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HISTORIA • Los incomprendidos de la Historia

Isabel Barreto, la mujer almirante


MARÍA ELVIRA ROCA BAREA 21 AGO. 2018 | 19:03

S• u aventura en los mares, desde Filipinas hasta Perú, desmiente el tópico del Imperio Español
hecho sin mujeres
Si Frontino no se equivoca, y con él la historia clásica, hubo en tiempos de las Guerras Médicas
otra mujer que fue almirante, Artemisia I de Halicarnaso, que estuvo al mando de su flota en la
batalla de Salamina como aliada de Jerjes. Intentó convencer al persa de que no entrara con sus
grandes barcos en el estrecho de Salamina, sino que rindiera a los griegos por hambre, cortando
las salidas. Pero Jerjes no le hizo caso. Y perdió la batalla.

No sabemos mucho de Artemisia. Tampoco de Isabel Barreto. Nació probablemente en Galicia,


alrededor de 1567. Para la historia aparece ya en Lima a donde seguramente llegó con doña
Teresa de Castro, también gallega, y esposa del virrey García de Mendoza. Allí conoce a Álvaro
de Mendaña y se casa con él. Ella tiene 19 años y él anda ya por los 44. No obstante, aun con la
gran diferencia de edad, el matrimonio parece que se lleva muy bien.

Mendaña es un explorador con larga experiencia en una parte del mundo que es un misterio: el
Océano Pacífico. Magallanes y Elcano ya han dado la vuelta al mundo, pero aquellas aguas siguen
siendo inmensas y desconocidas. Hay muchos españoles empeñados en descubrir sus secretos y
hallar lo que se nombra, sin saber muy bien qué es o será, como la Terra Ignota o la Terra
Australis. Mendaña es uno de esos hombres. Hizo un primer viaje y descubrió en 1568 unas islas
maravillosas a las que llamó Archipiélago de las Salomón. Su propósito era regresar a ellas y
construir un asentamiento permanente. Mendaña tarda más de 25 años en preparar un segundo
viaje. Parten del puerto peruano de Paita con cuatro barcos. Son 368 personas entre hombres,
mujeres y niños. Sin embargo, una desviación de 400 kilómetros impide reencontrar las Salomón. A
cambio, Mendaña pone en el mapa las Islas Marquesas y otras muchas. Si la ida fue difícil, la
vuelta lo fue todavía más. La muerte de Mendaña en la isla de Santa Cruz, las difíciles relaciones
entre Pedro Fernández de Quirós, el piloto mayor, y Pedro Marino Manrique, que manda a los
soldados, obligan a dar la vuelta y poner proa a Filipinas. Al morir Mendaña deja al mando de los
barcos a su cuñado Lorenzo Barreto, y en su testamento escribe: "Nombro a doña Isabel Barreto,
mi legítima esposa, gobernadora y heredera universal y señora del título del Marquesado que del
Rey, Nuestro Señor, tengo".

Desgraciadamente, muere también a los pocos días Lorenzo Barreto, que deja a su hermana, a la
que no le falta temple, el mando de los barcos. Esta acumula sobre sí los títulos de gobernadora y
almirante con mando sobre toda la gente de mar y de guerra, y ella será la que dirija la expedición
hacia Filipinas y, desde allí, hacia Perú de nuevo. No será fácil. Quirós la detesta y tiene motivos. El
que sabe todo lo que se puede saber de exploración por el Pacífico (estrellas, barcos y cartas
náuticas) es él. A fin de cuentas, Isabel no sabría cómo salir del laberinto de aquel océano sin
Quirós. Pero manda ella. Y el piloto mayor obedece, no se insubordina, lo cual dice mucho y
bueno de estos hombres y su respeto a la jerarquía de mando.

Dejará, sin embargo, constancia de su resentimiento, que paradójicamente también será la causa
de que conozcamos a Isabel Barreto, porque la narración de este periplo la hace el poeta sevillano
Luis Belmonte Bermúdez, que es el secretario de Quirós y cronista de sus viajes. Casi toda la
información que tenemos sobre Isabel Barreto procede de la relación de Belmonte y, por lo tanto,
no es demasiado favorable a la que fue conocida como la Reina de Saba, por su vínculo con las
Islas Salomón.
"Jamestown and the Founding of English America", de James Horn,

La figura histórica de Isabel Barreto viene muy a propósito para acabar de una vez con esa idea
tan abundantemente esparcida por los anglosajones de que España envió a América sólo
conquerors, mientras que ellos iban con sus familias. Ergo eran settlers, no conquerors, lo cual
ofrece una estampa mucho más amable, que sigue promocionándose en los libros de texto, para
que no haya una generación a la que no se le incruste una imagen de los españoles como unos tíos
con armadura y armas de fuego que iban arrasando todo lo que encontraban, frente a idílicas
estampas de granjas de "colonos" ingleses al lado de un arroyito donde una señora con caperuza
puritana le echa de comer a las gallinas. Véase para cuarto de primaria el manual estadounidense
Reflections. La imagen buena frente a la imagen mala. Esta insistencia en la falta de mujeres no es
un detalle sin importancia. Ha servido para justificar el mestizaje, que no había manera de obviar,
no como la demostración de la falta de racismo y de capacidad para relacionarse con el Otro, sino
por pura necesidad fisiológica, ya que no había españolas. Los españoles no habrían tenido más
remedio que recurrir a las indias a falta de otras hembras, y no por procedimientos precisamente
pacíficos.

Así, década a década y siglo tras siglo, los ingleses y estadounidenses han visto siempre mujeres
representadas en los barcos que iban a América desde Inglaterra (settlers). El grabado que
acompaña a este artículo es de un libro de Historia del siglo XIX (New York Public Library) y
representa la llegada de quienes fundaron Jamestown, primer asentamiento inglés (fundación por
cierto fracasada). Pero resulta que en los tres barcos de la Virginia Company que arribaron a las
costas americanas no iba una sola mujer. En la historia del Imperio Español hubo, no sólo una
Isabel Barreto, almirante y gobernadora, sino también una María de Toledo, virreina de las Indias
Occidentales. Hubo una Mencía Calderón, que con otras 50 mujeres, atravesó
1.600 kilómetros de selva en una expedición que duró más de seis años. Hubo una Beatriz de la
Cueva, gobernadora de Guatemala. En fin, que en el siglo XVI de 45.327 viajeros a América
registrados en el Archivo de Indias, 10.118 eran mujeres. Quiere decirse que hubo un puñado
bastante nutrido que tuvo mando y responsabilidad de gobierno porque, aunque esto haga
estremecer todos nuestros prejuicios sobre el Imperio Español, las mujeres españolas de los dos
hemisferios eran más libres y tenían más posibilidades de promoción que en otros países
occidentales. Entreténgase el lector y a ver si encuentra alguna gobernadora en las colonias
inglesas u holandesas.

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