Está en la página 1de 248

¡Ayuda al autor adquiriendo sus libros!

Este documento fue realizado sin fines de lucro, tampoco tiene la intención
de afectar al escritor. Ningún elemento parte del staff del foro Paradise
Books recibe a cambio alguna retribución monetaria por su participación en
cada una de nuestras obras. Todo proyecto realizado por el foro Paradise
Books tiene como fin complacer al lector de habla hispana y dar a conocer
al escritor en nuestra comunidad.

Si tienes la posibilidad de comprar libros en tu librería más cercana, hazlo


como muestra de tu apoyo.

Respeta el cariño y la dedicación que depositamos en nuestros proyectos y


en la espera de cada uno de ellos y no pidas continuaciones a grupos
ajenos al foro.

¡Disfruta de la lectura!
Staff
Moderadoras
Alysse Volkov
Tessa

Traductoras
Aleja E Myr62
Clau V PurpleGirl
Corazon_de_tinta RRZOE
Erianthe Tessa
EstherC Tolola
Lipi Sergeyev Walezuca
Luisa1983 Veritoj.vacio
Maggih

Corrección y Lectura Final


Bella’

Diseño
Orwzyan
Contenido
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
CODA
Siguiente Libro
Siguiente Libro
Sobre la Autora
Sinopsis
Bienvenido a la Guarida...
Se necesitan seis minutos para hacer un trabajo...
Kyrnon "Celt" Murphy es uno de los mejores ladrones del mundo.
Después de todo, su infancia transcurrió en una caravana de viajeros
irlandeses que le enseñó todo lo que sabe.
Entrar.
Salir.
Sin testigos.
Cuando su última tarea, una que ni siquiera los mejores ladrones
pudieron llevar a cabo, lo pone en contacto con una chica que despierta
una parte de sí que hace mucho creía muerta, Kyrnon se muestra reacio
alejarse.
Pero en su oficio, los testigos significaban consecuencias...
Y a veces esas consecuencias significaban la muerte...
Capítulo 1
Mierda.
Era raro que Amber Lacey estuviera tan borracha como para tomar
decisiones imprudentes, pero al voltearse en la cama con dosel, con los ojos
todavía borrosos por el sueño, el cuerpo a su lado le hizo saber
inmediatamente que se había equivocado. No importaba el penetrante
dolor de cabeza que amenazaba con abrirle el cráneo, o incluso las
náuseas revoloteando en su estómago, estaba más preocupada por el
hecho de haberse acostado con su ex novio que por la resaca que le iba a
patear el culo todo el día.
Algo que legítimamente se merecía después de esto.
También resultó ser el mismo ex novio que la había engañado con su
prima, y luego comenzó a salir con esa prima justo después de...
Sí. Era una idiota.
Sin saber si su necesidad de vomitar provenía del alcohol, o
simplemente de estar en la misma cama que Rob, Amber se deslizó
cuidadosamente por debajo de las sábanas, buscando frenéticamente su
ropa en el piso, queriendo salir de allí lo más rápido posible.
Estúpida. Estúpida. Estúpida.
Había dos cosas que se había prometido a sí misma dos años atrás
cuando encontró a Rob con Piper.
Primero, sin importar lo difícil que fuera, no llamaría a sus padres
pidiendo dinero. En ese momento, Rob la había estado ayudando con el
alquiler, (había dicho que era su deber como su hombre), pero una vez que
estuvo fuera de escena, definitivamente ya no era una opción. Como
estudiante de arte, no habría muchas posiciones de trabajo en su campo
que fueran muy lucrativas, al menos no de inmediato. Y a pesar de vender
parte de su propio trabajo (también se presentaba en algunas exhibiciones
en las galerías de la ciudad), seguía sin generar lo suficiente para vivir,
especialmente en una ciudad tan cara como Manhattan.
Afortunadamente para ella, su profesor de historia del arte, Remus
Tolbert, la ayudó a conseguir un puesto como curadora en una galería de
propiedad privada en el Village. Hasta ahora, era todo lo que necesitaba
para mantener las facturas al día, incluso si no estaba completamente
satisfecha.
Y segundo, y esto era lo más importante, nunca volvería a hablar con
Rob.
Decir que le había roto el corazón era una subestimación. Peor aún,
había sido ella quien los atrapó juntos, en su cama, después de regresar a
casa antes de un viaje a California para ver a su familia.
No había sentido ira al verlos juntos.
No, eso vino después.
La emoción que la había consumido era algo completamente
diferente. Nunca antes había experimentado algo así, y después de
despertarse días después con un dolor en el pecho como si su corazón
estuviera tratando de explotar, esperaba no volverlo a vivir nunca más.
Pero eso fue hace más de tres años, cuando todavía vivía en la casa
de piedra con su compañera de cuarto, Lauren. No mentiría y diría que ya
no sentía una punzada en el pecho cuando los veía juntos, era difícil evitar
a su ex cuando estaba saliendo con su prima, incluso cuando intentaba con
fuerza, pero había seguido adelante.
O al menos eso pensaba.
Despertar en su cama no le daba mucho crédito.
Cayendo de rodillas, escudriñó el suelo, buscando su otro zapato
debajo de la cama como si hubiera sido pateado allí. Sosteniéndolo junto
con su compañero en vez de ponérselos, intentó salir de la habitación, pero
se congeló cuando oyó que Rob se movía. Desafiando a echar un vistazo,
esperaba que todavía estuviera dormido y simplemente se estuviera
moviendo para acomodarse más, pero desafortunadamente para ella, su
mirada adormilada estaba clavada directamente en su rostro.
—¿Qué hora es? —Miró el reloj, respondiendo a su propia pregunta, y
luego de vuelta a ella—. No tienes que irte. Podemos…
—Esto fue un error. —Amber estaba más que un poco agradecida de
que su voz no flaqueara a pesar de la forma en que se sentía—. No estoy
segura de cómo llegamos exactamente aquí, pero no volverá a suceder.
Pasándose la mano por el cabello desordenado para apartarlo de su
rostro, pareció pensativo por un momento, luego entendió.
—Piper y yo... estamos tomando un descanso, ¿recuerdas? Te lo dije
anoche.
No odiaba a Piper, a pesar de que su prima le daba todas las razones
para hacerlo, así que, el que estuvieran o no “tomando un descanso”, no la
hacía sentir mejor. Para ella, un descanso todavía significaba que estaban
en una relación, pero estaban pasando por un mal momento.
Entonces, ahora, Amber había hecho lo mismo que le habían hecho
a ella.
Genial, definitivamente iba a vomitar.
—No importa, Rob. Aun así esto no debería haber sucedido. —Girando
el pomo de la puerta, la abrió—. Finjamos que no pasó, ¿de acuerdo?
—No tuvimos sexo, si eso es lo que estás pensando —dijo Rob
rápidamente.
Gracias a Dios por los pequeños favores.
—Aún mejor. Hagamos como que nunca estuve aquí.
—Amber, espera.
Por qué eligió quedarse allí y escuchar lo que tenía que decir, no lo
sabía.
—¿Qué pasa, Rob?
Se quitó las mantas de las piernas y se acercó a ella vistiendo solo unos
bóxeres; ella no se había dado cuenta de cuánto odiaba los bóxeres hasta
que se separaron. Cuando él tomó su mano, inmediatamente dio unos
pasos hacia atrás.
—Hay algo de lo que he tenido la intención de hablar contigo —
comenzó cuidadosamente, sus ojos escaneando su rostro—. Desde que
rompimos, he estado pensando que…
Ella sintonizó sus palabras mientras miraba boquiabierta su audacia.
No podría estar hablando en serio. No podía estar a punto de decir lo que
sabía que estaba en la punta de su lengua.
—Cometí un error —terminó apresuradamente, mirándola con una
expresión que le decía que esperaba alguna otra reacción que no fuera la
que estaba a punto de obtener.
—No hablas en serio…
Tal vez hace años, eso hubiera sido lo que esperaba escuchar, pero
ahora no. En aquel entonces, habría querido creer que había sido un error,
que todavía la amaba, y que todavía era la única persona con la que
quería estar. Lo habría perdonado, habría superado la indiscreción y
podrían haber continuado con sus vidas, incluso si se odiaba por ello.
Pero no, él la había humillado, y luego lo había empeorado saliendo
con Piper y presentándose en eventos familiares con ella como si nadie lo
notaría.
No, definitivamente no era un error.
—Esto, incluso si no pasó nada, fue un error, Robin —continuó Amber,
usando el nombre que sabía que odiaba—. Cualquier conversación que
tuvimos anoche, o la idea que tuve de hablar contigo, fue un error.
Engañarme con mi prima y quedarte con ella durante tanto tiempo no es
un error. Déjame en paz. No me llames.
Esta vez, no se entretuvo, ni siquiera cuando volvió a llamarla por su
nombre.
De vuelta a casa, Amber se restregó los vestigios de toda la noche en
la ducha, enjabonándose el cabello, sin querer pensar dónde había estado
y con quién había estado. Era mejor dejarlo como otro mal recuerdo.
Como solo eran las diez de la mañana y no tenía ningún plan para ese
día, tomó un par de aspirinas y comió un grasiento plato que había
comprado en su camino a casa. No había nada como la grasa y las calorías
para curar una resaca.
Amber pasaba los canales cuando sonó su teléfono. Dejando su
plato, esquivó las imponentes cajas que abrumaban su sala de estar,
tratando de dejar claro que no era lo primero en su lista de pendientes en
ese momento, y corrió hacia su teléfono antes de que dejara de sonar.
Casi temía que fuera Rob, pero después de revisar la identificación de
la persona que llamaba, se alegró de descubrir que solo era su jefe.
—Sí, cariño —dijo Elliot con un gran aire después de que ella
respondió—. ¿Esperaba que pudieras venir hoy?
Elliot Hamilton III era el propietario de la Galería de Arte Cedar,
llamada así por sus suelos de madera personalizados con diseños intrincados
pero sutiles tallados en la madera. Era un comprador y coleccionista de
obras de arte, y más importante, el jefe de Amber. No era un hombre con
quien fuera difícil trabajar, a pesar de que requería casi la perfección en la
mayoría de las cosas, pero era bastante exigente con su tiempo.
Habían pasado unos tres meses desde haber llevado consigo algunas
de sus propias piezas para que las examinara, con la esperanza de que se
interesara en exhibirlas en el siguiente show de “Nuevos artistas” que
tendrían unos días más tarde.
Después de su aceptación, lo que la había sorprendido considerando
su reputación, le había preguntado sobre sus habilidades técnicas y luego
la había puesto a prueba para ver qué podía hacer. Antes del Art Institute,
había estudiado en otras escuelas de arte, algunas de las mejores del país,
ya que su padre podía permitirse enviarla allí.
Y una vez que pasó su examen, además de su trabajo en la galería,
trabajaba con él personalmente restaurando las pinturas que sus clientes le
confiaban para que les devolviera la vida.
Al principio, se sorprendió de su confianza en ella con algo tan
invaluable. La restauración de arte era una tarea abrumadora. Requería ojo
para los detalles, conocimiento de la época en la que se creó la pintura, y
lo más importante, la mezcla correcta de pintura y lienzo. Amber conocía a
algunos artistas que habían practicado y estudiado durante más de cuatro
décadas, por lo que era un honor que se le asignara la tarea.
Y además, siempre había una bonificación para ella cuando
terminaba una pieza.
Echando un vistazo alrededor, Amber contempló si tenía ganas de ir,
especialmente con el dolor de cabeza que ahora era más un dolor sordo.
—Solo necesito que mires una pintura que trajo un buen amigo mío,
un favor personal, debería decir —continuó cuando ella se quedó callada—
. Es un original, y quiero que solo los pocos en los que puedo confiar lo vean
de antemano.
Amber rodó sus ojos, ya se dirigía hacia su armario a buscar algo para
ponerse. Si había una cosa en la que Elliot era bueno, era besarle el culo a
quien fuera para obtener lo que quería.
—Claro, estaré allí tan pronto como pueda.
—Gracias muñeca.
De inmediato colgó antes de que pudiera decir una palabra más.
No quería nada más que ponerse un par de pantalones de chándal,
una camiseta suelta y un par de zapatillas de deporte, pero incluso si no
estaba trabajando oficialmente, Elliot siempre esperaba que todos se
vistieran como profesionales o se vistieran como si acabaran de bajar de
una pasarela, no había intermedios.
Tenía una imagen que mantener después de todo.
Nueva York era conocida por su moda, pero SoHo, donde se
encontraba Cedar, era el hogar de una gran cantidad de celebridades y
miembros de élite de la sociedad, y la única forma en que la galería podía
sobrevivir era mantenerse al día.
Finalmente, se decidió por un par de jeans negros con un corte en
ambas rodillas, una blusa blanca floja que se colgaba un poco en la parte
delantera, junto con una camisa escocesa de gran tamaño atada a su
cintura y un par de zapatos negro mate Doc Marten. Agarró su bolso, arrojó
todo lo que necesitaba y salió por la puerta.
Su apartamento estaba a solo unas pocas cuadras de la estación
Canal, pero en el tiempo que la había llevado prepararse, las nubes habían
rodado, oscureciendo el cielo hermoso una vez. Tan pronto como se formó
ese pensamiento, las primeras gotas de lluvia salpicaron su rostro, y antes de
saberlo, los cielos se estaban abriendo.
Recorrió la última cuadra, contenta de no haberse mojado
demasiado en su carrera por la calle, o habría lucido como si estuviera
compitiendo en un concurso de camisetas mojadas. Dirigiéndose a la
estación, deslizó su tarjeta de metro, caminando a través del torniquete tipo
jaula. Su tren ya estaba abordando, y cuando se apresuró a cruzar la
plataforma, pudo escuchar los pitidos y ver las luces rojas parpadeando,
indicando que las puertas se estaban cerrando.
Antes de siquiera tener la oportunidad de maldecir su mala suerte, una
mano bastante grande se extendió frente a ella, enganchó una de sus
presillas y la jaló segundos antes de que las puertas se cerraran a su espalda.
Ella tropezó cuando el tren comenzó a moverse, sus zapatos chirriando
con el movimiento. Extendiendo sus manos, trató de enderezarse sin golpear
al tipo que la había ayudado, no es que pudiera, pronto se dio cuenta. Él
parecía hecho de piedra.
Preparada para agradecerle o agradecerle a su pecho, dado que
eso era lo que estaba directamente frente a su rostro, en el momento en
que inclinó la cabeza para mirarlo mejor, se quedó sin aliento.
No solo porque fuera atractivo, definitivamente lo era, sino porque
parecía tan familiar. No era por Rob; Rob era muy selectivo con los círculos
en los que se desenvolvía. Eran los mismos círculos en los que ella había
intentado encajar tan desesperadamente, pero nunca se relacionaron con
alguien tan... desaliñado.
Y este extraño era definitivamente eso.
Sus ojos eran una mezcla perfecta de verdes y amarillos, manchas de
plata cerca de las pupilas, iluminándolas con un tono aún más claro de
verde. Cómo unos ojos tan pálidos podían parecer cálidos, no lo sabía, pero
lo eran. También tenía una barba completa, una que era de color castaño
oscuro, algunas sombras más claras que su cabello más oscuro.
Amber se dio cuenta, casi tardíamente, de que todavía estaba
presionada contra él, con las manos apoyadas en los firmes planos de su
estómago, e incluso si el tren no estaba tan lleno, todavía había suficiente
espacio para que pudiera pararse sola.
Pero le gustaba estar donde estaba.
Incluso con la camisa alrededor de su cintura, todavía podía sentir el
calor de la palma de él en la parte baja de su espalda.
Dejando caer sus manos, retrocedió un poco.
—Gracias.
Su sonrisa era fácil, amistosa, incluso cuando sus ojos la recorrieron
descaradamente.
—No molestas en absoluto.
No podría retener su sonrisa aunque quisiera. Su acento era un sueño
para escuchar. Era caviloso, y tenía una cualidad casi humeante.
Irlandés. Definitivamente era irlandés.
Cuando volvió la cabeza, mirando algo a lo lejos, ella discretamente
lo miró. Él, como ella, no estaba especialmente vestido para este clima, solo
llevaba una camiseta gris de punto suave, jeans oscuros que parecían
hechos a medida, y botas que parecían haber visto días mejores.
Había dos gruesas bandas negras tatuadas alrededor de su antebrazo
derecho, el único tatuaje que podía ver, si es que tenía otros. Los nudillos de
una mano se cerraban con seguridad alrededor del poste de metal a la
izquierda de ella, mientras los nudillos de la mano con la que había estado
sujetándola estaban llenos de cicatrices, como si hubiera estado en una
serie de peleas durante toda su vida.
Si su parada no estuviera a solo unos pocos minutos, habría tenido la
tentación de iniciar una conversación con él, tal vez incluso conseguir su
nombre, pero decidió no hacerlo, bajándose del tren cuando las puertas se
abrieron en la siguiente estación.
No necesitaba tomar otra mala decisión.
Pero en el último minuto, incapaz de aguantarse, miró hacia atrás por
última vez, sonriendo cuando encontró su mirada en ella. Atrapado, él le dio
una sonrisa encantadoramente torcida, y ni siquiera se molestó en parecer
avergonzado de haber sido atrapado mirándole el culo.
Hombres.
Negando con la cabeza, Amber se dirigió a la bulliciosa acera,
contenta de que la lluvia se hubiera aligerado en el poco tiempo que duró
el viaje en tren. Cedar apareció a la vista con bastante rapidez, y cuando
entró, Elliot ya estaba en el salón, instruyendo a los agentes sobre dónde
llevar varias cajas que estaban rodando.
Elliot estaba en sus treinta, con la mala fortuna de tener una línea de
cabello que retrocedía, incluso a su corta edad. Lo solucionaba usando un
tupé de aspecto bastante natural. Hacía ejercicio al menos cinco veces a
la semana y se esforzaba por comprar al menos un nuevo traje cada dos
semanas. Se preocupaba más por su apariencia que la mayoría de su
personal femenino.
Hoy no era diferente.
Llevaba uno de sus trajes, uno que era demasiado ceñido, y
mocasines negros brillantes. Al notarla, desplegó una sonrisa.
—¡Amber! Te ves hermosa como siempre. —Le besó ambas mejillas sin
tocarla—. Y me encanta lo que has hecho con tu cabello.
Por mucho tiempo, ella se había decolorado el cabello, dejando rubia
su melena rizada, aunque mantenía las raíces oscuras, sin embargo, dos
noches atrás, había decidido volver a teñirla.
—Ven aquí atrás, hay alguien que quiero que conozcas.
Saludando brevemente con la mano a Tabitha, una de las otras
chicas del piso de la que se había vuelto cercana durante su tiempo en la
galería, Amber siguió a Elliot hacia la habitación de atrás y esperó mientras
abría la puerta con la llave que llevaba en una delicada cadena al cuello.
Esta habitación en particular tenía control climático y se usaba
específicamente para almacenar algunas de las obras más destacadas de
la galería mientras no estaban en exhibición.
Ya había alguien en la habitación, de pie junto a una pintura cubierta
de lona, con un teléfono en la mano. Cuando entraron, se giró ligeramente,
lo suficiente como para ver su perfil antes de enfrentarlos por completo.
—Ah, Gabriel —anunció Elliot una vez que estuvieron cerca—. Esta es
la artista de la que te estaba hablando. Amber, conoce a Gabriel Monte.
Tenía una sonrisa amplia y encantadora con ojos oscuros que
parecían no perder nada. Su cabello era en su mayoría negro con algunas
rayas de plata en todo, y mientras que Elliot actuaba con superioridad, este
hombre lo irradiaba. Era casi incómodo estar en su presencia.
—Amber, es un verdadero placer conocerte. He oído grandes cosas.
Sonriendo cortésmente, aceptó la mano que le ofreció, soltándola un
segundo después.
—También para mí es un placer conocerlo, Sr. Monte.
—Gabriel, por favor.
Aclarándose la garganta suavemente, Elliot habló.
—Gabriel tiene una petición especial, una que le gustaría hacerte a
ti…
Gabriel lo interrumpió.
—Un asociado mío me ha pedido que realice una subasta por una
pintura de su colección privada. Dada la historia de la pintura... él está un
poco preocupado de que, si alguien sabe que se está vendiendo, exista
una gran posibilidad de que intenten robarla.
Amber podría no haber sabido qué pintura se ocultaba debajo de la
cubierta, pero si requería este tipo de misterio y discurso, probablemente
valía más de lo que ella podría especular. Los robos de arte eran comunes
en todo el mundo, especialmente si el artista era bien conocido. Algunas
pinturas valían unos cuantos millones al margen de su valor nominal, y esas
mismas podían venderse por mucho más en el mercado negro.
—Pensé que era mejor que alguien entrara —dijo Gabriel, sacando a
Amber de sus pensamientos—, y creara una réplica de la pintura para mayor
seguridad. Una vez que comience la subasta, nadie podrá decir cuál de las
dos pinturas es la auténtica y, por lo tanto, disminuirán las posibilidades de
que sea robada.
Esa era en realidad una idea bastante brillante, aunque Amber no
expresó ese pensamiento en voz alta.
—Elliot me dice que eres una de los mejores que ha visto, y que eres
más que capaz para el trabajo.
Amber miró a su jefe sorprendida. Ella era buena, había trabajado lo
suficiente como para describirse a sí misma como tal, pero obviamente Elliot
confiaba mucho más en ella de lo que hubiera pensado.
—Por supuesto, antes de que podamos analizar algo más, le pediría
que firme este acuerdo de confidencialidad. Es solo una formalidad —se
apresuró a explicar cuando frunció el ceño—, para asegurar a mi cliente
que solo aquellos que están directamente involucrados en su venta saben
de su paradero.
—Por supuesto —respondió ella, aunque todavía no estaba segura de
que fuera absolutamente necesario, pero solo la hizo sentir más curiosidad
por lo que colgaba debajo de la tela.
Gabriel sacó una hoja doblada del bolsillo del pecho de su traje, junto
con un bolígrafo, abriéndola para que ella la firmara. Después de una breve
vacilación, lo hizo, garabateando cuidadosamente su firma a lo largo de la
línea punteada en la parte inferior después de que terminó de escanear lo
que decía.
—Muy bien. Echemos un vistazo, ¿de acuerdo?
Envolviendo dedos gruesos, pero bien cuidados, alrededor del borde
de la sábana, Gabriel levantó la tela, dejándola caer al suelo cuando
develó la pintura.
Amber parpadeó una vez, luego parpadeó nuevamente, tratando
de asegurarse de que estaba viendo correctamente, porque si no se
equivocaba, esta obra de arte no era una que se había visto en público
durante los últimos veinte años, al menos.
Ella había estudiado esta misma pintura cuando todavía estaba en la
escuela. Mientras que el origen de la pintura había comenzado en
Alemania, en última instancia, la había comprado una familia que había
elegido permanecer en el anonimato, aunque la prestaban a museos para
mostrarla, pero después de unos años, por la razón que fuera, la pintura
había sido dada por perdida, o vendida en una subasta privada.
Mientras la examinaba, observando cada detalle que podía, desde
los tonos de negro y gris utilizados en el arte real, hasta el marco dorado en
el que entraba, Amber se preguntó si esta pintura en particular había sido
robada.
Eso explicaría el acuerdo de confidencialidad que le habían obligado
a firmar.
L'amant Flétrie era como se llamaba, The Withered Lover, bautizada
así por la mujer que aparecía en ella, pintada en tonos fríos de gris, negro y
blanco. La persona estaba sentada en una silla solitaria, la habitación
alrededor de ella estéril y sin vida, mientras miraba por la ventana, aunque
no había nada allí. Solo se podía ver el perfil de su rostro, mostrando una piel
con cicatrices meticulosamente detallado.
Era hermoso e inquietante.
Incluso si las circunstancias que la habían puesto en contacto con ella
eran incompletas en el mejor de los casos, Amber estaba agradecida de
haber estado cerca de algo de esta magnitud.
No tuvo que expresar en voz alta su admiración al verlo, no en una
habitación con ellos dos. Ambos entendían su valor, tal vez incluso un poco
más que ella.
—¿Les gustaría que hiciera una réplica de esto? —preguntó Amber,
sin dejar de mirarla.
—Sí. Incomparable. Después de revisar un poco de tu trabajo con
Elliot, estoy seguro de que eres más que capaz de cumplir con nuestras
expectativas.
Asintiendo, Amber dijo:
—Tendré que encontrar suministros, la pintura y el lienzo adecuados
para...
—No te preocupes, ya lo cubrimos. Solo hazle saber a Elliot todo lo que
necesites, y me aseguraré de que lo tengas.
—Me encantaría. —La sola experiencia en solitario la beneficiaría a
largo plazo... incluso si nunca pudiera contarle a nadie sobre el trabajo.
—Solo para recalcar, esperamos que sean idénticos en todos los
sentidos, así que no dejes ninguna firma personal que lo declare diferente al
original.
Aunque no estaba del todo cómoda con la idea, asintió y dijo:
—Entiendo.
—Excelente. La subasta se realiza en tres semanas, estamos...
—Lo siento, ¿tres semanas? No puedo garantizar que estará listo en
tan poco tiempo. —Amber miró a su jefe. Como él era quien le asignaba las
horas, realmente tenía la última palabra en cuanto a si ella tendría tiempo
o no para trabajar en la galería y terminar la pintura.
—Elliot y yo ya lo hemos hablado —dijo Gabriel atrayendo su atención
hacia él—. Te dará el tiempo libre para completarlo. Por supuesto, serás
compensada por tu tiempo. Veinte mil dólares. La mitad ahora, y la otra
mitad una vez que la pintura esté terminada y entregada.
Tomó todo dentro de ella no reaccionar ante el número que le habían
mencionado. Aunque el cuadro valía más de dos millones de dólares por si
solo, estaba segura de que pagarle veinte mil dólares todavía le resultaba
increíble.
Y aunque no le pagaban ni de cerca tanto por su propio trabajo,
todavía le darían más de lo que solían por sus habilidades.
—¿Crees que puedes manejar esto? —preguntó cuando ella no
respondió.
Sería una idiota por rechazarlo, o tal vez era una idiota por aceptarlo.
—Absolutamente.
—Excelente. —Metió la mano en el bolsillo de nuevo, esta vez
sacando una pequeña hoja de papel rectangular, su cheque—. Si tienes
alguna pregunta o inquietud, haz que Elliot se ponga en contacto conmigo.
Me pondré en contacto contigo dentro de unos días para asegurarme de
que todo esté bien yendo según lo programado.
Amber asintió de nuevo, casi sin palabras.
—Gracias.
Gabriel inclinó la cabeza, luego miró a Elliot.
—Un momento.
Mientras se alejaban, Amber tomó otro momento para mirar por
encima de la pintura, una lenta sonrisa se extendió por su rostro. En el mundo
del arte, esto no era tan simple como hacerle un favor a alguien, esto podría
abrirle puertas que no hubiera podido por sí misma.
Este era el descanso que había estado necesitando.
Y era a sí misma a quien tenía que agradecerle.
Capítulo 2
El líder de la manada de hombres levantó la mano para silenciar a los
demás, su mirada salvaje sobre el chico, sin desviarse nunca. El sudor le
pegaba la camiseta al pecho y tenía sangre en las manos. Si había una cosa
que permanecería marcada en la memoria del niño, era la fría indiferencia
en los ojos del hombre, como si las circunstancias en las que se encontraban
fueran algo cotidiano para él.
Pero lo eran, recordó el niño, pensando en su propio tiempo pasado
en el infierno que era este lugar.
No era frecuente que alguien tratara de escapar, no cuando las
consecuencias eran tan graves, pero cuando lo hacían, el castigo del
hombre era rápido y severo, un recordatorio para cualquiera que pensara
cometer el mismo error.
El destello de algo metálico atrapó la atención del chico, forzando su
mirada hacia la mano del hombre y lo que sostenía en ella. Un cuchillo, uno
que era compañero del hombre al igual que sus perros, un cuchillo que a
menudo tenía a mano por si alguna vez necesitaba usarlo.
Si el chico no había sentido miedo antes, lo sintió entonces, mirando
la hoja. Sacudiendo su cabeza con fuerza, sus luchas se renovaron mientras
trataba de liberarse de sus restricciones, esperando evitar lo inevitable.
Pero no tenía a dónde ir... y ahora que estaba atrapado en este lugar,
no podía recordar por qué había pensado que podría haber escapado.
Agarrando el cabello del chico en un puño, el hombre tiró, forzando
su vista a su cara. Con mucho cuidado —o deliberadamente— el hombre
llevó el cuchillo a la boca del niño, arrastrando la hoja, aunque no le rompió
la piel.
—No está tan mal aquí, ¿verdad? —preguntó el hombre mientras
fruncía el ceño—. Me ocupo de todo, ¿no? Solo necesitas pelear. ¿Es eso
tan difícil?
Con el cuchillo en la boca, el niño no podía hablar, incapaz de hacer
otra cosa que mirar fijamente a la locura.
—¿Qué tal si me das una sonrisa y te dejaré en paz, ¿eh? Pondremos
este día detrás de nosotros.
Esa solicitud parecía tan simple. El niño había sonreído incluso en el
peor de los dolores, sin duda podría manejar esto, pero el miedo se había
apoderado de él, y lo había congelado en su lugar.
—Vamos, danos una sonrisa —le dijo el hombre, ofreciendo una de los
suyas—. Solo quiero verte sonreír.
Pero cuando no pudo, el hombre perdió la suya, su humor fue
reemplazado por una emoción lo suficientemente oscura como para hacer
que la sangre del chico se enfriara.
Pero más que la forma en que lo miraba, eran las palabras que
pronunció a continuación.
Metiendo la mano en su bolsillo, el hombre negó.
—Pensé que ya habías aprendido. No le temes a la muerte, la abrazas.
—Su voz era fuerte y clara, atravesando la habitación, silenciando las
conversaciones silenciosas—. Y sé que si logras salir vivo de esta habitación,
el dolor es inevitable. Aprende a amarlo.
Golpeando sin previo aviso, el hombre rasgó la cara del niño con el
cuchillo, y abrió el otro lado también antes de que el niño sintiera el dolor de
la primera herida.
Pero cuando esa lenta agonía llegó, ahogándolo, el chico hizo todo
lo posible para no gritar, deseando mantener sus labios apretados,
pensando que eso ayudaría a detener la sangre que goteaba de su rostro.
No fue así.
Y en poco tiempo, el dolor se volvió demasiado para él y la
vocalización no pudo contenerse.
Mientras gritaba, la agonía empeoró cuando su rostro se sintió como
si se abriera.
Mientras gritaba, le suplicaba a su padre, a sus hermanos, a su madre
que lo ayudaran.
Mientras gritaba, aprendió a abrazar el dolor...
Despertando con un sobresalto, el pecho de Kyrnon Murphy se
sacudió con la fuerza de su respiración, tratando de calmar su acelerado
corazón. Pasando una mano por su rostro barbudo, sintiendo brevemente
las cicatrices del dolor desaparecido hacía mucho tiempo, se recostó con
un gemido, apartando los sudorosos mechones de su cabello de su cara.
Los terrores nocturnos lo atormentaban, obligándolo a revivir su
pasado en sus sueños cuando estaba más débil, y cada vez que se sentaba
en esa silla, todavía podía sentir el trozo de metal como si estuviera allí todo
de nuevo.
Había querido dejar de dormir a causa de ellos, acostumbrado a
obligarse a permanecer despierto durante días hasta que se desmayaba.
Pasar días sin dormir no era bueno para él, especialmente cuando su
ocupación requería que fuera agudo en todo momento, pero si eso
significaba evitar sus recuerdos durante al menos cuarenta y ocho horas,
continuaría haciéndolo hasta que no pudiera hacerlo nunca más.
Balanceando sus piernas sobre el costado de la cama, Kyrnon se puso
de pie, estirando sus extremidades con un crujido mientras se dirigía al baño
para tomar una ducha larga y muy necesaria.
Había estado inquieto la noche anterior, no estaba listo para regresar
a su desván vacío, pero no estaba de humor para lidiar con la política de
buscar un empleo, aunque ese plan había sido un desastre cuando recibió
la llamada telefónica a la mitad de la noche informándole de la reunión a
la que necesitaría asistir a la mañana siguiente.
Mientras tanto, se había perdido en O'halla, el cuadrilátero al que
corría cada dos semanas cuando estaba de humor para un pequeño
derramamiento de sangre. Nadie, a excepción de Red, sabía de su hobby,
y lo prefería de esa manera.
Especialmente con lo cerca que estaba O'halla de quién era Kyrnon
como persona.
Aunque solía ser un solitario de oficio, Kyrnon prefería estar rodeado
por otras personas, escuchando la charla de voces incesantes, o los gritos
de los hombres en dolor.
Pero después de su "muerte" hace casi siete años, no tenía muchas
opciones.
Frotándose, limpiando su cuerpo de la mugre y suciedad de O'halla
que formaba el piso secreto de un almacén que poseía en la ciudad, Kyrnon
volvió a salir y se vistió antes de dirigirse a la cocina, evitando todo hasta que
alcanzó la despensa.
Dentro, buscó detrás de un estante, presionando contra un panel
oculto en la pared, sacando un pequeño cuadrado de paneles de yeso.
Sintiendo el espacio ya que le era imposible ver, sacó su pistola favorita, una
Sig, y una caja de municiones. Cargando su arma, volvió a colocar la caja
dentro.
Aunque rara vez tenía a alguien en casa, al menos mientras él estaba
presente, y no era confiado por naturaleza, se preocupaba de mantener sus
cosas escondidas por si acaso.
Kyrnon no era nada si no práctico.
Tirando del tambor, se aseguró de que hubiera una bala en la cámara
antes de enfundar el arma. Tras ponerse las botas y atarse el chaleco, Kyrnon
salió por la puerta.
Al salir a la plataforma, las puertas del tren que tenía a su espalda se
cerraron y luego se alejaron con un zumbido, Kyrnon subió las escaleras
hacia la calle, con las manos en los bolsillos, mientras caminaba hacia el
lugar designado.
A diferencia de Z —el hombre que había reclutado, entrenado y
manejado a Kyrnon— el Kingmaker no siguió esa misma tradición.
Cuando llamó, y el hombre no hacía eso a menudo, se esperaba que
uno solo se presentara sin preguntar. A pesar de que había sido el nuevo
controlador por poco más de un año, el Kingmaker no había llamado a Celt
a excepción de en otra ocasión, y eso era solo disputarle a Red si no
aceptaba la reunión del Kingmaker.
Desde entonces, Kyrnon no había visto más de la Guarida además de
a Red el año pasado cuando necesitó ayuda con un hombre conocido solo
como Elias y la familia en Hell's Kitchen.
Y a diferencia de otros, Kyrnon estaba moderadamente feliz de ser
convocado. Al menos ahora tendría algo que ver consigo mismo.
Había una pizzería en la esquina de la 15 y Lexington, una de las
mejores de la ciudad, aunque Kyrnon no tenía ningún interés en visitar el
lugar. Incluso cuando el aroma celestial del queso mozzarella y la salsa de
tomate se filtraron por la puerta abierta, su atención había sido atrapada
por la Escalade negra y brillante estacionada.
Estaba en el lugar correcto.
Pero, si había algo sobre su controlador que no le gustaba, era lo
dramático que parecía el hombre.
No era que no entendiera la precaución. Demonios, constantemente
miraba por encima del hombro, paranoico porque una de las muchas
personas que se había cruzado durante su trabajo con la Guarida
finalmente lo había alcanzado. Entendía la necesidad de hacer eso.
La cosa era que no se molestara en darle una ubicación a Kyrnon
hasta una hora antes de la reunión.
Pero no era su lugar interrogar a los que estaban por encima de él.
Cuando firmó ese contrato, esencialmente entregando su vida hasta la
fecha final en la última página, había renunciado a su derecho a cuestionar
cualquier cosa.
Ahora que Z —y aun así, nadie sabía la verdad sobre lo que le había
sucedido al hombre— ya no estaba a cargo, Kyrnon deseaba que llegara
este último encuentro con el Kingmaker.
En el interior, una adolescente estaba sentada detrás de un podio,
con teléfono en mano mientras prestaba más atención a él que a la
repentina aparición de Kyrnon, incluso cuando la puerta sonó a su entrada.
Un par de metros más allá, una mujer mayor con ojos amables estaba
sentada sola, sonriendo a nada en particular, pero cuando se dio cuenta
de él, se levantó y le hizo señas para que la siguiera mientras se arrastraba
hacia la parte posterior del restaurante.
Los ventiladores de tamaño industrial casi ahogaban el sonido de las
máquinas que trabajaban en la cocina sofocante donde dos hombres
estaban preparados con armas, una mujer sentada y parecía tranquila a
pesar de lo que la rodeaba, y el Kingmaker estaba cerca mientras contaba
y empaquetaba el dinero.
Aunque miró la escena, Kyrnon no apartó la mirada del Kingmaker al
atraer la atención del hombre.
—Kyrnon, ¿o prefieres Celt? Es terriblemente difícil tratar de estar al día
con estas cosas —dijo el Kingmaker, solo lo suficientemente alto para ser
escuchado por el ruido en la habitación.
Temiendo su reacción —nunca reaccionaba bien cuando la gente
usaba su nombre— Kyrnon se limitó a decir:
—Celt.
—Bien entonces, Kyrnon. Vamos a tener una pequeña charla, ¿de
acuerdo?
Ahora, comenzaba a entender por qué Red odiaba tanto al hombre.
Pero a diferencia de su amigo, era mejor para ocultar sus emociones,
por lo tanto, incluso si Kingmaker lograra decir algo que lo ofendiera, no lo
mostraría de todos modos.
Dichosamente caminando hacia un lado, Kyrnon cruzó sus brazos
sobre su pecho y esperó a que pasara junto a él, luego lo siguió a una oficina
y cerró la puerta una vez que estuvo adentro. Sorprendentemente, el sonido
de los ventiladores era completamente silenciados dentro de la habitación.
—Ahora, como probablemente puedas imaginar, tengo un trabajo
para ti —dijo el Kingmaker mientras rodeaba el escritorio al otro lado de la
habitación y tomaba asiento. A juzgar por las fotos en la pared, la oficina
claramente no era suya, pero parecía bastante cómodo en el espacio—.
Hubo una pintura que una vez perteneció a mi familia por generaciones. Era
una cosa bastante grotesca y sombría, pero de todos modos era bastante
parcial eso.
Kyrnon ocultó bien su sorpresa. Según las historias que había
escuchado sobre su nuevo controlador, el hombre daba órdenes sin
comentarios, y si lo hacía, nunca era con adornos, sino con amenazas y
promesas de castigo si sus órdenes no se cumplían como había exigido.
El Kingmaker tamborileó con sus dedos sobre el escritorio, atrayendo
la atención de Kyrnon hacia la pequeña 'K' que estaba tatuada en su mano
en el espacio entre su pulgar y su dedo índice. Se preguntó brevemente si la
inicial era por su apodo o alguna otra cosa.
Pero como si pudiera sentir la mirada de Kyrnon sobre ella, apartó sus
manos de la vista.
—Hace unos tres años, la pintura fue cedida al Museo del
Cincuentenario en Bruselas. Ni siquiera una semana después, el museo fue
robado, pero lo único que robaron fue mi pintura. —Aplastó sus manos sobre
el escritorio, pareciendo perdido en el pasado mientras divagaba.
—Durante la mayor parte de los seis meses, traté de encontrar
responsables, o información sobre el robo, pero nada. Nadie sabía nada. Y
créeme cuando digo que la gente no quiere tener una respuesta para mí.
Antes de que pudiera decir algo más, Kyrnon hizo una pregunta por
su cuenta.
—¿Cómo se llamaba, tu pintura?
—L'amant Flétrie… The Withered Lover.
Dirigiendo su mente a su propio paradero en ese momento, Kyrnon se
tensó. Recordó aquella pintura —se había estado exhibiendo en una galería
que frecuentaba cuando había estado en Bruselas por la misma época.
Aunque no había estado en el país por más de unas pocas horas, el
Kingmaker podía pensarlo fácilmente.
—Oh, no te preocupes, Kyrnon —dijo el Kingmaker con una sonrisa—.
Sé que no eres responsable, estabas ocupado manejando ese trabajo con
el banquero, ¿no? Los hombres responsables, ya los he manejado
personalmente. Estás aquí ahora porque eres, francamente, uno de los
mejores en lo que haces.
—Correcto. —Kyrnon aclaró su garganta, rascándose el vello en su
mandíbula—. ¿Qué es exactamente lo que me estás pidiendo que robe?
¿Cuál es el trabajo?
—L'amant Flétrie —repitió el Kingmaker—. Verás, hace tres años,
cuando estaba arrancando las uñas de uno de los ladrones, no me dijo
quién lo contrató para el trabajo. Al final de todo esto, y esto continuó
durante horas, fíjate bien, ni él, ni su compañero, estaban dispuestos a
renunciar a quién los contrató. Sin embargo, su silencio me dijo algo que su
falta de palabras no: Temían a su jefe más de lo que me temían.
El tono del Kingmaker había cambiado, oscurecido, una rabia apenas
disimulada que coloreaba sus palabras.
—Incluso cuando les ofrecí la muerte a cambio del fin de su
sufrimiento, ellos permanecieron en silencio. Sin embargo, aunque tomó
algunos años, finalmente encontré al hombre responsable.
Elias.
Finalmente hizo clic. Ahora tenía sentido, por qué Kingmaker solo le
había pedido a Red que buscara un nombre y no hiciera nada más.
Obviamente, el hombre era capaz, había logrado eludir al Kingmaker
durante tres años. Kyrnon había sido testigo de ese día en el parque cuando
el hombre en cuestión había asesinado brutalmente a su socio debido a un
desaire que había cometido el hombre. Más impresionante fue cómo Elias
pudo limpiar la escena en menos de diez minutos.
Por el momento, no podía decidir quién sería el peor enemigo entre la
pareja.
—Si su arrogancia lo precede todavía está en duda, pero mi pintura
está en subasta algunas semanas aquí en Nueva York, aunque no sé dónde.
La ubicación es un secreto cuidadosamente guardado aparentemente.
Y tenía que ser una buena si todavía no lo sabía.
—¿Y quieres que lo recupere? —Esa palabra sonaba mucho mejor
que "robar"—. ¿No estaría marcada, teniendo en cuenta que ha sido
robada antes?
A Kyrnon no le importaba arriesgarse, ese era su trabajo. Después de
todo, pero a veces el mismo riesgo no valía la pena. Había aprendido de la
peor manera tratando de completar tareas imposibles, especialmente
cuando había tenido que escapar de una prisión en el sur de Sudán por
intentar contrabandear diamantes de sangre —que en realidad no eran
diamantes de sangre— del país.
—Digamos que el robo de la pintura nunca fue reportado, ni el
comisario del museo sintió la necesidad de informar a nadie de lo que había
sucedido allí, con la excepción de mí mismo, por supuesto.
Kyrnon sabía lo que eso significaba. O el curador estaba muerto, o le
habían pagado una gran suma de dinero para desaparecer.
—Entonces, sí, quiero que me devuelvas lo que me pertenece, pero
también necesito que averigües cómo llegó al país en primer lugar. Tengo
la buena idea de que después de los desagradables del mes pasado, Elias
no está actualmente en el país. Y teniendo en cuenta que tengo hombres
en todas partes, me sorprende que acabo de enterarme de su presencia
aquí.
—¿Y cuando me entere?
El Kingmaker lo miró, su mirada absorta.
—Mátalo. Lo que sea necesario. ¿Puedes hacer eso?
Kyrnon asintió.
—Lo veré hecho.
—Excelente. Supongo que aún recibes el pago en forma de oro.
A Kyrnon no le molestaban las transferencias electrónicas o los
portafolios llenos de efectivo, pero prefería aceptar el pago en forma de
joyas y oro. Había algo tangible al respecto, a diferencia de solo los números
en una pantalla.
Pero, también le gustaban las cosas brillantes.
—Sí.
—Tu pago esperará en la ubicación habitual de entrega. Por cierto...
—El Kingmaker sacó una hoja de papel doblada del bolsillo de sus
pantalones, deslizándola sobre el escritorio hacia él—. La galería, Cedar Art,
está en Greenwich Village. Sugiero que comiences allí.
Deslizando la nota en su bolsillo, Kyrnon asintió.
—¿Por qué aquí?
—Su dueño, Elliot Hamilton, recibió una llamada telefónica de un
hombre llamado Gabriel Monte. Para ti, él no es nadie, para hombres como
yo, él es un contrabandista. Capaz de mover casi cualquier cosa en un corto
período de tiempo. Estoy seguro de que puedes entender lo que quiero
decir sin tener que explicarlo.
Cuando se giraba para irse, el Kingmaker lo llamó.
—Ten cuidado donde pisas, Kyrnon. Las serpientes están muy bien
escondidas.
Sin saber lo que quería decir con eso, y sin preocuparse lo suficiente
por preguntar, hizo su salida.
Fue solo unos días después cuando finalmente pudo mirar la galería.
A primera vista, no había nada particularmente sobresaliente en la
Galería Cedar, o tal vez solo porque Kyrnon había estado en más de cien
galerías en su época.
El exterior estaba pintado de negro brillante, con letras doradas que
presentaban el nombre colgando sobre grandes ventanas que
proporcionaban una vista sin obstáculos del interior. Había una presentación
esta noche, si Kyrnon había leído el artículo en línea correctamente, y
aunque el espacio parecía pequeño por las pocas imágenes que había
visto, ya había al menos una docena de personas dentro, con algunos más
esperando entrar.
Bajándose de la moto, Kyrnon se quitó el casco, sujetándolo al
manubrio mientras volvía su atención hacia Cedar. Esta noche no estaba
especialmente vestido para la multitud —su conjunto habitual consistía en
jeans y franela a cuadros, aunque por la noche había cambiado la franela
por una camisa de chambray debajo de su chaqueta de cuero— pero
nadie parecía prestarle atención una vez subió a la acera y entró a la
galería.
El interior estaba muy iluminado, y por lo que pudo ver, había un área
a la derecha que reservada para el personal de espera, hileras de copas
llenas de champán casi ocupaban la totalidad de una mesa, aperitivos en
otra.
—¿Champagne, señor?
Agradeciendo en silencio al hombre, Kyrnon tomó una copa de su
bandeja, pero no bebió, nunca bebía en el trabajo. Regla setenta y siete. Si
quería hacer el trabajo sin ser atrapado, tenía que seguir sus reglas.
Había un arte para un gran robo, y Kyrnon era un maestro en eso.
Después de todo, algunos de los mejores le habían enseñado.
Primero, la seguridad.
Cada galería, o lugares en general, tenían su propio sistema de
seguridad, uno que creían era impenetrable. Algunos eran más fáciles que
otros para eludir, solo una cuestión de cortar la señal a ciertas cámaras o
láseres que no se podían ver a simple vista. A veces se trataba de cerrar por
completo el lugar, o en casos raros, para trabajos más grandes, hizo que
Winter, la pirata informático residente de la Guarida, ingresara al sistema y
lo apagara de manera remota.
Segundo, ubicación.
Un ladrón necesitaba saber qué estaban buscando y dónde. Si
tuvieran un modelo algo decente para guiarlos, sería bastante fácil elaborar
un plan de ataque y rutas de escape.
Pero todo eso no significaría nada sin la última pieza crucial, y esta
podría significar la diferencia entre el éxito y el fracaso.
El hombre interior.
Aunque no todos los trabajos requerían de ellos —Kyrnon había
completado unos cuantos sin ayuda— hacía las cosas un poco más
tranquilas cuando había alguien que podía proporcionar información que
de otro modo no podría tener en sus manos.
Y por lo que se veía, su hombre interior sería una de las numerosas
mujeres que trabajaban para Elliot, preferiblemente una que estuviera cerca
del hombre.
Fue en su exploración que la vio.
Incluso si no era su cabello lo que llamó su atención, definitivamente
habría sido el vestido. Aunque bastante conservador en el frente, lo
suficientemente bajo como para mostrar el delicado encanto que le
rodeaba el esbelto cuello, bajaba por detrás dejando al descubierto los
tatuajes que adornaban su espina dorsal.
Desde su posición, podía verla claramente, incluso con la distancia
que los separaba. Antes, no había podido apreciar completamente la vista,
pero ahora... ella era una belleza para mirar. Labios llenos y carnosos,
amplias curvas en las que quería poner en sus manos, y cálida piel dorada
que resaltaba las manchas leonadas en sus ojos.
Hermosa, había pensado cuando la vio apresurarse hacia el tren que
estaba a pocos minutos de arrancar, pero al verla ahora... la palabra no le
hacía justicia.
Kyrnon nunca se había preocupado demasiado por el ciclo lunar,
pero mientras seguía la luna creciente desde su posición en la nuca, la luna
llena justo en el centro de su espalda, y el borde de otra media luna donde
su vestido empezaba, se preocupó entonces.
Antes en el tren, de no haber estado en camino a la reunión con el
Kingmaker, con mucho gusto hubiera entablado una conversación y
hubiera encontrado la manera de llevarla de vuelta a su loft, pero asumió
que no la volvería a ver.
Kyrnon no era de los que creían en las coincidencias.
¿Cuál era la probabilidad de que ella estuviera en el mismo tren y en
la misma galería que él tenía la intención de explorar?
No dudó en acercarse, colocando su bebida intacta en una mesa
cercana.
Ella estaba parada frente a una pintura de Macgweyer, una de las
obras anteriores del hombre antes de descender a una vida de drogas y
libertinaje. Kyrnon estaba familiarizado con eso, estaba familiarizado con la
mayoría teniendo en cuenta su ocupación, incluso sabía que valía la pena
un centavo, pero en el momento, lo único que tenía su atención era la chica
a su izquierda.
—¿Te gusta entonces, el Macgweyer?
Girando, una sonrisa ya estaba en sus labios, pero cuando se dio
cuenta de quién le hablaba, sus ojos se abrieron un poco, las comisuras de
su boca aparecieron más allá.
—Es una de mis favoritas. Gracias, por cierto. No creo que haya tenido
la oportunidad de decir eso.
—No hay problema.
—Tu nombre...
Vaciló un momento, pensando en su respuesta. No muchos sabían su
nombre, la mayoría lo llamaba por su apodo. Incluso cuando conocía a
alguien nuevo, generalmente ofrecía lo mismo.
Pero para ella, se encontró diciendo:
—Kyrnon Murphy.
—Amber Lacey. Encantada de conocerte... otra vez, Kyrnon.
Le gustaba la forma en que ella decía su nombre. No era de Nueva
York, lo sabía por el tono casi lento con que hablaba, probablemente de la
costa oeste, aunque no había pasado mucho tiempo allí.
—Yo…
—Amber —interrumpió una pequeña mujer con un corte de
duendecillo, sonriendo, disculpándose con los dos—. Elliot te necesita por un
momento.
Kyrnon miró a Amber mientras lo miraba, separando los labios mientras
se preparaba para decir algo, pero él la golpeó.
—Estaré cerca.
Asintiendo una vez, desapareció con la chica, dejándolo para que la
observara, y la forma en que su trasero se balanceaba en ese vestido…
Durante todo el tiempo que podía recordar, Kyrnon ha preferido los
traseros.
Una vez que ella desapareció de la vista, continuó su camino,
tomando nota de los pocos proyectores láser en el techo alrededor de
ciertas piezas más caras. Pero a simple vista, podía ver fácilmente que si bien
lo que colgaba de las paredes era lo suficientemente decente, aún
carecían de comparación con L'amant Flétrie.
Esto no parecía el tipo de lugar donde alguien como Elias tendría la
pintura del Kingmaker. La mayoría de las transacciones en el mercado negro
se realizaban en lugares más apartados, donde podían controlar más
fácilmente el tráfico, y podían matar a la gente si era necesario.
Pero por alguna razón, Gabriel y Elliot habían hecho contacto.
Kyrnon aún necesitaba averiguar por qué.
Capítulo 3
Amber, había pasado los últimos días trabajando en The Withered
Lover, arreglando los lienzos, mezclando la pintura y haciendo todo lo más
organizado posible antes de agarrar un pincel.
Ese era su proceso.
Ayer, finalmente pudo comenzar, y al momento cuando el primer
trazo de su pincel cayó sobre el lienzo, se sintió como en casa. Todas las
preocupaciones de su maldición volaron por la ventana mientras dejaba
que el instinto la guiara. Horas más tarde, cuando ella terminaba por la
noche, había mirado los lienzos, uno junto al otro, solo había visto el más leve
rastro de gris más claro en el lienzo en el que estaba trabajando.
Para cualquier otra persona, podría haber parecido nada, pero no
para ella, podía ver en qué se convertiría, y qué lo completaría en última
instancia.
Sin embargo, esa tarde solo había podido trabajar en ello hasta las
cuatro de la tarde cuando uno de los movedores de Gabriel, como a Elliot
le gustaba llamarlos, vino a recuperar L'amant Flétrie por el día.
La pintura nunca se guardaba en el estudio, se quitaba cada vez que
ella terminaba de trabajar y volvían a traerla cada vez que entraba.
Amber no entendía la necesidad de todo eso, especialmente si nadie
sabía dónde estaba. Parecía demasiada molestia tener que llevarlo de un
lugar a otro cada día, pero una vez más, ella no sabía realmente quién era
el dueño, por lo que no podía decir si era paranoico, o la precaución era
necesaria.
Habría trabajado más tiempo si Elliot no hubiera estado exhibiendo,
esta vez una escultura cedida por una familia adinerada de Manhattan.
Pero en el proceso de su trabajo, se había olvidado por completo de
la exposición, y se dio cuenta tardíamente de que no tendría tiempo para
llegar a casa, cambiarse y regresar a tiempo para el evento.
Afortunadamente, el apartamento de Tabitha estaba al otro lado de la calle
del Cedar, y estaba más que dispuesta a dejar que Amber saqueara su
guardarropa para usar algo.
—Deberías ponerte ese —dijo Tabitha desde su lugar en el tocador,
aplicando cuidadosamente su delineador de ojos, mientras señalaba el
vestido del que estaba hablando, todavía envuelto en plástico de cualquier
tienda que lo había comprado.
Aunque no era rica de manera independiente, la riqueza era de su
padre, Amber no era ajena a la ropa de diseñador, pero eso no significaba
que estuviera dispuesta a gastar miles de dólares en un vestido que solo
podría usar una vez. Todo se trataba de comodidad para ella: jeans y
camisas sobre vestidos cualquier día; pero cuando estaba en el piso, Elliot
tenía la última palabra en lo que vestían.
Eso era lo que tenía el cabello naturalmente rizado con él en común,
hacía lo que quería, te gustara o no.
Sin embargo, funcionó a su favor.
Para cuando Tabitha y ella volvieron a Cedar, el personal preparaba
bandejas de comida, alineando copas llenas de champán en la mesa
delantera. Lentamente, durante la siguiente hora, la gente comenzó a
filtrarse hasta que hubo una multitud constante de personas.
Aunque la exposición había comenzado a las siete, y apenas eran las
ocho y media, Amber ya estaba hecha un desastre, incluso con la copa de
champán en la mano. No era solo por lo cansada que estaba, aunque ya
no podía decir que se sentía así, y no era porque fuera algo nuevo para ella.
Era debido al hombre con el que estaba hablando justo antes de que
Tabitha la hubiera apartado.
Kyrnon dijo que era su nombre, y aunque quisiera, no podría haberlo
olvidado, era el extraño del tren.
Desde la última vez que lo vio, se había aseado un poco. Su cabello
estaba recién cortado, su barba recortada ligeramente, pero no podía
haber confundido sus ojos verdes, o las líneas de risa en las esquinas de ellos.
Y a pesar de que ella llevaba tacones, aún se mantenía varios centímetros
más alto.
No era más que... una barbaridad de hombre.
—Finalmente. —dijo Elliot de prisa mientras agarraba la mano de
Amber, arrastrándola con él de regreso a su oficina. Mirando detrás de ellos
a Kyrnon, levantó un dedo, esperando que se quedara un momento como
él dijo.
—Tengo una blogger aquí esta noche para un artículo en una de esas
revistas —explicó Elliot con un giro de su mano—. Tengo invitados que trato
de entretener en este momento, así que ayúdala con lo que necesite.
Así era como solía ser. Elliot, a pesar de lo extravagante que podía ser
a veces, odiaba tener alguna prensa impresa sobre él. Cada vez que había
una exposición en la galería, Elliot usualmente hacía que una de las chicas
se hiciera cargo de ella.
—Ah, ahí estás —dijo Elliot, su tono cambió de uno de fastidio a dulce
en el lapso de un segundo—. Estoy terriblemente ocupado en este
momento, así que pediré a mi asistente, Amber, que te ayude con todo lo
que necesites.
La sonrisa que se extendía en el rostro de Amber se congeló en algo
más parecido a una mueca cuando vio exactamente quién era la blogger,
y que la mujer no había venido sola.
Piper y Rob.
¿Cuánto tiempo había logrado evitar a su prima? ¿Tres meses? ¿Más?
Pero por alguna razón, habían comenzado a encontrarse cada vez más,
para su enojo.
Y Rob... bueno, solo había pasado unos días desde la última vez que
lo vio, ¿y realmente tenía que ser el día en que tuvo que escabullirse de su
cama? Al verlos juntos, no pudo evitar pensar que cualquier tiempo en el
que estaban había terminado.
Tres años, y todavía se sentía como un golpe en el estómago cuando
los veía juntos.
Pero esa era la cosa.
Tres años no habían significado nada en el gran esquema de las cosas.
Claro, cuando ella había terminado con él por primera vez, tuvo su enojo
para concentrarse, pero eso duró tanto como le costó darse cuenta de que
realmente había elegido a alguien más que ella, alguien que debía ser de
su familia, su enojo se convirtió en tristeza.
Cuando ella se alejó de él el otro día, todavía creía que estaba por
encima de él y de la forma en que la lastimó. En aquel entonces, se había
sentido tan fácil seguir adelante, e incluso encontrar una noche para perder
la cabeza, pero eso no había durado mucho. Si ella fuera honesta, Rob lo
había significado todo durante los cinco años que pasaron juntos, y fue difícil
olvidar eso.
Claro, él minimizaría su trabajo un poco, haciéndola sentir que estaba
desperdiciando su vida persiguiendo un sueño, pero a pesar de eso, lo había
amado.
Y tal vez, incluso si no quería admitirlo a sí misma, una parte de ella aun
lo amaba.
Entonces, lo último que quería era tenerlos aquí, donde debía hablar
con los invitados y ser amigable.
Pero era una profesional y la hija de su madre, así que sabía cómo ser
cordial, pero Piper tenía una actitud desagradable y no tenía miedo de
mostrarla. La chica podría poner a prueba la paciencia de un santo.
Esta noche, de pie a su lado, Rob llevaba puesto un traje a medida,
los dos botones superiores de su camisa abiertos. Parecía incómodo parado
allí, incluso mientras la miraba audazmente.
Piper, por otro lado, parecía bastante complacida con su cabeza en
alto, usando un vestido rojo que se ajustaba a su figura y que
complementaba su cabello.
A decir verdad, Piper era todo lo que Amber no era. Pulida y en un
empleo que no hace que la gente pregunte: “pero ¿qué vas a hacer
cuando eso no funcione?” Clásicamente hermosa, Piper era exactamente
el tipo de mujer que Rob debería tener en su brazo, especialmente ya que
seguía trabajando en el ascenso de la firma de abogados en la que
trabajaba.
Amber, por otro lado, no era nada de eso.
Y aunque eran primas, sus padres eran hermanos, apenas se parecían.
Piper había heredado el cabello castaño rojizo de su linaje paterno y
también se parecía a su madre, la misma nariz de botón, baja estatura y piel
clara.
Amber, por otro lado, era una mezcla perfecta de sus dos padres: un
padre escocés y una madre nigeriana.
—Es tan bueno verte, Amber —dijo Piper con una sonrisa brillante, una
que no le tocó los ojos—. ¿Cuáles son las probabilidades de que tú trabajes
aquí?
No había necesidad de enfatizar la palabra, no cuando Amber sabía
exactamente qué estaba insinuando.
—Lo siento. No sabía que ustedes dos se conocieran —interrumpió
cortésmente Elliot.
—Oh, sí, —dijo Piper con un movimiento de la mano—. Somos familia.
Es lo que dicen, pensó Amber.
—Bueno, te dejo en buenas manos. Amber, búscame una vez que
hayas terminado.
Tan rápido como Elliot la había arrastrado, desaparecía de nuevo en
la multitud de invitados, dejando a Amber para tratar con ellos.
Afortunadamente, había una bandeja de bebidas esperando en una
mesa no muy lejos. Con poco cuidado de lo que pensaran, agarró una y se
tomó el contenido.
—Muy elegante, Amber. Parece que no ha cambiado mucho, ¿o sí?
Paciencia. Eso era lo que ella necesitaba. Ella podría manejar esto.
Ella podría.
—Si desean un recorrido, me complace llevarlos a uno —dijo Amber,
haciendo caso omiso de lo que Piper había dicho—. Si no, puedo encontrar
a alguien más para hacerlo.
Porque no quería ser considerada responsable de cualquier cosa que
le hiciera a Piper si se quedaba a su lado.
—Tal vez eso sería bueno...
Rob no tuvo la oportunidad de terminar su observación antes de que
Piper levantara una mano y lo silenciara.
—No, estamos bien contigo, gracias.
Solo su maldita suerte.
—Entonces, vamos... —Amber hizo un gesto a su alrededor, dejando
en claro que estaba lista para continuar con eso en lugar de quedarse de
pie y hablar; cuanto menos hablaba, mejor.
Pero Piper estaba de humor para charlar, al parecer.
—Me alegra que nos hayamos encontrado contigo. Quería ser la
primera en contarte las buenas noticias.
Rob sacudió la cabeza en su dirección, frunciendo los labios.
—Piper, no.
Hubo un destello en los ojos de Piper mientras lo miraba, una
advertencia tácita en su mirada, pero no importaba la objeción de Rob, iba
a hacer lo que quisiera.
—Estoy embarazada.
Amber fue cuidadosa, muy cuidadosa, para no mostrar una reacción,
sabiendo que eso era exactamente lo que Piper quería. Pero su mano
tembló ligeramente, sus nervios se deshilacharon de repente. Todavía podía
recordar el día en que ella y Rob habían hablado sobre tener hijos propios,
incluso sobre los nombres que elegirían, pero él dijo que no estaba
preparado para eso. Que aún no veía niños para ellos por el momento.
Solo más estupideces para agregar a la larga lista de sus mentiras.
—Estoy feliz por ti.
Estaba un poco sorprendida de que hubiera sido capaz de decir eso
con una cara seria. Amber no solía decir mentiras, pero cuando lo hacía,
era bastante obvio.
Tal vez ella estaba mejorando.
Piper se rio, una risa áspera y violenta que sonaba mucho más cruel
que divertida.
—¿Lo estás?
—¿Por qué no lo estaría? —Tenía tantas razones...
—Tal vez porque tratas de robarme a Rob.
... y definitivamente esa no era una de ellas.
—¿Es una broma?
—Te llamó el lunes por la noche y hablaste —dijo Piper, perdiendo la
calma.
Volviendo a pensar en el lunes, Amber ya estaba sacudiendo la
cabeza.
—Nunca hablamos por teléfono. ¿De qué estás hablando?
—No intentes engañarme. No soy idiota.
Bueno, eso era un tema de debate.
—No quiero a Rob. Estaría feliz si nunca los volviera a ver a ustedes dos.
Sin embargo, haces todo para hacer alarde de tu mierda en mi cara. No
me culpes de tus inseguridades a mí.
—Oh por favor. Como si tuviera alguna razón para sentirme
amenazada por ti.
Amber sonrió y dijo:
—¿Entonces por qué estamos teniendo esta conversación?
—Amber.
Se sobresaltó al oír a Kyrnon detrás de ella. En la siguiente respiración,
él estaba parado a su lado, una de sus manos subiendo por su espalda, las
puntas de sus dedos le subieron por su espina dorsal hasta la nuca,
dejándole la piel de gallina a su paso.
Y aunque no podía haber durado más de unos segundos, todavía
podía sentir su toque después de que él se apartó, haciendo que un
escalofrío se apoderara de ella.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Kyrnon mirando entre los tres,
haciendo que la pregunta sonara mucho mejor de lo que su tono decía.
—¿Quién eres? —le preguntó Rob a Kyrnon y, por la forma en que lo
hizo, como si la sola idea de que alguien estuviera parado a su lado fuera
extraño, todas las miradas se volvieron hacia él.
Reconoció el desafío en la voz de Rob, pero Kyrnon no cambió su
expresión en todo caso. Asintiendo con la cabeza en dirección a Amber,
dijo:
—Su amigo.
No fue lo que dijo lo que la hizo mirar en su dirección mientras decía
esas palabras, era la forma en que lo decía.
Como si realmente lo hubiera dicho en serio.
La mirada de Rob recorrió a Kyrnon de pies a cabeza y su disgusto
apareció.
—Incluso ella no se hundiría tan bajo.
Kyrnon silbó, un sonido corto y oscuro que hizo que un escalofrío
recorriera su columna. Pero no era miedo lo que sentía... definitivamente no
tenía miedo.
—A menudo la boca de un hombre le rompe la nariz. Sigue y mira lo
que mi puño te hará en la cara, boyo. Ahora termina lo que sea que viniste
a hacer y sigue tu camino.
***

