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MARIO CASTRO ARENAS

PANAMA y PERU
en el Siglo XVI

Panamá, 2008
PANAMÁ y PERÚ
en el Siglo XVI

© Mario Castro Arenas, 2008

ISBN 978-9962-669-06-7

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Panamá, Rep. de Panamá
PRESENTACIÓN
Declaración indispensable a los 75

Asediado por los terroristas asesinos de la oscura,


que no luminosa, secta que planificó mi exterminio; ene-
mistado con el gobierno y, después, expulsado del par-
tido en el que milité más de treinta años en un proceso
disciplinario entre torquemadesco y kafkiano (juzgado
en ausencia por cargos que nunca conocí); vetado poste-
riormente por el nacionalismo diplomático entre comillas
del régimen de un nipo-peruano de altamar opuesto a que
formara parte de la misión de la cancillería panameña que
reinició las relaciones de Perú y Panamá, por éstas y por otras
razones abandoné el Perú y me radiqué en Panamá a partir
de 1990. En esta tierra generosa y fraterna, a los 56 años,
rehice mi vida sentimental, casándome con Tita Méndez,
uniéndonos desde entonces un amor que es amor-raíz,
amor-árbol, amor-ancla. En Panamá, tres veces la Parca se
cruzó en mi camino, pretendiendo interrumpir mi felicidad al
lado de Tita, Pero mi Madre María Auxiliadora siempre me
protege y mi Maestro San Juan Bosco ilumina mis pasos.
En Panamá he publicado ocho libros que transpa-
rentan mi madurez como investigador de la historia, las
ideologías políticas y la literatura. Bolivariano de vida y
doctrina, soy peruano, y panameño, pero, también, vene-
zolano (pasé allí seis años desterrado) mexicano (México
me asiló en 1974 de la dictadura militar), y soy, asimismo,
cubano, argentino, ecuatoriano, chileno, guatemalteco, en
suma, americano total. Reivindico la ciudadanía america-
na propuesta en el Congreso Anfictiónico de Panamá en
1826 por el delegado peruano Manuel Lorenzo de Vidau-
rre. Ratifico mis convicciones social demócratas un poco
a la manera de los socialistas fabianos. Ratifico, sobre todo,
4 - — M A R I O CASTRO A R E N A S

que seguiré siendo adversario de las intolerancias políticas,


religiosas, filosóficas, porque mi patria espiritual siempre
fue, la libertad.
PROLOGO
Reúno esta selección de investigaciones históricas es-
critas en la ciudad de Panamá el año 2005 con el propósito
de remarcar la estrecha unidad histórica entre Panamá y
el Perú, a partir del siglo XVI. Comunidad histórica que
se inició desde la época precolombina con los contactos
humanos y culturales establecidos por las navegaciones
oceánicas de miembros del imperio incaico a la región del
Birú, reconfirmadas por testimonios de caciques a Pascual
de Andagoya y corroboradas con el encuentro del piloto
Bartolomé Ruiz de una balsa cargada de textiles, conchas,
y otros objetos de comercio, antes que Pizarro arribara a
la costa peruana.
Otros enlaces históricos durante la conquista, como
la información de los caciques panameños a Balboa sobre
la abundancia de oro en el imperio incaico; importantes
detalles, antes deficientemente esclarecidos, sobre la or-
ganización de las expediciones al Levante por Pizarro, Al-
magro, Luque y Pedrarias Dávila desde Panamá; la revi-
sión del conflicto personal emponzoñado entre Almagro
y Pizarro; el involucramiento de Panamá en las campañas
de la guerra civil emprendida por Gonzalo Pizarro; el sig-
nificado de la articulación de la ruta de El Callao, Camino
de Cruces, el río Chagres y Nombre de Dios en el tránsito
de personas, metales y mercaderías, corroboran la tras-
cendencia de la integración histórica del Perú y Panamá
en el siglo XVI.
Completamos estos estudios históricos con algunos
aportes, a saber, la visión histórica de Voltaire sobre el Im-
perio Incaico; la influencia del pensamiento del teólogo
franciscano inglés Guillermo de Ockham en Fray Barto-
lomé de las Casas, la presencia del Inca Garcilazo de la
Vega en el Diccionario de Autoridades; y las peculiarida-
6 — MARIO CASTRO ARENAS

des humanísticas de España en el Renacimiento europeo.


Iniciamos un análisis revisionista que continuaremos, si
Dios nos lo permite.
VOLTAIRE Y LOS INCAS
Traducción libre de Mario Castro Arenas del "Essai
sur les moeurs et l'esprit del nations", de Voltaire, TOMO
III, París, chez Antoine-Augustin Renouard, chapitre
CXLV. Capítulo CXLV "De Colombe et de l'Amérique" y
Capítulo CXLVIII "De la conquête du Pérou".
"A los descubrimientos de los portugueses debemos
el descubrimiento del nuevo mundo. Pero es una obliga-
ción decir que si la conquista de América fue funesta para
sus habitantes, también; en algunos casos, lo fue para los
conquistadores. He aquí que, en el más grande aconteci-
miento, sin duda, del planeta, la mitad había ignorado a
la otra mitad. Y quiere que desaparezca la nueva creación.
Pronunciamos todavía con admiración respetuosa el nom-
bre de los Argonautas, que valen cien veces menos que los
marineros de Gama y Alburquerque.
Los que erigieron altares en la antigüedad a los grie-
gos, al descubridor de América Cristóbal Colón y a Barto-
lomé (Las Casas), que son hermanos, no los trataron con
la misma medida. Colón, maltratado por los portugueses,
concibió que se podía hacer cosas más grandes y, con la rá-
pida revisión de un mapamundi, juzgó que debía existir
otro mundo que se podía encontrar viajando siempre hacia
el occidente. Su coraje fue igual a la fuerza de su espíritu, y
lo más grande que tuvo que combatir fueron los prejuicios
de sus contemporáneos y los rechazos de los príncipes. Su
patria lo consideró visionario, pero perdió la oportunidad
de engrandecerse, ofreciéndole apoyo. Enrique VII, más
ávido de dinero que capaz de arriesgarse en una empresa
noble, no escuchó al hermano de Colón. Fue rechazado en
Portugal por Juan II que sólo quería viajar por las costas
de Africa. Y no se dirigió a Francia donde la marina fue
siempre descuidada y los asuntos públicos andaban con-
8 — MARIO CASTRO ARENAS

fundidos por la minoría de edad de Carlos VIII. El empera-


dor Maximiliano no tuvo ni flota ni puertos, ni dinero para
equiparlos, ni grandeza para un proyecto de envergadu-
ra. Venecia pudo encargarse del proyecto; sin embargo la
aversión de los genoveses por los venecianos no permitió
a Colón acercarse al rival de su nación, además que los ve-
necianos no le darían tanta importancia como su comercio
con Alejandría y el Levante. Colón no tuvo otra alternativa
que llegar a la corte de España. Fernando, rey de Aragón, e
Isabel, reina de Castilla, unieron por su matrimonio a toda
España, excepto el reino de Granada, que conservaban los
mahometanos, pero que Fernando después recuperó. La
unión de Fernando e Isabel preparó la grandeza de España.
Pero no fue sino después de ocho años de súplicas, que la
corte española decidió que el genovès llevara a cabo la em-
presa. Pero la falta de dinero casi hizo fracasar el proyecto.
La corte española era pobre. Colón precisó que el prior Pé-
rez y los negociantes Pinzón le adelantaran diecisiete mil
ducados para los gastos de armamento.
Cuando recibió la autorización partió finalmente del
puerto de Palos en Andalucía con tres pequeñas naves.
En las islas Canarias, donde fondearon sus naves, demoró
treintaitres días para descubrir la primera isla de América
y durante el corto trayecto oyó más murmuraciones de los
tripulantes que rechazos de los príncipes de Europa. La
isla, situada a millas de las Canarias, fue llamada San Sal-
vador. Luego descubrió otras islas, las Lucayas, Cuba, y
la Española, llamada hoy día Santo Domingo. Fernando e
Isabel se llevaron una sorpresa singular al verle regresar a
Colón, después de siete meses, con indios de la Española,
rarezas del país y, sobre todo, oro. Los reyes lo ensalzaron
como un grande de España, lo nombraron almirante y vi-
rrey del Nuevo Mundo. Fue considerado un enviado del
cielo. Fue entonces que tomaron en serio sus proyectos y
aceptaron nuevas expediciones bajo sus órdenes. Volvió a
partir con diecisiete naves, con las cuales hizo los descu-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI 9

brimientos de las Antillas y Jamaica. Las dudas de su pri-


mer viaje viraron a la admiración. Pero este segundo viaje
produjo envidias en la corte. El era almirante y virrey y a
esos títulos añadía el de bienhechor de Fernando e Isabel.
Sin embargo, partieron jueces para vigilar su conducta y
devolverlo a España.
Al tanto de sus viajes, el pueblo lo vio como un genio
tutelar de España. Pero, al volver por segunda vez, tenía
grilletes en las manos y en los pies.
Este tratamiento fue ordenado por Fonseca, obispo
de Burgos e intendente de armamentos. La ingratitud fue
tan grande como sus servicios. Avergonzada por los he-
chos, Isabel reparó la afrenta tanto como estaba a su al-
cance. En el tercer viaje percibió que, a diez grados del
ecuador, había la tierra firme de un continente. El había
sostenido que más abajo del ecuador no podía existir un
nuevo hemisferio, tal como sostenían los cartógrafos de la
época. Cuando descubrió el hemisferio pretendió que lo
había reconocido después de largo tiempo. Hubo un Mar-
tin Behem de Nuremberg que navegó hasta el estrecho de
Magallanes en 1560 con un permiso de una duquesa de
Borgoña que no tenía autorización para otorgar patentes.
No quiero referirme a las pretendidas cartas que muestran
a Martin Behem con unas contradicciones que desacredi-
tan esa fábula; así se probó que Behem no había poblado
esa parte de América.
No se podía rendir honores a los cartagineses que
aseguraban haber viajado por las costas del nuevo mun-
do, ni citar un tratado de Aristóteles que él no había escri-
to. No faltaron los que creyeron apreciar semejanzas entre
el dialecto de los indios caribes y el de los hebreos. Otros
sostuvieron que los hijos de Noe llegaron a Siberia y pasa-
ron a Canadá sobre el hielo y que los descendientes del pa-
triarca poblaron el Perú, Chinos y japoneses, según otros,
enviaron colonias en América y llevaron jaguares para su
diversión, aunque nunca hubo jaguares en esos países.
10 — M A R I O CASTRO ARENAS

Así razonaban los sabios inventando hombres geniales. A


propósito de los hombres de América se podría preguntar
¿quién hizo que allá crecieran la hierba y los árboles?
Es célebre la respuesta de Colón a los envidiosos. Les
dijo que podía sostener un huevo aplanando sus puntas.
Esta historia es igual a la del gran artista Brunelleschi, que re-
formó la arquitectura de Florencia antes que naciera Colón.
Las cenizas de Colón no aspiraron a otra gloria que
el de haberle dado vida a las nuevas obras de la creación.
Los hombres aman hacer justicia a los muertos y no a la
vana esperanza de rendir honores a los vivos que ansian
ante todo la verdad. Américo Vespucci, negociante floren-
tino, goza de la gloria de haber dado su nombre a la nueva
mitad del globo, de la cual no poseyó ni una pulgada de
tierra, pero pretendió haberle dado su nombre al continen-
te. La gloria no fue para el florentino porque no descubrió
el nuevo mundo sino el hombre que tuvo el coraje de em-
prender el primer viaje.
Como dijo Newton en su disputa con Leibnitz, la
gloria no le es dada al inventor, porque los que vienen
detrás son solamente discípulos. Colón emprendió tres
viajes con títulos de almirante y virrey antes que arribara
al nuevo mundo Américo Vespucci como geógrafo bajo
el mando del almirante Ojeda. Sin embargo escribió a sus
amigos de Florencia, que le creyeron sus palabras, que ha-
bía descubierto el nuevo mundo. Creyendo su palabra, los
florentinos ordenaron que todos los años hicieran fiestas
en su homenaje y su casa era iluminada con luces solem-
nes. Ciertamente este hombre no amerita honores porque,
recién en 1498, recorrió las costas de Brasil en una escua-
dra, cinco años después que Colón mostró el camino al
resto del mundo. Apareció después en Florencia una bio-
grafía de Vespucci en la que no se respeta la verdad y no
se razona consecuentemente.
Hay varios escritores franceses que rindieron justicia
a Colón, pero hay que reconocer que los españoles fueron
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 11

los primeros en hacerlo. El autor de la vida de Vespucci


dice que la vanidad francesa siempre combatió con impu-
nidad la gloria y la fortuna de Italia.
¿Qué vanidad se puede tener por un genovès que
descubrió América?
¿Qué injuria podemos hacer a la gloria de Italia si a
un italiano nacido en Genova debemos el descubrimiento
de un nuevo mundo?
Enfatizo esta falta de equidad, cortesía y de sentido
común, de la que hay muchos ejemplos. Los buenos escri-
tores franceses no han caído en estas fallas intolerables y
rinden tributo a todas las naciones.
Los habitantes de las islas y el continente fueron
hombres que no tenían barbas. Ellos también se asombra-
ron del semblante de los españoles y de sus naves y su
artillería. Vieron a los desconocidos como si fueran mons-
truos o dioses que llegaban del cielo o del océano. Por los
viajes de portugueses y españoles habíamos apreciado la
pequenez de Europa y cuántas variedades de personas
hay en la tierra. Por los viajes a la India conocíamos hom-
bres de color amarillo. Diferenciados en varias especies,
habíamos encontrado a los negros lejos de la línea ecua-
torial. Y cuando se llegó a las tierras de América bajo el
ecuador, apreciamos que la raza es blanca. Los naturales
del Brasil son del color del bronce. Los chinos parecen una
especie enteramente diferente por la conformación de su
nariz, ojos y orejas y, al parecer, por su genio. Lo que es
importante remarcar es que en algunas regiones esas ra-
zas han sido transplantadas, pero no cambian cuando se
mezclan con los naturales del país.
La membrana mucosa de los negros, que es la causa
de su color, es una prueba manifiesta que en cada especie,
como en las plantas, hay un principio que las diferencia.
La naturaleza subordina a este principio los diferen-
tes grados de genio, y estos caracteres de las naciones rara-
mente cambian. Es por eso que los negros son esclavos de
12 — MARIO CASTRO ARENAS

otros hombres. Los compran, como bestias en las costas de


África/ y los trasladan a las colonias de América, donde sir-
ven a pequeños grupos de europeos. La experiencia enseña
que la superioridad de los europeos sobre los americanos,
fácilmente vencidos en todas partes, no debería tentar una
revolución porque si se unen son más de mil por uno.
Es notorio que en América los animales y vegetales
no son mayores que los de los otros dos tercios del mun-
do. No hay caballos, no hay variedades de trigo, hierro, en
México y Perú. Las mercaderías desconocidas en el Viejo
Mundo son la cochinilla, una de las más valiosas que nos
han aportado, así como el grano escarlata que sirve des-
de tiempo inmemorial a los más bellos tintes rojos. A la
cochinilla hay que agregar el índigo, el cacao, la vainilla,
los bosques que sirven de ornamento o que entran en la
medicina como la quinina contra las fiebres intermitentes
que hay en las montañas del Perú. El nuevo continente
posee también perlas, piedras de colores, diamantes.
Las mercaderías de América brindan comodidades
y placeres a la menor parte de los europeos. Las minas de
oro y de plata son útiles solamente a los reyes de España
y a los prestamistas. El resto del mundo está empobreci-
do. El punto es que muy pocos están en posesión de esas
especies, no obstante de las inmensas sumas que entran
por los tesoros ganados por los primeros conquistadores;
pero, poco a poco, la afluencia de plata y oro inunda Eu-
ropa y pasa al mayor número de manos y es igualmente
distribuida. Los precios de las mercaderías han aumenta-
do en toda Europa.
Para comprender, por ejemplo, cómo los tesoros de
América pasaron de las manos españolas a las manos de
otras naciones, bastaría considerar dos cosas: el uso que
Carlos V y Felipe dieron a la plata y la manera que otros
pueblos participaron de las minas del Perú. Carlos V, em-
perador de Alemania. Siempre de viaje y siempre en gue-
rra, entregó a Alemania e Italia las riquezas que recibió de
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — I3

México y Perú. Cuando envió a su hijo Felipe a Londres


a desposar a la Reina María y pretender el título de rey
de Inglaterra, el príncipe llevó veintisiete cajas grandes de
plata en barras y la carga de cien caballos en plata y oro
amonedado. Los problemas de Flandes y las intrigas de la
liga en Francia costaron a este mismo Felipe más de tres
monedas de nuestra moneda actual.
En cuanto a la manera que el oro y la plata del Perú
llegaron a todos los pueblos europeos, y su venta en parte
en las Indias, es cosa conocida, aunque asombrosa. Una
ley severa dictada por Fernando e Isabel, confirmada por
Carlos V y todos los reyes de España, prohibió a las otras
naciones no sólo la entrada a los puertos de América es-
pañola sino, también, la parte menos directa del comercio.
Las leyes mostraron la forma que se subyugaba a Europa;
sin embargo, subsistió la violación perpetua de la misma
ley. Esta normativa suministró cuatro millones en merca-
dería que se transportaba a América, pero con el resto de
Europa podía comerciarse por cincuenta millones. Este
prodigioso comercio con naciones amigas o enemigas lo
llevó a cabo España sólo con españoles, siempre fieles
a los particulares y siempre engañando al rey que tuvo
mucha necesidad del negoció. Ningún reconocimiento ha
sido dado a los comerciantes extranjeros. La buena fe, sin
la cual jamás podrá existir comercio, es la única seguridad
que puede regir.
Durante largo tiempo, España comerció con extran-
jeros el oro y la plata transportados en galeones a América
en forma muy singular. El español corresponsal en Cádiz
del extranjero, confiaba los lingotes a unos valientes lla-
mados Meteoros. Con pistolas al cinto y espadas, los Me-
teoros se unían para llevar los lingotes numerados a las
murallas del puerto y los entregaban a otros Meteoros que
los llevaban a las chalupas. Luego los llevaban a los barcos
atracados en la rada. Estos Meteoros, corresponsales, em-
pleados, guardias, tuvieron sus derechos y el negociante
14 — MARIO CASTRO ARENAS

extranjero jamás fue engañado. El rey recurrió a su poder


de indulto para cuidar sus tesoros puesto que si llegaban
los galeones él era el que ganaba. Esta fue propiamente
la ley del engaño, ley que es útil en tanto en cuanto no se
vulnera y que no es abrogada. Los prejuicios siempre son
más fuertes que los hombres.
El ejemplo más grande de la violación de esta ley
y de la fidelidad de los españoles se apreció en 1684. La
guerra estaba declarada entre Francia y España. El rey ca-
tólico quiso sacar a los franceses del comercio con Améri-
ca. Empleó en vano edictos, investigaciones y hasta exco-
muniones. Esta falsa fidelidad probó que los hombres no
obedecen de buen grado a las leyes que obstaculizan los
corazones rebeldes.
El descubrimiento de América hizo mucho bien a los
españoles, pero, también, les causó grandes males. Uno
de ellos fue despoblar España por el éxodo a sus colonias;
el otro, infectar el universo de una enfermedad que no
era conocida en otras partes del universo, sobre todo en
la España. Numerosos compañeros de Colón fueron ata-
cados repentinamente y llevaron el contagio a Europa. Es
cierto que este veneno, que emponzoña las fuentes de la
vida, es propio de América, como la peste y la viruela son
enfermedades originarias de Arabia meridional. Es incon-
cebible que la carne humana, de la que se alimentan los
salvajes americanos, sea la causa de esta corrupción. Aun-
que no hay antropófagos en la isla de la Española. O tal
vez sea una dolencia antigua. O la provoquen los excesos
en los placeres. Estos excesos no han sido jamás castiga-
dos por la naturaleza del mundo antiguo; y hoy en día,
después de un momento pasado y olvidado con los años,
la unión más casta puede propagar la plaga más cruel y
vergonzante que aflige al género humano.
Podemos ver, entretanto, cómo la mitad del globo
empieza a ser presa de los príncipes cristianos y acom-
paña a los españoles en sus descubrimientos y conquis-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — I5

tas. Colón, después de abatir a los habitantes de las islas y


recorrer el continente, se afiló en España, donde gozó de
una gloria manchada por la rapiña y la crueldad. Murió
en 1506 en Valladolid. Pero los gobernadores de Cuba y la
Española que le sucedieron estaban persuadidos de que
en esas provincias hay oro, y quieren arrancarlo al precio
de la sangre de los nativos.
En fin, sea que se ganan el odio de los implacables
insulares, sea por el temor a su prestigio, sea por el furor
de la carnicería, una vez comenzado, no conoce límites y
están despoblando en pocos años la Española, que tenía
tres millones de habitantes, y Cuba que llegó a seiscientos
mil. Bartolomé de las Casas, obispo de Chiapas, testigo de
esas destrucciones, afirmó en sus obras que se cazaba a los
hombres con perros. Esos desdichados salvajes, desnudos
y desarmados, eran perseguidos como si fueran gamos
del fondo de los bosques, devorados por dogos, y heridos
a golpe de fusil, o sorprendidos y quemados dentro de
sus casas.
Este testimonio ocular de las desdichas desatadas por
la religión cristiana y el rey de España fue dejado a la pos-
teridad por un dominicano y un franciscano, sin excluir la
injusticia de los degollados sin remordimiento. Creo que
el relato de Las Casas exagera en más de un punto, pero
supongo que, al repetirlo diez veces, nos llena de horror.
Sorprende que la extinción total de una raza en la
Española se haya hecho ante los ojos de religiosos de San
Jerónimo. El Cardenal Jiménez, arzobispo de Castilla ante
Carlos V, envió cuatro monjes para dirigir el Consejo Real
de la isla; no pudieron resistir, sin duda, el torrente del
odio de los naturales del país.

