nunca. Sé que,
objetivamente, soy guapo y que puedo salir airoso de cualquier situación.
Soy muy exigente con mis parejas sexuales y las cosas que me gusta hacer
en la cama, lo que significa que no me acuesto con muchas personas, pero,
cuando decido que quiero a alguien, sea cual sea el propósito, lo hago
realidad con todo lo que tengo a mi disposición.
Por eso doy un pequeño paso adelante, su pecho sube y baja
rápidamente, y un precioso rubor escarlata se extiende por sus mejillas y
su pecho. Se relame los labios y sus ojos se oscurecen ligeramente cuando
la veo.
―Si lo que más te gusta es pasear por la isla de Saint-Louis, ¿te veré ahí
más tarde? ―le pregunto sonriendo―. O tal vez te apetezca volver a mi
apartamento para secarte ―añado con descaro.
Sus pupilas se oscurecen.
―Eso me gustaría ―dice despacio, inclinando ligeramente la cabeza
mientras me sonríe.
Y que me jodan, porque esa sonrisa podría ser mi muerte.
La tomo por el codo y la jalo hacia la calle.
―Mi chófer está libre esta noche, pero puedo pedir un taxi ―le digo,
impaciente y frenético.
Discutir con ella era... estimulante.
Solo puedo imaginar cómo es en la cama, y mi polla palpita cuando
pienso en inclinarla y mostrarle lo espontáneo que puedo llegar a ser.
Ambos caminamos hacia la avenida en silencio, pero cada vez que la
veo, tiene el labio inferior entre los dientes y los ojos brillantes de
expectación, como si nos impulsara la misma sensación de urgencia, y
cada vez que nuestras miradas se cruzan, la atracción se hace más fuerte.
Esto es lo más tonto o lo mejor que he hecho nunca.
Cuando llegamos a la Av. des Nations Unies, le hago señas al primer
taxi que veo. En cuanto se detiene, abro la puerta y le hago un gesto para
que entre.
Me roza el costado al entrar y sus ojos se cruzan con los míos durante
una fracción de segundo, mi polla se agita al ver sus párpados
entrecerrados y esos labios rojos. Todo dentro de mí palpita, y hay algo
innegablemente seductor en la forma en que me mira.
Le digo rápidamente al conductor la dirección de mi piso mientras subo
detrás de ella. Apenas me he sentado, ella se sube encima de mí, me rodea
las caderas con sus piernas y se sienta a horcajadas sobre mí. Mis brazos
la rodean automáticamente y, antes de que pueda hablar, me besa.
Gimo mientras me abalanzo sobre ella, mis manos aprietan sus muslos
y la mueven contra mí. Sus suaves curvas se amoldan a los contornos de
mi cuerpo y meto la mano en sus rizos húmedos. Me besa con un hambre
que no puedo comprender, aunque no es que me importe. Muevo mi boca
contra la suya, buscando con la lengua mientras devoro sus suaves labios.
―¡Pas dans le taxi!1 ―dice el conductor en voz alta.
Ambos lo ignoramos mientras sus manos se acercan a la tapeta de mis
pantalones de traje, pasando por alto mi camisa y mi saco por completo.
Buena chica.

1 No en el taxi, en francés.
Dejo que me desabroche el cinturón y empujo contra sus pequeñas
manos. Mi polla hace fuerza contra mis bóxers, y lo único que me importa
ahora es saborearla, sentirla, empujarla hacia mi pene...
―¡Ceci est votre dernier avertissement!2 ―advierte el chofer.
Ella suspira de placer contra mis labios y me pregunto si el chofer va a
echarnos físicamente o si está profiriendo amenazas vacías. Porque parece
que no puedo apartar mis labios de los suyos, que no me queda una
mierda que dar.
Suelto una risita baja al pensar en que nunca me he visto en la situación
de ser observado.
Normalmente, soy yo quien mira.
―Mierda ―susurra con la respiración agitada. Sus manos tantean la
cremallera de mis pantalones―. Me muero de ganas ―dice sin aliento.
Un relámpago de excitación me atraviesa. Creo que nunca había tenido
a alguien tan entusiasmada por estar conmigo y eso me excita muchísimo.
―¿Quieres que te folle aquí? ―murmuro, mis labios se desvían hacia
su mandíbula y succiono su suave piel en mi boca, saboreándola.
―Sí ―susurra.
Sabe a cielo y a infierno, a un néctar propio, como hecho para mí.
Un suave gemido se escapa de sus labios mientras sus manos tiran de
mi cremallera.
Echo la cabeza hacia atrás, extasiado, pero ella me agarra y me acerca a
sus labios para darme otro beso. Mis manos encuentran la banda de su
pantalón de chándal al mismo tiempo que ella mete la suya en mis
pantalones. Respiro con dificultad y espero a que me saque la polla, sin
importarme que estemos en público.
Sin importarme nada más que estar dentro de ella.
Pero en lugar de tirar de mi polla, se aparta de mis labios mientras sus
ojos se mueven entre los míos, como pidiendo permiso.

2 Esta es su última advertencia, en francés.


―Sí, mierda, sí ―le digo impaciente.
Ella me sonríe burlonamente y me lleva la mano al pecho. No me doy
cuenta de sus intenciones hasta que es demasiado tarde, hasta que sus
pequeños dedos me desabrochan el cuello de la camisa.
No, no, no.
Levanto la mano para agarrarla de la muñeca, con la intención de
arrancársela, pero en ese preciso instante el taxi se detiene de golpe.
―¡Sortez! Sortez!3 ―grita el taxista, y las luces se encienden dentro del
taxi.
En cámara lenta, sus ojos brillantes recorren mi rostro y, para mi horror,
se posan en el trozo de cicatriz visible por encima del cuello de la camisa,
siguiendo la gruesa línea dentada hasta la mandíbula. Probablemente no
era visible en la fuente, pero a la luz artificial, estoy seguro de que resalta.
La conmoción -o probablemente la repulsión-, se hace evidente en sus
delicadas facciones.
Tiro de la manilla de la puerta, la abro de un tirón y la empujo con
demasiada brusquedad. Ella sale del taxi antes que yo. Le lanzo cuarenta
euros al chofer, que me ve sorprendido justo antes de que cierre la puerta.
Cuando me levanto y el taxi se aleja a toda velocidad, mis ojos
encuentran los suyos. En la oscuridad de la calle, parece tan pequeña y
vulnerable, atrás quedó la luz brillante y juguetona. Tiene los brazos
cruzados y se ve los pies.
Como si estuviera avergonzada.
―Te llamaré otro taxi ―le digo bruscamente, con los ojos desviados
hacia la calle.
―Okey, gracias. ―Se aclara la garganta y da un paso atrás, con una
expresión ilegible en el rostro. Inclina la cabeza y mantiene la mirada en
el suelo, mientras la vergüenza me invade y la humillación me calienta la
piel―. Lo siento si fui demasiado dura ―añade―. No estoy lejos de aquí.
No me importa caminar.

3 ¡Fuera, fuera! En francés.


Cuando levanta la vista hacia mí, su expresión es... diferente. Cerrada.
Triste. Con las cejas fruncidas, da otro paso atrás y sus ojos vuelven a
mirar mis cicatrices. Ese tirón se hace más fuerte cuanto más se aleja, como
si me arrastrara una cuerda invisible, y mierda, es una sensación de mierda
saber que le doy asco.
No sería la primera.
Estoy a punto de replicar con algo cruel y grosero -algo sobre lo
estúpido que sería volver a casa sola tan tarde-, cuando ella se aleja otro
paso y abre la boca.
―Si vas a Berthillon, pide el de caramelo de jengibre.
Y con eso, se da la vuelta y se marcha, mientras me deja sintiéndome
totalmente insatisfecho y completamente abatido por primera vez en mi
vida.
1
la huída

Presente. Un año después

Me aliso la americana azul rey sobre el vestido azul bebé y me paso los
dedos por los rizos antes de entrar en el restaurante. Me siento sudorosa
y asquerosa por la humedad, y me arrepiento de haber elegido zapatos de
tacón cuando abro la puerta dorada. El restaurante se llama Papillon, que
significa mariposa en francés, y no puedo evitar arrugar la nariz al entrar.
¿Por qué eligió mi papá este sitio? Está lleno de imbéciles con demasiado
dinero. Aun así, me alegro de verlo. Hace meses que no vuelvo a París y,
aunque está a un tren de Londres, no lo veo lo suficiente.
Echo un vistazo al restaurante atestado de gente mientras me acerco al
puesto de la anfitriona.
―¿Puedo ayudarte? ―pregunta amablemente la empleada, y yo le
dedico mi mejor sonrisa.
―Je rencontre mon père. Il s'appelle Prescott Deveraux ―le digo en
perfecto francés, preguntándole si mi papá estará ya sentado.
―Ah, por aquí ―me responde en un inglés acentuado.
La sigo por el luminoso y aireado comedor, sintiéndome totalmente
fuera de lugar con mi brillante atuendo. Todo el mundo lleva traje de
negocios, incluso las mujeres. Grises, marrones oscuros y negros... me
duelen los pies por los tacones altos y estoy deseando sentarme. La
anfitriona se detiene ante una mesa con cuatro sillas y mis ojos miran al
hombre que ya está sentado. La veo confundida.
―Non, ce n'est pas la bonne table ―le digo rápidamente, explicándole
que ésta no es mi mesa.
―¿Stella Deveraux? ―me pregunta el hombre, poniéndose de pie―.
Tu papá me invitó a comer hoy. Espero que te parezca bien.
Veo al hombre con sorpresa, y hay algo en él que me resulta vagamente
familiar, como si hubiera visto su cara antes en alguna parte. Lleva el
cabello negro recogido en una coleta baja y, a pesar de ser mayor, es muy
guapo. Su acento es americano.
―Soy Charles Ravage. Tu papá y yo nos hicimos amigos desde hace un
par de años ―añade tendiéndome la mano.
La sacudo con firmeza mientras esbozo una sonrisa.
―Encantada de conocerte, Charles ―le digo amablemente,
conteniendo la decepción que me invade. Tenía ganas de almorzar con mi
papá, de ponerme al día, de contarle mis planes de negocios...
Otro hombre se pone a su lado y mis ojos se dirigen hacia el
desconocido.
Excepto que... no es un extraño. En absoluto.
Un zumbido bajo y agradable me recorre cuando establezco contacto
visual con el hombre de la fuente del año pasado. El agravantemente
atractivo, pero con una personalidad de mierda.
En el que, por desgracia para mí, no he dejado de pensar desde que nos
besuqueamos como locos en el taxi hace un año.
Parece exactamente el mismo. Alto, con hombros anchos. Una
mandíbula cuadrada acentuada con barba de un día, una nariz larga y
recta, y los ojos verdes más intensos que he visto nunca. Lleva el cabello
castaño oscuro corto por los lados, pero la parte superior está peinada con
esmero para resultar moderna y sofisticada. De hecho, no hay ni un
mechón fuera de lugar, y sus cejas, rectas e intensas, se juntan aún más
mientras me escruta. Lleva un traje Gucci de doble botonadura con un
sutil estampado a cuadros, y mis ojos se fijan en el mismo reloj Cartier que
llevaba el año pasado. No puedo negar que tiene estilo.
Se da cuenta de que lo veo y levanta una ceja con aire conspirador.
Dios. Realmente debería ser ilegal que una persona se vea así de bien.
Por el rabillo del ojo, veo que Charles le murmura algo, y tardo un
segundo en darme cuenta de que el Hombre Fuente nos acompañará a
comer. Me giro para mirarlo de frente justo cuando Charles nos presenta.
―Stella, este es mi hijo, Miles Ravage ―dice suavemente―. Miles, ella
es Estelle Deveraux. Su papá, Prescott Deveraux, se ha convertido en un
querido amigo y cliente mío.
Vuelvo a mirar a Miles y odio que mi estómago dé un pequeño vuelco
cuando establecemos contacto visual. Él me tiende la mano y se la tomo.
Su piel es cálida, las yemas de sus dedos ásperas para alguien que
probablemente se pasa el día detrás de un escritorio.
Dios, recuerdo cómo se sentían esas manos en mi espalda, mis muslos,
corriendo contra mi bajo vientre antes de zambullirse bajo la banda de mis
joggers.
Me toma la mano con fuerza y yo hago lo mismo, y algo parecido a la
sorpresa se dibuja en sus facciones ante mi firme apretón de manos. Ja.
―Encantada de conocerte ―le digo con dulzura.
―El placer es todo mío, Estelle ―responde con suavidad, sin
mencionar que ya nos conocíamos.
Gracias a Dios.
―Es Stella.
―Por supuesto ―dice, inclinando la cabeza en señal de disculpa antes
de hacerme un gesto para que me siente a su lado.
Jodidamente genial.
Me aliso el vestido, cruzo los tobillos y pongo las manos sobre el regazo.
Alguien tiene que venir y quitarme la vida. No solo me humillé el año pasado
saltando sobre sus huesos como una loca, sino que ahora estoy aquí
sentada con su papá. Cierro los ojos cuando pienso en cómo me
murmuraba guarradas al oído en el asiento trasero de aquel taxi, y la dura
y gruesa longitud que envolví con mis dedos brevemente por encima de
sus pantalones.
Mierda.
No esperaba volver a verlo, y por la forma en que me mira, con una
mirada acusadora... supongo que él tampoco esperaba volver a verme.
―Entonces, Stella ―empieza Charles, sentado frente a mí―. Tu papá
dice que vas a crear tu propia línea de moda.
La mesera se acerca y nos sirve agua a todos. Tomo un sorbo y dejo el
vaso sobre la mesa.
―Sí. Bueno, dentro de unos años. Es todo un esfuerzo, y requiere
bastante dinero para empezar ―le explico.
―Ya veo. ―Hay algo en la forma en que dice esas dos palabras que me
incomoda, pero lo ignoro. Justo cuando estoy a punto de preguntarle por
mi papá, sus ojos se iluminan al ver algo al otro lado del restaurante―.
Ah, aquí está el hombre del momento.
Sigo su mirada y veo a mi papá pavoneándose por el restaurante. Lleva
una camisa blanca abotonada y jeans oscuros. Tiene el cabello plateado
peinado hacia atrás y parece más curtido que la última vez que lo vi.
Cuando me levanto, él camina hacia mí y me besa en ambas mejillas.
―Cariño, siento llegar tarde ―me dice, con su acento medio británico,
medio francés, grave y profundo―. Estás preciosa. ¿Es una de tus
prendas? ―me pregunta tocándome la manga de la americana.
―Sí, gracias por notarlo. ―Me ve antes de saludar amistosamente a
Charles y a Miles, y tomo nota de que se dirige a Miles con cierta
familiaridad, deben de haberse visto antes.
―Ma chérie, Charles Ravage me ha estado ayudando con mis
inversiones ―me dice alegremente.
―Bueno, tu cartera es ciertamente impresionante ―dice Charles.
Cuando veo a Miles, está viendo a su papá.
―¿Eso es cierto? ―le pregunta, con voz dura y helada.
Mis cejas se fruncen mientras observo a los tres hombres y su dinámica.
Casi parece que Miles esté enojado porque su papá haya ayudado al mío,
pero ¿por qué?
―Sí ―dice Charles, dando un sorbo a su agua y viendo a Miles con
dureza. Antes de que los dos puedan decir otra palabra, mi papá
interviene.
―Me alegro mucho de que todos hayamos podido comer hoy ―dice
jovialmente, pero, de nuevo, mi papá siempre es jovial.
Como fundador de una de las mayores organizaciones benéficas de
Europa, ha pasado bastantes penurias. Después de que mi mamá muriera
al darme a luz, se hizo un nombre como filántropo. No éramos ricos; de
hecho, hasta hace unos años casi no teníamos dinero. Mi papá insistía en
que no necesitábamos mucho para vivir. Crecí trabajando en comedores
sociales por toda Europa, residiendo en Londres y yendo a una escuela
normal. Sin niñeras, sin ayuda doméstica, solo un piso de dos
habitaciones y muchos frijoles con tostadas.
Pero gracias a su obra, el apellido Deveraux se convirtió en un nombre
muy conocido. Apareció en todas las grandes publicaciones como alguien
que cambiaría el mundo para mejor, lo que, por supuesto, le dio más
notoriedad y más contactos con gente como Charles Ravage. Mi papá
creía que esas conexiones aportarían más dinero a sus organizaciones
benéficas, y eso fue exactamente lo que ocurrió. Una vez que lo conocieron
los grandes nombres -una vez que se metió en la misma sala que algunas
de las personas más poderosas del mundo-, empezó a recibir grandes
donaciones simplemente por su ingenio y su encanto.
La mayor parte de ese dinero estaba destinado a la beneficencia, pero
mi papá se dio a sí mismo “por primera vez” un sueldo mayor, al igual
que al resto de sus empleados. En lugar de donar la mayor parte de su
sueldo a la beneficencia, como hizo durante décadas, por fin pudo
reservarse algo para sí mismo.
No teníamos mucho dinero, pero sí lo suficiente para estar cómodos.
No me sorprende que Charles le ayude a gestionar su nuevo éxito,
después de todo mi papá no sabe ni escribir un cheque, y todas las
organizaciones benéficas han recibido donaciones masivas en los últimos
dos años. Su patrimonio neto es considerable ahora, y me alegro de que
tenga a alguien que lo ayude con todo.
Tras otra mirada tensa de Miles, la conversación fluye con facilidad.
Cada dos minutos, echo un vistazo furtivo al hombre que está a mi
derecha y, en todas las ocasiones, sus ojos se posan en mí.
Acusatorio, tormentoso, oscuro.
El año pasado vislumbré su hosquedad, pero ahora parece a punto de
romper el vaso que tiene en la mano.
Yo pido una ensalada de queso de cabra y Miles, un filete terminó
medio, nuestros papás piden langosta. Como deprisa, y la tensión
aumenta a cada minuto que pasa mientras nuestros papás charlan sobre
sus recientes vacaciones. Mi papá vive ahora en París, donde nació, pero
yo me crie en Londres, de donde era mi mamá. Me gusta tener esa
conexión con ella y sé que a mi papá también le gustaba cuando yo era
joven. Es lo que ella habría querido.
Estuvieron casados diez años antes de tenerme y, tras la muerte de ella,
él no volvió a casarse, a pesar de que yo lo animé para que lo hiciera.
Ella fue el amor de su vida.
Quizá yo tenga la suerte de encontrar ese tipo de amor algún día.
Un par de minutos después, Miles se inclina unos centímetros y
empieza a hablar.
―¿Te has bañado desnuda en alguna fuente últimamente? ―me
pregunta, limpiándose la boca y mirándome con el ceño fruncido.
―No últimamente, no. Tengo demasiado miedo de ser molestada por
hombres de negocios gruñones.
―Oh. Bueno, si te hace sentir mejor, no he estado vagando por París en
medio de la noche. Demasiado miedo de ser afrentado por exasperantes
mujeres desnudas.
¿Me está insultando? ¿O coqueteando conmigo?
Con él, es difícil saberlo.
―Bueno, es bueno que te fueras cuando lo hiciste, entonces. He oído
que París está lleno de mujeres como yo. No me gustaría que te enredaras
y llegaras a odiar esta ciudad más de lo que ya la odias.
Algo parecido a la sorpresa se dibuja en sus facciones. Sus ojos brillan
mientras me evalúa.
―¿Sabes? Tienes que ser una de las mujeres más interesantes que he
conocido, Estelle.
―Stella ―le recuerdo―. Y gracias. Aborrezco a la gente aburrida.
Como el caso en cuestión ―añado, fulminándolo con la mirada.
―Nunca dije que interesante fuera un cumplido ―murmura.
Me encojo de hombros.
―Mejor ser interesante que aburrido, a como lo veo.
Se ríe rápidamente, pero luego cierra la boca con fuerza. Parece casi
vulnerable cuando pronuncia su siguiente frase.
―Supongo que ser interesante es un privilegio, algunos tenemos que
pasar desapercibidos como sea.
―Bueno, tal vez te haga sentir mejor si te digo que en realidad no creo
que seas aburrido. Solo quieres que la gente piense que lo eres.
Él arquea una ceja mientras muerde un trozo de su filete y lo mastica
lentamente mientras digiere mis palabras. Observo cómo se ondulan los
músculos de su mandíbula al masticar. El movimiento de su boca. La
forma en que sus largos dedos agarran con firmeza el tenedor y el
cuchillo. La imagen de Miles Ravage comiendo es altamente erótica.
Oh, mierda. ¿Qué me pasa?
Espero a que responda. No me gusta este juego de fútbol mental que
hemos estado jugando, me hace sentir incómoda. Me enorgullezco de
saber quién soy y lo que defiendo, y sobre todo de saber cómo tratar a los
hombres. Tuve que aprender a una edad temprana cómo rechazar
comentarios sarcásticos, cómo lidiar con un mundo centrado en los
hombres y cómo encontrar mis propios puntos fuertes. No soy ajena a las
burlas de los hombres y, la mayoría de las veces, soy capaz de mantener
la lucidez.
Rápida de reflejos.
Así le gustaba llamarme a mi papá. Ser una mujer con curvas y de talla
grande significaba que me había pasado mis veintes aprendiendo a
ganarme el respeto de la gente. Como la mayoría de la gente no respetaba
a las mujeres jóvenes y ambiciosas -especialmente a las que tenían cuerpos
que no encajaban en la idea que la sociedad tenía de lo aceptable-, tuve
que aprender a equilibrar la balanza. Eso significaba aprender a
enfrentarme a la gente por sus estupideces.
Últimamente era especialmente importante, con tanta gente interesada
en nuestra familia y en lo que hacíamos. No podía tomarme nada como
algo personal, así que me había hecho de una piel gruesa.
Pero, por alguna razón, estar cerca de Miles es como tener la cabeza
enterrada en la arena. Todos los comentarios ingeniosos que
normalmente se me dan tan bien se pierden en algún lugar entre mi
cerebro y mi lengua. Las insinuaciones e indirectas que suelo hacer con
facilidad se quedan en el camino en cuanto lo veo fijamente a los ojos
verdes y brillantes.
¿Por qué?
Siento un cosquilleo en todo el cuerpo cuando pienso en lo que sentí al
estar pegada a su cuerpo en aquel taxi. Cómo sus manos recorrieron mis
muslos, metiéndose bajo mi blusa y rozando mi piel con sus dedos. Sentí
como si me electrocutara la columna vertebral. Lo duro que estaba bajo mi
mano, como si me deseara tanto como yo a él.
Cierro los ojos brevemente, pensando en la dureza con la que me apartó
de él, y en la mirada estoica que puso cuando el taxi se marchó a toda
velocidad.
Fue un desprecio total.
Cuando Miles termina de masticar, tararea.
―Ya veo. Parece que has pasado algún tiempo condensándome en una
cajita perfecta. ¿Qué más has observado en mí? ―murmura, con voz
grave.
Se me calientan las mejillas. Tantas. Cosas.
―Puedo leer a la gente con facilidad, eso es todo ―explico, secándome
los labios con la servilleta.
Sus ojos se entrecierran ligeramente mientras me ve fijamente.
―Y yo también puedo leer a la gente con facilidad, Estelle.
―Por favor, llámame Stella.
Ladea la cabeza, deja el tenedor y el cuchillo en el plato y me mira. Se
me pone la piel de gallina ante su mirada recorriéndome el cuello, el
pecho, el regazo y la cara.
―¿Por qué te molesta tanto tu verdadero nombre? ―abro la boca para
replicar, sintiéndome de pronto acalorada y ruborizada. No es el nombre.
Es quién me llamaba así, pero antes de que pueda responder, suelta una
carcajada―. Es un nombre precioso. ¿Sabías que significa “estrella” en
latín?
Sus palabras me hacen sentir algo oscuro y peligroso, y no puedo
apartar la mirada de él.
Me devuelve la mirada, desafiándome a apartar la vista con su sonrisa
arrogante. Sabe que me ha desconcertado y respiro lenta y pausadamente
para orientarme. Nunca he conocido a nadie como él: listo, rápido, capaz
de igualar mis bromas. Nunca consigo lo que me propongo, pero, de
algún modo, sospecho que he encontrado a mi pareja en Miles Ravage.
Sus ojos se oscurecen un poco cuando bajan hasta mi boca y, antes de
que pueda darme cuenta de lo que está haciendo, se inclina hacia adelante
y me agarra la barbilla con la mano. Respiro con fuerza cuando su pulgar
se posa en mi labio inferior.
―Tienes algo en el labio... ―se interrumpe, y mis ojos se desorbitan
cuando me pasa la áspera yema del pulgar por la comisura de los labios.
Todo se calienta y mi cuerpo se tensa cuando sus ojos se cruzan con los
míos, cuando se queda ahí un segundo de más.
¿Quieres que te folle aquí?
Mis ojos se cierran brevemente cuando recuerdo lo que me dijo el año
pasado: lo caliente que me puse imaginándome montada en él en la parte
de atrás de un taxi donde cualquiera pudiera vernos.
No es hasta que mi papá menciona a mi abuela que salgo de mi
confusión. Había olvidado por completo que mi papá y Charles estaban
manteniendo su propia conversación al otro lado de la mesa. Me alejo de
Miles y respiro tranquilamente.
―Mi mamá falleció el año pasado, mi pobre Stella tardó mucho en
recuperarse tras su muerte. Eran muy unidas, pero ahora está empezando
su propia línea de moda ―dice orgulloso.
Sonrío mientras me llevo un trozo de queso a la boca, nerviosa por los
elogios de mi papá. Por el rabillo del ojo, veo a Miles observándome.
Antes de que pueda responder, Charles se ríe.
―Y por eso estamos almorzando hoy. Para proponerte una solución a
tu inusual situación financiera.
La mesa se queda en silencio y veo a mi papá. Siempre es tan
comunicativo. Aunque sé que está trabajando con Charles, no necesito
que Miles se entere de todos los problemas a los que me he enfrentado
como diseñadora de moda en ciernes, es decir, que estoy arruinada. Y,
que apenas estoy sobreviviendo gracias a la muy pequeña cantidad de
pedidos que recibo cada mes.
Dios, qué humillante.
―Papá ―dice Miles, con un tono grave de advertencia. Casi puedo
sentir la furia que irradia―. Por favor, dime que esto no es lo que creo.
Veo entre los hombres Ravage, confundida.
―¿Y qué crees que es esto exactamente?
Miles no me mira. En vez de eso, ve a su papá con la mandíbula tensa
y los ojos brillantes de furia. Desvío la mirada hacia las líneas plateadas y
dentadas de su piel, bajo el cuello de la camisa abotonada. La cicatriz
irregular le recorre hasta casi el lado izquierdo de la mandíbula, dándole
un aspecto distinguido. Me dan ganas de saber más sobre él. Justo antes
de que me dé la vuelta, dirige sus ojos verdes de reptil hacia los míos, que
se agrandan cuando se dan cuenta de que le estoy viendo el cuello.
Si no me equivoco, algo parecido a la vergüenza recorre sus facciones
mientras sus largos dedos tiran de su cuello hacia arriba, por encima de
sus cicatrices.
―No voy a hacerlo ―dice rápidamente, lanzándole una mirada
fulminante a su papá antes de mirarme a mí a continuación.
―¿Puede alguien explicarme qué está pasando? ―pregunto, con la voz
un poco alta. Unas cuantas personas se giran para mirarnos, y mis mejillas
se calientan.
Miles cierra los ojos brevemente. Apoya las palmas de las manos en la
mesa y me ve con la cabeza gacha.
Antes de que pueda hablar, mi papá me toma de la mano.
―Stella, cariño ―dice con suavidad―. Solo intento ayudarte.
Trago saliva.
―¿Ayudarme con qué?
Él mira a Charles antes de continuar.
―Hace un par de meses, le hablé de tu línea de ropa a Charles durante
una reunión de negocios ―empieza―. Y le conté que estabas luchando
por sacarla adelante económicamente ―dice despacio.
Dios, mátame ahora.
Siento que se me hunde el estómago y frunzo las cejas.
―¿Y?
―Stella ―interviene Charles, inclinándose hacia adelante.
―Papá ―Miles advierte.
―Miles es un prominente hombre de negocios en California
―comienza Charles―. Actualmente necesita un milagro de relaciones
públicas.
―Perdón por ser tan tonta, pero no sé muy bien qué tiene que ver esto
conmigo ―le digo.
Mi papá se aclara la garganta.
―Tú necesitas dinero, y Miles necesita a alguien que repare su imagen
pública. Al principio no estaba seguro, pero he visto a Miles varias veces
y es un perfecto caballero. No se me ocurre nadie mejor para ayudarte.
―Debe de notar mi expresión de confusión, porque se inclina más hacia
mí―. Sabes que si mi dinero no estuviera invertido en la beneficencia, te
ayudaría sin dudarlo, ma chérie.
Veo entre los tres.
―¿Alguien que repare su imagen pública? ¿Y cómo lo haría?
―Casándote con Miles, por supuesto ―termina Charles, con una
expresión de satisfacción dibujada en el rostro.
La habitación gira ante mí y me agarro con fuerza a la mesa, girándome
hacia Miles. Él se frota la barbilla y me observa, como si ya lo supiera.
Como si ya lo sospechara.
―¿Tú lo sabías? ―le pregunto.
Suspira y se encoge de hombros una vez.
―Lo sospechaba. Mi papá lleva meses presionándome para que
encuentre a alguien con quien casarme.
―Lo siento ―digo despacio, tratando de asimilarlo todo―. ¿En qué
siglo estamos viviendo?
―Cariño ―mi papá arrulla―. Piénsalo, es solo un año. Charles ha
accedido a adelantarte el dinero líquido a cambio de unas cuantas salidas
públicas con Miles como esposa, solo sobre el papel, claro. Un millón de
dólares, ma chérie. Piensa en lo que podrías hacer con ese dinero. Piensa
en lo rápido que podrías poner tu marca en marcha...
Abro y cierro la boca. ¿Un millón de dólares?
Sin duda cambiaría mi carrera. Podría empezar mi línea de ropa con
poco o ningún riesgo. Podría contratar a los fabricantes más caros y éticos.
Podría importar los tejidos más ecológicos. Podría contratar a artesanos
locales y hacer de la marca todo lo que siempre soñé que sería.
Aunque no tenga una maestría en administración, sé que esa cantidad
de dinero resolvería muchos de mis problemas. He hecho números. Tengo
un plan a diez años, pero es un plan que solo existe si soy capaz de ahorrar
lo suficiente para llegar a ese punto. Sin embargo, con un millón de
dólares en efectivo no necesitaría esperar diez años.
Con mi plan actual necesitaría el dinero antes de empezar la producción
para evitar hundirme. Necesitaría empleados y campañas de marketing
antes de tener dinero de las ventas. Nada de eso es barato, y resulta que
es algo que me interesa mucho, algo que estoy deseando hacer ahora, no
dentro de diez años. Tengo una nueva visión de la ropa asequible y
accesible que es buena para el medio ambiente, algo que la gente puede
usar ahora. Tengo muchas aspiraciones y todas cuestan dinero. Mucho
dinero.
Es algo que mi abuela me rogó que hiciera, el único sueño que ella quería
que siguiera. Con el dinero de Charles, podría hacerlo. Su muerte me hizo
caer en una espiral de oscuridad de la que recién me estoy recuperando.
¿Te imaginas lo bien que te sentirías si pudieras llevarlo a cabo? ¿Ser capaz
de vivir mi sueño, haciendo lo que amo, por ella?
¿Para ayudar a la gente ahora y no dentro de diez o más años?
Mis ojos se desvían hacia Miles. ¿Quién es la familia Ravage? El apellido
me resulta familiar, pero deben de ser extremadamente ricos para poder
prestarle a la hija de un cliente un millón de dólares.
¿Y por qué... una esposa falsa? Miles es ciertamente atractivo,
seguramente podría encontrar a alguien más adecuada para él.
¿Por qué yo?
Sentada más erguida, veo entre los tres hombres.
Por supuesto. Deja que ellos decidan mi futuro.
―No ―le digo simplemente―. Lo siento, pero me niego a casarme con
un completo desconocido por dinero, incluso si el dinero estuviera bien.
―Ma chérie ―murmura mi papá―. Por favor, piénsalo...
―¿Qué puedo hacer para que aceptes las condiciones?
Veo a Miles quedarse quieto en mi visión periférica. Vuelvo a mirar a
mi papá y me pongo en modo negocios.
―¿Y cuáles son exactamente los términos?
Charles se aclara la garganta.
―Un año. Vivirás con Miles en su casa, y lo acompañarás a todos los
eventos durante el año. Al final de todo, se divorcian amistosamente, y
ambos estarán mejor por eso. Tú tendrás el dinero para tu línea de ropa,
y Miles se beneficiará de la reputación de tu familia. No puedes negar que
todo el mundo ama a la familia Deveraux.
Él tiene razón.
Odio que tenga razón.
La gente está fascinada con nosotros desde que mi papá entró en la lista
“Las 100 personas más filantrópicas” de Forbes. No era una celebridad,
pero sí alguien a quien el público admiraba. Con esa admiración vino una
especie de fascinación por mí. Nunca había visto una cámara de paparazzi
hasta el año pasado. Aunque se publicaron algunos artículos hirientes y
poco favorecedores sobre mí, en su mayor parte la gente sentía curiosidad
por mí. No la suficiente como para comprar la ropa que tenía a la venta,
pero... con el apellido Ravage a mis espaldas, quizá podría conseguir el
respaldo suficiente. Seguramente tenía conexiones.
Pero no.
Mierda, no.
Esto es una locura.
―Tu apellido le daría legitimidad a la familia Ravage ―dice Charles,
con la voz teñida de tristeza.
―Lo cual tiene gracia, teniendo en cuenta que tú eres la razón por la
que necesitamos legitimidad ―gruñe Miles desde mi lado.
―¿Tenemos voz en esto? ―pregunto, la voz me tiembla un poco―. Ya
dije que no, y aun así seguimos hablando de esto... ―Mi papá abre la boca
para hablar, pero yo continúo―. No puedo creer que tenga que
defenderme en esto, papá.
―Lo siento, ma chérie. Por supuesto que Charles y yo no vamos a
forzar nada. Esto no es un matrimonio arreglado. Simplemente... los
estamos uniendo convenientemente. Es solo una idea.
Miles se burla desde mi lado.
―¿No es un matrimonio arreglado? ―le pregunta a mi papá―. Excepto
que le estás poniendo un millón de dólares delante... ―Me da un vuelco
el corazón al ver cómo me defiende. Me ve con expresión dura, decidido.
Vuelve a llevarse la mano al cuello y se lo sube por encima de las
cicatrices.
Se gira rápidamente hacia Charles.
―No quiero casarme con ella ―sisea.
Sé que siento lo mismo, pero ouch.
―Te di tiempo para encontrar a alguien por tu cuenta, y fracasaste ―le
dice Charles a Miles, con voz uniforme pero amenazadora―. Es un asunto
urgente. Tu negocio depende de eso. Sé que la gente ha estado rechazando
la oportunidad de reunirse contigo, por no hablar del artículo del LA
Weekly...
―Lo sé ―dice Miles, con voz fuerte―. Y pedí más tiempo para
asegurar a alguien. No pedí que me presionaras para hacer algo que
ninguno de los dos quiere ―añade.
―No tenemos todo el tiempo del mundo, Miles. Cada fin de semana,
se publica otro artículo sobre nuestra familia. Entre tú, Chase y Orion,
rechazo llamadas de periodistas todos los días.
―Sí, bueno, Chase está comprometido ―dice rápidamente―. Ahora
tiene a Juliet.
―No hasta que haya campanas de boda. ―Le lanza a Miles una mirada
fulminante―. Orion es una causa perdida. Es joven. Tal vez recapacite,
tal vez no. Liam y Malakai son lo bastante listos como para permanecer
escondidos...
―¿Algo así como tú? ―interviene Miles.
―¿Cuál es el problema? ―pregunta Charles―. Un año no es nada.
―De hecho, es un gran problema. ―Miles suspira y se cruza de brazos,
mirándome de nuevo. Hay algo tan acalorado y fracturado en su
expresión. Hace que el contenido de mi estómago se convierta en plomo.
Me siento erguida y se me sonroja la cara de vergüenza. Miles no solo
está enojado, está furioso ante la perspectiva de casarse conmigo. Claro que
es una idea absurda, pero se comporta como si fuera lo peor que le
pudiera pasar.
Ya he tenido bastante. Dejaré que se peleen entre ellos, porque me niego
a ser moneda de cambio, y me niego a ver a Miles y a su papá colgar mi
línea de ropa de una cuerda. Es lo único que tengo, el único sueño al que
me niego a renunciar.
―Disculpen ―digo rápidamente antes de tomar el bolso.
Pero justo cuando me levanto, Miles se levanta de la silla y se va,
murmurando algo sobre ir al baño.
Bien. Lo último que necesito es que vea cómo mi cara empieza a
arrugarse, cómo me duele el pecho cuando pienso en mi papá casándome
como un cordero enviado al matadero. No sé si reír o llorar, parece una
broma. Estamos en el siglo XXI.
―Ma chérie ―murmura mi papá.
Lo fulmino con la mirada.
―Dame un momento, papá ―le digo rápidamente, cerrando los ojos e
intentando recalibrar mi respiración mientras vuelvo a sentarme.
Inhala, exhala, inhala, exhala...
Oigo a Charles y a mi papá hablar en voz baja entre ellos, pero lo único
que pasa por mi mente es lo que Miles dijo hace un momento,
repitiéndose en bucle.
No quiero casarme con ella.
No quiero casarme con ella.
No quiero casarme con ella.
Aunque el dinero estaría bien, no puedo, conscientemente, aceptar un
matrimonio concertado. Dios, qué vergüenza. Todo esto está tan jodido. Sé
que mi papá solo hace esto porque quiere que persiga mis sueños. Sé que
tampoco está hecho de dinero. Es muy amable de Charles ofrecer, pero no
puedo aceptar el dinero.
¿O no?
No.
El dinero es otra cosa, pero no estoy segura de poder enfrentarme al
rechazo de Miles Ravage. No puedo escucharlo tratar de argumentar su
salida de esto, incluso si estoy de acuerdo con él.
No presto atención a nada hasta que mi papá pone una mano sobre la
mía.
―Stella ―dice suavemente―. Charles fue a ver a Miles. ¿Estás bien?
Muevo la cabeza para mirar a mi papá.
―Por supuesto que no estoy bien. No lo puedo creer... ―Me quedo sin
palabras cuando veo a Charles volviendo a nuestra mesa. Solo.
―Bueno, no está en el baño ―dice Charles, encogiéndose de hombros.
Oh, Dios. ¿Salió por la puta ventana o algo así?
Me arde la cara.
Se fue.
Charles y mi papá reanudan la conversación, pero la comida amenaza
con subirme por la garganta mientras me aprieto los ojos con los talones
de las manos.
Inhala, exhala...
Él me dejó para recoger los pedazos.
Maldito bastardo.
Charles me dice algo sobre que Miles va a entrar en razón, sobre ser
paciente, pero no puedo estar aquí ni un segundo más. No puedo
escuchar a mi papá y a Charles Ravage excusarse por lo que hicieron, por
lo que hizo Miles.
Esto es lo más humillante que me ha pasado nunca.
Una ira ardiente empieza a irradiar desde mi pecho hacia afuera, así
que agarro mi bolso y me pongo en pie. No oigo lo que dice mi papá, o lo
que dice Charles.
Todo este almuerzo fue completamente absurdo, y si pudiera opinar,
nunca tendría que ver a Miles Ravage de nuevo.
Levantando un pie delante del otro, salgo y me alejo rápidamente de
Papillon.
2
la mentira

Dejo el periódico en el suelo y le sonrío amablemente a Luna, que se


acerca a mí con el iPad en la mano. Si no fuera por ella nunca conseguiría
hacer nada, tomo nota mentalmente de que pronto le daré otro aumento.
Se detiene delante de mí y ve el aparato luciendo como si hablara en serio.
Le doy un sorbo a mi café justo cuando empieza su habitual informe
matutino.
―Buenos días, señor Ravage ―me dice, sentándose a mi lado―. Hoy
tienes un día bastante completo ―añade, tomando un trozo de melón y
metiéndoselo en la boca―. Tu cita de las nueve se canceló, así que
adelanté la de las diez a las nueve y media. Chase y tú tienen una reunión
con Blue Light a las dos. Tu cita de las tres fue cancelada, así que puedo
adelantar la de las dos si quieres.
―Siento interrumpir ―refunfuño, sentándome más erguido―. ¿Dos
clientes cancelaron hoy?
Ella aprieta los labios.
―Bueno ―dice, viendo a la pantalla―. Técnicamente tres lo hicieron.
El de las cinco también canceló.
Suelto un fuerte suspiro por los labios.
―Mierda.
―Me puse en contacto con los tres, pero no me han contestado.
El maldito artículo de LA Weekly...
Asiento con la cabeza mientras se me tensa la mandíbula.
―Está bien. Gracias, Luna.
―No he terminado ―añade arqueando una ceja―. Tienes cita a las seis
con Entice, pero puedo adelantarla si quieres.
Le hago señas para que lo ignore.
―No, mantenla. Lo último que quiero es ahuyentar a una cuarta
persona. ―Asiente y me lanza una mirada de lástima―. No me mires así,
Luna ―le gruño, dándole otro mordisco a mi tostada.
―No saben lo que se pierden, Miles ―dice amablemente―. Es su
pérdida.
Mi tostada se convierte en aserrín en la boca y me limpio los labios con
la servilleta una vez antes de levantarme.
―Te lo agradezco. ¿Algo más?
Me ve con sus ojos marrones mientras me ajusto la corbata.
―Sí. Tu papá envió un itinerario de vuelo para ―ve su portapapeles―,
¿Estelle Deveraux?
Me quedo quieto, y Luna debe tomar mi silencio como una aceptación
porque se aclara la garganta.
―¿Debo enviar un auto al aeropuerto por ella?
Mierda.
―¿Dio alguna indicación sobre el motivo de su visita a California?
Ella sacude la cabeza.
―No, solo que está aquí por negocios.
¿Negocios? ¿Qué negocio?
Asiento una vez.
―Bien. Por favor, manda el auto. ―Puede que saliera corriendo de
nuestro almuerzo la semana pasada, pero no soy un completo hijo de
puta. Especialmente cuando es mi papá quien coordinó todo ese
almuerzo. Prescott podría haber pensado que él estaba en eso también,
pero sé lo confabulador que es mi papá―. ¿Dónde se hospeda?
Luna ve hacia abajo, revolviendo varios papeles.
―No lo dice.
―Bien, dile a Louis que la lleve a donde necesite ir. Voy a la oficina.
Nos vemos esta noche ―le digo a Luna rápidamente antes de pensar
demasiado.
Capto una sonrisa traviesa deslizándose por su rostro mientras me alejo
y salgo por la puerta principal. Sabiendo que aún tengo muchas reuniones
que preparar, no pierdo el tiempo y me subo al Escalade negro que me
espera en la puerta. Son veinte minutos en auto hasta el centro de
Crestwood, donde se encuentra la oficina de Ravage Consulting Firm.
Niro, mi chófer, me saluda con la mano antes de entrar.
Organizo mis pensamientos para mi reunión de las nueve y media,
ignorando la sensación de fatalidad cuando pienso en por qué hoy he
tenido tres reuniones canceladas. No debería escandalizarme y, sin
embargo, lo hago. Tengo treinta y seis años y no soy tan ingenuo como
para pensar que las primeras impresiones no importan. Los rumores
persisten y por desgracia siguen controlando la opinión pública más que
ninguna otra cosa, pero... me gustaría que no fuera así. Estamos en el siglo
XXI. Chase y yo hemos convertido RCF en un negocio de éxito masivo,
todo por nuestra cuenta. A pesar de nuestro apellido.
Pero seguimos chocando constantemente con las nuevas empresas, los
correos electrónicos indecisos, las cancelaciones de última hora, las
miradas cautelosas y las sonrisas nerviosas como si estuvieran esperando
que Chase o yo nos convirtiéramos en una víbora y les robáramos todo el
dinero. Por muchas historias de éxito que tengamos, sigue habiendo gente
que asocia RCF con la familia Ravage y todo lo que ocurrió con nuestro
papá.
Hasta el día de hoy, el único día que mi papá pasó en la cárcel antes de
que se pagara la fianza -y la posterior cobertura de sus juicios en la prensa-
nos persigue a los cinco como la peste. Se queda en el aire cada vez que
nos presentamos y ha empañado muchas relaciones. También ha dado pie
a artículos sensacionalistas y a duros artículos de opinión, como el más
reciente de LA Weekly.
Cierro los ojos mientras recuerdo el mordaz artículo y el titular
compartido más de cincuenta mil veces.

El negocio contra el acoso: ¿Hasta dónde es demasiado lejos para la consultora


Ravage?

Aunque mi papá fue absuelto formal y legalmente de sus supuestos


delitos, nadie podía ignorar a todas las personas -y empresas-, a las que
jodió con sus malos consejos financieros. Todo el mundo asumió que se
escondió porque era culpable, lo que no hizo sino intensificar el odio hacia
el resto de nosotros.
Han pasado años y la gente sigue publicando basura sobre nosotros.
Desechando rápidamente mis pensamientos, me centro en mi reunión.
Una vez dentro del edificio, Chase me informa mientras entramos
juntos en la sala de reuniones principal. Se trata de una gran organización
sin ánimo de lucro con sede en Los Ángeles. Están creciendo rápidamente
después de utilizar a personas influyentes en las redes sociales para
impulsar su producto, que es una tienda de ropa de segunda mano
especializada en ropa de tallas grandes. Es un gran concepto, y me siento
confiado cuando entro en la sala para empezar a hablar.
Se me da muy bien evaluar a la gente, y sé casi de inmediato que estos
tres clientes potenciales no van a firmar ningún tipo de contrato hoy.
Juego con el bolígrafo mientras Chase toma la iniciativa y les explica lo
que podemos hacer por ellos si deciden trabajar con nosotros.
¿Cuál es el puto objetivo?
Lo juro, reuniones como esta son como una versión adulta de elegir
equipos en la escuela.
Cuando termina, una de las mujeres junta las manos y suspira.
―Gracias a los dos por reunirse con nosotros ―dice, viendo entre
Chase y yo―. Es evidente que investigaron mucho y que su lista de
clientes es impresionante, pero debo ser sincera y decirles que no estaba
segura de tener esta reunión hoy.
Los dos hombres se mueven incómodos y los tres murmuran en voz
baja entre ellos.
Chase asiente y yo me tenso en mi asiento.
Jodidamente aquí vamos de nuevo.
―Entiendo su preocupación ―dice Chase con calma, inclinándose
hacia adelante en su silla. Hay una razón por la que suele ser él quien
habla durante las reuniones. Una, porque es el Presidente, pero lo más
importante es que sabe fingir como nadie. Además, es jodidamente
encantador. Algo que yo nunca he sido capaz de perfeccionar.
―Pero puedo asegurarle que somos muy buenos en lo que hacemos.
Tenemos las fuentes de financiación y la influen…
El hombre de enfrente se aclara la garganta.
―Creo que lo que Wendy intenta decir es que nos estamos reuniendo
con otras empresas para conseguir la financiación, y queremos
asegurarnos de que tenemos un equipo sólido detrás. Para ser sinceros,
sentíamos más curiosidad por ustedes que otra cosa, y aunque su
presentación de hoy ha sido impresionante, no creo que podamos
arriesgarnos a trabajar ustedes. Siento haberles hecho perder el tiempo.
Un cuento tan viejo como el puto tiempo.
―Ya hemos recibido varias ofertas, y aún estamos examinando todo
―dice el tercer hombre, complaciéndonos un poco más que los demás―.
Si no fuera por la historia que hay detrás de su apellido, sería algo que
consideraríamos más fácilmente.
Me incorporo, con la mandíbula tensa, y Chase me lanza una mirada
de advertencia.
―Por supuesto. ¿Puedo preguntarte qué tipo de reputación busca? Sé
lo que no quieres, pero puede que sea más fácil presentar nuestro caso si
sé lo que buscas. Tal vez podamos sorprenderte.
Wendy me dedica una amable sonrisa.
―Bueno, nos encantaría trabajar con alguien que tenga notoriedad en
el sector no lucrativo. Un filántropo. Alguien con el respaldo de Barbara
Streisand o Lance Armstrong. Estelle Deveraux está en nuestro consejo,
por ejemplo, y es maravillosa ―termina―. Pero todo el mundo sabe eso.
El bolígrafo con el que estaba jugando cae con un fuerte golpe sobre el
bloc de notas que tengo delante.
―¿Estelle Deveraux? ―pregunto vacilantemente.
El hombre -creo que se llama Garret-, asiente.
―Sí. Está en California esta semana ayudándonos con unos eventos de
prensa.
Las ruedas comienzan a girar en mi mente. Ruedas que no deberían estar
girando, y tal vez sea porque hemos tenido tres cancelaciones hoy, o tal
vez sea la insinuación de que, una vez más, nuestro apellido está jodido,
pero una idea se forma en mi mente.
¿Y si puedo matar dos pájaros de un tiro?
La idea es una locura. No puedo creer que esté a punto de mentir hasta
este punto. Sé que puedo ser engañoso y cínico, pero esto es un juego de
pelota completamente diferente.
Sin embargo... no tengo otra opción. Necesitamos estos clientes.
Necesito que la gente empiece a tomarme en serio, y trabajar con una
organización sin ánimo de lucro de este tamaño sería enorme para nuestra
imagen.
Podría ser decisivo para nosotros en los próximos meses.
La parte maquinadora de mi cerebro ya tomó una decisión cuando abro
la boca.
―Ya veo. Bueno, Estelle Deveraux puede ser bastante cautivadora
―añado, manteniendo mi expresión neutra.
Garret entrecierra los ojos.
―¿La conoce personalmente?
Los ojos de Chase están clavados en mí cuando asiento con la cabeza,
sin molestarme en ocultar la genuina sonrisa que se dibuja en mi rostro.
―Sí, es mi prometida.
Casi puedo ver cuando la comprensión los golpea. Garret ve al otro
hombre antes de girarse hacia Wendy, que me observa con algo parecido
a la admiración.
Su semblante cambia por completo. Antes, sus expresiones eran
cerradas, pero ahora, prácticamente puedo sentir cómo encajan sus
nuevas opiniones. Las miradas que comparten, lo que significaría hacer
negocios con el futuro esposo de Estelle...
Debería odiarme por mentir. De verdad, debería, y ya sé que Chase me
va a reprender como nadie, pero, no me importa.
Se siente jodidamente increíble ser querido.
―No tenía ni idea de que Stella estuviera comprometida ―dice
lentamente, mientras su sonrisa crece―. Qué maravilla. Parece que le
debo una felicitación tardía.
Sonrío y asiento con la cabeza.
―Gracias, es un acontecimiento muy reciente y estamos
entusiasmados.
Cuando me reclino en la silla, vuelvo a sentir el peso de la mirada de
Chase.
―Sé que puedo estar fuera de lugar hablando por todos nosotros,
pero... ―Wendy se detiene―. Adoramos a Stella, y cualquiera que esté
relacionado con la familia Deveraux es prácticamente de la familia.
Eso es todo lo que hace falta.
Tras unos minutos de cumplidos, firman el contrato. Wendy pregunta
por Estelle, la boda, la proposición... y me asusta la facilidad con la que
las mentiras siguen llegando a mí.
Quizá me parezco a mi papá más de lo que creo.
Ese pensamiento me revuelve el estómago.
―Fue algo improvisado ―les digo mientras los acompaño a los
ascensores―. Almorzamos en París la semana pasada y, de repente, me
arrodillé.
Wendy se derrite.
―¡París! Qué romántico. ¿Ya fijaron una fecha?
Sacudo la cabeza.
―No, pero sé que los dos queremos algo rápido y pequeño. Ella sigue
hablando del juzgado de Crestwood -al fin y al cabo, el edificio es
precioso-, pero ya veremos qué pasa ―añado, sonriendo―. Sé que los dos
estamos deseando casarnos pronto.
―Oh, qué encantador ―Wendy arrulla. Me pone una mano en el brazo
mientras los hombres suben al ascensor, y me estremezco ante su contacto
íntimo―. ¿Sabe? Creo que estaba totalmente equivocada con usted, señor
Ravage. Creo que vamos a ser muy felices trabajando con Ravage
Consulting Firm. Salude a Stella de mi parte ―dice, entrando en el
ascensor con los demás.
En cuanto se cierran las puertas, oigo a Chase aclararse la garganta.
Doy media vuelta y me alejo.
―Ahora no ―gruño, sintiendo de repente que voy a asfixiarme bajo la
montaña de engaños que he fabricado. Me aflojo la corbata, me siento
claustrofóbico y la piel me arde por la mentira que acabo de decirle a
nuestros nuevos clientes.
¿Qué demonios acabo de hacer?
―Supongo que hay que felicitarte ―dice Chase, riéndose entre dientes
mientras me sigue hasta mi oficina y cierra la puerta.
Me quito rápidamente la corbata y la tiro al suelo. De pie detrás de mi
escritorio, coloco ambas manos sobre la madera de cerezo mientras
agacho la cabeza.
―Mierda ―murmuro―. ¿Qué acaba de pasar?
―Creo que te acabas de comprometer con una mujer llamada Estelle
Deveraux y has planeado una boda en el juzgado, todo sin que ella lo sepa
―ofrece Chase alegremente.
―Vete a la mierda y deja de hacerte el gracioso ―gruño.
―Mira, supongo que conoces a esta mujer Stella, ¿verdad?
Suspiro.
―Es una larga historia.
No le conté a Chase lo que pasó la semana pasada. A decir verdad, no
estoy orgulloso de mis acciones. Dejarla ahí para enfrentarse a nuestros
papás mientras yo huía como un cobarde... y ahora hago correr rumores
de que estamos comprometidos...
Soy un jodido idiota.
Chase se sienta en el sofá frente a mi escritorio mientras yo me regodeo
en mi autodesprecio.
―Bueno, menos mal que se canceló nuestra próxima reunión ―dice
sonriendo con satisfacción―. Tienes tiempo para contarme lo que ha
pasado.
Suspiro y me paso una mano por el rostro antes de explicarle lo de la
fuente el año pasado -saltándome la parte del taxi-, y luego lo de la comida
con nuestro papá y Prescott Deveraux la semana pasada. Cuando llego a
la parte de irme de la comida, Chase se ríe y sacude la cabeza.
Lo fulmino con la mirada.
―¿Te pasa algo? ―le pregunto frunciendo el ceño.
―Lo siento, es que... vas a tener que arrastrarte mucho.
―¿Qué quieres decir?
Chase se encoge de hombros.
―Es probable que Estelle se entere pronto de tu mentira. ¿Y entonces
qué? Será mejor que estés preparado para interceptar la noticia. Y, como
queremos complacer a nuestros nuevos clientes, deberías estar dispuesto
a asegurarte de que ella acepte casarse contigo.
Gimo y cierro los ojos mientras me reclino en el asiento.
―Sí. Tienes razón.
―Oooh, dilo otra vez ―se burla Chase.
―Pensé que te había dicho que te fueras a la mierda.
Se ríe y se levanta.
―Nunca pensé que te vería casarte antes que yo ―dice
nostálgicamente―. Estoy un poco celoso, de hecho.
Gruño.
―Puedes agradecérselo a mi puta boca de mierda.
―Juliet se va a volver loca cuando se lo diga ―añade riendo―. Hemos
hecho apuestas sobre cuándo encontrarás a alguien.
Levanto la vista y le dirijo la mirada más odiosa que puedo a mi
hermano.
―Estás bromeando.
Él abre la puerta de mi oficina y se encoge de hombros.
―Parece que va a ganar esta apuesta, nunca me dejará oír el final, así
que gracias por eso. ¿Por qué no podías haber esperado dos semanas?
Aposté por noviembre.
―Lárgate ―le grito―. Ahora.
Todavía se está riendo cuando sale de mi oficina.
3
la sorpresa

De camino a casa desde el trabajo ese mismo día, y después de pedirle


al ayudante de mi papá la información de contacto de Estelle, le envío un
mensaje de texto. Todo parece tan trivial. A decir verdad, no sé muy bien
qué decirle y, mientras medito mis palabras, pienso en cómo puedo
convencerla para que esto funcione durante un año. Porque sí, me metí en
un agujero, y lo único que tiene sentido es seguir adelante con lo que
sugirieron nuestros papás. Estoy en deuda con ella, y sé que no le va a
gustar, especialmente por cómo actué la semana pasada en París, pero no
nos he dejado otra opción. Si nuestro nuevo cliente se entera de que mentí,
solo avivará el fuego para que todos nos odien más de lo que ya nos odian.
Necesito que esté de acuerdo. Incluso si eso significa que tengo que
arrastrarme, como Chase sugirió.
Aunque tenga que suplicar.
Y realmente odio suplicarle a nadie por nada.
Me paso la mano por el cabello por enésima vez mientras entro en el
castillo. Ya he coordinado mi entretenimiento nocturno con Luna, y la
pareja que he contratado espera mi presencia en el sótano. La expectación
se apodera de mí mientras pienso en liberar toda la tensión de mi jornada
laboral: las reuniones, todo lo relacionado con Estelle, mi vida en general.
Justo cuando dejo las llaves en el cuenco de abulón del vestíbulo, oigo los
tacones de Luna repiqueteando contra el mármol.
Siempre me doy cuenta cuando tiene prisa por recibirme, normalmente
cuando algo va mal. Su pequeña estatura la obliga a dar pasos rápidos y
diminutos, y esta noche, prácticamente está trotando hacia mí.
Trago saliva y veo cómo se acerca.
―Lo siento ―susurra cuando está a unos metros de distancia―. He
intentado detenerla, y he intentado llamarte, pero tu teléfono debe de
estar en No molestar ―añade, viendo detrás de ella.
Mis cejas se levantan.
―¿Intentar detener a quién?
Luna suspira y señala su iPad, como si yo pudiera leerlo desde donde
estoy.
―Estelle Deveraux. Envié el auto a recogerla y Louis me dijo que
parecía bastante enojada. En cuanto supo que era tu auto, se subió y le
exigió que la llevara contigo ―explica Luna―. Conseguí calmarla un
poco. Ahora está en la cocina tomando algo.
Asiento una vez.
Mierda.
―Gracias, Luna. Iré a hablar con ella.
―No estoy segura de por qué está tan molesta. Intenté preguntar,
pero...
―Creo que yo sé por qué ―admito, con voz exasperada.
Camino hacia la cocina y miro a Luna una vez, solo para verla
persignarse y negar con la cabeza. Doble mierda. Si Estelle está tan enojada
como para poner nerviosa a Luna...
Estoy en eso.
Me tomo mi tiempo para ir a la cocina y, cuando doblo la esquina sin
hacer ruido, Estelle está sentada en la isla mirándome fijamente.
Su equipaje morado brillante está sentado junto a su taburete, y su ropa
es verde brillante. ¿O es un pijama? Lleva una blusa verde de manga corta
con un minúsculo crop top debajo y unos shorts verdes a juego demasiado
cortos. Lleva el cabello suelto y alborotado, como en el restaurante, y veo
sus zapatos -tenis blancos-, junto a la puerta trasera.
―Estelle ―murmuro, intentando apartar los ojos de sus muslos
tonificados y su piel clara y color miel―. ¿A qué debo el placer?
Ella entrecierra los ojos mientras sorbe su martini. Sucio, si el líquido
turbio sirve de indicación. Cuando traga, deja la copa en la isla y gira para
mirarme de frente.
―Podría hacerte la misma pregunta ―murmura, con voz grave. Con
rabia, puedo ver―. Imagina mi sorpresa al llegar de un vuelo de once
horas y enterarme -por boca de una compañera de la junta, claro-, de que
estoy comprometida con un hombre al que he visto dos veces. Sobre todo,
cuando ese hombre dejó muy claro que no quería casarse conmigo hace
una semana. Tanto ―gruñe, mirándome―, que tú, ¿qué? ¿Saliste por la
ventana? ¿Te agachaste detrás de una mesa al salir? Dime, ¿cómo te las
arreglaste exactamente para escabullirte de esa comida?
Me aflojo la corbata lentamente.
―No fue mi mejor momento.
Se burla y le da otro sorbo a su martini.
―No es broma. ―Después de tragar, me clava otra mirada gélida―. ¿Y
hoy? ¿Por qué me felicita Wendy Hannigan por mi próxima boda con
Miles Ravage? Preguntándome ¿por qué no le he contado a nadie lo de
nuestra boda en el juzgado? ―Levanta la copa y se bebe el resto de un trago.
Debo admitir que ver a Estelle tan enojada me da ganas de sonreír, es
guapa cuando se enoja. Aun así, mantengo una expresión neutra. No
quiero mostrar mi mano demasiado rápido. Si quiero convencerla de que
intente esto, voy a tener que acercarme a ella como me acercaría a un gato
salvaje enojado.
―Me entró el pánico, lo siento ―le digo. Disculparse es el primer paso de
arrastrarse, ¿no?―. Mi papá no se equivocó la semana pasada. Los clientes
están cancelándole a Ravage Consulting Firm a diestra y siniestra. Hoy
tuve una reunión con la organización benéfica y no paraban de hablar de
nuestra reputación ―le explico―. Entonces mencionaron que estabas en
la junta, y aproveché la oportunidad. Firmaron un contrato con nosotros
en el acto. Sé que estuvo mal, y prometo compensártelo.
Ella se burla.
―Sí, jodidamente lo harás. Puedes empezar por prepararme otro trago.
Tuerzo los labios mientras me acerco a ella, le quito el vaso y lo dejo en
el fregadero. Me aprovisiono de una copa de martini y noto sus ojos
clavados en mí mientras me acerco a la isla, cerca de la puerta trasera, y
mido la ginebra, volcándola en la coctelera. Cuando termino, sirvo el jugo
de aceitunas, añado un chorrito de vermut y un palillo de metal con tres
aceitunas.
Me la quita en cuanto la dejo en la isla y pone los ojos en blanco mientras
gime.
―Mierda ―gime―. Esto es realmente bueno.
Ignoro la forma en que mi polla se pone rígida al ver su garganta
tragando el líquido salado, recordando sus cálidas manos sobre mí en el
taxi, recordando cómo metió la mano en mis pantalones para...
Mierda.
Apoyado en la isla, me sacudo los pensamientos excitantes, observando
cómo le da un segundo sorbo al martini. Me clava una mirada
calculadora, se sienta más recta y se aclara la garganta.
―Me parece interesante que, hace una semana, te opusiste
vehementemente a la posibilidad de casarte conmigo, y ahora, cuando te
beneficia, estás a favor.
―Tienes razón ―le digo, y frunce el ceño cuando continúo―. Además,
si no recuerdo mal, los dos nos opusimos con vehemencia a la idea del
matrimonio.
Me considera durante unos segundos mientras sus dedos juegan con la
condensación de su copa de martini.
―Tienes razón, excepto que yo estaba dispuesta a hablarlo como un
adulto.
Mierda.
No sé qué esperaba cuando Luna me dijo que Estelle estaba sentada en
mi cocina, pero cuando pienso en la vez que nos conocimos, no me
sorprende que me reclame por mis estupideces.
―Si aceptas el matrimonio, prometo compensarte.
―¿Y cómo me lo compensarás? ―pregunta, con un suave ronroneo en
la voz.
Dios.
Mi mente da vueltas con todo tipo de ideas, ideas que no tengo derecho
a considerar. Cosas como empujarla contra la isla y hacer que se corra tan
fuerte que olvide su propio nombre.
Terminar lo que nunca llegamos a hacer esa noche en París.
Arrodillarme ante ella y adorar su coño chorreante.
Viéndola jugar consigo misma antes de hacerla gritar mi nombre...
Cierro los ojos y respiro hondo.
―Necesitas el dinero de mi papá, ¿verdad? ―le pregunto.
Se encoge de hombros.
―Supongo, pero llevo veintiocho años sin dinero. Puedo arreglármelas
sin él.
Veo una oportunidad y la aprovecho, con los engranajes girando en mi
cabeza. No quiere mis palabras vacías, quiere que le asegure que haré que
este acuerdo valga la pena. Y apenas me conoce, pero por lo menos soy
fantástico en el arte de la seducción.
―Permíteme que lo diga de otro modo. Necesitas el dinero para montar
tu propia línea de ropa... ―Veo cómo sus manos aprietan con más fuerza
el tallo de la copa al oír mis palabras.
―Sí. Ese ha sido siempre mi sueño ―añade con aire melancólico.
Sonriendo, asiento una vez.
―¿Y un millón de dólares te ayudaría?
Ella asiente.
―Sí. Sin ninguna duda.
La tengo justo donde la necesito.
En cuanto me pasa por la cabeza, lo expulso. Sueno igual que mi papá,
y sé que cuando se trata de mi papá, no hace nada gratis.
Pero tendré que preocuparme por lo que mi papá quiera de ella después
de que Estelle acepte casarse conmigo.
―¿Y si te dijera que puedo ponerte delante de quien quieras? ―Abre y
cierra la boca, así que sigo insistiendo―. ¿Y si te dijera que conozco varias
empresas de fabricación ética que están reservadas desde hace años?
Quizá pueda hacer una llamada por ti cuando estés preparada. También
tendrás que pensar en la publicidad, y si nos casamos, la prensa nos pisará
los talones. Yo podría ayudarte económicamente.
―No ―dice rápidamente―. No quiero tu dinero.
¿Pero aceptarás dinero de mi papá?
―Muy bien. ―Me inclino un poco para que estemos a solo unos
centímetros de distancia―. Sin dinero, pero puedo ayudarte de otras
maneras. Para empezar, puedes vivir aquí un año y utilizar todo lo que
necesites para poner en marcha tu línea de ropa.
Levanto los ojos hacia los suyos y veo fijamente sus iris azul oscuro.
―Los dos sabemos lo que sacamos de esto, Estelle ―le digo despacio,
bajando los ojos hacia sus labios rojo cereza antes de volver a mirarla a los
ojos. Sus mejillas se sonrojan por el alcohol, aunque tal vez mi lenta
observación de sus labios suaves y húmedos tenga más efecto en ella del
que quiere admitir―. Solos, nos hundiremos, pero juntos... ―murmuro,
paseando mis ojos por los suyos―. Juntos podríamos ser formidables.
Una pareja poderosa. Podríamos tomar lo que quisiéramos por las
malditas pelotas.
Puedo oler su perfume, que ahora reconozco como Chanel nº 5. No
parece el tipo de mujer que lleva Chanel nº 5, lo que aumenta mi interés.
¿Por qué lo lleva? ¿Y por qué es tan imprevisible?
Suelta una carcajada.
―Mierda. Es un buen argumento.
―¿Eso es un sí? ―pregunto, sin moverme de mi sitio junto a ella.
―¿Me estás pidiendo que me case contigo?
―Te pido que lo consideres.
―Solo si me prometes una cosa ―contesta, terminando su segunda
copa de un gran trago.
―Cualquier cosa.
―Tienes que dejarme redecorar el castillo ―dice mirándome con una
sonrisa traviesa.
Su petición me toma por sorpresa.
―¿Qué parte?
―Todo.
Se sienta más erguida y me dedica su característica sonrisa, la misma
que hace que todo el mundo la mire, la que me hace agarrar la isla con
demasiada fuerza. No creo que se dé cuenta de lo jodidamente brillante
que es su energía, de que es como el sol en cierto modo. Resplandeciente.
Radiante.
Es imposible apartar la mirada de ella.
―No te ofendas, pero parece un centro de asistencia. ―Mis cejas se
levantan mientras ella continúa―. No me malinterpretes, el edificio es
impresionante, pero creo que necesitas algo de color en tu vida, Miles.
Mis labios se crispan con el amago de una sonrisa.
―¿Ah?
―¿Ese techo en el vestíbulo? Es precioso, debería realzarse con algunos
naranjas, azules rey, una bonita alfombra persa... o algunos cojines,
quizás. Quiero decir, hay otros colores además del beige y el gris.
La audacia...
―Bien. Puedes redecorar.
Sonríe, y mierda, se ve hermosa cuando sonríe así.
―Genial. ―Antes de que pueda preguntarle si lo dice en serio, junta
sus manos y ve su equipaje―. También deberíamos establecer algunas
reglas básicas.
Oigo el ruido de tacones detrás de Estelle y gimo internamente.
―Señorita Deveraux, que gusto verla ―dice Luna, acercándose a
nosotros y estrechando a Estelle en un fuerte abrazo. Veo fijamente a Luna
cuando se separa, pero se limita a guiñarme un ojo antes de girarse hacia
Estelle―. Espero que el señor Ravage no haya sido demasiado gruñón
contigo. Le diré a Louis que suba sus cosas ¿al ala norte...? ―Es una
pregunta, y me doy cuenta demasiado rápido de que está esperando a que
se lo confirme.
Niego con la cabeza.
―No. Por favor, llévalas a la Suite Ejecutiva Sur. ―Sus ojos se abren de
par en par, así que aclaro―: La señorita Deveraux y yo estamos
comprometidos ―le explico―. Es lógico que mi prometida se quede
conmigo.
Luna ve entre nosotros con los ojos muy abiertos.
―¿Comprometidos?
Asiento, apretando la mandíbula y rogándole a Luna que me siga la
corriente.
―Sí. Hace muy poco. Ocurrió muy deprisa ―le explico.
Solo. Sígueme. La. Corriente. Hago lo que puedo para persuadir a Luna
con mi mirada característica.
Luna debe notar la urgencia, porque se gira lentamente hacia mi futura
esposa.
―Por supuesto ―dice rápidamente. Me lanza una mirada que indica
que hablaremos de esto más tarde antes de teclear algo en el iPad que siempre
lleva en la mano―. De acuerdo. Voy a avisar a Louis para que suba sus
cosas, señorita Deveraux.
Ahora le toca a Estelle mirarme con los ojos muy abiertos. Me resisto a
reírme, la tomo del brazo y la acerco a mí.
―No te preocupes. Dormitorios separados ―gruño, con la voz lo
bastante baja como para que solo lo escuchemos los dos.
Me ve con esos ojos azules, y algo se me revuelve en el estómago
cuando pienso en ella tan cerca.
Estelle se zafa de mi agarre y se gira hacia mí.
―¿Por qué es necesario compartir los mismos aposentos que tú?
Resoplo una carcajada mientras me aflojo la corbata. No me pierdo la
forma en que los ojos de Estelle recorren mi garganta y se posan en mis
cicatrices antes de dirigirse a mis labios. Siento frío y calor a la vez,
incómodo ante la idea de que le fascinen mis cicatrices, pero también muy
curioso por la forma en que me observa.
Normalmente, soy yo quien observa.
Un destello de actitud defensiva me invade cuando me asalta un
recuerdo no deseado de otra mujer a la que mis cicatrices y yo le
repugnaban.
¿Por qué demonios acabo de coaccionarla para que se case conmigo? ¿Y por
qué estoy coqueteando con ella?
Ella dejó muy claro la primera vez que nos vimos que no me deseaba.
Si voy a hacer que esto funcione, necesito ser profesional. Ella puede
ser hermosa, pero está fuera de los límites.
―Porque estamos comprometidos ―digo, frunciendo el ceño―. Mis
empleados podrían hacer muchas preguntas si dormimos separados.
Especialmente porque saben que no soy un mojigato.
Me dedica una sonrisa apenada.
―Ya veo. Supongo que tiene sentido ―añade, enarcando una ceja
rubia―. No esperarás que... ―se interrumpe, algo incómoda.
Aprieto la mandíbula.
―Claro que no. Además, cuando veas mis aposentos, no creo que te
quejes.
Me doy la vuelta y camino hacia el ascensor, y ella me sigue, dejando
sus maletas para Louis. Una vez dentro, se cruza de brazos y me ve con
desconfianza. Las puertas nos encierran juntos.
―Como estaba diciendo antes, si vamos a hacer esto, tenemos que
establecer algunas reglas básicas.
Aprieto los labios.
―Está bien.
―Una, debemos permanecer monógamos durante todo este año…
Dirijo mis ojos hacia ella.
―¿En serio?
Se encoge de hombros cuando suena el ascensor y me sigue por un
largo pasillo hasta la parte sur del castillo.
―Bueno, ya me humillaste una vez ―murmura―. Cuando me dejaste
plantada la semana pasada. ―La fulmino con la mirada mientras
continúa―. Además, pareces el tipo de hombre que se acuesta con
cualquiera.
Oh, qué equivocada estás, Estelle.
―¿El tipo de hombre que se acuesta con cualquiera? ―Tengo que evitar
que la rabia tiña mi voz.
―Múltiples parejas. Inseguro de lo que quiere. Miedo al compromiso
―añade, mirándome con los ojos entrecerrados―. ¿Me equivoco? ¿Tengo
que mencionar el viaje en taxi? ―Mantengo mi boca cerrada―. Además,
están todos los artículos que leí la semana pasada.
―Esas historias de revistas sobre mí son basura. Casi nunca dicen la
verdad. Solo porque tenga una mujer en mi brazo o lápiz labial en mi
mejilla no significa que me las esté follando, Estelle.
Ella resopla.
―Oh, ¿así que los artículos sobre Chase y Miles Ravage rompiendo
corazones por todo Crestwood son pura basura? Lo dudo mucho.
La veo, observando sus suaves movimientos mientras trota para seguir
mis largas zancadas.
―Chase tiene una relación. Hace poco empezó a salir con alguien.
―Okey, bien, pero eso no invalida las innumerables modelos que
cuelgan de tus brazos desde hace un año... ―Cierra la boca.
―¿Celosa, Estelle? ―gruño.
Ella se burla.
―No, pero no quiero que me humillen si te ven a escondidas con
modelos altas y morenas.
Dejo de caminar y la agarro del brazo, jalándola hacia mí. Dios, es
exasperante.
―Puedo asegurarte que no habrá nadie más durante todo nuestro falso
matrimonio.
Su garganta se estremece.
―Bien.
―Ya que estamos en eso ―ronroneo y me encanta ver cómo se
sonrosan su cuello y sus mejillas cuando bajo la voz―. Tengo algunas
reglas básicas propias.
―Adelante.
―Vivirás en mis aposentos. No hace falta que compartamos cama, pero
para guardar las apariencias, interpretarás el papel.
Sus pupilas se oscurecen ligeramente al oír mis palabras y asiente.
―Tomarás mi apellido, y asistirás a los eventos a mi lado. Estaré
encantado de hacer lo mismo por ti.
―Bien, y con gusto tomaré el dinero de tu papá y fingiré que le hablo
bien de ti a todos los que conozco...
―Es un trato ―murmuro.
―Es un trato ―repite, sus ojos buscan los míos―. Por un año, al menos.
Me acerco a la puerta de mi habitación y la abro de par en par,
haciéndole un gesto para que entre.
―Dios, este lugar realmente necesita algo de color ―musita.
Me alejo en dirección contraria, ignorando mi creciente irritación: tanto
con ella por estar ahí tan incesantemente y remover la olla, como conmigo
mismo por querer entablar conversación con ella.
Necesito mantenerlo profesional.
―Haz lo que puedas, Estelle.
Se apoya en el marco de la puerta.
―Oh, y por favor, llámame Stella.
―¿Por qué? ¿Por qué odias tanto tu verdadero nombre?
Algo intenso relampaguea en su expresión, pero desaparece en un
instante.
―Mi abuela solía llamarme Estelle. Es la única que lo ha hecho.
Y mierda.
Sé que debería llamarla por el nombre que ella quiere que la llame, pero
tampoco puedo evitar querer llamarla con el nombre que nadie más lo
hace, algo que la irrite un poquito.
―Por favor, llámame Stella ―dice lentamente.
Sonrío mientras me doy la vuelta y me alejo.
―No va a pasar ―grito por encima del hombro, dirigiéndome al
sótano.
4
el sofá

Cuando Louis lleva mi equipaje a la habitación de Miles, son las siete y


media y estoy hecha polvo. En lugar de deshacer las maletas, las arrastro
hasta el segundo dormitorio, me subo al colchón completamente vestida
y me quedo dormida casi al instante. Supongo que puedo agradecérselo
a los dos martinis con ginebra. Sin embargo, el jet lag hace mella sobre las
cuatro de la mañana, así que me pongo un pantalón de chándal y una
sudadera. Echo un vistazo al lujoso cuarto de baño mientras hago mis
necesidades. Es bonito: mármol blanco con gruesas vetas negras, armarios
blancos y grifos de latón. Hay una gran ducha con paredes de cristal
brillante en la que cabría una cama matrimonial, así como una bañera con
patas de garra junto a la gran ventana que da al jardín.
También hay dos lavabos, y en uno de ellos hay un cepillo de dientes
eléctrico y un elegante kit de afeitado.
Qué encantador.
No solo estoy atrapada en este ostentoso castillo durante un año, sino
que además tengo que compartir el baño con Miles.
Aparto ese pensamiento por ahora.
Cuando termino de arreglarme, tomo mi botella de agua y me dirijo a
la sala de estar. Hoy tengo un par de reuniones con Threads, la
organización benéfica con la que Miles se reunió ayer, pero tengo la
mañana libre, lo que significa que tengo tiempo para mi paseo matutino.
Justo cuando veo mi teléfono, una nota en la mesa del comedor llama mi
atención.