A la mitad de la caminata de Amber alrededor de la galería,


recitando hechos que había memorizado para este tipo de cosas, y
dándole a Piper la oportunidad de tomar fotografías, su prima se había
agitado y se había ido, arrastrando a Rob a regañadientes detrás de ella.
Pudo haber sido porque Kyrnon se había quedado con ellos, silencioso
pero formidable, o porque Rob había estado malhumorado desde el
momento en que se unió a ellos.
Solo después de que Piper y Rob se hubieron ido y estuvieron solos
nuevamente, Kyrnon habló.
—¿Ex?
Haciendo una mueca, Amber lo miró y asintió.
—Y ella es mi prima.
Silbó, mirando hacia la salida de la que habían salido.
—Parece que convirtieron en mierda tu noche.
Una sorprendida explosión de risa se escapó de ella.
—¿Es tan obvio? Y gracias, una vez más, por ayudarme.
—Ni lo menciones. Pero no deberías dejar que te desgasten, cariño.
Déjame sacarte de aquí.
Ahora, ella sonrió.
—¿Ahora?
—Sí. Será bueno para ti.
—¿Qué tienes en mente?
—Desayunemos.
—¿Quieres salir a desayunar? —preguntó Amber dudosamente,
mirando su reloj para ver la hora—. Pero son casi las diez.
—Entonces es el momento perfecto.
Kyrnon extendió su mano, totalmente esperando que aceptara venir
con él. No era como si todavía la necesitaran en la galería, y definitivamente
no quería rechazar su oferta.
¿Qué es lo que realmente podía perder?
—Primero tengo que hablar con mi jefe; hacerle saber que me voy —
dijo Amber aunque tomó su mano por un momento, apretando
brevemente.
—Entonces ve a hacerlo.
Sorprendentemente, Elliot estaba demasiado ocupado con su
conversación como para hablar mucho mientras le explicaba que se iba
una vez que logro llegar hasta él. No trató de alejarlo, sino que simplemente
le hizo saber que ella le enviaría un mensaje más tarde sobre a qué hora
regresaría por la mañana para trabajar en la réplica.
Kyrnon la esperaba afuera, con un casco en las manos, medio
sentado en una motocicleta de aspecto impresionante estacionada en la
acera. Ella conocería una Harley cuando la viera, pero definitivamente no
era una de esas. Le recordó a las motocicletas de hace décadas.
—No estoy segura de que sea una buena idea con este vestido —
comentó Amber, obligándolo a apartar la vista de ella.
—Tonterías. —Su mirada bajó a sus piernas, la sonrisa apreciativa que
curvó sus labios haciéndola feliz de que su altura le proporcionara algo—.
¿Quién se va a quejar?
Sacudió un poco el casco, haciéndole señas para que se acercara, y
antes de que pudiera hablar por sí misma, estaba tratando de alcanzarla y
ponérselo. Balanceando una pierna sobre su motocicleta, se sentó en ella,
extendiendo una mano para ayudarla a trepar con cautela detrás de él.
No podía pensar en un momento en el que alguna vez había estado
más consciente de alguien.
Por la forma en que podía sentir los músculos de su espalda moverse
mientras conducía, o incluso la forma en que su duro abdomen parecía
flexionarse cada vez que una de sus manos se movía.
No había nada sobre Kyrnon Murphy que pudiera ser ignorado.
El viaje de Cedar al restaurante al que él la llevaba no fue largo, ni era
lo que había estado esperando una vez que llegaron, aunque estaba
contenta de que no lo fuera.
Durante la mayor parte de su vida, Amber había ido mal vestida para
cenas, eventos y cosas por el estilo, pero por primera vez en lo que parecían
años, estaba demasiado vestida para la cena, o debería decir el
restaurante, frente al que aparcó Kyrnon.
Starlight Diner era de la vieja escuela, un lugar parecía hecho de
aluminio, con letras de neón brillando en el costado. El interior rendía
homenaje a los años 50, con el diseño retro y las cabinas de vinilo rotas,
incluso una máquina de discos en una esquina.
Las pizarras colgaban del techo, mostrando con orgullo las
especialidades del día y el menú actual. Sobre la longitud del mostrador,
descansaban varios pasteles, exhibidos con pequeñas tarjetas dobladas
frente a ellos con el sabor garabateado en letra cursiva.
Kyrnon caminaba por delante a ella, sin soltar su mano, como si
pensara que podría escaparse. No parecía importarles que acabaran de
conocerse, al menos oficialmente unas horas antes, la sujetaba con una
familiaridad cómoda, como si se hubieran conocido mucho más que eso.
Amber no pudo decir que le importara.
Deslizándose en la cabina, se pasó una mano por el cabello,
haciendo que los mechones sobresalieran en espigas mientras apoyaba los
codos sobre la mesa que había entre ellos. Ella notó las bandas gemelas
negras que rodeaban su bíceps, y se preguntó brevemente si esos serían sus
únicos tatuajes. No dudaba que él ya hubiera visto el suyo, ya que se
mostraba abiertamente debido al corte del vestido.
El restaurante olía a grasa y salchichas fritas, pero por encima de todo,
había olor a jarabe de arce que flotaba pesadamente en el aire. Aunque
rara vez tenía tiempo para disfrutar de un gran desayuno debido a su
apretada agenda, era uno de sus favoritos.
—Entonces —dijo después de un momento, con los ojos verdes en
ella—. ¿Qué piensas?
¿Se refería a la apariencia de la cafetería? Porque a pesar de su
trabajo, y del atuendo que vestía, a ella no le importaban mucho las
apariencias, no es que hubiera algo malo con las que lo hicieron, siempre y
cuando no avergonzaran a nadie.
Pero para responder a su pregunta...
—No lo sé todavía, ni siquiera hemos ordenado.
A eso Kyrnon no respondió, pero ella creyó ver una sonrisa fantasma
antes de levantar la mano en el aire, haciendo un gesto a una camarera
del otro lado del restaurante, ocupada tomando la orden de un padre y su
hijo. Miró en su dirección con una sonrisa, levantando su dedo.
Estaba claro que la pareja se conocía por la forma fácil en que
interactuaban, y en el momento en que ella estuvo libre, la chica patinó
entre las mesas en su dirección, deteniéndose bruscamente justo antes de
ellos.
De cerca, estaba claro que la chica era exactamente eso, una niña,
no más de dieciséis años si Amber tenía que adivinar. También tenía unos
aparatos dentales que no tenía miedo que viera Kyrnon cuando sonreía.
—Ha pasado un tiempo, Celt. Má dice que saliste de la ciudad por un
tiempo.
¿Celt?
¿Era eso como un apodo? Tenía sentido, él era irlandés, pero ella aún
se preguntaba sobre la historia detrás de eso.
—Tuve un trabajo en el extranjero —le respondió—. ¿Dónde está
Mildred de todos modos?
—Atrás con Freddy. Donnie renunció la semana pasada.
Kyrnon negó con la cabeza.
—Le dije que el muchacho no duraría.
—Por supuesto que sí, porque lo sabes todo.
Amber sonrió, sin saber si estaba siendo sarcástica, o realmente
pensaba que Kyrnon sabía todo.
—Culo inteligente. Tierra, esta es Amber, mi encantadora cita. Amber,
conoce a…
—Su amiga hasta el final amargo. Eso es lo que me dijo una vez, pero
estoy pensando que ahora está arrepintiéndose de eso —dijo Tierra con una
sonrisa en su dirección.
Kyrnon sonrió.
—No dije nada por el estilo. Ella simplemente se aferró a mí como una
sanguijuela un día y no logro despegármela.
—Y afortunadamente para ti —dijo Tierra rápidamente—, no será esta
noche. ¿Qué puedo conseguirles?
Amber pidió agua con limón mientras Kyrnon tomaba té, pero cuando
llegó el momento de pedir la comida, les ordenó a ambos una "Explosión de
desayuno".
—Será lo mejor que hayas puesto en tu boca —dijo con un guiño
mientras Tierra patinaba, colocando sus menús en el soporte—.
Garantizado.
Negando con la cabeza, Amber giró la pajita en su bebida.
—Voy creerte.
—Así que... ¿quieres contarme sobre ellos?
Había pasado tanto tiempo desde que Amber había compartido esta
historia con alguien. Por lo que podía recordar, la última vez que había
acerca de su separación, al menos los detalles importantes, fue con su
madre, y eso fue solo porque ella preguntó después de verlos juntos. No
creyó que la lastimaría compartirla una vez más.
—Rob y yo estuvimos juntos durante cinco años antes de que todo se
fuera al infierno. Un fin de semana hace unos años, estaba visitando a mis
padres en California, pero terminé regresando antes. Los atrapé en mi cama
de todos los lugares.
—Infierno sangriento.
Amber se encogió de hombros como si no fuera gran cosa.
—Al principio estaba bien. Solo intenté centrarme en cualquier otra
cosa, luego lo extrañé, en realidad traté de convencerlo de por qué yo era
lo suficientemente buena para él.
Ahora esa admisión era algo que nunca le había confesado a nadie.
En ese momento, había estado en su punto más bajo. Deprimida tal vez, y
extrañando lo que solían tener. Pero tan rápido como se había hundido tan
bajo, ascendió y espabiló.
Esperaba pena de él, pero no había nada en la expresión de Kyrnon,
ni mucho menos.
—No deberías haber hecho eso. Si no podía ver lo que tenía parado
allí frente a él, el tipo es un idiota.
Amber casi sonrió.
—No necesitas decir eso.
—¿Necesitar decir eso? Lo digo si es verdad. Y créeme, lo es.
¿Qué podría decir ella sobre eso? Si no fuera por la sinceridad en su
tono, podría haber pensado que simplemente recitaba una línea, tratando
de bajar sus defensas, pero incluso con solo esta corta cantidad de tiempo
a su alrededor, no creía que fuera ese tipo de persona.
Su comida llegó poco después, ambos platos llenos de todo lo
imaginable. Sémola de maíz, croquetas de patata, huevos, tres tipos
diferentes de carne y unas crepas. Si bien no creía que fuera capaz de
terminarlo todo, definitivamente iba a intentarlo.
Mientras arrojaba ketchup sobre sus papas fritas, Amber las revolvió
mientras preguntaba:
—¿Es aquí donde te pregunto qué haces, Kyrnon?
—Realizo seguimiento de adquisiciones —dijo, mordiendo una tira de
tocino.
—¿Qué significa eso exactamente?
—Digamos que, si has perdido algo, puedo ayudarte a encontrarlo.
—¿Como un investigador privado?
—O un caza recompensas de cosas caras. La misma cosa.
—Eso suena interesante.
Era diferente a todo lo que había escuchado alguna vez, pero en esta
ciudad no era completamente irracional.
—¿Y tú? ¿Trabajas en esa galería?
Ella asintió, ignorando su cambio de tema.
—Sí, y pinto.
—Sé que eres buena en eso, tienes esa mirada sobre ti.
—¿Lo soy?
—Nadie mira el arte de la forma en que lo hiciste en Cedar, si no te
incursionas en él —dijo Kyrnon fácilmente.
La conversación con Kyrnon era fácil, incluso relajante, y mientras las
horas pasaban, Amber se dio cuenta de que ya no estaba cansada. Y ahora
viendo que no habían solo tropezado en la galería, sino que en realidad
sabía de diferentes artistas y sus obras, lo encontró aún más relajante. Había
un terreno en común.
Para cuando su comida se había terminado y la cafetería se había
vaciado de la mayoría de sus clientes y seguían allí, sentados uno frente al
otro. Amber descubrió que aún no estaba lista para irse. Estaba disfrutando
de su compañía, pero todavía tenía un trabajo que hacer, y con solo tres
semanas para hacerlo, necesitaba dormir un poco para poder
concentrarse en la mañana.
Como si pudiera leer sus pensamientos, metió la mano en su bolsillo,
sacó un par de billetes de veinte dólares y los dejó caer sobre la mesa.
—¿Lista?
Ella asintió, agarrando su chaqueta y tomando su mano cuando la
ofreció una vez más mientras se dirigían a la noche.
El viaje desde el restaurante a su apartamento había terminado
demasiado pronto, pero se bajó de su motocicleta a pesar de no querer
dejarlo.
Antes de que pudiera llegar lejos, sin embargo, él se metió la mano en
su bolsillo, sacó su teléfono y se lo entregó, todo antes de que incluso dijera:
—Dame tu número.
Sin proponérselo, una sonrisa floreció:
—¿Ni siquiera vas a pedirlo?
Con toda la arrogancia que un hombre podría poseer, él negó con la
cabeza.
—¿Cambiaría el resultado?
Sin molestarse en responder, Amber grabó su número antes de
devolverle el dispositivo. Después, comenzó a quitarse la chaqueta, pero él
negó con la cabeza.
—Devuélvela la próxima vez.
—¿La próxima vez? —lo cuestionó con una sonrisa.
Girando la llave, el motor de su motocicleta rugió a la vida.
Poniéndose el casco, Kyrnon le guiñó un ojo.
—O tal vez después de eso.
Capítulo 4
Estacionando su moto unas pocas cuadras más allá, Kyrnon se dirigió
al pub en la esquina, uno que había sido completamente destruido y
renovado después de que un incendio casi lo destruyera unos meses antes.
Aunque no había estado mucho en las últimas semanas, ya podía ver las
diferencias desde su primera aventura en The Parting Glass.
Aunque solo eran las doce y media de un martes, el lugar todavía
estaba lleno, todos los ojos en los televisores, dos exhibiendo partidos de
rugby y otro fútbol americano.
Lanzándose entre las mesas había una mujer con el cabello rojo
brillante y un bulto de bebé bastante prominente, gemelos, le había dicho
Red. Levantada sobre su hombro había una bandeja cubierta con cestas
de papas fritas y suficientes bebidas para hacerle saber que la cosa era muy
pesada.
—Vamos, se supone que no debes levantar nada —dijo Kyrnon
mientras la interceptaba, quitando fácilmente la carga de sus manos. Casi
de inmediato, sus hombros se hundieron de alivio.
—No pesaba tanto —dijo Reagan mientras volvía los ojos verdes hacia
él y se quitaba un mechón de pelo de la cara—. Puedo manejarlo, Celt.
No lo dudaba, especialmente dada su elección en un compañero.
—Correcto. ¿Dónde está Red?
Señaló hacia el bar donde el ruso estaba parado detrás, mezclando
bebidas y luciendo terriblemente fuera de lugar considerando lo que Kyrnon
sabía de qué era capaz.
—¿Alguna vez comenzarás a llamarlo por su nombre? —le preguntó
Reagan mientras le hacía un gesto para que la siguiera—. No es que no lo
sepas.
Era cierto, pero Red nunca había sido "Niklaus" para él, ni siquiera
después de su entrenamiento, ni después de haber aprendido el nombre del
hombre, aunque esa información había llegado años después.
Sus nombres, o al menos a los que respondían en el trabajo, eran tan
parte de sus identidades como sus nombres de nacimiento.
Y para algunos, como Red y Kyrnon, sus nombres estaban ligados a un
pasado que no querían recordar. Era mucho más fácil para él ser Celt, el
maestro ladrón, el mercenario a sueldo. ¿Pero "Kyrnon"? Ese nombre le
recordaba un momento en su vida que anhelaba escapar. No muchos
entendían el poder de un nombre, cómo una sola palabra podría infligir una
vida de emociones.
Le daría a su hermano de armas todo lo que pidiera, pero no eso.
Algunas cosas necesitaba guardarlas para sí mismo.
Y lo último que quería era la simpatía de alguien si supieran lo que llevó
a Kyrnon a la Guarida.
—Cierto —coincidió Kyrnon—, pero solo lo he conocido como Red.
Eso no va a cambiar.
Si ella aceptó su palabra, o tal vez Red le había explicado algunas
cosas, lo dejó así, caminando junto a él mientras le mostraba a qué mesas
pertenecía la comida. Terminado, colocó la bandeja en la parte superior de
la barra antes de sentarse en un taburete recién desocupado, sonriendo
cuando captó la atención de Red.
Golpeando con la mano el concreto pulido, Kyrnon preguntó:
—¿Qué tal una pinta de la cosa negra?
—Vete a la mierda.
En sus treinta y dos años de vida, Kyrnon no creía haber conocido a
alguien tan perpetuamente molesto como Red parecía estar. Era como si el
hombre hubiera nacido con una mala actitud, pero sabiendo por lo que
había pasado, y eso fue incluso antes del entrenamiento que Kyrnon le
había infligido, podía entenderlo.
Solo le tomó unos días antes de perder todo lo que le importaba,
incluida una vida a la que nunca podría volver. El resentimiento se había
infectado y crecido hasta que fue lo único que conocía. Pero Red
finalmente parecía haber hecho las paces con todo... incluso si no hubiera
ayudado a su actitud.
—Me llamaste aquí, ¿recuerdas? Si no fue por un trago, ¿qué
demonios quieres?
Red asintió hacia el pasillo.
—Solo soy el mensajero.
El humor fácil de Kyrnon desapareció.
—Si él quiere una reunión, podría haberme llamado directamente.
Eso era algo que Kyrnon no entendía sobre el Kingmaker. Tenía la
costumbre de llamar a uno de ellos para ponerse en contacto con otro solo
para transmitir su mensaje.
Kyrnon había entendido la necesidad de llamarlo cuando el hombre
había pedido una reunión con Red, no era como si el bastardo hosco
estuviera de acuerdo sin que Kyrnon hubiera intervenido.
¿Pero ahora? Ahora no lo entendía.
—No él.
—¿Quién…
—Por el amor de Dios, mujer. ¿Qué dije? —exigió Red, atrayendo la
atención de la mitad de los hombres sentados en el bar, pero tan rápido
como fue el foco, volvieron sus ojos hacia el juego.
Reagan, que había estado agarrando otra bandeja, sacando
cuidadosamente la comida de la ventana, hizo una pausa, sin molestarse
por la disposición hosca de Red.
—Alguien tiene que hacerlo.
—Entonces él lo hará —respondió Red, señalando al otro hombre
detrás de la barra, que parecía preferir estar en cualquier lugar menos allí—
. Que es lo que te dije la primera vez que agarraste esa maldita bandeja.
—¿Debes actuar como un imbécil? Al menos cuando me pongo
emocional, puedo echarle la culpa al embarazo. ¿Cuál es tu excusa?
En todo caso, eso solo lo empeoró.
—Idti,.. vete.
—No me órdenes, Niklaus —dijo Reagan con un resoplido—. Estoy
embarazada, no indefensa.
Dando una palmada en la barra, Red se inclinó hacia ella.
—Ahora.
Levantando las manos con frustración, ella hizo lo que le pidió, y se
paró detrás de la barra mientras lo miraba furiosa.
—¿Feliz?
Presionando un beso en su frente mientras se movía alrededor de ella,
dijo:
—Siempre.
Tan rápido como él había irritado sus nervios, su frustración
desapareció.
—Vamos, ella te está esperando.
¿Ella?
Kyrnon no tuvo la oportunidad de hablar antes de que Red se
separara de ella, se moviera a la esquina y le indicara que lo siguiera.
Con una sonrisa, Kyrnon gritó:
—Siempre es un placer, Reagan. —Mientras se dirigían hacia una
puerta cerrada en la parte trasera del pub, Kyrnon miró a su alrededor—.
¿Quién te está esperando?
—No a mí —dijo Red mientras giraba el pomo, abriendo la puerta.
—¿Quién es…
Solo hizo falta un cuchillo por el aire, la hoja incrustada en el objetivo
central del tablero al lado de la puerta para que Kyrnon supiera quién
estaba dentro de la habitación.
Calavera.
Una de la guarida, ella era tan mortal como hermosa. La mayoría la
subestimaba, Kyrnon también lo había hecho una vez hasta que ella le
mostró exactamente de lo que era capaz, porque era delgada de estatura,
incluso cuando era más alta que la mayoría de las mujeres de metro y
medio.
Pero a la mujer le gustaban los cuchillos y sabía cómo usarlos.
A diferencia de todos los que hicieron que los eligiera la Guarida,
Calavera la buscó voluntariamente. Sus razones eran las suyas, y como era
costumbre, nadie preguntó lo que ella no ofreció libremente.
Sin embargo, una cosa había quedado bastante clara una vez que
había acudido a la Guarida para recibir capacitación y asignación formal:
era una maestra en cuchillos y manipulación. Todos tenían sus
especialidades, pero su talento le daba acceso a lugares a los que no
podían acceder.
Girando sus cálidos ojos marrones hacia él, sus labios se arquearon en
las esquinas mientras cruzaba los pisos pulidos, envolviendo sus dedos
alrededor de la empuñadura de su cuchillo y dándole un tirón.
—Ha pasado un tiempo, Celt. ¿Dónde te has estado escondiendo?
A pesar de conocerse durante más de media década, Kyrnon no se
había quedado con Calavera durante un largo período de tiempo desde
sus días de entrenamiento. En los últimos años, solo la vio cuando uno u otro
estaba en una tarea y necesitaba ayuda, o simplemente estaban en la
misma ciudad al mismo tiempo.
Pero él definitivamente no la había visto desde que la palabra de la
muerte de Z corrió por los canales. Incluso si ella no lo demostraba, él sabía
que ella había tomado la muerte de Z duro, había sido bastante cercana a
él por lo que recordaba. Eso no significaba que los mercenarios que
llamaban casa a la Guarida no fueran cercanos (todos se tenían el uno al
otro), pero cada uno de ellos se había inclinado hacia el otro en su equipo,
su lealtad recaía primero en ellos y los demás en segundo lugar.
Kyrnon y Red.
Calavera y Skorpion.
Syn Y Winter, aunque Winter no estaba oficialmente bajo contrato, era
más fácil pensar en ella de esa manera.
Eran solo alguien en quien confiaban un poco más.
—Justo aquí —respondió Kyrnon mientras arrastraba a Calavera en un
abrazo rápido, desordenándole el cabello como lo había hecho desde que
era una adolescente—. Manteniéndome fuera de problemas. ¿Pensé que
odiaba la costa este?
Skorpion y ella, en realidad. Mientras Skorpion tenía un condominio en
la playa, pasando la mayor parte de sus mañanas tratando de atrapar esa
ola perfecta, Calavera se instaló en un departamento en la Franja de Las
Vegas. Rara vez se aventuraba tan al este, y si fuera sincero, casi sentía que
evitaba Nueva York por completo.
—No estaré aquí mucho tiempo —dijo, agradeciendo a Niklaus con
una sonrisa mientras le arrojaba una botella de Sprite de un mini refrigerador
contra la pared de la oficina—. El Kingmaker pidió una reunión.
No era raro, todos tenían trabajos al mismo tiempo, incluso se
solapaban de vez en cuando, pero nunca se les ordenaba ir a la misma
ciudad al mismo tiempo.
Y mientras pensaba en ello, Kyrnon también se preguntó qué hacía
que el Kingmaker eligiera las tareas que les asignaba. Por lo general, se les
pagaba una tarifa para herir, matar, robar o recuperar algo, pero solo había
enviado a Red tras de un nombre, y ahora Kyrnon trataba de encontrar una
pintura robada.
Parecía justo para él (se especializaba en el robo de arte) que le
asignaran el trabajo que tenía, aun así, todo esto se sentía personal,
demasiado personal en realidad.
Los vínculos personales eran un obstáculo.
Pero Kyrnon no tenía todas las respuestas.
Todavía no al menos, pero lo haría... sin importar cuánto tiempo
llevara.
—¿Qué piensas de él? —preguntó Kyrnon, dejándose caer en una de
las sillas.
Calavera saltó sobre la mesa, con botas de tacón de aguja
balanceándose mientras giraba la parte superior de su bebida.
—¿Del Kingmaker?
Kyrnon asintió.
—Él está bien.
—¿Es eso lo mejor que puedes hacer? —intervino Red, sacudiendo su
cabeza
—Me preguntaste mi opinión, yo la di. Además, él no es nuevo para
mí. Z-Zachariah —solo se trabó ligeramente con su nombre—, hablaba de él
a menudo.
—Y...
—¿Y?
—Por el amor de Dios —dijo Red con impaciencia.
Calavera se rio, aparentemente encantada ante su agitación.
—Hagan la pregunta que quieren que responda.
—¿Quién es el Kingmaker para ti? —preguntó Kyrnon, su voz baja y
controlada. Cuando Calavera lo miró sorprendida, se encogió de
hombros—. Cuando las personas hablan en círculos, están evitando. La
pregunta es, ¿qué hay de él que estás evitando?
—¿Te lo estás follando? —le preguntó Red. No había acusación en sus
palabras, ni disgusto a pesar de lo mucho que odiaba al hombre. Estaba
genuinamente curioso.
Ella se encogió.
—Por supuesto no. Él es mi cuñado.
Kyrnon dejó caer sus pies al suelo mientras miraba a Calavera con
sorpresa. Sin previo aviso, su mirada se posó en la mano que había envuelto
alrededor de la botella que sostenía. No había anillo, lo sabía, habría
recordado un detalle como ese, pero había un tatuaje en su dedo anular.
Una calavera de azúcar.
¿Era así como ella consiguió su nombre?
—¿Cuándo demonios te casaste?
—¿El Kingmaker tiene un hermano?
Ambas preguntas fueron hechas simultáneamente, esta última
proveniente de Red. Parecía más molesto por la posibilidad de que el
Kingmaker tuviera hermanos que lo que acababa de revelar.
—La respuesta a la primera no es importante. Pero a la segunda, su
familia es inmensa.
Algo estaba mal... podía verlo en la forma en que miraba más allá de
ellos mientras hablaba. Estaba siendo muy cuidadosa con sus palabras.
La pregunta era, ¿a quién intentaba proteger?
¿El hermano misterioso o al Kingmaker?
—¿Es por eso que no estás diciendo nada? —le preguntó Kyrnon—.
¿Proteges sus secretos?
—Solo prometí mantener la boca cerrada sobre uno de ellos... el otro
le debo una deuda.
Y Kyrnon podía adivinar a quién pertenecía cada una. Él entendía su
lealtad, incluso si eso lo frustraba.
—Pero —agregó—, puedo decirte que él nos posee.
—¿Qué? —preguntó Red, sacando un encendedor negro de su
bolsillo, abriendo y cerrando la tapa con un movimiento del pulgar—. ¿Qué
quieres decir con que nos posee?
—La Guarida, él la comenzó.
—Imposible —la interrumpió Kyrnon—. Z ha estado haciendo esto por
más de una década. ¿Quieres que crea que el Kingmaker comenzó esto
cuando tenía qué? ¿Diecinueve?
Calavera se encogió de hombros.
—Has visto de lo que es capaz, lo que él nos lleva hacer. Si crees que
tenemos enemigos, imagina personas tan poderosas como él queriendo
verlo muerto. Somos su protección.
Eso era mucho para procesar. El poder y el dinero por lo general solían
ir de la mano, su organización solo valía unos mil millones de dólares
considerando cuánto les pagaban por los empleos, pero la idea de que el
Kingmaker la había financiado desde el principio... bueno, eso hizo sonar las
campanas de advertencia.
En la experiencia de Kyrnon, aquellos en el poder a menudo no sabían
qué hacer con él, y en última instancia pagarían un alto precio por su falta
de conocimiento, y algunas veces ese precio se fijaba en los que les seguían.
Lo último que quería Kyrnon era responder por la mierda de alguien
más; ya lo había hecho una vez y no quería repetir la experiencia.
—¿Estás aquí para una reunión, no? —preguntó Red, su expresión
curiosa.
Algo brilló en su rostro, angustia quizás, antes de que desapareciera
por completo.
—¿Por qué más?
—¿Quién es Elias? —le preguntó Kyrnon.
Creía que porque ella tenía una relación con el Kingmaker, podría
tener una idea de a quién iban a enfrentar, pero no vio nada en su expresión
que dijera que el nombre era familiar para ella.
—No lo sé. ¿Quién es él?
Kyrnon la puso al tanto, con algún aporte de Red, en cuanto a la
única ocasión en la que se habían cruzado con el hombre y todo lo que él
había dicho, o la falta de eso. Con su tarea relacionada con Elias también,
Kyrnon tuvo que preguntarse si el Kingmaker traería a Calavera para una
tarea que también tuviera algo que ver con el hombre.
Para cuando terminó, ella asentía.
—¿Todo esto por un hombre? Me pregunto por qué.
—Espero que puedas averiguarlo.
Su sonrisa fue dura.
—Sobrestimas mi relación con el hombre. Le debo una deuda, no al
revés.
Su teléfono lo distrajo de la respuesta de Red a ella, rápidamente
escaneó el texto, uno de Amber. Anteriormente, él había preguntado a qué
hora salía del trabajo, si estaba libre, y ahora le respondía que esta
disponible.
Y ahora, él tenía algo que esperar.
—Debería irme —dijo Calavera mientras terminaba su bebida,
arrojando la lata en un bote de basura cercano—. Déjame saber cómo va
el trabajo, Celt.
Tan pronto como todos se habían reunido, Calavera salió por la
puerta, con Celt siguiéndola, pero él se dirigía hacia Amber, y ella se dirigía
a otra persona completamente.
Capítulo 5
Al volante de un Porsche alquilado, Luna “Calavera” Santiago salió
del pub del que era propietaria, dirigiéndose a su hotel en la otra punta de
la ciudad. Bajo los últimos rayos de sol, atravesó el tráfico deseando tener su
Ducati. Pero debido a la llamada telefónica de última hora que la había
traído a Nueva York, había optado por tomar un vuelo y alquilar un
automóvil al llegar.
Por otra parte, siempre había odiado conducir su moto por
Manhattan, o tal vez era solo que odiaba este lugar por completo.
Había algo frío e implacable en la ciudad, por no hablar de los
recuerdos que guardaba.
En Las Vegas, no había recuerdos desgarradores, nada que la
mantuviera despierta por la noche contemplando sus decisiones de vida. Al
menos allí podía fingir. Ser algo más que la mercenaria en la que se había
convertido, o la puta a la que la habían obligado a ser todos esos años.
En una ciudad como aquella, donde la gente hacía todo lo posible
por olvidar las vidas de las que procedían, se pasaba demasiado tiempo
tratando de encubrir las propias mentiras que manteniendo los secretos que
otros guardaban.
Así, las cosas eran más sencillas.
Cuando por fin llegó al corazón de Manhattan, Luna entró en el
aparcamiento subterráneo anexo a su hotel y subió en el ascensor hasta una
suite de la decimotercera planta. Sacando la tarjeta del bolsillo trasero, la
introdujo en la cerradura y esperó a que sonara el mecanismo de
desbloqueo antes de empujar la manilla hacia abajo y abrir la puerta.
La puerta se estaba cerrando a su espalda cuando se quedó
paralizada en el corto pasillo y sus sentidos se pusieron en alerta. Había un
sutil cambio en el olor del aire. No era solo el desodorante estándar que
utilizaba el hotel, sino que se combinaban con notas de almizcle y algo
embriagador, un aroma que ella reconocía.
Como si fuera posible olvidarlo.
Vaciló un instante antes de sacudirse y continuar avanzando,
doblando la esquina, y divisando al hombre inmediatamente en su lugar en
el sofá, con el mando a distancia en la mano, su atención en el informe de
noticias de la tarde que se reproducía en la televisión. Estaba solo, por lo
que pudo ver, sus guardias probablemente se vieron obligados a quedarse
atrás en el auto que conducía.
—No debería sorprenderme que estés aquí —dijo Luna mientras
cruzaba el piso, ocupando el asiento frente a él en lugar del que estaba a
su lado—. ¿Pero a qué debo la visita, Uilleam?
Cuando él dirigió toda la fuerza de su sonrisa hacia ella, recordó el
tonto enamoramiento que tenía, cuando era solo una niña y no conocía
nada mejor, antes de que otra persona lo eclipsara.
Deslumbrada, así se había sentido siempre cuando él estaba cerca.
No era por su aspecto, incluso por lo perfecto que parecía, ella había visto
las grietas, sino por el aire que irradiaba. La mayoría de los hombres del
recinto eran letales, entrenados para convertirse en armas capaces de
cosas que uno no podía ni imaginar, pero no era con su cuerpo con lo que
Uilleam infligía el mayor daño, sino con sus palabras.
El miedo a lo que podía hacer con una sola orden impedía que nadie
se cruzara con él.
Al menos, hasta que no lo hizo.
Como siempre, parecía divertido con ella.
—Conozco hombres del doble de tu tamaño que preferirían recibir
una bala antes que pronunciar mi nombre, y sin embargo tú lo haces con
facilidad. Tal vez seas valiente.
—Tal vez —dijo ella con facilidad y con una pizca de autodesprecio—
. O tonta.
Los ojos marrones se arrugaron en las esquinas mientras él la miraba.
—Tu inteligencia nunca ha faltado, Luna.
Arqueando una ceja, ocultó bien su sorpresa. Los cumplidos de
Uilleam eran raros, si es que se daban.
—Siempre has sido Uilleam para mí, de todos modos.
—¿Y ahora? —preguntó con una inclinación de cabeza, golpeando
el mando contra su rodilla—. ¿Quién soy ahora?
Luna se encogió de hombros.
—Al parecer, mi controlador.
Perdió esa sonrisa fácil que tenía, sus ojos volvieron a la televisión un
momento antes de apagar el aparato y volver a centrarse en ella
—Te habría hablado de él antes, si hubieras estado cerca.
Zachariah. Se refería a Zachariah.
—He estado en el mismo lugar durante...
—Cuatro meses y contando —interrumpió—. Pero si recuerdas, pediste
que ninguno de nosotros te molestara después de todo ese malestar la
última vez que estuvimos juntos.
Cuando ella había sido un peón para que él la usara contra su
hermano.
Todavía podía recordar el dolor que sentía, tratando de jugar un juego
del que no conocía las reglas. Llevaban años de estrategia, probablemente
más tiempo teniendo en cuenta el legado en el que habían nacido, así que
ella había estado muy metida durante ese tiempo.
Qué rápido había aprendido.
—¿Y has respetado mis deseos? —preguntó Luna con escepticismo—
. ¿O seguías las órdenes de tu hermano?
—¿Importa si conseguiste lo que querías?
Sí importaba.
No para él, quizá, pero sí importaba cuando quería que los demás
respetaran lo que ella quería, y no solo por ser su marido.
Desde que tenía catorce años, los hombres le habían dicho lo que
tenía que hacer, quién tenía que ser, pero ella ya no era esa niña.
Ya no era una víctima.
— Hablábamos de Zachariah, ¿no? Volvamos a él. —Lo último que
quería hacer era seguir hablando del hermano de Uilleam. Había pasado la
mayor parte de seis meses tratando de sacarlo de su mente, aunque
todavía no lo había logrado—. Todavía no entiendo lo que pasó.
—Fue un mensaje —dijo Uilleam, y por un momento hubo un destello
de culpa en sus ojos, pero desapareció instantes después.
—¿Para ti?
—Por supuesto.
Luna se inclinó hacia delante.
—¿Y cuál era el mensaje?
—El Chacal aún no ha terminado conmigo.
Habiendo pasado años con un hombre que se abría paso con
facilidad en el mundo sombrío en el que vivían, consiguiendo más contactos
de los que cualquier persona necesitaba, Luna había aprendido muchas
cosas sobre los fantasmas que plagaban la Guarida.
Antes, el Chacal solo había sido un mito, incluso para los mercenarios
bajo el control de Uilleam. No siempre había existido, al menos no hasta que
Uilleam había empezado a hacer jugadas que atraían la suficiente atención
como para convertirse en un objetivo.
Muchos, especialmente los que rivalizaban con Uilleam y su familia,
temían que estuviera adquiriendo demasiado poder. No era el equipo de
mercenarios que tenía, o al menos ese no era el problema del todo. Pero si
se uniera que su familia era dueña de varios bancos en todo el mundo con
los que países enteros estaban en deuda, a sus rivales no les gustaba el
desequilibrio de poder.
Les ponía nerviosos la posibilidad de que, un día, Uilleam hiciera que
los mataran y se hiciera con sus negocios.
Ahí es donde entraba el Chacal.
Algunos decían que el hombre no existía, que solo era un producto de
la imaginación de alguien que pretendía inspirar miedo a Uilleam y a los que
le seguían.
Pero Luna sabía la verdad, quizás un poco mejor que la mayoría.
También lo sabían los demás miembros de su equipo.
Hacía un año y medio, uno de los suyos se había enfrentado al
Chacal, escapando a duras penas con su vida, aunque finalmente había
sido confinado en un gulag siberiano que, oficialmente, no existía. Ni siquiera
pudieron encontrar el lugar.
Luego estaba el encuentro de Uilleam con el Chacal. Tres balas en el
pecho, pero ninguna había resultado mortal, y después de ser examinado
por uno de los médicos en su nómina, el hombre había especulado que el
misterioso asesino no había pretendido que ninguna de ellas fuera mortal.
Un mensaje, había dicho Uilleam.
—¿Crees que fue él quien lo hizo? —preguntó Luna.
Pero ella ya sabía la respuesta a eso. Todos los demás podían temer
demasiado a Uilleam como para hacer un movimiento contra él, pero
quienquiera que manejara los hilos del Chacal, obviamente no lo hacía.
—¿Estás más cerca de encontrarlo? —preguntó Lucía a continuación.
—¿Más cerca? Sí. ¿Lo he encontrado? No. Es un proceso, ya sabes.
—¿Y crees que Elías es la respuesta para eso?
Uilleam parpadeó.
—Había olvidado que ustedes charlan como niños. Dime, ¿ya te han
pedido respuestas?
—Han preguntado, pero no les he dicho nada.
Y no lo haría, al menos nada que considerara su vida privada. Como
había dicho, no traicionaría su confianza por todo lo que había hecho por
ella, pero de Elias, y de todo lo que tuviera que ver con el hombre,
informaría.
Luna sabía lo que era jugar a un juego sin saber quiénes eran los
implicados; no dejaría que ellos hicieran lo mismo.
—¿Debo asumir que lo que diga será ofrecido a otros oídos? —le
preguntó, apoyando el tobillo en la rodilla contraria.
—Depende de lo que me digas —respondió ella con sinceridad.
La estudió durante un rato, con la mirada fija en su rostro, antes de
optar por responder.
—El pez por su boca muere.
Luna negó con la cabeza, sin entender.
—¿Ah?
—Elias no es más que un medio para conseguir un fin, un hombre que
ha demostrado ser muy hábil para perturbar mis negocios. Sin embargo, me
preocupa el individuo al que responde.
—¿Es eso lo que quieres de mí? ¿Encontrar a Elias? —No sería la
primera vez que la utiliza para algo similar.
—Pronto llegaré a él, pero tengo un trabajo para ti.
Ayer fue la primera vez que le dijo esas palabras de manera oficial. A
diferencia de los demás, que tenían más de una docena de trabajos en su
haber, Zachariah solo le permitía infiltrarse e informar. No se había enterado
hasta más tarde que era porque el hermano de Uilleam solo le permitía
aceptar los encargos que él aprobaba.
Sin poder evitarlo, Luna silbó y dijo:
—Eso no le va a gustar.
La sonrisa de Uilleam no era tan amistosa como antes.
—¿Y cuándo empezaste a preocuparte por la felicidad de mi
hermano?
—No lo hago. —Ya no, al menos; y quizá si lo decía lo suficiente,
empezaría a creerlo—. Pero no puedo hacer un trabajo si él está a mi
espalda.
—Para este trabajo, no tendrás elección en el asunto.
A ella no le gustó nada el sonido de eso.
—¿Por qué?
—Carmen y Ariana.
¿Cuánto tiempo hacía que no oía mencionar sus nombres? No lo
suficiente.
¿Solo hacía siete años que Uilleam había comprado su libertad?
—¿Qué pasa con ellas?
—Carmen me ha pedido que le envíe uno de los míos para que lo
utilice mientras duren nuestras... negociaciones. ¿Quién mejor que tú?
Al haber crecido como lo había hecho, Luna había aprendido
rápidamente que lo mejor para ella era mantener la boca cerrada,
especialmente si Carmen estaba a distancia de oír. Solo pensar en su
antigua prisión y en el empalagoso olor de los perfumes artificiales le revolvía
el estómago.
Sacudió la cabeza con fuerza antes de que la madriguera se la
tragara.
—Envía a otra persona.
La cabeza de Uilleam se inclinó hacia un lado.
—¿Estás rechazando el encargo?
Luna pudo sentir el pánico que sintió por primera vez de niña cuando
aquel primer hombre entró en la habitación, pero lo reprimió. Ya no era esa
niña, y aunque no quería admitirlo, sabía que el hermano de Uilleam no
dejaría que eso le volviera a pasar.
—Ella no. No puedes hacerme trabajar para ella.
—¿Estás rechazando el encargo? —repitió, sin cambiar la expresión a
pesar de su arrebato.
—¿Por qué yo? —le cuestionó—. Después de lo que ella hizo, ¿por qué
querrías enviarme de vuelta? Tú mejor que nadie sabes por qué nunca me
acercaría a ella.
A veces, todavía podía recordar la forma en que esa tosca alfombra
se sentía bajo sus rodillas...
La forma en que la habían mirado con desprecio los distintos clientes
que entraban y salían por la puerta, sin importarles lo más mínimo que
hubiera sido una niña...
—¡Basta! —dijo Uilleam de repente, con fiereza, de esa manera que
no admitía discusiones—. Esto no es un debate, ni una negociación. El día
que gasté un cuarto de millón de dólares para comprar tu libertad en un
burdel, quedaste en deuda conmigo. Deberías alegrarte de que este
encargo requiera habilidades que no incluyan la necesidad de estar de
espaldas.
Ella no se inmutó. No lo haría, no delante de él.
No se podía rechazar una misión. O se cumplían las órdenes, o se
acababa. No había un punto intermedio. Luna casi había olvidado esa
regla, recordando la camaradería que una vez compartió con el hombre
sentado frente a ella.
Qué tonta era.
Hacía años que le habían quitado el control. Parecía lógico que fuera
otro de los hermanos Runehart quien se lo quitara una vez más.
Apretando los dientes, se encontró con su mirada.
—Bien.
—Haré que alguien te envíe los detalles —dijo mientras se ponía de
pie, acercándose a besar la parte superior de su cabeza, pero antes de que
cualquier parte de él pudiera tocarla, ella se apartó—. No huyas de tus
demonios, Luna. Enfréntate a ellos.
Abotonando su chaqueta, fue como si ese momento de bondad que
acababa de mostrar nunca hubiera ocurrido. Sus pensamientos ya estaban
en otra parte mientras se preparaba para irse.
Sin embargo, antes de irse, añadió:
—Tu problema nunca fue conmigo. Kit eligió hacer negocios con la
mujer que desprecias. Si la arruinas, también le perjudicará a él. Dos pájaros
de un tiro. No olvides quién te entrenó para ser.
Capítulo 6
A pesar de haber salido con Kyrnon por horas la noche anterior,
Amber se levantó a las seis la mañana siguiente, yendo a la piscina del
primer piso de su apartamento, una de las excusas que usó para justificar
cuánto pagaba por el alquiler. Después de unas cuantas vueltas
agotadoras, y sintiéndose mucho más despierta de lo que debería, subió a
ducharse y prepararse para el día.
No era una persona mañanera de ninguna manera, y vivía para
despertarse en las últimas horas del día, pero con el trabajo que sabía que
iba a tener que completar para la réplica, tenía que implementar su vieja
rutina universitaria.
Cuando todavía asistía al Instituto de Arte, había estado mucho más
activa por las mañanas, sobre todo porque era allí donde normalmente se
dictaban sus clases. Se levantaba, hacía ejercicio, se duchaba y se vestía,
además de tomar una taza de café, y eso era todo antes de las siete de la
mañana.
Ahora, pensaba que era el infierno en la tierra tratar de levantarse tan
temprano.
Pero lo que le esperaba al terminar el trabajo, valía mucho más que
unas pocas horas perdidas de sueño.
Enroscando su cabello en un gran moño en la parte superior de su
cabeza —era demasiado rebelde para hacer algo tan dócil como un moño
desordenado— no se molestó mucho con el maquillaje ya que nadie vería
realmente su rostro en la parte posterior de la galería.
Tampoco prestó especial atención a la ropa que vestía,
seleccionando otra franela de gran tamaño y jeans.
Además de su mochila, trajo su bolsa de pinceles, varios de los cuales
había tenido durante años. Podría haber usado el nuevo juego que Elliot le
regaló, pero había algo en el uso de sus propias herramientas que la hacía
sentir más segura.
La distancia de su apartamento al metro parecía más corta esta vez,
aunque eso podría haber sido debido al leve aleteo de anticipación que se
apoderó de ella cuanto más se acercaba a la estación.
Sabía que había pocas probabilidades de que Kyrnon estuviera en el
mismo tren en el que planeaba abordar, pero eso no la detuvo de esperar
que lo hiciera. En el momento en que llegó, su reflejo mirándola desde los
vagones de tren y las ventanillas cambiantes, no pudo evitar escanear,
preguntándose si estaría entre el mar de rostros.
Incluso mientras una multitud se alejaba, y ella y los demás
embarcaban después, Amber siguió buscándolo. Fue solo después de que
las puertas llegaron iban a cerrarse y estaban en movimiento que finalmente
dejó de esperar.
La primera en llegar a la galería, las puertas seguían cerradas, pero
Elliot le había dado una llave una vez que comenzó oficialmente con la
réplica. Si quería llegar a primera hora de la mañana, o salir a altas horas de
la noche, era libre de hacerlo, siempre y cuando se lo hiciera saber con
antelación. Por la razón que fuera, Gabriel se aseguraba de que el cuadro
fuera llevado a la galería cada día, permitiendo que el lienzo permaneciera
mientras ella estuviera en el edificio.
Era extraño, pero ¿qué sabía de la paranoia de un hombre rico?
Antes de volver a empezar, encendió todas las luces, preparándose
para abrir como lo haría en la infrecuente oportunidad que se le llamaba a
abrir. Afortunadamente, Tabitha estaba llegando y una vez que lo hizo,
Amber pudo empezar.
Estaba revisando los recibos de la noche anterior cuando Tabitha
apareció, azotando la gabardina que se había quitado, yendo de vuelta a
la pseudo-sala de descanso que usaban durante el día.
—Entonces, ¿quién era el tipo?
A diferencia de algunas de las chicas de la galería, Tabitha no tenía
miedo de hacer las preguntas que otros se hacían. Si tenía curiosidad por
algo, lo expresaba.
De pie en el mostrador, tomó la caja de cápsulas de Keurig del
armario de arriba de la cafetera, sacando una y reemplazando la vieja.
Colocando su taza hacia abajo y presionando el botón de inicio, miró
expectante a Amber.
—¿Qué tipo?
Tabitha no creyó su acto de inocencia ni por un minuto.
—El de anoche. Alto. Barba. Deliciosamente irlandés.
Realmente no había necesidad de que lo describiera, no cuando no
había sido capaz de sacar a Kyrnon de su mente, incluso antes de anoche,
solo tenía un rostro que valía la pena recordar.
Sin mencionar su desayuno en el restaurante. Ya se sentía como hace
tanto tiempo que estuvo sentada frente a él, esa sonrisa suave suya cuando
la dejó en casa horas más tarde.
Y eso era todo lo que había sido.
Hace unas horas.
—Te fuiste con él, ¿no? —continuó Tabitha, intentando sacarle una
respuesta—. Un minuto estabas aquí, y al siguiente te habías ido.
Bueno, no tenía sentido que lo negara.
—Fuimos a desayunar a un restaurante, es un buen tipo.
—¿Buen? —preguntó riendo, desgarrando paquetes de azúcar para
verterla en el café—. ¿Te invitó a salir? ¿Cuál es su nombre? ¿Es bueno en la
cama? Si solo puedes responder a una, responde a la última.
—No hay nada que decir realmente —dijo Amber—. Solo hablamos
un rato. Se llama Kyrnon, si quieres saberlo, y no sé si es bueno en la cama.
—Aunque parecía que la respuesta a eso era un fuerte sí.
—¿Entonces te gusta? —preguntó Tabitha con una sonrisa y un sorbo
de su café—. Al menos más que el último.
El último tipo con el que Amber había estado en una cita era un
contador, uno que trabajaba para inversores adinerados, y aunque había
sido agradable de ver, había demostrado ser completamente aburrido. Casi
se sentía como si le hubiera estado hablando a ella toda la noche en vez
de con ella.
No hace falta decir que no había habido una segunda cita.
¿Era presuntuoso de su parte pensar que Kyrnon querría volver a verla?
Probablemente, por otra parte, había dejado su chaqueta con ella.
—Entonces llámalo —sugirió Tabitha como si fuera la cosa más simple
del mundo—. Si te gusta alguien, no hay que avergonzarse de decírselo,
aunque sea puramente físico. ¿Porque en serio? Ese hombre me haría
confesar algunas cosas si eso significara estar a solas con él.
Riendo a carcajadas, Amber regresó al estudio.
—Nos vemos luego.
De vuelta en la habitación, se quitó la franela, arrojando el material a
través de su taburete, tirando del delantal que usualmente usaba cuando
trabajaba. Y a pesar de la tarea, no era diferente de lo que hacía cuando
estaba sola en su apartamento, transformando ideas en expresiones con la
pintura sobre un lienzo.
De hecho, esto era bastante más fácil de hacer.
Había algo más que pasión. Se trataba de los tecnicismos, las líneas
nítidas y borrosas, elementos que le habían enseñado en la escuela.
En el momento en que recogió su primer pincel, el tiempo se convirtió
en algo fluido, las horas transcurriendo mientras se envolvía en lo que estaba
haciendo, bloqueando todo lo demás.
No fue hasta que finalmente decidió tomarse un descanso y revisar su
teléfono cuando vio que tenía un mensaje de Kyrnon. La sorpresa y el vértigo
cobraron vida dentro de ella mientras lo revisaba con impaciencia,
preguntándose qué diría él.
¿A qué hora sales del trabajo?
Una pregunta tan sencilla y llena de infinitas posibilidades, pero antes
de poder pensar en ello durante demasiado tiempo, contestó en un buen
rato y dejó el aparato en el suelo, volviendo al trabajo.
Los días laborables, especialmente si no estaban organizando una
función, Cedar cerraba sus puertas a las cinco. Tabitha ya había asomado
la cabeza para decir adiós, sin pestañear que Amber se quedaría más tarde.
Aunque trabajaba allí, no sabía mucho de arte, así que no se daba cuenta
de la invaluable pintura con la que Amber trabajaba.
Y luego, una vez que todo se calmó más allá de las paredes del
estudio, pudo sumergirse más.
Cuando lo llamó un día alrededor de las ocho, más o menos a la hora
en que le dijo a Kyrnon que iba bajar, le envió un mensaje de texto rápido a
Gabriel para hacerle saber que había terminado y que era libre para
recogerla cuando estuviera listo —lo que no tardaría mucho más— y le
informó a qué hora estaría de vuelta por la mañana.
Cuando finalmente se iba, saliendo de la galería con las llaves en la
mano mientras pensaba en todo lo que necesitaría completar al día
siguiente para cumplir con el programa, se dio cuenta de que no estaba
sola.
Kyrnon estaba medio inclinado, medio parado al lado de su
motocicleta, con un aspecto tan babeable como el que tenía la última vez
que lo había visto.
—Nunca dijiste que vendrías —dijo ella mientras terminaba de cerrar,
girándose hacia él.
¿Había pensado que había una razón detrás de que él le preguntara
a qué hora estaría libre? Claro. Pero no esperaba encontrarlo esperando
aquí una vez que saliera.
—¿Y dónde está la diversión en eso? —le preguntó Kyrnon, subiéndose
a la acera—. Arruina la sorpresa.
Ella no luchó contra la sonrisa que curvó sus labios.
—¿Y cuál es la sorpresa?
Arrancando el casco del asiento de su motocicleta, Kyrnon dijo:
—Vamos a Coney Island.
—¿Vamos?
—¿Qué podría doler? —preguntó, cerrando la distancia entre ellos, sus
ojos flotando sobre su frente—. Podríamos estar comiendo pastel de
embudo. Montando una rueda de la fortuna. Será grandioso.
Riendo, recordó la última vez que dijo eso. Probablemente debería
haber estado más indecisa, especialmente porque había pasado la noche
en una cama con Rob —eso era suficiente pista de que no había estado
tomando las mejores decisiones— pero con esa sonrisa infantil en el rostro
de Kyrnon unida a la mirada traviesa en sus ojos, ¿cómo podía decir que
no?
Estaba buscando el casco antes de que aceptara ir.
Había algo en las luces brillantes, la forma en que la ciudad parecía
iluminarse con una nueva vida que hacía que Coney Island pareciera aún
más maravillosa por la noche.
Amber pudo haber vivido en Nueva York durante la mayor parte de
seis años, pero solo había venido al parque temático un puñado de veces,
y todas ellas habían sido durante el día.
El dulce olor del prometido pastel de embudo colgaba pesado en el
aire mientras aparcaban cerca del muelle. Y una vez que Kyrnon lo
mencionó, ella estuvo de acuerdo.