La conquista del Perú

Hernán Cortés entregó a Carlos V más de doscien-


tas leguas de ancho y más de ciento cincuenta de largo
i6 — MARIO CASTRO ARENAS

de nuevas tierras, pero creyó que no era mucho. El istmo,


que estrecha entre dos mares el continente americano, tie-
ne veinticinco leguas. Se ve el mar desde lo alto de una
montaña cerca de Nombre de Dios, que, por un lado, se
extiende por las costas conocidas de América, y por el otro
lado, las costas que se prolongan por las grandes Indias. El
primero es nombrado Mar del Norte, porque estamos en
la posición norte; el segundo es el Mar del Sur porque es al
sur donde están situadas las Indias. En el año 1513, por el
Mar del Sur, se buscaron nuevos países por conquistar.
Hacia 1527, dos simples aventureros, Diego de Al-
magro y Francisco Pizarro, que no conocieron a sus pa-
dres, que no sabían leer y escribir, adquirieron para Carlos
V nuevas tierras más ricas y más vastas que México. Reco-
nocieron trescientas leguas de costas americanas; pronto
dijeron que, hacia la línea equinoccial y junto a otro trópi-
co, había mucho oro y plata, y las piedras preciosas eran
comunes en los bosques y que el país era gobernado por
un rey tan despótico como Monteczuma; el despotismo
suele ser fruto de la riqueza.
El Cuzco está en los alrededores del Trópico de Ca-
pricornio, a la altura de la isla de las Perlas, que está en
grado siete de latitud septentrional. En esa zona el mo-
narca tuvo dominio absoluto sobre un espacio de más de
treinta grados. Era una raza de conquistadores que llama-
ban Incas. El primer inca que subyugó el país e impuso
sus leyes pasó por hijo del sol. Los pueblos mejor organi-
zados del viejo y el nuevo mundo se asemejan en la deifi-
cación de los hombres extraordinarios, que son, a la vez,
conquistadores y legisladores.
Garcilaso de la Vega, último descendiente de los in-
cas trasladado a Madrid, escribió una historia alrededor
de 1608. Estaba en edad avanzada cuando la escribió. Su
padre, que estuvo en las guerras civiles de los españoles,
arribó al Cuzco alrededor de 1530. Garcilaso, a la verdad,
no podía conocer la historia detallada de sus ancestros.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — VJ

Algunos pueblos de América no conocieron la escritura, al


igual que los tártaros y los habitantes de África Meridio-
nal, y nuestros ancestros, los celtas y pueblos del septen-
trión, tampoco dejaron rastros de escritura. Los peruanos
transmitieron sus hechos a la posteridad por cordeles de
nudos, pero los puntos más esenciales de religión y los
detalles de las grandes hazañas pasaron fielmente de boca
en boca. Garcilaso fue instruido de los principales aconte-
cimientos. El asegura que en el Perú se adoraba el sol, cul-
to más razonable que cualquier otro en el mundo en el que
la razón humana se ha perfeccionado. Entre los romanos,
en los tiempos más luminosos, Plinio no admitía ningún
otro dios que los propios. Platón, más lúcido que Plinio,
llamó al sol hijo de Dios, el esplendor del Padre; este astro
fue desde hace largo tiempo reverenciado por los magos
y los antiguos egipcios. La misma verosimilitud y los mis-
mos errores se repitieron en los dos hemisferios.
Los peruanos tuvieron obeliscos para marcar los
equinoccios y los solsticios. Su año era de trescientos se-
sentaicinco días; los egipcios no dieron un paso adelante
como éste. Los peruanos levantaron prodigiosas obras de
arquitectura, esculpieron estatuas con arte supremo. Fue
la nación de mejor organización política y la más indus-
triosa del Nuevo Mundo.
El inca Huesear (Huáscar), padre de Atabalipa, úl-
timo inca del imperio destruido, extendió y embelleció
mucho más esa nación. Este inca conquistador de Quito,
hoy día la capital del Perú (sic) construyó con la mano
de obra de sus subditos, un gran camino de quinientas
leguas del Cuzco a Quito. Pero este monumento a la obe-
diencia humana no fue valorizado por los españoles.
Hombres establecidos de media legua a otra portaban las
órdenes del monarca a través de todo el imperio. Así fue
la organización política. Para juzgar su magnificencia hay
que conocer que el rey era llevado en sus viajes en un tro-
no de oro de veinticinco mil ducados y que la litera de
— M A R I O CASTRO ARENAS

oro sobre la cual se sostenía el trono era cargado por sus


políticos de mayor rango. En las ceremonias en honor del
Sol danzaban los vasallos; igual que en las antiguas cos-
tumbres de nuestro hemisferio. Cuando Huesear presidía
las ceremonias más solemnes, los danzantes llevaban una
larga cadena de oro de seiscientos pasos, gruesa como un
puño, y cada uno llevaba un eslabón. El oro era tan común
en Perú, como para nosotros él cobre.
Francisco Pizarro atacó el imperio con doscientos in-
fantes, sesenta de caballería y una docena de pequeños ca-
ñones que cargaban esclavos de países ya domados. Arri-
bó por la Mar del Sur a la altura de Quito por el ecuador.
Reinaba entonces Atabalipa, hijo de Huesear; era oriundo
de Quito y contaba con cuarenta mil soldados armados de
flechas y de picas de oro y plata.
Como Cortés, Pizarro comenzó con una embajada y
ofreció al inca la amistad de Carlos V. El inca respondió
que no recibiría como amigos a los depredadores del im-
perio y que se rindieran o tomaran el camino de regreso
a su tierra. Cuando el ejército del inca y la pequeña tropa
castellana estuvieron frente a frente, los españoles recu-
rrieron a la religión. Un monje llamado Valverde avanzó
Biblia en mano y le dijo a Atabalipa que debía creer en
todo lo que se decía en el libro y le dio un largo sermón
sobre los misterios del cristianismo. Los historiadores no
se ponen de acuerdo sobre la forma en que recibido el
sermón, pero concuerdan en que la predicación llevó a la
guerra.
Caballos, cañones, y las armas de hierro tuvieron so-
bre los peruanos el mismo efecto que sobre los mexicanos;
hubo muchos muertos del lado indígena. Atabalipa fue
arrancado de su trono por los vencedores y fue aprisiona-
do y cargado de hierros.
Para lograr una rápida libertad, el emperador prome-
tió pagar un copioso rescate. Según Herrera y Zarata (Za-
rate), Atabalipa se obligó a entregar a los españoles todo
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 10,

el oro que cupiera en una de las salones del palacio hasta


la altura de su mano por encima de su cabeza. Los correos
del inca partieron a todas partes para reunir el inmenso
rescate; el oro y la plata llegaban todos los días al cuartel
de los españoles; sea porque los peruanos se cansaron de
despojar el imperio para rescatar al cautivo, sea porque
Atabalipa no los urgió suficientemente, o no se calculó el
monto del rescate, la promesa se cumplió parcialmente.
Los conquistadores se enfurecieron, su avaricia les hizo
creer que habían sido engañados y se pusieron rabiosos al
punto que condenaron al emperador a ser quemado vivo.
Le prometieron la gracia que si se convertía en cristiano
antes de morir, lo estrangularían antes de quemarlo. El
mismo obispo Valverde le habló de la doctrina cristiana
con un intérprete; luego inmediatamente fue ahorcado y
echado al fuego. El desdichado Garcilaso, inca converti-
do en español, dice que Atabalipa fue muy cruel con su
familia y que merecía la muerte; pero no osa decir que
el castigo correspondió a los españoles. Algunos escrito-
res testigos oculares del hecho, como Zárata, afirman que
Francisco Pizarro llevó personalmente a Carlos V parte de
los tesoros antes del ajusticiamiento de Atabalipa y que
Almagro fue el único culpable de ese acto de barbarie.
El obispo de Chiapas, que ya he mencionado antes,
asevera que numerosos capitanes peruanos padecieron el
mismo suplicio, pero dudando de la generosidad de los
conquistadores, tan grande como su crueldad, prefirieron
morir y no descubrir los tesoros de sus antepasados. Entre-
tanto, del rescate pagado por Atabalipa, cada soldado de
caballería recibió doscientos cuarenta marcos de oro puro,
cada infante ciento sesenta marcos; la plata la dividieron
en la misma proporción: esto es, los de caballería recibie-
ron un tercio más que los infantes. Los oficiales recibie-
ron riquezas inmensas y a Carlos V le enviaron treinta mil
marcos de plata, tres mil de oro no trabajado y veinte mil
marcos de plata pesada y diez mil de objetos de oro.
20 — MARIO CASTRO ARENAS

América le sirvió para tener bajo el yugo a una parte


de Europa y, sobre todo, a los papas, que le adjudicaron el
Nuevo Mundo, y recibieran tributos.
Diego de Almagro marchó al Cuzco, acompañado
de una multitud de soldados, pero se sintió aislado; pene-
tró por un vasto territorio hasta arribar a Chile, más allá
del trópico de Capricornio. Lo conquistó en nombre de
Carlos V. Pronto la discordia se filtró entre los vencedores
del Perú, como se enemistaron antes Velásquez y Hernán
Cortés en la América septentrional.
Diego de Almagro y Francisco Pizarro se enfrentaron
en la guerra civil en el Cuzco, capital de los incas. Los sol-
dados que habían reclutado de Europa combatieron por la
ambición de los jefes. Tuvieron combates sangrientos bajo
los muros del Cuzco sin que los peruanos aprovecharan el
debilitamiento del común enemigo; al contrario, hubo pe-
ruanos que pelearon en cada uno de los grupos armados;
se batieron por sus respectivos tiranos, ayudando estúpi-
damente a los que los habían subyugado.
¡Tanta superioridad dio Natura a los europeos sobre
los pobladores del Nuevo Mundo¡ A final de cuentas, Al-
magro fue hecho prisionero y su rival Pizarro le decapitó.
Sin embargo, pronto, después, fue asesinado Pizarro por
los amigos de Almagro.
Se fue formando el gobierno español en todo el Nue-
vo Mundo. Las grandes provincias tuvieron sus goberna-
dores. Se organizaron las audiencias, que son semejantes
a nuestros parlamentos; arzobispos, obispos, tribunales
de la Inquisición, toda la jerarquía eclesiástica, ejerció sus
funciones como en Madrid, sustituyendo a los capitanes
que conquistaron el Perú para el Emperador Carlos V, pero
quisieron tomarlo para ellos mismos. Un hijo de Alma-
gro se proclamó rey del Perú. Otros españoles prefirieron
obedecer al jefe que residía en Europa que al compañero
que quería ser el soberano, y lo entregaron al verdugo.
Un hermano de Pizarro, con la misma ambición, corrió la
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 21

misma suerte. Hubo revueltas de españoles contra Carlos


V y no por la independencia de los pueblos sometidos por
España.
En medio de los combates librados entre ellos mis-
mos, descubrieron las minas de Potosí que los peruanos
habían ignorado. No exageramos al decir que la tierra de
este cantón era toda de plata; todavía está lejos de estar
agotada. Los peruanos trabajaron esas minas como si los
españoles fueran los verdaderos propietarios. Pronto su-
maron al yugo a los esclavos negros comprados en África
que transportaron al Perú, como animales al servicio de
hombres.
No se trataba a los negros ni a los habitantes del
Nuevo Mundo como si fueran una especie humana. Las
Casas, religioso dominicano, obispo de Chiapas, del cual
nos hemos referido, indignado por las crueldades de sus
compatriotas y la miseria de todos los pueblos, se lamen-
tó de la situación, ante Carlos V y su hijo Felipe, por las
memorias que conocemos. Las Casas presentó a los ame-
ricanos como dulces y tímidos, de un temperamento débil
que los lleva fácilmente a la esclavitud. Dice que los es-
pañoles no apreciaron esta debilidad que les facilitó des-
truir a los naturales; en Cuba, Jamaica, en las islas vecinas
perecieron doscientos mil hombres, como cazadores que
diezman una tierra de bestias fieras, "Yo los he visto, dice
él, en la isla de Santo Domingo y en Jamaica llenar los
campos de forzados patibularios a los cuales ponían estos
desdichados de tres en tres en honor, dicen ellos, de los
trece apóstoles. Los he visto lanzar niños a los perros de
caza."
Un cacique de la isla de Cuba, llamado Hatucu (Ha-
tuey) condenado a perecer por el fuego por no darle oro
a los españoles, antes que le quemaran la boca, entre las
manos de un franciscano que lo exhortaba a morir como
un cristiano, prometiéndole el cielo. ¿Qué? los cristianos
van al cielo?, preguntó el cacique; sí, sin duda, le respon-
22 — MARIO CASTRO ARENAS

dio el monje. ¡Ah! si eso es así no quiero ir al cielo, replicó


este príncipe.
Un cacique de la Nueva Granada, que está entre Perú
y México, fue quemado públicamente por haber prometi-
do llenar de oro la recámara de un capitán.
Millares de americanos sirven a los españoles de bes-
tias de carga y los liquidan cuando el cansancio les impide
marchar. En suma, este testigo ocular afirma que en las is-
las y en tierra firme un puñado de europeos aniquiló doce
millones de americanos. Para justificar, añade él, dicen
que esos desdichados se culparon de sacrificios humanos;
que, por ejemplo, en el templo de México, se sacrificaron
veinte mil hombres; pongo por testimonio al cielo y la tie-
rra que los mexicanos, que usaron el derecho bárbaro de
la guerra, no ejecutaron a ciento cincuenta prisioneros.
De acuerdo a esta cita, resulta que los españoles
exageraron mucho las depravaciones de los mexicanos y
que el obispo de Chiapas reprochó estas exageraciones a
sus compatriotas. Observamos aquí que, si reprocha a los
mexicanos, que algunas veces sacrificaban a los enemigos
vencidos al dios de la guerra. Jamás los peruanos hicieron
sacrificios al Sol, al que ellos veneraban como el Dios be-
néfico de la naturaleza. El Perú era quizás la nación más
dulce de la tierra. En resumen, las quejas reiteradas de Las
Casas no fueron inútiles. Las leyes europeas suavizaron
un poco la suerte de los americanos. Hoy en día siguen
sometidos, pero no son esclavos/7
Hasta aquí los dos capítulos dedicados por Francois-
Marie Arouet, Voltaire, al descubrimiento de América y la
conquista del Perú, en el tomo tercero del "Ensayo" en el
que dedicó otros capítulos más amplios a la interrelación
histórica entre Europa y América.
Además de la vocación crítica, inherente a su espíri-
tu, el capítulo que dedicó Voltaire a los peruanos del siglo
XVI en el "Ensayo sobre las costumbres..." sobresale entre
las obras de sus contemporáneos del Siglo de las Luces por
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 23

varias razones. En primer lugar, fue el primer historiador


francés en abordar el descubrimiento y la conquista del
Nuevo Mundo dentro de una visión de conjunto, a la vez
crítica y correctiva, desde el punto de vista antropológico.
En el "Discours Préliminaire", publicado originalmente
como "La Philosophie de l'histoire" en 1765 e incluida en
"El Ensayo sobre las costumbres" en 1769, Voltaire se re-
firió a América escuetamente. Aunque refutó los errores
del jesuita Lafitau sobre el origen griego de los america-
nos y otros simplismos, asumió como ciertos los sofismas
seudocientíficos de Bufón, De Pauw, Montesquieu y otros
sobre la debilidad congenita de los indios y los animales
de la fauna regional y la malsana insalubridad del terri-
torio:" los pueblos más cercanos a los trópicos han estado casi
todos sometidos a monarcas"; la Naturaleza, por fin, ha dado
a los americanos mucho menos industriosidad que a los hom-
bres del viejo mundo"; ... (América) está cubierta de pantanos
inmensos que enrarecen el aire; la tierra cría un número prodi-
gioso de venenos,.. "; "hacia el istmo de Panamá está la raza de
los darienes, similar a los albinos, que huye de la luz y vegeta en
cavernas, raza débil y, por tanto, muy poco numerosa"; "... los
leones de América son enclenques y cobardes... ".
Sin embargo, desarrolló un alcance favorable en el
capítulo "De los Salvajes" acerca de los menospreciados
naturales americanos: "Los pretendidos salvajes de Améri-
ca son soberanos que reciben embajadores de nuestras colonias
transplantadas a su territorio por la avaricia y la ligereza. Co-
nocen el honor, del que nuestros salvajes de Europa nunca oye-
ron palabra. Tienen una patria, la aman, la defienden, hacen
tratados, combaten con valor y hablan frecuentemente con una
energía heroica".
En el "Ensayo", se divorció de la historia francesa
providencialista de Bossuet y de la escuela de los analistas.
Asimismo rectificó a los científicos del Siglo de las Luces
en su desinformación sobre la influencia determinante del
clima —Montesquieu pontificó sobre hábitos individuales
24 — M A R I O CASTRO ARENAS

y sociales en función del frío y el calor— en los seres hu-


manos, la ñora y la fauna de América, errores descomu-
nales del padre del naturalismo europeo, Georges-Louis
Leclerc, conde de Bufón y de casi todos los científicos del
Siglo de las Luces y aledaños. En apenas cuatro años, en
el lapso de redacción de la "Filòsofía" y el "Ensayo",.Vol-
taire se desafilió de la antinomia Viejo Mundo fuerte ver-
sus Nuevo Mundo débil, que suscribió el enciclopedismo
dieciochesco.
No repitió algunos simplismos sobre la ausencia de
barba de los americanos o la inexistencia de perros y gatos,
elefantes y rinocerontes, tan repetidos por Bufón y De Paw,
como prueba de la debilidad humana y zoológica del Nue-
vo Mundo. Por encima del encasillamiento de los provi-
dencialistas y los materialistas, Voltaire conceptuó al Nue-
vo Mundo bajo términos humanísticos. Recogió el legado
humanístico de los estoicos, presente en la "Filosofía": "la
naturaleza es la misma en todas partes; así los hombres han de-
bido adoptar necesariamente las mismas verdades y los mismos
errores.,. (el hombre)" siempre ha tenido el mismo instinto, que
le lleva amarse en sí mismo, en la compañera de su placer, en sus
hijos, en sus nietos, en las obras de sus manos. Esto es lo que no
cambia jamás, de una extremidad del universo a otra".
Bajo estas premisas antropológicas, Voltaire analizó
el descubrimiento de América como el hallazgo de la otra
mitad del universo situada más allá de la frontera oceáni-
ca europea, como la revelación de lo incógnito que presin-
tió la geografía escatològica, pero que por razones religio-
sas absurdas rechazaron los cosmógrafos de la escolástica.
Los portugueses fueron los primeros en quebrar el tabú
del eurocentrismo al lanzarse a la navegación por las cos-
tas africanas. La audacia portuguesa excitó la rivalidad
española, cuya última frontera se había detenido en las
islas Canarias. Fue entonces que un navegante genovès
de cepa renacentista rompió los prejuicios cosmográficos
de sus contemporáneos y se lanzó a la búsqueda del otro
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 2$

espacio-tiempo, a la exploración de las antípodas, leyendo


las cartas de navegación con una lucidez cósmica que ate-
rrorizaba a quienes concibieron un mundo plano limitado
por abismos insondables y habitado por mitológicos seres
de rostro de perro.
De los príncipes europeos coetáneos a Colón sólo
Isabel de Castilla y Fernando de Aragón tuvieron la visión
de la existencia de otro mundo posible, que no era el ultra-
terreno de los teólogos sino de exploradores de la audacia
del genovès, guiado por versiones orales recogidas por
los marineros que recorrían las islas Azores y los cálculos
astronómicos algo extravagantes del Cardenal D'Ailly y
Toscanelli.
Por paradoja, el proyecto histórico español se cons-
truyó por antinomias, por celo mercantil y envidia geopo-
lítica de Portugal; al final de cuentas, Colón dobló la su-
perficie terrestre del planeta Tierra.
La "Filosofía" es como una introducción al "Ensayo.
En verdad, éste rectificó la noción de raza desarrollada en
el discurso preliminar. Voltaire refutó el código etnológico
enciclopedista que catalogó como inferiores a los seres no
europeos, esto es chinos, africanos y americanos, consi-
derándolos por el color de la piel, el escenario geográfico
y el clima. Si la "Filosofía" fue la primera historia de las
civilizaciones presentada como un inventario analítico de
culturas occidentales y orientales, el "Ensayo" rearticuló
la continuidad de la especie humana y cohesionó las di-
versidades raciales y culturales dentro de grandes líneas
de enlace, como las concepciones religiosas entroncadas
por el reconocimiento de un Ser Supremo de nombres y
apariencias distintas, pero primordialmente semejantes
unas a otras.
En la "Filosofía" afirmó, respaldándose en Bufón,
que "sólo un ciego podría dudar de que los blancos, los negros,
los albinos, los hotentotes, los lapones, los chinos, los america-
nos, constituyen razas enteramente diferentes".
20 — MARIO CASTRO ARENAS