Estelle:
Tuve que salir de la ciudad para una reunión de negocios de última hora.
Nos vemos el jueves.
Miles.

Es la nota menos amable de todas, la arrugo y la tiro a la papelera antes


de salir de la habitación. Anoche, entre los cócteles y el desfase de horario,
estaba un poco achispada, así que apenas tuve tiempo de asimilar mi
nuevo entorno. La semana pasada, durante la comida, supuse que la
familia Ravage era rica, pero tras investigar un poco, me enteré de que
Miles no es solo rico. Es muy rico.
Como, mi futuro esposo es multimillonario.
Cuando aterricé ayer en Los Ángeles, estaba demasiado enojada
después del mensaje de Wendy para ver con claridad, sobre todo por
cómo se comportó Miles la semana pasada. ¿Cómo se atrevió? Me pasé los
cuarenta minutos de viaje echando humo, y me sentí bien al oírlo
arrastrarse. Había metido la pata, después de todo.
Aún así, no puedo creer que aceptara casarme con él.
Me dije que no quería volver a verlo. Me dije a mí misma que yo diría
la última palabra, que le diría lo mala que era su mentira, y luego tal vez
le tiraría una copa a la cara por si acaso. Excepto que entró en la cocina
actuando frío como una lechuga, y esos ojos... me volvieron a convertir en
una idiota torpe.
Tengo que admitir que tiene facilidad de palabra.
Y, lo más importante...
Un millón de dólares podría cambiarlo todo.
Sigo volviendo a esa fría y dura verdad. No tengo dinero, y puedo usar
esto a mi favor. Él me necesita, y odio admitir que tal vez yo también lo
necesito. Las conexiones correctas, las presentaciones correctas... sé que
así es como funciona el mundo. Mi papá puede que sea un poco más
ingenuo, pero sé que el 1% de los ricos son un grupo bien conectado.
Mis dedos rozan el papel tapiz beige mientras me dirijo al ascensor.
Claro que viviría en un puto castillo.
Quizá esto no sea tan malo. Es un castillo literal, así que venir de mi
pequeño piso en el norte de Londres es un cambio bienvenido. Puedo
aprovechar el año para poner todo en marcha con mi marca de ropa y,
cuando nos divorciemos de forma amistosa estaré en camino de vivir mi
sueño.
¿Qué es un año?
Tal vez salir de la rutina de mi vida en Londres sería bueno. Quizá me
ayudaría a despejar las telarañas de mi cabeza... las mismas que amenazan
con arruinarme el día.
Quizá el sol incesante de California aleje todos mis pensamientos oscuros.
Entro en silencio en la cocina, admirando los brillantes y modernos
accesorios, la madera clara y los armarios de última generación. Recorro
con la mirada la lujosa cafetera exprés y sonrío mientras busco en la
despensa un té como Dios manda. Encuentro al fondo una caja de té Lady
Grey de aspecto triste y me apresuro a preparar mi ritual matutino.
Apenas son las cuatro y media, y rebusco en la despensa hasta encontrar
una caja de avena, y empiezo a prepararme un bol de avena con trocitos
de chocolate y mantequilla de cacahuete. Es una combinación extraña,
pero que he hecho durante años. Busco un bloc de papel y un bolígrafo y
escribo una lista de cosas que tendré que comprar en la próxima compra
de alimentos. Lo primero y más importante: aquí hay cero biscuits4.
Tengo que remediarlo.
Cuando termino la avena, meto los platos en el lavavajillas y salgo a dar
un paseo por la parte de atrás. Empieza a amanecer, así que camino

4 Galletas.
despacio, disfrutando del aire fresco de la mañana en mi piel. Si estuviera
en Londres, me estaría congelando el trasero. No hace calor, pero carece
de la mordedura aguda y fría del otoño por la que Inglaterra es famosa.
Tengo la sensación de que cuando salga el sol, todo se calentará, y yo estoy
aquí para eso.
Primero recorro el perímetro del castillo, fijándome en los cuatro pisos,
los muros de piedra y las ventanas arqueadas. También hay una enorme
piscina en el jardín trasero, una puerta que conduce al bosque que rodea
el castillo y un elegante camino de entrada circular. Es enorme. El hecho
de que este pueda ser mi nuevo hogar es alucinante.
A eso de las seis vuelvo a entrar, me ducho rápidamente y me pongo
mi romper amarillo brillante favorito. Cuando bajo a prepararme otra taza
de té mediocre, hay un hombre en la cocina.
Dejo de caminar cuando levanta la vista y se fija en mí. Sostiene un
periódico con las dos manos y, mientras su expresión pasa de la
curiosidad a la diversión, dobla el periódico y lo deja sobre la isla.
―Vaya, vaya, vaya ―dice con una sonrisa burlona―. Tú debes de ser
la nueva prometida de mi hermano.
¿Cómo demonios lo sabe? ¿Se lo dijo Miles?
―Por desgracia ―muerdo, acercándome a él y tendiéndole la mano―.
Stella Deveraux.
―Liam Ravage ―dice con rudeza.
Es guapo, más viejo que Miles si su barba plateada sirve de indicio.
Lleva una franela roja y unos jeans viejos.
―El hermano mayor de Miles ―aclara―. Vivo a unos veinte minutos
de aquí, y vine a desayunar con mi hermano, solo para encontrarme con
que se ha ido a una reunión de negocios muy sospechosa.
Resoplo una carcajada mientras avanzo por la cocina.
―Más bien huye de mí ―murmuro―. Anoche lo regañé un poco.
Liam se ríe.
―Bien por ti. A veces necesita una buena reprimenda.
Sonrío mientras veo a Liam. Está bebiendo café solo y sus ojos azules se
clavan en los míos juguetonamente. Hago un sonido de indignación
cuando saco una bolsita de té.
―Tu hermano necesita un té de verdad ―le explico, haciendo una
mueca―. No soy elegante, pero necesito algo un poco más robusto que el
Lady Grey.
―Ah. ¿Es por eso que hay una lista en la esquina con té adecuado
rodeado tres veces?
Me río.
―Exactamente.
―Dale a Luna una lista. Normalmente hace la compra un par de veces
a la semana. Seguro que estará encantada de añadir cualquier cosa que te
haga sentir como en casa.
―Soy perfectamente capaz de hacer mis propias compras.
Liam suelta una carcajada.
―Seguro que sí, pero Luna también está encantada de ayudar en lo que
necesites. ¿O tal vez yo pueda ayudar? Me encantaría llevarte.
Lo veo escéptica.
―¿No estarás ocupado?
―Hoy no tengo clase. ―Como no respondo, continúa―. Soy profesor
de escritura creativa.
Tarareo en señal de reconocimiento.
―Ya veo. ―De repente, se me ocurre una idea. No tenía muchas ganas
de holgazanear por el castillo hasta mis reuniones de más tarde, y si Liam
está dispuesto a llevarme―. ¿Quizás, ya que estamos en eso, podemos
comprar algunas cosas para la casa?
Se levanta y me sonríe amistosamente. Hay algo en él que me
reconforta, como el hermano mayor que nunca tuve.
―Estaré encantado de ayudar. ¿Qué tienes en mente?
Me encojo de hombros mientras bebo un sorbo de mi horrible té.
―¿Algo de color, quizá? Si voy a vivir aquí un año, necesito animar un
poco el lugar.
Liam ladea la cabeza mientras se cruza de brazos.
―¿Lo sabe Miles?
Sonrío.
―Puede que haya subestimado mi afición por el color.
Esto lo hace sonreír más.
―Vamos, entonces.
Siguiéndolo fuera de la cocina, caminamos uno al lado del otro hacia la
parte delantera del castillo.
―¿Tú y Miles son cercanos? ―le pregunto.
Se encoge de hombros.
―Sí. Quiero decir, los cinco somos cercanos, pero Miles y yo somos los
dos mayores. Pasamos nuestra infancia cuidando a los demás, ¿sabes?
Pero él trabaja con Chase, el segundo más joven, así que los dos tienen
una estrecha relación de trabajo.
―¿Qué te hizo elegir la escritura creativa? ―pregunto, tomando mi
bolso de la mesa del vestíbulo y lo sigo hasta la entrada.
―Siempre me ha gustado escribir. Hay algo en entregarme a mi musa
que hace arder mi alma ―dice despacio, abriendo la puerta del pasajero
de un Jeep Wrangler negro y haciéndome un gesto para que suba. Está
cubierto de tierra, y me pregunto brevemente qué hace Liam durante su
tiempo libre. Una vez dentro, se gira hacia mí―. ¿Y tú? ¿Qué te enciende
el alma, Stella?
Sonrío mientras nos alejamos, sabiendo que Liam y yo nos vamos a
llevar a las mil maravillas.

Los tres días siguientes siguieron el mismo patrón. Liam y yo acabamos


pasando toda la mañana juntos en mi primer día en el castillo Ravage, y
luego me llevó al supermercado más elegante que he visto nunca, donde
elegí todo el té negro de lujo que mi corazón pudiera desear.
Y biscuits. Tantos biscuits elegantes.
Por supuesto, me negué a que pagara nada de eso.
Disfruto de la compañía de Liam. Es informal, amable y, sin embargo,
hay algo profundo en él. Suele citar a Shakespeare, lleva lentes para leer
y, aunque nunca ha escuchado una canción de Taylor Swift -una tragedia,
sin duda-, mantenemos una adorable camaradería.
Es agradable saber que he hecho un amigo en California tan
rápidamente, pero... es triste pensar que conozco mejor a Liam y a Luna
que a Miles.
El segundo y tercer día, es Luna quien me lleva a tiendas de
consignación y de descuento para comprar cosas nuevas para el castillo.
Mantenerme ocupada me ayuda, y este es el proyecto perfecto para
ayudarme a asentarme. Me entero de que ella y su compañera, Emma,
llevan más de diez años viviendo y gestionando el castillo. Dejó su trabajo
como gestora de proyectos en una empresa del Fortune 500 para trabajar
para Miles.
Al parecer, él puede ser muy persuasivo.
Por las tardes, Niro me lleva a mis reuniones con Thread. Es
estimulante participar en las reuniones de su consejo de administración,
y reprimo mi emoción por poder tomar decisiones importantes. Pronto
tendré mi propia empresa. Paso las tardes redecorando, escuchando mis
audiolibros y explorando más el castillo. Soy capaz de trazar todo el
plano, excepto el sótano, que, según Luna, está fuera de los límites para
todo el mundo excepto para el principal ocupante del castillo.
Mi propio prometido falso.
Hablando de eso...
Puede que todavía esté resentida porque Miles decidió que teníamos
que casarnos sin consultarme, o puede que simplemente esté molesta
porque no he sabido nada de él, pero me encuentro cada vez más enojada
con él a medida que pasan los días, y empiezo a hacer cosas que sé que le
harán reaccionar cuando llegue a casa, cosas que sé que odiará.
Cosas como el flamante sofá de color fucsia y los demás toques de color
que he colocado por toda la habitación. Luna se encargó de que trajeran
mis cosas de mi piso de Londres al castillo, y es agradable tener algo
familiar. Por supuesto, mis escasas posesiones parecen minúsculas en
comparación con el enorme salón, pero las cosas nuevas que he comprado
han marcado la diferencia.
La tarde de mi tercer día en el castillo Ravage, estoy acostada en el
nuevo sofá con los auriculares Bluetooth puestos, escuchando mi
audiolibro, cuando Miles entra en la sala de estar. Deja de moverse al
verme y sus ojos perciben lentamente el nuevo aspecto de nuestra casa.
Una pequeña parte de mí se siente victoriosa.
Después de todo, fue él quien nos metió en este aprieto mintiéndole a
los dueños de Thread.
Me quito los auriculares, los guardo en su funda y dejo el móvil a mi
lado.
―¿Qué demonios es eso? ―me pregunta señalando el nuevo sofá rosa.
Deja su pequeña maleta junto a la puerta y me ve con desconfianza.
Me río.
―¿No te gusta? Creo que anima un poco el lugar.
Sus ojos se fijan en los tulipanes frescos que hay en mis jarrones
amarillos brillantes a ambos lados de la puerta principal.
―Luna se enteró de mi amor por los tulipanes, así que se ofreció a llenar
la sala de estar con ellos. ¿No es eso dulce? Es encantadora, por cierto.
Creo que deberías darle un aumento.
Gira lentamente en círculo mientras observa mi decoración.
―Te aseguro que Luna está muy bien remunerada, pero me alegro de
que te hayas tomado la molestia de inmiscuirte en los asuntos de la casa
con solo tres días ―bufa―. ¿Debería hacer elaborar el presupuesto de la
casa y enviarlo para tu aprobación? Si quieres ir por todas, puedo
comprarte uno de esos delantales con el monograma de señora...
Resoplo.
―No te adelantes, Miles. Yo no cocino.
Sonríe mientras se acerca a donde estoy sentada en el sofá y toma uno
de los cojines de Emma Shipley que traje de casa. Es de terciopelo rosa
claro con leopardos de color rosa brillante que casualmente tienen alas
cerceta y plumas de pavo real por cola.
Suspira y lo deja en el suelo, resignado.
―Es mucho, lo sé. Probablemente nunca has visto una pared que no
sea beige.
Frunce el ceño mientras sus ojos recorren la lámpara naranja, la
alfombra rosa redonda bajo la mesa del comedor y los jarrones excéntricos
que hay por todas partes, todos con tulipanes frescos.
―En aras de la transparencia, hice que Luna encargara unas cortinas a
juego con los cojines, algo muy británico, por cierto ―añado, sonriendo
con burla―. Las conseguí de oferta, así que no pude resistirme.
Aunque, ahora que lo pienso, dudo que Miles tenga que preocuparse
nunca por las gangas.
―¿Dónde están los viejos cojines? El viejo sofá... ―pregunta, sin revelar
cómo se siente.
―Luna los tiene guardados. No te preocupes, una vez que me haya ido,
puedes tener tus aburridos cojines grises y muebles de vuelta.
―¿Algo más que deba saber? ¿Algún otro color insultante que quieras
mostrarme?
Sonrío.
―Vas a odiar el dormitorio.
Sus ojos se abren ligeramente y se dirige a su dormitorio, abriendo la
puerta de par en par. Me levanto y lo sigo dentro, observando la funda
nórdica naranja brillante. Es de terciopelo, pero el centro es de piel
sintética naranja brillante. Antes husmeé un poco, pero no encontré nada
incriminatorio, salvo un espejo encima de la cama.
No quiero pensar para qué sirve eso.
Se dirige al cuarto de baño y echa un vistazo a la alfombra de mariposa
peluda que, en mi opinión, da al cuarto de baño un aire totalmente nuevo.
Gira sobre sus talones, se cruza de brazos y se gira hacia mí.
―Tienes... un gusto interesante ―es todo lo que dice.
―Gracias. Me gusta ―le digo, aunque sé que lo dijo como un insulto.
Me apoyo en el marco de la puerta mientras Miles da una vuelta por el
cuarto de baño―. Además, el matrimonio es cuestión de compromiso
―me burlo.
―¿Llamas compromiso a esa cama color calabaza? ―gruñe.
Sonrío.
―Entonces sí que vas a odiar el refrigerador que encargué para la
habitación ―le digo.
Sus fosas nasales se agitan mientras camina hacia mí. Coloca una mano
en el marco de la puerta, lo suficientemente cerca como para tocarme.
―Deberías haberme pedido dinero.
Pongo los ojos en blanco.
―Ya te lo dije. No quiero tu dinero.
―Sí, pero tampoco quiero que te endeudes ―dice, con voz casi suave.
Casi como si estuviera preocupado―. Lo que es mío es tuyo.
Trago grueso.
―Pero aún no estamos casados. Además, gran parte vino de mi piso de
Londres.
― Que sin duda es deslumbrante y está lleno de perritos rosas y flores
amarillas cantarinas.
Lo miro.
―No hay perritos rosas, por desgracia. No te preocupes. Me lo llevaré
todo dentro de un año.
―Seguro que sí. He vivido aquí durante treinta y seis años, y me gusta
como es.
Es tan jodidamente caliente y frío. En un minuto, creo que podría estar
preocupado por mí, y al siguiente, me está insultando.
―Maravilloso, estamos de acuerdo entonces. No te preocupes, tendrás
tus aburridos electrodomésticos cuando nos divorciemos.
―¿Cuánto te has gastado?
Me encojo de hombros.
―No mucho.
―Haré que Luna te reembolse.
―Ya te dije que no voy a tomar ni un centavo de tu dinero. Ni ahora ni
nunca. Lo he hecho perfectamente bien por mí misma durante veintiocho
años...
―¿Pero no lo haces? Tal vez no estás tomando mi dinero, pero
ciertamente no tienes reparos en tomar el dinero de mi papá.
El dolor me atraviesa, a pesar de todo lo que me ha pasado en el último
año, he tenido una cosa a la que aferrarme.
Mi integridad.
Pero él tiene razón.
No tengo reparos en tomar el dinero de su papá.
Estoy a punto de decirle que puede tomar el dinero de su papá y
metérselo por el trasero cuando dice algo que no tiene ningún sentido.
―No aceptes su dinero. Déjame a mí ayudarte en su lugar.
Lanzo una carcajada.
―Como si eso fuera mejor. Al menos con tu papá no hay ataduras. Solo
puedo imaginar las cosas por las que tú me harás pasar para ganar ese
dinero.
Mueve los labios y se inclina un poco para separarnos unos centímetros.
―Créeme, Estelle. Siempre hay condiciones cuando se trata de mi papá.
Sus palabras me chupan el oxígeno de los pulmones.
―Mi papá confía en él ―replico, irguiéndome―. Así que yo también.
Miles inclina la cabeza.
―Te daré dos millones.
Me burlo.
―Eres despiadadamente maquiavélico. Es un poco aterrador.
Sonríe, y creo que es la primera vez que veo una sonrisa de verdad en
sus facciones. Me toma desprevenida y me quedo pasmada.
―Añado otra regla básica ―dice, mirándome fijamente una vez que la
sonrisa abandona su rostro―. Desde este momento y hasta que nos
separemos, utilizarás mi dinero como si fuera tuyo.
―No, no necesito...
―Estelle.
Su voz es grave. Dominante. Mis ojos se clavan en las líneas irregulares
de su cuello y siento la tentación de bajarle la camisa para ver hasta dónde
llegan esas cicatrices.
―Necesitas dinero para sobrevivir. Necesitas dinero para gastos de
manutención. Así que, a menos que esperes que aparezca por arte de
magia en el fondo de una fuente, tomarás mi dinero y lo utilizarás. Haré
que Luna te añada a mis cuentas y te consiga una copia de mi tarjeta de
crédito. También puedes esperar el reembolso de todo esto de forma
inminente. Si no quieres aceptar los dos millones que acabo de ofrecerte,
no pasa nada. Me encargaré de que recibas el dinero de mi papá.
Abro la boca para protestar y él me pone una mano sobre los labios. Su
piel está salada y quiero lamerla.
¿Qué. Está. Mal. Conmigo?
―Si no cumples, haré que tu año aquí sea tan insoportable como sea
humanamente posible.
Trago saliva mientras mis ojos buscan los suyos. Retira la mano y me
lamo los labios mientras mis mejillas se sonrojan.
―¿Chantaje? No creí que cayeras tan bajo, Miles ―murmuro,
entrecerrando los ojos.
Da un paso atrás, encogiéndose de hombros.
―Al fin y al cabo, soy hijo de mi papá.
Se da la vuelta y sale del baño. Respiro para tranquilizarme y repito sus
palabras una y otra vez en mi mente.
Después de todo, soy hijo de mi papá.
¿En qué demonios me he metido?
5
la propuesta

Gimo cuando me despierto sudando y empujo el edredón al salir de la


cama. Sea cual sea la tela de la que está hecha esta monstruosidad naranja,
me ha tenido despierto casi toda la noche, hecha un lío de calor y picazón.
Me levanto rápidamente y salgo de mi habitación, echando un vistazo al
dormitorio vacío de Estelle de camino a la cocina.
―Tienes que estar bromeando ―refunfuño, mientras mis ojos recorren
el edredón a juego de su habitación.
La parte racional de mí me dice que simplemente me deshaga de ambos
edredones atroces, pero mierda, parecía tan feliz ayer entre sus
decoraciones temáticas de Crayola. Y... cómoda. Recostada en ese adefesio
de sofá, parecía contenta, sonriendo mientras se abrazaba a una de
aquellas horribles almohadas y escuchaba algo en su teléfono. Llevaba
una camiseta demasiado grande y unos pantalones cortos de ciclista
ajustados que resaltaban sus piernas tonificadas.
El edredón se quedará, al igual que el sofá.
Por ella, pienso a regañadientes.
Además -y me hace sentir como una persona horrible pensar esto-,
todavía la necesito.
Todavía necesito que siga adelante con este falso matrimonio.
Tirar su nuevo edredón a juego no es la mejor manera de hacerlo.
Me ducho rápidamente y me pongo un traje gris oscuro de dos piezas
de Prada. Mis ojos se posan automáticamente en la piel deforme que
rodea mi cuello y mi pecho. He memorizado de mala gana el patrón de la
misma. Se me cierran brevemente los ojos al recordar cuando tenía
dieciocho años.
―¿Qué le pasa a tu cuello?
Intento subirme más la capucha, pero ella estira la mano y se queda con la boca
abierta antes de que su cara se contorsione de asco.
―¿Por eso te dejaste la ropa puesta, monstruo?
Respiro tranquilamente unas cuantas veces antes de salir del
dormitorio. No puedo evitar echar un vistazo a la puerta abierta de Estelle
mientras me ciño el reloj a la muñeca.
¿Alguien que se levanta antes que yo?
Nunca pensé que llegaría el día.
Cuando llego a la cocina de abajo, la veo apoyada en la isla, con una
enorme sonrisa en la cara mientras da sorbos a su té. Me quedo quieto, no
quiero molestarla. En lugar de eso, me fijo en sus pequeños y ajustados
pantalones cortos de talle alto y su sujetador deportivo que deja al
descubierto un trozo de la parte superior de su abdomen. Lleva el cabello
recogido y una sudadera alrededor de la cintura. Veo el reloj y veo que
solo son las seis de la mañana. ¿Cuánto tiempo lleva despierta y por qué
sonríe como loca? Me aclaro la garganta y ella salta, haciendo que el té
caiga al suelo.
―Maldita sea, Miles ―resopla, tomando el paño de cocina y usándolo
para limpiar su desastre.
―Lo siento ―murmuro, frunciendo el ceño.
Me acerco a la máquina de café expreso y preparo mi macchiato doble.
Mis ojos recorren las amplias encimeras y es entonces cuando me fijo en
las latas de color azul brillante con las etiquetas Café, Té, Azúcar y Galletas.
Entorno los ojos, me acerco a la lata de galletas y le quito la tapa hermética
antes de mirar dentro.
―¿Galletas? ―pregunto.
―Biscuits ―corrige―. También te traído té para desayunar.
―Maravilloso ―me quedo mudo―. Justo lo que necesito. ―Cuando la
veo, me observa con cargada diversión.
―¿Cómo te atreves a insultar a tu futura esposa inglesa?
Frunzo el ceño mientras coloco los posos de café y pulso el botón de
start de mi cafetera exprés.
―¿No eres medio francesa?
Pone los ojos en blanco.
―Sémantique, Miles. Nací y crecí en Londres.
―¿Hablas francés?
―Oui ―responde con un acento perfecto.
―Super. On peut s'insulter en deux langues ―respondo en un francés
perfecto, observando cómo se le levantan las cejas de sorpresa mientras
me ve con los ojos muy abiertos―. Entonces, ¿qué otros britanismos debo
conocer? ―pregunto en inglés, contando hasta veinte antes de apagar el
aparato. Se me hace la boca agua. La crema está perfecta en mi espresso
doble. Tomo leche del refrigerador y vierto una pequeña cantidad en el
vaporizador.
―Bueno, ya has visto los biscuits. También hay crisps en la despensa.
―¿Crisps?
―Ustedes las llaman papas fritas.
Frunzo el ceño.
―No como papas fritas.
Cuando la veo, me ve con escepticismo.
―Sí, no me sorprende. Bueno, si prefieres algo un poco más nutritivo,
puedes probar los Flapjacks.
―¿Panqueques?
Ella suelta una carcajada.
―No. Son barritas de avena. ¿Y sabías que el supermercado de lujo de
la ciudad tiene bollos calientes?
―De acuerdo ―respondo escéptico, espumando la leche antes de
añadirla al espresso.
―Deberías probar uno, a Liam le encantan. El otro día se llevó unos
cuantos a casa.
Casi se me cae el macchiato recién hecho.
―¿Conociste a Liam?
Ella asiente, terminando su té.
―Lo hice. Es muy amable. Parece que no heredaste esos genes.
Aprieto la mandíbula mientras le doy un sorbo a mi bebida.
―Mmm. Supongo que no. Hablando de aperitivos, prefiero que
guardes esos nuevos recipientes en la despensa. Me gustan los
mostradores vacíos.
Se gira para mirarme.
―Bien.
Coloco su taza en el lavavajillas y frunzo el ceño cuando toma el paño
de cocina y empieza a limpiar la isla con él.
―Tenemos toallas de papel, ya sabes.
Se encoge de hombros.
―Es un desperdicio. Puedo lavar y reutilizar esto.
La fulmino con la mirada y me apoyo en la isla.
―Créeme, estoy a favor de ser ecológico, pero aquí en California
también estamos en sequía.
Ella se gira para mirarme.
―¿Vas a repreguntarme todo lo que haga? ―No puedo evitar admirar
cómo su piel está prácticamente resplandeciente, debe de haber hecho
ejercicio antes. Mis ojos se desvían brevemente hacia su cuello, donde su
piel aún tiene una fina capa de sudor―. Porque si es así, deberíamos
sacarlo todo a la luz ahora.
Doy un sorbo a mi macchiato para ocultar mi sonrisa.
―Probablemente deberíamos hablar de la boda ―digo, cambiando de
tema.
Sus ojos se abren de par en par.
―Esa es una gran propuesta, Miles.
Me froto la nuca, dándome cuenta de que disfruto demasiado
irritándola.
―Supongo que deberíamos concertar una cita en el juzgado.
Exhala un suspiro lento y constante.
―Supongo que sí, ya que no nos dejaste elección.
―La buena noticia es que conozco al alcalde de Crestwood, así que
puedo conseguir una cita para este fin de semana.
―Qué romántico.
―Sé que no es lo ideal ―digo, frunciendo el ceño―. Pero creo que
cuanto antes acabe este año, mejor. Para los dos. Así que el juzgado será.
Sé que estoy siendo brusco y grosero, pero necesito que me entienda.
Se estremece al oír mis palabras y traga saliva, encogiéndose de
hombros con resignación.
―Okey. Tú lo planeas ―dice con indiferencia―. Solo dime cuándo y
dónde.
―Estelle ―gruño mientras empieza a alejarse.
Mierda.
―Parece que no tengo absolutamente nada que decir en todo esto,
¿verdad? ―Me doy la vuelta y me sorprendo al ver que sus ojos brillan
con algo parecido a lágrimas.
Ahora sí que me siento como un idiota...
―Primero, me bombardean con textos sobre estar comprometida con
un hombre que solo había visto dos veces, y luego llego aquí, donde me
presionas para que me case contigo...
―¿Presionarte? ―pregunto, con voz dura.
―Sí. Me tentaste con martinis...
―Fueron dos martinis ―gruño.
―Y creo que tus palabras exactas fueron, “los dos podríamos tomar lo
que quisiéramos por las malditas pelotas”.
Hago una mueca.
―Yo dije eso. ―Dejo el café y me acerco a donde está ella. Olfatea una
vez y me ve con decisión, como si estuviera decidida a no llorar delante
de mí.
―No se me da muy bien esto ―le digo sinceramente mientras me froto
la cara con la mano. Casi le alcanzo las manos, pero entonces sus ojos se
clavan en mi cuello.
Me subo más el cuello de la camisa de vestir para ocultar lo más posible
mis cicatrices.
Mierda.
No solo la forcé a este matrimonio y la presioné para que lo hiciera, sino
que también me aseguré de que estuviera legalmente unida a alguien tan
deforme como yo.
Me recorre una aguda punzada de autodesprecio.
Ella se merece algo mejor, pero la necesito.
Y sí, eso me convierte en un hijo de puta enorme, pero tengo que ver
por mí y por mi familia. Además, no es que ella vaya a ser miserable aquí,
tendrá acceso al castillo, mis conexiones, y, finalmente, un montón de
dinero para iniciar su línea de ropa.
No es como si la estuviera condenando a un año en Alcatraz.
Dando un paso atrás, levanto las manos.
―¿Qué puedo decir para que te cases conmigo, Estelle?
Con las cejas fruncidas, inclina ligeramente la cabeza mientras me
estudia.
―Para empezar, puedes llamarme Stella ―murmura en voz baja―.
Aunque aceptara, ¿cómo sabes que no saldría por la ventana del baño el
gran día?
Mis labios se crispan, pero no le doy la satisfacción de saber que la
encuentro divertida. Se regodearía en eso y nunca me dejaría vivirlo.
―Supongo que tendré que confiar en ti.
Alargo la mano por detrás, tomo una manzana verde y me la llevo a la
boca. Mi abdomen roza su pecho mientras lo hago, y sus ojos siguen mis
movimientos, con sus iris azul oscuro recorriendo mi rostro y mi cuello
sin pudor. Si no fuera porque no deja de mirar mis cicatrices, diría que
Estelle Deveraux se siente atraída por mí.
―Deberías probar un biscuit ―dice apoyando las manos en el
mostrador que tiene detrás.
Ladeo la cabeza.
―¿Es esa tu forma de decir que sí?
Se encoge de hombros.
―Depende del biscuit que elijas. Tengo que asegurarme de que somos
realmente compatibles.
Sonrío mientras mastico. Todo lo que sale de su boca es sorprendente.
Le doy otro mordisco a mi manzana, me acerco a la lata y la abro, echando
un vistazo al interior. Me llama la atención uno rectangular: creo que es
una galleta de mantequilla. La levanto y le doy un mordisco.
―Delicioso ―digo, metiéndome el resto en la boca―. ¿Pasé?
Sonríe y se acerca a donde estoy yo. Mete la mano en la lata y toma el
mismo tipo de galleta que acabo de devorar.
―Por ahora. Sigo esperando a que hagas que todo esto merezca la pena,
Miles ―dice, con la voz baja.
Y que me jodan, porque esa voz va directa a mi polla.
Dando un lento mordisco, sonríe mientras se aleja.
―Este fin de semana, entonces. Haz que suceda. Te veré en el altar.
Cuando se va, me froto el rostro con la mano.
Me había sentido atraído por muchas mujeres a lo largo de mi vida, y
aunque no me acostaba mucho con ellas, seguía disfrutando de las
excentricidades de cada una de esas relaciones.
¿Pero con Estelle? Hay algo diferente en ella. Algo resistente y
vulnerable al mismo tiempo. Nunca he tenido una casi extraña que me
provoque como ella lo hace. Claro, mis hermanos lo hacen, pero son
familia.
Veo las latas azules llenas de sus cosas, abro la lata de galletas y me
meto rápidamente otro rectángulo en la boca.
Por el bien de la cordura de ambos, lo mejor sería mantener las
distancias.
Ni burlas, ni discusiones, ni coqueteos... es más seguro si me mantengo
alejado de ella durante todo el año.
Será mejor para los dos.
Tengo que pensar en esto como lo que es: una transacción comercial y
nada más.
Tiro el corazón de la manzana a la basura y tomo otra galleta.
Mierda, estas son buenas.
6
la boda

Respiro hondo y me ajusto una horquilla mientras llego al juzgado del


centro de Crestwood. Me tiemblan ligeramente las manos cuando mi
papá se baja del Escalade y me abre la puerta. Hoy hace calor y disfruto
de cómo el sol me calienta la piel. Nunca me cansaré del sol de aquí y, por
un segundo, me entristece tener que volver al gris y lluvioso Londres
dentro de un año.
―Te ves hermosa, ma chérie.
Sonrío.
―Gracias, papá.
Me toma de la mano y me lleva por la gran escalera hasta uno de los
edificios más bonitos que he visto nunca. Hay altas columnas de piedra,
suelos de mármol negro y dorado y una majestuosa fuente en el centro
del gran vestíbulo. Agarro con fuerza mis tulipanes amarillos y aliso mi
vestido de seda cuando mi papá me suelta la mano. Veo mis rizos rubios
en el espejo -algo que ya casi nunca me molesto en domar-, y el vestido
ceñido. He optado por la sencillez y ser yo hoy, es decir, nada de blanco.
Solo un elegante vestido lavanda con tirantes finos, un corpiño y una
cintura envolventes y una larga abertura en el muslo. Llevo unos
brillantes tacones de tiras morados y, debido al calor, me he maquillado
lo menos posible. Lo último que necesito es sudarlo todo.
―¿Estás bien? ―me pregunta, enlazando de nuevo su brazo con el mío
y conduciéndonos a una de las habitaciones traseras. Llego
intencionadamente diez minutos tarde. Quería hacer sudar un poco a
Miles, en una pequeña venganza por el día que me abandonó en París.
Esta mañana lo oí ducharse en nuestro cuarto de baño común, pero no he
hablado con él desde hace dos días, cuando me propuso casarnos este fin
de semana.
Sin embargo, esta mañana me encontré con el acuerdo prenupcial de
treinta páginas. En pocas palabras, no tengo derecho a nada del dinero de
los Ravage después de divorciarnos, aparte del millón de dólares que me
prometieron, pero soy libre de usarlo todo durante el año que estemos
casados. Todo se siente tan... clínico. Formal. Lo contrario de romántico.
Feliz día de la boda para mí.
Una pequeña parte de mí estaba decepcionada por no haberlo visto
antes de hoy. Ayer por la mañana merodeé por la cocina como un
cachorro triste, pero no apareció. Ni siquiera reaccionó ante los botes de
pan y pasta que ahora acompañan a los originales de té, azúcar, café y
galletas en la cocina.
Me pareció un poco descarado añadirlas, pero quería una reacción por
su parte.
No puedo evitar pensar que me está evitando.
Mientras mi papá y yo doblamos la esquina, asiento con la cabeza una
vez.
―Sí. Estoy bien. Solo nerviosa.
―Es normal estar nerviosa el día de tu boda ―dice, con voz grave y
reconfortante.
Sí que lo es, pero este no es un día de boda normal.
―Lo sé, todavía estoy tratando de envolver mi cabeza alrededor de
todo esto.
Mi papá hace una pausa, arrastrándome con él cuando se detiene.
―Stella, sé que estás decidida a seguir adelante con esto, pero quiero
que sepas que te apoyo decidas lo que decidas.
―Gracias, papá ―le digo, dándole un beso en la mejilla―. Estaré bien.
Después de un año, podré fingir que nada de esto pasó.
Los ojos azules de mi papá buscan los míos con recelo.
―Eso espero.
Antes de que pueda preguntarle qué quiere decir con eso, se abre la
puerta del pasillo y giro la cabeza para ver una habitación llena de gente
que no conozco.
Y, por supuesto, la música instrumental que elegí suena por los
altavoces. Ahora me doy cuenta de que fue una idea terrible. “Love Story”
de Taylor Swift, es la canción que siempre quise que sonara cuando pasara
por el altar, pero hoy no hace más que acentuar la farsa que es todo esto.
Oh, Dios, oh, Dios, oh, Dios.
Tomo aire y esbozo una sonrisa serena mientras avanzamos hacia la
ceremonia.
Arriba y adelante.
El corazón me martillea contra las costillas y agarro mis tulipanes con
fuerza, sintiéndome de pronto muy tonta por vestirme de manera tan
informal. Un sudor frío me recorre la piel cuando veo a Miles al otro lado
de la habitación, esperando con dos personas. Una de ellas parece ser el
comisionado matrimonial para la ceremonia civil, y el otro es Liam. Menos
mal que tengo un aliado. Lleva una camisa blanca abotonada y unos
pantalones grises oscuros, que parecen tan informales al lado de Miles,
que lleva un clásico traje azul marino.
Miles parece... Dios. Las palmas de mis manos empiezan a sudar más
cuando pienso en llamarlo mi esposo. ¿Cómo aguantaré el año con él?
Verlo comer como lo hace, sentirme tan viva cuando discuto con él, el
aspecto que tiene con esos trajes engreídos... ugh.
Estoy condenada.
Tiene el mismo aspecto de siempre, pero hay algo en su energía que
hoy es diferente. Es casi como nerviosismo, o quizá reverencia. Me ve
caminar por el pasillo y veo dos emociones diferentes en sus rasgos,
luchando por el dominio.
Mi papá me guía hasta Miles y enseguida me doy cuenta de que no
tengo a nadie a quien entregarle mis flores.
Debería haberlo pensado bien, pero claro, fue en el último minuto...
―Yo me llevaré esas ―dice una mujer detrás de mí. Me doy la vuelta y
le entrego los tulipanes, y ella me dedica una sonrisa cálida y alentadora.
Tiene el cabello largo y castaño claro y los ojos verdes más bonitos que he
visto nunca―. Soy Juliet, la novia de Chase ―me explica rápidamente,
señalando al seductor hombre que está a su lado.
Chase me dedica una sonrisa cómplice y arrogante mientras inclina la
cabeza.
―Encantado de conocerte, Stella ―prácticamente ronronea, y sus ojos
azules brillan con picardía.
¿Todos se ven así? Dios, el mundo no está a salvo de los hermanos Ravage.
Antes de que pueda presentarme, Miles me toma del codo y me jala
hacia donde está él.
―Estás hermosa ―me murmura al oído antes de tomarme las manos.
Es tan íntimo. Demasiado íntimo.
Cierro los ojos brevemente para contener el pánico que me sube por el
esófago. Está siendo amable. Tranquilízate. Aun así, no puedo evitar sentir
pena por la boda que siempre quise: un vestido blanco, al aire libre, con
luces de hadas y todos mis seres queridos reunidos. Supongo que aún
habrá tiempo para eso cuando acabe este año, pero aún así... me duele un
poco el pecho cuando pienso que es la primera vez que me caso.
En un juzgado.
Con un vestido morado.
Recitando votos a un hombre que apenas conozco.
El juez no para de hablar sobre el matrimonio -todo muy poco emotivo-
, y mis ojos se desvían hacia la multitud. No reconozco a nadie, aparte de
Luna y mi papá. Charles no está, lo cual no me sorprende. Junto a Chase
y Juliet hay otros dos hombres que supongo que son los otros hermanos
Ravage. Ambos me dirigen sonrisas tranquilizadoras.
Como si todos supieran que es una farsa.
Mi corazón galopa dentro de mi pecho, e inhalo durante tres segundos,
exhalo durante tres segundos...
―¿Estás bien? ―pregunta Miles, sus ojos verdes escrutan mi rostro―.
Por favor, no me digas que te estás acobardando.
Esbozo una pequeña sonrisa.
Contrólate.
―Estoy bien ―le digo en voz baja.
Sus ojos brillan con algo -alarma, tal vez-, y su pulgar roza brevemente
la palma de mi mano. El suave contacto me eriza la piel y, aunque estoy
nerviosa, sus ojos me tranquilizan.
―Respira hondo, Estelle ―dice, demasiado bajo para que nadie más lo
oiga. Él no parece nervioso en absoluto, me ve a la cara con las cejas
ligeramente fruncidas, pero por lo demás no le tiemblan ni le sudan las
manos como a mí.
Mi pecho sube y baja, tartamudeando cuando el juez dice algo sobre
anillos, y me toma desprevenida. ¿Anillos? Claro que necesitamos anillos.
Mierda. Miles extiende la palma de la mano y me tiende un sencillo anillo
de oro. Lo tomo mientras el juez habla del significado de los anillos, pero
el pulso me retumba demasiado en los tímpanos como para oírlo. Deslizo
la alianza por el dedo anular de Miles mientras mis rodillas se vuelven
gelatinosas de puro nerviosismo.
―Ten ―dice Miles, deslizando un precioso anillo vintage de platino y
amatista en mi dedo anular.
Tardo un segundo en reconocerlo y, cuando lo hago, aparto la mano,
sobresaltada.
―Es el anillo de mi abuela ―susurro mientras crece el pánico.
No, no, no.
Todo esto está mal.
―Estelle ―me advierte Miles, tomándome la mano de nuevo―.
Hablemos de esto más tarde, ¿okey?
Asiento una vez con la cabeza mientras él desliza el conocido anillo en
mi tembloroso dedo anular. Unos segundos después, el juez nos declara
marido y mujer y la sala se inclina mientras veo a Miles. Hay algo de un
beso...
Voy a vomitar. Todo esto está mal. Así no es como debo sentirme el día de mi
boda.
Cierro los ojos y respiro hondo, tranquilizándome.
Puedo hacerlo. Tengo que hacerlo. Hay gente aquí que espera que
estemos enamorados. Estúpidos e imprudentes, claro, pero enamorados,
al fin y al cabo. Cuando abro los ojos, Miles vuelve a mirarme con esa
expresión contraída, así que hago lo único que se me ocurre, lo rodeo el
cuello con los brazos, me pongo de puntillas y aprieto mis labios contra
los suyos.
Al principio no reacciona y, aunque no estoy segura porque tengo los
ojos cerrados, imagino que los suyos están abiertos por la sorpresa. Estoy
a punto de apartarme y dar por concluido el casto beso cuando sus brazos
se levantan y me atraen hacia su cuerpo, profundizando el beso y
reclamando mis labios mientras me aprieta contra él. Su lengua recorre
mis labios y me hace saltar chispas mientras un salvaje remolino de deseo
se enciende en cada una de mis terminaciones nerviosas.
Como la primera vez que nos besamos.
De repente, siento un cosquilleo en la piel, y solo puedo oler y saborear
manzanas verdes. Dulce, madura, sorprendente... su mano desciende
lentamente, y una sensación abrasadora me recorre cuando sus dedos me
aprietan una vez el trasero.
Mientras lo hace, ambos gemimos.
Audiblemente.
Me acerco más a él y mis manos suben por su cuello hasta su cabello,
rozando su piel fruncida. Vuelve a gemir, su lengua se abalanza sobre la
mía, y cada uno de sus movimientos hace que algo me caldee. Su
acelerado corazón late contra mi pecho, así que sé que no soy solo yo. Me
pasa la mano libre por la cintura, explorando las suaves líneas de mi
espalda, mis caderas... antes de llevar la otra al trasero. Suelto un gemido
bajo, y el embriagador aroma de las manzanas verdes me invade.
Solo me habían besado así una vez.
En un taxi.
La tensión de mi cuerpo aumenta con cada movimiento de su lengua, y
un dolor ardiente crece entre mis muslos.
Dios...
Alguien del público grita y Miles se aparta rápidamente, como si se
hubiera quemado. En lugar de apartarse del todo, me toma la mano
izquierda con la suya y me jala hacia la puerta. Algunas personas
aplauden, pero yo estoy demasiado aturdida para hacer nada.
¿Qué demonios fue ese beso? No es que no me lo esperara, pero aún así...
Mis tacones repiquetean contra el mármol negro mientras nos
dirigimos a la entrada del tribunal. Una vez fuera, saluda a la pequeña
multitud de periodistas y fotógrafos.
Antes de que pueda procesar nada, vuelve a acercar mi cuerpo al suyo,
esta vez uno al lado del otro.
―Sonríe para las cámaras, Estelle ―me ordena, su voz es un murmullo
bajo en mi oído. Me besa en la mejilla, me rodea la cintura con una de sus
manos y me agarra la cadera con sus largos dedos.
Me recorre una oleada de electricidad y sonrío entre jadeos.
Él se ríe entre dientes mientras nos dirigimos a un todoterreno negro.
Una vez dentro, cierra la puerta y se dirige al otro lado para subir.
Cuando cierra la puerta, nos quedamos en silencio. Lo veo mientras él
me observa desde el otro lado del todoterreno, a varios metros de
distancia. Ninguno de los dos dice nada, solo me ve mientras recupero el
aliento.
Pregunto lo primero que se me ocurre, lo único que ha estado en mi
mente, incluso más que ese increíble beso.
―¿Cómo conseguiste su anillo? ―Mi voz está teñida de ira. Casi nunca
me enojo, pero, por alguna razón, el hecho de que haya utilizado el anillo
de mi abuela me pone furiosa.
―Tu papá me lo dio esta mañana. ―Ante su respuesta, me cruzo de
brazos y veo por la ventana mientras avanzamos por el centro de
Crestwood. Seguramente, sus intrigas están detrás de esto―. ¿Quieres
explicarme por qué haces berrinche por tu anillo de boda?
―¿Un berrinche? Creo que no. ―Me inclino hacia adelante―. No tenías
derecho a usar su anillo.
Parece aturdido. Debería estar divertido, pero en lugar de eso, la misma
expresión de preocupación recorre sus facciones. Mis ojos bajan hasta su
cuello, donde asoma la misma cicatriz brillante. Él se da cuenta, porque
se ajusta el cuello y se la tapa.
Me río y sacudo la cabeza.
―De todas formas, no importa.
―¿Qué no importa?
―Esto. Todo esto. En un año, tendré mi dinero, y tú tendrás tu
reputación. Me sorprendió verlo, porque... ―cierro la boca―. Solo
olvídalo.
¿Por qué iba a decírselo? Contárselo todo solo serviría para que lo usara
en mi contra. Necesito mantener una especie de muro entre él y las cosas
que más me importan. Yo he intentado atravesar su barrera varias veces,
y cada vez me ha rechazado.
¿Por qué debería dejarlo entrar en la mía?
Tomo una copa de champán y la tiendo.
―Deberíamos brindar.
Él me ve como si le hablara en otro idioma.
―Quiero saber por qué te molesta tanto lo del anillo.
Ahí está. La misma expresión humilde que tenía cuando me llevó al
altar.
Aprieto los labios.
―Te lo diré si tú me hablas de esa cicatriz que tienes en el cuello.
Sus ojos se entrecierran ligeramente. Sin decir nada más, se acerca a una
botella de Dom con hielo. La descorcha, nos la sirve a los dos y brindamos.
―Por el matrimonio ―dice, con voz sombría.
―Por el matrimonio ―repito, chocando mi copa un poco demasiado
fuerte contra la suya.
Ninguno de los dos aparta la mirada mientras bebemos, y yo me bebo
la flauta de un trago, al igual que él.
Rellena las dos, pero antes de beber, se aclara la garganta.
―Realmente te ves hermosa. Eso, al menos, no fue falso.
Le dirijo una sonrisa sincera.
―Gracias. Tú tampoco tienes mal aspecto.
―¿Por qué morado? ―me pregunta, dando un sorbo.
―¿Esperabas un vestido blanco? ―replico, un poco irritada por el
alcohol.
Él suelta una carcajada.
―No, supongo que no.
Ambos apartamos la mirada y bebemos lentamente nuestro champán
en silencio. Debería preguntarle por el beso, o sobre sus hermanos, o sobre lo que
mi papá le dijo sobre el anillo...
―Hice que trasladaran tus cosas a mi dormitorio durante la ceremonia
―me dice, sin apartar la vista de la ventana―. Espero que no te importe.
En realidad no tienes que dormir en la cama conmigo, pero debe parecer
que compartimos cama. Tu ropa se quedará en tu habitación, ya que
supongo que necesitarás tu propio armario.
―Varios armarios, probablemente ―respondo.
Sonríe mientras le da un sorbo a su champán y, después de eso, un
silencio incómodo llena el ambiente. Me sirvo una tercera copa de
champán. Miles hace lo mismo y, cuando llegamos al castillo, ya estoy
achispada. Me abre la puerta y casi me caigo cuando el champán me
golpea rápidamente. Me agarra del codo y me sostiene.
―Cuidado ―me advierte, con los ojos verdes centelleantes. Su
expresión es más cálida ahora, más s relajada.
Dale alcohol. Es bueno saberlo.
―Estoy bien ―le aseguro, siguiéndolo por el camino.
Cuando llegamos a la puerta, se gira hacia mí y me tiende los brazos.
―¿Quieres?
Me pongo rígida.
―¿Qué? No. Yo no... ―Sacudo la cabeza―. No.
Se ríe entre dientes.
―Déjame llevarte al otro lado del umbral, Estelle.
Doy un paso atrás.
―No ―repito, con las mejillas encendidas―. No tengo la misma talla
que tus exnovias modelos ―chillo cuando se inclina y me levanta,
colocando un brazo bajo mis rodillas y otro bajo mis brazos. Me quedo
callada mientras me lleva a través de la puerta principal y me deja
suavemente al otro lado.
―Vamos ―me indica, tomándome de la mano y conduciéndonos al
ascensor.
―¿Por qué vamos tan deprisa? ―le pregunto, casi trotando para
seguirle el ritmo, mide casi medio metro más que yo.
―Porque quiero que todos piensen que no puedo esperar para profanar
a la nueva señora Ravage.
―Aquí no hay nadie ―replico, viendo a mi alrededor.
―La seguridad extra está aquí ―responde―. Para la recepción más
tarde, y puedes estar segura de que están vigilando todos nuestros
movimientos con las cámaras de seguridad, Estelle.
La puerta nos cierra dentro del ascensor justo cuando termina de
hablar, y cuando baja la mirada hacia mí, sus ojos son oscuros mientras
buscan los míos. De repente me acuerdo de nuestro beso anterior y me
aprieto el labio inferior entre los dientes mientras él me mira. Por un
segundo, parece que va a volver a besarme, y me horrorizo de mí misma
por desearlo. Quiero decir... no debería horrorizarme del todo. Mi nuevo
esposo es un buen partido. Nuestra química es increíble. No soy idiota. Sé
que ambos somos conscientes de eso.
Y es como si él supiera que el azul marino de su traje contrasta con sus
ojos color chartreuse, pero aún así.
No.
Aceptar casarme con él es una cosa.
Pero besarlo, o mejor aún, querer que él me bese, es más problemático
de lo que esperaba.
Me alejo de él y me veo los zapatos hasta que se abre la puerta. Me quito
de la cabeza cualquier idea de Miles profanándome mientras me toma de la
mano y nos lleva a nuestra sala de estar.
7
la recepción

Unas horas más tarde, estoy ajustándome la corbata frente al espejo


cuando oigo que alguien llama suavemente a la puerta que comunica mi
dormitorio con el cuarto de baño común.
―Entra ―gruño.
Estelle entra en mi habitación y juro que el corazón me da un maldito
vuelco.
Necesito jodidamente controlarme.
―Eso... ¿es lo que llevarás puesto? ―pregunto, observando cómo el
vestido corto y blanco se ciñe a sus curvas.
También lleva unos tacones blancos de tiras que hacen que sus piernas
parezcan kilométricas y, al mirar hacia arriba, me fijo en un collar de oro
con una gran R dorada entre sus gloriosas tetas.
¿Cómo voy a fingir que no me resulta atractiva durante todo un año?
Porque en este momento, con sus rizos salvajes rozando sus hombros
desnudos, sus curvas suaves y mi puta inicial colgando entre sus pechos
turgentes... es la personificación del sexo, pero es más que eso. Su sonrisa
-la misma que inclina sus labios en este mismo instante-, es contagiosa.
Infecciosa. Todo en ella es tan... encantador.
Cuando no me está irritando, claro.
―Me imaginé que me inclinaría por todo eso de la novia virginal
―dice, adentrándose más en mi dormitorio―. Aunque la gente pensará
que te has pasado tres horas profanándome. La ironía me resulta
atractiva.
A…
La...
Mierda...
Mi…
Vida.
Me río entre dientes mientras termino de arreglarme la corbata.
―Me sorprende que no sea fucsia o verde lima ―respondo con
sarcasmo.
―Bueno, me imaginé que solo te casas de mentira una vez, así que...
―se interrumpe y viene a ponerse a mi lado.
Trago saliva al ver sus ojos azul oscuro escrutando nuestro reflejo,
estudiando cómo encajamos como pareja. Y, como observador imparcial,
puedo ver el atractivo. Entiendo por qué la gente nos considera una buena
pareja. Para empezar, Estelle es guapísima. Eso quedó claro la primera
vez que la vi, pero no es solo su aspecto. Es cómo hace sentir a la gente.
Irradia luz solar, lo que supone una yuxtaposición para mí. Mido treinta
centímetros más que ella -veinte centímetros cuando lleva tacones-, y no
tengo pelos en la lengua. Las líneas de mis trajes son siempre nítidas. Mi
cabello siempre está en su sitio y todo en mí es exacto.
Mientras ella es blanda, yo soy firme.
Mientras ella exuda luz, yo tiro de oscuridad.
Es como si ella fuera la Bella y yo la Bestia.
Al pensar en la cicatriz que asoma por mi cuello, me doy cuenta de que
la analogía no está nada lejos. Arrancada de su vida para vivir en un
extraño castillo con una bestia...
―¿Lista? ―le pregunto, bajando los ojos hacia la R dorada.
Mierda. ¿Por qué ver la inicial de mi apellido en su pecho me hace sentir
frenético y desesperado por ella? ¿No era este el trato? Va a cambiar su
nombre oficialmente. Legalmente, será Estelle Ravage en tres o cinco días
hábiles. Ella firmó el contrato, y yo lo presenté a nuestros abogados
sabiendo que iba a suceder.
Pero se suponía que no me iba a gustar tanto, o nada.
―Siempre ―dice, sonriéndome antes de salir del dormitorio.
Bajamos juntos las escaleras, donde nos espera una pequeña multitud
de amigos y familiares. En cuanto doblamos la esquina, todos rompen a
aplaudir y Chase, a la mierda con él, nos grita que nos besemos.
Estelle me ve con los ojos muy abiertos y esta vez me toca a mí
sorprenderla. Le rodeo la cintura con un brazo y la atraigo hacia mí.
―Pon tu otro brazo alrededor de mi cuello ―murmuro.
Se relame los labios, hace lo que le digo y, en cuanto siento su mano
sobre mi piel caliente, coloco la otra en la parte superior de su espalda y
la sumerjo. Su cabello se suelta y parece no solo sorprendida, sino
intrigada. Sonrío y acerco mis labios a los suyos mientras el público
enloquece.
Y como la última vez, todo dentro de mí se tensa. Me arden las manos
al tocar su piel fría. Sus labios son tan jodidamente suaves que tengo que
armarme de valor para no pensar en cómo se sentirían rodeando mi
gruesa polla.
Meto mi lengua entre sus labios y le aprieto la cintura con los dedos.
Ella emite un gemido, igual que antes, y por un segundo quiero tirarla al
suelo y follármela hasta dejarla sin sentido. Sus dedos se enroscan en mi
cabello y lo jala con suavidad. Sin embargo, la sensación de sus dedos en
mi cabello, el tacto de su suave cuerpo contra el mío...
Si antes de este beso no estaba preocupado por el año que me espera,
ahora sí que lo estoy.
Me alejo de ella y la sostengo para que permanezca de pie, respirando
entrecortadamente. Parece igual de aturdida y tropieza ligeramente
cuando la gente aplaude y grita. Me limpio la boca y sonrío con fuerza
mientras la acompaño hasta donde están Chase y Juliet con Liam junto a
la barra.
―Enhorabuena ―dice Chase, dándome un rápido abrazo. Sus ojos se
desvían hacia Estelle y, para mi diversión, su cuello y su pecho están
sonrosados―. Stella ―dice, estrechándola en un abrazo―. Encantado de
conocerte oficialmente ―dice, lanzándome una mirada que grita ¿qué
demonios, hermano?
Abrazo a Liam y a Juliet antes de ponerme junto a Estelle. Se pone
rígida y, cuando la miro, veo que se cruza de brazos y ve hacia otro lado,
pero antes de que pueda preguntarle qué le ocurre, Juliet la aparta.
―Entonces ―dice Liam, sosteniendo un vaso de whisky y pasándonos
otro vaso lleno del líquido ámbar a Chase y a mí a continuación―. ¿Stella
Deveraux?
Me encojo de hombros.
―Técnicamente ahora es Estelle Ravage.
Los dos me miran con los ojos muy abiertos, así que sigo hablando.
―Tiene sentido ―les digo en voz baja―. Para todos los efectos, y de
cara al público, estamos verdadera y locamente enamorados.
―Por supuesto ―bromea Chase, dándole un sorbo a su bebida―. Ese
beso sin duda puso de relieve tus sentimientos amorosos.
―Vete a la mierda ―le respondo con un mordisco. Liam y Chase se
miran―. ¿Qué?
―No estaba bromeando. Mírala. En este momento apenas puede
prestarle atención a Juliet ―murmura Chase.
Los tres miramos y me doy cuenta de que tiene razón. Estelle sonríe,
pero sus ojos tienen esa mirada nublada y lejana. Tiene una mano en el
cuello y se frota suavemente la piel. Con la otra mano se toca los labios
hinchados. Un segundo después me mira y veo que el rubor le sube
visiblemente a las mejillas.
―¿Qué estás diciendo? ―pregunto.
Liam resopla y me pone una mano en el hombro, inclinándose.
―Estamos intentando decir que creemos que le ha gustado el beso,
hermanito.
Veo con el ceño fruncido a Chase, que sonríe triunfante, antes de volver
a mirar a Estelle, pero... ya no está.
―Probablemente Juliet esté afuera enseñándole la biblioteca ―explica
Chase.
―Me gusta ―ofrece Liam, sirviéndonos a todos un poco más de
whisky―. Si eso importa. Pasamos algún tiempo juntos esta semana.
Parece un alma gemela.
Algo caliente y celoso me recorre de repente, y respiro hondo antes de
empujar esos sentimientos indeseados a donde pertenecen: a los
recovecos de mi mente, para no volver a verlos.
No tengo derecho a estar celoso, especialmente de mi propio hermano.
Sin embargo, no puedo evitar desear haber podido pasar más tiempo sin
vigilancia con Estelle.
Estoy a punto de responder cuando Chase me da una palmada en la
espalda.
―Les doy unas semanas antes de que estén enamorados. Cinco, para
ser exactos ―añade, guiñándole un ojo a Liam.
Liam se ríe entre dientes, y la sangre se me escurre de la cara.
Veo hacia donde estaba Stella antes y pienso en cómo me miraba. En
que tal vez se hizo una idea equivocada con ese beso.
Y lo peor de todo, en cómo ella parece estar infiltrándose en cada célula
de mi cuerpo, en cómo no puedo dejar de pensar en ella. Cómo empiezo
a sentirme obsesionado.
Como si ella fuera el juguete nuevo y brillante.
Tengo que poner fin a esto, porque no puedo enamorarme de mi nueva
esposa.
Solo lo complicaría todo.
―No va a pasar ―les digo a mis hermanos mientras le doy un sorbo a
mi whisky.
―¿Y por qué no? ¿Cuál es el peor escenario posible? ¿Esto empieza
como un matrimonio falso, pero se convierte en uno real?
La cabeza me da vueltas y dejo el vaso con demasiada brusquedad.
―Solo olvídalo.
Me alejo antes de que puedan envenenarme con más de sus tonterías
optimistas. Si algo he aprendido es que la gente como Estelle Deveraux es
totalmente buena. ¿Y la gente como yo? ¿Y mi familia? Yo solo la
mancharía. La obligué a hacer esto, más de lo que ella cree. Si las cosas
progresaran entre nosotros, nunca sabría si mi coerción fue la razón.
Y lo que no le dije a mis hermanos es que una vez le di una oportunidad,
y ella echó un vistazo a mis cicatrices y me rechazó. Claro, tal vez ella ya
no sienta lo mismo ahora que me conoce un poco mejor, pero la lástima
puede parecerse mucho al interés. Soy bueno descifrando la diferencia,
por desgracia.
Es más fácil distanciarme.
Es más fácil follar por ahí y solo cuando necesitaba relajarme.
Ya me había hecho a la idea de estar solo para siempre.
No sería difícil continuar por el camino en solitario.
Tengo que poner fin a esto. Tengo que abrir una brecha entre lo que sea
que exista entre nosotros. Si eso significa apagar mi encanto y ser el
imbécil que todos ven en mí, que así sea.
El resto de la velada transcurre lentamente. Voy saltando de una
persona a otra, dándoles las gracias por venir. Luna fue más allá e invitó
a muchos de mis conocidos y clientes. También invitó a una selecta lista
de medios de comunicación con la esperanza de hacer correr la voz sobre
nuestro matrimonio. Doy vueltas por el castillo agradeciéndole a la gente
su asistencia, sin apenas tiempo para comer la deliciosa comida que los
demás están comiendo.
Solo veo de reojo a Estelle, Juliet no se ha ido de su lado. Debería ser yo
quien estuviera a su lado. Alejando ese pensamiento, supongo que debería
estar agradecido de que Juliet haya tomado a mi nueva novia bajo su
protección. Para cuando la gente empieza a marcharse, Luna viene a
buscarme.
―Miles ―dice, con cara de culpabilidad―. Tu papá le prometió a US
Weekly una exclusiva en primera página ―empieza.
La fulmino con la mirada.
―Sabe cuánto odio a ese editor en particular ―gruño.
―Lo sé, pero...
―Está bien. Lo haremos. ¿Supongo que quieren una sesión de fotos?
―Sí. Solo ustedes dos alrededor del castillo. Treinta minutos, máximo.
Podemos hacerlo ahora.
Asiento con la cabeza. Sé que Luna trabaja técnicamente para la finca,
lo que significa que también trabaja para mi papá. Como vivo aquí a
tiempo completo, a veces olvido que su lealtad está con la familia y no
solo conmigo. Aunque sé que, llegado el caso, se pondría de mi parte. No
solo porque fui yo quien la encontró y la trajo, sino porque nos hemos
vuelto muy cercanos en los últimos diez años, ella se ha convertido en una
de mis únicas aliadas no familiares.
―Iré a avisarle a Estelle.
La fiesta está terminando y, mientras voy de sala en sala en busca de mi
recién nombrada esposa, me despido de la gente a medida que se va. Al
cabo de unos minutos, la encuentro en el patio con vistas a todo
Crestwood. Hace frío e instintivamente me quito el abrigo y se lo pongo
sobre los hombros. Se tensa cuando se da cuenta de que soy yo.
―Hola ―dice suavemente―. Bonita fiesta, ¿no crees?
Está viendo la ciudad. Tiene la misma expresión de tristeza que vi el
año pasado junto a la fuente. Como si la sonrisa que suele llevar fuera solo
una máscara para ocultar la verdadera confusión. Me cuesta aceptar toda
mi determinación anterior de separarnos. Un rizo suelto se escapa detrás
de su oreja y me resisto a apartarlo.
No puedo acercarme a ella.
Tengo que mantener esa distancia entre nosotros.
―Estelle... ―Me quedo pensativo, viendo la ciudad―. Creo que fue
irresponsable por mi parte besarte así antes.
Se gira hacia mí, y me sorprende ver que una mirada furiosa se posa en
su expresión.
―¿Y por qué dices eso?
Me encojo de hombros.
―Me dejé llevar. Lo siento, no volverá a ocurrir.
Educado y directo.
Su mandíbula se aprieta.
―Bien.
Justo cuando gira la cabeza, oigo un clic seguido rápidamente de un
destello. Estelle salta de sorpresa.
―Hermosa ―dice el fotógrafo desde detrás de nosotros―. Haz como
si no estuviera aquí ―dice con voz nasal.
Estelle me mira.
―¿Quién es?
Frunzo más el ceño.
―Lo siento ―le digo en voz baja, para que solo ella pueda oírme―.
Solo venía a avisarte de que mi papá reservó una sesión de fotos rápida
para US Weekly.
Deja caer las pestañas rápidamente y mira al suelo.
―Claro. ¿Cómo me quieres?
La veo con el ceño fruncido. En lugar de su habitual personalidad
alegre hay una voz monótona y un lenguaje corporal comedido. ¿Le hice
eso al disculparme por el beso?
Se acerca un poco más.
―¿Así? ―me pregunta, mirándome con esos grandes ojos añiles.
Parece una prueba. Algo chispea detrás de sus ojos y no sé si está
enojada o decepcionada.
Probablemente ambas.
Coloco mis manos sobre sus hombros.
―Perfecta.
No rompo el contacto visual, pero antes de que pueda apartarme, la
cámara dispara un flash.
―Genial ―dice el fotógrafo―. Miles, ¿puedes besarla?
Trago. Mierda.
―Esta vez no te dejes llevar ―susurra para que solo yo pueda oírla.
Cuando veo hacia ella, me devuelve la mirada.
Por supuesto, hago exactamente lo contrario de lo que me pide.
Agarrándola por la nuca, la atraigo a mis labios por tercera vez en el día,
le meto la lengua en la boca y la aprieto contra la barandilla con
demasiada brusquedad. Mi otra mano baja hasta su cadera y atraigo su
pelvis hacia la mía justo cuando gime.
Mierda...
Me alejo, no, casi la empujo mientras respiro tranquilamente. La veo a la
cara y me dedica una sonrisa felina.
Ella sabía lo que hacía cuando me advirtió que no me dejara llevar.
―Excelente ―dice el fotógrafo, haciendo clic―. Miles, ¿puedes sentarte
en una de esas sillas? ―pregunta, señalando los muebles de hierro del
patio.
Me alejo de Estelle, con la mandíbula desencajada, mientras tomo
asiento.
Estelle se acerca y se sienta en mi regazo sin obedecer ninguna
indicación del fotógrafo. Es natural. Su trasero es cálido y suave, y huelo
a Chanel nº 5 cuando me pasa un brazo por detrás de los hombros y se
inclina hacia mí.
―Parece como si te estuviera torturando ―me dice, con voz grave y
gruñendo al oído.
―Esto es peor que una tortura ―respondo en voz baja, con las fosas
nasales encendidas.
Ella levanta la cabeza y me ve con sorpresa.
―Eres un imbécil. ¿Te lo han dicho alguna vez?
Lanzo una carcajada.
―Te dije que te alejaras de mí.
Se burla. El fotógrafo toma más fotos y ella se inclina hacia mi oído
como si estuviera a punto de susurrarme algo dulce, pero yo sé que no es
así.
―Bueno, estoy atrapada contigo ahora, así que vamos a tratar de hacer
lo mejor de eso.
―Estelle, ¿puedes besarle el cuello? ―pregunta el fotógrafo.
Estelle se pone rígida encima de mí y eso no hace más que avivar el
fuego que llevo dentro. Por supuesto que no quiere acercarse a mis
cicatrices. ¿Por qué iba a querer?
―No te atrevas ―gruño.
―No montes una escena ―gruñe, sus labios bajan hasta mi mandíbula.
Cierro los ojos y su cálido aliento me retuerce la polla. Su boca baja unos
centímetros y siento el primer roce de sus labios contra la nudosa piel de
mi cuello. Respiro entrecortadamente, tenso la mandíbula y aprieto la tela
de su vestido.
No.
Es demasiado.
Me separo de ella y la empujo, y se tambalea un poco mientras me dirijo
hacia el fotógrafo.
―Tienes tus fotos. Ya puedes irte ―le digo, respirando con dificultad.
No me atrevo a volver la vista hacia Estelle mientras lo sigo al interior
y me alejo de mi nueva novia.
8
la cena

No veo a Miles en absoluto el día después de nuestra boda. Luna de miel,


mi trasero. Para distraerme, me paso el día haciendo bocetos e ideando
exactamente cómo será mi línea de ropa. Hacia las cinco, Luna me informa
que la cena es a las siete y que Miles espera que me una a él. Refunfuño
todo el tiempo que paso arreglándome, duchándome despacio y
tomándome mi tiempo para peinarme. Cuando termino, me pongo una
de mis blusas favoritas de colores con un estampado loco y brillante, y
unos pantalones cortos. Me calzo las sandalias, me pongo un poco del
perfume de mi abuela detrás de la oreja y me dirijo al comedor formal con
quince minutos de retraso.
No estoy segura de lo que pasó ayer, pero después de nuestro beso en
la recepción, se alejó. No es que fuera una persona cálida y amistosa para
empezar, lo sabía antes de casarnos, pero por alguna razón, Miles Ravage
estaba ocultando sus verdaderas emociones. Estaba preocupado por mí en
la ceremonia. Podía verlo, y la forma en que me besó en la recepción...
nadie es tan buen actor. Además, sentí su excitación contra mi cadera
cuando me besó en el balcón. Sé que se siente atraído por mí.
Anoche hubo un momento en que pensé que tal vez sus muros se
estaban derrumbando, pero por la razón que sea, volvió a levantarlos más
altos y fuertes que antes. Me pidió perdón por besarme y me prometió
que no volvería a hacerlo.
Y quiero saber por qué.
Al entrar en el comedor, lo veo sentado a la cabecera de la mesa, con el
ceño fruncido viendo algo en su teléfono. Su gélida mirada se posa en mis
piernas y sube lentamente hasta mi rostro. Su lento examen de mis piernas
desnudas hace que algo revolotee dentro de mí, pero lo ignoro,
mordiéndome la lengua mientras me siento en la silla a su izquierda.
Puedo ser cordial.
Es solo un año.
Es mi esposo falso, no mi amigo. No había nada en el acuerdo
prenupcial que dijera que teníamos que ser amigos.
―¿Tienes alguna prenda que no se parezca a un rotulador fluorescente?
Okey, entonces. Empezando la noche con su comportamiento imbécil.
Encantador.
Levanto mi copa y bebo lentamente un sorbo de vino antes de
responder. Mi nuevo anillo choca contra la copa y noto sus ojos en mi
garganta mientras trago.
―¿Y tú tienes alguna prenda que no sea un traje? ―le pregunto,
mientras mis ojos bajan hasta sus gemelos con la letra R.
Aprieta los labios y junta las manos.
―Llegas tarde.
―Tardo mucho en secarme el cabello ―le explico, tomando otro gran
trago de vino. Voy a necesitar toda la botella si sigue comportándose
como un imbécil.
Sus ojos recorren lentamente mi cabello y luego se entrecierran con
desagrado. Asiente una vez, tragándose las palabras con el vino.
Sé que la respuesta que se tragó no fue agradable.
―Mi papá envió esta mañana el contrato de nuestro acuerdo financiero
―dice suavemente mientras el chef entra en el comedor con dos platos―.
¿Lo recibiste?
Me encojo de hombros mientras me ponen delante la ensalada de
sandía y queso feta. Se me hace la boca agua. Soy una cocinera horrible, y
mi dieta suele consistir en galletas, avena con trocitos de chocolate,
mantequilla de cacahuete y pasta normal cocinada en el microondas.
Luna se ofreció a que el chef me hiciera la cena mientras Miles estaba fuera
la semana pasada, pero me negué.
Es una tontería cocinar para una sola persona.
―Hoy no he visto mi correo electrónico ―respondo.
―Muy bien. En cuanto firmes el contrato, programaremos una
transferencia bancaria mensual. ―Asiento sin contestar. Miles me ve
mientras mastica. Cuando termina, traga despacio―. ¿Está bien el pago
mensual?
―Está bien.
La mano que sujeta el tenedor se detiene.
―¿Estás segura? Podemos llegar a un acuerdo semanal, si quieres.
―Dije que está bien, Miles. Para ser honesta, asumí que me controlarías
por el dinero durante todo el año.
Algo parpadea en sus ojos cuando digo eso. Casi... sorpresa.
Posiblemente culpa.
La expresión desaparece en un instante.
Interesante.
¿Por qué iba a sentirse culpable?
No estaba segura de la logística del dinero de Charles Ravage, pero
supuse que no lo recibiría hasta finales de año. Al fin y al cabo, ese fue el
acuerdo verbal.
―Bueno, así puedes utilizar el dinero para la puesta en marcha de tu
línea de ropa. Y, por supuesto, lo que es mío es tuyo durante todo el año
―añade, refiriéndose a la cláusula que yo sabía que él añadió al acuerdo
prenupcial.
―Gracias.
Sus ojos se deslizan hacia los míos brevemente antes de tragar el resto
de su vino. Yo hago lo mismo y él rellena nuestras copas. Comemos y
bebemos en silencio, aunque siento sus ojos clavados en mí durante toda
la comida. Cada vez que levanto la vista, él ya ha volteado hacia otro lado,
pero se me eriza el vello de la nuca bajo su intensa mirada.
Tengo que callarme activamente cuando la infusión de sabores de la
sandía, el queso feta y la menta crean la combinación perfecta en mi boca.
Me encanta la comida si la cocina otra persona. Cuando terminamos, llega
el siguiente plato, y doy un respingo cuando el chef me pone el plato
delante.
―¿Esto es... ―veo lo que no puede ser mi comida favorita de casa.
―Esta mañana hablé con tu papá y me dijo que te encanta el cottage
pie 5 . Así que investigamos los ingredientes ―dice con naturalidad―.
Voila, ma femme6.
Veo el puré perfectamente dorado y me trago la emoción que me sube
por la garganta.
Contrólate, Estelle. Sigue siendo un imbécil, tenga o no tu comida
favorita cocinada. Nunca me habían convencido tan fácilmente. Si sigo
desmayándome con cada bocado de atención y amabilidad que me lanza,
este va a ser un año notablemente insoportable.
Me aclaro la garganta.
―Gracias ―le digo, respirando tranquilamente. No me ve mientras se
come su plato, se limita a tararear en señal de agradecimiento sin decir
nada más.
Bien, pasaremos el año comiendo en incómodo silencio, no pasa nada.
Cuando los dos terminamos, el chef recoge la mesa antes de traer el
postre, que es una deliciosa tarta de chocolate y casi gimo cuando le doy
un mordisco.
A pesar de lo incómodas que pueden llegar a ser estas cenas, podría
acostumbrarme a la idea de cenas de tres platos cada noche.
―Esto es delicioso ―le digo a nadie en particular.