***

Al igual que antes en la cafetería, le ofreció esa mano cicatrizada e


insensible, cerrando sus dedos alrededor de los de ella una vez que aceptó.
No hubo vacilación en su paso, ni tensión en su asidero.
No le importaba que esta fuera solo la segunda vez que salían juntos,
ni siquiera le había importado la primera.
No le importaba que otros miraran en su dirección, a veces incluso dos
veces, pero eso podría haber sido también porque valía la pena mirarlo dos
veces.
Estaban pasando por una caseta de juego, una con redes colgando
a lo largo de las puertas donde se colocaban osos panda gigantes como
premios. Aunque siempre había sentido que los juegos estaban amañados
de alguna manera, eso nunca había sofocado su deseo de intentar ganar
uno. Una vez había jugado contra un niño —y nunca le quitabas la victoria
a un niño— y las pocas veces que ella vino con Rob, él nunca había querido
intentarlo.
Tenía veinticinco años, ni siquiera tenía lugar para esa maldita cosa
de peluche, pero la idea de alejarse de ese panda era difícil.
—¿Quieres intentarlo? —preguntó, asintiendo con la cabeza en su
dirección, incluso mientras la dirigía hacia la cabina.
El asistente, con una etiqueta con su nombre que decía Tony, apenas
les ahorró una mirada mientras murmuraba:
—Diez para el primer juego, cinco para el siguiente. Tres aciertos por
un pequeño premio, diez por los grandes.
—¿Alguna vez has ganado uno de esos? —preguntó ella a su vez
mientras él cavaba en su bolsillo, sacando un billete de veinte y dejándolo
con una palmada delante del hombre que parecía estar perdido.
Hubo algo en la forma en que sus labios se movieron que la hizo sentir
curiosidad.
—No exactamente.
Kyrnon tenía una de las pistolas de juguete en la mano antes de que
ella pudiera responder, pareciendo probar el peso en sus manos antes de
sostenerla frente a él, con la mirada fija hacia delante.
Se veía así, sin esfuerzo, como si fuera su segunda naturaleza. Eso le
molestó en el fondo de su mente, especialmente porque conocía a algunas
personas interesantes en Manhattan, pero al final lo atribuyó a los hombres
y sus armas.
Kyrnon parecía listo para eliminar los objetivos giratorios cuando se
detuvo y la miró. Sujetando su mano, le hizo señas para que se acercara,
apretando el arma en sus manos una vez que estuvo lo suficientemente
cerca.
—Yo no...
—Es fácil —dijo, cortándola, sus labios junto a la oreja—. Solo apuntas...
—Sus brazos la rodeaban, llevándola a la posición que él quería,
manteniéndose cerca—... y aprieta el gatillo.
Su dedo encontró el de ella en el gatillo, y una vez que ella inhaló, él
lo apretó. No era tan intenso como un arma real, Amber estaba segura, pero
aun así pudo sentir el golpe cuando la pequeña bolita salió despedida,
corriendo por el aire y golpeando el punto muerto del objetivo.
La besó justo donde su mandíbula y garganta se encontraban antes
de retroceder, la mano que tenía en la cintura se quedó unos momentos
más.
—Fácil.
Amber podía sentir el rubor en su rostro, incluso el camino que su mano
había tomado mientras se deslizaba de ella.
Sí, no había nada fácil en Kyrnon Murphy.
Enfocándose, cerró un ojo, intentando ver mejor los pequeños círculos
que giraban. Esperó hasta que pensó que tenía uno a la vista antes de
apuntar, respiró hondo y disparó.
Falló el objetivo por completo.
—¿Qué es esto? —preguntó Kyrnon—. Se supone que deberías estar
ganándome un premio. Soy un hombre difícil de complacer, cariño. Hazme
sentir orgulloso.
Riendo, apuntó y disparó de nuevo, apenas rozando el metal, pero en
realidad lo golpeó.
—Esto no es tan fácil como parece.
—Me parece justo. Apostemos entonces.
Pensando en el primer disparo que hizo, Amber se mofó.
—No tengo duda de que puedes golpearlos a todos.
—Por supuesto —dijo, ni siquiera un poco avergonzado de su
arrogancia—. Aunque estoy apostando por ti.
Mirándolo mientras giraba el arma en sus manos, lo consideró.
—Y si pierdo.
—Te llevaré a casa cuando nos vayamos.
—¿Y si gano?
Se frotó una mano en la barba, una sonrisa pateando son labios arriba.
—No hemos discutido los parámetros, cariño. Lo primero es lo primero.
Ella le hizo señas con la mano.
—Déjame tenerlos.
—Le das a los siguientes siete de ocho.
Amber negó con la cabeza, sabiendo que no había forma de que
pudiera hacer eso.
—Cinco.
—Seis.
—Bien. —¿Cómo podría discutir con él?—. Ahora, dime. ¿Qué gano
yo?
Sus siguientes palabras fueron bajas, casi guturales, habladas en un
idioma que ella no entendió, pero hubo calor en su mirada, uno que la hizo
sentir terriblemente viva.
Se lamió los labios y preguntó:
—¿Qué significa eso?
—Golpea los siguientes seis y te mostraré lo que significa.
Si eso no era motivación, ella no sabía lo que era.
Volviéndose, apuntó y golpeó a los siguientes tres, pero el que le siguió
falló por un centímetro.
—Ese es el tuyo —murmuró Kyrnon, acercándose a la deriva—.
Cuidado, cariño. No querría que te lo perdieras.
Era fácil para él decirlo.
—Entonces deja de distraerme.
Se rio, pero permaneció en silencio mientras esperaba a que hiciera
los tiros finales. Las siguientes fueron bastante más fáciles, y cuando
finalmente estaba en la última, incluso cuando sintió que él se acercaba,
consiguió dar en el blanco.
—Impresionante —dijo Kyrnon con una ligera sonrisa.
—Todavía no es suficiente para el oso —refunfuño Tony en voz baja,
mirándolos por encima de la revista que ahora estaba leyendo. Ella había
olvidado que él estaba allí.
Agarrando la otra pistola del mostrador, Kyrnon apenas se enfrentó a
los objetivos antes de que cada uno de ellos fuera derribado en cuestión de
segundos. Con una ceja arqueada hacia Tony —como si el hombre fuera
audaz incluso al cuestionarlo— liberó a uno de los osos, entregándoselo a
Amber con una sonrisa.
Esa forma sin esfuerzo en la que disparó los objetivos la tenía
parpadeando de sorpresa, incluso cuando ella se lo quitó.
—Wow.
—¿Suerte de principiante? —le preguntó.
Mirando a Tony, que frunció el ceño disgustado, negó con la cabeza.
—Inténtalo de nuevo.
—Mi padre me enseñó a disparar. Es como una segunda naturaleza
ahora.
Con un brazo alrededor de sus hombros, la alejó del puesto y la llevó
hacia la gigantesca rueda de la fortuna. Casi estaban allí cuando Kyrnon se
detuvo repentinamente, su cuerpo apretado por la tensión. Le llevó un
momento darse cuenta que se debía a un perro no muy lejano, con los ojos
muy abiertos, pero amistoso. Al momento en que la pequeña cosa se dio
cuenta de que tenía su atención, una cola esponjosa empezó a moverse
de un lado a otro.
A Kyrnon no pareció importarle que se viera positivamente amigable,
lo que lo hizo sentirse incómodo.
—¿Tienes una cosa por los perros? —le preguntó ella, mirándolo
mientras se agachaba para rascarse detrás de las orejas del perro.
—Bestias malhumoradas es lo que son —murmuró para sí mismo, pero,
aunque estaba claro su incomodidad, permanecía a su lado.
Era entrañable que prefiriera permanecer allí a pesar de su aprensión.
Tristemente, el cachorro trotó hacia una tira abandonada de pollo en
el suelo.
—¿Mala experiencia?
No tuvo la oportunidad de responder antes de que estuvieran en la
noria y cruzaran la puerta.
—La cosa va a necesitar su propio asiento —refunfuñó Kyrnon cuando
se metió en la pequeña cápsula detrás de ella, haciéndola reír mientras
hacía un espacio para el panda gigante.
Solo una vez que la puerta se cerró detrás de ellos y la cadena en su
lugar, Kyrnon explicó su aversión por los perros.
— Tenía trece años, era un muchacho de mal genio y puños rápidos.
Sonrió ante la imagen, pensando en una versión más corta y menos
musculosa. Y si ella pensaba que era arrogante ahora, probablemente era
mucho peor entonces.
—Tengo una deuda con un tipo con el que nunca querrás tener una
deuda. Para pagarlo, me hizo pelear con un chico el doble de mi tamaño,
el doble de edad. No me mires así, cariño. Puedo valerme por mí mismo.
Amber no se dio cuenta de que lo estaba mirando con los ojos muy
abiertos hasta que lo mencionó con una sonrisa contagiosa, extendiendo
una mano para tirar de ella hacia su regazo. Había suficiente espacio para
los dos en su asiento, pero solo lo suficiente.
—No fue porque no pudiera ganar, sino porque me negué a perder.
Quería que yo recibiera la paliza y cayera.
—Pero no lo hiciste...
—Pelea o huye, yo peleo hasta el final.
—¿Qué pasó después?
—Dos asaltos, lo noqueé de un puñetazo, pero no pude celebrar la
victoria porque Riley estaba listo para darme una paliza por no inclinarme.
Me fui, no es que pudiera llegar muy lejos porque mi cuerpo estaba roto, fue
brutal.
Amber se estaba dando cuenta rápidamente de que esta historia no
iba a tener un final muy feliz. Esperaba que un perro le mordiera cuando era
niño, o algo parecido... ahora no tenía ni idea de lo que diría después.
Pero sabía que no le iba a gustar.
—Me arrastro por este lote y lo siguiente que oigo son los sonidos de
los sabuesos que envió a atraparme antes de que pudiera escapar. Estoy
casi libre, pero en un segundo, los dientes me aprietan el tobillo. —Cuando
la rueda de la fortuna se detuvo en su primer giro, le dio una sacudida
temblorosa, sorprendiéndola al imaginarse que los dientes del perro se
apretaban contra su propia carne—. Pero viví para contarlo.
—Casi lamento haber preguntado —dijo Amber frunciendo el ceño—
. Eso suena horrible.
Y sí, ella podía entender completamente por qué odiaba a los perros.
—No tan mal —dijo, sus manos cayendo a su cintura—. Me enseñó
una valiosa lección.
—¿Oh?
—Regla 68. Nunca le des la espalda a un hombre en el que no
confiarías.
—Suena como una buena regla —respondió, pasando sus dedos por
encima de su hombro—. Siento que te haya pasado.
Negó con la cabeza.
—No lo sientas. Todo sucede por una razón y a pesar de ello, aquí
estoy.
No importaba lo incómoda que fuera la historia, estaba contenta de
saberlo. Y, aunque fuera un poco prematuro, comenzaba a pensar que
Kyrnon no se andaba con rodeos. Decía lo que quería, sin importar cómo se
sintiera una persona.
Era franco.
A ella le gustaba.
La rueda de la fortuna se detuvo de nuevo, y esta vez, colgaron de la
parte superior, el carrito balanceándose ligeramente. Kyrnon la agarró, y así
de rápido se dio cuenta de la posición en la que se encontraban y de lo
cerca que estaban.
Y mientras lo miraba desde la pequeña ventana de la puerta, estaba
claro que él también era consciente.
—¿Terminó la hora de los cuentos? —le preguntó, su voz baja, sus ojos
fijos en su boca.
—Sí.
La palabra apenas salió de su boca antes de que él tuviera una mano
enrollada alrededor de la parte posterior de su cabeza, tirando de ella hacia
abajo para presionar su boca con la suya. Aunque sus labios podían haber
sido suaves, su beso era firme, inflexible.
Ella lo devolvió con un suspiro, sus dedos metiéndose en su camisa.
Ahora estaba contenta de la oscuridad a su alrededor, lo que hacía
imposible que los vieran.
Fue fácil perderse en la sensación de él, la forma en que la agarraba
como si no pudieran estar lo suficientemente cerca.
Solo cuando la rueda volvió a arrancar se alejó, pero no fue muy lejos.
Su expresión era difícil de leer en la oscuridad de la noche, pero podía sentir
la evidencia de cómo se sentía exactamente mientras se movía en su
regazo.
—Puedo llevarte a casa si quieres... —dijo, tranquilo, con la mano
todavía en alto.
Pensó en sus palabras de antes.
—Pero ¿dónde está la diversión en eso?
Capítulo 7
Cuando se dirigían al lugar de Kyrnon, el panda atrapado entre sus
cuerpos, los cielos se abrió y la lluvia cayéndoles en su camino a su desván.
Afortunadamente, la franela de Amber la protegió, pero ella no dudaba
que cuando llegaran a su lugar, estaría empapada.
Trató de no pensar demasiado en ir a su casa. No era como si nunca
antes hubiera tenido una aventura de una noche, pero por lo general no
volvía a su casa. Había algo en la seguridad de su propio espacio que la
hacía sentir más cómoda.
Al doblar una calle en Brooklyn, filas de viejos almacenes que se
habían convertido en lofts de lujo en los últimos años se alineaban en la
calle. A pesar de la cantidad de autos, era bastante silencioso además del
rugido de las tuberías de Kyrnon.
El edificio en el que se detuvieron enfrente era un viejo molino si no se
equivocaba, una antigua fábrica de algodón de azúcar de hace años. Y
podía oler los más mínimos rastros de azúcar hilada en el aire a medida que
se acercaban.
Había algo en los espacios industriales antiguos que ella amaba. No
eran tan pulidos y perfectos, y dependiendo del loft, podría tener mucho
carácter en sus paredes.
Conduciendo por el costado del edificio, Kyrnon apagó el motor,
ayudándola a bajar antes de hacer lo mismo. Adyacente a la puerta del
garaje que había estacionado enfrente había un teclado, uno que no solo
requería un código de cuatro dígitos, sino que Kyrnon también tuvo que
presionar su pulgar contra una pantalla a cuadros verde antes de que
sonara un pitido y los zumbidos del motor del ascensor sonaran.
Deslizando las dos puertas del elevador, le hizo un gesto para que se
adelantara antes de rodar su moto.
Fue un corto viaje, y una vez que estuvieron en su lugar, ella tuvo su
primer vistazo. Puede que no supiera qué esperar, pero sabía que lo que
veía le quedaba bien.
Una bandera irlandesa de gran tamaño colgaba en la pared, una
lona en el piso frente a ella con partes de una motocicleta llena de basura
encima. Había una sección grande, de aspecto cómodo, hecha de cuero
marrón desgastado que ayudaba a dividir la sala de estar y el comedor, una
isla con una parte superior de hormigón pulido que seccionaba frente a la
cocina.
Y la cocina... su cocina era de lo que estaban hechos los sueños.
Electrodomésticos de acero inoxidable. Gabinetes oscuros. Si pudiera elegir
cualquier cocina para modelar la casa de sus sueños, sería esta.
Y si era honesta, le encantaba todo sobre su espacio. Había tanto
espacio para todo, y con la gran inmensidad de eso, ella sabía que tenía
que haber pagado una buena cantidad por ello. Con lo que pagaba por
su habitación mucho más pequeña, no podía imaginar cuánto le costó este
lugar.
Al notar la expresión de asombro en su rostro, Kyrnon preguntó:
—¿Te gusta?
—Es increíble —contestó, pero ya tenía que saber eso.
Incluso había una pared de ventanas tan alta que tuvo que estirar el
cuello hacia atrás para ver la parte superior, pero aún más interesante era
cómo algunos de los paneles fueron cambiados por vidrios de colores.
—Solo espera hasta que veas el dormitorio —dijo mientras se dirigía en
esa dirección.
Lo que pasaba con los lofts, era difícil saber dónde comenzaba una
habitación y terminaba la otra, pero por lo que Amber podía ver, Kyrnon se
había esforzado por construir paredes alrededor de su habitación, también
estaban hechas de vidrio, solo esmerilado, permitiendo cierta apariencia de
privacidad.
Colocando ambas manos sobre las manijas, abrió las puertas,
revelando lo que tenía que ser una California King. Mientras Kyrnon
desaparecía en su armario, ella echó un vistazo alrededor de su habitación.
Su cama estaba situada contra la pared de ladrillos a la vista, suaves
sábanas grises que la cubrían. El edredón estaba arrugado y colgando la
mitad de la cama como si acabara de salir y lo dejara como estaba.
—Mala suerte —dijo Kyrnon—, solo tengo camisas.
Ella no pudo evitar reírse. No era como si la camisa que le estaba
ofreciendo la tragara, solo lo suficientemente grande como para pasar unos
centímetros por su estómago, pero era el hecho de que su sonrisa de triunfo
era tan descaradamente masculina que le estaba haciendo sacudir la
cabeza.
—¿De verdad? ¿Eso es lo mejor a lo que puedes llegar?
Sacudió su ofrenda un poco.
—El día de la lavandería no es por otros dos días, tengo mis horarios,
ya sabes. Entonces, esto es todo lo que puedo hacer por ti.
—¿Y acabas de haber usado hasta el último par de pantalones o
shorts que tienes?
—¿Qué puedo decir? Mierda pasa.
Bien. Si él quisiera jugar ese juego, ella también lo haría.
Abrió el botón de sus jeans y tiró de la cremallera hasta que la tela se
aflojó y se lo bajó por las piernas. Esa sonrisa casual se deslizó de su rostro
cuando sus ojos se dispararon hacia sus piernas, pero no desapareció por
completo.
Ahora... ahora él solo parecía cautivado y curioso sobre lo que ella
haría a continuación.
Al salir del de algodón mojado, los dejó en una pila a sus pies, dejando
caer su franela en el piso y, finalmente, se quitó la blusa que estaba casi
transparente. Cuando se paró frente a él en nada más que sus bragas y
sujetador, lo miró con su propia sonrisa y una ceja arqueada, esperando ver
qué haría él a continuación.
—¿No tímida entonces? —murmuró, casi para sí mismo mientras se
pasaba una mano por la cara, parpadeando como si no estuviera seguro
de estar viendo correctamente.
Quitándole la camisa de las manos y se tomó su tiempo para
ponérsela antes de decir:
—Ni siquiera de cerca.
—Lo suficientemente justo.
Se quitó la camisa, arrojó el material húmedo sobre su propia pila y
luego se quitó las botas. No fue hasta que se quitó los calcetines y los jeans
que estuvo segura de que no tenía ni una onza de grasa. No en cualquier
lugar. Pero cuando se enderezó, con la cabeza en alto, supo que nunca
había visto a nadie tan orgulloso del efecto que tenía sobre alguien.
¿Y qué razón no tenía de estarlo?
Los únicos tatuajes que tenía eran las bandas gemelas en su
antebrazo, y aunque sus tatuajes eran pocos, tenía varias cicatrices. Con
todo en exhibición, podía ver las marcas de mordedura de los perros,
algunas alrededor de sus costados y otras en sus piernas. Las otras no tenía
idea de cómo describirlas, pero sabía que debió haberse lastimado cuando
las recibió, pero ninguna de ellas le restaba a su atractivo físico.
Solo lo hacía verse mejor.
Más fuerte.
—¿Te gusta lo que ves? —le preguntó cruzando el piso hacia ella.
De cerca, podía ver todo con más detalle, las líneas afiladas y los
contornos que llamaban su atención. Había un ligero brillo en su piel,
haciéndolo parecer casi radiante.
—Oh, definitivamente.
Pasándose una mano por el cabello para apartar los mechones de su
cara, dijo:
—Mmm, espera hasta que veas mi polla.
—No pudiste evitar eso, ¿verdad? —preguntó Amber mientras lo
rodeaba y volvía a la sala de estar. Su silbido bajo detrás de ella le hizo arder
las mejillas.
—Encanto irlandés, amorcito.
Cuando giró a la derecha hacia la cocina, dio unas palmaditas en la
isla, pidiéndole en silencio que se sentara. Plantando sus manos, se levantó
y se puso cómoda.
—¿Hambrienta?
Amber se encogió de hombros.
—Podría comer.
—¿China?
—Eso funciona.
Estaba hablando por teléfono un minuto después, ordenando varios
artículos diferentes, y cuando terminó, arrojó el dispositivo sobre el
mostrador. Arrodillándose, buscó a través de uno de los gabinetes inferiores
por sus piernas. Cuando encontró lo que estaba buscando, lo levantó
triunfante y lo sacudió un poco para enfatizarlo.
Whisky.
Por supuesto que tenía whisky, aunque no era una marca que ella
reconociera.
Permaneciendo cerca mientras se ponía de pie, Kyrnon agarró un par
de vasos de chupito de los gabinetes abiertos sobre ella. Incluso después de
haber salido y haber sido mojado con la lluvia, seguía oliendo bien.
En este punto, estaba tratando desesperadamente de encontrar algo
que no le gustara de él. Con una cara como la suya, ese encantador brogue
irlandés, y la forma en que parecía tan relajado... estaba cautivada.
—Primero —dijo Kyrnon mientras les servía un trago a los dos—.
Brindemos por nuestra salud.
Presionó un vaso en su mano, chocando el suyo contra ella antes de
llevarlo a sus labios, los músculos de su garganta trabajando mientras
tragaba.
Kyrnon ni siquiera se inmutó.
Al colocar su vaso sobre el mostrador, declaró:
—Un hombre borracho es honesto.
Amber tomó un sorbo del suyo primero, calentándose, luego arrojó el
contenido hacia atrás, sus ojos se llenaron de lágrimas mientras le
quemaban la garganta. Todavía podía sentir el calor hirviendo mientras
dejaba su vaso junto al de él.
—Eso es algo que mi padre me enseñó.
—¿Irlandés? —le preguntó, tomando otro chupito.
—Escocés, en realidad.
—Hombre inteligente.
Definitivamente lo era.
—¿De qué parte de Irlanda eres? —Ella sabía, al menos, que era de
una región del norte por la forma en que se arrastraban sus palabras al final.
—Garrison, un pequeño pueblo en el condado de Fermanagh.
—¿Cuánto tiempo has estado aquí? —quiso saber, aceptando el vaso
que le pasó.
—¿En Estados Unidos, quieres decir? No tanto. Viajo mucho.
Entonces se preguntó si él estaba allí por negocios, simplemente de
visita quizás, pero luego no quería contemplar la respuesta porque eso
implicaba que se iría.
Leyendo su expresión, él enmendó:
—Pero estaré aquí por un tiempo.
Asintiendo, la mirada de ella se movió sobre su pecho, siguiendo las
cuerdas de los músculos y el ligero polvo de vello. Nunca se había
considerado a sí misma una chica a la que le gustara el pelo en el pecho,
pero en él, funcionaba.
—¿Participaste en muchas peleas cuando eras más joven? —
preguntó, pasando los dedos por una de las cicatrices que decoraban su
costado.
Drenando otro chupito, se aclaró la garganta y dijo:
—Boxeo con nudillos desnudos. Estaba un poco chiflado cuando era
un muchacho.
Sí, ella recordó lo que había dicho antes: temperamento corto y
manos rápidas.
—Y estas no son nada —añadió Kyrnon, dando un paso entre sus
piernas, su cuerpo cálido donde sus muslos se tocaban—. Tengo peores.
Amber se sentó un poco más derecha, mirándolo audazmente.
—¿Las tienes?
Rodeando suavemente las muñecas de ella, levantó las manos a su
rostro, usando sus propios dedos para presionar los de ella contra su rostro a
lo largo de los lados de su boca. Al principio, ella no supo lo que intentaba
mostrarle, no con la sensación del suave vello en su rostro, pero al ignorar la
sensación, finalmente las sintió.
Debajo de su vello facial, tenía lo que parecían dos cicatrices
increíbles a cada lado de su boca. Aunque no podía verlas, no pudo evitar
pensar que sabía lo que eran, aunque no podía recordar el nombre.
—La sonrisa de Glasgow es como lo llaman —explicó, apartando las
manos, aunque no la soltó.
—No creo que alguna vez vaya a este lugar Garrison, y tal vez no
deberías volver si esto es lo que te sucede allí.
Una explosión de risa sorprendida lo dejó.
—Estuvo todo bien al final, te lo prometo. Pero dime, ¿cómo
conseguiste esta?
Su mano se deslizó bajo el borde de la camisa de ella, trazando el
costado izquierdo, deteniéndose donde su muslo se encontraba con su
cadera y la piel descolorida allí. Ella ni siquiera se había dado cuenta de que
lo había notado.
—Surfeando en las Bermudas con mi hermano. Golpeé un arrecife de
la manera incorrecta.
Aún podía recordar cómo se sintió el coral cuando le mordió la piel y
se la raspó. Ese dolor no había sido como ninguna otra cosa, y el proceso
de curación había llevado semanas.
Kyrnon silbó bajo, su pulgar rozó el lugar, ofreciendo consuelo, aunque
no había dolor.
—Odio el agua.
—No puedes posiblemente...
—Soy irlandés, amor, de principio a fin. Me apego a la tierra.
Tal vez intentaría convencerlo de surfear algún día. Había días en que
echaba de menos conducir hasta la playa con su tabla en el techo, lista
para chocar contra las olas justo cuando el sol estaba brillando en el
horizonte.
Tendría que volver a California pronto.
De repente, sonó un zumbador, la mirada de Kyrnon se dirigió a un
panel en la pared. Alejándose con cuidado de ella, presionó algunos
botones, una imagen de un tipo apareció en la pantalla.
—Sí, ve abajo —dijo en el micrófono.
Era obvio que hablaba en serio sobre su seguridad, la idea de eso
rasguñaba la parte de su mente que la hacía preguntarse quién era
exactamente.
¿Y cómo se suponía que debía preguntar eso?
Si él estaba afiliado a cualquier mafia, no era como si pudiera salir y
decirlo.
Pero…
Tal vez ella podría comentarle su nombre a Mishca, o incluso Niklaus y
ver si lo conocían.
Kyrnon desapareció en su dormitorio, saliendo con un par de
pantalones cortos. Cuando la vio sonreír, él extendió sus manos.
—Simplemente aparecieron.
Mientras bajaba a buscar su comida, Amber tomó su siguiente
chupito. Afortunadamente, no fue tan malo como el primero, y cuando
regresó a la cocina con una bolsa de comida, sintió un calor agradable en
el estómago.
Tal vez fue lujuria.
Tal vez fue el whisky.
Pero cualquiera que fuera, miraba a Kyrnon de una manera diferente.
Se volvió mucho más consciente de su presencia, y tal vez, al mirar en su
dirección, también lo sintió.
—¿Mi cama o el sofá?
La pregunta era bastante inocente, pero eso no significaba que no
estuviera pensando en otras posibilidades. Saliendo del mostrador, se dejó
caer sobre sus pies.
—Tu sofá está bien.
Y lo que fuera que él hubiera planeado para eso.
Moviéndose a la sala de estar, se puso cómoda, aceptando la
comida que le pasó. Agarrando el control remoto del televisor, lo encendió,
pasando los canales hasta que llegó...
—Apágalo, no puedo ver este episodio.
Kyrnon la miró sorprendido, luego volvió a la televisión.
—¿Qué diablos quieres decir? Ese fue uno de los mejores…
—Retira eso —dijo Amber, levantando una servilleta y arrojándola
hacia él—. La Boda Roja me marcó de por vida.
Aunque ella no debería haberse sorprendido. Después de esa
decapitación al final de la primera temporada, debería haber sabido que
el autor obviamente no había dado ni una mierda, pero había seguido
pensando que era lo peor que experimentaría.
Incorrecto.
Ahora era simplemente una masoquista teniendo en cuenta que
todavía lo veía.
—Vamos, su estrategia fue una mierda desde el principio. Debería
haber sabido que él, si no se inclinaba a…
Quitando el control remoto de su mano, ella cambió el canal.
—No importa.
Riéndose, él buscó en su comida, permitiéndole escoger cualquier
cosa que miraran. A ella no le importaba particularmente lo que sucedía,
pero no quería terminar llorando porque había muerto un personaje ficticio
por el que había llegado a sentir afecto.
Finalmente se decidieron por otra película en uno de los canales de
HBO, comieron en silencio. Y cuando terminó, colocando el contenedor
frente a ella, descubrió que le gustaba estar a su lado. El silencio no se sentía
incómodo en absoluto.
Estaba contenta de ver las escenas reproducirse, al menos hasta que
él alcanzó sus piernas y las puso sobre su regazo. No la miró mientras lo hacía,
las puntas de sus dedos vagaron por su piel momentos después.
Esta vez, cuando volvió a mirar la película, no fue tan fácil
concentrarse, demasiado embelesada por su contacto. Ese deseo que
había sentido en la cocina regresó corriendo con un floreo. Y con la
agradable aspereza de sus manos, no era como si pudiera ignorar
fácilmente lo que estaba haciendo.
Al principio, podría haber confundido su toque con algo inocente,
pero con cada breve roce de sus dedos, su toque fue más y más alto hasta
que ella fue tan agudamente consciente de sus atenciones que la inquietud
se apoderó de ella.
Miró su cara entonces, preguntándose si vería esa misma arrogancia
en su rostro, pero no, porque su mirada estaba embelesada en sus piernas.
Seguía el camino que sus dedos recorrían, dejando un rastro de fuego
a su estela. Donde quiera que la tocara la hacía sentir más liviana que antes,
hasta que desvergonzadamente separó sus piernas, anhelando que su
toque se moviera un poco más hacia adentro.
Una sonrisa curvó los labios de él mientras su mirada bajaba a la cima
de sus muslos, bebiendo lo que ella le ofrecía. La expresión de su rostro
cambió entonces, de la excitación a algo más oscuro, algo que casi podía
sentir.
Usaba la camisa de él y su sostén y sus bragas, pero por la forma en
que la miraba, se sentía casi desnuda, como si pudiera ver cada centímetro
a pesar de la ropa.
Girando hacia ella, en un minuto estaba en el otro lado y al siguiente
estaba entre sus muslos, sus labios apenas a un aliento de los suyos. Esta vez
no esperó a que la besara, sino que fue a besarlo.
Éste no fue tan suave como el anterior, más bien hambriento por la
forma en que la convenció para que se rindiera y le diera todo. No fue hasta
que sintió la longitud rígida de su pene presionada contra ella a través de
sus pantalones que se echó hacia atrás con un grito ahogado, el contacto
enviando oleadas de necesidad a través de ella.
—¿Eres mía por el resto de la noche? —le preguntó mientras pasaba
una mano por su cadera, deslizándose debajo del dobladillo de la camisa
que llevaba puesta.
—Kyrnon... —Ni siquiera debería haber sido una pregunta.
—Me ocuparé de ti —le prometió, ya arrastrando la camiseta por su
estómago, luego por encima de su cabeza y finalmente tirándola hacia un
lado.
Ella era suya.
Definitivamente era suya.
Él necesitaba follar.
Era tan simple como eso.
Desde el momento en que la había traído, y se había desnudado
audazmente frente a él, había sido una batalla de autocontrol no ponerle
las manos encima en ese momento.
La lluvia había empapado su ropa, haciendo que su piel pareciera
más flexible y bronceada. Y además de la cicatriz de su accidente de surf,
su piel era lisa e inmaculada.
El desafío en sus ojos había sido suficiente para excitarlo, para hacer
que la ansiara tanto, pero había esperado, por razones que ahora pensaba
que eran tontas.
Ella lo deseaba, no había forma de confundirlo con la forma en que
le respondía tan fácilmente.
Pero como esta noche sería la primera de lo que esperaba fueran
muchas noches con ella, quería aprender de ella, descubrir qué la haría
deshacerse.
Besándola por última vez, movió los labios hacia abajo a lo largo de
su mandíbula, sobre su pecho, y hacia abajo de su abdomen hasta que
estuvo en su centro, cubierto de encaje. Bajando su mano, presionó sus
dedos contra su raja, arrastrándolos hacia arriba y hacia abajo, sintiendo el
estremecimiento correr a través de ella.
Mientras repetía el movimiento, su mirada se posó en su rostro,
queriendo ver su reacción, ver el placer que le estaba dando. Pero eso no
fue suficiente, y en el siguiente momento, estaba arrastrando ese material
hacia un lado, revelando su sexo resbaladizo a su mirada.
No había querido tomar más que una probada, solo quería una
muestra de lo que sería enterrar a su polla, pero en el momento en que tuvo
los labios en su coño, su lengua arrastrándose por su raja antes de
adentrarse, sabía que no lo haría. No sería suficiente.
Amber estaba jodidamente mojada, y apenas la había tocado. Su
pene casi dolía por lo duro que estaba. Un gemido abandonó sus labios
cuando trató de alcanzarlo, pero él atrapó sus manos, entrelazando sus
dedos y presionando sus manos unidas contra el sofá.
Ella estaba ondulando contra su boca, sus gritos lo hicieron lamer más
fuerte, pero no fue hasta que tuvo sus labios alrededor de su clítoris y le dio
una chupada que su espalda se arqueó como una reverencia y un chorro
de dulzura le golpeó la lengua.
Maldita sea, no duraría.
Alejándose de ella, se sentó en el sofá, arrastrándola sobre su regazo,
de espaldas a él.
Una exhalación temblorosa la dejó cuando su cabeza cayó hacia
atrás contra su hombro, su espalda arqueándose más. Sabía, incluso antes
de que volviera a colocar la mano en sus bragas que iba a estar más
húmeda que antes para él.
Quería tomarse su tiempo, encontrar todos los lugares que la hacían
retorcerse y rogar, pero estaba tan jodidamente impaciente como lo estaba
ella.
—Muéstrame cómo quieres correrte —dijo en su lugar, sintiendo su
respuesta a sus palabras mientras se arqueaba más, buscando
desesperadamente los dedos que él se estaba negando a darle.
Mientras comenzaba a seguir su instrucción, la mirada de él se disparó
al espejo al otro lado de la habitación, su reflejo dándole la vista perfecta,
mientras observaba a sus dedos deslizarse debajo de la pretina, siguiendo el
mismo camino que la mano de ella había tomado.
Simplemente observarla arrastrar un dedo bajo su raja, luego regresar
hacia arriba para frotar su clítoris, tenía su polla palpitando con necesidad.
No, ella no era tímida en modo alguno, y sabía que una vez que la tuviera
debajo de sí, ella no se contendría, dando tanto como conseguía.
Pero en este momento, solo quería observarla correr se, observarla
caer en pedazos.
Arrastrando hacia abajo la copa de su sujetador, acunó su pecho,
sintiendo el frío metal de la barra que ella tenía a través de su pezón. Al
segundo en que tiró de este, pellizcando su pezón entre su pulgar y dedo
índice, ella gimió bajo, sus caderas moviéndose, moliéndose contra su polla.
Era una hermosa vista, haciéndose venir de esa manera, pero no era
suficiente para él. Necesitaba sentirla deshacerse debajo de sus manos.
Tirando su mano fuera de sus bragas, la levantó de él solo lo suficiente
para arrastrar sus bragas hacia abajo por sus muslos, antes de que tuviera la
mano entre sus piernas de nuevo, los dedos buscando la resbaladiza carne
en medio. Tocándola gentilmente, no se demoró en su clítoris, como parecía
necesitar desesperadamente, vagando bajo, hasta que pudo presionar su
dedo medio dentro de ella, tomándose su tiempo mientras sentía apretarse
su coño alrededor de la invasión.
Pero tan rápidamente como estuvo dentro de ella, se estaba
echando hacia atrás, solo para añadir un segundo. Un grito sin palabras
cayó de sus labios, las caderas moliéndose en su regazo mientras trataba de
forzar sus dedos más profundamente, pero la mano en su cintura la sostuvo
quieta.
Ya estaba muy cerca, tan jodidamente cerca que podía sentir el
codicioso apretón alrededor de sus paredes alrededor de sus dedos. Pero
no estaba listo para dejarla venirse todavía… la quería exactamente como
estaba.
—Kyrnon, por favor. —Era lo máximo que ella podía manejar.
—Tan condenadamente impaciente —murmuró por lo bajo,
realzando sus palabras con un giro de sus dedos, sintiendo otro chorro de
caliente excitación cubrir sus dedos.
Estaba seguro de que podría mantenerla así, peligrosamente cerca
del borde, pero cuando arrastró su espalda contra sí mismo, arrastrando sus
dientes a lo largo del costado de su cuello, explotó, y cuando lo hizo, su
cabeza cayó hacia atrás, su boca abriéndose.
—Kyrnon, ¡sí!
Su control se quebró al momento en que escuchó su nombre salir de
sus labios, enviando un flujo de adrenalina a precipitarse a través de él. En
un minuto todavía la tenía en su regazo, forzando un orgasmo fue, al
siguiente ella estaba sobre su espalda, y se arrastraba entre sus muslos
extendidos.
Súplicas sin aliento salían de su boca mientras se estiraba hacia él,
desesperada por atraerlo más cerca, y verla de esa manera lo tenía
empujando su bóxer hacia abajo, demasiado impaciente para sacarlos del
camino.
Mientras apretaba su polla, tratando de imponerse a sí mismo, no
podía recordar un momento en el que quisiera follar tanto a alguien como
quería follarla en este momento. Su sangre estaba corriendo con necesidad,
y estaba tomando cada jodido pedacito de concentración en él no
empujarse dentro de ella simplemente.
Pero no iba a negarse a sí mismo por mucho tiempo más.
Agarrando un paquete de aluminio del bolsillo de sus pantalones, lo
rasgó para abrirlo, sacando el látex y rodándolo sobre su polla.
Aferrándose a su pierna con dedos ásperos, la acercó más,
enganchando la pierna de ella alrededor de su cintura, mientras inclinaba
la contundente punta de su polla en su entrada y empujaba.
Amber era como un jodido vicio, apretándolo antes de que siquiera
pudiera llegar completamente dentro. La necesidad de solo tomarla justo
allí y en ese momento hacía que una aguda sensación se deslizara hacia
abajo, por su columna, pero contuvo la urgencia.
Quería prolongar esto por tanto tiempo como pudiera, porque sabía
simplemente que, por la forma como había respondido a su toque, si
procurara esperar, su orgasmo sería más fuerte.
Cuando finalmente estuvo dentro, tan lejos como el cuerpo de ella se
lo permitió, le dio un momento para ajustarse a la sensación de ellos, y
cuando sintió que se iba a poner laxa, se salió cuidadosamente de ella, y
volvió a entrar otra vez.
—Joder, te sientes tan bien. —Sus palabras fueron un suave sonido
embriagador, haciendo que esa sonrisa en su rostro se volviera más amplia.
—¿Duele? —le preguntó Celt, acunando su pecho un momento antes
de deslizar su mano de arriba abajo, usando su pulgar para hacer círculos
apretados alrededor de su clítoris.
Estaba sin palabras, los labios llenos separados mientras un agudo
sonido forjaba su camino para salir de su garganta, inundándolo muy
profundamente, su siguiente empuje vino más duro, más rápido, hasta que
estuvo en un severo ritmo dentro de ella.
Tomó cada pedazo de considerable control no dedicarse al placer
que estaba calentando su columna. Jesús, era tan jodidamente bueno que
fuera así de codiciosa, rogando por su polla mientras la follaba más fuerte
que antes.
Ni siquiera se había dado cuenta de que se había deslizado al gaélico
mientras le decía cuánto amaba follar su coño… cómo estaba a punto de
correrse por la manera en que ella lo estaba apretando.
Era como si un fuego estuviera ardiendo bajo su piel, uno que ella
estaba alimentando con cada gemido que salía de su boca. No era solo la
sensación de su coño apretando su polla lo que le estaba haciendo
correrse, sino los gemidos jadeantes, la forma en que se aferraba a él tan
fuertemente.
No podía recordar la última vez que hubiera llegado tan cerca tan
rápido, pero cuando la sintió apretarse alrededor de él otra vez, Kyrnon no
pudo aplazarlo por más tiempo, corriéndose tan duro que vio estrellas.
Cuando sus sentidos regresaron, volviéndose más conscientes de las
gotas de sudor deslizándose hacia abajo por su espalda en la frialdad de la
habitación, supo sin dudas que, definitivamente, una vez no iba a ser
suficiente.
Liberándose lentamente de ella, retiró cuidadosamente el condón y
lo anudó, arrastrando de regreso hacia arriba sus pantalones, mientras iba
hacia la cocina para tirarlo en la basura.
Apagando la televisión y dejando todo lo demás para la mañana,
ayudó a Amber a ponerse de pie, y simplemente porque quería, la cargó
de regreso a su habitación y la depositó sobre la cama.
No tardó mucho tiempo antes de que estuviera dormitando,
habiéndose escabullido una vez que estuvo al lado de ella. Si bien puede
que Kyrnon no haya estado cansado mentalmente, ella había logrado
drenar cada trozo de energía que le quedaba. Generalmente estaría
perfectamente bien con dejar a su pareja durmiendo, mientras él se
marchaba para hacer algo más, pero en lugar de salir a comprobar dos
veces y asegurarse una vez más de que todas sus alarmas estuvieran puestas
y que el lugar fuera una fortaleza, se reunió con ella en la cama.
Unas horas, pensó mientras cerraba sus ojos, envolviendo un brazo
alrededor de ella y arrastrándola hacia atrás, hacia su agarre.
Era todo lo que necesitaba.

***

Fue la calidez de los rayos del sol cayendo sobre ella lo que despertó
a Amber la mañana siguiente. Levantando su cabeza, vio hacia el otro lado
de la cama, pero estaba vacío, y puso su mano donde recordaba
vagamente haber estado Kyrnon la noche anterior, encontró su lugar
estando frío.
Mientras se volvía más consciente, sentándose y arrastrando la
sábana con ella para proteger su desnudez, no llevó mucho tiempo
descubrir a dónde se había ido Kyrnon. Podía escuchar sartenes
traqueteando mientras se movía alrededor de la cocina, y si no estaba
equivocada, ese aroma celestial que salía flotando de allí era el olor del
tocino.
Amber también estaba contenta porque no estaba sufriendo de un
sordo dolor de cabeza, por los pocos chupitos que había bebido la noche
anterior. Generalmente sentía algo la mañana siguiente, después de haber
bebido cualquier cosa.
Pero de nuevo, ella también podría no haber estado sintiendo efectos
porque había sudado la pequeña cantidad de whiskey que había bebido.
Ni siquiera estaba segura de cuánto tiempo habían pasado afuera en su
sofá, luego bajado a su suelo.
Ya sea que lo quisiera o no, recordar la manera en que las manos de
él se sentían sobre ella le hizo contener el aliento.
Pensando que sería mejor no esconderse en su habitación, salió de su
cama, dirigiéndose hacia el vestidor en el que lo había visto entrar la noche
anterior.
No había muchos trajes que revistieran las paredes, su vestuario
integrado principalmente por jeans y camisas a cuadros. Incluso una pared
estaba dedicada estrictamente a botas, pares que parecía que fueron
usados para combate en vez de por moda. También acababa de encontrar
una gaveta llena de pantalones deportivos.
Por supuesto que había sabido que mentía cuando le dijo que no
tenía nada para que usara la noche anterior, pero era diferente ver la
evidencia de esa mentira.
Agarrando un par, se los puso, tirando de las cuerdas en la pretina
para asegurárselas en. Y, finalmente, agarrando una de las camisetas
colgantes, fue en busca de su baño.
No le llevó mucho tiempo refrescarse —la belleza de cargar artículos
de tamaño viajero en su bolsa todo el tiempo, ya que trabajaba un montón
de horas extrañas— entonces estuvo lista para ir a la cocina, donde
encontró a Kyrnon de pie en la estufa con un par de pantalones de dormir
colgando bajo en su cintura, mientras freía tocino en un gran sartén de hierro
fundido.
Hasta ahora, no había pensado mucho sobre la idea de sus miradas
afectándola todavía. No era como si no hubiera obtenido una vista cercana
y personal de él la noche anterior, simplemente era la forma en que estaba
allí de pie, tan fácilmente —cabello en desorden y nada para proteger su
pecho de la grasa salpicando— que ella se encontró sonriendo de nuevo.
Se sentía afortunada.
Subiéndose a uno de los taburetes, descansó sus codos sobre la isla y
observó su trabajo, trazando con sus ojos las débiles cicatrices que
decoraban su espalda. Había visto las de su pecho muy claramente, pero
no recordaba ver estas.
Se veían un poco más deliberadas, como si alguien las hubiera
infligido en él.
Cuando terminó de retirar las últimas tiras de tocino de la sartén,
apagando la estufa, se movió en busca de un plato. Se veía tan
concentrado en su tarea que se preguntó si siquiera sabía que ella estaba
allí, observándolo. No era como si hubiera anunciado su presencia, pero
obtuvo una respuesta a ello cuando finalmente colocó las tiras en platos y
las bajó frente a ella, junto con un vaso de jugo de naranja.
Rodeando la isla, hizo una pausa brevemente a su lado, presionando
un beso prolongado en su delicada piel, justo debajo de su oído y susurró:
—Buenos días, amorcito.
Síp… era masilla.
No era como si ella no hubiera crecido alrededor de varios acentos
toda su vida, pero había algo respecto a la manera en que Kyrnon hablaba
que la hacía preguntarse si ella se derretiría en el suelo cada vez que dijera
algo.
—Buenos días —dijo, observándolo regresar para servirle una taza de
café. Descubrió que le gustaba en la mañana.
Cuando él tuvo la taza puesta frente a ella, preguntó:
—¿Tuviste una buena noche?
Una de las mejores noches de su vida, si fuera a ser honesta, pero
simplemente dijo:
—La tuve.
Kyrnon estaba por decir algo más, cuando las fuertes vibraciones
provenientes de su bolsillo robaron su atención. Ella no sabía qué tipo de
ajustes tenía en su teléfono, pero no creía que alguna vez hubiera
escuchado alguno así de alto.
Con su mirada en el teléfono, él dijo:
—Tengo que tomar esto. Dame un momento.
Kyrnon salió a un lado mientras permanecía en la isla, terminando su
desayuno. Estaba por terminar cuando se reunió con ella.
—Tengo un recado que hacer, órdenes del jefe.
—Está bien.
Amber necesitaba ponerse en marcha, de todas maneras. Él podría
dejarla en casa, y tal vez después de que se repusiera, podría seguir
trabajando.
Le tomó un momento darse cuenta de que Kyrnon no había
respondido, pero cuando se dio cuenta, girando la cabeza para mirarlo,
encontró que estaba más ceca que antes.
Su expresión se volvió más suave cuando acunó su rostro, su pulgar
acariciando sobre su mejilla.
—¿Qué te parece un beso?
Nunca solo era simplemente un beso con Kyrnon. No, tenía que
apoderarse de cada pensamiento de ella, consumir su boca como si
estuviera tratando de tomar todo. La implacable presión de sus labios, la
forma perezosa en la que movía su lengua para enredarla con la de ella, y
finalmente solo la más ligera mordedura de dolor mientras le mordisqueaba
el labio inferior.
Masilla.
—Tres días —dijo, después de retroceder—. Tu casa.
Era una cita.
Capítulo 8
Había algo sobre limpiar que Amber odiaba.
Desde lavar los platos, para ponerlos después en el lavavajillas porque
eso era lo que su madre siempre le había enseñado a hacer, hasta barrer y
desempolvar cada cosita. Hubiera sido un poco más fácil de no haber
dejado que su apartamento se pusiera tan mal.
Cuando se despertó esa mañana, decidió que finalmente estaba lista
para abordar la tarea de desempacar sus cosas. No ayudaba que se
suponía Kyrnon iba a llegar. Ella había estado de acuerdo, al menos hasta
que llegó a su séptima caja y decidió que necesitaba un descanso.
Eso fue hace una hora... y en ese tiempo, había logrado hacer
absolutamente nada más que sentarse en su sofá y revisar un viejo álbum
de fotos.
La indecisión en su máxima expresión.
Ahora que estaba de vuelta, ordenando lo último, llegó a una
conclusión.
Le gustaba Kyrnon.
Tal vez más de lo que había pensado antes, incluso si no había oído
mucho de él en los días después de pasar la noche en su casa. A la mañana
siguiente le había mandado un mensaje, haciéndole saber que estaría fuera
de la ciudad durante los próximos días, pero le prometió que volvería e
incluso que fijaría una hora para ir.
Todo había ido bien y se había entusiasmado, al menos hasta que no
supo nada de él. Le había enviado un par de mensajes, pero cuando no
respondió, no volvió a intentarlo. Se lo había quitado de la cabeza,
pensando que él se pondría en contacto con cuando pudiera.
Pero eso fue hace tres días.
Y todavía no había oído nada.
Aun así, limpió su casa como si él siguiera viniendo.
No era que su casa estuviera particularmente sucia, desordenada
sería una palabra mejor. Siempre había algo, ya fueran lienzos apilados
contra una pared en la esquina, libros en la mesa de café o montones de
útiles de pintura que parecían ocupar mucho más espacio del que se
hubiera podido imaginar, pero le gustaba de esa manera. Hacía que su
casa se sintiera habitada.
Para cuando terminó de ordenar todo, parecía que había alguna
razón detrás de la decoración ecléctica que componía su sala de estar.
Apenas eran las seis, así que aún tenía tiempo para ducharse y
preparar la cena. Se había preocupado por qué hacer, tratando de
adivinar lo que le gustaría y lo que no. Al menos, sabía que comía carne, así
que decidir sobre el bistec y las papas al horno no fue difícil.
Tomándose su tiempo en la ducha, Amber restregó el olor a pino y
lejía, inhalando el fresco aroma a coco y limón. Y cuando volvió a salir y se
secó con una toalla, estaba segura de que olía como las playas de su casa.
Mirando el reloj de su mesita de noche, Amber se volvió hacia su
armario para encontrar algo que ponerse.
Ahora, lo único que tenía que hacer era esperar.
La decepción era una emoción aplastante y consumidora.
No la golpeó de una sola vez, sino que lentamente se extendió a
través de ella a medida que pasaban los minutos, hasta que fue lo único
que sintió.
Había estado sentada en el sofá, observando el goteo de cera de las
brillantes velas sobre su mesa de madera restaurada mientras se
preguntaba, por enésima vez, por qué seguía sentada allí.
Eran casi las doce y hacía tiempo que había empezado a dudar de
la presencia de Kyrnon. Pero si estaba siendo honesta, había sido desde
hacía horas. Kyrnon no le había parecido el tipo de persona que
simplemente dejaba plantado a alguien, pero ¿qué sabía ella realmente?
Apenas lo conocía.
Y considerando que definitivamente se había acostado con él la
primera noche que pasaron juntos, eso probablemente no fue un punto a
su favor.
Aunque cada pedacito de ella se rebeló contra la idea de llegar a él,
todavía trató de llamarlo, con la esperanza de que tal vez algo había
surgido.
Pero sonó.
Y llamó de nuevo.
Hasta que colgó y tiró el teléfono sobre la mesa, negándose a
recogerlo sin importar cómo se sintiera.
Y una vez que la medianoche había ido y venido, finalmente se
resolvió a la verdad mientras soplaba las velas y se ponía de pie, viendo el
humo salir en olas suaves de las mechas gastadas.
Kyrnon no iba a venir.
Se alegró por la oscuridad de la habitación; ahora no tendría que ver
la comida que se dejaría intacta.
Quitándose la ropa y poniéndose algo mucho más cómodo, arrojó su
ropa en una cesta de lavandería a través de la habitación, y luego escarbó
debajo de las sábanas, respirando el limpio aroma de la ropa recién lavada.
Cerrando los ojos, contó de cien en cien, pero se necesitaron unas
cuantas docenas de números antes de que finalmente pudiera dejarse
llevar.
El día después de que él la dejó plantada, seguía dispuesta a creer
que todo era un malentendido.
Al segundo, se sentía como una idiota por considerar que era algo
más de lo que era.
Y para el tercero, estaba haciendo un punto para no pensar en él en
absoluto.
Claro, la noche que pasó con él fue genial y puede que le llevara un
tiempo encontrar a alguien que pudiera superarlo, pero no se atrevió a dejar
que se apoderara de su vida.

