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DIAGRAMADO POR DISV

Índice
Sinopsis
Parte Uno
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Parte Dos
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidós
Capítulo Veintitrés
Parte Tres
Capítulo Veinticuatro
Capítulo Veinticinco
Capítulo Veintiséis
Capítulo Veintisiete
Capítulo Veintiocho
Epílogo
Próximo Libro
Sobre la Autora
Sinopsis

River Andrews.
Llámame Cenicienta. Soy la historia de la pobreza a la riqueza, la chica
del parque de remolques se convierte en estrella de Hollywood. Y estoy a
punto de conseguir mis felices para siempre.
Eso es, hasta que entro a mi casa, tres horas antes de mi boda, para
encontrar a mi novio estrella de rock metiendo su p***a en la garganta de
mi hermana.
Con cámaras detrás de mí, filmando.
Estoy huyendo de todo el asunto humillante.
No estoy preparada para correr directamente a él, Elias Saint.
Es completamente erróneo para mí, dañado, sucio, y exigente.
Pero en cuanto me toca, no puedo alejarme.

Elias Saint.
Algunas personas llevan sus heridas en el interior. Cada j***do paso
que doy, me recuerda la mía.
Perdí mi pierna en Afganistán. Desde entonces, simplemente he estado
perdido.
Ahora volveré a West Bend, Colorado, el lugar del que mis hermanos y
yo huimos como el infierno para escapar.
Y ella ha pedido un aventón, River Andrews.
Una j***da estrella de cine.
Este no es un cuento de hadas. No existen los finales felices. Y no soy
un j***do príncipe azul.
Pero, por ella, hay una posibilidad de que pueda serlo.
Parte Uno
"Todo el mundo es un escenario, Y todos los hombres y mujeres meros actores".

―Shakespeare, Como gustéis.


Capítulo Uno
River
¿Estás bromeando? ―Mi voz sonaba estridente a mis oídos, este raro
sonido agudo no sonaba como yo. Quería estrangular a la niña a la que le
pertenecía esa voz. Sonaba como una perra, desesperada.
Esta no era yo. Esta no era la persona en la que me había convertido.
River nombró. Ni siquiera trató de sacar la polla de la boca de la chica.
Mierda, ella ni siquiera paró de chuparlo.
No podía ver su rostro. Su cabello rubio le caía sobre los hombros y
espalda. Estaba delgada bajo el vestido que llevaba puesto, que debería
haber abrazado sus curvas.
El vestido que llevaba era mío.
Podía verle la columna en el medio de la espalda.
Estaba demasiado flaca.
Le había dicho un millón de veces que tenía que comer más. Pero
siempre se privaba de algo. Decía que era su metabolismo rápido, pero
subsistía con galletas saladas y refresco de dieta. Eso la iba a matar con el
tiempo.
Mi hermana nunca había sido una persona que me escuchara. Era una
modelo, lo había sido desde que tenía quince años. Primero fue catálogos;
entonces consiguió su primera sesión en una revista, ahora hacía pasarelas.
Era famosa.
Éramos famosas.
Estaba a punto de ser más famosa, la comprensión me golpeó mientras
estaba allí de pie. Estaba a punto de ser famosa por esto. Nada más. Esto.
Estaría en los tabloides mañana. Los tabloides amaban las historias
obscenas, familias destrozadas por el drama. Y sin duda, esto era obsceno.
Era como si todo se detuviese, como si alguien pulsase el botón de
pausa en mi vida, mientras miraba de uno a otro mi mente se entumeció por
completo.
Era como si estuviera viéndolo por televisión.
Casi me reí. Había una parte de mí que quería reír. Podía sentirlo,
burbujeando dentro de mí, amenazando con salir.
Muy pronto todo el mundo podría verlo en televisión. El equipo de
filmación estaba detrás de mí, todos en silencio, me estaban filmando para
esta pieza, parte de un concierto especial esta noche. Estaban esperando que
reaccionara. Entonces podrían filmarlo, el momento oportuno.
Una mujer devastada.
Quería cortarle la polla. Quería convertirme en Lorena Bobbitt y
cortársela de inmediato.
Vi su rostro, arrugado, sus manos enroscadas en el cabello de ella,
forzándola a ir más profundo, empujándose a sí mismo más en su garganta.
Conocía la expresión en su rostro.
Estaba allí de pie como una especie de idiota, observándolo. Había un
equipo de cámaras detrás de mí. Y el imbécil ni siquiera se molestó en
frenar. Ni siquiera rompiendo su ritmo.
Jesús, va a venirse, pensé. Ella le está una mamada, delante de la
cámara, justo en frente de mí. Y se va a venir.
Y aparecerá en la televisión.
Ni siquiera lo miré cuando pasé al lado de ellos.
Traidores.
No sabía si el equipo de cámara estaba detrás de mí o se centró en la
mamada. Qué difícil decisión para ellos. Ambas serían igualmente buenas
para la televisión.
Me sentí extrañamente tranquila mientras caminaba por la casa, mis
tacones resonaban en el piso de mármol, clic-clic-clic, a través de la sala.
Pasé las fotos de nosotros en la pared, las fotos enmarcadas de viajes de
esquí, París, Bora Bora y la gira con la banda. Entré en su habitación, la
única donde guardaba las cosas que él amaba, las pelotas antiguas y
cromos. Las paredes estaban llenas de recuerdos del rock, el disco de oro y
las guitarras que coleccionaba. Estantes de cosas firmadas por sus amigos,
mentores, sus ídolos.
Cogí un bate, esta cosa coleccionable era su orgullo y alegría. Me
quedé allí sosteniéndolo. Los objetos de esta habitación no tenían precio.
Mayormente insustituibles. Esto fue suficiente para detenerme por un
momento. No tomaba las cosas tan a la ligera, no era de esas que
simplemente destruía objetos valiosos.
Pero me llevé el bate al hombro.
Balanceo, golpe, golpe.
Y empecé a romper.
Los oí detrás de mí. Les oí correr, sus pasos, la voz de él indignada, la
de ella estridente. El equipo de filmación estaba diciendo algo. Pero nadie
me había tocado. Todavía no.
Estoy segura de que alguien va a llamar a seguridad. Deberían. Creo
que los productores tienen personal de seguridad.
Todo el mundo estaba a punto de odiarme. Nadie esperaba este tipo de
cosas de mí. Ya podía escuchar la voz de desaprobación de mi madre en mi
cabeza.
Este tipo de comportamiento es inaceptable en público. No importa lo
que pase, sonríes para la cámara y te comportas con gracia.
Esto era sin duda sin gracia.
Pero, ¿me podrían culpar?
En exactamente tres horas y media, se suponía que debía casarme con
este hombre en directo en televisión, el que tenía su polla alojada en la
garganta de mi hermana en medio del vestíbulo de nuestra casa.
Cuando me metí en el coche, esperé hasta que estuve en la carretera
para tomar la tarjeta SIM del teléfono y lanzarlo por la ventana, viendo que
rebotaba en el camino, rompiéndose en pedazos.
Los fragmentos de mi vida.
Así que, ¿por qué demonios me sentía tan aliviada?

Elias
Mierda maldijo Adam, golpeándome duro en la nuca. Anímate de una
puta vez. Es tu jodida fiesta de retiro.
Sí, hombre le aseguré. Solo estoy un poco distraído, eso es todo.
¡Mierda si lo estás! Tomó un largo trago de una cerveza. Con todas
estas tetas, deberías estar jodidamente distraído.
Estábamos en la suite de un hotel en Las Vegas, de fiesta. Por lo
menos, mis amigos lo estaban, todo este grupo de chicos que he conocido
en los últimos años, viviendo en San Diego. En su mayoría éramos chicos
de la Marina, un par de mis amigos de la infantería.
¿Yo? Yo estaba distraído en mi propia fiesta de retiro.
Un retiro de mierda.
No elegí salirme de la UDAE. Estar en la unidad de desactivación de
artefactos explosivos, ese era mi trabajo. Es lo que había hecho durante los
últimos cinco años. Eso no era mucho tiempo para la mayoría de la gente,
pero para mí fue toda una vida. Me había unido a la Marina a los diecisiete
años. La UDAE era todo para mí. Era todo lo que sabía y no quería dejarlo.
Cuando los chicos dijeron que estaba teniendo una fiesta de retiro, no
estaban hablando de toda la jodida cosa de “por tus veinte años de servicio,
te damos un reloj de oro”. Se refería a estar médicamente jubilado. Esa era
otra cosa totalmente.
Esto no era un maldito retiro. No después de cinco años. No como yo
lo veo.
Esto era ser sacrificado, abandonado como un maldito perro, solo
porque perdí mi pierna.
―Hombre, toma una copa y alégrate de una puñetera vez. Adam me
dio una cerveza. Sé que me vas a extrañar condenadamente y todo, pero
estás siendo un jodido marica. Tenemos licores, mujeres y una suite en Las
Vegas. No tenemos todo eso al volver a West Bend.
―Extrañarte, ja. Vete a la mierda, hombre. ―Pero tomé la cerveza de
todos modos. No era su culpa que estuviese siendo un imbécil. No era un
bebedor, no me gustaba estar fuera de control. No podía recordar la última
vez que tomé una cerveza. Fue hace años. Pero esto parecía ese tipo de
ocasión. El fin de una era.
Eso sonó malditamente melodramático. Y no era un tipo demasiado
emocional.
Pero, infiernos, era un chico de la UDAE. Siempre lo había sido,
siempre lo sería. No sabía qué hacer fuera de la Armada. Era todo lo que
había conocido desde que tenía diecisiete años. Mi madre estuvo muy feliz
de firmar el papeleo para dejarme ir al campo de entrenamiento antes de
tiempo.
Y lo único que quería era llegar lo más lejos posible de West Bend y la
mierda de donde crecí.
Alejarme lo más posible de ese imbécil. Mi padre.
Ahora, aquí estaba yo, dirigiéndome de vuelta a esa mierda. Volviendo
a ese pedazo de mierda de la tierra donde me crié. Volviendo a ser un puto
paria por culpa de mi hermano.
Pero no con mi padre. Murió la semana pasada.
No le había dicho a una sola maldita persona que está muerto.
Y no había derramado ni una jodida lágrima por él.
Aquí llamó Chase, y me entregó un vaso de plástico rojo, a pesar de
que ya estaba sosteniendo una cerveza. Conseguí un buen jodido whisky,
también. Somos grandes jugadores esta noche, imbécil. Hasta el fondo. Una
vez que hayamos terminado de mirar las tetas, vamos a bajar al casino.
Tomé un sorbo del vaso, sintiendo la quemadura del alcohol al
deslizarse por mi garganta.
¿Qué demonios? Solo se vive una vez, ¿no?
Capítulo Dos
River
Iba muy rápido, yendo a toda velocidad por la carretera en el ocaso de
la tarde. Pude ver las luces de Las Vegas más adelante. No sabía dónde
demonios me dirigía cuando me fui de Hollywood, pero de alguna manera
terminé aquí. Había estado conduciendo completamente
aturdida. Todavía estaba aturdida, mi cabeza nublada y brumosa.
Debería sentir algo, pensé. Más que esta nada.
Viper, sí, ese definitivamente no era nombre real, su verdadero nombre
era David, era mi todo. Fue.
Fue tan difícil notar después de un tiempo, donde terminaba él y
empezaba yo. Había muchas otras personas involucradas: su agente, mi
agente, nuestros representantes, nuestras familias.
Nuestros fans.
No tenía idea de lo que estaba haciendo en este momento. Lo único
que sabía era que tenía que irme.
Cuando llegué al hotel, mi cabello estaba oculto, escondido bajo una
gorra de béisbol. No me quité las gafas de sol, a pesar de que sabía que me
hacía lucir ridículamente pretenciosa. Siempre había odiado ese tipo de
cosas, las estrellas que llevaban sus gafas de sol en el interior solo porque
eran demasiado geniales para los demás mundanos.
Le mostré al recepcionista la identificación falsa, le di mi tarjeta de
crédito falsa; cosas que solía hacer cuando no podía correr el riesgo de ser
encontrada por los paparazzi. Las usaba ahora por esa razón. El personal del
hotel era notorio por hacerles saber a los fotógrafos dónde estabas, al menos
esa había sido mi amplia experiencia.
Por amplia, quiero decir, desde que me descubrieron.
No siempre fueron todo mansiones, coches calientes y fiestas con los
chicos y chicas de moda. Antes de todo eso, era basura blanca de verdad,
viviendo en un remolque con mi madre y mi hermana, apenas saliendo
adelante con cupones de alimentos. Bueno, para ser más precisos, éramos
mi mamá, mi hermana y la cadena de los jodidos novios de mi mamá que
desfilaban por el tráiler, los que la golpeaban, nos golpeaban.
Algunos de ellos hicieron algo más que golpearnos.
No es que ella fuera mejor. En todo caso, era peor que cualquiera de
ellos, al menos conmigo. Yo era el chivo expiatorio.
Y seguía siendo parte de mi vida, en Malibú, viviendo en un lugar que
pagué.
El destino a veces es cruel, pero no con la gente que se lo merecía.
Todo cambió cuando me descubrieron, sentada en una acera con mi
vestido de verano hecho jirones, con mis rodillas peladas y brazos
magullados, mis extremidades marrones por una mezcla de sol y
suciedad. Estaba descalza no porque fuese verano, sino porque alguien
había robado mis zapatos en la escuela y no podía permitirme comprar otro
par. Mi hermana y yo habíamos estado buscando monedas sueltas en la
acera, mendigando alrededor para ver si podíamos conseguir juntas lo
suficiente para un refresco después de la escuela, pero en realidad solo
estábamos comprando tiempo lejos de la caravana porque mamá estaba en
el interior con uno de sus novios y no era seguro regresar a casa.

* * *

Él se detuvo cerca de la acera, en un coche negro brillante que parecía


que pertenecía a un millonario. Salió y cuando se detuvo al pasar a mi
lado, mirándome por encima del borde de sus gafas de sol, pensé que
estaba viendo un príncipe, un rey o algo así. Este hombre era alguien
importante, alguien especial.
Y, después averigüé que no era un príncipe o un rey. Pero sí que era
alguien especial.
Me miró por un largo tiempo, mi rostro enrojeciéndose bajo su mirada,
luego se agachó para mirarme a los ojos.
¿Es esta tu hermana? me preguntó.
Asentí, demasiado tímida para hablar.
Vas a tener que decir algo advirtió. ¿Cuál es tu nombre?
River contesté.
Sonrió y asintió.
Es perfecto aseguró y se puso de pie. Eres perfecta. Absoluta y
jodidamente perfecta. ¿Dónde están tus padres?
Mi mamá está en casa comenté. Con su novio.
Asintió, no dijo una palabra durante un minuto, Me senté allí en la
acera, haciendo rodar una piedra con el pie.
Luego se aclaró la garganta.
¿Cuándo fue la última vez que comieron, chicas? quiso saber.
Me encogí de hombros. Estaba acostumbrada a tener hambre. ¿Había
desayunado? No lo recordaba.
¿Ayer por la noche? ―dije a modo de pregunta.
―¿Dónde come la gente por aquí? preguntó.

***

El resto es historia. El hombre era un importante productor de


Hollywood y, cuando me limpié, me convertí en la niña mimada de una de
sus películas. La primera de muchas películas. Y mi vida se convirtió en
una historia de Cenicienta cuidadosamente elaborada, que pasó por alto los
detalles más sórdidos de mi infancia, al menos en las revistas más
reputadas. Cada cierto tiempo, los tabloides trataban de sacar a relucir
detalles del pasado, entrevistando a uno de los antiguos novios de mi mamá
o hablando con alguien de mi ciudad natal. Pero sobre todo, me dejaban
jugar el papel de la princesa de cuento de hadas, la chica que fue sacada de
la oscuridad y se alzó en el glamour de Hollywood.
Se supone que todo sería de color de rosas, zapatos de diseñador y
champán caro para el resto de mi vida. Esa fue la fantasía. Eso era lo que la
gente quería cuando me miraba. Querían creer en el poder del destino, en la
sugerencia de la posibilidad, de que ellos también podían ser alejados de sus
vidas hacia un castillo para vivir con un príncipe.
Fue la razón por la que mi boda, la emisión en directo a millones de
espectadores, era una gran cosa. Había crecido frente a cámaras y ahora
también me casaría frente a ellas.
Dentro de la habitación del hotel, abrí una caja de tinte para el cabello,
un color marrón oscuro que había seleccionado en la farmacia donde había
hecho una parada para comprar pijamas y artículos de higiene personal, mis
dedos demorándose en el cuadro de color fucsia que había considerado
brevemente, todo mi cuerpo anhelaba un cambio. Quería ser algo más,
alguien que no fuera la persona que me había convertido.
Pero al final elegí marrón claro, algo que no llamara la atención sobre
mí.
Todavía no sabía qué diablos estaba haciendo, aquí en un hotel,
pintándome el cabello como si fuera una especie de fugitiva. Necesitaba dar
la vuelta y enfrentar las cosas. Necesitaba volver a casa. Ya no estaba
segura de dónde era casa.
Después de terminar el trabajo del tinte, levanté las tijeras hacia mi
cabello, cortando las largas trenzas, ahora marrones en lugar de rubias, una
gran parte de mi identidad.
Mi imagen era pulida, clásica, los últimos años, había sido comparada
con Grace Kelly. La cosa era, que siempre había simpatizado más con
Marilyn Monroe. Era trágica, sus demonios eran una parte importante suya,
que finalmente la destruyeron.
Eso era algo que podía entender.
Los mechones cayeron en el lavabo, curvándose en los extremos,
dispersándose en la superficie plana de la encimera. Corté hasta que parecía
algo que esperaba que fuese más pixie-punk que cortado por una cortadora
de césped.
Cuando terminé, examiné mi trabajo en el espejo. La muchacha que me
miraba, con grandes ojos y pómulos de repente prominentes, lucía
completamente diferente a la "yo" que conocía. A primera vista, era
totalmente diferente. Suponía que iba a ser capaz de pasar desapercibida en
un lugar público.
Agarré una mini-botella de vodka de la nevera, oyendo la voz regañona
de mi madre en mi cabeza.
Siempre elige vodka decía, haciendo un sonido de cacareo y
sacudiendo la cabeza. Es la botella sin calorías.
Ella jodidamente lo sabía, toda piel y huesos, sus comidas en su
mayoría eran píldoras de dieta y alcohol.
Deslicé el vodka de nuevo en la nevera y elegí otra cosa. Ron. Mi
mano se extendió automáticamente hacia la Coca-Cola dietética y luego
elegí la normal, la que tenía todas las calorías.
Fue solo después de que finalmente me senté en la cama, que me
permití llorar. Respiré profundamente y comencé a sollozar, un fuerte
sonido en el silencio de la habitación del hotel.
Era egoísta, sintiendo lástima por mí misma. Había vivido una vida
encantada. Me iba a casar con una de las estrellas de rock más sexys del
planeta. Hice una cantidad increíble de dinero haciendo películas.
Un pequeño engaño venía con todo eso, ¿no? ¿Y qué si Viper metía su
polla en la garganta de mi hermana? Él era una estrella de rock y yo era una
estrella de cine. Era de esperar.
No es que fuera ingrata por mi vida. Exactamente lo contrario. Sabía lo
que era tener hambre. Sabía lo que era ser golpeada hasta casi morir y
peor. Y ahora sabía lo que era tener todo lo que podía desear y más. Sabía lo
que era tener la adoración de millones de fans.
Y, sin embargo, también sabía lo que era sentirme tan increíblemente
solitaria que lo único que anhelabas era algo, cualquier cosa, que te hiciera
como alguien más.
Alguien amado.
Alguien conocido.
Capítulo Tres
Elias
―Mierda, hombre, no vas ponerte todo marica con nosotros, ¿verdad?
―preguntó Adam, volviéndose hacia mí. Era el último en el grupo, se
dirigía hacia el casino y el club de striptease para beber y conseguir chicas.
Puse los ojos en blanco.
―Joder, lárgate ―dije. Mis pensamientos eran brumosos. Sabía que
estaba borracho―. Voy a cagar. ¿Eso te parece bien, mamá? Te veré allí.
―Mierda, no necesitaba saber eso, estúpido imbécil ―dijo, y oí el
portazo.
No fui al baño. En su lugar, me senté en la cama y apoyé mi cabeza
contra la cabecera. Mi pierna dolía, y sólo quería sacar la jodida prótesis,
tumbarme e ir a dormir.
Puedo hacerlo, me dije. Otra bebida me animará. Los chicos están
bien. Joder, debería encontrarme de fiesta en este instante, conseguir
algunos bailes de regazo. Echar un polvo. No hay una maldita cosa
esperando por mí en West Bend. Nada de esa mierda, de todos modos.
Pensé que me hallaba fuera de ese lugar y, ahora, aquí me encontraba,
volviendo.
Joder, debería estar emborrachándome.
Después de todo lo ocurrido, ¿por qué mierda no?
Me senté. Parecía como si mi cuerpo estuviera hecho de plomo,
sobrecargado, atado a la cama. De repente, recordé por qué no bebía, la
sensación de estar medicado era un doloroso recordatorio de entonces.
De encontrarme de vuelta en el hospital.
Pareció como si fuera inmediatamente transportado allí, el olor a
desinfectante y rancio del hospital, de repente invadiendo mis fosas nasales.
Podía sentir las ásperas y gastadas sábanas bajo mis dedos, la sensación de
la morfina corriendo por mis venas, encontrándome borracho y con
náuseas, todo al mismo tiempo.
Y la comprensión de que mi pierna se había ido.
Se sentía como si alguien me hubiera dado un puñetazo en el
estómago.
Y, entonces, parpadeé, respiré, y pasó. Estoy aquí, me recordé, en una
maldita habitación de hotel en Las Vegas.
Un jodido suertudo, eso es lo que era. Afortunado. No como algunos
de los chicos con los que estuve, los que no tuvieron tanta suerte.
No tenía ninguna razón para sentir lástima de mí mismo, y no lo haría.
Me puse de pie, tambaleándome por un momento, y me sostuve
poniendo la mano sobre el colchón.
Así que, a la mierda. Iba a bajar y pasar el rato con los chicos, mi
familia improvisada, y agradecer al hombre o la mujer en el cielo, por llegar
a casa prácticamente de una sola pieza. Iba a ponerme hasta las cejas e ir de
fiesta como una persona normal de veintitrés años, como alguien que no
tiene todas las preocupaciones y pensamientos oscuros que no podía
quitarme de encima.
Joder, iba a ser feliz.
Vertí licor con soda en un vaso de plástico.
¿Dónde está el hielo? Miré en la cubitera a un charco de líquido. No
importa. Conseguiría un poco de camino al casino.
Anduve por el pasillo, entrecerrando los ojos en busca de una máquina
de hielo.
¿Dónde mierda está el hielo en este lugar?
Una chica iba por delante de mí, dándome la espalda, llevaba pantalón
de pijama estampado con personajes de dibujos y sostenía una cubitera.
―¡Oye! ―llamé. Se volvió ligeramente hacia mí, entonces, se dio la
vuelta con la misma rapidez, apresurándose en la dirección opuesta.
Mierda. ¿De verdad? ¿Qué, me echó un vistazo y decidió que era
algún tipo de amenaza? O, tal vez, simplemente no le gustan los malditos
cojos, como yo.
―¡Oye! ―grité más fuerte. Estaba siendo desagradable. No me
importaba―. Es muy grosero alejarse cuando alguien te habla, joder.
Se detuvo y, de repente, me encontré a un par de pasos detrás de ella.
Se dio la vuelta y me hallé frente a frente con la chica más sexy que había
visto en mi vida.
También estaba enojada.
Y todo en lo que podía pensar era en agarrarla y empujarla contra la
pared, así podría follarla hasta el agotamiento.
Me miró con los labios ligeramente abiertos, la respiración
entrecortada y fuego en sus ojos.
―¿Sabes lo que es muy grosero? ―preguntó, su voz más alta de lo
necesario debido a nuestra cercanía―. Es muy grosero perseguir a una
chica por el pasillo de un hotel. Tal vez, no quiere ser perseguida por algún
acosador.
Me encontraba demasiado distraído por sus dulces labios como para
registrar lo que decía. Su lengua se movió por encima de su labio inferior y,
en un instante, estaba duro. Maldita sea. Nunca había querido presionar mis
labios con fuerza contra alguien tan desesperadamente como lo hacía en ese
momento.
Joder, deseaba a esta chica tan ansiosamente, que podía saborearlo. Fue
instantáneo, una especie de cosa primitiva, como si fuera un maldito
hombre de las cavernas.
Tenía que quitarme de encima la imagen que apareció en mi cabeza,
acerca de mí lanzándola sobre mi hombro y llevándola a mi habitación.
―¿Y bien? ―preguntó. Tenía una mano en la cadera, la otra sostenía
la cubitera―. ¿Vas a decir algo, o sólo vas a seguir mirándome? ¿Quizás
quieres una jodida foto? ¿O mi autógrafo? ¿Qué demonios es?
Ella me resultaba familiar, pero no podía ubicarla. Sus mejillas estaban
rojas, sin embargo, y era inestable. Me di cuenta de que se encontraba tan
borracha como yo.
Me aclaré la garganta.
―El hielo ―dije―. ¿Dónde está la máquina de hielo?
Su boca se abrió, como si no esperara que hiciera una cuestión tan
simple. Me pregunté sobre qué demonios se pensaba que había estado
gritando. Entonces, se echó a reír.
―¿Eso es lo que quieres?
―¿Por qué diablos iba a querer tu jodido autógrafo? ―inquirí―. Sólo
pretendía saber dónde llenaste la cubitera.
Se rió, esta vez más fuerte, un sonido melódico. De alguna manera, se
sentía cálido, a pesar de que no pude averiguar si estaba enojada, era una
creída o, simplemente, una perra. Sacudió la cabeza, luego, se pasó la mano
por el cabello, hebras sobresaliendo desordenadamente hacia todos lados, y
bajé la mirada hacia su mano, cubierta de pequeños trozos de cabello.
Captó mi mirada y se encogió de hombros.
―Lo corté ―explicó, limpiándose la mano en su pijama.
―¿Tú misma? ―pregunté. Ni siquiera me importaba. Sólo quería una
excusa para seguir hablando con ella, no importaba cómo lucía su cabello.
Aunque pareciera un poco como si alguien hubiese usado unas tijeras de
podar.
Se encogió de hombros, otra vez.
―Necesitaba un cambio.
―Va contigo ―dije. ¿Cómo mierda sabía que el corte iba con ella?
Sonrió. Era radiante. Se trataba de todo un cliché, pero podría iluminar
una habitación. Ella podría iluminar una habitación. Tenía ese tipo de
presencia. Incluso en el pasillo de un hotel, borracha y usando pijama.
―Sí ―dijo, su mano pasando por su cabello, de nuevo, el movimiento
auto-consciente―. Creo que va conmigo. ―Sonaba sorprendida. Extendió
la cubitera―. ¿Para tu bebida?
Tomé un par de cubitos de hielo y los dejé caer en mi vaso.
―Te lo agradezco ―dije. Entonces, hubo voces en el pasillo y un
grupo de estudiantes universitarios, borrachos y odiosos, se acercaron. Una
mirada fugaz de pánico cruzó el rostro de la chica, me agarró del brazo y
me atrajo hacia ella, su espalda contra la pared, su rostro cerca del mío.
Todavía estaba sosteniendo la cubitera en una mano. Con mi copa en
una mano, tenía la palma de la otra contra la pared, a centímetros de su
cabeza. Escuché a los universitarios en algún lugar detrás de nosotros,
gritando mientras pasaban.
―Sí ―voceó uno―. ¡Consíguelo, hombre!
Mis labios casi tocaban los de ella, a un milímetro de distancia. No
podía pensar en nada más que en cómo sabría. La deseaba. Nunca había
estado tan seguro de algo. Presioné mis labios contra los suyos, ligeramente
por un segundo, y respondió, su boca abriéndose, y apenas escuché su
gemido. El sonido era tan suave que no me encontraba seguro de que fuera
ella, pero arqueó su cuerpo hacia mí y sentí su lengua contra la mía. Alejé
mi mano de la pared, agarrando su nuca y acercándola, mientras la besaba.
Besar era el jodido eufemismo del año.
No sólo la besé. Follé su boca con mi lengua, mis empujes insistentes.
Quería arrancarle la ropa aquí, en el pasillo, y presionarla contra la pared.
Hizo este pequeño gemido de nuevo, este sonido que creí que me
conduciría a la locura.
Y, entonces, se apartó, puso una mano en mi pecho y me empujó hacia
atrás.
―Yo… ―empezó―. Me tengo que ir.
Colocó su mano contra su boca. Sus labios estaban rojos e hinchados.
Quería besarla de nuevo, magullar sus labios, su cuello. Sus pechos.
Antes de que siquiera pudiera responder, se alejó y empezó a caminar
por el pasillo.
―Oye ―llamé―. Ni siquiera sé tu nombre.
Se volvió y esbozó una pequeña sonrisa.
―No ―replicó―. No lo sabes.
Y, luego, se marchó.
Capítulo Cuatro
River
Mierda. Me di la vuelta y me pasé la mano por el rostro y, luego, por el
cabello. Por un segundo, cuando llevaba mi mano atrás, me pregunté dónde
estaba el resto de mi cabello. Entonces, recordé usar las tijeras anoche.
Anoche.
Me toqué los labios con los dedos donde me besó… el chico del
pasillo, aquel con el vaso de plástico rojo en la mano. Aquel que era tan
ardiente.
Mi corazón se aceleró de solo pensar en sus labios presionados contra
los míos, su lengua en la mía. Quería sentir sus manos en mi cuerpo,
tocándome.
Dios, era sexy. Su cabello era rubio, rapado hasta el cuero cabelludo,
dándole un aspecto militar, y su rostro bronceado por el sol. Parecía una
deliciosa combinación entre un marine y un surfista. Cerré los ojos,
imaginándomelo en mi cabeza… alto y esbelto, aunque sus hombros eran
anchos, y, cuando empujé su pecho, pude sentir sus músculos, firmes al
tacto debajo de mis dedos.
Quería deslizar mis dedos por debajo de su camisa, desabrochar su
pantalón…
El calor fluyó desde mi núcleo y entre mis piernas, sólo con pensar en
él. Había estado con Viper durante los últimos años, le había sido fiel,
incluso cuando el sexo se terminó el año pasado, incluso cuando fue
reducido a absolutamente nada hace tres meses… pero nunca había
experimentado con nadie el tipo de respuesta física automática que había
tenido con el chico del pasillo. Incluso con Viper, mi puto prometido.
Pensé que se trataba de mí, que era una especie de bicho raro, que mi
pasado me había hecho cerrarme para siempre con respecto a esa clase de
cosas, esa clase de pasión que ves en las películas, que lees en las novelas
románticas.
Ni siquiera sé su nombre.
Deslicé mi mano por mi estómago hasta mi sexo, todo el tiempo
reflexionando sobre el beso, el único que hizo que mis piernas temblaran.
El latido de mi sexo, sólo pensando en él, amenazaba con eclipsar todo lo
demás… especialmente, las preocupaciones sobre qué demonios iba a pasar
con mi vida. Moví el dedo sobre mi clítoris lentamente, deleitándome con el
calor que se precipitaba a través de mi cuerpo. Deslizando una mano por
debajo de mi camiseta sin mangas, pasé mi palma por mi pecho, mi pulgar
deteniéndose en mi pezón, que se endureció al instante, cuando lo rocé.
Mi respiración salía entrecortada mientras me tocaba, mis movimientos
eran cada vez más rápidos, hasta que estaba al borde. En mi mente, lo
imaginé besándome el cuello, bajando hasta la clavícula y, luego, hasta mis
pechos. Fantaseé con su boca envolviéndome, su lengua girando en mi
pezón, succionándome hasta dejarme cerca del orgasmo. Me lo imaginé
empujándome contra la pared, embistiéndome con su polla, sus
movimientos tan insistentes como su lengua en mi boca.
Estaba al borde y, cuando estallé, fue su rostro el que vi.
No el de Viper.