5 Es un pastel de carne molida cocida cubierta con puré de papa y horneada, muy popular en el
Reino Unido.
6 Aquí, mi esposa. En francés.
―Me alegro de que te guste ―dice Miles, con voz controlada―. Me
gustaría que cenaras conmigo todas las noches.
Su falta de entusiasmo hace que parezca que me está preguntando si
me gustaría hacerme una colonoscopia nocturna.
―Seguro.
―Y le haré saber al chef que te gustó su pastel. Te lo puede hacer
cuando quieras.
Asiento con la cabeza.
―Gracias. Me lo hacía mi abuela.
Miles se queda callado durante unos minutos, y al principio creo que
opta por ignorar mi rama de olivo.
―¿La que falleció el año pasado?
―Sí. De hecho, esa noche en la fuente... ese fue el día de su funeral.
Miles me observa en silencio mientras le doy un mordisco a la tarta.
―Lo hiciste por ella ―afirma.
Asiento con la cabeza.
―Tenía una lista de cosas que quería hacer antes de morir. Era lo último
de su lista.
Miles deja de masticar, y sus ojos me estudian mientras contempla qué
decir a continuación. Quizá se sienta como un imbécil ahora que sabe lo
importante que fue para mí toda aquella noche.
―¿Qué otras cosas estaban en la lista de tu abuela?
―Bueno, aparte de bañarse desnuda en una fuente pública, quería
hacerse un tatuaje, correr una maratón, hacer snorkel e ir al Oktoberfest.
Era una mujer aventurera a pesar de estar en silla de ruedas, así que
consiguió la mayoría de las otras cosas de su lista ―Trago saliva una
vez―. Solo puedo esperar que, cuando llegue mi hora, mi lista sea tan
corta o más que la suya.
Miles me observa con curiosidad.
―Todos podemos tener esperanza, supongo. ―Toma un sorbo de
vino―. ¿Así que hiciste todas esas cosas? ¿Las que quedaron en su lista?
―Lo hice.
Asiente una vez con la cabeza antes de seguir comiendo su tarta.
De repente recuerdo la pregunta que quería hacerle hace unos días.
―¿Por qué está cerrada la puerta del sótano?
Tose sobre su tarta y se tapa la boca con la servilleta. Unos segundos
después, me sostiene la mirada con expresión tormentosa antes de voltear
a otro lado.
―No te acerques al sótano, Estelle.
Estoy desconcertada. Quiero decir, seguro, tiene derecho a su
privacidad, pero también me parece muy extraño tener un lugar que está
fuera de los límites.
―¿Por qué? ―entrecierro los ojos mientras le doy otro mordisco a la
deliciosa tarta―. ¿Escondes cadáveres ahí abajo o algo así?
Me ve con expresión endurecida.
―Es un asunto personal ―dice rápidamente, limpiándose la boca
mientras se levanta bruscamente―. Y te pido que te mantengas alejada de
esa zona del castillo. ¿Fui lo suficientemente claro?
Yo también me levanto y le veo fijamente.
―Como el cristal ―muerdo de regreso―. Sin embargo, como tu esposa,
tengo derecho a saber si estás ocultando algo ilegal, o...
―¿No leíste el acuerdo prenupcial? Renunciaste a tus derechos en el
momento en que llegaste al altar.
El aire se me escapa de los pulmones.
―Encantador, Miles ―me burlo―. Te has superado a ti mismo.
Obligándome a casarme contigo, amenazándome con chantajearme,
diciéndome que he renunciado a mis derechos... ―Me río con dureza―.
Hasta anoche empezaba a disfrutar de tu compañía. ―Trago saliva al
pensar en cómo se disculpó por besarme en la recepción. Me pareció poco
sincero. Como si estuviera mintiendo―. ¿Por qué actúas de repente como
si no me soportaras?
Vuelve su gélida mirada hacia mí, con sus ojos clavándose en los míos.
―Porque no puedo.
―No te creo ―le digo sinceramente, acercándome un poco más.
Resopla una risa cruel.
―Bien. No me creas ―gruñe. Doy un paso más hacia él y juro que lo
veo estremecerse ligeramente. Como si me tuviera miedo.
―Bien ―le respondo mordiendo y le clavo un dedo en el pecho cuando
estoy lo bastante cerca, pero un segundo después me agarra la mano y me
la quita de encima.
―No me toques ―añade, con los ojos encendidos.
Busco en su cara algo, lo que sea, alguna pista de por qué es tan
insensible, tan frío y tan caliente.
De repente todo parece demasiado, demasiado pronto. Todo. El
almuerzo en París. Los mensajes de Wendy. Las mentiras. La boda. El
beso, y ahora, descubrir que mi marido es un imbécil maleducado capaz
de chantajear, sentirse superior y coaccionar.
Echo de menos a mi papá.
Echo de menos Londres, aunque ahora llueva y haya niebla.
Echo de menos mi piso. Claro, no era un castillo, pero era mi hogar.
Lo dejé todo atrás. ¿Y para qué?
Se me saltan las lágrimas, pero respiro hondo y las aparto.
―Lo único que te pido es que seas amable ―le digo, con la voz cargada
de emoción.
Su expresión oscila entre el desprecio y la preocupación cuando sus ojos
se posan en los míos. Veo que se lleva la mano al costado, como si
estuviera a punto de tocarme, pero lo piensa mejor.
―No estoy seguro de saber ser amable ―admite, su respuesta es
sorprendentemente sincera. Frunce el ceño mientras me estudia con
detenimiento.
Estoy a punto de responderle cuando su teléfono suena con fuerza.
Aparta la vista de mí y ve la pantalla. Lo toma y gira la pantalla para que
lo vea.
―Es el artículo de US Weekly ―me dice, desbloqueando el teléfono
mientras pulsa sobre el mensaje de Luna.
A pesar de las ganas de estrangularlo, me acerco y veo su teléfono
mientras recorro con la mirada la exclusiva sesión de fotos de anoche. Las
fotos son exquisitas, y mi corazón da un vuelco al ver la foto de portada:
la imagen de Miles besándome en el balcón. Mi mano está alrededor de
su cuello, la suya agarra con fuerza la tela de mi cadera y con la otra me
revuelve el cabello.
Es sexy y apasionada, y mi pecho se sonroja mientras Miles sigue
desplazándose.
La foto del beso se eligió como imagen principal por una razón. Todas
las demás imágenes parecen... rebuscadas. Posadas. Hay una de nosotros
en la silla en donde Miles mira hacia otro lado, casi con el ceño fruncido.
Yo parezco triste.
Parece como si te estuvieran torturando.
Esto es peor que la tortura.
Las palabras que pronunció justo antes de hacerse esa foto ruedan por
mi mente mientras cierra el teléfono y se lo guarda en el bolsillo.
―Necesitamos trabajar en nuestra química física ―le digo sin
rodeos―. Te ves como si tuvieras un palo en tu...
―Suficiente, Estelle.
La ira florece a través de mí.
―¡Míranos! Nos vemos realmente miserables. Nadie va a creer que
estamos enamorados si seguimos pareciendo que nos odiamos. Nuestras
reputaciones están en juego.
Sus cejas se juntan y sus fosas nasales se abren.
―Podemos llegar a una solución mañana.
Pasa por delante de mí hacia la puerta y lo sigo fuera del comedor.
―¿Eso es todo? ―le pregunto, frustrada.
Continúa caminando hasta la cocina.
―Dije que hablaríamos mañana ―gruñe, sin molestarse en darse la
vuelta.
Veo cómo se aleja por el pasillo que sé que lleva al sótano.
¿Qué demonios esconde Miles Ravage ahí abajo?
Espero unos minutos para darle tiempo, pero cuando llego a la puerta
de hierro, está cerrada y con seguro.
Cuando vuelvo a mi habitación, estoy que echo humo, y a veces, solo
hay una cosa que hacer cuando estás enojada y con la tensión contenida.
tomo mi pequeño vibrador, me acuesto y me masturbo bajo el edredón
naranja.
Me corro con un grito pensando en esos gemelos R apretados contra el
interior de mi muslo.
Lo peor de todo es que, después de terminar, sigo sintiéndome
sexualmente frustrada.
9
la varita

Sin pretenderlo, Estelle se ha convertido en algo más que alguien que


me atrae físicamente. Roza la obsesión. Su forma de hablar. La forma en
que utiliza el cuchillo y el tenedor: sus dedos se enroscan delicadamente
alrededor de los cubiertos. El movimiento de sus labios acolchados al
masticar. No me rehúye y eso me hace codiciarla. Me hace sentir
desesperado por ella.
Siento que mi fachada controlada empieza a resquebrajarse.
¿Qué demonios me está haciendo?
Antes de la cena, me dije que podía ser profesional. En lugar de fijarme
en Estelle y en cómo se le veían las piernas con esos pantalones cortos, me
centré en su incesante necesidad de la tener razón y en cómo le encantaba
sacarme de quicio. Los contenedores adicionales que ahora adornaban la
encimera de mi cocina lo demostraban. Si yo le decía que no hiciera algo,
ella lo hacía, y eso me enojaba.
En lugar de admirar la forma en que su trasero y sus muslos llenaban
esos pantalones cortos, me centré en alejarla siendo un hijo de puta. Es
mejor así, de todos modos. Mejor alejarla antes de que se encariñe. Mejor
mantener a raya sus preguntas sobre el sótano. Mejor luchar contra ella a
cada paso para que aprenda que Miles Ravage no es redimible.
Todos los demás ya lo sospechan.
¿Por qué no añadirla al grupo?
Soy un hijo de puta que se desprecia a sí mismo, pienso, observando a la
pareja que tengo delante.
Sentado en el sofá del sótano, solo puedo concentrarme en la forma en
que la blusa de Estelle estaba ligeramente desabrochada, dejando al
descubierto la piel dorada de su escote. Cierro los ojos y me pellizco el
puente de la nariz, ignorando los sonidos que emite mi vanguardista
habitación de cristal. Normalmente, observar a la gente es suficiente para
sacarme de mi depresión. Una hora en el sótano, una pareja que es pagada
generosamente por actuar juntos, una habitación con espejos
bidireccionales. Ellos no pueden verme, pero yo sí a ellos.
Siempre es suficiente para relajarme.
Antes era suficiente.
Me desabrocho los pantalones y le pido a mi polla que se despierte,
pero no pasa nada. No puedo dejar de pensar en la mujer de arriba.
Salgo del sótano frustrado y enojado y subo las escaleras de la planta
baja de dos en dos. ¿Cómo ha podido afectarme así?
Normalmente, puedo contar con esto.
Esta afición por observar a otras personas.
Siempre ha sido mi debilidad.
Pero supongo que Estelle ha tomado ahora el primer lugar.
Una vez en la cocina, me sirvo más vino. Luna está sentada en la isla,
tecleando en su iPad.
―¿No estás abajo? ―pregunta atentamente, observándome mientras
bebo un sorbo lento y constante del líquido rojo.
Sacudo la cabeza, no dispuesto a darle explicaciones.
Solo Luna y Chase saben de mis inclinaciones.
Voyeurismo: me excita sexualmente ver a otras personas desnudas o follando.
Empezó de joven. Como soy observador por naturaleza, me gusta mirar
a la gente, y no fue hasta que tuve dieciocho años y vi a dos desconocidos
masturbándose cuando me di cuenta de que me excitaba viendo a otras
personas hacerlo. Como joven de dieciocho años, era un refugio seguro
para mí. No tenía que follar con nadie, no tenía que enseñarle a nadie mis
cicatrices. Para mí era lo mejor de los dos mundos. Cuando me mudé
oficialmente al castillo después de fundar Ravage Consulting Firm, hice
construir la habitación de cristal del sótano. Un par de veces a la semana,
contrato a parejas para follar, o a veces, solo a mujeres solas. Depende de
mi humor. Saben que están siendo observadas, pero no saben por quién.
Gracias al acuerdo de confidencialidad, aunque sospechen quién está
detrás de esas paredes de espejo, están legalmente obligadas a guardar
silencio.
Sigo acostándome con cualquiera, sigo encontrando formas de
satisfacer mis impulsos carnales, pero todas las mujeres con las que me
acuesto saben que no me quito la ropa, que no pueden tocar mis cicatrices
y que es solo por una noche. Nunca me uno a las personas que contrato
para actuar, todo lo que necesito es observarlos. Eso es lo bonito.
Puedo mirar desde lejos y seguir teniendo un orgasmo.
Sé que a Chase le va el rollo primitivo dominante, pero no es lo que más
me gusta. El voyeurismo tiene muy mala prensa. Los mirones, la gente
que hace fotos de faldas... yo no hago esa mierda. El consentimiento sigue
siendo importante, y mantengo mi perversión encerrada en el sótano de
abajo, solo con la gente a la que pago y de la que obtengo el
consentimiento.
Lo tengo muy controlado, como cualquier otro aspecto de mi vida.
Estelle es la primera persona que intenta romper esos muros de cristal,
y eso me aterroriza.
―¿Quieres que los envíe a casa? ―pregunta Luna con cuidado.
Asiento con la cabeza.
―Gracias, Luna. ¿Estelle se fue a la cama?
Sus labios teñidos de rojo se crispan con un atisbo de sonrisa.
―Creo que sí.
Termino mi copa de vino, la dejo en el lavavajillas y me dirijo a la salida
de la cocina.
―Ella es encantadora ―dice Luna justo cuando me acerco a la
puerta―. Me refiero a Estelle. ¿Sabe lo del sótano?
Me pongo rígido y me rechina la mandíbula.
―No, y prefiero que siga siendo así.
Doy un paso más para salir de la cocina cuando Luna vuelve a hablar.
―Perdona que me entrometa, pero como alguien que lleva casada casi
una década, puede que esto sea algo que te gustaría compartir con ella.
Mi mente está gritando.
No es real. Nada de esto es real.
―Quizá ―le contesto, apaciguándola.
―No la conozco muy bien, pero veo que te adora ―añade Luna―. Me
pregunto si estaría interesada en acompañarte abajo una noche.
Me toco la nariz y le sonrío amablemente a Luna. Sé que tiene buenas
intenciones, pero no puedo evitar sentirme triste porque la situación de la
que habla nunca se producirá, porque Estelle es mi esposa solo de
nombre.
Nunca tendremos ese tipo de intimidad.
Ella nunca querría estar conmigo de esa manera.
―Lo pensaré ―miento, alejándome.
Una vez dentro de la habitación, echo un vistazo a la puerta del
dormitorio de Estelle, pero veo que está cerrada. Me quito la corbata, tomo
una botella de agua del refrigerador y entro en mi dormitorio. Aún no
estoy cansado, pero quizá me convenga darme una larga ducha. Dejo el
traje en la tintorería y entro en el cuarto de baño en bóxers.
Y lo primero que veo es el vibrador junto al lavabo de Estelle.
No me muevo durante un minuto, dejando que se asimile que mi mujer
se dio placer a sí misma esta noche. Y luego tuvo las pelotas de dejarlo ahí
para que yo lo viera.
Casi como si quisiera que lo viera, como si quisiera que la imaginara usándolo.
Sabe que compartimos este baño, después de todo.
Mi polla palpita de necesidad mientras me acerco a su lado, tomo la
varita y la agarro con la mano mientras la veo fijamente. Hay un spray
limpiador de juguetes cerca, así que debe de haberlo dejado fuera para
que se seque.
Un destello de celos me recorre, y mi polla se endurece por completo
cuando pienso en ella pasándose este juguete por su adolorido y húmedo
coño. Palmo mi erección cuando pienso en ella corriéndose en la cama a
una habitación de distancia, con la espalda arqueada y pequeños gemidos
escapando de sus labios carnosos. Dejo el vibrador en mi lado del cuarto
de baño, viendo fijamente hacia su puerta.
¿Pensó en mí? ¿O en otra persona?
Mierda.
Ni siquiera pude empalmarme en el sótano mientras miraba a la pareja
por la que había pagado para estar ahí, y aquí estoy imaginando a Estelle
jugando consigo misma, duro como el acero.
Vuelvo a mirar el vibrador, me dirijo a la ducha y la abro, me quito los
bóxers y me meto en la gran cascada con paneles de cristal.
Solo tardo tres segundos en tomar un poco del acondicionador con
aroma a jazmín de Estelle, frotarlo por toda mi adolorida polla y follarme
con la mano. Huele como ella, y eso no hace más que potenciarlo todo.
Me acaricio más deprisa, apretando la cabeza de mi polla y frotando el
acondicionador por todas partes.
Pienso en Estelle mientras me acaricio las pelotas con la otra mano, y
pienso en los sonidos que habría hecho mientras se daba placer. Casi
puedo verla en mi mente. Esas tetas turgentes apuntando hacia arriba
mientras está acostada sobre ese atroz edredón naranja, sus pezones rosas
claros, las piernas tonificadas abiertas y dobladas por las rodillas...
¿Está depilada? ¿O tiene rizos rubios por encima del coño?
¿Y por qué tengo tantas ganas de saberlo?
Me masturbo con la mano con más fuerza, apretando el agarre. La
mano con la que jugaba con mis pelotas se acerca a la pared de la ducha y
me apoyo en ella mientras trabajo con la otra mano más deprisa. Se me
suben las pelotas y siento un cosquilleo revelador en la base de la
columna. Imagino que me cierno sobre Estelle y me la follo en lugar de
hacerlo con la mano, y eso me excita por completo. No recuerdo la última
vez que tuve que correrme así. No recuerdo la última vez que me sentí
tan excitado.
Ella me hace esto.
Suelto un gemido bajo mientras me recorre el placer.
Manteniendo la boca cerrada y asegurándome de no hacer ruido,
acelero el ritmo y empiezo a acariciarme sin descanso, utilizando el
acondicionador para rozar la cabeza de mi adolorida polla con el pulgar.
Aprieto con más fuerza, toda mi polla se pone completamente rígida y
mis pelotas se levantan mientras los dedos de mis pies se enroscan contra
el suelo de mármol de la ducha.
―Estelle…
Me corro con fuerza. Mi polla se arquea y palpita en mi mano mientras
grandes y gruesas hileras de semen pintan la pared de la ducha. Siseo y
todo mi cuerpo se estremece mientras continúo eyaculando durante
varios segundos, corriéndome más fuerte que en años. Jadeando, apoyo
ambas manos en la pared y apoyo la frente en el frío mármol.
El agua caliente me golpea la espalda mientras permanezco ahí un
minuto, cerrando los ojos y rechinando la mandíbula.
No puedo creer que haya perdido el control así.
Mierda.
¿Qué acabo de hacer?
Ayer me prometí a mí mismo que intentaría mantenerme alejado de
ella, intentar ser profesional.
¿Pero esto? Esto es lo contrario de profesional.
Si ya me comporto como un adolescente cachondo con ella el primer
día de nuestro falso matrimonio, no sé lo que me depararán los próximos
364 días.
Estoy completamente jodido.
10
la práctica

Después de ponerme el pijama, me doy cuenta con un sobresalto de que


dejé el vibrador al aire libre para que lo vea todo el castillo Ravage o, lo
que es más importante, mi malhumorado marido. Dios, ¡imagínate si lo
hubiera visto al lado del lavabo!
Hablando de vergüenza.
Abro de un tirón la puerta del cuarto de baño y algunas cosas quedan
muy, muy claras en rápida sucesión.
Uno, las luces son tenues.
Dos, la ducha está abierta y hay un montón de ropa oscura delante.
Tres, mi vibrador está ahora en el lado de Miles del baño.
Estoy a punto de preguntar si el imbécil de mi marido se ha metido con
mi juguete sexual cuando suelta un gemido bajo y embriagador desde el
interior de la ducha.
Separo los labios y veo hacia la ducha. Las luces están demasiado bajas
para ver nada con detalle, pero puedo distinguir la silueta general de
Miles.
Y lo que está haciendo.
No puedo moverme.
Sé que debería dejarlo masturbarse en paz, de verdad.
Pero... hay algo en la forma en que el agua salpica su mano, el sonido
húmedo al acariciarse, el eco del gemido que ha soltado hace un
segundo...
El corazón me golpea el pecho.
Vuelve a gemir y veo con los ojos muy abiertos cómo se apoya en la
pared de la ducha. Está de espaldas a mí y la ducha debe de estar fría,
porque apenas sale vapor.
Mis ojos se ajustan y recorren su musculosa espalda hasta su trasero,
hasta los músculos que se contraen.
Mientras mueve sus caderas hacia arriba y hacia su mano.
Debería apartar la mirada, pero no puedo.
Quiero -necesito-, ver esto.
Ver cómo se lleva a sí mismo al límite...
Ahora respira con dificultad, dejando escapar bocanadas de aire.
Esto está mal.
Vete, Estelle.
Justo cuando consigo mover los pies, él emite una especie de rugido
animal y estruendoso que me produce un cosquilleo en todo el cuerpo y
me eriza la piel de excitación. Veo cómo se mueve con las caderas, cómo
se sacude mientras echa la cabeza hacia atrás, casi como si lo estuvieran
electrocutando.
―Estelle ―dice con voz ronca.
Mierda.
Luego suelta la mano y apoya la frente contra la pared, recuperando el
aliento.
Todavía tengo el corazón acelerado cuando me doy la vuelta y salgo
del baño, asegurándome de que la puerta de mi habitación está cerrada.
Mierda, mi varita...
No hay tiempo.
No puedo arriesgarme a que salga de la ducha y se dé cuenta de que lo
observo como una acosadora.
Me meto en la cama y hundo la mano bajo la banda del pantalón del
pijama, con dos dedos contra mi húmedo clítoris. ¿Por qué estoy tan
mojada? Un orgasmo feroz me atraviesa treinta segundos después, y de
repente me doy cuenta de que es por él.
Me excitó verlo.
¿Y lo peor? Me excitó más que él no tuviera ni idea de que yo estaba al
tanto de que se estaba masturbando en la ducha.
Me duermo satisfecha... con una pizca de culpabilidad.
Aún así... dijo mi nombre.
Eso tiene que significar algo.

Me despierto antes de que salga el sol, así que, después de lavarme los
dientes, recojo mi material de dibujo y bajo las escaleras en pijama.
Apenas son las cinco de la mañana y la puerta de Miles está cerrada, así
que espero tener un rato a solas para trabajar en mis dibujos antes de salir
a dar mi paseo diario. Bajo tranquilamente las escaleras alfombradas y me
arrepiento de no haberme puesto los tenis cuando mis pies se topan con
las frías baldosas de la planta baja. La cocina aún está a oscuras y enciendo
la luz para preparar mi taza de té y mi avena con trocitos de chocolate y
mantequilla de cacahuete.
El año pasado aprendí que las rutinas son fundamentales para mi salud
mental. Cuando me mudé aquí, intenté mantener en la medida de lo
posible la rutina que tenía en casa, es decir, mi té con avena, un largo
paseo matutino, veinte minutos tomando el sol para obtener vitamina D
natural y una larga y lujosa ducha. El resto del día podía irse a la mierda,
pero si tenía esas cuatro cosas, seguro que era un buen día.
Tras sentarme en uno de los taburetes de la isla, empiezo a esbozar
ideas para mi línea de ropa, ignorando las encimeras recién desnudas de
la cocina. Obviamente, Miles vio los contenedores adicionales y los colocó
en la despensa.
Estúpido.
Este va a ser un año obscenamente largo de tira y afloja.
Me quito de la cabeza todos los pensamientos sobre mi nuevo marido
y me inclino hacia atrás mientras veo fijamente el boceto en el que estoy
inmersa.
Ya he hecho el trabajo de marketing de VeRue, el nombre provisional
de mi línea de ropa. Es un juego de palabras con mi apellido y me gusta
lo sencillo que suena. Lo primero y más importante, como en cualquier
nueva aventura empresarial, es identificar el nicho de mercado. Ya sé lo
básico. Quiero diseñar y fabricar ropa accesible, moderna y a la moda:
camisetas, pantalones, jerseys y lencería para personas con discapacidad.
También soy muy inflexible en cuanto al tallaje inclusivo.
Trago saliva cuando veo los jeans rotos, más altos por detrás y más
bajos por delante. Mi abuela estuvo en silla de ruedas la mayor parte de
su vida adulta, y recuerdo que me contaba que siempre andaba a la caza
de jeans que fueran cómodos para personas que pasaban sentadas la
mayor parte del día.
En cierto modo, esta línea de ropa es para ella y para gente como ella.
Personas queridas que quieren -y merecen-, verse y sentirse bellas.
Anoche hice números en la cama, y menos mal que hoy recibiré el
primer pago del dinero de Charles. Tengo que ponerme manos a la obra
si quiero poner en marcha esta línea el año que viene. Para empezar,
necesito mucho dinero para publicidad, así que me alegro de disponer de
una reserva decente de fondos. También me he puesto en contacto con un
diseñador de páginas web para crear un sitio web y diseñar un logotipo;
mi sitio web actual es muy, muy triste y necesita una renovación
importante.
También necesitaré una máquina de coser, algo para empezar a jugar
con patrones y diseños. En Londres, tomé prestada la máquina de una
amiga.
Actualmente, tengo algunas cosas de origen ético en mi sitio web:
americanas, vestidos y camisas, sobre todo. Me gusta hacerme una idea
de las telas, y un puñado de gente ha estado apoyando mi pequeña tienda
independiente. Las cuentas de VeRue en las redes sociales son pequeñas,
pero espero darles un empujón antes del lanzamiento. Todo está
empezando a encajar, y tengo la esperanza provisional de que tal vez, solo
tal vez, VeRue esté funcionando a toda máquina el año que viene por estas
fechas.
Me concentro en terminar el boceto de los jeans cuando Miles entra en
la cocina con aire alerta.
―Buenos días ―dice bruscamente.
Ya va vestido con una camisa blanca abotonada y unos gemelos
dorados con la letra R en las mangas. Los pantalones negros le ciñen
perfectamente la cintura y las caderas, y rápidamente echo un vistazo a
su cinturón negro con la hebilla dorada de Cartier, admirando cómo el
oro de sus gemelos complementa todo su atuendo.
¿Cómo es que siempre está tan arreglado?
Lo estoy viendo y preguntándome si duerme con el traje puesto -de pie,
como un vampiro-, cuando carraspea y me despierta de mi estupor.
―¿Estelle?
Me sobresalto al oír mi nombre, y de repente recuerdo lo de anoche. De
mi masturbación secreta. De la suya.
Mierda.
―Perdón, sí, buenos días.
Sonríe mientras muele su espresso, pero no dice nada. De pronto me
doy cuenta de que sigo en pijama de seda turquesa y sin sujetador.
No quiero ni saber cómo tengo el cabello...
Lo aliso con las manos antes de aclararme la garganta.
―Entonces, estaba pensando... ―empiezo, juntando las manos en la
isla―. Probablemente deberíamos practicar.
Mis mejillas se sonrojan y, cuando veo a Miles, está apoyando la cadera
en el mostrador, observándome con expresión confusa.
―¿Practicar qué?
Suspiro.
―Esas fotos del banquete de bodas fueron realmente atroces. Cualquier
persona medianamente inteligente se dará cuenta de nuestra farsa si
vuelve a ocurrir. Podremos disimular esas fotos diciendo que fueron los
nervios, pero si vuelve a ocurrir... los medios de comunicación verán a
través de nosotros. Por no mencionar que no querrán darnos publicidad
si piensan que siempre nos vemos miserables juntos...
―¿Y qué propones exactamente?
Me encojo de hombros y me paso un rizo por detrás de la oreja
izquierda. Sus ojos siguen mis movimientos mientras trago saliva
nerviosa.
―En una escala del uno al diez, ¿qué tan cómodo te sientes conmigo?
¿Físicamente? ―añado, odiándome por tener que hacerle una pregunta
tan atrevida.
―Cero.
Aprieto los labios.
―Genial ―murmuro, irritada―. Me lo imaginaba, y por eso debemos
practicar.
―Estelle, ¿qué me estás preguntando?
Mis fosas nasales se ensanchan cuando usa mi nombre completo. Sé que
lo hace para enojarme, y está funcionando. De repente, se me ocurre una
idea.
―Sé que probablemente estés acostumbrado a que las mujeres caigan
rendidas a tus pies, pero vas a tener que esforzarte un poco más conmigo
―le digo―. Para empezar, deberíamos ponernos apodos. ¿Qué te parece
querido?
Sus manos dejan de jugar con sus gemelos ante el apelativo cariñoso.
―No me llames así.
―¿Bebé? ―Lo intento.
Se burla.
―Voy a vomitar.
Me río.
―Seguiré probando distintos nombres hasta que te guste uno, amor
―ofrezco, cruzándome de brazos.
―O podríamos solo llamarnos por nuestros nombres ―murmura,
pulsando el botón de encendido de su espresso.
―Podríamos, pero parece que tienes un problema con llamarme Stella.
Su mandíbula se tensa mientras observa cómo gotea el café en su taza
de capuchino de porcelana.
―No me gustan los apodos.
Frunzo los labios y bajo la voz.
―Ah, ¿es siempre tan gruñón mi corpulento y hosco marido?
Me ve a la cara con sus iris verdes.
―¿Esperas que interactúe contigo cuando estás siendo una molestia?
―Oh, vamos ―me burlo, sonriendo ampliamente.
Se dirige al refrigerador, saca leche y la añade a su espumador de acero
inoxidable.
―Está bien, te seguiré la corriente. Podemos practicar, Estelle ―dice
despacio, con los ojos puestos en la máquina mientras espuma leche con
pericia.
Por primera vez, creo que disfruto con el hecho de que se niegue a
llamarme Stella. Que sea el único que no ha tomado la indirecta. Como si
fuera un nombre que solo él puede usar.
¿Por qué te molesta tanto tu verdadero nombre? Es un nombre precioso.
¿Sabías que significa estrella en latín?
―Pero tengo tres preguntas para ti antes de empezar.
Trago.
―Okey.
Añade la espuma a su espresso, y las venas de sus manos sobresalen
con cada movimiento de muñeca. Cuando termina, lo mete todo en el
lavavajillas. Me he dado cuenta de que hace esto a menudo. En lugar de
dejar las cosas en la encimera, las limpia al instante. Se gira hacia mí,
levanta la taza y bebe un sorbo antes de hablar.
―En una escala del uno al diez, ¿qué tan cómoda te sientes conmigo?
Físicamente ―añade arqueando una ceja.
―Cero ―le digo sinceramente.
No es del todo cierto. Hemos tenido... práctica.
―¿Cómo es que sabía que harías esto difícil? ―Gruñe―. ¿Y tu objetivo
es... qué? ¿Llegar a diez?
Me encojo de hombros.
―Sí, pero eso implicará que no seas un imbécil. ¿Seguro que estás
dispuesto?
Asiente una vez, sin dejar que mis burlas lo afecten. Al menos en
apariencia.
―Puedo intentarlo.
Sonriendo, ladeo la cabeza.
―Gracias.
―Segunda pregunta ―dice despacio, sus ojos recorren mi rostro―.
¿Por qué Chanel nº 5?
―Era el perfume de mi abuela, me recuerda a ella ―le digo
sinceramente.
Él mira su café.
―¿Significaba mucho para ti? Por cierto, esa no es mi tercera pregunta.
Aprieto los labios y pienso cuánto debo contarle. Sin embargo, a
diferencia de él, yo no tengo por qué ocultar nada, así que respiro
entrecortadamente antes de responder.
―Sí. No conocí a mi mamá, así que lo que me faltaba de calor maternal,
lo obtuve de ella ―explico, sintiendo que se me hace un nudo en la
garganta como cada vez que hablo de mi abuela―. Ella vivía en París
cuando yo crecía en Londres, pero nos veíamos siempre, y yo solía pasar
los veranos en su piso de la Île Saint-Louis.
Levanta la cabeza hacia la mía.
―¿Île Saint-Louis? Donde me dijiste que fuera... ―se interrumpe al
darse cuenta―. Es tu parte favorita de París porque es donde vivía ella
―concluye.
No digo nada y hago un gesto afirmativo con la cabeza.
―Okey, tercera pregunta. ¿Qué tatuaje te hiciste en honor a tu abuela?
De todas las preguntas que podría haberme hecho, ésa no me la
esperaba. Veo hacia la isla y respondo en voz baja, recordando aquella
noche en un sórdido salón de tatuajes de París.
―Una mariposa ―respondo, mirándolo.
Mueve los labios, pero no sonríe.
―¿Dónde?
Sin responder, me siento erguida y me desabrocho la camisa del pijama
sin pensarlo, bajándomela lo justo para mostrar la mariposa que tengo en
el esternón. Está justo en medio, debajo de los pechos. No le dejo ver nada
que no deba, pero la forma en que Miles deja su taza pesadamente sobre
la isla de mármol y da varios pasos hacia adelante, con los ojos clavados
en mi pecho...
Me arde la piel bajo su mirada.
―Quería un sitio en el que pudiera esconderlo debajo de una camisa.
Así está cerca de mi corazón ―explico, tragando grueso.
―Esa noche ―murmura―. Cuando me preguntaste si tenía un tatuaje.
¿Tenías esto?
Asiento con la cabeza.
―Sí. Podrías haberlo visto si no te hubieras comportado como un
caballero.
Sus ojos verdes se clavan en los míos con una mirada de determinación
en su rostro mientras extiende una mano hacia adelante.
―¿Puedo? ―pregunta.
Su máscara hosca ha desaparecido, sustituida una vez más por esa
mirada. La que me hace desmayarme. La que me hace pensar que Miles
Ravage es muy, muy bueno ocultando sus verdaderos sentimientos.
Parece casi aturdido.
―Adelante ―le digo.
Se agacha y traza con el pulgar el contorno de la pequeña mariposa, de
unos cinco centímetros de ancho. Sus dedos se enroscan y rozan mi piel
desnuda. La camisa del pijama está a unos centímetros de abrirse del todo
y dejarme al descubierto. Con cada movimiento de su pulgar, intento no
jadear en voz alta. Se me eriza la piel y Miles tararea en voz baja.
Mierda.
¿Por qué es tan sexy ese ruido?
―Creo que ya estamos al menos un uno sobre diez, ¿no crees,
mariposa? ―pregunta, con voz casi suave.
―Yo... qué... sí ―respondo mudamente, procesando sus palabras.
Y ese apodo...
Una piedra pesada y dolorosa se instala entre mis piernas al oír cómo
su voz grave enuncia cada sílaba.
Mariposa.
Se aparta y, cuando vuelvo a mirarlo a los ojos, sus pupilas están
ligeramente dilatadas. Se relame y sacude la cabeza mientras da un paso
atrás.
Prácticamente puedo ver los ladrillos que está colocando, construyendo
un muro demasiado alto para que nadie pueda escalarlo.
Se aclara la garganta y se acerca de nuevo a su macchiato. Yo me
acomodo la camisa y me la abrocho rápidamente.
―Voy a dar un paseo dentro de unos minutos, si quieres acompañarme
―le ofrezco―. Quizá podamos desayunar juntos. Cuanto más tiempo
pasemos juntos, más cómodos nos sentiremos en público.
Frunce el ceño mientras me observa, sorbiendo su café.
―¿Un paseo?
Asiento con la cabeza.
―Salgo a pasear todas las mañanas. Me ayuda a... ―Suelto,
mordiéndome el labio inferior―. Me mantiene en equilibrio.
Ladea la cabeza y no dice nada, así que sigo hablando nerviosamente.
―Subiré a cambiarme el pijama ―le digo.
Frunce el ceño.
―No tengo tiempo para pasear, Estelle.
Arrugo las cejas.
―¿Cómo esperas llegar a un diez si nunca pasamos tiempo juntos?
―¿De qué estás hablando? Te dije que podemos cenar juntos todas las
noches…
―No es suficiente ―digo, con las mejillas encendidas―. Y aunque lo
fuera, reñirme por un pastel y pasar la mayor parte de la velada en un
incómodo silencio no es la forma de hacernos amigos.
Le tiembla la mandíbula y me ve con el ceño fruncido.
―Bien. Vamos a dar un paseo, entonces. ―Sale de la cocina y juro que
le oigo murmurar insufrible mocosa al doblar la esquina.
11
el paseo

Unos minutos más tarde, estoy paseando junto a la puerta trasera


mientras espero a que Estelle se reúna conmigo para dar un paseo. El sol
empieza a despuntar sobre las colinas de Crestwood, bañando la parte
trasera del castillo con una luz dorada de color melocotón. Me meto las
manos en el bolsillo del pantalón mientras contemplo el horizonte,
preguntándome por qué acepté dar un paseo con ella. No mentía al decir
que no tengo tiempo para pasear. Tengo una reunión a las ocho en la
oficina y ya son casi las seis. Tengo que salir en la próxima hora si quiero
llegar a tiempo. Refunfuñando para mis adentros por la vivacidad de
Estelle, estoy a punto de subir las escaleras y exigirle que me explique por
qué tarda tanto cuando la oigo entrar a trompicones en la habitación, con
sus tenis chirriando contra el mármol.
―¿Sabes? La mayoría de la gente levanta los pies cuando camina
―musito, dándome la vuelta y arqueando una ceja mientras ella se
acerca―. Pisas fuerte donde caminas y haces mucho ruido.
Ladea la cabeza y me sonríe. Lleva el cabello rizado recogido en una
coleta alta y lleva puesto... ¿qué demonios lleva puesto? Es como un
leotardo, pero para todo el cuerpo. Es negro, ceñido, y tiene una sudadera
rosa chillón en las manos. En los pies lleva unos tenis amarillos. La tela
negra se ciñe a todas las curvas de su cuerpo y se me llena la boca de saliva
mientras observo lentamente su atuendo.
No debe de llevar sujetador, porque puedo ver sus pezones apretados
y pequeños asomando por la tela justo antes de que se ponga la sudadera.
Siento que se me eriza la polla al pensar en lo suave que era su piel antes,
en cómo podía ver la turgencia de sus dos pechos tan cerca de quedar al
descubierto, a escasos centímetros de mi dedo. Imagino que son boyantes
y suaves, un puñado perfecto, y ese pensamiento me lleva a pensar en
cómo me masturbé pensando en ella anoche. Cómo me sentiría al deslizar
mi polla entre esos montículos flexibles, cómo me sentiría al apretarlos
alrededor de mi polla, y la sensación suave y aterciopelada de su piel
envolviéndome mientras me corro sobre su pecho...
Este tipo de atuendos no me ayudan a alejarme de ella.
Y realmente, realmente necesito alejarme de ella.
―¿Vamos? ―me pregunta alegre, ajena a mis pensamientos lascivos y
obscenos.
―Si debemos hacerlo ―respondo, manteniendo la voz dura.
―Oh, por favor. Seguro que lo disfrutas. Me parece que hacer ejercicio
a primera hora de la mañana ayuda a mi estado de ánimo durante todo el
día. Tal vez si hicieras ejercicio regularmente, no estarías de tan mal
humor.
La veo con el ceño fruncido mientras abre la puerta trasera y nos
conduce al espacioso jardín trasero del castillo.
―Hago ejercicio. Tengo pesas y una cinta de correr en mi oficina del
trabajo ―respondo, casi con petulancia. Frunzo el ceño e intento no mirar
su voluptuoso trasero cuando se adelanta―. ¿Por eso estás tan animada
todo el tiempo?
No dice nada mientras rodeamos la piscina. Me lleva a un lado del
jardín, abriendo una puerta a la izquierda de los terrenos del castillo y
caminando hacia el sendero que había olvidado por completo desde que
era niño. Mi mamá solía pasear por aquí a veces. Es un camino de tierra
que rodea toda la propiedad y luego serpentea por la montaña un poco
por encima del castillo. Según recuerdo, tiene un par de kilómetros de
largo.
Tendría que retrasar mi reunión si hiciéramos todo el circuito, y
conociéndola, quiere hacer todo el maldito circuito.
Frunzo el ceño ante la idea de que Estelle me estropee la mañana y dejo
de caminar.
―Tengo otra idea ―digo en voz alta.
Me lleva unos metros de ventaja y se gira para mirarme.
―¿De verdad vas a enseñarme lo que escondes en tu sótano?
Esta mujer...
―No. ¿Pero quieres conocer a Lucifer?
Ladea la cabeza mientras me observa escéptica.
―Siento que es una pregunta capciosa.
Me río a pesar de mi irritación.
―Vamos.
―Sé que me detestas, Miles, pero llevar a tu esposa a conocer al diablo
probablemente esté mal visto ―añade, con voz grave y gutural, mientras
viene a ponerse a mi lado.
La forma en que sus labios ruedan casualmente sobre tu esposa...
Sacudo la cabeza para aclarar mis pensamientos, caminando en
dirección contraria hacia el lado derecho del castillo, donde se encuentra
el potrero de Lucifer. Está oculto tras un seto, y solo unas pocas personas,
entre ellas Louis, que cuida de Lucifer a diario, saben que está aquí detrás.
Estelle me sigue con cautela cuando me acerco a la puerta e introduzco el
código. Abro la puerta y le hago un gesto para que me preceda.
―Después de ti ―le digo.
Me ve con cautela antes de cruzar primero la puerta.
Y entonces, antes de que entienda lo que está pasando, murmura algo
en voz baja y se retuerce, chocando con mi cuerpo y rodeándome con sus
brazos.
―Oh, no, oh, no, oh, no ―murmura.
Estoy demasiado sorprendido para hacer nada y, antes de que pueda
preguntarle qué le pasa, Lucifer balbucea y salta hacia nosotros.
―Dios, Miles. Tienes que estar bromeando.
Parece aterrorizada y, mientras la rodeo con mis brazos, veo por encima
de su hombro para ver si hay un oso u otra cosa igual de aterradora. No
hay nada, solo Lucifer.
Mi cabra enana.
―Mmm ―murmuro, sin querer soltarla. Su cuerpo es cálido y suave, y
se siente increíble contra el mío―. ¿Pasa algo? ―le pregunto despacio.
―Me aterrorizan las cabras ―dice, con la voz quebrada―. Me dan un
miedo atroz, terrible y demencial.
Aprieto los labios para no reírme a carcajadas.
―¿Te... dan... miedo... las... cabras?
Ella resopla indignada.
―Sí, Miles. Sé que no tiene sentido, pero hay algo en sus pequeños ojos
brillantes...
Mi risa la interrumpe y se aparta de mí rápidamente, con la ira
inundando su expresión. Sus rasgos se contraen mientras me empuja el
pecho.
―¡No tiene gracia! ―grita.
Lucifer está de pie detrás de ella, y balando en voz alta.
Perfecta sincronización, amiguito.
Estelle grita y salta, escabulléndose y volviendo a cruzar la verja detrás
de mí.
―Hoy no, Satanás ―dice antes de cerrar la puerta.
Lucifer ve hacia la puerta por la que se fue y yo no puedo evitar sonreír
mientras me agacho y le acaricio la parte superior de la cabeza.
―No te preocupes, Luc. Trabajaremos en ella, ¿okey? Obviamente no
sabe lo lindo e inocente que eres.
Lucifer deja escapar un pequeño balido y me acerco a la casita que Liam
construyó para él el año pasado. Compruebo que tiene suficiente agua y
comida y le digo que volveré más tarde para ver cómo está.
Mientras me alejo hacia la puerta, oe oigo saltar hacia su zona de juegos.
Porque sí, las cabras necesitan juguetes enriquecedores y un entorno
estimulante. Y, como las posibilidades de reproducirme con alguien y
crear otro humano son muy, muy bajas, he hecho todo lo posible para que
este lugar sea lo más moderno posible. Rocas, troncos de árboles de
distintos tamaños, plataformas, túneles, un balancín y un campo de hierba
crecida...
Es la cabra más mimada que he conocido.
Sigo sonriendo cuando cierro la puerta tras de mí. Estelle está apoyada
en un lateral del castillo, mirándome con rabia.
―Podrías haberme avisado ―me acusa.
Por mucho que quiera disculparme por reírme, tampoco puedo evitar
encontrar su miedo a Lucifer jodidamente adorable.
Levanto las manos en señal de rendición.
―Te prometo que no te perseguirá con sus ojos brillantes ―bromeo―.
Aunque supongo que si me enojas de verdad, no dudaré en soltarlo en
nuestros aposentos.
Gruñe mientras se lanza hacia adelante, empujándome bruscamente.
―Eso no tiene gracia ―dice indignada―. No te atreverías ―dice
entrecerrando los ojos.
Y… mierda.
Le sonrío mientras mis manos agarran sus muñecas por voluntad
propia. El sol se asoma por el horizonte y hace que su piel brille con un
tono dorado. Sus ojos azules, normalmente tan oscuros, parecen casi
helados, y sus mejillas están sonrojadas por la brumosa y fresca mañana
y probablemente un poco por estar enojada conmigo.
―Me parece inquietante que aterrorizarme con tu cabra sea lo que
consiga que me sonrías de verdad ―dice secamente.
Resoplo una carcajada. Supongo que no se equivoca, pero mierda. ¿Por
qué disfruto tanto sacándola de quicio?
¿Y por qué realmente quiero besarla en este momento?
Me alejo rápidamente al pensar en eso. A veces admiro a mi hermano
Chase, por haber perseguido a Juliet sin piedad una vez que ella llegó a
él. Ella tuvo que presionarlo para llegar a ese punto, claro, pero una vez
que lo hizo, su relación fue explosiva y feroz, una vorágine de angustia y
años de anhelo reprimido. Estoy seguro de que si él estuviera en mi lugar,
la tendría de rodillas, suplicando más. Trago saliva y veo hacia otro lado,
tratando de mantener una expresión neutra e indiferente.
Ese no soy yo.
No soy tan seguro de mí mismo como mis otros hermanos, aunque
quiera que la gente piense que lo soy.
Por eso me tapo las cicatrices, porque es más fácil asumir el papel que
he creado si la gente no se fija en lo único que no soporto de mí mismo.
Pero a pesar de eso... Estelle está empezando a afectarme. Lentamente,
como oler un incendio forestal desde lejos. Pequeños indicios de un olor
al principio, no lo suficiente como para hacer que te detengas. No hay
nada de qué preocuparse, pero cuanto más se acerca, más empieza a
impregnar mis sentidos, y como un incendio forestal, arde lentamente al
principio. Pequeñas brasas que se prenden en un árbol cercano, que dan
lugar a más brasas, más llamas.
Hasta que es demasiado tarde y te envuelven unas llamas que nunca
viste venir.
No me entrego fácilmente a nadie. Nunca he estado enamorado. Nunca
me vi en una relación seria, y hasta hace unos meses, seguro que nunca
me vi casándome. Solo se convirtió en una opción recientemente, y solo
para suavizar la reputación defectuosa de los Ravage.
¿Por qué habría considerado el matrimonio fuera de esos términos?
¿Quién podría amarme cuando soy defectuoso? Un adicto al trabajo.
Maquinador, mentiroso, y probablemente un poco corrupto. Callado. Con
cicatrices.
Cauteloso.
Soy cauteloso.
Estelle me ve con los ojos muy abiertos, como si pudiera leerme el
pensamiento.
―Bueno, supongo que deberíamos volver ―dice en voz baja,
dedicándome una suave sonrisa.
Asiento una vez.
―Claro. De todas formas tengo que ir a trabajar.
Se cruza de brazos.
―Juro por Dios que si se te ocurre gastarme una broma con esa cabra...
―Su nombre es Lucifer. Vas a tener que hacerte amiga de él en algún
momento, ¿sabes?
―¿Por qué? ―me pregunta, con voz incrédula.
―Porque lo mío es tuyo ―concedo.
―¿En serio?
Parece que quiere decir algo, pero debe cambiar de opinión porque no
responde.
No digo nada mientras emprendemos el camino de vuelta porque sé lo
que está pensando.
Lo que es mío es tuyo... excepto cuando se trata de mis secretos.
―Ahora que sé que está aquí, no voy a poder dormir ―añade.
Me río entre dientes.
―¿Por qué las cabras? Es una cabra enana. Pesa como diez kilos.
―No lo sé, cuando era pequeña mi abuela ponía la televisión para
distraerme mientras ella salía al patio a fumar. Una vez había un extraño
programa infantil francés con una malvada cabra de dibujos animados.
―Encogiéndose de hombros, sonríe―. Supongo que tuvo efecto en mí.
Me río de nuevo.
―Te prometo que Lucifer no es malvado.
―¿Por qué lo llamaste Lucifer?
―Sus ojos se ponen rojos cuando está oscuro.
Deja de caminar y me ve horrorizada.
No puedo evitar reírme.
―Mierda, eres tan crédula.
―Eres un bastardo ―murmura, adelantándose a mí y abriendo de un
empujón la puerta trasera.
La sigo hasta la cocina.
―No pude evitarlo. Lo siento.
Se acerca a la tetera y la enciende, dándose la vuelta mientras apoya la
cadera en la isla.
―¿No hay nada que te asuste?
Me encojo de hombros.
―En realidad, no. Ya viví mi peor pesadilla ―añado sin pensar.
Sus labios se entreabren ligeramente mientras sus ojos recorren mi
cuello, justo sobre mi cicatriz.
Mierda.
Me ajusto el cuello y me aclaro la garganta.
―¿Cómo ocurrió? ―me pregunta suavemente.
Aprieto los labios.
―No me gusta hablar de eso.
Frunce el ceño.
―Maravilloso. Podemos añadirlo a la lista de secretos que me ocultas.
Si supieras...
La ira se apodera de mí y me pongo de pie. Aprieto la mandíbula y me
dirijo hacia la puerta de la cocina.
―Estoy encantado de hablar de lo que quieras, pero ese es un tema que
está fuera de los límites. ¿Entendido?
No se retracta. En vez de eso, me ve fijamente.
No me gusta cuando me ve así, como si pudiera leerme el pensamiento.
Es como si me examinara con un microscopio.
―Que tengas un buen día, Estelle ―digo, con la intención de dejarla
ahí para no decir nada hiriente.
Me sigue afuera de la cocina y suspiro al darme la vuelta cerca de la
biblioteca principal.
―No puedes seguir apartándome, ¿sabes? Nunca llegaremos a diez si
te niegas a contarme tus secretos. No necesito saberlo todo, pero
probablemente debería saber cómo se hizo mi marido esa cicatriz en el
cuello, o, ya que hablamos de secretos, si mi marido esconde cadáveres en
ese maldito sótano.
Me acerco a ella y le agarro el codo, furioso. Es tan jodidamente
exasperante. Presionando, presionando, presionando. Siempre
presionando, y lo hace tan estupendamente que la mitad del tiempo me
olvido de que me irrita.
Mis labios se curvan hacia atrás mientras la fulmino con la mirada.
―Como te dije, hasta ahora he sido muy generoso en este matrimonio
de conveniencia en el que parece que nos hemos metido ―gruño―. Pero
te prometo que, si sigues presionándome, te reto a que veas lo que pasa,
Estelle.
―Te refieres al matrimonio en el que nos metiste mintiéndole a una
persona con la que trabajo ―me responde mordiendo, con las fosas
nasales encendidas.
Me acerco dando un paso intimidatorio.
―No te obligué a aceptar ―grito.
Se queda pensativa un momento.
―¿No? ―pregunta en voz baja. Su expresión se arruga un poco antes
de dar un paso atrás y mirar al suelo―. Que tengas un buen día en el
trabajo, Miles.
La veo alejarse, inseguro de si debo decir algo, disculparme, contarle
todo lo que le oculto, besarla...
La culpa podría comerme vivo antes de que tenga la oportunidad.
Suspirando, me paso una mano por la cara antes de dirigirme a la
puerta principal.
A nadie le parecerá raro que esté en la oficina antes de las siete.
Solo me abre más los ojos al hecho de que no puedo tener relaciones
significativas en la vida, aunque quiera.
Y no solo por mis cicatrices físicas.
También por mis psicológicas.
12
el reclamo

La semana siguiente transcurre de la misma manera. Me levanto


temprano y paso las mañanas en la cocina, esbozando y elaborando mi
plan de negocio para VeRue. Con ojos desorbitados e incrédulos, me
acuerdo de comprobar una noche el saldo de mi cuenta bancaria. Así que
me paso las dos primeras mañanas de la semana enviando correos
electrónicos a diseñadores de páginas web y mayoristas para conseguir
muestras de telas. Más tarde, trabajo en más bocetos para tenerlo todo
preparado para cuando salga la página web.
Todas las mañanas, a las seis en punto, Miles entra en la cocina. Somos
cordiales, aunque yo uso en broma el término amienemigos, ya que somos
algo así como amigos, algo así como enemigos, debido a las constantes
discusiones. Ya sea por los tarros que aparecen mágicamente en la
encimera cada mañana -y desaparecen cada noche-, o por si es mejor el té
o el café. Para el miércoles, ya me he dado cuenta de que está menos
gruñón después del café, así que lo dejo reposar hasta que termina su
primera taza. Se niega a acompañarme en mis paseos matutinos a pesar
de que se lo pido todas las mañanas, pero me permite jugar con los
apodos. Hasta ahora, los ha odiado todos, pero insisto.
Normalmente, después de más discusiones sobre nuestro plan para
trabajar en nuestra química física, se va a trabajar. Yo también me paso las
mañanas trabajando y, cuando necesito un descanso, me paseo sola por el
castillo. El jueves por la tarde, decido volver a intentar abrir la puerta del
sótano, pero sin éxito.
Todas las noches me reúno con Miles para cenar y, hasta ahora, no ha
habido más que palabras cordiales mezcladas con, ya lo has adivinado,
más discusiones. La comida está deliciosa, así que me concentro en eso en
lugar de en la forma en que sus ojos a veces se detienen en los míos
durante un segundo de más, o el modo en que sus largos dedos agarran
los cubiertos con una delicadeza que me hace preguntarme hasta qué
punto fue formal su educación. No lo presiono para que sea físico ni para
que practique, porque no quiero ser víctima de su frialdad. Es mejor que
seamos neutrales y, aunque bromeo sobre su comportamiento, el jueves
por la noche noto que se relaja a mi alrededor... apenas. Haga lo que haga,
no consigo que el Miles que conocí vuelva a la superficie.
No estoy segura de dónde pasa su tiempo libre, porque seguro que no
es en nuestra habitación compartida. Sospecho que pasa la mayor parte
del tiempo en su oficina, o posiblemente en su misterioso sótano. Es como
si me apartara a propósito para mantener las distancias.
Pero ¿por qué?
El viernes me estoy volviendo loca y casi lloro de alivio cuando Juliet
me envía un mensaje de texto invitándonos a Miles y a mí a tomar algo
con ella y Chase en Crestwood esa noche. Es una grata sorpresa y, aunque
supongo que técnicamente es una cita doble, al menos tendré a alguien
ahí para amortiguar la tensión con Miles.
Así que, con algo emocionante en el horizonte, paso la tarde
preparándome para salir a un bar en lugar de cenar con mi cascarrabias
marido. En lugar de mandarme un mensaje directamente, envía a Luna
para informarme de que esta noche llegará tarde y que nos alcanzará en
el pub cuando termine de trabajar. Refunfuño para mis adentros después
de que Luna me deja para seguir arreglándome.
Decidida a fastidiarle la cabeza, me decido por una minifalda de cuero
marrón oscuro con estampado de piel de serpiente. Normalmente, la
combinaría con un top de colores, pero en su lugar me decido por un
jersey color crema con escote y mangas de campana. Estamos a principios
de noviembre y hace bastante más fresco, así que también me pongo
medias transparentes. Me aliso el cabello por primera vez en años y me
calzo unos tacones de aguja dorados con tiras.
Me evalúo a mí misma y sonrío mientras me ciño el collar de oro con la
R al cuello antes de tomar mi bolso de mano y bajar las escaleras en busca
de Niro. Chase y Juliet se ofrecen a recogerme, pero declino la oferta. No
tiene sentido venir hasta el castillo para volver a Crestwood, donde viven.
Mi marido podría haberse ofrecido. Debería haberse ofrecido, pero estoy
divagando.
Me rechina la mandíbula cuando pienso en cómo Miles no se molesta
en enviarme mensajes de texto. Me limita a la información que filtra a sus
empleados. Como si yo no importara lo suficiente como para recibir un
mensaje directo. Me distraigo en el camino al bar hablando por FaceTime
con mi papá. Es más de medianoche en Londres, pero él suele estar
despierto hasta tarde. Lo pongo al día de todo, omitiendo las discusiones
y la sensación general de descontento con Miles. Si le cuento lo solitaria
que ha sido la última semana, podría preocuparse -dado mi pasado-, así
que no saco el tema. Pongo fin a la videollamada justo cuando llegamos a
un pub discreto en el centro de Crestwood.
Dándole las gracias a Niro, entro en el establecimiento, observando los
pintorescos toques británicos. Mi mirada se detiene en las horribles y
anticuadas cortinas, las viejas alfombras que han visto días mejores, una
mesa de billar y un montón de mesas pegajosas. Sonrío al entrar,
recordando de repente mi hogar. Incluso huele como un pub británico: a
cerveza rancia y comida frita.
―Stella. ―Juliet viene hacia mí y me envuelve en un fuerte abrazo.
Cuando se separa, me dedica una sonrisa socarrona―. Estás increíble.
Me río.
―Gracias. ―Me toma de la mano y me lleva a la mesa que tiene con
Chase. Lleva un vestido corto rojo oscuro con botas negras, y el cabello
recogido en una coleta suelta―. Tú te ves hermosa, como siempre. ―Mis
ojos se desvían hacia Chase, que se levanta para abrazarme.
―Stella ―murmura, alejándose―. Me alegro de que hayas venido.
―Gracias por invitarme. Para ser honesta, estoy empezando a sentirme
un poco como Bella en ese castillo.
―Te traeré algo de beber ―ofrece Chase―. ¿Cuál es tu veneno?
Levanto la vista hacia él, sorprendida al ver una sonrisa familiar en su
rostro, pero en lugar de ir acompañada de una fría indiferencia, Chase es
todo energía cálida. Grandes sonrisas. Facilidad de movimientos frente a
los movimientos espasmódicos y forzados de su hermano mayor. Lleva
jeans y una camisa abotonada de franela. Apostaría cien libras a que Miles
no tiene jeans.
Al darme cuenta de eso, me tambaleo.
¿Con quién demonios me casé? Es tan diferente de mí. De ellos.
―Oh, lo que sea. Me gustan las cervezas claras ―le ofrezco,
dedicándole una pequeña sonrisa.
Cuando se aleja, Juliet se inclina sobre la mesa.
―¿Cómo te ha ido? ―pregunta, dando un sorbo a la cerveza―. Vivir
en ese enorme castillo con Miles... seguro que tienes muchas historias.
Abro y cierro la boca.
―Ha sido... ―Trago saliva una vez y sacudo la cabeza. ¿Por qué
molestarse en mentir? Nunca he sido una persona cerrada, y Juliet parece
simpática―. Ha sido un poco solitario. No lo veo mucho.
Sus cejas se fruncen.
―¿De verdad? Oh. Supongo que pensé... ―se interrumpe―. Quiero
decir, conozco las circunstancias. Chase me lo contó, pero parecían felices
en la boda.
Me encojo de hombros.
―Algo cambió la noche de la recepción.
Pero antes de que pueda responder, Chase vuelve con tres cervezas y
pone una delante de cada uno. Juliet ve a su novio con pura adoración. Le
arruga la nariz y él sonríe, besándole la punta antes de girarse hacia mí.
―¿Cuánto tiempo llevan saliendo? ―les pregunto, sintiéndome de
repente como si me entrometiera en una cita privada. Su química es
palpable.
―Tres meses y unas semanas ―responde Chase, con una sonrisa en los
labios―. Y... ― ve a Juliet―. Ya no estamos saliendo.
―¿Qué? ―Empiezo, confundida.
―Estamos casados ―responde Juliet, con las mejillas sonrojadas. Mis
ojos bajan inmediatamente al dedo anular de Juliet, donde veo un anillo
de sello de oro con una R grabada engastada con diminutos diamantes.
―¡Qué emoción! ¿Cuándo?
―El mismo día que Miles y tú se casaron ―dice Chase, haciendo una
mueca―. Espero que no te importe compartir aniversario con nosotros.
Lanzo una carcajada.
―No creo que Miles y yo vayamos a celebrar aniversarios ―les digo.
Juliet ladea la cabeza.
―¿Estás segura?
Le doy un largo sorbo a mi cerveza para evitar su pregunta. Estoy
agradecida cuando el mesero se acerca a nuestra mesa para tomar nota de
nuestro pedido de comida. Su acento británico me toma desprevenida, y
todos coincidimos en la canasta de alitas de pollo.
―Un compatriota británico ―le digo después de que Juliet termine de
pedir.
Es joven, probablemente a la mitad de sus veintes, con el cabello rubio
desgreñado. Es atractivo. Me sonríe de verdad antes de responder.
―¿De dónde eres? ―me pregunta con marcado acento norteño.
―Londres.
Asiente con la cabeza.
―Ya veo ―dice, sin reparos, dejando que sus ojos recorran mi cuerpo.
Me doy cuenta de que, como tengo las manos entrelazadas sobre el
regazo, no puede verme el anillo de casada―. Soy de Yorkshire. ¿Qué te
trae a California?
Estoy demasiado sorprendida al oír un acento familiar para pensar con
claridad, por eso digo:
―Oh, muchas razones.
Él sonríe más ampliamente.
―Lo mismo. Es tan diferente de Inglaterra.
―En muchos sentidos ―estoy de acuerdo.
Me sonríe.
―Escucha, salgo a las nueve si quieres tomar algo.
―No puedo, pero gracias por ofrecérmelo ―le respondo, dedicándole
una sonrisa amable.
Parece decepcionado, pero pronto se recupera.
―No hay problema.
Después de tomar nuestras órdenes, Juliet se empieza a reír.
―Si Miles hubiera estado aquí... ―se interrumpe. Chase me observa
con algo que roza la diversión y quizá un poco de sorpresa.
¿Pueden culparme? Es la primera vez que alguien me ve desde que me
casé con su hermano.
No digo nada, porque, la verdad, no estoy segura de qué habría hecho
Miles al ver que alguien me coqueteaba. No he visto ni un ápice de celos
en él, ni siquiera una pizca de interés por mí.
Chase, Juliet y yo entablamos una agradable conversación. Una gran
canasta compartida de alitas de pollo y dos cervezas después, me siento
mucho mejor con mi situación. Cuanto más bebo, menos veo hacia la
puerta principal cada vez que alguien entra, y Chase y Juliet hacen lo que
pueden para distraerme. Sé que la elección del establecimiento de esta
noche también ha sido por mí y se los agradezco. Entre Liam, Luna, Juliet
y Chase, empiezo a sentirme cerca de todas las personas importantes en
la vida de Miles.
Todos menos él.
Cuando termino mi segunda cerveza, me levanto para ir al baño, y
mientras avanzo por el oscuro pasillo, me tropiezo con el mesero. Agacha
la cabeza para dejarme pasar.
―Lo siento si te incomodé ahí atrás ―me dice cuando estoy a unos
metros de distancia.
Me giro hacia él, ignorando mi vejiga a punto de estallar.
―No, no lo hiciste ―le digo―. La verdad es que pareces muy
agradable, pero estoy casada ―le digo, levantando la mano izquierda.
Incluso cuando sale de mi boca, se siente falso. Las palabras saben a
ceniza en mi lengua porque lo que Miles y yo tenemos no es un
matrimonio.
Casi nunca es una amistad.
Ladea la cabeza.
―¿Dónde está tu marido? ―Me doy cuenta de que tiene buenas
intenciones y le sonrío.
―Trabaja hasta tarde ―respondo.
El mesero aprieta los labios mientras sacude la cabeza.
―Su pérdida. Si fuera yo el que estuviera casado contigo, no…
―¿Hay alguna razón para que sigas coqueteando con mi esposa?
Me doy la vuelta y me encuentro con un Miles furioso. Tiene la
mandíbula apretada y las manos en los bolsillos. No me mira, sigue
viendo al mesero.
―Miles, él solo estaba siendo amable ―le explico.
Sus ojos se desvían hacia mi cara, y puedo ver la furia en sus fosas
nasales dilatadas y sus mejillas sonrojadas. Se voltea de nuevo hacia el
mesero.
―Te sugiero que te marches ―sentencia Miles.
El mesero levanta las manos.
―Solo decía la verdad, amigo. Tienes una mujer hermosa.
―Fuera.
El mesero se ríe.
―Todo lo que digo es que soy un buen tipo, pero el siguiente podría no
serlo. Solo soy un compatriota británico que la cuida.
Oigo un gruñido grave y profundo que sale del pecho de Miles, y da un
paso adelante.
―Si te veo dirigirle una palabra más, me aseguraré de que seas
desempleado el resto de tu vida. ―Los ojos del mesero se abren de par en
par, pero hay un atisbo de escepticismo. Miles debe verlo también, porque
se acerca un paso más―. Adelante, subestímame. Me encantaría
demostrarte que te equivocas ―gruñe.
El mesero debe darse cuenta de que está en una batalla perdida, porque
me hace un pequeño gesto con la cabeza antes de darse la vuelta y
dejarnos a Miles y a mí solos en el oscuro pasillo.
―Eso no era necesario ―le digo, cruzándome de brazos.
Miles se gira lentamente hacia mí. Sus ojos oscuros pasan lentamente
de mis pies a mi cara, como si estuviera absorbiéndome. Su expresión se
suaviza ligeramente cuando me ve y se frota la boca con la mano.
―Estás hermosa ―dice secamente. Formalmente.
Pongo los ojos en blanco.
―Es muy amable de tu parte agraciarnos con tu presencia ―replico,
enojada de repente por sus celos. No tiene derecho a reclamarme de esa
manera. No cuando no parezco importarle una mierda.
―Siento llegar tarde ―me ofrece, acercándose, y a pesar de que
realmente necesito orinar, no puedo evitar quedarme paralizada por él.
Su traje impecable. Su ceño fruncido. Sus ojos verdes claro. Me quedo
quieta hasta que lo tengo delante. Alarga la mano y me toca el cabello
alisado―. Me gusta más rizado ―dice con voz ronca.
Huelo a manzanas verdes y lucho contra las ganas de darle una patada
en las pelotas.
―La próxima vez tendré en cuenta tus preferencias. ―Como si salir de
copas con su hermano y su nueva cuñada fuera a convertirse en algo
habitual. Lo que significa más días de soledad y viajes en solitario a
Crestwood. Más ser la tercera rueda hasta que Miles se digne con su
presencia. Me pregunto si me ve la mayoría de los días, o si alguna vez no
actúa como un robot.
Una nueva oleada de ira me inunda.
―¿Sabes? Si hubieras oído la conversación que mantenía con ese
hombre, podrías haberme oído decirle que estaba casada ―le digo―. Te
prometí monogamia y pienso cumplir mi palabra.
Algo parecido a la sorpresa se dibuja en su expresión.
―¿Crees que estoy preocupado por ti, mariposa?
El apodo que me ha puesto me hace gelatina las rodillas. Está casi lo
bastante cerca como para rozar la parte delantera de su cuerpo con la mía,
pero no del todo.
Me encojo de hombros.
―Parece que no confías en mí.
Se ríe de eso, y mí me desconcierta la forma en que me inunda de
calidez y el modo en que el sonido es casi ligero, como un ronroneo. No
lo había oído antes.
Debería reírse más.
―¿Crees que no sé que eres mía? ―Mi respiración se entrecorta cuando
su mano roza mi cadera, agarrándola con firmeza―. Tienes suerte de que
él no te haya tocado, Estelle.
―¿Y por qué? ―susurro, con la respiración agitada. Maldito sea. Maldito
sea por ser siempre capaz de atraerme de nuevo hacia su fuerte atracción
gravitatoria.
Me dedica una sonrisa cruel y ladeada y se inclina hasta quedar a
centímetros de mi cara.
―Porque no me gusta que toquen mis cosas.
Se da la vuelta y se marcha antes de que pueda asimilar sus palabras.
Entro en el baño y tengo que respirar tranquilamente junto al lavabo antes
de poder hacer mis necesidades.
Porque no me gusta que toquen mis cosas.
Cuando termino, oscilo entre envidiarlo por su audacia y calmar las
sacudidas de mi interior.
¿Crees que no sé que eres mía?
Vuelvo a respirar hondo mientras salgo del baño y veo mi reflejo en el
espejo de cuerpo entero apoyado en el oscuro pasillo. Empiezo a
preguntarme por qué pensé que el pintalabios rosa era una buena idea.
Por qué me puse la falda ajustada. Por qué me esforcé en alisarme el
cabello, dejándolo caer hasta la cintura en gruesas líneas rectas.
¿Por qué estoy haciendo todo esto por él?
El matrimonio consiste en hacer concesiones, pero últimamente parece
que yo hago muchas, y aún así, cuando una persona me habla -
respetuosamente, debo añadir-, ¿Miles actúa celoso?
A. La. Mierda. Con. Eso.
Salgo del baño y me dirijo lentamente a la mesa. Mis ojos se fijan en el
mesero mientras me muevo y veo hacia nuestra mesa para ver a Miles
observándome. Sonriendo, cambio de dirección y me dirijo al mesero. Él
se aleja de una mesa, así que corro para alcanzarlo.
―Oye―le digo, dándole un golpecito en el hombro.
Se gira hacia mí, con los ojos cautelosos.
―Oye, mira. Siento lo de antes. No quería causar problemas.
―No, no tienes que disculparte. Mi marido, él es... ―Me interrumpo―.
Como sea, lo siento. No debería haberte amenazado.
El mesero me dedica una cálida sonrisa mientras se revuelve el cabello
rubio.
―Gracias. Parece que te quiere mucho.
Me burlo.
―Sí, bueno... gracias por entenderlo. Que pases buena noche, ¿okey?
Me dedica una cálida sonrisa.
―Tú también. Si alguna vez te apetece ir a un buen restaurante, no
dudes en venir cuando quieras. ―Mira por encima de mi hombro―.
Como amigo ―me aclara―. Quizá quieras decirle eso último a tu celoso
marido, ¿okey?
Sin decir nada más, se da la vuelta y se marcha.
Me doy la vuelta con una gran sonrisa. Toma eso, imbécil celoso. Mis ojos
se fijan en Miles al instante. Una mirada sombría y oscura le cruza la cara,
casi como si le doliera algo. Me quedo quieta y se me borra la sonrisa de
la cara cuando me ve a los ojos, y no porque esté enojado, como esperaba.
No, lo que me hace detenerme en seco es la expresión turbulenta que
desfigura sus facciones.
13
la comprensión

Me tomo la cerveza a sorbos mientras Estelle se ríe con Chase y Juliet.