***

Alejándose de la pintura mientras se limpiaba la frente, la mirada de


Amber pasó por el lienzo y todos los nuevos detalles. Después de una
semana y media, finalmente pudo verlo tomar forma, y con la cantidad de
trabajo que realizaba, estaría terminada para su fecha límite en otros diez
días. Probablemente solo le tomaría una semana como máximo terminar la
parte real de la pintura, entonces podría regresársela a Gabriel para el
proceso de envejecimiento. En lo que respecta a su trabajo, estaba a solo
una semana de un día de pago de cinco cifras.
Pero a medida que se acercaba a la meta, estaba preocupada.
Aunque hacer réplicas de una pintura famosa no era ilegal de
ninguna manera, si alguien trataba de hacerlas pasar por la cosa real... eso
era ilegal. Y lo último que necesitaba era que la arrestaran por algo así: no
podría volver a trabajar en su campo.
Pero Gabriel le había pedido que no cambiara nada del cuadro,
queriendo asegurarse de que se mantuviera inigualable junto al original.
Técnicamente era su empleador para esto, así que no era como si pudiera
discutir esto con él, pero al artista dentro de ella no le gustaba la idea de no
marcarlos de alguna manera.
Por si acaso...
Agarrando uno de los pinceles más finos, lo sumergió en pintura
blanca, garabateando cuidadosamente su nombre a lo largo de la parte
inferior, asegurándose de que se mezclara, aunque no completamente, con
la imagen en la parte inferior. Se podía omitir fácilmente cuando se miraba
el retrato, pero era más fácil de ver una vez estudiado.
Al menos, la tranquilizó.
Limpiando sus pinceles, Amber se apresuró a guardar sus suministros y
materiales, y luego se lavó las manos con jabón y diluyente de pintura.
Eran las noches como estas cuando veía los residuos de pintura de sus
manos, corriendo en coloridos remolinos por el desagüe que se sentía más
feliz.
Estaba creando algo, incluso si ya se había hecho, pero había incluso
arte en lo que estaba haciendo. No todos podían hacer lo mismo.
Terminado el día, agarró su bolso mientras avisaba, despidiéndose de
los demás mientras se dirigía hacia afuera. En vez de ir al metro como había
sido su costumbre, tomó un taxi, dirigiéndose todo el camino hasta el Upper
East Side, rumbo a un club nocturno en el corazón de la ciudad.
Tener una mejor amiga casada con un jefe de la mafia rusa no era
algo que todos pudieran decir que tuvieran, pero Amber tuvo suerte en ese
sentido. Mishca Volkov era lo que pasó cuando te mudabas a una ciudad
y te enamorabas del primer hombre que conocieras.
Hace solo unos meses sentía que compartía una casa de piedra rojiza
con Lauren cerca de la Universidad de Nueva York, disfrutando de la vida
de una estudiante universitaria, pero después de haberse mudado —y como
Amber ya no estaba en la escuela— pensó que era mejor mudarse y
empezar a vivir de su propio dinero en lugar del de sus padres.
Pero fuera del glamour que presentaba la vida de Mishca, estaban las
partes más oscuras y aterradoras. Era difícil saber lo que pasaba entre
bastidores, pero lo poco que había sabido la asustaba.
A Mishca le habían disparado una vez.
Lauren fue secuestrada.
Todo por Luka.
Amber no creía que pudiera manejar ese tipo de estilo de vida,
preocupándose constantemente de que alguien tratara de matarla solo por
lo que era su pareja, pero mientras Lauren estuviera feliz y contenta, no
podía quejarse.
Después de pagarle al taxista, Amber se colgó el bolso por encima del
hombro al salir, subiéndose a la acera frente al Club 221. La fila ya
empezaba a formarse, la seguridad en trajes limpios de pie en la puerta,
permitiendo poco a poco que la gente pasara.
Aunque no estaba vestida para el ambiente de ninguna manera, los
guardias de seguridad apenas le dieron una mirada cuando se abrió la
puerta y se le permitió la entrada no pagando por ser amiga del dueño.
Amber siguió el camino familiar a la oficina donde encontró a Lauren
en el piso con Sacha mientras él caminaba desde el escritorio, hacia ella y
de regreso, cada vez trayendo uno de los lápices junto con él como un
regalo.
—Sabe que los viernes por la noche son la noche de papá —explicó
Lauren con una sonrisa suave—. Así que, si Mish llega tarde, le da un ataque.
Ah, se estaba acercando a los dos terribles. Tenía suficientes primos
con hijos, así que sabía lo épicos que podían ser algunos de esos colapsos.
—Si quieres reprogramar...
—Por supuesto que no —le dijo Lauren rápidamente—. No te he visto
en semanas, y tenemos que ponernos al día. Mish debería estar aquí pronto.
Sonriendo ampliamente, Sacha se acercó a ella, sosteniendo su mano
en alto mientras saludaba.
—Hola.
Sintió que su rostro se iba a separar de su propia sonrisa —realmente
amaba a los niños de esta edad— se sentó para que estuvieran a la altura
de sus ojos.
—Hola, Sacha.
Se señaló a sí mismo, haciéndola reír.
—Sí, tú eres Sacha.
La señaló.
—Soy Amber.
—Amel. Amel. Amel. Amel —dijo una y otra vez, volviendo a su
caminata por el suelo para conseguir más lápices.
—No te hagas ilusiones —dijo Lauren riendo a carcajadas—. La fiebre
de bebé está escrita en tu rostro. Solo recuerda que no siempre son tan
lindos.
Sacha lo hizo difícil de creer. Cada vez que ella estaba cerca de él,
siempre estaba en el mejor de los estados de ánimo con la sonrisa más
dulce.
—Si realmente sientes ganas, puedes hacer de niñera por una noche
y veremos cómo te sientes por la mañana. —Lauren negó con la cabeza—.
Pero de nuevo, probablemente sería bueno para ti.
Amber tenía una prima que había sido así cuando era bebé, volvía
loca a su madre.
—¡Pero háblame del tipo! No me tengas más en suspenso.
Amber se estaba arrepintiendo de esa llamada. A principios de
semana, cuando llamó para organizar este lugar de reunión, se le salió y le
dijo a Lauren dónde había estado la noche anterior, y que había estado
con un hombre, Lauren le había pedido detalles.
Entonces, había estado un poco mareada al compartir. Ahora, no
tanto.
—No hay mucho que contar, en realidad. Fue solo una cosa de una
vez.
—No sonó como algo de una sola vez —dijo Lauren frunciendo el
ceño—. ¿Pasó algo?
Amber rápidamente corrió a través de todo, lo cual no era nada ya
que no había hablado con Kyrnon, pero sí le contó todo lo que había
sucedido entre ellos hasta ese momento.
—¿Y dijiste que su nombre es Kyrnon? Es un nombre interesante.
—Es irlandés.
La sonrisa de Lauren regresó.
—Oh, ¿un irlandés? Además de Reagan, el único irlandés que
conozco es C...
—¡Papá!
La exclamación vino de Sacha cuando la puerta de la oficina se
abrió, revelando tanto a Mishca como a Luka Sergeyev al otro lado.
El primero, y el esposo de su mejor amiga, era tan intimidante como lo
había sido la primera vez que lo conoció. Excepto que ahora, lo parecía aún
más. Todavía usaba su habitual traje de tres piezas, su mandíbula desaliñada
y su cabello que siempre parecía necesitar un corte.
El último, sin embargo... era mucho más difícil de describir.
Siempre había un amigo en el grupo, el que se arriesgaba, el que
amaba hacer bromas, y sonreía mucho. Pero Luka era una versión mejorada
de eso.
Sus riesgos incluían pistolas y cuchillos.
Sus bromas solían ser a expensas de otros.
Y sus sonrisas eran siempre un poco maníacas, y nunca se sabía si eran
amistosas o amenazantes.
El Sombrerero Loco siempre le venía a la mente.
Bondad cuestionable. Una pequeña racha de maldad. Y un montón
de locura.
Mishca atrapó a su hijo, sonriéndole al pequeño mientras lo levantaba
en sus brazos con una brillante sonrisa.
—¿Cómo está mi hijo? —Sacha sonrió a su padre—. ¿Y fuiste bueno
con tu mamá hoy? —Eso también fue respondido con una sonrisa. Alisando
una mano sobre la cabeza de Sacha, la mirada de Mishca giró hacia ella—
. Amber, me alegro de verte.
—Y tú, Mish. ¿Cómo te está tratando la, uh, el otro lado? —Nunca
preguntaba directamente, pero no fingía no saber.
—No puedo quejarme.
—Basta de hablar de él —declaró Luka al entrar en la habitación—.
Hablemos de mí.
Riendo, Amber preguntó:
—¿Y tú cómo estás, Luka?
—No lo animes —intervino Lauren antes de que Luka pudiera decir una
palabra—. Estás preguntando cómo está, y al siguiente te está contando la
vez que abrió a un hombre para hacerle hablar.
Luka hizo un gesto con la mano para apartar sus palabras.
—Tuve una mala infancia.
—¿Ves a lo que me refiero? Además, estábamos hablando de Kyrnon.
—¿Kyrnon? ¿Quién es Kyrnon? —La pregunta vino de Mishca.
Bueno, eso tachaba que estuviera en la mafia, o al menos no era
parte de una en este estado. Y considerando que él y su hermano corrían
en círculos similares, eso probablemente significaba que tampoco era un
mercenario.
—No es nadie —dijo Amber—. Solo un tipo que conocí.
—¿Hizo algo malo? —preguntó Luka, sonando un poco más serio que
en los momentos anteriores—. Porque lo voy a joder, solo dame la orden.
Ella creía eso.
De todo corazón.
Y no porque le hubiera hecho algo malo, sino porque le gustaba
hacerlo.
—No fue nada de eso, Luka. Tranquilízate.
—Bueno, no eres divertida.
—De todos modos. Nos vamos, Mish. Te llamaré más tarde.
Después de besos tanto para Mishca como para Sacha, y uno
descontento para Luka que se quejaba de que estaba siendo rechazado,
Lauren salió primero de la oficina, Amber detrás de ella.
Cuando salieron por la puerta trasera, donde los esperaban un auto y
dos rusos bastante grandes, Lauren respiró hondo y dijo:
—Cuéntamelo todo.
Y durante las siguientes tres horas, lo hizo.

***

Kyrnon lo había jodido.


Lo supo en el momento en que salió corriendo de la vieja casa
abandonada de Bruselas, segundos antes de que se incendiara. No era
porque estaba quemando la residencia que había un problema, sino
porque el fusible se había encendido antes de lo esperado, y durante su
prisa por salir a tiempo, había perdido su teléfono en el proceso.
No sería la primera vez que perdiera alguna tecnología, y no le
preocupaba demasiado que alguien pudiera extraer algo de ella, aunque
fuera para investigar el incendio, tenía medidas de seguridad para ello.
No, estaba pensando en Amber y en cómo no podría ponerse en
contacto con ella hasta que terminara su misión en Bruselas. No se sabía su
número de memoria, y las mismas salvaguardias que protegían a otros de
piratear su teléfono, le impedían acceder a cualquier dato también.
Pero, él había pensado que mientras estuviera allí para su cita, no
habría ningún problema.
Excepto que hubo un retraso tras otro, que al momento en que
abordaba un avión y se dirigía de vuelta a los Estados Unidos, sabía que ella
iba a estar realmente enojada con él.
Aunque la honestidad era la mejor política, no había manera de que
él pudiera hablarle de la misión. Incluso si lo hacía, ¿cuál era la probabilidad
de que creyera una historia como esa de todos modos, incluso si era la
verdad?
Su única esperanza era suavizar las cosas, tratar de ganarse su favor.
Ni siquiera por la tarea, sino porque no quería ser la razón por la que
estuviese molesta. Ya empezaba a no sentirse como un trabajo cuando se
trataba de ella.
En el momento en que aterrizó y se dirigía de vuelta a su lugar, la
noche se había asentado pesadamente sobre la ciudad. Al agarrar un
teléfono nuevo una vez que dentro de su cuarto de guerra, activó la tarjeta
de memoria dentro de él, enchufando sus credenciales mientras regresaba
a su dormitorio.
Aunque no tenía mucho tiempo libre, se duchó y se cambió de ropa.
Recogiendo las llaves de su motocicleta, dejó su loft después de una hora
de llegar allí.
Kyrnon recordó la ruta a su casa, ya que la había llevado dos veces.
La calle estaba tranquila una vez que llegó, y aunque tocó el timbre de su
apartamento, nadie contestó. Aunque existía la posibilidad de que no
estuviera en casa, Kyrnon estaba un poco ansioso y, en lugar de esperar, fue
por el costado del edificio hasta la escalera de incendios.
Comprobando que no había nadie alrededor, subió por las escaleras
hasta llegar a su ventana. Cortinas escarpadas bloqueaban la vista en el
interior, pero por lo poco que podía ver, nadie parecía estar en casa.
Lo cual tenía maldito sentido.
¿Qué razón tenía para ignorar el timbre?
No era como si supiera que era quien la llamaba.
Sintiéndose como un acosador apropiado, rápidamente volvió a
bajar, y luego se sentó en su Harley. Estaba dispuesto a esperar.
Pasó una hora o más antes de que una limusina llegara rodando por
la calle y se detuviera en la acera, con la puerta abierta mientras Amber
salía.
—Gracias —le dijo al conductor mientras cerraba la puerta y veía
cómo se alejaba.
No fue hasta que estuvo más cerca de la entrada de su edificio que
lo notó.
El mohín de sus labios llenos se abrió sorprendidos, pero una sonrisa no
adornó su bonito rostro cuando lo vio. En realidad, se empeñó en no mostrar
nada, lo que solo lo hizo sentir peor. Pero parecía que prefería estar en
cualquier lugar menos allí con él.
—¿Qué haces aquí, Kyrnon?
—¿Necesitabas un conductor? —Kyrnon se encontró preguntando
con la mirada perdida en la dirección que había tomado la limusina.
—Estaba cenando con una amiga y surgió algo. Su marido hizo que
alguien me llevara a casa, aunque no estoy segura de por qué te importa
eso.
Mierda.
Sí, estaba enojada con él.
Frotando la parte posterior de su cuello, Kyrnon empujó su motocicleta
hacia ella.
—¿Puedo explicarlo?
Sus brazos cruzaron sobre su amplio pecho, ofreciendo una tentadora
vista a través de su camisa de corte bajo, pero no dejó que su atención se
detuviera demasiado tiempo. No la necesitaba enojada con él por otra
razón.
—Si quieres —contestó finalmente.
Pero eso no le gustó. Preferiría que se enfadara antes que fuera
indiferente.
Incluso si todavía se decía a sí mismo que no se suponía que importara.
—Primero, perdí mi teléfono —dijo, incluso sacando el nuevo para que
ella lo viera—. Y como estaba en Bruselas por negocios, no pude conseguir
otro hasta que volví.
Su expresión seguía siendo la misma.
—Me alegra que tengas un teléfono nuevo.
—No regresé hasta hace unas horas —agregó, recordando el tiempo
que había pasado desde que habló con ella—. Yo...
—Kyrnon, realmente no tienes que explicar si no quieres. No me debes
nada.
Ella no lo miró a los ojos mientras dijo eso, y eso no servía. No le gustaba
esa mirada en su rostro.
—Pero yo sí. —Se acercó, no tanto como para que se acercase, pero
lo suficiente como para que finalmente tuviese que reconocer su presencia
delante de ella—. No puedo dejar que pienses que no quería estar allí.
Ella negó con la cabeza.
—Kyrnon, en serio. Todo está bien. Yo no...
Tal vez eso era lo que ese otro idiota había querido de ella cuando lo
arruinó, disminuir su culpa por ser una persona de mierda, pero Kyrnon no
quería eso.
—Amber.
La forma en que dijo su nombre, bajo y un poco áspero, finalmente
llamó su atención, haciéndola volver esos suaves ojos marrones hacia él.
—Quería estar allí —dijo antes de que ella pudiera decir otra cosa—.
Tenía toda la intención de estar. Lo había pensado durante días.
Y lo había hecho.
Quería ver cómo era cuando estaba en su propio espacio y podía
dejarla bajar la guardia hasta el final. Quería ver sus pensamientos reflejados
en los lienzos que no dudaba que estaban por todo su apartamento.
Y también quería ver lo flexible que era ella.
—Y si me das una oportunidad, te lo compensaré.
Amber no dijo nada durante mucho tiempo, solo lo estudió como para
medir su veracidad. Entonces, preguntó:
—¿Bruselas?
Kyrnon soltó un respiro, sintiendo que algo de su tensión disminuía. Si
preguntaba sobre ello, al menos quería hablar.
—Fue un viaje largo.
—¿Por eso pareces tan cansado? —le preguntó, y pudo ver la
preocupación en sus ojos.
Pero no se equivocaba.
Estaba agotado, joder.
Se sintió como si hubiera estado despierto toda la semana, además
de las pocas horas que durmió, lo había estado. Antes de irse, se había
sentido con bastante energía, contento por el hecho de que había podido
dormir al menos tres horas cuando ella le calentaba la cama, aunque le
sorprendiera.
Kyrnon no dormía bien por naturaleza, así que cuando había alguien
más cerca de él, realmente no podía dormir, sin confiar en nadie en su
espacio cuando era tan vulnerable.
Pero lo hizo con Amber.
No había ningún temor de lo que ella pudiera hacerle mientras él
estaba desmayado, así que tal vez otra parte suya estaba contento de estar
de vuelta aquí con la esperanza de que pudiera ayudarlo a dormir de
nuevo.
—Sí —dijo respondiendo a su pregunta—. Pero quería verte primero.
Finalmente, pudo sacarle una sonrisa.
—¿Quieres subir?
—Sería un tonto si dijera que no.
Con los dedos de las llaves distraídos, no se dirigió a la puerta de
inmediato.
—No voy a acostarme contigo.
Recordando la última vez que estuvieron juntos, Kyrnon no pudo
contener su sonrisa aunque lo intentó.
—Un poco tarde para eso, cariño.
—Otra vez. No voy a acostarme contigo otra vez.
—Tal vez no esta noche, pero te debilitaré.
Con un giro de ojos, aunque no se veía ni la mitad de molesta de lo
que intentaba fingir, los dejó entrar en el edificio, dirigiéndose a su
apartamento.
Solo lo había visto la última vez que estuvo allí, necesitaba ponerse en
marcha para poder tomar el vuelo a Bruselas, pero podía decir que era
diferente. Para empezar, había desempacado, deshaciéndose de las cajas
de mudanza que había visto en su última visita.
Más pinturas habían sido colgadas a lo largo de las paredes, y él
comenzaba a pensar que había una razón detrás de la locura. Fueron
colgados en función del período en el que surgieron, algo que no muchos
habrían notado.
Su casa era diferente a la de él. Era ordenada hasta un grado casi
compulsivo, y debido a que la gente siempre entraba y salía dependiendo
de si él usaba el lugar como una casa segura, siempre lo mantenía más
limpio de lo normal. Su apartamento, por otro lado, se sentía habitado,
como si hubiera vida dentro de las cuatro paredes.
Dejando sus llaves sobre la mesa, Amber le preguntó:
—¿Quieres algo de beber?
Después de la semana que tenía, eso era lo último que tenía en
mente.
Frotando una mano por su rostro, contestó honestamente.
—Solo te quiero a ti y a una cama, el resto puede arreglarse mañana.
—Entonces, vamos a la cama —respondió Amber.
Capítulo 9
Eran las primeras horas de la mañana cuando Amber se despertó con
un grito ahogado, su espalda casi saliendo de la cama por la sensación de
la lengua de Kyrnon en la parte interna de sus muslos. Con el brillo de la luna
entrando por la ventana cercana, podía ver su edredón pateado a los pies
de su cama, y la longitud del cuerpo casi desnudo de Kyrnon mientras se
extendía frente a ella.
Vagamente, recordaba haberse quitado la ropa con él y desmayarse
en la cama, emocionada por la sensación de él envolviéndola con su brazo
a medida que se ponían cómodos. Sin sexo, le había dicho, y con qué
rapidez esa idea había salido por la ventana ahora que se enfrentaba con
la visión de él entre sus piernas.
Sus labios apenas rozaban su piel y ya estaba dolorida por su toque.
Cuando él se dio cuenta de que había captado su atención, trazó un dedo
por su sexo cubierto de encaje.
—Estás temblando.
—Kyrnon, ¿qué estás haciendo?
Pero ya sabía la respuesta a eso, podía sentirlo en la forma en que se
acercaba más al ápice de sus muslos con su boca, dejando besos
prolongados y penetrantes a lo largo de su piel caliente.
—Me disculpo. —Le rodeó el estómago con una mano, sin detenerse
hasta que tuvo su mano sobre su pecho, pellizcando un pezón endurecido—
. ¿Me dejarás?
Amber no pensaba claramente, demasiado atrapada en el momento
con él, sin embargo, se encontró asintiendo, ayudándolo a quitarse las
bragas mientras levantaba sus caderas.
Sentado ahora, el bulto tenso en sus calzoncillos era demasiado
visible, haciendo que su coño se apretara por la sensación de recordarlo.
Pero su propia necesidad parecía ser lo último en su mente cuando le dio
un golpecito en el muslo, ordenando silenciosamente que extendiera sus
piernas, e incluso cuando creyó que estaban lo suficientemente extendidas,
él envolvió sus dedos alrededor de su pierna y la abrió más para su mirada.
—No pensé en nada más —murmuró, con los ojos clavados en su sexo
mientras frotaba con los dedos arriba y abajo de su hendidura,
deteniéndose en su clítoris para frotar círculos apretados y lentos—. Nada
más.
No pudo evitar balancear su sexo contra su mano, buscando más de
su toque mientras la acercaba más y más a la felicidad, pero cada vez que
sentía acercarse, a una caricia de distancia de desmoronarse, se retiraba,
apenas tocándola hasta que ella se calmaba una vez más.
Cuando Amber trató de alcanzarlo, la agarró de la muñeca antes de
que pudiera, entrelazando sus dedos incluso mientras presionaba su mano
contra la cama a su lado.
—Manos quietas, amorcito. Yo me ocuparé de ti.
Y en el siguiente aliento, deslizó dos dedos lo más profundo que pudo.
Kyrnon los trabajó dentro y fuera, arrastrando cada terminación
nerviosa dentro de ella. Su grito de placer lo animó a empujar más fuerte,
más rápido, más profundo.
—No quiero apresurar esto —le dijo casi animadamente, ralentizando
el ritmo de sus dedos hasta que los saco por completo.
Ya extrañaba la sensación de estar llena, la sensación de él
acariciándola más hasta que no fuera más que un lío tembloroso bajo su
toque. No era el único que había pensado en la noche que pasaron juntos,
en las emociones que le hizo sentir.
—Te necesito. Por favor.
—Paciencia —le respondió, incluso mientras se movía hasta quedar
sobre ella—. Ni siquiera estamos cerca de haber terminado.
Levantando su camiseta por encima de su estómago para aferrarse a
su pecho, tiró de las copas de su sujetador hacia abajo, su boca cubriendo
la carne expuesta en segundos. Su lengua trabajó sobre su pezón, el calor
de su boca la hizo gemir fuertemente. Pero no fue hasta que tuvo la barra
entre sus dientes y tiró que ella se estaba arqueando más hacia él. Repitió
las mismas acciones con el otro antes de que su mandíbula barbuda
recorriera su estómago.
La tensión que se acumuló allí solo se hizo más fuerte cuando
finalmente se acomodó entre sus piernas, su mirada se clavó en la de ella.
A los pies la sonrisa que le ofreció era francamente pecaminosa, una
promesa de lo que estaba por venir.
—Tan jodidamente mojada y resbaladiza —comentó en un ronco
susurro, frotándose sobre ella una vez más, sus dedos brillando con su
excitación. Y mientras hundía los dedos en ella, su cuerpo aceptaba
gradualmente la intrusión, gruñó, un sonido áspero que la hizo apretarse
contra él—. Y tan jodidamente apretada. No puedo esperar para sentir que
aprietas mi polla.
Y como ella era incapaz de hacer nada más que aceptar el placer
que le estaba dando, ya pensaba en él trepando por su cuerpo y
hundiéndose en ella.
—Dime lo que quieres —dijo, las palabras se deslizaron sobre ella como
lava fundida.
Incapaz de tocarlo, tomó un puñado de sus sábanas, necesitando
anclarse.
—Te quiero dentro de mí —dijo con un gemido quebrado,
desesperado y suplicante.
—Estoy dentro de ti, amorcito —le dijo con una sonrisa en su voz,
girando los dedos hacia adelante y hacia atrás para transmitir su punto.
—Kyrnon...
—Pero no creo que eso es lo que quieres en absoluto —sugirió, su
mirada parpadeó hacia la de ella—. Creo que quieres venirte.
Hundiendo sus dedos profundamente, usó su pulgar para frotar su
clítoris, persuadiéndola para que sacudiera sus caderas y tomara más de lo
que le ofrecía.
Amber estaba tan segura de que iba a explotar en ese momento,
pero justo cuando alcanzó ese pico, le sacó los dedos y removió su toque
por completo.
—¿Qué…
Pero antes de que pudiera pronunciar una palabra, su boca estaba
sobre ella.
No era que él estuviera usando el lado más ancho de su lengua para
lamer cada centímetro de ella, o que luego usaba solo la punta para
deslizarse sobre su clítoris que la hacía sentir inconsciente debajo de él.
No, fue su propio gruñido de placer, la forma en que sus propias
caderas parecían empujar contra la cama, como si estuviera tratando
desesperadamente de aliviar su propio dolor. La hizo arder aún más, hasta
que estuvo jadeando por la necesidad, sin importarle en lo más mínimo que
estuviera gimiendo su nombre una y otra vez.
—Vamos, dame lo que quiero —dijo un momento antes de chupar su
clítoris en su boca, y antes de que supiera, Amber estaba viendo estrellas.
Su cuerpo agarrado con fuerza antes de que se viniera, sus dedos se
aferraron a él, un grito ascendió por su garganta. Ella ni siquiera había
parado de temblar aún antes de que él se acomodara, agarrándose
fuertemente a sus muslos mientras tiraba de ella hacia abajo de la cama
hasta que sus piernas lo acunaran.
Su pecho se sacudió con la fuerza de su respiración cuando empujó
su bóxer, liberando esa gruesa y tensa erección. Envolviendo su puño
alrededor de él, más apretado de lo que ella hubiera creído cómodo, lo
acarició despacio y con cuidado, dejando escapar un gemido
estrangulado.
—No voy a follar por última vez contigo.
Pero a él no pareció importarle eso, no cuando alineó su polla con su
goteante hendidura y la empujó contra ella. Se suponía que solo iba hacer
una probada, un indicio de lo que estaba por venir, pero no se sabía quién
estaba más impaciente por lo que estaba por venir.
Alcanzando el borde de la cama, alcanzó sus jeans del piso, sacando
un paquete de condones de su bolsillo. Sacudiéndolos a un lado una vez
que terminó, hizo un rápido trabajo para abrir el condón, luego rodó el látex
sobre su longitud.
Mirándolo, parecía un dios sobre ella, fuerte e inflexible. El brillo de la
luna iluminaba su piel, las sombras hacían que los contornos de su cuerpo
parecieran más nítidos. Debajo de él se sentía pequeña, delicada... se sentía
como una mujer.
Con los ojos fijos en su sexo, se acarició una vez, dos veces, luego la
cabeza ancha y cubierta de látex de su pene presionó contra su abertura
un momento antes de que se zambullera todo el camino hasta el fondo.
Un escalofrío recorrió su cuerpo mientras Kyrnon maldecía bajo y duro,
el agarre que tenía en sus muslos casi doloroso.
Pero era un buen dolor.
Un dolor que la tenía palpitando a su alrededor.
Aunque él había parecido desesperado por entrar en ella momentos
antes, no cedió ante embestidas duras, sino que le dio bombeos
superficiales de caderas.
—Joder, sí —gimió—. Estás jodidamente apretada, tan jodidamente
bien.
Se enterraba tan profundo como podía, y demasiado pronto, se
estaba retirando, hasta solo tener la punta dentro de ella y volvía a empujar,
más fuerte que antes.
Un brazo se deslizó debajo de ella, con la palma de su mano apoyada
en la parte baja de su espalda, incluso mientras equilibraba su peso en su
otro brazo, los músculos en él se destacaban en un profundo alivio.
El control que parecía tener, se rompió cuando usó su agarre sobre
ella para obligarla a enfrentar sus embestidas brutales, instándola cada vez
más rápido. Kyrnon pronunció órdenes agudas y guturales mientras la
follaba, diciéndole lo bien que se veía envuelta alrededor de él, como
estaba a punto de derramarse antes de estar listo.
Fue demasiado.
La forma en que la folló.
La forma en que le susurraba cosas sucias al oído, parecía exitarse al
hacerla gritar en éxtasis. Enterró su cara en el hueco de su cuello mientras
sus embestidas aceleraban, fuertes gemidos rotos dejándola mientras la
empalaba con su polla.
Amber estaba perdida, tan jodidamente perdida en las sensaciones
que inspiraba dentro de ella, que sabía que el orgasmo hacia el que se
precipitaba sería el más fuerte que alguna vez tuvo.
—Vamos —gruñó en su oído, sus embestidas frenéticas y apresuradas
mientras estaba atrapado en sus propias olas—. Vente por mí, Amber.
No tuvo más remedio que obedecer, ceder a la dicha que se le había
negado durante tanto tiempo. Ella se vino gritando su nombre, apretando
tan fuerte alrededor de él que se plantó dentro de ella y se dejó llevar.
Kyrnon se dejó caer sobre su codo, su placentero peso encima de ella,
incluso cuando sentía los latidos de su corazón acelerado debajo de su
palma mientras colocaba una mano sobre su pecho.
Alzando la mano, incapaz de calmar el impulso, Amber apartó los
mechones de cabello de su rostro, sonriendo cuando él le dio un rápido
beso en la muñeca.
—Me gusta la forma en que te disculpas.
Su sonrisa se hizo aún más amplia mientras se reía, cuidadosamente
saliendo de ella.
—Pasaré la siguiente semana haciendo las paces contigo si quieres.
Kyrnon saltó de la cama y mientras ella miraba cómo salía con prisa
de su habitación al baño al otro lado del pasillo, ella no pudo pensar en una
sola objeción a su comentario.

***

—¡Necesito una toalla!


—¡Están debajo del fregadero! —gritó Amber, demasiado ocupada
buscando en el refrigerador algo de comer para prestarle mucha atención
a las travesuras de Kyrnon.
Después de volver acostarse, ella había dormido, solo para
despertarse unas horas más tarde con Kyrnon levantándose y metiéndose
en la ducha. Su rostro se había calentado en recuerdo de la noche que
compartieron, pero antes de dejarse atrapar en esos pensamientos, se
obligó a levantarse de la cama, sin poder hacer caso omiso del leve dolor
entre sus piernas.
Amber estaba poniendo un cartón de huevos y tocino en el mostrador
cuando llamaron a su puerta. Mirando hacia el baño, la puerta estaba entre
abierta, la ducha aún continuaba.
Limpiándose las manos en la parte delantera del short, se acercó,
chequeando la mirilla primero y rápidamente maldiciendo.
No podía tener suerte.
—Rob, ¿qué haces aquí? —preguntó en el momento en que abrió la
puerta, aunque se quedó allí para dejar en claro que no entraría.
Aunque solo eran las diez de la mañana, él estaba vestido de traje,
con el cabello en su lugar.
—Quería hablar contigo.
—No hay nada de lo que tengamos hablar. Si quieres hablar con
alguien, ve a buscar a Piper.
Él no se movió.
—Solo tomará un minuto.
—Ahora no es un buen momento —le dijo, esperando que Kyrnon
permaneciera en la ducha un poco más de tiempo—. Y, sinceramente, no
creo que quede nada por decir.
Pasándose una mano por su rostro, Rob miró hacia un lado, tratando
de encontrar las palabras correctas.
—Hablaba en serio cuando te dije que cometí un error, pero no pude
decir...
Él no estaba…
—Por favor, no me digas que estás pensando en que volvamos a estar
juntos. —Cuando no se apresuró a decir que no, Amber decidió que a pesar
de su título de una escuela Ivy League, no era tan brillante—. Tu novia, mi
prima, está embarazada de tu hijo. Si eso no es suficiente respuesta para ti,
aquí hay otra: No. Y si quieres, puedo decírtelo en ruso también.
—¡Oye! ¿Llamas a esto una maldita toalla?
Amber giró sorprendida ante la voz de Kyrnon detrás de ella, no había
escuchado su acercamiento. En el momento en que lo vio, su boca se abrió.
Estaba allí empapado, desnudo como el día en que nació, con una
de sus decorativas toallas de mano en su mano. Parecía indignado, como
si ella deliberadamente lo hubiera hecho salir.
Una risita histérica creció, pero se tapó la boca con una mano antes
de poder soltarla. Rob preguntó:
—¿Con quién estás hablando? —Luego empujó la puerta para abrirla
más para entrar y mirae a Kyrnon.
La expresión de Kyrnon cambió, su mandíbula se endureció, pero una
sonrisa curvó sus labios mientras se tomaba su tiempo para cubrirse sus
partes.
—¡Ups!
La cara de Rob moteaba con ira, ya fuera por la desnudez de Kyrnon
o su burla, ella no lo sabía.
—¿Quién eres tú?
—Creo que ya hemos pasado por esto una vez, amigo. Mantengamos
esto.
—Esto no tiene nada que ver contigo. Vete.
La cara de Kyrnon se arruinó con una falsa confusión.
—¿Oh? Tiene todo que ver conmigo. Tú estás tratando de interponerte
entre yo y algo que quiero, boyo. Yo no tomo amablemente eso.
—Rob, tienes que irte —habló fuerte Amber, No gustándole el desafío
en la voz de Kyrnon. Lo último que necesitaba era que el par peleara en su
sala de estar.
—Amber...
—Ella te pidió que te fueras —dijo Kyrnon, y esta vez, no había humor
en su voz—. Te sugiero que te muevas.
Rob parecía desesperado en ese momento cuando se volvió para
mirar a Amber, su dolor reflejado en sus ojos.
—¿Esto es a quién quieres? ¿Este idiota?
—Sí, Rob, pero incluso si no fuera él, no serías tú.
Parecía que quería decir algo, cualquier cosa, pero cuando no le
salieron las palabras, salió corriendo por la puerta y desapareció por la
escalera al final del pasillo.
Suspirando, Amber cerró la puerta, presionándose contra ella.
—Si vamos a tener invitados, probablemente deberías avisarme, ¿eh?
—Kyrnon puso una mano en su cadera, la otra señaló su polla—. Ni siquiera
estoy usando pantalones.

***

—Impecable —dijo Gabriel mientras miraba el lienzo, sus zapatos de


cuero haciendo clic en el suelo—. Has hecho un excelente trabajo.
Después de las últimas dos semanas y media, ella finalmente terminó.
Todavía no había envejecido, pero todo su trabajo había terminado.
Y estaba muy orgullosa de los resultados. Todo su arduo trabajo
descansaba justo frente a sus ojos, y la satisfacción que veía en sus ojos era
suficiente para hacerla sentir que había hecho un buen trabajo.
Le había llevado otros cuatro días completarlo por fin, y es posible que
lo hubiera hecho antes si Kyrnon no hubiera estando ocupando cualquier
otro tiempo libre que ella tenía.
No es que le importara.
Demasiado rápido, disfrutaba de su compañía. Eran las cosas
realmente simples, como hace dos noches cuando vieron una película en
su sofá. Durante los primeros quince minutos él le arrojó palomitas de maíz, y
durante la siguiente hora le explicó en absoluto detalle cómo la lucha
representada en ella estaba mal calibrada.
Él era tonto.
Él era dulce.
Él era... todo.
—He hecho el cheque en efectivo —dijo Gabriel, sacando un sobre
del bolsillo del pecho—. También he incluido un par de entradas para la
subasta, en caso de que tú y algún amigo quieran asistir.
Amber parpadeó por la sorpresa. A pesar de su trabajo, en realidad
no esperaba recibir una invitación para la misteriosa subasta.
—Oh gracias.
Tal vez traería a Kyrnon, el parecía apreciar el arte lo suficiente.
—Sábado —dijo Gabriel después de que ella tomara el sobre—. Llega
antes de las seis.
Amber no podía esperar.
Capítulo 10
Dos noches antes de la subasta, Amber se encontraba en una
pequeña la boutique The Village con Lauren, quien le entregaba prendas
por encima de la puerta. Después de no encontrar lo que ella creía que
funcionaría para el evento, se dio cuenta que no haría daño comprar un
vestido mientras le contaba a Lauren todo sobre Kyrnon.
—Entonces, ¿cómo es él? —le preguntó Lauren desde el otro lado de
la puerta del vestidor, su sombra moviéndose mientras caminaba de lado a
lado—. Dado que intentas mantenerlo oculto, tendrás que contarme.
Riendo, Amber terminó de cerrarse el vestido que estaba usando
antes volver a ingresar al vestidor.
—No estoy ocultándolo. No ha funcionado el tema de los horarios.
Como la primera noche que ella había salido con Lauren y Kyrnon
había estado esperándola cuando regresó a casa. Dado que Mishca no
había tenido una emergencia en casa, podrían haberse encontrado
entonces. Y, al igual que allí, las próximas veces habían seguido los mismos
patrones.
Se acomodó frente al trío de espejos, pasando sus manos sobre la
falda del vestido. Mientras Lauren caminaba en círculos a su alrededor,
comentando lo que le gustaba y lo que no, Amber casi sonrió al pensar que,
hacía unos pocos años, sus posiciones habían estado invertidas, y fue Amber
quien ayudó a Lauren a encontrar un vestido para una gala a la que Lauren
asistiría.
—Bueno —dijo Lauren haciendo un gesto con la mano—. Sigo
esperando.
Pensando en él, Amber sonrió esta vez.
—Es genial. En verdad lo es.
—Eso es lo que dijiste la última vez. Cuéntame algo nuevo.
Mientras contemplaba su reflejo, le ofreció la misma respuesta.
—No me hace sentir remordimientos. No siento que tuviera que estar
con alguien más cuando estoy con él.
Que era prácticamente lo opuesto a cómo se había sentido con Rob,
se dio cuenta. Pensando en retrospectiva, podía recordar los momentos en
que justificaba lo que él decía y la manera en que la hacía sentir.
Nunca había dicho nada abiertamente sobre lo equivocada que
estaba con su sueño de convertirse en artista a tiempo completo, pero
siempre la había tratado como si fuera un hobby, uno que creía se le
pasaría. Si Kyrnon aparecía y ella estaba absorta en el trabajo, esperaba a
que ella terminara antes de buscarla. Y siempre le preguntaba sobre sus
trabajos anteriores, aunque evitaba preguntarle sobre su trabajo actual
dado que nunca hablaba sobre ellos; incluso se interesaba por sus
inspiraciones y los artistas anteriores que podría haber canalizado.
Simplemente parecía que se preocupaba por ella y sus aficiones, y
eso era todo lo que podía pedir en una relación.
Y eso era lo que era, aunque nunca lo habían oficializado. Solo era,
como él lo ponía, su amigo.
—El amor está en el aire —dijo Lauren melancólicamente—. Luka y
Alex se casaron. Klaus tendrá mellizos. Y ahora tú tienes a Kyrnon. —Luego
frunció el entrecejo—. Siento que estamos envejeciendo.
Amber había visto a Reagan un par de veces, mayormente de
casualidad cuando estaba con Niklaus y aparecían en el ático para ver a
Mishca y Lauren. Y aunque no la conocía muy bien, pensaba que debía ser
especial si se las arreglaba para mantener a Niklaus calmado.
—Si hay alguien envejeciendo, esa eres tú. A diferencia del resto de
nosotros, ya estás casada y con un hijo. Nosotros todavía nos estamos
conociendo.
Lauren gruñó.
—No digas eso. Es peor porque Mishca ya está listo para el segundo.
Seré afortunada si me gradúo sin que él me deje embarazada.
—Pero tienes que admitirlo. Sacha es demasiado adorable para no
tener un hermano.
—No dejes que Mish te escuche. Ese ha sido su argumento desde el
día en que me sonrió y me pidió que tuviéramos un hijo. —Un sonrojo
repentino tiñó sus mejillas y se aclaró la garganta—. Pero es suficiente. ¿Qué
piensas del vestido?
Mirando su reflejo, Amber se encogió de hombros.
—Está bien, pero no diría que es mi favorito. —Y definitivamente no
valía el precio.
—¿Y este?
Lauren caminó hasta el frente de la boutique donde colgaba una
selección de vestidos en tono rubí, pero había otro que le llamó la atención:
el que llevaba el maniquí del exhibidor.
La parte superior estaba diseñada mayormente en encaje, más
transparente en los brazos, en el cuello y en la cintura. La falda era amplia y
tan larga que barrería el suelo, incluso aunque estuviera de pie.
Y era azul. Un tono zafiro tan brillante que le parecía increíble haberlo
pasado por alto cuando entraron.
Era un vestido precioso, no podía negarlo, pero era diferente a lo que
ella había pensado.
—¿No crees es que un poco… dramático para una subasta?
—Mish me llevó una vez a una subasta y todos vestían como si fuera
la alfombra roja, así que no, está bien. Y aunque podría no ser la misma clase
de subasta, las personas que gastan dinero sí lo son. —Lauren sonrió
ampliamente—. Pruébatelo y ve si te va bien.
Solo le tomó una mirada en el espejo para decidir que estaba
enamorada de él y no podría decir que no. Comprado y embolsado, Amber
lo llevó de regreso al auto de Lauren, estirándolo sobre el asiento trasero.
Una vez hechas las compras, encontraron un restaurante para comer,
el chico de Mishca permaneció en las sombras y fuera de la vista. Aunque
se había preguntado lo que sería para él seguirlas todo el día, en realidad
no pudo recordar verlo hasta que se metieron en el auto y lo vio a través del
espejo retrovisor.
Cuando llegó a casa y guardó el vestido, sacó su teléfono para llamar
a Kyrnon.
—¿Vendrás más tarde?
Colocando el teléfono móvil en el asiento del pasajero mientras se
estiraba para alcanzar sus guantes, Kyrnon mantuvo la mirada en la galería
a una cuadra de distancia. Por más que quisiera estar con ella en ese
momento, todavía tenía trabajo que hacer. Y últimamente, tenía una suerte
de mierda.
En los momentos en que la recogió y la dejó en su casa, todavía no
había visto nada que pudiera vincularla remotamente con la pintura, o
incluso la relación entre Elliot y Gabriel. Incluso cuando fue allí una vez con
la excusa de visitarla, no había encontrado nada.
No fue hasta que notó un tema recurrente con ella que finalmente
comprendió lo que se estaba perdiendo. Antes de que se fuera al trabajo,
y mientras salía de allí, siempre enviaba un mensaje. Por ello, mientras dormía
junto a él una noche, comprobó sus mensajes y encontró el número, que lo
condujo a una compañía de envíos que Kyrnon sabía pertenecía a Gabriel.
Por eso estaba allí esa noche, para descubrir por qué necesitaba
contactar a alguien sobre la pintura en la que trabajaba.
Y más curiosamente, nunca le habló sobre ella.
Era una de las cosas que le gustaban, su disposición a contarle todo
sobre sí. Era honesta y abierta, prácticamente hasta decir basta. Kyrnon era
sospechoso por naturaleza, por lo que no podía ignorar que le estaba
ocultando algo.
—Estaré allí —dijo Kyrnon mientras abría la puerta del auto
cuidadosamente—. E incluso llevaré la cena. Te veré pronto.
Pudo oír la sonrisa en su voz mientras colgaba. Guardando el
dispositivo, buscó Cedar, comprobando la hora en su reloj mientras
ingresaba.
Regla número dieciséis: Entra y sal en menos de seis minutos.
No importaba que solo estuviera haciendo un reconocimiento o que
en realidad estuviera robando algo del lugar al que había allanado,
necesitaba asegurarse que podía hacerlo en un breve período de tiempo.
La mayoría de los días, intentaba disminuir ese tiempo, en especial si había
un mejor sistema de seguridad.
Con solo cagarla una vez, estaría pasando tiempo en una prisión
federal, al menos si lo atrapaban primero.
Y eso era si el Poder en la Sombra lo dejaba ir tan lejos. En todos los
años que Kyrnon había servido como mercenario, solo hubo unos pocos que
la Guarida logró atrapar.
No vieron el próximo amanecer.
Rodeando el edificio, sabiendo que había otra entrada que no era
tan visible como la que estaba en la calle, encendió su reloj y estableció el
cronómetro antes de ponerse en cuclillas para tomar la cerradura.
Cinco minutos, treinta segundos…
La cerradura era sencilla, y dado que había visto a Amber hacerlo las
veces suficientes, ingresó el código de seguridad. Observó las luces verdes
parpadear antes de abrir la puerta y cerrarla tras él, avanzando por el
pasillo.
Aunque se suponía que no habría nadie adentro, Kyrnon se movió con
cautela, sabiendo que la mejor planificación del mundo no podía justificar
un error humano.
Tomaría que una sola persona decidiera quedarse hasta más tarde, o
que volviera por su teléfono celular, y su plan estaría acabado.
Cinco minutos…
Sabía que sea lo que fuera en lo que estaba trabajando Amber no
estaría en la galería principal, y ya había buscado a L’amant Flétrie, sin
encontrar evidencia de que hubiera estado allí.
Pero la había visto salir de una habitación en la parte posterior de la
galería; un depósito, había creído. Antes de dirigirse allí, sin embargo,
destrozó la alimentación de la cámara.
A pesar de las medidas de seguridad del lugar, fue muy fácil entrar a
la habitación. Era un depósito, teniendo en cuenta las cajas dentro, además
de los suministros; pero, el par de caballetes al otro lado de la habitación le
llamó la atención.
L’amant Flétrie.
Y una copia.
Maldito infierno.
¿Ella lo había hecho? De ser así, en verdad era buena. De no haber
estudiado todo lo que podía del original, no habría notado las mínimas
diferencias entre los dos; sin embargo, para el ojo no crítico, eran idénticas.
Pero eso solo generaba otra pregunta.
¿Por qué estaba haciendo una falsificación?
Al menos comprendía por qué nunca lo había mencionado. Las
falsificaciones no eran un buen negocio. Y dudaba que ella estuviera
haciéndolo por su cuenta. Elliot probablemente la había metido en esto.
Y así es cómo se conectaban Gabriel y Elliot, se dio cuenta Kyrnon.
Gabriel tenía la pintura, utilizó a Elliot para encontrar a alguien que la
reprodujera… pero eso no explicaba por qué necesitaban hacerlo en primer
lugar. Si estaban intentando traficarla, ¿por qué hacer otra?
Kyrnon contemplaba su próximo movimiento cuando las puertas se
cerraron de golpe. Sin tiempo para salir de allí, se escondió detrás de una
caja, todavía pudiendo ver la puerta.
Ingresaron dos hombres, uno conduciendo una plataforma móvil, el
otro comprobando los alrededores. No hablaron mucho mientras hacían el
rápido trabajo de cargar ambas pinturas, tratándolas lo más
cuidadosamente que podían mientras se las llevaban.
Un minuto…
—¿A dónde esta vez? —preguntó uno mientras se subía al asiento del
pasajero de una gran camioneta en marcha.
—Lo de Monte. Se supone que se encargarán de esto pronto.
No tardaron mucho en irse, desapareciendo por la calle. Regresando
por donde había venido, Kyrnon estaba al teléfono antes de incluso ingresar
al auto.
—Winter, necesito un favor.
Winter masticó audiblemente; luego, preguntó:
—¿Qué puedo hacer por ti, pequeño irlandés?
Si no dejaba de llamarlo así…
—Gabriel Monte. Busca el nombre, consígueme todo lo que puedas.
Asegúrate de encontrar las propiedades que posea.
—¿Nacionales o extranjeras?
—Nacionales. En especial, en Nueva York. —Ya se había metido en
suficientes problemas trayéndolo a colación bajo la nariz del Poder en la
Sombra; no se desviaría demasiado lejos del camino.
—Te enviaré mi factura. Ciao.
Kyrnon no dudaba que, para cuando regresara a lo de Amber, ella
tendría todo lo que necesitaba, y necesitaba una respuesta rápido. En su
camino hacia el departamento de Amber, se detuvo en un negocio local
para comprar comida para llevar. Treinta minutos después, ya se
encontraba allí.
Tanteando la parte superior del marco de la puerta, agarró la lleva
que ella mantenía oculta allí, entrando al lugar:
—Necesitas encontrar un mejor escondite para esto, cariño.
—¿Hay algo más sobre lo que vas a quejarte? —gritó desde donde
estaba sentada en la escalera de incendios, un cuaderno de bocetos en su
regazo—. Primero fue mi ventana, luego la cerradura de seguridad y ahora
mi llave. No puedo ganar contigo.
—No es seguro —le contestó depositando la comida sobre la
encimera, notando el sobre y el cheque allí mismo. No lo recogió, solo le
echó un vistazo mientras sacaba los recipientes de la bolsa.
—Es perfectamente seguro y, además —continuó Amber, caminando
lentamente hacia él—. Estás aquí en este momento y estoy completamente
segura contigo.
Eso aumentó su ego.
—Suficientemente justo. —Regresando la mirada hacia el cheque,
Kyrnon preguntó—: ¿Cómo estuvo el trabajo?
Sus ojos se iluminaron mientras sonreía, envolviéndolo con los brazos
desde atrás.
—Terminé este proyecto grande hoy. Lo que me recuerda… me
invitaron a una subasta y pensé que quizás podrías venir conmigo.
¿Entonces Gabriel estaba subastando la pintura? No era
sorprendente. Muchos de sus contactos eran conocidos por asistir a las
subastas privadas con la esperanza de conseguir una obra rara, pero casi
nunca invitaban a extraños… al menos no a aquellos que no eran de
confianza.
¿Pensaron que podían confiar en Amber?
¿Qué tan involucrada estaba en ello?
¿Y cómo diablos no lo había visto antes?
—¿Qué tipo de proyecto? —le preguntó regresando al sofá y
arrastrándola a su regazo.
Aunque ella no se movió, no parecía tan relajada como usualmente
lo hacía.
—No puedo hablar sobre ello.
—Ahora estoy interesado. —Agarrando su mano, le besó la palma—.
Tus secretos están seguros conmigo.
—Firmé un AND.
Por el amor de Dios.
—¿Por qué?
La pregunta salió más brusca de lo que pretendía, pero pudo sentir el
cambio en ella, la manera en que se tensó contra él mientras se preparaba
para alejarse; sin embargo, mantuvo las manos en su cintura, asegurándose
de que no pudiera marcharse.
—A menos que estés vendiendo obras de arte al mercado negro —le
dijo Kyrnon intentando suavizar sus palabras—, ¿por qué diablos necesitas
un acuerdo de no divulgación?
Alejando la mirada, ella se mordió el labio.
—No puedo hablar sobre ello.
—¿Cuál sería el daño al hacerlo?
La paciencia nunca había sido su mayor virtud, particularmente
cuando se trataba de información que necesitaba, pero no quería
presionarla demasiado y hacerla sospechar de sus preguntas.
—Bien, pero no puedes decir nada a nadie.
Juró sobre su corazón.
—Palabra de Scout.
—Me contrataron para hacer una reproducción de esta pintura…
L’amant Flétrie.
—Sí, he oído sobre ella. —Más de lo que ella sabía.
—No estoy segura de qué se trata todo este secreto, pero tuve que
firmar antes de empezar. El hombre que me contrató dijo que querían
tenerla en caso de que alguien intentara robar la original.
Alguien como yo, pensó Kyrnon mientras ella explicaba. Fue un
movimiento inteligente, tuvo que admitir, en especial dado la gran cantidad
de detalles y el nivel de técnica utilizado.
—Sin embargo, hice un pequeño cambio en el lienzo —continuó—.
Agregué mi firma al final por si acaso…
Ella no se haría responsable si alguna vez se vendía como la original.
Inteligente.
—La subastará en unos días.
Lo que explicaría la invitación que recibió y el hecho de poder asistir
en primer lugar. El acuerdo de no confidencialidad era suficiente para
garantizar que no hablaría con nadie sobre la pintura y, si Gabriel la vendía
en los próximos días, se la llevaría el mejor postor.
Sin embargo, también le daba tiempo.
Ahora al menos sabía dónde estaría la pintura y, debido a la réplica
que había creado, podría llevársela sin que nadie se diera cuenta que había
desaparecido, al menos por un tiempo. Sin embargo, esa era la parte fácil;
lo difícil sería llevársela mientras estuviera con Amber.
No solo tendría que encontrar el tiempo suficiente para escabullirse,
también tendría de mantener un ojo sobre ella porque, una vez que fuera
hora de marcharse, debían escapar de allí.
Sin embargo, a pesar de los obstáculos que enfrentaría, Kyrnon sonrió
y dijo:
—Será divertido.