* * *

Caminé por el vestíbulo del hotel, mi bolso colgado del hombro, las
pocas cosas que llevaba, atestaban el interior de la maleta improvisada.
Entre el nuevo cabello y las gafas de sol, esperaba evitar ser reconocida. No
había visto la televisión. Por lo que sabía, mi madre había llamado a la
policía, reportando que había sido secuestrada o algo así.
Eso sería algo propio de ella. Sería algo que mi representante estaría
más que feliz de hacer, cubrir la historia real, el hecho de que, en realidad,
todo no era un cuento de hadas entre la niña pobre que se convirtió en
estrella de cine y el roquero que lo tenía todo. Eso era lo más importante.
Proteger mi marca, lo llamaba mi representante. Debes proteger tu marca.
Siempre.
Control de daños, estaría aconsejándome, en este momento. Podía
escuchar sus palabras, ni siquiera tenía que usar mi imaginación. ¿Hay
otras chicas?, habría preguntado. Por supuesto que había otras chicas.
Siempre había otras chicas.
Sin embargo, nunca mi hermana.
Mi representante suspiraría. En ese caso, Viper va a ir a rehabilitación
por su adicción al sexo. Permanecerás a su lado, darás un discurso
lacrimógeno sobre lo mucho que te ha herido su mal comportamiento.
Tomarás el papel principal (algo clásico, no vulgar, justo ahora, dadas las
circunstancias). Estoy pensando en algo así como: una mujer fuerte
perseverando a pesar de su mal hombre. ¿Demasiado pronto? No importa.
Harás algo grande mientras él está rehabilitándose. Algo significativo. Es
hora de que ganes un Oscar.
La interpretación. Siempre se trataba de la interpretación. A veces, era
agotador.
Pobre niña rica.
Así es como mi madre se refería a mí, ahora. Era privilegiada, lo sabía.
Pero, por dentro, todavía era River Gilstead, la chica del parque de
remolques. No podía deshacerme de esa sensación.
Siempre me sentí perdida.
Registré mi salida en recepción, observando al recepcionista desde
detrás de mis gafas de sol, echando vistazos a la gente en el vestíbulo, desde
mi visión periférica. Mi corazón se aceleró, incluso a pesar de que no había
nada malo. Sólo quería salir de aquí inadvertida.
Sin embargo, no tenía ningún plan.
Subir al auto y conducir. Podía escaparme, a algún lugar privado.
Podía seguir yendo al este… a un pequeño pueblo o algo así, alquilar un
apartamento, descubrir qué demonios quería hacer ahora.
Tal vez, ir al extranjero. Podía permanecer en la oscuridad, tomar un
coctel en alguna playa.
Pobre niña rica.
Lo pensaré esta noche, me prometí. Esta noche, idearé un plan.
Fuera del hotel, le di al valet mi tarjeta.
Y, entonces, lo vi, viniendo por mí… un hombre con una cámara.
―¡River! ―gritó―. ¡River Andrews!
Sostuve mi bolsa para cubrir el lado de mi rostro, a pesar de eso, se
hallaba tomando fotos. Era el único, pero sabía que habría más. Volví a
entrar al hotel. ¿Acaso este lugar no tenía seguridad?
La gente estaba mirando fijamente y me ruboricé de vergüenza.
Todos lo saben, me di cuenta. Deben saberlo. Estará en toda la
televisión. Tragué la bilis que sentí en la garganta.
El fotógrafo me siguió al interior, persistente, y me protegí el rostro.
Entonces, oí que una voz femenina gritaba:
―¡Esa es River Andrews!
Mierda.
Me di la vuelta. Me dirigiré de nuevo a los ascensores, me dije,
conseguiré que alguien del personal de recepción haga algo.
Pero, en su lugar, choqué con él.
Mis palmas golpearon su pecho y lo sentí agarrarme de los codos.
Sabía que el fotógrafo nos estaba tomando fotos, algo que terminaría en la
portada de todos los periódicos, algo que las mujeres podrían señalar y
decir: ¿Ven? Ella estaba engañando a Viper, después de todo. Esa perra
engreída merecía todo lo que le pasó.
En el fondo de mi mente, sabía todo esto. Pero, justo ahí, en ese
momento, con sus manos sobre mí, todo se detuvo. Instantáneamente, todo
lo demás se desvaneció, en segundo plano, en un borrón de ruido blanco.
Me miró, con su ceño fruncido. No podía decir si era un signo de que se
encontraba preocupado o molesto.
―¿Estás bien? ―preguntó.
Negué.
―No ―murmuré―. Necesito salir de aquí. La cámara…
sencillamente… no puedo.
No dijo nada. Me soltó, caminó hacia adelante y sacó de un tirón la
cámara de la mano del fotógrafo.
―¡Te vas a arrepentir de eso! ―gritó el fotógrafo―. ¡Joder! ¡Te
demandaré por agredirme! ¡Es una cámara de mil dólares!
El tipo arremetió contra nosotros. Antes de que pudiera parpadear, él,
mi salvador, lo golpeó en el rostro. Simplemente, me quedé allí mirando,
paralizada. Tuve que forzarme a cerrar la boca.
Sus amigos se pusieron entre nosotros y el fotógrafo, sentí su mano en
mi brazo y lo oí hablar.
―Mi auto debería estar justo a la entrada ―dijo.
No sé exactamente por qué lo hice, pero salí del hotel con él. Podía
sentir las miradas de la gente mientras nos íbamos, y vi a alguien grabando
con un teléfono, un movimiento bastante atrevido, considerando que este
tipo acababa de darle un puñetazo a alguien por tomarme fotos. El valet no
había vuelto con mi auto y sentí la mano de mi salvador en el medio de mi
espalda, guiándome hacia delante.
Señaló.
―Aquí mismo ―dijo, abriendo la puerta y protegiéndome de las
miradas de los espectadores mientras entraba al auto.
No debería hacer esto, pensé. Es estúpido. Ni siquiera sé su nombre.
Es increíblemente, extremadamente, estúpido. Este tipo podría ser
cualquier cosa. Un jodido acosador. Un asesino en serie.
Y, aun así, mientras me sentaba en el asiento del pasajero, me llenó una
sensación de tranquilidad.
Capítulo Cinco
Elias
¿Qué demonios estaba haciendo?
Estaba conduciendo mi Mustang GT 1969 a casa en West Bend, eso es
lo que estaba haciendo. Era mi maldito bebé, la cosa en mi vida que
importaba más que cualquier cosa en el mundo. Y ella estaba en él, esta
chica cuyo nombre ni siquiera sé.
Estaba conduciendo fuera de Las Vegas, como si fuera un jodido viaje
de carretera normal. Excepto que acababa de robar la cámara de un
fotógrafo, lo había golpeado en el rostro y tenía a una chica en el asiento de
pasajero quien era la cosa más hermosa que había visto en mi vida.
Así que, para resumirlo, era un día normal en la vida.
Demonios.
Obviamente, ella era alguien importante, algún tipo de estrella, hija de
un político o alguien en el centro de atención. No tenía ni una maldita idea
de quién era.
Seguramente pensaba que era un idiota.
Mentalmente empecé a clasificar las películas que había visto, tratando
de recordar la última cosa que vi. ¿Era una estrella de cine? Quizás estaba
en la televisión. No podía recordar la última vez que vi una película.
He estado enfocado en otra mierda.
Como mi pierna. Corriendo de nuevo, ejercitándome. Organizando mi
mierda.
Robé un vistazo en su dirección. Su rostro estaba hacia adelante, su
cabello desordenado, los mechones volando en el viento, casi verticalmente.
Me pregunté por qué lo cortó todo.
No podía dejar de pensar en el beso. Tenía una resaca del infierno, mi
mente estaba lenta, causado por el licor de anoche. Pero no podía pensar en
nada más que mi piel contra la suya.
Se volteó y aparté mi cabeza de golpe, mis ojos en el camino, casual
como si hiciera esto cada jodido día, llevarme lejos a alguna chica en mi
convertible cuando estaba siendo atacada por los paparazzi. Quien sea que
fuera, estaba fuera de mi liga.
Liga, mierda. Ni siquiera estábamos en el mismo maldito planeta, ella
y yo.
La dejaría en algún lugar, probablemente su limosina iba a recogerla y
terminar con ella. Entonces iría a mis malditas ocupaciones normales, ir a
casa en West Bend y lidiar con toda mi mierda.
Ella no pertenecía a mi auto.
Y es seguro como el infierno que no pertenecía conmigo.
Estábamos en un camino, uno más pequeño, en camino a salir de la
ciudad donde el viento no era tan malo, cuando me miró.
―¿Qué? ―gritó ella, encima del ruido blanco del aire soplando en
nuestros rostros.
―¿Qué? ―repetí su pregunta, devolviéndosela. El viento azotaba a mi
alrededor, mis palabras probablemente atrapadas en él.
―Me estás observando ―dijo.
―Lo siento. ―Pero la miré nuevamente de todas formas, e igual de
rápidamente, de vuelta al camino. No dije nada más hasta que estábamos
fuera de la ciudad. Había estado echando vistazos en mi espejo retrovisor,
revisando para ver si habíamos sido seguidos, pero se veía como que el
fotógrafo era el único interesado en ella y estaba seguro que mis amigos se
encargaron de él.
No en el sentido de ponerlo a dormir con los peces, simplemente en el
de desvíalo significativamente.
Estacioné un restaurante económico fuera de la ciudad y finalmente me
volteé hacia ella.
―¿Quieres que te lleve a alguna otra parte? ¿Tienes tu auto en el
hotel?
Estaba silenciosa, viendo directamente hacia adelante. Cuando
finalmente habló, su voz fue suave.
―No tengo nada a que volver ―comentó―. No ahora mismo, de
todas formas.
¿Por qué demonios estaba tan feliz por eso? Prácticamente calentó mi
corazón. Asentí.
―Bueno, no sé cuál es tu historia, pero supongo que estás escapando
de algo.
Sonrió.
―¿No sabes quién soy? ¿En serio?
Sus ojos eran de este color avellana con motas de oro o algo en ellos,
casi como un gato. Sentí como si debería saber quién era, esta chica con
ojos como esos, esta chica que había besado, quien me tenía tan excitado
que no podía pensar bien.
―Ni idea ―respondí y me encogí de hombros, el gesto más
despreocupado de lo que en realidad me sentía. Me tenía sintiéndome auto
consciente y nunca me sentía así. Aun con mi puta pierna. Simplemente no
era ese tipo de hombre. Pero esta chica me estaba poniendo ansioso.
Se rió
―River ―dijo. Como si se suponía que tenía que significar algo para
mí. ¿Qué tipo de nombre era River, de todas formas?
―Lo siento ―contesté, dándole una mirada en blanco―. En realidad
no me suena.
No podía descifrar si estaba complacida u ofendida.
―Soy actriz.
―¿Sí? ―declaré―. Jamás lo habría adivinado, con el fotógrafo ese
siguiéndote y demás.
―Oye, tú eres el que no sabe quién soy.
―¿Algo engreída, eh? ―pregunté―. ¿Qué eres, como una Kardashian
o algo así? Porque si lo eres, tendré que patear tu trasero fuera del auto
ahora mismo.
River se encogió de hombros.
―No ―dijo―. Pero las conozco.
Puse mis ojos en blanco.
―Lo suficientemente cerca. Sal del auto.
―De hecho son gente bastante agradable ―contestó, sonriendo.
―No estoy bromeando en absoluto ―respondí―. Puedes salir y
esperar en el lado del camino hasta que algún lindo camionero llamado
Bubba te recoja.
―Podría ―mencionó―. Puede que sea más seguro que estar aquí,
¿cómo sé que realmente no eres un asesino serial o algo así?
―No lo sabes ―dije―. Sígueme hablando de las Kardashian, sin
embargo y podrías averiguarlo.
―¿Tu maletero no está lleno de cinta adhesiva, soga y lona?
―interrogó.
―Suena como mucha diversión pervertida ―declaré―. Pero
tristemente, no. Lamento decepcionar. No estoy buscando cortarte en
pedazos. Claro, si lo quisiera, probablemente no te lo diría.
―Bueno. ―Hizo una pausa por un momento largo, mirándome de
reojo―. Así que, ¿realmente no sabes quién soy, entonces?
―Nop. ―Pareció sorprendida por el hecho que no estuviera tan
curioso, pero supongo que no me importaba una mierda si era alguien
famosa. Está bien, estaba medio curioso. Quiero decir, ¿cuán a menudo en
mi vida he sido besado por una estrella de cine?
La respuesta sería cero.
Simplemente no le iba a dejar notar que tenía curiosidad. No
necesitaba saber eso. Quiero decir, demonios, por todo lo que ella sabía
podría ser besado por actrices todo el tiempo.
―De acuerdo ―dijo―. ¿Cuál es tu nombre, entonces?
―Elias Saint. ―Hice una pausa por un segundo―. Solo para que lo
sepas, los paparazzi me siguen todo el tiempo también.
―¿Oh sí? ―cuestionó, su tono lleno de sarcasmo―. Debes ser
totalmente famoso.
Incliné mi cabeza hacia abajo, la miré sobre el borde de mis lentes.
―Bueno, no quería decir nada, ya que estaba siendo toda engreída y
mierda, pero sí soy medio importante.
―Oh, bueno, obviamente ―comentó―. Puedo notarlo.
Deslicé mis lentes de vuelta por mi nariz.
―¿Es la buena apariencia devastadora, cierto?
―Te delata totalmente. ―Sonrió.
―Le encanto a las chicas ―dije, encogiéndome de hombros―. ¿Qué
puedo decir?
―No lo dudo ―contestó. La forma en que lo dijo, no podía decir si
tenía curiosidad o si todavía estaba bromeando. La intensidad en su mirada
me hizo pensar en ese beso. Infiernos. Ese beso. Me aparté, miré
directamente hacia adelante, temiendo que fuera capaz de leer el deseo que
sentía por ella que tenía que estar marcado en mi rostro ahora mismo.
―Elias ―declaró.
―¿Qué?
―Tu nombres. Me gusta. Es como de la vieja escuela. Bíblico.
―Muy bien, River con ningún lado a dónde ir ―mencioné, cambiando
el tema abruptamente. La última cosa que quería era decirle a una estrella
de cine con respecto al origen complejo de mi nombre―. ¿A dónde quieres
que te lleve?
―A donde sea que quieras ―Me volteé a mirarla cuando lo dijo, su
voz seductora. ¿Está coqueteando conmigo? Sus mejillas se sonrojaron, y
me di cuenta que estaba avergonzada.
No pude evitar sentir ganas de empujar ese botón más ahora que sabía
lo que la avergonzaba.
―Me guardaré eso para más tarde ―dije―. A menos que quieras que
te tome aquí, ahora mismo ―observé mientras el rojo se hizo más profundo
y se movió incómoda en su asiento. Escondí una sonrisa, viéndola
retorcerse. No dijo nada y aclaré mi garganta―. Me dirijo a casa.
Cuando respondió, su voz estaba entrecortada y el sonrojo aún era
evidente en su rostro.
―¿Dónde está casa?
―En West Bend, Colorado ―repliqué. El último lugar en la tierra en
el cual una actriz estaría interesada en ir. El hecho de que estuviera todavía
sentada en mi auto no tenía ningún maldito sentido.
―Está bien ―dijo.
―¿Está bien qué?
―Bien, iré contigo ―contestó de hecho.
―¿A mi maldita casa? ―interrogué.
―Seguro.
―¿Te pedí que vinieras a casa conmigo? ―comenté. ¿Estaba loca esta
chica? ¿Traer a alguien como ella a West Bend? ¿Llevarla a mi casa? Había
más posibilidad de que el infierno se congelara a que la dejara estar siquiera
a cien metros de mi familia.
―Oh ―dijo. Sonaba decepcionada y noté que me importó.
Mierda.
―No, quiero decir, solo asumí que me estabas ofreciendo un aventón o
algo.
Sí, pensé, O algo, definitivamente.
Mi polla era la que estaba pensando completamente por mí. Cuando
hablé, las palabras sonaron extrañas a mis oídos.
―¿Quieres venir conmigo a West Bend? ―pregunté.
―Seguro ―dijo, sonriendo perversamente―. Quiero decir, ya que me
preguntaste y todo.
Mierda.Definitivamente mi polla era la que estaba pensando aquí.
Capítulo Seis
River
Mi cabeza estaba en la parte de atrás del asiento, mis ojos cerrados y
escuché el suave ronroneo del auto mientras conducíamos por la carretera.
Estaba en ese lugar entre estar dormida y despierta, tratando de ignorar los
pensamientos arremolinándose en mi cabeza.
Hace cuatro horas, esto parecía una idea perfectamente razonable,
conducir con un chico que acabo de conocer, el mismo tipo que había
metido la lengua en mi garganta en un pasillo del hotel.
Su lengua.
Todavía podía saborearlo en mis labios. Él sabía a whisky y sexo.
¿Qué demonios estaba pensando, saltando en el coche de un tipo e ir
con él a su ciudad natal? Acabo de aprender su nombre. No sabía nada de
él. No teníamos nada en común, estaba segura de eso. Dos mundos
diferentes y todo.
Esta es la idea más tonta, River.
Y yo había hecho algunas mierdas estúpidas, de eso estaba
malditamente segura.
Viper corrió a mi alrededor, pero no es como que siempre hubiera sido
un ángel. Fui a rehabilitación una vez, después de una mala racha de fiestas
antes de que incluso tuviera dieciocho años. Tuve suerte con una
representante que era buena con ese tipo de mierda, contraté uno de esos
arregladores que pueden manejar con cualquier cosa. Ella me sacó de eso.
Ya probablemente estaba ocupada dándole vueltas a esto. Me preguntaba
con qué saldría.
¿Huir en medio de la sesión de una película? ¿Ir de paseo a Colorado
con un tipo que acababa de conocer?
Este no era mi mejor momento.
Pero probablemente no sería la última decisión estúpida e impulsiva
que habré hecho. De hecho, mientras miraba a Elias, con su mirada fija al
frente, pensé que él podría ser la próxima cosa impulsiva y estúpido que
haría.
El pensamiento envió calidez inmediata a mi centro.
Y con la misma rapidez, me recordé a mí misma que acabo de dejar a
mi prometido. Mi novio de tres años. En años Hollywood, eso era una puta
vida.
Por supuesto, él era el que tenía su polla en la garganta de mi hermana.
Y había pasado meses desde que tuvimos sexo, ya que no me ha tocado de
alguna manera, o forma. Esa no fue mi elección. Él echó la culpa a su
"arte", este nuevo álbum que estaba haciendo, en el que quería "canalizar su
energía".
Cuando el coche se detuvo de nuevo, me apartó de mis pensamientos.
―Descanso ―dijo Elias.
―¿Cinta adhesiva y cuerda? ―le pregunté, sonriendo.
―¿Cómo lo supiste? ―preguntó―. Iba a ser una sorpresa. ―Se bajó
del coche y cuando abrí la puerta, sujetó la manija. Tomó mi mano mientras
me deslizaba fuera del asiento―. Vamos, ahora ―dijo―. No me digas que
esos chicos de Hollywood no abren las puertas de los autos para ti.
―En realidad no.
―Que maldita vergüenza ―dijo.
Caminó rápidamente y me encontré a un paso por detrás de él en el
camino hacia la tienda, distraída mirándole el culo. Entonces me di cuenta
de que su caminar era ligeramente cojo, pero antes de que pudiera pensar en
lo que eso significaba, volvió la cabeza.
―¿Miras algo? ―preguntó. Su voz tenía el mismo tono alegre de
antes, pero tenía un borde esta vez.
Tu culo, quería decir. Estaba en la punta de mi lengua, pero no abrí la
boca. Negué con la cabeza, de repente muda.
Una mirada oscura cruzó su rostro.
―¿Mi pierna? ―preguntó.
―¿Qué? ―Estaba confundida por lo que estaba preguntando.
Sacó la pierna del pantalón ligeramente.
―Ahí está ―dijo y me sentí avergonzada, pero no a causa de su
pierna. Me daba vergüenza que me sorprendió mirando su culo y ahora
pensaba que era una especie de imbécil, mirando a su prótesis. Sabía que mi
cara estaba roja. Podía sentir el calor correr a través de mis mejillas. Había
sido el centro de atención durante tanto tiempo, no me avergonzaba
fácilmente. Sin embargo, este hombre, cuyo nombre acabo de conocer, tenía
su manera de hacerme ruborizar.
En más de una manera.
―Eso no es lo que yo… ―empecé a decir, entonces me detuve,
porque ya estaba caminando hacia la tienda. Tuve que correr para
acercarme a él y cuando lo hice, le puse una mano en el brazo―. Elias.
―¿Qué? ―Hizo una pausa, me miró, sus ojos se estrecharon. Eran de
un color azul cobalto, tan brillante que parecía casi antinatural.
Realmente debería ser modelo o algo, pensé. Mi representante estaría
babeando sobre él. Me pregunté cómo había ido toda su vida sin ser
descubierto.
―No es gran cosa. Es una prótesis ―dijo.
―No estaba mirando tu pierna ―le dije―. No me había dado cuenta
hasta que me la mostraste.
―En serio ―dijo, en un tono condescendiente―. Déjalo ir. No es la
gran cosa, pero estás haciendo que lo parezca. Estabas mirando; la gente
hace todo el tiempo.
―No lo estaba. ―dije, esta vez con más énfasis―. No soy una idiota.
―¿Por qué siquiera me molestaba en defenderme ante este tipo? ¿A quién
le importa lo que piensa?
―No ―dijo―. Pero la mayoría de la gente le encanta los bichos raros.
¿No es lo básico para los realitys de televisión?
Sentí calor en mi pecho, irradiando por mis brazos. Podía sentirlo en
mi piel. Siempre me daba esta erupción cuando estaba molesta, todo rojo y
espinoso como ronchas. Mi madre solía decir que era porque yo era alérgica
a la emoción. No era una bueno que una actriz las tuviera, pero casi nadie
sabía de él, por lo menos cuando estaba en el set. Me ocupaba de ello.
―Sí sabes quién soy ―le dije.
―¿De qué demonios estás hablando? ―Él parecía realmente
confundido.
―¿Reality show? ―pregunté. Me di cuenta de que estaba de pie más
cerca de él ahora, apuntando mi dedo hacia su pecho―. ¿Es algún tipo de
comentario sarcástico sobre mi boda?
―¿Boda? ―preguntó Elias. Hizo un ruido y no podía decir si era una
tos o una risa―. ¿Qué eres, una especie de novia en fuga?
―No. ―Hice una pausa, olvidando por un momento que estaba
enojada. Supongo que lo soy, ¿verdad?―. Algo así.
―Así que, ¿eres una especie de estrella de algún reality que se va
casar? ―preguntó. Las comisuras de sus labios subieron mientras cruzaba
sus brazos sobre el pecho. Estaba jodidamente sonriéndome. Qué
presumido cabrón.
No sabía por qué estaba tan enojada. Era algo sobre esa sonrisa
arrogante en su rostro, como si fuera mucho mejor que yo.
Él no sabe nada de mí.
―Jódete ―dije dándole la vuelta y caminando hacia la tienda. Dentro
del baño salpiqué agua en mis mejillas. Miré mi reflejo en el espejo, al
rubor que cubría mi cara y las manchas rosas a través de mi pecho. Puse
mis manos en el lavamanos y tomé unas respiraciones profundas.
Fue su actitud lo que me atrapo, el yo soy mejor que tú, esa cosa corto
a través de mí como un cuchillo.
Había puesto mi pasado detrás de mí. No era esa chica basura blanca
nunca más. La oscuridad de mi pasado, estaba archivada, en la caja hasta
arriba de mierda que mi madre seguía guardando, como el oso de peluche
hecho jirones con el que solía llorar hasta quedarme dormida en la noche.
Es curioso cómo funciona la vida… Haces todo lo que puedes para
cambiar quien eres, para convertirte en la persona que querías ser, la
persona que pensabas que eras. Y entonces, sólo tomó un comentario de
alguien para sentirte como esa niña estúpida de nuevo.
Siempre pensé que eras mejor que el resto de nosotros, River. Eras mi
hija, ¿me oyes? Nunca serás mejor que yo. No importa dónde vayas, la
cantidad de dinero que tengas, los muchos fans que tienes, siempre serás mi
hija.
Lo que dijo no estaba destinado a ser reconfortante.
No era cierto, me dije. Pero mi corazón todavía latía. Busqué dentro de
mi bolso y saqué la pequeña caja. Tan pronto como mis dedos rozaron la
caja de cuero, sentí una oleada de calor inundando mi cuerpo. Mi ritmo
cardíaco comenzó a caer.
Sólo estoy mirando, me dije.
Habían pasado seis meses desde que lo hice. Ni siquiera lo hice
después que encontré a Viper y mi hermana. Pasé mis dedos sobre la caja de
cuero, pero no la abrí. En cambio, deslicé el kit que contiene mi cuchilla de
afeitar de nuevo en mi bolsa.
Apreté los puños, excavando las uñas en la palma. El dolor era una
distracción, ni siquiera cerca de la misma como el corte. Pero me centro en
su lugar.
Tomé una respiración profunda, y me dirigí hacia la puerta. Hacia
Elias.
Estaba de pie en frente de la puerta del baño, ni siquiera se molesta en
ser jodidamente cortés al respecto, con las manos a cada lado del marco de
la puerta. Al igual que el dueño del espacio.
La forma en que me mira me hizo temblar.

Elias
La forma en que esta chica está mirando hacia mí, sus labios se
abrieron ligeramente, ese rubor de sus mejillas que la hace toda de color
rosa, como si acabara de correr o algo… No podía putamente pensar en otra
cosa, excepto estar dentro de ella. No me moví de donde estaba de pie en el
marco de la puerta, no la toque. Pero sentí su piel cerca de mí.
―¿Siguiéndome? ―pregunto. Su voz era suave.
―Quiero saber lo que realmente estabas viendo en el estacionamiento
―le dije―. Si no era mi pierna, ¿qué era?
Exhaló con fuerza, y no sabía si estaba enojada o no. Hasta que
respondió.
―Tu culo.
―¿Discúlpame? ―La escuché, pero quería oírselo decir de nuevo.
Sentí esta emoción recorrerme, y juro por Dios, toda la sangre en mi cuerpo
fue directamente a mi polla.
―Tu… ―Tomó aire, puntuando la palabra―. Trasero. Te estaba
mirando el culo mientras estabas caminando delante de mí.
Me sentí sonreír. No pude evitarlo.
―¿Qué? ―pregunto. Tenía los labios tan malditamente irresistibles
que no podía pensar con claridad.
―¿Así que eres una especie de estrella de realitys o qué? ―Abrí la
boca y esa fue la pregunta que salió. No era la pregunta que quería hacer. La
pregunta que quería hacer era el de si se iba a casar.
River suspiró ruidosamente esta vez.
―No ―dijo ella―. Pero mi boda iba a ser televisada. En vivo.
Anoche. Con Viper Gabriel.
―Mierda. ―Viper Gabriel―. ¿Estás saliendo con Viper Gabriel?
―Ahora la reconocí. La había visto en la portada de revistas.
Mierda. Ella no sólo era un poco famosa. Era realmente jodidamente
famosa.
Y me decía que había estado viendo mi culo.
―Lo estaba ―dijo.
―¿Estabas qué? ―Estaba confundido. Estaba preocupado con el
hecho de que no era capaz de hacer que la sangre fluyera hacia atrás en la
dirección correcta, hacia mi cerebro.
―Me iba a casar ―explicó―. Pasado tenso. Hasta que entré y lo vi
con mi hermana.
―Mierda ―digo, sacudiendo la cabeza. No podía imaginar por qué un
tipo que estaba con ella querría poner su polla en cualquier otro lugar, sino
en su interior.
River se encogió de hombros.
―Así que ya sabes por qué estoy donde estoy ―dijo―. ¿Entonces por
qué estás aquí?
No sé por qué hice lo que hice a continuación. No había querido a
nadie en mucho tiempo y mucho menos a alguien como ella, alguien tan
fuera de mi alcance.
La besé. Duro. Sus labios se abrieron mientras mi boca se apretaba
contra la suya y la mía encontraba su lengua. Besándola encendió una
especie de fuego dentro de mí.
La empujé contra la pared cercana, demasiado duro, pensé. Tuve que
decírmelo para reducir la velocidad, pero River gemía y me ponía
jodidamente loco. Agarré un puñado de cabello de la base de su cuello y la
atraje hacia mí.
―¿Recuerdas cuando solías besarme de esa manera?
River saltó y giró la cabeza al oír el sonido de la voz que entró por el
momento entre nosotros. La pareja mayor mirándonos tenían que estar en
sus ochenta. El hombre nos miró y guiñó un ojo antes de hablar.
―¿Solía? ―preguntó―. Te besé así esta mañana.
―Ah, ya sé que lo hiciste, cariño ―dijo, acariciándole a su marido el
brazo con el suéter―. Estoy hablando con una pared de este tipo, no contra
la pared en tu casa. ―Ella bajó la voz, adoptó un tono conspirativo―. Solía
ser mucho más salvaje. Una exhibicionista.
―Puedo cambiar eso si llevas mis pastillas contigo ―dijo.
River ahogó una risita y se aclaró la garganta.
―Disculpe ―dijo River, tomando mi mano entre las suyas y
sacándome de la tienda y de regreso hacia el coche. Cuando llegó al coche,
se detuvo, la espalda contra la puerta del lado del pasajero, con las manos
en mi cintura. Se rió mientras me tocaba, sus palmas en el pecho, alisando
la tela de mi camisa. El gesto se sentía familiar y desconocido, todo al
mismo tiempo. Era una extraña mezcla―. No sabía que teníamos público
ahí atrás ―dijo.
La besé de nuevo, necesitándola contra mí. Tan pronto como la toqué,
estaba duro otra vez y por un minuto estaba convencido de que iba a pensar
que era una especie de pervertido obsesionado con el sexo. Pero arqueó la
espalda, y podía sentir su presión en mi dureza, en vez de tomar distancia.
No puedo creer que alguien como ella me quiere.
Luego se echó hacia atrás. Pude probar sus labios sobre los míos,
incluso después de que se apartó.
―Probablemente deberíamos salir de aquí antes de que tengamos una
audiencia aún más grande ―susurró.
Me aclaré la garganta de nuevo, llegué detrás de ella para la manija de
la puerta del coche, a propósito, no se alejó de ella. Mi mano estaba de
nuevo contra su culo y el movimiento tiró de ella hacia mí.
―¿Todavía estás segura que quieres venir conmigo? ―pregunté. La
pregunta de inmediato me hizo pensar en el sexo y me pude imaginar estar
dentro de ella.
Ven conmigo.
Cuando respondió, su voz era entrecortada.
―Sí.
Capítulo Siete
River
Elias cerró la capota del convertible. Lo hizo más acogedor que antes,
cuando estábamos montando con la parte superior hacia abajo y el viento
soplando.
Era más íntimo de alguna manera. Hubo menos espacio entre nosotros,
y era muy tranquilo. Aun así, por un rato, ninguno de los dos hizo ningún
intento de una pequeña charla.
Sonaba tonto, pero aún estaba conmocionada por ese beso. Todo lo que
podía pensar era lo que yo sentía cuando me besó, mi corazón se aceleró,
mi cuerpo al límite. Sabía que debía estar triste por mi relación. Debo estar
triste, no me iba a casar.
Excepto que en vez de eso, sentí esta enorme sensación de alivio, el
peso de una carga levantada de mis hombros. Me sentí positivamente
vertiginosa.
Me reí, el sonido erupcionando de la nada, esta extraña liberación de la
tensión y el estrés de las últimas veinticuatro horas. Elias tuvo que pensar
que estaba loca.
―¿Qué? ―preguntó―. ¿Es esa pareja? Estaban en un maldito viaje,
¿eh? ¿Creías que iban al baño y lo consiguieron?
Dejé escapar una risa fuerte, tapándome la boca. Calma tu mierda,
River.
―Sí. ―Asentí―. Definitivamente.
―Seguiré siendo así cuando tenga ochenta años ―dijo Elias―. Con
una maldita erección para mi anciana.
Me reí de su brusquedad. Elias parecía no tener ningún problema
diciendo lo que sea que viniera a su cabeza. Era la primera persona con la
que pasaba el rato en años que no parecía tener una agenda, no estaba
trabajando un ángulo para conseguir algo de mí.
―¿Es gracioso? ―preguntó.
―No ―le dije―. Es lindo cómo estaban uno encima del otro. Espero
que todavía esté excitada por alguien cuando sea mayor.
―Serás una anciana sexy ―dijo―. No hay duda.
―Bueno, en términos de Hollywood, eso es como a diez años de
distancia.
―No entiendo esa mierda ―dijo Elias.
―¿Qué parte? ―pregunté―. ¿La obsesión por mantenerse joven?
―Toda esa mierda loca en general ―dijo―. Parece que arruina tu
cabeza quiero decir. No te ofendas, que pareces bastante normal y todo.
Para una actriz, quiero decir.
Reí.
―Dale un tiempo ―le dije―. Te voy a impresionar con mi marca de
locos.
―Ah. ―Hizo una pausa, tamborileando con los dedos sobre el volante
mientras conducía―. Ve por ello.
―¿Ir por qué?
―Impresióname ―dijo―. ¿Cuál es tu marca de locura?
Me quedé en silencio por un minuto. Mi locura era demasiado para
alguien como Elias, alguien que parecía un chico normal, si había tal cosa,
con la que tratar.
―Bueno, no puedo dar todos mis secretos ―le dije―. Pero esto
probablemente ya está en Internet de todos modos, así que bien podría
decirlo aquí. Tomé un bate de béisbol contra toda la mierda de Viper, todos
sus recuerdos y esas cosas.
―¿Sí? ―preguntó―. ¿Así que rompiste la mierda de un montón de
sus artículos de colección, porque estaba follando a tu hermana? Eso es
como, nada.
―Era algunas cosas realmente invaluables ―le dije, tímidamente―.
Al igual que un Trofeo Heisman que adquirió. Y el bate era de Mickey
Mantle.
―El idiota se lo merecía, ¿no? ―preguntó―. Tiene suerte de que no
tomaras el bate en su culo. Solo estoy poco impresionado por el hecho de
que destruiste un montón de objetos de colección.
―¿Solo un poco? ―pregunté―. No estoy segura de si debo estar
decepcionada o con miedo de que no creas que eso es una locura.
―Eh ―dijo―. No diría que es una locura. Más como justicia sureña.
―La justicia del campesino sureño, ¿eh? ―le pregunté, mi rostro
colorado. Durante todo este tiempo y esfuerzo tratando de escapar de mi
pasado y mi comportamiento siempre me traicionó.
Elias me miró y guiñó un ojo.
―No te preocupes, cariño ―dijo―. Es un cumplido, no un insulto. De
donde yo vengo, significa que tienes algunas pelotas.
Sentí las lágrimas comenzar a brotar de mis ojos, y me di la vuelta para
mirar por la ventana, tratando furiosamente de parpadear. Ahora no. No
aquí, delante de él, este hombre que acabo de conocer. No iba a llorar. Ni
siquiera sabía por qué estaba molesta.
―Mierda ―dijo Elias―. No quise decir nada con eso.
No sabía por qué estaba llorando, solo que me sentí como si hubiera
estado corriendo con adrenalina alta por las últimas veinticuatro horas, y
ahora me estrellaba duramente. Me limpié una lágrima de mi mejilla.
Elias se acercó y me tocó. Su mano en mi pierna estaba caliente, el
calor que irradiaba a través de mi cuerpo. Incluso a través de la bruma de
las lágrimas, su toque era eléctrico.
―No estaba diciendo que estabas loca ni nada ―dijo Elias, sonando
confundido.
―No soy una llorona ―le dije, sollozando―. Realmente no lo soy. No
sé cuál es mi problema.
―Está bien ―dijo―. Tengo ese efecto en las mujeres.
―¿Hacer llorar? ―pregunté. No pude evitar sonreír.
―Bueno, a veces es difícil estar en presencia de alguien bien parecido
―dijo, señalándose.
No podía dejar de reír.
―Sí, puedo ver cómo eso haría llorar.
―Oye ―dijo―. ¿Sabes lo que necesitas?
―¿Qué? ―Me limpié el rabillo del ojo. Por lo menos no creía que era
un completo bebé. O era lo suficientemente amable para no decirlo a la
cara, de todos modos.
―¿Te gustan las paradas?

Elias
Mierda. Le robé una mirada. Al menos ya no lloraba. No podía dejar
de estar un poco en pánico al ver a una chica llorando, ¿por qué los chicos
no se sentían de esa forma? Pero supongo que acababa de romper con su
novio y mierda. La mayoría de las chicas se revolcarían en una pinta de Ben
y Jerry y escuchar música cursi, así es como lo hacían en las películas,
¿verdad? Al menos esta chica no era como el resto de chicas, mierda, había
roto coleccionables de su prometido en pedazos con un bate de béisbol.
Eso era jodidamente genial.
Podía respetar mierda como esa, incluso si estaba loca.
Así que, si estaba derramando algunas lágrimas en el auto ahora,
¿quién era yo para juzgar?
―¿Me gustan las paradas? ―preguntó―. Eso es un poco al azar. Pero
está bien. ¿Quieres decir como una sala de cine?
―No ―dije―. Al igual que un restaurante. Más adelante. Me muero
de hambre.
―Oh ―dijo―. ¿Te refieres a un Sonic?
Puse los ojos en blanco.
―Aunque aprecio el hecho de que ni siquiera sabes lo que es un Sonic,
ser una estrella de cine grande y todo, no. No es una cadena. Es un viejo
lugar. Ha estado aquí desde los años cincuenta. ―Entrecerré los ojos,
esperando que apareciera―. Por lo menos, lo que solía ser aquí. Han
pasado unos años.
―¿Desde que regresaste a casa?
―Sí.
―¿Por qué? ―preguntó.
―Eres horriblemente entrometida ―le dije. Entrecerré los ojos
mientras el restaurante de Linda apareció a la vista.
―¿Cómo es West Bend, de todos modos? ―preguntó, mientras nos
detuvimos en el estacionamiento.
Me encogí de hombros.
―No lo sé. Igual que cualquier otra ciudad pequeña.
¿Cómo diablos explico West Bend a una de afuera? ¿Bien, bonito por
fuera pero podrido hasta la médula en el interior? Tal vez era solo yo y mis
hermanos que éramos de esa manera, todas las miradas y sin sustancia.
Es lo que mi padre solía decir.
Dios tenga en su gloria, mi madre me dijo cuando llamó para darme la
noticia. Me reí amargamente. No se puede descansar lo que no tienes, le
dije.
―¿Los pueblos pequeños son iguales? ―preguntó.
Iba a formular una respuesta listilla, pero me limité a gruñir, puesto que
ya estábamos llegando al estacionamiento. Y entonces River estaba
prácticamente luchando por encima de mí para conseguir un vistazo al
menú.
―Disculpa ―le dije, mientras clavaba su mano en mi muslo.
―No te quejaste cuando estaba tan cerca antes ―dijo.
Cierto. Y pude ver por su camisa, así que era una ventaja. Sentí la
agitación familiar entre mis piernas, y ella miró hacia abajo, luego a mí. Me
encogí de hombros.
―No pongas tu mano ahí abajo si no quiere que se endurezca.
Ella abrió la boca para decir algo, pero fue interrumpida por la
camarera. Mientras la chica estaba tomando nuestros pedidos, me encontré
realmente preguntando qué había estado a punto de decir River.
Comimos en silencio por un tiempo, hasta que River habló.
―Entonces ―dijo―. ¿Creciste en West Bend?
―Síp. ―Tomé una patata frita en mi boca, y no di más detalles.
Dejo que el silencio persista durante un minuto antes de romperlo.
―¿Alguna vez te dijeron que eres increíble en una pequeña charla?
Le lancé una mirada.
―Pensé eso ―dijo, su voz ligera―. Bueno, hay una cosa que se llama
conversación, donde una persona hace una pregunta y los otros contestan,
pero dicen algunas cosas más en la respuesta.
Me encogí de hombros.
―No soy mucho de hablar del lugar donde crecí. ―Me fui del infierno
de West Bend tan pronto como pude, y solo había vuelto una vez. No estaba
buscando exactamente volver ahora.
Especialmente teniendo en cuenta el hecho de que ahora tenía que
pensar qué diablos iba a hacer con una estrella de cine en el remolque.
Estaba seguro como la mierda que no podía llevarla a mi casa. Una
chica como ella correría gritando al ver de donde diablos venía. Mano a la
boca era probablemente la mejor manera de describir la situación de mi
familia, teníamos cuatro paredes y un pedazo de tierra, pero no mucho más
que eso. Mi padre, el imbécil, como mis hermanos y yo lo llamamos, traía
magros ingresos por nuestra tierra, hasta que se fue a la mierda cuando
estaba en la escuela secundaria.
No iba a llevar una chica como ella a mi casa para que vea la casa de
madera de mi familia, eso era absolutamente seguro, incluso si el imbécil ya
no estaba allí.
―Bueno, ¿cuánto tiempo más hasta llegar a West Bend? ―preguntó.
―Alrededor de una hora más o menos ―le dije.
―Entonces tienes alrededor de una hora más o menos para cautivar al
público cautivo aquí ―dijo―. Teniendo en cuenta que tuve tu lengua en mi
garganta antes, diría que somos lo suficiente conocidos para una pequeña
charla. ―Me guiñó un ojo, y me hizo reír.
―Muy bien ―le dije―. ¿Qué quieres saber?
―¿Quién dijo que quería saber algo de ti? ―preguntó―. Soy una
estrella de cine de mierda, ¿y no quieres preguntarme algo?
Las mismas malditas palabras que salieron de la boca de otra persona y
que habrían sonado pegajosa y maliciosa y simplemente de mal gusto. Pero
no fue esta… ligereza sobre todo lo que decía, esta alegría de ella.
Yo reí.
―Estás llena de ti misma, ¿no es así?
―Solo directa ―dijo―. No veo ningún punto en andarse por las
ramas al respecto. Obviamente hay algo preocupante sobre ir a casa, y ya
está claro que eres lo suficientemente hombre para decirme si no quieres
hablar de ello.
―No quiero hablar de ello ―le dije.
―¿Ves qué fácil fue eso?
―Está bien, princesa ―le dije―. ¿Dónde creciste? ¿Hollywood?
¿Crees que vas a ser capaz de entrar ilegalmente en la América rural?
Ella miró hacia abajo por un minuto, y esperaba que no empezara a
llorar otra vez. Pero no, acabó por tomar un bocado de una patata frita.
―Golden Willow, Georgia ―dijo―. Conozco las ciudades pequeñas.
Creo que me las arreglaré muy bien.
―Eh. ―No esperaba eso.
―¿Sorprendido? ―preguntó, su sonrisa más que un gesto.
―No esperaba que fueras una chica de campo ―le dije.
―No todas las estrellas de cine crecimos ricas, ya sabes ―dijo―. No
siempre fui una princesa.
―No eres realmente lo que esperaba de una actriz.
―Me alegro de no ser decepcionante ―dijo, masticando el extremo de
una fritura―. No me gustaría ser un cliché.
Vi como dio un mordisco a su hamburguesa, y se volvió hacia mí, sus
ojos color avellana brillantes, el cabello desordenadamente se elevaba en
los extremos.
―Eres definitivamente diferente, River Andrews ―le dije―. Eso es
malditamente seguro.
Capítulo Ocho
Elias
―¿Estás seguro de que este lugar es discreto? ―preguntó River―. ¿Es
alguien que conoces desde hace tiempo?
―Suenas como si estuviéramos visitando un burdel o algo así ―le
dije―. Es una posada con desayuno. ―Fallé deliberadamente en mencionar
que no era amigo de los dueños, y que la gente de West Bend puede no
exactamente estar particularmente feliz de ver a uno de los hermanos Saint
aparecer, arrastrando con él una estrella de cine exigiendo permanecer de
incógnito. Ese no es el tipo de problema que tienes con gente que pensaba
que eras la escoria de la tierra.
No es que conociera a la gente que maneja la posada de todos modos.
No personalmente.
Eso no quiere decir que no tengamos historia, una historia
sórdida. Pero no sabía qué más hacer con River. Todo lo que podía pensar
era en el aspecto que cruzaría inevitablemente su rostro cuando la llevara a
mi casa.
No, gracias. Seguro no era un masoquista. Y seguro no estaba
trayéndola a casa.
Ni a mi casa.
Ni la de mi madre.
Ni la de mi hermano.
―¿Estás seguro de que no deberías haber llamado primero?
―preguntó, dándome esta mirada extraña.
―Estoy seguro de que está bien ―dije. No lo estaba.
River se reunió conmigo en mi lado del vehículo. Su mano se acercó a
mi camisa, donde estaba el cuello, sus dedos recorrieron la línea. La forma
en que lo hizo, la forma en que se detuvo allí, me recordó una escena de una
película antigua, la forma en que una mujer ajusta la corbata de un hombre.
―Bueno ―dijo―. Supongo que esto es un adiós. ―De puntillas, rozó
sus labios suavemente en un lado de mi rostro.
―Te acompañaré dentro ―le dije―. Jesús, soy un caballero.
Se echó a reír, totalmente un sonido que carecía de cualquier tipo de
pretexto. Su dedo se apartó de mi pecho, y se mordió la parte inferior de su
labio. Pude ver su lengua por el borde, y de hecho me dieron ganas de ser
quien lo mordiera.
―De alguna manera dudo eso ―dijo.
―¿Que soy un caballero? ―pregunté, mi ceño fruncido. De repente,
estaba ofendido de que no pensara en mí de esa manera. Me encontré
preguntándome qué demonios tenía que hacer para demostrar que era, de
hecho, un caballero.
River asintió, una sonrisa en las comisuras de su boca.
―Elias Saint, dudo que jamás pudieras ser un caballero.
Se dio la vuelta y se dirigió hacia la casa blanca de rancho, dejándome
preguntándome si era un insulto o un cumplido.
Y me dejó observándola.
Tenía la sensación de que no era el primer hombre que se sentía así.

* * *

En la puerta principal de la casa del rancho, River llamó. Me coloqué


detrás de ella, sintiendo como si estuviera en la escuela intermedia de
nuevo, el hijo sucio de un minero de carbón, un no buen chico de un no
muy buen hogar. Sabía que June Barton poseía este lugar ahora, y la familia
de June no era así. No la conocía, pero sabía eso.
Ella no me conocía, tampoco. No personalmente. Contaba con eso. La
última cosa que quería, con River de pie aquí, era que June se diera cuenta
de quién era yo.
Una mujer se acercó a la puerta, vestida con un delantal sobre su
camiseta y vaqueros. El delantal no hacía mucho en ocultar su embarazo; de
hecho, parecía acentuar su creciente estómago.
―Hola ―dijo―. Soy June. ¿Son los Robinsons? No los esperaba,
pensé que habían cancelado su reserva. ―Miró hacia atrás y hacia adelante
entre River y yo.
―No ―dijo rió y me miró por un momento y pensé que estaba a punto
de dar vuelta y huir. ¿Qué demonios iba a hacer en West Bend de todos
modos? Pero entonces respondió―: No somos los Robinsons. En realidad,
solo quería ver si tenía algo disponible.
June miró hacia atrás y adelante entre los dos otra vez. Hizo una pausa
por un momento, sus ojos se estrecharon, y por un segundo tuve el miedo
irracional de que me reconoció.
Pero el momento pasó, y June abrió la puerta, haciéndonos señas para
que entráramos. En el interior, la casa de rancho se encontraba pintada en
blanco y azul, los suelos de madera reluciente. Era un lugar agradable, y me
alegré de que este fuera el lugar donde vivía June ahora. Me alegré de que
mi familia no fuera responsable de la destrucción de toda su vida.
Estaba feliz de que tuviera esto, a pesar de que no la conocía. Era muy
joven en ese entonces, cuando todo sucedió.
Un niño, no estaba seguro de qué edad, un par de años, tal vez, venía
dando tumbos por la habitación en pies inestables y June lo levantó en sus
brazos.
―¿Qué estás haciendo, Stan? ―preguntó―. ¿Tu padre te perdió la
pista?
―No, estoy justo detrás de él ―gritó una voz, y un hombre dobló la
esquina, vestido con vaqueros azules desteñidos y una camiseta, con brazos
cubiertos de tatuajes. Inmediatamente reconocí uno de los tatuajes como la
marca de identificación de un francotirador del Cuerpo de Marines. Estaba
bastante seguro de que era Cade. Era joven, cuando todo sucedió, solo un
niño, pero conocí de Cade más adelante, por su reputación. Sabía que había
sido herido en la Marina, conseguido una estrella de plata.
Tenía la esperanza de que no supiera quién demonios era.
―Buenas tardes ―dijo Cade―. ¿Todos ustedes visitan West Bend?
―Yo lo hago ―dijo River―. Él ha venido a…
La interrumpí.
―Solo una visita. ―River me dio una mirada extraña.
―Sabes, te ves tan familiar ―dijo June―. Apuesto a que te pasa esto
todo el tiempo, pero te ves como la chica de las películas, la que está en
todas esas comedias románticas, ¿sabes de quién estoy hablando, Cade?
Cade puso los ojos en blanco.
―Sí ―dijo―. Sé mucho de comedias románticas.
―Está casada con la estrella de rock, Viper Gabriel. O se va a casar o
algo así ―dijo June―. River, eso es. Algo con River. Está en la punta de la
lengua. El embarazo me vuelve estúpida últimamente, no recuerdo nada.
River rió.
―¿Puedes guardar un secreto? ―preguntó.
June se inclinó hacia delante.
―Claro.
―Totalmente la conocí una vez ―dijo.
―¿Sí? ―preguntó June―. ¿Eres de California o algo?
River negó con la cabeza.
―No ―dijo―. Pero he viajado por ahí. ―Le entregó a June una
tarjeta de crédito y la identificación. Me pregunté si tenían su nombre real
en ellas, o si eran falsificaciones.
June llevó su tarjeta a su computadora, hablando todo el tiempo.
―¿Era buena? Parece que lo es.
River sonrió.
―Creo que lo era ―dijo―. Aunque algunas personas parecen tener
sentimientos encontrados acerca de ella.
Me aclaré la garganta para cubrir mi risa, y River me miró. June no
pareció darse cuenta.
―Tengo camas King Size y una habitación más pequeña con una
pequeña ―dijo June―. ¿Está bien la King Size?
―Si se puede, me gustaría alquilar la casa.
June se detuvo, con la tarjeta de River en la mano, a medio
movimiento.
―¿Toda la casa?
―Si tienes otros huéspedes, por supuesto, que lo entiendo ―dijo
River―. No quiero que muevas nada. Pero si no es así, me gustaría
simplemente alquilar todas las habitaciones que de otro modo alquilarías.
La frente de June se frunció y podía sentir los ojos de Cade en la parte
posterior de mi cabeza. Tenían que estar pensando que habíamos robado
una tarjeta de crédito o algo.
June miró a River durante un largo minuto.
―Son cinco dormitorios ―dijo.
River asintió, pareciendo completamente a gusto bajo el escrutinio.
―Es perfecto ―dijo.
June finalmente apartó su mirada y asintió.
―Creo que la próxima semana entera estaba libre a excepción de la de
los Robinson ―dijo―. La temporada de invierno está aquí, así que las
cosas son lentas en este momento. ¿Cuánto tiempo te quedas?
―Probablemente voy a estar aquí unos días, depende de las cosas.
June hizo click en un par de cosas en su computadora, y luego levantó
la vista hacia nosotros.
―Creo que toda la casa estaría bien entonces.
―Bien ―dijo River―. Eso está arreglado. ¿Hay algún lugar donde
pueda alquilar un auto?
―¿No llegaron los dos conduciendo en…? ―preguntó June, luego se
detuvo, distraída―. Me olvidé de pedir incluso tu nombre.
La boca de River se abrió y salté antes de que pudiera decir nada.
―E ―dije―. Los amigos me llaman E.
No era cierto. Jodidamente nadie me llamó E.
―Bueno, te voy a dar un recorrido por el lugar, y Cade aquí te puede
ayudar con tus maletas si necesitas ayuda ―dijo June.
―No hay maletas ―dijo River. June lideró, y le seguí por el pasillo.
Después de que June nos había dado la gira y nos dejó en una de las
habitaciones más grandes, River se volvió hacia mí.
―Bueno, E ―dijo sonriendo―, gracias por el paseo.
Se quedó allí, a centímetros de distancia de mí, y me tomó todo lo que
tenía para no besarla. Me dije que era una complicación que no necesitaba.
Su situación no era simple, y tampoco lo era la mía. Tenía bastantes
complicaciones de las que ocuparme, complicaciones que estaba en camino
de enfrentar. Así que me di la vuelta en la otra dirección, lejos de esos ojos
brillantes y hermosos labios.
―Nos vemos, River. ―Miré por encima de mi hombro mientras me
iba, y me estaba sonriendo.
Me hizo un guiño.
―Nos vemos, Elias.