Quiero unirme a ellos, pero solo puedo pensar en lo que le dijo al jodido
mesero. Me niego a preguntarle, alegando internamente mi orgullo. No
hablaron mucho tiempo, pero no puedo evitar que las posibilidades pasen
por mi mente. Él es inglés, así que obviamente ella tiene eso en común con
él. Es joven, como ella. Aunque solo tiene ocho años menos que yo, es lo
bastante significativo como para que me pregunte si tendría más cosas en
común con alguien más cercano a su edad.
Y, a diferencia de mí, no parecía tener cicatrices irreconocibles.
Quizá Estelle merezca estar con alguien más parecido a él, un simpático
mesero de un pub en lugar de un director ejecutivo dañado. Alguien que
entendiera su maldita obsesión por las galletas y el té. Alguien que no
trabaje dieciocho horas al día.
Alguien que no se encierra en su oficina para evitarla.
Y, lo más importante, alguien que no le mienta.
―Miles.
Levanto la cabeza mientras Juliet me observa con preocupación.
―Lo siento ―le digo―. Ha sido un día largo en la oficina.
Mi mirada se dirige a Chase, que me ve con los ojos entrecerrados, pero
no dice nada.
―No conozco a nadie que trabaje tanto como tú ―comenta Estelle,
dándole un sorbo a su sidra.
―Chase solía ser así ―le ofrece Juliet―. Pero hice que empezara a
trabajar en horario normal. Que siguen siendo sesenta horas a la semana
―añade, sonriendo con satisfacción.
―¿Cuál es el secreto? ―pregunta Estelle, guiñándome un ojo―. Me
gustaría ver más a mi marido.
No la merezco.
―Lo juro, algunas noches debe de dormir en su oficina ―ella añade,
dándome una palmada en el muslo en tono burlón.
Lo hago.
―No me sorprendería ―añade Chase, mirándome con una ceja
arqueada―. Aunque no estoy seguro de por qué lo haría cuando tiene un
precioso edredón naranja con el que acurrucarse.
Estelle se carcajea.
Me encanta cuando se ríe así.
No puedo evitar sonreír ante la broma de Chase.
―Sí, bueno, algunos preferimos el cuero frío y duro al poliéster
―replico, ahuecando las mejillas mientras veo a mi mujer―. Aunque
agradezco el detalle ―añado por su bien.
―Okey, pues ahora tengo que ver a qué viene tanto alboroto
―responde Juliet―. Chase me dijo que Stella animó un poco el lugar,
pero no he tenido ocasión de echar un vistazo desde antes del día de tu
boda.
―¿Te refieres al día de tu boda? ―le pregunto, y ella echa la cabeza
hacia atrás mientras se ríe. Me vuelvo hacia Estelle―. ¿Te lo han contado?
Estelle asiente.
―Lo hicieron. ―Algo triste cruza sus rasgos―. Será divertido que lo
recuerden cuando celebren su aniversario.
Su aniversario.
No nuestro.
Porque no nos ve celebrando ningún aniversario.
Doy otro sorbo a mi cerveza mientras los tres retoman su conversación,
ajenos a mi autoflagelante monólogo interior. Chase y Juliet están
hablando de su próxima luna de miel cuando veo que Estelle me ve de
reojo.
Está sentada a mi lado, casi muslo con muslo. Me inclino hacia atrás,
apoyo el brazo en el respaldo de la cabina y, para mi sorpresa, ella se
acerca un poco más a mí. Huelo su perfume y tengo que cerrar los ojos
brevemente para no olisquear la parte superior de su cuero cabelludo. Su
cálido cuerpo me aprieta mientras Juliet y Chase siguen hablando de las
Maldivas. No presto atención, lo único en lo que pienso es en lo bien que
se adapta mi mujer a mí, y en lo suaves que se sienten sus muslos contra
los míos, incluso a través de la gruesa tela de mis pantalones.
Cómo huele siempre a jazmín.
Cómo sonríe constantemente, excepto cuando habla conmigo.
Su mano se desplaza hasta mi muslo, y tengo que apretar los dientes
para no gemir en voz alta.
¿Por qué me hace esto?
Y lo que es más importante... ¿por qué se lo permito?
Antes de que pueda volver a poner distancia entre nosotros, Estelle se
inclina lo suficiente como para susurrarme al oído.
―No fue nada, ya sabes.
Chase y Juliet solo hablan entre ellos, algo sobre la logística de su
cabaña sobre el agua. Inclino ligeramente la cara para acercar los labios a
su oreja.
―¿Qué no fue nada? ―le pregunto, aunque sé exactamente a qué se
refiere.
―El mesero, cuando volví a acercarme a él. Solo me disculpé. Como
dije, no fue nada.
―Gracias por decirme ―murmuro, apartándome ligeramente.
Su agarre me aprieta el muslo, y que me jodan si mi polla no se retuerce
contra la tapeta de mis pantalones.
―No me había dado cuenta de que fueras tan celoso ―dice lentamente.
Mi mandíbula se tensa mientras considero sus palabras.
―No estoy celoso.
―Entonces, ¿cómo llamarías a todo ese numerito de antes?
Me río entre dientes.
―Como ya dije, no soy celoso. Soy territorial. Los celos implican querer
algo que no es tuyo. Territorial es proteger lo que ya es tuyo.
Se pone rígida a mi lado.
―Seguro que tienes una forma curiosa de demostrarme que soy tuya
―murmura―. Esfuérzate más, Miles.
Antes de que pueda responder, se separa de mí y se excusa para ir al
baño.
Cuando se va, Juliet y Chase vuelven a centrar su atención en mí.
―Me gusta mucho ―chilla Juliet, con las mejillas sonrojadas por el
alcohol―. Creo que deberías casarte con ella.
―Demasiado tarde ―respondo inexpresivo.
Se burla con impaciencia.
―Ya sabes lo que quiero decir. Cásate con ella de verdad ―murmura,
con los ojos entrecerrados.
Arqueo una ceja hacia mi hermano, que se limita a observar a su nueva
esposa con una mirada suave y enamorada.
Dios, son nauseabundos.
―Sí, bueno, dudo que ella quiera continuar después el año con la forma
en que he estado actuando.
Especialmente cuando se entere de lo que he hecho.
―No estaría de más que le dijeras lo que sientes ―dice Chase con
suficiencia, dándole un sorbo a su whisky.
Lo fulmino con la mirada, frunciendo el ceño.
―Juliet, es hora de llevar a tu marido borracho a casa.
Ella se ríe.
―No lo creo. Esta vez estoy del lado de Chase. Nunca te he visto así
con nadie.
Aprieto la mandíbula antes de darle otro sorbo a mi cerveza.
―Creo que estás malinterpretando las cosas ―le digo despacio.
Ella niega con la cabeza.
―No. No lo hago, y creo que ella siente lo mismo por ti.
―¿Puedes creer que éste es el mismo tipo que me daba consejos sobre
ti hace solo tres meses? ―Chase le pregunta a Juliet, obviamente
incitándome―. Cómo han cambiado los tiempos. Puede darlo todo, pero
no aguantarlo.
―Vete a la mierda ―murmuro, aunque no puedo evitar que una
pequeña sonrisa se dibuje en mis labios. Me termino el resto de la bebida.
Chase me acerca el resto de su whisky doble.
―Bébete esto y ve a darle un beso de verdad a tu mujer, Miles.
Lo veo fijamente.
―No puedes hablar en serio.
Levanta las cejas en un desafío silencioso.
―Te reto.
―Vete a la mierda ―gruño, apurando el resto de su whisky y deseando
haber cenado. Al instante me hace sentir audaz y demasiado valiente para
mi propio bien.
―¡Vamos, Miles, vamos! ―me anima Juliet, riéndose.
Les doy la espalda antes de ir a buscar a mi mujer.
Acaba de salir del baño cuando la veo y me hago a un lado, entre las
sombras del pasillo, para que no me vea enseguida. La observo mientras
se ve en el espejo de cuerpo entero, se levanta un poco la falda y gira un
tobillo. Se pasa una mano por el cabello y veo su reflejo. Se me acelera el
corazón cuando se lleva una mano al pecho, cierra los ojos y murmura
algo que no puedo oír.
Como si se estuviera preparando para volver a verme.
Como si tuviera que esforzarse para estar cerca de mí.
Mierda.
No puedo moverme. No me moveré.
Porque me estoy dando cuenta de que mis sentimientos por Estelle van
más allá de la lujuria física. Quiero hacerla feliz. Quiero que me quiera,
pero no creo que lo haga, no de la forma que yo necesito. De hecho, viendo
la forma en que parece que se está animando a sí misma, casi parece que
lo esté temiendo.
Aunque me esforcé tanto por evitarlo, por evitarla, se ha convertido en
el nuevo juguete brillante en el que no puedo dejar de pensar.
Y me he convertido en la versión de seis años de mí mismo que haría
cualquier cosa por ese juguete. Que quería demasiado a ese juguete. Que
asfixió a ese juguete hasta la muerte, hasta que mi mamá tuvo que tirarlo,
hecho jirones y roto.
Porque, más que nada, tengo miedo de asfixiarla.
Eso es lo que soy: el hijo de mi papá.
Engañoso. Tramposo. Egoísta.
Mis cicatrices son solo las manifestaciones físicas de mi
quebrantamiento.
Lo que hay detrás de esas cicatrices es mucho, mucho más profundo.
Le mentí.
El dinero no procedía de mi papá. Sabía antes de que aceptara casarse
conmigo que él no cumpliría su parte del trato. Es por lo que es famoso,
después de todo, perder el dinero de otra persona y hacer que parezca un
accidente. Haciendo que parezca culpa del otro.
Probablemente también culparía a su papá, para no mancharse las
manos.
Así que deposité mi dinero en su cuenta, y seguiré haciéndolo cada
mes, bajo la apariencia de mi papá. Nunca hubo un acuerdo de pago
mensual. Lo inventé para mantenerla aquí conmigo. Así que sí, soy un hijo
de puta egoísta. Un Ravage mentiroso e intrigante.
Si ella supiera...
Cierro los ojos con un suspiro tranquilo.
Lo peor es que no quiero decírselo porque una vez que lo haga, no
habrá nada que la retenga aquí. Se daría cuenta de que no vale la pena
salvar mi imagen. Se daría cuenta de mi falta de honradez y de lo
manchado que está el apellido Ravage.
No querría tener nada que ver con nosotros.
Le prometí no tener más secretos, y luego fui y le oculté el mayor de
todos.
Así que, no. No puedo besarla. No la besaré.
Lo mejor que puedo hacer es salvarla de mí mismo.
Dando un paso atrás en el oscuro pasillo, salgo del restaurante sin
decirle una palabra a nadie.
14
la clave

Cuando estaba en la preparatoria, solía meterme en problemas por


andar a escondidas. Siempre he sido una persona curiosa, y muy buena
oliendo estupideces. Tal vez sea porque me criaron mi papá y mi abuela,
la última de las cuales era el epítome de la rudeza, pero cuestiono la
autoridad desde que sé hablar. Saber distinguir cuándo alguien miente es
uno de mis mejores rasgos. Me ha mantenido a salvo hasta ahora, y mi
intuición es fuerte con otras personas. Nunca me ha llevado por mal
camino.
Por eso, al día siguiente, me encuentro distraída, paseando por nuestro
salón y tratando de olfatear lo que Miles esconde.
Después de lo de anoche, tengo especial curiosidad.
Y estoy enojada.
Es la segunda vez que me abandona, y aunque Chase y Juliet no tenían
ni idea de a dónde fue, compartieron una mirada que decía que quizá
había una razón para que se fuera.
Niro me estaba esperando afuera del pub para llevarme a casa, por
supuesto, pero no he visto ni hablado con Miles desde anoche.
Tuve demasiado tiempo para pensar en cómo actuó anoche. Lo que me
llevó a teorizar sobre sus secretos. Lo que me llevó a bajar al sótano y
refunfuñar cuando lo encontré cerrado otra vez.
Me estaba cansando de sentirme como Bella: encerrada en el castillo,
teniendo prohibido ir a ciertas zonas de la casa.
Así que, en lugar de responder a los correos electrónicos o dibujar más
bocetos, me paso la mañana buscando en Google todo lo que puedo sobre
la familia Ravage. Leo todo sobre el juicio de Charles Ravage, cómo perdió
el dinero de mucha gente en malos negocios, y fue acusado formalmente
ante el tribunal, pero luego fue absuelto.
Me entero de que su mamá, Felicity, murió hace casi cinco años. No hay
causa de la muerte, pero al parecer solo tenía unos cincuenta años. Hay
una foto de ella, y tenía el cabello largo, castaño y ojos azules brillantes.
Alta, ágil y despampanante. No es de extrañar que todos los hermanos
Ravage parezcan modelos. Incluso Charles es guapo ahora a sus setenta
años. Al ver una foto suya más antigua, casi me quedo sin aliento al ver
cuánto se parece Miles a un Charles joven.
Felicity se volvió a casar cuando Miles tenía poco más de veinte años,
pero Orion, el menor, solo tenía catorce.
Marco mi investigación sobre él, señalando que él y yo tenemos la
misma edad.
Chase y Miles tienen las empresas de las que más se habla en Internet,
ya que son públicas. Tabloides, artículos de chismes... los chismes son
interminables.
Juliet me contó brevemente que conoció a Chase Ravage la mayor parte
de su vida porque era el mejor amigo de su hermano, pero que no conocía
mucho a Miles ni a los otros hermanos. Sigo indagando, busco algunos
libros de poesía que Liam ha publicado y los encargo.
Pasando a los otros hermanos, me sorprende descubrir que Malakai, el
hermano mediano, trabaja como director de la Academia Santa Helena,
un colegio católico privado aquí en Crestwood. Es pastor ordenado,
soltero y no hay casi nada sobre él en Internet.
Finalmente... Orion.
Hay unos cuantos artículos sobre él, y en todos ellos aparece borracho
o involucrado en algún tipo de mala conducta. Al parecer, Felicity se
volvió a casar con un hombre que tenía una hija un poco más joven que
Orion, por lo que hay algunas fotos de los hermanos con su hermanastra,
Layla.
Tampoco hay mucho sobre ella.
Tras una hora de búsqueda, encuentro una mención a un accidente que
ocurrió hace más de veinte años, algo por lo que Miles fue hospitalizado.
De nuevo, no entra en detalles, pero estuvo en el hospital durante meses.
Meses.
¿Qué le pasó? ¿Es la causa de sus cicatrices? Si estuvo en el hospital
durante meses, eso significa que la lesión fue mucho más grave de lo que
dice.
Rumio la información, sentada en el sofá rosa mientras escucho uno de
mis audiolibros obscenos favoritos.
Pero ponerme a escuchar el audiolibro es un error, porque para cuando
llega la hora de cenar, ya estoy totalmente excitada. Debatiéndome si
tengo tiempo de usar el vibrador, decido rápidamente no hacerlo. Estoy
segura de que Miles desaparecerá en el sótano después de cenar, o donde
quiera que vaya, y yo tendré la habitación para mí sola. Otra vez.
Me he puesto unos jeans desteñidos, un jersey amarillo recortado y me
he recogido el cabello. Me veo rápidamente en el espejo antes de bajar y
me doy cuenta de que tengo el pecho manchado por mi libro obsceno.
Maravilloso.
Bajo los tres pisos por las escaleras y opto por no tomar el ascensor.
Cuando llego a la planta baja, paso lentamente por delante de los distintos
salones y salas de estar. Más atrás, hacia la cocina, hay algunas
habitaciones con puertas. Una de ellas tiene un cartel que indica que es
una oficina, así que veo a ambos lados para asegurarme de que no hay
moros en la costa antes de empujar la puerta.
Es una oficina genérica llena de beiges y madera clara. En la placa del
escritorio se lee Luna Hernández y, por un segundo, me siento culpable por
husmear en la oficina de Luna... pero mi curiosidad por el sótano me está
haciendo un agujero en el cerebro.
Me acerco rápidamente al escritorio, abro el primer cajón y me quedo
boquiabierta al ver un montón de cosas: clips, bolígrafos, post-it y... llaves.
Pero no todas están etiquetadas y las filtro rápidamente.
Puerta delantera. Puerta trasera 1. Puerta trasera 2. Garaje. Ala Este. Suite
ejecutiva. Oficina 1.
―Vamos ―murmuro, echando un vistazo a la puerta antes de hurgar
en el resto de las llaves.
Mis ojos se abren de par en par cuando se enganchan en una llave de
latón con la etiqueta repuesto -sótano.
Bingo.
Me la meto en el bolsillo y salgo rápidamente de la oficina, eufórica y
nerviosa a la vez por lo que voy a descubrir.
De todos modos, es mejor descubrir cualquier cosa extraña ahora.
Conociendo a Miles, es algo completamente aburrido como un gimnasio
o una cueva de hombre.
Pero... ¿y si no lo es?
Hay algo en él que oculta a todo el mundo. Puedo decir que guarda
algo, o algunas cosas, cerca de su corazón. Es cerrado, pero hay una razón.
Y quiero saber por qué.
Especialmente si tengo que pasar el próximo año con él.
Miles ya está sentado cuando entro en el comedor.
Sus ojos recorren mi cara antes de bajar rápidamente a mi pecho aún
sonrojado.
―¿Te encuentras bien? ―me pregunta frunciendo las cejas.
Juro que mis mejillas deben de estar en este momento de un rojo
intenso.
―Estoy bien ―digo rápidamente, sentándome a su lado y tomando un
sorbo de mi vino blanco. Espero que me refresque. Está delicioso,
ligeramente dulce y ácido. Mi mezcla de sabores favorita.
Y entonces me doy cuenta de que me recuerda a Miles y a esas malditas
manzanas verdes que siempre está comiendo.
Aprieto los labios y dejo el vino mientras todo mi cuerpo se calienta aún
más al pensar en su aliento recorriéndome la cara, el aroma de esas
manzanas en su aliento...
―Disculpa por retirarme anoche ―dice fríamente.
Me encojo de hombros.
―Ya estoy acostumbrada ―le digo con sorna, refiriéndome a la vez que
me dejó en el restaurante con nuestros papás.
Me fulmina con la mirada, pero antes de que pueda responder, entra el
chef y nos sirve un plato de sopa. Es de color verde brillante y la veo con
desconfianza mientras el familiar aroma a hierba impregna el aire.
No puede ser...
De repente, la rabia y el enojo que sentía se disipan.
―¿Es sopa de apio? ―pregunto, con la voz pequeña.
―Sí.
Me siento y veo fijamente el cuenco. Le ha pedido al chef que prepare
mis platos favoritos, y de repente me doy cuenta, después de repasar
mentalmente las comidas de la semana pasada, de que se ha asegurado
de que todas las cenas tengan algún recuerdo de casa.
Para mí.
La gravedad de eso me emociona. ¿Por qué tiene que ser tan imbécil la
mayor parte del tiempo? Cuando está siendo decente, en realidad es muy amable
y considerado.
No digo nada mientras como lentamente la sopa. Está bastante buena,
y Miles parece estar de acuerdo, porque se termina todo el cuenco y emite
un zumbido en la garganta.
―¿Te gustó? ―pregunto.
―Sí. Es muy rica. Nunca la había probado. ―Inclinándose hacia
delante con las manos entrelazadas, me lanza una mirada mordaz―.
Quería decírtelo antes, pero le pedí al chef que prepare algunas de tus
comidas favoritas, al menos durante las dos primeras semanas.
―¿Por qué?
Ladea la cabeza y sonríe.
―Porque mi mujer es británica.
Casi pongo los ojos en blanco, pero me contengo. Es un gesto dulce. Me
trago el nudo que se me hace en la garganta al pensar en la llave que llevo
en el bolsillo delantero.
Él lo está intentando.
Tengo que reconocerle el mérito.
―Gracias ―le digo sinceramente.
―¿Qué tal el día? ―me pregunta, sus ojos se cruzan con los míos.
―Bien. ¿Y el tuyo? ―pregunto amablemente.
Se encoge de hombros mientras bebe un sorbo de vino, y yo hago lo
mismo.
―Fue... ―me dice―. Bueno, un posible cliente canceló nuestra reunión
del lunes.
Arqueo una ceja. ¿Por qué me cuenta esto?
―Lo siento. Tal vez deberías empezar a usar una insignia que diga:
Esposo de Estelle Deveraux, así la gente dejará de cancelarte.
Tarda un segundo en asimilar mis palabras, y entonces... sonríe.
De verdad.
―No es una idea terrible. Solo te tengo un año. Podría maximizar la
exposición y la buena reputación.
Solo te tengo un año.
Hay algo en la solemnidad con la que lo dice, mezclada con su sonrisa,
que hace que el corazón me palpite contra las costillas y que el estómago
se me revuelva de excitación.
―Quizá tengamos que empezar a hacer más apariciones en público
juntos, pero eso implicaría pasar más tiempo juntos, caramelito ―le
advierto.
―No me llames así.
Sonrío cuando el chef trae el siguiente plato: pollo marsala. Mi
estómago gruñe de agradecimiento mientras pico, corto la suculenta
carne y gimo silenciosamente de placer cuando la salsa cremosa y terrosa
golpea mi lengua.
Cuando veo a Miles, me observa absorto. Por segunda vez en menos de
un minuto, se me revuelve el estómago al ver cómo sus ojos observan mis
labios mientras mastico.
―Me alegro de que te guste la comida ―dice rápidamente, cortando el
tierno pollo―. Y estoy de acuerdo. Quizá deberíamos salir a cenar el
próximo sábado por la noche.
Asiento con la cabeza.
―Deberíamos. Podríamos hacer unas llamadas para asegurarnos de
que nos fotografíen.
Se le para el tenedor y me ve fijamente.
―¿Sabes? No es una idea terrible.
Me encojo de hombros, dejo los cubiertos a un lado del plato y uso la
servilleta para limpiarme la boca.
―Podría hablarte mejor, y los paparazzi podrían sacarte más fotos en
las que no parezca que estás recibiendo un puto enema.
―Pensándolo bien, con ese lenguaje no estoy seguro de poder
ganármelos ―se burla.
Muevo las pestañas y le dirijo una sonrisa sensual.
―Puedo conquistar a cualquiera, Miles ―le digo, torciendo los labios
hacia un lado.
Se aclara la garganta y deja los cubiertos en la mesa, y juro que veo un
leve rubor pintar sus pómulos afilados. Mmm.
―Muy bien. Sábado por la noche, entonces.
Después comemos en silencio. Estoy a punto de plantearle la idea de
que tenemos que practicar nuestra química física de antemano cuando
levanta las manos y me clava una mirada seria.
―He estado pensando... ―dice lentamente. Parece casi incómodo
mientras carraspea una vez más antes de continuar―. Antes tenías razón.
No debería ser tan reservado, así que quería ofrecerte una rama de olivo.
Lo veo sorprendida.
―Bien.
Deja la servilleta a un lado del plato.
―Cuando tenía trece años, mis hermanos y yo nos fuimos de
campamento. Una de las noches que estuvimos ahí, dejamos la fogata
encendida, y era una noche especialmente ventosa. ―Él traga saliva y yo
me siento más erguida, escuchando―. Compartíamos tienda, estábamos
todos acurrucados bajo una manta para no pasar frío. Yo tengo el sueño
pesado, así que no olí el humo hasta que fue demasiado tarde. ―Hace una
pausa y cierra los ojos brevemente―. Orion era el que estaba más cerca
de las llamas, solo tenía cinco años en aquel momento. Empezó a gritar y
Liam despertó a Chase y a Malakai. La cremallera se enganchó y vi cómo
una chispa caía sobre la manta cerca de Orion.
Observo su expresión cerrada, como si estuviera cerrando su mente al
recuerdo de aquella noche.
―Como sea, me tiré encima de él para sofocar las llamas. Acabé con
quemaduras de tercer grado en el sesenta por ciento de mi cuerpo. Pasé
casi tres meses en el hospital, pero incluso ahora, la mayor parte de mi
torso, brazos y muslos están plagados de marcas de quemaduras
―termina.
Hay un brillo pensativo en la sombra de sus ojos, y mi corazón se
aprieta ante su historia.
―Lo siento mucho ―susurro.
―Es bastante... horrible ―añade―. La primera mujer con la que estuve
hizo un comentario al respecto y... ―se interrumpe, aclarándose la
garganta―. En fin, solo quería que lo supieras.
―Eso es horrible, no puedo creer que alguien diga eso. ―Pongo mi
mano sobre la suya. Se estremece, casi como si no estuviera seguro, como
si quisiera apartarse.
―¿Esto es por contarte una de mis verdades, o forma parte de tu juego
de química física?
―Quizá un poco de las dos cosas ―bromeo, sonriendo―. Pero de
verdad, gracias por decírmelo. Significa mucho para mí.
Para mi sorpresa, me roza con el pulgar la palma de la mano, y la
sensación de su piel callosa contra la mía me pone la piel de gallina.
Sus ojos miran mi mano sobre la suya y luego me dedica una pequeña
sonrisa ladeada.
―Tengo una idea para nuestro jueguito.
Abro la boca para preguntarle qué quiere decir cuando gira la mano y
estrecha la mía contra la suya, tirando ligeramente de ella.
―Ven aquí.
No le suelto la mano mientras me levanto y, antes de darme cuenta, me
sube a su regazo. Justo cuando estoy a punto de protestar, el chef vuelve
con el pudin.
Y son eclairs.
Oh, mierda.
Es casi injusto, como si me sedujera lentamente con comida.
―¿Creo que estos son tus favoritos? ―pregunta con suficiencia.
―Lo son ―refunfuño. Me siento rígida sobre sus muslos y me quedo
quieta cuando se acerca al plato, sostiene un eclair en la mano y me lo
ofrece.
―Dale una mordida, mariposa ―murmura.
Ese apodo va a ser mi muerte.
Me inclino hacia adelante y la piel me zumba donde estamos en
contacto, es decir, mi espalda y mi trasero contra sus cálidos muslos.
Respiro cuando me rodea con un brazo por en medio y me acerca a él
mientras abro la boca y le doy un mordisco al pastelito.
―Oh, Dios ―murmuro, masticando mientras pongo los ojos en blanco.
Y entonces siento algo debajo de mí. Algo largo, duro y grueso...
Se me abren los ojos y me reajusto un poco para no sentirlo, mientras
espero que no se dé cuenta de que lo noto.
Me muevo de nuevo, esta vez intentando acercarme al borde de sus
rodillas. Deja el eclair en la mesa con la otra mano y lo siguiente que sé es
que me agarra por la cadera y me mantiene quieta. Sus labios se acercan
a mi oído sin que pueda verlo, y su voz grave me produce escalofríos.
―Deja de moverte ―ordena.
Una pequeña sonrisa se dibuja en mis labios.
―¿Por qué?
―O dejas de moverte así o prepárate para ir diez de diez esta noche,
esposa ―gruñe.
Dejo de moverme. Dejo de existir ante sus palabras. Estoy muerta.
Cierro los ojos y él vuelve a apretarme la cadera en señal de advertencia.
Todo se siente caliente, desde el cabello hasta la punta de los dedos de los
pies.
¿Acaba de insinuar...
No.
Se me ocurre una idea malvada y equivocada, pero no puedo evitarlo.
Muevo ligeramente las caderas, me inclino hacia atrás y saco el pecho para
que mi trasero rechine contra su erección.
Algo grave y furioso retumba en su pecho. Me empuja, deja la servilleta
sobre la mesa y me ve con disgusto antes de dirigirse a la puerta.
―Buenas noches, Estelle. Yo diría que fue un tres sobre diez, ¿no?
Y luego se va.
Me meto la mano en el bolsillo delantero y tomo la llave del sótano.
Es hora de descubrir lo que escondes, esposo.
15
el sótano

Recorro el castillo para calmar mis nervios, asegurándome de que Miles


está con toda probabilidad en el sótano antes de bajar ahí. Tengo los
nervios a flor de piel, tanto por la intensa cena que tuvimos como por la
adrenalina de descubrir lo que podría estar ocultándome. Prefiero
decepcionarme a sorprenderme. Para ello, me imagino los peores
desenlaces posibles. Una mazmorra llena de mujeres. Una familia secreta.
Un refugio antiaéreo. Una habitación llena de fotos mías. Muñecas
sexuales. Mi mente se desboca con posibilidades, aunque también podría
ser algo totalmente inocente, como restaurar autos viejos.
Sea lo que sea, tengo derecho a saberlo como su esposa.
Eso es lo que me digo a mí misma cuando introduzco silenciosa y
rápidamente la llave de latón en la cerradura, la giro y abro la puerta. Es
una escalera oscura que conduce a lo desconocido, y mis manos tiemblan
nerviosas cuando empiezo a bajar. Para calmarme, cuento los escalones a
medida que desciendo, agradeciendo estar descalza y poder hacer el
menor ruido posible. Además, las escaleras son de piedra: no hay crujidos
ni tablas sueltas que me delaten.
Cuanto más bajo, más oigo.
Empieza como un ligero crujido. Bajo despacio las últimas escaleras y,
cuando llego al suelo del sótano, me quedo inmóvil mientras observo lo
que me rodea.
A mi derecha hay una bodega normal y corriente, llena de utensilios de
cocina, vino y una gran estantería llena de herramientas y artilugios.
Presumiblemente, este es el garaje improvisado. La iluminación es escasa,
y doy gracias por ello mientras voy de puntillas hacia mi derecha, donde
me espera una puerta blanca.
El crujido viene de ahí.
Dios, ¿y si son más cabras?
Cierro brevemente los ojos y respiro hondo. Ya no hay marcha atrás. Ya
estoy aquí abajo, así que es mejor que vea lo que guarda bajo llave, tal vez
literalmente.
Hago una pausa.
Esto podría cambiarlo todo. Esta noche se ha abierto a mí, y en este
momento siento que estoy traicionando la confianza que tan
cuidadosamente me depositó. Podría destruir los progresos que estamos
empezando a hacer. Ese pensamiento me hace reflexionar y me quedo
viendo la puerta durante unos segundos.
Necesito saber qué esconde.
Merezco saberlo, como alguien unida a él en sagrado matrimonio.
Después de respirar tranquilamente una vez más, extiendo la mano y
giro la manivela.
Empujo la puerta un poco hacia dentro y me inclino para echar un
vistazo. Obviamente, Miles está dentro; oigo lo que parecen...
¿palmetazos?
Dios, ¿y si está teniendo sexo? ¿Y si esta es su habitación del sexo?
Cuando mis ojos se adaptan a la habitación a oscuras, casi grito en voz
alta ante lo que veo.
Lo primero que salta a la vista es el tamaño de esta habitación. Debe de
ser el doble de grande que nuestra habitación, casi como un gimnasio. En
el centro, hay una habitación de cristal del tamaño de mi dormitorio. Está
iluminada desde adentro, lo que da al resto del sótano un suave
resplandor, y dentro de la envoltura de cristal hay ...
Me llevo la otra mano a la boca al ver a dos personas practicando sexo.
Sexo muy, muy duro.
Qué... demonios.
El hombre, rubio, está inclinado sobre una pelirroja pequeña y con
curvas. La empuja contra la cama, con la mano en la base del cuello
mientras la penetra.
Ella gime, y me doy cuenta con un sobresalto de que, aunque la
habitación parece insonorizada, todos los sonidos se transmiten por todo
el sótano. Incluso oigo cómo la mujer agarra las sábanas, el crujido de la
tela contra sus largas uñas, evidente a mi alrededor.
―Eso es ―gruñe el hombre, su voz es un ronroneo bajo y placentero.
Aprieto los muslos ante la escena tan excitante que tengo delante.
¿Qué demonios es esto?
¿Por qué Miles tiene una habitación de cristal y por qué hay gente
practicando sexo aquí? Me trago el dolor que me sube por el esófago,
intentando justificarlo.
¿Quizá le alquila la habitación a sus amigos?
¿Quizá tiene compañeros de casa secretos?
¿Tal vez es dueño de un estudio porno?
Veo a mi alrededor en busca de cámaras y casi me caigo cuando veo a
Miles.
No lo había visto antes, ya que la luz de la habitación acristalada creaba
una sombra a la derecha del encajonamiento. Está sentado, inclinado
hacia adelante en un gran sofá de dos plazas, con las piernas abiertas.
Observando.
Mis ojos pasan de Miles a la pareja. ¿Qué está pasando? ¿Se va a unir?
Cuando mis ojos vuelven a la habitación de cristal, me doy cuenta de que
no han mirado ni una sola vez a Miles.
Porque no pueden verlo.
Algo caliente y punzante me recorre al pensar en esta pareja teniendo
sexo y Miles simplemente... observándolos en silencio.
Me había planteado la posibilidad de que el sótano albergara algo
pervertido y, para mi deleite, sin duda lo es. Reprimo una sonrisa
mientras abro un poco más la puerta y me apoyo en el marco.
Justo cuando mis ojos vuelven a Miles, él se echa hacia atrás y se baja la
cremallera de los pantalones.
Oh.
Oh.
Trago saliva mientras lo observo, y desde este ángulo apenas puedo ver
nada gracias a los brazos del sofá, pero por la forma en que se le endurece
la cara, por cómo se mueven sus muñecas... sé exactamente lo que está
haciendo.
Porque lo he visto hacerlo antes.
Okey, esto no es tan malo. Quiero decir, se excita viendo a otras
personas tener sexo... es normal, ¿no? Es como un espectáculo porno en
directo. Cruzo las piernas hacia el otro lado, negando el tacto de mis
bragas húmedas, apretando ligeramente los muslos para aliviarme un
poco.
La pareja se vuelve más ruidosa a medida que pasan los segundos, y
oigo unas cuantas bofetadas y palmetazos fuertes. Casi veo hacia ellos,
pero no puedo apartar los ojos de Miles.
Se echa completamente hacia atrás y su mano se mueve sobre lo que
parece ser una larga y gruesa polla. Se me hace la boca agua cuando su
mandíbula se afloja ligeramente antes de volver a tensarse. Observar su
rostro me hace sentir como si estuviera surcando las olas del placer con
él. Se me entrecorta la respiración al pensarlo y me llevo una mano a la
garganta mientras observo lentamente su cuerpo: la forma en que lleva
abotonada la camisa de vestir, cómo las mangas siguen sujetas con
gemelos. Como si, incluso en el apogeo del deseo desenfrenado,
consiguiera parecer conservador y abotonado.
Y entonces mi mente traidora imagina la cosa más inconveniente.
Miles inclinándome sobre una cama, completamente vestido, mientras
mi cuerpo desnudo tiembla bajo él.
Mientras alguien mira.
Me aparto del marco de la puerta, de repente aturdida por la audacia
de mi mente para urdir una escena tan ilícita, y ocurren tres cosas a la vez.
La mujer parece llegar al clímax, gritando mientras su compañero la
penetra brusca y salvajemente con tanta fuerza que la cama se mueve con
cada embestida.
La puerta cruje ligeramente cuando me alejo.
Y, al oír el ruido, Miles me mira.
Mierda.
Mis ojos se abren de par en par cuando mantiene el contacto visual,
clavando su mirada en mí. Con la boca seca, observo con descarado
interés cómo se acaricia, cómo no se aparta ni se detiene. Separo los labios
cuando echa la cabeza hacia atrás, hundiendo las mejillas mientras sus
brazos tiemblan y su cuerpo se agita. Él me mira, pero parece incapaz de
dejar de hacer lo que está haciendo.
Él empieza a correrse.
Dios, esto es tan...
No puedo apartar la mirada.
Ver cómo su cuerpo se convulsiona, cómo sus caderas se elevan y caen
sobre su mano, cómo sus ojos oscuros se clavan en los míos en un
momento tan íntimo...
Doy un paso atrás y, al instante siguiente, Miles salta, se limpia y se
cubre.
Me doy la vuelta y vuelvo rápidamente a las escaleras. Oigo los zapatos
de Miles golpeando el suelo de piedra detrás de mí.
―Estelle ―dice en voz alta, como un gruñido atronador. Estoy a punto
de subir las escaleras cuando su mano me rodea la muñeca, me empuja
contra la pared y me aprisiona con ambos brazos―. ¿Qué demonios...
―gruñe.
Intento zafarme de él, pero se agacha para que no pueda moverme.
―Podría decir lo mismo ―replico, con la voz temblorosa.
Suspira y se pasa una mano por la boca.
―¿Cómo diablos llegaste aquí? ―Le sostengo la mirada mientras saco
la llave de repuesto del bolsillo delantero. Me la arrebata de la mano―.
¿Ya estás feliz?
Me encojo de hombros.
―Depende. ¿Qué fue eso?
Abre ligeramente las piernas, casi luciendo sorprendido de que no
retroceda horrorizada.
―¿Qué?
Entrecierro los ojos.
―No seas tímido. Ya sabes. La habitación de cristal. La pareja. ¿Los
conoces?
Su mandíbula se flexiona un par de veces antes de apartar la mirada.
―Soy un voyeur ―dice simplemente―. Encuentro placer en ver a otros
realizar actos sexuales.
Me burlo.
―Ya entendí esa parte.
Entorna la mandíbula y se frota la nuca, casi incómodo.
―No los conozco. Le pago a parejas para que follen y así poder
observarlas. Saben que están siendo observados, pero no saben por quién:
la habitación es un espejo de dos caras, así que solo se ven a sí mismos.
Todo es consentido. Firman un acuerdo de confidencialidad, reciben dos
mil dólares y yo me corro.
Cruzo los brazos mientras considero sus palabras.
―¿Te unes a ellos alguna vez?
―No.
―¿Por qué? ―le pregunto, curiosa.
Se acerca medio paso a mí.
―Porque, a pesar de lo que pensabas al principio de mis tendencias de
playboy, no me gusta follar en persona a menos que esté completamente
vestido. Puede ser engorroso explicárselo a la gente, así que es más fácil
si no lo hago.
Esas historias sobre mí en las revistas son basura. Casi nunca dicen la verdad.
Que tenga una mujer en el brazo o pintalabios en la mejilla no significa que me
las folle, Estelle.
―¿Por tus cicatrices? ―pregunto en voz baja. Su expresión se endurece
ligeramente y se limita a asentir. Veo al suelo, sintiéndome tonta. Esto,
aunque inusual, no es algo que me asuste. Seguro que todos hemos tenido
la fantasía de ser observados... o de observar. Esto último me produce un
escalofrío.
―Si quieres que deje de hacerlo mientras dure nuestro matrimonio, lo
haré ―dice despacio.
Dirijo mis ojos a los suyos.
―No, está bien. No es como si te acostaras con ellos. ―Esperaba que se
sintiera aliviado de que no lo reprendiera, pero me quedo un poco
desconcertada cuando se acerca aún más, tanto que su abdomen roza el
mío.
―¿Y qué te ha parecido? ―pregunta en voz baja. Sus labios están tan
cerca de mi cuello que siento su aliento acariciarme la piel. Casi dejo de
respirar cuando levanta la mano y me pasa un rizo por detrás de la oreja.
Al recordar lo que hacía con su mano no hace ni un minuto, me pongo
rígida.
―Fue interesante ―le digo sinceramente.
Sus ojos brillan con algo que no puedo descifrar. La dureza ha
desaparecido, y fue sustituida por algo tierno.
Esto significa mucho para él, me doy cuenta. Que yo acepte esta parte
de él. Continúo hablando.
―Cuéntame más ―le pido. Le ruego.
Sus labios rozan mi cuello y cierro los ojos.
―¿Qué tal si te lo cuento todo mañana? ―Da un paso atrás, y la
habitación da un ligero giro, mareándome por estar tan cerca de él―.
Debería asegurarme de que saben que pueden irse.
Tardo un minuto en procesar sus palabras.
―Mañana ―repito.
¿Esta noche no?
Asiente con la cabeza.
―Sí. ―Hace un gesto hacia la puerta por la que hemos entrado y me
dedica una suave sonrisa―. Llegaré un poco más tarde.
Se da la vuelta y se marcha, dejándome confundida, sin aliento y muy
excitada. Subo corriendo las escaleras, sintiendo el cosquilleo y la
necesidad entre las piernas. Me apresuro a entrar en la suite y apenas
tengo tiempo de dudar mientras saco el vibrador de la mesita de noche.
Me dirijo a la puerta de mi habitación y la cierro.
Y entonces, el pensamiento más inconveniente entra en mi mente.
Me dirijo a la puerta que da al baño común y la abro un poco.
Porque...
Quiero que me mire.
Me quito los jeans con frenesí. Mi espalda se arquea cuando enciendo
el vibrador y aprieto el grueso cabezal contra mi clítoris, gimiendo sin
control.
Fingiendo que es su lengua. Pienso en sus largos dedos
introduciéndose en mí, pienso en su cálida piel contra la mía. Cierro los
ojos y me viene a la mente la imagen de él masturbándose, la forma en
que me miraba, incapaz de parar. La forma en que sus caderas
chasqueaban contra su mano.
Abro las piernas y hago como si estuviera al otro lado de la puerta, ya
empalmado.
Como si ya necesitara estar dentro de mí a pesar de haberse corrido hace
unos momentos.
Pensando en cómo su grueso eje me estiraría deliciosamente.
Inclino el vibrador y lo aprieto con más fuerza mientras gimo su
nombre.
―Miles.
Y luego me corro duro.
Apenas me quita el nerviosismo, así que después de un momento para
descansar, lo vuelvo a hacer.
Todo el tiempo imaginándolo mirándome desde el oscuro cuarto de
baño.
Todo el tiempo... observándome.
16
el pervertido

Subo rápidamente a la suite con la esperanza de alcanzar a Estelle antes


de que se duerma. El remordimiento y la vergüenza se apoderan de mí al
mismo tiempo y, a pesar de la emoción de saber que mis inclinaciones le
parecen interesantes, no quería que se entere de esa manera.
De hecho, no quería que se enterara de nada.
Debería haber sabido que buscaría una llave de repuesto. No me
sorprende: es una persona astuta e imprevisible que, como yo, es curiosa
por naturaleza.
Si yo estuviera en su lugar, habría hecho lo mismo.
El problema es que, ahora que sé que ella sabe...
Aprieto la mandíbula. La distancia que con tanto esfuerzo había puesto
entre nosotros se sentía como un hilo tenso a punto de romperse.
¿Cuánto tiempo más podría alejarme de ella?
Cuando se abren las puertas del ascensor, medio corro hacia la puerta
de nuestra suite, preguntándome si estará sentada en ese sofá atroz o si
tendré que animarme y llamar a la puerta de su habitación. En cualquier
caso, se merece una disculpa formal, por ocultarle esto, por actuar de
forma inapropiada durante la cena, por todo.
No está en la suite, lo que significa que probablemente esté en su
habitación.
Hago una pausa antes de dirigirme a su puerta. Cierro los ojos
brevemente y pienso en cómo se me subió el corazón a la garganta cuando
vi a Estelle en la puerta del sótano; en lo fuerte que me corrí por la
sorpresa, la rabia y la excitación que se agolpaban en mi interior.
Pienso en cómo su piel olía a excitación y en lo suave que era su cabello.
Pienso en cómo le quedaban los jeans que llevaba: cómo se veían
alrededor de su cintura afilada, pero se llenaban con su trasero y muslos
esculpidos.
Cómo su pequeño jersey amarillo era lo suficientemente corto como
para dejar al descubierto la piel dorada de su abdomen.
Sus labios carnosos y rosados siempre se inclinaban hacia arriba en una
sonrisa traviesa.
Cómo parecía ser capaz de leer mi estado de ánimo, y lo jodidamente
feliz que parecía cuando le pedí al chef que le hiciera sopa de apio esta
noche.
Y... lo jodidamente feliz que me hizo eso.
Quiero que se sienta como en casa.
Mi pecho casi se partía por la mitad cada vez que pensaba en ella.
Y lo peor de todo es que temo el día en que se dé cuenta de que nuestro
falso matrimonio ya no merece la pena, el día en que otro hombre pueda
tenerla como yo he deseado desde la noche de la fuente de París.
Solo la idea de que esté con alguien más me pone enfermo.
Cuando se entere del dinero, querrá estar lo más lejos posible de mí.
Y me arruinará.
Me pellizco el puente de la nariz mientras exhalo lentamente.
Mierda.
Estoy tan jodido.
Con paso decidido, me dirijo a la puerta de Estelle y levanto el brazo
para llamar una vez, pero un ruido me detiene. Me acerco y entonces...
―Oh, Dios.
Veo fijamente la veta de la madera. ¿Ella está...
―Oh, mierda ―gime, clara como el día.
Todo dentro de mí se calienta, y mi polla palpita dentro de mis
pantalones. Doy un paso atrás, preguntándome qué hacer.
Sé lo que debo hacer.
Debería volver a mi habitación y acostarme en la cama, fingiendo que
mi mujer no se está dando placer al otro lado de esta puerta.
Debería dejar la suite y distraerme con un baño frío en la piscina.
Es lo que haría un caballero.
―Por favor, Miles.
Mi polla está ya totalmente dura y la palmo una vez mientras me dirijo
al baño común.
Porque por mucho que quiera ser el caballero, mi lado voyeurista
quiere mirarla.
Nunca he dicho que sea una buena persona. De hecho, tomo decisiones
terribles la mayor parte del tiempo. Si me dieran a elegir entre ser un buen
chico y alejarme, o posiblemente ver a mi mujer llegar al límite del
orgasmo diciendo mi nombre... compraría mi billete de ida al infierno si
pudiera verla solo un segundo.
Nunca hubo elección con Estelle.
Ella ya me tenía envuelto alrededor de su dedo meñique.
Para mi sorpresa, la puerta que da a su dormitorio está abierta apenas
un resquicio, y como la luz del cuarto de baño está apagada, puedo
permanecer oculto en las sombras. La lámpara de su mesita de noche está
encendida, arrojando una luz suave y cálida sobre Estelle...
Mierda.
Está acostada en la cama, con las piernas abiertas, viendo hacia la
puerta del baño. De cara a mí. No veo nada indecente, ya que aún lleva
ropa interior negra, pero no puedo apartar la vista de su cuerpo que se
retuerce.
Vuelve a gemir mientras la varita mágica blanca se desliza por su
abertura, deteniéndose cuando la presiona con más fuerza contra su
clítoris. Lentamente, empiezo a desabrocharme los pantalones, que aún
están húmedos de limpiarme. Me lamo la palma de la mano, tomo mi
adolorida polla y follo con ella. Sigo su ritmo mientras ella agita las
caderas, reprimiendo el gemido que amenaza con escapar de mi
mandíbula apretada.
¿Por qué iba a necesitar contratar a una pareja de nuevo cuando estoy casado
con Estelle? Esto es mil veces mejor que un extraño ...
―Mierda ―gime, apretando los ojos mientras sus piernas se
entrecierran―. Miles...
Abre esas piernas, Estelle. Déjame ver lo mojada que te pones cuando piensas
en mí.
Déjame ver qué te gusta para que pueda tomar notas para el futuro.
No debería pensarlo, pero no puedo evitar preguntarme si alguna vez
tendré la oportunidad de conocer sus secretos, de ver qué la excita.
Su cuerpo se estremece un par de veces mientras echa la cabeza hacia
atrás, y me doy cuenta con un sobresalto de que está cerca. Muevo la
mano cada vez más deprisa e imagino que empujo la puerta para abrirla.
Me imagino de pie junto a la cama y cruzando miradas con ella
mientras jadea mi nombre, mientras tiembla sobre su edredón naranja.
Me imagino levantándole el jersey y corriéndome sobre sus suaves
tetas, pintando su tatuaje de mariposa con mi semen.
Froto la cabeza de mi polla varias veces para esparcir el precum y mi
orgasmo va en aumento. Estelle mueve las caderas, girando contra la
varita en lugar de mover la mano, y es lo más erótico que he visto en toda
mi vida. Hacía mucho tiempo que no me excitaba así dos veces seguidas,
pero verla a ella...
Creo que nunca me hartaré de ver correrse a mi mujer.
El pecho sonrojado.
Los ojos que insiste en cerrar.
Las manos temblorosas y los dedos de los pies enroscados.
Vuelve a abrir las piernas, esta vez levantando un poco las rodillas. Su
trasero se levanta del edredón mientras grita, y yo la contemplo extasiado
mientras alcanza el clímax a escasos metros de mí.
Me empuja al límite, y me agarro al marco de la puerta con la mano que
me queda libre mientras mi semen se esparce por el suelo del baño,
creando un desastre. Respiro con dificultad mientras sus gritos resuenan
por toda la habitación y siento cómo mi polla expulsa lo que queda de mis
pelotas agotadas.
Cuando termino, veo hacia abajo mientras empieza a cundir el pánico.
Al levantar rápidamente la vista, veo a Estelle acostada boca arriba con
el brazo sobre los ojos, el pecho subiendo y bajando rápidamente.
Me escondo, me acerco al lavabo y tomo la toalla de mano. Limpio el
suelo tan silenciosamente como puedo y vuelvo rápidamente a mi
habitación, donde me siento en la cama con la cabeza entre las manos.
¿Qué demonios acabo de hacer?
Eso fue, sin duda, la cosa más espeluznante que he hecho nunca.
La observé en un momento de intimidad, pero no solo eso, no pude
contenerme.
La idea de observarla se ha vuelto tan compulsiva que no sé si podré
dejar de hacerlo. Ahora que sé cómo se ve...
Cómo suena...
Nunca podré mantenerme alejado.
Mi mente se acelera con pensamientos de colarme en el baño cuando se
ducha, de verla dormir, de mirar por la ventana mientras da su paseo
matutino.
Dios, he abierto la caja de Pandora.
Estoy completa e inconvenientemente obsesionado con ella.
Tengo que reprimir activamente la culpa que amenaza con
descarrilarme. Debo ignorarla para distanciarme de ella y dejarme la
noche libre para pensar. Si hablo con ella ahora, no sé qué haré.
Porque ahora que la he visto así, mi obsesión no hará más que crecer.
Necesito tiempo para hacerme a la idea de que deseo físicamente a mi
mujer.
Pero no solo eso...
La anhelo en todos los sentidos, mente, cuerpo y alma.
Y quizás mañana tenga que decírselo.

Me despierto a las cinco, me doy una ducha rápida y me pongo un traje


negro de Tom Ford. Voy más despacio de lo habitual al salir de mi
dormitorio hacia las seis, con la esperanza de encontrarme con Estelle. Sin
embargo, su puerta sigue cerrada. Una pequeña sensación me dice que
vaya a verla, pero la dejo en paz. Bajo a preparar café y no lo pienso dos
veces cuando pongo la tetera a hervir para su té. La he observado mientras
lo preparaba, así que decido preparárselo yo mismo, añadiendo un
chorrito de leche y dos de azúcar.
Llevo las dos tazas al salón y me siento en el sofá con un libro de bolsillo
que llevo meses intentando leer. Así, cuando se despierte, podremos
hablar de lo ocurrido. Después de lo de anoche, quiero que sienta que
puede acudir a mí y hacerme preguntas.
En algún momento entre que la vi llegar al clímax en su cama y me
desperté esta mañana, decidí ponérselo todo sobre la mesa: el
voyeurismo, las transferencias de dinero, todo. Sin secretos. Tal vez se
vaya, pero merece tener la opción.
Y no puedo seguir ignorando mis sentimientos por ella.
Debo de haberme quedado dormido en el atroz sofá rosa, porque me
despierto un par de horas después con el sol entrando por la ventana del
salón. Me levanto de un salto, miro a mi alrededor y veo el móvil.
9:58
Mierda.
Son casi las diez y no recuerdo la última vez que dormí hasta tan tarde.
Bostezo y veo la puerta de Estelle, que sigue cerrada. Su té está intacto
en la mesita.
Con las cejas fruncidas, doy una vuelta por la suite, preguntándome si
me habrá visto y me habrá dejado una nota, pero nada.
Abro la puerta de la suite y atravieso el castillo con la esperanza de
encontrarla dibujando o sentada en uno de los salones, quizá escuchando
uno de sus audiolibros, pero el castillo está vacío, aparte de Luna, que está
trabajando con el ordenador. Llamo a su puerta abierta dos veces para
avisarle de mi presencia y me sonríe.
―Buenos días, rayo de sol ―gorjea.
―Es casi de tarde ―refunfuño, sentándome en la silla frente a su
escritorio y cruzo las piernas, dándome cuenta de lo arrugado que está mi
traje.
Me dedica una sonrisa tímida.
―¿Dormiste bien?
―Sí ―concedo, frotándome la cara―. Sorprendentemente. ¿Está
Estelle por aquí?
Luna niega con la cabeza.
―No, no la he visto. Supuse que estaba contigo...
Suenan las alarmas en mi mente. Descruzo las piernas y me inclino
hacia adelante.
―Pero son más de las diez.
Sus cejas se fruncen.
―Quizá no se encuentre bien.
Me paro rápidamente.
―Quizás. Gracias Luna. Iré a ver cómo está.
―Házmelo saber si necesitas algo ―dice Luna en voz baja mientras
salgo corriendo de su oficina.
Evito el ascensor y subo las escaleras de dos en dos. El pánico se
apodera de mí y cierro los puños al doblar la esquina de nuestra
habitación.
¿Está enferma?
¿Pasó algo?
Quizá me vio mirándola anoche.
Me alejo de esos pensamientos mientras me acerco a su puerta y llamo
dos veces.
―Estelle ―digo, con la voz un poco dura y firme―. Abre.
Nada.
Silencio.
―Voy a entrar.
Empujo la puerta y mis ojos se posan en ella, despierta, con los ojos
abiertos y vacíos, el cuerpo acurrucado en posición fetal.
―¿Estelle? ―pregunto, intentando que no me tiemble la voz.
Sus ojos encuentran los míos, y la piel se me pone de gallina porque no
veo a mi mujer en sus ojos. La luz ha desaparecido y detrás de sus ojos
azules normalmente brillantes, no hay... nada. Como si se hubiera cerrado
tras sus iris de algún modo.
―Vete ―dice, con la voz monótona.
―¿Qué pasa? ―le pregunto, intentando mantener la voz uniforme.
Se da la vuelta y mira hacia la otra pared, de espaldas a mí. Lleva una
camiseta demasiado grande y las piernas apretadas contra el pecho.
―Dije que te fueras, Miles.
Doy un vacilante paso adelante y llego al borde de su cama.
―¿Es por lo de anoche?
Se gira para mirarme por encima del hombro.
―De verdad eres tan engreído ―responde, con voz grave y
monótona―. No, esto no es por lo de anoche.
Echo un vistazo a su habitación en busca de alguna pista,
preguntándome si estará enferma o echará de menos su casa...
―Estelle, tienes que decirme qué te pasa para que pueda ayudarte.
―No quiero tu ayuda. ―Recorro el perímetro de su habitación,
cruzado de brazos, observando cómo mi mujer se tapa con las sábanas
lentamente. Juego con el reloj y empiezo a caminar.
»Solo es uno de los días malos ―me explica unos minutos después―.
Te prometo que no me voy a suicidar, así que ya puedes irte.
Uno de los días malos.
Suicidarse.
Mi.
Esposa.
Es como si alguien me echara agua fría.
―Estelle ―gruño.
Ella se sienta y me fulmina con la mirada.
―Se llama depresión, imbécil. Resulta que yo tengo una que es
resistente al tratamiento, así que cuando tengo este tipo de días... o
semanas... tengo que sobrellevarlo. ―Aún tiene los ojos cerrados, pero al
menos ya está sentada. Aunque, ahora que está de cara a la luz de la
ventana, puedo ver las bolsas moradas bajo sus ojos.
Verla tan cansada y desolada...
Ya sé que no voy a dejarla aquí así.
―¿Cómo puedo ayudarte? ―Me quito el saco y lo dejo en la silla que
está junto a su ventana. Todo mi cuerpo está frenético y eléctrico por la
preocupación, y me quito la corbata con un movimiento rápido,
necesitando algo que hacer con las manos.
Pone los ojos en blanco y se lleva las rodillas al pecho mientras me mira.
―Nada. No hay nada que puedas hacer. Porque a pesar de asegurarme
de tener una rutina, a pesar de que mi vida cambió tan drásticamente,
esperaba estúpidamente que estos días se acabaran.
Me quito los zapatos.
―¿Esto ya pasó antes? ―Asiente―. ¿Cuántas veces? ―Encogiéndose
de hombros, apoya la mejilla en las rodillas y me ve con esos ojos huecos
y atormentados. No sé qué me pasa, pero de repente quiero estrechar mi
cuerpo contra el suyo.
―Después de la muerte de mi abuela... no salí de la cama durante
semanas. Desde entonces, sucede cada par de meses.
Asiento una vez.
―Muévete.
Se endereza.
―¿Qué?
―Muévete ―le digo, quitándome el cinturón.
―Miles ...
Parece tan insegura, tirando de su labio inferior entre los dientes.
Rota.
Mi.
Esposa.
―Estelle, muévete o te moveré yo mismo.
No responde mientras se mueve hacia un lado de la cama, sin atreverse
a apartar sus ojos de los míos. Cuando llega al otro lado, se gira de
espaldas a mí.
Me meto en su cama y noto el aroma floral a jazmín que impregna las
suaves sábanas. Dios, podría dormir aquí todas las noches.
Incluso con el maldito edredón naranja.
Me acerco hasta que puedo rodearla con un brazo y acercarla a mi
pecho. Al principio se pone rígida, pero a medida que pasan los segundos
empieza a relajarse poco a poco. Supongo que esto es muy diferente de
nuestras interacciones anteriores. Su respiración es tan tranquila, tan
constante, que me encuentro con los ojos caídos unos minutos después.
―¿Por qué? ―susurra, con voz lejana.
―Porque eres mi esposa ―le digo sinceramente―, y eso significa para
bien o para mal.
―No es real ―responde, con una voz tan, tan débil.
―Creo que los dos sabemos que eso no es cierto ―murmuro, sintiendo
cómo el sueño me arrastra unos segundos después, acurrucado alrededor
del cálido cuerpo de Estelle.
17
la oscuridad

Me despierto presa del pánico. La misma oscuridad familiar me rodea.


Es sofocante y, sin embargo, es como si flotara sin nada que me ancle.
Es extraño sentir que me estrangula el aire.
Como si la habitación me presionara.
Como si mi corazón fuera a romperse del dolor.
Un gruñido masculino detrás de mí me sobresalta, y cuando me giro
lentamente, veo a Miles revolviéndose a mi lado.
―¿Estás bien? ―me pregunta con la voz aturdida.
Ahora está oscuro. Lo último que recuerdo es a él acurrucándose detrás
de mí, y posteriormente cayendo en uno de los sueños más profundos que
he experimentado en un estado depresivo.
Estoy acostumbrada al dolor de huesos, sentirme tan exhausta, que
hace que arrastrarse fuera de la cama sea físicamente doloroso.
Normalmente, el cruel insomnio que no cede es solo un extra, pero dormí
bien con él aquí.
―¿Qué hora es? ―pregunto.
―Ni idea ―me dice con rudeza.
La adrenalina de su presencia ya ha desaparecido y lo único que siento
es ese dolor profundo y hueco mientras me doy la vuelta y vuelvo a
ponerme en posición fetal.
―Vuelve a dormirte, mariposa ―murmura.
El colchón se mueve y él se acerca. Aprieto los ojos, sin sentir nada, pero
queriendo sentirlo todo. El entumecimiento me aísla. Es como si estuviera
soñando y no pudiera despertar. Su mano se acerca al dobladillo de mi
camiseta extragrande, que recorre la parte posterior de mi muslo,
cubriendo mis bragas. Veo fijamente la pared de enfrente mientras los
dedos de Miles me suben la camiseta. Por la forma en que sus dedos
callosos suben la tela, me doy cuenta de que no quiere hacer nada malo.
Cuando mi espalda queda al descubierto, sus dedos empiezan a
recorrerme la columna con un movimiento lento y circular. Es...
agradable.
Si no estuviera tan insensibilizada, podría encontrarlo más excitante,
pero en este momento, hace un buen trabajo quitándole hierro a la
oscuridad.
―Gracias ―le susurro.
―Duerme ahora ―me dice suavemente.
Me duermo al sentir sus nudillos rozando la sensible piel de mi espalda
baja.

Me despierto en una habitación llena de sol, y lo primero que noto es


que Miles se ha ido. Tiene sentido, es lunes y tiene trabajo. Respiro hondo
y, aunque todavía me duele al inhalar, el dolor ha disminuido
considerablemente. Una vez le pregunté a mi médico de cabecera por el
dolor que experimentaba durante mis episodios, y nunca pudimos
averiguar la causa. Investigando un poco más, llegué a la conclusión de
que debía de tener tensión en los músculos situados entre el esternón.
Siempre desaparece cuando empiezo a sentirme mejor, pero cada vez lo
utilizo como indicador para ver cómo me encuentro.
En este momento, es mejor que ayer, y eso es todo lo que puedo esperar.
Paso varios minutos viendo la pared del dormitorio, pensando y sin
pensar. Respirando, pero parece que necesito tomar aire periódicamente.
Aprieto las rodillas contra el pecho, inspiro y espiro, cierro los ojos y deseo
que se vayan las sombras de la habitación.
Debo de haberme dormido brevemente, porque me despiertan unos
golpes en la puerta de mi habitación. Me incorporo y veo a mi alrededor.
―Un segundo ―le digo a mi invitado, poniéndome un jersey de gran
tamaño sobre el pijama de hace un día. Me paso rápidamente los dedos
por los rizos anudados, recogiéndolos en un moño desordenado. Llevo
dos días sin ducharme y necesito cepillarme los dientes.
¿Golpearía Miles? Probablemente no.
Me dirijo a la puerta y la abro de un tirón.
―¿Liam?
Lleva una camiseta gris y unos jeans que parecen no haberse lavado
nunca. Tiene más barba de lo normal y noto que la mayor parte está teñida
de plateado. Él me ve a los ojos y me sonríe suavemente, es entonces
cuando me fijo en la bolsa grasienta y las bebidas que lleva en la mano.
―¿Tienes hambre? ―me pregunta, haciéndome un gesto para que
salga de mi habitación.
―¿Qué haces aquí? ―pregunto con cuidado, saliendo de mi habitación
y cerrando la puerta rápidamente para que no vea la cama desordenada
de la que acabo de salir.
―Pensé que querrías compañía, es la hora del almuerzo, y sé que Miles
está en el trabajo.
Trago saliva.
―Gracias ―le ofrezco, rodeándome con los brazos―. Solo estaba
leyendo ―le explico, esperando que se lo crea.
Sonriendo, se da la vuelta y camina hacia el sofá rosa.
―Siéntate.
Lp sigo y me siento, muy consciente de mi aspecto.
―¿Miles te metió en esto? ―le pregunto, metiendo las piernas en el
pecho y rodeándome las rodillas con los brazos.
Se encoge de hombros.
―Puede que haya dicho algo. ―Arqueo una ceja y él se ríe, levantando
las manos en señal de rendición―. Bien. Me pidió que viniera a ver cómo
estabas. Me hizo salir de clases antes de tiempo ―explica―. Tiene una
reunión a la que no puede faltar, si no, seguro que estaría aquí. ―Me trago
el dolor en la garganta. Tan diferente del gruñón al que me había
acostumbrado―. Aún así, quería asegurarme de que estabas bien.
―Gracias ―le digo en voz baja―. Es muy amable de su parte, y de ti.
―Me gusta cuidar de la gente ―añade bruscamente, dejando la bolsa
en el suelo y sacando dos hamburguesas con queso envueltas en papel de
estraza―. A mis hermanos y las personas cercanas a ellos. Como estás
casada con mi hermano, eso te incluye a ti.
No contesto mientras me invade una oleada de nostalgia.
De alguna manera, a pesar de todo, estoy empezando a considerar a
estas personas amigos, y un día... posiblemente familia.
Me da una hamburguesa, se echa hacia atrás y come. Yo me aferro a la
mía, incapaz de soportar el olor de la carne grasienta. Durante mis
episodios, es difícil disfrutar de las cosas sencillas que normalmente me
gustan, como la comida, los audiolibros, la música... todo está ahí,
existiendo. Me la acerco a la cara, pero el queso amarillo derretido es lo
último que me apetece, la dejo educadamente en la mesita y apoyo la
mejilla en las rodillas mientras se me llenan los ojos de lágrimas.
Dios, esto es vergonzoso.
Estoy a punto de excusarme cuando Liam deja su hamburguesa y
empieza a hablar.
―Hace tres años murió mi mejor amigo. ―Hace una pausa, toma su
bebida y bebe un sorbo antes de dejarla en el suelo―. Se llamaba Elias. Lo
conocí en la universidad, fui el padrino de su boda, estuve presente en el
nacimiento de su hija, Zoe. Nos distanciamos un poco a medida que Zoe
crecía, sobre todo durante sus primeros años de vida, pero estuve en todas
las fiestas de cumpleaños. Estuve en todas las fiestas y ocasiones
especiales.
Acerco las rodillas al pecho mientras él continúa.
―Hace tres años, Elias y su mujer, Brooke, estaban de excursión.
dejaron a Zoe en casa, que entonces tenía quince años, ya sabes cómo son
las adolescentes. Como sea, no volvieron esa noche. A la mañana
siguiente, Zoe y yo fuimos a la policía a denunciar su desaparición. Los
buscamos durante días y, una semana más tarde, supimos que habían
sido arrastrados en un extraño accidente de inundación repentina. Había
llovido y el río por el que iban de excursión estaba crecido y era peligroso.
Trago saliva.
―Lo siento mucho ―le digo―. ¿Qué pasó con Zoe?
Ante eso, Liam sonríe.
―Zoe estaba angustiada. Los dos lo estábamos. Sobre todo, cuando nos
enteramos de que me nombraron su tutor.
Me siento un poco más erguida.
―No lo sabía.
Se encoge de hombros.
―Solo de nombre. No quiere saber nada de mí. Llevaba en un
internado desde los once años, así que, aparte de tomarse tiempo libre
para el funeral, quería volver con sus amigas. Tenía quince años... no la
culpo. Es ferozmente independiente y la persona más fuerte que conozco.
Apenas la veo, y cuando la llamo, me contesta con una sola palabra. Típico
de una chica de casi dieciocho años.
―¿Se graduará pronto? ―le pregunto.
Él asiente.
―Sí. Va a matricularse en la universidad local, donde yo trabajo. Quiere
ahorrar dinero, así que vivirá conmigo. ―Él se frota la boca―. Preveo que
será un ajuste para los dos. En fin, el punto de mi historia es, después de
la muerte de Elias, me diagnosticaron depresión y ansiedad.
Me quedo quieta, sin decir nada. He conocido a algunas personas que
tenían depresión, pero nunca habría imaginado que Liam también la
sufría.
Le da otro mordisco a su hamburguesa con queso.
―Tardé unos meses en adaptarme al medicamento, y a veces sigo
teniendo días malos, pero... ―Se interrumpe y me lanza una mirada
seria―. Si alguna vez necesitas hablar de eso con alguien que no sea mi
amargado hermano, llámame.
―¿Cómo lo supiste? ―pregunto con cuidado.
―Lo deduje más o menos cuando pasamos un rato juntos hace unos
días, y luego Miles me lo dijo esta mañana cuando lo llamé. Me contó lo
de tu abuela. Siento tu pérdida, Stella.
Mi respuesta se atasca en la garganta.
―Gracias. ―Me aclaro la garganta, enderezo las piernas y tomo la
bebida. Puede que no tenga hambre, pero el sabor del refresco frío es muy
refrescante―. Siempre he tenido días malos ―empiezo―. Altibajos,
como cualquier persona normal, pero el dolor por la pérdida de mi abuela
no se parece a nada que haya experimentado. Ella era mi persona. Sentí
como si alguien me hubiera arrancado la alfombra. En los días siguientes
a su muerte, apenas salí de la cama. Al parecer, el duelo puede
desencadenar una plétora de problemas de salud mental que permanecen
latentes. Para cuando llegó su funeral, estaba en piloto automático.
Pienso en Miles y en la fuente. Aquella había sido una de las únicas
noches buenas en un año de noches malas.
―He probado con medicamentos, pero nada ha funcionado. Mis
doctores me diagnosticaron oficialmente depresión resistente al
tratamiento hace cuatro meses.
―Mierda ―dice Liam, exhalando una bocanada de aire―. Debe de
haber sido muy duro.
Asiento con la cabeza, tragando saliva de nuevo.
―Lo fue, pero pusimos en marcha un plan de acción, y hasta esta
semana, estaba funcionando. Empecé a hacer ejercicio todas las mañanas.
Despertarme a la misma hora, hacer las mismas cosas, ver a las mismas
personas. La rutina me ayuda, pero, por supuesto, mi vida dio un vuelco
cuando... ―Me detengo.
Cuando me casé falsamente con tu hermano.
―¿Sabes? yo podría haberlo animado a no seguir adelante con el falso
matrimonio si hubiera sabido toda la historia, pero nuestro papá puede
ser muy convincente. Miles siempre ha sentido la necesidad de ser el
mártir de la familia. Recibiría una bala por cualquiera de nosotros en un
instante, y creo que hacer esto es su manera de protegernos. Su manera
de desviar la atención de nosotros. Para asegurarse de que nuestro papá
se sienta como si estuviera en control de la vida de uno de sus hijos.
Y Miles odia cada segundo de ese control, pienso cabizbaja.
Lo hace por sus hermanos, de la única manera que puede, para que
Charles deje en paz al resto.
―Entiendo ―digo despacio.
―Le importas ―añade Liam, con una voz más suave que antes―. Me
doy cuenta por la forma en que habla de ti.
Lo dudo, quiero decir, pero permanezco callada mientras Liam continúa,
empapándome de sus palabras.
―No estoy seguro de que te haya contado lo que le pasó ―dice,
mirándome con sus ojos verdes como pinos.
Asiento con la cabeza.
―Me lo contó. Lo del accidente.
―Nos salvó la vida, a pesar de que le dije que se fuera, a pesar de saber
que podía morir. Imagina ser un niño y ser tan valiente...
Se me saltan las lágrimas, pero me contengo para no llorar.
―No puedo imaginarlo ―susurro.
―Después de eso, se encerró en sí mismo. También desarrolló un
sentido del humor muy seco. Puede ser un imbécil, pero tiene un gran
corazón.
Sonrío.
―Lo sé. ―Vuelvo a mirar al suelo y pienso en la noche en que nos
conocimos. Cómo parecía... diferente. Más brusco y cauteloso, claro, pero
también... amable. Tal vez un poco divertido―. No sé cómo hacer para
que se abra a mí. Es como sacar una muela.
Liam se ríe.
―¿Mi consejo? ―Asiento, y él continúa―. No lo fuerces. Sigue estando
con él. Habla con él. Conócelo. Una vez que estás dentro, estás dentro para
toda la vida. Es irrisorio pensar que dentro de un año... ―Sacude la
cabeza―. No preveo que te deje marchar. Eso es todo.
Solo te tengo un año.
Las palabras de Miles de hace dos noches resuenan en mi mente.
―Gracias, Liam. Veremos qué pasa.
Chase y Juliet dijeron lo mismo, pero hasta ahora, no he visto ese lado
de mi marido.
―Lo estás haciendo muy bien, Stella. Cuídate, ¿okey?
Asiento y sonrío.
―Lo haré. Gracias por la comida. Normalmente no tengo apetito
durante estos episodios, pero el refresco está delicioso ―le ofrezco,
dedicándole una pequeña sonrisa.
―Cuando quieras.
Se levanta y señala mi hamburguesa sin comer.
―Te la guardo en el refrigerador por si te entra hambre más tarde.
Asiento con la cabeza.
―Perfecto.
Recoge la bolsa y su comida, mirándome.
―Me parece que los pasos de bebé ayudan. Un pie delante del otro. Tal
vez hoy sea una ducha. Mañana, bajar las escaleras.
Me río.
―¿Huelo tan mal?
Se ríe entre dientes.
―No. Solo quiero decir que concentrarme en una cosa me ayuda. No te
preocupes por nada más. Métete en la ducha. Creo que descubrirás que el
piloto automático a veces puede hacer que tu mente y tu cuerpo vuelvan
a tomar el control. Solo date un poco de gracia, ¿okey?
―Okey. Gracias.
Sonríe y se marcha, dejándome contemplar la enorme tarea de
levantarme, caminar hasta el baño y abrir el grifo.
Para cuando termino y mi cuerpo está limpio, estoy agotada, así que
me meto de nuevo en la cama antes de caer en un sueño profundo y
reparador.
Un pie delante del otro.
18
el audiolibro

Tardo un par de días, pero el miércoles ya vuelvo a ser yo misma.