En el "Ensayo", reivindicó la trascendencia cultural


de los incas con el aval de la lectura de las crónicas espa-
ñolas y de crónicas escritas por americanos, como el Inca
Garcilaso de la Vega. De las generalizaciones étnicas pasa
a las especificidades codificadas por factores diversos. Sin
mencionarlos por sus nombres, rebatió la tesis de la gue-
rra justa de Ginés de Sepúlveda y las generalizaciones de
Gomara sobre los vicios y abominaciones de los america-
nos —antropofagia, sodomía, holgazanería, barbarie.
Asumió la posición crítica de Bartolomé de las Casas
sobre la conquista de América. Sin embargo/pienso que es
erróneo encasillar a Voltaire como propagador de la leyen-
da negra de la conquista española. Acepta que Las Casas se
inclinó a la exageración de algunos acontecimientos, pero
respetó su versión de los actos de crueldad que ocurrie-
ron ante sus ojos en la isla la Española. En el campo de la
historiografía hispanoamericana, reveló un conocimiento
puntual de la obra del Inca Garcilaso de la Vega y de los
cronistas españoles Agustín de Zarate y Antonio de He-
rrera sobre el Perú, y de Antonio de Solís en los hechos de
México. A excepción de John Locke, no conozco otro trata-
dista europeo de la época que acredite lecturas de la obra
de Garcilaso. Voltaire llama desdichado al cronista mestizo
por los descaecimientos económicos que soportó en Espa-
ña por la conducta de su padre en las guerras civiles. Supo
que los Comentarios Reales proceden básicamente de
fuentes orales transmitidas por sus parientes indígenas, así
como ponderó la posición del cronista por la línea familiar
adversaria de Atahualpa. Los errores en los apellidos indí-
genas y españoles son peccata minuta confrontados con la
certeza de sus juicios críticos sobre la conquista de Améri-
ca. A diferencia de los historiadores analistas, fanáticos del
documento, Voltaire desprecia las minucias exageradas de
los papeles viejos, aduciendo que el objetivo de su trabajo
histórico "no está en saber en qué año un príncipe indigno de ser
conocido sucedió a un príncipe bárbaro en una nación grosera".
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 2/J

Los detractores de Voltaire han diseminado también


una leyenda negra, como excusa para desacreditar a priori
su pensamiento. "El Ensayo", como paradigma del racio-
nalismo del Siglo de las Luces, ilumina la oscuridad de la
leyenda. Así va demostrándolo la investigación histórica
contemporánea. El señor de Ferney no luce como enemigo
cerrado de España. Elogia la visión de los reyes católicos
en su respaldo a la propuesta de Cristóbal Colón, al par
que zahiere a Portugal e Inglaterra por desatender su pro-
yecto. Empero, no omitió crítica para lamentar que Carlos
V y Felipe II se desprendieron de los tesoros americanos,
pasándolos de una mano a otra, rápidamente, para pagar
las deudas con los banqueros genoveses ocasionadas por
los gastos de mantenimiento de los ejércitos de ocupación
en Europa. Rememora satíricamente los exorbitantes ob-
sequios en oro y plata que Felipe II llevó a su boda con la
reina María. Los metales preciosos arrancados a los mo-
narcas indios a sangre y fuego fueron despilfarrados en
pagos de mercenarios y bodas suntuosas.
¿Miente Voltaire? ¿Calumnia a los reyes habsburgos?
¿Enfanga el honor español?
Observa Voltaire que España pudo multiplicar las
rentas derivadas del Nuevo Mundo si hubiera abierto le-
galmente el comercio de mercaderías europeas a América
y viceversa. El contrabando, como describen los funciona-
rios españoles de la época, descerrajó las bodegas de las
naos que transportaban, vía el Camino de Cruces, el río
Chagres, y Portobelo, el oro y la plata que llevaron rumbo
a Cádiz y Sevilla, lo mismo que los paños y tejidos que
salieron de los puertos españoles rumbo a Portobelo, Pai-
ta, Guayaquil, El Callao, traficando en contubernio con
funcionarios de la corona. La descripción del oficio de los
Meteoros, aleación de truhanes y mercaderes, constituye
una vivida estampa de los intermediarios que se agitaban
en el transporte interno de mercaderías desde las chalu-
pas a las naves.
28 — MARIO CASTRO ARENAS

Sin duda, la valoración volteriana de la madurez


y magnificencia de la sociedad incaica es pionera de las
generaciones de historiadores y antropólogos franceses y
europeos, como Bataillon, Braudel, Baudin, Febvre, Bloch,
Duviols, Wachtel, Todorov, y otros dedicados al estudio
de la conquista de los incas, desde perspectivas diversas.
Voltaire marcó distancia de otros escritores de su
tiempo —Reynal, Marmontel, Chauteaubriand— ganados
por el exotismo o por un antihispanismo hipernacionalis-
ta. Con pasmosa capacidad de síntesis, el autor de "Cán-
dido" traza esquemas sobre la religión incaica, sobre la
medición del tiempo mediante relojes regulados por pau-
tas astronómicas, sobre la construcción de grandes mo-
numentos y caminos, sobre el sistema de contabilidad de
los quipus y otras características culturales. En una época
marcada por prejuicios religiosos y raciales, emprendió
lecturas de las crónicas de Indias que lo llevaron a separar
lo anecdótico de lo trascendente, reparar en la cochinilla y
la quinina como colorantes y base medicinal para comba-
tir las fiebres malignas.
Entre los reparos, figura el convencimiento que al-
guien le plantó de que las mujeres indígenas transmitieron
la sífilis a los conquistadores. Es curioso este señalamiento
porque los conquistadores españoles confiesan que pade-
cían bubas como consecuencia del mal gálico, atribuyén-
dole a Francia la devastadora dolencia. La Edad Media
registra el desastre de la sífilis antes del descubrimiento
de América. Voltaire no hizo referencia a la viruela, tu-
berculosis, influenza, y otras enfermedades portadas por
europeos al Nuevo Mundo, enfermedades que diezmaron
a miles de indígenas, según reconocen autores europeos.
Por otro lado, el "Ensayo" mezcló historia narrativa
e historia crítica en dosis en las que la amenidad y la pro-
fundidad conceptual se equilibran. Mientras en la "Filo-
sofía" tendió a la abstracción de los debates teológicos y
antropológicos, en el "Ensayo" más bien fue en busca del
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 20,

hombre con sus noblezas y miserias. Fueron suficientes


unas cuantas pinceladas para describir a Pizarro y Alma-
gro, contrastando su origen humilde con las riquezas que
llegaron a acumular.
Aquí, en esta traducción parcial, nos constreñimos a
los retratos humanos de la conquista de América. La lec-
tura ad integrum del "Ensayo" suministra una abigarra-
da galería de retratos humanos que empieza con el Papa
Alejandro VI y su hijo César Borgia, Carlos V de España y
Francisco I de Francia y se amplía a más monarcas, mon-
jes, aventureros, políticos, traficantes de pieles, soldados,
mineros, etc.
Hasta donde conocemos, no existe una traducción to-
tal al español de los volúmenes del "Ensayo". Desde 1990
circula la traducción, estudio preliminar y notas de Martín
Caparrós, editada por Tecnos de España., de la "Filosofía
de la Historia". La premonitoria modernidad del "Ensa-
yo" es espléndida coyuntura para verterlo al castellano.
Este es un intento para estimular el conocimiento global
de una obra que ahora más que nunca abate dogmas y
prejuicios colindantes con la puerilidad.
CAMINO DE CRUCES:
LA BÚSQUEDA DEL MÍTICO PASO

Para equilibrar el desafío de los portugueses que con-


trolaban el comercio de la especiería de las Indias Orien-
tales, los Reyes Católicos aprobaron los viajes de Colón,
entre otras razones, por su insistencia maníaca durante
cuatro años de que encontraría una nueva ruta occidental
a los países de los exóticos aliños orientales, navegando al
sur de las islas Canarias, Buscando la desconocida ruta, el
navegante genovès emprendió cuatro viajes: en el prime-
ro tropezó con la isla de Guanhaní, una de las Lucayas,
Cuba y Haití; en el segundo viaje llegó a las otras Antillas,
Dominica, Mari Galante, Guadalupe, Antigua, Montse-
rrat, Santa Cruz, Puerto Rico y Jamaica; en el tercero arri-
bó a la isla de Trinidad y costeó por primera vez tierra
firme desde el Orinoco hasta la costa de Paria, donde está
Caracas; y en el cuarto y último tocó la costa de Veraguas
y Portobelo de Panamá, sin percatarse que había llegado
al istmo que uniría dos océanos, abriendo teóricamente
el acceso a la lejana tierra de la especiería, aunque fue la
puerta de entrada del oro, plata y azogue(mercurio) del
Perú y el Alto Perú, además de mercadería procedente de
España y Europa,
En sus cartas a los reyes, se aprecia que Colón, pau-
latinamente, se olvidó de la especiería y más hablaba de
oro y perlas.
A partir de las frustraciones y muerte de Colón, se
sucedieron otros viajes que no llevaron a los navegantes
al hartazgo del oro. La especiería pasó a ser un sueño de
opio. La habían desplazado radicalmente el oro y la pla-
ta. Los metales preciosos fueron el flashligth alucinante
que destellaba en la mente de los viajeros lanzados por los
32 — M A R I O CASTRO ARENAS

vericuetos oceanógraficos del Nuevo Mundo. Viendo que


Colón había regresado con indígenas y papagayos, pero
con escaso oro, y sin un grano de especiería, Fernando el
Católico empezó a autorizar a los que le prometían oro,
por supuesto, con el quinto del rey.
El monarca aragonés se olvidó de la especiería, adju-
dicada en exclusiva a Portugal por el Tratado de Tordesi-
llas de 1494 negociado con mediación papal. Autorizó en
1508, después de la muerte de Colón, las capitulaciones de
Alonso de Ojeda y Diego de Nicuesa, en expediciones se-
paradas y a su costa y riesgo, para poblar Veragua y Ura-
bá. Las tierras del golfo de Urabá correspondían a Ojeda
y las de Veragua a Nicuesa, obligados ambos a construir
cada uno sendas fortalezas. Ojeda llevó a Juan de la Cosa
como piloto y como guía sapiente al cosmógrafo floren-
tino Américo Vespucci. También recorrió, más allá de los
límites de las capitulaciones, las costas de Surinam, mero-
deó por la isla Margarita y los Frailes, Chichiriviche y el
golfo de Coquibacoa, hoy Golfo de Venezuela. Igualmente
se expidió otra capitulación a Díaz de Solís y Vicente Yá-
nez Pinzón para explorar Honduras. En la expedición de
Ojeda se involucró como socio el abogado Martín Fernán-
dez de Enciso, pródigo en litigios y escaso de experiencia
náutica y como colonizador, según se comprobó posterior-
mente en el Darién. Enciso llevó como pasajero clandestino
al precursor de los inmigrantes indocumentados llamado
Vasco Núñez de Balboa. Diego de Nicuesa, otro impulsi-
vo navegante, en medio de naufragios y calamidades aún
peores, llegó a una costa insalubre a la que extrañamente
llamó Nombre de Dios. Se le había concedido una amplia
pero geográficamente difusa zona comprendida desde la
mitad del Golfo de Urabá hasta el cabo Gracias a Dios, a la
que provisionalmente llamaron Castilla del Oro, nombre
después transferido al Darién. A Ojeda se le concedieron
las tierras comprendidas entre el Cabo de Vela y la otra
mitad del Golfo de Urabá. Sin embargo, menudearon dis-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 33

cusiones y sablazos por las demarcaciones territoriales y


los derechos inherentes. Luego siguió la expedición me-
nor y semiclandestina de Peralonso Niño y Cristóbal Gue-
rra, dos sevillanos ya olvidados, atraídos por el imán de
las perlas. Tampoco, como indicamos antes, no pudieron
resistir la fiebre viajera el célebre piloto Vicente Yáñez Pin-
zón, y Juan Díaz de Solís. Cruzaron estos baqueanos de
los mares con cuatro carabelas, por primera vez, la línea
geográfica divisoria de los mares occidentales: costeando
por Brasil contemplaron el espectáculo estruendoso de
las cuatro bocas del Amazonas irrumpiendo en el Atlán-
tico. Al no encontrar oro ni perlas, acopiaron plantas que
creyeron eran canela y jengibre, y acabaron llenando, en
último término, las bodegas de palo de tinte, entonces
muy codiciado. Otro intrépido navegante, Pedro Alvarez
Cabrai, respaldado por el reino de Portugal, arribó a las
costas del Brasil.
Juan Ponce de León y Hernando de Soto fueron atra-
pados por la leyenda de la Fuente de la Juventud y de
la ciudad imaginaria de Bimini; el Oidor de la Audiencia
de Santo Domingo Lucas Vásquez de Ayllón, licenciado
en Derecho, enlazado a una antigua familia de Toledo de
origen mozárabe, recorrió el arco diseñado por las penín-
sulas de la Florida y Yucatán. Pero aburrido por la vida
sedentaria, dejó su perezoso despacho y se lanzó a la tra-
vesía de aguas desconocidas en persecución del estrecho
inencontrable. Su piloto Gordillo llegó a las costas de Ca-
rolina del Sur. No sólo los sastres se convierten en des-
cubridores, como ironizó Colón. El burocratizado aboga-
do tomó el mando en un segundo viaje y costeó el Cabo
Peligro —Fear Cod—; creyendo que el peligro era nomi-
nal, encontró la muerte en el intento. Siguiendo sus inciertos
pasos, el piloto Esteban Gómez viajó más allá de Fear Cod
y el Labrador, y se adentró, temerariamente, por las desem-
bocaduras de los ríos Delaware, Connecticut y Hudson.
34 — MARIO CASTRO ARENAS

Otros cartógrafos convencieron a los navegantes eu-


ropeos aturdidos por el apogeo de Colón y Magallanes
que el estrecho podía situarse al norte de México, en el
territorio polar por donde habían errado, siglos atrás, los
navegantes primitivos de Groenlandia y Escandinavia.
Los reyes ingleses no se perdonaron haber desoído al
hermano de Cristóbal Colón. Enrique II quiso sacarse el
clavo del despropósito británico, apoyando al veneciano
Juan Sebastián Caboto, que en 1497 intentó, partiendo de
Bristol, llegar al Oriente por rutas de Occidente. Arribó a
Terranova y el cabo Hateras. Nunca llegó a las islas orien-
tales, merodeando por el golfo de San Lorenzo. Avalados
por el revanchismo portugués, los hermanos Corté-Real
anduvieron cerca de Terranova, pero al final desapare-
cieron no se sabe todavía si en las fauces de los osos, las
trampas de los esquimales o por las calamidades inver-
nales. Tanta insistencia, o inconciencia, premió en 1854 a
Robert McCluxe, que pasó del estrecho de Behring al es-
trecho de Davis en el Océano Glacial por la misma ruta,
entonces congelada, por donde los cazadores siberianos,
persiguiendo, probablemente, un mamut con más carne
grasosa que colmillos, llegó a la desolada Alaska, sin saber
que había cruzado el puente natural de Asia y América.
Cuando en 1513 Vasco Núñez de Balboa llegó a las
orillas del Mar del Sur, la búsqueda de oro había posterga-
do mucho más todavía la exploración de la tierra de la es-
peciería. La información del hijo de un cacique del Darién
a Balboa sobre la existencia de un reino de oro abundante,
situado al Levante de Panamá, vale decir el por entonces
desconocido Imperio Incaico, frenó mucho más la ansie-
dad de encontrar el camino de la especiería. El descubri-
miento del Océano Pacífico exacerbó, también, al sur y al
norte del continente, la búsqueda del paso natural entre la
Mar del Sur el Mar del Norte.
La búsqueda del mítico estrecho bioceánico parecía
haberse frustrado en las primeras décadas del siglo XVI.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI —
35
Como anota Fernández de Oviedo, "Opinión ha sido entre
los cosmógrafos y pilotos modernos y personas que de la mar tie-
nen algún conocimiento, que hay estrecho de agua desde la Mar
del Sur a la del Norte, en la Tierra Firme, pero no se ha hallado
ni visto hasta ahora; y el estrecho que hay, los que en aquellas
partes hemos andado, más creemos que debe ser de tierra que no
de agua; porque en algunas partes es muy estrecha y tanto, que
los indios dicen que desde las montañas de la provincia de Es-
quegna y Urraca, que están entre la una y la otra mar, puesto el
hombre en las cumbres de ellas, si mira a la parte septentrional
se ve el agua y mares del Norte, de la provincia de Veragua, y
que mirando al opósito, a la parte austral o del mediodía, se ve
la mar y costa del Sur, y provincias que tocan en ella, de aques-
tos dos caciques y señores de la provincia de Urraca y Esqueg-
na". "Sumario de la historia natural de las Indias. Historia 16.
pgs.l74yl75.
Pero Oviedo no se limitó a replantear el imperativo
estratégico de la Corona, sino que fue más lejos, desechan-
do el hallazgo de un paso abierto por la mano de Dios y
proponiendo la construcción de un estrecho, por una ruta
más corta: el río Chagres más un camino terrestre como
puente entre la mar del Norte y la Mar del Sur:" desde Pa-
namá hasta el río Chagres hay cuatro leguas de muy buen cami-
no y que muy a placer le pueden andar carretas cargadas, porque
aunque hay algunas subidas son pequeñas, y tierra desocupada
de arboleda y llanos, y todo lo más de estas cuatro leguas es raso;
y llegadas las dichas carretas al dicho río allí se podría embarcar
la dicha especiería en barcas y pinazas" ob.cit.176.
El proyecto de Oviedo repotenció la idea que ya cir-
culaba por aquella época entre los españoles ilustrados
que residían en España y Panamá. El licenciado Gaspar
de Espinosa escribió a Carlos V en 1533 recomendándo-
le el uso de la vía fluvial del Chagres y la vía terrestre
del Camino de Cruces con esclavos africanos para unir a
los mares: " lo que parece que sería menester sería hasta
cincuenta negros que anduviesen con sus hachas ordina-
36 M A R I O CASTRO ARENAS