River
―Siéntete libre para pasear ―dijo June―. ¿Montas?
Asentí.
―Un poco. ―Tuve que aprender a montar a caballo, solo lo básico,
para un papel que tuve, pero no quería explicar esto a June.
―Es agradable, ¿verdad? ―preguntó June, viéndome tomar mi té en el
porche delantero.
Asentí. Agradable no era aún la palabra. Todo el asunto, la posada, la
casa de al lado, el establo para los caballos que parecía al mismo tiempo
nuevo y rústico, y todo ello rodeado por los prados y colinas cubiertas de
artemisa y álamos. Todo era algo así como de libro.
Creciendo, vivíamos en el campo, pero no este tipo de municipio, la
clase donde el paisaje se extendía en ondulantes colinas, mesetas y picos de
montañas en la distancia. Nuestra clase de campo involucraba remolques y
camionetas desglosados, agrupados juntos, niños corriendo desnudos en el
patio delantero y ancianos mirándote de reojo mientras caminabas por allí,
mientras estaban sentados fuera bebiendo de botellas envueltas en bolsas de
papel marrón.
Era casi tan lejos de este tipo de campo como te podrías imaginar.
Este tipo de campo que solo quería respirar.
Aquí fuera, rodeada de esto, no podía dejar de sentir la calma.
Tranquila.
―Estar aquí fuera en el campo se incrusta en ti ―dijo June―.
Especialmente cuando tienes cosas de las que huyes.
La miré, pero parpadeó inocentemente, y tomó otro sorbo de su taza de
café.
Cambié de tema.
―¿Cuánto tiempo has vivido aquí? ―pregunté.
―Oh, crecí aquí ―dijo―. Me mude cuando tenía diecisiete años, pero
no pude jamás sacudirme este lugar. Volví aquí después de que me fui de la
Marina. Solo hay algunos lugares que se pegan a ti, ¿sabes? A tu alma.
―Lo supongo, pero nunca he tenido un lugar sobre el que me sentí de
esa manera ―le dije. Eso no era cierto exactamente. Golden Willow se
había pegado a mí, estableciendo residencia en mi alma, pero no de la
manera que ella estaba hablando. Era como una especie de parásito que no
se iba, disolviendo lejos cualquier felicidad que me atreví a tener.
―Creo que este lugar fue mi primer amor ―dijo June―. Y luego,
cuando Cade regresó aquí también, supongo que solo estaba destinado a ser.
Como si fuera una señal, su marido se unió a nosotras en el porche. Se
acercó a ella por detrás, deslizó sus brazos alrededor de su vientre, y la besó
en el lado de la sien. June cerró los ojos y se recostó contra él. Fue un gesto
tan íntimo, casi me sentí como si estuviera molestando en un momento
privado.
―Oye nena ―dijo Cade―. Voy a ir a la tienda por un tiempo. El
pequeño Stan está dormido en una de las habitaciones.
―Está bien ―dijo June―. Te veo luego.
―Mi tienda en la ciudad ―me dijo, a modo de explicación―. Si
necesitas recoger algo, puedo traerlo de vuelta conmigo.
―Gracias ―le dije―. Creo que voy a necesitar un alquiler de auto o
algo así, pero eso puede esperar hasta mañana.
―Muy bien ―dijo―. Pero si necesitas algo, no dudes.
―Gracias.
Aparté los ojos, dando a la pareja un momento de intimidad cuando se
inclinó para besar a June en los labios.
―No voy a llegar a casa demasiado tarde, Junebug ―dijo.
Ella rió.
―Quédate ahí todo el tiempo que quieras ―dijo―. Stan ha estado
durmiendo toda la noche en los últimos días y voy a estar fuera de combate
en una hora. Pinta el contenido de tu corazón.
―Voy a tratar de no estar allí toda la noche. ―Sonrió―. Nos vemos.
Observé mientras cruzaba el prado de la otra casa y se montó en una
moto, el cromo brillante, brillando incluso en la luz de la tarde. El rugido
del motor cortó a través de la quietud del aire, y mis ojos lo siguieron
mientras se alejaba.
Sentí una oleada de miedo en la boca del estómago, mirándolo, al oír el
estruendo del motor de la moto. Me trajo recuerdos, demasiados, de vivir en
el Golden Sunset Mobile Home Park, en el pequeño pueblo sureño que no
tenía nada a su favor, salvo la fábrica de papel y un par de clubes de
striptease. Los motoristas rodaban por la ciudad, llenando el único hotel
cercano, un lugar decrépito cutre con un signo de motel de neón colgando
por la carretera, perdiendo dos letras: CIUDAD M-T-L. La luz trabajaba
intermitentemente, zumbando y apagándose y dando al lugar un sabor aún
más, de mala reputación.
Odiaba aquellos tiempos, cuando los motoristas volaban por la ciudad.
Siempre deletreaba malas noticias para mis hermanas y yo. Los motoristas
en la ciudad significaba que mi madre se habría ido por días mientras nos
defendíamos por nosotras mismas, y volviendo para desmayarse en su
cuarto y descender de lo que el infierno había tomado.
―Cade tiene una tienda en la ciudad ―dijo June, su voz cortando a
través de mis pensamientos―. Apenas la abrió no hace mucho tiempo.
Hace trabajos de pintura personalizada en motos.
―Es bueno tener algo como eso ―le dije―. Siempre he pensado que
sería agradable ser capaz de crear algo de la nada, ¿sabes?
―Admiro eso de los tipos creativos ―dijo June. Me miró, su
expresión buscando pero no dijo nada más―. Nos quedamos en esa casa de
allí. Si no necesitas nada más esta noche, voy a ir allí con el pequeño Stan.
Vuelvo por la mañana, muy temprano. Suelo traer el desayuno alrededor de
las nueve, solo muffins y cosas por el estilo, pero si quieres algo más tarde
solo házmelo saber. La cocina esta abastecida, también, por lo que puedes
prepararlo.
―Las nueve suena muy bien ―le dije―. ¿Y June?
―¿Sí? ―preguntó, girando y parando antes de que se dirigiera hacia el
interior.
―Gracias ―le dije―. Todo esto es maravilloso.
―Eres más que bienvenida a quedarte aquí todo el tiempo que quieras.
Este es el tipo de lugar donde se puede mantener un perfil bajo. ―Hizo una
pausa―. Me encantan las comedias románticas, por cierto.
Sabía quién era yo.
Si alguien más hubiera dicho algo así, se sentiría amenazante,
peligroso.
Pero cuando lo dijo June, se sentía reconfortante, como una promesa de
que este era un lugar seguro.
Era una sensación extraña.
Capítulo Nueve
Elias
Conduje a través de la ciudad camino a casa, por la calle Main,
pasando por la pequeña cafetería, la heladería y las tiendas que venden todo
tipo de chucherías. West Bend era el tipo de pueblo pequeño que se ve en
las películas, con un centro que parecía traído directamente de los años
cincuenta. Por lo que parece, era un lugar pequeño y pintoresco, el tipo de
lugar en el que nada malo sucedía. Si solo estuvieras de visita en West
Bend, si fueras uno de los turistas que llegaron durante la temporada de
esquí, en invierno, sin duda esa sería la impresión que tendrías.
Eso es lo que pensó River, lo sabía. Vi la expresión de su rostro cuando
condujimos hasta aquí y luego estacionamos en la posada.
Por supuesto, un visitante no conocía West Bend como yo. Un visitante
no tenía una historia aquí, el tipo de historia que conlleva el crecer en un
lugar donde tu hermano hizo lo que hizo el mío. Un lugar donde tus padres
eran los míos.
Un lugar donde eras un puto paria.
Los recuerdos nunca desaparecen, no en una ciudad pequeña como
esta. Tus pecados solo se hacen más grandes, cuentos con moraleja que se
transmiten de generación en generación.
Vivimos en las afueras de la ciudad, en un par de acres que mi padre
había comprado antes que la ciudad tuviera el tamaño que tiene ahora. El
tamaño que tiene ahora fue realmente una exageración. Había, tal vez, un
par de miles de personas en West Bend. Pero cuando yo era más joven, era
aún más pequeño. Aún más cerrado y estrecho de mente.
Había algunas tiendas nuevas y más gente rica con residencias
temporales y aún más turistas que vienen durante la temporada de esquí,
pero la ciudad no había cambiado mucho. Al menos no por donde estaba la
casa de mi familia. Allí, sobre los límites de la ciudad, todavía había gente
luchando por sobrevivir como podía. Allí, había gente como mi padre, que
era dueño de una pequeña porción de tierra y la trabajaba para poder
obtener todo lo que pudiera de ella. Ese fue el modo en que había hecho una
mina de carbón de nuestra propiedad.
La gente piensa en las minas de carbón en estos grandes lugares
administrados por empresas mineras. Pero la verdad es que hay personas
que, por lo menos cuando yo era un niño, tenían minas en su propiedad. Era
algo así como contrabando, algo apenas legal. Mi padre tenía el permiso
que necesitaba cuando éramos niños y no era una operación complicada.
Era bastante sencilla, ponía los detonadores en el lado de la montaña en
nuestra propiedad, disparando un poco cada vez. Vendía carbón de la misma
manera en que la gente vende leña, este negocio nos proporcionó apenas lo
suficiente para poder vivir.
Y luego se bebía la mayoría de lo que ganaba, llegando a casa
enfadado, dispuesto a desquitarse con quien se cruzara.
Entonces sucedió la mierda con Silas, el problema con los explosivos,
cuando los puso en marcha sin autorización y mi padre perdió ese permiso
de explotación… y ya no hubo más minería. Mi padre se convirtió en el
conserje de nuestra escuela secundaria.
Y entonces nos convertimos en los hijos del conserje borracho de la
escuela secundaria.
Decir que estaba feliz de dejar West Bend era un maldito eufemismo.
Me fui corriendo de West Bend a toda velocidad tan pronto como pude.
Es curiosa la forma en que funciona la vida. Las cosas siempre
completan el círculo cuando menos lo esperas. Juré a todo lo que creía que
nunca volvería aquí de nuevo. La única vez que volví, para asegurarme de
que mi hermano Silas no estuviera jodidamente muerto, solo confirmó que
necesitaba mantenerme lo más lejos posible de este lugar.
Delante de mí, la casa contrastaba drásticamente con las que había
pasado en el camino fuera de la ciudad. Mis padres no habían hecho
reparaciones, me di cuenta enseguida, aunque supuse que las reparaciones
de ese pedazo de mierda habrían costado más que la misma casa. No había
sido un lugar agradable cuando yo estaba creciendo, y ahora incluso menos.
Un perro deambuló hasta el auto. No estaba seguro de si era un perro
callejero o no.
La puerta de la casa se abrió y una silueta estaba de pie en el marco de
la puerta, ensombrecida por la luz de después del mediodía. Se protegió los
ojos del sol, pero podía verla entrecerrándome los ojos. Salió, vestida con
una bata de satén y pantuflas de tacón, ruleros en el cabello y alejando al
perro.
―Perro sarnoso, aléjate del auto y déjalo en paz.
Abrí la puerta, salí y el perro se escabulló lejos en el patio.
―Hola, mamá ―dije.

* * *

―¿Ese es él?
Mi madre encendió un cigarrillo, soltó el humo por la cocina antes de
contestar. Jugó con la caja de cerillas en la mesa de la cocina, luego se
ajustó la bata de satén antes de responder.
―Es él ―dijo―. No sabía qué hacer con él, así que lo dejé allí.
―Tirarlo por el escusado funcionaría ―dije. No me gustaba la idea de
que estuviera en una urna sobre la chimenea, como si nos estuviera
observando o algo así. Como si fuera una especie de figura paterna amada.
―Elias no quiso decir eso ―dijo. Cruzó los pies, dejando la pantufla
con el pompón colgando. Mi madre estaba atrapada en algún lugar en los
años cincuenta, en muchos aspectos, menos en su guardarropa―. Es poco
cristiano hablar de los muertos de esa manera.
No era capaz de reprimir la risa, el sonido amargo.
―Bueno, fue poco cristiano de su parte ser un borracho inútil y
maltratador de niños.
―Elias, tu padre tenía sus propios demonios ―dijo―. Algún día lo
vas a entender.
―Lo dudo. ―Eso era cierto. Nunca había entendido por qué mi padre
era como era, frío e insensible cuando no estaba borracho, peor cuando sí lo
estaba.
Y jamás entendería por qué demonios mi madre se quedó, tan envuelta
en un manto de negación que raramente era consciente del horror en su
propia casa.
Fumaba, pero no bebía o consumía drogas; al menos eso tenía de
positivo. El vicio de mi madre era la religión. Se aferró a ella como a una
droga. Antes de tenernos, era una chica salvaje, iba a fiestas y estaba fuera
de control, por lo menos según las historias que nos contaba. Fue entonces
cuando tuvo a mi hermano mayor, el que causó todos los problemas, que
cambió el curso de nuestra vida en esta ciudad. Tenía dieciséis años cuando
nació. Se hizo estrictamente religiosa, pero no de una religión en particular.
Incorporó diferentes fragmentos que había encontrado y entonces los
reclamó como propios, ya fueran católicos, protestantes, judíos, budistas, no
importaba.
Mis tres hermanos y yo llegamos mucho más tarde, después de casarse
con nuestro padre.
Abraham Saint.
Al crecer, nos contó que supo que él era su destino cuando lo
conoció… Su nombre se lo indicó. Era una señal de Dios que hubiera
encontrado a este hombre con nombre religioso.
La verdad era que fue todo lo contrario. No era un regalo de Dios. Era
una maldición.
Pero había persistido, siguió creyendo. Nos dio nombres de santos
pensando, equivocadamente, que nombrándonos como ellos de alguna
manera nos protegería. Mi madre era eternamente ingenua.
El tamborileo de sus uñas sobre la mesa me despertó de mis
pensamientos.
―Elias ―dijo, cubriendo mi mano con la suya. Sonrió con tristeza,
con la cara pálida, incluso debajo del maquillaje cuidadosamente aplicado.
Siempre fue una mujer hermosa y todavía lo era, incluso después de
soportar tantos años la mierda de mi padre―. ¿Te quedarás? La casa está
tan vacía desde que se fue.
Mi madre nunca estuvo bien sola. Era una de esas personas que solo se
sentía como tal en presencia de otros y, de alguna manera, dejaban de existir
cuando estaban solos. Su expresión era completamente como la de un niño
y no podía dejar de sentir lástima por ella.
―Por un tiempo, mamá.
La verdad era que no estaba seguro de cuánto tiempo me quedaría en
West Bend o qué haría. Me estaba escapando, pero no sabía hacia dónde.
Asintió.
―Un poco es bueno ―dijo. Se quedó en silencio por un momento
antes de hablar finalmente―. ¿Cómo está tu pierna?
―Está bien, mamá ―le dije. Era una pregunta directa, lo que era
atípico, viniendo de mi madre. Había hablado de mi lesión una sola vez,
después de que ocurriera, por teléfono. No había venido a verme en el
hospital, pero yo tampoco lo había esperado.
―¿Duele?
―¿Ahora? ―Negué con la cabeza―. A veces, quiero decir. Tengo
dolor de miembro fantasma.
―Pero parece, ya sabes, normal ahora.
Asentí.
―La prótesis es buena ―le dije―. Ésta es bastante realista. Tengo otra
para correr.
―Iba a ir a visitarte. ―Mi madre se echó hacia atrás en su silla, con
los ojos fijos en la pared detrás de mí. Se encendió otro cigarrillo, con las
manos temblando mientras buscaba el encendedor. Cuando habló, su voz se
quebró―. No podía… simplemente no quería verte así.
―Está bien, mamá ―le dije. A pesar de sus insuficiencias, me costaba
estar enojado con ella. Era como estar enojado con un niño.
―¿Ya has visto a Silas? ―preguntó.
―No. ―No había visto a mi hermano gemelo en tres años, desde que
había venido a West Bend de visita, pensando que las cosas podrían haber
cambiado, que después de dos años la gente podría ser diferente. Pero la
gente no cambia.
¿Y familia? Mucho menos.
―No sé qué pasó entre ustedes ―dijo―. Pero tienes que verlo, Elias.
No estaba bien antes, pero ahora está mucho peor, desde que volvió de Las
Vegas.
Era como escuchar a mi madre hablar en una lengua extranjera, la
forma en que estaba reconociendo que mi hermano estaba en algún tipo de
problema. Esto, ser una persona directa, honesta, no era algo típico de ella.
Tal vez la muerte de mi padre había removido algo dentro de ella.
―Prométeme que irás a verlo, Elias ―dijo, con voz suplicante.
―Sí, mamá ―le dije―. Iré a verlo. ―Pero eso no significaba nada.
¿La idea de que la sangre es más espesa que el agua? Era mentira, pensé.
Silas y yo habíamos sido cercanos, pero eso fue hace mucho tiempo.
Capítulo Diez
River
El tic tac del reloj antiguo en la mesita de luz comenzaba a irritarme.
Giré de costado y miré el reloj. Mierda. Solo eran las 7:30. Tenía toda la
noche en una casa vacía. June y su niño habían ido a la casa del rancho al
otro lado del prado, dejándome sola y aburrida.
Debería estar feliz con esto, me dije.
La tranquilidad debería gustarme. Era algo que no solía tener mucho.
Por muchísimo tiempo, la había anhelado rodeada del ruido de Hollywood
y toda la locura de mi vida. Sin embargo, ahora, atrapada en esta casa, sola
con mis recuerdos, era ciertamente sofocante. Así son las cosas cuando
escapas del pasado, cuando te detienes, aunque sea solo un momento para
recuperar el aire, estás más vulnerable. Entonces el pasado asoma su fea
cabeza y te hace saber que eres tonto por pensar que escaparás de él. En
cambio, siempre te mantiene atado.
* * *
Salí del auto. El conductor de la limusina desvió la mirada, volviendo
rápidamente a su cargo y a huir a toda velocidad, dejándome entrar sola
al vestíbulo del edificio.
El portero me sostuvo del codo cuando me tropecé al cruzar la puerta.
―Srta. Andrews, ¿está bien?
Negué con la cabeza, murmuré una respuesta apenas coherente.
―Estoy bien.
No estaba bien. Tenía quince años, regresaba de la casa de mi
coprotagonista de veinticuatro años a las cuatro de la mañana, apenas
podía caminar.
El portero le hizo un gesto a uno de los botones para llevarme hasta mi
apartamento. Se quedó en silencio, mirando al frente durante el viaje en
ascensor. Manteniendo un aire de profesionalidad.
Pero sabía que en realidad quería sacarme una foto, venderla a los
tabloides.
En la puerta de nuestro apartamento (mi apartamento, el que yo
pagué, donde albergaba a mis hermanas y a la excusa de mierda de madre
que tenía) hizo una pausa.
―¿Está tu madre en casa? ―preguntó, girando el picaporte.
Me reí, pero no había alegría en esa risa.
―¿Quién mierda sabe?
Entonces me incliné y vomité en la urna decorativa cerca de la puerta.
En algún momento, mi madre abrió la puerta y echó al botones,
amenazándolo con despedirlo si le decía a alguien lo que vio.
Ella me miró, recorrió con su mirada la totalidad de mi cuerpo,
deteniéndose en mi camisa rota, mi maquillaje corrido y mi cabello
despeinado. Estrechó sus ojos.
―¿Qué demonios te ha pasado?
―Estaba con Jason. ―La empujé para caminar por el pasillo,
quitándome los tacones. Sólo quería ir a la cama. Vomitaría de nuevo, lo
sabía. Y me derrumbaría. No quería hacerlo delante de ella. No quería
darle la satisfacción de verme llorar.
Pero me siguió hasta mi dormitorio, sus acusaciones disfrazadas de
preguntas sonando en el aire.
―¿Masterson? ¿Tu coprotagonista?
―¿Hay algún otro? ―No lo había. Era el único. Esa película sería mi
gran oportunidad. Era uno de esos papeles que tomabas, que te
emocionaban, ya que, incluso siendo una adolescente, entiendes el
significado de lo que estás a punto de hacer. Lo que había hecho hasta
entonces no había sido nada.
Esta era la ocasión, mi gran oportunidad. Jason Masterson era el
hombre del momento. Era atractivo, no sólo físicamente sino en la
industria. Y yo había conseguido este papel, a pesar de mi edad y el hecho
de que, incluso un par de años después de ser descubierta, básicamente
todavía era una actriz nueva.
Así que cuando mi coprotagonista me pidió ir a una fiesta en su casa,
rechazarlo hubiese sido un gran error.
Incluso cuando resultó que la única persona a la que había invitado a
nuestra pequeña fiesta era yo. Y después de tomar un par de cervezas para
hacer más digerible el momento, después de fumar un poco de marihuana,
me había dado algo más. Dijo que era éxtasis. Nunca había tomado éxtasis,
pero sabía que era importante ser amable con Jason. Y yo quería
pertenecer. Él pertenecía aquí en Hollywood, y yo era la chica nueva en el
barrio.
No quería volver a vivir en ese parque de caravanas. Así que tomé lo
que me ofreció.
No era éxtasis.
―¿Qué diablos hiciste? ―me preguntó mi madre.
Me di la vuelta.
―¿Qué hice? ―Prácticamente le escupí las palabra―. Fui a la casa
de Jason, mamá. ¿Qué demonios crees que hice?
Se dio la vuelta, caminando hacia la sala de estar.
―Hueles como la mierda ―dijo. La vi encender un cigarrillo y soplar
el humo a travιs de la habitaciσn, y sentν que mi rostro ardνa, que mi
sangre hervνa. Caminando hacia ella, se lo quitι de los dedos y lo apaguι
en un costado de su nuevo bolso Chanel.
El que yo habνa pagado.
―Te lo sigo repitiendo ―le dije―. Deja de fumar en el apartamento,
¡joder! No me importa si te matas, pero, ¿Brenna? No necesita ser
fumadora pasiva.
Me miró, con los ojos llenos de odio.
Pensé que me abofetearía por arruinar su bolso, pero no lo hizo.
Uno de mis primeros recuerdos era el rostro de mi madre, a solo
centímetros del mío, convirtiéndose en una máscara de rabia. Recuerdo
pensar, incluso entonces, que me odiaba.
Ahora que yo era mayor, sabía que era verdad. Nos odiaba a Brenna y
mí. Nunca debió ser madre.
―Espero que hayas hecho que su tiempo valiera la pena ―dijo―.
Aunque no sé por qué un hombre tan atractivo se interesaría en alguien
como tú. Es el próximo Brad Pitt. Y tú eres River Gilstead, recuérdalo,
puede que tengas un nuevo apellido, pero siempre serás una Gilstead. Te
abrirías de piernas para cualquier tipo que te lo pidiera.
―¿Qué haya hecho que su tiempo valiera la pena? ―dije, el calor en
mi rostro era casi insoportable―. Me dio algo y me folló cuando me
desmayé. Me desperté sin el pantalón, estaba en el suelo de su sala de estar.
Luego hizo que su conductor me trajera a casa. Así que si a eso es a lo que
te refieres con hacer valer la pena su tiempo, entonces supongo que sí.
Me miró fijamente, en silencio, y por un momento casi esperé que
expresara algo de cariño por mí, que me abrazara contra su pecho, que me
hablara como lo haría una madre, que me dijera que todo iba a estar bien.
Ella sabría qué hacer. Me sacaría de esto, lejos de la presión implacable y
de las responsabilidades abrumadoras. Lejos de los hombres que me
miraban como si fuera un adulto.
Entonces me agarró la muñeca, acercó su rostro al mío, y me miró de
la misma manera que me había mirado cuando era una niña. Con una
mezcla de desprecio y envidia.
―No nos arruinarás ―dijo entre dientes―. ¿Me escuchas, River
Gilstead? Será mejor que no tengas ninguna idea brillante de qué hacer al
respecto.
Solté mi brazo de su agarre.
―¿Arruinarnos? ―le pregunté―. Querrás decir arruinarte. No hay
un nosotros. Nunca lo hubo.
Dio un paso atrás, me miró de arriba abajo.
―Para mí estás borracha ―dijo, su mirada significativa―. No pasó
nada esta noche. ¿Me oyes? Nada. Ve a tu habitación y duérmete, luego
despiértate el lunes, ve al set y haz tu maldito trabajo.
No sabía qué esperaba. ¿De verdad había sido tan ingenua como para
pensar que reaccionaría como lo haría una madre normal? ¿Que me
habría consolado?
―No te preocupes ―le dije―. Tu cheque está asegurado.
Regresé a mi habitación e hice exactamente lo que dijo. Cerré la boca,
de la forma que siempre lo había hecho antes.
Y el lunes por la mañana, volví a trabajar con mi coprotagonista. Lo
miré a los ojos todos los días durante el siguiente mes, tragando el
sentimiento de repulsión ante su vista y jugando el papel que estaba
destinada a jugar.
Era el papel que me haría una estrella.
Y estuvo manchado por siempre después de esa noche. Todo lo que
vendría después estaría teñido de un gris sucio.
Yo era una gran estrella. Pero no era diferente de antes. Nunca lo
sería.
Por dentro, siempre sería River Gilstead, la chica con los sucios pies
descalzos y la nariz moqueando, todavía dando vueltas fuera del remolque,
esperando que alguien la rescatara del infierno.
* * *
Mis manos temblaban mientras deshacía el cierre del estuche de cuero,
abriéndolo y mirando los implementos en su interior. Mi corazón se aceleró,
y sentí ese tipo de nerviosismo que no había sentido en mucho tiempo, la
sensación de estar abrumada mezclada con un sentimiento de anticipación.
Mi aliento se atrapó en mi garganta, mi pecho subía y bajaba rápidamente
mientras trataba de calmar la respiración, de calmar mis pensamientos.
Ellos se arremolinaban alrededor de mí, cada vez más rápido y sentía como
si me hundiera.
No podía respirar.
No podía respirar y no podía soportar los recuerdos de mi pasado.
Había llegado lejos, pero no lo suficiente. No lo suficiente como para
que me alejara de esa niña que fui alguna vez.
Algunas cosas nunca cambian. Eso era cierto en este caso.
Me pinché con el frío acero de la hoja entre los dedos, y casi de
inmediato empecé a sentir mi ritmo cardíaco ralentizarse. Necesitaba esto.
Era lo único que podía hacer para soportar el dolor.
Encontré un lugar en la cara interna de mi muslo, entre las líneas
tenues que cruzaban mi carne, las líneas que sirven como marcadores, una
línea de tiempo de mi vida, de todas las cosas malas que me habían
sucedido. Eran débiles ahora, apenas visibles a simple vista y solo si sabías
qué era lo que estabas buscando, su decoloración era el resultado del trabajo
de un cirujano plástico especializado en desvanecer cicatrices. Pero todavía
podía pasar los dedos sobre el lugar en que estuvieron una vez, el lugar en
donde las líneas apenas existían, y recordar cada cicatriz.
Algunas personas inmortalizaban las cosas buenas de la vida, las cosas
que querían recordar, la forma en que querían vivir sus vidas. Yo
inmortalizaba las cosas que no podía olvidar.
Pasé la hoja a través de mi carne, sintiéndome extrañamente distante de
todo el asunto, como si esto le ocurriera a otra persona. La aguda punzada
de dolor amenazó con traerme de vuelta al presente, me prometió
regresarme al presente, pero apenas.
Vi que la sangre de color rojo oscuro brotaba a lo largo del corte,
pequeñas gotitas que se aferraban a él. Me senté allí, mi mente se centró de
pronto en el dolor, la sensación de escozor con la que contaba para
distraerme de todo lo demás.
La gente piensa que cortarse implica disfrutar el dolor. Viper pensó que
me hacía masoquista, alguien a quien le gusta ser herido, no solo
físicamente, sino emocionalmente. Le gustaba hacerme daño, se excitaba
así. Creo que por eso eligió a mi hermana.
Pero cortarse no se trataba de eso, por lo menos no para mí. Para mí, se
trataba de los recuerdos, de distanciarme del pasado y centrarme en el
presente.
A veces, la única manera en que podía hacerlo, la única manera en que
podía salir del pasado, de ser derribada, atraída y ahogada por la intensidad
era salir de él sintiendo dolor en el presente.
Me engañé, pensando que podría dejar de hacer esto. Así era yo. No
podía cambiarlo. De todos modos, había progresado, ya no era la
adolescente que intentó tener una sobredosis a los dieciséis años. Por lo
menos, no era suicida, aunque no estaba muy segura de para qué vivía.
Pero tan rápido como me había sentido abrumada, la sensación se
disipó, y la calma se apoderó de mí, una ola de quietud y paz.
Capítulo Once
Elias
Me senté en el coche fuera de The Thirsty Frog durante al menos
quince minutos antes de que finalmente me decidiera por salir, sólo viendo
cosas. Era un nuevo bar, pero sabía que si Silas estaba en un mal lugar
como mi madre había dicho, no era cualquier tipo de establecimiento de
confianza.
Silas se hallaba en la puerta principal; lo pude ver allí de pie, con los
brazos cruzados, al lado de la puerta principal, de vez en cuando
comprobando una identificación, pero sobre todo dejando a otro gorila
hacer los controles de identidad, mientras él escudriñaba la multitud.
Se había vuelto grande, mucho más grande desde la última vez que lo
vi, y me pregunté si mi madre quiso decir que estaba tomando esteroides.
Conociendo a Silas, si estaba en la misma trayectoria en la que había estado
cuando me fui, consumía algo más que esteroides. Pensé que había
cambiado, pero tal vez no.
Salí del auto y caminé hacia el bar. Silas no me vio, pero oí su voz,
fuerte, incluso por encima del estruendo de la gente en la línea. Uno de los
otros gorilas destacaba en la puerta del bar, empujando a un hombre por la
puerta principal, donde Silas lo agarró por la parte posterior del cuello y lo
arrastró hacia la calle. La cara de Silas estaba contorsionada de ira, sus
mejillas rojizas e hinchadas.
Mierda. Tres años más tarde, y nada había cambiado.
Me vio allí de pie, y se detuvo, empujando al chico hacia adelante, sin
romper el contacto visual conmigo.
―Hoy es tu jodido día de suerte, pedazo de mierda ―dijo.
El chico gimió, tropezando hacia adelante en el estacionamiento, y
salió corriendo.
―¿Vienes de lo alto para unirte al resto de los mortales? ―preguntó
Silas―. ¿O simplemente vuelves a West Bend para darme otro sermón?
―Que te jodan, Silas ―escupí las palabras, ya enojado con su actitud
de mierda antes de que siquiera hubiésemos tenido la oportunidad de
decirnos más de dos frases el uno al otro. No siempre había sido así. Podía
recordar un momento en que él era mi mejor amigo en el mundo. Podía
recordar un momento en que hubiera saltado en frente de una bala por él, y
él habría hecho lo mismo por mí.
Su expresión se suavizó por un momento, nublada por otra cosa.
¿Arrepentimiento?, me pregunté. Probablemente era demasiado esperar de
Silas, pero sentí que mis puños empezaban a abrirse de todos modos.
―Ya cremaron al bastardo, ¿sabes? ―dijo.
―Lo vi ―le dije―. Ella lo tiene arriba en el manto.
Silas escupió en el suelo.
―Jodidamente increíble de verdad ―dijo―. Exhibiéndolo como si
fuera una especie de maldito santo.
Me encogí de hombros.
―¿Esperabas algo diferente?
―No de ella ―dijo, con voz amarga. Silas y yo siempre habíamos
tenido diferentes expectativas a la hora de nuestra madre. Creo que siempre
entendí que ella era incapaz de ser lo que queríamos que fuera. Silas estaba
perpetuamente decepcionado de ella, enfadado con ella por no estar a la
altura que él pensaba que debería estar. Enojado con el mundo por las
mismas razones.
―Me dijo que estabas en Las Vegas ―le dije, dejando fuera el resto de
la conversación, la parte tácita. Las Vegas estaba a un par de horas de San
Diego, no exactamente en el otro jodido lado del mundo. Mi jodido gemelo,
y no había venido a verme después de que mi pierna había sido volada en
jodidos pedazos, no en el hospital, y no después.
Silas arrastró los pies, dio una patada a la acera con su bota.
―Sí ―dijo―. Me metí en el circuito de la lucha por ahí durante un
tiempo.
―¿Legal? ―le pregunté. Silas había sido siempre un luchador, peleas,
boxeo, MMA, lo que sea. Incluso cuando era un niño, teniendo riñas
después de la escuela, enfrentándose a los matones, niños que solían hablar
mierda sobre nuestra familia. Era como si no tuviera miedo, ni sentido de
auto-preservación.
―En su mayoría ―dijo―. Hasta que me rompí mi ACL.
―No lo sabía.
Se encogió de hombros.
―Me enteré de lo que pasó, lo de la explosión. Iba a ir a verte, pero…
―Su voz se apagó.
―Sí, bueno, mierda pasa.
Su expresión parecía dolida, y abrió la boca, pero volvió a cerrarla.
―¿Has oído de Luke o Killian? ―le pregunté. No estaba tan
desconectado de ellos, no como lo había estado con Silas, pero mis
hermanos mayores pasaban incomunicados una gran parte del tiempo, en la
carretera.
Silas negó.
―No desde hace mucho tiempo ―dijo, la implicación era obvia. Silas
se había establecido como la oveja negra cuando se trataba de nosotros
cuatro―. ¿Te quedarás por aquí?
No estaba seguro de si era esperanza o miedo en su voz.
―No estoy seguro ―le dije.
―Sí, bueno, West Bend no es el lugar que solía ser ―dijo Silas.
―¿Qué significa eso?
Se encogió de hombros, dando otra patada en el suelo.
―Tienes que cuidar tu espalda por tu cuenta aquí ―dijo, sin
molestarse en explicar.
Un grito de uno de los otros gorilas nos interrumpió.
―Joder, deja de socializar y trae tu culo de vuelta por aquí.
Silas se volvió hacia la dirección del sonido.
―Vete a la mierda ―le gritó―. Ya voy.
―Cuidar mi espalda, ¿cómo? ―pregunté.
Silas abrió la boca, luego la cerró de nuevo.
―No quise decir nada con eso ―dijo Silas. Pateó el suelo con la punta
de su bota―. Voy a hablar contigo más tarde. Estoy realmente arrepentido
de no haber ido a visitarte cuando estabas en el hospital. Tengo un montón
de remordimientos y mierda, y ese es probablemente el más grande.
Asentí, mostrándome calmado en el exterior, pero en realidad pudo
haberme golpeado con un bate de béisbol, pidiendo disculpas de esa
manera. Silas nunca fue bueno para las disculpas, ni siquiera cuando éramos
unidos.
―Está todo bien.
―No ―dijo―. No lo está, de verdad. He sido un idiota. No quiero
acumular más pesares, ¿sabes? Mal karma.
―Joder, Silas ―gritó el portero―. Trae tu jodido culo de vuelta.
―El deber llama ―dijo, con una sonrisa irónica en el rostro―. Tengo
que irme.
Me alejé del bar, mi mente acelerada. Silas disculpándose había sido la
última cosa en la tierra que esperaba cuando regresé aquí. Me había dejado
atónito.
El camino se extendía delante de mí, y la idea de ir a casa, de vuelta al
hogar donde crecí, era sombría.
No sabía qué diablos haría, pero no quería ir a casa.
Así que di una vuelta en U.
Parte Dos
El amor conforta como el sol después de la lluvia.