Despertarme con el cálido y pesado brazo de Miles alrededor de mí sin
duda ayuda, aunque ninguno de los dos reconoce en absoluto su
presencia en mi cama. Creo que no llegamos a decirnos ni una sola
palabra en todo el lunes y el martes. Aparece después del trabajo y se mete
en la cama conmigo. Por las mañanas, se marcha para prepararse para el
trabajo y no hablamos de eso.
Mis recuerdos de los últimos días están llenos de bruma, luz brillante,
una brisa fresca, calor y nudillos que rozan mi columna vertebral.
El miércoles me levanto tarde y me doy la ducha más larga de mi vida.
Me cepillo el cabello, me afeito las piernas y me froto bien la cara. Me
siento bien al volver a tener energía, volver a tener ganas de hacer cosas.
Me pongo un jersey amarillo mostaza y me seco el cabello rápidamente
con un difusor. Sé que Miles está en el trabajo, así que bajo y me preparo
una ración doble de avena. Llevo días sin apetito, subsistiendo solo a base
de agua, pero ¿ahora?
Estoy hambrienta.
En lugar de forzarme a caminar hoy, decido tomármelo con calma. En
el último año he descubierto que lo mejor es volver poco a poco a la rutina.
Hoy, ducharme y vestirme serán mis únicos logros, y me parece bien. Sigo
el consejo de Liam y me doy un respiro. Me coloco los auriculares y pongo
un libro obsceno sobre un Dom del placer. Sonrío cuando me doy cuenta
de que descansar y escuchar obscenidades es exactamente lo que me ha
recetado el médico.
Mientras sorbo mi té y como mi gran tazón de avena, me apoyo en la
encimera de la cocina mientras escucho, sonriendo en una parte
especialmente picante.
Es agradable volver a la normalidad.
Por horribles que sean mis episodios, los días posteriores a un episodio
siempre parecen ser mis mejores días. Sé que, físicamente, es porque mi
serotonina está fuera de control, pero aún así. Mis emociones pueden ser
oscilantes, pero que me condenen si no disfruto de los días buenos lo
mejor que puedo. Sobre todo, cuando nunca sé cuándo llegará un mal día.
Cuando dejo el teléfono para lavar el cuenco, el Bluetooth se corta y me
doy cuenta con un sobresalto de que el audiolibro se está reproduciendo
a todo volumen en mi teléfono. Como tengo las manos mojadas, lo dejo
correr.
De todas formas, estoy sola aquí abajo.
―Eso es. Eres una chica tan buena, tomando mi polla tan bien ―Ryder gruñe.
―¡Sí, Dios, sí! Más fuerte, por favor.
―¿Quieres que papi te folle más fuerte, Belle? ¿Cómo lo pides?
―Por favor, papi. Por favor, dámelo más fuerte, te lo ruego.
Me sonrojo mientras cargo mi cuenco en el lavavajillas, mordiéndome
el labio inferior mientras sigue sonando.
―¿Vas a correrte para papi, ángel?
―Sí, papi. Estoy tan cerca.
―Eso es ―gruñe―. Me rodea el cuello con las manos y sigue follándome. Me
tiemblan las rodillas cuando me penetra y...
Alguien se aclara la garganta detrás de mí y yo salto unos seis metros
por los aires.
Miles está apoyado en la pared opuesta de la cocina, sonriendo
satisfecho.
―Buenos días, Estelle.
Tengo el corazón en un puño y respiro tranquilamente antes de
fulminarlo con la mirada.
―Jesús, Miles. Me asustaste.
Enarca las cejas y ve rápidamente mi teléfono.
―Ahora sé por qué siempre llevas los auriculares puestos. Estás
escuchando porno.
Frunzo el ceño.
―No es porno, pagano. Es romance. ―Cierro el lavavajillas y me volteo
hacia él, cruzada de brazos―. Tienes que saber que leo como tres libros a
la semana ―añado, defendiendo mi adicción.
Sus labios se crispan mientras se empuja de la pared.
―Yo probablemente también lo haría si mis libros tuvieran escenas así.
Entonces, ¿papi es pervertido? ―pregunta, con los labios ligeramente
curvados. No es una sonrisa, pero casi.
Lo fulmino con la mirada.
―¿Cuánto tiempo has estado escuchando?
―Lo suficiente ―añade acercándose al refrigerador―. ¿Te encuentras
mejor? ―pregunta, mientras me examina la cara.
Arrastro un poco los pies y veo al suelo un segundo antes de volver a
mirarlo.
―Sí.
¿Va a sacar el tema de que nos abrazábamos todas las noches?
Algo inseguro relampaguea en sus facciones.
―Bien. Me alegra oírlo.
Algo en la forma en que dice esa última parte hace que el corazón me
palpite ligeramente en el pecho, y no puedo evitar una sonrisa más
amplia.
Suena casi a preocupación.
Antes de que pueda seguir contemplando sus palabras, se acerca un
paso, con las manos en los bolsillos del pantalón. Tiene más barba de lo
normal, no lleva corbata y su camisa blanca abotonada lleva un botón
desabrochado, es lo más al descubierto que he visto nunca su garganta.
Una mezcla de intriga y culpa se agolpa en mis entrañas cuando me doy
cuenta de que probablemente no ha tenido tiempo de afeitarse las últimas
mañanas. Mi mirada se desvía hacia la brillante cicatriz que tiene justo
debajo de la mandíbula antes de volver a su rostro.
―¿Cómo se llamaba ese libro? ―pregunta, su voz es un murmullo bajo.
Siento alivio. Me alegro de que no hable de ello. Me ayuda a seguir
adelante, a olvidarlo hasta el próximo episodio.
Me ayuda cuando vuelvo a mi vida normal.
Trago saliva mientras él se detiene a medio metro.
―No me acuerdo.
Ante esto, sonríe. Y... Dios. Su sonrisa podría ganar guerras enteras.
Antes de que pueda detenerlo, se pone detrás de mí y quita mi móvil
de la isla. Intento quitárselo, pero él es más rápido y veo cómo se le abren
los ojos al ver la pantalla: una portada de un hombre mayor con poca ropa.
―¿Su novia virgen? ―dice Miles lentamente, con los ojos brillantes de
alegría.
Aprieto los labios y le arrebato el teléfono de la mano.
―Disculpa ―digo rápidamente, saliendo de mi aplicación de audio―.
No puedes tomar mi celular así...
―¿Ese es el tipo de cosas que te excitan?
Sus ojos no se han apartado de los míos desde antes de que tomara mi
teléfono, y parece realmente curioso.
Me encojo de hombros.
―Me gusta todo tipo de romance, no tengo una temática favorita. No
sabría decir si ese tipo de cosas me excitan en la vida real. Es solo una
fantasía.
Se pasa la lengua por la mejilla y ladea ligeramente la cabeza. Da un
paso adelante y coloca las manos a ambos lados de mí, acorralándome. Se
inclina y su aliento me hace temblar.
―¿Y si la vida real pudiera ser mejor que tu fantasía? ¿Qué dirías
entonces?
Querido Dios.
Coloco las manos sobre su pecho mientras le veo a la cara.
―Supongo que nunca lo sabré ―respondo, sabiendo que mi descaro
podría alejarlo de nuevo―. Estoy casada con un gruñón que trabaja todo
el tiempo.
Sus ojos se clavan en los míos con... algo. Es ardiente e intenso, pero no
sé si es lujuria u odio.
―Bueno, este gruñón ha decidido cancelar todas sus reuniones de hoy
―dice, con sus ojos verdes brillando, luego se inclina y me roza la mejilla
con los labios―. Extrañaba a mi esposa ―añade, con voz suave.
Mi corazón se acelera dentro de mi pecho mientras me alejo
ligeramente.
―Miles…
―Que desayunes bien ―dice despacio, apartándose y saliendo de la
cocina.

Me paso el día terminando “Su novia virgen” en la biblioteca del castillo,


lo que me parece apropiado. No me avergüenzo de mi elección de libro.
La escritura es increíble, y la obscenidad es de primer nivel. Miles puede
besarme el trasero. Hacia las dos, Miles entra en la biblioteca con un libro
de bolsillo sobre cómo invertir dinero y un plato de sándwiches para
compartir. Lo veo sentarse frente a mí, masticando tranquilamente, pero,
aparte de una educada sonrisa cuando le doy las gracias por darme de
comer, no dice ni una palabra.
A las seis, se excusa y yo deambulo por las pilas de libros, pues acabo
de terminar mi libro. Intento tomar notas sobre las cosas que me quedan
por hacer para VeRue, pero mientras mis dedos rozan los lomos de los
libros, mi mente sigue vagando por la escena en la que el protagonista
masculino presionaba a la protagonista femenina contra una estantería de
biblioteca como estas.
Cuando entro en el comedor para cenar, tengo la piel enrojecida y las
palmas de las manos sudorosas.
Miles ya está sentado y asiente una vez mientras yo tomo mi asiento
habitual.
Hace días que no hablamos de practicar nuestra química física, y
aunque agradezco que no se ande con rodeos a mi alrededor, también
quiero preguntarle por qué se quedó conmigo todas las noches.
Por qué sigue flirteando conmigo como si no pudiera resistirse.
Por qué me dijo que hoy había vuelto del trabajo porque me extrañaba.
El chef trae una ensalada y yo bebo un sorbo de vino mientras veo a
Miles comer. Se lleva el tenedor a la boca lentamente, masticando con la
boca cerrada, y se me entreabren los labios al ver cómo sus largos dedos
agarran el cubierto... Dios, ¿por qué es tan erótico verlo comer?
―¿Vas a comerte la ensalada o vas a seguir babeando? ―pregunta,
desviando sus ojos verdes hacia los míos.
En lugar de frío, solo hay calor.
Me da un vuelco el estómago cuando sus labios se inclinan en una
sonrisa.
―Solo estoy disfrutando de mi vino ―le digo, agradecida de que mi
jersey de cuello alto oculte mi pecho manchado.
Comemos nuestras ensaladas en un silencio relativamente cómodo, y
luego el chef trae un filete con papas.
Se me hace la boca agua.
―Si no quieres hablar de eso, lo entendería ―dice después de dar el
primer bocado―. Pero me gustaría saber más sobre tu estado.
Dejo de comer y cierro brevemente los ojos. No quería que me
preguntara. No quería que me viera así, y aunque estaba agradecida por
su ayuda y su constante compañía, hoy me siento mejor. Quiero seguir
adelante. Sé que ignorarlo probablemente no sea un mecanismo de
afrontamiento saludable, pero aun así. No me gusta pensar en eso.
Antes de que pueda decírselo, se aclara la garganta y se limpia la boca
con la servilleta.
―He investigado un poco ―dice, apoyando las manos sobre la mesa―.
Como tu depresión es resistente al tratamiento, no hay nada químico que
podamos hacer, pero parece que la terapia podría ayudar, si te parece bien
ver a mi terapeuta...
Mi cabeza está nadando con tantas emociones.
―Yo… mmm…
―O está la terapia cognitivo-conductual, que parece prometedora.
También se supone que la ketamina ayuda en algunos tipos de depresión
resistente al tratamiento, pero antes de profundizar en eso, tal vez
queramos analizar cómo controlar el estrés ―concluye.
No tengo palabras.
El mero hecho de que mi estoico marido se tomara el tiempo de
investigar, de exponerme algunas opciones...
Como si yo le importara.
Me quedo callada mientras me trago la emoción que se me atasca en la
garganta.
Miles aprieta los ojos mientras se pellizca el puente de la nariz.
―Lo siento, seguro que ya has investigado por tu cuenta. No quiero
entrometerme. Es que... ―se interrumpe, apartando la mirada
brevemente. Se me corta la respiración cuando veo el dolor en su
expresión―. Quiero ayudarte ―termina, suspirando con fuerza.
La angustia en su voz es palpable.
―Gracias ―le digo, con la voz quebrada. Veo la copa de vino,
dispuesta a no llorar.
―Parecías tan rota.
Cuando vuelvo a mirarlo, me observa con preocupación.
―No es una experiencia divertida, eso seguro ―le digo en voz baja.
Le da un sorbo a su vino.
―Eres muy fuerte para ser capaz de aguantar eso. Eres tan feliz todo el
tiempo, y yo solo pensaba... ―se interrumpe.
Me froto las mejillas y huelo una vez.
―Supongo que puedes tener la sonrisa más brillante de la habitación y
aun así tener que luchar contra las sombras más oscuras.
No aparta sus ojos de los míos mientras nos miramos fijamente. Mi
corazón da un vuelco con cada respiración, cada segundo que pasa entre
nosotros, es como si algo hubiera cambiado: el aire, la energía... de repente
es salvaje y frenética, la llama ardiente que veo en sus ojos casi me
sobresalta. Sus manos se enroscan brevemente sobre la mesa y su
mandíbula se endurece, casi como si él también lo percibiera.
―Quiero enseñarte algo ―dice en voz baja. Antes de que pueda
responder, se levanta y se desabrocha el cuello. Lo veo en un silencio
extasiado mientras se desabrocha los primeros botones y aprieto los labios
temerosa de decir algo que le haga cambiar de opinión. No me mira. El
corazón me palpita contra las costillas mientras veo cómo mi esposo se
desabrocha despacio la camisa, sacándola de dentro de los pantalones,
luego se la abre.
La mayor parte de su abdomen está cubierto de grandes marcas de
quemaduras. Algunas zonas son más gruesas, con la piel brillante, y otras
son más pequeñas, casi como marcas de viruela. Las marcas se ramifican
hacia arriba, a través de sus músculos tensos, retorciéndose alrededor de
su cuello y bajando por sus brazos musculosos y acordonados.
―Hermoso ―murmuro, poniéndome en pie y acercándome antes de
darme cuenta de que lo estoy haciendo―. ¿Puedo? ―le pregunto
levantando la mano.
Aprieta la mandíbula, pero no habla. En lugar de eso, asiente una vez.
Coloco la mano en el centro de su pecho antes de pasarla por su
pectoral, por su hombro y por la parte posterior de su brazo.
Cuando lo veo, tiene los ojos cerrados y los orificios nasales dilatados,
como si le doliera algo.
―Lo siento, ¿te duele? ―le pregunto, empezando a apartar la mano.
Sus ojos se abren de golpe y me agarra la muñeca para mantenerla sobre
su piel, y casi jadeo al ver sus pupilas dilatadas.
―No, mariposa. No duele.
Aunque quisiera apartar la mirada de él, no estoy segura de poder
hacerlo. Sus ojos se deslizan hasta mis labios y su expresión se suaviza. Su
apertura me llena de excitación y, de repente, me doy cuenta de que
quiere besarme.
No para las cámaras, sino porque quiere.
Siento un cosquilleo en la piel cuando sus ojos se entornan ligeramente.
―Estelle ―dice, con la voz baja y vacilante.
―No más secretos ―susurro, deseando besarlo. Necesitando besarlo.
La misma expresión de angustia recorre sus facciones y su mandíbula
se tensa. Antes de que pueda cambiar de opinión, le subo la mano al cuello
y los dedos se enredan en su cabello.
Algo brilla en sus ojos. En el segundo siguiente, me atrae bruscamente
contra su cuerpo y aplasta sus labios contra los míos.
Gimo cuando me mete la lengua en la boca y agarro su cabello con la
otra mano. Sus brazos me rodean la cintura y sus manos aprietan el tejido
de mi jersey, provocándome un estremecimiento de placer. El corazón me
retumba en el pecho cuando gime y se separa de mí.
―Dime que me detenga ―murmura.
―No te detengas.
Apenas he podido pronunciar las palabras cuando vuelve a besarme y
nos gira para que yo quede de espaldas a la pared del comedor. Me
aprieta firmemente contra el papel pintado de damasco y golpea sus
caderas contra mí. Jadeo cuando me levanta, me pone las manos bajo los
muslos y mis piernas rodean sus caderas.
―Dime que me detenga ―repite, con los labios rozando los míos.
―Nunca, cariño.
Se aparta, con los ojos encendidos. No necesita decir nada. Por la forma
en que sonríe, por la forma en que me lleva la mano a la cara, me doy
cuenta de que le gusta ese apodo.
Baja la cabeza y me besa suavemente los labios, la mandíbula, el cuello...
Dejo caer la cabeza contra la pared y él me besa el cuello, empujándome
ligeramente el jersey de cuello alto, y el dobladillo se levanta unos
centímetros. Su aliento es cálido en mi piel y pongo los ojos en blanco
cuando vuelve a presionarse contra mí.
―Mierda ―susurro, hormigueando y temblando por todo el cuerpo.
Respiro entrecortadamente mientras se presiona con fuerza y firmeza
contra mis bragas. La fricción me hace gemir y el placer se irradia hacia
fuera, hasta los dedos de las manos y los pies. Me lame y chupa la unión
entre el cuello y el hombro, y pongo los ojos en blanco cuando vuelve a
sacudirme hasta el fondo.
―Quiero que te corras así por mí, mariposa ―murmura contra mi
piel―. Quiero sentir lo mojada que estás a través de mis pantalones.
¿Entiendes?
¿De dónde ha salido esta boca sucia?
Vuelvo a gemir y aprieto más los muslos contra él. Mis manos bajan
hasta su pecho, recorriendo sus cicatrices.
Me aprieta con más fuerza, directamente sobre mi clítoris. Estoy tan
excitada por el libro de antes que sé que no me llevará mucho tiempo.
No cuando sigue apretándose contra mí de la forma en que lo hace: con
las caderas rodando, y la presión firme pero no demasiado fuerte.
Miles apoya su frente contra la mía mientras sus manos se acercan a
mis caderas, apretando mi piel desnuda mientras me folla con la ropa
puesta.
Dios, esto es tan caliente.
Me tiemblan las piernas cuando me empuja.
―Miles ―gimo.
―No tienes ni idea de las ganas que tengo de hundirme en tu dulce
coño, Estelle ―gruñe―. Cuánto deseo verte desmoronarte debajo de mí,
y encima de mí, e inclinada sobre nuestra cama. Dios, llevo tanto tiempo
imaginándolo ―añade.
―Yo también ―susurro.
―Mierda. ―Su voz es ronca, y su corazón late erráticamente bajo mi
mano.
Cerrando los ojos, giro las caderas, persiguiendo mi orgasmo.
―Ojos abiertos ―me ordena―. Quiero ver cómo te desmoronas.
―Dios, Miles ―gimo―. Estoy cerca.
Empieza a mover mis caderas sobre su polla con brusquedad,
respirando agitadamente mientras se masturba sobre mí al mismo
tiempo.
―Sí, lo estás ―gruñe―. Y te vas a correr encima de mi polla, ¿verdad?
―Sí ―jadeo, sintiendo los signos reveladores de mi clímax inminente.
―¿Te gusta cómo se enfría nuestra cena en la mesa, esposa?
―Sí ―jadeo.
―Mmm, seguro que sí. ¿Qué hay del hecho de que cualquiera podría
entrar y vernos?
Apenas puedo ver bien. Las estrellas empiezan a bailar en mi campo de
visión y cada embestida contra mi clítoris amenaza con llevarme al límite.
―Mi esposa está tan necesitada ―murmura―. Jodidamente me
encanta.
Me recorre un escalofrío por todo el cuerpo al oír sus palabras. Si
hubiera sabido lo sucio que era...
―Hay tantas formas en las que quiero pintarte con mi semen ―dice,
con las caderas sacudiéndose erráticamente―. Hay tantas cosas que
puedo hacerte ―añade.
―Miles, voy a correrme.
Suelta un gemido bajo justo cuando mi orgasmo me atraviesa
rápidamente. Me agarro a sus hombros y dejo que me recorra mientras se
me doblan los dedos de los pies y los muslos.
―Eso es, mariposa ―gruñe―. Mierda, voy a correrme.
Se queda quieto, pero su polla palpita contra mí desde el interior de sus
pantalones. La humedad se filtra entre nosotros y sigo jadeando cuando
termina.
Bajo con cuidado, aunque mis piernas son de gelatina. Cuando veo a
Miles, él me observa con expresión acalorada. Se le dibuja una sonrisa en
los labios y se acerca a la mesa en busca de una servilleta para limpiarnos.
Sin pensárselo dos veces, su brazo pasa por debajo de mi vestido,
limpiando el desastre que ha creado contra mis bragas. toma rápidamente
su camisa y vuelve a abrochársela.
―Deberías terminar de cenar, Estelle ―dice, desechando la servilleta y
metiendo las manos en los bolsillos del pantalón del traje mientras me
observa.
No sé qué más hacer, así que vuelvo a mi sitio en la mesa, desorientada.
Miles también se sienta como siempre y, cuando levanto la vista, me ve
con ojos de fuego.
―Yo diría que eso fue un seis sobre diez, ¿no?
Todavía me estoy riendo cuando, un minuto más tarde, el chef viene a
recoger nuestros platos con cara de confusión porque no tocamos nada de
nuestra comida.
19
la enseñanza

Tras terminar el postre, Estelle y yo caminamos juntos de vuelta a


nuestras habitaciones. Una pequeña parte de mí se enorgullece de ver
cómo sus mejillas siguen sonrojadas y de lo alborotado que lleva el
cabello. Cuando cierro la puerta, se gira hacia mí.
―Gracias, por enseñarme tus cicatrices ―aclara, con las mejillas
enrojecidas hasta un tono aún más intenso.
Doy un paso adelante, de modo que solo nos separan unos centímetros.
Le pongo una mano en la mejilla y algo dentro de mí se agita al ver cómo
se retuerce ante mis caricias.
―Es lo justo. ―Sonrío mientras me alejo, dejando caer la mano―.
Buenas noches, Estelle. Te veré por la mañana para nuestro paseo.
Apenas capto la expresión de sorpresa en su rostro antes de darme la
vuelta y caminar hacia mi dormitorio, cerrando la puerta tras de mí
mientras me apoyo en ella.
Puede que piense que por fin estoy cediendo a sus paseos, pero la
verdad es que me aterra volver a verla triste, y si caminar la ayuda, lo
haría todos los malditos días de la semana. Aunque sé que es muy
probable que tenga más episodios a lo largo del año, al menos puedo
poner de mi parte para ayudarla a evitarlos como pueda.
Me quito la ropa y sonrío al pensar en cómo se retorcía contra mí. Cómo
olía y los ruidos que hacía. De alguna manera, esto se había convertido en
algo más que una obsesión.
Estoy consumido. Atormentado. Poseído.
Después de darme una ducha rápida, me siento en la cama y veo el
celular con la toalla aún enrollada en la cintura. Hay un mensaje de Chase
y frunzo el ceño cuando veo que es un enlace a Instagram. No tengo
ninguna cuenta personal en las redes sociales, aunque nuestros
publicistas se encargan de las cuentas de RCF.
Cuando lo abro, me sorprendo al ver que es un enlace a una foto de
Estelle y mía el día de nuestra boda. No estoy seguro de quién la tomó
porque la imagen está ligeramente borrosa, y reconozco que es nuestro
beso en el altar.
Justo después de que el juez nos declarara marido y mujer.
Mis ojos recorren la cuenta y me doy cuenta con un sobresalto de que
es la de Estelle, y me desplazo un poco para leer el pie de la foto que ha
publicado.
Mi esposo. Amable. Generoso. Atento. A mi lado en mis días más oscuros.
Felices casi dos semanas de matrimonio, cariño.
El corazón me martillea en el pecho mientras lo leo dos veces. Tres
veces. Justo cuando estoy a punto de preguntarle por qué lo publicó, mi
teléfono empieza a vibrar.
―¿Sí? ―le pregunto a mi hermano.
―¿Viste tu correo? ―me pregunta.
Mis cejas se fruncen.
―No. ¿Por qué?
―Hemos tenido como quince consultas de gente pidiendo reunirse con
nosotros.
Me froto la nuca.
―¿De verdad?
―Sí ―se ríe―. Podría besar a tu mujer, Miles.
Ignoro la punzada de celos que me invade al oír sus palabras.
―Bueno, tendré que darle las gracias por la mañana.
―Tiene muchos seguidores. ¿Has visto algunos de los comentarios? La
gente la adora. La foto de ustedes ya tiene veinte mil likes. Veinte mil.
Supongo que mucha gente no se había dado cuenta de que estaban
casados. El poder de las redes sociales ―añade, riéndose entre dientes.
La gente la adora, claro que sí. ¿Quién no la querría?
Trago saliva, pero antes de que pueda responder, Chase continúa.
―Va a ser un resto de semana muy ajetreado. Haré que Shira agende a
toda la gente que pueda.
Asiento una vez. Es extraño, de repente siento que todo puede ir bien
con RCF. Quince consultas en media hora.
No se equivoca. Esto podría ser un punto de inflexión para nosotros.
―Gracias por avisarme.
―Wow, ella realmente está ordeñando todo esto del falso matrimonio
―dice él.
―¿Qué quieres decir? ―pregunto.
―Revisa su cuenta. Ella publicó una historia.
Echo un vistazo a la pantalla, vuelvo a la foto en la que aparecemos y
hago clic en su perfil. Hago clic en su foto de perfil y veo que está acostada
en la cama, con el edredón naranja subido hasta la barbilla. Sonríe de una
forma que hace que mi corazón galope y, antes de darme cuenta de lo que
hago, tomo una captura de pantalla de la foto.
Buenas noches de parte de los Ravage. x
El pulso me zumba en los oídos.
―Mira, debería irme ―le digo a Chase.
―Ve a darle las gracias a tu esposa por salvarnos el pellejo
―murmura―. Buenas noches, hermano ―añade antes de terminar la
llamada.
Antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo, me recuesto en el
cabecero de la cama y empiezo a navegar por la cuenta de Instagram de
mi esposa. Es una mezcla de fotos de viajes, imágenes de sus diseños,
conjuntos, y entonces me detengo cuando veo una foto de ella con una
mujer mayor. Obviamente es su abuela, y parece que están en París.
Mi corazón entero.
Su pie de foto me hace detenerme y replantearme todo lo que sé sobre
Estelle. Es evidente que todavía está de luto, lo noto en la forma en que se
le ablanda el rostro cada vez que alguien menciona a su abuela. La noche
de la fuente, el taxi... estaba de luto. Me llevo la mano al cuello y de repente
me siento como un imbécil por todo. Supuse que mis cicatrices la
desanimaron, cuando en realidad probablemente estaba lidiando con sus
propios demonios.
Y yo estaba demasiado ensimismado para darme cuenta.
Cuanto más me desplazo, más me doy cuenta de lo mucho que no sé
de mi esposa. Hay fotos de ella en Los Ángeles hace dos años. Fotos de
ella con el brazo alrededor de otro hombre, lo que me pone
irracionalmente celoso. Fotos de lo que solo puedo suponer que era su
apartamento en Londres, porque reconozco los horribles y alocados
estampados de ese diseñador que tanto le gusta, el mismo que ahora está
por toda nuestra casa.
Veo la pared que separa nuestras habitaciones y tomo una decisión. Dos
decisiones, en realidad: ponerme el único pantalón de chándal que tengo
e ir a llamar a la puerta de su habitación para preguntarle por su vida.
Ella tenía razón la semana pasada. Tenemos que ser amigos si
queremos convencer a la gente de que estamos enamorados. Eso no solo
incluye el aspecto físico de estar con alguien. Es conocer su color favorito,
comida, lugar. Es conocer su historial de citas. Es saber más sobre la
persona que amaba más que a nadie en el mundo.
Y realmente no conozco a mi esposa en absoluto.
Tal vez ofrecerme a saber más, mientras me pongo el puto chándal, la
ayude a darse cuenta de que me tomo en serio lo de hacer que este
matrimonio salga adelante.
La luz está encendida bajo su puerta, así que golpeo dos veces la
madera con los nudillos.
―Entra ―me dice, y empujo la puerta para abrirla.
Está sentada en la cama con las piernas cruzadas y solo lleva una
camiseta de tirantes y ropa interior. En cuanto se da cuenta de que soy yo,
se cubre con el edredón.
Levanto una mano.
―Creo que eso ya lo hemos superado ―murmuro, esperando que
entienda lo importante que es para mí aparecer en su dormitorio sin
camisa.
Su garganta se sacude.
―¿Todo bien?
Levanto mi teléfono.
―Me gustó tu post.
Sonríe mientras se reclina en la cama, y mierda si no es la mujer más
hermosa que he visto nunca. Ella. Solo ella. Con rizos salvajes y piel suave
y dorada. Sin maquillaje. Sin vestidos elegantes. Solo... ella.
Está radiante.
―No estaba segura si lo verías. Intenté buscarte, pero parece que mi
esposo no tiene cuenta.
Sonrío mientras me acerco al otro lado de su cama.
―Chase me lo enseñó ―le digo, metiéndome con ella bajo las sábanas
y observo cómo su pecho se ruboriza ante mi proximidad, se muerde el
labio inferior y sus ojos escrutan mis cicatrices con leve interés―. Y me he
dado cuenta, durante mi ligero acecho, de que no sé casi nada de ti.
Me dedica una sonrisa tímida, sube las rodillas hasta el pecho y apoya
la barbilla en ellas mientras me mira. Lleva el cabello recogido en un moño
desordenado y un rizo rubio le cae suelto sobre la mejilla. Sin pensarlo,
me acerco y se lo paso por detrás de la oreja.
―¿Qué quieres saber? Apuesto a que sabes más de lo que crees
―añade.
―¿Cuál es tu color favorito?
Arruga la nariz.
―No tengo ninguno. Por si no te has dado cuenta, me gustan todos.
Resoplando, sacudo la cabeza.
―Debería haberlo sabido. ¿Destino de viaje favorito?
Lo piensa unos segundos, viendo por encima de mi hombro mientras
frunce el ceño.
―Probablemente Fiji. Fui con mi papá durante uno de sus viajes
filantrópicos y la gente era muy amable. Pasa un poco desapercibida en
comparación con otras islas famosas, pero todo en ella era un sueño.
―Quizá podamos ir algún día ―le digo, con la voz baja.
Sus mejillas se ponen rosas, y mierda, es adorable.
―Me gustaría eso.
Veo el edredón naranja y pienso en mi siguiente pregunta.
―¿Por qué has publicado sobre nosotros? No es un requisito de nuestro
trato.
Se encoge de hombros.
―No lo sé, creo que me sentía agradecida ―bromea. Arqueo una ceja
mientras continúa―. Supongo que quería que todo el mundo conociera
al Miles Ravage que he llegado a conocer en las últimas semanas, y como
tengo unos seguidores decentes, pensé que empezar a reparar tu imagen
no estaría de más.
―Bueno, parece que nos has hecho irresistibles. Chase me dijo que
hemos recibido quince consultas desde que lo publicaste.
Se queda boquiabierta y sus ojos brillan de orgullo.
Por mí.
Está orgullosa de mí. La idea me golpea tan de repente, y con tanta
fuerza, que es como si alguien me clavara una estaca en el corazón.
―Miles, ¡eso es increíble! ¿En serio? Voy a publicar todos los días si eso
es lo que se necesita.
La agarro de la camisa y la jalo hacia mí.
―No te merezco.
Y entonces la beso, completamente, con cero abandono y sin reparos.
Porque mierda, no puedo pasar ni un segundo más sin sus labios carnosos
contra los míos. La necesito. Lo necesito todo. Su cuerpo suave. Sus
gemidos. Su bondad. Su corazón. La forma en que todo en ella es
romántico y soleado. Como si ella fuera mi sol y yo el planeta oscuro que
la orbita.
La levanto para que sus rodillas queden a horcajadas sobre mis caderas.
La guío sobre mi cuerpo y me ve con una sonrisa perversa. Le quito
lentamente la goma del cabello y dejo que sus suaves rizos caigan por sus
hombros y su pecho.
―Miles ―susurra, casi nerviosa.
Abro la boca para decirle que podemos ir hasta donde a ella le parezca
cuando mi teléfono suena con fuerza. Pienso ignorarlo, pero unos
segundos después vuelve a sonar.
―Déjame que lo ponga en silencio ―le digo, sintiéndome irritado con
quien quiera que esté intentando comunicarse conmigo.
Mis ojos se fijan en los dos mensajes de texto que parpadean en mi
pantalla.

Luna: Están esperando


Si lo prefieres, te los envío a casa :)
Dejo el teléfono y coloco las manos en las caderas de Estelle. Mis
actividades nocturnas habituales se olvidaron cuando apreté a mi esposa
contra la pared de nuestro comedor. De repente, se me ocurre una idea.
―Es solo Luna, parece que tenemos compañía.
Estelle me dedica una sonrisa confundida.
―¿En serio?
Le paso una mano por debajo de la camisa y le sonrío con complicidad.
―En el sótano. ―Hago una pausa, pensando en su respuesta a mi
siguiente pregunta―. ¿Quieres acompañarme?
―Sí, por favor.
Esa es toda la respuesta que necesito.
20
el voyeur

Miles me deja para cambiarme y la adrenalina me recorre ante la


perspectiva de unirme a él en el sótano esta noche. Había planeado
escuchar uno de mis audiolibros, ya que la noche aún es joven, pero esto
me atrae mucho más que uno de mis libros obscenos. Me dice que me
ponga algo cómodo, así que me decido por un sencillo vestido verde corto
con mangas abullonadas. Me dejo el cabello suelto y me calzo unas
sandalias antes de salir del dormitorio.
Miles está apoyado en el sofá rosa, cruzado de brazos, con una camisa
blanca entallada, gemelos dorados, reloj y cinturón Cartier y pantalones
azul marino. El corazón me da un vuelco cuando se levanta del sofá y
camina hacia mí.
Se detiene justo delante de mí y me pone una mano en la mejilla.
―Hermosa. Como siempre. ―Sus dedos bajan hasta el escote corazón,
jugando con los volantes un segundo antes de retroceder―. ¿Vamos?
―pregunta, ofreciéndome la mano.
―Sí ―respondo un poco sin aliento, tomándolo.
No me suelta la mano hasta que llegamos a la puerta del sótano, y se
me eriza el vello de la nuca debido a la electricidad que vibra entre
nosotros.
―¿Estás lista? ―me pregunta, metiéndose la mano en el bolsillo en
busca de una llave. Asiento con la cabeza y me sonríe de lado―. La sala
de observación tiene un espejo en su lado, así que no podrán vernos.
Aunque he equipado el sótano con altavoces, su habitación está
insonorizada, así que tampoco podrán oírnos.
―Estoy lista ―le digo un poco demasiado ansiosa.
Empuja la puerta y me ayuda a bajar la oscura escalera. Lo sigo hasta la
puerta que ahora sé que conduce a la sala de cristal, o de observación, como
él la llama. Abre la puerta y se me corta la respiración cuando veo a una
nueva pareja besándose en la cama. La mujer tiene el cabello largo y
oscuro y la piel dorada. Lleva lencería negra y su pareja es un hombre
musculoso con barba. Ella está sentada en la cama y él se inclina para
besarla, aún completamente vestido con unos jeans oscuros y una
camiseta gris.
―Ven aquí ―murmura Miles, llevándome al sofá. Me da la vuelta para
que esté de espaldas a él.
Para sentarme en su regazo, me doy cuenta.
Me agarra de las caderas, jalándome hacia abajo.
Sus firmes muslos están calientes debajo de mí, y cada centímetro de mi
piel está caliente y necesitada. Se me cierran los ojos cuando me aparta el
cabello del cuello y me besa la piel sensible de esa zona, al tiempo que sus
manos recorren mis caderas y me aprietan una vez.
―¿Qué hacemos? ―susurro, aunque sé que la pareja no puede oírme.
―Solo observa, mariposa ―murmura, y su voz vibra por mi espina
dorsal.
Abro los ojos de golpe y observo a la pareja que tengo delante. El
hombre se aparta y se quita la camiseta, mostrando un abdomen
musculoso y tenso. La mujer lo ve con los ojos entrecerrados y por primera
vez me doy cuenta de que su lencería es transparente. Se lleva las manos
a los pezones y se los masajea mientras observa cómo se desnuda su
pareja.
No me parece bien verlos en un momento tan íntimo, pero no puedo
evitar la emoción que me recorre la espalda al pensar en la unión de estas
dos hermosas personas.
―Date la vuelta. ―La voz del hombre resuena por los altavoces. Doy
un respingo y oigo la risita de Miles detrás de mí mientras me acerca.
La mujer le sonríe a su compañero antes de levantarse y girarse hacia
la cama. El hombre saca un pañuelo del bolsillo trasero, se acerca a la
mujer y le rodea las muñecas con la seda. Ella arquea la espalda para
alejarse de él, y puedo ver el rubor rosado que aparece a lo largo de su
cuello y mandíbula cuando él se aleja, dejándola atada.
Ambos se quedan quietos, y me doy cuenta con un sobresalto de que la
mujer respira agitadamente. Su cuerpo empieza a temblar y el hombre se
quita los jeans, mostrando una gran erección que sobresale de sus bóxers.
El corazón me late con más fuerza, más rápido. La zona entre mis
piernas ya está resbaladiza por la necesidad; y la anticipación ya se
arremolina en mis entrañas. Justo en ese momento, una de las manos de
Miles se acerca a mi muslo desnudo.
Casi salto ante el contacto inesperado, retrocedo un poco y me alegro
de encontrarlo duro debajo de mí.
―¿A mi esposa le gusta mirar? ―ronronea contra la base de mi cuello.
―Sí ―respondo.
Su mano se mueve en círculos sobre mi muslo, y su dedo índice roza la
parte más sensible de mi muslo interno. Me retuerzo mientras sigo
observando a la pareja que tenemos delante.
―¿No te preocupa que sepan que eres tú quien está viendo? ¿Que
sumen dos más dos? ―pregunto.
Se encoge de hombros por debajo de mí.
―Luna se asegura de que firmen su acuerdo de confidencialidad antes
de revelar la ubicación. Si sospechan, están legalmente obligados a
guardar silencio.
―Pero…
Me lleva la mano a la boca y se inclina hacia adelante para apartarme el
cabello del cuello.
―Te lo aseguro, Estelle. Quieren estar aquí. Casi todas estas parejas lo
hacen por la emoción que les produce que otros los miren. El dinero, y la
identidad del voyeur, es una idea tardía.
―Exhibicionistas, querrás decir.
Sus labios rozan el lóbulo de mi oreja, y mis ojos se cierran al mismo
tiempo que mis muslos se abren un poco más.
―Precisamente.
―Una vez hice un test ―susurro―. Decía que era... que me gustaba eso
―termino, tropezándome con las palabras―. Que me vieran.
Hace una pausa en sus caricias sobre mis muslos y siento una rápida y
caliente exhalación contra la base de mi columna vertebral.
―Bueno, supongo que eso son buenas noticias para mí porque me
gusta mirar ―añade, su voz es un ronroneo bajo y seductor. Si no estoy
empapando ya sus pantalones a través de mis bragas, es solo cuestión de
tiempo.
―A mí también me gusta mirar ―murmuro, apenas capaz de
concentrarme en las palabras que digo. Estoy a punto de confesar que
aquella noche lo miré en la ducha cuando me zumba en la nuca.
―Siempre me ha gustado observar a la gente, y a medida que me hacía
mayor y sentía más curiosidad por mi sexualidad, ansiaba algo que
pudiera hacer sin participar. Me gusta observar a la gente, y el
voyeurismo fue una progresión natural para mí. Nunca me ha parecido
malicioso porque siempre obtengo el consentimiento. Nunca siento
vergüenza. Chase me ayudó a abrazar mi perversión.
―¿Chase? ―le pregunto, repentinamente curiosa.
―Hablemos de mi hermano en otro momento, ¿okey? ―dice,
mordisqueándome suavemente el cuello.
Mi espalda se arquea mientras mis ojos entrecerrados vuelven a mirar
hacia el escenario. Las manos de Miles vuelven a rodear mis muslos
desnudos, pero esta vez las mueve ligeramente hacia arriba, unos
centímetros por debajo del dobladillo de mi vestido.
Veo cómo el hombre se acerca lentamente a la mujer. Ella está
temblando, con las manos atadas a la espalda. Él le agarra el cabello con
el puño mientras se acerca y le tira del cuello hacia atrás.
―Cuando firman su contrato, se les dice que son libres de hacer lo que
les plazca. Lo que les dé placer. A veces las atan, como a ella ―añade, con
voz suave―. Otras veces, es un poco más duro.
Me pongo rígida. Más duro. Me recorre una oleada de calor. No soy la
mujer más experimentada; he tenido un puñado de parejas sexuales, y
ahora sé que todas han sido vainilla. Sin embargo, con mi última pareja,
recuerdo la sensación de su penetración. Recuerdo que le pedí que fuera
más fuerte. Él no quiso, pero cuando pienso en pedirle a Miles que me
folle duro...
Algo dentro de mí se agita, porque sé que lo haría.
Lo veo tan claro como el agua cuando recuerdo la forma en que sus
manos agarraron mis caderas antes en el comedor, y cómo me empujaba
contra su erección con nulo abandono...
Aprieto los muslos.
―¿Te gusta duro? ―le pregunto, con la voz ligeramente temblorosa.
Su dedo índice se desliza hacia arriba, rozando el exterior de mis
bragas, y suelta una risita.
―A mí sí, y creo que a ti también ―dice pasándome el dedo por mi
entrada.
Siento lo mojada que estoy por la presión que ejerce sobre mi piel.
Cómo se me pegan las bragas al espacio entre los muslos, y cómo late su
corazón detrás de mí...
La forma en que respira pesadamente debajo de mí, como si no pudiera
controlarse.
No quiero que se controle.
El hombre empuja a la mujer contra la cama, sus muslos chocan con la
orilla, y luego la toma por las caderas y la levanta suavemente sobre el
colchón, con el vientre hacia abajo. Se quita los bóxers y se acaricia varias
veces mientras la mujer levanta el trasero para que él lo admire. Soltando
un gruñido de placer, se arrastra sobre ella con una gran sonrisa de
anticipación en la cara mientras le murmura al oído y desliza la mano
entre sus piernas. Se sienten cómodos el uno con el otro; me doy cuenta
por la forma en que sus manos recorren la piel de ella, como si lo hubiera
hecho mil veces antes. Ella gime cuando él separa sus muslos.
Me retuerzo en el regazo de Miles cuando veo que le introduce el dedo
corazón.
―¿Te gusta lo que ves? ―pregunta, rozando suavemente mi clítoris
con la mano.
Mi piel se ruboriza y todo me parece caliente y pesado. Echo la cabeza
hacia atrás y me inclino hacia Miles, abriendo más las piernas para que
tenga mejor acceso.
―Eso es ―ronronea―. Abre las piernas como la buena esposa que sé
que eres.
Aprieto los ojos. Aunque no quiero perderme de mirar a la pareja que
tenemos delante, sus palabras me provocan una descarga eléctrica que me
deja completamente sin huesos. Me tiemblan ligeramente las piernas y mi
coño se aprieta en torno a la nada cuando uno de sus dedos se engancha
bajo mis bragas, desplazándolas hacia un lado.
Jadeo cuando desliza dos dedos por mi cuerpo empapado y, sin previo
aviso, me los mete hasta el fondo. Gimo y suelto las manos, agarrándome
la tela que se adhiere a sus muslos para no salir volando.
―Miles ―gimo.
―Estás tan mojada para mí, mariposa. ―Gime contra mi nuca―.
¿Sabes lo que vas a hacer por mí? ―me pregunta, bajando una octava el
tono de su voz. Continúa antes de que pueda responder, curvando
ligeramente los dedos mientras masajea lentamente mis paredes internas,
removiendo casi hasta el fondo―. Vas a bajarte el vestido y a jugar con
tus pezones mientras te follo con la mano.
Me sacudo cuando vuelve a empujar dentro de mí.
―Sí…
―No he terminado ―murmura―. Mantén esos bonitos labios cerrados
a menos que grites y te corras sobre mis gemelos, Estelle.
Asiento con la cabeza, pero no digo nada. Mi respiración se entrecorta
cuando él curva lentamente los dedos y me los saca.
―Quiero que juegues con tus tetas mientras hago que te corras, ¿okey?
Asiento con la cabeza, abriendo y cerrando los ojos mientras veo al
hombre de la habitación de cristal retirarse y admirar el trasero de su
compañera. La separa más y ella gime cuando la penetra, agarrándola por
las caderas y tirando ligeramente hacia arriba para que se apoye en sus
muslos. Se la está follando como es debido, con las manos atadas a la
espalda y las piernas alrededor de los muslos de él, acostada boca abajo...
ella es total y completamente incapaz de moverse. Él la jala con más fuerza
y el sonido de sus pieles chocando impregna el aire que nos rodea.
La mujer vuelve a gemir, y yo suelto un gemido bajo cuando la otra
mano de Miles se acerca a mi pecho, desabrochando el lazo para aflojarme
el escote. Mis pezones se tensan de anticipación. Me empuja hacia abajo
para que la parte de arriba caiga por mis hombros, sobrepasando mis
pechos y exponiéndolos al aire frío.
No me puse sujetador, y siento la profunda vibración del gemido de
Miles al darse cuenta.
Me da un beso en el hombro.
―Eres jodidamente perfecta, ¿lo sabes? ―Sus elogios me excitan
mientras me retuerzo contra su muñeca―. Juega con esos pezones
impecables. Quiero sentir cómo me aprietas los dedos antes de que me
aprietes la polla ―añade.
Hago círculos con las caderas ante sus palabras. Qué palabras tan
sucias. Nunca me habían hablado así, y menos en la cama.
―Te gusta la idea de follarte a tu marido, ¿verdad? ―me pregunta
metiendo los dedos más adentro.
―Sí ―grito entrecortadamente, balanceando las caderas contra su
brazo. Abro las piernas al máximo y Miles gruñe en señal de aprobación.
―Aquí tienes.
Veo a la pareja que está en la cama frente a mí mientras Miles mueve la
mano más deprisa. Mis manos se acercan a mis pezones, los retuercen y
tiran de ellos mientras me recorre una oleada de placer. Vuelvo a gemir
cuando los dientes de Miles se hunden en la zona entre mi cuello y mi
hombro, arqueando mi espalda, y mi cuerpo se agita alrededor de los
dedos de Miles.
Él añade un pulgar a mi clítoris, presionando directamente hacia abajo,
y grito con fuerza.
―Más fuerte ―me ordena―. Grita para mí, mariposa.
―Dios, Miles. ―Mi cabeza vuelve a caer contra su cuerpo mientras
agito las caderas salvajemente encima de él. Nunca había sido tan
descarada, pero algo en experimentar esto con él, quizá porque, a pesar
de todo, confío en él, lo intensifica todo.
―Necesito sentir como tu coño me aprieta, esposa ―gruñe―. Quiero
que te corras por mí.
―Estoy cerca…
Me masajea el clítoris con el pulgar, y eso marca la diferencia. Empiezo
a convulsionarme cuando me mete los dedos hasta el fondo y, con la mano
izquierda, me aprieta el pezón izquierdo.
Me rompo encima de él, gritando mientras mis caderas se sacuden
contra su muñeca. Mis piernas se levantan ligeramente del suelo y los
dedos de mis pies se curvan, y la sensación de Miles chocando contra mí,
la sensación de él atrayéndome hacia su cuerpo, retorciéndome y
tirándome del pezón con práctica facilidad...
―Eso es, uno más ―murmura, su suave aliento contra mi oreja me
arranca un segundo orgasmo.
Los ojos se me ponen en blanco, y de repente es demasiado...
―Miles ―jadeo, con el pecho agitado.
―Suéltate ―me ordena, su voz caliente y directa en mi oído derecho.
―No, voy a...
―Estelle, suéltate.
Me pongo tensa mientras me tiemblan las piernas, y entonces ocurre.
Expulso sus dedos mientras mi cuerpo se convulsiona encima de él. La
sensación más intensa de... algo... me invade. Veo blanco, las estrellas
empiezan a bailar en mi visión, y algo sale de mí...
Él gime y me jala para acercarme justo cuando yo intento cerrar las
piernas.
No puedo creer lo que acabo de hacer.
―Qué jodida niña tan buena ―me dice, jalándome hacia su pecho―.
Te corriste tan fuerte por mí, mariposa. Estoy tan orgulloso de ti.
Estoy jadeando cuando abro los ojos. Está demasiado oscuro para verlo,
pero noto lo mojado que está debajo de mí.
―Oh, Dios ―digo, tapándome la boca antes de morir de humillación―.
Acabo de eyacular encima de ti.
Miles se ríe, sus manos encuentran mi cintura.
―¿Nunca te había pasado?
Me quedo boquiabierta, aunque él no puede verme. Sigo temblando, y
sus manos se acercan a mis muslos para calmar mis nervios, frotando
pequeños círculos en mi carne.
―¿Yo...? ―me interrumpo.
―¿Tuviste un squirt en mis gemelos? Realmente sigues bien las
instrucciones.
―¿No te importa? ―pregunto, mirándolo por encima del hombro―.
Nunca me había pasado antes.
―¿Importarme? ―gruñe―. Levántate.
Me pongo en pie a trompicones, con las rodillas temblorosas, y me giro
hacia él. En silencio, se inclina hacia adelante y mete la mano entre mis
muslos, bajándome las bragas por las piernas. Lo veo con las rodillas
temblorosas mientras él tantea la hebilla de su cinturón y yo aspiro
cuando desenvaina su gruesa polla.
―¿Crees que me importa que mi mujer se haya corrido en mi regazo?
―Se acaricia la polla despacio, y se me seca la boca al ver cómo trabaja la
punta del pene, agitando lo que supongo que es precum antes de volver
a bajar―. Mi polla está llorando por ti, mariposa. Eso ha sido, sin lugar a
dudas, lo más caliente que he visto nunca, y he visto mucho. ―Se ríe
ligeramente.
Casi jadeo ante sus palabras, pero antes de que pueda responderle, me
tiende la mano. Me gira y me acerca hasta que me encuentro entre sus
piernas. Veo brevemente a la pareja que sigue follando felizmente delante
de nosotros.
―Como se te da tan bien seguir instrucciones, voy a darte más ―dice,
mientras sus dedos callosos me recorren la parte exterior de los muslos.
Me levanta el vestido y mis mejillas se calientan cuando me doy cuenta
de que tengo el trasero delante de sus narices. Un segundo después, siento
un fuerte pellizco en la piel, y él gime tan bajo que siento que me recorre
desde los pies hasta la cabeza―. Qué trasero tan perfecto ―añade,
pasándome una mano por la mejilla izquierda―. Siéntate en mi polla,
Estelle.
Sus palabras resuenan en mí y aspiro con fuerza mientras doblo las
rodillas y desciendo sobre su regazo, y gime cuando mi adolorido centro
toca la punta de su dura longitud. Él me sujeta con las palmas de las
manos en la parte inferior de los muslos justo cuando hacemos contacto.
―Mierda, ni siquiera estoy dentro de ti, y aún así podría correrme solo
de sentirte tocarme. Estás tan jodidamente caliente. Tan jodidamente
suave. Tan jodidamente mojada ―murmura.
―Miles ―gimo, necesitándolo dentro de mí.
Empieza a bajarme, siseando mientras se presiona dentro de mí. Es casi
demasiado grande, largo y grueso, y aprieto los ojos ante la intrusión y la
sensación de estiramiento. Al principio me arde, pero él va despacio,
colocándome encima de su polla centímetro a centímetro hasta que está
completamente dentro de mí.
Deja escapar un suspiro tembloroso cuando retira las manos. Su aliento
en mi nuca, mezclado con estar tan llena de él, me hace estremecer.
―Perfecta ―murmura, rodeándome la cintura con las manos, y me da
un beso en la nuca. Contraigo los muslos para prepararme para
cabalgarlo, pero sus manos me aprietan las caderas―. No te muevas. Solo
mira.
Me quedo con la boca abierta mientras mis ojos miran lentamente a la
pareja que tengo delante.
No te muevas. Solo mira.
―Pero…
―¿Sabes lo que es el calentamiento de pollas, Estelle?
La cabeza me da vueltas.
―Tengo una idea, sí ―respondo, con la respiración agitada.
―Bien ―murmura cariñosamente, acariciándome la nuca.
La pareja folla ahora más duro, y las manos de él agarran los muslos
carnosos de ella con tanta fuerza que deja marcas. La espalda de la mujer
se arquea sobre la cama mientras gime, y una fuerte bofetada resuena en
el sótano cuando él le golpea el trasero, gruñendo con fuerza.
Me muevo lo más mínimo, pero Miles me mantiene plantada donde
estoy, sin dejar que me mueva más.
―Deja de moverte ―gruñe―. Solo ve y disfruta del espectáculo
―añade, acercando las manos a mis pechos.
Mi núcleo se aprieta, y Miles gime debajo de mí. Lo ha notado. Cambia
de posición y su polla se hunde un poco más dentro, y la punta me golpea
el cuello del útero, haciéndome jadear de sorpresa.
―Es difícil concentrarse ―susurro, sintiéndome impaciente y frenética.
Solo de pensar en sentarme aquí, llena de su polla...
―Confía en mí, Estelle. Solo observa. Cuando terminen, tendrás tu
turno.
Suelto un gemido contrariado, pero hago lo que me dice y me volteo
hacia la pareja. Aunque quiero apretarme contra su polla, sé que no me
dejará hasta que terminen. Nunca había estado en una situación así con
parejas anteriores y, aunque conozco ciertos términos de mis libros, nunca
me habían dado órdenes como esta. ¿Qué demonios hago? ¿Sentarme
aquí hasta que terminen?
Dense prisa, pienso malhumorada.
―No te apresures ―dice Miles contra mi nuca―. Disfruta del
espectáculo.
¿Cómo lo supo...
De repente, el hombre desata las manos de la mujer, la levanta y la pone
boca arriba. Creo que va a follársela así, pero entonces coloca dos
almohadas bajo su cabeza, inclina la barbilla hacia abajo y abre la boca
mientras él se sienta a horcajadas sobre su pecho. Suelta un gemido fuerte
y bajo mientras le mete la polla en la boca, empujando hacia arriba y hacia
el fondo de su garganta.
Mi coño se contrae cuando pienso en ver a Miles haciéndome eso.
―¿Te gusta la idea de dejar que te folle la boca así, mariposa?
―murmura Miles.
―Sí ―tartamudeo, necesitada de fricción. Me duele todo por dentro y
juro que debe de sentir mi pulso agitándose alrededor de su polla, porque
siento como si toda mi sangre fluyera hacia la zona entre las piernas.
―Eso pensé. Tu coño me está apretando como una pequeña ramera
codiciosa...
Suelto un medio grito, medio suspiro. La boca de este hombre...
Sus dedos me aprietan las caderas mientras vuelvo a mirar a la pareja.
Su aliento caliente llega a mi hombro derecho y el cambio de movimiento
saca su polla un poco. Como he estado esperando a que se moviera, ese
pequeño movimiento me hace sentir necesitada y gemir.
―Hay tantas cosas que quiero hacerte. Hacer contigo. No tienes ni idea,
Estelle. Soy un hombre muy paciente que ha estado esperando mucho
tiempo para esto.
Empiezo a temblar.
―Yo también ―susurro, con la respiración entrecortada por observar
a la pareja.
Los músculos del trasero del hombre se contraen y sus movimientos se
agitan mientras echa la cabeza hacia atrás y gime. Me doy cuenta de que
pronto va a correrse.
Miles me retuerce ligeramente los pezones. Las ásperas yemas de sus
dedos rozan mis sensibles puntas, y suelto un jadeo frustrado. Es
increíble, pero necesito más.
Miles debe de haberme leído el pensamiento, porque una de sus manos
baja hasta la zona entre mis piernas.
―Estás empapada, esposa ―dice gimiendo complacido―. Te corre por
los muslos. Lo que daría por tumbarte en el sofá y saborearte ―añade, y
su dedo corazón empieza a rodearme ligeramente el clítoris. Noto lo
excitada que estoy y cómo, con cada vuelta, mi coño aprieta su polla.
―Por favor, te lo ruego.
―Otro día. Esta noche, quiero mi polla dentro de ti cuando te corras.
―Sí ―jadeo.
Intento mover las caderas, pero él me sujeta.
―Míralos ―me ordena.
Mi mirada se dirige hacia la pareja. Veo cómo el hombre le da un fuerte
jalón en el cabello, cómo las lágrimas caen por sus mejillas en ríos negros,
pero ella no parece asustada. Sus ojos están entrecerrados de lujuria, y me
doy cuenta con un sobresalto de que está jugando consigo misma: un
dedo introducido y el otro jugando con su clítoris. A ella le gusta, y observa
a su compañero con amor, adoración y algo más que me hace doler el
pecho.
Puedo ver la confianza brillando a través del cristal.
Mis caderas se inclinan por sí solas y Miles me deja. Su dedo trabaja
más rápido contra mi clítoris, y la sensación de su polla golpeando mis
paredes internas me hace querer gritar con fuerza.
Es demasiado. Cierro los ojos y, de algún modo, Miles se da cuenta.
Retira el dedo de mi clítoris y gimo con fuerza.
―Por favor ―le ruego―. Por favor, no pares.
―¿Creí haberte dicho que los vieras? ―pregunta, con voz dura.
La forma en que puede ser tan gentil en un segundo y tan dominante al
segundo siguiente... me encanta.
Abro los ojos de golpe justo cuando el hombre ruge y sé al instante que
se está corriendo. Sus movimientos se detienen y puedo ver cómo su polla
se mece dentro de la boca de ella. La expresión de su rostro, la mandíbula
aflojada, la reverencia pura y sin filtros hacia su compañera...
―Mierda ―susurro, temblorosa, con el coño apretando a Miles con
fuerza. El dolor entre mis piernas lastima físicamente: el ardor y el
estiramiento de su polla, la forma en que mi clítoris se hincha de
necesidad...
Mis muslos se contraen, necesitando algo. Mis manos se mueven hacia
sus muslos y lo aprieto. Él gime y sus caderas se sacuden ligeramente,
metiendo la polla hasta el fondo.
Grito, observando a la pareja que tenemos delante con los ojos
entrecerrados. El hombre está acariciando el cabello de la mujer, usando
el pulgar para limpiarle los labios y las marcas de rímel. Ella le sonríe
mientras él se guarda la polla.
―¿Están...? ―me pregunto, incapaz de pensar con claridad.
―No, no han terminado. Les pago por una hora ―añade―. Quiero que
sigas viendo como la hace correrse.
―Okey ―respondo, con la voz ronca. No estoy segura de cuánto más
podré aguantar, pero entonces el hombre baja por sus piernas,
abriéndolas de par en par antes de hundir la cara en sus rizos oscuros y
colocar una pierna sobre su hombro. Ella arquea su espalda y suelta un
gemido bajo y gutural que me hace contraerme de nuevo alrededor del
grueso pene de mi esposo.
Miles sigue acariciándome el clítoris, y yo gimo, deseando nada más
que mover las caderas en pequeños y sutiles círculos.
―Mierda, Estelle ―dice con voz ronca―. Si sigues apretándome así,
puede que hagas que me corra sin moverme ―pronuncia―. Eres una
pequeña provocadora, ¿verdad?
La idea de que se desmorone debajo de mí es tan excitante. Me siento
fuera de control. Es casi como si me torturara de placer.
―Miles, necesito más ―suplico, con la voz desigual, casi en un
sollozo―. Por favor.
―Aún no ―dice, bajando la voz. Me pone un dedo en el clítoris,
masajeándolo a ambos lados, dándome un poco de fricción, pero no la
suficiente para llevarme al límite―. Esto es solo una muestra de lo que
está por venir, Estelle.
―Deja de llevarme al límite7, por favor.
Se ríe detrás de mí.
―¿Disfrutas siendo llevada al límite?
Gimo.
―Sí, a veces... pero esto es una tortura.
Las piernas de la mujer tiemblan cuando el hombre añade dos dedos.
Le pasa la lengua por la abertura y, con cada movimiento, ella se sacude
sin control.
―¿Qué más había en el test que hiciste? ―me pregunta―. ¿Qué tipo de
cosas te gustan?
No puedo pensar, pero respondo lo mejor que puedo.
―Exhibicionismo, edging, sexo en público, que me atrapen ―empiezo,
con la voz temblorosa. Extiende los dedos y gimo antes de que vuelva a
apartarlos―. Mmm. ―Cierro los ojos.
―Ojos abiertos, mariposa. ―Hago lo que dice―. ¿Qué más?
―Sexo duro, juego de pezones, modificación corporal...
Miles se mece dentro de mí y yo gimo.
―¿Qué más?

7O edging, consiste en "ir hacia atrás cuando parece que vas a llegar al orgasmo y después volver a
aproximarte".
―Charla sucia ―añado, recordando que me sorprendió ese resultado,
porque nunca lo había experimentado.
Hasta Miles.
Se ríe entre dientes.
―Bien, gracias por decírmelo ―dice en voz baja. Como si quisiera
recompensarme, me rodea suavemente el clítoris mientras mueve las
caderas lo justo para presionar las paredes internas de mi coño―. Sigue
viendo.
El hombre mueve su mano más deprisa y, al hacerlo, Miles mueve la
suya también más deprisa. Estoy jadeando, con todo el cuerpo tenso y al
borde del clímax. Estoy tan cerca... cada roce de su dedo en mi
protuberancia me acerca cada vez más al orgasmo. La mujer se retuerce y
mueve las caderas, y luego grita mientras él gime.
Observo el tartamudeo de sus caderas, el modo en que sus manos
empuñan el cabello de él, la forma en que su cuerpo tiembla
incontrolablemente.
―Mierda ―susurro, con los muslos tensos mientras Miles mueve los
dedos más deprisa. Todo dentro de mí se enrosca con fuerza, esperando
y listo para romperse. Vuelvo a gemir, odiando lo desesperada que
sueno―. ¿Cómo es que estás bien en este momento? Esto es peor que una
tortura ―resoplo, con la piel caliente y hormigueante. Creo que nunca me
había excitado tanto en mi vida.
Se ríe detrás de mí, deteniendo sus dedos.
―Estás dando por sentado que estoy bien ―empieza, apartándome el
cabello del cuello sudado―. Nunca hay que darlo por hecho, Estelle. Es
que soy mejor controlándome. He tenido años -décadas- de práctica. Ellos
ya se van. Se les ha acabado la hora. Has sido muy paciente.
Jodidamente gracias.
La pareja que está dentro de la habitación de cristal se viste, y observo
cómo el hombre acaricia la piel de ella, cómo se asegura de que está bien,
murmurándole algo suave al oído mientras la ayuda a ponerse los
tacones. Algo se quiebra dentro de mí. Quiero eso, y no solo en un sentido
general.
Quiero eso con Miles.
Salen por una puerta que no había visto, dejándonos a Miles y a mí
solos en el sótano.
―¿A dónde... lleva... esa puerta? ―pregunto, sin preocuparme mucho
por la respuesta.
Miles zumba detrás de mí y su mano presiona lentamente mi clítoris.
Mi coño se agita alrededor de su dura polla, y él vuelve a tararear
satisfecho.
―Al estacionamiento.
―Miles, yo… ―Mi respiración se entrecorta cuando aprovecha mi
humedad para empezar a frotarse contra mi capullo hinchado, pasando
un poco con la otra mano y restregándomelo por todo el pezón izquierdo.
―Eres hermosa cuando pierdes el control ―murmura.
―Me duele ―gimo, con los muslos adoloridos de tanto apretarlos―.
Lo deseo tanto que me duele.
Se ríe detrás de mí. El idiota se ríe.
Se mueve debajo de mí, y cada movimiento me hace saltar chispas,
haciendo que se me enrosquen los dedos de los pies. Un fuerte empujón
y me corro.
―Lo sé, mariposa. ―Sus dientes vuelven a rozar la piel de mi hombro,
y Dios, ¿es posible correrse así? Creo que podría hacerlo. Seguramente, si
continúa, un toque y me correré―. Levántate.
¡¿Qué?!
Gimiendo, me incorporo mientras me tiemblan las piernas, sintiendo
cómo mi excitación me resbala por los muslos. Miles me agarra del
vestido, me gira y me empuja hacia él.
―Ahora, vuelve a sentarte sobre mi polla para que pueda ver cómo te
deshaces encima de mí ―gruñe, jalándome hacia abajo para que me
coloque a horcajadas sobre él. Coloco las rodillas a ambos lados de sus
caderas―. Levanta los brazos.
Los levanto y él me sube el vestido por la cabeza, tirándolo a un lado.
Apoyo las palmas de las manos en su pecho mientras su polla me aprieta
contra el vientre, sin penetrarme todavía. Casi pego un grito ahogado al
ver cómo me mira, y me doy cuenta de que estoy a horcajadas sobre él,
completamente desnuda, mientras que él sigue vestido. Su mirada me
recorre lentamente mientras sus manos acarician la piel desnuda de mis
pechos, mi vientre, mis caderas, mi trasero...
Algo intenso lo recorre a través de su éxtasis y su garganta se estremece
mientras guía mis caderas hacia abajo, alineándose con mi abertura. El
pulso me late en las venas y me hundo en su dura polla.
Sisea al exhalar, y su corazón martillea bajo mis manos mientras percibo
un sutil olor a manzanas verdes.
―Mierda, ―dice con voz ronca. Una de sus manos se acerca a mi
tatuaje de la mariposa y traza el contorno, con los ojos ardientes de
necesidad―. Espero que sepas que este tatuaje es jodidamente sexy.
Ruedo las caderas sobre él y me aprieta el trasero agradecido. Una
oleada de placer me recorre la espalda.
―Sí ―gimo sin atreverme a apartar los ojos de él. Hay una llama oscura
y ardiente en sus ojos mientras me mira, y me sobresalta por un segundo.
Es tan... intenso. Esto es intenso. Respiro hondo y voy más despacio,
deseando ver cada emoción y reacción en sus facciones en tiempo real. Le
tomo las manos, entrelazo mis dedos con los suyos y lo agarro con fuerza.
―Estelle ―dice, con la voz ronca. Sus manos aprietan las mías mientras
su mandíbula se tensa―. Quiero que te corras.
Asiento con la cabeza, moviendo las caderas en pequeños círculos para
conseguir la fricción que necesito. Tomarlo de la mano mientras lo cabalgo
es una sensación muy íntima.
Esto es íntimo. Estás casada con él.
La idea me hace gemir mientras arqueo ligeramente la espalda. Me
siento tan llena, tan completa aquí con él. Como si, de algún modo, verlo
deshacerse ante mí nos uniera oficialmente. Un delicado hilo comienza a
formarse entre nosotros. Aunque mis instintos me dicen que cierre los ojos
y eche la cabeza hacia atrás, no puedo apartar la mirada de él.
Por la forma en que su mandíbula se tensa con cada chasquido de mis
caderas.
La forma en que sus manos aprietan las mías, animándome a seguir.
Las pupilas oscurecidas de sus ojos verdes. La forma en que sus fosas
nasales se agitan, como si se estuviera conteniendo ligeramente.
Pequeños gemidos escapan de mi boca. Estoy ardiendo. La sensación
de que entre y salga de mí es gloriosa, sensual y todo lo que no sabía que
necesitaba.
―Estelle ―murmura de nuevo, inclinándose hacia adelante para
besarme. Dejo de moverme para devolverle el beso, pero él gruñe y
mueve las caderas contra mí―. Jodidamente no te atrevas a parar.
Gimo y muevo las caderas más deprisa, con más fuerza,
correspondiendo a cada una de sus embestidas.
―Estoy cerca ―le digo.
Mueve mi mano derecha, que sigue entrelazada con la suya, y la
presiona en mi bajo vientre.
―Juega contigo misma. Déjame ver cómo te desmoronas.
No tiene que pedírmelo dos veces. Mientras me aprieto contra él, froto
mi clítoris con la mano.
―Mierda, Miles, voy a...
Todo se tensa, pero mantengo los ojos abiertos, observándolo mientras
mi orgasmo alcanza su punto álgido. Su boca se abre y la necesidad oscura
y ferviente que se dibuja en su rostro me lleva al límite. Todo mi cuerpo
se convulsiona sobre él, mis muslos aprietan sus caderas mientras grito
su nombre una y otra vez. Una vorágine de sensaciones me recorre una y
otra vez. Dejo de moverme, me quedo sin fuerzas, y él se clava en mí. Los
dedos de los pies se me doblan contra el cuero del sofá y tengo que
esforzarme por mantener los ojos abiertos.
Observándolo como él me observa a mí.
―Eres jodidamente perfecta ―murmura mientras mi clímax se
ralentiza. Sus embestidas se hacen más fuertes, más profundas. Mi frente
se aprieta contra la suya mientras sus caderas empiezan a sacudirse
erráticamente―. Podría mirarte siempre. ―susurra en mi rostro―.
Jodidamente me encanta... ―Se le escapa un gemido de lo más profundo
de su pecho.
Llevo las manos a los lados de su cara, tirando ligeramente hacia atrás
y observando cómo se deshace debajo de mí. Su rostro se afloja, sus ojos
se nublan mientras sus caderas se detienen y suelta un gemido bajo y
sensual al correrse, con las manos apretándome las caderas con fuerza con
cada pulsación de su polla dentro de mí. No aparto los ojos de su rostro
mientras suspira satisfecho, con las mejillas sonrosadas por el esfuerzo.
―Mierda, esposa ―gruñe, jalando mi cuerpo hacia el suyo mientras me
abraza.
Permanecemos así al menos un minuto, con el pecho agitado y la
respiración entrecortada, recuperándonos de algo que nunca esperé que
fuera tan intenso. Apoyo la mejilla en su hombro y sus manos recorren mi
espalda, rozándome suavemente. Me recuerda tanto a las noches que
pasó en la cama conmigo cuando yo tenía uno de mis episodios...
Me estoy enamorando de él.
Con la garganta contraída, me alejo y lo veo.
―Miles...
Una de sus manos me acaricia la cara.
―Lo sé. ―Traga saliva una vez―. Ven. Vamos a limpiarte.
Me ayuda a quitarme de encima de él y agradezco la poca luz. Estoy
segura de que los dos estamos hechos un desastre, desde antes, cuando
me metió los dedos, hasta ahora, con su semilla goteando por mis muslos.
Estoy a punto de ignorarlo cuando Miles se arrodilla. Jadeo cuando me
separa las rodillas.
―Necesito memorizar el aspecto de mi mujer con mi semen chorreando
por su coño ―dice, mirándome desde sus rodillas mientras sus manos
recorren el interior de mis muslos.
Sonrío, pasándole una mano por el cabello.
―Tómame una foto.
Hace una pausa.
―¿Puedo?
Me río.
―Estamos casados, Miles. No serás el primer marido que tiene una foto
del coño de su mujer.
Se ríe entre dientes.
―Bien. Ábrete más de piernas. ―Me recorre una intensa emoción y le
sonrío tímidamente. Saca el teléfono y me ve con expresión de dolor―.
Mierda, Estelle. Tienes el coño más hermoso que he visto nunca ―gruñe.
Desbloquea el teléfono y me apunta al coño―. ¿Estás segura?
―Sí. Solo hazlo antes de que cambie de opinión.
Me toma dos fotos. Gruñe, se guarda el teléfono en el bolsillo y se
levanta, toma mi vestido y me lo entrega.
La deslizo sobre mi cabeza, pensando en el hecho de que Miles tiene
ahora una foto de algo tan lascivo. Puede mirarla en cualquier momento:
en el trabajo, en la cena, en la cama...
Sonrío y busco mis bragas, pero Miles es más rápido. Las toma del suelo
y se las mete en el bolsillo.
―Disculpa ―lo reprendo―. Las necesito.
Se ríe mientras camina hacia la puerta.
―Yo las necesito más, mariposa. ―Sosteniendo la puerta abierta, me
hace un gesto para que vaya delante de él―. ¿Quieres comer algo?
Resoplo.
―¿Esa es tu idea de cuidados posteriores?
Sonríe, y juro que nunca superaré la sensación de que Miles sonría por
algo que he dicho.
―Vamos. Déjame cuidar de ti.
Sus palabras provocan un peligroso aleteo dentro de mi pecho.
Estoy tan jodida y locamente enamorada de mi marido.
21
el consejo