riamente limpiando los palos y maderos que hay en el río,


que los trae con las avenidas, y desmontando y abriendo
los montes que están a la ribera de él, y cantidad de dine-
ros para lo sostener a estos negros al principio, que des-
pués, puesto en orden los mismos negros se harán comida
y se pondrán en orden/' Pedro Martínez Cutillas, Panamá
Colonial, pg.162.
Otro contemporáneo de Oviedo y Espinosa, Pascual
de Andagoya, sostuvo correspondencia con el Rey sobre
el magno proyecto, ratificándose que el acceso a los dos
mares era proyecto prohijado por la corona/' Por otra real
cédula, manda V.M. que de su real hacienda se hiciese una barca
en él pasaje del río Chagre; éste fue otro buen aviso que a V.M.
dieron. Este río de Chagre tiene el mejor vado y paso queríode
su tamaño puede tener, porque en todo el año se pasa a pie y a
caballo, que no llega a los estribos, y sin ningún riesgo ni peli-
gro. .. el verdadero juntar de esta mar con la otra es que lo que
se debía de gastar en hacer la barca para él pasaje del río, V.M.
mande que sea para que de aquí a Panamá se repare el camino
y se abriese él río Chagre para andar a la sirga hasta él puerto
donde descargan las barcas, que es cinco leguas de Panamá",
Relación y Documentos. Cartas que escribió Pascual de Anda-
goya al rey con fecha en el puerto de Nombre de Dios a 22 de
octubre de 1534 en contestación a dos cédulas reales expedidas
en Toledo sobre si se podía abrir la tierra del río Chagra al mar
del Sur" pg. 218. Historia 16.
El primer marino español que exploró el curso del
río Chagres, el capitán Fernando de la Serna, escribió
en 1527 una Relación, certificada por Notario, en la que
confirmó que el río era navegable en la mayor parte de
su curso para embarcaciones medianas de transporte de
mercadería y pasajeros y podía ser una salida al mar alta-
mente aprovechable. En la carta de Pascual de Andagoya
a Carlos V en 1534 se destaca la importancia estratégica
del Puerto de Cruces como eslabón terrestre en la comu-
nicación interoceánica. El monarca español ordenó que se
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 37

construyeran dos casas: una en la boca del río Chagres y


otra en el Puerto de Cruces.
Era evidente que, a criterio del emperador y sus ase-
sores, la vía de unión de los mares, buscada infructuosa-
mente, desde los tiempos de Hernán Cortes y, después
descubierta por el portugués Hernando de Magallanes y
el español Juan Sebastián Elcano, en la región más austral
del continente, era resultado de la conexión del Chagre, o
río de los lagartos, con el Puerto de Cruces, lo que serviría
para operaciones de trasbordo, depósito de mercaderías
y campamento de alojamiento. Andagoya, conquistador
visionario/ y alcalde de Panamá, pensó que el Puerto de
Cruces podría reemplazar a la ciudad de Panamá como
eje urbano de Castilla del Oro.
Cuando estalló la guerra de los encomenderos con-
tra el Emperador por las Nuevas Leyes el nombre de Las
Cruces destella en la correspondencia tanto en los rebel-
des como en la de los oficiales del rey. Hacia principios
de la década de 1540, Cruces era la estación obligada del
tránsito de personas y mercadería del Perú a España.
Cruces, Chagre y Nombre de Dios triangulaban el flujo
comercial más importante de las Indias a España y vice-
versa. Los galeones de Sevilla y el galeón de Acapulco
dejaban la mercadería de España y México para ser en-
viada por el camino terrestre de Cruces, hacia Panamá, y
Perú. Con audaz visión geopolítica, al estallar las guerras
civiles, Gonzalo Pizarro intentó cortar el flujo del oro y
la plata a España y envió a Pedro de Hinojosa a Panamá
para tomar el control de la flota, apoderarse de los meta-
les y bloquear la comunicación con la metrópoli. Aseveró
Guillermo Lohmann Villena que " es un hecho averiguado
que las remesas de los metales preciosos procedentes del Perú,
de resultas de la inestabilidad reinante desde 1541,habían ex-
perimentado un verdadero colapso, que debió de provocar serias
preocupaciones en el ánimo de los responsables de la marcha del
Erario Imperial...¿es aventurado especular, ante estas sumarias
38 — M A R I O CASTRO ARENAS

conclusiones sobre la interrupción del flujo económico origina-


do en el Perú, que sus efectos repercutieron como lastre para la
explotación del triunfo de Muhlberg y la campaña del Elba?.
Las ideas jurídico-poltíicas en la Rebelión de Gonzalo Pizarro.
Universidad de Valladolid. 1977. pgs 60-61.
Cuando Hinojosa desertó del bando pizarrista y le
entregó la flota rebelde a Pedro de la Gasea, enviado a de-
belar la insurrección del Perú, éste empezó a recuperar no
sólo el control de la colonia más poderosa sino la estabili-
dad económica de la corona. Leales y rebeldes realzaron
la importancia estratégica de Las Cruces. Esto se corrobo-
ró cuando los hermanos Contreras, hijos de María Peña-
losa, nietos de Pedrarias Dávila, zarparon de Nicaragua
y saquearon Panamá y tomaron el control momentáneo
de Las Cruces, en aquellas sangrientas jornadas de 1555.
Al recuperar el control de Las Cruces, La Gasea se sintió
dueño de la situación y pudo sentirse seguro de regresar
a España.
En el año de 1575, aplacadas las rebeldías del Perú,
el oidor de la Audiencia de Panamá Alonso Criado de
Castilla reconoció el Camino de Cruces como eslabón de
primera jerarquía para el trasbordo del oro de los incas a
España y de mercadería hispana a Panamá y las ciudades
de Centro y Sudamérica. "Los barcos suben desde la ciudad
de Nombre de Dios de llevar la mercadería que vienen de las
flotas de España por el río de Chagras a la casa que llaman de
Cruces, que es como un depósito a do se ponen y juntan las
mercaderías. Es esta casa propia de la ciudad de Panamá. Ay en
ellas hechas cámaras que alquilan a los mercaderes, cada una por
medio peso cada día. En el sitio de la dicha casa de Cruces podría
aver población de vezinos y sería muy cómodo, en especial para
labranzas de mayz y otras sementeras para provimiento de la
gente que sube por el río y concurre en dicha casa". "El Archivo
de Indias y las exploraciones del Istmo de Panamá en los años
1527 a 1534, pgs. 433-442, Madrid.1911. Citado por Ornar Jaén
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI • — 3 9

Suárez en "Geografía de Panamá". Tomo I. Universidad de Pa-


namá. 1985. Imprenta del Banco Nacional de Panamá,
Doscientos años después, en el siglo XVIII, cuando ya
se había desvanecido el mito de la especiería de las Indias
Orientales, y los virreyes actuaban no como poetas sino
como administradores más o menos eficientes, los geó-
grafos españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa, autores
de la por mucho tiempo prohibida "Noticias Secretas de
América", escribieron una "Relación del Istmo Central de
Panamá" en la que se transparenta que la ruta del Chagres
y Puerto de Cruces tenía mayor vigencia comercial. Se ha-
bía consolidado como el camino a medias fluvial, a medias
terrestre, para llegar a las ferias de Portobelo. Se había le-
vantado el fuerte de San Lorenzo en la boca del Chagres y
en las cercanías había un pueblo de casas de paja habitado
por negros, mulatos y mestizos, que tomaban las armas
cuando lo requería el gobernador del edificio militar. El
destacado historiador panameño Alfredo Castillero Calvo
anota en documentado estudio sobre las rutas coloniales
que el Camino Real era más rápido y costoso que la combi-
nación del Chagres y Camino de Cruces. Por su menor cos-
to y porque el transporte fluvial soportaba mercadería de
mayor volumen y peso que el circuito terrestre de muías,
probablemente gran parte de los comerciantes exportado-
res e importadores eligió la ruta del Chagres, no obstante
las penalidades descritas de la travesía en medio de la sel-
va, relatadas unas con patetismo, pero otras con sentido
del humor, como la narración de Fray Diego de Ocaña, al-
rededor de mil seiscientos, quien en su viaje evitó caerse al
río y que lo rescataran los auxiliares afropanameños para
que no se dijera "aquí cayó el fraile Jerónimo, me apeaba
de continuo en semejantes paso, teniendo por mejor que
digan aquí se apeó el fraile Jerónimo, que no decir cayó".
Chatas y bongos repletos de tesoros incaicos y mer-
cadería española autorizada por las aduanas de Cádiz y
Sevilla y de paños europeos de contrabando se deslizaban
40 — MARIO CASTRO ARENAS

por las aguas turbias del Chagres plagadas de lagartos,


que raudamente dejaban las orillas cuando caían desper-
dicios y uno que otro pasajero pasado de vino. Árboles
frondosos del bosque húmedo abastecían la construc-
ción de bongos y chatas que podían cargar de 600 a 700
quintales de mercaderías vigiladas por veinte estibadores
africanos. Monos, faisanes, pavas, garzas, revoloteaban
entre las ramas de los árboles, mientras que por las sen-
das alfombradas por hojas podridas paseaban venados de
cola blanca y felinos, reptiles y roedores de toda especie.
El pueblo de Cruces tenía como gobernador un Teniente
Alcalde. Por doquier se alineaban las bodegas y aduanas
donde se registraba las mercaderías antes de seguir trán-
sito, ya a Portobelo por el norte, ya a las islas de Perico,
Flamenco y Naos, donde se balanceaban los galeones. Por
entonces, el mayor tráfico naviero internacional se con-
centraba en Perico.
Por los empedrados senderos del Camino de Cruces
palpitó la historia de varias naciones. De las minas de pla-
ta de Potosí; de los socavones sombríos de los Andes cen-
trales donde se extraía un oro jaspeado por el denso azul
del cobre; y de las minas cargadas de azogue de Huanca-
velica, partían las recuas de llamas y muías rumbo a Arica
y Moliendo, donde los metales se embodegaban para zar-
par rumbo a los puertos de El Callao y Paita y desde allí
a Las Cruces y Nombre de Dios y después a Portobelo. Se
alteró radicalmente la ruta del comercio continental. Que-
daron atrás, como pergaminos archivados, los proyectos
de búsqueda de la pimienta, el anís y el cardamomo. La
conquista creó nuevos centros de poder económico. Del
comercio de especies y de esclavos, Europa giró a la eta-
pa capitalista de los metales preciosos que financiaron las
campañas de Flandes con préstamos de banqueros geno-
veses. La globalización económica iniciada en el siglo XV
se afirmó en el siglo XVI. Gracias a Las Cruces, se infló el
mapamundi del intercambio económico.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI —
41
Se gestó y consolidó de esa manera el primer camino
a medias terrestre a medias fluvial en territorio paname-
ño. Fue el primer canal. Fue el precursor del canal de Pa-
namá. El proto canal.
En el noroeste del continente, sin embargo, siguió
buscándose intensamente otro estrecho natural. Clavado
en México por el sedentarismo y el apoltronamiento de la
administración colonial, el capitán Hernán Cortés, siem-
pre dispuesto a repetir hazañas, observaba, con algo de de
nostalgia viajera y de envidia, los logros de Pedrarias Dá-
vila. No le satisfacía la conquista de México y Guatemala,
Quería que los puertos mexicanos sobre el Pacífico tuvie-
ran tanto movimiento de pasajeros y mercadería como
Panamá. Para eso se requería nutrido tráfico comercial.
Así fue que Cortés se convirtió en hombre de negocios,
con agentes comerciales en Panamá y en Lima. También
poseyó astilleros. Sus naves, construidas en un astillero
en Tehuantepec, hacían cabotaje en ambas posesiones es-
pañolas, intercambiando alimentos, pasajeros, equinos,
plata. Cf. José Luis Martínez. Hernán Cortés. FCE. Pero sus
intereses comerciales acompañaban su afán aventurero.
Escribió al rey en 1527, poniéndose a sus órdenes para en-
contrar el paso de los mares y llegar a las islas Molucas. En
realidad, lo que ambicionaba era ampliar sus conquistas
no sólo a Guatemala sino llegar a Honduras. Nombró ca-
beza de la expedición a las Hibueras a su ambicioso lugar-
teniente Cristóbal de Olid, Pedrarias estaba al tanto de las
ambiciones de Cortés y de los movimientos de sus agentes
comerciales en Panamá. Adivinó que el tráfico marítimo y
el comercio, no escondían sus ambiciones expansionistas
por el istmo centroamericano. Por ello es que, para des-
alentar su proyección sobre Panamá, Pedrarias decidió
atajarlo en Honduras, para lo cual envió una expedición
al mando de Gil González Dávila. Sin embargo, tanto Olid
como González Dávila abrigaron codiciosos y desleales
planes personales sobre esas tierras y optaron por traicio-
42 — MARIO CASTRO ARENAS

nar a sus jefes. Ya se sabe cómo castigaban Cortés y Pedra-


rias las insubordinaciones. El segoviano ganó de manos
al extremeño y envió a Pedro Hernández de Córdoba a
la conquista de Nicaragua, conteniendo la invasión inmi-
nente de Francisco de las Casas, a órdenes del conquista-
dor de México. Estos contrapuntos le costaron quizás a
Pedrarias no encabezar la conquista del Perú.
Hernán Cortés no era hombre que aceptaba fácil-
mente la derrota. La expedición de Juan de Grijalva había
proveído las primeras informaciones sobre islas y tierra
firme, sin noticias de algún paso oceánico en las proximi-
dades del imperio azteca. Por instrucciones del rey, salió
a la búsqueda de la nave Trinidad que, al mando de fray
García de Loaisa, navegaba en pos de las islas de la espe-
ciería. Armó Cortés tres navios que partieron de Acapul-
co y enrumbaron por Mindanao y Vizcaya, pensando en
atracar en Java, Malaca y otras islas y llegar a costear la
China. Fanfarroneó Cortés sobre las miras y alcances de
la expedición de rescate. El mal tiempo desbarató los na-
vios; las lanzas y flechas de los nativos, así como la mala
disposición de los colonos portugueses, diezmaron la tri-
pulación. Fue una suerte de adelanto fatídico de lo que
aguardaba a los españoles por aquellos rumbos orienta-
les. A pesar de ello, no arredró la obstinación viajera de
Cortés. En España, en 1529, suscribió un convenio con la
corona mediante el cual financió cuatro expediciones al
norte del Mar del Sur. Dedujo Cortés que podía encontrar
por los rumbos inexplorados al norte de México un acceso
del Pacífico al Atlántico, tomando como referencia el mito
del estrecho de Andián.
Renació así la leyenda repetida por los navegantes y
gente de los puertos de un segundo estrecho por el norte
del continente, donde se creía que yacían fabulosos cau-
dales de metales preciosos. El convenio con la corona con-
cedía el valor agregado de un diez por ciento de ganancias
perpetuas para el Marqués del Valle y sus descendientes.
PANAMÁ V PERÚ EN EL SIGLO XVI — 43

Proyectos quiméricos que, en vez de enriquecerlo más que


los tesoros de Monctezuma, contradictoria e ingenuamen-
te, acabaron disminuyendo la cuantía de las ganancias del
conquistador. Cuatro expediciones, cuatro desastres. A la
cabeza de la primera fue su pariente Diego Hurtado de
Mendoza con la misión de explorar tierras más allá de los
límites de la Nueva Galicia, donde gobernaba su encarni-
zado rival Ñuño de Guzmán. Cortés era rápido en hacer
amigos cuanto enemigos. Más que fascinó se diría que
hipnotizó a Monctezuma y a la Malinche con su don de
persuasión. Pero hubo españoles envidiosos de su gloria
que no le perdonaron sus conquistas y le desterraron de
México y le persiguieron y maltrataron con saña y perfi-
dia hasta su muerte.
El segundo viaje de exploración degeneró en amoti-
namiento y asesinatos. Fortín Jiménez, segundo en el man-
do, asesinó al capitán de la expedición Diego de Becerra y
se desembarazó de sus leales, llegando a la península de
Baja California, donde encontró nativos semidesnudos en
un estadio cultural inferior al de los mexicanos. Los abu-
sos sexuales a las mujeres y otras tropelías engendraron
venganzas que fulminaron a Jiménez, quedando un pu-
ñado de sobrevivientes a los que, al llegar a Nueva Galicia
de regreso, Ñuño de Guzmán les capturó la embarcación
cuyo propietario era Cortés.
Con los ojos inyectados de sangre por la rapacidad
de su enemigo, organizó un tercer viaje en medio de las
advertencias del virrey de la Nueva España. Esta vez iba
en persona a conjurar agravios y entuertos. Ñuño de Guz-
mán bajó la guardia, y le dispensó trato cordial al ver que
reverdecían los laureles guerreros del veterano capitán,
acompañado de contingentes de soldados bien armados.
En mayo de 1535 arribó a la Baja California Sur, donde
quiso establecer una colonia permanente a manera de
base logística para futuras empresas. Fracasó el empeño
por la parvedad de las provisiones para abastecer a los
44 — MARIO CASTRO ARENAS

colonos. Por otro lado, las quejas de los colonos, obligaron


al capitán de la empresa Francisco de Ulloa a abandonar
la cabecera de playa californiana por instrucciones del vi-
rrey. De regreso a México recibió noticias del Perú a través
de una carta de su primo Francisco Pizarro a Pedro de
Alvarado, clamando por el auxilio de soldados y armas
porque Manco Inca lo tenía acorralado en Lima.
Testarudo sin atenuantes, Cortés preparó un cuarto y
definitivo viaje avanzando al golfo de California de aguas
bermejas arrastradas por la desembocadura del río Colo-
rado. Tomaron posesión de aquellas desoladas tierras a las
que en son de burla llamaron California en alusión a una
ciudad fantástica que aparece en la novela de caballería
"Las Siergas de Esplandián". Francisco de Ulloa, el primer
europeo que visitó los territorios de los estados de Baja
California y Sonora, llegó hasta la desembocadura del Río
Colorado. Escribió Ulloa una Relación de su recorrido por
la que Cortés denominó Bahía de Santa Cruz. El pionero
español dejó sus huesos en aquella tierra pobre de cerros
pelados, tan opuesta a la riqueza y verdura de Tenochtit-
lán. Como epitafio al fracaso de las cuatro expediciones,
escribió López de Gomara: "Pensaba Fernando Cortés hallar
por aquella costa y mar otra Nueva España, pero no hizo más
de lo que dicho tengo, tanta nao como armó, aunque fue allá él
mismo. Créese que hay muy grandes islas y muy ricas entre la
Nueva España y la Especiería. Gastó doscientos mil ducados, a
la cuenta que daba en estos descubrimientos, que envió muchas
más naos y gente de lo que al principio pensó y fueron causa,
como después diremos, que hubiese de tornar a España, tomar
enemistad con el virrey don Antonio y tener pleito con el rey
sobre sus vasallos; pero nunca nadie gastó con tanto ánimo en
semejantes empresas". Historia de la conquista de México, pg.
312. Biblioteca Ayacucho.
El descubrimiento del paso entre los mares fue desa-
fío omnipresente y pertinaz entre los navegantes españoles
y europeos. El gobernador de Jamaica Francisco de Garay
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 45

exploró sin éxito durante ocho meses las costas del Golfo
de México entreTampico y la Florida. Tras fracasar en el
intento, pretendió convertirse en colonizador de tierra fir-
me, pero se le había adelantado Hernán Cortés. No tuvo
más remedio que aceptar la primacía del capitán al que en-
tregó los soldados y las cuatro naves. Por otro lado, entre
1579 y 1580, el notable navegante y cosmógrafo Pedro Sar-
miento de Gamboa salió del puerto peruano de El Callao
hacia el estrecho de Magallanes, con la misión de construir
una cadena de fuertes artillados a lo largo de la entrada y
bloquear las incursiones de Francis Drake y otros piratas
europeos; de paso, podían cerrarle el paso a navegantes
de otros países, sobre todo enemigos de España, En este
primer viaje al estrecho por la ruta del Pacífico, Sarmiento
dio la vuelta por el Atlántico, hasta salir a Cádiz, después
de navegar de isla en isla, de la isla de Ascensión a las islas
del Cabo Verde, de las Canarias a las Azores,
Se verificó, con la sucesión de viajes entre las Anti-
llas, el Pacífico y el Atlántico, que el estrecho de Magalla-
nes era el único estrecho natural, pero un estrecho con un
mal tiempo desaconsejable, situado a innúmeras leguas
de distancia de los puertos de desembarco de mercade-
rías, por lo cual resultaba completamente antieconómico
y peligroso.
La única opción viable, desde todo punto de vista,
fue la de Panamá. El Chagres y el Camino de Cruces, y
provisionalmente la vía terrestre del Camino Real de die-
ciocho leguas de longitud utilizable únicamente durante
la estación seca, viajando de Nombre de Dios a Panamá,
se consolidaron como una fusión de ingeniería humana
y dones de la naturaleza al servicio de la comunicación
entre América y Europa, Cesaron las exploraciones a lo
largo y ancho del continente en busca del paso que no en-
contraron Colón, Cortés y sus émulos.
En la "Carrera de Indias", Camino de Cruces fue
una pieza insustituible en el engranaje de comunicación
4 6 — MARIO CASTRO ARENAS