―Shakespeare, Venus y Adonis


Capítulo Doce
River
Eran las once, pero todavía no estaba dormida. Después de lo ocurrido
antes ―después de que me había cortado a mí misma― debí haberme
desmayado, llegar a la colisión después del pico de adrenalina, la colisión
que por lo general arreglaba las cosas, me daba alivio.
Sólo que esta vez, estaba acostada en la cama, mirando al techo en la
oscuridad. No había ningún pico de adrenalina, ninguna colisión. Solo era
yo y mis pensamientos.
Cuando una luz blanca brilló a través de la ventana, no presté atención.
Hasta que pasó un minuto más tarde, y luego una tercera vez.
Con el corazón acelerado, me deslicé de la cama y me puse de pie
junto a la ventana, tratando de ver sin poner toda mi cara en el cristal de la
ventana.
Tienen que ser paparazzis, pensé, lamentando mi decisión de
permanecer allí. Casi no podía ver nada.
Entonces la luz me golpeó directamente a los ojos.
―Mierda. ―Salté de nuevo al lado, la ira inundando mis venas―.
Hijo de puta. ―Giré el picaporte y detuve el cristal de la ventana―. Quién
diablos seas, puedes malditamente irte al infierno.
El flash de la cámara que estaba esperando no vino. En su lugar, oí la
voz de Elias.
―Mierda ―dijo―. No era mi intención asustarte.
―¿Qué demonios estás haciendo? ―grité, entonces inmediatamente
bajé la voz, consciente de la casa de June al otro lado de la pradera. Mi
corazón latía con fuerza en mi pecho―. ¿Estás jodidamente drogado o algo
así? ¿O estás tratando de darme un ataque al corazón?
Elias bajó la linterna al suelo.
―Ven y déjame entrar.
Exhale y juré en voz baja, bajando las escaleras y salí al porche
delantero. Tiré de la puerta de par en par, y Elias se quedó en la puerta,
sonriéndome.
―¿Qué demonios estás haciendo aquí a las once de la noche?
―Quería verte ―dijo―. No podía dejar de pensar en ti.
Entrecerré los ojos a él.
―¿Estás borracho? Hueles a cerveza rancia y humo.
―¿Qué? ―preguntó―. No. Quiero decir, podría haber pasado por un
poco de cerveza en el bar.
―¿Apareces aquí después de estar en un bar toda la noche? ―Crucé
los brazos sobre mi pecho―. ¿Crees que soy tan fácil, o simplemente
estúpida?
Elias miró hacia el suelo, frotando la punta de la bota en el porche.
Cuando levantó la vista, tenía una expresión tímida en su rostro.
―Mierda ―dijo―. Fue un error venir aquí. ―Se dio la vuelta y
comenzó a alejarse.
Mierda. Yo no podía creer que estaba a punto de hacerlo.
―Espera ―llamé, y se volvió a mirarme por encima del hombro―.
Vuelve.
Cuando regresó, entrecerré los ojos hacia él bajo la luz del porche.
―¿Realmente no estás borracho? ―pregunté.
―¿Me veo así? ―preguntó―. En serio. No lo estoy. Mi madre fuma.
Mi hermano trabaja en un bar. Yo no estaba pensando en venir aquí.
―¿Tomaste un giro equivocado, o qué? ―Todavía no me movía de
donde estaba. No estaba segura de si quería dejarlo entrar o decirle que se
fuera a casa. Mi corazón se aceleró, pensando en lo que podría pasar si le
dejaba entrar, lo que podría querer que pasara con él. Cuando pensaba en
ello, todavía podía sentir sus labios sobre los míos, sus manos en la parte
baja de mi espalda.
Un choque de excitación recorrió mi cuerpo al pensar en su toque.
Él sacudió la cabeza.
―No tengo ni puta idea ―dijo―. No podía hacer frente a mi casa.
Había algo en la forma en que lo dijo, de pie con las manos en los
bolsillos, que le hacía parecer vulnerable. Era sólo un vistazo, una grieta en
su armadura, y luego se había ido. Pero me hizo pensar que había más de lo
que había visto.
―¿Así que prefieres pasar la noche con una extraña que con la gente
que conoces? ―le pregunté, mi voz suave. Me puse de pie cerca de él,
mirándole a la luz del porche suave.
Se encogió de hombros.
―A veces las personas que conoces son los mayores extraños de
todos.
―No estoy segura de que quiero dejarte entrar, Elias ―dije, mi voz
suave. No podía dejar de pensar en ese maldito beso.
―No puedes decirme que me vaya ―dijo―. Si quieres que me vaya,
di la palabra y me iré.
Apenas podía oír sus palabras, no podía concentrarme en nada, excepto
sus labios mientras hablaba. Quería sentir su aliento en mi piel.
―Vete. ―Llamé a su farol.
―No.
―Dijiste que lo harías.
―Sólo si no me quieres ―dijo―. Pero lo haces.
―No sabes absolutamente nada acerca de lo que quiero. ―Las
palabras salieron de mi boca, colgando en el espacio entre nosotros. Eran
falsas incluso a mis oídos.
Él no retrocedió. En cambio, levantó la mano y trazó su dedo por mi
pecho, hacia mi escote.
―Es por eso que tus pupilas son tan grandes como malditos platillos.
¿Y por qué tu respiración se corta? ―dijo―. Porque no me quieres.
―Mi respiración es entrecortada porque simplemente vine corriendo
escaleras abajo ―le dije―. Por culpa de algún asno con una linterna
brillando a través de la ventana en medio de la noche.
―¿Estabas durmiendo? ―preguntó con voz ronca. Extendió la mano y
tiró de mí apretada contra él, pero no protesté.
―No. ―No iba a hablarle de mi noche. Ya podía sentir la vergüenza
acercándose, que amenazaba con abrumarme otra vez. No quería que Elias
viera que me corté, y lo haría―. Vete a casa, Elias.
―¿Quieres decir eso?
Por supuesto que no, grité las palabras, dentro de mi cabeza. No te
vayas.
―Sí ―le dije.
Antes de que pudiera decir nada más, su boca alcanzó con fuerza a la
mía, y dejé escapar un gemido involuntario mientras su lengua entraba en
mí. Cuando me beso, podía sentirlo a través de todo mi cuerpo.
Se apartó de mí, y se quedó sin aliento.
―¿Todavía no me quieres? ―preguntó.
No respondí, y cuando él retrocedió unos pasos, estaba decepcionada.
―¿Te estás yendo?
―Mierda, no, no. Malditamente me quedo. No te muevas. Ya vuelvo.
―Regresó con una bolsa en la mano.
―¿Es tu maleta? Eso no es nada presuntuoso, en absoluto ―le dije.
―Estaba en el coche. Nunca desempaco. Pensé que podrías querer un
cambio de ropa, también, ya que no traes nada. Pensé que no fuiste a la
ciudad a la tienda.
―Me vendría bien algo de ropa ―le dije.
―Puedo conseguir un poco en la ciudad mañana ―dijo―. Aunque,
como advertencia justa, puede no ser exactamente lo que alguien como tú
está acostumbrada. ―Dejó la bolsa en el suelo y caminó por la
habitación―. Este lugar es agradable. ¿Realmente tienes todo esto para ti?
―Sí ―le dije, mis ojos demorándose en su culo de nuevo cuando se
volvió para mirar algunas fotos en la repisa de la chimenea―. ¿Qué quieres
decir con alguien como yo?
―West Bend no tiene Rodeo Drive o cosas así, ya sabes.
―¿Me veo como que necesito ropa de diseñador? ―le pregunté, mi
voz indignada―. Creo que la primera vez que me besaste, llevaba pijama,
si recuerdo bien.
Pero pude verle sonreír, incluso con la cabeza girada. Puso sus manos
en alto.
―Sólo estoy diciendo, por ser una gran estrella y todo eso, no podrías
estar queriendo la mierda que West Bend vende.
―Estoy bastante segura de que voy a estar bien.
―¿Me vas a mostrar el dormitorio o qué? ―preguntó, volviéndose
hacia mí mientras se apoyaba en el ladrillo de la chimenea.
Me reí.
―Eso es directo.
Se encogió de hombros.
―¿Quieres que ande por las ramas?
Me reí de la frase, y él sonrió con malicia.
―Uh…
―No te preocupes, cariño ―dijo―. Voy a llegar a esa parte. ―Elias
me dio una mirada larga y dura, y luego, sin hablar, dio un paso hacia mí y
me puso sobre su hombro como si fuera una muñeca de trapo. Grité cuando
me puso sobre su hombro.
―Elias ―protesté, más sorprendida que otra cosa―. No puedes
llevarme arriba. Tu pierna. Bájame.
Pero él me llevó escaleras arriba como si no fuese nada.
―No sabes nada de lo que puedo o no puedo hacer ―dijo, dando
vueltas cuando se enfrentó a una de las habitaciones―. Hay bomberos que
llevan a gente más pesada que tú con prótesis como la mía. ¿Es esta la
habitación dónde te alojas?
―Sí. ¿Vas a bajarme?
―Estoy debatiendo si quiero o no ―dijo, acariciando mi culo con la
mano―. Podría mantenerte aquí un poco más.
―Bájame, imbécil ―le dije, pero mi voz era menos insistente cuanto
más me tocaba. Cuando puso una mano en mi cintura y la otra en mi culo,
se aseguró de que me deslizara por su cuerpo en el camino y quedé con
firmeza empujando contra él cuando mis pies tocaron el suelo. Yo no estaba
exactamente a punto de protestar, especialmente cuando sentí su dureza
contra mí―. ¿Traerme escaleras arriba te puso caliente?
―Malditamente lo hizo ―susurró Elias en mi oído, su boca cerca de
mí―. No puedo pensar en otra cosa que encenderme al ponerme todo
cavernícola con una chica como tú.
No me moví, deleitándome en la sensación de él tan cerca de mí.
―¿Una chica como yo?
―Sí ―dijo―. En caso de que no estabas al tanto, eres una mierda
sexy.
Yo reí.
―Tienes una habilidad con las palabras.
Se apartó de mí, sólo un poco, y sonrió.
―Soy mejor con mi boca―dijo.
Sentí una oleada de excitación ante sus palabras.
―Dios, eres asqueroso.
Me guiñó un ojo.
―No tienes ni idea ―dijo.
Negué con la cabeza.
―¿Qué? ―preguntó, sus manos en mis brazos.
―No sé qué pensar de ti ―le dije.
―Soy un maldito enigma.
Yo reí.
―Esa es una palabra grande para un… ni siquiera sé lo que haces.
Una mirada oscura cruzó su rostro brevemente, borrada rápidamente
por su forma de broma otra vez.
―¿Es necesario saber?
―Sería bueno saber con quién estoy durmiendo ―admití.
Se acercó más a mí, o me había acercado a él, no estoy segura de qué.
Pero estaba tan cerca que si me ponía de puntillas sólo un poco más, sería
capaz de llegar a sus labios. Estaba viendo cómo se movían mientras
hablaba, incapaz de pensar en otra cosa que no sea que estén en mí.
―Dormir no es algo que tenía en mente ―dijo Elias.
―¿Oh? ―pregunté―. ¿Qué tenías en mente?
―Voy a arruinarte para otros hombres, River Andrews ―dijo―. Esa
es una maldita promesa.
Sentí una oleada de emoción corriendo a través de mí por sus palabras,
mi rostro enrojeciendo caliente bajo su mirada.
Elias levantó el borde de mi camiseta, jugó con ella por un momento,
como si estuviera tratando de tomar una decisión. Luego sacó la tela por
encima de mi cabeza, su mirada fija en mí. Me atrajo hacia él, sus dedos
recorriendo ligeramente la longitud de mi espalda, y lo sentí inhalar
profundamente, su pecho subiendo.
No sabía qué demonios pensar acerca de este tipo. Definitivamente no
era como los chicos a los que estaba acostumbrada en Hollywood, con sus
productos para el cabello y delineador y chorradas de sensibilidad. Elias era
mandón, bocazas, y simplemente sucio.
Pero sentí relajarme contra él mientras sus brazos me envolvieron.
Se quedó en silencio durante un minuto, antes de deslizar sus dedos
debajo de mi barbilla e inclinar mi cabeza para encontrarse con la de él.
Presionó sus labios contra los míos, más duro mientras yo respondía a su
beso. Sondeó mi boca con su lengua, prácticamente follándome, y el deseo
corrió por mi cuerpo mientras su lengua encontró la mía, y le devolví el
beso, con hambre de él, hambrienta de su toque. Quería sus manos sobre
mí. Lo quería dentro de mí.
Llegué bajo su camiseta y empujo mis manos.
―¿Qué? ―pregunté.
―Es no… ―hizo una pausa―… no es… bonito. Solo como una
advertencia.
―¿Qué no es? ―Estaba confundida por un minuto, mi cabeza se nubló
con la lujuria. Deslice su camiseta más lejos, mis manos corriendo sobre la
superficie de su pecho, y él sacudió su cabeza mientras tiré de ella el resto
del camino.
―Te lo dije ―dijo de pie inmóvil, como si temiera que yo huyese,
gritando de terror.
Seguí mis dedos sobre el laberinto de cicatrices que cruzaban su pecho
y hombros, la piel ondulada, sus tatuajes desarticulados como si fueran
pinturas de arte moderno o algo así, no del todo forjadas donde las
cicatrices interrumpían. Levanté la vista hacia él.
―Metralla ―dijo―. De la explosión. Injertos de piel a causa de las
quemaduras.
―¿Así es como perdiste tu pierna?
Elias asintió, sin hablar.
Besé su pecho, donde estaban las cicatrices, corriendo mis palmas
sobre los bordes de la piel. Sus ojos estaban en mí, podía sentirlo, y cuando
miré hacia él, tenía una extraña expresión en su rostro, placer acompañado
de dolor, pensé.
―Te dije que no era bonito.
―No me pareces el tipo de persona que trata de ser bonito de todos
modos ―le dije.
Una lenta sonrisa se deslizó por el rostro de Elias.
―Estás jodiendo bien, River Andrews ―dijo―. Para una actriz.
―Pasó el dedo por el lado de mi cara, y volví mi cara al calor de su palma.
―Es Gilstead ―solté. ¿Por qué acabo de decir eso?
―¿Qué?
―Mi apellido. No es Andrews. Es Gilstead. ―No sé por qué me sentía
como que tenía que decirle.
Elias asintió.
―River Gilstead ―dijo―. Bien. ―Se pasó la mano por el cabello, y
luego hasta la nuca.
―Pensé que debías saber mi nombre real, ya que voy a estar
durmiendo contigo ―le dije. Estaba balbuceando, nerviosa como el
infierno. Salió el sonido torpe. Me sentí tan increíblemente tímida.
Entrelazó los dedos por el cabello en la base de mi cuello, agarrando
con fuerza y tirando hacia atrás, inclinando mi rostro hacia el suyo. Sentí el
aliento capturarse en mi garganta. Su otra mano bajó por la cinturilla de mi
pantalón y tomó mi culo en su mano, tirando de mí en contra de su dureza.
―Ya te lo dije ―dijo―. No vamos a jodidamente dormir. Una vez que
tenga mi polla en ti, no vas a recibir ningún descanso.
Deslizó su mano alrededor de la parte delantera de mis caderas, entre
mis piernas.
―No hay bragas ―dijo.
Me mordí el labio y sacudí la cabeza.
―Necesito ir de compras.
Dejó escapar un sonido en voz baja que sonó como un gruñido, y toco
con sus dedos mi clítoris. Me arqueé hacia él, queriendo sus labios sobre los
míos, queriendo todo de él. No había sido tocada en mucho tiempo.
―Oh, Dios mío ―susurré. Su mano estaba todavía en la base de mi
cuello, agarrando mi cabello firmemente mientras sostenía mi cabeza en su
sitio, asegurándose de que no rompía el contacto visual con él. La forma en
que me miraba mientras me tocaba, su mirada intensa cuando sus dedos
rodaron sobre mi clítoris, me dieron ganas de venirme inmediatamente―.
Te quiero a ti dentro de mí.
―¿Quieres que te folle? ―dijo, sus dedos bailando sobre mi clítoris.
Gemí.
―¿Tengo que pedirlo?
Se alejó de mí, comenzó a desabrocharse el pantalón, y sonrió.
―Definitivamente vas a mendigar.
―Eres un engreído ―le dije. Pero el latido entre mis piernas sólo se
intensificó. Estaba cerca de la mendicidad ahora. Hice una pausa―. No
tengo condones.
Él no contestó.
―¿Tú sí? ―pregunté.
Él me dio una mirada.
―No estaba pensando en venir aquí ―dijo―. Estoy limpio.
Realmente no los necesitamos.
―No estoy tomando la píldora. ―Me sentí estúpida, diciendo eso, y le
di una mirada tímida―. Dejé de tomarla… no estoy en nada. ―¿Cómo
explico, que no lo necesitaba porque mi prometido ya no estaba
follándome? Era embarazoso.
Él no se movió, se quedó allí, mirándome. Luego asintió, y dio un paso
hacia mí, sus dedos atrás donde estaban antes, acariciándome. Sentí una
oleada de deseo inundar mi cuerpo.
―Bueno, entonces ―susurró―, no follar. Esta noche, de todos modos.
Mañana es otra historia. ―Me acarició con sus dedos, sus movimientos
lentos y lánguidos―. De hecho ―dijo―. Tal vez sólo voy a tomar mi
tiempo contigo.
Mis pensamientos estaban nublados de lujuria. Elias tomando su
tiempo conmigo era lo último que quería oír. Me dolía por sentirlo dentro
de mí. Quería que me follase, duro y rápido, mis piernas envueltas
alrededor de él, contra la pared de la habitación. Quería gritar, enterrar mi
cara en su hombro, cavar mis uñas en la espalda cuando llegase.
Lo que estaba haciendo ahora con su mano era increíble… y
agonizante.
―Elias ―susurre, incapaz de pensar en nada más que decir, excepto su
nombre. Me imaginé llamándolo mientras empujaba dentro de mí.
Sacó sus dedos de entre mis piernas y me oí gemir. Elias llegó detrás
de mí, desabrochó mi sostén, y deslizó los tirantes por mis brazos.
―Oh, el infierno ―dijo, con los ojos en mis pechos.
―¿Qué? ―le pregunté, mi respiración corta. Alcance la pretina de su
pantalón, los desabroche, comencé a deslizarlo de su cuerpo, cuando él
agarró mis manos.
―Eres jodidamente magnifica. ―Elias sostuvo mis muñecas contra los
lados de sus caderas. Sabía que estaba duro; quería apoyarme en él, para
presionarme contra su dureza―. Quiero probarte. Quiero explorar cada
centímetro de ti. ―Puso su boca cerca de mi oído―. Quiero que me quieras
tanto que el pensamiento de mi polla dentro de ti te haga venir.
―Me estoy acercando a ese punto ahora ―le dije, mis palabras
entrecortadas.
―Ni siquiera has conseguido estar cerca de ese punto todavía ―dijo,
dejándose caer de rodillas en el suelo entre mis piernas. Empezó a tirar
hacia abajo mi pantalón, incluso antes de darme cuenta de lo que estaba
haciendo. Su dedo rozó el vendaje que cubría el lugar en mi pierna donde
me corté, y di un suspiro de alivio por haberlo cubierto―. ¿Accidente al
afeitarse? ―preguntó, su voz baja.
―Sí ―le dije―. Cortada con una maquinilla de afeitar.
Él me miró, y luego besó mi otra cara interna del muslo, su pulgar
acariciando suavemente sobre el lugar donde mis cicatrices solían estar, el
lugar donde generalmente estaban la mayoría, solo que desvanecidas.
Cuando se detuvo, cerniéndose sobre el punto, estaba segura que se había
dado cuenta de mi secreto. Contuve la respiración, sintiendo mi cuerpo
tenso.
Entonces comenzó a aplicar besos sobre la longitud de mis muslos,
subiendo entre mis piernas. Exhalé, más por alivio de que había pasado por
alto el reciente corte, que cualquier otra cosa. Hasta que se trasladó más
allá, entre mis piernas y me cubrió con su boca.
Él me trabajó de nuevo con su lengua hasta que estuve a punto, hasta
que me agarré de su cabello desde la raíz, tirando de él, apenas respirando.
Luego deslizó sus dedos dentro de mí otra vez, su boca se centró en mi
clítoris, chupando tan fuerte que no podía pensar en otra cosa.
Sus dedos se movieron, acariciándome con un movimiento de aquí
para allá, hasta que mi respiración vino a borbotones, desigual con el deseo.
Con la otra mano, amaso mi pecho, su pulgar acariciando mi erecto pezón.
―Elias. ―Mi voz era ronca, no sonaba como yo―. Oh Dios, Elias, me
voy a venir.
Él gimió, el sonido amortiguado entre mis piernas. Luego deslizó sus
dedos fuera de mí, y casi grite en el vacío.
―Quiero sentir que te vienes conmigo ―dijo, y luego reemplazó sus
dedos con el calor de su boca. Entro en mí con su lengua, sus manos en mi
culo, agarrándome, y me vine con fuerza contra él.
Permaneció así durante un tiempo, hasta que me bajé de mi orgasmo y
alejó la cabeza de entre mis piernas. Me miró, su expresión se ensombreció
con la lujuria, y se levantó, tirando de mí hacia él. Podía sentir su erección
contra mí a través de sus vaqueros, y sentí una oleada de deseo por él.
Me besó, de lleno en la boca, y pude probarme en sus labios. Era algo
que nunca dejé que hicieran antes, darme un beso después de ir abajo en mí,
pero con Elias, tuve este extraño deseo de hacer lo que él quisiera hacer.
Todo lo que hacía, cada forma en que me tocaba, era sexy.
Rozó mi cuello con sus labios, sus manos itinerando sobre mi cuerpo, a
través de mis pechos. Busqué la cremallera de su pantalón. Lo quería fuera.
Quería verlo desnudo frente a mí. Tiré con fuerza de los lados,
deslizándolos hacia abajo de sus piernas, y me agaché para sacarlos.
Elias sostuvo mis brazos, tratando de tirarme hacia arriba.
―No ―dijo, pero yo aparté sus manos lejos.
Agarré sus muslos con mis manos, mis ojos demorándose en su
prótesis, y cuando miré hacia él, dio un paso atrás.
―¿Qué? ―Me puse de pie, confundida―. ¿Qué está mal?
Elias negó con la cabeza.
―Nada ―dijo―. Solo…
Apreté mi cuerpo contra el suyo, envolví mi mano alrededor de la base
de su polla.
―Para un tipo que es tan malditamente engreído, eres horriblemente
acomplejado para ciertas cosas ―le dije, mi mano corriendo sobre su
longitud.
Él gimió, un sonido gutural de lo más profundo de su garganta.
―Sigue haciendo eso y no lo voy a ser. ―Me besó mientras le
acariciaba, todo el tiempo pensando en cómo preferiría tener su polla entre
mis piernas que en mi mano.
Corrí mis labios sobre su pecho, viendo su cabeza irse hacia atrás
mientras lo hacía. Luego me caí de rodillas delante de él, pasando mi lengua
por su longitud, metiéndolo en mi boca, saboreándolo. Lo traje al borde,
hasta que me agarró del cabello, advirtiéndome.
―River me voy a venir ―dijo.
Yo le tiré en mi boca más profundo, mirando hacia él.
―Mierda ―dijo, agarrando mi cabello. Le chupé más fuerte, y él
empujó dentro de mí, gruñendo mi nombre cuando llegó.
Capítulo Trece
Elias
Tan pronto como ella había terminado conmigo, me di cuenta que se
había excitado de nuevo. La llevé al orgasmo nuevamente, esta vez con la
mano, y aunque ella gimoteaba antes de venirse en mis dedos, pidiendo mi
polla, me abstuve. No quería nada más que follarla hasta dejarla sin sentido,
llenarla hasta la empuñadura con mi polla y sentirla venir en torno a mí.
Pero estaba tratando jodidamente de mostrar cierta moderación. No
sólo porque la última cosa en la tierra que necesitaba justo ahora era
conseguir una chica embarazada. Es solo que había algo en ella, algo
vulnerable, que me hizo sentir protector y mierda. Ella desalentaba esa
actitud informal, como mierda no meterse debajo de su piel, pero ella estaba
huyendo de ese novio comemierda suyo.
Ella tenía que estar despechada.
No me gustaba la puta idea de tomar ventaja de esa mierda. Al menos
no hasta que ella pensara con claridad.
Me besó suavemente en los labios.
―Únete a mí en la cama ―susurró.
La besé en la frente.
―Vuelvo en un segundo ―dije, volviendo para sacar de mi bolsa un
cepillo de dientes―. Sólo necesito golpear la cabeza.
River se tumbó en la cama boca abajo, su culo en el aire, y tuve que
darme la vuelta, la imagen de mí tomándola por detrás, deslizando mi polla
dentro de ella, demasiado realista en mi mente.
―¿Golpear la cabeza? ―preguntó, mirándome por encima del
hombro.
―Ir al baño ―le dije―. Término de la Marina.
―Ah.
Cuando salí del baño, River seguía en la misma posición, con el
cabello todo revuelto, picos por todas partes.
A causa de mí, pasando mis manos a través de él, agarrándola.
La imagen de ella sobre sus rodillas destelló en mi mente.
―¿Te quitas la prótesis cuando duermes? ―preguntó.
―Sí ―le dije.
―¿Vas a quitártela? ―pregunto.
―¿Por qué? ―Me sentí inmediatamente como si me estuviera
escrutando, a pesar de que ella no me miraba, con la cabeza apoyada en sus
brazos, hacia la dirección opuesta. Rodó sobre su lado y se apoyó en el
codo.
―Porque quiero que te sientas cómodo ―dijo―. Y pensé, que ya que
acabas de tener tus dedos en mi coño podrías sentirte cómodo quitándote la
prótesis frente a mí.
―Joder ―dije―. Nunca pensé que escucharía esa palabra saliendo de
la boca de la chica que hace películas como My First Love.
―¿Coño? ―preguntó―. Podría haber dicho concha. ¿Habría sido
mejor?
―Mierda. ―Me reí.
―¿Te he hecho sonrojar? ¿Te estás sonrojando?
―Joder, no ―dije―. Me estoy riendo de ti. Eres directa, te voy a dar
eso.
―Bueno, quítatelo y acuéstate en la cama conmigo ―dijo―. ¿Eso te
parece directo?
Me senté en el borde de la cama y bajé el calcetín que cubría el exterior
del aparato. Podía sentir sus ojos en mí.
―¿Oye, pensé que dijiste que no habías visto ninguna de mis
películas?
Suspiré mientras presionaba el pasador en la parte inferior de la
prótesis y me la quité.
―Me has atrapado ―le dije.
―¿Eres un admirador secreto de River Andrews? ―preguntó―. Lo
veía venir. ―Se movió y rodó sobre su lado, con la cabeza apoyada sobre
su brazo, mirándome.
Enrollé el calcetín dentro del forro y me deslicé en la cama junto a ella,
acostándome sobre mi lado, frente a ella.
―Me estoy convirtiendo en un admirador más de River Andrews
ahora ―dije, llegando entre sus piernas.
Ella se rió y golpeó mi mano hacia el otro lado.
―Eres incorregible.
―Gran palabra. No sé lo que quiere decir ―mentí, sonriendo―. Si eso
significa duro, entonces sí, lo estoy.
Sostuve su mano contra mi polla. Su mano viajó a lo largo de mi polla,
acunó mis bolas.
―¿No estás decepcionado de que no tuviéramos sexo?
―Joder sí, estoy decepcionado ―dije―. Mañana a primera hora voy a
la tienda y compraré la caja del tamaño más grande de condones que
tengan. Joder. Voy a comprar lo que tengan en piso. Luego vendré aquí, y te
voy a meter mi polla tantas veces que no vamos a ser capaces de caminar
durante una semana.
River se rió.
―¿Es una promesa?
La besé lentamente, agarrando su labio inferior entre mis dientes y
tirando suavemente de él mientras deslizaba un dedo dentro de ella. Luego
solté su labio.
―Esa es una maldita promesa.
Ella guardó silencio durante un minuto, su concentración
completamente consumida por lo que mi mano estaba haciendo entre sus
piernas y por lo que ella estaba haciendo con mi polla.
―Espera. ¿Entonces miraste mis películas esa tarde o qué?
―preguntó, su voz cayendo en volumen y volviéndose entrecortada
mientras la tocaba.
―Te busqué en Internet en mi teléfono después de que me fui de aquí
―admití. Ella hizo una pausa, acariciando mi polla.
―¿Y? ―pregunto―. ¿Encontraste todos mis secretos? ―Su tono era
ligero, pero la forma en que me miraba no lo era.
―No ―dije―. Los secretos deberían ser dejados en paz, ¿no crees?
Sólo quería ver en qué películas estabas así no me siento como un idiota por
no saber quién eras.
Ella me miró por un largo momento, y luego se inclinó cerca de mí,
besándome en los labios. Era suave, tierna esta vez.
―Eres un buen hombre, Elias ―dijo.
No respondí, no le expliqué que yo era uno de los hermanos Saint, que
a los ojos de los residentes de West Bend definitivamente no éramos
hombres buenos. Yo sabía lo que era tener secretos que no deseas revelar.
Simplemente la dejé seguir haciendo lo que estaba haciendo con su
mano en mi polla, mientras la llevé al orgasmo otra vez. Después, se deslizó
sobre mi cuerpo, tomándome en su boca, sus manos en mis muslos.
Más tarde, ella se acostó con su cabeza en mi pecho y me acarició el
cabello distraídamente, mirando uno de los cuadros en la pared, esa
fotografía en blanco y negro de las montañas de las afueras de la ciudad, un
área que reconocía desde hace años. Podía escuchar su respiración, lenta y
profunda, pero de vez en cuando sentía sus pestañas rozar contra mi piel, así
que sabía que no estaba durmiendo. De todos modos, estaba en silencio, y
parecía bastante contenta simplemente acostada aquí.
Me sentía bastante contento también, lo que era un sentimiento
jodidamente extraño para mí.
―No he hecho nada como esto desde… oh maldición, no puedo
recordar cuánto tiempo ha pasado ―dijo River, finalmente rompiendo el
silencio.
―¿Como qué? ―pregunté, medio escuchando.
―Tonteando así, pero sin tener sexo.
Pasé mi mano arriba y abajo de la mitad de su espalda.
―¿Y? ―pregunté―. ¿Cómo es, no tener sexo?
Ella se carcajeó.
―Bastante bien ―dijo―. Por supuesto, he estado sin tenerlo desde
hace un tiempo.
―¿Qué quieres decir? ―pregunté―. Tenías novio. ―No quería
jodidamente hablar de su novio, y me encontré siendo el que lo trajera. No
sabía qué coño estaba haciendo, indagando en el pasado de River.
―Sí ―dijo ella―. Nosotros no habíamos estado exactamente teniendo
sexo. No por un tiempo.
―Ah ―dije. No sé por qué carajo me sentí tan complacido de
escucharla decir eso. No es como si su vida sexual fuera de mi
incumbencia. Simplemente no me gustaba la idea de algún otro tipo
tocándola. Me sentía extrañamente territorial sobre ella. No era como yo―.
Yo tampoco.
―¿Tú tampoco qué?
Exhalé audiblemente.
―Sexo, no he tenido sexo, tampoco… no en mucho tiempo ―dije, con
la intención de dejar las cosas así. Pero mi maldita boca seguía hablando,
como si lo hiciera por sí sola―. No desde la explosión.
No sabía cuál era mi jodido problema… no estaba acomplejado por la
prótesis cuando se trataba de algo más. Todo lo demás en mi rutina volvió a
la normalidad.
Excepto cuando se trataba de mujeres. No había dejado que nadie se
acercara a mí.
No tenía ganas de tratar de explicarle esa mierda a ella. Creía que ni yo
mismo lo entendía.
River no se movió, pero sentí su mano cálida sobre mi pecho.
―Me alegra que seas tϊ, ya sabes ―dijo ella.
No le pregunté a qué se refería, simplemente se apretó con más fuerza
contra mí y cerré los ojos.
Capítulo Catorce
River
La luz de la mañana entró por las ventanas, iluminando todo dentro de
su fresco resplandor. Deslicé mis dedos a través del pecho de Elias,
observándole subir y caer a medida que respirada profundamente, muerto
para el mundo. Le eché un vistazo al reloj en el escritorio, siete de la
mañana. No podía recordar la última vez que había estado despierta tan
temprano cuando no me había ido de fiesta toda la noche o de viaje con la
banda de Viper hace un par de años.
Me deslicé fuera de la cama y caminé silenciosamente a través del piso
hacia el baño, tratando de ser tan silenciosa como podía cuando abrí el agua
para cepillar mis dientes. Cuando salí, Elias estaba despierto.
―Lo siento ―dije, repentinamente sintiéndome auto consciente, de
pie allí desnuda frente a él―. Traté de hacerlo en silencio. No quise
despertarte.
―Está bien ―respondió―. Normalmente no duermo tanto en
absoluto, de hecho. ―Lo observé colocarse su pierna y levantarse,
escuchándola hacer lugar hasta acomodarse en su lugar. Caminó pasándome
por un lado hacia el baño, su polla dura, y me dio una nalgada suavemente a
medida que me pasó―. Pero verte desnuda me está despertando ahora.
Cuando salió del baño, se quitó su prótesis de nuevo y se acostó a mi
lado en la cama, halando mi cabeza hacia su pecho. No dijo nada, pero
podía escuchar su corazón latiendo, rápido, bajo mi oreja.
―¿Cómo la perdiste? ―pregunté.
―DEI, Dispositivo Explosivo Improvisado ―contestó―. Soy… era
un UDAE. ―Hizo una pausa, me miró antes de explicar―. Unidad de
desactivación de artefactos explosivos. Desactivamos bombas.
Desactivábamos, quiero decir. Solía desactivar bombas. Obviamente,
desactivé una con mi pierna. Así no es como se supone que lo hagas. ―Se
rió, entonces aclaró su garganta―. Lo siento. Humor negro.
Rodé sobre mi costado, apoyé mi mano ligeramente sobre su pecho.
―¿A dónde fuiste desplegado?
―Afganistán ―replicó.
―¿Ya no estás en UDAE? ―pregunté. Para alguien que no estaba en
el ejército, ciertamente se veía como uno. Pensé en eso cuando lo vi por
primera vez, con el corte de cabello corto, los tatuajes y todo su
comportamiento.
Negó.
―Medicamente retirado ―dijo. Sus palabras tenían un cierto disgusto.
―¿No quieres estar retirado? ―cuestioné.
―Maldita sea, no ―comentó―. Podía hacer mi trabajo perfectamente
bien con la pierna. Quería ser enviado nuevamente.
―Así que, ¿qué sucedió?
Elias puso sus ojos en blanco.
―Retirado por estrés post traumático, lo cual es mentira ―respondió.
―¿Porque no lo tienes?
―Claro que no, joder, no lo tengo ―comentó―. Simplemente así lo
llaman ellos. Me retiraron medicamente en lugar de ser dado de baja
administrativamente por un patrón repetitivo de insubordinación.
―Enfatizó la última frase y puso sus ojos en blanco, pero continuó
hablando―. Estaba en guardia limitada debido a mi pierna. No podía lidiar
con todos los malditos papeleos que me fueron asignados. Causó más
jodidos problemas que cuando estaba en UDAE. Terminé discutiendo con
mi teniente, este idiota que nunca había sido enviado, salido del cable
jamás.
―¿Salido del cable?
―Así que, ¿tienes una base o un campamento cuando eres enviado,
cierto? ―interrogó―. El perímetro es el cable. Soldados que se quedan
dentro como él, se quedan dentro durante el despliegue. No entienden cómo
opera el mundo real, joder.
―¿Te sacaron porque discutiste con tu teniente? ―pregunté―. Esa
parece una respuesta bastante dura.
Elias se encogió de hombros.
―Supongo que fue un poco más que simplemente discutir. Lo golpeé
en el rostro. Fui al mástil del capitán por ello. ―Debe haber visto la mirada
de confusión en mi rostro, porque explicó―. Eso es cuando tienes que ir al
hombre viejo, el oficial al mando, él decide tu castigo, te baja el rango y esa
clase de mierda.
―Así que él te sacó ―dije.
Elias negó.
―No ―declaró―. Eso tiene que ir por los procesos legales. Él me
bajo el rango y tuve que renunciar a mi sueldo, pero no me acusaron de
ataque. Debí serlo, pero me dieron un descanso o lo que sea. El capitán dijo
que pensaba que yo necesitaba ver un psiquiatra o algo.
―¿Ayudó? ―cuestioné.
―No estoy dañado ―dijo―. Solo porque perdí mi pierna no significa
que no puedo encargarme de mi propia mierda.
―Obviamente ―contesté. Salió sonando más sarcástico de lo que fue
mi intención.
―¿Qué se supone que significa eso?
Me encogí de hombros.
―Nada ―declaré―. Simplemente pareces el tipo de hombres que no
confía en nadie.
Entrecerró sus ojos pero no dijo nada. Deliberativamente dejé afuera lo
que iba a decir, que era que esa terapia de ira no parecía la peor idea del
mundo para alguien que se irritaba tan fácilmente.
―Realmente no es lo mío, confiar en las personas ―dijo.
―Oh, vaya.
Estuvo en silencio por un rato, pero podía ver los engranajes
moviéndose en su cabeza.
―Sí me pongo irritable ―comentó―. En el estacionamiento de la
tienda, no fue mi intención tratarte así por mirar mu pierna.
―No te preocupes ―respondí―. Supuse que es un punto susceptible.
―No lo es, sin embargo ―contestó―. No en realidad. No me molesta,
quiero decir. Soy más afortunado que muchos de los otros chicos. Es sólo
una pierna, de todas formas. Soy malditamente biónico y demás ahora.
Deslicé mi mano por su duro abdomen, luego más abajo, observando
su polla responder a mi toque.
―Puede que también sea biónico aquí ―dije, mi intento por aligerar el
humor.
Sonrió, haciendo que las esquinas de sus ojos azules se arrugaran. No
sabía que estaba cargando exactamente con él, pero se veía como que el
peso del mundo estaba sobre sus hombros, hasta que sonreía. Entonces era
como si todo se derritiera alejándose.
―¿Quieres que te muestre algo biónico? ―interrogó, su voz baja.
Envolví mi mano alrededor de la base de su polla, la sentí endurecerse bajo
mi toque.
―¿Es esa una promesa? ―pregunté. Corrí mi mano ligeramente hacia
arriba por su polla y debajo de nuevo, froté mi pulgar sobre la gota de
líquido preseminal que ya brillaba en la cabeza.
―Ven acá y te mostraré ―dijo. Me haló contra sí, su dureza
presionándose contra mí y me besó. Cuando deslizó su mano entre mis
piernas, me hizo jadear.
―Supongo que te gusta lo biónico.
―Solo un poco ―respondí. Estaba empezando a pensar que me
gustaba mucho más que un poco.

* * *

Después, sus manos trazaron su camino perezosamente por mi brazo.


―Estaba pensando que probablemente necesitabas ayuda para obtener
un auto rentado esta mañana ―dijo―. ¿Cierto?
―Eso estaría bien ―le dije, aclarando mi garganta―. Si quieres.
También hay probablemente una tienda abierta ahora.
―Joder, sí ―dijo―. Te hice una promesa anoche.
Sentí un cálido rubor en mi rostro ante la idea de lo que quería que me
hiciera.
―¿Sabes cuánto tiempo te vas a quedar?
―No he pensado en ello ―le dije. Eso era cierto. Nada de esto había
sido planeado. No tenía idea de lo que estaba haciendo aquí, en West Bend
o con él. La cosa entera era una locura. Era una locura pensar siquiera sobre
mi estancia aquí por unos pocos días. Debería volver a mi vida. Necesitaba
volver a mi vida. Huir de un set de filmación era una locura. No era algo
que hacías así nada más. No me podía imaginar la tormenta de mierda que
iba a suceder.
Sentí su mano sobre mi pecho.
―Tu corazón se aceleró ―dijo, su voz suave―. Y estás toda tensa.
―No sé lo que voy a hacer ―le dije―. Por cuánto tiempo me quedaré.
―Eso no era cierto. Sabía que no podía quedarme mucho tiempo.
―¿Y es por eso que estás tensa?
―No ―admití―. Es el pensamiento de lo que me espera cuando
regrese, las preguntas, las decisiones que tengo que hacer…
―Acerca de Viper ―dijo.
―Acerca de todo. ―Ya sabía lo que quería hacer con Viper. Eso ni
siquiera era una decisión. Lo quería fuera, fuera de mi vida por completo.
Era todo lo demás que no sabía cómo manejar, mi familia, mi carrera, esas
eran las grandes preguntas. Esas eran las cosas que podría no explicar, no
quería explicarle a un extraño. ¿Cómo podría explicar cuán jodido era el
hecho de que mi madre era quien era, que la seguí apoyando después de
todo lo que me había hecho, lo que todavía me hacía? Era esta cosa
disfuncional y rara, mi relación con mi familia.
Era embarazoso.
No podía explicárselo a un extraño.
Él no me pidió dar más detalles.
―¿Estás muriendo de hambre? ―preguntó―. Estoy hambriento.
Agradecí el cambió de tema.
―Por supuesto.

* * *
―¿Están seguros de que quieren comer afuera? ―preguntó June―.
Sólo tengo esta pequeña mesa aquí, por lo que tendrán que hacer un poco de
equilibrio con sus platos, especialmente en estas mecedoras.
―Creo que estamos bien ―le dije―. Es tan hermoso aquí afuera. No
tengo la oportunidad de hacer este tipo de cosas muy a menudo.
―Sentarme fuera en el porche de esta manera, disfrutando del aire fresco
de Colorado, lejos del smog infestado de Los Ángeles, me hacía casi
sentirme como una persona normal. El pastor escoces de June, Bailey,
estaba acurrucado a unos metros de distancia, tomando el sol bajo la luz.
June miró hacia atrás y hacia delante de Elias a mí.
―Espero que hayan tenido una buena noche de sueño ―dijo, mientras
se inclinaba hacia abajo para fijar una cesta de panecillos y un plato de fruta
en la pequeña mesa entre nuestras sillas.
Cuando se puso de pie, su expresión parecía inocente, pero sus ojos
brillaron.
―Un gran noche de sueño ―dijo Elias―. La mejor noche de sueño
que he tenido, en realidad.
Cade cruzó el prado entre las casas, Stan ubicado sobre su cadera. Él lo
dejó, y Stan gateó alrededor del porche delantero, explorando.
―Hola nena. ―Cade besó a June en la mejilla―. Buenos días.
―Él es tan lindo ―dije, cuando Stan puso sus bracitos alrededor de
Bailey y Bailey suspiró.
―Lindo y problemático ―dijo Cade―. Desde que empezó a caminar,
está en movimiento todo el tiempo. Vine a ver si necesitabas algo de la
ciudad, nena.
―Voy a ir dentro y traerte mi lista ―dijo June―. ¿Mantén un ojo en
Stan por un minuto?
―¿Todavía necesitas ese auto de alquiler? ―Cade se volvió hacia mí.
―Yo la llevaré a la ciudad para conseguirlo. ―Elias habló
rápidamente―. Si quieres, quiero decir.
Asentí.
―Eso estaría bien.
June salió, y deslizó sus brazos alrededor de Cade. Tomó el papel de su
mano.
―No voy a estar en casa hasta el almuerzo ―dijo―. Tengo una pieza
en la que estoy trabajando para Randall Edwards, y luego voy por las cosas
que necesitas de la tienda.
June meneó la cabeza.
―No me gusta ese tipo ―dijo―. No es bueno para esta ciudad.
Cade se encogió de hombros.
―No se puede elegir a los clientes ―dijo. La besó en la mejilla, y
luego se acercó al pequeño Stan, besándolo en la frente―. Hasta luego,
compañero.
La expresión de June era oscura mientras veía a Cade regresar a la casa
y subir en su motocicleta.
Elias tenía una expresión divertida en su rostro.
―¿Problemas en West Bend? ―preguntó.
June no lo miró cuando contestó. Sacudió la cabeza.
―Sólo política de pueblo pequeño ―dijo―. Probablemente te
parecerá una tontería, siendo de la gran ciudad y todo. Cade está haciendo
un trabajo de encargo para este chico, trabaja con esta empresa, que quiere
establecer una tienda en West Bend.
―No suena como que piensas que es una buena idea ―dijo Elias. Me
pregunté por qué estaba interesado en pequeños problemas políticos en una
ciudad en la que ni siquiera quería estar. Pero supongo que probablemente
todavía estaba atado a su ciudad natal. Yo no tenía el mismo interés en la
mía. Mi ciudad natal podría quemarse, por todo lo que importaba.
June exhaló.
―Una gran cantidad de personas apoyan el proyecto ―dijo―. Esta
empresa, significaría puestos de trabajo para un montón de gente a nivel
local. Algunos de los lugareños aquí están a favor de ello. Yo no tanto. No
me gusta la idea de alguna empresa entrando aquí y perforando West Bend
a diestra y siniestra.
―¿Una compañía petrolera? ―pregunté―. ¿Se extrae petróleo en
Colorado?
June negó.
―Minerales ―dijo―. La minería. Una gran cantidad de personas aquí
están recibiendo ofertas por su tierra.
Elias se aclaró la garganta, y June miró a Stan.
―Disculpen, tengo que agarrar a mi hijo, antes de que se coma el
pelaje de Bailey. Vamos a dejarlos solos ahora, darles un poco de espacio.
Sólo quería dejar algo para desayunar, asegúrense de que no necesitan nada.
―Gracias, June ―le dije.
Después de que June se fue, Elias parecía estar sumido en sus
pensamientos. No estaba segura de lo que era, pero algo que June había
dicho lo estaba molestando.
No le pregunté qué.
―Bueno ―le dije, cambiando de tema―, ¿quieres asearte, y llevarme
a la ciudad?
Elias sonrió, pero seguía mirando a lo lejos cuando contestó, y me di
cuenta que sus pensamientos estaban en otro sitio.
―Depende ―dijo.
―¿De qué? ―pregunté.
―De si quieres ensuciarte conmigo más tarde.
―Hay una tienda de conveniencia en este pueblo tuyo, ¿verdad?
―pregunté, pensando en los condones.
Elias asintió.
―Seguro.
―Definitivamente, me gustaría ensuciarme contigo ―le dije, mi
corazón acelerándose ante la idea. De hecho, era lo único en que podía
pensar
Capítulo Quince
Elias
River metió un mechón de cabello oscuro detrás de su oreja,
alisándolo, pero volvió a salirse, sobresaliendo en ángulo, reacio a ser
contenido. Oculté una sonrisa. Cuando la busqué ayer en internet, vi todas
esas fotos suyas en eventos con largo cabello rubio, exhibiendo grandes
sonrisas y posando para las cámaras.
Se veía mejor con cabello corto. De alguna manera, le sentaba bien,
desordenado y revuelto, negándose a ser domado.
Dio golpecitos con la yema de su dedo al mostrador de la oficina de
alquiler de autos, un hábito nervioso, decidí.
¿Nunca nadie te ha dicho que te pareces a esa actriz? cuestionó el
agente de alquiler, volteando la licencia de River en la mano.
Yo sabía que era falsa, me preguntaba lo pasable que podía ser. No era
como si el agente pareciese algún tipo de experto en detectar licencias
falsas, no en una tienda que alquilaba autos desde la parte trasera de una
tienda de equipos de pesca.
River asintió y rodó sus ojos.
Siempre me lo dicen contestó. Apesta. He escuchado que es una
verdadera perra.
Tosí, cubriendo mi risa.
River firmo los papeles y tomó las llaves.
Muchas gracias comentó.
De nada respondió el agente, prestándole atención a medias, su mirada
se centró más en mí. Te reconocí en cuanto entraste.
Oh, no soy ella… empezó River, pero el agente continuó mirándome.
Escuché sobre tu padre afirmó.
Suspiré.
La última maldita cosa que quería hacer era hablar con alguien que
conociese a mi padre. No necesitaba escuchar el gran tipo que era de uno de
los alcohólicos con los que solía beber en el bar o algo.
Sí, bueno, así es la vida. Gracias por la venta.
Giré para irme, mi mano en la parte baja de la espalda de River
mientras la guiaba delante de mí. Quería salir de ahí antes de estar inmerso
en alguna estúpida conversación sobre el holgazán de mi padre. Era la
última persona en esta verde tierra sobre la quería pensar.
El agente habló tras nosotros.
Al menos ahora tu madre puede conseguir poner en orden esa
propiedad comentó.
No volteé para escuchar más, lo que dijo ni siquiera se registró en mi
cerebro hasta que estuvimos fuera, caminado nueve metros por la acera.
Ahora tu madre puede conseguir poner en orden esa propiedad.
¿De qué demonios estaba hablando?
La voz de River traspasó mis pensamientos.
¿A qué se refería, que escucho sobre tu padre?
Nada respondí, con voz afilada. No es asunto tuyo.
Mierda.
Tan pronto como las palabras salieron de mi boca, las lamenté. River
se veía herida y luego apretó su mandíbula, una fría expresión asentándose
en ella.
River… comencé, pero levantó su mano.
Tienes razón afirmó. No es asunto mío.
Abrí la boca para disculparme, pero antes de poder hacerlo, escuché
una voz del pasado a mi lado.
Ahora no. Está la última maldita cosa que necesito.
Bueno, ¿qué demonios tenemos aquí? preguntó la voz, su tono poco
amigable. Elias Saint. ¿Y quién eres tú?
River entrecerró los ojos al hombre parado frente a nosotros en
uniforme de policía.
Beth Winters mintió, cruzándose de brazos. ¿Quién eres tú?
Jed Easton explicó. Es decir, sheriff Easton
La boca de River estaba tensa y la vi darse golpecitos en el costado con
los dedos, escondidos bajo sus brazos cruzados. Estaba irritada, tanto que
podía verlo; no estaba seguro si era por mí o por Jed, o tal vez por la llegada
de Jed justo cuando estaba a punto de decirme que me fuese a la mierda.
Debería estar agradecido por el momento en que llego Jed. Pero no lo
estaba. No solo porque Jed era un idiota, sino porque parte de mí quería que
River me mandara a la mierda ya que me lo merecía.
¿Qué te trae a West Bend? preguntó, mirando todavía a River.
Vacaciones respondió. Disfrutando de las vistas, ya sabes. Pequeños
pueblos como este son mi pasión.
Y este niño Saint indagó Jet. ¿Es conocido tuyo?
Mi sangre hirvió, cerré los puños. Iba a derrumbar a este idiota por
llamarme niño.
Los ojos de River se ensancharon y me miró.
Difícilmente lo llamaría niño precisó, sonriendo. Está jodidamente bien
dotado. Diría que probablemente tiene varios centímetros más que tú. Se
inclinó más cerca de Jed, levantando las cejas. Sabe usarlos realmente bien
también.
Tuve que evitar quedarme con la boca abierta, escuchando hablar a
River. Ninguna chica me había defendido. Demonios, nadie en mi vida me
había defendido. Si había algo a lo que estaba acostumbrado era a pelear
mis propias batallas. No sabía qué demonios pensar de esta chica.
El rostro de Jed estaba rojo mientras se apartaba de ella y me
encaraba.
Ten cuidado amenazó. Este pueblo no necesita a los de tu clase
causando problemas, ni a ti ni a tus hermanos.
Jódete, Jed espeté.
Sonrió y asintió, luego volvió a irse. Lo miré con ojos entrecerrados
cuando se detuvo, entonces se giró hacia nosotros.
Oh, una cosa más. Dale a tu madre saludos de mi padre puntualizó.
Mi corazón acelerándose, la sangre bombeando ruidosamente en mis
oídos, apenas registré la mano de River en mi brazo.
Mierda grité, lo suficientemente alto como para que una pareja que
pasaba por la acera se detuviera y mirara.
Maldito Jed.
River, yo… comencé, pero me interrumpió, levantando la mano.
Sea lo que sea enfatizó. No quiero saberlo, no es de mi maldita
incumbencia.
River, no quería…
Negó.
Solo porque te defendí, no significa que esté de acuerdo contigo siendo
un imbécil indicó. Simplemente, no me gustan los abusivos y ese chico me
parece un abusivo.
De la peor clase concordé.
Gracias por el viaje, Elias aseguró, las llaves del auto colgando de sus
dedos.
Se volteó para irse.
Me quedé ahí y la vi alejarse. Jesucristo. No estaba acostumbrado a
tener que vigilar mi actitud, asegurarme que no afectaba a otros. Estaba
acostumbrado a lidiar con subordinados, gente sobre la que estaba a cargo
en la Marina. La mayoría de ellos se apartaron de mi camino.
Sentí una punzada de arrepentimiento. Mierda
No es así como planeé pasar el resto del día, lidiando con la basura de
mi familia. Pensé en pasarlo follando a River, pero jodí esa parte.
Tenía que arreglarlo, pensé. Más tarde lo arreglaría con ella.
Todo lo demás fue eclipsado por el pensamiento de lo que había dicho
Jed. Y lo que el gerente de ventas mencionó. Mi madre tenía algunas
preguntas que responder.
Entre cualquier chorrada que tuviera que ver con ella y la mierda
críptica de Silas, había demasiados malditos secretos.