***

Luego de alistarse por una hora y media, Amber finalmente estaba


vestida, su bolso y tacones en la mano, mientras bajaba las escaleras a
donde Kyrnon la esperaba. A pesar del poco tiempo, él asistiría con ella. Al
parecer, estaba más interesado en ir de lo que había esperado.
Y esperándola en la entrada del edificio estaba Kyrnon, en toda su
enorme y barbuda gloria.
No lucía para nada duro como solía hacerlo. Se había acicalado e
incluso había ido tan lejos como para recortarse la barba. Tuvo que
parpadear dos veces para asegurarse que era la misma persona. Su
chaleco y pantalones eran azul marino, una camisa blanca vigorizante
debajo con un sólido moño negro que estaba colocado en su lugar por un
clip plateado. Por primera vez desde que lo conoció, su cabello también
estaba peinado con gel hacia atrás. El traje azul marino incluso destacaba
más los tonos cobrizos de su barba.
Había algo sobre un hombre en un traje de tres piezas…
—Tengo que decir —comenzó Amber mientras lo miraba de arriba a
abajo—. Me has estado ocultado esta faceta de ti.
Kyrnon sonrió, llevando una mano a su pecho justo encima de su
corazón mientras su mirada se perdía en ella.
—Me quitas el aliento.
Ella dio un pequeño giro, mostrándole la espalda descubierta.
—¿Te gusta?
—Me gusta mucho —dijo besándole ambas mejillas—. Pero se verá
mejor en el suelo después.
—Si tienes suerte.
Con una risa ronca, la condujo hasta el auto detrás de él. Y era…
bueno, era asombroso.
Amber podría no saber cuánto dinero poseía, pero la vista de su auto
fue solo otro recordatorio de que debía tener mucho. Un Ferrari, o eso creía
ella por el logo cerca de la puerta, pero no se parecía a ninguno que había
visto antes.
—Dijiste adquisiciones, ¿verdad? —le preguntó mientras él la ayudaba
a entrar en el asiento del pasajero, el cuero increíblemente suave debajo—
. No sabía que eso pagaba tan bien.
Kyrnon se alejó un momento mientras rodeaba el frente del auto,
luego apareció en el asiento junto a ella y oprimió el botón de encendido.
Con una mano sobre su muslo, el calor de su palma un poco demasiado
caliente, arrancó.
—Sí, eso dije, y lo hace. —Dado que tenía los lentes de sol puestos, no
pudo descifrar su expresión—. Además, el trabajo que hago vale un infierno
más de lo que me pagan. Las personas están dispuestas a pagar cualquier
precio cuando significa algo para ellos.
—¿En verdad? —No lo dudaba, pero sentía curiosidad por lo que él
hacía.
Asintió, esquivando el tráfico sin esfuerzo.
—Una vez tuve que localizar una estatua minúscula del siglo XVIII, una
mierda realmente espantosa, pero el dueño estaba dispuesto a pagarme
tres cuartos de un millón para que se la devolviera.
—Vaya. —Esa cifra prácticamente le voló la cabeza pero, de nuevo,
¿no le habían pagado veinte mil por solo pintar una réplica?—. Debe haber
valido una fortuna.
—Así es, pero entiendo que tenía más valor sentimental que otra cosa
—dijo Kyrnon echándole un vistazo a ella.
—¿Y tú? ¿Hay algo por lo que pagarías tanto dinero? —lo cuestionó,
cambiando su posición para poder enfrentarlo.
Manteniendo una mano en el volante, se quitó los lentes de sol y los
dejó caer en el posavasos.
—Una cabaña.
Ella estaba intrigada.
—¿Una cabaña? ¿Dónde?
—Cerca del mar irlandés. Solo césped, rocas y agua.
Su voz había cambiado, bajando una octava. Esto significaba más
para él que solo el dinero que gastaría; era algo más.
—Extrañas Irlanda —adivinó—, y a tu familia.
—Ambos. Ha pasado un tiempo desde que he regresado. —Su sonrisa
de volvió triste—. Te llevaré, verás cómo te gustará el agua de allí. Lo
suficientemente fría para congelarle las pelotas a un hombre.
—Me encantaría.
—¿Y qué hay de ti?
Ella pensó su respuesta por un momento antes de responder.
—Silver Car Crash.
—¿De quién?
—Andy Warhol.
Kyrnon asintió.
—Es justo. Hace un buen trabajo.
Amber amaba sus obras, y la pintura era definitivamente su favorita.
—Entonces sí, si tuviera dinero infinito, compraría una de sus obras. —
Suspiró—. Pero lamentablemente no soy tan rica y, si lo fuera, no hay muchas
de sus obras que no estén en las galerías o se hayan perdido.
—La buscaré.
Las cejas de Amber se juntaron.
—¿Qué, la pintura de Warhol?
—Sí.
—La vendieron en una subasta privada hace algunos años. Nadie
sabe el nombre del comprador.
Kyrnon se encogió de hombros como si no le importa en absoluto.
—La encontraré. —Esta vez, sonó más seguro.
El resto del camino lo pasaron en un cómodo silencio. Treinta minutos
después, finalmente habían llegado.
La finca con inspiración toscana a la que ingresaron era
extravagante. A diferencia de la jungla de cemento de la ciudad, la
mansión se sentía más como si perteneciera a las colinas de Italia en lugar
de su vecindario actual.
Mientras avanzaban hacia la puerta, un hombre usando un traje
oscuro con un auricular en su oreja mantuvo su mano en alto y caminó hacia
la ventana de Kyrnon. Bajándola, le tendió la invitación. Solo tardó un
momento en comprobarlo antes de asentir y hacer una seña para que
alguien abriera la compuerta.
Yendo por el camino empedrado, Kyrnon condujo hacia las puertas
de entrada donde habían instalado un podio y una alfombra, con un
asistente de valet de pie detrás.
Poniendo el auto en “aparcar”, Kyrnon tomó la chaqueta de su traje
del asiento trasero y salió, rodeando el auto para poder abrir la puerta para
ella. Luego de deslizarse en sus tacones, ella aceptó su mano, saliendo
cuidadosamente.
Mientras el asistente se acercaba, Kyrnon le tendió las llaves.
—Cuídala. Asegúrate de que esté en buenas manos, ¿bien?
—Sí, señor —se apresuró en contestar—. Los llevamos atrás de la casa
para mayor seguridad.
Palmeando el hombro del hombre, Kyrnon lo envió por su camino y
ellos avanzaron hacia las puertas, pero se retrasó un momento, observando
el camino que el hombre había tomado.
Si ella tuviera su auto, probablemente hubiera hecho lo mismo.
—Esto es asombroso —susurró Amber una vez que entraron,
intentando absorber todo, aunque era prácticamente imposible.
Entre las distintas texturas, las suficientes obras de arte invaluables y
muebles amurados para mantener sus ojos ocupados, había demasiado,
aunque desmerecía al resto de la decoración.
—No es mejor que mi cabaña —susurró.
—Claro que no, pero tienes que admitirlo, es bastante agradable.
Kyrnon gruñó en acuerdo mientras seguían a una pareja que se dirigía
a otra habitación.
Filas de sillas estaban montadas en forma de arcos, diseñadas para
una vista óptima del escenario enfrente. Gabriel Monte estaba de pie al
frente de la habitación, la cabeza inclinada mientras mantenía una
conversación con una mujer en un vestido rojo.
Kyrnon también parecía estar concentrado en el hombre, su mirada
inquebrantable, haciéndole preguntar a ella si conocía al hombre, pero no
tuvo la oportunidad porque les pidieron que ocuparan sus asientos y la
subasta comenzaba.
—Buenas noches, damas y caballeros —dijo Gabriel mientras se
acomodaba detrás del podio, colocándose un par de lentes de lectura con
marco de metal—. Quiero agradecerles a todos por haber venido. Por favor,
tengan en cuenta que todas las ofertas se pagarán en su totalidad cuando
termine la subasta. Primero tenemos una hermosa estatua tallada a mano
de la República de Chechenia.
Con cada artículo que se presentaba, hombres con guantes blancos
los sostenían preciadamente, dándole a la audiencia la oportunidad de
admirarlos. Cuando comenzaron las guerras de pujas, Amber estaba
emocionada de ver todo lo que ocurría.
Solo había acudido a una subasta una vez, y eso fue cuando todavía
vivía en California, y su padre la había llevado consigo después de que le
rogara por dos minutos. Si bien su padre no había comprado nada en ese
entonces, ella aún atesoraba el recuerdo.
—Cortésmente proporcionada por uno de nuestros generosos
benefactores tenemos a L’amant Flétrie, una obra de arte invaluable.
Comenzaremos la puja con un millón de dólares.
Las cejas de Amber se dispararon cuando oyó el precio. A diferencia
del resto de las obras de arte que se habían vendido durante la noche, esta
tenía el mayor precio pedido. Kyrnon la observó cuando se sentó un poco
más derecha, pero su expresión era indescifrable.
Ida y vuelta, las personas hacían su oferta y, muy pronto, el precio era
tan alto que a ella no le sorprendió que Gabriel le pudiera pagar veinte mil
por una réplica. La pintura valía millones.
Finalmente, un hombre sentado al frente de la habitación con un
teléfono en su oído aportó la oferta ganadora: Veintisiete millones.
Mientras los responsables se acercaban para llevarse la pintura, esta
vez fue Kyrnon quien se sentó un poco más derecho.
—Y ahora tenemos a Nocturnal de Adelaide Moreau.
Amber jadeó por lo bajo cuando trajeron la pintura, las palabras de
Gabriel cruzando su mente mientras contemplaba la pintura que inspiró el
tatuaje que tenía.
La pintura era enorme, de once punto catorce pies, y se necesitó de
tres personas para traerla. Era realmente sencilla, el ciclo lunar ilustrado con
gran detalle, un equilibrio de luces y sombras, haciéndola parecer más una
fotografía que una pintura. Amber se había enamorado de ella en el
segundo en que la vio hace unos años. En ese entonces, se la habían cedido
en préstamo al Instituto Madison.
Ahora estaba aquí, en la subasta.
Se sentía prácticamente como el destino.
—La puja comenzará en cien mil dólares.
Por ese precio, el destino podía esperar.
Los dedos de Kyrnon le recorrieron la columna vertebral, atrayendo su
mirada a él.
—Esto —dijo con un suave toque en su espalda—, ¿es por eso?
Por supuesto él lo adivinaría.
—Es una de mis favoritas.
Asintió.
—¿La quieres?
—¿Qué?
—Sí —anunció Gabriel señalando a un hombre sentado no muy lejos
de ellos—. Tengo cien mil. ¿Escucho ciento veinticinco?
—Si la quieres, consigámosla —dijo Kyrnon mientras alzaba su paleta
solo lo suficiente para atraer la atención de Gabriel.
—Kyrnon, no tienes que comprarla —se apresuró a decir ella, incluso
mientras su oferta era notada.
—¿Por qué no? Si la quieres, es tuya.
—Pero...
—¿Treinta y cinco? ¿Escucho cuarenta? —Gabriel observó a Kyrnon
expectante.
Kyrnon asintió nuevamente, sin importarle el hecho de que fuera
prácticamente el doble del precio pedido. Él estaba demasiado ocupado
concentrándose en el hombre al otro lado de la habitación que intentaba
continuamente pujar más alto que él.
—Está bien. No tienes que...
—¿Qué clase de hombre sería si no te mantuviera feliz? —Esa
pregunta fue suficiente para callarla—. Seiscientos mil —anunció Kyrnon de
repente con un ondeo de su paleta.
El hombre trajeado que era su competencia les echó un vistazo y sea
lo que fuera que vio lo hizo sonreír mientras decía:
—Un millón.
Kyrnon ni siquiera pestañeó:
—Dos.
Dos. Dos millones de dólares.
Amber comenzaba a darse cuenta que quizás Kyrnon estaba loco,
pero le gustaba.
—Vendida —dijo Gabriel con una brillante sonrisa mientras golpeaba
el martillo.
Era la puja más alta —además de L’amant Flétrie— por lejos, y por la
forma en que comenzaron los suaves murmullos, era una impresionante. Ella
aun intentaba absorber tuviera esa cantidad de dinero para gastarlo en una
pintura, y sin contar que lo hacía por ella.
—Dame diez minutos —le dijo al oído al ponerse de pie, besándole la
mejilla mientras lo hacía.
Mientras desaparecía por la puerta y el pasillo por el que otros se
habían ido al ganar su puja, solo pudo sentarse allí con una sonrisa,
sintiéndose como la mujer más afortunada del mundo.

***

—¿Y cómo le gustaría hacer su pago, señor?


Kyrnon había pensado que Amber podría complicarle el trabajo pero,
de hecho, lo simplificó. Al comprarle la pintura no solo la hizo feliz, sino que
también le dio una excusa para aventurarse hacia donde almacenaban las
obras de arte.
Dos pájaros de un tiro.
Dictando la serie de números de una de sus cuentas en las Islas
Caimán, su mirada recorrió la oficina en la que se encontraba, luego regresó
a la puerta al otro lado del pasillo donde los trabajadores entraban y salían
cuidadosamente de la habitación.
La pregunta ahora era cómo iba a entrar a la habitación y salir de allí
sin llamar la atención.
Necesitaba una distracción.
Una vez que su transacción terminó con Emanuel, Kyrnon preguntó:
—¿Dónde puedo encontrar el baño?
—Al final del pasillo, a la izquierda.
Recorriendo el pasillo, ingresó al baño, agarrando una de las toallas
de mano junto al lavabo. La arrojó dentro de uno de los inodoros y jaló la
cadena, dando un paso atrás cuando el agua emergió y se derramó por el
suelo.
Rápidamente salió, encontrándose con uno de los asistentes
caminando hacia él. Si bien todos ellos usaban traje, tenían una credencial
en la cintura, diferenciándolos del resto de los invitados.
Adoptando un acento americano, Kyrnon dijo:
—El inodoro no funciona.
Mientras él se disculpaba rápidamente y rodeaba a Kyrnon para
entrar a la habitación, Kyrnon le quitó la insignia con dedos hábiles,
continuando como si nada hubiera ocurrido.
No tenía mucho tiempo, pero no dejó que eso le preocupara.
Esto es lo que él hacía.
Poniéndose un par de guantes similares a los que usaban los demás,
se colocó la insignia mientras ingresaba a la habitación donde guardaban
todas las obras de arte. Había un hombre dentro con un portapapeles,
instruyendo a los trabajadores de una empresa de mudanza a dónde
debían llevar cada obra.
—The Withered Lover —dijo a nadie en particular—. Se debe
almacenar en el observatorio.
Kyrnon no tenía idea dónde se encontraba el observatorio, pero
asintió, haciéndole saber al hombre que se encargaría antes de cruzar la
habitación para encontrarla.
La encontró, y a su réplica, evaluando rápidamente las diferencias
entre ellas. Ahora que el lienzo estaba añejo era mucho más difícil
diferenciarlas, pero Kyrnon recordó lo que Amber le había dicho sobre la
firma que agregó. Le tomó un poco de observación y búsqueda de su parte,
pero finalmente la encontró, allí mismo en la esquina inferior donde ella
había dicho que estaría.
Trasladando ambas con cuidado, encontró, de hecho, el
observatorio, pero dejó la réplica de Amber allí, envolviendo la otra y
sacándola con el pretexto de cargarla para uno de los compradores.
Una vez que la guardó de forma segura en un compartimento oculto
del maletero de su Ferrari, Kyrnon se guardó los guantes en el bolsillo y
regresó a la subasta que ya estaba finalizando.
Echó un vistazo a su reloj.
Cinco minutos, cincuenta y cuatro segundos.
Su mejor marca personal.
Y sería un trabajo bien hecho una vez que saliera de allí.
Cuando observó en la distancia a la mujer con la que nunca pensó
que tendría una relación, supo que, incluso aunque el trabajo estaba hecho,
no la dejaría ir.
Ni siquiera un poco.
Capítulo 11
Kyrnon era definitivamente un búho nocturno.
Esta era la tercera vez en las últimas dos semanas que pasaba la
noche con Kyrnon y cuando se despertaba él no se encontraba a su lado.
Normalmente no estaba lejos, pero empezaba a preguntarse qué lo hacía
levantarse cada noche.
Sentada, se frotó los ojos, mirando el reloj. Las cuatro de la mañana,
unas horas más tarde de lo habitual. Deslizándose de su cama, se mantuvo
la manta envuelta mientras iba en busca de él.
Aunque la televisión estaba encendida, no se hallaba en el sofá, y solo
una taza de té en la mesa le decía que había estado allí recientemente.
Mientras deambulaba, encontró una escalera hacia la parte de atrás del
desván, y su curiosidad se apoderó de ella mientras se ponía en marcha.
No fue hasta que llegó al siguiente rellano que se dio cuenta de que
la mejor parte de su casa no era el altillo de abajo, sino el invernadero que
constituía el piso más alto. Apenas había dado un paso completo antes de
poder sentir el fresco azulejo bajo los pies, e incluso la sensación esponjosa
del musgo. Hacía mucho más calor aquí arriba que abajo, y lo más
impresionante era lo vibrante que era el cielo nocturno desde esta vista.
—Como estar en la cima del mundo —dijo Kyrnon en voz baja, un
chorro de humo saliendo de sus labios mientras hablaba. Estaba casi al otro
lado de la habitación cuando agregó—: Derribé el techo y me hice esto,
me hace sentir como si pudiera respirar.
No se dio cuenta hasta que estuvo más cerca de que él estaba
tendido en una cama de hierba bajo las ventanas abiertas sobre él. Tenía
las piernas cruzadas por los tobillos, su brazo doblado con la mano debajo
de la cabeza, revelando un lado de las líneas en V que su cintura poseía.
—¿Por qué? —preguntó cuándo se hubo instalado junto a él, pasando
los dedos por la hierba que tenía a los costados y la ligera humedad que
encontró allí.
—Pasé mucho tiempo afuera cuando era un niño. Siempre que
acampamos, encontramos un lugar bajo las estrellas.
Sonaba sombrío, como si el recuerdo lo entristeciera.
—Y lo echas de menos —adivinó, y luego preguntó—: ¿Qué ha
cambiado?
—¿Qué quieres decir?
—¿Qué te hizo dejar de poder dormir por la noche?
Kyrnon no respondió a su pregunta de inmediato, todavía mirando el
cielo sin nubes sobre ellos, tomando otra calada de su cigarrillo.
—Mi infancia no fue muy bonita.
—Si quieres decírmelo, quiero oírlo.
Lo que fuera que él estuviera dispuesto a dar, ella lo tomaría.
Y lo había asumido. Entre las cicatrices, y la forma en que solo parecía
hablar de su vida en los últimos años, a diferencia de la que llevó a cabo en
Irlanda. Además de dónde y de los pequeños detalles, nunca había
hablado de su vida allí.
Apagando su cigarrillo sobre el azulejo, Kyrnon se puso de pie.
—Necesitaré whisky para esto.
No dudó en agarrarla de la mano, llevándola de vuelta a la planta
baja, donde la dejó para que se acomodara en el sofá mientras se movía
por la cocina buscando la botella de whisky que guardaba en un armario
inferior.
A diferencia de la última vez, simplemente quitó la tapa, la tiró sobre
el mostrador, y luego tomó unos cuantos tragos largos antes de volver con
ella. En vez de acomodarse en el sofá, se puso cómodo en el suelo, estirado
sobre la piel que se veía increíblemente suave.
Con un profundo suspiro, Kyrnon dijo:
—Todo comenzó cuando tenía trece años...
El sol en su cara era casi abrasador, pero a Kyrnon no le importaba
mientras corría por el campo, pero solo podía llegar hasta cierto punto,
especialmente cuando escuchó el chirrido de las llantas a medida que el
camión se acercaba a través de la tierra.
Solo tuvo unos segundos antes de que lo atacaran, pero no se detuvo,
incluso cuando parecía que el corazón estaba a punto de salírsele del
pecho.
Su mamá le había advertido que no pasara entre los árboles, y más
que no molestara a los hombres que vivían al otro lado de ellos pero, a los
trece años, no había entendido la necesidad de la precaución, no cuando
había más de cincuenta personas viajando con su caravana.
Esa era tanto la belleza como la maldición de vivir de la manera en
que lo hacía: Tenía más libertad de la que necesitaba.
Pero a pesar de las advertencias de su madre, había hecho
específicamente lo que ella le había prohibido, aventurándose a cruzar la
línea y alejarse de la vista donde cualquiera de sus parientes podría haberle
llamado.
Esperando otra familia de viajeros, se había sorprendido al ver que no
había nadie viviendo en los árboles como esperaba. Por lo que podía ver,
solo había árboles durante kilómetros.
Sin embargo, Kyrnon era testarudo y se negaba a creer que se iría sin
ningún tipo de emoción, que las reglas de su madre habían sido en vano.
En vez de eso, se aventuró cada vez más lejos, hasta que estaba tan
profundo en el bosque que no podía recordar cómo volver. No pudo haber
caminado más de otros treinta minutos antes de que el denso bosque diera
paso a un claro donde había una hilera de casas, con un edificio situado al
final del camino.
Fue aquí donde Kyrnon pensó que entendía las preocupaciones de su
madre. La gente de la ciudad no perdonaba cuando se trataba de Kyrnon
y su familia, no les gustaba la idea de que establecieran sus campamentos
tan cerca de sus propias casas.
Muy a menudo, los trataban como si fueran peores que la tierra bajo
sus pies. Una vez, eso lo había entristecido, le había hecho preguntarse qué
tenía de malo la forma en que vivían. Así que eligieron vivir más libremente
que otros, que sus costumbres no eran las mismas... ¿los hacía eso tan
diferentes? Pero rápidamente se había alejado de esos sentimientos, esa
disparidad que se convirtió en molestia.
Si pensaran que es menos que ellos, estaría mejor, pero se aseguraría
de que nunca le dijeran una mierda a la cara.
Sus primos eran hábiles en el boxeo a puño limpio, enseñándole todo
lo que necesitaba saber para defenderse en caso de que surgiera la
necesidad.
Y esa fue una buena lección.
Pero no fue mejor que aprender a ser bueno con manos ligeras. Eso le
había llevado poco tiempo acostumbrarse y, como ya tenía las lecciones
desde que era un niño, rara vez lo atrapaban.
Eso había terminado este día.
No había mucha gente, no que pudiera ver, pero eso no le impedía
examinar lo que podía y, después de haber saqueado todo lo que podía
llevar en sus bolsillos, Kyrnon había regresado por donde había venido,
decidido a volver a casa y compartir la riqueza pero, justo cuando llegaba
a la línea de árboles, su mirada se desvió hacia el edificio que no estaba
muy lejos.
Kyrnon todavía no estaba seguro de lo que pensaba que había
dentro, dudaba que algo mejor que lo que ya había confiscado, aún así,
anduvo hacia allí.
Se suponía que iba a ser fácil.
Solo una forma de apaciguar su curiosidad, pero se había convertido
en mucho más que eso muy rápidamente.
No se dio cuenta hasta que estuvo mucho más cerca y pudo
escuchar las voces que resonaban desde las ventanas que este lugar era
donde todos tenían que estar.
Había dos hombres sentados afuera, uno con una camisa manchada
de sudor y ligeramente sucia con un sombrero encima de la cabeza, y el
otro, sin camisa, con un par de pantalones con un agujero en la rodilla.
Como siempre, una vez que sus ojos se dirigieron hacia él, sus labios se
levantaron con desagrado, pero el que llevaba el sombrero fue el primero
en sonreír sarcásticamente.
—Si no es uno de los pequeños artesanos de enfrente.
Su amigo se rio.
—Probablemente perdido, el idiota.
—¡Oye! —Kyrnon enloqueció, con ese mal genio que lo abordaba tan
rápido que no podía mantener la boca cerrada—. Cuida tus palabras antes
de que te muestre lo que los puños de este artesano te harán en la cara.
Una cosa era enfrentarse a los hombres de su campamento: Nunca
iban demasiado lejos y, si alguna vez encontraban la necesidad de darle
una lección, nunca iba más allá de herir su orgullo. Estos tipos... no creían en
eso.
—Veamos si haces algo al respecto, muchacho —dijo el que llevaba
el sombrero mientras se ponía de pie, con la cara regordeta y rabiosa.
Kyrnon no pensó, solo balanceó el brazo, poniendo suficiente fuerza
detrás del golpe que hizo retroceder al hombre unos pasos, tambaleándose
ante el contacto.
El primer puñetazo siempre se sentía mejor, la forma en que podía
sentir el poder detrás de él, y el ligero dolor del hueso que se juntaba con el
hueso. Había llegado a amar ese dolor, sintiéndose más seguro con cada
golpe para saber que la próxima vez que tirara uno, sería más fácil.
Pero a pesar de la emoción que sentía, los otros hombres no estaban
tan contentos, y ese primer golpe encendió la llama.
Pronto, se enfrentó a la pareja, aguantándose a pesar de que entre
los dos tenían por lo menos cien libras sobre él. Kyrnon era ligero de pies, se
movía fácilmente fuera de su alcance pero, mientras intentaba eludir el
golpe de uno de ellos, otro le agarró el bolsillo de los pantalones, arrojando
el contenido al suelo a su alrededor.
Ese fue también el momento en que las puertas se abrieron de par en
par, varios hombres saliendo, un muchacho ensangrentado en el centro de
ellos. Apenas podía pararse sobre sus propios pies, y golpeó el suelo con
fuerza cuando ya no había nadie que lo sostuviera.
Y demasiado pronto, Kyrnon fue el centro de su atención.
Dos contra uno, le habían gustado sus probabilidades, pero con
tantos... sabía que tenía que salir de ahí.
El tipo del sombrero se agachó, recogiendo uno de los collares que se
había deslizado del bolsillo de Kyrnon sobre la tierra que había entre ellos.
—¿Qué es esto de aquí? —preguntó uno de los recién llegados, su
tono cuidadosamente controlado.
Este hombre parecía ser el centro de todos ellos: el líder, si Kyrnon tenía
que adivinarlo. Era más alto que la mayoría, aunque sus delgados y oscuros
ojos parecían implacables.
—El artesano es un ladrón —dijo el Sombrero, su labio ya hinchado y
sangrando.
—¿Es eso cierto? —Sus ojos se concentraron en Kyrnon, evaluando,
calibrando, y lo que sea que vio hizo que el rabillo de su boca se levantara—
. ¿Sabes lo que les hacemos a los ladrones por aquí, artesano? Luchan en
nuestros juegos hasta que su deuda esté saldada, y mira aquí. —Señaló a su
alrededor hacia todo lo que Kyrnon había tomado—. Tu deuda vale miles.
Golpeándose los dedos contra la pierna, Kyrnon consideró sus
opciones.
Estaba peligrosamente superado en número, aunque eso nunca lo
había detenido antes. Esta vez, sin embargo, se encontraba nervioso, no
porque no pudiera recibir una paliza, sino porque no entendía lo que había
causado que el muchacho en el suelo se desmayara.
Podía adivinarlo... tenía la cara ensangrentada y magullada, y lo
poco que no le cubría la ropa lo mismo. El muchacho parecía que había
recibido una gran paliza.
Mirándolo, Kyrnon no estaba seguro de si seguía respirando...
—Está todo ahí —dijo Kyrnon, manteniendo su distancia, sabiendo que
esta no era una pelea de la que vería el final—. Seguiré mi camino. No se ha
hecho ningún daño.
—Eso no es suficiente.
Y no lo sería, pronto se dio cuenta.
El hombre no parecía apaciguado en lo más mínimo y, si era honesto,
parecía que ya había decidido arrastrar a Kyrnon a ese lugar a sus espaldas
para hacer lo que le pidiera.
Luchar o huir, pensó en ese momento.
Y así fue como se encontró corriendo por el camino, tratando de
ignorar el sonido de los pies golpeando detrás de él mientras los hombres lo
perseguían.
Su madre le había advertido que no pasara entre los árboles.
No había escuchado.
—Oh, Jesús.
Kyrnon fue arrancado de sus divagaciones de un pasado que siempre
flotaba en la parte posterior de su mente por el sonido de las suaves palabras
de Amber. Eso había sido lo más fácil, pensó mientras tomaba otro trago de
alcohol. No le había dicho todo lo que sufrió a sus manos, no es que
realmente lo necesitara.
Podía ver las pruebas marcadas para siempre en su carne.
Mirándola, sacudió la cabeza.
—Probablemente es mejor que lo dejemos así.
Pensó que tal vez lo haría, que la historia que le contó sería suficiente
para apaciguar cualquier curiosidad que tuviera sobre él, pero ella lo
sorprendió cuando se bajó del sofá y se reunió con él en el suelo. Tomando
la botella de su puño flojo, tomó un trago antes de devolvérsela.
—Sigue.
Kyrnon se sintió tentado a contarle todo en ese momento, cualquier
cosa que quisiera saber si se quedaba a su lado pero, cuando apareció ese
pensamiento, dejó la botella de whisky, pensando que ya había bebido
bastante.
—No hay mucho más que contar. Pagué mi deuda peleando. Tan
simple como eso.
—¿Tu familia nunca te buscó? —preguntó Amber, su mirada
buscando la de él.
—Por supuesto que sí, amorcito. No pudieron encontrarme.
Eso era solo parcialmente cierto.
A veces, en medio de la noche, podía jurar que había oído su nombre;
incluso había visto a uno de sus primos fuera de la sucia ventana de la prisión
en la que se encontraba, pero no había nada que se pudiera encontrar, no
cuando el hombre que se lo había llevado no quería que lo encontraran.
—Entonces, ¿cómo volviste con ellos?
No lo había hecho.
Le tomó años y la casualidad de que Z apareciera en ese pueblo por
otra cosa para que se liberara de ese lugar.
Pero no se lo dijo.
—Salí —dijo en su lugar—, e hice una nueva vida.
Su cara cayó, pero la alcanzó, pasándole un pulgar por los labios.
—No pongas esa cara. Tienes una sonrisa muy amable que ilumina mi
día. Veámosla.
Ella sacudió la cabeza y, si él no se equivocaba, pensó que le vio
lágrimas en los ojos.
—Lo siento...
—No te disculpes —dijo rápidamente, sentándose—. No fue tu culpa,
no tienes nada que lamentar.
—Siento que te haya pasado. No te lo merecías. —Se metió mechones
rizados detrás de la oreja—. Y lamento que todavía te mantenga despierto
por la noche.
—Tú me ayudas a dormir —confesó, llevándola a su abrazo—. Cuando
estás a mi lado, no desaparezco en mi cabeza como suelo hacerlo. Me traes
paz, Amber, así que borra esa tristeza de tu cara. No me gusta verla.
Sus palabras cortaron la tristeza de ella lo suficientemente rápido.
A horcajadas en su regazo, le acunó la cara, inclinándose para
besarlo, poniendo todo lo que sentía: peligro, tristeza y otra cosa que no
quería contemplar. Ni siquiera pasó un segundo antes de que él la besara
de vuelta, tomando todo lo que ella tenía que dar.
Un simple beso fue suficiente para cambiar la dinámica de la
habitación.
Su expresión había cambiado, y no había duda de que ya no
pensaba en la historia que acababa de compartir con ella, sino en lo rápido
que podía desvestirla.
Esa siempre ha sido una mis partes favoritas, pensó ella, que él le
quitara la ropa. Siempre la quitaba, sacándola pieza por pieza hasta que
quedaba desnuda bajo su mirada.
Ahora hizo un trabajo rápido para quitarle la camisa, arrojándola a un
lado mientras enganchaba los dedos en los bordes de encaje de sus bragas
y se las bajaba por las piernas. La sensación la hizo temblar, pero fue la
expresión de su rostro lo que más la cautivó.
Solo una vez que le quitó el sostén, y ya no pudo esconderse de su
mirada, esa lujuria en sus ojos se agudizó.
No sentía nada más satisfactorio que ver la restricción apenas
controlada, resistiéndose a la necesidad de follársela de la manera que
quería. Sin embargo, Kyrnon era increíblemente paciente y, a pesar de la
gran longitud de su polla apretada contra sus vaqueros, no hizo ningún
movimiento para ayudarse.
Pero ella quería hacerlo.
Amber no quería nada más que complacerlo, hacerle sentir la mitad
de lo que él la hacía sentir todos los días.
—¿Puedo? —le preguntó ya alcanzando su cremallera, sintiendo
emoción por lo apretado que estaba.
Pero sin importa cuáles fueran sus necesidades más básicas, él todavía
tenía control sobre sí mismo, al menos por ahora.
—Sácame —instó, echándole una mano con el botón.
Solo podía ver el rastro de vello que se hacía más grueso con cada
centímetro que ganaba al bajarle la cremallera. Debajo de sus vaqueros,
no llevaba nada, dándole la perfecta y deliciosa vista de la base de su polla.
Gimió, un sonido áspero pero sexy que la hacía sentir poderosa, la
excitaba a toda velocidad. Con otras parejas, nunca había sentido ese
deseo tan consumidor de hacer todo lo que le pidieran, pero con Kyrnon,
quería ser buena para él.
Quería ser todo lo que él quería.
Y mientras la miraba, con los ojos ligeramente aturdidos, como si aún
no estuviera acostumbrado a verla desnuda ante él, parecía cautivado.
Agarrándole la mano, la colocó a lo largo de su palpitante longitud,
envolviéndola con los dedos. Había aprendido rápidamente lo que le
gustaba, y se aseguró de agarrarlo en consecuencia. Esperando a que
diera ese primer gruñido de placer antes de que comenzar a acariciarlo, se
tomó su tiempo, se deleitó con la sensación de que su gran cuerpo
temblaba con el esfuerzo de permanecer quieto.
Pero podía sentir en la tensa de su cuerpo lo mucho que necesitaba
más.
En segundos, lo envolvió con los labios, llevándolo tan profundo como
podía. Su cabeza cayó hacia atrás mientras un suspiro placentero
escapaba de sus labios.
—Mierda, eso es bueno —refunfuñó, su voz llena de lujuria.
Mientras él le pasaba una mano a través del cabello, retorciéndole los
rizos para guiarla en sus movimientos, le dio un fuerte bofetón en el muslo,
una silenciosa orden para que se abriera para él.
Nunca había estado más entregada a chuparle la polla a un hombre,
pero con Kyrnon, sentía que se moriría si él no la follaba. En el momento en
que sus muslos se abrieron, su mirada también se dirigió hacia allí, acogiendo
el deseo que no podía ocultar.
Apreció la visión, murmurando otra maldición. Ella lo llevó aún más
profundo hasta que estuvo a punto de ahogarse.
Poniendo una mano sobre su estómago, la arrastró hacia abajo, con
todas las sensaciones mientras finalmente le daba lo que ambos querían.
No hubo ninguna duda, ningún momento de asegurarse de que
estaba lista antes de que sus dedos se metieran entre sus resbaladizos
pliegues, y luego dos fueron clavados en ella tan profundamente que le dio
un espasmo entre sus dedos.
—Tan jodidamente sensible —murmuró en voz baja—. Estás
suplicando por ello.
Se le cerraron los ojos mientras él lentamente empezaba a bombear
esos dedos dentro de ella, arrastrando a través de los nervios que hicieron
que se le arqueara la espalda del suelo. Una vez que finalmente los volvió a
abrir, se dio cuenta de que no era en ella donde se encontraba
concentrada la mirada de él.
En cambio, estaba en el espejo de enfrente. Proporcionaba una vista
clara de ella, de él. La forma en que trabajaba con su polla, y lo profundo
que tenía los dedos enterrados dentro de su coño.
A través del espejo, podía ver sus brillantes dedos, la forma en que su
mirada acalorada estaba absorta en su sexo. Casi parecía encantado.
Alejando los dedos de su sexo, la levantó de su polla igual de rápido.
Ella nunca pensó que se hubiera sentido más consciente de su propio
cuerpo cuando su mirada se deslizó sobre ella como un toque físico.
Volteándola sobre su espalda, se arrastró entre sus piernas abiertas
una vez más. Enganchando su pierna alrededor de la cintura, le quitó de la
cara los mechones ligeramente rizados, sin querer que nada le impidiera ver
a la chica.
Sus dedos estaban entre sus piernas antes de que pudiera respirar de
nuevo. Era insaciable cuando se trataba de él, arqueando y retorciéndose
mientras le clavaba dos dedos en el coño, arrastrándolos hacia afuera con
dolorosa lentitud, repitiendo la acción una y otra vez hasta que jadeaba y
temblaba, pero incluso cuando él la acercaba a ese borde enloquecido, la
volvía a bajar.
—Puedo sentirte apretándome —murmuró, presionando sus dedos
profundamente y frotando la almohadilla de su pulgar en pequeños círculos
sobre su clítoris—. Eso es, fóllate, toma lo que quieras.
Un profundo gemido le arañó la garganta mientras se encontraba
indefensa, pero obedeció su orden, sintiendo esa inminente liberación cada
vez más cercana. Esta vez, él no retrocedió, sino que la folló más fuerte hasta
que se cayó por el borde tan rápido y tan fuerte que vio estrellas.
Sin embargo, antes de que pudiera bajar, la giró una vez más, con las
manos en las caderas mientras la empujaba de sus caderas, la cabeza
hinchada de su polla frotando sobre una carne resbaladiza.
Una ancha palma presionó entre sus omóplatos, empujando su pecho
hacia abajo hasta que sus endurecidos pezones rozaron el suave pelaje de
su alfombra, su culo en alto para él.
—Quédate ahí —ordenó bruscamente, bajando esa misma mano
sobre la curva de su culo mientras se alejaba.
Amber no tenía ni idea de lo que planeaba, pero no tuvo suficiente
tiempo para preguntarse antes de que volviera, su polla cubierta de látex.
Con una mano enroscada alrededor de la cadera de ella, se bombeó la
polla, arrastrando la longitud sobre su coño empapado. Ella no pudo
concentrarse en esto mucho tiempo, no cuando sintió que sus dedos se
deslizaban por su espalda hasta que estuvieron en la base de su columna
vertebral, y luego más abajo.
Sumergiendo los dedos en su coño primero, los sacó y suavemente
metió solo la punta de su dedo dentro de su ano.
—¿Está bien? —le preguntó, dándole un momento para que se
acostumbre a la intrusión.
Mientras asentía, un golpe de miedo y lujuria se batió en su interior. Las
pocas experiencias con Rob habían sido incómodas, y creía que nunca
podría hacerlo, pero Kyrnon era diferente.
Y sabía que esto también sería diferente.
A medida que comenzó a introducir más que su dedo dentro de ella,
su tono era calmante mientras decía:
—Relájate. Me ocuparé de ti.
Las palabras enviaron un chorro de excitación a su dolorido corazón,
recordándole lo mucho que deseaba ser llenada por él. Era bueno, tan
jodidamente bueno, cómo manipulaba su cuerpo, azotando su cuerpo
hasta el punto de presionarse contra su tacto, un gemido derramándose
mientras él agregaba otro dedo.
Kyrnon se tomó su tiempo, como si tuvieran todo el tiempo del mundo
para que lo sintiera. Solo cuando la hizo mendigar con suaves y
quebrantados gemidos, su mejilla apretada contra el suelo, sus labios
abiertos mientras luchaba por respirar, finalmente la soltó, levantándola
hasta que su espalda se apretó contra su frente.
Podía sentir sus dientes a lo largo de la curva de su hombro, incluso
cuando le colocaba su miembro donde había tenido los dedos.
Lloriqueando mientras sentía la cabeza roma presionando contra ese anillo
apretado de músculos, tembló en su agarre.
—Shhh —la calmó al oído—. Te tengo.
Sabía que habría dolor, pero no había nada como la sensación de él
empujando en su interior. Casi sentía que no cabría, y estaba
peligrosamente cerca de exigirle que saliera, pero él se detuvo, volviéndola
para mirarlo con una mano en la mejilla antes de reclamar sus labios.
La distrajo, se dio cuenta al sentir que sus músculos se relajaban y se
volvían lánguidos. Su lengua se arrastró sobre la de ella, alimentando un
fuego en su interior hasta que no pudo concentrarse en nada más que en
su beso. Antes de que se diera cuenta, estaba tan profundo como podía
llegar.
—Eso es todo —dijo mientras rompía el beso—. Puedes tomarme.
Una cadena de maldiciones cayó de sus labios mientras ella se
tensaba a su alrededor. El dolor volvió cuando empezó a moverse, entrando
y saliendo de ella con una lentitud adormecedora pero, con cada golpe, el
dolor disminuía hasta que no hubo ninguno, solo la sensación de estar
apretada alrededor de su polla.
—Abre los ojos.
No se había dado cuenta de que los había cerrado hasta ese
momento, forzándolos a abrirse mientras la saludaban con sus reflejos
mirándola fijamente. Un brazo muscular fue envuelto con fuerza alrededor
de sus caderas, pero era la manera en que sus piernas se abrían, dando una
vista sin obstrucciones de su coño y la sombra de su polla mientras él
mantenía esos golpes enloquecidos.
Mientras él parecía cautivado por ella, ella estaba perdida en él. Sentir
la tensión era completamente diferente a ver la necesidad reflejada en su
rostro, la forma en que su mandíbula se había apretado, sus cejas unidas por
la preocupación, como si él tampoco pudiera entender cómo podía ser tan
bueno.
Y cuando ella se arqueó en su agarre, un gemido suplicante saliendo
de sí, Kyrnon maldijo bajo, sus caderas adelantándose tan fuerte que la dejó
sin aire.
Pero no había dolor.
Un placer tan intenso que veía estrellas.
Pronto, él la penetraba tan fuerte y rápido que ella gritó su nombre, al
menos hasta que la besó de nuevo. Esto no era lento y dulce como la vez
anterior, sino duro, húmedo y todo consumidor. Una y otra vez, la penetró,
su mano libre serpenteando hacia abajo para encontrar su hinchado clítoris,
golpeando con sus dedos sobre él.
—Tu coño es mío, Amber —respiró, la posesión en su mirada
haciéndola clavar sus uñas en el brazo que él había atado a su alrededor—
. Dilo.
No era capaz de expresarse con palabras, no cuando él manipulaba
su cuerpo de tal manera que se concentraba por completo en lo que él le
estaba haciendo.
Pero él quería una respuesta, tanto si estaba dispuesta a darla como
si no. Antes de que se diera cuenta de lo que hacía, Kyrnon apartaba su
mano, solo para golpear por encima de su sexo en una bofetada dura.
—Dilo, carajo. No te lo pediré de nuevo.
—Oh, Dios.
Pero eso no era lo que él quería.
Otra bofetada.
Y una tercera antes de que ella se apresurara a decir:
—Mi coño es tuyo.
—Y tú eres mía.
Esto fue dicho con cada pedacito de la frustración sexual que ella
sintió, pero las corrientes bajas de su tono le dijeron que eran más que solo
palabras dichas mientras la follaba, lo decía en serio.
No dudó en decir:
—Soy tuya.
Cada parte de ella.
Mente.
Cuerpo.
Alma.
Su acuerdo pareció romper la última parte de su control mientras la
empujaba hacia delante, sus brazos agarrando su peso mientras bajaba,
aunque manteniendo su espalda arqueada.
Una mano se envolvió alrededor de su hombro, la otra a la altura de
su cadera mientras él la hacía retroceder para alcanzar sus empujes. Ella
estaba tan llena que sintió cada cresta de su polla deslizándose sobre sus
paredes, la sensación la hizo temblar a su alrededor.
Hizo que anhelara esto, ansiara el dolor placentero que era tan bueno
en dar.
Y cuando gruñó su nombre, como una maldición y una promesa, se
endureció lo suficiente como para que le temblaran las piernas.
Kyrnon maldijo en voz alta mientras daba otro brutal golpe de sus
caderas y un segundo hasta que se derramaba dentro de ella, sujetándola
con fuerza mientras su pecho latía sin parar.
Presionó un dulce y casto beso en la parte superior de su columna
vertebral, directamente sobre la luna creciente tatuada allí. Y mientras él
lentamente se alejaba de ella, pudo sentir el cambio en él.
Fue en la forma en que la llevó de vuelta a su habitación.
La forma en que la sostuvo.
Como si nunca se fuera a soltar.
Amber estaba enamorada y ese pensamiento la aterrorizó.