comercial y administrativa organizado por la corona, con


ventajas superiores por la calidad del intercambio de me-
tales preciosos y de mercadería española, así como, por la
menor distancia de los lugares de explotación y remesa
de oro, plata y azogue del Perú, como las minas de Potosí
y Huancavelica y los puertos de Arica, Moliendo, El Ca-
llao y Paita, como el destino de distribución y consumo de
ida y vuelta, abarcando el enlace a las flotas de Veracruz
y Cartagena, Acapulco y Manila. Algunos historiadores,
Mena García, Castillero Calvo, investigaron en el Archi-
vo de Indias el importante rol del transporte a lomo de
muías en el circuito vial que concluía en Nombre de Dios
y Portobelo. Debe estudiarse, también, el extraordinario
aporte de los auquénidos autóctonos del Perú y Bolivia
en el transporte de los metales de los yacimientos de pla-
ta a los caminos de herradura y los puertos. Cargaban en
sus lomos lanudos grandes alforjas de metales en bruto o
en barras sin quejarse, sin requerir herraduras o aparejos,
por elevados senderos andinos por los que no transitan
bestias de origen occidental. Llamas y alpacas constituye-
ron una ganadería precolombina excepcional por su ca-
pacidad y resistencia, cruelmente tratada por mineros y
comerciantes. Sin esos auquénidos nativos no habría sido
posible el transporte de minerales desde los yacimientos
andinos ubicados a más de tres o cuatro mil metros sobre
el nivel del mar. Con ojos impasibles, las llamas aguardan
la reivindicación de los historiadores.
Camino de Cruces no solamente sirvió como vía de
comunicación terrestre sino, asimismo, como depósitos
para atesorar y custodiar las mercaderías. El contrabando
de mercaderías francesas e inglesas excavó forados en las
remesas de mercadería española que no se daban abas-
to para atender la multiplicación de pedidos a través de
la Feria de Portobelo. El Consejo de Indias y la Casa de
Contratación a menudo cerraron los ojos a la filtración de
mercadería francesa y británica que pasaba como manu-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 47

facturas de origen español, mientras el contrabando y la


corrupción de los altos y menores funcionarios se engan-
chaban al desgreño aduanero, que mermaron cuantio-
samente las arcas fiscales. De acuerdo a Pedro Martínez
Cutillas, recopilador exhaustivo de relatos de viajeros y
comerciantes de las rutas panameñas y el comercio de las
ferias, "las personas que desempeñaban mediante com-
pra los cargos de tesorero, contador o factor, responsables
por tanto de fiscalizar y registrar toda la contratación de
las Ferias de Portobelo, tenían que recuperar en cuatro o
cinco años la inversión inicial y embolsarse además sus-
tanciosas ganancias", ob. cit. pg. 358.
A medida que las cortes virreinales sofisticaron el
gusto por atuendos, joyas y perfumería, se refinaba, asi-
mismo, la importancia del Camino de Cruces. La Armada
del Sur recorría las costas de Ecuador, Perú y Chile, coinci-
diendo con el arribo de los galeones españoles para trans-
portar mercancías sudamericanas a la Feria de Portobelo,
centro de transacciones comerciales del que dependía, en
grado cada vez más creciente, el Camino de Cruces, alma-
cén de mercadería de tránsito alrededor del cual se mo-
vían comerciantes, pilotos, marineros, estibadores. Desde
el punto de vista de la distribución de mercaderías, fue
precursor de la Zona Libre de Colón.
En el siglo XIX, se consideraron varios proyectos
alternativos en relación a la comunicación interoceáni-
ca. Mariano Arosemena en "Apuntamientos Históricos"
informa prolijamente sobre cada uno de esos proyectos
planteados con remarcable flexibilidad. "El gobierno es-
pañol hizo reconocer y explorar aquel suelo, dando por
resultado —explica Arosemena— la posibilidad de hacer-
se la comunicación entre los océanos ventajosamente, por
las orillas del río Chagres para salir a la bahía de Limón,
o por la montaña que divide a la ciudad de Panamá de la
de Portobelo. Por esta última vía era de necesidad hora-
dar el cerro del Algarrobo, que es bastante elevado, pero
48 — MARIO CASTRO ARENAS

daba el beneficio de aprovecharse el importante puerto de


Portobelo, el mejor de los que tiene el Istmo, por su pro-
fundidad, abrigo y grandor, siendo capaz de recibir 500 o
600 buques a la vez/'. Asimismo, Arosemena registra un
audaz proyecto para aprovechar los ríos del Darién en la
comunicación interoceánica: "La provincia del Darién está
calculada, para abrirse por ella un canal marítimo. Corren
por allí el río Atrato, que tiene su nacimiento en dos la-
gunas del Chocó, que forman los ríos Quito i San Pablo,
los cuales luego se unen para caer en el Atlántico; el río
Chucunaque, que lleva sus aguas por el frente del Real de
Santa María, i recogiendo algunos arroyos, desciende al
Pacífico; el Tuira, que nace cerca del mar del Norte, i atra-
vesando casi todo el Darién, desemboca en el golfo de San
Miguel, mar del Sur, formando la bahía de Garachiné; i el
Tarena, que deriva del centro de las montañas del Darién,
i dirigiéndose al Este, recoje las aguas de otros ríos más,
i entra en el Atlántico por cuarenta bocas, formando tres
grandes islas en el golfo del Darién. Favorece para la idea
de la canalización, que el Chucunaque se navegue hasta
el pueblo de Tucutí, i cerca se encuentre el río Terremi-
guandó, que desagua al Atrato. La provincia de Veraguas,
poseyendo la laguna de Chiriquí y varios ríos es apta tam-
bién para la excavación de un canal interoceánico". Hay
que discernir si este colosal proyecto de aprovechamien-
to de la cuenca hidrográfica del Darién fue una iniciati-
va personal de Mariano Arosemena, político, además de
historiador y periodista, o si fue una idea acariciada por
el gobierno español. Arosemena poseyó una imaginación
exuberante y abogó por la materialización de la vía intero-
ceánica con argumentos comerciales de gran modernidad.
Don Mariano igualmente informa sobre los decretos legis-
lativos de 25 y 27 de mayo de 1935, que declararon libres
de pagos de aduanas, alcabala, importación y exportación
de mercaderías, y de anclaje de naves, durante 20 años los
cantones de Portobelo y Panamá para el comercio interna-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 49

cional, excepto las naciones enemigas del gobierno de la


Nueva Granada. Buscando la construcción del canal ma-
rítimo, o vías férreas o carretera, se acordaron importantes
concesiones a extranjeros. Uno de ellos fue la concesión al
Barón de Thierry para abrir un canal por los ríos Grande
y Chagres y la bahía de Limón, otorgándosele derechos
exclusivos de navegación y vastos terrenos para construir
muelles y obras al servicio del canal. Los diputados istme-
ños concurrieron al Congreso de Bogotá, abogando por la
concesión de la vía ante el gobierno de Santander. Aconte-
ció que el Barón de Thierry no materializó la concesión en
el tiempo acordado, por lo cual se expidió otro decreto en
1836, dándole mayores incentivos fiscales a los empresa-
rios interesados. Luego se interesó en el proyecto el ciuda-
dano norteamericano Carlos Biddle, quien se asoció con
ciudadanos panameños, pero caducó la concesión por in-
cumplimiento. El comerciante francés Augusto Salomón
adquirió la mayoría de acciones de la empresa. Pero se
frustraron las esperanzas de la apertura de la comunica-
ción, quizás porque no obtuvieron apoyo financiero de la
banca internacional o porque no contaron con la mano de
obra requerida para obras de envergadura en un medio-
ambiente selvático.
Empresarios privados de Estados Unidos se interesa-
ron en la comunicación ferrocarrilera de Panamá como vía
de acceso al oro de California. La construcción del ferroca-
rril sacó a la ciudad del somnoliento letargo en que había
caído. Embarcaciones de diversas banderas se mecían en
las islas de la bahía. Según Alfredo Castillero Calvo, "ini-
cialmente la navegación a vapor había encontrado mucha
resistencia y desconfianza, sobre todo por la dificultad de
aprovisionamiento de carbón, y la lentitud y poco fruto de
los primeros viajes. Sin embargo, vencido el primer pro-
blema e introducidos los necesarios perfeccionamientos
técnicos, rápidamente el vapor fue ganando terreno a la
navegación a vela y despertando creciente confianza en-
M A R I O CASTRO ARENAS

tre los inversionistas, y para fines de la década de 1830 ya


estaban constituidas algunas de las más grandes compa-
ñías británicas de navegación atlántica que todavía se en-
contraban activas en pleno siglo XX". "Ciclos y coyunturas
en la economía panameña: 1654-1869". Circularon hasta tres
diarios en idioma inglés. El viajero Chauncey D. Griswold
afirma que, a orillas del Chagres, se levantó una colonia
de 800 norteamericanos. Cruces conservó el camino em-
pedrado, aunque ya sin el auge de la época colonial. Epi-
logó convirtiéndose en la ruina melancólica de un pasado
magnifícente.
Hacia 1876, los franceses volvieron a posar la mira-
da en el proyecto del canal. Luis Napoleón envió a Lu-
den N.B Wyse y a Armand Reclus para explorar la ruta
Chagres-Cruces. Reclus ha dejado un animado relato que
podría ser la materia prima histórica de un guión cinema-
tográfico. Surgió una multitud de bandidos que atacaban
las caravanas que regresaban con pepitas de oro california-
no. Chagres fue un vocablo sinónimo del terror. Hasta que
apareció una suerte de sheriff norteamericano de 20 años
—Ran Runnels era su nombre— que organizó comités de
vigilancia que, a falta de policía rural, limpió la zona de
bandoleros, como relata Juan David Morgan en "El caba-
llo de oro". Ciertas notas de exotismo fatalista brotaron
de los trabajadores irlandeses y chinos contratados por
la Compañía del Panamá Trascontinental. Los irlandeses
murieron arrasados por los mosquitos; los chinos se suici-
daban en masa, desbaratados por la tristeza y el opio.
La separación panameña de Colombia, y su secuela,
la construcción del canal por Estados Unidos, opacaron la
edad de oro de Chagres y Cruces. La república de Pana-
má se desentendió del destino de la ruta histórica. Des-
dichadamente, la picota del progreso y la abulia estatal
amenazan la supervivencia de las ruinas del Camino de
Cruces, santuario histórico y ecológico en el que se cru-
zan, no sólo caminos, sino importantes culturas. En 1992
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 51

se creó el Parque Nacional Camino de Cruces con una su-


perficie de 4,590 hectáreas que corren paralelas al canal.
La urbanización Camino de Cruces es de 16 hectáreas.
Los ecologistas están alarmados por el riesgo de la biodi-
versidad. Pero pocos hablan del significado histórico de
Cruces. Al ritmo de la indolencia, pronto podríamos ver
nuevas urbanizaciones en las ruinas de Panamá la Vieja.
Los cañones de Portobelo se fundirán para venderlos al
peso. No sé si la urbanización Camino de Cruces carcome
el camino empedrado. Pero si sé que lo que se ha conser-
vado más o menos desde el siglo XVI al siglo XXI, puede
desaparecer por completo si se mantiene la permisividad
urbanizadora. Debajo de esas piedras, late el arrojo de los
pioneros españoles, el sacrificio de los indígenas, el sudor
de los africanos, la codicia de los gambusinos norteame-
ricanos, la tragedia de los irlandeses, la nostalgia letal de
los chinos. A unos les preocupa la suerte de los monos
titís y de los venados de cola blanca que transitan por el
corredor ecológico. A mí me mata la indiferencia por la
historia de Panamá,
OCKHAM, LAS CASAS Y VITORIA EN
EL DEBATE DEL NUEVO MUNDO
Cuando Fray Bartolomé de Las Casas recusó el res-
paldo doctrinal de la conquista de América invocó la
autoridad de los Doctores de la Iglesia y de numerosos
tratadistas de la antigüedad. En esa prolija revisión teo-
lógica omitió al Doctor Invincibilis Guillermo de Ockham
(¿-1349). Aunque fue compuesto entre 1339 y 1340, el Bre-
viloquium de principatum tyrannicio, o Sobre el gobier-
no tiránico del Papa, el manuscrito fue encontrado recién
en 1928 por R. Scholtz en la Biblioteca de Ulm. Por esa
tardía investigación bibliográfica, Las Casas se fue al otro
mundo sin saber que era discípulo de Guillermo de Oc-
kham. Antes del brillante filósofo franciscano, otros emi-
nentes teólogos objetaron la plenitudis potestatis de los
Papas en asuntos temporales, a saber, John Maior, Juan
de París (1269-Ï306), Marsilio de Padua (1275-1343), Juan
de Jandum (1285-1328), J. Wyclif (1325-1384), entre otros.
En la memorable controversia con el doctor Ginés de Se-
púlveda, Las Casas utilizó, sin conocerlo, uno de los argu-
mentos centrales de Ockham; 'Jesucristo no quiso tomar en
acto todo el poderío del mundo en cuanto hombre sobre todos los
hombres, como lo tiene en cuanto Dios, más de-parapredicarles
y enseñarles la fe; empero, para tener jurisdicción sobre ellos no,
hasta que estuvieran dentro de la iglesia, cuya puerta y entra-
da es por la fe" ("Tratado Tercero", pg. 247, Fondo de Cultura
Económica).
Para homologar las concordancias doctrinales de
Ockham y Las Casas, hay que situarlas en los contextos
históricos, que enmarcaron los razonamientos de ambos
clérigos. El conflicto de poderes entre reyes y papas co-
rresponde a una antigua rivalidad, inclusive anterior a
los cuestionamientos de Ockham. Originalmente la pug-
54 — M A R I O CASTRO A R E N A S

na surgió como reacción de los papas que rechazaron la


subordinación de la Iglesia Católica Romana a monarcas
europeos. Los papas Gelasio I y Gregorio VII, el arzobis-
po Hincmar de Reims, defendieron la independencia de
la iglesia en el período conocido como la lucha de las In-
vestiduras. Sin embargo, esta postura evolucionó al otro
polo de la controversia medieval, cuando apareció la doc-
trina de las Dos Espadas, que al revés planteó el acata-
miento de los monarcas a la autoridad papal, basándose
en una interpretación del Evangelio de San Mateo, fuen-
te de discordias que no concluyen por su transferencia a
otras esferas institucionales y privadas. En la perspectiva
papista, el canonista Enrique de Susa El Ostiensis argu-
mentó que, como vicario de Cristo, el Papa posee po-
deres universales, sobre fieles e infieles. El Concilio de
Constanza rechazó esta postura. Tiempo después, la
controversia doctrinaria se afirmó en los hechos en una
confrontación directa entre la iglesia y la monarquía. Esta
corriente reapareció, luego del interregno de Celestino V,
cuando tomó la tiara Benedicto VIII (1204-1303), un pontí-
fice que pretendió que la iglesia absorbiera el poder espi-
ritual y el poder temporal. Mediante la Bula Unam Sane-
tam, Benedicto VIII intentó someter al monarca francés
Felipe el Hermoso, receloso éste, como otros reyes galos,
de la supremacía eclesiástica italiana. Felipe el Hermoso
no vaciló en desestimarla. Reaccionando con rigor extre-
mo, ordenó que apresaran a Bonifacio VIII. El pontífice
sucesor Benedicto XI se movilizó para atajar los gérmenes
del cisma; fracasó, sin embargo, al perder el control del
concilio, después de cerca de un año de disputas estéri-
les para recuperar la unidad. El arzobispo de Burdeos fue
elegido como Clemente V (1305-1314), instalándose en la
ciudad francesa de Avignon. Se inició la serie de siete pa-
pas, así como de innumerables cardenales, de nacionali-
dad francesa. Entre tanto, el desconcierto, y la anarquía
primaron en el seno de los estados italianos.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 55

La disidencia de Guillermo de Ockham se produjo en


medio de esta caldeada atmósfera cismática, como reac-
ción de la orden franciscana a la postura más política que
teológica, de Juan XXII. La desavenencia continuó con los
pontífices Benedicto XII y Clemente VI. En el trasfondo de
la controversia doctrinal yació la disputa de Juan XXII y
Luis de Baviera; este monarca ambicionaba la corona imperial y
se opuso a las pretensiones al trono de Federico de Habsburgo.
El pontífice alentó la reivindicación del papel de la
Iglesia como mediadora diplomática en elecciones dudo-
sas de algunos pretendientes políticos. Como su repre-
sentante en la mediación, Juan XXII nombró a Roberto de
Anjou, adversario de Baviera. Allí ardió Troya. Baviera se
negó a aceptar como mediador a un redomado adversa-
rio, Juan XXII impuso a Baviera un plazo de tres meses,
so pena de excomulgarlo sino viajaba a Avignon a ren-
dirle cuentas. Pasando a la ofensiva, Baviera imputó al
papa una conducta simoníaca y convocó un concilio para
destituirlo. La respuesta de Juan XXII fue excomulgar a
Baviera. Pero la réplica de Baviera resultó fulminante: lo
destituyó con el respaldo del concilio que había convoca-
do y nombró como nuevo papa a Nicolás V.
Paralelamente a estos acontecimientos, que desem-
bocaron en la separación de los monarcas alemanes de la
Iglesia Católica, Guillermo de Ockham enfrentó un pro-
ceso con apariencia de ser estrictamente académico, pero
de ribetes políticos: los cuestionamientos de Ockham re-
probaron a la interferencia del papado en asuntos tem-
porales. El Canciller de la Universidad de Oxford acusó
a Ockham de herejía. El Canciller de la Universidad de
Oxford John Luterrell tramitó la denuncia a la sede papal
de Avignon, consiguiendo que Juan XXII convocara a sus
teólogos para la revisión de la tesis de Ockham. Pero no
fue el único miembro de la Orden de San Francisco de Asís
que objetó la potestad papal en los asuntos temporales. El
General de la Orden Miguel de Cesena criticó la posición
50 — MARIO CASTRO ARENAS

de la iglesia sobre la pobreza y, por tal razors también fue


llamado a rendir cuentas a Avignon, donde permaneció
sin arriar bandera, hasta que huyó con Guillermo de Oc-
kham, Bonagratia de Bérgamo y Francisco de Ascolii, a la
corte de Luis de Baviera.
Ciertamente, los franciscanos temieron por su vida,
al ponerse al borde de un conflicto armado las relaciones
de Juan XXII y el monarca germano. Ockham murió en
el destierro, sin haberse retractado de su negativa radical
de aceptar la participación de los papas en asuntos po-
líticos pragmáticos. Algunos historiadores insinúan que
Ockham estaba buscando la conciliación poco antes de su
fallecimiento. No se sabe hasta qué punto Ockham, filóso-
fo y lógico, además de teólogo, pudo abdicar sus puntos
de vista. La "navaja de Ockham", todavía en el Tercer Mi-
lenio, fulgura como modelo de libre pensamiento por su
capacidad de raciocinio lógico.
De acuerdo al pensamiento de Ockham, la integra-
ción del poder espiritual y el poder secular asumido se
amparó en la anotada interpretación del Evangelio en el
que San Mateo transcribe supuestas palabras de Jesucristo
a San Pedro:
"Yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edi-
ficaré yo mi iglesia. Yo te daré las llaves del reino de los cielos y
cuanto atares en la tierra será atado en los cielos y cuanto des-
atares en la tierra será atado en los cielos". Esta interpretación
remitió a una carta atribuida al Papa Clemente I referente
a las últimas disposiciones de San Pedro ante una asam-
blea de cristianos. Señala el historiador Walter Ullman
que "el papa era el mismo San Pedro que seguía ejerciendo sus
funciones a través de aquél, por indigno que fuese... este aspecto
de la posición del Papa se denomina técnicamente potestas ju-
risdicctiones, porque al Papado le correspondía la promulgación
de leyes, sancionar qué y qué no debía hacerse. Algo distinto
sucedía en el otro aspecto de la posición papal, la potestas ordi-
nis, esto es, sus funciones como obispo de Roma, que incluso se
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 57