River
No es de asunto tuyo.
Las palabras de Elias hicieron eco en mi cabeza mientras cerraba la
puerta del auto y regresaba a la posada. Después de haberlo dejado en la
ciudad, había esperado y lo vi dar zancadas de vuelta a su auto como un
hombre con una misión.
Enfadado con el mundo, me dije. Y ni siquiera se daba cuenta.
¿Qué demonios me importaba, de todos modos? Él estaba en lo
correcto, no era mi maldita incumbencia. El hecho de que estuviera
durmiendo con él, no, tacha eso porque ni siquiera habíamos follado aún,
no significaba que tenía que saber quién era. Iba a pasar un tiempo aquí en
West Bend, solo unos días, eso era todo.
Esto era solo un descanso de mi vida normal.
Necesitaba recordar eso.
Un par de días fuera del ojo público y volvería. Necesitaba volver. El
lunes, cuando no me presentara a la filmación, el estudio estaría
enojado. Estábamos cerca de acabar esta película y probablemente
pensarían que me enfadé o algo así, que me había vuelto loca, con todo lo
que acababa de suceder con Viper. Mientras tanto, filmarían sin mí, pero
alguien estaría buscándome. Pronto.
Caminé por la ciudad, ojeando los escaparates de las tiendas,
decorados con adornos campestres, ropa de vaquero y botas. Estar aquí era
como retroceder en el tiempo.
Era casi suficiente para olvidar todo lo que había sucedido, allí en el
mundo real. Allí en Hollywood. No es que Hollywood fuese el mundo
real, no es que fuese lo suficientemente ilusa para creer eso. Pero era mi
realidad.
No sabía si quería que fuera mi futuro.
Cuando regresé a la posada, Cade y June estaban en el porche, June
tenía una cesta de picnic en la mano. La sostuvo en alto cuando salí del
auto.
Estábamos haciendo algo de comer comentó. Así que pensé en traerte
algo, dejarlo en caso de que tuvieras hambre y no te apeteciera cocinar.
Cade hace una ensalada de pollo genial.
Cade estaba de pie a su lado, un sándwich a medio comer en la mano.
El ingrediente secreto es el curry explicó. June lo ha estado comiendo
por toneladas desde que se quedó embarazada.
Este niño va a odiar la ensalada de pollo afirmó June.
Bueno, con una publicidad así, ¿cómo podría rehusarme? Abrí la
puerta principal. ¿Hay suficiente para todos nosotros? ¿Se quedarían a
almorzar conmigo?
Claro aseguró June. Luego, llamó a Stan: Bebé, ven por aquí. Estaba
quitándole los pétalos a las flores de un macetero que había junto a la
puerta. No te comas eso.
En el interior, June puso los platos y Cade se sentó con Stan en su
regazo.
Está bueno admití mientras mordía mi sándwich. Muy bueno.
Cade sonrió.
Es un gran cocinero garantizó June. Es mejor que yo en muchas
recetas. ¿Las magdalenas de esta mañana? Su receta.
Eres como un hombre multiusos elogié. ¿Te encargas de los caballos y
todo lo que hay aquí también?
Cade asintió.
Es parte de administrar un rancho admitió. Tengo un poco de ayuda
ahora que estoy más en la tienda, sin embargo.
Vi tu tienda hoy, cuando fui a conseguir un auto mencioné. Cerrado por
almuerzo… obviamente estabas aquí.
Comimos durante unos minutos en silencio, pero no era el tipo de
silencio incómodo que solía sentir alrededor de la gente. June y Cade eran
fáciles de tener cerca.
Entonces les hice la pregunta que había estado en mi mente desde que
había salido de la ciudad.
¿Saben algo acerca de los hermanos Saint?
Fue como si todo el aire hubiera sido succionado fuera de la
habitación.
¿Dónde has oído ese nombre? preguntó June.
Elias Saint. ―Solté las palabras antes de que pudiera pensar en
detenerme. Es el tipo que estaba conmigo aquí.
Una mirada oscura cruzó el rostro de Cade y miró a June
significativamente.
¿Lo conoces de hace mucho? cuestionó.
No realmente admití. Me ayudó a salir de un atasco.
No di más detalles, sintiéndome repentinamente incómoda con el
hecho de que había sacado el tema, ya que ambos claramente conocían su
nombre.
No es alguien con quien deberías invertir tu tiempo advirtió Cade, con
tono brusco.
Cade, no sabes eso reprendió June, con voz severa. Dándole una
mirada.
Un leopardo no cambia sus manchas recalcó Cade.
No es justo aseguró June, que pague por los pecados de su hermano.
En aquel momento, era un niño.
Cade gruñó y se alejó de la mesa, besando a su esposa en la parte
superior de la cabeza antes de dirigirse a la puerta.
Necesito volver a la tienda comentó, pasándole a Stan.
Adiós balbuceó Stan.
Cade besó la parte superior de la cabeza del pequeño.
Adiós, bebé contestó. Luego nos miró a June y a mí. Esa familia no es
buena, eso los incluye a todos.
Después de que Cade se fue, June se volvió hacia mí.
No le hagas caso dijo. Tiene la mente abierta en muchos sentidos, pero
cuando se trata de mí, no lo es.
No lo entiendo admití.
No sabía lo que había hecho Elias o su familia, pero esta ciudad
parecía estar centrada en él.
Lo que dijo no es correcto explicó June. Acerca de su familia. No todos
son malos El padre, Abraham Saint, era un canalla, que recuerde, bebía
mucho. Solía golpear a los niños, pero ahora está muerto… acaba de morir,
¿hace una semana? ¿Tal vez dos semanas? No puedo seguir el ritmo de las
cosas últimamente.
Una semana o dos.
Tenía que ser la razón por Elias volvió aquí. No me había contado
nada.
Pero entonces, ¿por qué habría de hacerlo, a alguna aventura
ocasional?
No lo entiendo aseguré. ¿Así que todos son malas semillas debido al
padre de Elias?
Podría haber crecido en una pequeña ciudad y entendido cuán
lastimosa y dura la vida en una pequeña ciudad podría ser, pero esto parecía
extremo, incluso para mí.
Junio negó. Sentó a Stan en el suelo, luego se levantó y abrió un
armario, arrastrando algunos juguetes y estableciéndolos en el centro del
piso.
No creo que Elias sea una mala semilla, cariño aclaró. Parecía un buen
tipo. Parece que le gustas mucho, también.
No sé acerca de eso de gustarle mucho, pensé.
Entonces, ¿qué es? pregunté. ¿De qué estaba hablando Cade?
Cade simplemente es sobreprotector a veces, eso es todo
comentó. Todo lo que pasó fue hace mucho tiempo, cuando yo estaba en la
secundaria. ¿Cuántos años tienes, veintitantos? No esperó mi respuesta,
simplemente continuó. Así que Elias es como de tu edad. Solo había sido un
niño cuando sucedió, me imagino. No conocía a los Saint en aquel
entonces. Había un hermano mayor, Mason, un par de años mayor que yo,
trabajó como peón para el papá de Cade.
Escuché con atención, todo el tiempo pensando en lo cerrado que era
este pueblo, que todo el mundo estaba conectado de alguna
manera. Supongo que podría ser reconfortante o aterrador, dependiendo de
cómo creciste en el mismo. Sentí una punzada momentánea de empatía por
Elias.
Mason y mi hermana tenían algo precisó June. A pesar de que era unos
años mayor. Todo el mundo decía que era una mala influencia para ella y
que bien podría haber sido parte de ello, pero mi hermana también era una
chica salvaje en ese entonces. Estaban en una fiesta, Mason y mi hermana,
fue entonces cuando sucedió.
¿Qué pasó?
Mason y ella estaban conduciendo de vuelta de la fiesta continuó June.
Estaba borracho. Mis padres fueron a buscar a mi hermana. Hubo un
accidente, un choque frontal y mis padres fallecieron. Mason, también. Mi
hermana se suicidó después de eso, no podía soportar la idea de vivir con la
culpa.
Mi mano voló a mi boca.
Oh, Dios mío, June exclamé. Lo siento mucho. No me lo puedo
imaginar.
Gracias por eso aseguró. Pero fue hace mucho tiempo. Toda una vida.
Mucha gente carga una gran cantidad de culpa por lo sucedido, a pesar de
que no había nada que podrían haber hecho al respecto, incluido Cade. Toda
esa culpa tampoco sirve de nada.
¿Es eso a lo que Cade se refería, sobre la familia Saint?
Sí afirmó June. Me fui después de que eso ocurriera, pero había oído
que la familia cargó con la culpa. El padre no tenía una buena reputación
para empezar, pero después de eso, no estoy segura. Me imagino que no fue
fácil para ellos aquí.
Me podía imaginar lo que Elias pasó en este pequeño pueblo, siendo
parte de una familia como esa. Golden Willow, en Georgia, no era
exactamente como West Bend. No tan pequeña como para conocer a todo el
mundo y todo lo que sucedía, pero era el tipo de lugar donde la reputación
de mi madre nos siguió. No ayudó que llamáramos la atención, miradas de
disgusto o pena, dependiendo de quién nos veía a mi hermana y a mí
caminando con los pies descalzos y ropa de segunda mano hecha jirones.
Si hay una cosa en la vida que entendía, era ser una paria.
También entendía el hecho de que la sensación de ser un desterrado
nunca te dejaba. Se aferraba a tu alma, en lo más hondo de tu ser. No
importaba cuántos fans tenías o cuánto dinero ganabas, siempre estaba ahí.
Me pregunté si Elias sentía lo mismo.
Entonces me dije que no importaba. No necesitaba saber la historia de
Elias. Podría tener todo tipo de razones para ser cómo era, podría tener todo
tipo de química con él, pero eso no importaba. Estaba aquí por unos pocos
días, haciendo tiempo… y Elias implicaba más problemas de los que
necesitaba, con el tipo de heridas que no desaparecían simplemente.
Ya tenía bastantes complicaciones en mi vida. No necesitaba más.
Capítulo Dieciséis
Elias
¿Mamá? llamé.
Me quedé en la puerta por un momento, sin querer entrar siquiera, casi
como si al quedarme aquí, no sería aspirado a cualquier drama que estaba
pasando. Por mucho que hubiese venido a casa porque estaba perdido, sabía
que no quería establecerme aquí permanentemente. No quería estar al
cuidado de ella para siempre.
Sonaba insensible, sabía que así era. Honra a tus padres y todo eso. Y
mi madre no era mala, no de la forma en que lo era mi padre. No era más
que… incapaz. Nunca había sido fuerte. Era una de las razones por las que
volví aquí, para asegurarme de que estaba bien.
Simplemente no quería quedarme atrapado aquí en West Bend. No
quería acabar como ella.
Hizo un gesto para que entrase, un cigarrillo encendido colgando del
extremo de sus dedos.
Estaba pensando en conseguir uno de esos con boquilla, ¿sabes?
preguntó, señalando el final sin luz del humo. La forma en que las actrices
solían tenerlos, en aquellos días. Se ve con clase. Evita que tus dedos se
pongan amarillentos.
Exhalé en voz alta.
Tal vez deberías dejar de fumar, mamá le aconsejé. No es bueno para tu
salud, ya sabes. Cáncer y todo eso.
Miró detrás de mí, a la televisión, en silencio, pero siguiendo una
telenovela.
Tu padre, también, solía quejarse de eso todo el tiempo comentó.
Esa era la única maldita cosa en la vida en la que estábamos de acuerdo
afirmé.
Salvo que al idiota no le importa una mierda si su salud era buena o no.
Joder, no le importa una mierda si vivía o moría. Solo se preocupaba por no
tener que comprar los cigarrillos de mi madre.
Cuando éramos niños, solíamos recoger monedas sueltas para ella, o
pedirle a la gente unos centavos, así podía conseguirlos cuando mi padre se
negaba. Entre los dos, su bebida y sus cigarros, era una maravilla que mis
hermanos y yo comiésemos.
Tu padre los odiaba explicó. Se preocupaba por mí.
No me molesté en corregirla.
Mamá empecé, luego me puse de pie en su línea de visión para
bloquear la vista de la televisión. Tengo que hablar contigo acerca de algo.
Sí, cariño contestó. Ladeó la cabeza, así logró esquivarme y poder ver
su telenovela. Más tarde, sin embargo, ¿de acuerdo? Esto es la repetición de
uno de mis favoritos. El hermano de este hombre murió en un accidente de
paracaidismo trágico, ¿ves? Solo que no está realmente muerto. Está de
vuelta y está durmiendo con la esposa de ese tipo.
No concluí, caminando hacia la televisión y apagándola.
¿Por qué hiciste eso? Sonaba indignada, pero chupó el extremo de su
cigarrillo casualmente.
Debido a que esto es importante respondí. En la ciudad, alguien dijo
algo sobre la propiedad, sobre tú al cuidado de la propiedad. ¿Qué está
pasando?
Me despidió con un gesto desdeñoso.
Es ese desarrollador explicó. Quiere comprar nuestra propiedad.
¿Hacen una oferta por ello? pregunté. ¿Es un precio justo?
Se dio la vuelta y caminó por la habitación, la bata ondeando a su paso.
No quiero pensar en ello decidió. Simplemente, no puede hacer frente a
la documentación y todo eso después de lo ocurrido con tu padre.
Sentí una oleada de ira contra ella. La negación de mi madre a nada
malo en la vida nos había mantenido con mi padre. Vivía en este lugar
mental donde mi padre no era un imbécil, donde no llegaba a casa borracho
los viernes por la noche después de malgastar el poco dinero que teníamos,
con el cinturón en mano, buscando a alguien para castigar. Y ahora, después
de muerto, actuando como si tuviese que llorarle, era una locura. Debería
estar aliviada que se hubiese ido.
Hay que pensar en ello, mamá aconsejé. Si están ofreciendo un precio
justo, es necesario tenerlo en cuenta.
Comenzó a hurgar en los armarios, sacando un tazón y utensilios.
Tengo plátanos comentó. Voy a hacer el pan con plátano que les
gustaba de niños. ¿Sabes que Silas vino ayer?
¿Sí?
Estaba de espaldas hacia mí, mientras tomaba un cartón de huevos de
la nevera.
Haciendo preguntas sobre estas cosas contestó. Sobre el accidente con
tu padre, cómo murió. Ustedes chicos, saben que me provoca más estrés del
que puedo hacer frente y luego tendré dolores de cabeza.
Está bien, mamá aseguré. Hice una nota mental para preguntarle a Silas
al respecto.
Quizás nunca fue una gran madre, pero no merecía consumirse en esta
maldita casa, no si un gran desarrollador le estaba ofreciendo algo por ella.
―Entonces, ¿hablaste con Silas? preguntó.
Sí, he hablado con él.
No me gusta que ustedes dos peleen admitió. Son gemelos. Deberían
ser cercanos. Todos ustedes deberían… También, Luke y Killian.
Tal vez si hubiéramos tenido una infancia normal, todos habríamos
sido cercanos. Eso es lo que quería decir, pero no lo hice. En su lugar, le
dije:
¿Has hablado con Luke y Killian?
Se dio la vuelta, con la espalda contra el mostrador, su tono defensivo.
Luke viene a la ciudad de vez en cuando alegó. Los bomberos
forestales viajan mucho, ¿sabes? Le gustaría estar más por aquí, pero no
puede. Sin embargo, me envía postales.
Estaba seguro de que el trabajo de Luke no era lo único que lo
mantenía alejado de West Bend.
Y Killian continuó. También está de viaje. Fuera, en las plataformas
petrolíferas. No sé mucho de él, cada pocos meses o así. Por supuesto, es
porque está fuera de contacto durante largos periodos de tiempo. Pero dice
que le gusta.
Mira, mamá comenté. Quiero que estés bien, que tengas dinero.
Estudia lo que te estén ofreciendo.
Se volvió hacia el mostrador, me despidió con un gesto con la mano.
Más tarde, Elias pidió. No en este momento. Ya siento que me va a
empezar un dolor de cabeza.
Suspiré. No llegaría a ningún lado con ella, no con este tema. Tendría
que ver lo que Silas tuvo que decir al respecto. Si es algo.
Una cosa más, mamá dije. Me encontré con Jed Easton en la ciudad
hoy.
Se detuvo a medio movimiento, la cuchara de mezcla en la mano, pero
no se giró.
¿De veras?
Me dijo que debería darte los saludos de su padre aclaré. ¿De qué
demonios estaba hablando?
Se quedó en silencio, quieta por un momento.
No tengo idea respondió, con voz tensa.
¿No tienes ni idea de por qué el padre de Jed, el alcalde de la ciudad, te
manda saludos? cuestioné. ¿No sabes qué diablos quiere contigo?
Negó.
Hay que mantenerse al margen de los asuntos que no te conciernen,
Elias advirtió, con voz sombría.
Era la primera vez que había oído hablar a mi madre directamente
acerca de algo así en mi vida. No era su forma.
Ahora me interesaba.
También sabía cuándo dejar las cosas en paz. Así que no iba a
empujarla.
Entonces, me volvió a sorprender.
Creo que deberías irte ahora exigió.
River
Cabalgué lejos de la posada y la casa del rancho, dejando que la yegua
me guiase más que guiarla yo. Pensé que conocía este lugar mejor que yo,
conocía las colinas y los prados, los bosques de álamos que se agrupan
como pequeños oasis en el desierto. Excepto que esto era lo contrario de
desierto, todo verde y exuberante, incluso a finales de verano. Era lo más
lejos de Hollywood que podrías conseguir, la niebla y el polvo de Los
Ángeles.
Cabalgando de esta manera, no podía entender por qué Elias odiaría
volver aquí. Pero supongo que era el mismo tipo de relación que tuve con
mi ciudad natal.
Aquí fuera sola, pude ver cómo alguien no querría irse nunca. Al igual
que June y su marido. Era idílico. Este era el tipo de lugar que podía sentir
que era un hogar.
Hogar no era algo que había sentido en mucho tiempo, tal vez nunca.
Tiré de la silla de montar y las mantas de la parte posterior de la yegua
y la cepillé. Al salir del granero, Cade estaba caminando hacia mí.
¿Cómo fue el paseo? preguntó.
Genial afirmé. Nunca he montado en un lugar como este.
Cade asintió.
Sí. West Bend no es como cualquier otro lugar.
No concordé. Puedo ver por qué es especial, sin duda. Esto es precioso.
Lo que dije antes, acerca de los hermanos Saints… comenzó Cade.
Está bien aseguré. June lo explicó. Es complicado.
No rebatió. No es tan complicado. Estuve fuera de lugar. June me
llamó por ello, dijo que estaba siendo demasiado protector. No le cuentes
que dije que tenía razón, pero la tenía. Lo que sucedió fue hace mucho
tiempo y los otros hermanos, eran solo niños. Hablé fuera de lugar, sin
saber nada acerca de Elias.
June es tu familia sostuve. Tiene sentido, que la protejas de esa
manera.
Cade señaló hacia la casa del rancho.
June está dentro, acostando al pequeño Stan comentó. ¿Quieres venir a
tomar una cerveza? Sé que le encantaría estar contigo otra vez.
Claro aseguré. Solo déjame asearme y volveré en unos pocos minutos.
Después de haberme duchado y cambiado, caminé hacia la casa de
Cade y June. El sol estaba bajo en el horizonte en el momento en que me
acerqué, todo el cielo se iluminó como una pintura de acuarela, todos rosas,
púrpuras y rojos. Respiré profundamente, el olor del aire de la tarde como
un bálsamo calmante.
June no va a decirlo, pero es una gran fan tuya comentó Cade. Ella casi
está demasiado feliz que te vas a quedar aquí. Quiero decir, no veo tus
películas, sin ofender.
Reí.
No me ofendo contesté. No me he diversificado exactamente más allá
de películas románticas. Hice una pausa por un momento, tratando de
estudiar la forma de decir lo que quería decir. Estoy aquí con perfil bajo,
aunque… ¿lo entiendes, verdad?
Cade abrió la puerta de entrada a la casa y me hizo un gesto en el
interior.
Sí, me enteré de eso mencionó. No eres la primera persona que he
escondido en West Bend.
Abrió el refrigerador y sacó una cerveza, abriéndola y entregándomela.
Cerveza local indicó.
Tomé un sorbo.
Es agradable. ¿Así que has escondido otras celebridades aquí? ¿Tú y
June ejecutando algún programa de protección de celebridades?
Cade sonrió, pero la expresión era floja.
Eso sería algo, ¿eh? No, solo tengo un poco de experiencia en ayudar a
las personas a pasar desapercibidas, eso es todo.
Te lo agradezco dije. De todos modos, no voy a estar aquí mucho
tiempo. Me imagino que no tomará mucho tiempo que alguien averigüe que
estoy aquí, por su cuenta.
Cade asintió, bebiendo su cerveza.
¿Comprobaste internet o algo? preguntó.
Negué.
Lo estaba evitando. ¿Por qué?
June dijo que estaba en internet. Puso los ojos en blanco. No le presta
atención a toda esa mierda de chismes, pero lo miró hoy. Aseguró que
quería asegurarse que nadie apuntaba que habías venido aquí. Dijo que
estabas teniendo un mal momento.
Me reí.
Sí, esa es una forma de decirlo. Interrumpí a mi novio y mi hermana
mientras lo hacían.
Puedo ocuparme de él, si quieres mencionó Cade. Hizo una pausa. Es
broma. Una broma de francotirador, lo siento.
¿Fuiste un francotirador?
En los Marines, sí confirmó. Hace mucho tiempo.
―Elias estaba en la Marina manifesté.
Cade asintió.
Eso explica la pierna ―comentó.
Eso fue todo lo que dijo en voz alta, pero intuía que su mente seguía en
funcionamiento. Lo tenía escrito en el rostro. Me gustaría saber qué pensaba
sobre Elias, pero no pregunté.
¿Sabes?, en realidad no estoy enojada por eso reconocí, apoyándome
en el mostrador de la cocina.
¿Sobre qué?
Viper y mi hermana admití. Lo estaba cuando sucedió, pero ahora no
estoy molesta por eso. ¿Eso es raro?
Mierda exclamó Cade. Digo que a la mierda con ellos. Pero debería ser
la última persona en decirte cómo es el puto comportamiento normal.
¿Qué es eso de puto comportamiento? preguntó June abrazando el
pecho de Cade, tanto como se lo permitió su vientre. ¿Cómo estuvo tu viaje,
River?
Estuvo genial aseguré. Hacía mucho tiempo que no montaba a caballo.
Simplemente le estaba diciendo a River que no soy la persona a la cual
preguntarle sobre el comportamiento normal comentó Cade.
June rió.
Realmente no lo es aseguró. ¿Hay helado en el congelador?
Lo traje afirmó Cade. Puso los ojos en blanco. Hablando de
comportamiento normal. Eres como una hoja de un manual de embarazo.
Lo sé admitió June, tomando una cuchara de helado y llevándosela a la
boca antes de que se detuviera, con los ojos muy abiertos―. Oh. ¿Alguien
quiere un poco?
Me reí.
Estoy bien con la cerveza.
Este es mi reemplazo para la cerveza comentó. ¿Vamos al porche? Si
despertamos al pequeño Stan, tardará una eternidad en volverse a dormir,
simplemente no creo que pueda soportar otra ronda de acostar al pequeño.
Si hay alguna duda sobre quién lleva los pantalones en esta familia, es
Stan aseguró Cade. Es como un mini dictador.
Afuera, nos sentamos en el aire fresco de la noche.
Le estaba diciendo a River que, prácticamente, la estás acosando indicó
Cade, sonriéndole a June.
¿Qué? June se inclinó hacia delante en su mecedora y golpeándole en
la pierna. ¡No lo hiciste! ¡No te estoy acosando!
Me reí.
Está bien dije. Siempre y cuando no hiervas un conejo o algo, déjalo en
mi horno.
No le dije que la estabas acosando aclaró Cade.
Girándose hacia mí, vocalizó Totalmente acosándote, mientras June le
golpeaba otra vez en el brazo.
Detente protestó. Realmente va a pensar eso. Estaba metiéndose
conmigo porque te busqué en una de esas páginas de chismes. Me sentí
realmente mal por ello. Pero en mi defensa, solo quería ver si alguien estaba
hablando de dónde estabas. Miró a Cade. Solo con fines de investigación.
Eso es todo.
¿Alguien estaba hablando de ello? pregunté.
De repente, me sentí nerviosa.
Bueno, ahora están hablando de ello afirmó June.
June. La voz de Cade sonó como una advertencia.
No intervine. Quiero oírlo, sea lo que sea.
Es todo pura habladuría precisó June. Cosas estúpidas.
Vieron a Elias admití.
Hay un video de ti con él en un hotel en Las Vegas comentó June.
Alejándose en su auto.
Mi corazón se hundió. Básicamente, había pulsado un botón gigante de
pausa en mi vida, acabando aquí y no estaba preparada para comenzar de
nuevo. No quería que la realidad se entrometiera en esto.
Todavía no, de todos modos.
Ni siquiera, estaba segura exactamente por qué. Pero sabía que había
algo acerca de estar aquí, en este lugar, que me daban ganas de quedarme
así por un tiempo. Aunque sabía que era poco realista.
Así que vas a tener a algunas personas presentándose aquí advirtió
Cade. Seguramente, pronto.
¿Cuándo se publicó el vídeo? pregunté.
Parecía que fue esta mañana respondió June.
Está bien la tranquilicé. Sabía que esto pasaría.
Un grupo de reporteros y estupideces intervino Cade. Si alguien
aparece, podemos mantenerlos alejados de la casa.
Suspiré.
Gracias por la oferta agradecí. Pero pueden ser realmente
desagradables. Y tienen un niño.
Cade se aclaró la garganta.
Cuando dije que podíamos mantenerlos alejados, no fue una
sugerencia. Eso es lo qué malditamente va a pasar. Esto no es propiedad
pública.
June se encogió de hombros.
Es realmente testarudo, River.
Asentí.
Está bien, entonces.
Hay una cosa más… La voz de June se fue apagando.
Cade puso los ojos en blanco.
Junebug protestó. No necesita ver esa mierda.
Si fuese yo, me gustaría verlo justificó June. Solo para así tener toda la
información en caso de estar tomando alguna decisión.
Voy a seguir diciendo que esto no es una buena idea reiteró Cade.
Solo toma la computadora por mí pidió June.
Después de que él entrase en la casa, se giró hacia mí.
Hay algo que deberías ver. Cuando lo busqué hoy, eso estaba por todo
el lugar.
Cade regresó, computadora abierto en sus manos, y se la dio a June.
Sacudió la cabeza.
Voy a dejar que seas la que decida, antes de decir algo comentó.
June jugueteó con algo en la pantalla y luego la volvió hacia mí.
Aquí informó.
Vi como Viper aparecía en la pantalla, sentado en un sofá de nuestra
casa. Mi antigua casa. Tenía una nueva guitarra en su regazo. Había
estrellado la antigua.
Esta canción está dedicada a mi prometida, River. Sé que estás por ahí
escuchando, solo quiero decir… Me quedé mirando, entumecida, mientras
lo escuchaba cantar. Nena, estoy tan perdido sin ti aquí…
Cuando terminó su disculpa musical, cerré la computadora y se la
devolví a June antes de sentarme.
―Huh me quejé.
June y Cade compartieron una mirada, entonces parecía que estuviesen
estudiando el suelo del porche.
Bueno, eso fue algo. Apenas fui capaz de decirlo, antes de que un
ataque de risa se apoderara de mí.
Cade y June no dijeron nada, solo me miraron.
Me detuve el tiempo suficiente para decir:
No puedo creer que fuese a casarme con ese puto imbécil.
Cade sonrió.
¿Ves, Junebug? alardeó. Sabía que no iba a caer en esa mierda. Eso
también fue una canción estúpida. Mierda, ¿la parte sobre el agujero en su
corazón? Hizo una mueca de disgusto. Ni siquiera tengo palabras para eso.
―Aun así tenía que verlo se justificó June, sonriendo. Fue muy malo,
sin embargo. ¿La parte en la que dijo que podía ver dentro de tu alma y
sabía que tu alma quería estar con la suya?
Chillé de risa.
Eso es vergonzoso.
Para él afirmó June.
Para mí, también. ¿En qué estaba pensando? pregunté, más para mí que
para ellos. De verdad iba a casarme con ese tipo.
Cade hizo una mueca.
Dejando a un lado que folló a tu hermana señaló, sacudiendo la cabeza.
Cualquier hombre que escriba esa canción, simplemente debería ser retirado
y fusilado.
Es una gran estrella dije, con voz suave. Me sentía entumecida,
desconectada de todo. Sacudí la cabeza. No sé por qué no vi antes lo
imbécil que era. Nada ha cambiado realmente. Siempre ha sido así.
A veces, es difícil ver lo que está justo en frente de tu nariz aseguró
Cade.
Extendió la mano y agarró la mano de June, que le dio unas
palmaditas, sonriendo mientras lo miraba.
El sonido del motor de un auto y el crujido de la grava, cortó el aire de
la noche y vi un auto en el camino de entrada de la posada. Puede que fuese
tarde, pero todavía podía ver de quién era el auto, claro como el día. Y
quién estaba saliendo del auto.
Oí la voz de June, suave, como si estuviera dirigida solo para Cade.
Hablando de ver lo que hay debajo de la nariz...
***

Me acerqué a la posada. Elias había estado por un minuto en el porche


delantero, probablemente pensando que todavía estaba enojada con él y
simplemente no contestaba, antes de me notara cruzando el césped.
Hola saludó.
No esperaba verte aquí comenté. Me crucé de brazos. Incluso si lucía
atractivo allí de pie en un sus vaqueros andrajosos y una camiseta que hacía
que sus ojos azules se vieran aún más azules, aun así antes había sido un
imbécil.
La jodí declaró. Al decirte que no era de tu incumbencia. Estaba siendo
un imbécil.
No es broma protesté, pero sentí mi resolución suavizarse.
Especialmente ahora, que sabía por qué había sido tan delicado sobre su
pasado. Podía entender ese tipo de cosas―. ¿Quieres entrar?
No contestó, cruzándose de brazos.
Está bien entonces dije, dándome la vuelta.
Supongo que seguía siendo un imbécil.
Vine para invitarte a salir.
¿Como en una cita?
Sí afirmó.
No sé. Estaba siendo cautelosa, pensando en la posibilidad de ser
notada en la ciudad. No creo que sea una buena idea. Los tabloides tienen
un video nuestro en el hotel de Las Vegas. Estoy segura de me están
siguiendo, incluso mientras hablamos.
Elias asintió.
Ya he pensado en eso dijo. Ven conmigo. Quiero mostrarte algo.
Capítulo Diecisiete
Elias
―¿Vas a decirme a dónde vamos? ―preguntó River.
―No ―dije―. Lo verás en un minuto. ―Más adelante estaba el
desvío, esta pequeña hendidura en el lado de la carretera donde sólo caben
dos autos en un momento dado. Sólo nos hallábamos nosotros, dado el
hecho de que era temprano en la noche. Nadie más estaría aquí esta tarde.
Había venido aquí más temprano hoy.
Apagué el motor y River me miró con recelo, saliendo del auto.
Cuando abrí el maletero, se rió nerviosamente.
―Supongo que no me lo dirías si tuvieras un baúl lleno de lona y cinta
adhesiva y esas cosas, ¿verdad? ―preguntó.
―Estacionarme aquí me hace parecer un asesino en serie, ¿no? ―dije.
―Esa no fue realmente una respuesta.
―Sí ―dije―. Mi maldita pierna mala y yo somos un buen equipo
asesino. ―En mi cabeza, sonaba como una broma, pero salió más amargo
de lo que pretendía.
River me miró entrecerrando los ojos.
―¿La gente siente lástima por ti cuando hablas así? ―preguntó―. A
mí me parece que te las arreglas muy bien con tu pierna mala. ―Me daba la
espalda mientras miraba alrededor. La vi inhalar profundamente, sus
hombros subiendo y bajando―. Además, ¿no fue Ted Bundy quien
mantenía una palanca en el yeso de su brazo? Atraía a sus víctimas con su
lesión y su buena apariencia.
―¿Estás diciendo que soy guapo? ―Recogí una lámpara para la
cabeza y se la entregué.
―Es de mal gusto pescar elogios que ya sabes que son verdad. ―Giró
la lámpara entre sus manos.
―Póntela ―dije, deslizando la banda de la mía sobre mi cabeza.
―Sexy.
―¿Quieres perderte por el camino o qué?
―¿Estás llevándome a hacer senderismo? ―inquirió―. Como que
pensaba en una cena, una copa de vino, pero de acuerdo.
―Bueno, no puedo exactamente deshacerme de un cuerpo en un
restaurante, ¿no es así? ―pregunté―. Tiene que ser el bosque.
River entrecerró los ojos y me fulminó con la mirada.
―Muy gracioso.
Agarré la cesta de picnic del maletero.
―¿Eso es una cesta de picnic? ―cuestionó―. ¿Tienes una? No
pareces exactamente de ese tipo de personas.
―¿Qué tipo es ese? ―pregunté.
―Una chica. ―Me sacó la lengua. Fue un gesto infantil, pero que de
inmediato me hizo sonreír.
―Tal vez tengo una barra de hierro en la cesta ―comenté―. ¿Has
pensado en eso?
―Es cierto ―dijo―. ¿Quieres que cargue algo?
―Nop. Todo lo demás está establecido.
Caminamos por el sendero de tierra y tomó mi mano un par de veces
cuando patinó sobre los guijarros. No estaba seguro de si esto era algo que
le gustaría o no. Alguien como ella, probablemente, no hacía mierda como
esta, pensé.
―Seguimos caminando ―habló―. ¿Todavía está bien para tu pierna?
Tenía su mano en la mía, de cuando ella patinó hace un minuto, y no la
había dejado ir.
―Sí ―dije―. No soy un inválido.
―No pensé que lo fueras ―replicó―. Sólo me preguntaba si tenías
una especial para ejercitarte y esas cosas.
―Oh ―dije. Cristo, me ponía nervioso cuando se trataba de ella. O tal
vez, en general, no estaba seguro―. Sí. Tengo una para correr. Está en el
maletero del auto, en realidad. ―Hice una pausa―. Con mi barra de hierro,
ya sabes.
Se rió.
―Bueno, supongo que si alguien fuera a llevarme a una cita en el
bosque, me alegro de que seas tú.
Cristo, en cuanto pronunció la palabra “llevarme”, me puse duro. Dejé
la cesta, me detuve y la atraje hacia mí, su espalda apoyada contra mí.
Deslicé mis manos por sus brazos, fijándolos a los costados, y la sentí
moverse contra mi dureza. La piel de gallina salpicaba sus brazos y el
hecho de que respondiera a mí así, me volvía loco. Hizo un sonido, este
cruce entre un gemido y un quejido, y, joder, me enloqueció.
Mi rostro estaba cerca de su cuello, e inhalé su aroma, absorbiéndolo.
Volvió la cabeza hacia un lado y, cuando rocé su cuello con mis labios, sentí
sus rodillas doblarse.
Al menos, podía estar seguro de que se encontraba igual de excitada
por mí que yo por ella.
Pero me detuve.
―¿Por qué paras? ―preguntó, con la voz entrecortada.
―Vamos. ―Con mi mano en la parte baja de su espalda, la guie hacia
delante―. Quiero mostrarte un lugar que hay alrededor de la curva.
―O podríamos quedarnos aquí por un rato. ―Presionó su culo contra
mi dureza y gimió un poco. Era lo único que podía hacer para no rasgar su
ropa allí mismo. Pero tenía otros planes para ella.
―Cierra la boca y sigue caminando ―dije.
River rió.
―Ya veo ―comentó―. ¿Así que estamos jugando al secuestrador,
entonces?
―Depende ―dije―. ¿Te gustan ese tipo de cosas? ―Asentí hacia el
claro, a la vuelta de la curva en el camino. Era un lugar lejos del sendero,
cerca de un pequeño arroyo burbujeante, los álamos proporcionando un
dosel sobre el claro. Incluso cubierto por las ramas entrecruzadas y las
hojas, aún se podía ver el cielo de la noche y las estrellas empezando a
iluminar el cielo.
La espalda del River estaba hacia mí mientras miraba alrededor.
―¿Hiciste todo esto por mí?
―Me imaginé que no querrías ir a algún lugar público ―expliqué.
Además, quería mostrarte que no soy un completo idiota.
Me quedé a unos pocos metros de distancia detrás de ella. Todavía no
se había dado la vuelta. Probablemente era demasiado… probablemente
pensó que era un fan acosador, ejerciendo demasiada presión. Los chicos
seguramente hacían este tipo de mierda todo el tiempo.
Yo no, sin embargo. Nunca había hecho algo como esto antes. Era la
primera vez para mí.
Había venido esta tarde y extendido la manta, dejé algunas linternas a
pilas alrededor del claro para obtener más luz. Incluso encontré esta
secuencia de luces vieja y la colgué de los árboles. Las luces lo cubrían todo
con su suave resplandor, apagué mi faro, lo coloqué en el suelo y, luego,
comencé a desempacar la cesta.
Serví vino en copas, pero me quedé allí, con las copas en la mano. Ella
todavía no había dicho nada. Mierda, ni siquiera se había dado la vuelta.
Tomé un sorbo de vino.
―Nunca nadie ha hecho nada como esto para mí ―dijo.
Mierda. Sabía que era demasiado. Ella iba a pensar que yo era una
especie de fan acosador obsesivo o alguna mierda.
Entonces, se dio la vuelta, con la mano sobre su boca.
―No sé qué decir, Elias.