Me entretengo en la cocina amontonando los ingredientes en la tabla de


cortar mientras Estelle me observa desde la isla. Cada vez que levanto la
vista hacia ella, o bien está sorbiendo su vino y observándome con una
sonrisa, o bien está recostada en el taburete y observándome con una
sonrisa. Tengo que luchar contra la sonrisa que amenaza con torcerme los
labios hacia arriba cada vez que lo hago. Una vez que lo tengo todo listo,
tomo una sartén grande y añado un poco de mantequilla mientras se
calienta.
―Gracias a Dios que uno de los dos sabe cocinar ―dice con alegría―.
Yo apenas sé romper un huevo. ¿Qué estás haciendo?
Mis labios se tuercen hacia un lado.
―Ya verás.
Siento sus ojos clavados en mí mientras añado los ingredientes a la
sartén, inseguro de si lo estoy haciendo bien. Nunca he hecho esto, y hace
tiempo que no cocino para mí. Cuando levanto la vista hacia la suya, trago
saliva antes de apartar la mirada. Es tan jodidamente impresionante, y ni
siquiera se da cuenta. Ese vestido verde colgando de un hombro. Sus rizos
salvajes, rubios y platinados, separados hacia un lado. Sus labios de un
tono rosa oscuro por haberme besado hace un par de minutos. Después
de asearnos en el baño de invitados, la besé contra la pared de la cocina
antes de servirle una copa de vino y ordenarle que se sentara y se relajara.
Ella aún no lo sabe, pero esta noche ha cambiado algo dentro de mí.
Nunca había mirado a una pareja mientras estaba con una mujer, mi
mujer. Tampoco me había follado a nadie mientras miraba. Nunca le
había hablado a nadie, aparte de Chase, de mi afición, suponiendo que
ahuyentaría a las posibles citas si lo hacía. Los voyeurs no tienen muy
buena reputación.
Pero Estelle se lo tomó todo con calma, sin perder un segundo en
acompañarme a la bodega. Disfrutando tanto como yo. Sabiendo
exactamente lo que yo necesitaba, y cuándo, y todo lo que pasó... me vuelve
loco por ella. Inestable. Necesitado y posesivo. Ahora que la he probado,
no estoy seguro de poder alejarme de ella.
No cuando ella es la única persona que ve mi verdadero yo. Mis
cicatrices. Mis perversiones. Mis secretos.
Bueno, todos mis secretos menos uno.
Me aclaro la garganta.
―¿Huevos fritos o revueltos? ―le pregunto, tratando de sacudirme los
pensamientos negativos de la mente.
―Sorpréndeme ―dice sonriendo.
Su sonrisa es jodidamente contagiosa.
Termino con las salchichas, emplatando todo lo demás mientras se
cocinan. Estelle me deja espacio y me ve mientras tomo jugo del
refrigerador. Un minuto después, pongo un vaso de jugo de naranja
delante de cada uno antes de dejar los platos.
Se queda viendo el plato sin decir nada durante varios segundos y, al
principio, supongo que la cagué, pero entonces levanta sus ojos vidriosos
hacia los míos, y hay algo abierto y cálido en su risa.
―Nos hiciste un desayuno inglés ―grazna, apretando los labios.
―Sí ―le digo despacio, tratando de calibrar cómo se siente. Antes de
que pueda preguntarle si lo hice bien, rompe a llorar.
―Tú... esto... yo no... ―Solloza, y las lágrimas le corren por el rostro.
Le doy la vuelta a la isla y la rodeo con los brazos, intentando no reírme.
Es jodidamente encantadora, y no puedo evitar sonreír mientras me
inclino para besarle la coronilla.
―¿Tan mal? ―bromeo.
Se ríe entre lágrimas, y se frota las mejillas mientras doy un paso atrás.
―No, no, es perfecto. Solo estoy... sorprendida. Una buena sorprendida.
Mierda.
Me muerdo el interior de la mejilla al darme cuenta. Está sorprendida
porque normalmente soy un gran imbécil. Porque normalmente discuto
con ella, le doy la espalda o la ignoro por completo. Se sorprende porque
normalmente no soy tan amable.
Siento como si alguien me clavara hielo cuando doy un paso atrás, y
hago una mueca de dolor antes de decir lo que pienso. No suelo ser tan
comunicativo, pero quiero demostrarle que soy digno de lo que esté
dispuesta a darme.
―Lo siento ―le digo con dulzura.
―¿Por qué? ―pregunta inclinando ligeramente la cabeza.
―Tú come. Yo hablaré ―añado, señalando su plato. Ella asiente antes
de empezar a cortar la salchicha con el cuchillo. Me froto la boca y me
apoyo en la isla―. Mientras crecía, apenas tuve amigos. Siempre he sido
escéptico con la gente. Mis hermanos eran mis únicos amigos, y luego
ocurrió el accidente, y eso hizo que nadie quisiera pasar tiempo con el
hermano destrozado.
Deja de masticar.
―Miles...
Levanto una mano.
―Déjame terminar. Nunca le he contado nada de esto a nadie.
―Okey.
―Cuando tenía dieciocho años, perdí la virginidad. Me dejé la capucha
puesta todo el tiempo, y después, ella hizo un comentario sobre mis
cicatrices. Me llamó bicho raro. Se me quedó grabado, me alejé y no volví
a hablar con ella. Me resultaba incómodo ser vulnerable con la gente. Así
que dejé de hacerlo. No follé con nadie más hasta los veintiocho años.
Estelle abre mucho los ojos, pero no dice nada.
―En esos diez años descubrí el voyeurismo. Solía ir a un club de
perversiones en Los Ángeles, pero el viaje a veces era de más de una hora.
Cuando Chase y yo montamos Ravage Consulting Firm, decidí que sería
más fácil diseñar mi propio espacio, así que nació el sótano. Poco después
contraté a Luna, que desde entonces ayuda a coordinar todo junto con su
compañera, aunque ahora hace mucho más por mí en lo que respecta al
castillo.
»Como sea, una vez terminada la habitación, me sentí cómodo dando
un paso más físicamente. Nunca las llevé ahí, por supuesto, pero saber
que tenía algo solo para mí me dio la convicción para intentarlo de nuevo.
Y, cuando ves cómo actúan los hombres con las mujeres noche tras noche,
se convierte en algo natural. Mi confianza creció, empecé a tener citas
casuales, a follar con mujeres aquí y allá, y siempre volvía a la habitación
durante meses. Es seguro, no tengo que asegurarme de que mi cuello
cubre mis cicatrices, no tengo que desnudarme, no tengo que responder a
preguntas sobre por qué no me desvisto. Es más fácil ―añado.
Estelle da un sorbo a su jugo de naranja, observándome con interés.
―¿Te has enamorado alguna vez?
Me encojo de hombros.
―Encaprichamiento, quizá, pero nada parecido a... ―me interrumpo y
me aclaro la garganta―. ¿Y tú?
Se ríe de eso.
―Al menos una docena de veces. Hasta el año pasado, salía mucho. Me
enamoraba fácilmente. Vivir, amar, reír y todo eso, pero entonces mi
abuela murió, y no tuve ese impulso de salir. Nada encendió esa llama,
¿sabes? ―Ella toma otro sorbo de jugo―. Bueno, eso no es cierto. Hubo
un hombre.
Me pongo más erguido mientras ella me sonríe.
―Alto, malvadamente guapo, siempre lleva traje... ―Sonrío antes de
poder contenerme―. Nos conocimos en París, cuando nadaba desnuda
en una fuente, y luego, utilizando una de las peores frases para ligar que
he oído nunca, me invitó a su piso a secarme.
―¿Una de las peores frases para ligar? ¿En serio? ―pregunto,
fingiendo estar herido.
Se ríe de nuevo.
―Funcionó, así que supongo que no fue tan mala. ―Deja el tenedor y
apoya la cabeza en la mano mientras me mira―. ¿Por qué te alejaste de
mí aquella noche en París?
Me muevo incómodo.
―Pensé que habías visto mis cicatrices y te asustaste. Reaccioné
exageradamente y te aparté antes de que me hicieras daño.
―Eso tiene sentido. Yo pensé que había sido demasiado intensa y te
había asustado.
Sonrío mientras hacemos contacto visual.
―Supongo que todo fue un error de comunicación.
Ladea la cabeza mientras me evalúa.
―Supongo que sí.
Me acerco a mi plato y pincho un champiñón con el tenedor.
―Ahora me parece una tontería.
Antes de que pueda contestar, suena su teléfono. Lo toma y lo deja a
unos metros de distancia, viendo la pantalla.
Sonrío cuando sus ojos se abren de par en par. Me preguntaba cuándo
se enteraría, antes o después del sótano.
―Miles ―dice, con voz temblorosa―. ¿Por qué me manda un correo el
redactor jefe de la revista Cosmopolitan para incluir a VeRue en su
próximo número?
―Porque le envié un correo electrónico justo antes de bajar al sótano.
Deja el teléfono y aparta el plato.
―Esto es... Miles, esto es enorme.
―Te dije que haría que este matrimonio valiera la pena, ¿no? ―le digo,
masticando un trozo de salchicha.
Le brillan los ojos mientras me ve atónita, y mierda, qué bien sienta
hacerla feliz. Quiero esto.
La quiero a ella.
A nosotros.
Todos los días.
Se sienta más erguida mientras se limpia la boca con la servilleta.
―Dios. Tengo tanto trabajo que hacer.
―Ya somos dos ―le respondo, sonriendo.
Me dedica una cálida sonrisa mientras se levanta. Se acerca a mí, me
rodea con sus brazos y de repente siento algo cálido. Algo reconfortante.
Tenerla aquí, conmigo, saber que le importo a pesar de todo.
―Gracias ―murmura, besándome la mejilla―. Debería prepararlo
todo. Tengo que asegurarme de que mis bocetos están hechos, mi página
web, mis redes sociales... ―se interrumpe, con una mirada lejana y
emocionada en el rostro―. Te veré por la mañana, cariño. ―Con otro
rápido beso en los labios, sale de la cocina.
Me doy cuenta de que sigo sonriendo cuando Luna entra en la cocina
un minuto después.
Arquea una ceja y echa un vistazo a la comida.
―¿Puedo unirme a ti?
Asiento una vez.
―Por supuesto.
Luna se prepara un plato, saltándose la salchicha porque ella y Emma
son vegetarianas. Se sienta frente a mí y picotea su tostada.
―Me gusta mucho Stella ―dice despreocupadamente―. Parece buena
para ti.
―Por eso me casé con ella ―le digo, sonriendo satisfecho.
Luna entrecierra los ojos.
―No hemos tenido mucho tiempo para hablar desde que ocurrió todo,
pero te conozco desde hace más de una década, Miles Ravage.
Probablemente te conozco mejor que tus hermanos.
―Probablemente.
Viendo su plato, se aclara la garganta antes de seguir hablando.
―No sé qué clase de arreglo acordaron ustedes dos...
―Luna, olvídalo ―le digo con severidad―. Lo último que necesito es
que más gente se entere de este matrimonio de conveniencia. Hasta ahora,
solo lo saben mis hermanos y Juliet.
―Déjame hablar ―me responde, mirándome con expresión autoritaria.
Me siento más erguido e intento no sonreír. A veces olvido lo bulldog
que puede llegar a ser Luna. Es luchadora, fuerte y muy buena empleada,
y muy buena amiga. A sus cuarenta y tres años, ella y su mujer, Emma, se
han convertido en las hermanas que no sabía que necesitaba. No solo
porque conoce el sótano y mis inclinaciones, sino porque confío en ella.
Siempre está pendiente de mí, me defiende, me apoya y se asegura de que
estoy bien.
―Voy a darte un consejo matrimonial de alguien que lleva casada casi
veinte años ―dice despacio, clavándome sus ojos castaños―. Sin secretos.
―Sin secretos ―repito.
Ella asiente, tomando un bocado de champiñones.
―Exactamente.
Veo mi plato mientras la culpa me invade.
―Estoy en eso, Luna.
―Bien, los secretos destruyen matrimonios. Pregúntale a Emma. Lo
sabemos todo la una de la otra: lo bueno, lo malo y lo feo. Ella me ha visto
en mi peor momento ―dice lentamente―. Si quieres que tu matrimonio
con Stella dure, asegúrate de que todos tus secretos salgan a la luz.
―Empujo la comida en mi plato mientras asimilo sus palabras―. Tú
quieres que este matrimonio dure, ¿verdad?
Me recuesto y suspiro, pasándome una mano por el cabello.
―Sí.
Luna sonríe.
―Eres diferente a su lado. Más suave. Más feliz. Es buena para ti, Miles,
suaviza todas tus líneas duras, y de alguna manera, se las ha arreglado
para romper tu duro exterior.
Frotándome la nuca, suspiro con fuerza.
―Le mentí.
Luna se encoge de hombros, dándole otro bocado a la tostada.
―Entonces arréglalo.
―No es tan fácil ―murmuro.
―Nunca dije que fuera fácil. ―Se queda callada―. Podría salir por la
puerta principal y no volver nunca más cuando le digas la verdad, pero
es mejor decírselo ahora. Dejarlo todo claro desde el principio. Construye
los cimientos de un matrimonio sobre la verdad y la honestidad. No
empieces este viaje sobre un castillo de naipes. No dejes que se derrumbe
antes de empezar.
Sonrío mientras pienso en sus palabras.
―¿Cuándo te volviste tan sabia?
Se ríe mientras recoge nuestros platos y se dirige al fregadero.
―Siempre he sido sabia. Tú has estado demasiado irritable para darte
cuenta.
Resoplo una carcajada.
―Agradezco el consejo. Gracias.
Cuando termina de guardar los platos, se pone las manos en la cadera
y guiña un ojo.
―Deberías dormir un poco. He visto cómo llegan los correos; mañana
tienes un día muy ajetreado.
Sin decir nada más, Luna sale de la cocina y yo me levanto para
empezar la tarea de limpiar el desorden.
Tengo que decirle a Estelle lo del dinero, y tengo que hacerlo pronto.
Porque si hay algo que esta noche ha demostrado es que de ninguna
manera la dejaré marchar cuando acabe el año.
La quiero... a toda ella.
Quiero hacerla feliz, cocinar su comida, besarla, caminar con ella,
despertarme cada mañana con la sensación de sus rizos asfixiándome...
Asegurarme de que la cuidan cuando está triste.
Observar a la gente con ella.
Observarla a ella.
Lo quiero todo. Cada segundo. Lo bueno, lo malo, lo feo.
El corazón me martillea en el pecho al darme cuenta.
Estoy enamorado de mi esposa.
22
la entrevista

Los dos días siguientes son tan ajetreados que apenas veo a Miles. Ni
siquiera tengo tiempo para mis paseos diarios. A las siete ya está en la
oficina y normalmente no llega a casa hasta la cena. Como los dos
trabajamos mucho, nos ponemos al día rápidamente con una comida
casera y luego cada uno se va por su lado tras un beso rápido. Es
extrañamente hogareño y, aunque me gustaría poder pasar tiempo con él,
sé que es algo temporal para los dos.
Ravage Consulting Firm ha recibido más de cien consultas y sé que
Miles y Chase se pasan el día atendiendo a clientes potenciales. Es
emocionante, pero me doy cuenta de que le está pasando factura a Miles.
Cada noche, durante la cena, parece distraído y físicamente agotado.
No es que me vaya mejor.
Después de recibir el correo electrónico del redactor jefe de la revista
Cosmopolitan, me puse en modo bestia. La entrevista estaba prevista para
el sábado por la mañana en Beverly Hills, y quería asegurarme de que
tenía todo lo que necesitaba antes de esa fecha. Decidí pagar una tarifa
urgente a mi diseñador web para asegurarme de que mi sitio web pudiera
soportar el tráfico adicional de las próximas semanas. También añadí un
temporizador de cuenta atrás a la página principal para el lanzamiento,
que me vi obligada a programar. Si voy a aparecer en Cosmo, necesito un
lugar al que enviar a la gente.
El sitio web y el logotipo ya están terminados y listos para su
lanzamiento en seis meses.
Eso significaba programar publicaciones en las redes sociales, un poco
de publicidad y mucha coordinación con los centros de fabricación. Miles
tiene un contacto con uno de mis lugares favoritos en el centro de Los
Ángeles, lo que significa que toda mi ropa se fabricaría aquí, en California.
Me pasé todo el viernes buscando telas y materiales, enviándolos todos a
la fábrica para conseguir muestras.
Mis bocetos están hechos, los patrones de costura están cortados y
tengo todo preparado.
El viernes por la noche me pasé una hora en el sofá aterrorizada por la
entrevista para la revista. Será la primera y, aunque lo tengo todo
preparado, sigo hecha un manojo de nervios. Decido dar un paseo
nocturno y me dirijo al jardín trasero. Hace mucho más fresco por la
noche, así que me abrigo bien con una rebeca y me dirijo al corral de
Lucifer.
He estado pensando en esa maldita cabra desde que Miles me la
presentó. Tenía razón. Tengo que acostumbrarme a él, y tengo que
superar mi miedo irracional.
Cuando me acerco a la puerta, oigo a Lucifer soltar un fuerte balido y
pego un grito de sorpresa y me alejo corriendo.
Quizá otro día.
Esa noche, doy vueltas en la cama durante horas. En algún momento,
Miles se mete en la cama conmigo y su cuerpo cae exhausto sobre el
edredón naranja. Cuando suena mi despertador a las cinco de la mañana
del sábado, sigue dormido.
Me incorporo y lo veo fijamente durante un minuto, aún vestido con
una camisa de vestir blanca y pantalones negros. Lo empujo hacia el
centro del colchón, le paso el edredón y lo arropo mientras me preparo en
silencio para la función.
A las siete, sigue dormido y no lo despierto.

Vuelvo alrededor del mediodía.


Emocionada por nuestra cita más tarde.
Besos,
Stella.

Dejo la nota en la mesita de noche antes de contemplar mi reflejo en el


espejo. Llevo una de mis prendas: una blusa de lino amarillo brillante,
recortada y anudada en el centro, y unos pantalones amarillos de pata
ancha a juego. Me arreglé un poco los rizos y combiné el conjunto con
unos zapatos de tacón nude y un bolso vintage de Celine de color canela,
un regalo de mi abuela.
Y por supuesto, mi collar R.
Veo el reloj de Miles en mi cómoda y, en un momento de
espontaneidad, me lo pongo en la muñeca, ajustándolo todo lo que puedo.
Perfecto.
Será bueno tener una parte de él conmigo.
Estoy demasiado nerviosa para comer nada, así que me tomo media
taza de té y un biscuit antes de reunirme con Niro afuera a las siete y diez.
El estoico chofer está callado todo el trayecto hasta Beverly Hills, cosa
que agradezco. Apenas hay tráfico, pero eso no impide que mis piernas
reboten en el suelo alfombrado durante todo el trayecto. Cuando llegamos
al hotel de Beverly Hills, me despido rápidamente de Niro mientras entro
en el vestíbulo en busca de la periodista que han enviado para
entrevistarme.
―¿Estelle Ravage? ―El nombre me sobresalta, enviando calor a través
de mí. Una mujer mayor de cabello canoso me sonríe desde unos metros
de distancia.
―¡Sí, hola! ―le digo, y me tiende la mano para que se la estreche.
―Soy Annette, voy a buscarnos una mesa y podemos empezar la
entrevista después de tomar un café ―explica, con una cálida sonrisa―.
¿Te parece bien?
Tengo que cerrar la boca para no reírme como loca.
―Por supuesto.
Tranquila, me digo, usando el reloj de Miles para calmarme.

La entrevista transcurre de forma asombrosa. Annette y yo hablamos


durante casi tres horas y, aunque sé que me está grabando, no parece una
entrevista. Le cuento cómo crecí en Londres, cómo vivía con mi papá, su
labor caritativa y luego hablamos de mi línea de ropa. No paro de hablar
de VeRue durante casi treinta minutos, y solo lloro una vez al hablar de
mi abuela.
En definitiva, una victoria para mí.
Por último, al final de la entrevista, me pregunta por mi matrimonio
con Miles. Le digo que han sido un par de semanas locas y maravillosas.
Cuando me pregunta cómo nos conocimos, no tengo que mentir. Me doy
cuenta de que nunca hablamos de lo que íbamos a decir si alguien nos
preguntaba por nuestra vida de novios, así que le doy todos los detalles:
la fuente, el taxi, cómo mantuvimos en secreto nuestra incipiente relación
hasta que me pidió que me casara con él en París.
―Parece un compromiso relámpago ―reflexiona sonriendo mientras
bebe un sorbo de café―. Casi como un cuento de hadas.
―Lo fue ―respondo―. No podría estar más feliz.
―¿Cómo fue ser incluida en la familia Ravage? Eso debe haber sido
interesante.
Asiento con la cabeza mientras le doy un sorbo a mi tercera taza de té,
sintiéndome cafeinada y animada.
―No entiendo el estigma ―le digo sinceramente―. Sé que soy parcial
por llevar su apellido, pero ha sido un placer estar con todos ellos,
incluido Charles.
Annette me evalúa mientras toma otro sorbo de café, y yo trago saliva
nerviosa ante su mirada evaluadora.
―Por supuesto, pero creo que todos tenemos curiosidad de cómo
alguien con una familia tan bondadosa y filantrópica llegó a fusionarse
con una familia conocida por robar dinero.
Respiro hondo.
―Con el debido respeto, no estoy segura de que sea una comparación
justa. La gente es mucho más que su apellido, o su historia. Todo el
mundo merece una segunda oportunidad.
―Ya veo por dónde vas ―dice ella suavemente―. Pero Charles Ravage
perdió más de treinta y cuatro millones de dólares. Ese dinero pertenecía
a familias trabajadoras. Puede que haya sido absuelto legalmente y sobre
el papel, pero su infame juicio -y la reacción a su veredicto-, solo
demuestra que mucha gente sigue sin fiarse de la familia Ravage. Es su
palabra contra la de los demás.
Las palmas de las manos se me encogen en el regazo mientras respiro
tranquilamente. Esperaba una o dos preguntas sobre Miles, pero no
esperaba que Cosmo se metiera en el juicio y en todo lo que hizo Charles
Ravage.
¿Cuáles son sus intenciones al preguntarme sobre todo esto?
―Sabía dónde me metía cuando me casé con Miles ―le digo, con la voz
un poco más helada que antes―. Y a pesar de las cosas horribles que hizo
su papá, Miles Ravage es un buen hombre.
Annette me ve con escepticismo, y tengo que templar la ira por la
injusticia que empieza a inundarme.
―Tengo fuentes que dicen lo contrario, Stella ―dice suavemente―. De
hecho, ¿es cierto que es el único de sus hermanos que sigue en contacto
con Charles?
―No, creo que Orion todavía ve a su papá de vez en cuando.
―¿Y el artículo de LA Weekly de hace unas semanas? ¿Qué piensas de
eso?
Recuerdo el artículo hasta el título.
El negocio contra el acoso: ¿Hasta dónde es demasiado lejos para Ravage
Consulting Firm?
Lo leí, claro que lo había leído. Me aprieto las manos contra los muslos.
Quiero decirle que se equivoca, que Miles no se parece en nada a su papá.
Que es reflexivo y divertido, con un sentido del humor perverso y seco.
Quiero decirle que los tabloides no conocen a mi marido como yo.
―Sinceramente, era una sarta de tonterías ―le digo, con voz firme.
Frunce el ceño y se inclina hacia adelante.
―Perdóname por la inquisición, Stella. Mucha gente está preocupada
por ti. Sienten que una familia muy poderosa y manipuladora se ha
aprovechado de ti y de tu papá.
Mi corazón se aprieta ante sus palabras.
―Me enamoré de Miles Ravage antes de saber quién era. Antes de
conocer al hombre unido a su apellido. Él es divertido, amable y cuida
muy bien de mí. Él es la razón por la que estamos sentadas aquí hoy,
porque él cree en esta línea de ropa. Que, por cierto, es de lo que pensé
que estaríamos hablando.
Annette parece algo sorprendida.
―Muy bien. Volvamos a VeRue. ¿Para cuándo podemos esperar la
puesta en marcha de su sitio web?
Doy un sorbo a mi té mientras le dirijo una sonrisa cortés. Así me gusta
más.
―Espero que para la próxima primavera.
La entrevista termina poco después y salgo hacia el auto de Niro con
las rodillas temblorosas. Durante todo el trayecto de vuelta al castillo
Ravage, repaso lo que dije, cómo lo dije y si mis palabras van a cambiar
algo en la reputación de la familia Ravage. Miles se merece especialmente
una segunda oportunidad, y haré todo lo que esté en mi mano para
asegurarme de que la gente lo crea cuando termine nuestro año.
Me froto el pecho cuando pienso en cómo será. ¿Cómo voy a alejarme
de él después de todo lo que ya ha pasado entre nosotros?
Y lo que es más importante... ¿y si no quiero marcharme?
23
la ducha

Tras despertarme poco antes de las ocho, prácticamente tarde para mí,
me paso la mañana trabajando en el portátil con los pies apoyados en el
sofá rosa. A mi pesar, el color me está gustando. No es tan ofensivo como
había pensado, y si hace feliz a Estelle, entonces puede quedarse tanto
como ella.
Mientras ella quiera quedarse.
Después de revisar mi correo electrónico, envío una gran cantidad de
correos de seguimiento. Esta semana, RCF ha contratado a treinta nuevos
clientes, todo un récord para nosotros. Shira estaba incorporando a más
empleados en cuanto pudimos, y Chase estaba trabajando en la posible
ampliación de nuestra oficina a la planta de arriba. La expansión es buena.
Estar ocupados es bueno. Hago una nota mental para darle las gracias a
Estelle cuando llegue a casa.
Compruebo mi teléfono por enésima vez. Es casi mediodía y sé que
pronto estará en casa. Me muero de ganas de verla, de pasar algo más que
una cena rápida con ella. Quiero verla reírse de algo que digo, arrugando
la nariz de la forma tan mona que suele hacerlo. Quiero preguntarle por
su primer beso. Quiero sentir su mano cuando la sostengo encima de la
mesa. Quiero preguntarle por la entrevista.
Quiero besarla, tocarla, sentir su cuerpo contra el mío.
Mis días están vacíos sin ella, y aunque sé que los dos aún estamos
tanteando esta relación, ya sé que quiero estar a su lado más tiempo que
una cena.
Termino rápidamente mis correos electrónicos, con la esperanza de
poder pasar la tarde con ella antes de nuestra cita, y de repente recuerdo
algo que Juliet dijo sobre Chase el fin de semana pasado.
Chase solía ser así, pero le hice empezar a trabajar horas normales.
Justo cuando voy a cerrar el portátil, Estelle abre la puerta de nuestra
suite. Sus labios se rompen en una amplia sonrisa cuando se acerca a mí,
y mierda... mis ojos recorren lentamente sus rizos lisos, su cuello y su
escote, la franja de piel desnuda de su vientre, la forma en que la banda
de sus pantalones le ciñe la cintura y esos tacones...
―Estás babeando ―dice, dejando el bolso en el suelo y descalzándose.
―No puedo evitarlo ―murmuro mientras mis ojos se desvían hacia su
rostro―. Tengo la mujer más guapa del mundo. ―Sus mejillas se
ruborizan al oír mis palabras―. ¿Cómo te fue?
Se encoge de hombros.
―Creo que bien. Veremos qué tan bien cuando salga el artículo el mes
que viene.
Arrugo las cejas.
―Seguro que le encantó la idea de VeRue ―digo en voz baja,
sintiéndome a la defensiva.
Estelle muerde su labio inferior entre los dientes.
―Sí, pero luego preguntó por ti e insinuó que yo era una ingenua de la
que se aprovechaba “una familia muy poderosa” ―termina y suelta un
resoplido de enojo―. No te preocupes. Defendí tu honor. Solo que fue
frustrante porque todo el mundo tiene esa idea preconcebida de ti, y eso
me enoja.
Mis labios esbozan una sonrisa mientras su pecho se enrojece de ira y
desprecio. Si no fuera ya mi esposa, que defienda así mi honor me daría
ganas de pedírselo.
Abro la boca para hablar, pero Estelle continúa mientras se acerca un
paso.
―No me extraña que me necesitaras. La gente está equivocada. No
tienen ni idea de lo gran persona que eres ―dice con voz suave.
Trago saliva y veo al suelo, la culpa me obstruye la garganta.
¿Las grandes personas le mienten a su esposa? ¿A la misma esposa a la que
obligaron a casarse con él?
―Bueno, gracias ―le digo―. Te agradezco que defiendas mi honor
―continúo, tirando de sus pantalones y metiéndola entre mis rodillas―.
De verdad. Significa mucho para mí ―añado, justo cuando su mano se
acerca a mi cuello.
Cierro los ojos y se me pasan las ganas de apartarle la mano. Aprieto la
mandíbula y respiro hondo.
―¿Quieres dar un paseo conmigo? ―le pregunto, levantando la vista
hacia ella.
―Suena encantador, pero primero tengo que darme una ducha. Estaba
tan nerviosa que creo que he sudado hasta la camiseta ―responde,
apartándose y caminando hacia la puerta del baño. Cuando llega al
marco, se gira hacia mí, arqueando una ceja antes de continuar hacia el
cuarto de baño compartido.
¿Acaba de ...
Espero a que cierre la puerta, pero no hace ningún movimiento. La oigo
abrir la ducha y se me seca la boca al darme cuenta.
Quiere que mire.
Cuando me levanto, ya estoy empalmado, así que me ajusto los
pantalones y me acerco a la puerta del baño. Estelle ya está en la ducha, y
no puedo ver nada más que el contorno de su cuerpo en forma de reloj de
arena debido al vapor contra el cristal. ¿Sabe que estoy aquí? ¿Me quiere
aquí? ¿O he leído mal las señales? Justo cuando me planteo marcharme,
utiliza la mano para despejar el vapor y me quedo con la boca abierta al
darme cuenta de que me está viendo fijamente al otro lado del cristal.
En lugar de reconocer mi presencia, me dedica una pequeña sonrisa y
sigue duchándose. Se echa champú en el cabello y, cuando termina, echa
la cabeza hacia atrás para enjuagárselo. Mientras lo hace, se lleva las
manos a las pesadas tetas, masajeándolas con la espuma del champú. Un
gemido le sale de su garganta y se queda unos segundos bajo el chorro de
la ducha, retorciéndose los pezones rosados. El agua corre por su piel
dorada y mis ojos se posan en el pequeño mechón de rizos rubios que
tiene entre las piernas.
Me hace pensar en la foto que me dejó tomarle, la misma con la que me
había masturbado varias veces en el baño de RCF entre reunión y reunión.
De algún modo, me volví a convertir en un adolescente cachondo:
deseoso de mirar, deseoso de jugar, siempre con ganas. Saber que tengo
una foto de su coño chorreando mi semilla, saber que siempre llevo esa
foto encima... ha sido mi salvación estos últimos días, sobre todo estando
tan ocupado y lejos de ella.
Pero ahora estoy listo para estar dentro de ella otra vez.
Me acerco un paso y acaricio mi polla palpitante. Se quita el vapor y se
echa un poco de acondicionador en la mano antes de pasárselo por el
cabello. Mi polla se estremece al olerlo, una reacción totalmente
psicosomática ahora que lo he utilizado para masturbarme varias veces.
Se aparta de mí, toma la pastilla de jabón y se enjabona el pecho, gimiendo
al llegar de nuevo a las tetas.
Mierda.
Me acerco hasta quedar al otro lado del cristal.
Utiliza el jabón para enjabonarse entre las piernas y se gira hacia mí.
―¿Te vas a quedar ahí parado? ―pregunta sonriendo, enjuagándose.
Lo que daría por lavarla con mis manos...
Inclino la cabeza mientras me desabrocho los pantalones y me saco la
polla. Sus ojos bajan y se abren ligeramente mientras me acaricio.
―Eso es exactamente lo que voy a hacer, mariposa ―le digo.
Hace un mohín y no puedo evitar reírme.
―¿De verdad? ¿No quieres acompañarme?
Me encojo de hombros.
―Quiero mirarte.
Me sonríe tímidamente y no me contesta mientras se lleva una mano al
clítoris y empieza a frotarse.
―¿Qué quieres que haga? ―pregunta, con la voz entrecortada mientras
su mano trabaja más deprisa.
―Quiero que me des algo para mirar ―digo con la voz rasposa,
acariciándome ahora en serio.
Se le mancha el pecho cuando acelera el ritmo y utiliza la mano libre
para limpiar el vapor. Veo cómo se frota el clítoris con fervor y gimo
cuando la veo introducirse un dedo.
―Eso es ―murmuro―. Dos ―ordeno.
Inclina ligeramente la cabeza hacia atrás e introduce otro dedo. Ahora
el pulgar le trabaja el clítoris, y veo cómo le tiemblan ligeramente las
piernas.
Me aprieto la polla, pasando la palma de la mano por la cabeza para
utilizar mi precum como lubricante, pero no es suficiente. Con la mano
libre, abro la puerta de la ducha.
―¿Qué estás...?
Tiro de la mano que tiene dentro, ignorando cómo el agua rebota en su
cuerpo y en el mío. Retira los dedos y yo los acerco a mi polla, rodeando
con mi mano la suya, asegurándome de que estoy bien lubricado con su
excitación antes de dar un paso atrás.
Sus ojos azules se oscurecen al darse cuenta de lo que acabo de hacer, y
entonces reanuda sus caricias con más fervor.
―Eso fue caliente ―dice con los dientes apretados, volviendo a
introducirse dos dedos en el coño―. Me estoy acercando.
―Juega con tu pezón ―le ordeno, dando un paso atrás, pero
manteniendo abierta la puerta de la ducha para poder ver mejor su
cuerpo, la forma en que separa ligeramente los labios mientras mueve la
mano más deprisa, lleva la otra mano al pezón izquierdo y lo pellizca
ligeramente.
Suelto un gemido bajo mientras se me tensan las pelotas,
imaginándome encima de ella y corriéndome sobre esas preciosas tetas.
―Córrete para mí, Estelle ―le digo.
Gime con los ojos cerrados y, cuando empieza a temblar, dejo de
acariciarme la polla. Estoy a punto de explotar y quiero que ella se corra
primero.
Veo a mi esposa desmoronarse ante mí, con la cara contraída mientras
sufre espasmos incontrolables. Gime mientras reduce la velocidad de su
mano y, cuando abre los ojos, ve mi polla, que sigue dura y chorreando
precum.
―¿Tú...?
―De rodillas ―le digo, dando un paso adelante.
Se queda con la boca abierta, pero como buena esposa, hace lo que le
pido.
Me ve con esos grandes ojos azules y gimo mientras subo y bajo
lentamente la mano por el pene. Recorro con la mirada su piel húmeda,
las manchas de su cuello, su cabello ya rizado en la raya del nacimiento
del cabello, la forma en que sus labios se curvan en una pequeña y coqueta
sonrisa, la forma en que los chorros de agua se deslizan por sus tetas, por
su vientre...
―Mierda ―digo con la voz ronca―. Voy a correrme.
Siento un cosquilleo en la base de la columna y mi polla se arquea más
y más mientras gimo y el primer chorro de semen golpea su pecho. Casi
me tiemblan las rodillas cuando el orgasmo se apodera de mí, y suelto
unas cuantas bocanadas de aire mientras una y otra vez el semen pinta las
tetas de mi mujer. Sigo temblando cuando termino, y la veo con una
sonrisa arrogante.
―Adelante ―dice con los ojos oscuros―. Tómame una foto.
Mierda.
Es jodidamente perfecta.
Me meto la mano en los pantalones y saco el móvil, alejándome un paso
de la ducha para que no se moje. Después de tomar la foto, dejo el teléfono
en la mesa junto a la ducha y la ayudo a levantarse. Entonces, empiezo a
quitarme la camisa.
―¿Qué haces? ―me pregunta, observándome.
Mirándote con mi semen goteando de tus tetas perfectas.
―¿Qué clase de esposo sería si no limpiara a mi mujer?
La sonrisa que me dedica hace que me duela el pecho.
Te amo, pienso mientras me quito los pantalones y los bóxers.
Tardo un segundo en darme cuenta de que es la primera vez que me
desnudo delante de alguien que no sean mis hermanos y los médicos tras
mi incidente.
Es la primera vez que alguien ve todas mis cicatrices así.
La primera vez que ella ve la piel deformada de mis caderas y la parte
superior de mis muslos.
Me quedo inmóvil al darme cuenta, pero la mano pequeña y cálida de
Estelle toma la mía y me mete en la ducha con ella.
Y la dejo.
24
la defensa

Después de limpiarme y secarme, Miles me sigue hasta mi dormitorio.


Le sonrío descaradamente mientras me despojo de la toalla y siento un
escalofrío en todo el cuerpo cuando suelta un gruñido grave y primitivo.
Me pongo rápidamente unos jeans, un top blanco, una americana rosa
chillón y unas sandalias planas. Mi marido me observa con ojos oscuros
todo el tiempo, como si estuviera dispuesto a devorarme en cualquier
momento.
Hace que mi estómago estalle de mariposas. Nunca nadie me había
deseado tanto como él. Nunca nadie ha apreciado la celulitis de la parte
posterior de mis muslos, el vientre que definitivamente no es plano, las
estrías de mis caderas y muslos. Soy una mujer de talla grande, con curvas
y trasero, y aunque siempre me he sentido cómoda con mi aspecto, no
puedo evitar las pequeñas inseguridades que se me cuelan de vez en
cuando. Aunque la sociedad acepta cada vez mejor todo tipo de cuerpos,
hay cosas que siguen penetrando en mi duro exterior. El tallaje de las
muestras, las modelos, la industria de la moda en su conjunto... es mucho
por lo que abrirse paso.
Mientras me paso los dedos por los rizos mojados, veo a Miles por
encima del hombro.
Él es tan... perfecto.
E incluso si tengo la confianza suficiente para saber que soy bella, una
voz muy, muy pequeña a veces se abre paso entre el ruido.
Eres demasiado grande para él.
Prefiere a las mujeres más pequeñas.
Tus curvas son exactamente lo contrario de los duros planos de su cuerpo.
Es suficiente para hacerme dudar de todo por primera vez desde que
nos casamos. Sé que le parezco atractiva, no me preocupa.
Es solo que a veces los pensamientos intrusivos, que empeoran
inmediatamente después de mis episodios, me hacen sentir insignificante
y como si no fuera suficiente.
Después de pasarme un poco de crema para rizos por el cabello, me
giro para mirarlo con la cara lavada.
―Ven aquí ―murmura Miles.
Mis ojos se clavan en la toalla blanca que rodea su cintura. Los músculos
que esculpen su abdomen, sus brazos. Las venas que bajan hasta sus
dedos. Me acerco a él y me sitúo entre sus piernas, mientras mis dedos
recorren sus cicatrices. Inclinando ligeramente la cabeza, dejo que mis
uñas se arrastren ligeramente sobre la piel fruncida. Él cierra los ojos y sus
fosas nasales se dilatan. Sé que esto es difícil para él: dejar que alguien lo
vea.
Dejar que alguien lo toque.
Me trago el nudo en la garganta cuando pienso en el hecho de que a mí
me deja hacer las dos cosas.
Que Miles Ravage, el gruñón extraordinario, de alguna manera, me ha
dejado entrar lo suficiente como para permitirme hacer esto.
Que soy la primera.
―Miles ―susurro, mis manos se acercan a los lados de su rostro, y
cuando levanta la vista para mirarme a los ojos, su expresión casi me hace
caer.
Amor.
¿Es posible que me ame? Y, en esa misma línea, ¿es posible que yo
también lo ame?
―Nuestra reservación es a las siete. ¿Qué te apetece hacer hasta
entonces? ―me pregunta, con los ojos suaves.
Me encojo de hombros.
―Solo quiero pasar tiempo contigo.
Con las cejas fruncidas, se inclina hacia adelante y me besa el abdomen
desnudo. Es tan reverente, tan suave, que le aprieto el cabello con las
manos por la intensidad de las emociones que me embargan.
¿Cuándo ocurrió esto?
¿Cómo sucedió esto? Hace un año, lo consideraba un tipo diferente de
aventura de una noche. No era alguien a quien pudiera amar, alguien que
llegara a importarme. Era demasiado estirado, demasiado serio.
Demasiado imbécil.
¿Pero ahora?
No puedo imaginar mi vida sin él.
―¿Qué tal si preparo algo de comida y hacemos un picnic?
Sonrío.
―Suena perfecto.
Se levanta y me da un suave beso en la mejilla antes de alejarse, con la
toalla blanca colgada de sus caderas. Admiro su trasero. Su trasero firme
y su espalda musculosa. Lo veo fijamente cuando llega a la puerta y se da
la vuelta con esa sonrisa tan característica que le tuerce los labios.
―¿No vienes?
Y por la razón que sea, tal vez soy una romántica después de todo, esas
dos palabras tiran de mi fibra sensible más de lo que espero. Estar aquí,
estar presente con él, significa mucho para mí. El hecho de que me invite a
su espacio personal, para presumiblemente verlo vestirse...
Asiento una vez con la cabeza antes de frotarme el pecho.
En algún momento entre el sótano y ahora, Miles decidió dejarme
entrar. Me dio un cuchillo para astillar su gélido corazón, y ahora que
estoy dentro, no quiero salir nunca.
Lo sigo hasta su dormitorio y mis ojos se posan al instante en los
paneles de espejo pegados al techo. Al entrar en el gran vestidor, Miles se
ríe mientras se quita la toalla y se pone unos bóxers negros.
―¿Te gusta lo que ves? ―pregunta, sus ojos se encuentran con los míos
en el espejo transparente.
Se me enrojece el pecho al pensar en Miles moviéndose encima de mí,
viendo cómo los músculos de su trasero se contraen con cada embestida...
―Puede que despertara mi interés hace un par de semanas, cuando
estaba fisgoneando ―admito, sentándome en su cama.
Me dedica una sonrisa triste mientras se pone unos pantalones grises
oscuros.
―¿Esto fue antes o después de que encontraras la única llave de
repuesto del sótano?
Me río.
―Antes. Me obligaste a casarme contigo y luego me abandonaste a mi
suerte durante unos días. ¿Qué otra cosa podía hacer? Lo vi cuando
cambié el edredón. ―Se pone una camisa plateada y se la abrocha
lentamente con los dedos mientras me mira―. Supongo que debería
decirte que también husmeé en los cajones de tu cuarto de baño ―añado,
con los labios torcidos hacia un lado―. Veo que tienes una caja de
magnum johnnies.
Arquea una ceja.
―¿Johnnies?
―Condones ―le digo.
Después de meterse la camisa por dentro -lo que resulta muy erótico de
ver-, se pasa un cinturón Cartier color camel por las trabillas. Salgo del
armario y me recuesto en la cama mientras contemplo su cuerpo largo y
delgado. La forma en que sus pantalones se ciñen a sus caderas. La forma
entallada en que su camisa acentúa sus músculos. Me siento como si
hubiera visto entre bastidores cómo Miles se viste tan impecablemente
cada día.
Ladea la cabeza mientras se sienta en la silla frente a mí y se pone unos
calcetines negros.
―Hablando de... probablemente deberíamos resolver lo de nuestros
métodos anticonceptivos.
―Tengo un DIU ―le digo―. Y hace poco mi ginecólogo me hizo una
prueba ―le explico―. Todo bien.
Sus ojos verdes me clavan en mi lugar.
―Bien. También me hacen pruebas regularmente. Está arreglado,
entonces. Debería haber preguntado la otra noche. Te pido disculpas.
Cruzo los brazos mientras lo veo meter los pies en unos zapatos de
vestir color camel.
―Hubiera dicho algo si hubiera sido un problema.
Su expresión se suaviza ligeramente y me doy cuenta de que se está
armando de valor para preguntarme algo, pero debe de haber cambiado
de opinión, porque se limita a sonreírme mientras se levanta.
―Vamos.

―Bueno, se acabó el picnic ―bromeo, viendo por la ventana de la


cocina mientras la lluvia salpica contra el hormigón justo al otro lado de
la puerta.
―Debería ir a ver a Lucifer ―murmura Miles, viniendo a colocarse
detrás de mí―. ¿Quieres venir conmigo?
―No ―refunfuño. Dándome la vuelta, le rodeo la cintura con los
brazos―. Pero lo haré, porque es importante para ti.
Se ríe mientras se dirige a la puerta trasera, toma dos impermeables y
me entrega uno a mí.
―Debes sentirte como en casa ―me dice, poniéndose el impermeable
negro de goma por encima.
Por supuesto, Miles Ravage está elegante con botas de agua y un
impermeable. Yo tengo que arremangarme el mío porque es cinco tallas
más grande. Sus ojos me miran mientras me calzo las botas que he sacado
del banco.
―No puedo creer que vaya a decir esto, pero una pequeña parte de mí
echa de menos la llovizna londinense ―le digo con ironía―. Nunca le
digas a nadie que dije eso.
Se ríe mientras salimos al jardín trasero y yo lo sigo alrededor del
castillo hasta el prado de Lucifer.
Abriendo la puerta, me hace un gesto para que vaya primero.
―Oh no, después de ti ―le digo, cruzándome de brazos.
Se ríe mientras se adelanta. Veo a Lucifer balando en la puerta de su
casita y, por un segundo, se me encoge el corazón de lo patético que
resulta verlo.
―¿Te quedaste fuera de casa? ―murmura Miles, y no puedo evitar que
todo mi cuerpo se caliente con su tono. Es tan... paternal. Desbloquea la
puerta y la abre de un empujón mientras Lucifer vuelve a balar y se
acaricia contra el muslo de Miles.
Bien, supongo que es algo, algo adorable.
Para mi horror, la cabrita se acerca a mí y tropiezo hacia atrás.
―No ―le digo―. No, aléjate ―le ruego.
Miles se ríe a carcajadas mientras la lluvia le cae sobre el impermeable,
y yo lo fulmino con la mirada mientras retrocedo hasta el lado de la casita
de Lucifer.
―Esto no tiene gracia ―gruño.
―En realidad, es muy divertido.
La cabra se detiene frente a mí y ladea la cabeza en señal de pregunta
antes de acurrucarse en mi pierna, y yo chillo mientras el corazón me
martillea en el pecho.
―Oh, Dios ―digo en voz alta, arrugando el rostro por el miedo.
Miles sigue riendo mientras se acerca y guía a Lucifer hasta su casa. Lo
oigo utilizar el mismo tono suave y, cuando estiro el cuello por el lateral
de la casita, veo a Miles secando a la cabra con una toalla.
Una vez que termina, se marcha con una puta sonrisa de suficiencia.
―Cierra la boca ―le digo, alejándome a pisotones.
Pero antes de llegar lejos, me agarra de la muñeca y nos junta. La goma
húmeda de mi impermeable resbala contra la suya y su mano mojada se
acerca a mi cara mojada.
―Tú ―murmura, inclinándose y plantándome un beso en la frente―.
Eres... ―continúa, utilizando la otra mano para acercarme la cintura a su
cuerpo―. Adorable.
Y entonces me besa, apretándome contra el cemento de la casita,
gimiendo cuando su lengua se cuela entre mis labios húmedos.
Me alejo.
―Tienes las manos llenas de cabra ―me burlo.
―Estoy orgulloso de ti ―responde―. Estás entrando en razón, y desde
luego no tengo las manos llenas de cabra.
―Sí ―gimo―. Huelen a cabra.
Vuelve a aplastar sus labios contra los míos, y puedo sentir su sonrisa
contra mi boca mientras la lluvia golpea nuestros rostros. Al separarse, su
pecho se aprieta contra el mío con cada una de sus inhalaciones.
Algo pasa entonces por su rostro, y trago saliva cuando su mano se
acerca a mi mejilla.
―Estelle...
Parece confundido, como si fuera a decir algo, pero entonces aprieta los
labios y niega con la cabeza.
―Deberíamos entrar y secarnos.
―Claro ―respondo, sonriendo.
Después de secarnos, Miles y yo acabamos pasando la tarde juntos.
Preparo palomitas y él acepta ver el documental de Taylor Swift. Ni
siquiera se queja. Cuando termina, me acerco a él para comprobar su
temperatura, pero me dice con el ceño fruncido que está bien. Mejor de lo
que esperaba. Alrededor de las cinco, subo a arreglarme.
Me aliso los rizos y me pongo una blusa negra, la única prenda negra
que tengo, y un pantalón verde diseñado por mí, ceñido a la cintura con
un grueso cinturón y estrechado en el tobillo. Me maquillo ligeramente y
luego me calzo unas botas vintage de tacón con estampado de pitón, así
como mi bolso negro vintage de Gucci con una cadena negra,
completando el look con mi collar R.
Miles me espera cuando salgo de mi habitación. Levanta la cabeza y sus
ojos examinan mi atuendo con lentitud y agonía.
―Estás... ―se interrumpe, y mis ojos siguen el movimiento de su
garganta―. Guapísima. Como siempre.
Lleva un traje negro con corbata verde claro, el mismo color de sus ojos,
así como su característico reloj Cartier y zapatos Dior. No puedo evitar las
mariposas que surgen en mi interior al ver su conjunto, sobre todo porque
ninguno de mis ex sabía vestirse como Miles Ravage.
―Oh, y me robé mi reloj de vuelta, por cierto. Aunque, la idea de que
mi sexy esposa lo use es atractiva. Tal vez tenga que comprarte uno que
haga juego.
―No quiero el mío, me gusta llevar los tuyos ―le digo.
Cuando estoy lo bastante cerca, me pongo de puntillas para darle un
beso. En lugar de obedecer, su mano vuela hasta mi garganta y me empuja
contra la pared de la habitación. El corazón me palpita en el pecho cuando
su lengua se introduce en mi boca, mi gemido vibra contra su mano y él
aprieta una vez, presionando su cuerpo contra el mío. Una corriente
eléctrica pasa de su boca a los dedos de mis pies, y todo entre mis piernas
palpita de deseo.
Se aparta.
―No he podido evitarlo ―murmura.
―No me importa ―le digo, presionándole el pecho con la palma de la
mano. Su corazón late errático bajo mis dedos, igual que mi propio pulso
acelerado.
―No pensé que te importara.
―Podrías volver a hacerlo ―me burlo, apretando mi pecho contra el
suyo.
Él gime, y la oscuridad florece en sus pupilas.
―Si lo hiciera, con toda seguridad nos perderíamos la cena.
Me encojo de hombros.
―Por mí está bien.
Se ríe, se inclina y presiona su frente contra la mía.
―Aunque me encantaría follarte hasta dejarte sin sentido, tendrá que
esperar hasta más tarde.
Hago un mohín y él se aparta.
―Más te vale compensarme ―me burlo.
―Por el resto de mi vida ―murmura.
No puedo evitar una inhalación aguda ante sus palabras, y él se aparta
rápidamente, sacudiendo la cabeza.
―Deberíamos irnos ―dice rápidamente, con su máscara de
indiferencia deslizándose en su sitio.
Lo sigo fuera de la habitación y caminamos en silencio hacia el ascensor
mientras contemplo sus palabras.
Por el resto de mi vida.
¿Significa eso que piensa en este matrimonio a largo plazo? ¿Qué hay
del contrato que firmamos que decía que disolveríamos el matrimonio al
cabo de un año? No recuerdo que hubiera una cláusula sobre lo que
pasaría si uno de los dos no quería que el matrimonio terminara.
Sigo pensando en eso mientras subimos al asiento trasero del
todoterreno negro y saludo rápidamente a Niro mientras nos dirigimos a
West Hollywood. Sabía que Miles había elegido un lugar en el que
probablemente abundarían los paparazzi. Suena música suave por los
altavoces y le doy las gracias en silencio a Niro por rebajar un poco la
tensión. Aunque sigo pensando en lo que dijo Miles, le tiendo la mano y
la agarro con fuerza durante todo el trayecto hasta el restaurante.
Y, como estaba previsto, las cámaras parpadean cuando nos acercamos
a la entrada.
―Puede que haya hecho algunas llamadas ―dice Miles rápidamente.
Se gira hacia mí y me dedica una sonrisa tensa―. ¿Lista?
Asiento con la cabeza al darme cuenta de que estaría preparada para
cualquier cosa con él a mi lado.
Con él mirándome ducharme, mirándome arreglarme, como si fuera su
persona.
Con él acariciándome la espalda antes de sumirme en un sueño
entumecido, profundo, irregular.
Con él cocinando para mí.
Con él diciéndome por el resto de mi vida.
―Lista ―le digo, esperando que entienda el doble sentido de mis
palabras.
Salimos del auto y la gente empieza a gritarnos. La mano de Miles
empieza a tocarme la parte baja de la espalda, pero cuando subimos a la
acera, me atrae hacia él.
―¡Stella! ¡Miles! ¿Cómo es la vida de casados?
―Jodidamente fantástica ―responde Miles, sonriendo cálidamente―.
Gracias por preguntar.
―¡Stella! ¿Cómo te estás adaptando a vivir en California?
Sonrío mientras veo a Miles.
―Ha sido increíble.
Miles me sonríe y, para mi sorpresa, me da un beso.
No es actuado.
No es fingido.
Su gemido grave vibrando en el fondo de mi garganta es real.
Esto es real.
―¡Tortolitos! ―grita alguien.
―¡Qué romántico!
―¡Amor joven!
Miles se aparta y no puedo borrar la sonrisa de mi rostro. Cuando nos
acercamos a la puerta, alguien se pone delante de mí.
―¿Qué se siente estar casada con alguien tan desconfiado?
Mi cabeza se gira hacia el fotógrafo, que ve a Miles con puro odio.
―¿Disculpa? ―pregunto, con la voz aguda mientras la sonrisa se me
escapa de la cara.
―Vamos ―Miles me murmura al oído―. Ignóralo, Estelle.
El fotógrafo se gira para mirarme.
―Ya me escuchaste. ¿Cuánto te paga por jugar a las casitas?
Mis mejillas se calientan cuando me separo de Miles y me acerco al
fotógrafo.
―No tienes ni idea de lo que estás hablando ―respondo, sintiendo que
Miles me jala de la mano, pero lo ignoro―. Mi esposo es una de las
mejores personas que he tenido la suerte de conocer. Podrías saberlo si
hablaras con él en lugar de darle vueltas a algo que hizo su papá hace una
década.
―¿No es agotador seguir defendiendo a un hombre que LA Weekly
llamó matón?
Mis fosas nasales se agitan y aprieto las manos a los lados.
―Estelle, no merece la pena ―gruñe Miles desde detrás de mí.
―Amo a mi esposo, y ninguna cantidad de dinero o falsa reputación
podría cambiar eso.
Me alejo de Miles y del fotógrafo y entro sola en el restaurante. Tardo
un momento en darme cuenta de lo que dije y, cuando Miles entra, parece
un poco aturdido.
―No quiero hablar de eso ―le digo, cruzándome de brazos.
Sus labios se crispan.
―No iba a decir nada.
―Bien.
―Bien ―repite.
La anfitriona nos lleva a la mesa y, al igual que en el trayecto en auto,
pasamos los siguientes minutos en un tenso silencio mientras decidimos
qué comer. Miles pide un poco de vino mientras yo delibero, todavía
furiosa porque el fotógrafo dijera cosas tan estúpidas.
Todavía furiosa por haberle dicho al mundo que amo a Miles Ravage.
Quiero decir, estoy segura de que el público lo asume -estamos casados,
después de todo-, pero Miles no.
Dios, soy tan idiota.
Un minuto después, antes de que llegue el vino, Miles deja su menú.
―Al diablo con esto ―murmura―. Vámonos de aquí.
Cuando lo veo, tiene una sonrisa traviesa en el rostro.
Mi corazón late contra mis costillas mientras respondo.
―Suena jodidamente genial.
Seguimos riéndonos mientras nos escabullimos del restaurante,
ignorando a todo el mundo mientras subimos de nuevo al auto de Niro.
25
la playa

Si el amor es algo tangible, imagino que se parecería mucho a Estelle


Deveraux comiendo una hamburguesa con queso, descalza en la playa,
mientras me observa con sus ojos brillantes y una gran sonrisa.
Cada maldita vez que me sonríe, mi corazón tartamudea. Como si su
boca estuviera ligada a los músculos de mi corazón.
No tiene ni idea de en cuántos putos problemas estoy ahora, de que
estoy a su merced desde hoy.
―Esta tiene que ser la mejor hamburguesa con queso que he comido
nunca ―dice, mientras un ruido de satisfacción sale de su garganta.
Ignoro la forma en que hace palpitar mi polla con la incesante necesidad
de volver a estar dentro de ella.
―Estoy de acuerdo.
―Gracias ―dice un segundo después, limpiándose la boca antes de
apoyarse con las manos en la arena húmeda―. Esta noche ha sido...
perfecta.
Después de deshacernos del restaurante de lujo, hice que Niro nos
llevara a mi hamburguesería favorita, luego tomamos el cañón hasta
Santa Mónica y, a pesar de que hacía frío y había tormenta, decidimos
comer en la playa. Estelle nunca había visto el océano Pacífico y al ver
cómo se le iluminaban los ojos en la oscuridad, mientras las luces de la
noria del muelle de Santa Mónica bailaban en sus pupilas, me di cuenta
de que esta noche no podía ser más perfecta.
Termino de comer y me recuesto junto a ella mientras mis pies
desnudos se enroscan en la arena. Como había llovido antes, los dos
estamos un poco mojados, aunque a Estelle no parece importarle en
absoluto. Se deja caer sobre la arena mojada, se quita las botas y chilla de
alegría.
No había sentido la arena entre los dedos de los pies desde que era niño.
Definitivamente antes del incendio.
No me había molestado en ir a la playa -ni a nada que dejara al
descubierto algo de piel-, desde aquel fatídico día.
―Lo siento por ese fotógrafo ―dice Estelle en voz baja. Está viendo al
frente, observando cómo rompen las olas frente a nosotros.
Suspiro y me acerco a ella hasta que nuestras piernas se tocan.
―¿Por qué te disculpas? No es culpa tuya. Todo lo que dijo era verdad.
Estelle frunce el ceño, las arrugas alrededor de la boca son prominentes.
―Pero no lo es, eso es lo que me enoja. ―Me ve con las cejas
fruncidas―. Nada de lo que dijo es cierto. No eres desconfiado.
―Pero te pagué para que te casaras conmigo ―le digo, sonriendo
satisfecho.
Ella se burla.
―No, tu papá lo hizo, y eso no viene al caso.
No del todo.
―Y de todos modos, no es asunto suyo.
Me río entre dientes. Es guapa cuando se enoja, sobre todo cuando lo
hace por mí.
Nunca nadie se había puesto tan a la defensiva por mí. Trago grueso
mientras veo hacia otro lado, con la culpa envolviéndome los pulmones y
apretándome con fuerza.
Tengo que decírselo.
Debería decírselo en este momento.
Debería contarle la pelea que tuve antes con mi papá. De cómo ya estaba
hablando de faltar a su palabra con ella.
Cómo estaba haciendo exactamente la misma mierda que yo sabía que
haría.
La misma mierda exacta de la que hablaba el fotógrafo.
No habría dinero de mi papá, y aunque aún no estaba seguro de cómo
se las arreglaría para explicarlo, al menos ella tenía mi dinero.
Si se lo dijera ahora, se negaría a aceptarlo.
Y su línea de ropa estaría muerta antes de empezar.
No, no podía hacerle eso.
También estaría en el primer vuelo de vuelta a Londres, y podría no volver a
verla nunca más.
Ella merecía la verdad, pero yo fui un imbécil egoísta.
Al final se lo diré. Un día, se lo explicaré todo. Me comeré la culpa.
Sufriré las consecuencias.
Pero ese día no es hoy.
―Te agradezco que me defiendas ―le digo, rodeándole los hombros
con un brazo.
―Siempre te defenderé ―me responde.
No estoy tan seguro de eso, mariposa.
―Tengo una idea ―dice despacio. Entrecierro los ojos mientras ella se
levanta y me dedica una sonrisa tímida. Cuando empieza a desabrocharse
la blusa, veo frenéticamente a mi alrededor. Estamos casi solos, pero hay
algunas personas lo bastante cerca como para vernos follando en la arena.
―Estelle…
―Vamos ―me suplica, quitándose la blusa y dejando al descubierto su
sujetador de encaje rosa.
La fulmino con la mirada.
―Sé que dijiste que eras exhibicionista, pero esto no es...
Su risa gutural me hace sonreír.
―No me refería a eso, idiota. Vamos a bañarnos desnudos.
Ladeo la cabeza mientras la veo bajarse los pantalones, revelando ropa
interior rosa a juego. Mierda.
―Debería haberlo sabido ―refunfuño, poniéndome de pie―. Un
charco de agua infestado de gérmenes y mi mujer. Es como una polilla a
una llama ―me burlo.
―Muy gracioso ―me reprende, sonriendo mientras me cruzo de
brazos―. Vamos.
―En absoluto ―le digo. Tuerce los labios hacia un lado y mete la mano
por detrás―. Estelle, no te atrevas.
Se desabrocha el sujetador y lo deja caer sobre la arena. Vuelvo a mirar
a mi alrededor, pero nadie nos presta atención. Vuelvo a mirar a mi mujer,
que se ha quitado la ropa interior y está en una playa pública
completamente desnuda.
Mieeerda.
―Vamos ―suplica, poniendo las manos en las caderas.
Admiro su cuerpo durante un minuto: su forma de reloj de arena, sus
muslos musculosos, su trasero mordible y sus tetas... Dios. Sus tetas me
matarán. Tiene los pezones duros por el frío y, en la penumbra, distingo
la piel dorada del resto del cuerpo.
―Diviértete ―le digo, frunciendo el ceño―. Intenta no ligarte a ningún
desconocido esta vez.
Se ríe a carcajadas.
―Supongo que es bueno que fueras el único al que he querido.
Sus palabras me llegan al corazón y, por un instante, me lo planteo.
Quitarme la ropa en público. Estar desnudo, mostrar mis cicatrices al
público. Ser libre por primera vez en mi vida.
No me importa una mierda si alguien me ve. Si alguien piensa que mis
cicatrices son feas, o mi piel está estropeada y deformada.
No me importa si me miran con lástima y curiosidad.
―Quítate la ropa, cariño. Vive un poco. ―Se da la vuelta y camina hacia
el agua―. Hagamos que mi abuela se sienta orgullosa ―añade por
encima del hombro.
Y mierda.
Esas siete palabras me hacen algo. Porque sé lo mucho que a Estelle le
importaba su abuela. Sé que esto es importante para ella, igual que lo fue
la noche en la fuente, y yo la cagué aquella noche: me burlé de ella al no
poder soltarme por una vez.
Tal vez pueda hacerlo bien esta vez.
Puedo hacer lo único que anhelaba hacer esa noche.
Tener la libertad de hacer lo que quiera.
A la mierda.
Suspirando pesadamente, maldigo en voz baja mientras me desato la
corbata.
Estelle chilla cuando sus pies tocan el agua helada.
―¡Mierda, qué fría! ―grita, poniéndose de puntillas por la orilla y
gritando mientras el agua la persigue.
Me río mientras me quito la camisa.
¿Qué estoy haciendo? ¿Y qué demonios me importa?
Me quito los pantalones y vuelvo a mirar a mi alrededor. Algunas
personas nos miran con curiosidad y empiezo a asustarme, pero cuando
mis ojos se adaptan a sus caras, veo que sonríen.
Así que... a la mierda.
Vuelvo a reírme mientras me quito los bóxers, rezando para que el agua
fría no sea demasiado imperdonable para mi polla.
Me acerco a mi mujer, que debe de estar demasiado distraída con el
agua fría para darse cuenta de que me acerco a ella, porque abre los ojos.
―¡Lo lograste! Miles, eres libre ―me dice como si tuviera cinco años―.
Y no estás ardiendo espontáneamente como creí que harías ―añade,
sonriendo satisfecha al referirse a lo que me dijo aquella noche en la
fuente.
―Muy graciosa ―gruño, rodeándola con los brazos―. Y, como castigo
por obligarme a bañarme desnudo... ―La levanto y corro hacia el agua.
Su desgarrador grito de sorpresa me hace carcajearme como un loco
mientras la lanzo al agua helada.
Jadea y se levanta, hasta la cintura, con la cara contorsionada por la
furia.
―Tú, maldito idiota....
La agarro de la muñeca y la atraigo hacia mí, ella se deja llevar,
moldeando sus curvas contra mí. Me rodea la cintura con los brazos. La
veo mientras nos adentramos en el mar hasta cubrir sus partes. Entonces
la levanto para que se siente a horcajadas sobre mí, y gimo cuando sus
piernas rodean mis caderas.
―Miles ―susurra, mirándome con adoración. Como si quisiera
saborearme.
Me inclino y aplasto mis labios contra los suyos.
―Gracias ―le digo, sonriendo―. Por obligarme a hacer esto.
Ella traga, y entonces la devoro: mis manos encuentran su nuca y mi
mano derecha recorre su cabello mojado.
―Por favor, dime que no vas a follarme en esta agua asquerosa
―bromea, y yo me río.
―Absolutamente no, solo quiero besar a mi esposa, porque... ―Me
aparto y mis ojos se clavan en los suyos.
―¿Por qué? ―pregunta, tirando del labio inferior entre los dientes.
Porque te amo.
Porque podría pasar la eternidad contigo.
Porque no puedo imaginar mi vida sin ti.
Y un día, vas a odiarme.
Cierro los ojos mientras el último pensamiento se filtra en mi mente.
Tengo que decírselo. Mañana mismo. Se lo diré mañana. ¿Y esta noche?
Será la perfección antes de la ruina.
―Porque quiero follarme a mi mujer en una cama caliente.
―Entonces hazlo ―contesta, frunciendo una ceja.
―Vamos, entonces.
Voy a disfrutar de mis pocas horas de cielo antes de descender al
infierno.
26
el espejo

El trayecto en auto hasta casa es tranquilo y, a pesar de mis ganas de


que Miles cumpla su palabra, se me cierran los ojos por haber comido
mucho y por el aire caliente que sale por las rejillas de ventilación.
Tampoco ayuda el hecho de que la carretera que lleva al castillo Ravage
sea larga y sinuosa, así que todas esas cosas mezcladas hacen que mi
esposo me despierte de un sobresalto cuando llegamos a la puerta
principal.
―¿Me dormí? ―pregunto.
―Sí. Niro tuvo que poner la barrera porque roncabas muy fuerte.
―¡Yo no ronco! ―le digo, golpeándole el hombro mientras se ríe y sale
del auto.
Caminando a mi lado, me abre la puerta y me tiende la mano.
―Es lindo, mariposa.
Hago una mueca de dolor mientras me ayuda a salir del todoterreno.
―Tengo arena en sitios que no creía posible.
Riendo, me atrae hacia su cuerpo mientras Niro se aleja, yendo a
estacionar el auto.
―Estaré encantado de limpiarte ―dice seriamente.
―Estoy segura que sí.
Me toma del codo y me empuja hacia la puerta principal. Esta noche
hace bastante frío, pero me relajo en cuanto entramos en el cálido castillo.
A casa, pienso distraídamente.
Caminamos hasta los ascensores y, en cuanto estamos dentro, Miles me
aprieta. Percibo vagamente el tintineo de las puertas al cerrarse, así como
la contracción de los músculos de los hombros de Miles al pulsar el botón
de la tercera planta. En cuanto subimos, se inclina, me besa y me levanta
para que mis piernas rodeen su cintura.
―Esta es mi favorita ―murmura contra mis labios―. Las piernas de mi
mujer envolviéndome.
―¿Ah, sí? ―me burlo.
―Como un pequeño koala ―murmura.
Resoplo una carcajada.
―Si tú lo dices.
―Yo lo digo ―responde.
Sus manos recorren la curva de mi trasero, apretando una vez.
Levanto las manos y se las paso por el cabello. Suelta un gemido bajo
cuando lo hago, y su cabeza se inclina hacia mi tacto mientras un
escalofrío recorre todo su cuerpo.
¿Cuánto tiempo lleva sin que nadie lo toque?
¿Cuánto tiempo lleva deseando que alguien haga precisamente esto?
Me trago la emoción que hace que me duela el pecho. Le devuelvo el
beso cuando se abren las puertas del ascensor. No me deja en el suelo,
sino que se dirige a nuestra habitación con decisión. Gimo cuando sus
manos vuelven a apretarme el trasero y, justo cuando busco la hebilla de
su cinturón, alguien se aclara la garganta.
―Siento interrumpir ―dice Luna. Miles gira para que ambos podamos
mirarla, y yo me sonrojo cuando ella nos dedica una sonrisa cómplice―.
Ya llegaron tus cortinas, Stella ―me dice rápidamente―. Acabo de
terminar de instalarlas.
Asiento torpemente.
―Genial. Gracias, Luna.
―Gracias, Luna ―dice Miles, sonriendo satisfecho.
Le lanza a Miles una mirada cómplice antes de salir rápidamente. Una
vez fuera de su alcance, un gruñido sale de su garganta.
―Esas malditas cortinas ―murmura, irritado―. Elefante, leopardo y
plumas de pavo real...
Me río.
―¿Estás diciendo que los linces voladores y los unicornios cebra no son
lo tuyo?
Gruñe mientras nos lleva a la puerta.
―¿Dónde está el límite?
―Sabes que te encanta ―me burlo.
―Sí. Me encanta toda tu mierda.
El corazón me martillea en el pecho cuando empuja la puerta y sus
labios vuelven a chocar con los míos. Nos lleva hasta su dormitorio y me
mete la lengua en la boca. Oigo cómo cierra la puerta de una patada, nos
deposita a los dos en la cama y se sube encima de mí.
―Ducha ―digo contra su boca.
―No hay tiempo. Te necesito ahora ―gruñe, tirándome del labio
inferior entre los dientes y arrancándome la blusa. Oigo cómo los botones
caen al suelo.
Arqueo la espalda mientras él gime y me quita el cinturón.
―Zapatos.
―Mierda, llevas demasiadas cosas, esposa. Te quiero desnuda.
Me río cuando se acerca al borde de la cama. Se sienta sobre los talones
y me dedica una sonrisa pícara antes de tomarme el pie izquierdo, abrir
la cremallera de la bota y tirarla al suelo. Hace lo mismo con el otro zapato.
Desliza las manos por mis pantalones y tira lentamente de la cremallera
antes de bajármelos por las piernas. Espero que vuelva a subirse encima
de mí, pero en lugar de eso engancha un dedo en la costura de mis bragas
y tira de ellas hacia abajo con la misma lentitud. Mi sujetador es la
siguiente víctima.
―Miles…
―Abre las piernas ―me ordena, balanceándose sobre los talones
mientras sus manos se acercan al interior de mis muslos, separándolos.
―Pero, voy a saber a agua de mar…
Sus pupilas se oscurecen cuando me separa las rodillas, sus ojos son
hambrientos y depredadores antes de volver a clavarse en mi rostro.
―¿Crees que me importa?
Se me entrecorta la respiración cuando me pasa una mano por el
interior del muslo y tiemblo ante su contacto. Nunca había tenido a nadie
tan cerca de mi coño, pero él parece disfrutarlo.
Lo que, por supuesto, me excita muchísimo.
―Mira hacia arriba, mariposa. Quiero que veas como tu esposo devora
tu coño perfecto.
Apenas tengo tiempo de asimilar sus palabras cuando me jala de las
nalgas hacia la cama y me echa una pierna por encima de los hombros.
Santa mierda.
Levanto la barbilla y veo hacia el gran espejo que hay sobre su cama,
casi jadeando ante la imagen que veo. Estoy extendida sobre el edredón
naranja, y la cara de Miles se sumerge entre mis piernas, mordiéndome
suavemente la cara interna del muslo. Gimo y arqueo la espalda,
observando cómo sus manos se clavan en la piel de mis muslos.
―Miles ―gimo.
―¿Quieres que te folle el coño con mi lengua, Estelle?
―Dios, sí.
―No te atrevas a cerrar los ojos. Mírame. Míranos.
Antes de que pueda asentir, desliza su lengua por mi abertura, y el
sonido que escapa de mi garganta es apenas humano. Cuando veo mi
reflejo, veo cómo me tiemblan ligeramente las piernas. Oigo el tintineo del
cinturón de Miles antes de que la imagen se registre en mi mente, y me
quedo boquiabierta cuando vuelve a lamerme de arriba abajo. Me
introduce un dedo largo y curvado y, con la otra mano, saca su polla
erecta y la acaricia lentamente.
―¿Ves lo que me haces? ―murmura contra mis gemidos―. La vista, el
sabor, el aroma de tu coño perfecto, tan mojado en mi lengua....
―Fóllame ―digo con la voz ronca, con una sensación de éxtasis
fluyendo a través de mí.
―Créeme, Estelle. Voy a follarte hasta que apenas puedas caminar
mañana.
Arqueo la espalda y gimo ante sus palabras. Curvando los dedos de los
pies, extiendo la mano y se la paso por el cabello, sin apartar los ojos del
espejo que tenemos encima.
Veo cómo una de sus manos bombea dentro de mí, y cómo la otra sube
y baja por su polla con fervor. Tengo el pecho enrojecido y aún me
tiemblan las piernas. Es muy erótico ver cómo mi esposo se da placer a sí
mismo mientras me da placer a mí. Suelto un gemido bajo cuando
introduce otro dedo, curvando ambos dentro de mí para que masajeen
mis paredes internas, arrancándome placer. La sensación de su lengua
plana contra mi clítoris mezclada con la forma en que su mano me
penetra, curvando el dedo cuando lo saca y retorciéndolo ligeramente
cuando me lo mete...
―Miles ―jadeo.
―Tu coño caliente me está apretando, mariposa. Suéltame. Te quiero
toda, hasta la última gota. Si mis mangas están secas cuando termines de
gritar mi nombre, no he hecho mi trabajo lo suficientemente bien.
Mierda...
―Oh, Dios ―grito, sintiendo cómo me agito contra sus dedos.
Agacha la cabeza y sus dientes apenas rozan mi clítoris antes de que me
rompa bajo él. Mi cuerpo se convulsiona mientras me recorre una oleada
tras otra de clímax, y entonces esa sensación de presión desconocida
empieza a aumentar, intensificándolo todo.
―Miles… ―le advierto.
―Eso es, Estelle. Relájate ―murmura, haciendo algo dentro de mí con
los dedos que hace que mis caderas vuelen contra su boca, casi como si
estuviera haciendo tijeras dentro de mí. La sensación es... Dios.
Cierro los ojos y grito cuando algo se desata, la presa se rompe con
rapidez y fuerza. Mis piernas intentan cerrarse por instinto. Es
demasiado, demasiado fuerte, pero el codo de Miles las mantiene abiertas
mientras un orgasmo más fuerte me atraviesa. Al instante me siento
húmeda por todas partes, temblando mientras Miles ralentiza su mano,
sacando lo último que queda de mí.
―Mierda, sí, ―Miles dice con voz ronca―. Esto es tan jodidamente
caliente. Vas a hacer que me corra... ―Se sienta y se cierne un poco sobre
mí para que pueda verlo llegar al clímax―. ¿Dónde me quieres,
mariposa?
Con los codos temblorosos, me levanto y retrocedo un poco, abriendo
las piernas para él.
Sus ojos se cruzan con los míos y se abren ligeramente. Tiene el cuello
enrojecido por el esfuerzo y me encanta cómo sigue vestido mientras se
cierne sobre mi parte inferior desnuda.
―No creo que puedas ser más perfecta. ―Gime mientras chorros de su
esperma caliente caen entre nosotros sobre mi coño expuesto. Algunos
caen sobre mi vientre, y veo cómo cubre mi cuerpo con su esperma.
Él se estremece un par de veces antes de desplomarse a mi lado.
Me doy la vuelta para mirarlo, respirando agitadamente. Sigue
jadeando mientras se mete la polla en el pantalón y gira para mirarme.
Sin mediar palabra, estira la mano y me frota la piel con su semen.
―Creo que tengo una nueva perversión ―murmura.
Sonrío.
―¿Sí?
―Te ves tan jodidamente bien con mi semen pintado por todo tu
cuerpo.
Muerdo mi labio inferior entre mis dientes. A decir verdad, siempre me
pareció asqueroso el semen antes de Miles. Siempre fue una consecuencia
de tener aventuras con parejas anteriores: no me gustaban los condones,
así que siempre tenía que ir al baño después del acto. ¿Pero esto? Estoy
descubriendo que no me importa que Miles me reclame de esta forma
primitiva. Me hace feliz cuando él es feliz, y esto parece hacerlo feliz.
―No me importa ―le digo, inclinándome para besarlo.
Me devuelve el beso, me acerca la cara y sus dedos se enroscan en mi
cabello de forma posesiva.
―Déjame limpiarte ―dice rápidamente, apartándose y rodando fuera
de la cama.
Observo cómo se dirige al cuarto de baño que compartimos y cómo
vuelve a salir con una toallita húmeda.
Trago saliva mientras él se sumerge entre mis piernas, limpiándome
cariñosamente desde el vientre hasta el coño, y suelta un gemido apenas
audible mientras me mueve ligeramente.
―Has estropeado este edredón ―dice, con voz grave y gutural―.
Tendremos que comprar uno nuevo. Qué lástima ―añade, con una
pequeña sonrisa en los labios mientras tira la toallita. El aire es frío sobre
mi piel húmeda y, cuando miro hacia abajo, veo de qué está hablando.
―¿Cómo es posible? ―pregunto, ligeramente avergonzada.
Gruñe mientras empieza a desvestirse.
―Considérate afortunada, Estelle. La mayoría de las mujeres matarían
por correrse tan fuerte como tú. ―Saca el cinturón por las trabillas y
observo cómo mi marido empieza a quitarse la ropa, estudiando sus
movimientos.
Me invade algo extrañamente hogareño.
Lo vi vestirse, y ahora lo estoy viendo desvestirse.
Como una pareja casada de verdad.
Me incorporo al darme cuenta y me llevo las rodillas al pecho mientras
Miles me observa con preocupación.
―¿Estás bien? ―pregunta suavemente, sacándose la camisa del
pantalón.
Sí, desabrochar es tan erótico como abrochar...
―Bueno, ―empiezo, pensando que la sinceridad es lo mejor―.
Normalmente, cuando una pareja empieza a follar, tienen citas, se
enamoran, se convierten en novios y, unos años más tarde, se
comprometen y planean una boda... ―Me detengo, intentando expresar
con palabras lo que siento―. Pero ya hemos llegado a eso. Ya estamos
casados.
Sonríe mientras se desabrocha la camisa. A pesar de que acabo de
correrme, algo caliente y embriagador me recorre cuando se quita la
camisa lentamente, sin apartar los ojos de los míos.
―¿Y te asusta porque lo estamos haciendo todo al revés? ―Sus largos
dedos abren con destreza la cremallera de los pantalones y sus labios
esbozan una sonrisa ladeada mientras los baja por sus musculosas
piernas.
―Un poco ―le digo sinceramente―. Quiero decir, nunca lo hubiera
imaginado....
Se acerca a mí en bóxers negros. Veo que su erección sobresale de la tela
y se me calientan las mejillas.
―¿En serio? ¿Nunca lo habrías imaginado? ¿Ni siquiera después del
viaje en taxi? ―murmura, llevándome una mano a la barbilla―. Intenté
mantenerme alejado, Estelle. Intenté alejarme de ti, pero cuanto más
tiempo paso contigo, más me cuesta recordar mi vida sin ti.
Se me atasca la garganta de emoción ante sus palabras.
―Y yo me negaba a creerlo.
Él asiente.
―Lo siento. Por alejarte después de la boda. Chase me dijo algo y me
asusté.
Me río.
―Fuiste un imbécil.
―Lo Fui. ¿Cómo puedo compensarte?
―Solo... sé honesto conmigo. Comunícate conmigo. Esto nunca va a
funcionar si no hablamos como una pareja casada.
Sus cejas se fruncen ligeramente mientras su garganta se mueve.
―Okey.
―No más secretos... ―susurro, amando la sensación de sus ásperos
dedos pulgar e índice contra la piel de mi barbilla.
Su fachada de felicidad cae por una fracción de segundo.
―Okey ―responde.
Suelta la mano, se quita los bóxers y se mete en la cama conmigo.
―¿Vamos a dormir? ―pregunto, esperando que mi voz no me delate.
En lugar de responderme, me empuja sobre mi espalda y se sube encima
de mí.
―¿Quieres dormir ahora, mariposa?
Sacudo la cabeza.
―Bien. Yo tampoco. De hecho, creo que quiero hacer esto unas cuantas
veces antes de dormir.
Cada lugar donde me toca se derrite.
―Sí ―estoy de acuerdo.
Me entierra la cara en el cuello, chupando y mordisqueando mi piel
sensible. Arqueo la espalda debajo de él y me doy cuenta de que, aparte
de bañarnos desnudos antes, es la primera vez que estamos desnudos
juntos.
―¿Puedo? ―pregunta, con la cara a escasos centímetros de la mía.
No digo nada de inmediato. Me limito a mirarlo fijamente a los ojos
verdes, que me ven durante unos segundos de infarto.
―¿Puedes qué? ―pregunto, con una sonrisa jugueteando en los labios.
―¿Puedo follarme a mi esposa? Como es debido, quiero decir.
Suelto una risita.
―¿La otra noche no cuenta?
Sus ojos se clavan en los míos.
―¿Es eso un sí?
―Sí ―susurro―. Por favor.
Me besa, me toma los rizos con una mano y me enreda los dedos en el
cabello mientras su polla me roza la entrada. Abro un poco las piernas
para facilitarle el acceso, y él gime contra mi boca en respuesta.
Con un movimiento rápido, se empuja dentro, estirándome
deliciosamente.
―Mierda, Estelle ―susurra contra mis labios―. Estar dentro de tu coño
es mi puto lugar favorito.
Muevo ligeramente las caderas hacia arriba y él empuja hasta el fondo,
lo que me hace jadear.
―Miles ―jadeo.
―Me tomas la polla tan bien ―murmura, sacándola despacio. Siento
un placer cegador cuando me levanta una pierna y vuelve a penetrarme
con fuerza antes de tocar fondo. Suelto un suspiro tembloroso, mis uñas
se posan en su hombro y las arrastro con fuerza por su espalda, y se
estremece encima de mí mientras lo hago―. ¿Te gusta? ―pregunta,
retirándose lentamente.
―Sí, mierda, sí ―le digo, moviendo las caderas.
Él gime.
―Me vas a matar, mujer. Te sientes demasiado bien ―añade, dejándose
caer sobre los codos para estar directamente encima de mí mientras se
mueve.
―Me encanta tu polla ―le digo con descaro.
―¿Sí? ―pregunta, con los ojos brillantes de diversión―. A mi esposa
le gusta que me la folle... ―Me penetra con tanta fuerza que la cama cruje
y me hace gritar―. ¿Así?
―Sí ―le digo, jadeando mientras vuelve a hacerlo.
Me toma una mano y me presiona la cadera contra el colchón,
sujetándome mientras sigue hundiéndose en mí con fuerza. Sus dedos se
clavan en la piel de mi cadera, su otra mano aprieta mis rizos y, justo
cuando vuelve a penetrarme, mis ojos se desvían hacia el espejo que
tenemos encima.
El reflejo de nosotros es... demasiado.
―Oh, Dios ―gimo, observando cómo los músculos de su trasero
trabajan para follarme como es debido. Cómo se contraen los músculos
de su espalda cada vez que sale, cómo levanta una de mis piernas para
poder hundirse más en mí.
―Eso es ―murmura contra mi garganta―, mira cómo te follo.
Casi cierro los ojos; es demasiado. Lo siento encima de mí, su pecho y
su abdomen presionando contra los míos. El escozor de mi muslo cuando
lo empuja hacia arriba. El mordisco de sus dedos agarrando mi cadera y
sujetándola. El ardor de sus dedos enredándose en mi cabello. La plenitud
de su polla dentro de mí. Cada embestida me acerca más. Cada mordisco
de sus dientes contra mi cuello me tensa más, lista para liberarme.
Mi coño palpita alrededor de su polla.
―Córrete sobre mi polla, mariposa. Quiero que tomes todo mi semen.
Quiero sentir como tu coño me ordeña hasta dejarme seco.
La boca de este hombre ...
Tiro la cabeza contra el colchón y él me sube la pierna, follándome más
fuerte y más rápido.
Cada movimiento crea una vorágine de electricidad que me recorre.
Cada arrastre de su polla, cada empuje...
―Miles, voy a...
Gime contra mis labios, con la respiración agitada.
―Córrete para mí, Estelle. Por favor.
El tono suplicante de su voz me lleva al límite. Mi orgasmo me
desgarra, y cada terminación nerviosa arde mientras me convulsiono
debajo de él. Su fuerte gemido y la sacudida de sus caderas me indican
que él también está a punto de correrse, lo que me provoca una nueva
oleada de placer que lo intensifica todo.
―Oh, Dios, oh, Dios ―gimo―. Miles ―le advierto, sintiendo que me
sube la presión al bajo vientre.
Mis caderas se estremecen cuando suelto su polla y pongo los ojos en
blanco. Percibo vagamente a Miles soltando una retahíla de maldiciones
estranguladas mientras trabaja con la mano contra mi clítoris,
extendiéndolo todo mientras me estremezco y tiemblo durante lo que
parecen horas. Su voz me devuelve a la tierra unos minutos después.
―Tan jodidamente hermosa cuando te corres ―murmura, besándome
el cuello, el pecho, el estómago―. Podría verte correrte eternamente
―dice con reverencia.
Parpadeo cuando se desploma en la cama a mi lado, pero no puedo
articular palabra mientras su mano se acerca a mi cara y sus labios rozan
mi frente.
Me atrae hacia él y me rodea con los brazos.
―Lo hiciste muy bien ―añade, con un zumbido de satisfacción
recorriéndole el pecho, y me estremezco al sentirlo contra mi espalda―.
Podemos quedarnos aquí unos minutos si quieres, pero también
deberíamos limpiarnos.
Hago una mueca cuando me doy cuenta de que el edredón que tengo
debajo está completamente empapado. Intento zafarme de su agarre, pero
me aprieta contra su pecho.
―En unos minutos ―dice contra mi nuca―. Solo unos minutos más.
Relajo mi cuerpo, dejando que mi esposo me estreche contra su cuerpo,
temblando cada vez que su dedo roza mi cadera y completamente incapaz
de borrar la sonrisa de mi cara.
27
la confesión