***

No estaba segura de cuándo sucedió, pero sabía que se había dado


cuenta cuando se habían sentado en su piso, hablando, y él le había dicho
cosas que nunca pensó que oiría. Oírlo había sido bastante malo, pero ver
ese dolor reflejado en su cara la hizo doler de una manera que no podía
describir.
Era una idea ridícula pensar que podía cambiar la forma en que él se
sentía, ya había sucedido, él lo había vivido, pero en esos momentos
oscuros, deseaba con cada trozo de ella poder borrar ese dolor y darle un
poco de paz.
Pero eso no significaba necesariamente que estuviera enamorada.
Ella haría lo mismo por cualquiera que le importara, pero fue la
manera en que se sintió cuando estuvo cerca de él lo que hizo toda la
diferencia.
Cómo la metía en su costado, ya fuera en su cama o caminando por
Brooklyn para comer a la una de la madrugada.
O cómo le prestaba toda su atención cuando ella hablaba de las
ideas que tenía.
Y si ella estuviera en su casa y él tuviera que ir a hacer un recado,
siempre la besaría como si fuera la última vez antes de irse.
Todo.
Todo en él la había atraído rápidamente y la había envuelto tan fuerte
que no quería soltarse.
—¿Por qué esa cara?
La voz de Kyrnon la sacó de sus pensamientos, forzándola al presente
mientras ella lo miraba desde el sofá. Desde el momento en que se
despertaron esa mañana, las cosas habían... cambiado. No podía describir
el cambio, pero no era malo.
Ella estaba más consciente de él.
O mejor dicho, más consciente de sus sentimientos por él.
Sin embargo, a pesar de la emoción abrumadora, no estaba lista para
decírselo. No importaba que hubieran pasado casi todos los momentos de
su vida juntos desde que se conocieron, o que él dejara perfectamente
claro que estaba con él. Nunca era fácil decirle a alguien que lo amaba,
especialmente cuando sus sentimientos eran aún desconocidos.
Estaba asustada, asustada de que la primera persona con la que se
permitió estar desde que le rompieron el corazón no sintiera la misma
emoción que la consumía.
Amber seguía pensando en cómo responder a su pregunta sin
contestarla cuando le enganchó un dedo bajo la barbilla, obligándola a
mirarlo.
—¿Qué pasa?
—Solo... estaba pensando. —Al menos esa era la verdad.
—¿Sobre qué?
—Nada que deba preocuparte. —Al menos, esperaba que no lo
fuera.
Pero entonces otra vez, ¿no era por eso que no estaba lista para
decírselo, por lo que su reacción podría ser.
Esa respuesta tampoco lo apaciguó.
—Dímelo de todos modos.
Atrapada en su mirada, le habría contado todo, solo lo habría soltado
para ver cuál sería su reacción, pero se salvó por el timbre de su teléfono.
Agradecida por la distracción, lo alcanzó y contestó.
—Hola, mamá.
—Cariño, ¿cómo estás? Estoy tan contenta de haber podido
contactarte. Esperábamos que pudieras venir a almorzar.
La semana pasada su madre la había llamado para hacerle saber
que ella, su padre y Aidan, el hermano pequeño de Amber, estarían volando
para la gira universitaria de Aidan. Aunque puede que no estuviera
interesado en ir a ninguna parte fuera de California, había accedido a visitar
algunas escuelas que su padre quería que considerara.
Se había olvidado de todo.
—¿A qué hora?
—No llegaremos a Manorsfield hasta la una como muy pronto.
Manorsfield estaría al menos a una hora de distancia de la casa de
Kyrnon, y eso era en un buen día, pero había estado lloviendo durante casi
tres horas y la idea de tomar el metro no sonaba tan bien.
—Tu padre está dispuesto a que te recoja un auto, ya que insistes en
no comprar uno —agregó.
—Dale las gracias, pero no necesito que me envíe uno. Hace…
—Tu padre... entonces aquí, toma el teléfono. —Hubo un poco de
ruido cuando el teléfono cambió de manos, entonces la voz de su padre
vino a través de la línea.
—¿Cómo está mi chica favorita?
—Hola papi —dijo Amber con cariño.
Apenas aguantó su risa mientras Kyrnon movía el brazo que tenía a su
alrededor, aclarándose la garganta.
—Hoy no trabajas, ¿verdad? Apenas te vemos tal como eres.
La maldición de vivir a miles de kilómetros de distancia.
—No estoy trabajando, no. Le estaba diciendo a mamá que...
—¿Es por el tipo que crees que te gusta y del que estás hablando? Tu
madre no para de hablar de ello.
—¡No he hablado de nada! —Amber chilló, su voz elevándose
levemente mientras le daba un codazo a Kyrnon en las costillas cuando se
reía.
—Entonces tráelo si eso es lo que te detiene. Tu hermano y yo
queremos conocer a éste.
Su cara ya estaba llena de vergüenza y el pensar en ellos interrogando
a Kyrnon sobre cualquier cosa la hacía sentir un poco con náuseas.
—Dile que estaremos allí —dijo Kyrnon, obviamente lo suficientemente
fuerte para que su padre lo oyera.
—Bien, nos vemos pronto, amor —le dijo y luego colgó.
—Kyr…
—Probablemente deberíamos vestirnos si queremos llegar a tiempo —
dijo con una amplia sonrisa, como si todo esto le pareciera divertido—. El
tráfico es una mierda ahora.
—¿En serio quieres ir? —le preguntó mientras se ponía de pie,
volviendo a su armario para encontrar algo que ponerse. Ella no se había
dado cuenta, pero poco a poco había empezado a apoderarse de su
armario con su propia ropa.
—Ahora o después, iba a conocer a tus padres de todos modos,
¿verdad? Podría dar una buena primera impresión mientras pueda. —
Kyrnon seguía hablando mientras se movía alrededor de ella, agarrando
unos jeans—. Porque con mi trabajo, puedo salir de la ciudad por días. A
veces me pierdo fechas importantes.
Mirándolo, ella notó la forma en que su voz había cambiado, como si
no fuera solo una declaración, sino una advertencia para ella. Notó que
tenía el hábito aleatorio de desaparecer por largos períodos de tiempo sin
darse cuenta, luego, también estaba ese viaje a Bruselas que hizo hace
semanas.
—Las citas siempre se pueden reprogramar —dijo en voz baja,
respondiendo a la pregunta que él no había hecho.
Su sonrisa de respuesta le dijo que eso era lo que había estado
esperando escuchar.
Una vez que estaba vestida, maquillada y con zapatos en los pies,
Amber esperó a que Kyrnon terminara su caminata habitual antes de subir
al ascensor.
—¿Cuántos hay para escoger? —preguntó, apretando un botón para
que bajaran un piso, pero no al nivel que normalmente los llevaba afuera.
—¿Cuántos hay para escoger? —preguntó, medio en broma, medio
en serio. Sabiendo el tipo de cosas que él ya le había mostrado, ella no dudó
ni por un segundo que lo que fuera que él estaba a punto de mostrarle
sería... extenso.
Siete, vio una vez que estaban en el garaje que nunca había pisado.
Siete autos diferentes. Pero mientras miraba a su alrededor, se preguntó si el
número era en realidad ocho considerando que no había visto el Ferrari.
Pero vio un Lamborghini.
Un Porsche.
Dos Jeep Wranglers.
Y otros autos de los que no estaba segura.
—Ahora solo presumes.
Al final, eligió el que parecía más cercano a un auto de carreras y
cuando se deslizó dentro del asiento del pasajero, había un arnés de cuatro
puntos para un cinturón de seguridad que requería un poco de esfuerzo
para situarse.
No pasó mucho tiempo antes de que arrancara, apretando un botón
en la consola central, abriendo las puertas de la bahía, la luz del sol entrando
mientras salían. Al poco tiempo del viaje, Kyrnon recibió una llamada, una
que terminó relativamente rápido, pero que le hizo fruncir el ceño al
terminar.
—Tengo que hacer una parada —le explicó cuando ella le miró en
cuestión—. Te dejaré primero, luego vendré cuando termine. Serán veinte
minutos, máximo.
Bueno, eso sonó... extraño.
—¿No tendría más sentido si primero hiciéramos tu mandado y luego
fuéramos a almorzar? Parece más problemático dejarme a mí primero.
—Tengo que venir solo. Órdenes del jefe.
A pesar de la sinceridad de su voz, Amber no estaba segura de creer
eso. Como mínimo, ella pudo haberse quedado en su auto mientras él se
encargaba de lo que fuera necesario, pero ella no presionó el asunto.
No era como si le hubiera dado una razón para no confiar en él.
Una vez que llegaron al restaurante al que la habían llamado sus
padres, le dio un beso rápido en los labios antes de que ella saliera y se
dirigiera hacia adentro, Kyrnon conduciendo una vez que estaba dentro del
edificio.
Manorsfield le recordó los clubes de golf que a su padre le gustaba
frecuentar cuando estaba en Napa, y aunque ella no solía frecuentarlos,
siempre era un bonito cambio de escenario.
Tomó las escaleras hasta el segundo nivel, donde se seccionaron
algunas mesas a petición de su padre. La primera persona con la que se
encontró al cruzar el piso fue su hermano menor. Era fácil verlo, tenía tanto
cabello como ella, y a pesar del clima más frío afuera, todavía estaba en un
par de pantalones cortos de carga y camionetas, sus brazos musculosos en
exhibición en la camisa sin mangas que llevaba.
Se puso de pie a un lado, apoyándose contra la pared,
concentrándose en su familia al otro lado de la habitación, sus labios hacia
abajo. Amber no tenía que preguntarse por qué se veía tan molesto; la risa
de Piper se encargó de eso.
No era solo su familia, aparentemente, sino también Piper y sus padres,
y si ella estaba allí, Rob estaría cerca ya que actuaba como si no pudiera
hacer nada sin él.
—Esto tiene que ser la cosa más incómoda del mundo —dijo Aidan
cuando Amber se detuvo a su lado, sus ojos en su prima—. Haciendo desfilar
a un novio con la misma gente que ya ha conocido. Tu prima es una maldita
psicótica.
Se sonrió, pero Amber dijo:
—Lenguaje.
Aunque acababa de cumplir dieciocho años, maldecía mucho más
que nadie que ella conociera, algo que había hecho desde que era un
niño, a pesar de que su padre había estado intentando durante años que
dejara de tomar el hábito.
También tenía la tendencia a pasar la propiedad de la gente que le
molestaba. “Tu primo” o “tu amigo”, aunque también fueran suyos, como si
quisiera distanciarse de la estupidez que habían hecho para ponerlo de los
nervios en primer lugar.
—Pero sabes que tengo razón —le dijo sonriéndole, con toda la
sabiduría que un hermano menor podría poseer—. ¿Quieres que le patee el
trasero?
Estaba perdiendo la cuenta de cuánta gente le había hecho esa
oferta últimamente, pero esta era una pregunta que Aidan le hacía cada
vez que hablaba con él, como si fuera su deber defenderla.
—No hay necesidad. Fue hace mucho tiempo.
—No hace mucho —dijo Aidan moviendo la cabeza—. Pero ahora no
importa, ¿verdad? Papá dice que hay un tipo nuevo.
Una vez.
Una vez había cedido y le había dicho a su madre que estaba con
Kyrnon. No era como si ella le hubiera dado muchas opciones ya que habían
estado en medio de una conversación cuando Kyrnon había vuelto en sí, su
madre lo escuchó por casualidad en el fondo.
Por supuesto, solo tenía que decírselo a Monroe y a Aidan, como si
realmente necesitara que los dos la avergonzaran.
—Mamá habla demasiado.
—¿Hace surf?
La respuesta a esa pregunta le daría a Aidan todo lo que necesitaba
saber. Como pasaba las horas que no estaba en la escuela tomando una
ola, el surf era una gran parte de su vida.
—No surfea —dijo, aunque no estaba muy segura de esa respuesta.
Ella realmente no sabía si él lo hizo o no—. Pero conduce una Harley
malvada. —Bueno... una de las dos que conducía era una Harley.
Aidan pareció contemplar eso.
—Te concedo eso. ¿Dónde está ahora? ¿No trata de conocer a la
familia?
Poniendo los ojos en blanco, Amber se rio.
—Ya viene.
Esperaba. Realmente esperaba que regresara a tiempo.
—Bien, porque mi opinión tiene peso. Y si no me gusta, le cortarán el
paso.
—Como si pudieras...
—Amber.
Ambos miraron a Rob cuando apareció de repente.
El ceño fruncido de Aidan fue feroz, su irritación clara. Una vez, los dos
habían sido más gruesos que ladrones, Aidan mirándolo como el hermano
mayor que nunca tuvo, pero después de lo que le hizo a Amber, Aidan había
dejado muy claro que ni siquiera podía respirar en ninguna de sus
direcciones.
Amber se había sentido mal, no queriendo que su hermano perdiera
a alguien de quien había estado tan cerca durante años, pero Aidan lo
había derribado.
No era nada si no era leal.
Rob intentó sonreír, pero parecía incómodo con toda la tensión entre
ellos.
—Aidan, ¿me prestas a Amber un momento?
—¿Para qué? —le preguntó Aidan, genuina confusión en su
expresión—. No tiene que escuchar a ninguna mier...
—Aidan, lo tengo. —Amber saltó rápidamente antes de que pudiera
salir por la tangente. A veces su hermano se ponía un poco creativo cuando
estaba enojado.
—Avísame cuando llegue Kyrnon. No puedo esperar a conocerlo.
Si eso era cierto o no, fue suficiente para hacer suspirar a Rob.
—Oh —dijo Aidan antes de apenas dar un paso—. Hace unas dos
semanas, Piper llamó a tu madre para hacerle saber que tenía un caso de
ladillas. Por supuesto, entonces mi tía llamó a mi mamá, solo pensé que
deberías saberlo. —Dándole a Rob en el hombro, Aidan levantó su vaso en
saludo—. Deberías ir a que te revisen, aunque espero que se te caiga el
pene. Hasta luego.
En ese momento, Amber se había olvidado de amonestar a su
hermano por su lenguaje y en vez de eso trataba de contener su risa.
—Todavía está enfadado conmigo —dijo Rob una vez que Aidan
estaba lejos.
Amber no se molestó en negarlo.
—Lo superará. —Aunque si pensaba que alguna vez tendrían la misma
relación que antes, se equivocaba—. ¿Cuántas veces vamos a tener esta
misma conversación? Creí que quedó claro la última vez que apareciste en
mi puerta.
Y había echado un vistazo a Kyrnon.
—Esto no se trata de eso. Bueno, lo es, pero no… —Se frustró, como si
no pudiera encontrar las palabras correctas—. Quiero disculparme, no solo
por ese día, sino por todos los días anteriores. No debería haber pasado.
Amber no estaba segura si se refería a sus últimos intentos de
recuperarla o a su relación con Piper, pero no le importaba lo suficiente
como para pedir una aclaración.
—Piper se quedará con el bebé, así que creo que nos estamos viendo
mucho más de lo que te gustaría, por lo que quería aclarar las cosas entre
nosotros. —Su sonrisa fue triste cuando dijo—. Éramos grandes amigos, ¿no?
El mejor de los amigos, hasta que lo arruinó.
Esta vez, su sonrisa era un poco más genuina.
—Lo éramos.
—Tal vez lleguemos ahí de nuevo —dijo incapaz de ocultar esa nota
esperanzadora en su voz.
—Tal vez —estuvo de acuerdo.
Asintiendo con la cabeza, lo aceptó.
—El que está contigo ahora... ¿te trata bien?
Amber no le restregó su relación en la cara. Ella no se regodearía.
—Lo hace.
—Entonces me alegro de que lo tengas. Te lo mereces.
El silencio se extendió entre ellos después de eso, hasta que se unieron
al resto de su familia mientras todos estaban sentados. A diferencia de todos
los demás en la mesa, Piper parecía la más incómoda.
—Entonces, ¿dónde está? El hombre misterioso —preguntó la madre
de Amber, Avonne.
—Oh, él está...
—Llegando tarde.
La repentina aparición de Kyrnon detrás de ella hizo que Amber mirara
sorprendida. A pesar del tiempo que pasaba con él, seguía sin
acostumbrarse a la forma en que podía moverse tan silenciosamente.
Por supuesto que su madre tuvo que sonreír de par en par mientras se
ponía de pie, sus cejas bien cuidadas levantándose mientras miraba a
Amber. Si no había nada más, Kyrnon se la había ganado con su aspecto.
—Es un placer conocerte finalmente, Kyrnon. He oído grandes cosas.
Apenas había oído nada.
—Es un placer conocerla también —dijo Kyrnon, agarrando la mano
que ella le extendió y llevándola hasta los labios—. Puedo ver de dónde
sacó Amber su belleza.
Y ahí se fue con ese encanto irlandés.
Oh, si no lo estaba haciendo bien ahora.
Luego, su padre estaba de pie para estrecharle la mano, aunque
parecía mucho menos impresionado que su madre. Y mientras Kyrnon se
sentaba a su lado, con el brazo estirado sobre el respaldo de su asiento, no
pudo evitar sentirse eufórica.
No tardó mucho en ganárselos, compartiendo historias interesantes
de su trabajo. Y mientras hablaba, Amber notó que Aidan la miraba por el
rabillo del ojo.
Cuando ella lo miró porque le frunció el ceño, sonrió y se encogió de
hombros.
Su hermanito lo aprobaba.
Capítulo 12
Había un nombre dado a la mujer que llevaba tacones de charol
Louboutin y una sonrisa fría, pero cualquiera que valorara su vida nunca
decía ese nombre en presencia de Elora Coillette.
La mayoría que se cruzaba con ella la llamaban simplemente la
Señora, no por su gusto por el sadomasoquismo, sino porque había
conseguido hacer de ser Señora una ocupación a tiempo completo.
A pesar de su notoria actitud, Elora había sido capaz de sofocar ese
espíritu rebelde dentro de sí misma, convirtiéndose en la mujer
cuidadosamente pulida que la élite de la sociedad perseguía en bares y
restaurantes de lujo.
Así fue como Braxton Montenegro la encontró.
Él había sido diferente, su Braxton. Con un título en administración de
empresas de Yale, muchos esperaban que el Montenegro más joven se
uniera al comercio familiar, pero finalmente había elegido un camino
diferente, uno que lo llevó a prácticas de negocios desagradables con
hombres con los que uno nunca debería relacionarse.
Estaban en la cima del mundo, y por una vez en su vida, Elora sintió
que finalmente estaba recibiendo todo lo que se le debía.
Al menos hasta que la traicionó tratando de traer a una chica que
tenía la mitad de su edad como un nuevo juguete para divertirse.
Eso no sería suficiente.
Elora a menudo se preguntaba si él había olvidado lo ávida que era
su alumna; a pesar de su afición por tener negocios entre hombres, ella
había aprendido a hacer lo que él hacía mejor viéndolo trabajar.
Así que cuando él decidió destruir su confianza, hizo lo único que sabía
hacer.
Se deshizo de él.
Y mientras ella veía su rostro ponerse azul mientras jadeaba para
respirar, saliva corriendo de sus labios mientras estiraba el brazo hacia ella,
en vez de horrorizarse, Elora estaba... fascinada.
Horas después, había lamentado su pérdida, deseando que hubiera
sido otra persona que no fuera su Braxton la que había pensado en hacerla
quedar en ridículo, pero tan pronto como lloró la vida que había quitado,
estuvo más preocupada por la pérdida de la vida a la que se había
acostumbrado.
Pero no se preocupó por mucho tiempo...
A los pocos días, fue la nueva Señora Erickson.
Luego Porter.
Mitchell.
Fitzgerald.
La lista era interminable, pero se aburría de vivir bajo los pulgares de
los hombres. Ya no se contentaba con tenerlos encima de ella, solo para
aceptar un estipendio al principio de cada mes.
No, ella quería más que eso.
Quería ser más.
Y si había algo en lo que Elora era buena, era en salirse con la suya.
Pronto, comenzaba un imperio que rivalizaba con el de cualquier
hombre, y lo había hecho asegurándose de que nadie, nadie, intentara
volver a cruzársele.
Así que si Gabriel Monte pensaba que simplemente se daría la vuelta
una vez que recibiera esa falsificación en la que había gastado más dinero
que en cualquier otra cosa de su colección, estaba muy equivocado.
—Por favor, te diré lo que quieras saber. Solo...
La súplica de Gabriel fue interrumpida cuando un martillo golpeó su
rodilla, rompiendo el hueso instantáneamente. Su grito de dolor fue tan
fuerte que Elora estuvo convencida que sacudió las paredes.
Pero no se conmovió por los vasos sanguíneos rotos bajo su carne,
convirtiendo su piel de pálida fantasmagórica a un tono de rojo que parecía
deliciosamente doloroso.
—No te preocupes Gabriel —dijo, quitándose los guantes y
pasándoselos a uno de los hombres que estaba cubierto de salpicaduras de
sangre—. He venido a ofrecerte la oportunidad de hacer las cosas bien.
Abrió la boca para hablar de nuevo, las lágrimas que se habían
estado acumulando en sus ojos ahora caían libremente por sus mejillas
magulladas y sangrantes, pero Elora puso un dedo en sus labios antes de
que pudiera decir una palabra.
—Morirás en esta habitación —le aseguró con un movimiento de
muñeca a su alrededor—, pero la pregunta que debes hacerte es si quieres
o no morir solo.
Elora había aprendido que el dolor podía mostrarle a un hombre lo
que realmente valía. Algunos eran mejores que otros, muriendo antes de
que sus hombres hubieran tenido la oportunidad de extraerles la
información, pero la mayoría, y estaba segura de que Gabriel caería en esta
categoría, no moría con gracia. Abandonaban a sus compañeros bastante
rápido porque eran criaturas tan egoístas.
Despreciaba a los hombres así.
—E-Elliot —tartamudeó, sangre goteando de sus labios—. Elliot
Hamilton.
Elora casi sonríe.
—Háblame de tu plan.
Su mirada se movió alrededor de la habitación.
—El original fue robado el día de la subasta. No podíamos... no
podíamos haber sabido que se lo llevarían. Había un guardia de seguridad
en el lugar.
La falsificación, asumió Elora, pero no expresó este pensamiento en
voz alta.
—Una vez nos dimos cuenta de que había desaparecido... Tenía toda
la intención de contarle sobre el robo, pero Elliot me convenció de que era
mejor darte la réplica en lugar de nada en absoluto. El dinero ya había sido
transferido y no quería echarse atrás en la venta.
Si no hubiera tenido la oportunidad de derramar los secretos de su
estafa, lo habría dejado vivir, aunque no sin asegurarse de que entendiera
la gravedad de su error.
Pero él había hecho su elección.
—Elliot Hamilton, ¿dijiste? —preguntó Elora.
—Es dueño de la galería de arte Cedar. Es...
Hizo un gesto con la mano para que dejara de hablar. Un nombre era
suficiente para que encontrara todo lo que necesitaba.
—¿Y la falsificadora, háblame de ella?
Ante esto, Gabriel pareció un poco asustado.
—Trabaja para Elliot. No sé mucho de ella.
Probablemente porque no había sentido que fuera lo suficientemente
importante como para aprender de ella, o quizás para eso había estado
Elliot. Tal vez él sería capaz de responder las preguntas que su compañero
no había podido responder.
Sacando las gafas de sol de su bolso, Elora se las puso, mirando a uno
de los hombres que llevaba el delantal de goma y unas pesadas botas
negras.
—Asegúrate de que no sea identificado para cuando termines. Y
tómate tu tiempo.
Al salir de ese edificio, con el sonido de una sierra encendiéndose,
Elora ya estaba pensando en su próxima víctima.
Capítulo 13
El agarre de Kyrnon se volvió más fuerte alrededor de Amber mientras
se despertaba, las vibraciones provenientes de su teléfono quitándole el
sueño. Separándose de ella, buscó en el suelo los jeans que había
desechado la noche anterior, tomando de ellos su móvil.
No comprobó quién llamaba, pues no le importaba, pero sí se
preguntó por qué no podía esperar hasta una hora decente. Llevándose el
teléfono a la oreja, gruñó:
—¿Qué?
Hubo una pausa antes de que una voz con acento dijera:
—Habitación 710, Madison Place. En una hora. El Kingmaker está
esperando.
Kyrnon ni siquiera tuvo oportunidad de procesar el hecho de que era
el asistente del Kingmaker quien llamaba antes de que este colgara el
teléfono y él se encontrara estrujando el móvil con tanta fuerza que temió
romperlo.
Las tres y media de la mañana…
Imbécil.
Saliendo de la cama, tomó los mismos jeans que había descartado
antes, poniéndoselos con rapidez, aunque intentando hacer el menor ruido
posible para no despertar a Amber, que seguía dormía pacíficamente en su
cama. Tomando una camiseta y poniéndosela, usó el baño antes de salir
por la puerta y subir a su motocicleta.
Anotando la dirección en su teléfono, oyó las instrucciones
provenientes de los altavoces en su casco mientras se ponía en marcha,
navegando por las calles silenciosas y casi estériles.
Había estado esperando llegar a un hotel, o a algún lugar pretencioso
en los que solo a la gente como el Kingmaker le gustaba estar, pero Kyrnon
se encontró en un edificio de oficinas en el Bronx, uno que estaba bajo
mantenimiento, juzgando por los letreros y las vigas visibles en él.
Aparcando, pasó con facilidad a través de la cerca de alambre —el
candado ya había sido cortado y echado por allí entre los escombros— y
cruzó la corta distancia hacia lo que eventualmente se convertiría en las
puertas de entrada del edificio.
Entrando en el elevador, que era casi idéntico al de su apartamento,
Kyrnon subió, con las manos en sus bolsillos mientras escuchaba el suave
murmullo de los engranajes girando antes de que la campanilla sonara y se
frenara.
Ya en el séptimo piso, pudo ver una luz tenue reflejándose en las lonas
de plástico que cubrían el suelo y las paredes. Y aunque podía comprender
la necesidad de que estuvieran allí considerando lo mucho que faltaba
construir, fue la mancha de sangre, como si alguien hubiera sido arrastrado
por el suelo, lo que llamó su atención.
Siguiendo la línea, pasó por tres habitaciones antes de encontrarse
con el hombre muerto en el suelo… o lo que suponía que era un hombre. Su
rostro había sido destrozado, y su cuerpo desnudo era un desastre de heridas
y magulladuras.
Alguien lo había torturado hasta la muerte.
Desde un rincón, su rostro oculto por las sombras, el Kingmaker dijo:
—Sabes… he sido muy indulgente con aquellos que cometen errores.
Son los errores los que te matan, al final. —Dio unos pasos hacia adelante,
con las manos tras la espalda mientras su firme mirada aterrizaba sobre
Kyrnon—. ¿No estás de acuerdo?
Si hubiera venido de alguien más, Kyrnon habría considerado la
opción de responder, pero no estaba de humor para participar en juegos
de palabras con un hombre que sobresalía en ellos. Era tarde —o temprano,
depende de cómo uno lo mirara— y ya estaba listo para volver a casa y
meterse en la cama con Amber.
—¿Qué intentaba sonsacarle? —preguntó Kyrnon, observando
nuevamente el cuerpo a sus pies.
Bajo toda la sangre, los moratones y la hinchazón, le pareció que el
hombre se veía… familiar. Pero no podía estar seguro, e identificarlo sería
casi imposible teniendo en cuenta que al hombre le faltaban las manos y los
pies.
Sin mencionar que el grito congelado en su rostro dejaba claro que
también le habían removido los dientes.
Malditamente espeluznante.
—Esto no es trabajo mío —respondió el Kingmaker casualmente, para
nada conmovido ante la violencia que estaban observando. Mientras se
acercaba, miraba el cuerpo como si fuera la primera vez que lo veía—. No
habría dejado un cuerpo aquí.
—¿Por qué estoy aquí? —le preguntó Kyrnon.
—Ya te lo he dicho —dijo el Kingmaker con un pestañeo—. Cometiste
un error.
—¿Qué error?
Hasta donde Kyrnon sabía, su último trabajo se había llevado a cabo
sin demasiado escándalo. Incluso luego de recibir su paga por parte del
Kingmaker después de haber entregado L’amant Flétrie, se re-aseguró de
que ningún rumor se hubiera propagado acerca del ladrón de la pintura.
El Kingmaker hizo una seña hacia el hombre muerto.
—Lo estás viendo.
¿Este era su error?
—Ni siquiera sé quién es.
Y estaba bastante seguro de que si hubiera torturado a alguien de
aquella manera, lo recordaría.
—Gabriel Monte.
Mierda.
Podía no saber aún cuál había sido su error, pero sabía que el
Kingmaker estaba en lo cierto.
En algún momento, había cometido uno.
—No mucho después de que me trajeras mi pintura, otro L’amant
Flétrie se vendió. ¿Sorprendente, o no…, considerando que yo tengo el
original?
Eso solo podía significar que Gabriel había hecho pasar el cuadro que
Amber había pintado por el original.
Mierda. Eso no era bueno.
Y también explicaba por qué no había oído nada al respecto. No
hubo rumor alguno sobre el ladrón porque si Gabriel hubiera mencionado a
uno, no habría sido capaz de vender la falsificación. Debía haber prestado
más atención, investigado un poco más cuando no se había dicho nada.
—¿Quién fue el comprador? —preguntó Kyrnon, agachándose para
echarle un mejor vistazo al cuerpo.
Con toda la muerte de la que había sido testigo, la visión del cadáver
mutilado de Gabriel no le causó nada. Apenas estudió las heridas,
buscando alguna señal que se hubiera dejado en el cuerpo.
Todos dejaban su propia marca.
—No tengo ni la menor idea.
Kyrnon lo miró y no dudó ni por un momento que sabía exactamente
quién había hecho esto.
—¿A qué juegas? ¿Eh? ¿Mientras tú haces lo que quieres, nosotros nos
ocupamos de cualquier pequeña queja que nos arrojas encima?
Aquel desinterés que siempre había estado presente en el rostro del
Kingmaker desapareció, cambiando a una expresión que era tanto una
advertencia como el reflejo de su humor.
—Ten cuidado, irlandés. He venido aquí para ofrecerte un regalo, y
aquí estás, escupiendo a mis pies.
Kyrnon soltó una carcajada sin humor alguno mientras se ponía de pie.
—¿Consideras esto un regalo? Entonces no conoces lo que la palabra
significa.
—Dime cómo, exactamente, me beneficiaría venir aquí y mostrarte el
destino de Gabriel.
Estaba listo para contestar, una réplica afilada ya en la punta de su
lengua, pero cayó en la cuenta, pensando en las palabras del Kingmaker,
de que efectivamente esto no le beneficiaba. Después de todo, ya había
conseguido lo que quería.
—Zachariah te mimó demasiado —prosiguió—. Les trató como si
fueran más que empleados, y tal vez es de allí de donde sacaste la ridícula
noción de que me importa una mierda lo que te suceda. Déjame rectificar
eso ahora: no me importa. No significas nada para mí, y si no te necesitara
en un futuro, estarías muerto e incinerado antes de que pudieras dejar esta
propiedad.
La ira del Kingmaker no era como la de nadie más. La suya era
contenida, aún atrapada tras un traje severo y una conducta silenciosa,
pero Kyrnon podía sentirla, y si miraba lo suficientemente cerca, podía verla
reflejada en cómo el humor del hombre cambiaba totalmente.
—No soy tu padre, y no debería tener que arreglar tus errores porque
estás demasiado ocupado pensando con tu polla. Cometiste una
equivocación, irlandés. Arréglalo. Si el comprador estuvo dispuesto a hacer
esto al hombre que vendió la falsificación, ¿qué crees que le hará a esa
pequeña y bonita falsificadora que dejaste entrar a tu hogar?
Kyrnon no debía haberse sorprendido de que supiera acerca de
Amber, el hombre parecía saberlo todo pero nunca revelar nada.
Echando una mirada al Rolex en su muñeca, añadió:
—Te sugiero que hagas algo, considerando que quien sea que haya
hecho esto tiene ventaja sobre ti.
Kyrnon no gastó tiempo discutiendo, pues sabía que tenía razón.
El problema era, ¿cómo diablos protegería a Amber de una amenaza
que no podía ver?
Y aún peor, ¿cómo le explicaría que estaba en peligro por su culpa?
Debía haber tomado la falsificación cuando robó la original, pero no
había pensado ni por un momento que Gabriel pudiera haber hecho
aquello. El hombre no era, obviamente, el más brillante.
Ahora debía ponerse al corriente antes de que fuera demasiado
tarde.
Pero, tenía una idea acerca de por dónde empezar.
Elliot Hamilton.
El hombre era la única conexión existente entre Amber y Gabriel, y si
podía llegar a Elliot primero, entonces tal vez podría encontrar al comprador
antes de que algo le pasara a Amber.
Tomando su teléfono, Kyrnon marcó un número, suspirando cuando el
ruso respondió.
—Red, necesito un favor.
Capítulo 14
Algo estaba mal.
Amber no sabía por qué le pasó por la cabeza esa idea cuando
bajaba las escaleras de la azotea donde había buscado a Kyrnon.
Despertarse sola era algo a lo que estaba acostumbrada, pero eso
significaba que él estaba arriba o en el piso de su sala de estar reparando
la otra Harley.
Pero nunca se iba sin avisar.
Recordando vagamente que se había deslizado de la cama la noche
anterior, no había pensado mucho en ello mientras se preparaba para el
día, aunque le había enviado un mensaje de texto solo para hacerle saber
que estaba despierta. Pero eso fue hace dos horas, y ella aún no sabía nada
de él.
Podría haber surgido una emergencia en el trabajo, y aún no se había
comunicado con ella.
No era gran cosa.
Aun así, no podía quitarse de encima la sensación.
Ella luchaba con una banda elástica sobre su cabello cuando
escuchó el zumbido de su teléfono desde su lugar en la cama. Su euforia la
abandono cuando vio que solo la llamaba su jefe.
—Amber, necesito que vengas a verme de inmediato —dijo Elliot con
prisa, el viento azotando en el fondo como si estuviera corriendo.
—¿Elliot? ¿Dónde están...?
—Estoy en la galería. Ven aquí.
Frunciendo el ceño, Amber preguntó:
—¿Pensé que ibas a cerrar por hoy? Tenías una cita en el spa o algo
así.
—Eso no es importante —dijo con impaciencia. Había un tintineo de
llaves, entonces—: Es una emergencia. Ven aquí tan pronto como puedas.
Luego Elliot colgó.
Un poco asustada, se vistió tan rápido como pudo. Afortunadamente,
Kyrnon le había dado el código para que pudiera ir y venir cuando quisiera.
Renunciando el tren, llamó a un taxi, relajándose contra el rasgado
cuero mientras intentaba averiguar por qué Elliot sonaba tan frenético.
Desde el día de la subasta, había estado actuando con una extraña
impaciencia, hosco, y si ella estaba siendo honesta, paranoico, pero lo
había atribuido a sus excentricidades habituales.
Ahora, no estaba segura.
Su extraño comportamiento y la repentina desaparición de Kyrnon
hicieron que esa sensación de ansiedad que se deslizaba a través de su
pecho le apretara un poco más porque sentía que le faltaba algo.
Y por su vida, no podía averiguar qué.
El tráfico era una pesadilla a pesar de la hora, así que no llegó a Cedar
hasta casi una hora y media después de su llamada telefónica. Las puertas
principales estaban cerradas con llave, lo que resultaba extraño si se tenía
en cuenta que el auto de Elliot estaba aparcado en la acera y que él le
había dicho que se encontrara con él aquí.
Pero pensando que intentaba estar a salvo ya que era el único en la
galería, ella usó su llave para entrar.
Lo primero que notó al entrar fue lo silencioso que estaba. Incluso si
era el clic de las teclas, el sonido de Elliot tarareando, o algo así, siempre
había ruido presente a menos que fuera necesario para una exposición.
Y le llevó un momento entender por qué eso la preocupaba, pero
cuando lo hizo, miró a la parte superior de la puerta.
La campana no había sonado.
Puede que no le prestara atención en un día normal porque estaba
muy acostumbrada, pero ahora que no lo había hecho, una pizca de miedo
la atravesó.
No era solo silencio. También estaba oscuro.
Tirando del teléfono de su bolsillo, pasó los dedos por la pantalla,
desbloqueándola antes de enviarle a Elliot un mensaje de texto para que
supiera que estaba allí.
Pero lo que no esperó fue el sonido de su teléfono, lo suficientemente
fuerte para que lo escuchara.
Frunciendo el ceño, pero al menos a gusto sabiendo que estaba allí
atrás, Amber se dirigió hacia su oficina, pero cuanto más se acercaba, más
podía oír las voces suaves, pero firmes, de quienquiera que estuviera del otro
lado.
Elliot no había mencionado que tendría compañía... y cuando estaba
en la puerta parcialmente abierta, pudo oír la voz jadeante de Elliot y supo
entonces que algo andaba muy mal.
—No sé qué...
El otro ocupante de la habitación preguntó, y mientras el sonido de su
voz la bañaba, se sintió como si toda la sangre se le hubiera ido de las
manos.
Conocía esa voz, ese acento, lo escuchó más veces de las que podía
contar en el último mes y medio.
Le encantaba esa voz.
Mientras intentaba comprender el hecho de que era Kyrnon en esa
habitación con su jefe, en el segundo siguiente tenía la mano apretada
contra la puerta, necesitando ver.
Pudo haber sido inocente, los dos teniendo una conversación que ella
no conocía, pero otra parte de sí —la parte que había podido ver a los
mafiosos de cerca y personalmente— sabía que lo que sea que estuviera
pasando dentro de esa habitación, no era bueno.
¿Cómo es que Kyrnon conocía a su jefe?
Aun sabiendo que no le iba a gustar lo que viera al otro lado de la
puerta, la empujó con mucho cuidado para abrirla, contenta por una vez
de que Elliot hubiera tenido la previsión de instalar puertas que no chirriaran
al abrirse.
La escena se desarrollaba lentamente, y luego de repente…
Elliot estaba sentado en la silla de su oficina, con las manos atadas a
los brazos, la cara muy magullada y el labio roto con sangre que aún se
filtraba de la herida.
Pero fue el hombre sobre sus caderas frente quien robó la atención de
Amber.
El mismo cabello. La misma estructura —aunque esto podría ser
discutido considerando todo el equipo que llevaba puesto— pero por lo que
ella podía ver, era él.
Er Kyrnon.
El teléfono se le escapó de la mano en el siguiente segundo, el
dispositivo golpeando el suelo en voz alta, atrayendo todos los ojos hacia
ella.
En el lapso de un latido, Kyrnon estaba de pie, girando, el arma que
sostenía apuntándole a su cabeza. No había emoción en sus ojos mientras
la miraba, y estaba convencida por el rápido y aterrorizado aliento que
inhalaba en sus pulmones, estaba a punto de morir.
Luego, parpadeó, pareciendo darse cuenta de quién estaba de pie
ante él, su puntería vacilante mientras bajaba un poco su arma.
—Amber…
Ella no le dio la oportunidad de terminar de hablar antes de salir
corriendo hacia la puerta, sin parar ni siquiera mientras él gritaba su nombre
con una maldición, sus pasos pesados detrás de ella.
No se detuvo ni miró hacia atrás, no cuando estuvo fuera de la galería,
ni siquiera al final de la calle. Solo cuando vio un taxi amarillo redujo su paso,
mirando por encima de su hombro para ver si él todavía la perseguía, pero
cuando no pudo verlo a través del mar de rostros, levantó la mano, ya
corriendo hacia el taxi antes de que éste pudiera siquiera detenerse.
Arrojándose en el asiento trasero, aseguró la puerta, diciéndole al
hombre que solo condujera, que necesitaba alejarse.
Sus manos temblaban, la adrenalina corría a través de ella mientras
intentaba pensar qué hacer.
No podía ir a casa —él sabía dónde vivía— y no había manera de
saber todo lo que ya sabía sobre su familia, además de lo que ya había
ofrecido.
Pero había un lugar.
Acariciando sus bolsillos, Amber buscó su teléfono, pero se dio cuenta
casi tardíamente de que lo había dejado en el piso de la galería en su apuro
por escapar.
—¿Puedo usar su teléfono? —preguntó Amber.
El taxista, aunque la miró por el espejo retrovisor como si estuviera loca,
le dio su teléfono, y con las manos temblorosas, tecleó un número que nunca
pensó que tendría que llamar, al menos no para algo como esto.
Mientras sonaba en su oído, oró para que él contestara, y en el
momento en que la llamada se conectó y pudo escuchar su voz en la otra
línea, Amber respiró su primer suspiro de alivio.
—¿Mish? Creo que estoy en problemas.

***

La había jodido.
Kyrnon lo supo en el momento en que se dio la vuelta y vio la cara
aterrorizada de Amber mirándole fijamente, ese miedo solo empeoró al
tener su arma en su cara. Su entrenamiento siempre le había enseñado a
estar preparado para cualquier cosa, para entrar en cualquier misión y
asumir que iba a morir, de esa manera, haría todo lo que estuviera en su
poder para salir con vida.
Pero esa mirada en su rostro...
Había conseguido romper la niebla de su último trabajo porque eso
era lo último que quería ver en ella por su culpa.
Él no sabía qué esperar, tal vez que se quedara ahí parada y
escuchara mientras le explicaba lo que estaba pasando, pero al momento
en que salió corriendo, no había pensado en otra cosa que en ir tras ella.
Solo que no pudo atraparla, no porque fuera demasiado rápida, sino
porque a pesar de que Elliot estaba atado a una silla, seguía siendo un cabo
suelto que Kyrnon no podía permitirse perder de vista.
Era hora del Plan B.
Girando las cerraduras de la galería, Kyrnon hizo un rápido trabajo de
cubrir sus huellas, asegurándose de que todo estaba en orden antes de
volver a la oficina donde Elliot esperaba. Al entrar, se dio cuenta de que el
teléfono —el de ella— aún estaba en la puerta.
Al agarrarlo, intentó desbloquear el dispositivo, pero se necesitaba un
código de cuatro dígitos para llegar a la pantalla de inicio.
—¿Qué...?
—Cállate, antes de que tenga ganas de matarte.
Ya estaba molesto porque tenía que rastrear al hombre en primer
lugar, pero ahora que Amber estaba aquí y prácticamente había huido
aterrorizada, estaba listo para desquitarse con alguien.
Además, necesitaba pensar.
La gente era predecible, y se dieran cuenta o no, cualquier
contraseña o código necesario para añadir una capa de seguridad a algo
se creaba con algo que era importante para ellos.
Una fecha de nacimiento.
Un aniversario.
Nombre del perro.
Nombre del cónyuge.
O una combinación de los cuatro, pero una vez que se conocían los
detalles íntimos de una persona, era bastante fácil descifrarlos.
Como su teléfono solo necesitaba cuatro números, Kyrnon pensó
automáticamente fecha. Primero, probó su fecha de nacimiento, y cuando
el teléfono vibró, diciéndole que lo intentara de nuevo, ingresó el código de
cuatro dígitos que sabía que usaba como su pin de cajero automático. Pero
una vez más, los mismos resultados.
Solo tenía un intento más antes de que el teléfono se bloqueara, y
aunque en circunstancias normales, esos minutos no significaban nada para
él, era diferente cuando estaba bajo el reloj.
Luego pensó en ella, en Amber, y en todo lo que sabía: los secretos
que había derramado, las promesas que había hecho. Luego pensó en ella
en su invernadero, pintando a altas horas de la noche.
El ciclo de la luna...
Kyrnon rebobinó su mente, tratando de recordar el año en que se hizo
esa pintura, y una vez que tuvo la respuesta, lo tecleó, soplando un respiro
una vez que se desbloqueó y estuvo la pantalla de inicio.
Luego llamó a Winter.
—¿De quién es este número? —le preguntó una vez que la tuve en la
línea.
—No importa. Deshazte de todo y dime cualquier cosa interesante
que encuentres.
—Uh, ¿de acuerdo? ¿Cuándo lo necesitas?
—Ahora.
—¿En serio?
—Ahora.
—Imbécil.
Winter le colgó, y no dudaba que lo haría pagar de alguna manera
por la actitud que tuvo, pero eso era lo que menos le preocupaba mientras
guardaba el teléfono en su bolsillo. Luego cruzó la habitación hacia Elliot.
—Escucha. Puedo pararme aquí y seguir golpeándote en la cara
hasta que me des la respuesta que quiero, es fácil para mí. Pero tengo otra
mierda con la que tengo que lidiar, así que para poder comenzar con la
discusión que comienza con "No sé qué decirte", ¿qué tal si te doy un
pequeño incentivo?
Alcanzando el cuchillo Bowie de su cinturón, Kyrnon cortó una de las
cuerdas que sujetaban a Elliot, agarró su muñeca y apoyó la mano del
hombre sobre el escritorio.
Lanzando el cuchillo, Kyrnon lo vio hundirse en el escritorio con poca
resistencia mientras Elliot gritaba aterrorizado.
—O me das una respuesta o pierdes un dedo. La falsificación, ¿a quién
se la vendiste?
Era la misma pregunta que le había hecho al hombre desde que lo
encontró en su oficina, andando por el suelo, con el teléfono en la mano.
Después de la advertencia del Kingmaker, supo que primero tenía que llegar
a Elliot antes del hombre al que había logrado molestar. Si no lo hacía,
Amber estaría muerta.
Con Gabriel muerto, Elliot era su única otra opción.
—La Organización Bronson.
Frunciendo el ceño, Kyrnon preguntó:
—¿Qué demonios es eso?
—Nunca nos enteramos —dijo Elliot, tragando saliva—. Un
representante de la compañía vino a la subasta, eso es todo lo que
sabemos.
Por el amor de Dios...
Eso le llevaría aún más tiempo localizarlo. Las personas que usaban
corporaciones fantasmas eran buenas para cubrir sus huellas, y le llevaría
más tiempo del que hubiera deseado para obtener un nombre,
especialmente cuando ya tenían un par de días de ventaja sobre él.
Y ahora, Kyrnon se dio cuenta de algo más.
Aunque le tuviera o no miedo, iría por ella. Había mucha culpa por
echar, pero nada de esto era sobre ella, y no merecía salir lastimada por
algo sobre lo que no tenía control.
Ahora solo tenía que encontrarla.
Al recuperar su cuchillo del escritorio, Kyrnon miró a Elliot, pensando
rápidamente qué haría con el hombre.
—¿Me estás dejando ir? —le dijo Elliot mientras Kyrnon cortaba la otra
cuerda que le ataba la muñeca.
—No exactamente.
Balanceando un puño, lo noqueó con un golpe. Agarró y levantó al
hombre sobre su hombro mientras se dirigía hacia la camioneta que había
alquilado.
Metiendo al hombre en la parte de atrás, se subió al asiento del
conductor y volvió a su casa, solo para encontrar a Calavera allí
esperándolo. No podía haber estado allí mucho tiempo; todavía estaba de
pie, con la mirada vagando por el lugar, pero cuando sus ojos se volvieron
hacia él, pudo ver la pregunta en ellos.
—¿Qué hiciste? —le preguntó ella, sabiendo sin que tuviera que decir
que algo andaba mal.
No tenía mucho tiempo.
—Tengo un problema.
—¿No será por la chica que se queda aquí? —adivinó Calavera, su
mirada rozando el par de tacones en el piso de su sala de estar.
—No necesariamente.
El problema no era por Amber, sino por sus propios errores.
—Entonces, ¿cómo puedo ayudar?
Hizo un gesto para que lo siguiera mientras se dirigía a su Sala de
Guerra. Atrapado en el ascensor con ella, le dio la versión corta de todo lo
que había sucedido, dejando de lado los detalles de su relación personal
con Amber, ya que eso no tenía relación con el problema con el que estaba
lidiando en este momento.
Una vez que terminó, le dio otra llamada a Red, exigiendo que el ruso
fuera justo en ese momento. Por la forma en que conducía el hombre, no
pensó que pasaría mucho tiempo antes de que mostrara su rostro.
—¿Estás loco? —preguntó Calavera mientras bajaba del ascensor,
cruzando los brazos sobre el pecho mientras lo miraba.
A Kyrnon, aunque sabía que tenía buenas intenciones, no le gustó su
tono, y no estaba de humor para explicarse.
—Déjalo.
—Incluso si ignoramos el peligro que corre su vida, ¿cuál era tu plan a
largo plazo? ¿Le ibas a decir lo que haces, lo que todos hacemos? Y para
empeorar las cosas, Celt, no existes.
Esa era una verdad que nadie fuera de su equipo sabía. Cualquier
registro que había de Kyrnon Murphy había sido borrado, sin rastro de que
había nacido. También ayudó que viniera de artesanos, haciendo más fácil
deshacerse de su pasado.
Esto no era algo que Kyrnon hubiera considerado un gran problema,
especialmente porque podía hacer que alguien le hiciera un certificado de
nacimiento y cualquier otra cosa en caso de que lo necesitara.
—Lo estaba resolviendo.
Kyrnon habría encontrado una manera de facilitarle la verdad sobre
quién era y a qué se dedicaba, pero no era así como quería que ella se
enterara.
Así no.
—¿Has pensado en las consecuencias si ella decide ir a la policía?
Solo ese pensamiento hizo que sus manos temblaran.
No por el daño que le haría, aunque le causase un problema. Sino que
si alguien, es decir, el Kingmaker, se enterara de su cooperación con la
policía, no dudarían en matarla y hacer que pareciera un accidente.
Y no importaría que ella significara algo para Kyrnon: la matarían de
todos modos, incluso como una lección para él de no cometer el mismo
error dos veces.
Primero tenía que llegar a ella, su vida dependía de eso.
El timbre de su teléfono sacó a Kyrnon de sus pensamientos.
—Dime, Winter.
—¿Estás en la Sala de Guerra? —Su voz sonaba fuerte incluso mientras
él mantenía el teléfono alejado de su oído.
—Sí.
Antes de que pudiera terminar la oración, se cortó la llamada y el
proyector bajó del techo, encendiéndose cuando la imagen se reflejó en la
pared desnuda frente a ellos.
A pesar de las diferentes edades dentro de la Guarida, Winter era la
más joven. Con solo dieciséis años, podía hacer más detrás de una
computadora portátil que algunos de los mercenarios que Kyrnon conocía.
Pero a pesar de su talento con los números y las partes más oscuras de su
estilo de vida, aún conservaba su inocencia.
Y tal vez eso era porque Syn se aseguraba de ello.
Si bien podían llamar a Winter por sus talentos, nunca debían mostrarle
nada remotamente sangriento. La última vez que alguien lo hizo, Syn les
mostró exactamente el error que habían cometido.
Cuando se trataba de Winter, había ciertas cosas en las que no se
doblegaba.
Así que a pesar de su mal genio al que se enfrentaba, Kyrnon tuvo
cuidado de mantener su tono bajo control.
—¿Qué tienes para mí?
Con el cabello teñido de gris y plateado puesto en dos moños en la
parte superior de su cabeza, Winter se veía como la friki de la computadora
que era, pero generalmente sonrisa adornaba su rostro, miraba
abiertamente a Kyrnon.
—No había nada remotamente especial que pudiera encontrar,
parecía bastante mundano en comparación con lo que normalmente me
envían. Por supuesto…
Dando una palmada en la mesa mientras tomaba asiento, Kyrnon
dijo:
—Al grano, Winter.
Empujándose las gafas por la nariz, Winter no parecía molesta en lo
más mínimo por su tono hosco.
—A menos que quieras que drene cada cuenta tuya que pueda
encontrar, e incluso las que creas que no puedo, te sugiero que te controles,
Celt. No trabajo para ti, ¿recuerdas?
Putos hackers.
—Por favor, continua.
Al darse cuenta de que era lo mejor que iba a obtener, siguió
adelante.
—Sin embargo, el dueño del teléfono conoce a la familia Volkov. No
sé qué tanto sabes de ellos, pero son criminales rusos...
—Sí, sé de ellos.
Maldición.
Calavera levantó la mano con el ceño fruncido.
—Yo no tengo ni idea. ¿Quiénes son?
Ignorando su pregunta, Kyrnon preguntó:
—¿Qué quieres decir con conocerlos? ¿Qué tanto?
—Ella es como…
—Mejor amiga de la esposa del ruso —dijo Red cuando entró en la
habitación, su mirada aterrizó directamente en Kyrnon—. Tienes muchas
explicaciones que dar. Deberías haber dicho que estabas con Amber.
—¿Cómo demonios la conoces?
Dejándose caer en un asiento, Red preguntó:
—¿Escuchaste una palabra que dije? Amber, la mujer con la que has
estado follando durante semanas, es la mejor amiga de Lauren. ¿A dónde
crees que fue cuando le pusiste una pistola en la cara?
Se encogió ante la redacción de Red.
—No es así como sucedió.
Red puso los ojos en blanco mientras se recostaba.
—Supuestamente. De cualquier manera, tienes a la chica
jodidamente aterrorizada, y eso es un problema para ti. Ella significa algo
para Lauren, y conoces al ruso. Le daría tú cabeza si ella lo pidiera.
Winter se aclaró la garganta.
—¿No eres el ruso, Red?
Como si todos estuvieran probando su paciencia, Red reiteró:
—Detalles.
A Kyrnon no le importó nada de eso.
—¿Dónde está ella ahora?
—En el club de los rusos. Está bajo su protección después de todo.
Al menos allí sabía que estaría a salvo.
Y, podría facilitar que aceptara todo lo que él iba a decir. Kyrnon se
puso de pie sin decir una palabra y volvió a subir las escaleras.
—Es posible que desees aligerarte un poco antes de entrar con todo
eso —sugirió Red, señalando todo el equipo que Kyrnon aún no se había
quitado.
—Ahora no es el momento, Red.
—¿Necesito recordarte que hay un loco albanés que le hace
compañía y que se deleita en la posibilidad de infligir dolor? Se pone un
poco nervioso cuando no ha mutilado algo en mucho tiempo. No estoy de
humor para interponerme entre ustedes dos hoy, tengo mierda mejor que
hacer con mi tiempo.
Kyrnon nunca había tenido problemas con Luka, nunca hubo razón
para ello, pero si intentaba evitar que llegara a Amber de alguna manera,
haría su movimiento alto y claro.

***

La primera hora o ¿fue la segunda? había sido borrosa después de


que llegó al club de Mishca, desapareciendo dentro con uno de los
guardias en la puerta. El hombre que había venido a ver estaba en su oficina
cuando Amber se dirigió a él, pero una vez que la miró, terminó.
No supo qué decir cuando él le preguntó qué estaba mal y ya se
había puesto en contacto con Lauren. ¿Cómo le explicaría a Kyrnon?
¿Cómo le explicaría todo lo que había visto y su conexión con él?
Pero cuando tropezó con sus palabras, diciéndole todo lo que podía,
él entendió lo suficiente.
No pasó mucho tiempo antes de que Niklaus apareciera. Y aunque
no era demasiado aficionada al gemelo malvado, como lo había apodado
hacía mucho tiempo, se alegraba de que él estuviera allí. Entre él y Mishca,
estaba lo más segura posible.
—No te preocupes —dijo Niklaus mientras se dejaba caer a su lado—.
Al ruso le gusta arreglar la mierda. Él se encargará de esto. Mientras tanto,
dime lo que sabes.
Antes, ella habría soltado la sopa, contándole todo, pero ahora no
estaba tan segura de que algo que le dijera sirviera de algo. No había forma
de que midiera lo que era verdad y lo que no.
Pero le contó todo lo que había visto, e incluso la extraña llamada
telefónica de Elliot.
Sin embargo, mientras trataba de explicar, Niklaus tenía una expresión
en su rostro que no podía leer, pero cualquiera que sea el pensamiento que
tenía, parecía pensar mejor que expresarlo.
—Probablemente no sea una gran amenaza si...
—No parecía un matón a sueldo.
No del todo, al menos.
Parecía demasiado organizado.
—Y no era que estaba golpeando a Elliot, creo que estaba buscando
algo.
Otra mirada curiosa cruzó su rostro.
—Trabajas en una galería de arte, ¿no?
—Lo hago. ¿Por qué?
—Kyrnon, dijiste que se llamaba... ¿cuánto hace que lo conoces?
—Poco más de un mes. ¿Por qué?
—¿Bandas gemelas tatuadas en sus brazos? —preguntó Niklaus,
señalando a su propio brazo.
No creía haber mencionado los tatuajes de Kyrnon.
—Sí. ¿Cómo...?
Antes de que ella pudiera obtener una respuesta de él, Niklaus estaba
de pie y saliendo por la puerta, diciendo por encima de su hombro:
—Necesito hacer algo. Ruso, una palabra.
Un tic se marcó en la mandíbula de Mishca, le dijo a Amber que se
quedara quieta antes de salir por la puerta tras su hermano, dejándola
preguntándose qué acababa de pasar.
Acurrucada en el sofá con una manta a su alrededor, Amber repasó
todo lo que sabía, o al menos pensó que sabía.
Ahora se preguntaba si encontrarse con él en el tren había sido un
accidente. Él había conducido su motocicleta en todas las demás
ocasiones en que ella lo había visto... ¿dónde había estado su motocicleta
ese día?
La forma en que disparó a los objetivos en Coney Island.
Lo reservado que era con su teléfono y las llamadas telefónicas que
recibía al azar.
Todo había estado frente a ella, pero no había conectado los puntos.
Todo lo que sabía, o al menos, todo lo que creía saber, era mentira.
Resultaba que no lo conocía tan bien como creía.
—¿Pero está bien?
Amber escuchó a Lauren un momento antes de que se abrieran las
puertas de la oficina de Mishca y estaba a mitad de camino de la
habitación antes de que Mishca despejara la puerta.
Su mirada buscó inmediatamente la de Amber, su miedo reflejado allí.
—¿Estás bien? —preguntó, la misma pregunta que había hecho a su
marido hace un momento.
—Bien. Estoy bien.
—¿Por qué no me llamaste?
—Tienes a Sacha y yo no quería que esto me siguiera allí. —Al menos
sabía que Mishca sería capaz de arreglárselas solo teniendo en cuenta a
todos los hombres que había visto dentro y fuera de este lugar.
—¿Qué pasó? ¿Quién...?
—Lauren.
Mishca no levantó la voz, ni cambió el tono, pero estaba claro que su
nombre era una advertencia.
Lauren lo miró con ira.
—Ella es mi amiga, Mish. No uno de tus soldados.
—Así es, pero ahora mismo eso es exactamente lo que ella necesita:
una amiga —dijo Mishca mientras besaba la parte superior de la cabeza de
Lauren—. Deja que yo me encargue del resto.
Lauren parecía que quería seguir discutiendo, pero antes de que
pudiera, Amber le preguntó:
—¿Encontró a Kyrnon? Niklaus, quiero decir.
—¿Kyrnon? —preguntó Lauren—. ¿Es a quien estamos buscando?
—Un jodido irlandés —anunció Luka cuando entró a la oficina, sin
camisa por cualquier razón, usando el peor acento irlandés que Amber
había oído jamás—. Pero no preocupes esa linda cabecita tuya. Podemos
manejarlo.
Ese pensamiento no la llenaba particularmente de alegría.
—¿Tendrá que llegar a eso? —Lo último que quería era que alguien
saliera herido por su culpa.
Y si era honesta consigo misma, tampoco quería que le pasara nada
a Kyrnon.
—Me han disparado antes —le dijo Luka poniendo un brazo sobre sus
hombros—. No te preocupes.
Había pasado un tiempo, lo sabía, pero obviamente había olvidado
lo... conmovido que estaba... Luka.
—Pero no quiero que te disparen ni a ti ni a nadie.
La apretó más fuerte.
—Alex me dijo eso una vez.
—Y...
Él la miró.
—¿Y?
—Ella te dijo eso una vez, ¿y luego qué?
—Nada. Solo me lo dijo una vez.
A veces no sabía si preocuparse por su cordura, o reírse de sus
payasadas. Al menos tenía buenas intenciones.
—Probablemente por una buena razón —dijo distraídamente, su
mirada se dirigió a Mishca, quien observaba por las ventanas de su oficina
hacia el piso de abajo, una expresión de preocupación en su rostro, pero
aunque parecía preocupado, la tensión que había estado en él desde el
momento en que ella entró en su oficina y le contó sobre su problema se
alivió.
Se inclinó hacia abajo, susurrando algo a Lauren que hizo que su boca
cayera abierta en lo que solo podía describirse como sorpresa.
Amber escuchó el golpeteo de pies y mientras miraba hacia la puerta,
esperando que Niklaus regresara, la última persona que anticipó que
cruzaría esas puertas sería Kyrnon, todavía vestido con ropa que le hacía
parecer mucho más peligroso de lo que parecía habitualmente.
Mishca fue el primero en hablar.
—Celt.
—¿Celt? —Ahí estaba ese nombre de nuevo y cuando miró a Lauren
y a Mishca, no había preocupación en sus ojos mientras miraban a Kyrnon,
como si no lo consideraran una amenaza.
¿Era eso... familiaridad?
Esto no estaba pasando.
—Volkov.
Su protector albanés lanzó al aire el brazo que no tenía alrededor de
su hombro.
—¡Luka!
Puede que fuera su exclamación lo que atrajo la mirada de Kyrnon
hacia Amber y Luka, pero a medida que sus ojos la miraban,
entrecerrándose en el agarre de Luka sobre ella, no pareció contento.
—Quita tu brazo.
Luka se puso tenso a su lado, incluso mientras sonreía, una oscura
sonrisa depredadora que no deletreaba cosas buenas para nadie.
—¿Y si no lo hago?
—Entonces lo haré por ti. —El tono de Kyrnon no facilitó ningún
argumento y en ese momento, parecía que haría lo que fuera necesario
para probar ese punto.
—Te invito a que lo intentes. —Luka se encogió de hombros, como si
sus palabras no fueran gran cosa—. Pero le prometí a mi esposa que
trabajaría en el control de mi ira. Kyrnon, te sugiero que te mantengas
alejado o te mostraré lo que realmente significa tener cicatrices.
Solo una vez Amber había estado cerca de Luka cuando ese regocijo
maníaco se convirtió en algo tranquilamente aterrador. No gritó, ni actuó
como un bruto, pero la amenaza era clara en su voz, e incluso Amber pensó
en alejarse de él.
Pero Kyrnon no se movió.
—Te daré hasta que llegue al otro lado de este piso.
—¿Debería empezar a contar, o lo tienes tú? —preguntó Luka.
Ahora estaba viendo más de ese famoso temperamento del que
Kyrnon le había hablado, pero no se trataba solo del desafío que Luka
presentaba.
Estaba celoso.
Y si esta hubiera sido una reunión ordinaria de amigos, podría haber
encontrado sus celos bonitos.
¿Pero ahora?
Ahora estaba demasiado preocupada por lo que pasaría si él cruzaba
ese piso.
Pero antes de poder dar un paso en su dirección, Niklaus silbó bajo.
—Vuelve a meterte debajo de tu piedra, Luka. No habrá ninguna
tortura para ti hoy, no quiere hacerle daño.
Amber no estaba tan segura de eso.
—Trató de matar a mi jefe. No estoy segura de lo que significa tu
definición de “no hacer daño”, pero creo que la mía es diferente.
Por un momento, pensó que Kyrnon parecía herido.
—No tienes nada que temer de mí, cariño. Tú lo sabes. —Frotando una
mano por su rostro, su mirada nunca vaciló de la de ella—. Dame la
oportunidad de explicarme.
No había nada más que quisiera que una explicación, razonar detrás
de todo lo que había pasado entre ellos, y todo lo que no había pasado.
Pero no estaba lista.
No cuando estaba armado para la guerra y podía ver el más mínimo
rastro de sangre en sus manos.
Moviendo la cabeza, dijo en voz muy baja:
—Kyrnon, no puedo. Ahora mismo no. Necesito tiempo para...
procesar todo esto.
El músculo de su sien tembló y ella estaba segura de que iba a discutir
este punto con ella, pero en su lugar le dijo algo a Niklaus, en ruso si ella tenía
que adivinar, por supuesto que él sabía ruso.
Lo que sea que dijo hizo que Mishca respondiera en la misma lengua
antes de que Niklaus saltara. Para cuando terminaron, Amber estaba más
confundida que nunca.
—Entonces está decidido —le dijo Mishca asintiendo con la cabeza.
Sea lo que sea que quiso decir, Kyrnon asintió y Niklaus se dirigió a la
puerta, pero antes de que se marchara, cruzó el suelo con unos pocos pasos
rápidos, alcanzándola antes de que siquiera pensara en huir.
Un segundo Luka estaba bajando su brazo finalmente, al siguiente,
Kyrnon tenía su mano alrededor de la nuca, arrastrándola hacia adelante
para poder dejarle un beso abrasador en los labios que la hizo jadear de
placer y asombro.
Sus manos le alcanzaron antes de que se le ocurriese, empuñando el
borde inferior de su camisa.
—Seis horas —dijo contra sus labios—. Tienes seis horas para salir de tu
cabeza, luego volveré.
Tan pronto como estuvo allí, Kyrnon se fue de nuevo.
Capítulo 15
Seis horas…
Kyrnon le había prometido tiempo, e incluso podía entender por qué
lo necesitaba, aunque no le gustaba. Ver el miedo a él en sus ojos lo había
frustrado y lastimado, aunque quería borrar ese miedo, ella no lo dejaba.
Así que, aunque se sentía mal en cada parte de su jodido ser, le había
prometido seis horas.
Solo había logrado dos antes de regresar a su moto, conduciendo por
la ciudad hasta la residencia Volkov. Si bien podría haber parecido otro
edificio de apartamentos de lujo que cubría Manhattan, uno podría decir
con un vistazo que no era lo mismo.
El portero parecía demasiado amenazador, con un bulto distintivo en
la espalda y un auricular en la oreja. No dudaba de que, si no era
bienvenido, cuando estacionó su moto y se dirigió hacia las puertas, ese
punto se le habría aclarado.
El personal de la recepción, un poco más acogedor que el portero,
era mejor, aunque ellos también tenían una expresión furtiva en los ojos,
como si esperaran que algo ocurriera en cualquier momento.
Una vez en el vestíbulo principal y en el ascensor, presionó el botón del
ático y esperó. Como no tenía la llave, tuvo que esperar a que alguien del
otro lado lo dejara subir.
Por supuesto, podría haber llamado antes de presentarse, así sabrían
y lo esperarían, pero no quería volver a escuchar que ella necesitaba
tiempo.
Ya había terminado con eso.
Finalmente, después de lo que parecieron horas, las puertas se
cerraron y el ascensor comenzó a moverse. Con cada piso que pasaba, un
poco más de esa presión apretando su pecho se aliviaba.
Él quería verla.
Él la necesitaba.
Maldita sea, ni siquiera habían pasado dos meses y ya estaba
obsesionado.
Cuando el ascensor se detuvo y las puertas volvieron a abrirse, Kyrnon
esperaba que uno de los hermanos Volkov lo esperara, pero en su lugar
encontró a una mujer casi un pie más baja con un severo ceño fruncido en
su bonita cara.
Lauren Volkov.
—Me gustas, Celt, tienes que ser decente si Niklaus te considera un
amigo —dijo, con los brazos cruzados sobre el pecho—. Pero Amber es
familia para mí, y si la lastimas de alguna manera, pondré a Luka sobre ti.
Y como el jodido animal salvaje que era Luka, el loco bastardo trataría
de convertir su vida en un infierno solo por diversión.
—Debidamente señalado.
Lauren lo evaluó un momento, tomando una decisión antes de
finalmente asentir.
—Ella está en el dormitorio detrás de la cocina. Mi hija de dieciséis
meses está durmiendo, entonces, ya sabes... —Le dio una mirada, una que
dejaba claro que si despertaba a la niña, le haría pagar.
Kyrnon no dudó en dirigirse en la dirección opuesta, incluso se pasó
una mano por la cara mientras se acercaba a la puerta de la habitación.
Nervioso. Él estaba nervioso. ¿Por qué demonios estaba nervioso?
Había robado una pintura multimillonaria bajo las narices de hombres y
mujeres que tenían suficiente poder para verlo muerto, y sin embargo eso
no era nada comparado con esto.
Enfrentarla, decirle la verdad sobre quién era, esa era la parte fácil.
Era conseguir que ella se quedara lo que iba a ser difícil.