River
No podía creer que él había hecho todo esto por mí. Las luces colgaban
de los árboles, el vino… incluso había colocado un IPod y altavoces…
Escuché Into the Mystic de Van Morrison reproduciéndose suavemente de
fondo.
―Nadie se ha tomado tantas molestias por mí antes ―dije.
―¿Eso es algo bueno?
―¿Que nadie se haya tomado tantas molestias por mí?
Ladeó la cabeza.
―Sabes a lo que me refiero.
―Mierda, Elias ―dije―. Todo esto… es más allá de bueno.
Asintió y me dio una copa de vino.
―Está bien, entonces.
Está bien, entonces. Me empezaba a dar cuenta de que Elias era el tipo
de chico que tenía mucho más bajo la superficie de lo que yo creía. Aguas
profundas, pensé.
―Así que ―dije, bebiendo de la copa de vino―. ¿Por qué realmente
me has traído aquí?
Elias se encogió de hombros.
―Quería verte desnuda.
―Ya me has visto desnuda, ¿recuerdas? ―comenté, mi voz ligera. Yo,
definitivamente, me acordaba. No podía dejar de pensar en sus manos sobre
mí―. ¿Qué tiene de especial este lugar?
Elias apartó la mirada.
―Solía venir mucho por aquí ―dijo―. Cuando era un niño. Como
que era mi lugar, cuando tenía que escapar. Mi refugio. Mi casa está a unos
pocos kilómetros de aquí.
Había mucho sin expresarse en lo que dijo, una gran cantidad de
espacios en blanco que llené en base a lo que June había dicho sobre los
Saint. Supuse que Elias huyó muchas veces en ese entonces. No sabía qué
decir, excepto que parecía importante que él hubiese compartido este lugar
conmigo. Así que dije:
―Es hermoso.
Elias no dijo nada, sólo dio un paso adelante y me besó duro en los
labios. Su lengua encontró la mía y me derretí contra él, mi cuerpo contra el
suyo mientras me besaba con avidez. Cuando se apartó de mí, la forma en
que me miró, la lujuria en sus ojos, me hizo temblar.
―Quítate la ropa ―dijo.
―¿Qué?
―Quiero verte ―explicó.
―Pensé que me trajiste aquí para comer ―bromeé. Ya había estado
con él la noche anterior, pero, de repente, me sentí nerviosa.
―Lo hice ―dijo, guiñando un ojo.
Me reí.
―Sucio.
Negó.
―Todavía no ―dijo―. Pero estoy a punto de serlo.
Sus palabras provocaron que una oleada de excitación atravesara mi
cuerpo por la anticipación de estar con él.
―Tú primero ―dije.
―¿Qué?
―Quítate la ropa ―insistí―. Tú primero.
Sonrió.
―Pensé que nunca lo pedirías. ―Observé mientras se quitaba la
camiseta por la cabeza y, luego, la tiró a su lado en la hierba. Cuando
terminó de desvestirse, se quedó ahí parado, completamente desnudo y
sonriendo con las manos en las caderas.
Mostrando orgullosamente su erección.
―Ahora tú ―dijo―. Quítatela. Joder, quiero verte completamente
desnuda.
Me reí de lo directo que era. Parecía fuera de lugar después de haber
hecho algo tan dulce. Agarrando el dobladillo de mi camisa, me la quité. La
tiré al suelo y llevé las manos a mi espalda para desabrochar el sujetador.
Mirando a Elias todo el tiempo. No es como si nunca me hubiera desnudado
así antes.
Pero había algo en la forma en que Elias me observaba que me ponía
nerviosa y tímida, y descarada y atrevida a la vez. Me hacía querer lanzar la
precaución al viento. Demonios, me estaba haciendo tirar la precaución al
viento.
No me hallaba segura de si eso me aterrorizaba o me emocionaba.
Pero solo me quedé allí, con el pecho desnudo, mirando esos ojos
azules, mientras la brisa ligera acariciaba mi piel de la forma en que lo haría
un amante. No aparté la mirada cuando me desabroché los vaqueros y di un
paso fuera de ellos, dejando cada prenda en el suelo.
―Jesús ―dijo. Su voz era ronca y me miraba con una expresión que
estaba empañada por el deseo.
―¿Qué?
―¡Joder! Eres tan sexy ¯dijo.
¯Qué elegante. ―Estaba siendo sarcástica, pero la verdad era que sus
palabras bruscas me encendían. Me gustaba que fuera duro.
―Date la vuelta ―dijo―. Quiero verte entera.
Una brisa agitaba los árboles y mis pezones se endurecieron con el aire
fresco. Me sentía como si estuviera bajo algún tipo de luz de escenario.
Incluso después de que me di la vuelta, podía sentir sus ojos en mí.
―¿Y? ―pregunté―. ¿Te gusta lo que ves?
No dijo nada. Pero sentí sus manos en mi cintura y, luego, una mano en
mi muslo, separándome las piernas.
Y, entonces, estuvo arrodillado a mis pies, detrás de mí, con la cabeza
entre mis piernas, su boca sobre mí. Su lengua se movía hacia abajo, y casi
perdí el equilibrio cuando pasó la lengua a lo largo de mi abertura.
―Mierda ―dije, la palabra salió en un susurro.
Alejó el rostro de mi coño y pude sentir su cálido aliento sobre mí,
provocándome, burlándose de mí con cada palabra.
―Definitivamente me gusta lo que veo desde este ángulo ―comentó,
explorándome con sus dedos―. Y, sin duda, me gusta la forma en que
sabes.
Mis músculos se apretaron a su alrededor, como si tuvieran mente
propia. Mi cuerpo definitivamente parecía tener mente propia cuando se
trataba de Elias. O, tal vez, esto era lo que significaba tener un amorío de
rebote.
De cualquier modo, no me importaba. No cuando Elias se encontraba
haciendo lo que me estaba haciendo. Me tenía tan desesperada, tan
necesitada, que haría lo que quisiera. No estaba acostumbrada a sentirme
así, con el cuerpo adolorido, anhelando ser llenado.
Me llevó hasta el límite, mi respiración salía entrecortada mientras me
exploraba sin descanso con sus dedos. Entonces, se detuvo y se levantó. El
palpitar entre mis piernas era todo en lo que podía pensar. Quería que
continuara con lo que estaba haciendo.
Enfrentándolo, dejé que mis dedos vagaran sobre su pecho, luego,
hacia su abdomen y sobre su culo. Su boca descendió sobre la mía, duro, y
me besó con avidez, su lengua encontrando la mía, explorándome. Lo
agarré y pasé la mano por la longitud de su polla.
Cuando soltó mi boca, me miró expectante.
―¿Y bien? ―preguntó―. ¿Y tú? ¿Te gusta lo que sientes?
―¿Estás buscando que te elogie de nuevo? ―bromeé. Seguro que no
necesitaba que le dijera que le colgaba como a un caballo. Diablos, con eso
entre sus piernas, debería caminar como si el mundo fuera suyo.
Elias metió la mano entre mis piernas y retiró los dedos, empapados.
―Nah ―dijo―. Es obvio que te gusta lo que sientes.
Caí de rodillas, la fresca hierba debajo de mí, mis ojos mirándolo a
medida que lo ayudaba a salir de sus vaqueros. Sentí su mirada en mí
mientras pasaba una mano por el costado de la prótesis. Mantuve el
contacto visual con él, de alguna manera consciente de que importaba que
él entendiera que no me daba asco nada de eso, nada de él. Pasé las palmas
por la parte exterior de sus muslos, sintiendo sus músculos poderosos
flexionarse bajo mi toque y, luego, abrí la boca para tomarlo.
―¡Mierda! ―Elias se pasó las manos por el cabello, aferrándose a las
raíces a medida que lo cubría con mi boca―. Joder, tu boca es tan sexy.
Él era el sexy, pensé, mirándolo y sosteniéndolo en la boca. Me
gustaba tenerlo en mi boca, controlando completamente su placer.
Cuando me agarró el cabello, tirando para que soltara su polla y me
levantara para mirarlo, su expresión se ensombreció con lujuria.
―Un poco más de eso y me iba a correr ―dijo―. Y no quiero eso.
Todavía no. ―Me besó con fuerza en la boca y, luego, a lo largo de la
clavícula y del costado de mi cuello. Después, me dio la vuelta para
besarme la nuca. Lo sentí inhalar y la dureza de su polla apretada contra mi
culo. Me arqueé contra él mientras envolvía sus brazos alrededor de mí, con
las manos amasando mis pechos.
―Por favor ―susurré. Estaba prácticamente rogando. Me sentía
lasciva, necesitada de él.
Elias me empujó un poco, hacia un árbol, y me reí de la idea de estar
aquí afuera, desnudos, donde cualquiera podía encontrarnos. Nunca me
había atrevido a hacer algo así, no como River Andrews.
Se sentía ridículo, tonto, peligroso… y liberador.
―¿Qué? ―preguntó Elias.
Negué.
―Sólo pensaba en nosotros, aquí, desnudos.
Pasó sus manos sobre mis brazos, guiándolos para tocar una rama baja
del árbol que se inclinaba hasta tocar el suelo. Este lugar era pintoresco y
me imaginaba que se trataba de uno de esos lugares a los que la gente venía
a hacer picnic, cuando el río no se hallaba seco y agrietado.
―Es gracioso, ¿verdad? ―inquirió―. ¿Nosotros, aquí, desnudos?
―Metió los dedos dentro de mí, y jadeé.
―No… ahora, no lo es.
El placer se precipitó a través de mí y oí el crujido del papel de
aluminio. Por encima de mi hombro, lo vi desgarrando el paquete con los
dientes. Nunca había estado tan lista para nadie.
Cuando entró en mí, no hubo vacilación. Con un empujón rápido, me
penetró. Arqueé la espalda, presionando mi culo contra él, y sus manos
agarraron mis pechos, acercándome a él. Me agarré de la rama, la corteza
áspera en mis palmas, pero no me importaba. Todo lo que podía sentir era a
él.
―Joder, estás tan apretada ―dijo, y sentí una oleada de humedad en
respuesta a sus palabras. Nunca había sido mucho de hablar sucio, pero
había algo en el modo en que me hablaba este hombre que me excitó antes,
y ahora incluso más.
―Sí ―gemí―. Más fuerte.
Sentí su boca cerca de mi oído mientras hablaba, puntuando cada
palabra entrecortada con otro empuje muy dentro de mí.
―Cuidado con lo que deseas, cariño ―dijo. Sus dedos me pellizcaron
los pezones, y sentí un poco de dolor.
―Oh, Dios mío. ―Estaba tan cerca.
―Espera ―gruñó, cerca de mi oído―. Espera hasta que te diga que te
puedes correr.
Podía oírme gemir desde algún lugar fuera de mi cuerpo, pero no había
nada más, excepto él y yo. No quería nada más. Su toque borraba todo lo
demás en ese instante, hacía imposible pensar en otra cosa más que lo que
le estaba haciendo a mi cuerpo. Todo lo que podía imaginar era a él… sus
manos en mis pechos, su aliento en mi oído, sus labios en mi cuello y su
polla, llenándome. Era éxtasis, lisa y llanamente.
―Ahora ―ordenó y, en el instante en que pronunció la palabra, me
dejé ir, gritando mientras se corría dentro de mí. La intensidad de mi
orgasmo eclipsó todo lo demás.
Después, me quedé allí, completamente inmóvil mientras el latido
entre mis piernas se calmaba y la niebla en mi cabeza se aclaraba. Moví las
manos e hice una mueca. Mis palmas se sentían doloridas por haber estado
agarrada a esa áspera corteza del árbol.
Elias respiraba con fuerza contra mi cuello.
―Joder ―dijo.
Totalmente, pensé. Joder era lo único que se podía decir.
Capítulo Dieciocho
Elias
Más tarde, me senté allí, mis brazos envolviendo a River, su espalda
presionada contra mi pecho.
―Gracias ―susurró.
―¿Por qué? ―Su pecho se elevaba y caía bajo mis brazos mientras
respiraba lentamente.
―Por todo esto ―dijo―. Nadie había hecho algo así por mí antes.
―¿Nadie nunca te había follado así? ―bromeé.
―Cállate ―dijo―. Sabes a lo que me refiero. Nadie nunca había
hecho nada así, como lo que has hecho por mí aquí esta noche.
―¿Quieres decir que ninguno de esos chicos de Hollywood nunca han
hecho nada como esto por ti? ―pregunté―. Me resulta difícil de creer.
River se rió, pero sonó amargo.
―Estás bromeando, ¿verdad? Chicos es exactamente lo que son. Y no,
quería decir lo que dije.
No pude evitar sentirme satisfecho, haciendo algo por ella, algo
diferente a lo que todos esos chicos que la habían perseguido, hicieron.
Especialmente, el imbécil de su novio músico.
Viper. Que nombre de mierda.
―Bueno, también quise decir lo que dije anteriormente, antes de que
me distrajeses ―dije, levantándola―. Voy a alimentarte.
River acercó sus rodillas a su pecho y envolvió sus brazos alrededor de
ellas, mirándome abrir la cesta de picnic.
―Así que, ¿esta es ahora una cita apropiada?
―Siempre lo fue ―dije―. ¿Tienes frío?
―Helada.
Cogí una manta extra y se la lancé, entonces, me uní a ella debajo
mientras sacaba toda la comida que había traído.
―Te has tomado muchas molestias ―comentó.
Me encogí de hombros.
―Sólo fui a la tienda y esa mierda ―aclaré―. No es cómo si lo
hubiese cocinado o algo.
―Era un cumplido ―dijo―. Deberías aprender a aceptarlos con un
agradecimiento.
―Menos hablar, más comer ―dije, y levanté una galleta a la que le
había untado un queso gourmet o alguna mierda que compré en la tienda…
la mujer de la tienda de comestibles dijo que era importado o algo así.
River se rió y le dio un mordisco.
―Con clase ―dijo.
Se apoyó en mí y, aunque nunca había sido de la mierda de caricias con
otras chicas, con River decidí que estaba bien. De hecho, se sentía
agradable, de la misma forma que había sido la otra noche.
―¿Qué sucedió anoche en la ciudad? ―empezó River.
―Realmente lo siento por cómo te traté ―dije.
―Oh, no. No estoy hablando de eso ―aclaró―. June me contó lo de
tu padre.
―Oh. Eso. ―Me tensé automáticamente por su mención.
―Sí, eso.
―Murió ―dije―. No lo siento en lo más mínimo. No era una buena
persona.
River no habló al principio. Sólo asintió.
―No sé quién es el mío ―confesó―. Mi padre, quiero decir.
―Familia de mierda ―dije―. La sangre es más espesa que el agua, es
una estupidez.
―¿Tienes hermanos, sin embargo? ―preguntó River, su voz suave.
―Cuatro ―contesté.
―Yo sólo tengo una hermana ―dijo―. Quiero decir, obviamente. Mi
hermana es la que se está follando a Viper. ¿Cómo son tus hermanos?
―Solíamos ser cercanos ―dije―. Ya no tanto como antes. ―Ese es el
maldito eufemismo del año.
―¿Cuántos son?
―Mason era el mayor, murió cuando era muy joven.
River estaba silenciosa, y sólo continué, con este diluvio de palabras,
sin parar. No hablaba mucho de mis hermanos, o sobre mi familia. Incluso a
los chicos de mi unidad. Sabían que vivía en West Bend, pero no mucho
más que eso. Contarle a alguien sobre mi familia se sentía extraño.
―Mi madre se casó con un idiota… ―Aclaré mi garganta―. Mi
padre, quiero decir, después de todo. Tuvo a Mason cuando era una
adolescente. El resto llegamos después. Silas, Luke, y Kilian. Somos cuatro.
―¿Se encuentran en West Bend?
―Silas sí ―dije―. Trabaja como portero de un club, supongo.
―¿Son cercanos?
―Es complicado.
―Parece una pregunta bastante sencilla.
―Joder, eres muy insistente, ¿verdad? ―pregunté. River no parecía
molesta por mi lenguaje o mi irritación. Sólo se encogió de hombros y
sonrió.
―Me han llamado cosas peores ―dijo.
―Solíamos ser cercanos ―admití. No tenía que hablarle de mi
maldita familia, me recordé. Podía simplemente mandarla a la mierda y
decirle que se ocupase de sus asuntos.
Pero no quería. No realmente.
Por cualquier maldita razón, me encontré queriendo contarle a River
cosas que no le había dicho a nadie. Y esa era la parte que me estaba
asustando.
―Y, entonces, ¿qué pasó?
―No lo sé ―respondí―. La vida, supongo. La gente cambia.
―Estás tan lleno de mierda, Elias Saint ―dijo River. Pero no me
presionó. Eso hizo que me gustase más―. June y Cade me dijeron lo que
pasó con Mason.
―¿Qué…? ―Me aparté de ella, irritado porque hubiese estado
hurgando en mi pasado.
River puso su mano en mi pecho, calmándome en medio de mi ira.
―Les pregunté qué sabían sobre Elias Saint. Tú. Después de lo que
pasó en la ciudad, con el sheriff, quería saber.
―¿Por qué?
River se apartó de mí y giró el rostro para mirarme, todavía bajo la
manta. Podía sentir sus rodillas apretadas de forma protectora contra su
pecho. Bajó la mirada.
―Quería saber si estaba equivocada sobre ti.
―¿Equivocada sobre qué?
―Acerca de quién eres.
―¿Quién crees que soy? ―Mi pecho se sentía apretado, como si
hubiese una tenaza oprimiendo mi corazón. No quería escuchar la mierda
que ella había asumido sobre mí desde el principio… quién había supuesto
que era. Había conseguido suficiente de esa mierda mientras crecía.
―Pensé que eras un buen chico ―dijo―. Protector. Leal. Honrado.
Me reí.
―Honrado ―dije, sacudiendo mi cabeza―. Joder, nunca me habían
llamado así antes.
River me ignoró.
―June me contó lo que la ciudad tenía en contra de tu familia.
―Entonces, sabes toda la jodida historia ―dije.
―Sé lo que June me explicó ―puntualizó River―. De alguna manera,
dudo que esa sea toda la historia.
Me encogí de hombros.
―No hay mucho más aparte de lo que ella te dijo, probablemente.
Mason lo tuvo más difícil al crecer, no siendo uno de nosotros, no estando
relacionado por sangre con el imbécil. No recuerdo mucho de él, la
verdad… Kilian y Luke se acuerdan más, pero esa es la forma en la que me
lo contaron. Se fue de nuestro lugar, trabajó como peón en el rancho del
padre de June. La hermana de June y él tuvieron algo. En cualquier caso,
mató a los padres de June conduciendo borracho, murió en el accidente. La
hermana de June se suicidó.
―Eso pasó hace mucho tiempo ―dijo River, siendo una afirmación
más que una pregunta.
―Ni siquiera lo recuerdo. Era demasiado joven ―hablé―. Sólo me
acuerdo de las consecuencias. Mamá ya tenía una mancha negra desde el
principio, mostrando por la ciudad su embarazo adolescente, huyendo de
casa. Añade a mi padre a la mezcla, el maldito borracho del pueblo, un
miserable hijo de puta, y… luego, el accidente.
―Eran como los parias, entonces.
―Mierdas de los pueblos pequeños.
―Crecer como un marginado… se te clava para siempre ―dijo
River―. Hace que sea difícil confiar en la gente.
¿Qué demonios podría saber River Andrews sobre ser un marginado?
Millones de fans la adoraban, un trabajo de ensueño para la mayoría de la
gente… ¿actuaba como si supiera sobre este tipo de mierda familiar? Miré
en sus ojos, la sinceridad grabada en sus rasgos.
Sí, correcto. No sabía nada sobre este tipo de cosas. Era una actriz.
―¿Por qué coño incluso estamos hablando de esto? ―pregunté,
atrayéndola hacía mí―. ¿Qué tal si hablamos un poco menos y follamos un
poco más?
River se mordió el labio, pero no pudo ocultar su sonrisa.
―Muéstrame lo que tienes, entonces.

River
Me desplomé contra él, mi respiración era todavía irregular, incluso en
la relajación postcoital, y apreté la manta contra nosotros, buscando su calor
pero todavía tiritando.
―Estás temblando ―dijo Elias―. Supongo que voy a tener que
follarte de nuevo para que entres en calor, ¿eh?
Me lo tomé a risa. Pero la verdad era que Elias tenía a mi cuerpo
adolorido por él, incluso aunque acabada de estar dentro de mí. Nunca me
había pasado esto con otro hombre… tenía que ser alguna cosa primitiva de
la evolución, la forma en la que me activó.
―Tal vez de vuelta en casa ―dije.
―¿No quieres quedarte aquí? ―preguntó Elias.
―Estás bromeando, ¿verdad?
―No ―dijo―. Pensé que podría ser romántico, quedarnos aquí fuera,
bajo las estrellas. Sólo ha habido unos pocos avistamientos de osos durante
los últimos años, creo, y los coyotes no suelen atacar a los humanos.
―Divertidísimo ―dije―. Olvidaste que no soy exactamente una
urbanita completa.
―Vamos a regresar a casa. Sin embargo, no puedo prometerte que
vaya a mantener mis manos lejos de ti en el camino de vuelta, o que no
vayamos a tener que parar en un desvío.
Sus palabras provocaron que un rayo de excitación me atravesase.
―Espero que eso sea una promesa ―dije.
Cumplió su palabra.
No habíamos conducido ni un par de kilómetros cuando su mano se
metió entre mis piernas.
Dejé escapar un suspiro involuntario.
―Desabróchate el pantalón ―dijo con voz ronca.
―¿Por qué? ―pregunté, en un acto reflejo. Ningún hombre me había
mandado en la forma en la que Elias lo hacía. No sabía si eso me gustaba o
lo odiaba.
Por supuesto, tampoco ningún hombre conseguía mojarme al instante,
al igual que Elias.
Yo no era así, la forma en que estaba con él, prácticamente jadeando,
pidiendo sexo.
―Porque… ―dijo Elias―… te lo he pedido.
No era una respuesta, y no tenía sentido en absoluto que simplemente
hiciera lo que dijo. Pero lo hice. Levanté mi culo del asiento del auto y me
bajé los vaqueros, mis pulgares enganchándose en los lados de mi ropa
interior, antes de que me volviera a sentar, mi culo desnudo sobre el asiento
de cuero fresco. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho con la
anticipación de que me tocara.
Pero eso no es lo que hizo.
―Quiero que te toques ―dijo.
―¿Qué? ―Verdaderamente, no podía creer que fuera tan atrevido,
independientemente de todo lo que había oído salir de su boca hasta el
momento.
―Ya me oíste ―dijo―. Quiero que pongas tus manos entre tus piernas
y te toques. Quiero que te corras para mí.
―¿Por qué no simplemente pones la mano aquí? ―pregunté, pero ya
estaba acariciando mi clítoris, mi dedo se movía alrededor distraídamente
mientras esperaba su respuesta.
Me sentía como si estuviera en exhibición. Eso es lo que quiere, pensé.
―Porque quiero verte hacer eso ―dijo.
Quería que pusiera sus dedos en mi interior. Quería sentir los callos
ásperos de las puntas de sus dedos mientras acariciaba mi hinchado clítoris.
Quise preguntarle de qué eran los callos. En su lugar, susurré:
―Entonces, dime qué otra cosa quieres hacerme.
Alzó las cejas y me echó una rápida ojeada.
―No voy a decirte lo que quiero hacer. Voy a decirte lo que voy a
hacerte… en, oh, unos quince minutos. ―Hizo una pausa y moví mis dedos
en círculos alrededor de mi clítoris mientras esperaba que me dijera más.
―De acuerdo, entonces ―dije, mis dedos aún en movimiento―. ¿Qué
vas a hacerme?
―Voy a poner mi boca en tus tetas, a chuparlas hasta que tus pezones
estén duros como piedras. ―Hizo una pausa y todo lo que pude escuchar en
el auto fue el sonido de mi respiración volviéndose más superficial, el ruido
blanco del tráfico en la carretera y su voz, haciéndose eco en mi cabeza.
―Sigue ―dijo Elias―. ¿Está mojada?
―Sí ―susurré, mis dedos moviéndose más rápido.
―¿Qué tan mojada? ―preguntó. Ahora él era el que se estaba
retorciendo en su asiento, y me miraba mientras trataba de ajustar el bulto
que era evidente en sus vaqueros.
―Realmente mojada. ―Era cierto. Me encontraba increíblemente
excitada. Mi cuerpo reaccionaba a él, completamente fuera de mi control.
―Bien ―dijo―. Voy a lamerte de un extremo al otro, empezando por
tu clítoris. Voy a follarte con mi lengua hasta que estés rogando por mi
polla.
Elias alcanzó entre mis piernas, pasó un dedo por mi humedad, y
gimió, virando hacia el arcén de la carretera y, luego, rápidamente
corrigiendo el rumbo. Estaba increíblemente contenta de tener ese tipo de
efecto en él. Demasiado contenta para mi propio bien.
Apartó su mano y suspiré, pero me hallaba demasiado lejos como para
ser tímida de hacer esto frente a él. Me habló, me dijo lo que pensaba hacer
conmigo cuando llegáramos a donde fuera que me llevaba, y me precipité
hacia el clímax mientras me decía cómo se sentiría su polla mientras se
deslizaba dentro de mí.
Cuando terminé, lo miré con los ojos muy abiertos. No podía creer que
acababa de hacer eso delante de él. Se rió y negó.
―No tienes ni idea de lo que estás haciéndome en estos momentos
―dijo.
Me sentía completamente cohibida. Elias me miró y me encontré
mojada de nuevo. Entonces, sus ojos se dirigieron al frente, a la carretera.
―Ni se te ocurra ―dijo.
―¿Qué? ―pregunté. Me dejé mis vaqueros a la altura de mis caderas,
completamente avergonzada de permitirme estar tan borracha por la lujuria
que hice lo que hice.
―Puedo verlo en tu rostro ―dijo él―. Te sientes abochornada.
―No es cierto ―protesté, pero mi voz sonó débil.
―Estás sonrojada ―señaló―. Espero que no te avergüences, porque
estoy seguro como la mierda que yo no lo hago. De hecho, en cinco
minutos, voy a inclinar tu culo y simplemente mostrarte lo no avergonzado
que estoy.
Me reí de su brusquedad. No pude evitarlo.
―¿Siempre hablas así?
―¿Cómo? ―preguntó, su tono juguetón. Pero sonrió cuando miró
hacia mí, esa sonrisa que era una mezcla entre inocencia infantil y la cosa
más malvada que jamás había visto.
―Así ―insistí―. Diciéndoles a las chicas lo que vas a hacerles.
―Bueno, en primer lugar ―dijo Elias―, tú no eres una chica, eso es
seguro. Eres una mujer crecida. Si ningún hombre te ha dicho lo que quiere
hacerte, entonces lo siento por ti.
Ningún hombre me había dicho alguna vez lo que quería hacerme. No
así. No en la forma en que me hacía querer dejarle hacer lo que quisiera.
―Está bien ―dije―. Hagámoslo, entonces.
―¿Hacer qué?
―Lo que piensas hacer conmigo, exactamente.
Sonrió.
―Estaremos allí en dos minutos. ―Me quedé decepcionada cuando no
fue explícito, de la forma en que había sido un minuto atrás.
―Ajá.
―No te impacientes ―comentó―. Estoy llegando allí. Tan pronto
como nos encontremos en la puerta de esa casa, voy a bajarte los vaqueros
hasta el culo. Después, voy a enterrar mi polla dentro de ti.
―Oh ―dije.
Me hallaba en ese estado post-orgásmico donde me sentía relajada y
somnolienta, tanto así que, por un segundo, ni me percaté de que estaba
frenando el auto.
―Será mejor que metas tu culo en esos vaqueros ―dijo, yendo al
camino de entrada y frenando hasta detenerse―. No quiero que nadie más
vea lo que es mío.
Me subí mis vaqueros y los abotoné. Él ya estaba fuera del auto y
abriendo la puerta antes de que registrara lo que había dicho.
―Lo que es tuyo, ¿eh? ―pregunté―. ¿Qué te hace pensar que mi culo
es tuyo?
Me apoyó contra el lateral del auto, con los ojos llenos de lujuria.
―¿Estás diciendo que no lo es? ―Sus dedos se movieron a la cintura
de mis vaqueros, y respiré profundamente, mi corazón latía con fuerza.
―Acabamos de follar ―dije―. ¿Estás reclamándome ahora?
Me dio la vuelta, su espalda frente a la casa de June y Cade, su cuerpo
ocultándome de su vista y, entonces, abrió el botón de mis vaqueros y llegó
entre mis piernas. Deslizó sus dedos dentro de mí y, luego, se inclinó cerca
de mí.
―Creo que quieres ser reclamada ―susurró―. ¿Me equivoco? ―Me
acarició con sus dedos.
No se equivocaba, pensé. Pero no respondí. No iba a decirle que ya
había dejado su huella en mí.
Después, me llevó dentro y me reclamó de nuevo. Más tarde esa noche,
acostada en sus brazos, casi dormida, pero no del todo, tuve la vaga
sensación de estar en paz.

* * *

La bocina de un auto atravesó el aire, despertándome.


―¿Qué demonios? ―La voz de Elias fue brusca, pero todavía
somnolienta, mientras me atraía hacia él, su erección presionando mi
espalda.
Entonces lo oí… el bajo murmullo de voces en el exterior.
―Elias ―susurré.
―¿Qué? ―Sus ojos estaban cerrados y me abrazó fuertemente contra
él―. Sólo cinco minutos más.
―Déjame ir por un segundo. Tengo que ver de qué es el ruido. ―Me
dirigí a la ventana y miré hacia fuera―. Maldita sea.
―¿Qué va mal? ―murmuró Elias, todavía aturdido. Se puso bocabajo
y enterró el rostro en la almohada―. Vuelve a la cama.
―No. Mierda. No entiendes ―dije, revolviendo mi ropa―. Están
aquí.
―¿Eh? ―preguntó Elias―. ¿Quién está aquí?
―Los fotógrafos. ¿Dónde coño está mi camisa? ―Miré alrededor de la
habitación a la ropa esparcida por todas partes, las envolturas de condones
en el suelo―. Mierda.
Ahora Elias estaba despierto, alcanzando su prótesis junto a la cama y
poniéndosela en su lugar. Me sentí irritada con él por no apresurarse,
incluso si no era su culpa. Estaba irritada con los fotógrafos de fuera.
Irritada con todo lo que eso significaba, que había sido encontrada.
Irritada de que significaba que tendría que irme. Y conmigo misma
porque no le había dicho todo a Elias. No había sido honesta con él. No le
había dicho que necesitaba volver.
Elias se acercó desnudo a la ventana, y miró afuera.
―Son sólo fotógrafos ―dijo―. Y son sólo unos pocos. Se encuentran
en el camino de entrada. No es como si estuvieran dentro de la casa.
―¡Aléjate de la ventana! ―exclamé. Mi voz salió fuerte, más de lo
que pensaba―. Tendrán teleobjetivos. ¿Quieres estar desnudo en todas las
revistas sensacionalistas de mierda?
Elias se dio la vuelta y sonrió ampliamente.
―Eh ―dijo―. ¿De verdad quieres saber la respuesta a esa pregunta?
―Joder, no estoy bromeando ―dije―. Ponte algo de ropa.
―¿Por qué enloqueces sobre esto? ―preguntó―. Son un par de
fotógrafos. No es el fin del mundo. ―Cruzó la habitación, deslizando sus
brazos alrededor de mi cintura―. Podemos volver a la cama e ignorarlos.
Lo aparté.
―Es fácil para ti decirlo.
―¿En serio? ―Elias me pasó mientras caminaba hacia el baño―. ¿De
repente te importa una mierda lo que piensen los medios? No parecía
molestarte antes.
La puerta se cerró detrás de él. Cuando salió, estaba impasible,
poniéndose su ropa.
―Joder, si te avergüenzas de que alguien sepa que follas conmigo,
dilo. De lo contrario, no veo cuál es el gran problema en que haya un
puñado de fotógrafos fuera de la casa.
―Esto no es una película o algo así ―dije, lanzándole su camiseta―.
Esta es mi puta vida. Conseguirαs una foto en la prensa sensacionalista y te
felicitarαn y chocarαs las palmas de cada puto chico en Amιrica por
follarme. Las revistas escribirαn artνculos acerca de cσmo escapι a
Colorado para follar despuιs de huir de mi maldita boda.
Elias abriσ la boca para responder, pero un fuerte crujido reverberσ a
travιs del aire.
Capítulo Diecinueve
Elias
Era el inconfundible sonido de una escopeta siendo disparada.
―Maldita sea. ―Tomé mi pieza en mi mochila y fui directo a la
puerta, mirando por encima de mi hombro―. Quédate aquí. No te muevas.
―¿Tienes un arma? ―Oí decir a River, pero la ignoré.
Bajé corriendo las escaleras, abrí la puerta principal. No tenía ni idea
qué tan psicóticos eran estos periodistas, pero simplemente quien carajo
disparó un tiro iba a obtener un tiro.
Cuando salí, Cade estaba de pie en el prado entre las casas, su escopeta
en mano. June estaba unos cuantos metros detrás de él, blandiendo una
escopeta en una mano y un monitor de bebé en la otra.
Cade se dirigió hacia el camino de entrada a grandes zancadas.
―Ese fue el único disparo de advertencia que estoy tirando ―dijo,
señalando hacia el fotógrafo que era lo suficientemente descarado para
sujetar su celular para capturar la escena en video―. Graba esta mierda
todo lo que quieras. Compártela con tus amigos. Publícalo en internet. Pero
esta es propiedad jodidamente privada, y ninguno solo de ustedes es
bienvenido aquí. Así que les agradecería amablemente que se larguen de mi
tierra.
Salí detrás de él, y Cade sonrió.
―¿Trajiste la tuya, eh?
―Mierda, hombre ―dije―. Pensé que alguien estaba aquí afuera
recibiendo un tiro.
Cade se rió, señalando a los periodistas que había sacado del camino
principal.
―Nah ―dijo―. Solo dándoles a esos bastardos un pequeño sustos,
eso es todo.
―¿Crees que alguno de ellos se cago en sus pantalones? ―pregunté.
Cade se rió.
―Eso espero. ―Miró hacia arriba, y me giré para ver a River en los
escalones de la entrada.
―¿Pero qué…? ―preguntó, con la boca abierta.
Cade se giró.
―Tenemos que volver a la casa ―me dijo a mí―. Antes de que el
pequeño Stan se despierte. No creo que ellos te molesten por un tiempo
ahora, al menos.
Regresé adentro y encerré a River en la casa conmigo. Sus ojos fueron
de mí hacia el arma.
―¿Viniste aquí armado?
―Tengo un permiso para ello ―dije.
Ella negó.
―No sé qué diablos pensar sobre ti.
―Es Colorado ―dije, descargando el cargador y colocando el arma en
un estante en la sala de estar―. Solo hay ranchos aquí. Todos cargan.
―Probablemente esos periodistas van a demandar o algo así ―dijo―.
¿Está Cade malditamente loco?
―¿Por tirar un disparo de advertencia así? ―pregunté―. ¿Por qué van
a demandar? Nadie resulto herido. Solo está protegiendo lo que es suyo.
―Y tú ―dijo River―. Ya golpeaste al reportero en Las Vegas.
―¿Y?
―Así que, ¿no haces nada civilizado?
Me apoyé contra la pared y levanté mis cejas.
―¿Te estás quejando sobre Cade ahuyentando a las mismas personas
por las que estabas aterrada hace diez minutos?
―No. Estoy tratando de averiguar si eres un completo psicópata que
va por ahí amenazando a cualquiera que se atreva a acercarse a mí.
Me acerqué a ella, la atraje hacia mí, y la sentí inhalar bruscamente.
―Haré una maldita promesa, haré más que amenazar a cualquiera que
te lastime.
―No puedes hacer eso, Elias ―dijo, pero su voz era entrecortada, sus
ojos grandes.
―¿Por qué? ―pregunté―. ¿Porque no es civilizado?
―No es… ―Su voz se desvaneció.
―Bueno, tengo noticias para ti ―dije―. No soy jodidamente
civilizado. Cade está protegiendo lo que es suyo, y haré la misma maldita
cosa.
―¿Crees que soy tuya? ―preguntó.
―Eres mía, si lo sabes ahora o no ―dije, interrumpiéndola cuando
abrió la boca para protestar―. Ni siguiera lo digas. Sé que no me
perteneces y mierda. No soy un hombre de las cavernas. Pero nadie te jode.
Eres mía, y no me voy a malditamente disculpar por eso, así que solo
puedes afrontarlo.
La boca de River se abrió de nuevo, pero no dijo nada. Así que la besé,
duro en la boca, y la sentí derretirse contra mí.
―Ahora ―dije―. Antes de que interrumpieran tan groseramente esta
mañana, estaba teniendo un pequeño sueño sobre ti.
―¿Sobre qué exactamente? ―preguntó. Se pasó la lengua a lo largo de
la parte superior del labio, y me puso instantáneamente duro.
―Vamos arriba y te mostraré ―dije.

* * *

―No sé por qué estás arrastrándote hacia esa ventana, toda furtiva y
así ―dije.
―Sólo quería ver si se han ido.
―Acabo de asumir que no lo hicieron.
Se deslizó en la cama junto a mí.
―Es frustrante.
―Me imagino que sí ―dije―. Pero tal vez dejes de tomarlo tan
condenadamente en serio.
Se puso de lado, apoyó la cabeza en su mano.
―Es serio.
―No ―le dije―. No lo es. Que te disparen es serio. Que nos hagan
explotar, eso es serio. Perderse los primeros pasos de tus hijos porque estás
desplegado, eso es serio. ¿Fotógrafos persiguiéndote porque quieren hablar
de tu ruptura? No es jodidamente serio.
River exhaló, apartó los ojos.
―Mierda ―dijo―. Soy una de esos consentidos malcriados de
Hollywood, algo que nunca pensé que sería. Soy una completa idiota.
―Nah ―dije―. No eres una completa idiota. Más como medio idiota.
―He sido muy egoísta ―digo.
Metí un mechón de su cabello detrás de su oreja.
―Pasa a los mejores.
Ella estaba en silencio, con la frente arrugada en el medio.
―Es extraño, todo esto, ¿sabes? Todo el conjunto de la fama. Nunca
pensé que iba a ser famosa. Y sólo pasó. Y fue increíble, en ese entonces,
¿sabes? Pasar de no saber en dónde estaba mi siguiente comida a tener más
dinero del que sabía qué hacer con él.
Arrugó su frente, estuvo en silencio por un minuto.
―Pero entonces, en realidad no cambió nada, con mi madre y mi
hermana, ¿sabes? Como, que no cambió quién era mi madre, la clase de
persona que era. Simplemente le dio más fondos.
No dije nada, solo esperé a que River hablara.
―Las revistas venden esta historia sobre mí, esta versión de cuento de
hadas de mí, ¿sabes? De la pobreza a la riqueza, esto vende. Pero deja fuera
todas esas partes de mierda, las partes de lo que fue crecer en un pueblito,
con una mamá que trae a casa casi a cualquiera, que no le importa qué
imbécil se acerca a sus hijos.
Me di cuenta de las implicaciones que River estaba diciendo, la clase
de infierno en la que se crió, y sentí una oleada de empatía por ella. Sólo
que no sabía qué decir, después de que básicamente la había llamado
consentida.
―Entonces, en algún momento, la cosa de la fama sólo comenzó a
salirse de control ―dijo―. Pasé de ser solo una actriz ganando mucho
dinero a ser una marca, ¿sabes? Fue de repente. Te conviertes en este
producto, y luego hay gente empujando y tirando en diferentes direcciones,
calculando lo mucho que vale todo lo que haces. Cada decisión que tomas
está basada en eso, el valor neto de la próxima película. Y todo el mundo
está mirando.
―Es sólo un trabajo ―le dije―. No es lo que tú eres. No tiene que
definirte.
―¿Te sentiste de esa forma sobre tu trabajo?
Exhalé.
―No ―admití―. UDAE era quien era yo. Me uní cuando tenía
diecisiete años. He estado jodidamente trabajando alrededor de explosivos
aun antes de eso.
―¿Por qué?
―Mi padre ―dije―, minó la ladera de la montaña detrás de mi casa
por años cuando éramos chicos. Desapareció esa mierda poco a poco.
―Así que entraste a desactivar bombas ―dijo.
Asentí.
―Sabía cómo hacerlo. Estaba cómodo con eso.
―¿Alguna vez te arrepientes?
―¿EAE? ―pregunté―. ¡Claro que no!
―Pero perdiste tu pierna haciéndolo.
―¿Y? ―pregunté―. Quise decir lo que dije antes. Es solo una maldita
pierna. No el final del mundo. La mayoría de los chicos ahí afuera, los
soldados y esas cosas, entran en ello pensando que algo pasará. Mejor
perder una extremidad que morir, ¿sabes?
―¿Sin embargo alguna vez deseaste hacer algo diferente?
―preguntó―. ¿Tomar un camino diferente o algo?
―El arrepentimiento es una pérdida de tiempo ―dije―. Tu camino es
tu camino, para bien o para mal. Es lo que eres. No sabes qué va a pasar en
tu vida. Tienes el ahora y eso es todo. No puedes cambiar el pasado, ni
predecir el futuro. ―Hice una pausa dándome cuenta que estaba sonando
como un culo pomposo―. Esos son mis dos centavos de filosofνa para ti.
De todos modos, eso es todo lo que merece la pena.
River moviσ sus dedos sobre mi pecho.
―¿Alguna vez alguien te dijo que eres un hombre sabio, Elias Saint?
Me reí.
―Ni una jodida vez. ―dije―. ¿Te estás lamentando de dónde estás
ahora?
―¿Aquí, contigo? ―preguntó―. No. ¿Estar en Hollywood? No lo sé.
―¿Cuándo fue la última vez que fuiste realmente feliz? ―le pregunté.
―Aquí, ahora ―contestó sin dudar.
―¿Y antes de eso?
River la miró pensativo.
―No lo sé ―dijo―. Tal vez… cuando era pequeña, a veces me
llevaba a mi hermana hasta el arroyo cerca de nuestra casa y nos gustaba
pasear por el borde, saltar rocas, mirar las ranas. Era bonito. Nos
manteníamos alejadas de casa por horas, sobre todo cuando no era seguro
volver a casa.
―¿Qué edad tenías? ―pregunté.
―Dios, no sé ―dijo River― ¿Tal vez ocho o así?
―¿Y esa es la última vez que recuerdas ser realmente feliz?
Ella se encogió de hombros.
―Creo que sí… Es bastante patético, ¿no?
―Sí, bastante ―dije―. Quizá deberías hacer algo al respecto.
―¿Crees que puedes? ―preguntó―. ¿Hacer tu propia felicidad?
Me encogí de hombros.
―No lo sé ―dije. Esa es la pregunta del millón de dólares.
―¿Qué harías si pudieras?
―¿Si pudiera crear mi propia felicidad? ―pregunté―. Embotellar esa
mierda y venderla.
River hizo rodar los ojos.
―Quiero decir, ¿que te haría feliz? ¿Qué harías, si pudieras hacer
cualquier cosa?
―No te rías.
―Está bien.
―Soldaría ―dije.
―¿Igual que, metal?
―Sí ―dije―. Me metí en ello en la armada. Es un pasatiempo. No sé
qué infiernos puedo hacer con él, pero si consiguiera que me pagaran por
hacerlo, es lo que haría.
―¿Qué sueldas?
―He hecho todo tipo de mierda ―dije―. Algunas, cuando estuve
desplegado. Piezas hechas de chatarra y esas cosas, muebles, cosas
estúpidas para hacer la vida más cómoda.
―¿Así que harías muebles, si pudieras hacer cualquier cosa en el
mundo?
―Sí ―dije―. Y, quiero decir, tengo otra idea, pero es tonto…
―Cuéntame.
De repente me sentí vulnerable, como si estuviera revelando una gran
parte de mí mismo.
―Muchas de las prótesis están imitando lo que es la realidad ―dije―.
Lo que es genial y todo eso. Pero yo quiero hacer lo opuesto. Pienso que
podrían parecer más como piezas de arte o algo así.
―Al igual que el arte industrial ―dijo, asintiendo con la cabeza.
―Sí. Tengo algunas ideas que he estado dibujando.
―¿Puedo verlas? ―River saltó.
Asentí con la cabeza hacia mi bolso.
―Allí hay un cuaderno ―dije―. Si quieres verlos. Quiero decir, no es
nada grande. De todos modos, ni siquiera sé si es algo que puede ser hecho.
Sólo algunas cosas que tengo en la cabeza.
River sacó el cuaderno de mi bolsa, y se acercó, deslizándose a mi
lado. Abrió el cuaderno, y contuve la respiración, esperando a ver su
reacción.
Ella fue pasando las páginas, mirando mis bocetos. Finalmente me
miró.
―Elias, son realmente buenos. Realmente es una gran idea ―dijo―.
En realidad, tengo esta amiga artista, Abby, en LA. Ella conoce a gente que
hace corte por láser y otras cosas, el tipo de cosas que has dibujado.
―De todos modos, es sólo algo en lo que estoy pensando ―dije―. Un
sueño. ¿Qué harías tú si no fueras actriz?
―Cuando era niña, quería ser profesora.
―¿De qué tipo?
―De escuela primaria ―dijo River―. Me gustan los niños. Y me
sentiría como si estuviera haciendo algo importante.
―¿Más que las comedias románticas?
River suspiró.
―Es estúpido, lo sé.
―¿Por qué es estúpido?
―Porque es ridículo. Me han dado esta increíble oportunidad que
millones de personas amaría tener, y soy tan ingrata que simplemente
quiero tirarlo y hacer algo más. Es detestable.
―La vida es demasiado corta para hacer algo que no quieres hacer.
Un golpe en la puerta escaleras abajo nos interrumpió. Me senté en la
cama, y alcancé mi prótesis, mientras River salió a toda prisa de la cama y
se deslizó en una camiseta y el pantalón del pijama.
―¿Los jodidos fotógrafos de nuevo? ―pregunté, mientras River se
asomó por la ventana.
―Un policía ―dijo mirándome―. Probablemente debido al disparo
de antes.
Yo ya estaba poniéndome mi pantalón.
―No me mires a mí ―dije―. Eso fue todo Cade.
―Como si tú no hubieras hecho la misma cosa ―dijo River.
―Sin duda, habría hecho lo mismo ―dije―. Pero ese tiro fue de
Cade.
En la planta baja, Jed esperó en el porche delantero. En el momento en
que abrimos la puerta, Cade y June ya estaban cruzando el prado hacia la
casa.
―River Andrews ―dijo Jed―. No pensé que te sentará el nombre de
Beth Winters.
River cruzó sus brazos sobre el pecho, su mandíbula apretada.
―¿En qué puedo ayudarle, sheriff Easton? ―pregunté, mis palabras
más corteses que mi tono.
―Bien, ahora, no sé ―dijo Jed―. Recibimos un informe de un arma
siendo disparada en esta propiedad, y pensé en venir a comprobar que nadie
se había hecho daño, sobre todo ya que tenemos a una celebridad en el
pueblo. Obviamente una con un dudoso gusto en hombres.
―¿Estás jodidamente bromeando? ―dijo River.
―¿Fuiste invitado a entrar, Jed? ―Cade estaba de pie detrás de él―.
No recuerdo haberle dicho que estaba invitado a entrar en mi propiedad de
nuevo.
Jed se volvió hacia Cade, su expresión llena de irritación, seguido por
algo que parecía vergüenza cuando vio la mirada de June.
―Hubo un informe de disparos ―dijo.
―No he oído ningún disparo ―dijo Cade―. ¿Lo oyó alguno de
ustedes?
Negué con la cabeza.
―Nop.
―¿Tienes una puta orden, Jed? ―Cade esperó un minuto―. No lo
creo. Sal como el infierno de mi propiedad. Tienes diez segundos para
abandonarla antes de agarre mi escopeta.
Una lenta sonrisa se deslizó por la cara de Jed.
―Puedo tomar eso como una amenaza a un oficial de la ley, Cade.
―Escupió en el suelo a su lado―. Pero voy a atribuir ese arrebato al
sentimiento de culpa por la muerte de Stan.
Cade apretó los puños, y si June no hubiera intervenido, uno de ellos
habría golpeado a Jed, estoy seguro. No sé qué carajo estaba hablando sobre
Stan, pero por la forma en que el jodido miró a River antes, y la forma en
que hablaba mierda, me imaginé que valdría la pena el cargo por asalto.
―Cade ―dijo June, su mano en su brazo―. No lo hagas. No vale la
pena.
Pero Jed ya estaba dando marcha atrás. Al parecer el chico tenía
sentido de auto-preservación.
―A mi padre, Jedidiah Easton Sr., le gustaría presentarle sus respetos,
señora Andrews, como alcalde de esta ciudad, y darle la bienvenida a West
Bend. ―Jed ya estaba junto a su coche antes de darse la vuelta―. Confío
en que su visita será pronto.
Retrocedió en el camino de entrada, parando para decirle algo a los
paparazzi reunidos al final, antes de continuar a la carretera. Pude ver a
algunos tomando fotos de nosotros cuatro de pie fuera y le indiqué a Cade y
June que entraran.
Dentro de la casa, June dejó a Stan, quien de inmediato se tambaleó
hacia River. Ella se agachó a recogerlo.
―¿Cómo estás precioso?
―Qué imbécil ―dije, medio en voz baja.
―No tienes ni idea ―dijo June.
―¿Qué quiso decir sobre Stan?
La expresión de Cade se oscureció.
―Stan era mi padre. Considero a Jed responsable de su muerte.
―Jesucristo.
―Él va a tener lo que se merece ―le dijo June, sus ojos brillantes por
la ira―. Finalmente. Saben lo que se dice del karma.
Stan se tambaleó hacia Cade, y él lo levantó.
―Al menos no deberían tener más problemas con los periodistas en la
propiedad, no con el sheriff estando por aquí también. Por ahora, de todos
modos.
Capítulo Veinte
River
―Ven aquí ―dijo Elias. Tomó mi mano y me llevó a la cama, me
levantó y me sentó en el borde del colchón. Estaba tan cerca de mí, su
erección prácticamente rogando por mi atención. Lo acaricié suavemente, y
gimió, el sonido apenas audible, excepto para mí.
Encontró un preservativo y lo hizo rodar sobre su longitud, mientras yo
miraba, admirando la forma en que lo hacía ver sexy. Encontré cada
movimiento de este tipo atractivo. Nunca había sentido lo mismo por nadie
antes. No era tan estúpida como para pensar que era otra cosa que lujuria;
pero en cuanto a experiencias llenas de lujuria, no había tenido muchos y
tampoco esperaba tener muchos, no con todo el equipaje que llevaba. Pero
Elias estaba empezando a cuestionar las suposiciones que había hecho sobre
un montón de cosas.
Entró en mí, con una mano ahuecando mi trasero donde había
comenzado a deslizarse fuera del colchón, y la otra acariciando mi pecho
mientras sus movimientos se volvían más rápidos.
―Joder, te sientes tan bien, River ―gimió.
Perdí la noción del todo, excepto nosotros, no había nada más que
importara excepto él follándome. Sin periodistas fuera, sin preocupaciones
por lo que iba a hacer o lo que iba a suceder después de esto, sin temor de
cuando tuviera que volver a Hollywood.
Deslizó su mano hacia mi rostro, y puso el borde de su pulgar en mi
boca, su palma contra mi mejilla. Chupé su dedo mientras me llevaba más y
más alto con su polla, todo el tiempo pensando en cómo se sentiría en mi
boca.
―Mierda ―dijo―. La forma en que chupas mi dedo…
Al oírle decir eso, me empujó sobre el borde. Le advertí, mi voz apenas
más que un gemido.
―Voy a venirme. ―El orgasmo se apoderó de mí, no dándome la
oportunidad de esperar por él, y me vine con fuerza, gritando.
Él siguió, empujándose dentro de mí una última vez antes de que le
oyera gritar.
Después, Elias se inclinó sobre mí, con la cabeza cerca de mi hombro.
―Esa fue la primera ronda ―dijo―. Descansa, porque tengo más
planificado para ti.