transmitían en una secuencia temporal desde los apóstoles hasta


el actual titular de la silla pontificia", "Historia política en la
Edad Media", pg.28.
La interpretación del Papa Clemente I se transfirió a
Dionisio el Aeropagita, o Seudo Dionisio, eclesiástico de
origen sirio, que, se sospecha, fue un impostor, que usó
astutamente la dialéctica papal, argumentando que todo
poder, divino o secular, desciende del Ser Supremo y debe
ser acatado. En esa corriente se inscribieron los papas
Gelasio I, Gregorio VII y los tratadistas Juan de Salisbury
y Egidio de Roma o Gil de Roma, en su obra "De eclesiástica
Potestati".
Ockham sostuvo que esa corriente de interpretación
del Evangelio de San Mateo es herética, falsa y peligrosa,
porque desbordó el alcance que originalmente pudo con-
ceder Jesucristo. "Tal afirmación, en consecuencia, es herética
porque si el Papa tuviera tal plenitud de poderes en los asuntos
temporales podría de iure expoliar a todos los reyes y príncipes de
sus reinos y dominios para dárseles a sus consanguíneos o a otras
personas civiles a quienes quisiera dárselos o incluso retenerlos
para sí", "Sobre el gobierno tiránico del Papa", pg.27, Tecnos.
En el curso de su argumentación teológica, aseveró
Ockham que de la ley evangélica no se deriva yugo algu-
no y nadie podría hacerse esclavo de la iglesia o del papa.
Adelantó en este punto una refutación a la tesis de Aristó-
teles, rehabilitada por Ginés de Sepúlveda en la polémica
con La Casas, tesis según la cual hay hombres esclavos
por naturaleza. En los libros de los Doctores de la Iglesia
detectó, asimismo, el teólogo franciscano criterios adversos
a la plenitudis potestatis. Rescató, verbigratia, un comen-
tario de Orígenes al Evangelio de San Mateo, al igual que
una afirmación de San Ambrosio: "Cristo no es la imagen del
César. Es imagen de Dios. Tampoco Pedro es imagen del César,
pues dijo; "Dejamos todas las cosas y te hemos seguido. La ima-
gen del César no se encuentra en Santiago ni en Juan, que son
los hijos del trueno.,.Si Cristo no tuvo la imagen del César ¿por
^8 — MARIO CASTRO ARENAS

qué pagó el censo? No lo pagó de lo suyo. Devolvió al mundo lo


que era del mundo. Y si tú no quieres ser enemigo del César, no
retengas lo que es del mundo. Si tienes riqueza, eres enemigo del
César. Si no quieres deber nada a un rey terreno, deja todas tus
cosas y sigue a Cristo. "
Apoyándose en San Ambrosio, Ockham observó que
si quiere tener riquezas, el papa es enemigo de los reyes;
por tanto no tiene plenitud de poder en lo temporal. Tam-
bién recopiló citas de San Gregorio, San Juan Crisóstomo
y remató el raciocinio con una frase de San Jerónimo a
Nepociano" Que los obispos sepan ser sacerdotes, no se-
ñores". Reforzó la exegesis de los Doctores de la Iglesia
con párrafos de "De Consideración" dirigido al Papa Eu-
genio: "Nadie que milita para Dios se enrolla en los negocios
de la vida". Afianzando más su tesis en el corpus doctri-
nal de los Doctores de la Iglesia, transcribió Ockham un
comentario de San Ambrosio sobre San Lucas, muy cla-
ro y específico sobre la incompetencia de los papas en el
tratamiento de temas seculares y la distancia ideológica y
pragmática que debe mantener y respetar la Iglesia ante
los monarcas: "Hay un mandato grande y espiritual que man-
da a los varones cristianos someterse a los poderes más altos
para que nadie piense que puede desatar la potestad del rey de la
tierra. Si Cristo pagó el tributo ¿quién eres tú para pensar que
no debe ser pagado? Y Cristo pagó el tributo no poseyendo nada.
Tú, en cambio, que vas en busca de una ganancia mundana ¿por
qué no reconoces el tributo del siglo?",J''Sobre el gobierno tirá-
nico... pg.62.
Donde se aprecia más estrecha concordancia entre el
pensamiento de Ockham y el de Las Casas y Francisco
Vitoria, es en el capítulo en el que analizó la propiedad
del papado de los bienes y riquezas del imperio romano
a través de la Donación de Constantino. En base a este
documento de la Donación del emperador romano Cons-
tantino, el papado recibió bienes materiales de propiedad
de paganos. Ockham explicó su discrepancia sobre este
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — ^9

derecho de propiedad, acotando que se trata de una pro-


piedad adquirida fuera del pueblo de Dios, porque el im-
perio es anterior a la existencia de la iglesia. Rescató el
recuento histórico de los imperios preexistentes a Cristo,
organizados por leyes humanas antiguas, sobre los cuales
la iglesia no tuvo jurisdicción. Abraham, dice, no fue pro-
pietario ni de Babilonia ni de Egipto, remitiéndose a las
Sagradas Escrituras, En esa misma línea, Daniel se diri-
ge a Nabucodonosor, reconociendo su soberanía terrenal:
"Tú, oh rey, rey de reyes, a quien el Dios del cielo ha dado reino,
imperio, poder y gloria; los hijos de los hombres, los pájaros del
cielo, dondequiera que habiten los ha dejado e tus manos y te ha
hecho soberano de ellos".
Rastreó Ockham antecedentes en el Antiguo Testa-
mento, anotando la frase emblemática de la separación de
poderes trazada por Jesucristo con la frase "Dad al César
lo que es del César". Infirió el teólogo que, de acuerdo a las
palabras definitivas del Salvador, César tenía verdadera
jurisdicción temporal y verdadero dominio de las cosas
temporales.
Ockham discutió un tema que lo conecta directa-
mente con el debate sobre la conquista del Nuevo Mundo,
esto es, probar, con la autoridad de los Santos Padres y
decretales que los infieles en general poseyeron un ver-
dadero dominio de las cosas temporales que la iglesia no
debía desconocer, ni mucho menos donar o abolir. Luego
de un prolijo análisis de los textos de los Santos Padres,
llegó a la conclusión de que esos sabios varones reconocie-
ron los títulos y propiedades de los reyes infieles, que no
pertenecían al pueblo de Dios, objetándose, con dos siglos
de anticipación, la legitimidad de las bulas de Alejandro
VI en beneficio material de los monarcas españoles y sus
herederos. Subrayó Ockham: "Si Dios concedió a los infieles
el sentido de la salud corporal sobre el que no hay un censo; si
les concedió la razón, el conocimiento de variedad de cosas, la
mujer, la prole, y otros innumerables bienes, no se puede decir
60 — M A R I O CASTRO A R E N A S

que Dios les prohibió todo dominio de las cosas temporales, ni


la jurisdicción temporal, ni cualquier otro derecho", Sobre el go-
bierno... pg.109.
De esta manera, siglos después de la dilatada disputa
sobre la jurisdicción del papa en asuntos temporales^ que
desembocó en el cisma de Avignon, se renovó el debate
impulsado por Guillermo de Ockham, Marsilio de Papua.
y Juan de París, —en los cuestionamientos de Las Casas y
Vitoria a los dudosos títulos españoles de la conquista de
América. Dentro de un terreno más abonado por la polí-
tica que por la teología, el Papa Alejandro VI, de origen
valenciano, emitió varias bulas para avalar la llegada de
los españoles a tierras desconocidas: la Bula ínter Cetera
del 3 de mayo de 1493, la Bula Eximiae Devotionis de la
misma fecha, la Bula ínter Cetera del 4 de mayo de 1493,
y la Bula Dudum Siquidem del 26 de setiembre de 1493.
Estas bulas exhumaron la vieja tesis de Gelasio y Gregorio
VII de la plenitudes potestatis. La reconstrucción de la te-
sis gelasiana supuso un arduo trabajo para los consejeros
teológicos del pontífice valenciano, para adecuarla en el
contexto de la rivalidad estratégica entre Portugal y Espa-
ña. El clamoroso apoyo político de Alejandro VI a los reyes
de España en las bulas citadas compensó extrañamente
la Bula Romanus Pontifex de 1455 del Papa Nicolás V y
la Bula Intercetera de Calixto III sobre los derechos de los
monarcas portugueses para conquistar y explotar Africa
y las islas orientales de la Especiería. Alejandro VI pen-
só que equilibraba la rivalidad geopolítica de España y
Portugal. Francisco López de Gomara dedicó dos amenos
capítulos de la Historia General de las Indias a explicar la
pugna hispano-portuguesa por los condimentos que con
mediación papal rubricó, no por motivos teológicos sino
económicos, la división del mundo: "Habían debatido cas-
tellanos y portugueses sobre la mina de oro de Guinea, que fue
hallada el año de 1471, reinando en Portugal don Alonso V. Era
negocio rico porque daban los negros oro a puñados a cambio
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 61

de veneras y otras cosillas y en tiempo de aquel rey pretendía el


reino de Castilla por su mujer doña Juana la Excelente contra
los Reyes Católicos Isabel y Fernando, de los cuales era; sin em-
bargo cesaron las diferencias porque don Fernando venció a don
Alonso en Temulo, cerca de los Toros, el cual prefirió guerrear
con los moros de Granada que rescatar a los negros de Guinea.
Y, así quedaron los portugueses con la conquista de África del
estrecho afuera, que comenzó o extendió el infante de Portugal
don Enrique, hijo del rey don Juan el Bastardo, y maestro de
Avis." (Ob.cit. pg.l78. editorial Iberia, Barcelona, 1954.)
Gomara contribuyó a la revelación del trasfondo
eminentemente político de las bulas de Alejandro VI, y las
anteriores Bulas Romanus Pontifex del Papa Nicolás V y
la ínter Cetera de Calixto II: "sabiendo, pues, esto el papa
Alejandro VI, que era valenciano, quiso dar las Indias a los reyes
de Castilla, sin perjudicar a los de Portugal, que conquistaban
las tierras marinas de África, y se les dio por su propio motivo y
voluntad, con obligación y encargo de convertir a los idólatras
a la fe de Cristo y mandó echar una raya o meridiano de norte
a sur, desde cien leguas hacia delante de una de las islas de
Cabo Verde hacia poniente, para que no tocase en África... tuvo
gran sentimiento el rey don Juan, segundo de tal nombre en
Portugal, cuando leyó la bula y donación del Papa; se quejó de
los Reyes Católicos, que le atajaban el curso de descubrimientos
y riquezas. Reclamó de la bula, pidiendo otras trescientas leguas
más al poniente sobre las ciento, y envió naves a costear toda
África; los Reyes Católicos tuvieron gusto en complacerle, así
por ser generosos de ánimo, como por el deudo que con él tenían
y esperaban tener, y le dieron, con acuerdo del Papa, otras tres-
cientas setenta leguas más que la bula decía, en Tordesillas, a 7
de junio del año 1494. (ob. cit, 178) Refregó Gomara con iro-
nía la paradójica repartición de un mundo desconocido: "
Así que dividieron entre sí las Indias por no reñir, con autoridad
del Papa"(ob.cit 179)
Con el Tratado de Alcacobas de 1479, aparentemente
debió concluir la disputa entre España y Portugal, provo-
02 — M A R I O CASTRO ARENAS

cada después por la entronización de Enrique IV de Cas-


tilla. Sin embargo, las reclamaciones diplomáticas reapa-
recieron cuando el monarca portugués Juan II, al recibir
a Cristóbal Colón un año después del descubrimiento, le
advirtió que las tierras descubiertas al sur del paralelo de
las Canarias, pertenecían a Portugal, conforme a lo esti-
pulado por el Tratado de Alcacobas. El tratado estableció
a favor del reino de Portugal que "de Canarias para baxo
contra Guinea porque todo lo que es fallado o se fallare conque-
rir o descubrir en los dichos términos, allende de lo que ya es
fallado, ocupado, descubiertofincaa los dichos Rey e Príncipe
de Portogal e sus reinos tirando solamente las islas Canarias, a
saber, Lanzarote, Palma, Fuerte Ventura, La Gomera, El Fierro,
la Graciosa, la Gran Canaria ganadas o por ganar las quales
fincan a los reinos de Castilla". Este tratado es interpretado
como la transacción de Isabel de Castilla para evitar que la
infanta portuguesa doña Juana accediera al trono castella-
no, prefiriendo entregar la ruta de Guinea a Portugal, pero
reteniendo las Canarias. Cuando Portugal adquirió con-
ciencia de la dimensión del descubrimiento de América,
intentó una reinterpretación pro domo sua de la extensión
geográfica del tratado, entendiendo que todas las islas y
tierra firme al sur de Canarias incumbían a su dominio.
En la advertencia del rey portugués, Colón percibió
su frustración por no haber aceptado la propuesta que él
hizo para que se le apoyara en el primer viaje del descu-
brimiento de las Indias, antes de proponérselo a España.
El pretexto papal para convalidar las expediciones espa-
ñolas y portuguesas recicló los conocidos argumentos
medievales ya no para dirimir las investiduras sino para
avalar empresas terrenales de sello imperialista.
La primera bula Inter Cetera retomó la línea doctri-
naria de la plenitudes potestati abominada por Guillermo
de Ockham, partiendo de la justificación de que "miréis
por el celo de la verdadera fe y queráis y debáis inducir a los
que viven en las mencionadas islas a que reciban la fe cristiana"
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 63

para rematar asignando a perpetuidad a los reyes españo-


les y a sus sucesores, "en ejercicio de nuestro apostólico poder,
todas y cada una de las islas de las tierras e islas descubiertas
o por conocer, siempre que no estén sujetas al actual dominio
temporal de algún señor cristiano. " La bula amenazó con la
excomunión a cualquier persona o estado que se acerca-
ra a las tierras descubiertas o por descubrir para obtener
mercancías sin la debida autorización o licencia.
La segunda bula fue más precisa en alcances reli-
giosos, sentando que se busca "la propagación del imperio
de Cristo y exaltación de la fe católica", puntualizando que
a los reyes de Portugal se les ha concedido los mismos
privilegios en África, Guinea, Mina de Oro y otras par-
tes. La tercera bula es más prolija en la delimitación de las
zonas concedidas con precisiones —o imprecisiones geo-
gráficas— nada teológicas:" todas las islas y tierras firmes
halladas y que se hallaren, descubiertas y que se descubrieran
hacia el occidente y mediodía, fabricando y componiendo una
línea del polo ártico, que es el septentrión, al polo ártico, que es
el mediodía, ora se hayan hallado islas y tierras, ora se hayan de
hallar hacia la India o hacia cualquiera parte, la cual línea diste
de cada una de las islas, que vulgarmente dicen de las Azores y
Cabo Verde, cien leguas hacia el occidente y mediodía".
Salvador de Madariaga admite que hubo presión es-
pañola para ganar la mediación de Alejandro VI en la pug-
na con Portugal. España observó desde tiempo atrás con
recelo la expansión portuguesa por el continente africano
y temió que la ola expansionista se propagara por el nuevo
mundo: "...contra los intentos del rey de Portugal, los Reyes
Católicos no se limitaban a movilizar la marina; también movi-
lizaron su diplomacia y hasta la autoridad espiritual del Papa.
Alejandro VI promulgó una bula concediendo a los Reyes Cató-
licos las Indias descubiertas o que descubrieren, así como había
concedido a Portugal las tierras descubiertas in partibus Africae,
Guinae et minerae auri, todo lo cual no da la impresión de ser
geografía infalible; el 4 de mayo, otra bula no menos importante
— M A R I O CASTRO ARENAS

dividía el mundo por descubrir entre las dos coronas españolas,


la de Casulla-Aragón y la de Portugal, trazando una línea de
polo a cien leguas de " cualquiera de las islas conocidas como
Azores y Cabo Verde, lo que parece indicar en él Papa menor rigi-
dez en cosas de cosmografía que en materia de dogma. Fernando,
entretanto, había enviado enérgica protesta al rey de Portugal,
conminándole a que retirarse la flota que se disponía a despachar
a las Indias e indicando que las cuestiones jurídicas planteadas se
podían plantearse por medio de embajadores. El rey de Portugal
se avino a ello, pero sus embajadores tardaron en llegar, y los Re-
yes Católicos entretanto no permitieron que aflojase su vigilancia
ni la prisa que ponían en que Colón retornase al imperio recién
descubierto", "El ciclo hispánico", tomo I, pg. 266.
Los historiadores portugueses insisten en que Juan
II no aceptó la ingerencia papal expresada en las bulas de
Alejandro VI que recortaban sus aspiraciones a territorios
de Africa y las Indias de Asia, desconociendo los límites
trazados por el Tratado de Alcacobas. El cuestionamien-
to portugués a las bulas fue una clara impugnación a la
doctrina papal del dominus orbi y de plenitudo potestatis.
Aclaradas de esa manera las jurisdicciones entre potestad
espiritual y potestad temporal, los monarcas portugueses
y españoles iniciaron nuevas negociaciones diplomáticas,
en virtud de las cuales, con espíritu de conciliación, se
aprobó el Tratado de Tordesillas, firmado el siete de ju-
nio de 1494, que modificó la línea papal de demarcación.
Portugal logró mediante el tratado que el meridiano se
corriera a 370 leguas al oeste de Cabo Verde, lo que le per-
mitió el acceso a la desembocadura del río Amazonas y
la reafirmación de su posesión sobre Brasil. Las tierras al
oeste de dicha línea se adjudicaron a España y las del este
a Portugal.
La clarividencia política con la que actuó la Iglesia
Católica para entenderse con los últimos emperadores del
imperio romano, y ponerse, después, a la sombra de los
reyes francos, al dibujarse el ocaso de los romanos, se puso
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 65
en juego otra vez en esta nueva gran alianza con España
y Portugal, ascendentes potencias a finales del siglo XV y
principios del XVI. Favoreció la alianza, indudablemente,
el origen hispánico del papa Borgia/Borja. Sin embargo,
más allá de los afinidades étnicas, Alfonso y César Borgia
maniobraron para que los sus intereses familiares en la
lucha de poderes que dividían a los estados italianos se
sincronizaran con los intereses de la casa real hispana. Los
Borgia se entendieron inicialmente con los franceses, pero
optaron por un pacto no escrito con España, consolidado
con las bulas que privilegiaban también a Portugal, y ex-
cluían a Francia, Alemania, Florencia, Milán y Venecia.
Jamás la Iglesia había dado su bendición a una aper-
tura imperialista de los alcances de las conquistas portu-
guesas en Africa y de la magnitud territorial de las con-
quistas españolas en el Nuevo Mundo. Jamás la Iglesia,
desde su fundación, había asumido una responsabilidad
semejante, al autorizar con una controvertida jurisdicción
en asuntos temporales, la empresa imperial ibérica. Las
concesiones papales expusieron a críticas radicales la base
cristocéntrica de los Evangelios, tergiversados, según el
juicio de sabios teólogos, con bulas que avalaron el usu-
fructo y la destrucción de reinos remotos. Desde la pers-
pectiva de la unidad religiosa, España ofreció más garan-
tías de ortodoxia al cristianismo romano ante el separatis-
mo de la Reforma, con el manejo diplomático del Concilio
de Trento por Carlos V y sus asesores.
A fines del siglo XV, los reyes españoles, simultánea-
mente, consolidaron su poder a través de tres aconteci-
mientos: la reconquista del último reino árabe, la expulsión
de los judíos, y el descubrimiento del Nuevo Mundo, A la
fusión de los reinos de Castilla y Aragón, agregó España
algo muy importante y decisivo en su proyecto de elimi-
nación y absorción de árabes y judíos y de nuevas tierras,
nuevas riquezas y nuevos subditos: la llegada al trono de
la casa de Austria. El papado romano, que, siglos antes,
66 — M A R I O CASTRO ARENAS

favoreció la construcción del Sacro Imperio Románico con


Carlomagno y los reyes francos sucesivos, encontró en
Carlos V y en Felipe II el patronazgo de una alianza estra-
tégica que, en última instancia, la subordinó al inmenso
poder temporal de los Habsburgos, pero le garantizó esta-
bilidad y jerarquía. Había asimilado, sin duda, la lección
del fracaso de obtener la sumisión del poder temporal al
poder religioso, después de las fracturas de Avignon.
Los Habsburgos españoles materializaron el poder
universal que los monarcas carolingios redujeron a los lí-
mites fronterizos de un cristianismo estrictamente euro-
peo. Fue así que el papado no titubeó en emitir bulas que
lo convirtieron en aliado espiritual y material de un tercer
Sacro Imperio Románico, sin precedentes en los anales de
la historia universal. Compartió la nueva Roma católica
un imperio superior por sus dimensiones territoriales al
de Alejandro Magno, superior también al que forjó el im-
perio romano a partir de Julio César. Un imperio que no
vaciló en saquear Roma en 1526 cuando el Papa Clemente
VII se mostró reticente a la aceptación de un poderío que
fusionó lo religioso y lo político a nivel ecuménico, nom-
bró obispos y prelados en función de sus intereses geopo-
líticos y creó una maquinaria represiva para eliminar he-
terodoxias y disidencia religiosas.
En el Mundo Nuevo, con la Inquisición a sus espal-
das, Las Casas cambió el blanco de los cuestionamientos
teológicos de Guillermo de Ockam. Sus objeciones no
fueron dirigidas directamente al papa que firmó las bulas
sino a las consecuencias de la instrumentación política de
las desorbitadas concesiones de Alejandro VI. Las Casas
simuló que aceptaba la evangelización de los naturales de
las Indias a fortiori, a pesar de las contradicciones de la
argumentación rescatada por Alejandro VI. Dialéctico in-
fatigable, se las arregló en sus escritos para navegar siem-
pre de Escila a Caribdis, y, de esa manera, esconder el tras-
fondo de la influencia ockanista, vale decir la formulación
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 67