***

En el momento en que Kyrnon ya no estaba a la vista, Amber sintió


una punzada en el pecho. ¿Cómo podía querer que él se quedara incluso
cuando quería que se fuera? Había tanto silencio entre ellos que casi
lamentó haberle pedido tiempo, pero sabía que lo necesitaba.
—Nunca supimos su nombre —dijo Lauren en voz baja desde su lugar
al lado de ella en la parte trasera del auto en el que Mishca las había
enviado a su casa—. Te lo hubiera dicho, sabes eso.
No lo dudaba en absoluto. Lauren era su mejor amiga, y después de
todo de lo que había tenido conocimiento durante el curso de su relación,
sabían que no iba a abrir la boca para nadie.
—Escuché a alguien llamarlo Celt una vez —dijo Amber, viendo pasar
la ciudad a través de las ventanas polarizadas del auto—. Simplemente no
pensé nada de eso en ese momento. —Mirando a su amiga, preguntó—:
¿Cuánto hace que lo conoces?
Lauren hizo una mueca, luciendo arrepentida.
—Desde unas semanas después de la boda.
—¿Tanto? ¿Por qué nunca me lo he encontrado, o incluso lo he visto?
No era extraño que nadie pareciera preocupado cuando apareció.
—En realidad es divertido —dijo Lauren con una pequeña sonrisa—.
Recuerdo claramente que traté de emparejarte con Celt.
Poco antes de su luna de miel, pensó Amber. La única razón por la
que lo recordaba era porque Lauren le había dicho que el hombre era un
mercenario. Y en ese entonces, después de todo lo que había visto suceder
con Lauren y la bebé, no creía que estuviera preparada para manejar ese
tipo de estilo de vida.
Y ahora aquí estaba ella...
—Debería haber tratado de acercarlo más —dijo Amber con
nostalgia. Si lo hubiera hecho, ella no se habría sentido tan sorprendida por
lo que estaba descubriendo.
Pero, de nuevo, sorpresa no era realmente la palabra correcta.
Ella sabía, incluso si no quería admitirlo, que había algo sobre Kyrnon.
Sin embargo, se había quedado con él a pesar de sus reservas.
—Habrá mucho tiempo para eso.
—¿Todos están olvidando que lastimó a mi jefe? —Que todavía
estaba tratando de controlar su mente.
—Probablemente haya una razón para eso.
Amber había pensado lo mismo, aunque no podía entender en qué
podría haber estado involucrado Elliot que lo puso en contacto con
mercenarios.
—Te gusta —contestó Amber irónicamente—, de lo contrario no
estarías alentando esto.
Lauren se encogió de hombros.
—No lo conozco demasiado bien, pero estuvo allí cuando lo
necesitábamos, e incluso cuando no lo necesitábamos. Además, a Niklaus
le gusta, y eso tiene que contar para algo.
—Tal vez.
—Sé que suena mucho —dijo Lauren suavemente—. Escuchar lo que
hacen y verlo en realidad, pero todos son buenos chicos, sin importar cómo
estén etiquetados. Y lo que sea que esté sucediendo con Kyrnon, solo está
haciendo esto para protegerte. Al menos, eso era lo que le estaba diciendo
a Mish. —Cuando Amber la miró, ella dijo—: Mish es un buen maestro.
Ella no lo dudaba.
—Por lo menos tengo unas horas para pensarlo. —Y tal vez para
entonces, podría dar sentido a todas las preguntas que quería hacer.
Cuando su edificio de apartamentos apareció a la vista, Lauren se
sentó un poco más derecha.
—No contaría con eso.
—¿Qué?
—Apostaría dinero a que Celt aparecerá en las próximas dos horas. Si
se parece a Mish, no tendrá paciencia cuando se trata de esto.
Amber no lo había creído.
Ni siquiera cuando subió y se le ofreció la habitación de invitados para
alejarse por un tiempo. Aunque sabía que Kyrnon tenía una forma de hacer
que ella hablara con él, incluso cuando no lo hacía, pensó que sería más
ameno en esto.
No fue probable.
Especialmente no cuando Lauren asomó la cabeza para hacerle
saber que Kyrnon estaba estacionando su moto, dijo eso con una sonrisa ya
que no sabía que montaba una, y se levantaría enseguida.
Solo habían pasado dos horas exactamente.
Pero en ese lapso de tiempo de casi dos horas, Amber había pensado
en todo lo que quería saber, o al menos en todo lo que creía que quería
saber. Había tantas cosas allí, tantas opciones que no estaba segura de si
podría obtener respuestas para todas ellas.
Minutos después que Lauren había entrado, fue Kyrnon quien tomó su
lugar, parecía más grande que nunca en esa entrada estrecha.
Su chaleco antibalas, las pistolas y el resto de su equipo táctico habían
desaparecido, ahora estaba en vaqueros y una camisa de punto suave. Su
intento de no verse amenazante, pensó.
Pero al recordar esa expresión fría en sus ojos cuando la apuntó con
la pistola... aunque sabía que probablemente era porque lo sobresaltó, no
pudo borrar la imagen de su cabeza.
Después de que cerrara la puerta a su espalda, levantó las manos,
con las palmas hacia afuera, como si intentara tranquilizarla diciéndole que
no intentaría lastimarla.
—Tranquila.
Mientras Amber estaba sentada con las piernas cruzadas en la parte
superior de la cama, aún mantenía la distancia.
Por su bien, ella lo sabía, porque la expresión de sus ojos le decía algo
diferente.
Solo se mantendría alejado por cierto tiempo.
—¿Seis horas? —le preguntó, señalando el reloj con una inclinación de
cabeza.
—Di lo que pude.
Sí, ella creía eso.
—¿Mataste a mi jefe?
Por encima de las demás, esa era la pregunta que más la había
atormentado. Sin su teléfono, no había podido buscar nada, pero de nuevo,
teniendo en cuenta quién era Kyrnon, podría no haber sido informado en
absoluto.
—No. Calavera probablemente lo deje en un punto de extracción en
el medio de la nada para que se vaya de la ciudad. Si es inteligente, hará
lo que le dije.
Él respondió la pregunta sin vacilación.
—¿Quién es Calavera? ¿Y por qué necesita salir de la ciudad? —Pero
esas preguntas solo estaban en la superficie de lo que realmente quería
saber—. ¿Qué está pasando?
Kyrnon pareció en conflicto por un momento, antes de finalmente
responder:
—Me contrataron para encontrar y recuperar la pintura L'Amant
Flétrie.
—¿Recuperar?
Kyrnon se encogió de hombros.
—Robar.
—Me dijiste que estabas en adquisiciones —dijo. Ella pensó en su lugar,
los autos—. ¿Entonces te pagan para robar cosas?
A pesar de su humor un tanto sombrío, Kyrnon no pudo evitar una leve
sonrisa.
—El mejor ladrón que el dinero puede comprar.
Amber no dudaba que eso también era cierto.
—¿Sabían dónde estaba?
—Mi empleador no tenía una ubicación, solo tenía un nombre para
quién creía que estaba involucrado.
—¿Y ese era Elliot?
—Gabriel Monte.
—No entiendo...
Metiéndose las manos en los bolsillos, explicó:
—Monte posee una compañía naviera, una que se utiliza para las
importaciones y exportaciones de hombres que contratan a personas como
yo. Estaba intercambiando llamadas con tu jefe, que era propietario de una
galería, fue bastante fácil poner dos y dos juntas.
—Pero si sabías que estaban trabajando juntos, ¿qué has estado
haciendo todo este tiempo?
—Además de las llamadas, no había ningún otro enlace.
—Esa fue la razón por la que pasaste por la galería esa primera vez —
dijo Amber en una corazonada.
Kyrnon asintió.
—Lo era.
—Como, eh, ¿cuál es la palabra? ¿Reconocimiento?
Sus ojos se suavizaron mientras sonreía levemente, como si su pregunta
fuera linda.
—Sí, reconocimiento.
—Pero no estuviste allí mucho tiempo, ¿verdad? Te fuiste conmigo.
Su mirada se movió hacia la derecha cuando sus dedos se acercaron
para frotarse sobre su barba, un hábito suyo, había notado ella, cuando él
estaba evitando algo.
—Suficientemente cierto.
—¿Qué no estás diciendo?
—En el gran esquema de las cosas, amorcito, no es importante.
—Dime de todos modos.
—Yo…
—Kyrnon, dime.
—El primer plan era irrumpir, pero te tenía a ti, así que...
—Podrías usarme para tener acceso a lo que sea que necesitabas —
dijo en voz baja, tragándose el repentino nudo en la garganta—. Así que
todo este tiempo, estabas conmigo…
En un segundo estaba al otro lado de la habitación, al siguiente
estaba agarrando su pierna antes de que pudiera protestar, arrastrándola
hacia abajo hasta que estuvo de pie entre sus piernas y podía sentir la
tensión a través de él.
—Nunca fuiste parte del trabajo, sácalo de tu cabeza. Estabas en mi
cama porque te quería allí, no hay otra razón.
Quería creerle desesperadamente, quería creer que todo había sido
real entre ellos.
—Pero, acabas de decir…
—Te quiero a ti, Amber. Nunca dudes de eso. —Levantó un mechón
de su cabello, colocándolo detrás de su oreja—. Pero diré, te necesité al
final. En realidad, fue gracias a ti que incluso lo encontré.
—¿Cómo?
—La pintura solo estaba en el edificio donde sea que estuvieras. De lo
contrario, la movían.
—Y esa fue la razón por la que me preguntaste sobre eso la otra
noche... pero fue vendida, ¿no? ¿Es eso lo que intentabas sacar de Elliot?
—Ya tomé la pintura, que es parte del problema.
Sus cejas tejidas juntas.
—¿Cuándo lo hiciste? ¿Es ahí donde te fuiste?
Se había ido más de lo esperado después de asegurar la pintura que
compró. En ese momento, ella no había pensado mucho en eso, pero
ahora, tenía más sentido.
—Y nadie era más sabio.
—¿Y ahora? ¿Por qué lastimaste a Elliot?
—Vendieron tu réplica como la verdadera.
—Oh, no. —Amber se mordió el labio entre dientes mientras
consideraba lo que eso significaba—. Ahora, quien lo compró está molesto.
—Y muy cabreado al respecto. Monte ya está muerto, encontraron su
cuerpo temprano esta mañana. —Le agarró sus muñecas antes de que ella
pudiera alejarse de él—. No dejaré que te pase nada.
El horror la llenó de lo que estaba diciendo.
—El comprador mató a alguien por esto.
Kyrnon asintió de nuevo.
—Sin duda, están buscando a tu jefe ahora. Y si lo están, podrían estar
buscándote también. Por eso necesitaba tener una reunión con él.
—¿Eso es lo que consideras una reunión? —preguntó Amber antes de
poder ayudarse a sí misma.
Kyrnon le apretó el costado, sus labios se crisparon.
—Necesitaba el nombre del comprador. Si lo encuentro antes de que
te encuentre, todo es grandioso.
—¿Pero por qué iban a venir por mí? No sabía nada al respecto.
—Lo sé, pero ellos no.
—¿Lo obtuviste? ¿El nombre del comprador? —cuestionó Amber en
voz baja, un poco asustada de cuál podría ser su respuesta.
—No es un nombre, pero al menos es un buen lugar para comenzar.
A ella no le gustaba el sonido de eso en absoluto.
—¿Será suficiente?
Suspiró mientras la ponía de pie, abrazándola.
—Tienes mi palabra de que no dejaré que te pase nada.
Aunque sabía que todavía no sabía todo sobre él y sobre lo que hacía,
confiaba en que haría cualquier cosa para protegerla; se lo había
demostrado.
Ya se sentía ablandada hacia él.
—¿Tu nombre realmente es Kyrnon?
Su mano se deslizó bajo la caída de su cabello, sus dedos masajearon
los tensos músculos de su nuca.
—Pude haber omitido algunas cosas, pero todo lo que te dije es
verdad. Si hubiera sabido lo cerca que estabas con este lote, te lo hubiera
dicho desde el principio.
Enterrando su rostro en su pecho, dejó que el calor de él calmara sus
preocupaciones, encontrando consuelo en su abrazo. Después de un
tiempo, finalmente se relajó por completo.
—Tengo más preguntas, ya sabes.
—Pregunta y te responderé.
—Y me debes una disculpa —dijo poniendo su mano contra su pecho
y dando un empujón—. Me apuntaste con un arma en la cara.
Kyrnon presionó un tierno beso en su frente, luego inclinó su rostro
hacia arriba para reclamar sus labios.
—Entonces déjame disculparme.
—De acuerdo.
Por un momento, casi pudo fingir que estaban de vuelta en su loft, y
solo eran ellos dos. Pudo haber sido el miedo, junto con el hecho de no saber
qué sucedería a continuación, pero se aferró a él, demasiado asustada
para soltarse.

***
—Como esa vena en tu frente ya no está saltando, ¿estoy apostando
a que todo está perdonado?
Después de haber dejado a Amber luego de pasar una hora
mostrándole lo mucho que lo lamentaba, Kyrnon no estaba de humor para
lidiar con la mierda de Red. Con un teclado en su regazo, revisó una multitud
de extractos bancarios, haciendo todo lo que podía para encontrar al
comprador mientras Winter manejaba otras cosas.
A pesar de tener un nombre, no pudo encontrar nada de la
Organización Bronson, tal como había dicho Elliot.
—Pensé que había cambiado los códigos a mis cerraduras —dijo
Kyrnon, demasiado distraído por lo que estaba leyendo como para
importarle realmente que el hombre hubiera pasado por alto su sistema.
—Winter me dejó entrar.
—Por el amor de Dios —dijo Kyrnon mientras apartaba los ojos de la
pantalla, incluso mientras arrojaba el teclado hacia abajo—. Alguien tiene
que ponerle una correa a esa chica antes de que vaya demasiado lejos.
Niklaus estaba perpetuamente en mal estado, por lo que no se inmutó
ante la ira de Kyrnon.
—Es posible que quieras tomar un respiro. Se cometen errores cuando
dejas que tus emociones te controlen. Tú fuiste quien me enseñó eso, ¿no?
Y había sido una lección agotadora, una que Kyrnon había aprendido
cuando era un muchacho, obligado a luchar en el anillo de Duncan hasta
que la piel de sus nudillos se partió y sangró.
Había aprendido cómo enterrar ese miedo, empujarlo tan abajo que
ya no era un pensamiento.
—Es muy tarde para eso. El error ya se ha cometido.
—Pero no uno del que no puedas recuperarte.
Descansando sus codos sobre la mesa, Kyrnon se frotó el cabello con
las manos.
—Solo si encontramos a quien sea que posea la Organización Bronson.
¿Quién demonios necesita tanto secreto?
Nada.
No en las horas que había buscado, o en lo poco que Winter había
podido proporcionar, estaba acercándolo más a la respuesta que buscaba.
—¿Todavía no hay nada? —preguntó Calavera al entrar.
—Solo un grupo de corporaciones que no significa mierda —dijo
Kyrnon.
—¿En cualquier lugar? —Calavera parecía preocupada—. Nadie es
tan bueno escondiéndose... a menos que tengan ayuda. ¿Has intentado
contactar al Kingmaker?
La mano de Kyrnon se apretó en un puño al recordar su última
conversación con el hombre.
—Si lo hace, no me lo está diciendo. Tal vez, responda si le preguntas.
—Créeme, él no me dirá nada —dijo ella con cuidado, pero en el
siguiente momento, se vio incómoda, una expresión que rara vez tenía—.
Conozco a alguien, creo. Él puede tener un nombre.
—No nos tengas en suspenso —dijo Red, levantando una mano—.
¿Quién es él?
—Su nombre es Kit Runehart. Es una especie de facilitador.
Kyrnon hizo girar el nombre en su cabeza, tratando de recordar si lo
había escuchado antes o no, pero salió en blanco.
—¿Qué rayos está facilitando?
Puede que no supiera el nombre, pero había una posibilidad de que
hubiera oído hablar de su trabajo.
—Hace unos años, la hija de este juez en Massachusetts necesitaba
un trasplante de corazón, pero a pesar de sus conexiones, el juez no pudo
subirla más en la lista. Acudió a Kit, quien le encontró uno por el precio
correcto.
Kyrnon frunció el ceño. A pesar de las buenas intenciones, había una
cosa que no sonaba nada bien.
—¿Y qué tuvo que hacer para obtener el corazón de un niño?
Había fantasmas en sus ojos cuando dijo:
—Ya sabes la respuesta a eso.
Tomando el corazón de uno para dárselo a otro... Kyrnon no sabía qué
pensar de eso.
—¿Qué va a querer él a cambio de esta información? —Tenía un
montón de dinero y no lo pensaría dos veces antes de pagar cualquier
precio para obtener la información.
—Me haré cargo de ello. Solo me deberás un favor en el futuro.
Mercenarios y sus deudas.
—Tienes mi palabra.
—Espera una llamada dentro de una hora.
Kyrnon esperaba que ella tuviera razón cuando la vio salir por la
puerta. Tenía la sensación de que se estaba quedando sin tiempo.
Capítulo 16
Había una docena o más de lugares que muchos temían pisar,
simplemente por el peligro que acechaba en las esquinas. Pero el bar en la
22 y Rosewood no asustaba a la gente. No, con su elegancia y una
decoración impecable, atraía a una cierta multitud, haciendo que los
clientes sintieran que nada podía tocarlos dentro de sus cuatro paredes.
Pero Luna sabía qué clase de secretos tenía el lugar, y sabía que, a
pesar de la apariencia del dueño, él era la causa de algunos de los peligros
de los que muchos huían.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que voluntariamente entró en
este lugar? Siempre había ese temor en el fondo de su mente de si alguna
vez entraba, no se le permitiría irse, como grilletes invisibles apretados
alrededor de sus tobillos.
Pero ella haría esto, por el bien de su amigo.
Ella sabía demasiado bien lo que era perder a alguien que amabas,
todos lo hacían a su manera, y si ella podía hacer algo para arreglar eso, lo
haría.
Incluso si eso significaba hacer un trato con la última persona con la
que nadie alguna vez quisiera llegar a un acuerdo.
Luna apenas había puesto el Porsche en el parque antes de que un
asistente corriera a su lado, listo para realizar cualquier tarea si ella lo pedía.
Desde que llamó y solicitó una reunión con él ni siquiera una hora antes, no
dudaba de que hubiera hecho estos preparativos en su nombre.
Seguía sin entender que no estaba conmovida por nada de eso.
Especialmente ahora que tenía la suya.
Pero, de nuevo, habiendo crecido con muy poco, no le daba mucho
valor a las cosas materiales.
Le pasó las llaves al chico que apenas tenía más de diecinueve años
y comenzó a caminar hacia las intrincadas puertas que había justo delante,
hechas por un hombre dotado en el arte de soldar metales.
Si recordaba correctamente, el concepto le había llevado tres meses,
y otros seis para completarlos. Ahora, eran la adición perfecta a la
arquitectura del edificio.
Pero él siempre había tenido buen ojo para ese tipo de detalles.
Sin preguntar, las puertas se abrieron, la luz cálida iluminó un interior
que de otro modo se oscurecería. Las paredes y el techo estaban pintados
de color crema, pero las mesas e incluso los altos taburetes de la barra eran
negros. Hacía que el lugar se viera más limpio, más atractivo.
Teniendo en cuenta que eran las siete de la noche del viernes, Luna
se sorprendió de que el lugar estuviera vacío, y eso no quiere decir que
había un par de personas cenando. Nadie estaba allí en absoluto.
Mirando a su alrededor, tuvo la tentación de volver a cruzar las
puertas, deseosa de evitar cualquier interacción con él, especialmente
desde que lo había visto por última vez, había dejado bien claro que
prefería morir antes que acudir a él en busca de ayuda.
Solo esperaba que no le arrojara esas palabras.
Cuando estaba a punto de gritar, una de las puertas dobles que
conducían a la cocina se abrió, apareció una mujer con un ajustado vestido
negro y tacones de seis pulgadas mirándola directamente. El largo cabello
castaño rojizo caía directamente sobre su espalda, complementando la piel
pálida sin una peca a la vista.
Aidra, era su nombre.
La mujer no envejeció. Por lo que Luna sabía, todavía podía estar al
final de los treinta, pero no se podía ver en sus rasgos juveniles. En el poco
tiempo que habían pasado juntos, ella nunca se había molestado en
preguntarle la edad de la mujer, no porque pensara que habría obtenido
una respuesta.
No solo Aidra no compartía los secretos de su empleador, sino que
tampoco revelaba nada de sí misma.
A veces Luna se preguntaba si las conversaciones que recordaba
realmente habían sucedido, o si eran solo un producto de su imaginación.
—Kit te está esperando —dijo Aidra, con expresión indescifrable, o tal
vez Luna quería que no se pudiera leer porque quería que la otra mujer
mostrara emoción.
Tomando un respiro para calmarse, Luna avanzó en esa dirección,
contando cada paso que daba solo para tener algo en lo que enfocarse
aparte del ritmo acelerado de su corazón.
¿Cuánto tiempo tomaría antes de que la mera mención de su nombre
ya no tuviera efecto sobre ella?
¿Cuánto tiempo pasaría hasta que pudiera alejarse de él?
La cocina olía a productos de limpieza y al más ligero rastro de
limones, pero todo se desvaneció en el fondo de su mente cuando pudo
verlo por primera vez a través de la habitación en una mesa de chef
especial creada específicamente para cierta clientela. Ofrecía una vista sin
obstrucciones de la comida que se estaba preparando, y debido a su
posición y las rejillas de ventilación extra en su lugar, se mantuvo
moderadamente fría.
A diferencia de su hermano, Kit Runehart no usaba colores a menudo,
eligiendo camisas de seda negras para sus trajes negros. Era discreto en su
intención, pero hablaba mucho de él.
Si él lo sabía o no.
Cuanto más se acercaba, más sentía ese lazo familiar que siempre la
había atraído hacia él: esa fuerza invisible que se negaba a dejarla ir. Hubo
momentos, muy parecidos a este, en los que se sintió impotente, pero
obedeció cualquier cosa que le pidiera, incluso si iba en contra de todo lo
que ella quería.
Y por su vida, ella no lo entendía.
Era tan diferente de su hermano. No se metió en amoríos. No usó a la
gente como peones para promover su propio imperio. Pero, una vez más,
las mismas cosas que los hacían diferentes eran los mismos rasgos que los
hacían iguales.
Kit también era experto en el arte de arreglar situaciones que de otro
modo serían malas, pero su especialidad era la oferta y la demanda.
Si había algo que uno necesitaba, podía procurarlo.
Autos.
Mansiones
Riñones.
Asesinos.
No importa su escondite, podría encontrarlo.
Él era el facilitador, y era muy bueno en lo que hacía.
A primera vista, Kit parecía bastante modesto. Tenía rasgos bastante
amables, aunque con una mandíbula robusta y ojos penetrantes que
podían ver en las profundidades de una persona. Sus cejas, que se
arqueaban hacia abajo y lo hacían ver perpetuamente curioso, también
suavizaron lo que de otra manera serían rasgos endurecidos.
Pero las apariencias engañan.
Por mucho que pudiera parecer inocente, había algo mucho más
oscuro que hervía bajo la superficie.
Ella sabía de lo que eran capaces sus manos, el dolor que infligían
cuando estaba inspirado.
Era seis pies y medio de músculo y poder letal.
Un eclipse, como siempre pensaba.
Aunque era consciente de que ella se había unido a él, ya que Aidra
había desaparecido por la puerta, todavía no la miraba. Estaba demasiado
ocupado leyendo un mensaje en su teléfono, su pulgar volando sobre la
pantalla mientras escribía.
Pero cuando finalmente alzó la vista y esos ojos grises la atraparon, la
mantuvieron cautiva allí, esperando ver cómo reaccionaría.
Seis meses era un récord para ellos, pensó.
Kit podía ser posesivo, a veces hasta cierto punto dominante, así que
el hecho de que la hubiera dejado sola durante ese período de tiempo era
un testimonio de su control.
O tal vez era otro de sus juegos; siempre fue el mejor en jugarlos.
—Luna —dijo su nombre suavemente, como una oración, y odió la
forma en que se sintió cuando lo escuchó. Se suponía que ella no debía ser
afectada por él, no después de lo que le hizo, pero lo extrañaba.
Más de lo que alguna vez quería admitir.
—Kit.
Por una vez, se alegraba de que su voz no flaqueara, de que sus
emociones no la traicionaran. Después de haber pasado tanto tiempo
tratando de demostrar que ella era algo más que una extensión de él, no
quería arrugarse en el momento en que estaba de vuelta en su presencia.
—Por favor —dijo poniéndose de pie una vez que llegó a la mesa—.
Toma asiento. ¿Tienes hambre?
No la tocó cuando hizo un gesto al otro lado de la cabina para que
entrara, nunca la tocó sin su consentimiento. Una de esas muchas reglas
suyas, pero era una que era más para ella que para él. Le daba cierto
control, incluso cuando sentía que no tenía ninguno.
Mientras miraba el lugar que estaba frente a sí, estuvo tentada a
declinar, pero sabía que no tenía sentido negarlo. De alguna manera,
usualmente obtenía lo que quería.
—Podría comer.
Kit la estudió un momento antes de llamar a alguien, esta vez un
hombre en traje de camarero entró, empujando un carrito junto con él.
Había una serie de platos cubiertos en él. Mientras explicaba los platos que
estaba preparando frente a ellos, Luna sintonizó sus palabras, dejando caer
sus manos sobre su regazo para evitar inquietarse.
Podía sentir sus ojos en ella, como un toque físico mientras la miraba
como si fuera la primera vez. Finalmente, una vez que el camarero estaba
en camino después de servirles una copa de vino, Luna pudo preguntar:
—¿Por qué me miras?
—¿No tengo permitido mirar a mi esposa?
Dios, cómo solían hacerla temblar esas palabras. No era solo el
acento, se había acostumbrado a eso, también era ese encanto galés.
—Nada ha cambiado desde la última vez que estuvimos juntos —dijo,
levantando el tenedor, dándose cuenta demasiado tarde de qué le habrían
parecido sus palabras.
—¿Vamos a poner a prueba esa teoría? —la preguntó, imitando su
acción—. Estoy seguro de que puedo detectar las diferencias.
Tanto tiempo pasó aprendiendo su cuerpo, que ella no dudaba que
él sería capaz de detectar el más pequeño de los cambios en ella.
—No —dijo, cuidando de mantener el tono ligero—. No estoy aquí por
mí.
—¿No? —Cortando su baso, ensartó un trozo de pescado escamoso
y lo extendió sobre la mesa.
Y antes de que ella se diera cuenta, estaba abriendo la boca,
aceptando lo que él le ofrecía. Era una segunda naturaleza, como respirar.
¡Concéntrate!
—Entonces, ¿por quién estás aquí?
—Un amigo.
—¿Llamado?
—Celt.
Un breve destello de celos iluminó sus ojos, y finalmente vio ese primer
toque de su temperamento y, lo que es peor, aumentó su deseo por él.
—¿Uno de Uilleam, asumo?
Ella sacudió su cabeza.
—Como yo.
Kit ignoró eso.
—¿Y qué es lo que quiere este amigo tuyo?
No pareció particularmente molesto cuando hizo la pregunta, por lo
que Luna tomó esto como algo bueno. Tal vez si mantenía su conversación
sobre temas más seguros, esto no debía terminar mal.
—Necesitamos un nombre.
—Conozco muchos de esos. ¿De quién es el nombre en particular?
—Gabriel Monte vendió una falsificación a una empresa fantasma
ubicada aquí en Nueva York, pero no podemos encontrar el nombre del
propietario.
—Y el nombre de la empresa...
—La Organización Bronson. —Sus ojos brillaron, lo reconoció—.
¿Conoces al propietario?
Tomando su copa de vino, hizo girar el contenido, acercándolo a su
nariz para oler un momento antes de finalmente tomara un sorbo.
—Dime. Esta tarea, ¿te pertenecía a ti o a tu amigo?
Sin estar segura de por qué importaba, Luna eligió responder de todos
modos.
—Él.
—¿Y cuánto tiempo lo has conocido?
¿Realmente tenían que hacer esto?
—Años.
—No recuerdo a nadie con ese nombre asociado a ti hasta tres años
después de que fuiste con Zachariah.
Huir de él era la mejor manera de decir esa frase, pero Luna no se
molestó en corregirlo.
—Me preguntaste por cuánto tiempo lo conozco, no cómo se
compara con mi relación contigo.
Cuidadosamente, dejó su tenedor, juntando sus manos frente a él
mientras se inclinaba hacia ella.
—¿Así es como quieres jugar esto, Luna?
—Haz la pregunta de la que quieres una respuesta —dijo encontrando
su mirada inquebrantable, repitiendo las palabras que una vez le había
dicho.
—Eres mi esposa y me evitas como la peste, pero vendrás porque tu
amigo lo pide. ¿Por qué?
Luna negó.
—Vine porque él me necesitaba.
—¿Te necesitaba? —preguntó, y casi parecía herido.
Casi.
Mirándolo en ese momento, casi podía engañarse a sí misma
haciéndole creer que se refería a esas palabras. A su pesar, aún podía
recordar el día en que lo dejó.
Una vez le había prometido que, si alguna vez deseaba dejarlo, no la
haría quedarse.
Y ese día, a pesar de lo mucho que exigió que permaneciera en su
casa, no le impidió salir por la puerta. En el momento en que ella salió de la
casa, con las puertas cerrándose a su espalda, pudo escuchar la
destrucción que causó al destruir todo a su alcance.
Escuchó su enojo.
Escuchó su frustración.
Pero el sonido de eso solo la había hecho correr más rápido, llorando
todo el camino, aunque solo fuera porque habría regresado a él si no lo
hubiera hecho.
Centrándose en el presente, Luna ignoró su pregunta y le preguntó
una propia.
—¿Me darás el nombre?
—¿Estás preguntando como mi esposa o como la empleada de mi
hermano?
Lo último estaba en la punta de su lengua, pero mantuvo esas
palabras atrás, tratando de imaginar cómo reaccionaría ante cualquiera
de las respuestas. Siempre había sido más empático con ella que con los
demás, y por lo general, más veces que cuando él y Uilleam estaban en
medio de un desacuerdo.
—¿No puede ser ambos?
—No —dijo sacudiendo la cabeza—. Viniste por mi ayuda, juegas
según mis reglas. Deberías saberlo mejor que nadie, ¿verdad, amor?
—Kit, no tengo tiempo para esto. —Y aunque solo se sintió como un
corto tiempo, no podía estar segura de cuánto tiempo había pasado desde
que estuvo con Celt y Red.
—Entonces responde la pregunta.
—Tu esposa —dijo rápido Luna—. Estoy preguntando como tu esposa.
Ahora por favor. Dame un nombre.
—Un nombre a cambio de permiso.
Cuando sus palabras penetraron, sintió una oleada de deseo, pero
fue eclipsada por su incredulidad.
—No hagas eso. No uses esto en mi contra.
—Eso es lo que quiero.
Luna no aceptaría eso.
—Elige algo más.
—Ese es el único pago que aceptaré. Entonces dime, ¿cuánto estás
dispuesta a dar por ese amigo tuyo?
Él ya no se estaba conteniendo, el temperamento brillaba en sus ojos.
Lo había subestimado... otra vez.
—La elección es tuya, Luna —dijo en voz baja, aunque no había nadie
a su alrededor para escuchar, pero siempre la había tratado como si fuera
la única persona en la habitación—. No permitas que tu lealtad equivocada
te obligue a hacer algo que no quieres.
—¿Y no eres tú quien me está poniendo allí? —le preguntó, apartando
su plato—. Se trata de tu necesidad de controlar todo, incluso a mí.
—¿Eso es lo que piensas?
—Nunca lo has hecho en secreto, Kit. —Y hubo un momento en que
ella lo había amado, en realidad amado todo sobre él, hasta que convirtió
ese control en un arma.
—La Organización Bronson, fundada hace unos dos años, solía
trasladar antigüedades por todo el mundo —dijo Kit casi
conversacionalmente—. Ella es muy buena para trabajar sin llamar la
atención sobre sí misma, pero aprendió de su padre, o de la figura masculina
con la que estaba durmiendo en ese momento.
¿Ella?
¿Estaban buscando una mujer?
Esa era al menos una respuesta a uno de sus problemas. Todo este
tiempo, habían supuesto que era un hombre.
—¿Su nombre?
—Acepta mis términos. Es sencillo.
Era como jugar con fuego, excepto que sabía que se quemaría: la
única pregunta era cuánto podría tomar.
—Bien. Un nombre por permiso.
Estuvo de pie en cuestión de segundos, como si cualquier restricción
que lo estaba frenando hubiera desaparecido finalmente. En un momento
seguía del otro lado de la mesa, al siguiente ella estaba de pie con la
espalda contra la pared, su cuerpo presionado contra el suyo.
Ella tuvo que recordarse cómo respirar.
Estaba tan cerca, el calor irradiaba de él cuando se apretó aún más
cerca, asegurándose de que sintiera cada rizo duro de su cuerpo. Y en el
momento en que sus dedos entraron en contacto con la piel expuesta de
su garganta, sintió como si se estuviera ahogando de nuevo.
Luego la estaba besando, pero no tan profundo como lo hubiera
hecho normalmente. Esto era más ligero, más dulce, solo una muestra de lo
que estaba ofreciendo. Antes de que lo supiera, su mano estaba apretada
en su camisa, manteniéndolo en su lugar.
Por un momento se permitió olvidar todo lo malo y saborear los
recuerdos que su beso invocó.
Pero tan rápido como su beso fue suave y persuasivo, al siguiente
estaba tomando más, arrastrando su boca de la de ella, rozando sobre su
mandíbula hasta que descansaba sobre el pulso en su cuello.
Era solo la punta de su lengua al principio, luego la parte plana de la
misma, hasta que estaba chupando ese punto, y solo cuando estuvo
temblando la mordió, lo suficientemente fuerte como para arrancar un
jadeo de su garganta.
Pero no de dolor.
O al menos no del tipo malo.
Sabía que cuando se mirara en el espejo, allí habría una marca, pero
no podía encontrar en sí misma algo para preocuparse, no cuando le dolía
que dejara más.
—Kit, por favor. —Las palabras salieron de su boca antes de que
pudiera detenerlas.
Pudo sentir su reacción a esas palabras, a su ruego. Eso siempre había
sido lo que más se le había metido debajo de la piel, cuando ella rogaba
por él porque sabía, en ese momento, que podía hacer lo que quisiera con
ella siempre y cuando le alivianara el dolor entre las piernas.
—No quieres decir eso —le susurró al oído—. No realmente.
—Pero sí lo hago.
Kit retrocedió, aunque no muy lejos.
—Te hice una promesa, pequeñita. No pretendo romperla.
Ese nombre hizo que corriera la sangre en sus venas, pero la mención
de promesas incumplidas la enfrió igual de rápido.
—No sería la primera.
—Pero no pretendo que haya otra. No te tomaré hasta que te dés
libremente.
Una vez, había pensado que esas palabras eran una protección, pero
había aprendido cuán rápido podrían convertirse en un castigo.
Refrescándose rápidamente, y volviendo a sus sentidos, lo apartó,
poniendo distancia entre ellos.
—Conseguiste lo que querías, ahora…
Kit se burló, el sonido corto y molesto.
—Ni siquiera cerca, Luna.
La convicción en sus palabras la hizo tragar, más que el bulto en sus
pantalones.
—Dame un nombre.
—Elora Coillette —dijo Kit inmediatamente—. Ella tiene una oficina en
la Quinta Avenida si necesitas reunirte con ella en persona.
—Gracias.
Y lo decía en serio, más de lo que creía que haría.
Sin embargo, cuando se dio vuelta para irse, él la llamó. Mirando
hacia atrás, esperó a que hablara de nuevo.
—¿Qué es esto que supe de que te habías encontrado con mi
hermano?
—¿Y cómo te enteraste de eso?
Ignoró su pregunta.
—¿De qué se trataba?
—Una nueva tarea.
—¿El objetivo?
—Carmen.
No tenía que decir el nombre completo de la mujer para que él
supiera a quién se refería. Solo el primero había sido suficiente.
Su temperamento estalló de nuevo, pero sabía que esta vez, no
estaba dirigido a ella.
—Eso no es inteligente.
—¿Por qué? ¿Por qué no puedo manejarlo, o porque ella es tu cliente?
Y la razón por la que ella nunca podría perdonarlo por lo que hizo. Su
traición la había roto de una manera de la que no había podido
recuperarse.
—Luna.
—No sé cuál es su plan —dijo, y se alegró de no haberlo sabido en ese
momento porque quizás se lo hubiera dicho si él se lo pedía—. Pero sugiero
que encuentres un nuevo cliente.
Con eso, le dio la espalda y se alejó, negándose a mirar hacia atrás
para ver si la observaba marcha, pero cuando estaba sacando su teléfono,
lista para marcar a Celt y darle el nombre que había estado buscando, tuvo
que preguntarse sobre su nueva asignación.
¿El trabajo era derribar a Carmen, o el Kingmaker estaba tratando de
lastimar a su propio hermano?
Capítulo 17
—Elora Coillette —le había dicho Calavera al oído, su voz crepitaba
por el teléfono—. Ese es tu comprador. Te enviaré la dirección para
encontrarla.
Mejores palabras nunca habían sido dichas.
Una vez que tuvo el nombre, fue bastante fácil encontrar a la mujer
que estaba detrás de la muerte de Monte.
Ella era una viuda negra.
Pero Kyrnon no trabajó sobre esto, no después de leer acerca de sus
prácticas comerciales durante los últimos años. Mientras disfrutaba
humillando a los hombres en cada oportunidad, se preocupaba más por el
dinero y la forma de adquirir más. Una criatura caprichosa a la que no le
importaba más que los bienes monetarios; sería bastante fácil hacer una
transacción.
Simplemente tenía que ofrecer lo que mejor hacía.
No le había tomado mucho tiempo conseguir una reunión con ella,
simplemente por quién era. Si bien era posible que su nombre no siempre
hubiera sido familiar, los trabajos que realizó eran infames.
Cuando Kyrnon bajó del ascensor a una oficina de negocios en la
Quinta Avenida, diseñado en tonos grises y blancos, se detuvo cuando dos
hombres fornidos que parecían más gatillos fáciles que otra cosa, levantaron
las manos negándole ir más lejos.
Con un movimiento de sus ojos, estiró sus brazos, dándoles la
oportunidad de buscar en su cuerpo por cualquier arma que pudiera estar
cargando.
Además de su chaleco, no había traído nada con él... a excepción
de un lápiz.
Una vez, durante un tramo en Alemania, se encontró en un pub a las
afueras de la pequeña ciudad en la que se encontraba, y simplemente
encontró a su objetivo dentro. No había tenido nada con él, al menos no en
el sentido tradicional, pero cuando se presentó la oportunidad, usó lo que
tenía a mano... un lápiz.
Cualquier cosa podría ser un arma en las manos correctas.
—Establece tu propósito —dijo uno, entrecerrando los ojos hacia él.
—Eso está un poco por encima de tu salario, ¿eh? No eres el hombre
con el que debería estar hablando.
—Entonces supongo que querrás hablar conmigo —anunció una voz
femenina desde las puertas de cristal.
Ella era como Kyrnon había esperado. Cabello oscuro, piel
luminiscente y un cuerpo que rezumaba lujuria mientras sonreía como si
estuviera lista para matar a alguien si el estado de ánimo la golpeaba.
Atractiva, pero traicionera.
Su postura como la que estaba a cargo de este edificio era fuerte y
clara cuando los hombres se separaron para dejarla pasar.
Una vez que terminaron de revisarlo, dieron un paso atrás.
—¿Quién eres tú?
—Celt.
—Irlandés —dijo casi nostálgicamente, su mirada recorriéndolo de pies
a cabeza—. Siempre he tenido algo por los irlandeses.
No se molestó en dignificar eso con una respuesta.
—Mi interlocutor misterioso, supongo. Siento que ya sé mucho sobre ti,
pero nunca tuve un nombre. Curioso. —Sus tacones hicieron clic en el suelo
ornamentado mientras lo rodeaba—. Una vez tuve un amigo que contrató
a un Celt. Un nombre interesante, creo. ¿Qué tal si terminamos esta
conversación en mi oficina?
Ella agito la mano para que la siguiera como si fuera uno de sus perros
bien entrenados, y aunque le irritaba, Kyrnon hizo lo que le pidió.
—Debo admitir que soy una gran admiradora de tu trabajo —dijo una
vez que estaba detrás de su escritorio y sentada—. Eres uno del Kingmaker...
¿cómo lo digo... mascotas, cierto?
A las mujeres como ella le gustaba desafiar a los hombres, solo para
ver que podían evadirse antes de que alguien las rompiera y tener una
excusa para matarlos.
Era un juego para ella.
Pero Kyrnon una vez había jugado el juego de otra persona, y eso le
había enseñado que era mejor que probar suerte con la posibilidad.
Aunque no le gustó la forma en que lo redactó, él todavía dijo:
—Lo soy, pero no es por eso por lo que estoy aquí. He oído que me has
estado buscando.
Su mano revoloteó sobre su pecho mientras la diversión bailaba en sus
ojos.
—¿Lo siento? Me llamaste, si recuerdas. ¿Qué demonios te haría
pensar que necesitaba algo de ti?
—L'amant Flétrie. Usted compró el falso.
Muy pronto, la ira reemplazaba la diversión.
—¿Y cómo sabrías eso?
—Porque tomé el original.
La sorpresa brilló sobre sus rasgos ante su osadía.
—¿Crees que no te mataré simplemente porque respondes al
Kingmaker? Le enviaría un correo electrónico con tu cabeza si estuviera en
el estado de ánimo para obtener manchas de sangre sobre mi piso.
No. Ella no lo haría.
Podía escuchar la falsa promesa detrás de sus palabras, pero ella
creía que él no entendía el punto, tenía la intención de intimidarlo.
No sería la primera en probarlo, y no sería la última.
—¿Y cómo crees que respondería si hicieras eso? —Ambos sabían la
respuesta a eso—. Si fueras a matarme —dijo Kyrnon fácilmente— ya estaría
muerto. Sin embargo, estamos aquí teniendo esta conversación.
—Estás equivocado—dijo mientras rodeaba su escritorio, inclinándose
sobre él, queriendo recordarle que ella era la que estaba a cargo—. Estás
respirando solo porque prefiero que hagas algo para mí que ver a Donovan
cortarte en pedazos. Es por eso que viniste a mí, ¿no? ¿Así que perdonaré tu
vida a cambio de algo que yo pudiera querer más?
—Sí. Te concederé una bendición si te alejas de la pintura.
Su cabeza se inclinó hacia un lado mientras consideraba sus palabras.
—Entonces apuesto a que esto no es solo por ti, ¿verdad? El artista,
quien sea que haya pintado la falsificación, tú sabes quienes es.
—Conozco a todos los involucrados —dijo Kyrnon, sin entregar nada
más.
—Interesante.
Había una nota atractiva en su voz, destinada a hacerle preguntar
qué quería decir, y por un tiempo, lo hizo.
—¿Interesante?
—Si de verdad fuiste quien robó mi pintura, eso significaría que
estuviste en la subasta, Gabriel tuvo la amabilidad de darme pistas sobre
cuándo desapareció el original —aclaró cuando Kyrnon solo la miró—.
Habrías sabido sobre la falsificación, y solo el artista habría sido capaz de
distinguir entre los dos sin tener que examinarlos.
Ahora que pensaba que había recuperado el control, reapareció su
sonrisa.
—Y aquí estás, ofreciendo tus servicios con toda la convicción de un
hombre arriesga su vida por la persona que ama. ¿Supongo que es una
mujer? Hombres. Predecibles y estúpidos.
—Me importa —habló antes de que ella pudiera salir por la tangente—
por mi razón fundamental. Si continúas matando a mi gente, eso significa un
mal negocio para mí. Entonces, o me quieres para un trabajo, o no, pero de
cualquier forma, me iré en treinta segundos.
No se molestó en contar, simplemente respiró antes de comenzar a
retroceder hacia la puerta.
—Muy bien. —Elora se puso de pie un poco más derecha, mirándolo
cuidadosamente—. El año pasado, Amanda Washington compró una
mansión en una subasta en las colinas de California por más de dieciséis
punto cinco millones. Nadie pensó en nada hasta que encontraron una caja
fuerte subterránea llena de objetos de valor. Durante los pocos días que
pasé con su esposo, le pedí que me diera el collar que encontró en su
interior; no lo hizo. Tristemente, tuve que hacer que su esposa quedara viuda
por eso, pero eso no es importante ahora. Pasé algún tiempo en Europa y lo
olvidé por completo, pero ¿quién mejor que me traiga todo esto ahora que
alguien con tu conjunto de habilidades? Dentro de la caja fuerte,
encontrarás el Snowflakes on the Wind. Si me lo entregas dentro de treinta y
seis horas, sacaré a mis hombres.
Kyrnon no reaccionó al nombre. No sabía lo que Elora estaba
pidiendo sobre su cabeza, recordaba haber escuchado algo sobre una rica
heredera que había comprado algo por esa cantidad, cuyo marido había
sido encontrado envenenado. La policía sospechaba que fue su esposa,
pero sin pruebas, no se presentaron cargos.
Ella había desaparecido de la atención, viviendo en reclusión en las
Colinas.
Blanco bastante fácil.
Y si pedía algunos favores de su equipo, podrían hacerlo en un
santiamén.
—Me encargaré.
Elora sonrió alegremente, extendiendo su mano.
—Entonces tenemos un trato.
Tomando su mano, hizo lo posible por no aplastar sus delicados huesos
allí cuando apretó, solo la soltó cuando ella hizo una mueca de dolor.
—¿Ah, y Celt?
Estaba de espaldas a ella, dirigiéndose a los ascensores cuando lo
llamó. Deteniéndose, miró hacia atrás.
—Espero que regreses a tiempo antes de descubrir dónde escondes a
Amber, nuestra misteriosa falsificadora. Ya sabes lo que hago con los
hombres, imagina lo que le haré a ella.

***

—¿Kyrnon está bien? —preguntó Amber cuando llegó a su casa y fue


saludada por Niklaus.
A diferencia de su gemelo que peleaba con su cabello, Niklaus lo
mantenía domado, aunque los mechones en la frente eran un poco más
manejables. Cuando Kyrnon había dejado su teléfono con ella,
prometiendo llamar a la primera oportunidad que tuviera, había aceptado
su palabra y creía que lo haría, pero a medida que pasaban las horas, se
ponía más nerviosa.
—No te preocupes por él, puede cuidarse solo.
No lo dudaba, sin embargo, le preocupaba.
—¿Entonces, por qué estás aquí?
—Kyrnon —dijo esto con una sardónica sonrisa, como si encontrara el
nombre divertido—, quería que te cuidara hasta que llegue aquí. No tardará
mucho.
Eso también había sido algo que Niklaus mencionó al teléfono cuando
le dijo que vendría aquí. Si bien a Kyrnon no le había importado quedarse
en el ático con Lauren y Mishca, había preferido que ella se quedara en su
casa ya que estaba más alejada de la red que la suya.
—Él fue quien me entrenó —dijo cuando no parecía aún
convencida—. Me enseñó todo lo que necesitaba saber. No estaría aquí sin
él. Pero no se lo digas.
Por capricho, le preguntó:
—¿Qué tan malo es esto? Él te habló de todo, ¿cierto?
—No te mentiré y diré que la mierda es buena porque no lo es.
Cuando te enfrentas a enemigos desconocidos, eso dificulta el trabajo,
demasiadas variables de mierda que se interponen en el camino. Pero
confía en mí cuando digo que él verá esto hecho por ti.
Niklaus se dejó caer en el sofá, apoyando la cabeza en una
almohada.
—Es lo que haría. Es lo que jodidamente harías cuando la persona que
amas está en peligro.
—No creo...
—Ya sabes su nombre —dijo Niklaus de repente—. Eso debería decirte
todo. Lo conozco desde hace más de siete años y sé malditamente todo
sobre él además de su país de nacimiento. No importa a quién conozcas, si
alguien pregunta por un nombre, les das el que te dieron el día en que
pusieron esas marcas en nuestra carne.
—¿Sus nombres realmente significan tanto? —No podía entender la
idea de eso.
No era como si ella no supiera el nombre de Niklaus, y Kyrnon nunca
había dudado en ofrecerle su nombre no solo a ella, sino a su familia
también.
Por el amor de Dios, a él lo llamaba Niklaus, sería diferente si lo que
decía fuera cierto.
—Te diré una cosa que sé con certeza —dijo Niklaus mirándola—.
Nunca he conocido a un bastardo más paranoico que Kyrnon. Él no deja a
nadie en este lugar. Puede parecer modesto, pero cualquier cabrón que
intente entrar no le gustarán las trampas que ha puesto aquí. Confía en mí,
si lo necesitas, su Sala de Guerra te convencerá. Estás a salvo aquí.
El ascensor comenzó a funcionar, no mucho antes de que Kyrnon
apareciera, su mirada de inmediato la buscó.
—Nos ocuparemos de eso —dijo Niklaus de pie, poniendo una mano
sobre su hombro—. Sin preocupaciones.
Ella solo podía esperar que eso fuera cierto.
Una vez que salió por la puerta después de una conversación
susurrada con Kyrnon, Amber se quedó donde estaba. Él no vaciló en acudir
a ella en cuanto pudo, ayudándola a olvidar sus preocupaciones.
Al menos por un rato.
Tal vez eran los rayos o los truenos que sintió como si sacudieran los
mismos cimientos del edificio, que despertaron a Kyrnon, su cansada mirada
barrió el otro lado de su cama donde se suponía que debía estar Amber,
donde había estado metida durante horas a su lado sin quejarse, pero no
estaba, haciéndolo sentarse.
No dormía durante largos períodos de tiempo, e incluso entonces, el
más mínimo ruido podía despertarlo, pero no se había movido.
Con las cejas fruncidas por la confusión, se levantó de la cama, su
mirada recorriendo su loft en busca de cualquier señal de ella. No podía
haberse ido, en el momento en que llegaron, había puesto la alarma, y la
luz roja brillante cerca del ascensor le decía que no había sido
desconectada.
Con ese conocimiento, su mirada se desplazó hacia el techo, como si
pudiera ser capaz de ver dónde estaría una vez que subiera las escaleras. El
asombro en sus ojos y la forma en que se iluminaron la primera vez que lo
había visto, lo hicieron sonreír. Aunque su lugar estaba abierto para algunos,
nunca los dejaba ir arriba, significaba demasiado.
Era como una parte de sí mismo que solo podía entenderse si
explicaba el significado detrás de eso. Y desde el principio, no había
dudado en compartirlo con ella, detalles que la mayoría, incluso aquellos
que lo habían conocido por años, no sabían.
No le importaba mostrarle los pedazos de sí mismo que había
guardado.
Él quería que lo viera.
Cuando llegó a lo alto de la escalera, pudo ver su perfil bajo el cálido
resplandor de la luna. Vestida con lo que parecía nada más que su franela,
estaba consumida en el boceto que estaba haciendo, con los dedos ya
manchados por los carbones que estaba usando.
Tuvo que saber que ya no estaba sola por la forma en que detuvo su
muñeca en un trazo, pero no lo miró, no hasta que estuvo a su lado y ella
había terminado.
Había tanto reflejado en esos ojos marrones suyos. Todo pensamiento.
Cada sentimiento. Todo lo que no había transcrito en papel se mostraba en
su cara, libremente para que él lo viera.
No le gustaba ser la preocupación que estaba en sus ojos.
—Es tarde —dijo cuando estuvo lo suficientemente cerca para ser
escuchado por la lluvia torrencial.
Ella sonrió casi tristemente.
—No podía dormir. Es solo que... nunca...
Amber nunca había estado en una situación como esta, Kyrnon sabía
lo que quiso decir. A pesar de su amistad con la familia Volkov, los tratos
comerciales nunca la habían tocado, y ella nunca había sido parte de esa
vida.
Pero no por culpa propia, fue empujada hacia eso.
—No dejaré que te pase nada, lo sabes. —Y eso era un hecho.
—Pero, ¿y si te sucede algo? —le preguntó, ese miedo se filtró en su
voz—. Es mi culpa que...
—Tonterías —la interrumpió antes de que pudiera terminar—. Si no me
hubieran asignado que lo llevara de vuelta, no habrían venido por ti.
Porque tendrían el original... o al menos, debería haber tomado
ambos.
Pero, como ya había dicho, no había pensado que Gabriel Monte
fuera lo suficientemente tonto como para vender la falsificación en primer
lugar.
—Pero…
—¿Qué te dije antes, hmm?
Parecía que quería seguir discutiendo, pero con la mirada que le
lanzó, su sonrisa se volvió un poco más genuina.
—Que te estás ocupando de eso.
—Soy un hombre de palabra. Ahora, vamos. —No le dio la
oportunidad de decir nada antes de que levantarla, llevándola en sus
brazos—. Es hora de ir a la cama.
Amber se rio, aferrándose a él.
—Pero no estoy cansada.
—Entonces voy a ocuparme de eso.
Mientras la llevaba escaleras abajo, no se detuvo en su habitación
como Amber había estado esperando. En lugar de eso, fueron a la cocina,
aumentando su confusión mientras abría la puerta de su despensa y la ponía
de pie.
No tuvo oportunidad de preguntar qué estaba haciendo antes de
mostrarle.
Moviendo algunas cajas, reveló un teclado numérico, uno que era
casi idéntico al que abría el garaje abajo. Excepto, si fuera posible, este era
un poco más de alta tecnología que el otro.
Primero, ingresó un código, una serie de diez dígitos, luego presionó su
pulgar contra el sensor, y finalmente, mientras una brillante luz roja bailaba
por un momento, le escaneó el ojo.
Qué.
Mierda.
Pero no pudo maravillarse con eso por mucho tiempo antes de que
una puerta oculta se abriera y él la guiara hacia adentro. Cuando entraron
a lo que ahora podía ver era otro ascensor, negó con la cabeza mientras lo
miraba.
—Mercenario, mi culo. Eres un espía.
Se rio, un sonido rico que la hizo sonreír. Explicó:
—Los espías tienen un gobierno al que responder, yo no.
—Entonces, ¿cómo sabes cuál es tu trabajo o tu misión?
Amber no creía que iba a responder, podía ver la vacilación en sus
ojos mientras se frotaba la barba, pero finalmente lo hizo.
—Trabajo para una organización, la llamamos la Guarida. La mayoría
de los que hacen lo que hago son independientes, pero los que trabajan
para la Guarida tienen un controlador.
—¿Niklaus también trabaja para La Guarida?
Kyrnon asintió.
—Fuimos reclutados, entrenados y enviados a hacer lo que se nos
pedía.
Eso sonaba bastante... siniestro.
—¿Cuánto tiempo llevas haciendo esto?
—Más de una década.
—¿Más qué? —Pero mientras contaba los años en su cabeza,
tratando de unir las complicadas piezas de su pasado a partir de lo que él
ya le había contado, se dio cuenta de algo—. Así fue como saliste de ese
lugar, ¿no? Te convertiste en un mercenario.
Asintió de nuevo, presionando una mano en la parte baja de su
espalda para guiarla del ascensor cuando las puertas se abrieron.
—Z me encontró después de la última ronda de lucha. Me ofreció
libertad y venganza a cambio de un contrato. No pude decir que no a eso.
Sabiendo lo que había dicho acerca de cómo había sufrido, Amber
sabía que habría tomado la misma decisión si hubiera estado en su lugar.
Mientras se preparaba para decirle eso, finalmente miró la habitación
en la que estaban y rápidamente olvidó de lo que hablaban.
—¿Vives encima de una armería?
Ahora en esto, Kyrnon parecía más orgulloso de lo que ella alguna vez
lo había visto.
—Lo llamo la Sala de Guerra.
En serio.
Había estanterías instaladas a lo largo de las paredes, cada tipo de
arma que uno podía tener en sus manos, puesta en filas, y no se limitaba solo
a pistolas y rifles de asalto, sino que había granadas, un lanzacohetes y una
amplia colección de cuchillos.
—Esto es... wow.
No había palabras para describir adecuadamente cuán asombroso y
aterrador era ver tantas armas.
Y eso solo una pared.
En el lado opuesto, había estantes empotrados en la pared, cada uno
con paquetes de dinero en al menos cuatro monedas diferentes. Por la
cantidad total allí, había al menos unos pocos millones.
—Es más difícil hacer un seguimiento del efectivo —explicó Kyrnon,
aunque todavía tenía que preguntar.
Sus ojos todavía estaban bordeando todo hasta que llegó al final
donde no pudo evitar reírse un poco, ganándose un ceño fruncido.
—Tienes oro.
La miró confundido.
—Sí, lo tengo.
Cuando seguía sin entender el por qué estaba divertida, le preguntó:
—¿Tienes un poco de hierba por aquí también?
La cabeza de Kyrnon se inclinó hacia un lado en confusión intentando
responder, pero luego sus ojos se abrieron mientras él se reía.
—Gracioso.
—Entonces, ¿esto es lo que has estado ocultando? —le preguntó,
dando una última mirada alrededor de la habitación, yendo hacia la mesa
en el centro que casi se extendía de pared a pared—. ¿Algún otro secreto
del que debería saber?
Su reloj emitió un sonido fuerte y excesivo.
—No hay nada que no responda a su debido tiempo, pero por ahora,
tengo que irme.
—¿A dónde vas? —preguntó mientras caminaban de regreso al
ascensor.
—California.
Amber guardó silencio por un momento.
—¿Por cuánto tiempo?
—Ni siquiera veinticuatro horas. Volveré antes de que tengas la
oportunidad de extrañarme.
—Lo dudo seriamente.
Sus palabras le trajeron una sonrisa a la cara cuando agarró la bolsa
de lona negra que estaba apoyada en la esquina en la salida.
Y cuando estaban de vuelta en la sala de estar, la besó como si fuera
la última vez, como si quisiera transmitirle lo que sentía solo usando sus labios.
Lo sintió hasta los huesos.
Pero cuando lo vio salir por la puerta, deseó desesperadamente que
regresara.