* * *

Elias acarició la parte superior de mi frente, empujando mi cabello de


mi cara.
―¿Vas a decirme cómo fue que te hiciste ese corte en la pierna?
―preguntó, abruptamente.
Mi corazón se aceleró.
―Eso salió de la nada ―le dije.
―No pasó por afeitarte las piernas ―dijo―. Me di cuenta antes y no
dije nada.
―No lo había hecho en mucho tiempo ―le dije.
―¿Lo hiciste por Viper?
Me reí.
―No ―le dije―. Sólo cuando me siento… abrumada, supongo.
―No me gusta ―dijo―. La idea de que te quieras hacer daño.
No dijo nada más, dejando todo lo demás sin ser expresado. Me acosté
en su pecho, respirando profundo, algo acerca de la forma en que lo había
dicho fue reconfortante para mí.
―Pareces tan… seguro… sobre la mierda ―le dije.
Elias acarició mi brazo, sus dedos arrastrándose ligeramente a lo largo.
―No se puede dejar de estar seguro de algunas cosas en la vida ―dijo.
Sabía que era una locura, como me sentía. Apenas conocía a Elias, no
realmente. Pero estaba empezando a sentirme segura cuando se trataba de
él, también.
Y no sabía qué pensar sobre eso.
* * *

Tumbada en la cama, me estiré hacia la mesita de noche para tomar un


condón, y lo sentí detrás de mí, quitándomelo de las manos. Me llevó a su
lado, y oí el crujido de la envoltura de aluminio.
―Ven aquí ―dijo, guiando mis caderas contra él en una posición
como de acurrucarse. Se deslizó fácilmente dentro de mí, y su palma cubría
mi pecho, su pulgar sobre mi pezón, cuando comenzó a follarme
lentamente. Su aliento era cálido en mi nuca, y me llevó al borde de forma
rápida, con sorprendente rapidez.
―Nunca me ha gustado estar dentro de cualquiera de la manera en que
me gusta estar dentro de ti ―dijo, mientras sus movimientos se hacían más
urgentes.
―Oh, Dios mío. ―Jadeé las palabras, apenas consciente de nada
excepto lo que sentía dentro de mí.
―Mierda ―dijo en mi oído, su voz ronca―. Quiero sentir cómo te
vienes en mi polla en este momento.
Tan pronto como dijo las palabras, me dejé llevar. Apenas fui
consciente de todo lo demás, incluso sus caricias, sus manos en mis pechos,
tirando de mí con fuerza contra él cuando entró en mí con venganza.
Cuando mi orgasmo se calmó, sentí su boca en mi cuello, besándome
mientras bajaba de mi nube. Murmuró en voz baja cerca de mi oído.
―Realmente no puedo tener suficiente de follarte. Encajas en mí como
un guante.
Me sonrojé ante sus palabras. No sabía lo que era, sólo que mi cuerpo
ansiaba su toque, no podía conseguir suficiente.
―El sentimiento es mutuo ―le dije.
Nos quedamos en la posada por toda la semana, con June y Cade
apareciendo cada cierto tiempo. Me hallaba contento con él, feliz de estar
jugando a la casita o lo que sea que estuviéramos haciendo.
No estaba segura de lo que era, solo que era feliz.
La cosa era que sabía que no podía durar. Y tenía que decirle que había
huido del set de filmación; que cualquier día de estos, alguien iba a
aparecer, buscándome. Seguí queriendo hacerlo, pero nunca parecía el
momento adecuado. En lugar de ello, evitamos el internet, fingimos que el
mundo exterior no existía, y pasamos todo el tiempo hablando y riendo y
follando.
Era perfecto.
Pero ese es el problema con lo perfecto. Nunca dura.
Capítulo Veintiuno
River
―¿Qué es? ―pregunté. Me senté en el sofá en la posada, mis piernas
dobladas debajo de mí, hojeando una novela que me había prestado a June.
―Oye. Tengo que salir por unos minutos ―dijo Elias, mirando a su
teléfono. Su voz era tranquila, estable, pero me di cuenta de que sus
pensamientos estaban revueltos―. Tengo que encargarme de algo.
―¿Es serio? ―pregunté.
―Probablemente no es nada ―comentó―. Realmente no lo sé.
Estaba mintiendo. Pude decirlo al momento en que las palabras
salieron de su boca. Su voz sonaba tensa cuando me mentía.
Me pregunté qué diablos estaba haciendo que tenía que encubrir a
dónde iba.
―Está bien ―le dije, en tono cortante―. ¿Va a tardar mucho?
―No ―dijo, y luego, al ver mi expresión―: No es nada raro. Lo
prometo. No voy a conectar con una chica o algo así. Voy a mandarte la
dirección en caso de que haya una emergencia. Te lo explicaré más tarde.
Tiene ese nuevo teléfono que conseguimos, ¿no?
Me encogí de hombros, tratando de parecer más indiferente de lo que
me sentía.
―Está bien, señor Misterioso ―dije―. Ve a hacer lo que sea que
vayas a hacer, rescata a un gato de un árbol o lo que sea. Tengo el teléfono.
Tengo mi libro aquí, de todos modos. Es algo agradable poder relajarse.
Elias me besó en la frente.
―Te veré en un rato.
No pasaron más de cinco minutos cuando oí pasos en el porche. Abrí la
puerta antes de que June siquiera golpeara. Por mucho que me gustara mi
libro, la posibilidad de salir con June y el pequeño Stan era mejor que mi
novela.
―¿Dónde está el pequeño Stan?
―Cade lo está cuidando ―comentó. Su expresión parecía afligida.
―¿Que está mal? ―pregunté.
―No has estado en internet, ¿verdad? ―Levantó la computadora en
sus manos.
Gemí.
―No ―dije, mientras me seguía dentro―. He estado en un apagón
informativo. En serio, no quiero saber qué es. ¿Acaso Viper escribió otra
canción terrible de disculpa de nuevo? Déjame adivinar. Se llama ¿Quiero
tener tu bebé?
Ella negó.
―No es eso.
―¿Qué es, entonces? Sabes que si es chisme no voy a querer verlo. No
he estado prestando atención a nada de esa mierda.
Incluso los periodistas parecían haberse aburrido con la falta de
movimiento por aquí. Después de que Elias y yo decidiéramos escondernos
durante toda la semana, habían desaparecido, uno por uno. Había oído que
uno de ellos todavía estaba en la ciudad, pero al menos, todo el mundo se
había ido de la parte delantera, persiguiendo a alguna otra persona.
―Bueno ―dijo June―. Vas a verlo con el tiempo. Y es probablemente
mejor que lo veas ahora, antes de que te sorprendas por ello.
Puso uno de los sitios de chismes, el título estampado en la pantalla:
Viper Gabriel le propone matrimonio a la modelo Brenna Andrews en
un Club de Hollywood: River Andrews ¡devastada!
Examiné el artículo, mi mano en la boca.
―Estoy segura de que ni siquiera es cierto ―le dije. Mi voz sonaba
suave y vacilante, nada como yo.
Me sentía mareada.
―Hay un video, River ―dijo June―. De la propuesta. Pero, ¿tal vez
es falso? ¿Se puede fingir, verdad? Quiero decir, es, obviamente, no del
todo cierto, no tienen acceso a ti, así que no saben tu reacción.
Sonaba como si estuviera tratando de consolarme. Tal vez me veía
como si me sintiera devastada. ¿Se suponía que debía sentirme devastada?
Me sentía entumecida.
―Quiero decir, supongo que si son felices ―dije, sacudiendo la
cabeza―. ¿Por qué iba hacer esa estúpida canción de disculpas? Ugh.
Quiero decir, sé por qué. Eso es típico de Viper, para sacar provecho de algo
así, del frenesí de los medios y mierda.
―¿Estás enojada? ―preguntó June.
Me encogí de hombros.
―Se merecen el uno al otro ―le dije―. Viper puede tenerla. Si eso es
lo que quieren hacer, está bien conmigo.
Pero todavía me sentía mareada, aturdida. Tomé el respaldo de la silla,
entumecida, y me desplomé en ella, sin dejar de mirar a la pantalla.
―¿Quieres una taza de té? ―preguntó June.
Asentí.
―Eso estaría bien. Gracias.
Hice clic en su computadora, mirando en unas cuantas páginas más que
describían los “¡detalles exclusivos!” de la relación entre Viper y Brenna.
Decía que había estado sucediendo desde hace un año.
Un puto año.
No puedo creer que jodidamente lo leíste en la prensa, me recordé.
June puso una taza de té sobre la mesa.
―¿Estás bien?
Asentí.
―Me importa una mierda Viper comprometiéndose ―dije―. Es solo
que… mi hermana, ¿sabes?
Qué putos traidores. Ambos.
Y mi madre… ella y mi hermana eran cercanas. Ella lo habría sabido.
―Elias parece un buen tipo ―dijo.
Solo escuché a medias, mi mente preocupada con pensamientos de mi
madre. Ella lo sabía, estaba segura de ello. Después de todo lo demás que
había hecho, toda la mierda que yo había pasado, fue el colmo.
Dejar que mi hermana apoye su culo.
―Tengo que hacer una llamada ―dije, preocupada por lo que tenía
que hacer.
June tenía una expresión divertida en su rostro, pero no quería pensar
en lo que significaba.
―Claro ―dijo―. Déjame saber si necesitas algo, ¿de acuerdo?
Cuando se fue, hice una búsqueda rápida y, a continuación, marqué el
número de mi contable. Esta fue la línea en la arena. Estaba cortando a mi
madre.

* * *

El golpe en la puerta me sobresaltó. Acababa presionar “colgar” en el


teléfono. Cuando me asomé por la cortina, suspiré.
―¿Es en serio? ―Abrí la puerta, y mi representante entró.
―Este pequeño truco tuyo no podría haber sido mejor publicidad para
Small Town Love ―dijo―. Quiero decir, la ciudad es jodidamente perfecta,
¿no? La maldita película podría haber sido grabada aquí.
No había conocido al hombre en traje que estaba de pie a su lado,
sosteniendo un maletín, pero supe de inmediato que era del estudio. Él
gruñó algo en respuesta, su expresión se torció mientras miraba alrededor
de la habitación con evidente disgusto.
Él era lo suficientemente importante como para no ser molestado con
presentaciones.
―Mi punto es, River ―dijo―. Hiciste tu dramática salida al campo,
hemos cambiado la historia. No estabas huyendo, la posición oficial del
estudio es que te retiraste en busca de tu papel como una chica de pueblo
para la película.
―¿Durante el rodaje? ―pregunté, sacudiendo la cabeza―. Es
increíble.
―Sí ―dijo―. Lo es. Es in-jodidamente-creíble que alguien de tu
calibre haría algo tan ridículo como esto. Quiero decir, se espera de alguna
actriz que no conoce nada mejor. Pero eres River Andrews. Has estado
alrededor de la cuadra. Entiendes cómo son las cosas. Tú. Jodidamente. No.
Te. Vas. En. Medio. De. Una. Grabación.
Resaltó cada palabra en la última frase, como una pistola.
―No me voy a ir contigo ―dije, molesta con el hecho de que me
había rastreado hasta aquí, voló todo el camino hasta aquí para obligarme a
regresar. No era completamente irresponsable. Nunca había hecho algo
como esto antes. Sabía las consecuencias de huir a mitad de una grabación.
Ya sabía que tenía que volver. Solo… quería fingir con él un poco más
de tiempo.
―River ―dijo―. No estás lo suficientemente delirante para pensar
que te vas a quedar aquí. ―Estudió mi rostro por un momento―. Jesús, ¿en
serio? ¿Eso es todo? ¿Es el tipo con el que estás, el lisiado? ¿Su polla es tan
mágica que de repente te ha sacado el cerebro por los oídos?
Sentí la sangre bombear con fuerza en mis oídos.
―Él es un veterano ―dije, de repente enojada. Sabía que tenía que
volver, pero estaba recordándome exactamente por qué no quería volver a
Hollywood―. Vete a la mierda.
Ella rió.
―Solo para refrescarte la memoria ―dijo―. Tienes un contrato con el
estudio, que aquí el señor Ellis estaría más que feliz de refrescarte.
Como si fuera su señal, el hombre de traje metió la mano en su maletín
y sacó un fajo de papel.
―El día después de mañana ―dijo―. Si no se presenta, estará
incumpliendo y el estudio no dudará en hacer cumplir nuestro contrato. La
posición del estudio es que se le envió aquí para hacer una investigación
más a fondo para su papel. No huyó del set de grabación.
Crucé los brazos sobre mi pecho.
―Jódanse los dos.
―Desafortunadamente, River ―dijo mi representante―. Tú eres la
que se va a joder si no te presentas para la grabación. No olvides, soy muy
consciente de que no tienes los recursos financieros para pagar una enorme
demanda.
Enderezó el cuello de su blusa, su rostro retorcido con disgusto cuando
se volvió para irse.
―Espero que sea digno volver a caer en bancarrota otra vez.
La puerta se cerró detrás de ellos, la casa envuelta en silencio. La
cabeza me daba vueltas. ¿Valía la pena arriesgarlo todo?
Él es solo una aventura.
Tú no sabes nada. No lo vale.
¿Verdad?
Enciendo la pantalla del teléfono y miré el mensaje de Elias con la
dirección del bar al que aparentemente había ido.
Sabía lo que tenía que hacer.
Capítulo Veintidós
Elias
―Mira, sé que parece una locura ―dijo Silas.
―Sí, Silas, lo es ―le dije―. ¿Estás jodidamente drogado o algo?
―Silas tenía un historial de problemas, y yo sabía que había hecho su parte
justa de borracheras y drogas. Fue una de las razones por las que había
perdido todo en la universidad, su completa maldita beca. Yo creía que era
parte de las cosas pasadas, Que estaba tan lejos de esa mierda.
Pero, infiernos, nunca lo había visto paranoico, despotricando como
algún loco con teorías de conspiración y puta mierda.
―Sólo estoy diciendo, que me picó la curiosidad, eso es todo
―dijo―. Simplemente no tiene sentido esa mierda. No debía explotar la
colina. Esa mina no ha sido usada en años. ¿Por qué demonios iba a salir a
volarla?
Suspiré.
―¿A quién diablos le importa, Silas? ¿Quién sabe lo que el idiota
estaba haciendo? ―Yo estaba dispuesto a cortar a Silas, pero esta mierda de
que lo de nuestro padre no era un accidente, estaba fuera de los límites.
―¿Van a hacer algo de mierda o simplemente van a estar allí y verse
bonitos? ―gritó el jefe de Silas, Roger, desde el otro lado de la habitación.
―¿Qué diablos es lo que quieres de mí, Roger? ―gruñó Silas, dejando
escapar un profundo suspiro―. Soy uno de seguridad, no una de tus
camareras tetonas.
―Cristo en drogas, corta un poco de holgura con el labio ―dijo Roger,
lanzando un trapo por la habitación―. Sólo malditamente limpia algo
mientras estás de pie por ahí. Estoy corto de personal y abriremos en un par
de horas. A menos que tu hermano de allá sea demasiado bueno para esa
mierda ahora, follando a una estrella de cine y todo.
Le di un vistazo y me di la vuelta, riendo.
―Sí, sí ―dijo Roger, recogiendo un cubo―. Voy a lo mío, mi puto
negocio. Tengo que ir a buscar el hielo.
Silas se volvió hacia mí.
―Mira, simplemente no tiene sentido esta mierda. Eso es todo lo que
estoy diciendo.
―Y todo lo que estoy diciendo es, ¿por qué carajo es relevante para mi
vida? ―le pregunté―. No me importa una mierda cómo murió, si fue
asesinado por una roca que accidentalmente aterrizó en su cabeza porque su
culo borracho pensó que sería divertido volar esa colina. Me importa una
mierda si murió porque un puto OVNI sobrevoló y lo golpeó en el cráneo.
Me alegro de que esté muerto.
―Estoy seguro de que mamá también ―dijo Silas.
―¿Qué se supone que significa eso?
―Significa que tal vez mamá hizo algo ―dijo.
Me encogí de hombros.
―¿Como golpearlo en la parte superior de su cabeza con una roca?
―le pregunté―. ¿Realmente puedes verla hacer algo como eso? ¿Nuestra
madre? ¿La misma a la que le da dolor de cabeza ante la mención leve de
algo que podría aumentar su presión arterial? Prácticamente vive
desmayada, Silas. Apenas puede manejar su vida. Si piensas que mató a
nuestro padre, tal vez eres el que está delirando.
―Ella podría haberlo hecho ―dijo Silas―. ¿Por qué el viejo Easton la
visita?
―Ni puta idea ―le dije―. ¿Por qué sucede algo en este pueblo?
¿Qué? ¿Crees que el maldito alcalde mató a nuestro padre ahora?
Silas negó con la cabeza.
―No. Tal vez. No tengo puta idea, es el punto. Sólo estoy diciendo que
supuestamente la forma en la que pasó no tiene sentido. No cuando sales y
miras la escena.
―Sí ―le dije―. Eres un maldito verdadero investigador del crimen o
algo de mierda como esa, ¿eh?
―Mierda ―dijo―. Sabía que no lo tomarías en serio.
―No, no voy a tomarlo en serio, te levantaste con la idea de que pudo
ser asesinado. Alguien podrνa haber golpeado su crαneo con una roca.
Rayos, espero que fuese nuestra madre quiιn finalmente consiguiσ hartarse
y vencerlo hasta la muerte. Malditamente tendrνa un poco de respeto por
ella, por una vez. Nos mostrarνa que tiene algo de agallas ahν. Pero estα
muerto. Es todo lo que importa.
―Pero, ¿no quieres saber por qué alguien estaría interesado en sacarlo
del panorama? ―Los ojos azules de Silas se ampliaron. Lo observe,
despotricando sobre su maldita teoría, medio pensando que podría
realmente estar en drogas o algo así.
―Joder, Silas, no voy a hablar más de esto ―le dije―. Tengo que
tomar aire.
―Voy a fumar ―dijo Silas.
―Pensé que habías dejado esa mierda ―dije, por encima de mi
hombro.
―Oye, dame uno de esos, ¿quieres? ―gritó el jefe de Silas por la
habitación mientras caminaba afuera con él.
Joder Silas y sus teorías de mierda locas. ¿Por qué demonios querría
alguien asesinar a mi padre? Claro, un montón de gente lo odiaba, no podía
pensar en una sola persona, que no sea mi madre loca, a quien le gustaba él,
aparte de sus compañeros de copas en el bar. Pero la gente que lo odiaba
sería más. El cubrir algo implicaba que algo necesitaba ser cubierto.
Mi padre no tenía nada por lo que valga la pena ser asesinado.
Por otro lado mi madre y el alcalde… Ella había estado cautelosa
cuando le había preguntado acerca de eso.

River
Mi cabeza estaba dando vueltas. Tendría que confesarle a Elias acerca
de la película. Necesitaba decirle. Él entendería. Estaba contractualmente
obligada.
Tendría que volver a Hollywood.
No sería tan largo.
Era la única cosa razonable, me dije mientras conducía a la dirección
que me había dado.
Necesitaba hacer lo que era práctico.
¿Qué es lo que realmente sabía sobre mí y Elias, de todos modos?
Sabía lo que sentí cuando me tocó, cómo me hizo sentir cuando me sostuvo.
Pero eso no me decía mierda sobre la mierda, ¿no?
No era suficiente para tomar una decisión acerca de alguien, ¿verdad?
Dos semanas de conocer a una persona no contaba para nada.
No significaba que esto era algo.
Fácilmente podría ser igual a nada. Una aventura.
La parte razonable de que mí dijo que era una aventura. Por definición,
era un rebote.
No tomes decisiones que cambian la vida en medio de situaciones de
estrés, mi terapeuta me había aconsejado.
Escoger a alguien y decidir que era una relación cuando estabas
huyendo de tu boda… esa fue probablemente una de esas cosas que no
debía hacer.
No era saludable.
Lo que Elias y yo teníamos… no era real, entonces.
Lo más inteligente por hacer sería regresar a Hollywood, sola, y hacer
mi película.
Por otro lado… Elias podría venir conmigo.
Podría pedirle venir. Podría decirle cómo me sentía, estando con él
aquí. Podría decirle que quería más.
Podría correr el riesgo, decirle que era una locura, que nunca me había
sentido así por nadie antes, que la idea de irme de aquí sin él era sólo…
sombría.
Cuando vi su coche Mustang en el estacionamiento del bar, mi
corazón dio un vuelco. Me armé de valor, tomé una respiración profunda.
Iba a hacerlo.
Podría completamente reírse de mí, decir que estaba loca.
Me alisé el cabello en los bordes, las partes perdidas que volaban sobre
mis orejas, preguntándome por qué demonios no tuve un corte de cabello
adecuado mientras estaba aquí en lugar del trabajo. Mis manos temblaban.
Caminé por la acera hacia la entrada, y casi giré, hasta que vi a Elias
hablando con un tipo en la esquina. Estaban… fumando.
Elias no fumaba.
O, no me dijo que fumaba.
Me detuve, a medio movimiento de un saludo, y dejé caer mi mano.
Estaban riendo y bromeando, no me había visto, y me puse de pie, fuera de
la vista, al alcance del oído, paralizada cuando oí mi nombre y "estrella de
cine".
El tipo con él que estaba, estaba preguntando por mí.
―Sólo una maldita aventura ―escuché a Elias decir―. Una chica así,
¿estás bromeando? Mierda tiene una fecha de caducidad escrito por todas
partes.
El otro chico se rió.
―Sí, hombre ―dijo, sacudiendo la cabeza―. No hay forma.
Podía sentir que la sangre de mi cara se iba, mis manos de repente
frías. Retrocedí unos pasos, luego giré y corrí hacia el coche, alejándome lo
más rápido que pude antes de sentir las lágrimas en mis ojos.
Sólo una maldita aventura.
Fecha de caducidad escrito por todas partes.
Conduje de regreso a la posada, por encima del límite de velocidad,
volando alrededor de las curvas en la carretera, tratando de llegar lo más
lejos rápidamente de allí como podía.
Tratando de escapar de él.
Me limpié las lágrimas de mis mejillas.
¿Qué demonios estaba mal conmigo? Primero Viper, ¿y ahora Elias?
Tenía que haber algo sobre mí, algo fundamentalmente jodido.
¿Creías que había algo en ti además de un rollo rápido en el heno?
¿Pensaste que eras algo especial?
Podía escuchar sus palabras en mi cabeza.
Siempre serás River Gilstead, no importa lo lejos que corras. Siempre
serás mi hija. Pobre basura blanca, abriendo las piernas para cualquier
persona que te tendrá.
No, no, no.
Tenía que largarme de aquí.
De vuelta en la posada, llamé a mi agente de viajes, reservé el próximo
vuelo de regreso a Los Ángeles.
―No ―le dije―. No por West Bend. Por Denver o algo así. Sé que
está a cuatro horas de distancia. Conduciré. Sólo quiero salir de esta jodida
ciudad.
En ese momento, metí las cosas que quería mantener en mi bolsa,
dejando una pila ordenada para June de las cosas que había comprado aquí.
No iba a llevar cualquier cosa excepto lo que estaba en mi bolso. No quería
recuerdos de este lugar.
O de Elias.
Dejé una nota para June en la pila, dándole las gracias por su
hospitalidad.
Pluma en mano, me cerní sobre el trozo de papel, tratando de explicar
lo que quería decir a Elias.
Ese era el problema, había demasiado que quería decir.
A la mierda, pensé. Iba a decir lo que quería decir.
Cerré la puerta detrás de mí cuando me fui, el cierre de este capítulo de
mi vida. Esto fue sólo un problema pasajero, pensé. En el gran esquema de
las cosas, no significaba nada.

Elias
―¿De qué están riéndose ustedes dos, imbéciles? ―pregunté,
espantando el humo flotando en el aire que él y Roger soltaban.
―De ti ―dijo Silas.
―¿Qué mierda quieres decir?
Silas negó con la cabeza.
―Tú, y una chica como River Andrews ―dijo―. No puedo creer esa
puta mierda. ¿La dejaste en casa de June? ¿Por qué no la trajiste aquí?
―Vete a la mierda, hombre ―le dije―. Y sí, ella está en casa de June.
―Es mejor que vuelvas a ella, entonces ―dijo Silas―. Antes de que
regrese a sus sentidos y se dé cuenta que ha estado atorada contigo. Una
chica como esa, es sólo cuestión de tiempo antes de que se dé cuenta que no
quiere una aventura con uno de los hermanos Saints.
―Habla por ti ―le dije―. Yo soy el guapo.
―Somos gemelos, idiota.
―No quiere decir que no sea el mejor parecido de nosotros. ―Me di la
vuelta para marcharme. Tenía un punto sobre River, sin embargo. ¿Qué
demonios estaba pensando? Habíamos estado pasando el rato en la casa,
como si fuéramos malditos recién casados o algo así. Alguien como ella no
se iba a quedar en West Bend indefinidamente.
Había tratado esto como si esto fuera a algún lugar, dando vueltas y
hablando con ella como si fuera mi novia o algo así.
Joder, me encontré a mí mismo queriendo ir a alguna parte. Me
encontré con que quería que ella se quedara indefinidamente.
Capítulo Veintitrés
Elias
―River ―llamé. Su coche alquilado no estaba en el camino de
entrada, y el garaje estaba vacío. Deslicé la pantalla del móvil y marqué,
pero solo sonaba.
Probablemente había ido a la ciudad por algo, pensé. Quizás fue a
recoger algo para la cena o alguna cosa.
Fue lo que pensaba hasta que subí al dormitorio y encontré su ropa
apilada cuidadosamente sobre el escritorio, con una nota para June colocada
en la superficie. Todas mis cosas estaban sin tocar, desparramadas por la
habitación donde quedaron tiradas cuando las quitamos, tan consumidos por
la lujuria que no dimos una mierda por el orden.
Permanecí ahí con incredulidad. Ella no se había marchado.
No lo hizo.
No lo haría.
Ni siquiera dejó una jodida nota. Solo una para June.
Después vi el trozo de papel en la cama, doblado por la mitad, con mi
nombre escrito en un lado. Lo abrí, sintiéndome paralizado.
Elias,
Fue divertido mientras duró, pero una aventura es solo una
aventura, ¿verdad?
Todo tiene un final.
Cuídate.
Besos, River
Arrugué la nota en una bola, fuerte en mi puño, y la arrojé por la
habitación.
¿Qué mierda?
¿Una aventura es una aventura?
¿Todo tiene un final?
Era como si la nota la hubiese escrito otra persona.
―¡Mierda! ―grité en la habitación vacía―. ¡Maldita mierda jodida!
Había que tener unas jodidas pelotas para simplemente largarse de esta
manera.
―¿Hola? ―escuché la voz de June abajo―. ¿Elias, eres tú?
Arremetí por las escaleras, todavía tan enfadado que apenas podía ver.
June estaba en la entrada de la casa, con su mano abrazando fuerte al
pequeño Stan.
―Hola Elias ―dijo―. ¿Está River? Quería ver si no le importaría
hacerme un favor.
Solté mi respiración.
―No, supongo que tampoco te lo dijo a ti ―dije con voz amarga.
―¿Decirme qué?
―Jod… ―Me detuve, dándome cuenta del pequeño Stan al lado de
June―. Se fue.
―¿Qué quieres decir con que se fue?
―Se marchó―dije―. Empacó y salió de aquí.
―Oh, mierda ―dijo June tapándose la boca con la mano―. Oh, no. Es
mi culpa.
―¿Qué quieres decir?
―Mamá ―dijo Stan, haciendo un gesto hacia su boca.
1
―Aquí cariño. ―June le entregó una taza infantil ―. Oh
Dios―dijo―. No debí enseñarle el artículo en línea.
―¿Qué artículo?
―Está en todas las noticias ―dijo―. Pensé que le gustaría saberlo
para que no la tomaran por sorpresa.
―¿Qué artículo June?
―Su novio. Exnovio quiero decir. Está comprometido con su hermana.
Me sentí enfermo.
―No entiendo ―dije―. No le importaba lo que pasara con Viper. O al
menos pensaba que no. ¿Por qué empacaría y se iría?
June negó con la cabeza, arrugando su frente.
―No tiene sentido―dijo―. Sin embargo, estaba molesta. Me despidió
diciendo que tenía que hacer una llamada. Oh, mi Dios, probablemente
quería reservar un vuelo o algo así, ¿no?
―Supongo. ―Aún estaba conmocionado. La River que conocía no
habría empacado y partido, marchándose como si esto no significara nada.
¿La conocía de verdad?
No fue nada.
Una aventura.
Con una actriz descomunal. Una famosa.
No había forma de que River Andrews se estuviera enamorando de ti.
Había sido un chico de UDAE. Un jodido espectáculo anormal. Sí, River
Andrews y un amputado.
Olvídate de ella.
―¿Dejó alguna nota? ―preguntó June.
―Ninguna que valga la pena ―dije.
June estaba callada.
―¿Qué favor necesitabas?
Negó con la cabeza.
―Es Cade ―dijo―. Se tiene que ir un tiempo. Quería ver si River me
ayudaría con Stan mientras iba al médico mañana.
―¿Está todo bien? ―pregunté, mentalmente preocupado por River,
hasta que vi lágrimas en los ojos de June. No era una mujer de llorar.
―Tiene que ver con su club ―dijo.
―¿Su club?
―Solía ser miembro de un club de motociclistas en Los Ángeles
―dijo―. Alguien, uno de sus hermanos, Crunch. Atraviesa… un mal
momento. ―Su voz se quebró―. Él… algunas cosas malas le han
sucedido. Crunch está en problemas ahora. Cade haría cualquier cosa por él.
Se va a Los Ángeles esta noche. ―Se detuvo, parpadeando―. Lo siento.
No soy una chica llorona. El embarazo me pone sensible. Estará bien.
―Cade parece el tipo de persona que puede cuidar de sí mismo ―dije.
―Puede ―dijo―, pero la última vez que estuvo involucrado en cosas
del club, casi lo destruyen.
―Bueno, no sé nada sobre clubes de motociclistas ―dije―, pero sé un
poco sobre fraternidad. Y lealtad.
―Eres cercano a tus hermanos ―dijo June.
Reí con amargura.
―Hablaba de mi unidad ―dije―, UDAE. De la unidad
antiexplosivos…
―Sé qué es ―dijo―, Unidad de desactivación de explosivos. Estabas
en el cuerpo militar.
―Sí.
―También lo fui, hace un tiempo ―dijo―, Cade estaba en la Marina.
―Hizo una pausa―. Es extraño que personas que ni siquiera llevan tu
sangre se convierten en familia, ¿eh?
Y que las personas que deberían ser las más cercanas a ti en el mundo
eran las más alejadas, pensé.
―¿Irás tras ella? ―preguntó June. Me costó un minuto darme cuenta
que hablaba de River.
―¿Por qué lo haría? ―pregunté―. Dejó claro qué pensaba de mí en la
nota.
―Creí que habías dicho que la nota no era nada importante ―dijo
June.
―Nada que importe ―dije―. Dijo qué pensaba. Dijo que había una
fecha final para nosotros.
June se quedó pensativa.
―Huh ―dijo―. Parecía tan sincera.
―Supongo que es muy buena actriz ―dije.

River
―¿Champán? ―La azafata se detuvo en mi asiento.
―Por favor ―dije con voz ronca. Cuando volvió, tomé la copa con mi
mano temblorosa y la bebí de un trago.
La azafata se detuvo.
―¿Otra? ―preguntó y asentí―. ¿Señora Andrews?
―¿Sí? ―susurré. La miré por debajo de mis gafas de sol. Sabía que
parecía presuntuosa, pero estaba bastante cautelosa ahora. Mi cabeza latía
con fuerza.
―Déjeme saber si hay algo más que necesite ―dijo―. Mi hija es su
mayor fan. Le encantará saber que estaba en mi vuelo.
Forcé una sonrisa.
―¿Le gustaría un autógrafo?
La azafata sonrió.
―Sería maravilloso ―dijo―. Traeré un bolígrafo.
Pasé el resto del vuelo pensando en Elias. Sentía como si alguien me
hubiera golpeado en el estómago, mis entrañas se anudaban al pensar en
volver a mi antigua vida.
La vida a veces puede ser cruel, enseñándote cómo las cosas podrían
ser, dándote un destello fugaz de felicidad… y arrebatándotelo luego de
haberlo probado.
No sabía cómo volver a mi antigua vida.
No sabía si quería volver a ella.
Parte Tres
Atrevete a vivir la vida que has soñado para ti mismo. Sigue adelante y haz que tus sueños
se vuelvan realidad.

―Ralph Waldo Emerson


Capítulo Veinticuatro
Elias
―Has estado aquí deprimido por las últimas dos semanas ―dijo
Silas―. Mostrándote en el bar y la mierda. Ya ni siquiera jodidamente
bebes, solo asustas a la gente con tu depresión de mierda.
―Jódete ―le dije―. Eres un maldito gorila. Espantar a la gente es
algo bueno.
―¿Incluso me contarás qué mierda te dijo? ―preguntó―. Eres tan
malditamente críptico sobre el tema. No dices nada al respecto. Incluso
debo enterarme que te dejó por uno de esos sitios de chismes.
―No hay nada que decir ―le dije―. Fue como dijiste que sería.
―Bueno, a la mierda esa perra, entonces ―dijo Silas―. Quiero decir,
no me gustaría mirar tu feo rostro, pero aun así, que se joda.
―Ya no quiero hablar jodidamente de eso ―le dije―. ¿Últimamente
has ido con mamá? ¿Tienes más teorías conspirativas sobre lo que sucede
en esta ciudad?
―Todavía mantengo que esa mierda no fue un accidente ―dijo
Silas―. Pero lo ignoraré. Si mamá golpeó al cretino en la cabeza con una
roca, bien por ella. Se lo merecía.
―Me alegra saber que finalmente eres razonable ―le dije―. Ahora
haz que mamá sea razonable.
―¿Sobre qué?
―No sé ―le dije―. Le hicieron una oferta sobre la tierra. No me
muestra los papeles. Le dije que necesita consultarlo con un abogado, para
ver si es un trato justo.
―De eso estoy hablando ―dijo Silas―. ¿Él muere, y ella recibe una
oferta sobre la propiedad?
Suspiré.
―No están relacionados, idiota ―dije―. Ese promotor inmobiliario
está intentando comprar muchas propiedades por aquí, alguna empresa
minera o algo así. ¿No lees la mierda que sacan los avisos y esas cosas?
―Joder, no.
―¿Quieres ir con mamá este fin de semana? ―pregunté―. A ver si
logras que entre en razón, que al menos considere lo que le ofrecen por la
propiedad. Me preocupa que pierda la oportunidad de sacar provecho de ese
horrible lugar pudiendo conseguir algo, y entonces no tendrá nada. Estoy
seguro que no tiene nada.
Una mirada oscura cruzó por el rostro de Silas.
―No puedo este fin de semana ―dijo.
―¿Qué? ¿Tienes algo mejor que hacer? ―pregunté―. Ni siquiera
trates de mentirme, ya le pregunté a Roger y dijo que no trabajas esta
semana.
―Simplemente no puedo ―dijo Silas―. Ocúpate de tus propios
malditos asuntos, ¿de acuerdo?
―Está bien ―dije, poniéndome de pie para irme―. Pero también mira
si jodidamente puedes hacerla entrar en razón. Iré a verla esta tarde. Eres su
jodido favorito. Soy un mal policía. Juega al buen policía.
―Hablaré con ella cuando regrese ―dijo Silas.
―Bien.
No tenía idea qué mierda tenía Silas en marcha, pero fuera lo que
fuese, no podía ser bueno. Parecía trabajar demasiado, más aún las últimas
dos semanas. La piel debajo de sus ojos estaba oscura, y lucía como si no
hubiese dormido en una semana.
Mejor que no sean sus teorías conspirativas las que lo mantienen
despierto, pensé.
Por supuesto, dudaba que yo luciera mejor. Verlo era como mirar un
espejo.
En lugar de dormir, me encontré vigilando a River como si fuera un
acosador de celebridades. Al principio, había tratado de ignorar todo lo que
pasó entre nosotros, pretendiendo que nunca sucedió. Pero luego me fui a
casa, a mi nueva casa, el lugar que había alquilado, y todo el maldito
silencio me afectó.
Debería haberme quedado con mi mamá, pero la idea de volver a ese
horrible lugar era jodidamente deprimente, así que alquilé un lugar. Y
entonces, con demasiado tiempo en mis manos, no dejé de pensar en River,
pensando en qué estaría haciendo ahora, qué estaría usando, su aroma… su
sabor cuando puse mi boca entre sus piernas.
No podía sacarla de mi maldita cabeza. Se había instalado allí, y no me
dejaría ir.
Estaba en un estudio de cine, alguna comedia romántica acerca de una
chica de pueblo y un chico famoso. Irónico, eso. Small Town Love era el
título de la misma. Su estudio de cine había emitido una declaración: vino a
West Bend a realizar una investigación detallada para su película.
Jodidamente detallada.
Me pregunté si eso es realmente lo que pasó, entre ella y yo.
Investigación.
Los sitios de chismes dijeron que había conseguido un nuevo lugar,
cortó a su mamá financieramente. Estaba furioso con ella por irse como lo
hizo, pero no podía evitar sentirme secretamente orgulloso de ella por sacar
a su tóxica madre de su vida.
Y luego estaba la especulación acerca de su recientemente divorciado
coestrella, al parecer uno de los solteros más codiciados de Hollywood.
Habían sido fotografiados fuera del estudio, la mano de él en el brazo de
ella.
Si alguna vez conozco al hombre en persona, jodidamente lo
estrangularé.
Ella no había hecho declaración alguna. Quería saber qué mierda iba a
decir.