de una enérgica recusación a la desmesurada ingerencia


papal en la repartición de reinos desvinculados a su in-
fluencia.
Ockham se enfrentó a tres papas y murió en solitario
exilio. Pero Las Casas, aunque enmascaró sutilmente sus
críticas a la intervención directa del papado en asuntos
temporales, combatió las consecuencias negativas de la
conquista y colonización española.
Examinemos las recusaciones de Las Casas en los
"Tratados" (citamos en adelante la edición del Fondo de
Cultura Económica, 1965, traducción de Agustín Millares
Cario y Rafael Moreno, transcripción de Juan Pérez de Tu-
dela Bueso, prólogos de Lewis Hanke y Manuel Giménez
Fernández).
Las Casas dedicó el año de 1552 a supervisar la edi-
ción de los nueve Tratados, como resumen de sus desve-
los doctrinarios de cuarenta años. Con los antecedentes
de la represión contra los Alumbrados de Escalona, el
proceso de Alcaraz, las persecuciones de los discípulos de
Erasmo, el acecho a los dejados de Isabel de la Cruz y del
autoexilio preventivo de Luis Vives y Juan de Valdés, Las
Casas hiló muy fino para que la Inquisición no advirtiera
el contenido heterodoxo de sus obras y no las motejara de
heréticas. Protegiéndose de sospechas de ser hereje o cris-
tiano nuevo, en algunos pasajes de los Tratados adhirió
la tesis de la universalidad de la jurisdicción de la Iglesia;
"El Papa romano y Sumo Pontífice, canónicamente elegido y
entronizado en la apostólica Silla, es sucesor de San Pedro y vi-
cario soberano y universal de no puro hombre sino de hombre y
Dios Jesucristo, e tiene poder sobre todo el mundo que contiene y
comprende fieles e infieles, y sobre los bienes y cosas temporales
dellos, tanto y no más cuanto le pareciese según recta razón que
es menester e conviniente para guiar y enderezar o encaminar
los hombres fieles o infieles" (Tratados 11, pg.925)
Una y otra vez en los Tratados dejó la impresión de
su acatamiento a la jurisdicción universal del Papa como
68 — M A R I O CASTRO ARENAS

sucesor de San Pedro y vicario de Cristo. Empero, des-


pués de blindar la apariencia de su observancia a la orto-
doxia, Las Casas no vaciló en regatear, restringir y negar
la transferencia de la potestad de la Iglesia a los monarcas
españoles y de éstos a los conquistadores y colonizado-
res del Nuevo Mundo. Con la sutileza de Ockham, con
el coraje propio de su estilo, atacó el meollo de la teoría y
praxis de las bulas alejandrinas; en otras palabras, repu-
dió la concesión papal a la conquista esclavizante de los
naturales del Nuevo Mundo y a la apropiación de sus bie-
nes. Restringió las facultades papales a los moros porque
éstos conocieron la fe cristiana y la rechazaron. Los natu-
rales americanos no conocieron a Cristo, ni a los apóstoles,
ni a la doctrina católica, es decir no podían reverenciar, ni
agraviar, lo que desconocían. Con este razonamiento ob-
jetó el ejercicio de cualquier forma de imperio sobre ellos,
excepto darles a conocer la fe cristiana en paz y armonía:
"Pero hay mucha diferencia entre aquestas donaciones, por
lo cual dijimos en el corolario según la diversidad de los infieles.
Y es ésta: que las donaciones del reino de Hierusalem y de los
de África y los semejantes; usurpados y detenidos tiránicamente
por los infieles, cuales son los moros e turcos, hostes públicos y
enemigos, manifiestos perseguidores nuestros y de nuestra ca-
tólica fe, cuando de aquellos reinos faltase dueño y del legítimo
señor sucesor, pertenece a la Santa Sede apostólica de derecho
divino e por autoridad de su presencia universal y apostolado e
de la jurisdicción que en el mundo alcanza, proveer a los tales
reinos de príncipe y rey cristiano" (ob.cit. 1035)
"Pero es aquí de notar que los Reyes Católicos de Castilla,
por esta concesión, donación e superioridad soberana que por
virtud délias la Sede apostólica les confirió, no alcanzan mayor
poder ni autoridad sobre aquel orbe de las Indias, que la misma
Sede Apostólica; ni la misma Santa Sede, que la que Cristo del
eterno Padre recibió... La razón es que porque mientras sean
infieles no pueden ser forzados ni usarse con ellos la jurisdicción
contenciosa o forzosa en actu, como estén fuera totalmente de la
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 69

Iglesia y, por consiguiente, no sean subditos delta ni de algún


miembro suyo,.. " (ob,cit.H47)
Las Casas convocó a San Agustín, Santo Tomás, y
otros tratadistas cristianos para desmontar los cimientos
dialécticos de las bulas de Alejandro VI, argumentando no
sólo para defender los derechos de los americanos, sino
algo mucho más audaz en lo que no reparó la Inquisición:
negar el derecho del Papa a privarlos de su legitimidad
como gobernantes y de la posesión de sus bienes:
"Contra los cuales derechos, ni contra cualquiera dellos,
ni el Vicario de Cristo ni otro cualquier príncipe, por alto y po-
deroso que sea espiritual o temporalmente, tiene poder para ha-
cer cosa en que sean violados" (ob.cit. 1057) Citó en latín, es-
pecíficamente, un versículo de la Epístola de los Corintios
de San Pablo. Negó que la venida de Cristo a la tierra fue
para privar de bienes a los infieles: " qué estima recibirían de
la rectitud e justicia de la ley de gracia y de su legislador, Cristo,
cuando tuviesen noticia de que con su venida fueron privados
absolutamente todos los señores infieles de sus bienes y honras y
señoríos? ¿Qué mayor escándalo; qué mayor ponzoña; qué ma-
yor causa para resolver y alborotar el mundo, y qué tan grande
impedimiento para la promulgación del Evangelio y fundación
de la fe, pudiera ser aqueste?" (ob.cit.1083)
Las Casas avanzó más allá de los cuestionamientos
teológicos de Ockham, cuando, con apoyo de citas tex-
tuales de los doctores de la Iglesia, sostuvo que Dios hizo
iguales, sin diferencia alguna, a todos los hombres; recha-
zó la tesis de la esclavitud natural que Ginés de Sepúlve-
da tomó de Aristóteles y, como es reconocido, a partir del
Derecho de Gentes, fundó el Derecho Internacional con
Vitoria, al igual que inauguró la concepción moderna de
los derechos humanos, violados por las bulas otorgadas a
España y Portugal: ''Todo lo creado ha sido concedido por la
divina bondad o por la Divina Providencia en común a todos
los hombres desde el principio mismo de éstas y en su primera
institución, y se les ha dado poder y facultad para tomarlo y
M A R I O CASTRO ARENAS

usar de ello... " Dios hizo sin diferencia a todas las criaturas que
son inferiores al hombre para utilidad de las dotadas de razón y
al servicio de todas las gentes, como se ve por lo dicho, sin que
hiciera distinción entre fieles e infieles, por lo que tampoco noso-
tros debemos hacerla" (ob.cit. 1237)
"Pruébase, porque desde su origen todas las criaturas ra-
cionales nacen libres (Digesto, De justitia et iure, ley Manumi-
siones) y porque en una naturaleza igual Dios no hizo esclavo de
otro, sino que a todos concedió idéntico arbitrio; y la razón es que
a una criatura racional no se la subordina a otra" (ob.cit. 1249).
En suma, Las Gasas rebatió con argumentos teológi-
cos, históricos y políticos, las concesiones otorgadas por la
Santa Sede a la monarquía española en el siglo XVL Con
citas de la Biblia y de los más influyentes doctores de la
Iglesia, actualizó sin saberlo las críticas de Guillermo de
Ockham expuestas en el siglo XIV a la extensión de la po-
testad espiritual papal al terreno temporal. No las plagió
ni copió, porque desconocía la obra del teólogo francis-
cano, editada después de los Tratados; las actualizó en
otro contexto, porque pertenecen a la literatura bíblica y
exegétíca del corpus doctrinario cristiano. De su propia
cosecha intelectual incorporó otros cuestionamientos más
consistentes que la dialéctica escolástica medieval porque
en su tiempo estuvieron en juego otros factores divinos y
seculares en boga en el Renacimiento.
Las Casas, Vitoria y otros laicos y clérigos españo-
les hicieron crujir la justificación evangélica de las Bulas y
la revelaron como producto de una alianza de naturaleza
política. De una desmesura a otra, la iglesia donó bienes
que no eran de su propiedad, ajenos a su conocimiento,
e incumbencia, transfiriendo poderes y licencias que no
tuvo ni tiene. Las Casas rescató la filosofía profundamente
espiritualista del cristianismo primitivo, como miembro
distinguido de un grupo de sacerdotes y teólogos que, an-
tes y después de él, defendió los fueros de un cristianismo
humanístico leal a sus fuentes bíblicas de origen. Por una
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI *— yi

retorcida interpretación del Evangelio de San Mateo, un


papa indigno de presentarse como vicario de Cristo pre-
tendió justificar la anticristiana conquista de América.
"Dios es el primer agente que todo lo mueve y ordena para
sí mismo como para el fin último y universal de todas las co-
sas por él creadas. Y como todo dirigente espiritual, incluso el
Papa, sobre todo en las cosas espirituales, es agente secundario,
conviene que todas sus acciones y su propio fin lo ordene a ese
otro objetivo, que es el mismo Dios" escribió Bartolomé de
Las Casas a mediados del siglo XVI. La generosidad de su
alma y su sabiduría teológica atraviesan los siglos, desma-
dejando las pasiones de quienes lo escarnecen como autor
de la supuesta leyenda negra de la conquista del nuevo
mundo, minimizando sus conocimientos teológicos y la
solidez de su argumentación contra la extralimitación de
los poderes del papado.

FRANCISCO DE VITORIA

Cuando Las Casas editó los Tratados —1556— había


fallecido Francisco Vitoria —1546—. Ambos fueron domi-
nicos y como teólogos trabajaron, cada uno por su cuenta
y riesgo, con argumentos concordantes, en la refutación
de las atribuciones temporales del papado en el dominio
de las Nuevas Indias. Guillermo de Ockham fue profe-
sor de la Universidad de París donde estudió y enseñó
Vitoria durante más de una década. Sus obras, en verdad
transcripciones de lecciones en el aula recogidas por sus
discípulos, acusan la huella teológica de Ockham, lo mis-
mo que otros precursores, particularmente, Duns Escoto.
Conviene precisar que el sabio dominico no se perfiló
como un disidente teológico en abierto conflicto con las
autoridades eclesiásticas. Más bien se desenvolvió dentro
de la ortodoxia del sistema y fue censor de las obras de
Erasmo, morigerando el atractivo intelectual que el maes-
tro holandés ejerció sobre él en su primera juventud.
M A R I O CASTRO ARENAS

En una carta al padre Miguel de Arcos en 1534 so-


bre la conquista del imperio de los incas, Vitoria expresó
su desacuerdo terminante por la muerte de Atahuallpa y
reprochó los métodos de los conquistadores, arriesgándo-
se a que lo pudieran clasificar como cismático: "Lo mismo
procuro hacer con los peruleros, que aunque no muchos, pero al-
gunos acuden por acá. No exclamo, nec excito tragoedias contra
los unos y los otros sino que ya no puedo disimular, ni digo más
sino que no lo entiendo, y que no veo bien la seguridad y justicia
que hay en ello, que lo consulten con otros que lo entiendan me-
jor. Si lo condenáis así ásperamente, escandalízame; y los unos
allegan al Papa y dicen que sois cismático porque ponéis duda en
lo que el Papa hace; y los otros allegan al Emperador, que conde-
náis a Su Majestad y que condenáis la conquista de las Indias...
antes se me seque la lengua y la mano, que yo diga ni escriba
cosa tan inhumana y fuera de toda cristiandad. Allá se lo hayan
y déjennos en paz", "Relecciones sobre los Indios y el Derecho
de Guerra", Espasa Calpe, 19-21.
La influencia de Ockham se reveló, transparentemen-
te, en la Relección sobre los Indios, obra en la que Vitoria, con
su estilo directo y escueto, ajeno a circunloquios, rebatió la
tesis del Ostiensi, y también la tesis de Sepúlveda, según
la cual Cristo, hijo de Dios, transfirió a San Pedro y a los
papas competencia en asuntos temporales, competencia
que éstos a su vez, merced a la gracia divina, transfirieron
a los españoles en la conquista de América. En un alarde
de análisis de deconstrucción, Vitoria desmanteló las pre-
misas y conclusiones del silogismo sofístico, examinándo-
lo de atrás hacia delante.
La primera premisa es que las criaturas irraciona-
les no pueden tener dominio. Cita a Santo Tomás cuando
sostiene en la Suma de los Gentiles que sólo las criaturas
racionales tienen el dominio de sus actos, ya que la prue-
ba de ser hombre consiste en ser dueño de sus actos en
cuanto tiene la facultad de elegir entre éstos o aquéllos.
Vitoria reconoce la racionalidad de los indios americanos,
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI —- 73

afirmando que '7öS bárbaros eran, sin duda alguna, verdade-


ros dueños pública y privadamente del mismo modo que lo son
los cristianos de sus bienes y que tampoco por estos títulos pu-
dieron ser despojados... y grave cosa sería negarles a ellos, que
nunca nos inflingieron injuria alguna, lo que no negamos a los
sarracenos y judíos, perpetuos enemigos de la religión cristiana,
a quienes reconocemos verdadero dominio de las cosas que no
sean de las arrebatadas a los cristianos", ob.cit 51.
Rebatió a continuación el título del Emperador como
señor del mundo, y de los bárbaros, por el cual se le de-
nominó "Divo Maximiliano" o "Carlos siempre augusto,
señor del mundo". Vitoria arremetió contra lo que arguyo
Aristóteles y repitió Santo Tomás sobre la monarquía en
"De Regimiñi principum", concluyendo que el emperador
no es señor de todo el mundo. Reinterpretó a Santo Tomás
en contra de las corrientes filomonarquistas, y acopió ar-
gumentación de los textos bíblicos para aseverar, con sol-
vencia moral y equidad teológica, que "nadie era por dere-
cho divino señor de todo el mundo, puesto que la nación de los
judíos era libre de todo poder extranjero: "No podréis alzar por
rey a hombre de otra nación" {Deuteronomio, cap. XVII.)
El ariete dialéctico más certero provino de la revisión
del Antiguo y Nuevo Testamento, deteniéndose en San Ma-
teo, San Agustín, San Jerónimo y San Pablo para cuestionar
lo que calificó como interpretaciones erróneas. Puntualizó lo
dicho por San Juan: "Mi reino no es de este mundo... "; aclaró
que Santo Tomás admitió que Cristo tiene poderes tempora-
les para los fines de la redención, "pero que quitados esos fines
no tenía ninguna.. .en cuanto a que la potestad temporal es subdita
y sirvienta de la potestad espiritual". Infirió, finalmente, que "de
donde se desprende claramente que no es opinión de Santo Tomás
que el reino de Cristo tuviera la misma causa que él reino civil... ".
Aproximándose a la tesis fundamental de Ockham,
razonó Vitoria:
"Y si Cristo no tuvo el dominio temporal... mucho menos
ha de tenerlo el Papa que es su vicario", ob.cit.pg.63.
74 — M A R I O CASTRO ARENAS

Así, pues, en la línea teológica de Ockham, y Las Ca-


sas, el teólogo dominico desmenuzó el edificio conceptual
de la Iglesia desde los albores de la Edad Media, primero,
negando que existiera constancia que Cristo tuvo poder
temporal y lo transfirió a San Pedro y al Papa; luego argu-
mentando que, aún si el pontífice tuviera poder secular
sobre el mundo, no podía ostentar derecho para transmi-
tirlo a los príncipes seculares. Afinó mucho más el aná-
lisis aseverando que el Papa no tiene potestad temporal
alguna sobre los indios bárbaros ni sobre los otros infieles
y que, por tanto, aún en el caso que los indios no quieran
reconocer dominio alguno al Papa, no por eso se les debió
hacer la guerra ni ocupar sus bienes.
Al demoler Vitoria los fundamentos teológicos de las
Bulas de Alejandro VI, con citas de los doctores de la igle-
sia, la conquista española quedó al desnudo, como arreglo
crudamente político negociado por un pontífice parapeta-
do en una interpretación beligerante de los Evangelios.
En el tratamiento de las causas de la Guerra Justa,
Vitoria enumeró una vasta casuística que podía justificar
en ciertas circunstancias las acciones bélicas contra otro
reino o nación, pero dejando a la nación agresora una
estrecho margen de maniobra dialéctica para explicar lo
inexplicable o justificar lo injustificable en la empresa de
la conquista de América, incluyendo las razones de índo-
le religiosa, como la evangelización a la fuerza de seres
humanos de otra cultura, de otra base étnica y de una vi-
sión del mundo que reflejaba otros escenarios ecológicos
y otras idiosincrasias.
No hay duda que el Requerimiento y las Leyes de
Indias testimoniaron la crisis de conciencia de los austrias
al tomar conocimiento de las reacciones que esos actos de
iniquidad anticristiana provocaron en teólogos religiosos
y seglares españoles del siglo XVI que prosiguieron la lí-
nea crítica de Duns Escoto, Guillermo de Ockham y Mar-
silio de Padua.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 'J^

Por otro lado, también hay que hacer justicia a los


teólogos y escritores españoles del formidable e incom-
prendido movimiento religioso y laico que, en el siglo
XVI, precedió o coincidió con el estallido de la Reforma,
movimiento de renovación espiritualista que, de cierta
manera, compensó o atenuó —para loor de España— las
extralimitaciones temporales de papas, monarcas y con-
quistadores.
Aún cuando muchos de estos místicos españoles no
tomaron en cuenta lo que las bulas de Alejandro VI sobre
el descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo signi-
ficaron como una desviación teológica de la Iglesia, sus
tratados y juicios individuales y colectivos predicaron la
búsqueda de la paz como facultad de Dios a su Hijo, y
también el logro de la armonía entre los hombres, cons-
tituyendo un movimiento de revisionismo espiritual por
completo ajeno a la dirección dogmática y fundamentalis-
ta de la España imperial de Carlos V y Felipe II.
Ochocientos años de ocupación musulmana, crearon
una desesperada y beligerante búsqueda de identidad
cultural y religiosa. El liderazgo castellano absorbió por
osmosis cultural la herencia de fundamentalismo religio-
so depositada a lo largo de ochocientos años por el domi-
nio islámico. La expulsión de los judíos y la reconquista
del último bastión árabe fueron la respuesta de quienes
no entendieron la maceración del sincretismo ideológico
judaico-arábigo; así, en vez de liberarse religiosa y cul-
turalmente, acabaron como continuadores de la ideolo-
gía de los invasores y de la cultura de los convivientes.
Castilla fabricó vertiginosamente su hegemonía política y
territorial y también exacerbó la politización de la fe cris-
tiana; no obstante los esfuerzos concertados con la iglesia,
la monarquía hispana no pudo desvanecer la absorción
cultural islámica y hebraica de sus genes históricos. En
esta sucesión de hegemonías que engendró una muy sutil
variedad de disidencias teológicas, la corona, en consor-
76 — M A R I O CASTRO ARENAS