Después de asear a Estelle en la ducha -y de follarla una vez más contra


la pared de mármol-, se queda dormida en las sábanas limpias que
compré. Me destapo y la veo dormir, sintiendo que el pecho se me va a
partir por la mitad con cada suave y satisfecha respiración suya.
Solo... sé honesto conmigo. Comunícate conmigo. Esto nunca va a funcionar si
no hablamos como una pareja casada.
No más secretos.
Suspiro, salgo de la cama y tomo unos bóxers, me los pongo antes de
ponerme un pantalón de chándal y una camiseta. Casi nunca me pongo
otra cosa que no sea un traje, pero en este momento no me importa una
mierda. Tomo el celular y salgo del dormitorio, cerrando la puerta en
silencio.
Tengo que arreglar esto.
Al asomarme al dormitorio de Estelle, me llama la atención un
cuaderno de bocetos abierto sobre su escritorio. Entro y echo un vistazo a
los bocetos. No sé qué esperaba, pero al hojear los dibujos de Estelle, la
sensación de dolor en mi pecho empieza a empeorar. Es buena.
Jodidamente buena. También ha redactado una declaración de
intenciones, y la leo con orgullo.
VeRue es una línea de ropa adaptable, elegante y de alta calidad creada por
Estelle Ravage (de soltera Deveraux). Nos esforzamos por encontrar ropa que se
adapte a ti, ya sea ropa de tallas especiales, ropa para personas con movilidad
reducida o para personas con discapacidad que quieren lucir lo mejor posible. ¿Por
qué ropa adaptable? Porque la abuela de Estelle pasó la mayor parte de su vida
adulta en silla de ruedas. Le encantaba la moda, pero nunca encontraba el tipo de
ropa que quería llevar. El tipo de ropa que la hacía sentir bien. Esta línea de ropa
es para ella, y por eso la llamamos VeRue.
Hojeo todo el cuaderno de bocetos, desde los jeans especialmente
diseñados sin botones ni cremalleras, hasta las camisas que se abren por
los lados con cierres magnéticos. Hay zapatos, uniformes para los que
tienen que trabajar con equipos médicos, ropa adaptada a los sentidos y,
en los márgenes de cada diseño, las tallas: 00-32. Admito que no sé mucho
de moda femenina, pero el mero hecho de que Estelle haga esto por su
abuela, el hecho de que sea su pasión...
¿Cómo demonios tuve tanta suerte?
Estoy jodidamente orgulloso de ella, pero también jodidamente furioso
con mi papá por traicionarla a ella y a Prescott.
Estoy marcando el número de mi papá antes de darme cuenta de lo que
hago. Es de madrugada en París, así que probablemente esté despierto.
Contesta al tercer timbrazo.
―Miles, ¿cómo estás?
―Págale ―gruño, saliendo de la habitación―. Págale todo el dinero
ahora, íntegramente.
Mi papá suspira.
―Aún nos queda camino por recorrer con la cartera de Prescott antes
de que la inversión acumule lo suficiente para...
―Me importa una mierda. Tienes el dinero. Págale ahora.
Mi papá se ríe al otro lado.
―¿Y por qué iba a hacerlo si le prometí el dinero a final de año? ¿Quién
te dice que no se escapará antes de que acabe el año?
Me pellizco la nariz, me apoyo en la pared y respiro tranquilamente un
par de veces.
―Por favor, te pagaré al instante, pero el dinero tiene que venir de ti.
Ella no quiere mi dinero. Te lo prometo, ella no irá a ninguna parte.
El inquietante silencio al otro lado es descorazonador. Finalmente,
habla.
―Te la follaste ―dice burdamente―, o peor aún, estás enamorado de
ella.
Me tiemblan los labios mientras me paso la mano por ellos.
―Ella no puede saber que el dinero es mío.
―Oh, Miles. ¿Qué hiciste?
―No, papá. ¿Qué hiciste tú? ―gruño.
―Lo perdí. ¿Es eso lo que quieres oír? Prescott era inflexible acerca de
invertir en una acción de alto rendimiento. Conocía los riesgos.
Me hundo en el suelo.
―¿Se lo has dicho?
―Claro que no ―responde mi papá.
Estafador, manipulador, pedazo de mierda.
―¿No entiendo por qué no puedes pagarle y decirle que viene de mi
parte?
Porque ya lo hice.
Porque le prometí que no le mentiría.
Porque soy un puto egoísta y quiero que se quede todo el año.
―Porque yo no soy tú. Porque a diferencia de ti, yo no quiero mentirle
a mi esposa.
Mi papá tiene la osadía de chasquear la lengua de forma
condescendiente.
―Creo que es un poco tarde para eso, ¿no?
Veo la pantalla de mi teléfono y termino la llamada antes de golpear a
alguien.
Tengo que decírselo. Necesito exponerlo todo para que ella decida, y
necesito estar de acuerdo con que se vaya.
Necesita el dinero.
Necesita llevar a VeRue a buen puerto.
No puedo ser la razón de que no tenga éxito.
El primer pago -algo menos de cien mil-, no es suficiente.
Mi papá perdió el dinero de Prescott Deveraux. Llevamos un mes y ya
les hemos estafado a ambos un millón de dólares.
Saco mi teléfono y llamo a mi contador.
No me importa si es casi medianoche.
No me importa si no lo he pensado bien.
No me importa actuar impulsivamente.
Responde al primer timbrazo.
―Miles Ravage ―balbucea―. Llamar tan tarde nunca es bueno, pero
supongo que por eso me pagas tan bien.
―Hola, Thomas. Necesito que le envíes inmediatamente un millón de
dólares a Estelle Ravage. Mi esposa.
―Sé quién es Estelle ―dice riendo entre dientes―. He visto los
titulares.
Hago una mueca. Solo otro recordatorio de que todo esto comenzó como una
farsa.
Pero ya no es una farsa. No para mí.
Quiero que se quede.
Después del año.
Para siempre.
Quiero proponerle matrimonio después de conocerla.
Quiero ver cómo se enamora de mí, porque estoy jodidamente seguro
de que yo ya estoy enamorado de ella.
Quiero darle la boda más grande y ostentosa de la historia, algo que
compense la boda en el juzgado.
Y quiero volver a casarme con mi esposa, esta vez cuando lleve el
vestido de sus sueños, escuche su canción favorita y camine por el pasillo
hacia la persona con la que quiere pasar el resto de su vida.
No la persona que la coaccionó con dinero y conexiones.
―Correcto. Bueno, si es posible, ¿puedes por favor transferir el dinero
de la cuenta de mi papá? Puedes reembolsarlo con una de mis cuentas, e
incluso te daré un poco de dinero por tu silencio...
―Miles, seguramente sabes que no puedo hacer eso. Tu mamá separó
sus cuentas antes de morir a propósito. No puedes tocar el dinero de tu
papá, y viceversa.
Suspiro, sintiéndome derrotado. Sabía que mi mamá había actuado a
espaldas de mi papá antes de morir, dividiendo nuestro fideicomiso en
cinco partes y dejando las sobras para mi papá. Las sobras eran más de lo
que la mayoría de la gente ganaba en su vida, pero aun así...
Y entonces se me ocurre otra cosa. Si transfiero los otros novecientos
mil, más o menos, esta noche, ella lo verá y se preguntará por qué no
estamos haciendo los pagos a plazos.
Esta llamada no tiene sentido. Lo mejor es que le siga pagando a plazos
para que no sospeche. Puedo decírselo en once meses cuando tenga todo
su dinero, pero la verdadera pregunta es, ¿puedo mentirle a la mujer que
amo durante once meses para asegurarme de que está bien?
Sí.
Haré lo que sea para asegurarme de que esté bien.
Aunque me odio por eso.
―Entiendo, gracias.
―¿Hay algo más que pueda hacer por ti?
―Sí, de hecho. ¿Puedes confirmar que las transferencias se completarán
cada mes el día 15, como habíamos hablado?
―Sí, señor. Puedo ver aquí que la próxima está programada para
dentro de dos semanas.
―Maravilloso. Gracias.
Después de colgar, camino por el pasillo.
Sabía que esto pasaría, y fue a costa de Estelle y Prescott. Mi papá hizo
lo que siempre hace, y yo lo empeoré intentando protegerla.
Oscilando entre decírselo y no decírselo, decido enviarle un mensaje de
texto a la única persona que siempre me da los mejores consejos.

Yo: Necesito hablar contigo


Liam: Okey. En este momento voy.

Sigo dándole vueltas, esta vez en la cocina mientras me como con


pánico los malditos biscuits deliciosos de Estelle, cuando entra Liam.
Me echa un vistazo y se ríe.
―Bueno, ahora entiendo lo de la llamada nocturna.
Frunzo el ceño.
―Muy gracioso ―digo entre mordiscos de la galleta azucarada.
―No sabía que tenías un par de pantalones de chándal, de hecho. Pensé
que dormías en traje.
Le tiro una galleta, y él se ríe y se agacha.
―Okey, okey. Hagamos una tregua. ―Sus ojos recorren mi cara y se
posan en mi cabello―. ¿Asumo que el cabello desordenado se trata de
Stella?
―Esa parte es obvia ―respondo petulante, tomando otra galleta.
―¿Cuál es el problema, entonces? Estás teniendo sexo con tu esposa.
¿No es algo bueno?
―Lo es. fui y me enamoré de ella ―admito, con voz dura.
Liam suspira, con los ojos muy abiertos.
―Bueno, creo que oficialmente has superado todas nuestras apuestas.
―¿Sus apuestas? ―gruño, aunque estoy bastante seguro de saber de
qué habla.
Me ignora.
―Entonces, ¿eso es todo? ¿Estás enamorado? ¿Esa es la gran
emergencia?
Me burlo.
―Claro que no. Si fuera así, estaría durmiendo con mi esposa en
nuestra cama.
Ladea la cabeza mientras me estudia.
―¿Tu esposa?
Encogiéndome de hombros, me acerco al armario y saco un vaso de
agua.
―Bueno, es mi esposa.
Liam me dedica una pequeña sonrisa mientras tomo de mi vaso de
agua.
―Muy bien. Entonces, explícame de qué se trata.
―Sabes lo del matrimonio de conveniencia ―le digo, con la voz baja―.
Cómo papá le prometió a Estelle un millón de dólares para salvar mi
reputación.
―Por supuesto. Déjame adivinar... ―se interrumpe, entrecerrando los
ojos―. ¿Ese dinero ha desaparecido misteriosamente?
Asiento una vez.
Liam exhala un suspiro lento y constante.
―Ese hijo de puta.
―Créeme ―gruño―. Podría matarlo.
―Okey, explícale a Estelle lo que pasó. Si la amas, lo más probable es
que ella también te ame, no es como si tú no pudieras darle el dinero,
¿verdad?
Aprieto la mandíbula mientras paso un dedo por el borde de mi vaso
de agua.
―No es tan fácil. Ella no quiere mi dinero.
―Okey. Bueno, sigo pensando que deberías decírselo.
Veo a Liam.
―Le mentí. Le dije que mi papá estableció transferencias mensuales.
Falsifiqué un contrato en el que se establecían las condiciones: cómo
recibiría ese millón repartido equitativamente a lo largo del año.
Silbando, Liam se echa hacia atrás y se frota la nuca.
―Bien, eso es un poco más complicado, pero, de nuevo, dile la verdad.
Cuelgo la cabeza.
―Si no se lo digo, nunca lo sabrá.
―¿Nunca sabré qué, esposo?
Tanto Liam como yo nos sobresaltamos y nos damos la vuelta para
encontrar a Estelle de pie en la puerta de la cocina, con aspecto... furioso.
Sus ojos recorren mis pantalones de chándal y mi camiseta antes de
mirar a Liam.
―Hola, Liam ―dice secamente.
Liam se levanta y me lanza una mirada de disculpa.
―Ya sabes cuál es mi postura. ―Agacha la cabeza y sale de la cocina,
dejándonos solos a Estelle y a mí.
Ladeando la cabeza y entrecerrando los ojos, entra en la cocina vestida
únicamente con una camiseta de gran tamaño.
Mieeerda.
Cuando está a medio metro, me ve con expresión abierta.
―¿Nunca sabré qué, Miles?
Estoy jodido.
Tan total y completamente jodido.
Apoyo los codos en la isla, con la cabeza aún colgando entre los
hombros.
―Hay algo que tengo que decirte.
Se pone más erguida y noto, por primera vez, su capacidad para parecer
distante y fría.
Por favor, no me odies.
Por favor, no me alejes después de esto.
―Dilo, entonces ―dice, con la mandíbula tensa.
―Mi papá no es un buen hombre ―empiezo, y sus ojos se abren de
sorpresa―. El dinero de tu papá ha desaparecido. ¿El millón de dólares?
Ha desaparecido.
Se me queda viendo.
―Estoy confundida. ¿En qué momento del último día, o incluso de la
última semana, pensaste que seguía haciendo esto por dinero?
Sus palabras son como una daga en mi corazón.
―Estoy intentando decirle que el dinero se ha ido ―intento, esperando
que me deje explicarle lo hijo de puta que soy. Esperando que vea que no
vale la pena luchar por mí. Mejor quitar la tirita ahora que dentro de once
meses.
―Y yo estoy intentando decirte que no me importa ―sisea,
empujándome―. ¿En serio? Después de todo lo de esta noche... la playa,
el restaurante... no me importa el dinero.
Mis cejas se fruncen.
―Pero ¿qué pasa con VeRue…
―Lo resolveré. No quiero que pienses que no voy a cumplir mi parte
del trato solo porque el dinero se ha acabado, y no porque tenga que
hacerlo. ―Se acerca un paso y trago saliva―. Sino porque quiero.
―Estelle ―susurro, tendiéndole una mano.
―Espera ―dice lentamente, mirándome―. Ya recibí el primer pago.
Juntando las manos, doy un paso atrás.
―Porque yo transferí el dinero. Falsifiqué la firma de mi papá y te
presenté un contrato falso.
Se queda boquiabierta.
―¿Nunca iba a pagarme?
―Traté de advertirte ―le explico, tendiéndole la mano.
Se aleja de mí. Ahora es ella la que extiende la mano para detenerme.
―¿Alguna vez ibas a decírmelo?
Dudo, abro y cierro la boca.
Unos segundos después, le respondo.
―Créeme, me ha estado comiendo vivo durante mucho tiempo. Por eso
hice los plazos. Quería cuidar de ti. Quería que usaras ese dinero aunque
no viniera de mi papá, quería asegurarme de que tuvieras seguridad
financiera, y le reembolsaré a tu papá en cuanto hable con el mío. Tan
pronto como sepa lo que pasó…
―¿Trabajaban juntos? ―pregunta, con la mandíbula desencajada
mientras se cruza de brazos.
―¿Qué? No, Estelle…
―Charles buscó a mi papá ―dice lentamente―. Fue justo después de
conocernos en la fuente.
Sacudo la cabeza.
―No. Eso fue una coincidencia.
Al entrecerrar los ojos, puedo ver cómo el pliegue entre sus ojos se hace
más profundo, y cómo empiezan a humedecerse.
―¿Estás seguro? Porque me parece demasiada coincidencia. Como si
tal vez hubieran urdido un plan ―dice, con la voz agitada por la
emoción―. ¿Qué, planeaste aprovecharte del filántropo y de su hija que
lucha? ¿Fue todo una larga estafa, Miles? Casarte con su hija, hacer que se
enamorara de ti para que no se diera cuenta de que el dinero había
desaparecido... ―Me precipito, pero ella extiende las manos para
detenerme―. No me toques.
―Hice los putos plazos para que te quedaras ―le digo, con la voz
quebrada en la última palabra―. Porque estaba jodidamente enamorado
de ti, y ni siquiera me había dado cuenta.
Suelta un pequeño sollozo y se tapa la boca con una mano.
―No hagas eso. No me digas que estás enamorado de mí justo después
de descubrir que me has traicionado.
―¿Por qué importa si el dinero viene de mí en lugar de él? No tiene por
qué cambiar nada. Recibirás tu dinero todos los meses.
―¡No me importa el maldito dinero, Miles! ¿Cuántas veces tengo que
decírtelo? ―exclama mientras una sola lágrima resbala por su pómulo
derecho―. Me prometiste que no habría más secretos, y eso no duró ni
una noche.
Mierda.
―Lo siento ―digo despacio.
Sus fosas nasales se agitan mientras me estudia, y sé que lo que esté a
punto de decir me arruinará.
―Debería haberlo sabido. Realmente eres el hijo de tu papá.
―Estelle, por favor. ¿Qué puedo hacer para que me perdones?
Se ríe, pero no es una risa amable.
―¿Has probado un martini o dos? La coacción y el alcohol parecen
funcionarte bien, después de todo.
Doy un paso adelante.
―Estelle…
―No. Nada de Estelle. ―Sacude la cabeza―. No se trata del dinero. Se
trata de que dudaste cuando te pregunté si ibas a contármelo.
Mi mandíbula chasquea de rabia.
―¡Lo hice para protegerte! ―le digo, levantando la voz―. ¡Lo hice todo
jodidamente por ti!
―Sí, para mantenerme aquí. En una jaula de tu propia creación
―añade, otra lágrima cayendo por su mejilla―. Este castillo está maldito.
Me marcho. Puedes tomar tu dinero y metértelo por el trasero. Para
empezar, nunca lo quise.
Se da la vuelta para salir y, justo en ese momento, Liam entra de nuevo
en la cocina.
―Estelle ―gruño, caminando hacia ella.
Liam niega con la cabeza.
―La llevaré a mi casa para que se calme ―me dice.
Veo fijamente a Liam mientras Estelle murmura algo sobre recoger sus
cosas antes de dejarnos solos a mi hermano y a mí.
―Eso salió muy bien ―grito.
―Dale unos días, entrará en razón ―me dice gentilmente.
Suspiro y apoyo la frente en la fría madera del armario.
―No sé cómo ha pasado esto ―le digo sinceramente, con la voz ronca.
―¿Cómo pasó qué? ―pregunta Liam.
―Cómo pasó de no importarme nada a solo importarme ella. Siento
como si alguien me hubiera metido la mano en el pecho y me hubiera
arrancado el corazón.
Liam me frota la espalda mientras cierro los ojos con fuerza.
―Yo cuidaré de ella. Zoe volverá pronto a casa, así que tengo su
habitación preparada y arreglada.
―Sí, gracias ―respondo distraídamente. Me levanto del mueble y me
paso una mano por la cara―. Voy abajo. Conduce con cuidado ―le digo.
―¿No quieres despedirte? ―pregunta, con la preocupación marcando
sus facciones.
Sacudo la cabeza.
―No. No puedo verla salir de este lugar.
Sin decir nada más, me doy la vuelta y salgo de la cocina, dirigiéndome
al sótano, aunque esté vacío.
Necesito un lugar oscuro y tranquilo para pensar.
Necesito unas mil bebidas alcohólicas para adormecer el dolor de que
mi esposa me haya abandonado.
Tengo que olvidarme de la idea de que nunca vuelva aquí.
Cuando Liam me avisa de que están a punto de marcharse, yo ya estoy
ebrio y casi desmayado en el frío sofá de cuero.
28
el regalo

Apenas me doy cuenta de que recojo mi ropa lo más rápido posible, o


de que Liam me deja estar en silencio durante los veinte minutos que dura
el trayecto hasta su casa. Vagamente observo la gran cabaña, pero me doy
cuenta de que todo lo que hay dentro parece pertenecer a un escritor. No
hay televisores ni teléfonos por ninguna parte. Hay papeles con texto
esparcidos por todos lados y una máquina de escribir en la mesa del
comedor. A pesar de estar un poco desordenada, es muy tranquila.
Me lleva escaleras arriba y se detiene frente a un dormitorio de
invitados decorado con muebles blancos, una colcha color lavanda y un
letrero neón rosa brillante en la pared que dice Puedes hacerlo.
―Puedes quedarte todo el tiempo que necesites ―dice bruscamente,
apoyándose en el marco de la puerta.
―Gracias ―respondo, con voz tranquila. Veo el letrero―. ¿Qué
significa eso?
Suelta una carcajada.
―Sinceramente, no lo sé. Le compré un montón de cosas a Zoe. Va a
volver para las vacaciones de Navidad y quería que su habitación fuera
acogedora. Es la primera vez que volverá por más de un par de noches
desde que pasó todo.
Me duele el pecho al pensar que Liam y Zoe pasarán la Navidad sin los
papás de ella. Sin el mejor amigo de Liam.
―Te agradezco que me dejes quedarme en su habitación.
Liam se limita a asentir una vez con la cabeza antes de apartarse del
marco de la puerta y mirar a su alrededor.
―Escucha, mi hermano es un idiota por lo que hizo, pero tiene buenas
intenciones.
Me siento en la cama de Zoe y presiono una de sus almohadas contra
mi pecho, abrazándola con fuerza. Me he puesto un sujetador y unos
leggins y, mientras el aire frío recorre la casa, desearía haberme puesto un
jersey.
―Lo sé, pero ¿cómo puedo confiar en él ahora? Me mintió.
Liam se encoge de hombros.
―Creo que, en su mente, pensaba que estaba haciendo lo correcto. Y...
tenía miedo de perderte. Cuando se dio cuenta de que no habría dinero,
no podía concebir la idea de dejarte marchar.
Trago saliva mientras veo el suelo alfombrado.
―Ni siquiera estoy enojada, solo estoy dolida, y decepcionada.
Después de todo... ―Suelto, apretando los labios para no llorar―. Ahora
todo parece manchado. Como si solo estuviera siendo amable para
mantenerme ahí. Como si yo no le importara. Solo quería mantenerme ahí
para que yo cumpliera mi parte del trato. De lo contrario, habría sido
honesto conmigo cuando se enteró de que tu papá perdió el dinero.
Liam cuelga la cabeza y mete las manos en los bolsillos de los
pantalones.
―¿Te dijo Miles alguna vez por qué es el único, aparte de Orion, que
sigue hablando con nuestro papá?
Sacudo la cabeza mientras aprieto más fuerte la almohada.
―Después del accidente de Miles, la policía entró en la habitación del
hospital para preguntar qué había pasado. Miles era menor, solo tenía
trece años, así que por supuesto tenían preguntas. Él estaba inconsciente
mientras Chase, Malakai y yo le mentíamos a las autoridades, Orion era
demasiado pequeño para involucrarse.
―¿Por qué mintieron? ―pregunto, con la voz tensa.
Liam se encoge de hombros.
―Porque nuestro papá pensó que enviarnos a todos de campamento
durante una semana nos enseñaría a convertirnos en hombres. Bebía
mucho, y nuestra mamá no estaba en ese momento. Yo solo tenía dieciséis
años. Tuve que cuidar de mis hermanos durante cinco días. Me aseguré
de que estuvieran alimentados e hidratados y de que Orion no mojara la
manta que todos compartíamos por la noche, y entonces la tienda se
incendió, y como sabes, Miles se aseguró de que todos saliéramos antes
que él.
Una sola lágrima resbala por mi mejilla, pero no digo nada mientras
sigo escuchando.
―Como sea, fue una gran negligencia por parte de mi papá. Ninguno
de nosotros quería quedarse en el bosque durante días y días. Así que
cuando nos preguntaron, le dijimos a las autoridades que fue idea
nuestra. Yo asumí la culpa porque era el mayor, tuve una marca en mi
expediente hasta que cumplí dieciocho años, y todo el tiempo, mi papá se
sentó y nos dejó mentir. A sus hijos. Mientras uno de sus hijos estaba
inconsciente a pocos metros de distancia, y el otro dormía profundamente
en mi regazo porque apenas había salido de la puta infancia.
Liam suspira y se pasa una mano por el cabello.
―En fin, después de aquello, Chase, Malakai y yo juramos apartarlo de
nuestras vidas cuando cumpliéramos dieciocho años. Y, al final, todos lo
hicimos. Miles no lo sabe, porque no estaba consciente de esa
conversación. Creo que asume que todos cortamos con él por el gran
escándalo del dinero, y Orion era demasiado pequeño para entenderlo, y
como su hermano mayor, no me corresponde a mí decírselo, aunque tiene
una idea de lo que pasó.
Respiro entrecortadamente mientras asimilo toda la información. Veo
a Charles Ravage conuna nueva perspectiva.
―¿Qué le digo a mi papá? ―le pregunto―. Si Charles perdió su
inversión...
Liam hace un gesto de dolor.
―La verdad. Dile la verdad, Stella.
Asiento con la cabeza mientras vuelvo a tragar saliva.
―Gracias. Por decírmelo. Por dejar que me quede aquí.
―No hay problema. Al fin y al cabo, eres de la familia ―dice con voz
cálida―. También me temo que no tengo té negro para ti ―dice
levantando las manos.
Jadeo de indignación.
―¿Cómo voy a vivir?
Se ríe entre dientes.
―Miles se ofreció a dejarte tu té favorito por la mañana, y me dio
instrucciones estrictas de que te hiciera un desayuno inglés... lo que
demonios signifique eso.
―Okey, gracias ―le digo, intentando sofocar el sollozo que quiere
escapar de mi pecho.
Debe de intuirlo, porque se limita a asentir una vez y se marcha,
cerrando la puerta tras de sí.
Caigo de espaldas sobre la cama y me acurruco de lado cuando se
rompe la presa y, de repente, estoy sollozando sobre una de las almohadas
peludas de Zoe. Me duele todo: el escozor en la garganta por el llanto, el
dolor en el pecho, la pesadez detrás de los ojos por lo tarde que es...
Me duermo con el letrero rosa aún brillando a través los párpados de
mis ojos que se cierran.
Puedes hacerlo.

La semana siguiente pasa lentamente. Miles debe pasar a dejarme el


ordenador y el cuaderno de bocetos en algún momento, porque la primera
mañana me despierto con ambas cosas sobre el escritorio blanco de la
habitación de Zoe. Al principio estoy triste porque, por supuesto, lo echo
de menos, pero cuanto más pienso en lo anoche, más me doy cuenta de
que aún necesito tiempo.
Me paso el día dibujando, intentando curar la sensación de que mi
corazón se ha partido por la mitad. Intento salvar la llama que hay dentro
de mí y que cada vez parece más pequeña. Me permito quedarme en mi
habitación, pero me niego a quedarme en la cama, aunque lo deseo.
Liam me trae la comida, acompañada de mi té favorito para el
desayuno. Incluso consigue que la proporción de leche y azúcar sea
perfecta, algo que atribuyo a mi irritante esposo.
El desayuno inglés también está delicioso, maldito sea.
El segundo día, doy un paseo de tres horas por el bosque que hay detrás
de la casa de Liam. Vive a treinta minutos del castillo, acomodado en los
extensos bosques al este de Los Ángeles y Crestwood. Como enseña en la
Universidad de Crestwood, está fuera durante el día con sus clases y
horas de oficina, y eso me deja mucho tiempo para pensar. Mientras
camino de vuelta a casa, con las rodillas y los tobillos adoloridos por haber
caminado durante horas por un terreno irregular, tengo una revelación.
No estoy enojada por el dinero. Ya decidí hablar con mi papá de todo.
No culpo a Miles por hacer lo que hizo. Probablemente yo habría hecho
lo mismo.
Me duele que me haya mentido.
Estoy furiosa porque me ocultó sus secretos y no me trató como los
iguales que se supone que somos.
El sótano, el dinero, los plazos, el contrato...
Todo es mentira.
Y sí, al final me habló del sótano, pero solo porque encontré una llave
de repuesto.
Solo porque tenía que hacerlo.
Lo mismo con el dinero; ¿cuánto tiempo habría pasado sin hablarme de
ninguna de las dos cosas si yo no lo hubiera sorprendido en el sótano?
¿Si no lo hubiera oído hablar con Liam la otra noche?
¿Habría pasado todo el año ocultándome esas dos cosas?
El tercer y cuarto día los paso haciendo bocetos, hablando con el
diseñador de mi sitio web y dando largos paseos. Todas las noches, Liam
me lleva la cena a mi habitación sin hacer preguntas indiscretas. Es como
si de algún modo comprendiera que necesito espacio y silencio, cosa que
agradezco.
Al quinto día, me despierto con un correo electrónico en el que se me
informa de que mi reportaje para la revista Cosmopolitan ya está disponible
en el sitio web y que se publicará en todas las revistas estadounidenses a
finales de mes. Hago clic en el artículo y sonrío al ver la foto que Annette
me tomó al final. Mis ojos se detienen cuando llego al final del artículo.

Estelle: Sabía dónde me metía cuando me casé con Miles, y a pesar de las
cosas horribles que hizo su papá, Miles Ravage es un buen hombre.
Cosmo: Perdóname por la inquisición, Stella. Mucha gente está preocupada
por ti. Sienten que una familia muy poderosa y manipuladora se ha aprovechado
de ti y de tu papá.
Estelle: Me enamoré de Miles Ravage antes de saber quién era. Antes de
conocer al hombre unido a su apellido. Él es divertido, amable y cuida muy bien
de mí. Él es la razón por la que estamos sentadas aquí hoy, porque él cree en esta
línea de ropa...

Cierro los ojos. Olvidé que había añadido ese pequeño detalle.
Me enamoré de Miles Ravage antes de saber quién era.
Y entonces me enamoré de él a pesar de ser quien era.
Me preparo lentamente para el día, me pongo una blusa amarilla con
mangas globo, luego me pongo mis pantalones favoritos de color morado
oscuro. Son de pierna ancha y están hechos de una tela aterciopelada.
Después de peinarme, bajo las escaleras y veo a Liam sentado a la mesa
de la cocina con Chase.
―Stella ―dice Chase, poniéndose en pie. Se acerca y me da un fuerte
abrazo―. ¿Cómo estás? ―pregunta, separándose.
Me encojo de hombros.
―He estado mejor. ¿Cómo está Miles?
―Está miserable.
Bien, pienso, pero por supuesto me siento mal por pensar eso.
―Quería invitarte a nuestro banquete de boda de mañana ―dice con
una sonrisa burlona.
Mis cejas se levantan.
―¿Eh?
―Juliet quería dar una pequeña fiesta en el castillo ―añade, sonando
resignado―. Ya sabes, para celebrar nuestro primer aniversario de mes.
Capto el doble sentido inmediatamente. Nuestro como en su y Juliet, así
como mi aniversario con Miles.
―Claro ―le digo, viendo a Liam―. ¿Tú irás?
Se ríe.
―Chase me mataría si no fuera ―responde, estirando la mano y
pasándosela por el cabello perfectamente peinado de Chase.
Chase gruñe y da un paso atrás.
―Oye, hombre. Vete a la mierda con eso ―dice riendo.
Liam le dedica una sonrisa afectuosa.
―Lo siento, no puedo evitarlo. Siempre serás mi molesto hermano
menor.
―No soy el único ―refunfuña Chase.
―Sí, pero tú eres el más fácil de irritar.
Sonrío mientras observo a los hermanos, sintiendo de repente nostalgia
por uno de ellos en particular. Camino alrededor de Chase para empezar
a preparar mi té cuando noto que ambos se quedan en silencio. Termino
de llenar la tetera con agua fresca y la pongo en marcha. Entonces, me doy
la vuelta, cruzándome de brazos.
―Vamos. Díganlo ―les digo a ambos con expresión seria.
Chase ve rápidamente a Liam antes de frotarse la nuca.
―Ha estado durmiendo en la oficina, Stella. El pobre prácticamente
cojea porque ha estado toda la noche acurrucado en su pequeño sofá de
cuero.
Ahueco las mejillas y veo hacia otro lado, con el pecho adolorido.
―Tiene una cama perfectamente aceptable en el castillo ―respondo
débilmente―. No es mi problema si está siendo testarudo.
―Se niega a dormir ahí sin ti ―añade Chase.
La tetera silba, así que me distraigo preparando una taza perfecta.
Cuando termina de llenarse, me doy la vuelta para mirarlos a los dos.
―¿Tú qué opinas de todo? ―le pregunto a Chase.
Ahora parece aún más incómodo.
―Bueno, yo la cagué completamente con Juliet hace unos meses.
Conozco la sensación de estar dispuesto a hacer cualquier cosa para
recuperar al amor de tu vida.
El amor de tu vida.
―¿Soy el amor de su vida? No sé nada de él desde que me fui ―admito,
sintiéndome tonta.
―Te está dando espacio ―interviene Liam―. Escucha, los dos estamos
de tu parte, espero que lo entiendas. Sé que Miles lo entiende, y por eso
se siente tan mal, porque sabe que la cagó, pero lo siente.
―De verdad ―dice Chase, sonriendo―. Especialmente porque va
cojeando por ahí todo orgulloso y malhumorado y chasqueándole a todo
el mundo. Es lamentable.
Resoplo al imaginármelo, y algo dentro de mí se derrite un poquito.
―Puedes decirle que mañana estaré en el banquete de tu boda ―le digo
con cuidado―. Entonces podremos hablar.
Chase y Liam chocan los cinco y yo intento no poner los ojos en blanco.
Un segundo después, Chase me acerca una pequeña bolsa de regalo.
―Es de él. Me pidió que te lo diera.
Frunzo el ceño, dejo el té y me acerco a la pequeña bolsa negra.
―¿Qué es?
―Bueno, no estoy seguro de cómo lo hacen en Inglaterra, pero en
América, cuando te dan un regalo, tienes que abrirlo para averiguarlo.
Chase se agacha cuando le tiro la bolsa de té empapada a la cabeza,
riendo.
―No seas idiota. ―Recojo la bolsa y tomo el té con la otra mano―. Voy
arriba a trabajar. Si me necesitan, ya saben dónde encontrarme. ―Me
acerco a Chase y le doy un beso al aire―. Nos vemos mañana. Espero que
sepas que mi regalo va a ser el más detestablemente grande de la mesa
porque eres muy descarado ―chirrio, y los chicos siguen riéndose
mientras me alejo.
Cuando llego al dormitorio, cierro la puerta con el talón y dejo el té,
luego, me dirijo a la cama y me siento, viendo fijamente la bolsa. ¿Un
regalo? ¿Qué podría ser? ¿Qué podría decir con algo material?
Retiro el papel de seda negro y veo fijamente dentro de la bolsa, con las
cejas fruncidas por la confusión, mientras saco un par de calcetines con...
Pequeñas cabras pigmeas por todas partes.
Y lo mejor es que son personalizadas.

Estelle + Lucifer por siempre.

―Qué imbécil ―murmuro, sonriendo. Las dejo a un lado y saco la


tarjeta negra.
El anverso está personalizado para mí con tinta dorada.
Para mi esposa.
―¿Por qué eres tan perfecto, Miles Ravage? ―susurro.
Abro el sobre y saco un trozo de cartulina negra. Hay una nota escrita
con la misma tinta dorada.

Estelle:
Las compré para ti a principios de semana y quería regalártelas.
Te echo de menos.
(Y también Luc)
Besos,
Miles.

Corto. Sencillo, y sin embargo...


Me froto las mejillas mientras me incorporo y me dirijo a mi escritorio.
Escribo una nota antes de cambiar de opinión, porque, sinceramente, una
pequeña parte de mí odia la idea de que se sienta desgraciado.

Miles:
¿Cuál es tu color favorito?
Besos,
Stella

Vuelvo rápidamente a la cocina, donde Chase y Liam se ciernen sobre


dos platos de omelettes. Le entrego la carta a Chase sin mediar palabra
antes de volver a subir a trabajar en las redes sociales para VeRue.
Un par de horas más tarde, recibo el primer mensaje de texto de mi
esposo.

Miles: Antes era verde, pero ahora es azul.


Yo: ¿Qué tono de azul?
Miles: El tono de tus ojos cuando te ríes.
29
la confianza

Me veo la corbata una docena de veces en el espejo del dormitorio,


asegurándome de que está perfecta. Me aliso el cabello con una mano,
tomo el whisky y me tomo el resto de lo que queda en el vaso de cristal.
No es suficiente para embriagarme, pero sí para calmar mis nervios.
Chase mencionó que Estelle estaría presente esta noche, y no puedo evitar
que una minúscula chispa de esperanza me recorra. Verla en persona me
da otra oportunidad de disculparme.
Y mierda, tengo mucho por lo que disculparme.
Pero lo principal es por la mentira, y la traición.
He pasado los últimos seis días haciendo votos conmigo mismo sobre
el tipo de esposo que quiero ser. He tenido varios momentos de ajuste de
cuentas mientras tiritaba solo en mi oficina en mitad de la noche. No la
merezco, pero haré todo lo que esté en mi mano para ser digno de ella.
Mi teléfono vibra en el bolsillo y, cuando lo saco, se me cae el estómago.
Aquí vamos.
―Papá ―murmuro, con la mano libre enroscada a mi costado.
―¿Qué demonios hiciste, Miles?
―Algo que debería haber hecho hace mucho tiempo.
―No puedes pensar que Prescott Deveraux va a confiar en ti después
de todo lo que pasó.
―En realidad ―interrumpo en voz alta―. Ya lo hizo. Desde esta tarde,
Prescott Deveraux es mi cliente más reciente.
―No puedes robarme mis clientes.
―Oh, no, eso no es en absoluto lo que está pasando, papá ―digo entre
dientes, sonriendo cruelmente―. De hecho, te estoy salvando. Porque
intento ser una buena persona. Una mejor persona. Sería una verdadera
lástima que te acusaran de otro delito, ¿verdad?
―¿Me estás amenazando, hijo?
Me río.
―Has perdido mucho dinero. Otra vez. Me temo que los tribunales no
te van a ver con muy buenos ojos. Sobre todo, porque Prescott Deveraux
pudo rastrear a dónde fue a parar su dinero.
―No hay manera.
―Donde hay voluntad, hay camino ―respondo, con los dedos
tamborileando sobre la cómoda de caoba―. Por suerte, conozco a gente
muy importante que pudo indagar un poco más en su cartera, al menos,
en la parte que tú intentaste ocultar. Cuando te pregunté la semana
pasada si habías perdido el dinero, nunca esperé encontrarlo en una de
tus cuentas en el extranjero, papá.
―No puedes tocar ese dinero ―gruñe.
―No quiero el dinero ―le respondo con un mordisco―. Supongo que
es bueno que hayas donado dos millones de dólares a las diversas
organizaciones benéficas de Prescott.
―Él no puede invertir eso…
―Lo sé, pero puede invertir el dinero que le regalé como disculpa por
enredarse contigo. Ahora es cuatro millones de dólares más rico, y te diré
lo mismo que le dije a él: esta vez, me aseguraré de que su dinero crezca.
Esta vez, puede confiar en la persona que maneja sus bienes ganados con
tanto esfuerzo.
Se queda callado durante varios segundos.
―¿Y todo por qué, Miles? ¿Por un pequeño coño?
―No te atrevas a hablar así de mi esposa ―gruño.
―¿Realmente vale la pena todo esto?
―Claro que sí. Siempre lo ha valido. ―Veo el reloj mientras se me eriza
la mandíbula. Diez minutos para la recepción―. Tengo que estar en un
sitio, así que solo voy a decir esto una vez. No vuelvas a ponerte en
contacto conmigo. No vuelvas a contactar a Estelle ni a Prescott.
―Miles…
Aprieto la mandíbula y cierro los ojos.
―Si lo haces, le entregaré todo a las autoridades. Cada recibo. Cada
extracto bancario. Cada email entre tu y Prescott.
―No puedes estar hablando en serio.
Me vuelvo a reír.
―Nunca he hablado tan serio en mi vida, Charles.
Termino la llamada con las manos temblorosas. Después de respirar
tranquilamente, me sirvo otro dedo de whisky y me lo bebo de un trago.
Me dije que la próxima vez que llamara mi papá, le daría un ultimátum.
Tampoco mentía acerca de que Prescott fuera mi cliente más reciente. Si
no podía arreglar el pasado, seguro que no iba a joder el futuro. Lo menos
que podía hacer era traer a Prescott, hacer una donación masiva de buena
fe y reembolsarle las indiscreciones de mi papá. De hecho, yo lo traje
volando a California ayer como una sorpresa para Estelle.
No quiero tener nada que ver con mi papá.
Me cansé de intentar ver lo bueno en él.
Durante mucho tiempo me aferré al hecho de que era de la familia, pero
ahora sé que nunca fue así.
Tengo a mis hermanos y a Juliet.
Y por supuesto... a Estelle.
Salgo de la habitación sintiéndome más libre que nunca.
Unos minutos después, estoy hablando con Orion y Malakai cerca de la
barra cuando Chase y Juliet entran en la sala. El público enloquece y
Chase atrae a Juliet para darle un largo e inapropiado beso. No puedo
evitar sonreír mientras le aplaudo a mi hermano menor y a su nueva
esposa.
Y entonces vislumbro el tono más impresionante de azul rey antiguo,
exactamente el mismo tono que los ojos de mi mujer.
Mis ojos suben desde los tacones rosa brillante hasta un par de
pantorrillas de aspecto delicioso. El vestido es ajustado y se adapta
perfectamente a sus curvas, ciñéndole la cintura y cubriéndole el pecho.
Unos diminutos tirantes lo sujetan todo y, cuando mis ojos se posan en su
rostro, ya me está viendo con una pequeña sonrisa. Tiene el cabello
alborotado y rizado, y mierda, la extraño. Necesito todo lo que hay en mí
para no correr hacia ella y besarla.
Para no arrodillarme y declarármele aquí y ahora.
Para no pedirle que se case conmigo de verdad.
Me acerco lentamente a ella, con las manos en los bolsillos. A medida
que me acerco, me fijo en el collar R que lleva en el cuello.
Es una buena señal.
Justo cuando me detengo frente a ella, me entrega un sobre.
―Para ti ―dice, con las mejillas sonrosadas mientras sus ojos examinan
mi rostro, mi cuello, mi pecho. Me alegra saber que no soy el único
afectado.
Tomo el sobre y sonrío.
―¿Qué es esto?
―Ábrelo de una vez ―me dice, poniendo los ojos en blanco.
―Estelle. ―Suspiro, dando medio paso para acercarme. Necesito estar
cerca de ella―. Lo siento mucho. Por todo. Te lo prometo, no más
mentiras. De ahora en adelante, no más secretos.
Sus labios se tuercen hacia un lado.
―Okey.
Entrecierro los ojos.
―¿Okey? ¿Eso es todo?
Se encoge de hombros.
―Sí. He tenido mucho tiempo para pensar, y la verdad es que no me
importa el dinero, ni el hecho de que hayas mentido. Entiendo por qué lo
hiciste. Pensaste que estabas haciendo lo correcto. Pensaste que me
estabas protegiendo y apoyando, y cuando lo pensé desde tu perspectiva,
tenía sentido. Te conozco. Sé cómo aprendiste a hacer un desayuno inglés
por mí. Sé que le pediste al chef que me hiciera mis comidas favoritas. Sé
que hiciste un esfuerzo y te ofreciste a acompañarme en mis paseos
matutinos.
Oírla decir todo esto... me envuelve en algo cálido. Algo reconfortante
que nunca había tenido. Algo de lo que no quiero desprenderme nunca más.
―Sé que me has sorprendido trayendo a mi papá aquí esta noche
―añade―. Antes estuvimos hablando un largo rato. Gracias.
―Cualquier cosa por ti ―le digo sinceramente.
Muerde su labio inferior entre los dientes.
―Y sé que en el sótano me enseñaste una parte de ti de la que nunca
me hartaré ―dice en voz baja―. Sé lo que se siente al tener a alguien
acurrucado detrás de mí durante tres días cuando la vida no parece
merecer la pena. ―añade, con la voz susurrante―. Sé lo que se siente al
dejar de estar solo.
Le lloran los ojos.
Se me abre el pecho.
―Dios, te he extrañado jodidamente demasiado.
Ella sacude la cabeza mientras sus ojos pasan entre los míos.
―Yo te he extrañado más.
La beso antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo, y ella suelta
un pequeño jadeo de satisfacción cuando mis labios chocan contra los
suyos. Mis dedos se enredan en sus rizos y mi lengua separa sus labios
con facilidad. Llevo la otra mano a su cintura y la atraigo hacia mí.
Necesito sentirla, necesito tocarla. Una de sus manos se acerca a mi cuello
y gimo cuando pasa sus pequeños dedos por la piel ultrasensible de mis
cicatrices.
Luego se aparta antes de que pueda arrastrarla a la habitación contigua.
―Abre tu regalo ―me dice sonriendo.
Dioses. Cuando sonríe, sus ojos brillan con el tono exacto de azul...
―Miles.
Sonrío, con las palabras en la punta de la lengua. Cuando abro el sobre,
saco una tarjeta.

Te amo.
Vale para un viaje para ver Lucifer.

―¿Qué es esto? ―le pregunto, con el corazón latiéndome con fuerza en


el pecho.
Se ríe y se cruza de brazos.
―Decidí que te daría una oportunidad a la semana para ir a ver a
Lucifer conmigo ―ella comienza, pareciendo disgustada―. No me gusta,
pero sé que esa bestia aterradora significa mucho para ti, así que
encontraré la manera de solucionarlo.
Dejo la nota y la atraigo hacia mí, besándola con fervor. Gime cuando
mi mano rodea su cintura, baja hasta su trasero y lo aprieta.
―Miles…
―Deja de hablar y déjame decirte que te amo ―susurro contra sus
labios, moviendo las manos hacia sus caderas y clavándolas en su piel―.
Te amo jodidamente tanto que ni siquiera quiero dormir bajo ese puto
edredón sin ti ―ríe, o llora, contra mis labios antes de volver a besarme.
Huele a ella... a jazmín y a Chanel nº 5. Inhalo mientras el calor me
recorre―. No quiero hacer esto sin ti. Lo siento. Seguiré diciéndote que lo
siento el resto de nuestras vidas.
―Lo sé, cariño ―murmura. Sus palabras me estremecen―. Yo también
te amo.
Me lleva una mano a la cara, se aparta y me ve con todas las emociones,
con todas las esperanzas que nunca me atreví a sentir antes de conocerla.
―Vuelve a casa ―le ruego.
―Louis ya tiene mis cosas ―me dice, besándome de nuevo.
―¿Así que estás dispuesta a perdonarme, esposa?
Por favor, di que sí.
―Quería estar preparada ―murmura contra mis labios―. Por si acaso
decías todo lo correcto.
―¿Y? ―le pregunto, separándome un poco de ella.
Esta vez, el tono suplicante es evidente, y Estelle se detiene un segundo,
con sus manos subiendo hasta mi cuello.
No me inmuto, porque es ella. Estoy tan completamente enamorado de
ella que no me importa dónde o cómo me toque, solo que lo haga. Nadie
más.
Solo ella.
―Sí, Miles. Lo hiciste.
Dejo escapar un suspiro tembloroso.
―Te necesito ―le digo, sonriendo. Paso mis manos por sus costados y
la estrecho contra mí.
―Lo sé, pero necesito mezclarme un poco.
Gimiendo, la suelto.
―Bien. Supongo que merezco esperar.
―Tengo una sorpresa esperándote en el sótano ―se burla,
dedicándome una tímida sonrisa.
Y entonces se aparta de mí y vuelve a entrar en la multitud de la
habitación contigua.
Sabe lo que hace.
Esta es su versión del castigo por lo que hice, y la verdad sea dicha, me
lo merezco.
Durante toda la hora siguiente, saludo a todo el que puedo, sabiendo
que no estaré disponible cuando folle a mi esposa más tarde.
Una vez que sea capaz de mostrarle todas las formas en que lo siento.
Cada pocos minutos, nuestras miradas se cruzan a través de la
habitación, y juro que no creo que mi polla haya estado nunca tan dura
durante tanto tiempo.
Estoy apoyado en la chimenea del salón sorbiendo mi whisky cuando
una pequeña mano me rodea la cintura.
―Vámonos ―murmura Estelle.
Antes de que me dé cuenta de lo que está pasando, me está llevando
lejos de la fiesta y a través de la cocina. Cuando llegamos a la puerta del
sótano, me ve por encima del hombro.
―¿Preparado para tu sorpresa? ―me pregunta, con una sonrisa
maliciosa en el rostro.
30
la exhibicionista

No sé por qué estoy tan nerviosa, pero me tiemblan las manos mientras
conduzco a Miles por la estrecha escalera hasta el sótano. Después de
hablar antes con mi papá y darme cuenta de lo que hizo por él, me di
cuenta de que quería hacer algo por Miles. No solo se las arregló para traer
a mi papá como cliente, sino que además hizo una donación considerable
y le devolvió el dinero cuatro veces.
En todo este calvario, el dinero no me importó, pero sí me preocupaba
la inversión de mi papá.
Debería haber sabido que Miles se encargaría de eso.
Así que esto es para él.
Un agradecimiento apropiado.
La nota sobre Lucifer es solo una idea descarada para celebrar nuestro
primer mes de aniversario, ¿pero esto?
Sé que esto le encantará.
―Estelle, ¿qué demonios haces? ―me pregunta despacio.
Abro la puerta de la habitación voyeur, sonriendo mientras la
mantengo abierta para él.
―Creo que hay otra entrada para mí ―ronroneo, poniéndome de
puntillas y besándole la mejilla―. Ve a esperarme al sofá, por favor.
―Estelle…
Me alejo de él antes de que pueda hacerme cambiar de opinión.
Le pedí a Luna que me ayudara con esta parte de mi plan, y me encantó
descubrir el pasadizo secreto desde la parte trasera del castillo hasta la
sala de cristal. La forma en que Miles lo construyó fue ingeniosa: es
discreto y privado, lo que garantiza la comodidad de las personas que
actúan.
Vuelvo a subir las escaleras y saludo rápidamente a algunas de las
personas que asistieron a la recepción de nuestra boda.
Salgo por la puerta trasera y rodeo el lateral del castillo hasta la discreta
y anodina entrada a la sala de cristal, intentando calmar el temblor de mis
piernas. Caminando por el pasillo de piedra, pienso en cómo Miles dijo
que me amaba. En cómo yo admití que también lo amaba. Cómo todo esto
era tan enrevesado y retrógrado, pero cómo se sentía bien, de alguna
manera.
Desde aquel primer día en la fuente hasta ahora. Cómo mi interés por
él nunca vaciló. Cómo nuestra química era siempre fuera de lo común.
Al abrir la puerta del dormitorio, respiro hondo para tranquilizarme.
Esto se siente bien.
―Hice que Luna reconfigure el sistema de altavoces para que podamos
hablar ―le digo en voz alta.
―¿Lo hiciste? ―responde la voz de Miles, que sale del nuevo altavoz
que está colocado en la mesita de noche.
Sonrío.
―Me imaginé que tú podrías decirme qué hacer.
El gruñido grave sale por el altavoz y me produce un escalofrío.
―Mierda, Estelle ―se queja―. Me vas a matar.
―¿Qué quieres que haga primero, cariño? ―pregunto, quitándome los
zapatos de una patada y acercándome a la parte de la pared de espejos
que sé que da al sofá.
―Desnúdate para mí, mariposa. Déjame ver ese cuerpo perfecto.
Trago saliva mientras engancho un dedo bajo el tirante de mi vestido,
dejándolo caer hasta mi hombro.
―Mierda ―Miles dice con voz ronca―. Ya me estoy tocando la polla.
Me haces sentir fuera de control.
Mordiendo mi labio inferior entre los dientes, hago lo mismo con el otro
tirante, dejando que la parte superior del vestido caiga por encima del
bustier rosa brillante que llevo puesto.
―Cristo ―dice roncamente―. Necesito verte sin el vestido. Quítatelo.
Llevo la mano a la espalda, abro la cremallera y dejo que el vestido caiga
a mis pies. Me lo quito y doy una vuelta lentamente, mostrando el bustier
y la tanga a juego.
Sonriendo, me agacho para recoger mi vestido lentamente, y oigo un
gruñido grave por los altavoces.
―Tienes suerte de que el castigo no sea lo mío, mariposa. Deja de
burlarte de mí y quítatelo todo.
―¿Estás seguro? ―Me doy la vuelta y me pongo frente a él. Alargo la
mano para desabrochar el bustier. Despacio, lo bastante para torturarlo
un poco.
Me pregunto dónde estará.
Me pregunto si estará sentado en el sofá.
¿Se está tocando?
―¿Estás sentado en el sofá? ―le pregunto, desabrochando los broches
pero sin dejar caer aún mi bustier.
―No. ―De repente, veo la silueta de una mano justo delante de mí,
pero como esta habitación está iluminada y el sótano oscuro, no puedo
ver nada más―. Estoy frente a ti.
Se me acelera el corazón mientras me quito el bustier y lo tiro al suelo.
―Ponte en la cama ―me ordena Miles.
Me doy la vuelta, camino hasta la cama, a unos metros de distancia, y
me acuesto.
―Quiero que abras las piernas. De cara a mí, por favor.
Sonrío mientras hago lo que me dice, mi mano derecha se introduce
entre mis piernas y roza mis bragas húmedas. La otra mano se acerca a la
mesita y saca un consolador.
Oigo a Miles soltar un suspiro estremecedor por los altavoces.
―Mierda, Estelle. Necesito verte follar con eso. Por favor ―añade, con
la voz crispada.
Respiro bruscamente ante la necesidad de su voz, ante la forma en que
suena tan desquiciado y al borde de la ruina.
Una muy, muy pequeña parte de mí quiere torturarlo.
―¿Sí? ―pregunto, quitándome las bragas, levantando las caderas y
bajándomelas por las piernas, luego, sin mediar palabra, empiezo a pasar
lentamente el consolador por mi abertura. La suave cabeza de silicona
roza mi clítoris adolorido y arqueo ligeramente la espalda―. Dime qué
tengo que hacer ―jadeo.
―Abre más las piernas ―gruñe―. Quiero que te folles con el
consolador ―añade, con la voz entrecortada.
―¿Te estás tocando? ―le pregunto, con la piel caliente al pensar que se
masturbe a pocos metros de mí, incapaz de llegar hasta mí.
―Claro que sí ―responde―. Me vuelves loco.
Sus palabras me producen un zumbido bajo y cálido. Coloco la cabeza
del consolador en mi abertura, haciendo una pausa para volverlo un poco
loco. Cuando levanto la vista hacia el cristal, veo cómo se cierra en un
puño la mano que tenía apoyada en el cristal.
―Esposa ―dice con voz desigual.
Sonrío mientras aprieto el consolador dentro de mí, arqueando la
espalda al hacerlo y soltando un gemido bajo al mismo tiempo que él.
―Dios, desearía que fuera tu polla ―le digo, sacándolo lentamente
antes de volver a meterlo con la misma lentitud.
―No tienes ni idea ―refunfuña.
Me meto el consolador hasta el fondo y veo entre mis piernas antes de
volver a mirar hacia donde está la mano de Miles. Jadeo, me duele el
corazón de necesidad.
―No pares ―suplica, con la voz entrecortada―. Sigue follándote.
Muevo la mano más deprisa, con los músculos tensos ante la idea de
excitarlo.
―Miles ―gimo.
―No sabes cuánto desearía poder romper este cristal solo para estar
dentro de ti. Cuánto necesito estar dentro de ti en este momento. Mi polla
late por ti, mariposa.
―Oh Dios ―respiro, mientras mi mano trabaja más rápido.
―Cómo me gustaría ser ese brillante trozo de silicona, deslizándose
dentro y fuera de tu apretado coño, cubierto de tus jugos ―murmura.
―¿Siempre has tenido una boca tan sucia? ―le pregunto, con palabras
entrecortadas.
―¿Te gusta?
―Sí ―gimo, echando la cabeza hacia atrás.
―Buena chica ―gruñe―. Me encanta verte follarte a ti misma. Ver
cómo tus labios hinchados succionan ese juguete dentro de ti, y lo bonitos
que se ven envueltos en él.
Jadeo. Sucio, pervertido...
―Pero ya sabes, creo que prefiero la forma en que se estiran un poco
más por mi polla. Lo perfecto que se siente estar dentro de ti, como si
estuviera envuelto en el cielo.
―Miles…
Ahora me estoy follando bien con el consolador, trabajando la punta
contra el botón de mi interior mientras mi otra mano se acerca a mi
clítoris.
―Mira ese precioso capullo rosado. Quiero chupar y mordisquear ese
clítoris el resto de mi vida, Estelle ―dice roncamente―. Mierda, me estoy
acercando.
―Yo también ―digo entrecortadamente.
Mis músculos abdominales se contraen mientras los dedos de mis pies
se curvan. Levantando un poco más una pierna, desplazo el consolador
lo suficiente para hacerme gritar, para que mis caderas se sacudan fuera
de la cama.
―Miles ―jadeo.
―Córrete para mí. Dame un espectáculo.
―Oh, Dios ―lloro―. Voy a...
El siguiente golpe de mi dedo contra mi clítoris hace que mi cuerpo
empiece a convulsionarse lentamente, y mi coño se aferra al consolador
en oleadas electrizantes.
―Mierda, sí ―murmura―, mira ese coño brillante. Sigue haciéndolo,
llega al límite, mariposa. Necesito verlo.
Sus palabras me hacen soltar un gemido bajo y agudo a medida que
aumenta la presión, lo que hace que me quite el consolador y me agite en
la cama mientras me invade un segundo orgasmo más potente.
―Sí ―gruñe―. Mierda, me estoy corriendo tan fuerte...
Todavía estoy jadeando cuando veo su polla presionando el cristal para
que yo la vea. Cuando veo cómo su semen se esparce por el cristal, una y
otra vez, goteando copiosamente.
Unos segundos después, oigo cómo vuelve a cerrarse la cremallera de
sus pantalones, y su respiración agitada se mezcla con la mía.
―Vístete y reúnete conmigo afuera ―dice bruscamente, y entonces
oigo el ruido de sus zapatos.
Me incorporo, algo alarmada. ¿Ya está? Después de haber recableado
esta habitación para los altavoces, después de toda la actuación con el
consolador... ¿y se va sin más?
Me visto rápidamente con las piernas temblorosas, preguntándome si
de algún modo no fue suficiente para él, si tal vez hice algo mal.
Si tal vez dije algo malo.
Tengo que limpiarme con una toalla, y luego me subo a mis tacones
rosas y salgo de la habitación, intentando calmar mis nervios. No creo
haber dicho nada que pudiera enojarlo... ¿o quizá se asustó porque
llevamos tanto tiempo fuera? Al empujar la puerta del jardín trasero, el
aire frío de noviembre me eriza la piel. Me rodeo con los brazos y veo a
mi alrededor, adaptándome a la oscuridad.
¿Quería encontrarse conmigo aquí? ¿O quería decir fuera del castillo,
fuera del sótano? Veo a izquierda y derecha, pero está tan oscuro que lo
único que veo es la puerta corrediza de cristal que da a la cocina del
castillo, a mi izquierda. Justo cuando me alejo un paso de la puerta, veo a
Miles empujar la puerta corrediza y cerrarla tras de él, caminando hacia
donde estoy, temblando en la fría oscuridad. Se me pone la piel de gallina
al verlo caminar con determinación hacia donde estoy. Parece... agitado.
O... algo que nunca he visto en su cara.
Poseído. Estimulado. Provocado.
A medida que se acerca, abro la boca para preguntarle qué le pasa, pero
antes de que pueda, me aprieta contra el lateral del castillo, clavándome
contra la piedra mientras su cara queda a un palmo de la mía. Sigue
respirando con dificultad y noto los latidos erráticos de su corazón contra
mi pecho.
―Tú ―es todo lo que dice, casi enojado.
Y entonces me besa, gimiendo cuando nuestros labios se encuentran. El
beso me dice todo lo que necesito saber.
Lo hice todo bien.
Abro la boca para que entre su lengua. Sus manos se acercan a mis
muslos y me sube rápidamente el vestido.
Escucho el chasquido de su cinturón desabrochándose.
Saboreo el whisky en su lengua mientras explora mi boca.
Gimo cuando me sube el vestido por las caderas. Llevo las manos a su
cuello y me complace notar lo húmedo que está de sudor, y la idea de que
se haya puesto a sudar como un loco en el sótano por mí me hace gemir de
nuevo.
―Miles ―gimo, apretándolo más cerca―. ¿Qué estás...?
―¿Qué pasa, mariposa? ¿Pensabas que había terminado contigo?
31
el video

―¿Qué? ―Jadea cuando uno de mis dedos se engancha bajo sus


bragas―. No, yo...
―No. He. Tenido. Suficiente. De. Ti. ―murmuro contra sus labios,
tirando bruscamente de sus bragas hasta que el elástico se rompe y caen
al suelo.
Sin decir nada más, muevo las manos hacia su trasero y la levanto,
deslizando las palmas sobre sus muslos mientras ella me rodea con las
piernas, y me hundo en su coño caliente y húmedo, aprieto los labios
contra su cuello, un gemido grave sale de mis labios.
―Mieeeerda.
Levanto la cabeza y me encuentro con su boca necesitada, su aliento me
roza las mejillas mientras le meto la lengua entre los labios.
―Sí ―gime.
Me hundo más en ella, dejando que la gravedad la empuje hacia mi
polla. Suelto un gruñido desde el pecho, la sensación de su coño apretado
y aterciopelado me acerca al clímax más de lo que había previsto.
Llevo una de mis manos a su cabello, lo aprieto con fuerza y tiro de su
cabeza hacia atrás para besarle el cuello.
―Estoy loco por ti ―murmuro contra su piel imposiblemente suave.
―El sentimiento es mutuo ―dice despacio, y justo en ese momento la
saco y vuelvo a penetrarla de golpe. Grita y su coño hinchado empieza a
agitarse alrededor de mi polla.
Ella jadea y suelta una retahíla de maldiciones.
―Si te quedas, nunca voy a tener suficiente ―le advierto, apartando la
cara de su cuello para poder mirarla―. Nunca me sentiré saciado.
―Dios, Miles ―susurra, sus dedos se agarran a mi cabello mientras
vuelvo a penetrarla, y otra vez, y otra vez. Cada vez que lo hago, sus ojos
se abren de par en par y jadea, como si de algún modo la estuviera
dejando sin aliento con cada embestida.
El sonido de su dulce y húmedo coño rebota en las paredes de piedra,
y me encanta. Me encanta todo de ella. De nosotros.
―Me encanta tu sucia boca ―gime, cerrando los ojos con fuerza.
―Bien ―murmuro, pasándole la mano que tenía en su cabello por el
cuello hasta el tirante del vestido. Se lo bajo por el hombro y luego me
dirijo al otro, tirando también de él hacia abajo para poder ver cómo
rebotan sus tetas mientras me la follo―. Me encantan estas ―gimo,
acariciando una de ellas mientras mi otra mano mueve ligeramente sus
caderas, acercando su vientre a mí―. Y te amo.
―Lo sé ―respira―. Yo también te amo.
―Recuerda eso ―añado, con el pulgar rozando su pezón.
―¿Qué quieres decir? ―susurra con los ojos entornados. Su coño se
aprieta alrededor de mi polla mientras le pellizco un pezón. Es tan
reactiva a mis caricias.
A mi polla.
Como si estuviera hecha para mí.
―Recuerda que te amo, mariposa ―digo―. Porque no puedo evitar
querer follarte como si no lo hiciera.
Se corre, sus paredes internas ordeñan mi polla.
―Miles ―grita, agarrándome el saco con las manos mientras mueve las
caderas a lo largo de mi polla, sacándome lo que necesita mientras su
orgasmo se apodera de ella. Gruño, a punto de perder el control. En
cuanto termina, salgo de ella y le bajo las piernas al suelo.
―Espera. ¿Y tú?
Aprieto sus hombros y al mismo tiempo saco el celular del bolsillo.
Debe de darse cuenta de mis intenciones, porque me dedica una sonrisa
tímida mientras se arrodilla y yo pulso el botón de grabación y enciendo
el flash, que resalta sus mejillas sonrojadas.
―Eso es ―gruño mientras lleva su mano a mi adolorida polla―. Ya
sabes lo que tienes que hacer ―le digo, observando cómo me ve con una
mezcla de sorpresa y anhelo.
Y entonces rodea mi polla reluciente con esos labios perfectos y
rosados, gimiendo al saborearla. Mis dedos se enredan en sus rizos y
aprieto su cabello con la mano, introduciéndome aún más en su boca.
―Tienes una puta boca perfecta. Un puto coño perfecto, y un día, voy
a estar dentro de tu puto trasero perfecto. ―Se detiene un poco,
mirándome con esos ojos azules tan abiertos. Se echa hacia atrás y mueve
la lengua alrededor de la punta de mi polla.
―¿De verdad? ―pregunta, acariciándome con una mano mientras su
lengua vuelve a dar vueltas alrededor de la cabeza hinchada de mi pene.
Me alejo de ella y le pongo una mano en la cabeza.
―¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Te deseo, todo de ti. Quiero
follarte de todas las formas posibles, en todos los agujeros, en todas las
habitaciones de este castillo, todos los días que quieras.
Traga saliva y veo cómo se le mueve la garganta.
―Yo quiero eso, también ―Y entonces mi mujer abre la boca, con la
lengua fuera.
Siseo mientras me sumerjo entre sus labios y veo brevemente la pantalla
para asegurarme de que lo estoy grabando. No creo que vaya a necesitarlo
nunca, pero el mero hecho de saber que tengo fotos y videos de ella, de
nosotros, me produce un escalofrío en la base de la columna vertebral y
me aprieta las pelotas a medida que se acerca mi orgasmo.
Una de sus pequeñas manos sigue acariciándome mientras sus labios
me engullen, y la otra se acerca a mis pelotas.
―Mierda ―gimo―. Me encanta verte chupármela ―le digo―. Mírate,
arrodillada ante tu esposo como una buena esposa ―le digo, y ella gime
al oír mis palabras.
Sonrío. Mi mujer tiene una perversión con los elogios, ¿verdad?
Me hundo más en su boca amando el sonido de sus arcadas.
―Hasta el fondo ―le ordeno―. Sé que puedes.
Vuelve a gemir mientras me mira, y mierda.
Pierdo el control por completo.
―Mierda, esa es mi chica ―murmuro―. Voy a correrme. ―No cede.
En lugar de eso, lo intensifica todo, succionando ligeramente con su
boca―. Dios, sí.
Mis caderas se sacuden mientras me derramo en su garganta, con la
boca abierta mientras se traga hasta la última gota de mi semen. Mientras
mi polla palpita contra su lengua, ella retira lentamente sus labios de mi
sensible polla, sacándome hasta la última gota antes de chasquear los
labios.
Termino la grabación, guardo el celular y la ayudo a levantarse. La beso
y ella suelta una risita mientras me besa y me rodea el cuello con los
brazos.
―¿Por qué eres tan jodidamente perfecta? ―le digo contra sus labios.
―Es realmente agotador ―se burla, sonriendo.
Me alejo y nos arreglo, ayudándola con su vestido y metiéndome la
polla en los pantalones mientras me abrocho el cinturón.
Una vez que terminamos, extiendo mi mano hacia la suya.
―¿Lista?
Es una palabra, pero para mí es solo el principio.
Me dedica una sonrisa radiante antes de poner su suave mano sobre la
mía.
―Lista. También, eso fue totalmente un diez sobre diez. Solo lo digo.