River
Brandon tomó mi mano, cubriéndola con la suya.
―¿Por qué no vienes esta noche? ―dijo―. Puedes llorar en mi
hombro.
Retiré mi mano como si me hubiese electrocutado.
―Realmente no busco nada más que amistad ―dije. Brandon, mi
coestrella, parecía bastante agradable al principio, todo simpático después
que regresé de West Bend y estaba simplemente molesta por tener que estar
en el estudio. No me ofendo, había dicho con una sonrisa, cuando le dije que
no tenía deseos de estar aquí.
Recientemente se divorció, y dijo que entendía el sentimiento. Sentada
en su remolque en este momento, sin embargo, percibía una rara sensación.
Lamentaba ir a su remolque para repasar las líneas, y me arrepentía de
haberle hablado de Elias. Brandon se rió.
―No sugería más que una amistad ―dijo―. Pero los amigos aún
pueden joder, ¿no?
―Gracias, pero no ―le dije girando para irme―. En realidad, estoy
bien con mis líneas. Podemos leer en el estudio.
Sonrió.
―¿Qué? ¿Ahora solo te gustan los hombres con una pierna? ―dijo,
alcanzando mi muñeca. Trate de liberarla de su agarre, pero apretó con
fuerza.
―Suelta mi muñeca.
―Vamos, River ―dijo―, no seas tan perra. Viper tenía razón. Dijo
que eras frígida.
―No digas una maldita mierda sobre mí. ―Le di una bofetada con la
mano libre, y su expresión cambió a una de rabia.
Me empujó contra la pared, y lo único que pude oír fue la sangre
bombeando en mis oídos, mi respiración entrecortada.
―Vete a la mierda, Brandon ―escupí las palabras―. ¡Aléjate de mí,
carajo!
Brandon manoseó mi pecho, y traté de empujarlo, pero sujetó mis
brazos sobre mi cabeza.
―Tal vez el problema es que necesitas a un verdadero hombre para
calentarte ―dijo, llegando entre mis piernas.
Luché, tratando de mover su mano lejos con mi pierna, pero empujó
sus dedos dentro de mis bragas.
―Definitivamente frígida ―dijo―. Pero puedo hacer que te mojes.
Las lágrimas brotaron de mis ojos, y grité, pero cubrió mi boca con la
suya, forzando su lengua hacia dentro.
―También te gusta un poco duro ―susurró―. Eso es lo que dijo
Viper.
Alguien llamó a la puerta, y se abrió de golpe.
―Roger dijo que River estaba aquí leyendo las líneas con… ―Se
detuvo, retrocediendo―. ¡Oh, lamento interrumpir!
Grité, esta vez a todo pulmón, y Brandon miró atónito por un
momento, dejándome ir.
La miembro del equipo, alguien a quien no conocía, se quedó ahí,
mirando, inmóvil. Pero su presencia fue suficiente.
Le di un rodillazo a Brandon en las bolas tan fuerte como pude.
Entonces tomé lo más cercano a mí, un jarrón de flores sobre una mesa, y se
lo tiré a la cabeza.
Se agachó.
―Perra ―gritó, doblado mientras se abalanzó sobre mí, sin soltar sus
bolas―, espero que estés jodidamente contenta que no me golpeó.
Los ojos de la miembro del equipo estaban muy abiertos, pero tomó mi
mano y me sacó por la puerta.
―Él fue quien jodidamente me atacó. ―Mis palabras salieron en
jadeos, mi respiración entrecortada. No podía obtener suficiente aire.
Sostuve su mano, sintiéndome mareada.
―No quiero estar aquí ―dije, antes de colapsar sobre el pavimento.
Capítulo Veinticinco
Elias
Estaba trabajando en esta pieza en el garaje, con la música encendida
tan fuerte que apenas y podía pensar. Esa era una de las ventajas con este
lugar de alquiler, tenía un garaje en donde podía trabajar, y en el que había
pasado cada minuto del día desde que River se había marchado
convirtiendo este lugar en un taller.
Me dio algo con lo que obsesionarme.
El problema era, que incluso con esta mierda en la que trabajar, era
demasiado tranquilo. Sólo yo y mis pensamientos.
Estaba pasando un infierno de tiempo. Y no en el buen sentido.
Sólo yo y mis pensamientos… a solas… no eran una buena
combinación últimamente.
Al menos no estaba pensando en Afganistán. River malditamente había
reemplazado esos pensamientos, se había instalado en mi cabeza, ocupando
mi mente, su imagen reemplazando aquellas horribles.
No estaba seguro de si eso era algo bueno.
Estaba tan distraído por mis pensamientos sobre ella que no escuché el
carro estacionarse, ni noté cuando Silas abrió la puerta.
No fue hasta que él finalmente gritó que finalmente salté.
―¡Mierda, Silas!
Apagué la música, solté el soplete de acetileno con que estaba
trabajando y me quité las gafas de soldadura.
―¿Qué demonios, hombre? ―dije―. Eres como un maldito fantasma
o algo así. ¿Alguna vez has escuchado de llamar primero?
―Elias ―dijo él. Su rostro estaba pálido―. Es mamá.
―Justo la vi ayer ―dije―. ¿Qué pasa?
―Te he estado llamando sin parar hace una hora ―dijo―. Necesitas
subirte al auto.
―¿Qué está sucediendo?
―Apresúrate ―pronunció, con la voz entrecortada.
―Sí, déjame que organice un poco ―digo.
Él negó con la cabeza.
―Sólo entra en el carro, Elias.
―¿Qué demonios está sucediendo, Silas?
―Mamá está en el hospital ―me dice―. Fui a verla, la encontré en su
cuarto. Trató de suicidarse.
―No ―digo, siguiéndolo al auto.
―Vamos ―dice―. Está en el hospital. Llamé a Luke. Enviaron un
mensaje a la Cruz Roja para Killian.
―Ella estaba bien ayer. ―No podía comprenderlo.
El rostro de Silas lucía serio.

River
―No voy a terminar el resto de la película con ese imbécil. ―Me
escuchó a mí misma gritando, las palabras sonando más como un
chillido―. No me importa mi maldito contrato. Voy a presentar cargos por
agresión. No hay forma de que el estudio me vaya a hacer terminar la
película con él en el set.
―Nadie quiere obligarlos a trabajar juntos. ―El trajeado, uno de los
del equipo que el estudio había enviado para tranquilizarme, habló―. Tus
sentimientos son justificados. Todos nosotros queremos poner esto en el
pasado.
―¿Pero qué? ―preguntó―. Siempre hay un pero. ―No confiaba en el
estudio, en cualquiera que fuera la mierda que ellos intentaran venderme.
―La última cosa que quiere el estudio es publicidad negativa para la
película ―dijo―. Y no creo que tú quieras eso tampoco, en este punto, con
toda la atención de los medios que has tenido recientemente.
―¿Es eso una amenaza? ―cuestiono―. Suena como una amenaza.
―Esa misma sensación familiar de pánico regresó.
Él ondeó la mano restándole importancia.
―Claro que no, River ―dijo con voz suave. Condescendiente―. Pero
este filme está casi completo. Tus escenas están terminadas en esencia. Las
dos que faltan pueden ser cortadas, son menores y pueden ser terminadas
con extras. Es posible que la película sea terminada sin que siquiera estés en
el set.
―Quieres decir que yo podría ser cortada ―dije.
―Completada ―dijo él
―¿Cuál es la trampa? ―indagué.
―No hay trampa ―dijo―. Eres libre. Hecho. Hay un bono adicional
por terminar anticipadamente.
―Dinero por silencio ―le digo.
Él chasqueó la lengua.
―Esa es una forma de mal gusto de verlo ―habló―. Es simplemente
un bono por ser tan flexible, estando dispuesta a completar la película y a
terminar antes de lo previsto… y por tu comprensión de la importancia de
no atraer más atención negativa hacia la película.
Era dinero por silencio.
Mi cabeza estaba dando vueltas. Estaba acabada. Libre. Podría ir a
algún otro lado. Hacer algo más. No esto.
Tomar unas vacaciones.
Ver el mundo.
Lo que jodidamente quisiera.
El problema era, que la persona a quien en realidad quería ver no
quería verme.
―¿Dónde firmo? ―pregunté.
Capítulo Veintiséis
Elias
—¿Nos van a jodidamente decir algo?
Silas negó con la cabeza.
―Ellos no están diciendo nada. Por eso he venido a buscarte.
Dejó el resto sin decir. Lo que en realidad quería decir era que vino y
me busco en caso de que ella muriera.
―No lo entiendo ―le dije―. Estaba bien ayer cuando hablé con ella.
―¿De qué hablaron? ―La cara de Silas estaba blanca.
―Nada ―dije―. Lo juro por Dios, nada. Ni siquiera presioné sobre la
venta de la propiedad. Nada estresante.
―Debiste haber dicho algo ―dijo Silas.
―¿Estás jodidamente diciendo que es mi culpa? ¿Que yo causé esto?
Silas sacudió su cabeza.
―Lo siento. No. No lo estoy. Es solo que… no es algo que ella haría.
No tiene sentido.
―Hablamos sobre las telenovelas que estaba viendo ―dije―. Es
como la vez anterior a esa, y la anterior. Las novelas de romance que estaba
leyendo. Su amiga Rhonda. Chismes. No lo sé. Todo era normal. Nada
fuera de lo ordinario. Ya sabes cómo es.
―¿No estaba deprimida?
―No ―dije, devanándome el cerebro por alguna señal de algo fuera
de lo normal. Diferente a lo usual―. Quiero decir, dijo que papá la amaba,
no la última vez, cuando fui a verla, ella lucía… pensativa, como si
estuviera recordando algo.
―Jesucristo ―dijo Silas―. No crees que ella se haya matado por la
muerte de ese imbécil, ¿verdad?
―No ―dije. Entonces un poco menos seguro―: No lo sé.
Esa era la verdad. Ya no sabía nada.

River
―Hoy tenemos una entrevista exclusiva con Donna Gilsteas, la madre
de River Andrews, la cual se va a abrir a nosotros sobre su nuevo libro,
Viviendo con River. ―El camarógrafo hizo una toma hacia su sonrisa
brillante, luego se dirigió hacia su perfecta coanfritiona―. Promete ser una
entrevista interesante, ¿verdad, Dave?
―Así es, Samantha ―dijo―. Particularmente desde que River
Andrews se ha ido al anonimato desde su separación de Viper Gabriel.
―Manténganse en sintonía ―dijo Samantha―. Donna Gilstead es la
siguiente en Entertainment News Lately.
―Mierda. ―Apagué el televisor, mi apartamento, el nuevo que había
comprado cuando había regresado, uno sin ataduras a mi pasado, a Viper,
estuvo de repente en silencio. Estaba silencioso, demasiado silencioso.
De todas las cosas que hacía mi madre, esta era una de las peores. ¿Un
libro? No puse tanta presión en ella, pero sacar provecho de mi infelicidad
era demasiado.
Me senté allí, en el vacío de mi nuevo apartamento, mis pensamientos
hechos un lío. Y mi mente pasó enseguida a cortarme. El pensamiento de la
fría navaja contra mi piel y el alivio que eso traería.
Me senté allí, congelada, mis brazos descansando en los brazos de la
silla, paralizados con indecisión, corriendo a través de las posibilidades en
mi mente.
Pero no me corté. En lugar de eso, llamé a mi representante.
―Es River ―dije―. Quiero que me consigas una entrevista con
Deborah Ames. Estoy lista para ir a lo público.
Capítulo Veintisiete
Elias
―¿Qué diablos pasó? ―Killian soltó en la sala de espera como si
fuese su casa. Estaba sin afeitar, botas manchadas de grasa y polvo,
vaqueros rasgados, llevaba una chaqueta de cuero y todavía con su casco de
motocicleta. Un par de las otras personas que esperaban se trasladaron al
otro lado de la habitación, y Killian les lanzó una mirada asesina. Entonces
se levantaron y se fueron. Si las circunstancias fuesen diferentes, eso habría
sido divertido.
Diablos, era jodidamente gracioso. Killian no era exactamente un
chico ligero, era un matón e intimidante como el infierno para la mayoría.
Por supuesto, los cuatro juntos, probablemente, éramos bastante
intimidantes.
―Me alegro de que estés aquí, hombre ―dijo Silas, pasando un brazo
por la espalda de Killian―. No así, pero aun así, me alegro de verte.
―Tú también, imbécil ―dijo.
―¿Acabas de volar? ―preguntó Luke.
Luke asintió, con la mandíbula apretada. Luke era realmente fácil de
tratar, no dejaba que mucha mierda llegara a él, es adicto a la adrenalina,
pero cuando no estaba saltando de aviones o tirándose por la ladera de una
montaña, era bastante tranquilo. Siempre se podía decir cuando estaba
molesto, apretaba su mandíbula o sus dientes. Cuando éramos niños se
rompió uno de ellos, lamentándose por la noche. Nuestro padre se había
enterado, dijo que iba a golpearlo hasta sacárselo para que no necesitara al
dentista para eliminarlo, y mamá se había arrojado sobre Luke, tomando la
paliza por él.
―Sí, aquí desde anoche ―dijo Luke.
―Bueno, dame los malditos detalles, entonces ―dijo Killian―. ¿Estos
malditos doctores te dicen todo lo que está pasando?
―Ella todavía está en urgencias ―le dije―. Sobredosis. Parece
Tylenol y alcohol.
―Ni siquiera bebe ―dijo Killian.
Negué con la cabeza.
―No piensan que fuese alcohol.
―No tiene sentido―dijo Silas―. Toda la maldita cosa no tiene sentido
en absoluto.
―¿Qué quieres decir? ―preguntó Killian.
Suspiré.
―Silas tiene la teoría de que algo está pasando aquí, que el idiota fue
asesinado o algo así ―le dije―. Les voy a decir toda la mierda si escuchan.
Killian volvió hacia Silas, y Silas puso sus manos en alto.
―No estoy loco ―dijo―. Algo está pasando, y ahora esto… no tiene
ningún sentido que ella se suicidara, no con el idiota muerto ahora. Fue todo
su problema durante años. Ella estaría feliz de que se haya ido.
―O… ―le dije―. Podría ser como los prisioneros, ¿sabes?
―¿Qué mierda estás hablando, prisioneros? ―preguntó Luke.
―Ya sabes, como cuando los prisioneros son liberados después de
años de cárcel ―le dije―. Matarse a sí mismos cuando finalmente salen.
No pueden tratar con eso.
―¿De dónde diablos sacas eso? ―preguntó Luke.
―Fue en esa película, la de prisión de un…
―Shawshank ―dijo Killian.
―Exactamente.
Silas rodó los ojos.
―Dice que mis teorías son una mierda y son locas, pero te está dando
las teorías que salen de las películas. Mierda. ―Hizo una pausa, con la
mirada en la televisión en el otro lado de la habitación―. ¿No es…?, la
pantalla dice River Andrews. ¿Es tu chica?
Miré a la TV, para ver su rostro. River Andrews, sentada frente a uno
de esos programas de entrevistas cuyo nombre no recordaba, una de esas
mujeres famosas por hacer llorar a las celebridades, haciendo verdadera
mierda de corazón a corazón.
―Oye. ―Silas se acercó a una de las enfermeras en el área de
recepción―. ¿Tienes un control para la televisión? Súbele rápido, ¿quieres?
Ella lo miró, luego a la televisión, y levantó las cejas.
―Ah, sí ―dijo, al hacer clic con el control remoto―. Es esa chica que
estaba aquí en West Bend, ¿no es así?
Escuché la entrevista amplificada, la voz de River más fuerte en la
habitación, y a pesar de todo lo que me dice que me aleje, que no preste
atención a lo que estaba en la pantalla, que no quería escuchar lo que salía
de su boca, me acerqué a la televisión y escuché.
Todo lo demás, el ruido del hospital, mis hermanos hablando, dando
entre ellos mierda, se desvanecieron en el fondo.
―River Andrews. ―La presentadora sonrió, su expresión de
bienvenida, desarmando. Como si fuese la abuela de alguien. Se inclinó
hacia delante―. Debes haber sido una montaña rusa de emociones durante
el mes pasado, traicionada por tu prometido, corriendo a Colorado… ―Su
voz se apagó.
River asintió.
―Bueno, Deborah―dijo―. Es un momento que altera el curso de tu
vida, encontrar a Viper y mi hermana.
Me sentí enfermo. Quería darme la vuelta, no escuchar su charla acerca
de cómo se rasgó por el engaño de su prometido. No necesitaba oírla hablar
de esa mierda.
¿Por qué torturarme?
Oí a River volver a hablar, una respuesta a una pregunta que me había
perdido.
―Tuvo que ser aplastante ―dijo Deborah―. Descubrirlos, juntos, y
luego enterarte acerca de su compromiso. Descubrir que Viper había sido
infiel desde hace bastante tiempo.
River negó con la cabeza.
―Les deseo todo lo mejor en el mundo ―dijo―. Realmente espero
que encuentren la felicidad juntos.
La presentadora negó con la cabeza, e hizo una mueca.
―Hablas demasiado tranquila en este momento, River―dijo,
buscando que cayera en su trampa―. Tu madre tiene planes de lanzar su
relato de tu infancia, tu vida.
River exhaló, y ahora vi el dolor en sus ojos.
―Y será la historia de mi madre, no la mía ―dijo―. Nada de eso es
mío.
Sentí una punzada de empatía por ella, conociendo la relación con su
madre. Sabía que el saber que su madre estaba escribiendo un libro sobre
ella le haría daño.
―Pero sin duda debes tener algunos sentimientos acerca de todo esto,
River ―dijo―. Nadie es tan calmada acerca de todo esto.
―Mierda ―dijo Silas―. Ella estaba en el bar ese día.
―¿De qué estás hablando? ―le pregunté―. Maldita sea cállate. Estoy
tratando de escuchar esto.
River sonrió.
―Un buen amigo me dijo una vez que ninguna de estas cosas son las
que son importantes en la vida. Son de menor importancia.
Ella estaba hablando de mí. Yo era el amigo.
No estaba seguro de si estaba contento de que lo que había dicho
importara, o decepcionado de que me llamó un amigo.
―¿Como qué? ―preguntó Deborah.
―Un montón de cosas ―dijo River―. Familia. Amistad. Amor.
Deborah era más astuta de lo que aparentaba. Sus ojos se iluminaron y
se inclinó más cerca. Va por todo, pensé.
―Estabas vinculada a alguien cuando estabas en Colorado ―dijo.
River frunció los labios. Yo no sabía qué diablos estaba pensando, pero
me sentí colgado de lo que estaba a punto de decir.
―Lo estaba ―dijo ella.
―Un veterano militar ―dijo Deborah, mirando hacia abajo en una
nota―. Desactivación de bombas. Herido en Irak.
―Afganistán ―corrigió River―. Herido en Afganistán.
―Jodidamente recuerda mucho de ti ―dijo Silas, a mi lado.
―Cállate. ―No podía apartar los ojos de la pantalla.
―¿Y? ―preguntó Deborah―. ¿Tú y…?
―Elias ―dijo River.
―Elias ―dijo Deborah―. Bueno, déjame hacer la pregunta que cada
hombre en América quiere saber. ¿Sigues en contacto con Elias? ¿Es algo
definitivo, o simplemente por despecho?
River tragó, bajó la mirada hacia su regazo, a continuación, de regreso
a Deborah. La cámara la enfocó más cerca, se centró en sus ojos. Ella miró
directamente a la cámara.
Estaba mirándome directamente.
Tragué saliva. Todo se desvaneció en el fondo, y esperé a que ella
respondiera.
―Pensé que era definitivo ―dijo―. Él no se sentía de la misma
manera. Me equivoqué.
A mi lado, escuché a Silas murmurar por lo bajo.
―Mierda.
Pensé que era real.
Estaba equivocada.
No sabía qué decir.
No sabía qué pensar.
―Mierda, hombre ―dijo Silas.
Todavía estaba viendo a River en la televisión, pero sólo podía ver sus
labios moverse.
―Amigo ―dije, irritado―. Estoy tratando de escuchar esto.
―Lo sé ―dijo Silas―. Pero creo saber por qué se fue.
―¿Qué coño estás diciendo?
―La conozco ―dijo―. Quiero decir, la he visto antes.
―Todo el mundo la ha visto antes ―le dije―. Es una maldita estrella
de cine.
―No, en serio, ese día tú estabas en el bar, entraste al baño Roger y yo
estábamos hablando. Ella estuvo de pie allí durante un minuto, luego se fue.
No sabía quién mierda era ella. No lucía como en sus fotografías… todas
esas imágenes en las revistas y esas cosas. Ella era rubia. Pensé que era un
cliente.
―¿Y? ―le pregunté, mirando a River en la pantalla―. ¿A quién
jodidamente le importa, hombre? Se acabó.
―No ―dijo Silas―. No estás entendiendo lo que te estoy diciendo.
―Ni mierda, Sherlock.
―Roger y yo estábamos afuera ―dijo―. Hablando de River.
Poco a poco me volví hacia él.
―¿Qué hiciste?
Escuché su explicación, su teoría de que River le había escuchado
hablar mierda sobre mí y había malinterpretado la situación.
Me hundí en la silla.
La nota de River.
Ella pensó que era yo quien consideraba esto una aventura.
Se había marchado por mi culpa. No porque estaba desechándome para
volver corriendo a Hollywood.
Hablamos por algunos malditos momentos de mierda.
Silas se sentó a mi lado.
―Bueno ―dijo―. Tienes que ir tras ella.
―Esto no es una maldita película, Silas ―dije―. Mamá está en
jodidas urgencias. Déjalo ir.
Y entonces uno de los médicos salió por la puerta, sacudiendo la
cabeza.
―Me temo que tengo malas noticias ―dijo.

River
Doblé la ropa con cuidado, poniendo las piezas en mis maletas.
Mi mejor amiga Abby se sentó en el sillón de mi dormitorio, sus largas
piernas colocadas por el costado, su espalda apoyada contra el otro lado,
tomando un cóctel.
―¿Estás segura que quieres hacer esto?
―Necesito un cambio ―le dije―. Ya he terminado con la película. No
tengo obligaciones aquí. ¿Por qué no habría de hacerlo?
Abby se encogió de hombros.
―Si tú lo dices ―dijo―. O podrías, no sé, volar a Colorado en su
lugar.
―Mira ―le dije―. Hice la entrevista. Dije lo que tenía que decir. Eso
es todo. Se acabó. Ni siquiera era algo para empezar. Pensó que era una
aventura, y eso es todo lo que fue. Nada más que eso. Fueron menos de dos
semanas. Nadie se enamora de dos semanas.
―Ellos lo hacen en tus películas ―dijo Abby.
Suspiré.
―Todos piensan que la vida real es como en las películas, pero no lo
es. Y yo fui una estúpida al pensar lo contrario.
Abby resopló.
―Sigo pensando que estás siendo una idiota.
―Solo estás celosa ―le dije, enrollando una camisa y arrojándosela a
través de la habitación. Ella gritó, inclinando la copa lejos de la dirección
del proyectil.
―¿Celosa de qué? ―preguntó―. ¿Tu novio? No lo creo. Sabes que
me mantuve tan lejos de la polla como fue posible.
―Marruecos ―dije―. Estás celosa de que no vas. Deberías venir.
―Sabes que lo haría ―dijo―. Pero tengo un espectáculo en breve.
Además, no estoy tratando de cometer un suicidio profesional aquí. Voy a
tener mi gran oportunidad. Pronto.
―Deberías ―le dije―. Eres una artista talentosa.
―De todos modos ―dijo ella, sorbiendo su bebida―. Te doy seis
meses antes de que estés de vuelta aquí, haciendo otra película. Como
mucho. No es que no esté feliz por ti, pero, bueno, ¿qué demonios vas a
hacer sin entregas de premios y… mierda… zapatos?
Me reí.
―Tienen zapatos en Marruecos, perra.
―Pero seriamente… ―Abby terminó su bebida, y luego cruzó la
habitación, lanzándose de manera dramática en mi cama―. Tú y Elias…
eran como en las películas, ¿verdad?
―No lo sé. Fue… apasionado. Nunca he tenido esa clase de sexo con
alguien antes. Ese tipo de lujuria. ―Me encogí de hombros―. Pero eso es
todo lo que fue, ¿sabes? Lujuria. Si hubiera sido algo más… ―Lo dejé
sobrentendido.
Si hubiera sido algo más, habría llamado.
Él no habría dicho lo que dijo.
Estaríamos juntos ahora.
―Él probablemente ni siquiera vio la entrevista ―le dijo―. Todavía
tienes su teléfono celular, el que tienes ahí, ¿cierto?
Miré hacia mi cajón de la cómoda, en el lugar donde lo había
escondido y revisaba obsesivamente desde que había regresado,
fantaseando que Elias me llamaría.
Pero eso era sólo una fantasía. Nada más.
A él no le importaba una mierda. Y tenía que dejarlo ir. No era sano,
consumirme por alguien a quien ni siquiera le gusto.
―¿Lo tienes, verdad? ―preguntó―. Lo guardaste. Llámalo.
―No ―dije―. No lo llamaré. Si él estuviera interesado, me llamaría.
No voy a arrojarme sobre él.
Abby suspiró.
―¿Y si todo fuera sólo una especie de malentendido? ¿Realmente
estarías de acuerdo con marcharte y no saber?
Negué.
―No es un mal entendido ―dije―. Es claro como el agua para mí.
Pensó que sería increíble echarse un polvo con una actriz. Y yo fui una
estúpida y pensé que era más. Eso es todo.
Además…
El timbre sonó, y busqué mi bolso.
―El chico de la pizza está aquí. Justo a tiempo, porque estoy
totalmente hablando demasiado de Elias. Cuando vuelva, nuevo tópico de
conversación… Marruecos.
Capítulo Veintiocho
Elias
―Ella trató, supongo ―dijo Luke―. Quiero decir, ella sólo era débil.
No era como el imbécil.
Todos asentimos, sentados alrededor de la mesa en la casa donde
crecimos. La habíamos sepultado dos horas antes, sólo nosotros cuatro de
pie alrededor de su tumba. Había comprado la parcela con mis ahorros, algo
para asegurar que ella no estaba en un lote en el cementerio estatal, la forma
en que el imbécil había sido enterrado. No la quería enterrada con él. No
importa el inadecuado tipo de madre que había sido, había algo que no
sonaba bien acerca de eso. Por lo menos podía hacer eso.
Los sentimientos de ellos hacia ella estaban tan mezclados como los
míos, estaba seguro. ¿Qué podría decir realmente sobre una mujer que se
quedó con un hombre como nuestro padre, alguien que golpeaba a su
esposa, golpeaba a sus hijos con palizas que casi los mataban? Ella lo
intentó, por lo menos.
Pero debería haber intentado más duro, dijo Killian. Éramos niños,
por lo que debería haber intentado más duro.
Supongo que esa era la realidad. No estaba contento de que ella
hubiera muerto, no como me sentía por el imbécil, pero no estaba
devastado, tampoco.
Era lo que era. Sólo la forma en que la vida continúa.
Killian levantó un vaso de whisky.
―Por nuestra madre. Que finalmente tenga un poco de paz.
Asentí.
―Por nuestra madre.
Tomamos el whisky, por lo demás silenciosos. Era una cosa extraña,
todos nosotros juntos, por primera vez en años. No se sentía bien, de alguna
manera, el hecho que estábamos todos juntos sólo porque ella había muerto.
Los hermanos deberían ser más cercanos que eso, pensé.
Mi celular sonó en mi bolsillo, rompiendo el silencio, y lo saqué,
mirando el número. Miré a Silas.
―¿Qué es? ―preguntó, su rostro preocupado―. ¿Que ha pasado
ahora?
Reconocí el número inmediatamente. Era el número que había
estampado en mi cerebro, el que seguía diciéndome a mí mismo que debería
de llamar.
Simplemente no me parecía correcto, que esté preocupado por lo que
sucedió con una chica, cuando mi madre acaba de morir.
―Es el número del River ―le dije, el teléfono celular zumbando una y
otra vez―. El desechable. El que le conseguimos aquí.
―Bueno, a la mierda, hombre ―dijo Killian―. Una jodida estrella de
cine te está llamando. Contesta el maldito teléfono.
El zumbido se detuvo, y me encogí de hombros, puse el teléfono sobre
la mesa.
―No es nada ―les dije, mirando sus caras.
―¿Estás jodidamente hablando en serio? ―dijo Silas―. Ella se fue
porque pensaba que eras un imbécil que dijo cosas de mierda sobre ella.
Entonces ella dijo que eras, y lo cito, eres auténtico en la jodida televisión,
¿y ahora te llama? ¿Qué demonios te pasa? Tú no dejas de contestar el
teléfono. Ahora estás siendo un imbécil.
Killian y Lucas me miraron, asintiendo.
―Imbécil ―intervino Lucas.
―Estás siendo un idiota ―dijo Killian.
El teléfono sonó de nuevo, y deslizó la pantalla para leer el mensaje.
―No es de ella ―les dije, leyéndolo, mi corazón latía con fuerza en mi
pecho.
―¿De quién es? ―preguntó Silas―. ¿Qué dice?
―Mierda ―dije, dándome cuenta de lo que tenía que hacer―. Tengo
que ir a Los Ángeles. Ahora. Y tú jodiste todo esto, Silas. Así que vas a
venir conmigo.
* * *
―Aquí es ―le dije―. Esta es la dirección.
Silas silbó.
―Lujoso.
―Bueno, ¿qué creías que iba a ser? ―pregunté―. Ella es una jodida
estrella. Mierda, hombre, está demasiado lejos de mi puta liga. No debería
estar aquí.
―Sí, bueno, ahora lo estás ―dijo―. Demasiado tarde para cambiar de
opinión.
¿Qué demonios iba a decir ahora que he llegado hasta aquí?
―Ni siquiera sé si ella está aquí.
―Su amiga, la chica que te envió el mensaje, dijo que no se iba hasta
mañana ―dijo Silas―. Entra y jodidamente vela.
En el interior, el guardia de seguridad me detuvo.
―¿Residente?
―Visitante ―le dije.
Él me miró, con el ceño entrecerrado.
―Sí ―dijo, su tono nasal―. ¿Visitando a quién precisamente?
―River Andrews.
Él sonrió.
―Buen intento ―dijo―. Pero no hay nadie con ese nombre que viva
aquí.
―Número 1279 ―le dije―. Esta es la dirección que ella me envió.
Se encogió de hombros.
―Como he dicho, nadie con ese nombre.
—Mierda, hombre ―dijo Silas―. ¿Estás jodidamente hablando en
serio?
Mierda. Me devanaba los sesos. ¿Cuál era el nombre falso que le dio a
Jed? Brenda. Bailey. Beth.
―Bet Winters.
Él negó con la cabeza, con los ojos entrecerrados.
―Mierda, hombre, vamos ―le dije.
―Espera un segundo. Tú eres ese tipo ―dijo―. El tipo de la bomba.
El que ella fue a ver. ―Miró hacia atrás y adelante entre Silas y yo―. Hay
dos de ustedes.
―Jesucristo ―dijo Silas―. Dale a este hombre una medalla.
Felicidades. Somos gemelos.
―Mierda ―dije―. Sí. Ese soy yo. No soy un acosador psicópata o
algo así. La conozco.
―Exmarine, ¿verdad?
―Sí, sí. ―No quería charlar. En este momento, quería aplastar a este
tipo por interponerse en mi camino para verla.
―Mi hijo está pensando en unirse a la Marina ―dijo.
―Eso es bueno. ―Miré hacia el ascensor.
El guardia se encaminó lentamente hacia el escritorio.
―Estuvo en las noticias, ya sabes ―dijo―. Una de las revistas. Tenía
tu imagen en ella, con River. Leí tu historia. El artículo decía que
desactivaste una bomba en Afganistán, por delante de un convoy que nunca
la hubiera visto venir. Eres un héroe.
―Sí ―le dije, exhalando―. Ese soy yo. Héroe.
Él sacó una tarjeta y me extendí por ella, pero no me la entrego,
continuó hablando.
―No vas a subir para romper el corazón de esa chica, ¿verdad?
―No ―dije, tirando de la tarjeta en su mano―. Joder. No.
―Para el ascensor. La necesitas para llegar a los pisos superiores.
―Gracias.
Todo el camino hasta el ascensor, mi corazón latía con fuerza en mi
pecho. Repase lo que iba a decir.
―¿Qué vas a decirle? ―preguntó Silas.
―Cállate, hombre.
* * *
La puerta se abrió, y… una chica, no River, usando un top, con los
brazos cubiertos de tatuajes y un anillo en la nariz, se paró frente a nosotros,
una mirada confusa en su rostro. Entonces sonrió.
―Hay dos de ustedes.
―¿Quién eres?
Ella puso su mano en su cadera.
―Abby. ¿Quién coño eres tú?
Silas sonrió.
―Silas. Y Elias.
Ella nos miró de arriba abajo.
―Gemelos ―dijo ella―. Me agrada.
―¿River, está aquí?
―Así que eres Elias, ¿eh? ―preguntó ella, su mirada dura. Exhaló―.
Supongo que puedo verlo.
―¿Ver qué?
―Eres sexy, supongo, de una manera robusta ―dijo―. Quiero decir,
yo prefiero coño en lo personal, pero puedo ver lo que ella ve.
―¿Está aquí? ―pregunté.
―Oye, River ―llamó―. El chico de la pizza está aquí.
―No he pedido ninguna…
Allí estaba ella, de pie en la puerta. Mirándome.
―Elias ―dijo, con los ojos fijos en los míos. Y entonces miró a
Silas―. Son gemelos.
Me encogí de hombros, avergonzado.
―No mencioné que era mi gemelo ―le dije―. No lo pensé, y…
―Creo que escuchaste algo en el bar… ―comenzó Silas.
―Sí, oí lo que dijiste. La fecha de vencimiento. Sólo una aventura.
Miré a Silas.
―Yo no ―le dije―. Este hijo de puta dijo eso.
Silas levantó las manos en el aire.
―Culpable ―dijo―. Era yo. En mi defensa, en realidad estaba
diciendo que había una fecha de caducidad porque alguien como tú no
podría de ninguna manera realmente salir con este imbécil. Porque estabas
visitando los barrios bajos.
Detrás de ella, Abby gritó.
―Ah ―dijo―. ¿No dije que había una explicación? ―Ella pasó junto
a River y señaló a Silas―. Supongo que deberíamos darles algo de
privacidad ―dijo, dando unos pasos atrás unos cuantos metros.
La pareja se cernía a unos metros de distancia.
―Puedo verte ―le grité―. Me falta una pierna. No soy jodidamente
ciego.
Oí a Abby carcajearse.
―Pensé que eras tú ―dijo River―. Diciendo eso. Pensé que eras tú.
Asentí.
―Lo sé.
―No me dijiste que tenías un gemelo.
―No sé qué decir sobre eso ―le dije―. Fue un desafortunado
descuido.
―Lo diría. ¿Por qué has venido, Elias? ―Su rostro se volvió hacia mí,
con los labios entreabiertos. Quería mi boca sobre ella.
―¿No hay flores o algo? ―La voz de Abby rompió cuando el silencio.
―Abby ―advirtió River. Se volvió hacia mí―. ¿No hay flores o algo?
―No ―le dije―. No hay flores. Sólo mi corazón.
Silas soltó una carcajada.
―Eso es jodidamente cursi como el infierno.
―¡Fuera! ―dijo River entre dientes, y volvió a entrar en el
apartamento, el sonido de la risa se ahogó. Se volvió hacia mí―. Tu
corazón, ¿eh?
Me encogí de hombros.
―No tengo nada mαs que poner sobre la mesa, aquν ―le dijo―. Esto
es todo. Es todo lo que tengo. No sé qué coño va a suceder en el futuro. No
sé lo que va a pasar mañana. Pero quiero que lo que sea que suceda sea
contigo. Te quiero. Eso es todo. Todo lo que sé es que te quiero.
River se me quedó mirando, con fuerza y durante mucho tiempo, antes
de que sus labios finalmente se separaran y hablara.
―Elias, yo…
La voz de Abby sonó fuerte desde la sala de estar.
―¡Bésalo ya!
River se dio la vuelta.
―¡En serio, chicos, si oigo una cosa más, juro que los mataré a ambos
con mis propias manos!
Ella salió y cerró la puerta detrás, sacudiendo la cabeza.
―Entonces ―dijo ella―. ¿Estabas diciendo?
―Aquí está la cosa ―le dije―. Me puedes decir que me vaya al
infierno, o decirme que estoy loco, o cualquier otra mierda. No te he
conocido el tiempo suficiente para estar diciendo esto, y estoy muy
consciente de ese hecho de mierda. Pero he estado a punto de morir, y he
visto suficiente muerte en mi vida para saber que cuando algo, alguien, me
tira de culo porque es tan jodidamente diferente de cualquier otra persona
que he conocido, que… bueno, es sólo jodidamente importante.
Las palabras simplemente salieron de mí, rápidamente, imparables.
―Así que, lo que estoy diciendo es que quiero estar contigo.
Jodidamente te amo. Eso es todo lo que tengo. Me puede decir que me vaya
al infierno o lo que quieras. Pero he dicho mi parte.
―De acuerdo ―dijo ella.
―¿De acuerdo?
Ella asintió.
―De acuerdo, con todo. Te quiero también, Elias.
Jale a River cerca, mi boca bajando a la de ella. Con sus labios
apretados contra los míos, el mundo estaba correcto de nuevo.
Epílogo
River
―¿Estás seguro de que todo esto va a caber?
Me levanté con las manos en las caderas, inspeccionando el
apartamento, mis cajas cuidadosamente amontonadas en pilas en medio de
la habitación. Había donado la mayoría de las cosas de la casa de Viper y
esto era un anticipo de la mudanza a West Bend.
―Viste la casa ―comentó Elias―. Cabrá. ¿Estás segura de que
quieres mudarte a una puta granja en West Bend? No es exactamente
Hollywood.
Abracé su cintura y levanté la cabeza para mirarlo, al hombre que me
había hecho tan feliz
―Es una locura ―afirmé―. Para nada como Hollywood. Estoy total y
absolutamente segura.
―¿Crees que allí serás feliz conmigo? ―preguntó Elias―. Quizás sea
demasiado simple, siendo una estrella de cine y todo eso.
Reí.
―Simple es agradable ―aseguré―. Y no seré una estrella de cine en
West Bend, de todos modos; solo una simple estudiante universitaria,
tomando clases para poder ser profesora. Además, no eres simple en ningún
sitio.
Elias me dio una palmada en el culo, fuerte.
―Tampoco lo olvides ―espetó, dando vueltas a mi alrededor, su
aliento en mi oído―. Si necesitas un recordatorio antes de que nos
marchemos… ―Presionó su dureza en medio de mis nalgas―. Puedo
llevarte a la otra habitación y…
Uno de los chicos de la mudanza entró.
―Creo que hemos hecho inventario de todo.
Elias gruñó.
―Justo a tiempo, gracias.

* * *

Más tarde, volví a sentarme en el coche y miré los espejos retrovisores


mientras dejaba Hollywood atrás.
Dejando atrás la vida que conocí, para empezar una nueva con este
hombre.
Elias golpeaba los dedos en el volante mientras conducía y me recosté
en el asiento. Me sentía tranquila, en paz.

Elias
―¿Dónde demonios está? ―pregunté―. Deberían llevarme al loquero
por dejar que Silas se llevase mi Mustang, para poder quedarme contigo allí
en California.
River frotó sus manos en mi pecho.
―Oh, pero entonces no podrías haber pasado todo ese tiempo a solas
conmigo las últimas semanas ―comentó.
La besé, dejé a mis manos vagar por sus caderas, agarrándole el
trasero.
―Tienes razón ―declaré―. Quizás puedas recordarme el por qué
estuve allí a solas contigo.
River gimió.
―Con mucho gusto ―dijo, tomándome la mano―. Sin muebles
todavía, así que supongo que no importa qué habitación bauticemos
primero, ¿verdad? Además, estoy segura que Silas solo está haciendo algún
recado o algo.
―Sí.
Probablemente era eso. Pero River no lo sabía todo, las desapariciones
de Silas y sus mierdas, su comportamiento errático.
Sonó el motor de una moto, cada vez más fuerte mientras se acercaba.
River y yo, nos dirigimos a la puerta.
Killian se bajó de la moto.
―River, este es Killian, uno de mis hermanos.
Killian alargó la mano y sonrió de manera burlona.
―Estoy jodidamente encantado de conocerte.
―Con clase, hombre.
―Necesito hablar contigo un momento, Elias.
Killian me dio una mirada y River me besó la mejilla.
―Seré útil y llevaré las cosas dentro ―comentó.
―Mira ―explicó Killian―. He estado pensando en ello y creo que
Silas está en lo correcto.
Gruñí.
―Jesús, tú también no. Vamos. Sabes que Silas es muy inteligente,
pero a veces, es astutamente loco. Con énfasis en loco.
Killian negó.
―No, creo que hay algo más sucediendo en esta ciudad que la simple
llegada de un promotor inmobiliario. Creo que tiene razón sobre lo que
pasó. No creo que la muerte del imbécil fuese un accidente. No creo que
mamá sufriese una sobredosis.
River levantó la vista del maletero, mientras sacaba dos maletas y me
sonreía.
―¿Todo bien? ―cuestionó, mientras pasaba por nuestro lado.
―Sí ―contesté―. Todo está bien.
River y yo podríamos estar simplemente bien, lo sabía. Más que bien.
Todo este tiempo he sido un maldito cínico, convencido que no habría un
final feliz, ni un final de película para mí. El universo tenía un gran sentido
de la ironía, mandándome a una estrella de cine, que actuaba en comedias
románticas, de la que enamorarme.
Las cosas sucedían por un motivo, empezaba a creerlo. Así que, puede
que las muertes de nuestros padres fuera la forma del universo para
juntarnos a mis hermanos y a mí, unidos por un objetivo común.
Incluso si no tenía ni idea de cuál era ese objetivo.
Iba a encontrarlo.
Aunque no ahora mismo. Ahora mismo, iba a sentarme, tomar unas
cervezas con Killian y River y brindar por la nueva vida que estábamos
empezando aquí en West Bend.
El resto, fuese lo que fuese que estaba ocurriendo, podía esperar. Ahora
mismo, era feliz.

Fin
Próximamente
Silas
(West Bend Saints #2)

TEMPEST

Llámame Robin Hood.


Soy una estafadora. Una artista de la estafa.
No robo a los ricos. Me aprovecho de lo peor de lo peor, de las
personas que merecen ser estafadas.
Tengo dos reglas, mantente en movimiento y nunca te enamores.
Sólo he pensado en romperlas con un chico. Y ese chico acaba de
entrar de nuevo en mi vida, un fantasma del pasado. Silas Saint.
Ahora que es un hombre. Arrogante y sexy como la mier**, y de
seguro que no es la persona de la que me enamoré hace una vida.
Pero cuando me toca, es suficiente para hacer que olvide mi nombre.
Él me da ganas de romper todas mis reglas.

SILAS

He estado luchando todo el tiempo que puedo recordar. Mier**, creo


que me salí del vientre luchando. Incluso intenté ser legítimo hasta que los
problemas me enviaron fuera de Las Vegas y de nuevo a West Bend.
Nunca esperé que un tipo diferente de molestia bailara el vals de nuevo
en mi vida, todas las curvas y tatuajes y descaro. Tempest Wilde.
¿Alguna idea de lo que significa "tempestad"? Una j*dida tormenta de
viento violenta. Eso es mier** que no necesito.
La amé una vez, hace una vida. Antes de que lo supiera mejor.
El amor es para los tontos, y estoy seguro como el infierno de que no
lo soy.
¿Pero la forma en que me mira? Me dan ganas de darle todo lo que
tengo.
Sabrina Paige
Sabrina Paige escribe acerca de mujeres sexys e inteligentes, y los
machos alfa que las aman.
Motociclistas forajidos, vaqueros y militares son parte de sus dramas.
Ha encontrado su propio final feliz con su esposo militar, y su adorable
pequeño.
Notas
[←1]
Taza infantil: también llamada de entrenamiento, es una taza con popote incluido.

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