***

—¿Por qué diablos necesita una heredera un equipo de seguridad?


—preguntó Red mientras abordaban el avión que los llevaría a California.
Kyrnon les había contado todo lo que sabía hasta el momento,
entregando toda la información que Winter pudo encontrar en el equipo de
seguridad de Amanda Washington. Si hubieran sido un equipo de civiles que
se creían auténticos, no habría creído nada de ellos, pero estos hombres en
particular estaban al mismo nivel que Kyrnon, y no quiso ir sin estar
preparado.
No creía que fuera a ser un problema de ningún modo, estaba
encontrando la manera de entrar en esa caja fuerte, independientemente
de quién se interpusiera en su camino, pero haría su trabajo un poco más
complicado, y con el tiempo que no estando de su lado, no necesitaba la
complicación adicional.
Peor aún, tratar de calcular los esquemas en su cabeza, mientras
simultáneamente se preocupaba porque los hombres de Elora no
encontraran a Amber, lo estaba volviendo loco. Por una vez, entendió por
qué la gente se olvidaba de sí misma cuando se trataba de las personas
que amaban. Necesitaba concentrarse, concentrarse al cien por ciento en
la tarea que tenía entre manos, aunque la preocupación lo carcomiera.
—Independientemente de la mina de oro en la que ella esté sentada
obviamente vale la pena.
—Hemos tenido peores probabilidades —dijo Niklaus desde su lugar
en un extremo del avión, lanzando los archivos hacia abajo—. Seis no es
nada.
—Y Skorpion está en la ciudad —señaló Calavera—. Ya lo llamé.
Skorpion.
A diferencia del resto de ellos, él era independiente. Aunque sus años
antes de llegar a la Guarida eran relativamente desconocidos, había
trabajado bajo Z durante años, haciendo lo que se le pedía.
Hasta el día en que simplemente se detuvo.
Nadie, ni siquiera Calavera, que le era más cercana, sabía por qué
dejó de aceptar contratos.
Algunos dijeron que tenía un problema con la autoridad.
Otros creían que tenía algo que ver con su último trabajo, uno del que
nunca habló.
Pero sea cual sea el motivo, Skorpion lo había dejado todo atrás,
había encontrado un lugar en una playa en Los Ángeles, y surfeaba algunos
días, solo tomando algún trabajo ocasional cuando le daba la gana.
—Skorpion es quisquilloso.
—Pero sabes cómo ama reventar mierda —agregó Red.
Skorpion no era el hombre al que llamabas para un trabajo
encubierto, no con los casi dos metros de altura y al menos treinta kilos más
de lo que pesaba Kyrnon.
Aparecía cuando había que hacer daño.
—Entonces no tenemos nada de qué preocuparnos —dijo Kyrnon.
No hubo necesidad de mencionar que no debía haber ningún error.
Se quedaba sin tiempo. Los errores, como dijo el Kingmaker, significaban la
diferencia entre la vida y la muerte.
El resto del vuelo pasó en silenciosa contemplación, y en poco tiempo,
estaban aterrizando. El sol ya se había escondido detrás del horizonte,
arrojando las brillantes sombras del crepúsculo, pero cuando Kyrnon miró
por la ventanilla mientras se ajustaba el chaleco en su lugar, no vio ninguna
señal de que alguien esperara al final de la pista.
—¿Dónde está ese gran bastardo? —preguntó Kyrnon a Calavera
cuando el avión finalmente se detuvo.
Ella lo miró.
—Estará aquí.
Calavera lo miraba como si estuviera actuando de manera irracional,
y tal vez lo estaba, pero no sabía cómo no reaccionar.
Solo necesitaba ver esto hecho.
Y efectivamente, cuando bajaron del avión, Kyrnon escuchó el
estruendoso bajo de la música, amortiguado solo ligeramente desde las
ventanillas cerradas del auto en el que estaba sonando, pero se hizo más
fuerte cuando el auto se detuvo y el conductor abrió su puerta.
En realidad, grande no era la palabra adecuada para describir al
hombre que estaba entrecerrando los ojos hacia Calavera con una sonrisa
en su cara con barba candado.
Follador masivo era mejor. Palmeó la cabeza de Calavera,
arrastrándola más cerca para presionar sus labios contra la parte superior
de su cabeza.
—¿Cómo está mi chica favorita?
Le sonrió.
—Te pondré al tanto en el viaje.
Asintiendo una vez, la soltó mientras miraba a su vez a Kyrnon y Red.
—Entonces, ¿cuál es el trabajo?

***

La calle estaba en silencio, casi desierta, y con la falta de iluminación


adecuada, no podían arriesgarse a acercarse a la residencia sin alertar de
su presencia al equipo de la casa.
Kyrnon ya estaba corto de tiempo, lo último que necesitaba era
perder el trato con una empresa rival, pero con la extensa colección de
armas que Skorpion había escondido en el maletero de su auto, al menos
tenía el poder de fuego para igualar todo lo que había pensado traer.
—He marcado al menos tres en el perímetro exterior —dijo Red, su voz
tranquila en plena noche, pero con el auricular en el oído, Kyrnon podía oírlo
claramente. Minutos antes, Red había desaparecido, y había encontrado
un punto ventajoso en un tejado cercano donde pudo colocar su rifle.
—Tú chica —dijo Skorpion, arrastrando los dedos por su cabello
mientras tiraba de los mechones en una cola de caballo, luego se ató el
chaleco—. ¿Cómo es ella?
—Ahora no es el momento —respondió Kyrnon brevemente,
colocando el clip de su M4 en su lugar.
—Esto es pan comido —respondió Skorpion mientras se ponía la
máscara de esquí en la cara.
Eso era cierto, y normalmente Kyrnon habría sido el primero en estar
de acuerdo con él, pero estaba demasiado concentrado en hacer esto
para responder la pregunta.
—Ella es buena gente —comentó Red a través del auricular.
—Enfócate —dijo Kyrnon con los dientes apretados, sintiendo que
estaba de vuelta en el complejo, entrenándolo.
—Estoy en un maldito techo. Aquí arriba solo.
—Tú…
—¿Buen culo? —preguntó Skorpion, ajeno al estado de ánimo de
Kyrnon.
—Red, respondes eso, eres hombre muerto. —Tirando de su máscara,
Kyrnon se preparó, pero justo antes de que golpearan la puerta, sintió su
propia sonrisa—. Ella tiene un gran culo.
—Muévanse, muchachos —dijo Calavera con ironía—. Pueden
admirar su culo más tarde.
Skorpion fue el primero en abrir brecha, Kyrnon lo siguió de cerca. Los
disparos amortiguados sonaron cuando Red eliminó la seguridad en todo el
perímetro. No estaban muertos, pero les dolería como una perra y los dejaría
fuera por un tiempo.
Separándose, Kyrnon se dirigió hacia atrás, siguiendo los planos que
Winter había enviado, guiándolo más rápido a la caja de seguridad. A
diferencia de la mayoría de las casas en el área, la original estaba en el piso
principal. Era en esa habitación donde encontraría la caja fuerte.
Las puertas traseras ya estaban abiertas, Calavera ya se encontraba
en la habitación con una alfombra tirada en la esquina, con sus rehenes
atados allí.
—Esta es tu especialidad —dijo Calavera haciendo un gesto hacia la
puerta de la caja fuerte.
Era un modelo anterior, uno que carecía de la sofisticación que los
modelos más recientes aplicaban para prevenir lo que Kyrnon estaba a
punto de hacer. Colocando tres pequeños explosivos a lo largo de la manija
de la caja fuerte, dio un paso atrás, haciendo el conteo antes de presionar
el interruptor, volando las cargas.
Chispas iluminaron la habitación, humo ondeó cuando se disparó la
dinamita. Kyrnon cayó al suelo, quitando el humo mientras abría la caja
fuerte, arrojando los pedazos de la caja que habían estallado dentro.
—¡No tienes derecho! —dijo la mujer, supuso que era Amanda, desde
su lugar en el piso.
—Para empezar, nunca fue suyo —murmuró Kyrnon, demasiado
concentrado en vaciar el contenido en lugar de entretenerse con lo que
estaba diciendo.
No había mucho para buscar, además de unos pocos bonos, barras
de oro y paquetes de dinero. Si tuviera que adivinar, lo que sea que haya
estado almacenado aquí antes, Amanda ya lo había movido.
Pero en el fondo, encontró lo que había venido a buscar.
Por el peso en la palma de su mano, solo podía decir que el collar de
diamantes valía una pequeña fortuna, y mientras lo sacaba, los diamantes
brillaron, destellando incluso a la luz tenue de la habitación.
Bien hecho.
Metiéndolo en su bolsillo, Kyrnon recuperó su rifle.
—Vámonos.
Tan rápido como eso, estaban saliendo de la casa... al menos hasta
que uno de los agentes de seguridad que no habían marcado apareció
repentinamente por la esquina, golpeando duramente a Calavera en la
cara antes de volver su mirada hacia Kyrnon.
Volteando su rifle sobre su espalda, Kyrnon se lanzó hacia el hombre,
su mano formó un puño segundos antes de golpearlo en la mandíbula.
Seguido rápidamente con otro en su cuerpo y finalmente una bota en el
pecho.
El hombre se desplomó, con sangre en los dientes mientras gruñía, listo
para atacar a Kyrnon, pero tenía el rifle en la mano antes de que el hombre
pudiera dar un paso.
—Retírate. Última advertencia.
Calavera tenía un taser en la mano, antes de que pudiera hacer otro
movimiento envió cincuenta mil voltios a través del cuerpo del hombre,
dejándolo inconsciente en el suelo una vez que su cuerpo había dejado de
convulsionar.
Otros cinco minutos y estaban saliendo a toda velocidad, Skorpion en
una dirección, el resto en otra. Para cuando llegaron al avión con una hora
de sobra, Kyrnon estaba haciendo la cuenta, calculando su tiempo de
llegada previsto y de cuánto tiempo tomaría el vuelo.
Solo lo suficiente.
Él tendría justo lo suficiente.
Sin embargo, alrededor de una hora después del vuelo, Red recibió
una llamada que hizo que Kyrnon se sentara un poco más recto,
entrecerrando los ojos.
—Correcto —dijo Red, un borde en su voz—. Me haré cargo de ello.
—¿Qué? —exigió saber, pero una parte de sí ya sabía lo que diría, por
la forma en que el otro hombre lo había vuelto a mirar. Cambió su
pregunta—. ¿Cómo?
Le había dicho específicamente a qué se enfrentaban, y no dudaba
por un segundo que ella haría lo que le pidiera, lo que significaba que no
debía poner un pie fuera de su lugar hasta que regresara y estuviera todo
despejado.
—Se hicieron pasar por repartidores, le dijeron que tenía que firmar.
Ella no podría haber sabido que no era real.
Sin pensar, Kyrnon golpeó el asiento frente a él.
Pero lo peor era el conocimiento de estar a miles de pies en el aire, y
a horas de llegar a Nueva York. En ese momento se sintió impotente, un
sentimiento del que no había necesitado deshacerse en años.
—Tranquilo —dijo Red, por una vez la voz de la razón—. Ella querrá ese
collar más de lo que querrá hacerle daño a Amber.
Pero eso no significaba que mientras tanto Elora no la lastimaría. Y
ahora que la mujer había llegado a Amber, había perdido el control de la
situación. Ahora él estaba en territorio desconocido, donde tendría que
jugar según sus reglas.
—Mujeres como ella no lo dejarán así —dijo Kyrnon. Ella querría hacer
pagar a Amber, incluso si la idea estaba fuera de lugar.
—Podemos tratar de tomarla por la fuerza.
—Pero no sabemos dónde la tienen retenida —terminó Kyrnon,
sintiendo que el palpitante dolor de cabeza comenzaba detrás de sus ojos.
No importaba qué estrategia se le ocurriera, había demasiadas
variables desconocidas.
Excepto...
Había solo un hombre que conocía tenía el poder suficiente para
sofocar lo que Elora planeaba.
Kyrnon necesitaba que pusiera su precio.
Capítulo 18
Todo había sido borroso...
Tan segura como estaba en el desván de Kyrnon, no había pensado
que alguien hubiera podido encontrarla allí. Y esa fue la razón por la que no
lo pensó mucho cuando sonó el timbre, un repartidor esperándola escaleras
abajo para que firmara el cuadro que Kyrnon había comprado en la
subasta. En un momento bajaba las escaleras, lista para firmar, al siguiente
sintió un pellizco en su cuello y todo se oscureció.
No sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que la tomaron. Por
lo que sabía, podrían haber pasado horas, pero sí mucho tiempo, que
hubiera deseado poder escapar de la habitación oscurecida.
Tenía las manos atadas a la espalda y los tobillos también cuando un
hombre entró hace poco y los liberó.
Amber no podía hacer realidad sus esperanzas de que podría haber
encontrado la manera de salir de allí, no cuando no había nada más que
un colchón en el suelo y un inodoro en la esquina, pero nada que pudiera
cortarle la tela de sus muñecas.
Una parte de ella sabía, mientras se paseaba por el pequeño espacio,
que había cometido un error estúpido al bajar las escaleras. No era que
tuviese la intención de romper la regla de Kyrnon de nunca abandonar su
lugar hasta que él regresara y le dijera todo, pero no había pensado que
podrían haberla encontrado en su lugar, especialmente cuando apenas
había salido.
Pero aquí estaba ella, y si lograba salir de esta habitación con vida,
nunca volvería a cometer el mismo error.
Hubo un alboroto al otro lado de la puerta, las voces al otro lado la
hicieron sentarse, con el corazón martilleándole en el pecho mientras
esperaba con ansiedad para ver si era o no por ella que venían.
Efectivamente, la puerta se abrió de golpe, entró un hombre calvo
con un ceño fruncido, el arma metida en su cintura exhibiéndola.
Usando sus piernas, Amber se retrocedió hasta que su espalda estuvo
contra la pared, y si hubiera necesidad de ello, podría luchar contra ellos,
pero el hombre simplemente se movió a una esquina, cruzando los brazos
sobre su pecho mientras mantenía los ojos fríos sobre ella.
Era la mujer que entró después de él quien claramente era el jefe de
la operación. Llevaba un vestido negro que abrazaba a su figura, su cabello
oscuro cayendo en elaborados rizos alrededor de su rostro. Tan bonita como
era, había algo peligroso en su mirada cuando se fijó en Amber.
—Es una pena que nos encontremos en estas circunstancias —dijo
con una sonrisa radiante—. Tu habilidad en falsificaciones es uno de los
mejores trabajos que he visto. Si un amigo no viniera a mi oficina y lo
comentara, nunca lo hubiera sabido.
Amber podía no saber quién era esa mujer, pero sabía que no debía
responder a una declaración que sabía no tenía una respuesta correcta.
—Tengo dinero. —No solo lo que tenía de la pintura, si llamaba a su
padre, él le daría todo lo que pidiera—. Lo que sea…
—¿Y qué hay de ese irlandés tuyo? ¿Qué estaría dispuesto a dar por
tu regreso seguro?
Lamiéndose los labios secos, Amber miró al otro hombre en la
habitación y luego a ella.
—Cualquier cosa.
La sonrisa de la mujer fue lenta y burlona.
—Cuento con ello. Tráela.
Unas manos pesadas cayeron sobre ella mientras era arrastrada a sus
pies, luego la sacaron de la habitación. Sin preámbulo, caminaron detrás de
la mujer en los tacones caros.
Un sedán negro los esperaba fuera del edificio en el que era
mantenida, y mientras la arrastraban hacia la parte de atrás, no supo qué
sentir.
El miedo estaba allí, fuerte e incesante, haciéndola sentir que casi no
podía respirar, pero mientras miraba a través del asiento a la mujer que la
mantenía cautiva hasta que Kyrnon volviera, no era el miedo por ella lo que
la consumía, sino miedo por él.
No tenía sentido, sobre todo porque sabía que él era totalmente
capaz de cuidar de sí mismo, pero eso no le impedía pensar qué sucedería
una vez que la mujer consiguiera a Kyrnon donde quería.
Y lo que era peor, todavía no le había dicho que lo amaba. Tres
palabras sencillas y pequeñas que significarían mucho. Puede que no haya
cambiado dónde se encontraban pero al menos lo habría sabido si
simplemente se lo hubiera dicho.
Ahora, podría no tener la oportunidad.
—No te veas tan triste —dijo la mujer, confundiendo la expresión de
Amber—. A los hombres les encanta ser el caballero blanco.
No pasó mucho tiempo hasta que llegaron a otro edificio industrial,
este último mucho más exclusivo que el anterior.
—Intenta correr —le dijo la mujer mientras se ponía sus gafas de sol—.
Y estarás muerta antes de llegar al final de la cuadra.
Con una advertencia como esa...
Todos abordaron un ascensor, dirigiéndose al quinto piso que daba al
piso de oficinas. Dirigidos a través de varios corredores, finalmente se
detuvieron en una oficina que tenía una vista de 360 grados de la ciudad.
Por lo que podía decir, la mayoría de las oficinas tenían lo mismo.
En el interior, había muchos más hombres, vestidos de forma similar a
la forma en que Kyrnon había ido el día en que se vio cara a cara con su
jefe. Apenas le dedicaron una mirada, como si supieran que no era una
amenaza. ¿Cómo podría serlo cuando sus manos seguían atadas y no tenía
un arma?
Empujada en un asiento, Amber no tuvo más remedio que esperar,
contando los minutos en su cabeza.
Hasta que ya no hubo necesidad.
Se oyó estática desde el walkie-talkie sujeto al cinturón de un hombre,
una voz aguda en el otro extremo anunciando que había un visitante.
El ritmo cardíaco de Amber se aceleró. No tenían que decir un nombre
para que supiera que era Kyrnon, finalmente había regresado. Pero aún no
sentía alivio, no cuando aún no habían salido.
Desde su posición, podía ver los ascensores, o al menos los hombres
de pie frente a ellos. La idea acababa de cruzarse en su mente cuando
hubo un ruido y las puertas se abrieron lentamente.
Pasó un segundo antes de que viera el comienzo de un silenciador, un
jadeo de sorpresa la dejó cuando la cabeza del hombre se sacudió hacia
atrás con la fuerza de la bala que le desgarró el cráneo.
Había una cosa verlo en la televisión, pero al presenciarlo de primera
mano, seguido por el chorro de sangre mientras la materia cerebral
explotaba de su cabeza, Amber pensó que nunca olvidaría la vista.
Pero no se atrevió a mirar hacia otro lado, ni siquiera cuando uno de
los otros guardias se desplomó igual de rápido.
A pesar de la demostración más bien gráfica de violencia, la mujer
detrás del escritorio no se veía conmovida, más irritada que asustada por su
vida, ni siquiera cuando Kyrnon dobló la esquina, con los ojos encendidos y
las pistolas preparadas.
Parecía intrépido.
Inquebrantable.
Dispuesto a cortar a cualquiera que se interpusiera en su camino.
Sin embargo, incluso con los dedos alrededor de los gatillos, no le
disparó a nadie más a pesar de haber matado ya a dos hombres.
—Ahora, no nos precipitemos —dijo la mujer con una sonrisa delicada,
poniéndose de pie lentamente—. No hay necesidad de actuar incivilizado,
mercenario. Mientras tengas mi pago, ella es toda tuya.
Incluso mientras decía esto, uno de sus hombres se acercó a Amber,
presionando el cañón de una pistola en su sien. Cargó el arma, el sonido
increíblemente fuerte al lado de su oreja.
La mirada de Kyrnon encontró la de ella, necesitando la confirmación
visual de que estaba bien antes de dirigirse a la mujer.
—O mueve la pistola, o pierde una mano. Pruébame si quieres, pero
nunca he perdido una oportunidad.
—¿Estás dispuesto a apostar su vida en ello? —le preguntó, otro del
grupo de hombres apareciendo, todos apuntando a la cabeza de Kyrnon.
—Si no hubieras asesinado a mis hombres, podría haberte dejado salir
de este lugar, pero a causa de tu arrogancia, el precio ha subido.
Kyrnon sonrió.
—Tengo lo que quieres. —De uno de los bolsillos de su chaleco, sacó
un collar que tenía más diamantes de los que Amber había visto en
persona—. Me la devuelves, esto es tuyo.
—Eres demasiado atractivo para ser tan estúpido —dijo sacudiendo
la cabeza—. En caso de que no lo hayas notado, estás siendo superado en
número.
Con su enfoque en Kyrnon, nadie oyó los ascensores abrirse una vez
más, tampoco notaron al hombre que ahora caminaba hacia ellos.
—A ver, Elora —anunció una vez que estuvo en la habitación con
ellos—, ya es suficiente.
Amber pudo haber estado enfocada en Kyrnon, sintiendo que su
corazón estaba a punto de salir de su pecho mientras miraba los puntos rojos
iluminados en su frente por los objetivos de los rifles, pero por la forma en que
todos a su alrededor parecían enfocarse en el hombre que ahora entraba
en la habitación, no tuvo más remedio que mirarlo también.
Había algo en él... algo que no podía describir adecuadamente, pero
estaba claro que quien quiera que fuese, tenía más poder que nadie en
esta habitación ya que no parecía importarle las armas empuñadas, o el
hecho de que ya había algunos cadáveres en el suelo. Simplemente pasó
por delante de ellos como si no importasen.
—Curioso —dijo la mujer, Elora, mientras volvía a cruzar las piernas—.
No creía que estuviéramos en una base de primer nombre, Kingmaker.
—Nadie lo está, puedo asegurarte, pero no estamos aquí para asuntos
tan triviales. Aunque generalmente soy un fanático de la violencia como
herramienta para dar una lección —se sentó en uno de los sillones de
peluche de la oficina, y a pesar de que Elora había tenido la sartén por el
mango antes, estaba claro que ya no era el caso—, ahora no es una de
esas veces. Tengo planes, entiendes. Y si quiero que ellos lleguen a buen
término, entonces necesito a todos mis jugadores. Celt es uno de ellos.
—Entonces quizás tus jugadores deberían preocuparse por sus pasos
—le respondió Elora mientras lo miraba—. He matado gente por menos.
El Kingmaker, como parecía ser llamado, apenas le dedicó una
mirada a Amber mientras una sonrisa fugaz le alzaba las comisuras de los
labios mientras miraba a Elora.
—Todos tenemos nuestras fallas, ¿no? Y ese siempre ha sido tu
problema, Elora. Tu inseguridad te hace actuar antes de pensar.
—Cómo te atreves…
—Guarda el teatro para alguien que se preocupe por ellos. Yo no.
Las mejillas de Elora se tiñeron de color mientras su furia crecía.
—Tal vez no lo has notado pero no estás a cargo aquí. A diferencia de
todos los demás que has envuelto alrededor de tu pulgar, estos hombres me
responden. Así que a menos que estés listo para enfrentar tu muerte a manos
de ellos, te sugiero que cuides tu tono.
Había una especie de diversión oscura en los ojos del Kingmaker
cuando miró a la mujer, como si ella fuera un insecto que no estaba listo
para aplastar.
—¿Y cuán cuidadosamente crees que debería ser?
Elora, aunque todavía estaba orgullosa, dudó un momento antes de
finalmente hablar.
—Me subestimas bajo tu propio riesgo.
—O quizás eres tú quien me subestima, pero eso no es culpa tuya. Si
ese esposo tuyo te hubiera enseñado algo más que la mejor manera de
chupar su polla, lo sabrías. Pero rectificaré ese error.
Abrió la boca, preparándose para responder a otra respuesta, pero
antes de que pudiera decir algo, el Kingmaker levantó una mano para
silenciarla.
—Mátalos a todos.
Incluso Amber sintió un momento de confusión antes de que el sonido
del vidrio astillado la sacudiera de su posición en el piso, un grito de sorpresa
la dejó cuando la mano que sujetaba su cabello se aflojó cuando el hombre
al que pertenecía retrocedió, golpeando en el suelo cuando una bala
atravesó su cabeza.
La fuerza de su caída la tumbó también al suelo, el vidrio que ahora
cubría el suelo se le clavó en las manos y en los brazos, pero ignoró ese dolor
cuando más cuerpos cayeron al suelo.
Segundos... eso fue todo lo que se había necesitado para que las
mareas cambiaran en favor del Kingmaker.
Amber había pensado que había visto el poder en Kyrnon, Niklaus,
Mishca o Luka, pero no era nada comparado con este hombre.
—Ahora, ¿debo continuar con esta demostración, o entiendes mi
punto? —le preguntó el Kingmaker, como si no hubiera ordenado la
ejecución de al menos cuatro hombres—. Pero sé que mis hombres no tienen
la orden de matarte, Elora. Empezaremos por tus tobillos y trabajaremos
hacia arriba. Será una muerte lenta y dolorosa si llegara a eso. Ahora,
¿debemos comenzar?
Al darse cuenta de que estaba sin opciones, y queriendo vivir
desesperadamente, Elora se tragó su orgullo.
—¿Qué deseas?
Él sonrió.
—Estoy tan contento de que me hayas preguntado. —Pero el
Kingmaker no le dio ninguna demanda por el momento, en cambio miró
primero a Amber, fríos ojos la recorrieron, luego a Kyrnon, que ya estaba de
pie y se movía hacia ella—. Tómala. Espera una llamada en una hora.
Amber seguía mirando al hombre, incluso cuando sintió el toque de
Kyrnon en su brazo, ayudándola a ponerse de pie. Había esperado que otra
amenaza saliera de sus labios, esta dirigida a ella, asegurándose de que
entendiera que nunca iba a hablar de lo que había presenciado.
Pero cuando se volvió para salir, casi tropezando con uno de los
cuerpos en el suelo, se dio cuenta de que no había necesidad de una
advertencia verbal.
Estaba tendida a su alrededor en el frío suelo de mármol.

***

Mientras frotaba una bolita de algodón empapada en peróxido


contra el corte en la palma de su mano, Kyrnon fue bastante cuidadoso al
limpiar la herida y ella se perdió en el acto. Fue suficiente para enfocarlo
directamente en que ella estuviera viva y allí mismo a su lado.
—Kyrnon —dijo suavemente, como si él hubiera sido quien había sido
tomado y ella intentaba convencerlo—, estoy bien.
No importaba cuántas veces le dijera eso, y había sido muy numeroso
desde que la había metido en la parte trasera de su auto, alejándose de la
sangrienta escena que dejaron atrás, no estaba preparado para creer eso.
Kyrnon la había jodido.
Debido a él, la habían secuestrado, y aunque solo había algunos
cortes y magulladuras leves en sus muñecas, verlo era suficiente para
empeorar su creciente frustración.
No tenía a nadie a quien culpar sino a sí mismo.
Kyrnon fue arrancado de sus pensamientos cuando Amber se separó
de él, forzándolo a finalmente mirarla y realmente reconocer lo que estaba
diciendo.
—Podrías haber sido asesinada.
—Pero no lo fui.
—Estabas…
—Bien —enfatizó—. Estaba bien, y estoy bien ahora.
Alcanzó suavemente sus manos y miró sus palmas.
—Esto no debería haber sucedido.
Había una diferencia entre saber lo que él hizo y convertirse en un
objetivo debido a ello.
—No fue tu culpa, Kyrnon —dijo en voz baja, tan suave que casi no la
escuchó—. Y no voy a enloquecer por lo que pasó.
Kyrnon no estaba tan seguro de eso.
Había algunas cosas en las que uno no podía ayudar, y él sabía por
experiencia que no era fácil tragar los asesinatos a los que ambos habían
sido sometidos. Había visto muchas cosas en su tiempo como mercenario, e
incluso antes de ello, pero esto... incluso él no había comprendido
completamente lo que el Kingmaker había hecho.
Ella no era de esta vida, y esto, si fuera honesto, no fue tan malo como
podría haber sido.
Ambos tuvieron suerte en ese sentido.
—Lo entendería si lo hicieras —dijo Kyrnon.
Ella parecía insegura mientras jugueteaba con sus manos en su
regazo.
—El Kingmaker...
Kyrnon se había preguntado cuándo lo mencionaría.
—Es mi guía y alguien con quien espero nunca tengas que cruzarte
nuevamente.
—Entonces... ¿es tu jefe?
Y el hombre que actualmente tenía su deuda.
El Kingmaker, por la razón que sea, no dudó en aceptar un favor a
cambio de su interferencia. Puede que Kyrnon no haya dudado en aceptar
lo que el Kingmaker quisiera, pensando en ello ahora, no le gustaba.
No había nada bueno en deberle a un hombre una deuda,
especialmente cuando uno no sabía cuál sería esa deuda en última
instancia. Podría ser tan simple como ejecutar otro trabajo, o tan
complicado como ejecutar un golpe contra un funcionario del gobierno.
Con el Kingmaker, no había ninguna garantía.
Pero eso era una preocupación para otro día. Y si fuera honesto,
estaría de acuerdo en hacerlo de nuevo.
—Lo es.
—Tu jefe. —Amber se quedó en silencio un momento antes de
preguntar—: ¿Vamos a regresar a tu loft?
La había llevado a otra de sus casas de seguridad, esta fuera de la
ciudad y justo en el medio de un vecindario residencial donde era más más
que sabido que había mercenarios durmiendo allí.
—No ahora mismo.
Y no hasta que revisara su seguridad de nuevo.
También necesitaba descubrir quién dio con su casa de seguridad. El
loft no fue puesto en una lista en ninguna parte. Siempre tuvo cuidado de
cubrir sus huellas, por lo que alguien que conocía su ubicación se la había
dado a Elora.
Kyrnon averiguaría quién lo suficientemente pronto.
Alcanzándolo, envolvió sus brazos alrededor de su cintura,
abrazándolo fuerte mientras enterraba su rostro en su pecho.
—Gracias por salvarme.
Apoyando su barbilla sobre su cabeza, entrelazó sus dedos en su
cabello, abrazándola.
—No me agradezcas por eso.
—¿Por qué no? Es verdad.
Él inclinó su cabeza hacia arriba para ver mejor su rostro.
—Tal vez sea así, pero solo me importa si te quedarás o no.
Amber picoteó sus labios.
—Sabes que te amo, ¿verdad?
—Por supuesto que sí. ¿Qué no amarías? —Le agarró la mano cuando
intentó golpearlo, robando un beso—. Y te amo, Amber.
—Supongo que eso significa que estás atrapado conmigo.
Y no lo haría de otra manera.

***

Seis semanas más tarde...

—En otras noticias, han pasado dos semanas desde el robo en el


Museo Metropolitano de Arte donde una pintura de Vermeer de valor
incalculable fue robada. Se dice que vale más de cuatro millones de
dólares, el FBI ofrece una recompensa por cualquier información sobre el
robo...
Amber apenas prestó atención a la noticia mientras miraba las bolsas
de lona en la cama de Kyrnon. Desde que él le anunció repentinamente
que se iban a tomar unas vacaciones, había estado un poco mareada con
la perspectiva, contenta de estar escapando de Nueva York por un tiempo.
A Kyrnon solo le tomó un día después del incidente con Elora pedirle
que se mudara con él. Ni siquiera tuvo la oportunidad de estar de acuerdo
antes de que él empacara sus cosas y las llevara a su casa.
No es que le importara.
Su apartamento siempre se sentía como un hogar.
Y una vez accedió a quedarse con él, no escondió su trabajo como
lo había hecho antes. Más de una vez había visto como él, y a veces otra
persona, desaparecían en la Sala de Guerra. Pero no importaba lo que veía,
nunca conocía los detalles, y no importaba cómo lo preguntara, él no
divulgaba nada.
Durante la última semana, en lo que sea que hubiera estado
trabajando lo había llevado a un país sin nombre, y cuando regresó, hubo
un cambio en él, y por primera vez vio lo que su ocupación podía hacerle.
Después de una larga noche tratando de resolver su frustración con
ella, finalmente había anunciado a la mañana siguiente que iban a hacer
el viaje a Irlanda.
Excepto que, mientras había estado ocupada empacando, él había
estado entrando y saliendo del lugar, sin añadir una sola pieza de ropa al
equipaje.
Finalmente, pensando que ella debía hacerlo, agarró también
algunas ropas para él y las arrojó. Era difícil hacer las maletas, especialmente
cuando no tenía idea exactamente a que parte de Irlanda iban, pero haría
que funcionara.
Cuando oyó un portazo, gritó:
—¿Planeabas empacar algo o correr desnudo?
—Sal —respondió, ignorando por completo su pregunta.
—¿Qué es...? —Se calló cuando vio junto a qué estaba parado con la
sonrisa más estúpida en su cara—. No lo hiciste...
—No me digas que no te gusta.
Debería haber sabido que haría algo así, especialmente cuando le
había dicho lo emocionada que estaba cuando el cuadro de Vermeer fue
prestado a la galería.
—No estoy segura de si estas cosas son para mí o para ti —dijo, aún
con asombro al acercarse a la pintura.
Kyrnon no era tímido a la hora de dar regalos, siempre tenía algo
nuevo para ella cada vez que se iba por un largo período de tiempo. A
veces, eran cosas que le compraba, otras veces eran cosas que robaba de
lugares subterráneos que se especializaban en baratijas brillantes... esas que
ella solo sacaba en ocasiones especiales.
Pero este...
Esto era más grande que todo lo que había traído antes.
Y sin duda, mucho más difícil para que él le pusiera las manos encima.
—Si no te gusta —continuó—, puedo devolverlo.
¿Devolver la pintura que había robado en primer lugar?
—No estoy diciendo que no me guste.
—¿Te preocupa que lo encuentren? —le preguntó Kyrnon mientras
envolvía un brazo alrededor de su cintura y la llevaba hacia el interior de la
bodega—. Porque no deberías. Otro lo reemplazará muy pronto. Todo es
grandioso, amorcito.
No tenía sentido discutir con él. Además, esta era otra forma en que
decía “te amo”.
—Te amo, Kyrnon.
Sonrió lenta y constantemente un momento antes de besar sus labios.
Una promesa y una respuesta.

FIN
CODA
—Has estado pensando en sacar a tu esposo del negocio —dijo
Uilleam, mientras observaba el hielo bailar alrededor de su copa—. Una
tarea desalentadora para alguien como tú, pero no imposible para alguien
como yo.
—¿No es imposible, dices? Con todo lo que has hecho en los últimos
dos años, puedo ver por qué piensas eso pero, ¿cómo puedo estar segura
de que puedes hacer lo que necesito?
Esa era la apertura que necesitaba.
—¿Y qué es exactamente lo que necesitas? Estoy seguro de que
puedo encontrar una solución por un precio, por supuesto.
Carmen no era una mujer estúpida. No había llegado a la cima
tomando decisiones imprudentes, así que Uilleam sabía que no diría lo que
ambos sabían que quería.
—Tal vez sí quiero cosas que mi marido no quiere, pero me estás
pidiendo que lo traicione y…
—¿Lo estoy haciendo? —preguntó Uilleam, inclinando su cabeza
hacia un lado—. Solo te estoy ofreciendo un servicio… uno que he ofrecido
a muchos, incluyendo a Cesar.
—Nunca has arreglado nada para Cesar —dijo Carmen con prisa, su
acento volviéndose cada vez más denso al considerar sus palabras.
Casi sonrió.
No importaba si lo había hecho o no, no cuando la verdad ya no
importaba. La duda era algo poderoso, y aquellos que las inspiraban en los
demás siempre creían que alguien más también estaba detrás de ellos.
Carmen lo miró fijamente un momento.
—Si fallas...
—¿Cuándo lo he hecho alguna vez?
—He oído cosas —dijo Carmen mientras se echaba hacia atrás,
valorándolo con ojo crítico mientras arrastraba una uña pintada de carmesí
por el mantel—. Una mujer, ¿no?
En sus treinta y dos años de vida, Uilleam había aprendido bastante
bien cómo ocultar su reacción a los estímulos, especialmente cuando se
trataba de aquellos que querían provocarle.
Su padre le había enseñado bien en ese sentido.
Pero no era perfecto, de ninguna manera, y si bien su reacción no fue
una que le hiciera darse cuenta de ello, aun así lo sabía.
Más que eso, estaba sorprendido de que el vidrio no se hubiera roto
por el agarre que tenía en él.
—Y sin embargo, aquí estoy. Otros no pueden decir lo mismo,
¿verdad? Pero eso es irrelevante. La verdadera pregunta es si estás
dispuesta a pagar mi precio o no.
—¿Puedes garantizar mi posición como jefa de esta organización? —
le preguntó Carmen, más que feliz de arrojar a su esposo a un lado si eso
significaba que podía avanzar a un lugar de favor.
Sonriendo un poco, Uilleam dijo:
—Se arrodillarán a tus pies.
—Entonces, di tu precio.
—Tu asociación con el Cártel Contreras, termínala.
Sus ojos se abrieron de par en par, la fresca bebida que alguien le
había llevado casi hasta sus labios mientras digería sus palabras.
—No puedes...
Cortándola con una negación de la cabeza, Uilleam dijo:
—Ese es mi precio.
Sinceramente, a Uilleam no le podía importar menos con quién quería
hacer negocios, pero el hombre con el que se asociaba sí. El Cártel
Contreras tenía un contrato con Elias, uno que les aseguraba que tendrían
la primera selección de las chicas que serían traídas.
Solo otra pieza que estaba listo para mover… un peón que estaba listo
para derribar.
Pero, Uilleam siempre pedía el pago en forma de algo que no era
dado fácilmente. El dinero podía ser producido en cualquier momento por
los clientes que mantenía en su libro de contabilidad, pero eso no era
suficiente.
No podría haber recompensa sin sacrificio.
—Pero no te preocupes —agregó Uilleam, para beneficio de ella—.
Aunque no debería haber ningún problema, enviaré a uno de mis
mercenarios a protegerte mientras dure.
Ella se animó con la idea. Se había corrido la voz a lo largo y ancho
sobre el equipo de élite que él tenía bajo contrato, tanto el miedo como el
respeto que se sentía por ellos.
Excepto que no le diría a Carmen que no era un hombre el que venía
a trabajar para ella, sino una mujer, simplemente porque aborrecía a las
mujeres en general. Era tan mala como cualquier hombre, tratándolas como
si no fuesen más que criaturas volubles que no eran dignas de su atención.
A pesar de su imagen pública más bien de lucha por los derechos de
la mujer y víctimas del comercio sexual, Carmen Santiago era una de las
madams más notorias del mundo.
Pero su máscara siempre se mantenía en su lugar.
Tampoco mencionaría que el mercenario que estaría enviando había
sido parte de este lugar una vez, ahogándose en los horrores de lo que
pasaba bajo su techo.
¿Solo habían pasado siete años desde que él había estado en este
lugar y la encontró desnuda en una cama, lista para servirle porque Cesar
se lo había pedido?
Ella solo tenía dieciséis años, o tal vez diecisiete, en ese momento.
Mucho había cambiado en ese lapso de tiempo.
—Veré que se haga —dijo Carmen—. Pero espero que ese
mercenario tuyo esté aquí en cuanto el corazón de Cesar deje de latir.
—Tienes mi palabra. —Terminando el último trago, Uilleam colocó el
vaso sobre la mesa—. Me voy.
—¿Por qué tanta prisa? Estoy segura de que una de mis chicas estará
encantada de satisfacer tus necesidades.
—Soy un hombre de poco tiempo —dijo Uilleam, tomando su mano
en la suya y presionando brevemente sus labios contra la parte posterior de
la misma.
Además, cuando su hermano se enterara de lo que acababa de
proponer, tendría un problema totalmente nuevo en sus manos.

***

Hoy en día…

—Esto es hermoso —dijo con asombro y sin aliento, con sus dedos
rozando muy ligeramente el lienzo en lugar de tocarlo por completo, como
si no fuera digna de poner sus manos sobre él.
De todas las obras de su casa, se preguntó por qué había elegido esta
para adularla, para mirarla con ojos tan absortos que sabía que se sentía
genuinamente conmovida por ello. Era curioso ver a alguien más apreciar
algo que él odiaba completamente.
Al menos, eso le hizo echarle una segunda mirada.
—¿Tiene nombre? —preguntó ella, mirándole con ojos de ciervo,
esperando su respuesta.
—L'amant Flétrie —respondió, pronunciándolo de nuevo, más
lentamente la segunda vez, mientras ella intentaba imitar lo que él decía—.
Esta perteneció a mi madre.
No sabía por qué compartía esa información con ella… no era como
si fuera particularmente vital. Generalmente, se cuidaba de no revelar nada
sobre sí mismo o su familia en compañía de otros, pero con ella... quería
compartir.
Por primera vez, quería que alguien más lo conociera…

Y qué tonto había sido, pensó Uilleam con cierta amargura mientras
miraba a través de la distancia una pintura que contenía buenos y terribles
recuerdos. Todavía podía recordar muy claramente la forma en que ella la
había adulado, absorta por la imagen representada en la pintura, pero
también podía recordar el amor de su madre por ella, casi hasta un grado
obsesivo.
Descansando sobre la repisa de la chimenea, El Amante
Desmoronado parecía más oscuro, más premonitorio a la resplandeciente
luz del fuego que ardía bajo él.
Aunque había contratado el trabajo para conseguir de regreso a su
posesión la pintura, no había pensado mucho en lo que haría con ella ahora
que la tenía. Una vez, fugazmente, había pensado colgarlo de vuelta a su
propio lugar, en el mismo sitio donde su madre la había exhibido, pero
durante un ataque de ira, había quemado su antigua casa hasta los
cimientos.
Por los recuerdos que no podía bloquear, la destruyó.
Mirándolo ahora, y los recuerdos que invocaba, sintió esa familiar
urgencia de destruir algo, quitarlo de su vista y acabar con ello para siempre.
Podría habérselo dejado a quienquiera que fuera el comprador, pero esa
no era la forma en que su compulsión funcionaba.
Uilleam tenía que saber que las cosas que lo perseguían se habían ido
para siempre, no solo que estaban en manos de otro.
Ese era por qué este juego suyo no terminaría hasta que no quedaran
piezas.
Y esta pintura, esta maldita pintura horrible era parte de ello.
Todavía podía recordar cuando era un chico, cuán feliz había sido su
madre cuando la recibió como muestra del amor de su padre por ella. No
importaba que hubiera algo sombrío en el trabajo, su madre simplemente
había visto otra chuchería costosa y la había aceptado con gusto.
Pero su aprecio por ella se había marchitado al convertirse en la mujer
representada.
Tomando un trago de su whisky, Uilleam dio un golpecito con el dedo
contra el vidrio, el anillo adornando su dedo medio haciendo un agudo
sonido al entrar en contacto con ello. Solo pasaron unos segundos más de
contemplación antes de que estuviera dejando su bebida y se pusiera de
pie.
De un segundo a otro, estuvo al otro lado de la habitación,
arrancando la pintura de su lugar y arrojándola, enmarcada y todo, al
fuego.
Arrodillándose ante ello, vio como las llamas lamían los bordes, el
centro del lienzo cambiando ya a un negro tinta mientras ardían a través de
él. Si bien podía haber sido consumido por el fuego a su alrededor, no fue
destruido completamente.
Todavía no.
Pero había una cosa que Uilleam tenía cuando regresó y reclamó su
asiento.
Tuvo tiempo de verlo arder.

***

Cuando Uilleam salió de su auto, entrando a un edificio que parecía


bastante modesto desde el exterior, al momento en que salió del ascensor,
el olor ácido de la sangre asaltó sus sentidos.
La gente tenía la tendencia a olvidar cuán lejos una persona estaba
dispuesta a llegar por alguien a quien amaba. La razón salía por la ventana
cuando se trataba de asuntos del corazón, e incluso Uilleam había sentido
esa emoción abrumadora cuando luchó por alguien por quien no tenía
ningún derecho a luchar.
Pero eso era mejor dejarlo en el pasado, donde pertenecía.
Celt, en cambio…
El mercenario irlandés se encontraba en una situación precaria, una
en la que si cometía el más mínimo error, la chica de la que se había
enamorado moriría.
Uilleam estaba acostumbrado a la muerte, había sentido su fría e
implacable mano más de una vez mientras le robaban a la gente que había
querido.
Ahora, la muerte era solo otra parte de su mundo.
Si no tenía ningún uso para una persona, no le importaba. Y si bien la
chica que parecía gustarle al mercenario irlandés era muy hábil en
falsificación, no le servía de nada por el momento, así que si vivía o moría
porque alguien se ponía temperamental por un simple engaño... bueno, eso
realmente no era su problema.
No fue hasta que supo el nombre de la persona que quería la muerte
de la amante de Celt que Uilleam tomó interés en todo esto.
Elora Coillette.
Uilleam despreciaba a la mujer, y no solo porque hubiera decidido
trabajar con su misterioso enemigo, quienquiera que fuera. Era porque la
encontraba molesta. Intentaba jugar a un juego con el que no tenía nada
que ver, y estaba empezando a irritarle los nervios.
Este último evento, ella haciendo una jugada tan audaz contra él, fue
la gota que colmó el vaso.
Solo que aún no lo sabía.
Pero no dudó, mientras estaba de pie en su oficina, sus ojos se fijaron
en él mientras su temerosa mirada se preguntaba cuándo llegaría la
próxima bala, ella entendía la gravedad de su error.
Dejó que ese miedo la controlara momentáneamente antes de que
fuera reemplazado por la ira.
—Debería haberlo sabido —escupió en el momento en que Celt y la
chica ya no estaban en la habitación.
Inclinando la cabeza a un lado, una astuta sonrisa apareció en los
labios de Uilleam mientras la miraba.
—¿Saber qué, exactamente?
—Esto —dijo con una abrupta señal de corte con su mano en el aire
hacia los cuerpos que yacían a su alrededor—. Sabía que eras atrevido,
¿pero esto? Nunca pensé que llegarías tan lejos. ¿Y por qué? Una pintura sin
sentido.
Le parecía divertido que pensara que no tenía sentido ahora que la
tenía exactamente donde la quería. Parecía haber olvidado que era ella
quien había matado a tres personas en su búsqueda por adquirirla.
Y a pesar de sus sentimientos privados por la pintura, Uilleam se
aseguró de corregirla.
—Si dudabas antes de mis habilidades, espero haber rectificado eso.
—¿Qué quieres? —preguntó, cruzando las manos frente a ella—.
Nunca fue por la pintura, ¿verdad? Ya tienes eso. Pusiste todo esto para
arrinconarme, sin lugar a dudas.
Tal vez no era tan despistada como la había imaginado. Tenía razón
en su suposición de que nunca había sido sobre la pintura para él, de modo
que no tenía sentido revelar tanto.
—Hace tres años, tuviste una aventura con un hombre llamado
Malcolm Turner.
Su ceño se frunció en confusión mientras echaba hacia atrás sus
recuerdos.
—¿El banquero de inversiones? No veo cómo te servirá de algo
teniendo en cuenta que está muerto.
Eso no era nuevo para Uilleam. Tampoco era noticia que fuera la que
estaba detrás de la muerte del hombre. Por supuesto, Malcolm no había sido
inocente durante sus cincuenta y seis años de vida. Lavando dinero para
gente con la que realmente no debería haber hecho negocios y pagando
a una cantidad de chicas jóvenes para mantener sus bocas cerradas sobre
las cosas depravadas que les había hecho hacer. De manera que no le
importó mucho cuando Elora envenenó al hombre y heredó todo.
—Sabía que moriría al minuto en que se arrastrara entre tus piernas,
pero te conozco, Elora. Y sé que le quitaste algo más que su fortuna,
particularmente sus archivos.
Su mandíbula se apretó, su mirada lanzándose alrededor de la
habitación, mientras consideraba mentir. Debido a que él estaba de humor,
le permitió la oportunidad de desplazarse entre los pensamientos de su
diabólico cerebro.
Uilleam ya le había advertido una vez las consecuencias de hacer
algo contra él. Y eso era todo lo que todos recibían, esa única advertencia.
Como él dijo, todos sabían lo que significaba una vez que ya no le
eran útiles.
—Digamos que tengo los archivos —dijo después de aclararse la
garganta con una delicada tos—. ¿Qué esperas encontrar en ellos? Dudo
mucho que siga siendo útil después de tanto tiempo.
—Mis razones son mías. En cuanto a lo que quiero, quiero cada
porción de información, tanto impresa como digital, que tengas sobre el
difunto Sr. Turner.
Estaba claro que quería negarle su petición, pero con otra mirada
alrededor de la habitación, a la destrucción que él había causado,
reconsideró su silenciosa negación.
—Haré que te los envíen. Mi ayuda está un poco... —Le dio una
patada a uno de los hombres fornidos muertos a sus pies—, indispuesta en
este momento.
Ah, eso.
—Tienes siete horas, Elora. Siete. Si no lo haces a su debido tiempo, te
arrancaré todo lo que amas, e incluso lo que no.
Destruiría su vida.
Y esa era una de sus mejores características.
Entregado su mensaje, Uilleam se giró para irse.
Pero Elora, más que un poco nerviosa y avergonzada por haber sido
más lista que él, no tomó eso muy bien.
—¿Es verdad lo que dicen de ti? —gritó detrás de él.
—Elijo no disfrutar de chismes ociosos, Elora. Te sugiero que hagas lo
mismo —dijo, aunque sabía que caería en oídos sordos.
Ella sacaba provecho de los rumores.
—Él hablaba, sabes —continuó Elora, ajena a su creciente agitación—
. Antes de que supieras que te traicionó. Les contó a otros cómo huyó de ti.
Y por qué.
Cruzó el suelo hacia él, deslizándose en su papel de tentadora, que
normalmente cosechaba cosas a su favor.
—No a todo el mundo le gusta saber que se está acostando con el
diablo.
Una suave risa cayó de sus labios cuando se dio cuenta de que estaba
llegando a él, pero el sonido se cortó bruscamente cuando la agarró por el
cuello y la arrastró más cerca, sin conmoverse por la forma en que sus uñas
se clavaban en su piel.
Apretando más fuerte, dijo:
—Una vez conocí a un hombre que confundió a un rey con un peón,
Elora. No cometas el mismo error. Haz lo que te he pedido, luego corre muy,
muy lejos, porque la próxima vez que te vea, no seré tan agradable.
Soltándola, ignoró las lágrimas en sus ojos mientras ella se doblaba
hasta el suelo, una mano a su garganta mientras succionaba tragos de aire.
Dejándola, volvió a salir del edificio sin mirar hacia atrás.
Luego se paró en seco ante el Aston Martin Vulcan holgazaneando
en la acera.
Conocía este auto tan bien como conocía al hombre detrás del
volante, e incluso antes de que se abriera la puerta, Uilleam sonrió.
—Hola, hermano.
Siguiente
Libro
Querido lector,
Estás cordialmente a unirte a
nosotros para celebrar la unión
entre Kyrnon Murphy y Amber
Lacey. Te garantizamos una noche
llena de diversión y amor, sin peleas
(hablo de ti, Luka), sin puñaladas
(presta atención, Syn) y sin
discusiones de ningún tipo (es decir,
todos). Esperamos veros allí.
Con amor,
Kyrnon y Amber

Incluso los planes mejor trazados no


salen bien, pero eso es lo que hace
que todo valga la pena.
Acompaña al ladrón irlandés y a su
amor mientras se casan en la
hermosa naturaleza de Irlanda del
Norte, rodeados de familiares y
amigos.
Den of Mercenaries #2.5
Something Green es una novela epílogo de Celt (Den of Mercenaries #2) y
no debe leerse de forma independiente.
Siguiente
Libro
¿Te gustaría un regalo?

Cuatro pequeñas palabras...

No deberían haber significado nada,


sólo una proposición hecha por un
hombre que Luna Santiago no
conocía por razones que no
entendía.

Cuatro pequeñas palabras fue todo


lo que necesitó para abrir los ojos y
ver la nueva vida que él le ofrecía.

Con cuatro pequeñas palabras, Kit


Runehart la poseyó.

Den of Mercenaries #3
Sobre la
Autora
Con una licenciatura en Escritura Creativa, London Miller ha tocado la
pluma al papel, creando fascinantes mundos ficticios donde los chicos
malos algunas veces son los chicos buenos. Y las mujeres que aman… su
novela debut, In The Beginning, es la primera en la Serie Volkov Bratva.

Actualmente reside en el Sur de Georgia donde bebe mucho café y pasa


sus noches escribiendo. Para saber más de ella y sus proyectos, por favor
visítala a través de sus redes sociales:

http://facebook.com/londonmillerauthor

http://twitter.com/AuthorLMiller
¡Visítanos y entérate de nuestros proyectos!

También podría gustarte