Estoy bebiendo un vaso de agua cuando Juliet se acerca a mí con una


sonrisa burlona en los labios. Me da un codazo y la veo con el ceño
fruncido.
―No me toques ―le digo, frunciendo el ceño.
―Oh. Cierto. Perdona. Olvidé que tu esposa, la que amas, es la única que
puede tocarte ahora.
Suspiro y me paso la mano por la boca. Mi mirada se desvía hacia
Estelle, que está hablando con su papá.
―Tu marido no puede mantener la boca cerrada, ¿verdad?
Ella suelta una risita.
―Mira, me alegro mucho por ti. ―Su expresión se vuelve
contemplativa―. Adoro a Stella. Creo que es perfecta para ti. Ella entró
en tu vida tan rápidamente, pero pienso que te enamoraste tan fuerte que
ella te ablandó en el proceso.
Bebo otro sorbo de agua mientras dejo que sus palabras me inunden.
Siempre me ha gustado Juliet. Mantenía a Chase alerta, le echaba en cara
sus estupideces y se negó a dejarlo marchar cuando él se asustó.
No entiendo cómo Chase y yo acabamos con mujeres que querían
luchar por nosotros.
Le dedico una pequeña sonrisa mientras bebo un sorbo de agua.
―Gracias.
―Estoy triste por haber perdido la apuesta con Kai, pero es lo que es.
Casi me atraganto.
―¿Kai?
―En realidad ―Liam interviene acercándose a nosotros―.
Técnicamente, yo gano.
―A la mierda que lo haces ―añade Malakai, siguiendo a Liam.
―Creía que no podías maldecir. ―Me burlo, dándole un codazo en el
hombro―. Además, ¿de qué demonios están hablando?
Juliet ve entre mis hermanos.
―Nosotros… mmm… hicimos una especie de apuestas sobre cuándo
se enamorarían Stella y tú en nuestra boda. ―Entonces saca su teléfono―.
Guardé una lista para que todos pudiéramos recordar lo que dijimos.
También las tengo enumeradas por orden de probabilidad, siendo la mía
la primera, por supuesto ―añade.
Chase se acerca a nosotros y rodea la cintura de Juliet con un brazo.
―Si tiene una lista, es que va en serio ―nos dice.
―Correcto, así que yo dije seis semanas. Chase dijo cinco semanas.
―Besa a su marido en la mejilla―. Tan cerca, pero también la respuesta
equivocada. ―Se echa a reír mientras Juliet sigue bajando por la lista―.
Malakai dijo cuatro semanas y media. Orion dijo siete semanas, y Liam
dijo doce semanas ―termina ella.
―Correcto ―dice Liam bruscamente―. Entonces, yo fui el más
cercano.
Doy un sorbo a mi agua con una sonrisa divertida mientras mis ojos
oscilan entre mis hermanos y Juliet.
―¿Por qué lo dices? ―le pregunto a mi hermano mayor.
Liam se encoge de hombros mientras da un sorbo a su cerveza.
―Te enamoraste de ella la primera vez que la viste, hace más de un
año. Técnicamente, eso significa que soy el ganador más cercano
―concluye con naturalidad.
Sus palabras me sacuden y agarro el vaso con más fuerza. ¿Se equivoca?
No lo sé. Estelle me intrigó aquella noche, me fascinó y me cautivó su
brillante sonrisa, pero ¿me enamoré de ella?
Es posible.
Nunca dejé de pensar en ella.
Ojalá hubiera conseguido su número, o su nombre.
¿Pero amor?
Vuelvo a mirar a la multitud y veo que mi esposa ya me observa
mientras habla con su papá. Me doy cuenta de que está hablando en
francés por la forma en que lo hace, rápido y en voz baja. Me dedica una
gran sonrisa.
Algo dentro de mí se descongela por completo.
No sé si la amé aquella noche de hace poco más de un año, pero algo
de aquella noche, de ella, me cambió.
Ella era el sol brillante en mi oscuridad.
La chica dorada de mi alma villana e inmoral.
―Bien ―concedo, y Liam hace un gesto victorioso. Le muestro el dedo
medio―. ¿Qué quieres? ¿Una galleta? Estelle tiene una lata llena de
galletas ―le digo.
Él se ríe.
―En realidad, sí. Gracias.
Refunfuño mientras me acerco a la lata y le quito la tapa, ofreciendo
galletas a todos.
―Es como si hubieras atrapado el ramo en la boda ―dice Juliet
emocionada.
―¿Qué quieres decir?
―Tú eres el siguiente ―le dice crípticamente.
Él suelta una carcajada.
―Sí. Sí, claro. Porque tengo muchas mujeres llamando a mi puerta.
Juliet entrecierra los ojos.
―Sucederá cuando menos te lo esperes.
Después, ella se aleja. Chase le dedica a Liam una sonrisa de
complicidad antes de seguirla, y Malakai me da una palmada en el brazo
antes de seguirlos fuera de la cocina.
―Están llenos de mierda ―dice, dándole otro sorbo a su cerveza.
Sonrío mientras meto el vaso en el lavavajillas.
―Sí. Yo pensaba lo mismo hace un mes.
Le guiño un ojo y entro en la otra habitación justo cuando Estelle se
aparta de su papá. Sin pensarlo, abro los brazos y la atraigo hacia mí,
abrazándola con fuerza. Le beso la coronilla y alzo la vista para ver a
Prescott Deveraux, que nos observa con una sonrisa cómplice, antes de
inclinarse el sombrero y marcharse.
―¿Tuvieron una buena charla? ―le pregunto.
Se aleja, sin apartar las manos de mis costados.
―Sí.
―¿Cansada? ―pregunto, con voz esperanzada.
Ella arquea una ceja.
―¿Para dormir? ―Muevo las cejas, y ella se ríe―. Dios. Eres realmente
insaciable.
―Te lo advertí ―le digo al oído mientras me la llevo―. Y tengo el video
perfecto que podemos ver. Juntos.
Sigue riéndose cuando la arrastro hacia el ascensor.
32
la foto

Un mes después

―Oh Dios. Miles, no creo que pueda hacer esto...


Le aprieto la mano mientras ve fijamente hacia adelante.
―Vamos, mariposa. Es Navidad. Ya hablamos de esto. Puedes hacerlo.
Da un paso adelante.
―Mierda. De todos los animales que podrías haber rescatado, tenía que
ser una cabra... ―se queja, dando otro paso hacia el corral de Lucifer.
Me río entre dientes.
―Está muy emocionado por verte.
Se da la vuelta y me fulmina con la mirada.
―¿Y cómo lo sabes? Por lo que sé, podría estar conspirando para
asesinarme.
La empujo hacia adelante y me lanza una última mirada fulminante
antes de dar otro paso adentro del corral. Se ve muy linda con sus leggins
negros y una franela roja de gran tamaño. Más aún con el gorro verde en
la cabeza, a pesar de que hoy hace buen tiempo, pero no, mi esposa
insistió en vestirse de Navidad.
Hago un balido en broma y me río cuando Estelle salta un metro en el
aire.
―Maldita sea ―refunfuña, fulminándome con la mirada―. ¿Intentas
que le tenga aún más miedo a esa pequeña bestia demoníaca? Acabemos
con esto de una vez.
―Quizás deberías dejar de llamarle bestia ―le sugiero.
―Oh, vete a la mierda ―me dice―. Prepara la cámara. Solo lo haré una
vez.
Me quito del cuello la cámara DSLR, un regalo de Navidad de mi
desvergonzada mujercita, y ajusto la configuración tanto como sé.
Arrastro el trípode hasta la parte delantera de la casa de Lucifer, enrosco
la cámara y me aseguro de tener el mando a distancia en el bolsillo
delantero de mi franela roja a juego.
Porque sí, somos un cliché andante con camisas a juego y gorros de
punto kitsch.
―Miles ―dice lentamente, asomándose a la casa―. Mira. Está
durmiendo.
Dejo la cámara como está y me dirijo a la puerta de la pequeña casa.
Lucifer está acurrucado en su cama, con los ojos cerrados y la nariz metida
debajo de la almohada.
―¿Ves? Mira qué mono ―digo en voz baja.
Ella hace un mohín y se cruza de brazos.
―Bien. Es mono cuando duerme. Despiértalo para que podamos
tomarnos la foto.
Sonriendo, la acerco al tronco que he colocado para que nos sentemos,
justo debajo del cartel que ella encargó y que dice: Felices fiestas de parte de
la familia Ravage.
―Siéntate. Lo traeré.
―Qué alegría ―refunfuña.
Despierto lentamente a Lucifer, que balbucea suavemente.
―Feliz Navidad, pequeñín ―le digo, acariciándole la nuca―.
Tomemos una foto rápida, ¿okey? No le hagas caso a tu malhumorada
mamá. No es culpa tuya que no sepa separar la realidad de un tonto
programa infantil...
―¡Disculpa, te oigo! ―dice Estelle en voz alta desde cerca.
Guío a Lucifer afuera de la casita y voy a sentarme junto a mi mujer,
sacando los dos sombreros verdes del bolsillo, así como algunas
golosinas.
Me apresuro a tomar las golosinas de su mano y le sonrío a Estelle, que
me ve con el ceño fruncido.
―Vamos ―me rio―. Sonríe para la cámara.
Consigo que Lucifer se ponga entre nosotros, para disgusto de Estelle.
Incluso consigo tomarle una foto con su sombrerito.
Cuando tenemos la foto, Estelle se queda cerca de la puerta de su casa
mientras yo recojo el trípode.
―¿Lista? ―pregunto.
Me ve antes de volver la vista a la casa de Lucifer.
―Es que... ―se interrumpe, mordiéndose el labio inferior―. Es
Navidad.
Ladeo la cabeza.
―Eso he oído. Todavía tengo el asqueroso sabor de los pasteles de
carne pegado en la boca.
Se queda con la boca abierta.
―Oye. Tienes que saber que esos son un manjar inglés muy festivo en
la mañana de Navidad. ―Me río mientras ella ve hacia la puerta de
Lucifer―. Solo quería decir que... es Navidad, y se supone que esta noche
va a hacer frío. Tal vez... ―Traga saliva y veo que se lleva los puños a los
costados―. ¿Quizás debería venir al castillo a pasar la noche?
Mis labios se crispan mientras me acerco a ella.
―¿Ah, sí? ¿Incluso con sus brillantes ojos rojos?
Gruñe mientras se gira para mirarme.
―No. Es. Divertido.
Me río mientras la aprieto en un fuerte abrazo.
―Seguro que le encantaría entrar a pasar la noche.
―No... no en nuestra habitación ―aclara―. Pero... ―se muerde el
labio―. Quizá podamos darle un cálido hogar para pasar la noche en una
de las habitaciones de invitados.
Me inclino y la beso antes de que pueda decir nada más, y mi corazón
se hincha de orgullo.
―Eres increíble ―le digo, con mi aliento contra sus labios.
―Una noche ―murmura, sus manos se acercan a mi cuello y se
enroscan alrededor de la tela―. Solo una noche.
―Por mí está bien.

Más tarde, esa misma noche, me duele la cara de tanto sonreír. Chase y
Juliet han venido, al igual que Liam y Zoe, que está en casa por Navidad.
La conocí brevemente en el funeral de sus papás y parece que le va bien.
Es madura y encantadora. Su paso por el internado y los desafortunados
acontecimientos de hace un par de años la han convertido en una joven
muy inteligente. Nos habla de su próximo viaje a México en abril para
celebrar su cumpleaños número dieciocho, y cuando veo a Liam,
sorprendido de que le permita hacer un viaje así, él se limita a fulminarme
con la mirada antes de mirar a la pared.
Como el infierno que va a dejarla ir en ese viaje.
Chase y Juliet nos cuentan todo sobre el nuevo puesto de ella en una
universidad del norte de California, a donde se dirigen en enero.
Lucifer bala alegremente cada vez que alguien se ríe, y es jodidamente
adorable.
Estelle salta cada vez, y creo que me enamoro aún más de ella.
Una vez que todos nos hemos saciado con nuestro festín navideño y
esos pasteles de carne asquerosamente dulces, Estelle y yo nos
despedimos mientras la gente sale de la sala hacia las tres habitaciones de
invitados que les hemos preparado: una para Chase y Juliet, otra para
Liam y otra para Zoe.
Veo a Estelle mientras limpia, ya que se niega a que la ayude. Para ser
justos, yo preparo la cena casi todas las noches, ya que me encanta cocinar
siempre que sea algo que a ella le guste comer. Sus caderas se balancean
mientras tararea una canción navideña, y mierda, quiero memorizar este
momento para siempre.
Acerco mi nueva cámara y tecleo tranquilamente los ajustes antes de
acercármela a la cara y tomar una foto rápida.
Estelle se da la vuelta rápidamente, con guantes rosas de goma en las
manos mientras me ve con los dedos enjabonados.
―¿Acabas de tomar una foto de mi trasero?
Sonrío.
―Quizás.
Pone los ojos en blanco, aprieta los labios y cierra el grifo, dejando los
guantes a un lado.
―Te estás divirtiendo demasiado con esa cámara ―se ríe, acercándose
a mí.
Abro las piernas sobre el taburete en el que estoy sentado, y viene a
colocarse entre ellas. La acerco y aspiro el aroma de su cabello.
―¿Te casas conmigo? ―pregunto en voz baja.
Se aparta y empuja mi pecho.
―Muy gracioso.
―No, ya sé que estamos legalmente casados ―le digo despacio,
pasándole una mano por los rizos―. Quiero decir... de verdad. Una gran
ceremonia. Con mucha gente. Un maldito pastel estaría bien.
Sus ojos se abren ligeramente.
―¿De verdad?
Resoplo una risa nerviosa. La idea de volver a casarme con Estelle es
algo en lo que he estado pensando mucho. Así que, ¿por qué no?
―No es que puedas decir que no ―murmuro, besándole la punta de la
nariz―. No puedes descasarte de mí.
Se le cierran los ojos.
―Por supuesto. Sabes que me encantaría, cariño.
Sonrío mientras la beso y le pongo las manos a ambos lados del rostro.
Cuando me separo, le tomo la mano izquierda, donde el anillo de amatista
brilla a la luz de la cocina.
―Creo que una boda de verdad la haría sentirse orgullosa ―le digo,
sabiendo que sabrá a quién me refiero.
Estelle olfatea y da un paso atrás, mirándose la mano.
―Creo que sí.
―¿Crees que le habría gustado? ―le pregunto, pues llevo semanas
preguntándomelo.
Me ve con las mejillas sonrojadas, el cabello alborotado, la camisa de
franela desabrochada lo suficiente para dejar al descubierto el encaje de
su sujetador verde neón.
―Ella te habría amado ―dice lentamente, con expresión emotiva y
suave―. Porque me amas. Habría sido capaz de ver ese amor, y te habría
amado por ello. ―Viendo una vez más su anillo, sus ojos vuelven a mirar
los míos―. ¿Otra boda? ¿De verdad?
Me encojo de hombros.
―¿Por qué no?
Sonriendo, se precipita hacia adelante y choca contra mi cuerpo.
―Okey. Hagámoslo.
Le beso la parte superior de la cabeza.
―Esta vez planéala tú. Hazlo exactamente como lo imaginaste.
Vuélvete loca.
―Y si... ―se interrumpe y niega con la cabeza.
―¿Qué? ―le pregunto, apartándome.
Me dedica una sonrisa tímida.
―¿Y si la hacemos en París?
Se me dibuja una sonrisa en la cara.
―No se me ocurre un lugar mejor. ¿Me pregunto si nos dejarían
casarnos en Les Jardins du Trocadero?
―Probablemente estemos vetados de por vida ―admite.
―Sí, a los franceses no les gusta que la gente se bañe desnuda en sus
fuentes públicas.
―Hagámoslo ―dice entusiasmada―. Quizá no el año que viene, pero
sí el siguiente. Puedo lanzar mi línea, podemos asentarnos un poco, y
entonces... podemos planear la boda perfecta.
―Suena perfecto ―ronroneo.
Y luego beso a mi prometida y a mi esposa, de todo corazón y sin reparos.
epílogo
la fuente, segunda parte

Cinco meses después, París

―¿A dónde me llevas? ―le pregunto a Miles, intentando mirar a través


de la cinta de seda negra que me ha atado alrededor de los ojos. Justo
cuando las palabras salen de mi boca, el auto se detiene lentamente y oigo
a Miles salir por su lado, abriendo mi puerta unos segundos después.
―Cuidado por donde pisas ―me dice, pasándome un brazo por el
hombro mientras salimos del todoterreno negro.
―¿Eliges ignorarme o te estás quedando sordo de viejo? ―bromeo,
haciendo referencia a su cena de cumpleaños con mi papá de esta noche.
Estábamos celebrando varias cosas. El lanzamiento de VeRue la semana
que viene, el cumpleaños de Miles y nuestro aniversario de seis meses.
―Treinta y siete no es viejo. ―Olfatea, y no puedo evitar sonreír
mientras camino a ciegas... hacia alguna parte―. Y sí, elijo ignorarte.
―Bien ―replico, agarrándome a su camisa blanca―. Pero si me caigo
de nalgas porque no veo...
―No voy a dejar que te caigas, mariposa ―se queja―. Aquí hay un
escalón ―dice rápidamente, frenándonos hasta que estoy por encima del
escalón.
―Tener los ojos tapados me está dando náuseas ―digo rápidamente,
sintiéndome ligeramente mareada.
―Ya casi llegamos.
Aprieto los labios y respiro hondo para calmar el estómago. Al cabo de
un minuto de caminar a ciegas, frena y oigo el chapoteo del agua. Me
suelta y oigo que empieza a alejarse.
―Miles ―le advierto.
―Un segundo ―dice desde varios metros de distancia―. Yo te diré
cuándo desatarte la venda de los ojos.
Sonrío mientras espero su orden.
Sé dónde estamos.
Sabía a dónde íbamos cuando me dijo que tenía una sorpresa para mí.
Es dulce, y aunque es un poco predecible, no puedo evitar enamorarme
aún más de él.
―Bien, quítatela.
Hago lo que me dice y sonrío cuando veo la Fuente de Varsovia en Les
Jardins du Trocadero, al igual que la Torre Eiffel a sus espaldas.
―¡Las luces! ―chillo, señalando la torre―. Dios, es de ensueño cuando
las luces están encendidas, ¿verdad?
Cuando veo a Miles, me observa con consternación, y está
completamente desnudo.
―No sé si debería ofenderme o divertirme que hayas visto la Torre
Eiffel antes que a mí, pero...
Suelto una carcajada y me tapo la boca. Las luces brillan sobre el agua
y mi esposo en ella, resplandeciendo sobre sus cicatrices e iluminando sus
ojos. Parece... nervioso, y un poco incómodo. Esta noche hay mucha más
gente que hace un año y medio, así que algunas personas ya se han
detenido y miran a Miles mientras se sumerge bajo la superficie, con los
ojos entrecerrados.
Hay una pila de ropa desechada junto a la orilla.
―Cariño, estoy muy orgullosa de ti ―le digo, acercándome a la fuente.
―¿Vas a entrar conmigo, o voy a tener que mostrarle mi polla a todo
París solo?
―Bueno, siento decepcionarte ―digo despacio, dejando el bolso en la
repisa―. Pero estás solo en tus actividades con la polla, porque en
realidad yo no tengo polla.
Antes de que pueda terminar la frase, Miles se tambalea hacia adelante
y me arrastra hacia la fuente, completamente vestida.
―¡Miles! ―grito, riendo y agradeciendo que sea una cálida noche de
primavera―. Tú, maldito idiota. ―Lo salpico con el agua, y una expresión
de asco adorna sus facciones.
―Esta agua probablemente nos va a dar Giardia.
Suelto una carcajada y le rodeo el cuello con los brazos.
―Probablemente―. Alguien silba detrás de nosotros, y Miles les
muestra el dedo medio―. Sé amable. Solo están jugando.
Miles frunce el ceño mientras sus ojos recorren mi blusa blanca de
tirantes.
―Mal juicio por mi parte. Ahora todo el mundo puede ver lo que solo
yo puedo ver.
Eso me hace reír más fuerte, es tan malditamente predecible y
malhumorado, y no puedo evitar amarlo y adorarlo.
―¿Trajiste toallas? ―pregunto, sonriendo.
Maldice en voz baja.
―No, pero vas a usar mi camisa cuando salgamos.
―¿Lo haré? ―ronroneo, besándole el cuello.
―Sí. De lo contrario todo el mundo en París verá tus tetas perfectas.
―Bueno, no sería la primera vez ―musito, nadando lejos de él.
Y por nadar, quiero decir andar a paso de cangrejo, porque la fuente
solo tiene un metro de profundidad. Miles es tan alto que tiene que
sentarse sobre su trasero para ocultarse bien.
Me sigue, con un brillo travieso en los ojos.
―Hablando de eso ―dice despacio, acercándome una mano al pezón
y retorciéndomelo. Hago una mueca de dolor―. ¿Llevas diferente
sujetador? ―me pregunta, acercándome de nuevo. Su erección me aprieta
la cadera y siento una oleada de calor cuando pienso en lo excitado que
ha estado toda la semana. Todo el mes, en realidad. No tengo ni idea de
lo que le pasa, y no es que me queje.
―No, ¿por qué? ―pregunto, besándolo suavemente.
Gime mientras sus manos amasan mis pechos a través de mi blusa. Por
suerte, estamos bajo el agua lo suficiente como para cubrir cualquier
indiscreción.
―Me parecen más grandes ―murmura contra mi boca y apretándome
los pezones.
―Ouch, demasiado fuerte ―le digo, apartándole las manos de un
manotazo―. Probablemente sea por toda la deliciosa comida francesa con
la que me has estado alimentando toda la semana.
Sus ojos se clavan en los míos cuando se aparta.
―Te amo ―dice en voz baja.
―Yo también te amo. ―Viendo a mi alrededor, no puedo evitar
preguntarme por aquella noche―. ¿Y si nunca nos hubiéramos conocido
aquí? ―pregunto, rodeando lentamente sus caderas con mis piernas en el
agua.
―¡Consigan una habitación! ―grita alguien en francés.
Miles sonríe y los ignora. Una de sus manos me aparta el cabello
mojado.
―Bueno, entonces nos habríamos conocido en el restaurante ―dice con
naturalidad―. Nuestros papás nos habrían reunido igualmente.
Muerdo mi labio inferior entre los dientes.
―¿Cómo me habrías percibido?
―Hermosa, pero eso es un hecho ―empieza.
―Si estás intentando que me acueste contigo, puedo decirte en este
momento que está funcionando ―me rio―. ¿Qué más?
Sonríe mientras me besa, viendo por encima de mi hombro para
asegurarse de que nadie me ve demasiado.
―Inteligente. Ingeniosa. Independiente. Adorablemente luchadora.
Ese vestido que llevabas resaltaba el azul de tus ojos. Eras, y sigues siendo,
totalmente hipnotizante.
―Sigue ―le ruego.
―Yo habría estado de acuerdo con el matrimonio, creo.
Me pongo rígida.
―¿De verdad?
Él asiente.
―Por mucho que al principio no quisiera llevarlo a cabo, no habría
podido negar lo mucho que me hechizaste, lo intrigado que estaba. Lo
mucho que hubiera querido ayudarte con tu situación.
Sonrío contra sus labios.
―Pero tuve que ir y arruinarlo todo viendo tus cicatrices ―susurro―.
Aún no puedo creer que pensaras que me repugnabas. Quiero decir,
mírate.
Ahora es él quien sonríe.
―¿Tú qué habrías pensado de mí?
Me encojo de hombros.
―Lo mismo de siempre. Estirado y gruñón, pero con algo más bajo la
superficie. Aunque las cosas no hubieran acabado como acabaron, habría
seguido picando el hielo hasta entrar, no te preocupes ―añado, poniendo
una mano sobre su pecho desnudo. De repente, me viene un recuerdo―.
¿Te conté alguna vez la vez que te vi masturbarte en la ducha antes de
que estuviéramos juntos?
Hace un sonido medio ahogado, medio sorprendido.
―¿Qué?
Suelto una risita.
―Sí. Dejé el vibrador fuera y, cuando fui a esconderlo, te estabas
masturbando en la ducha.
Sus ojos brillan de intriga.
―¿Y? ¿Le gustó el espectáculo a mi mujer?
Sonrío.
―Así es. Mucho.
―Vámonos ―dice de repente, alejándose nadando.
―¿Qué? ¿Por qué?
Se levanta y se pone rápidamente los pantalones, lanzándome una
mirada aguda.
Oh.
Me ve con las pupilas oscurecidas y ladea ligeramente la cabeza
mientras me abre la camisa.
―Porque necesito estar dentro de ti.
Me río mientras me ayuda a salir de la fuente, con el cuerpo inundado
de calor y excitación. Hay algo en la forma en que parece que nunca puede
mantener las manos quietas...
Me quito la blusa de tirantes mojada, los pantalones cortos y las bragas
mientras él me envuelve con su camisa blanca. Me la abrocha, recoge el
resto de mi ropa y me da las sandalias y el bolso.
Estamos medio caminando, medio trotando hacia el todoterreno negro
que está estacionado cerca, Miles me agarra de la mano y me jala detrás
de él.
―¿Te dio Chase Viagra otra vez? ―bromeo mientras me abre la puerta.
Me lanza una mirada fulminante mientras me ayuda a entrar.
―Muy graciosa. Creía que habíamos acordado no hablar de aquella
noche.
Todavía me estoy riendo cuando se acerca a su lado, pensando en la
noche de hace un par de meses en la que Chase les dio Viagra a Miles y a
Liam sin saberlo.
Al subir, golpea la ventanilla que separa al chofer de nosotros, y se
desliza lentamente hacia abajo.
―Por favor, llévenos de vuelta a nuestro apartamento. Oh, y si yo fuera
usted, mantendría la partición levantada.
Me quedo con la boca abierta cuando el chofer se ríe, accediendo a la
petición de Miles.
―¿Estás loco? ―siseo una vez que tenemos intimidad.
Miles se ríe entre dientes, se inclina y me da un beso en el cuello.
―Creo que fue usted la que saltó sobre mis huesos en ese taxi, señora
Ravage ―murmura―. Solo se lo estoy devolviendo.
―Agh, hueles a agua de fuente ―gimo, apartándolo.
―No me impidió devolverte el beso esa noche. Sonríe y aguanta,
esposa.
El aroma del agua sigue asaltando mis fosas nasales, y lo alejo con más
fuerza.
―No, de verdad. Solo huelo agua de pantano y tus pantalones de lana
mojados.
Se ríe mientras intenta besarme de nuevo, y el auto da un bandazo hacia
delante que me hace sentir como si se me hubiera revuelto el estómago.
Me entran náuseas y me tapo la boca con una mano.
―Para el auto ―le digo.
Creo que oigo a Miles tocar el cristal y decirle al chofer que pare, entre
la sangre que me corre por los oídos y las respiraciones profundas y
tranquilizadoras que estoy haciendo, pero no estoy segura. Lo único que
sé es que, unos segundos más tarde, el auto se detiene de repente y estoy
a punto de abrir la puerta cuando mi estómago arroja todo su contenido
a la acera.
Cuando acabo, me siento mucho mejor. Miles -bendito sea-, me masajea
la espalda mientras me limpio la boca con el dorso de la mano.
―¿Intoxicación alimentaria? ¿Otra vez? ―me pregunta amablemente,
ayudándome a subir al auto.
―Supongo ―murmuro, frunciendo el ceño. Estuvimos en México con
Liam y Zoe para su cumpleaños número dieciocho hacía un par de
semanas, y me pasé toda una noche abrazada al retrete.
No fue divertido.
―Espero que no ―dice Miles, jalándome hacia su lado mientras me
besa la parte superior de la cabeza. El chofer continúa lentamente y cierro
los ojos para calmar el mareo―. Vamos a casa y a la cama ―añade,
poniendo una mano cálida y protectora sobre mi muslo.
―Espero no estar enferma para el lanzamiento ―digo en voz baja.
―Te sentirás mejor la semana que viene, mariposa. No te preocupes.
Suena la alarma de mi teléfono.
―¿Me pasas el bolso? ―le pregunto.
Lo hace, y yo me trago rápidamente mi píldora anticonceptiva,
bebiendo la menor cantidad de agua posible para no revolverme más el
estómago.
De repente, caigo en la cuenta.
―Oh, dah ―digo, riendo―. Apuesto a que es el nuevo anticonceptivo.
Son mis hormonas.
Cuando veo a Miles, parece aliviado.
―Tiene sentido, pero si te van a sentar mal, ¿por qué no vuelves a poner
uno de esos resortes?
Me río.
―Es un DIU, cariño, y ya hablamos de esto. Duran cinco años, y si
quieres embarazarme el año que viene, después de la boda, no merece la
pena que me pongan otro ―le recuerdo―. La inserción es bastante
dolorosa ―añado, arrugando la nariz.
Me quité el DIU el mes pasado y me pasé a la píldora. Miles y yo
estamos deseando formar una familia, pero también queremos esperar
hasta después de la boda, en el próximo agosto. Tenía sentido cambiar a
algo un poco más temporal.
―Bien, bien ―dice―. Solo odio verte enferma. ―Vuelve a besarme la
cabeza y le oigo olerme el cabello―. Mira, yo no huelo el agua de la fuente
en absoluto. Creo que hueles como el puto cielo. Lo que sea que estén
haciendo esas hormonas, me están volviendo loco.
Me río mientras llegamos a nuestro piso, y por piso, en realidad es toda
la última planta del edificio. Me despido del chofer mientras Miles y yo
subimos las escaleras.
Me preocupaba volver a París con Miles, sobre todo porque Charles
Ravage aún vive aquí, pero Miles cumplió su palabra y no ha hablado con
su papá desde su conversación de hace casi seis meses. Sé que mi papá es
muy feliz en Ravage Consulting Firm, y bien está lo que bien acaba,
supongo. Quizá algún día perdone a su papá, pero conociendo a Miles,
probablemente no.
Abre la puerta de nuestro piso, la cierra detrás de mí y echa el pestillo
antes de llevarme a la habitación.
―Por qué no te desvistes ―dice despreocupadamente―. Te prepararé
un baño.
Me quedo de pie junto a la cama mientras desabrocho lentamente la
camisa blanca que me prestó. Se deshace de mi ropa mojada en el cesto de
la ropa sucia y entra en el cuarto de baño, donde se sienta en el borde de
la bañera mientras espera a que se caliente el agua. Entonces me doy
cuenta. Está sin camisa. Me dio su camisa sin pensarlo dos veces. Paseó
por Les Jardins du Trocadero con sus cicatrices a la vista, y no tuvo
ninguna reacción al hacerlo.
―¿Quieres un baño de burbujas de lavanda o de eucalipto? ―me
pregunta, y la pregunta me hace romper a llorar.
Un segundo después viene corriendo hacia mí, me toma en brazos y me
lleva a la cama, colocándome en su regazo.
―Estelle ―murmura, acariciándome el cabello aún húmedo y
pasándome los pulgares por las mejillas mientras sollozo―. ¿Hice algo
malo? No hace falta que te prepare un baño. Podemos irnos a dormir.
Hipeo y me río antes de volver a sollozar, y la expresión preocupada de
Miles me hace llorar más fuerte.
―No-sé-por-qué-estoy-llorando.
Me acerca a su cuerpo, murmurando suavemente y tranquilizándome
con sus palabras.
Una vez que he terminado, inhalo y apoyo el rostro contra su cuello
antes de arrugar la nariz.
―Dios, el agua de esa fuente es malísima ―digo, apartándome.
Me sonríe.
―¿Te sientes mejor?
Asiento con la cabeza.
―Supongo. No tengo ni idea qué fue eso. Creo que estoy
emocionalmente agotada por el lanzamiento. Es decir, he estado tan
ocupada, y luego volamos de México a París, y no he tenido ni un segundo
para sentarme de verdad y digerir que mi ropa se va a estrenar la semana
que viene, y luego tengo que hacer todos los preparativos de la boda
porque no se ha asegurado absolutamente nada excepto el lugar y el
vestido ―añado, con el corazón acelerado. Empiezo a llorar de nuevo y
me siento... fuera de control.
―Estelle ―murmura Miles―. Respira profundamente.
―Y encima, te paseaste por París sin camisa. ―La idea es irónica,
teniendo en cuenta lo diferente que él era hace solo seis meses. Paso del
llanto incontrolable a la risa. Me estalla una burbuja de diversión, casi
como cuando me daban ataques de risa en primaria. De repente, no puedo
parar―. Tú… hiciste eso… por mí. ―Estoy jadeando, doblada mientras
intento recuperar el aliento.
Cuando por fin lo consigo, veo a Miles, que me observa con expresión
desconcertada e insegura.
―Mmm. ―Me toca vacilantemente―. ¿Cuánto bebiste esta noche?
Esto me hace reír más. Es como si mis emociones jugaran al tira y afloja
y no pudiera controlar nada. Respiro para tranquilizarme y por fin
consigo controlarme.
―Apenas un sorbo. Desde México no me apetece beber alcohol ―le
digo con desgana―. Una vez que expulsas cinco margaritas, el olor a
alcohol se vuelve mucho menos apetecible ―añado.
Sigue observándome con una mirada cautelosa y desconcertada.
―¿Es posible que estés embarazada?
Sus palabras me golpean, y mi corazón galopa dentro de mi pecho por
la sorpresa.
―No. En absoluto. Tuve el DIU durante años, y luego cambié
inmediatamente a la píldora. A estas alturas debería imprimirte una copia
de mi historial médico para que te acuerdes.
―Bien, pero estuviste enferma hace dos semanas. Tal vez... ¿la píldora
tuvo menos efecto? ¿Porque, como elegantemente dijiste, expulsaste cinco
margaritas?
Se me congela la sangre y, de repente, me acaloro cuando me invade la
idea.
―Pero, puedes saltarte una pastilla. Aunque estuviera enferma... ―Sigo
contando―. Mañana me viene la regla. Es imposible...
Cuando veo a Miles, me observa con una expresión enfermizamente
esperanzada en el rostro.
―Voy a dar un paseo ―dice de pronto, dirigiéndose a su armario y
bajando de la percha una camisa azul oscuro.
Cruzo los brazos.
―¿Un paseo?
Él asiente, aturdido.
―Necesito saberlo, Estelle.
Aprieto los labios.
―¿En este momento? ¿A la maldita medianoche? ¿Y dónde vas a
encontrar una farmacia abierta a estas horas? Esto no es California. No
puedes esperar...
―¿Crees que no encontraré una farmacia abierta las 24 horas?
Suspirando, me apoyo en el somier.
―Bien ―le digo, sonriendo―. Si te hace sentir mejor.
―Lo hará ―dice con naturalidad. Se acerca a mí y me besa en la
frente―. Vuelvo pronto.

Estoy recién duchada y escuchando un libro extremadamente obsceno


sobre unos hermanastros cuando Miles vuelve, sin aliento y empapado.
―Empezó a llover ―dice, pero luego esboza una sonrisa y me muestra
una cajita―. Pero encontré una farmacia abierta en el distrito once.
―Tu es un imbécile ―murmuro en francés, frunciendo el ceño―. Te
vas a enfermar ―añado, observando cómo mi empapado esposo se acerca
a la cama y me entrega la caja.
Se la arrebato de las manos y me quito el edredón de encima antes de
entrar en el cuarto de baño. Miles me sigue y lo fulmino con la mirada
mientras cierra la puerta y nos encierra juntos en el gran cuarto de baño.
―Esto es absurdo ―refunfuño, sacando la prueba y bajándome los
pantalones para poder orinar en el maldito palo.
―¿Sí? ―pregunta, con cara de emoción y... nerviosismo.
Inclino la cabeza.
―Supongo que es posible que ocurriera en México. Estuvo la Noche de
las Cinco Veces.
Suelta una carcajada.
―Me gustaría pensar que te llené tanto con mi semen que tu
anticonceptivo dejó de funcionar.
Resoplo.
―Eso es asqueroso. No seas asqueroso.
―Cinco veces ―repite, dedicándome una sonrisa arrogante.
Cuando termino de orinar en el palo, lo coloco sobre la encimera y me
subo los pantalones.
―¿Y ahora qué? ―me pregunta, pasando los ojos entre la prueba y yo.
Me encojo de hombros.
―Creo que debemos esperar un par de minutos. ―Mis manos se posan
en el plano duro y musculoso de su pecho―. ¿Quieres quitarte esta ropa
empapada, cariño?
Cuando levanto la vista hacia él, me observa con ternura, y quizá un
poco de asombro.
―¿Qué? ―susurro, deteniendo las manos en el tercer botón.
―Espero que sea positivo ―responde sonriendo.
Arrugo las cejas.
―Cuando tuvimos la charla el mes pasado, prácticamente tuve que
rogarte para que tuvieras hijos.
―Cambié de opinión ―murmura, acercándose a mí y colocándome un
rizo detrás de la oreja―. Quiero tener hijos contigo, y los quiero ahora.
Me empujo contra su pecho juguetonamente.
―Bueno, personalmente, preferiría esperar hasta después de casarnos.
―Estamos casados, mariposa.
―Ya sabes lo que quiero decir, hemos hecho las cosas tan
desordenadas...
―¿Y? ―Sus ojos brillan de felicidad―. ¿A quién demonios le importa?
―Miles... ―Me tiembla la voz.
―¿Qué dice la prueba, Estelle? ―pregunta, señalando con la cabeza
hacia el mostrador.
Me separo de él y me acerco, recogiendo el palo blanco.
Y luego lo tiro al otro lado del baño.
―No ―digo rápidamente, tapándome la boca―. Dame otro. Ese está
defectuoso.
Miles toma la prueba y se le queda viendo unos segundos. Me tiemblan
las manos y el corazón me late dentro del pecho.
―Dos líneas es bueno, ¿no? ―pregunta, mirándome con esa misma
maldita expresión reverente que me hace sentir que el corazón se me va a
partir por la mitad.
Lo fulmino con la mirada.
―¡Dos líneas significan que estoy jodidamente embarazada, Miles!
¡Quince meses antes de nuestra boda! Una semana antes del lanzamiento
de VeRue, y, y mierda esto no es como se suponía que iba a pasar, y mierda
tenemos entradas para Taylor Swift para el próximo verano, y no puedo
traer un bebé, y oh, Dios, cuál es el punto de los anticonceptivos si van a
fallar cuando necesitas que tengan éxito.
Miles está delante de mí y parece muy, muy feliz. Jadeo, mi pecho sube
y baja, y un millón de pensamientos se agolpan en mi mente mientras el
pánico empieza a instalarse en lo más profundo de mi pecho. El estómago
se me revuelve de nervios, retorciéndose y tambaleándose. Miles levanta
la mano y me agarra la barbilla con el pulgar y el índice. Es agradable, a
pesar de mis rodillas débiles y mis piernas temblorosas.
―Estelle, cálmate…
―Creo que voy a vomitar.
Y luego expulso todo sobre sus mocasines Dior.

Un par de horas más tarde, una vez que he conseguido que Estelle se
calme lo suficiente para dormir, salgo de nuestra cama y me dirijo a la
ventana. Son casi las tres de la madrugada, y pienso en la última vez que
estuve inquieto a las tres de la mañana en París. Veo a Estelle, que está
acurrucada en posición fetal, con los rizos rubios desenfrenados alrededor
de la cara, y no puedo evitar sentir un tirón de emoción en lo más
profundo de mí. Pienso en lo cautivadora que se veía aquella noche en la
fuente, y cuánto llegué a desearla. Mierda, la amo tanto que estoy
deseando tener hijos con ella.
Nunca consideré tener hijos propios. No después de experimentar el
espectáculo de mierda de Charles Ravage, pero con Estelle, no puedo
imaginar no compartir el amor que siento por ella. No puedo imaginar no
experimentar esto con ella.
Y sí, estamos haciendo las cosas fuera de orden, pero eso está bien.
En cierto modo... tener un bebé en nuestra boda de alguna manera se
siente perfecto. Como si siempre hubiera estado destinado a ser.
Y sé que entrará en razón. Sé que quiere hijos.
Sonrío cuando pienso en lo enferma que estaba hace dos semanas, en
nuestra segunda noche en México. Fuimos todos a una cena elegante para
celebrar que Zoe cumplía dieciocho años. Liam estaba de un humor
extraño, hosco y demasiado sobreprotector con Zoe. La acompañaban dos
de sus amigas íntimas, malas influencias, según él, y había una especie de
juego de poder entre ellas. Estelle y yo nos tomamos demasiadas
margaritas antes de cenar y durante la cena, y luego ella acabó enferma
toda la noche por algo que comimos.
Pero la noche siguiente...
Liam se encerró, Zoe y sus amigas estaban de juerga por la ciudad, y
Estelle y yo aprovechamos nuestra villa privada sobre el agua. No estoy
seguro de lo que me pasó, pero fue una noche que nunca olvidaré.
Cinco putas veces.
Sonrío con pesar, vuelvo a la cama y me acurruco contra Estelle,
hundiendo la nariz en sus rizos. Así que no son imaginaciones mías.
Últimamente huele diferente porque está embarazada. Mi polla se
endurece al oler sus nuevas hormonas.
―No ―ella gime―. Estoy cansada. Guarda esa cosa.
Me río entre dientes.
―¿Te desperté? ―pregunto.
―No. No puedo dormir. ―Se gira para mirarme y, aunque el
dormitorio está a oscuras, veo la preocupación grabada en su expresión―.
¿Y si...? ―se interrumpe, mordiéndose el labio inferior―. ¿Y si no soy una
buena mamá?
―¿De verdad te preocupa? ―pregunto, poniéndole la mano en el bajo
vientre, justo donde está creciendo nuestro bebé.
Nuestro bebé.
Se encoge de hombros suavemente.
―No lo sé. Yo no tuve una. No... no estoy segura de cómo hacerlo
―dice, con la voz agitada por la emoción.
Tomo su mano y me la llevo a los labios.
―Yo no tuve precisamente el mejor papá ―le digo con dulzura―.
Podemos solucionarlo. Juntos. ¿De acuerdo?
Traga saliva y coloca su mano sobre la mía.
―Ya quiero tanto a este pequeño bebé ―susurra.
Aprieto los ojos y la atraigo hacia mí.
―Yo también, mariposa. Yo también.
―¿De verdad vamos a hacer esto? ―me pregunta, acurrucando su cara
contra mi cuello.
―De verdad vamos a hacerlo ―le digo.
―¿Incluso si mis hormonas se vuelven locas?
―Especialmente si tus hormonas se vuelven locas. Ese pequeño ataque
de antes fue divertidísimo de ver.
Ella gime.
―Muy gracioso. ―Se queda callada, y prácticamente puedo oír las
ruedas girando―. ¿Incluso si esto me causa un episodio realmente malo?
Trago saliva.
―Me aseguraré de que mis manos estén calientes para los masajes en
la espalda.
―¿Qué pasa sí… oh, Dios… mi vestido de novia, Miles.
Suelto una carcajada.
―¿Qué hay de eso?
―Bueno, probablemente voy a engordar y entonces mis pechos serán
del tamaño de melones si doy pecho....
Gimo, apretando sus caderas.
―Dios, espero que tus pechos sean del tamaño de melones.
―¡Hablo en serio, Miles! El vestido está ordenado, y si no me queda...
―Es bueno que te ganes la vida haciendo ropa ―me rio.
Se queda callada mientras lo considera.
―Sí, supongo que tienes razón.
―¿Algo más? ―murmuro, con voz soñolienta.
―Si es un niño, ¿crees que tendrá tu actitud gruñona?
―Cuidado, esposa ―le advierto.
Su risa se convierte en silenciosa contemplación y, unos minutos
después, ronca suavemente contra mi cuerpo. Busco sus brazos y
encuentro sus manos enredadas en mi camiseta. Se me hace un nudo en
la garganta de la emoción cuando beso su frente, pensando en todo lo que
hemos superado y en todo lo que aún está por venir.
Para bien o para mal...
Para siempre.
epílogo extra
la noche de las cinco veces

Hace dos semanas. Ensenada, México.

―Cariño, ¿viste mi reloj? ―pregunto, con los ojos escrutando la


habitación del resort donde nos alojamos.
―¿Quieres decir... mi reloj? ―me pregunta Miles, entrando en el
dormitorio mientras se ajusta los gemelos.
―Vas a hervir con ese traje ―le contesto, acercándome a él y pasando
la mano por su corbata amarilla brillante. Se la regalé hace unas semanas,
porque tenía un surtido de corbatas de colores hechas de seda de la mejor
calidad. Me gustó la idea de ir a juego con él, y esta noche llevo un vestido
amarillo brillante.
―Creo que me dijiste que iba a hervir la primera noche que nos
conocimos. ¿Te acuerdas? ―Se inclina y me besa la frente, y luego sus
manos se acercan a mi muñeca, deslizando lentamente su reloj sobre mi
mano derecha.
―Me acuerdo. Aquella noche llevabas un traje estirado y ahora, cuando
estamos en México, llevas otro traje estirado ―me quejo.
―Te gustan mis trajes ―me reprende, sonriendo mientras da un paso
atrás para admirar su reloj en mi muñeca.
―Lo sé, pero estamos de vacaciones. ¿Te mataría ponerte una camisa
de lino o incluso...? ―Finjo un grito ahogado―. ¿Jeans?
Con el ceño fruncido, se ajusta los gemelos y sacude los brazos. Por
mucho que me burle y finja quejarme, no puedo culpar al hombre por
llevar traje. Porque Miles Ravage viste increíblemente sus trajes. El que
eligió para esta noche es, a su favor, un traje gris claro de Tom Ford con
líneas perfectamente trazadas y solapas de muesca. Le sienta bien, y el
amarillo de la corbata hace que sus ojos verdes parezcan casi amarillos.
―¿Qué son los jeans? ―bromea.
Justo cuando abro la boca para replicar, suena un golpe seco en la
puerta. Miles se acerca a abrir y yo tomo mis pendientes antes de
acercarme a la puerta para ver quién es.
―... es como si yo no hubiera sido su tutor legal durante tres putos años
―dice Liam, con cara de enojo.
―¿Todo bien? ―pregunto, viendo entre los hermanos mientras me
pongo el primer pendiente en la oreja.
Miles sonríe satisfecho.
―Liam tiene problemas para controlar a su pupila.
Arrugo las cejas.
―¿Qué quieres decir con controlarla? ―pregunto, enganchándome el
segundo pendiente en la oreja.
Liam ve fijamente a Miles antes de girarse hacia mí.
―Es... complicado. Con Zoe, quiero decir.
―Hoy cumple dieciocho años, ¿verdad? ―Liam asiente y hace un gesto
de dolor―-. Sí. Bueno, por desgracia, tu jurisdicción sobre ella terminó
anoche a la medianoche.
―No debiste decir eso ―tose Miles, negándome con la cabeza.
Sonrío.
―Oh, ya veo. ¿Te estás volviendo muy protector con ella? ―pregunto,
cruzándome de brazos.
Liam frunce el ceño.
―Por supuesto que soy protector con ella. Esas amigas suyas son unas
irresponsables. En este momento está tomando chupitos en el bar de abajo
―añade―. Zoe es lista. Es más lista que esto. Estudiante de sobresalientes,
nunca se droga, nunca bebe... hasta esta noche, por lo visto. Es una buena
chica.
―Mmm ―murmuro, entrecerrando los ojos―. Bueno, incluso a las
buenas chicas les gusta divertirse a veces, Liam.
Tengo que intentar no reírme cuando Liam aprieta los labios. Parece a
punto de estallar y suelta una bocanada de aire furioso.
―Sabía que este viaje iba a ser una idea terrible ―dice pasándose una
mano por la cara.
―¿Qué tal si Estelle y yo bajamos y la vigilamos? ¿La cena es en treinta
minutos? ¿Qué tan borracha podría estar en treinta minutos?

Al día siguiente

―Mi cabeza. ―Me revuelvo en la cama para abrazar a mi mujer, pero


descubro que el otro lado de la cama está vacío y frío al tacto. Me
incorporo tan rápido como me lo permite mi cuerpo resacoso, veo hacia
abajo y me doy cuenta de que aún llevo puesto el traje y la corbata
amarilla. Cuando llego al baño, encuentro a Estelle dormida, con los
brazos alrededor del inodoro y la cabeza apoyada en el asiento.
»Estelle ―digo, agachándome.
Se vuelve y abre los ojos antes de vomitar. Me agacho detrás de ella y
le sujeto los rizos mientras vacía el estómago.
―No volveré a comer tacos de pescado ―gime al terminar, tirando de
la cadena.
La ayudo a levantarse, la acompaño a la ducha y la enciendo.
―¿Has estado enferma toda la noche? ―le pregunto, entrecerrando los
ojos cuando enciende la luz.
―Sí ―gime, frunciendo el ceño. Levantándole los brazos, me acerco a
ella y le quito el vestido―. Pero estuviste conmigo toda la noche.
―¿Ah, sí? ―pregunto, sintiéndome culpable por no recordarlo.
Ella sonríe suavemente.
―Sí. Aunque en un momento dado te quedaste dormido en el suelo, así
que te obligué a acostarte.
Me río.
―Siento haberte abandonado.
―Es mejor que no lo hayas presenciado ―ríe entre dientes, quitándose
la ropa interior y el sujetador antes de meterse en la ducha. Me meto tras
ella una vez que me he quitado toda la ropa y la ayudo a lavarse
lentamente. Cuando acabamos, se ve sonrosada y fresca.
»Mucho mejor ―refunfuña, tomando una de las batas blancas del resort
y envolviéndose con ella.
La observo mientras se cepilla los dientes y se peina los rizos.
Nunca me cansaré de ver a mi esposa haciendo incluso cosas mundanas
y cotidianas. Desde el primer día, me ha fascinado.
Esa fascinación se convirtió en el mejor tipo de amor, el tipo de amor
que nunca me había permitido sentir antes de conocerla.
―Bien, ahora que volvemos a sentirnos medio humanos, deberíamos ir
a ver cómo están Zoe y Liam ―dice Estelle, guardando el cepillo.
Tarareo en señal de acuerdo.
―Sí, es verdad, pero... ―Suelto la toalla y me quedo delante de ella,
completamente desnudo.
Se ríe.
―Espero. Necesito rehidratarme y posiblemente echarme otra siesta
antes de ir ahí.
Sonrío mientras me envuelvo en una bata.
―Bien. Esta noche toca.
―Bien ―dice ella, sonriendo―. Si te portas bien, quizá podamos
hacerlo más de una vez.
Un gruñido grave escapa de mis labios.
―Eres una provocadora, mariposa.
Cuando la atraigo para besarla, suena mi teléfono en el dormitorio. Me
alejo de Estelle de mala gana y entro en el dormitorio. Mis cejas se fruncen
cuando veo que es Liam quien llama.
―¿Estás bien? ―le pregunto, sentándome en la cama.
―Oh, sí. ¿Estás vivo? ―pregunta.
―No he tenido esta resaca en al menos una década.
―Estoy seguro. Entre tú, Stella, Zoe, y sus amigas rapscallion8, Creo
que México se quedó sin tequila.
Resoplando, me acuesto en la cama.
―Suena bastante bien. Además, ¿quién dice rapscallion? Dime que eres
un escritor pretencioso sin decírmelo.
―Vete a la mierda, hermanito. Yo no soy el que bailó sobre una mesa.
Me incorporo justo cuando Estelle entra en la habitación.
―No lo hice ―gruño, pulsando el botón del altavoz mientras ella viene
a sentarse a mi lado.
Liam se ríe.
―Lo hiciste, y fue idea de Stella. He oído que también hubo una
interpretación muy conmovedora de Cotton Eye Joe.
Estelle ladea la cabeza confundida.
―¿Qué es Cotton Eye Joe? ¿Es ese baile de granero que hacías mientras
estabas en la mesa?

8 Sinvergüenzas.
Liam se ríe a carcajadas y yo frunzo el ceño viendo el teléfono.
―Muy gracioso.
―Como sea, la razón por la que llamé es para darte las gracias. Sé que
estábamos todos muy borrachos, y puede que haya... dicho algunas cosas.
Sobre Zoe.
―¿Cosas? ¿Como qué?
Liam hace un ruido incómodo en el otro extremo.
―Mmm. Si no te acuerdas, creo que es lo mejor.
―Maldita sea, Liam. No nos dejes colgados ―dice Estelle.
Frunzo el ceño ante el teléfono mientras digiero las palabras de mi
hermano.
―Sí, no nos dejes colgados.
―No es nada, solo estaba enojado y actuando de forma
sobreprotectora.
―¿Qué dijiste? ―vuelvo a preguntar, intentando que no se me borre la
sonrisa de la cara.
―De ninguna manera te lo voy a decir. Va a ir a bailar esta noche, y ya
le dije que voy a ir con ella.
Me quedo con la boca abierta.
―¿Vas a ir con ella? ¿Porque eres su... tutor?
El silencio de Liam me lo dice todo.
―Oh, Dios ―dice Estelle, tapándose la boca con las manos―. Liam, tú
sucio sinvergüenza. ¿Te gusta Zoe?
―¿Qué? No. Es… no. No es así.
―Claro. Bueno, diviértete con eso esta noche ―le digo.
―Gracias.
―Seguro que nada puede salir mal ―añade Estelle, sonriendo y dando
saltitos en la cama―. Oh, Dios, esto es como una canción de Taylor Swift.
―Agradezco el apoyo ―gruñe Liam.
Una vez que cuelga, me giro para ver a mi mujer.
―Eso fue extraño.
―¿Lo fue? Quiero decir... ahora es adulta.
Suspiro, volviendo a acostarme en la cama y jalándola hacia abajo junto
a mí.
―Sí, pero apenas.
―¿Y? Tú eres ocho años mayor que yo. Prácticamente un viejo. ―Se
sube encima de mí para quedar a horcajadas.
―¿Sí?
Torciendo los labios hacia un lado, se sienta encima de mi polla ya dura.
―Sí, pero está bien. Me gusta.
La volteo de repente para que quede debajo de mí, y luego envuelvo
sus piernas alrededor de mi cintura.
―¿Quieres apostar, esposa?
―Oooh, ¿qué apostamos?
―Bueno ―murmuro, acercando la nariz a su cuello―. Supongo que
tengo que demostrarte que aún lo tengo. ¿Qué mejor manera de hacerlo
que follarte hasta dejarte sin sentido?
―Ya me follas sin sentido la mayoría de los días.
―Cierto. ―Le meto la lengua por debajo de la oreja y gime―. Pero
¿alguna vez te he follado cinco veces seguidas?
―¿Cinco? ―chilla―. Estás loco.
―Una por cada mes que llevamos juntos ―añado, más suave ahora.
Ella se derrite en mi tacto.
―Oh. Bueno, eso es realmente muy romántico.
Antes de dejarme llevar, me separo de ella y me bajo de la cama.
―Pero primero... deberíamos comer algo. Son casi las tres de la tarde.
Después de terminar nuestras quesadillas -los tacos están descartados,
obviamente-, damos un paseo al atardecer por la playa, justo fuera de
nuestra villa. En un momento dado, veo a Liam y a Zoe discutiendo fuera
de su villa, y cuando ella se marcha con sus dos amigas, Liam cierra de un
portazo la puerta de su habitación.
―¿Crees que estarán bien? ―le pregunto mientras caminamos de la
mano por la arena.
―Creo que los próximos meses van a ser interesantes para mi hermano
―dice Miles, lo que despierta mi interés.
―¿Por qué?
Miles se encoge de hombros.
―Liam es muy... voluble. Se parece mucho a Chase. Muy protector,
muy apasionado, muy... posesivo.
―Sí, pero Chase está bien...
―Sí, pero creo que Liam podría ser peor. Siempre he comparado a
Chase con un dragón protegiendo su tesoro. En su caso, su tesoro era
Juliet. Alejó esa idea durante años hasta que se quebró, pero con Liam ...
él va a luchar contra esto en cada paso del camino. No va a permitir que
se quiebre. Jamás. Elias –el papá de Zoe-, era su mejor amigo. Querrá
hacer lo correcto por él.
―¿Y?
Veo la arena con el ceño fruncido mientras caminamos de vuelta al
resort.
―Y... creo que Liam va a tener un duro despertar.
Se queda callada el resto del camino de vuelta al hotel y, cuando
llegamos a la habitación, cierro la puerta. Cuando me volteo hacia Estelle,
está al otro lado de la habitación con una sonrisa tímida en los labios
pintados de rojo.
―Bueno, ya que no tenemos otros planes esta noche…
―Quítate el vestido ―le digo, desabrochándome despacio la camisa.
Sonriendo, se agarra el dobladillo de su vestido corto de color
mandarina y se lo pasa por encima de la cabeza.
Se me seca la boca cuando me doy cuenta de que no lleva nada debajo,
y mi mano se detiene en el tercer botón mientras contemplo el cuerpo
desnudo de mi mujer.
―Ven aquí.
Lentamente, vuelve a acercarse a mí, luciendo una sonrisa pícara y
pecaminosa.
―¿Te gusta la idea de que no lleve bragas?
Antes de que pueda terminar la frase, la agarro y la hago girar para que
apoye la espalda contra la puerta del hotel. Me abro la cremallera con
rapidez y me saco la polla.
―Miles…
Mis manos rozan los redondos globos de su trasero y luego la levanto
por los muslos, apretándola contra la puerta.
―¿Lista para el primer round?
No espero a que responda para alinear mi polla contra su húmedo coño,
presionándola lentamente.
Sisea y echa la cabeza hacia atrás hasta chocar con la puerta. Le acaricio
la cabeza con una mano y, mientras lleno su estrecho agujero hasta tocar
fondo, los dos soltamos gemidos embriagadores.
―Sí, Miles ―susurra, cerrando los ojos.
―Abre los ojos ―le ordeno, apretándole el cabello y saliendo de ella
justo cuando abre los ojos. El agudo escozor de mis dedos jalando sus
rizos hace que abra los ojos, y no los aparto de ella mientras la penetro.
Bruscamente.
―Dios, Miles ―gime, mordiéndose el labio inferior.
La puerta cruje con cada empujón y, follar su coño se siente divino.
Siempre es así. Como si hubiera sido moldeado solo para mí.
―Quiero que grites, mariposa. Quiero que todos en este resort sepan lo
mucho que amas mi polla.
Ella deja escapar un gemido gutural.
―Amo tu polla.
―Más fuerte.
―Amo tu polla ―medio grita, medio jadea―. Tú, idiota insufrible
―añade en voz baja, sonriendo juguetonamente.
Ladeo la cabeza cuando muevo la mano que tiene en el cabello para
rodearle el cuello.
―Solo por eso ―advierto, apretando con fuerza su delicado cuello.
Cuando mis dedos se cierran sobre su suave piel, su coño contrae mi
polla y sé que está a punto de correrse.
―Mi pequeña ramera de esposa ama cuando la ahogo, ¿verdad?
―siseo, follándola con más fuerza.
Me la estoy follando tan fuerte que la puerta hace un ligero crujido.
―¡Sí, sí, mierda, sí! ―grita.
Mi pulgar se acerca a su clítoris y lo aprieto justo cuando llega al límite,
con su coño apretándome como una prensa. Su orgasmo me empapa los
pantalones y me estimula, suelto un fuerte rugido y me corro. Mi polla
palpita dentro de ella mientras disminuyo la velocidad de mis embestidas
y, para cuando termino, me ve con las pupilas oscurecidas.
―Uno ―dice en voz baja.
Sonrío mientras la bajo lentamente.
―A la cama, y no te atrevas a dejar que nada de ese semen salga de tu
perfecto y pequeño coño, esposa.
La sigo hasta el dormitorio y se queda de pie al borde de la cama. Me
doy cuenta de que está haciendo todo lo posible por retener mi semen
dentro de ella, porque tiene los muslos apretados.
―¿Dónde me quieres? ―me pregunta.
―A gatas.
Hace lo que le digo y paso los siguientes minutos de rodillas,
comiéndomela por detrás. Se corre en mi lengua, pero sé que necesita más.
La monto y me deslizo por su húmeda abertura. Los dos nos corremos un
par de minutos después, y casi me derrumbo encima de ella. Todavía oigo
el eco de sus gritos rebotando en las paredes del dormitorio y me
pregunto si estaremos molestando a nuestro vecino.
―Miles ―dice lentamente, cayendo sobre su espalda―. Necesito un
descanso.
―Ve al baño ―le digo, dejándome caer a su lado―. Y luego vuelve.
Podemos acurrucarnos.
Eso es exactamente lo que hacemos, hasta que mi polla se me vuelve a
poner dura diez minutos después.
―Estás bromeando ―se ríe, haciendo círculos con sus caderas contra
mi cuerpo.
La jalo más cerca mientras beso su cuello.
―Te prometí cinco veces, ¿no?
Antes de que pueda responder, levanto una de sus piernas y dirijo mi
polla hacia su coño desde atrás. Mientras la masturbo, ella gime y yo me
deleito con su tacto aterciopelado. No puedo verle la cara, pero por su
respiración entrecortada me doy cuenta de que está disfrutando. Cuando
mis dientes rozan su cuello, se estremece. Le paso los dedos por encima
de las caderas y se los pongo en el clítoris hinchado, aprovechando
nuestros jugos combinados.
―Me encanta follarte ―le digo, moviendo mis caderas contra ella cada
vez más fuerte y más rápido.
―Sí ―gime.
―Sé una buena chica y córrete en mi polla, Estelle. Quiero ver cuánto
semen puedes sacarme esta noche.
Gimiendo, mueve las caderas y yo le bajo la pierna levantada mientras
le muerdo el cuello.
―Cuando te follo así, es tan jodidamente apretado y suave ―le digo,
con la voz entrecortada―. Me dan ganas de tener mi polla dentro de ti
toda la noche.
―Entonces hazlo ―se burla, contrayéndose a mi alrededor a propósito.
Mierda, la forma en que está dispuesta a dejarme probar cosas, la forma
en que responde a mis palabras sucias...
Froto su clítoris más deprisa, con suavidad, pero sabiendo exactamente
el movimiento y la presión para que se corra rápidamente.
―Miles ―grita antes de aferrarse a mí.
―Mierda, sí, esposa ―gruño mientras mi polla se pone más dura―.
Eso es, apriétame...
Mis palabras se entrecortan cuando gimo con la polla pulsando dentro
de ella con más semen.
No hay nada que se compare con correrme al mismo tiempo que Estelle.
―Maldita sea ―susurra, respirando agitadamente―. Realmente
necesito un descanso ahora, Miles.
Tarareo mientras la atraigo con fuerza hacia mí, dejando mi polla
dentro de ella.
―Está bien, pero mantendré mi polla dentro de ti.
Ella se ríe.
―Bien.
La sensación de ligereza al correrme tantas veces seguidas hace que mis
ojos se cierren casi de inmediato y, antes de darme cuenta, los dos estamos
profundamente dormidos.

Me despierto justo cuando la polla de Miles se desliza fuera de mí,


seguida de su semilla. Bueno, esa es una... sensación extraña. Está
profundamente dormido detrás de mí y salgo de la cama en silencio para
ir al baño. Cuando termino, me tomo la píldora anticonceptiva, aunque
unas horas más tarde de lo normal. Estoy segura de que está bien...
Después de beberme casi dos vasos de agua, veo el celular, y mis cejas
se levantan cuando la primera foto que aparece en Instagram es de Zoe
bailando con un tipo cualquiera. Le echo un vistazo a la hora en que se
publicó, hace más de una hora. Son casi las once.
Sonriendo, me pregunto cómo lo habrá afrontado Liam.
Justo cuando dejo el teléfono en la encimera del baño, oigo a Miles abrir
la puerta del baño.
―Aquí estás ―murmura, caminando hacia mí tan desnudo como
puede estar.
Parece... feliz. Saciado. Contento. Mi corazón se aprieta cuando mis ojos
recorren su cuerpo, observando sus cicatrices, sus músculos y el tatuaje
que se hizo el mes pasado.
Una pequeña mariposa de colores justo en medio del pecho.
A veces es difícil reconciliar al hombre que tengo delante con el que
solía ignorarme. El hombre que apenas sonreía en la mesa. El hombre que
se negaba a creer que alguien pudiera amarlo. Me rompe el corazón
pensar que pasó más de veinte años creyendo que no era lo bastante
bueno. Que nunca se permitió enamorarse por miedo a lo que pudieran
pensar de sus cicatrices. Ahora es tan diferente, al menos conmigo. Es
ingenioso, siempre iguala mis púas sin esfuerzo. Se preocupa por mí,
profunda y descaradamente. También se siente más cómodo consigo
mismo.
Además de todo esto, Ravage Consulting Firm está prosperando.
Puede que yo haya tenido algo que ver en su éxito, pero Miles (y Chase)
han trabajado muy duro durante mucho tiempo, y por fin está dando sus
frutos.
Por no mencionar que mi línea de ropa se estrena el mes que viene.
Todo ha sido un torbellino.
Un torbellino tan feliz e inesperado.
Cuando Miles se acerca por detrás, gimo cuando su erección me
presiona la espalda. No bromeaba antes, y todo mi cuerpo se estremece
de placer cuando sus manos callosas recorren los costados de mi cuerpo.
―Eres tan jodidamente sexy ―murmura, besándome la parte superior
de la cabeza.
―Mmm ―tarareo, echándome hacia atrás para que mi cabeza descanse
sobre su pecho.
―Míranos ―añade apretando mi cabello en su puño y obligándome a
mirar en el espejo que tenemos delante―. Mira cómo se te sonroja el
pecho cada vez que te beso, mira cómo se te entrecierran los ojos de
excitación cada vez que te toco, mira cuan jodidamente dura me la pones
cada puto día ―termina, girándose para que pueda ver lo excitado que
está.
Cuando termina de elogiarme, estoy casi jadeando.
―Inclínate. ―Su palma se acerca a mi espalda y me empuja hacia
adelante sobre la encimera del baño. Mi cuerpo se dobla y su pierna me
separa las rodillas―. Eso es ―ronronea, rodeándome el cuello con una
mano y alineando su polla con mi entrada con la otra.
Dios, cuando hace eso... orgasmo instantáneo.
―Miles ―le suplico, empujando contra su cuerpo y demostrándole lo
mucho que lo necesito.
―Míranos ―dice con la voz rasposa antes de penetrarme de golpe.
Y... mierda.
Nunca superaré la sensación de él empalándome con su polla. La forma
en que me aprieto a su alrededor. La forma en que gime una vez que está
completamente dentro de mí, y la forma en que siempre puedo sentir su
cuerpo temblar ligeramente cada vez que lo hace.
Me encanta lo mucho que le afecto.
Y me encanta verlo en el espejo.
Me ve y me pasa las manos por el trasero y la espalda, que están al
descubierto, mientras se sale despacio antes de mover las caderas hacia
adelante. Gimo y mis uñas rozan la encimera de mármol. Cuando le dije
lo que me gustaba, y cómo me gustaba... se puso con ello. La asfixia, las
fuertes embestidas, la forma en que sus dedos se deslizan sobre mi
sensible clítoris...
Grito cuando me penetra de nuevo, y mis ojos no se apartan del reflejo
de su rostro.
De repente, sus ojos encuentran los míos en el espejo y sonríe.
Dios, esa sonrisa podría ganar elecciones. Podría salvar el mundo. Todas las
mujeres, en todas partes, caerían de rodillas si Miles Ravage les sonriera así.
Y es mío.
Mío.
―Más duro ―gimo.
Sus ojos son más oscuros, casi de color esmeralda, y me rodea el cuello
con más fuerza. La encimera se me clava en el estómago y, con cada
penetración, el espejo que tenemos encima tiembla, pero no me importa.
Me hormiguea todo el cuerpo con un orgasmo inminente y sus dedos
sobre mi clítoris se aceleran al ritmo perfecto. Oigo cómo follamos, lo
excitada que estoy, y me vuelvo loca.
Él me vuelve loca.
―Mierda, Estelle ―dice, con la voz irregular―. Tu coño está tan
jodidamente mojado para mí.
―Miles, mierda, voy a...
Su mano me aprieta el cuello lo suficiente para marearme un poco antes
de que me invada el orgasmo. Me convulsiono y la excitación me gotea
por las piernas, salpicando el suelo. Miles gruñe detrás de mí y se queda
quieto mientras su polla bombea en mi interior, y jadeo mientras un
segundo orgasmo me recorre lenta y tortuosamente.
Gimo, estremeciéndome y con las rodillas temblorosas, solo sostenida
por la mano de Miles alrededor de mi cuello y la encimera sobre la que
estoy inclinada. Las olas disminuyen y estoy casi empapada de sudor
cuando Miles me suelta y se inclina para besarme la nuca.
―Mi perfecta esposa ―murmura, acercando las manos a un lado de
mis pechos, amasándolos ahí.
―Estoy agotada, cariño ―le digo sinceramente mientras me pongo en
pie.
―¿Seguro que te queda un orgasmo para mí? ―me pregunta mientras
nuestros ojos se clavan en el espejo―. ¿Por favor?
Soy un desastre: cabello alborotado, mejillas sonrojadas, cuerpo
tembloroso...
No tiene que pedírmelo dos veces.
Le daría todo lo que quisiera.
―¿Una ducha? ―sugiero.
Me sonríe en el reflejo y yo le devuelvo la sonrisa mientras sus manos
me rodean posesivamente.
No, nunca podría haber predicho esto.
Nunca hubiera imaginado que él fuera capaz de tanto amor.
Porque Miles me ama con todo su corazón, y lleva sus sentimientos en
la manga, a pesar de mantener sus emociones tan guardadas al principio.
No se contiene.
―Una ducha ―concede.
Una vez dentro de la gran ducha, me lava de nuevo, algo que parece
encantarle hacer. Me pasa la mano enjabonada por los pechos, suelta un
gruñido y su polla choca con mi cadera.
Su ya dura polla.
―Eres incorregible ―musito, sonriendo mientras sus manos me
enjabonan el cuello antes de volver a los pechos.
―No puedo evitarlo ―responde sonriendo.
Y entonces me giro para besarlo, porque de repente me siento
abrumada por su amor. Su dedicación. Su afecto puro.
Gimiendo, me empuja contra la pared de la ducha y me levanta
rápidamente mientras le rodeo la cintura con las piernas. Sé que es su
postura favorita, sé que le encanta follarme contra cualquier pared. Jadeo
y siseo al sentir el agudo escozor de la penetración. Nunca hemos follado
tanto, y sé que voy a estar adolorida durante varios días.
―Mariposa ―murmura, yendo despacio―. Lo estás haciendo muy
bien, tomándome la polla tan perfectamente toda la noche.
Si pudiera embotellar sus elogios...
―¿Cómo es que siempre te sales con la tuya? ―pregunto, jadeando
cuando su pulgar se acerca a mi capullo hinchado y sobreexplotado, pero
no lo mueve, deja que el ritmo de sus lentos empujones me proporcione
la suave fricción que tanto ansío ahora.
¿Cómo es que siempre parece saber lo que necesito en la cama?
―Te prometí cinco veces ―murmura besándome el cuello―. Y siempre
cumplo mis promesas.
Sí, lo hace.
Gimo cuando sus dientes me rozan la clavícula.
―Sigue haciéndolo ―le suplico, rodeándole el cuello con los brazos
para que estemos presionados.
Amo la sensación de su pecho desnudo contra el mío.
Me chupa la piel, y su lengua roza mi pulso mientras sigue
penetrándome lentamente.
―Córrete para mí, esposa ―dice en mi cuello―. Mierda, te amo tanto.
El orgasmo me desborda y cierro los ojos. Miles se corre un segundo
después, mordiéndome el cuello mientras se vacía dentro de mí. Todavía
tengo los dedos de los pies enroscados cuando bajo del orgasmo y él me
deja suavemente en el suelo de la ducha.
―Cinco veces ―murmuro, de repente tan cansada.
―Cinco veces ―sonríe, ayudándome a limpiar el desastre entre mis
muslos.
Y cuando acabamos de asearnos, me envuelve en una toalla grande y
esponjosa antes de llevarme al dormitorio. Me obliga a ir al baño y a beber
un vaso de agua, y me ayuda a ponerme el pijama de seda. Después de
ponerse un pantalón de pijama y apagar las luces, su cuerpo se envuelve
sobre el mío bajo nuestro ligero edredón.
―No puedo esperar ―dice contra mi nuca.
―¿No puedes esperar a qué, cariño? ―le pregunto, sintiendo que el
sueño empieza a tirar de mí.
―Todo. Todo esto. Mi futuro contigo.
Sonrío mientras me acurruco aún más contra él, y sus brazos me
envuelven con fuerza.
―Nuestro año termina en unos meses ―me rio.
Tararea divertido.
―No. Lo siento. Nunca te dejaré ir ahora.
―Al diablo el contrato ―añado, bostezando―. Te amo.
―Yo te amo más. Hasta que la muerte nos separe, mariposa ―me dice
en voz baja, mientras ambos caemos en un sueño profundo y reparador.
siguiente libro

Ravaged Castle, #3.

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