CÍO con prelados bajo su control burocrático, concibió una


maquinaría cuasi religiosa-cuasi policial —la Inquisición—
para limpiar la raza e imponer a sangre y fuego la versión
del hispanocristianismo fundamentalista manifiesto en
los acuerdos del Concilio de Trento y en los métodos re-
presivos de la Contrareforma.
Aunque sólo algunos disidentes religiosos y políticos
aludieron específicamente al descubrimiento y conquista
del Nuevo Mundo, tuvieron en común el concepto de la
limitación de la universalidad de la potestad papal como
elemento indispensable para alcanzar las reformas de la
iglesia sin atizar el cisma. El aparato de vigilancia y repre-
sión religiosa aplastó el movimiento de los alumbrados
de Alcaraz y de los recogidos de Osuna que, de acuerdo
a Asín Palacios, "cristianizaron'' la doctrina de los místicos
musulmanes, conocidos como los sadilíes. ("Huellas del Islam ",
Espasa Calpe, 1941.)
El aura de misticismo, la búsqueda de una íntima co-
munión de los alumbrados con Dios forjaron malicias en
inquisidores ineptos e inaptos para tan sutiles esclareci-
mientos teológicos. A pesar de las protestas de Ruiz de Al-
caraz de fidelidad a la doctrina cristiana, fue encarcelado
cinco años, torturado y sentenciado a muerte por herejía.
El movimiento de los recogidos, o dejados, no se incubó
en las reuniones de la fortaleza-palacio de Escalona, como
en el caso de Alcaraz. Provino de los monasterios de un
sector disidente de los franciscanos, una orden religiosa
caracterizada como madre de reivindicaciones teológicas
como la de Ockham, Cesena, e Isabel de la Cruz, francis-
cana terciaria. Escandaliza ahora que la Inquisición re-
primiera drásticamente a quienes vivieron tan intenso y
tan puro amor por Dios; en otras palabras, un fervoroso
recogimiento interior opuesto por su propia naturaleza al
seudocristianismo instrumentalizado y escenográfico.
Marcel Bataillon aportó certificación histórica a la in-
fluencia de Erasmo de Rotterdam en los alumbrados, re-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — J J

cogidos, y en algunos asesores políticos de Carlos V, como


Alfonso de Valdés y Antonio de Guevara, incluyendo
también a Luis Vives, Erasmo y España. FCE."
En la medida que aupó la Reforma antes de la apari-
ción cismática de Martín Lucero; y alentó la paz y la con-
cordia universal como uno de los elementos centrales de
su pensamiento, Erasmo influyó y creó escuela en España
y en otros países europeos, exponiéndose a la persecución
de los inquisidores por sus concomitancias teológicas con
los reformistas. Los monarcas habsburgos pudieron anti-
ciparse al cisma traumático de la Reforma, reclamado por
los movimientos espiritualistas españoles con el fin de ex-
purgar los excesos papales de diversa laya, no para dividir
la cristiandad en facciones hostiles. En la primera etapa de
su asesoramiento, el humanista Alfonso de Valdés sugirió
a Carlos V que exigiera a Clemente VII la convocatoria de
un concilio que acaso, con apropiadas reformas de conte-
nido y liturgia, hubiera evitado los traumas protestantes:
"...que si contra estos males no acuden la prudencia y religio-
sidad del Pontífice o la buena estrella de nuestro César, junto
con el Concilio General, me temo, y mucho me temo, no cunda
este mal, más anchamente de lo que podamos después aplicarle
remedio'' escribió Alfonso de Valdés en una carta dirigida
a Pedro Mártir de Anglería en 1520.
("José C. Nieto ''Juan de Valdés y los orígenes de la Refor-
ma en España e Italia" FCE. pg. 281. En su novela en clave
"El villano del Danubio", el obispo Antonio de Guevara,
eclesiástico de noble familia de Mondoñedo y redactor de
discursos de Carlos V, lamentó la guerra injusta de con-
quista, formulando exhortaciones pacifistas a un rey ficti-
cio, pero en realidad dirigidas al rey del belfo grueso. Fú-
tiles fueron los consejos de tan ilustrados asesores; ciega y
sorda la recepción del monarca. Rodeado por metalizados
asesores flamencos, obsesionado por la reconstrucción del
Sacro Imperio Románico, y por proclamarse rey de reyes,
Carlos V abandonó el proyecto de renovación religiosa
78 — M A R I O CASTRO ARENAS

propuesto por sus asesores. El intimismo místico y el pa-


cifismo iban, en realidad, a contracorriente de su proyec-
to de expansión imperialista. Saqueó Roma, persiguió al
Papa, lo sometió a su estrategia expansionista y convocó
un concilio que protocolizó su cólera contra los príncipes
alemanes, protectores de la disidencia luterana. Embria-
gado por la gloria militar, Carlos V convirtió la monarquía
en un reino hierocrático, donde él fue emperador, síntesis
del poder religioso, y el dueño absoluto del poder secular,
rex et pontifex, Augusto romano, Constantino bizantino,
Carlomagno germánico, todos congregados por alianzas
morganáticas por el sedicente heredero del Sacro Imperio
Románico.
Por contraste, cierto humilde estudiante de Cuenca,
que había asistido a las reuniones de los alumbrados de
Alcaraz en la fortaleza-palacio de Escalona, teólogo pre-
coz de alto vuelo intelectual, desarrolló una corriente de
renovación cristiana en España e Italia, que todavía en
nuestro tiempo se estudia y debate. Mientras el empera-
dor conquistaba bienes materiales alrededor del univer-
so, Juan de Valdés conquistaba espíritus, difundiendo un
cristianismo reflexivo, sin dogmas inflexibles, un cristia-
nismo a lo divino, pero eminentemente racional y libre
en la interpretación de los textos evangélicos. Ordenar y
clasificar la propuesta espiritual de Juan de Valdés dentro
del movimiento prereformista, reformista o postreformis-
ta equivaldría a describir los tonos jaspeados de las alas
de una mariposa. Los estudios de la obra doctrinaria de
Valdés siguen in crescendo. Cada frase de su aparato doc-
trinal justifica la elaboración de un tratado: "Si estuviera
mi salvación en mis propias manos podría dudar, pero ya que
está en las manos de Dios, quien me ha predestinado a la vida
eterna, no tengo causa ni para dudar ni para temer". O ésta
otra frase en la que se contiene una doctrina humanística
antagónica a la empresa colonial de la España oficial: "Y
será, cierto, felicidad muy grande, ver en los hombres bondad,
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 70,

misericordia, justicia, felicidad y verdad y asimismo verlos im-


pasibles e inmortales, verlos muy semejantes a Cristo, y verlos
muy semejantes a Dios: y ver que con esta felicidad de los hom-
bres, crece la gloria de Dios y crece la gloria del Hijo de Dios, por
cuya mediación todos reconoceremos haber alcanzado nuestra
felicidad, reconociendo por cabeza nuestro al mismo Jesucristo
nuestro Señor" {"Juan de Valdés y los orígenes de la Reforma en
España e Italia", FCE, pg.525.
En los excesos de vanagloria mundana por la con-
quista de un mundo nuevo, dentro del cual la dogmática
cristiana constituía componente medular de la domina-
ción política de los Habsburgos, las interpretaciones de
las escrituras de Valdés fueron asumidas como una peli-
grosa desviación del pensamiento religioso oficial. En el
refinado nivel teológico de las obras de Valdés —"Diálogo
de Doctrina Cristiana" y el "Alfabeto Cristiano", particu-
larmente— poco o nada puede adecuarse a la doctrina
imperial de la evangelización coactiva que persiguió el
reconocimiento del Papa como donante de los imperios
precolombinos al imperio español a través del Requeri-
miento. Siendo subditos de Cristo y el Papa, los indígenas
deberían aceptar la legitimidad de los títulos españoles
para agredirlos y luego de aceptarlos como ultranovísimos
cristianos, despojarlos y esclavizarlos a través del régimen
de las encomiendas. Valdés estuvo a leguas de apadrinar
una evangelización puesta al servicio de la subyugación
de seres humanos. Se asegura que, en correspondencia
privada, Valdés lamentó que el emperador, al cual llegó
a asesorar por breve lapso, estuviera dominado por "dos
bestias", ob, cit.pg.239, Valdés no fue, por cierto, un místico
a
éreo, abstinente de asuntos políticos y terrenales. Un sal-
voconducto expedido por el Papa Clemente VII lo identi-
ficó como secretario del emperador (cargo similar al de su
hermano Alfonso) y chambelán del Papa. En Ñapóles se
le nombró archivero de la ciudad, pero duró poco tiem-
po en el cargo. Abandonó Roma cuando ocupó el solio
80 — M A R I O CASTRO ARENAS

papal Alejandro Farnese, Pablo III, enemigo de Clemente


VII. En 1537, siendo veedor de los castillos de Ñapóles,
escribió al secretario de estado Cobos una carta punzante-
mente crítica contra la corrupción imperante en la admi-
nistración española de Ñapóles. Dos discípulos de Valdés,
la bella y aristocrática italiana Julia Gonzaga, y el teólo-
go italiano Carnesecchi, reflejaron criterios adversos a la
universalidad de las jurisdicciones pontificias. Gonzaga le
concedía al Papa una autoridad mucho más limitada que
la que umversalmente se le atribuía; Carnesecchi, lleva-
do a la hoguera por su asimilación de los planteamientos
valdesianos, admitió ante los jueces de la inquisición que
el Papa era únicamente obispo de Roma y que no tenía
más ascendiente sobre las otras iglesias que la que se le
concede por respeto a la sede de San Pedro. Ob.cit. 257.
Las concomitancias doctrinarias de Juan de Valdés con las
ideas de Lutero, por otro lado, incoaron dos procesos de
la Inquisición, preparados para achicharrarlo en la hogue-
ra. Valdés huyó a Italia y más tarde fue acusado de ser
soriano, anabaptista, arriano, unitario, apóstata, cristiano
nuevo y luterano.
La multiplicidad de cargos contra Valdés ilustra la
ineptitud de los inquisidores para entenderlo, más allá del
esquema represivo del proyecto imperialista de los Habs-
burgos, concebido para destruir a los disidentes, no para
comprenderlos. Aquel fraile nacido en una aldea escocesa
—Guillermo de Ockham— inició el camino que recorrió
la huella espiritual de Juan de Valdés y registró el tenaz
combate de Fray Bartolomé de Las Casas contra sus com-
patriotas distorsionados por el oro de Indias.
PIZARRO VS ALMAGRO.
AMIGOS/SOCIOS/ ENEMIGOS

Cuando Francisco Pizarro y Diego de Almagro des-


embarcaron en el Perú y conocieron la discordia entre
Huáscar y Atahuallpa, ellos también llevaban los gérme-
nes de su enfrentamiento fatal. La disputa por el poder los
separaría, los arrebataría, los llevaría al aniquilamiento
recíproco. Los socios de la conquista se transformaron en
enemigos. Los llevaría al desconocimiento de contratos y
a la ruptura de los juramentos de ayuda mutua solemni-
zados con la comunión de una misma hostia.
La historia peruana tradicional, que a menudo des-
barranca en la hagiografía, ha prefabricado un Francisco
Pizarro bueno y un Diego de Almagro malo. Un Pizarro
leal, honesto, fraterno. Un Almagro resentido, torvo, envi-
dioso de la gloria ajena.
Tiempo es que caigan las estatuas apócrifas. Sin con-
vertir la historia en un tribunal manipulado por el pen-
samiento maniqueo; sin incurrir en la subjetividad de
los hispanófilos y de los adversarios de la España de la
conquista, examinemos los hechos de Francisco Pizarro
y Diego de Almagro. Los hechos, sólo los hechos; no las
pasiones desbordadas de los bandos. "Es justo escribir
sus costumbres y calidades comparándolos entre sí, como
hace Plutarco cuando escribe los hechos de dos capitanes
que tienen alguna semejanza" sentencia Agustín de Zara-
te que les conoció.
Pasemos por alto los detalles del origen familiar de
estos españoles porque la humildad del entorno social de
ambos, y su movilidad social, más bien los enaltece. La
conquista del Perú y el Nuevo Mundo fue, en general, ha-
zaña de expósitos, bastardos, judíos conversos, y margi-
82 — M A R I O CASTRO ARENAS

nales de condición diversa; incorporados con honores al


sistema de poder del siglo XVI, que instituyó una noblesse
de epée.
Francisco Pizarro llegó a América, específicamente a
la isla Española, con el Comendador Nicolás de Ovando;
luego se alistó en la expedición al mando de Alonso de Oje-
da. Con Juan de la Cosa y Américo Vespucio. Ojeda arribó
en 1499 a las islas Trinidad y Curacao y la costa de Suri-
nam, observando, a lo lejos, las casas indígenas de palafitos
de la región bautizada como Venezuela. En 1502 continuó
viajando con Juan de Vergara y García de Ocampo, reco-
rriendo el golfo de Paria y las costas de la Boca del Dragón,
donde se fundó el pueblo de Santa Cruz. Alvarez Rubiano
Pablo, Contribución al estudio de la personalidad de Pedrarias
Dávila. Posteriormente, Ojeda recibió la merced de la con-
quista del territorio comprendido entre el Cabo de Vela y el
Golfo de Urabá. Real Cédula de 15 de junio de 1510. Archivo de
Indias. Indiferente general Registros 139-1-3, fol.34.
La estada en la Española (Santo Domingo) fue la pri-
mera experiencia americana de Francisco Pizarro. La ex-
periencia lo vinculó al sistema de explotación colonial de
la Española que oprimió cruelmente la población indíge-
na hasta llevarla a su desaparición. Antes de embarcarse a
Tierra Firme, la rivalidad de Alonso de Ojeda y Diego de
Nicuesa le enfrentó a la infraternidad rampante de estos
capitanes españoles, que se enredaron en rencillas intras-
cendentes, antes de hacerse a la mar.
Sin embargo, Pizarro advirtió que las desavenencias
personales podían superarse cuando se presentaban si-
tuaciones de riesgo para la integridad física del rival y me-
diaba la solidaridad en la desdicha. Fue testigo de cómo
Diego de Nicuesa, posponiendo rencores, prestó auxilio a
Ojeda en el Golfo de Urabá donde este infortunado capi-
tán afrontó duras guazábaras con los feroces yurbacos que
untaban la punta de sus flechas con hierbas ponzoñosas.
Víctima de las flechas de los yurbacos fue el reputado eos-
PANAMÁ V PERÚ EN EL SIGLO XVI — 83

mógraf o Juan de la Cosa, miembro principal de la expedi-


ción de Ojeda. Cercado por los yurbacos, Ojeda abandonó
la villa de San Sebastián arrastrándose en la noche, pro-
metiendo regresar con ayuda. Dejó a Pizarro como tenien-
te —su primera experiencia de mando—, con la consigna
de permanecer cincuenta días allí mientras buscaba a su
socio, el bachiller Martín Fernández de Enciso, que zarpó
después de la salida del primer grupo de expedicionarios
avecindados en la Española.
El nombre del mártir cristiano de la villa ilustra la
condición crítica de Pizarro y sus compañeros. Se agota-
ron las provisiones en la villa y las flechas les impedían
salir en busca de alimentos. Pizarro conoció desde niño
las cornadas del hambre. Pero en la condición en que es^
tuvo en San Sebastián, debía quedarse al mando hasta el
retorno de Ojeda. Fernández de Oviedo relata historias
de canibalismo de cadáveres insepultos de españoles y
de indios. Muchos de los que comieron carne humana en-
venenada perecieron. Como Ojeda nunca regresó, en los
primeros días de setiembre de 1510, Pizarro y su famélica
tropa abandonaron San Sebastián entre gallos y mediano-
che. Después de soportar recias penalidades, consiguie-
ron embarcarse en los navios que anclaron a la entrada
del golfo. En una nave iba como capitán un tal Valenzuela,
que naufragó y pereció con todos sus hombres, a conse-
cuencias de los coletazos de una descomunal ballena, se-
gún la fantástica versión de Gomara. Pizarro remontó el
naufragio y siguió viaje a Cartagena, donde se reunió con
el Bachiller Enciso.
Estas primeras experiencias en tierra americana
mostraron podríamos decir la vertiente noble y heroica de
la personalidad de Pizarro. Empero, la experiencia en el
Darién y, sobre todo, la conquista del imperio incaico re-
velaron el predominante lado oscuro de su personalidad.
En verdad, su alma escondió deslealtad, engaño, codi-
cia, carencia de escrúpulos para incumplir compromisos
84 — MARIO CASTRO ARENAS

y deshacerse a la mala de sus compañeros. Estos rasgos


perversos fueron las claves de la conducta de Pizafro en el
Darién y en el Perú durante su apogeo y su muerte.
Inicialmente Pizarro formó parte de la expedición de
Alonso de Ojeda. Su capitán fue Ojeda; por consecuencia,
debió estar a su lado en los vuelcos de fortuna de Ojeda.
Sin embargo no siguió a su lado, después del episodio de
San Sebastián, y buscó otros derroteros según soplara el
viento a favor o en contra de sus ambiciones. En Santa Ma-
ría la Antigua, no desplegó un esfuerzo convincente para
defender a Diego de Nicuesa, otro capitán que conoció en
la Española, cuando Balboa y los vecinos, de acuerdo a
versiones que el jerezano desmintió repetidamente, deses-
timaron sus títulos de autoridad de la ciudad, impidieron
que se quedara en ella y lo embarcaron en una frágil em-
barcación en las aguas del Caribe rumbo a la muerte.
Rodrigo de Colmenares sorprendió a Francisco Piza-
rro, cuando regresaba a la Española. Colmenares enderezó
el rumbo del bergantín a la isla Fuerte, donde los caribes
impidieron el desembarco, por lo que partió a Cartage-
na para allegar agua y provisiones. Cerca de Coquivacoa
descubrió el bergantín del bachiller Enciso. El malicioso
abogado no creyó ni aceptó las razones de la desafiliación
de Pizarro de la expedición de Ojeda y le obligó a que re-
gresaran a San Sebastián. En Santo Domingo, en realidad,
Pizarro no tenía horizonte claro. Se habría empantanado
en la rutina de los conquistadores, siempre a la espera
de una nueva expedición. Ante esa perspectiva, después
del choque con Enciso, Pizarro prefirió tentar suerte en
la aventura del Dañen. En Santa María la Antigua anudó
amistad con Vasco Núñez, hombre del pueblo llano como
él, al que quizás conoció en Santo Domingo antes que em-
barcara como pasajero clandestino, en uno de los navios
fletados por Enciso. Muchas cosas concurrían al anuda-
miento de una amistad fraterna entre Pizarro y Balboa. Así
lo entendió el jerezano, enrolando a Pizarro en la hueste
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 85
expedicionaria que descubrió la mar del Sur. Figuró el ex-
tremeño, según el acta levantada por el Escribano Andrés
de Valderrábano, entre los principales miembros de la ex-
pedición: "...formó Vasco Núñez tres grupos de 12 hom-
bres cada uno mandados por Francisco Pizarra, Juan de
Ezcaray y Alonso Martín para que reconociesen la tierra a
fin de averiguar el camino más corto para ir al mar, al que
Alonso Martín llegó el primero". Fernández de Oviedo, His-
toria General de las Indias, libro XXIX, capítulo III. En el viaje
a la Mar del Sur Pizarra oyó a uno de los hijos del cacique
Comadre, amigo de Balboa, relatando la existencia en la
lejanía del Levante de una tierra pródiga en oro. Fue una
conversación abierta al conocimiento de los miembros de
la hueste, regañados por el joven indígena al verlos riñen-
do por unos objetos de oro de aquella región, magra en
los metales preciosos que buscaban los españoles. Pizarro
guardó en la memoria el relato del hijo de Comagre.
Pizarro analizó las evoluciones del auge y decaden-
cia de la posición de Balboa. Primero vio los forcejeos de
Balboa con Enciso, con Nicuesa, y con otros pobladores de
Santa María la Antigua, valorando la jerarquía ganada por
el jerezano por sus acciones, no por mercedes de cédulas
reales. El liderazgo de Balboa en el Darién fue, cabalmen-
te, la expresión natural de su personalidad, más allá de
capitulaciones y cédulas reales. Se impuso, por gravita-
ción de su temperamento, a los que llegaron a Santa Ma-
ría la Antigua, premunidos de autorizaciones reales para
gobernar sin tener cualidades elementales de liderazgo.
Pizarro tenía que sentirse, por su origen y cualidades, más
próximo a Balboa que a Ojeda, Nicuesa o Enciso. Balboa
modeló el arquetipo de lo que pudieron ser los ideales de
Pizarro, en el lapso transcurrido entre su asentamiento
como gobernador de Santa María la Antigua y el descu-
brimiento de la mar del Sur.
El arribo de Pedrarias Dávila cambió o reveló los va-
lores morales reales de Francisco Pizarro. A diferencia de
86 — MARIO CASTRO ARENAS

Ojeda, Nicuesa y Enciso, en Pedradas cuajaban el aristó-


crata cargado de títulos y el caudillo implacable.'A ojos de
Pizarro, el liderazgo de Balboa empezó a desmoronarse
con la llegada de Pedradas. No sólo por los títulos que
ostentaba como gobernador y capitán del Darién sino,
principalmente, porque Balboa fue empequeñecido por el
carácter del segoviano, endemoniadamente empeñado en
opacarlo y separarlo de la conquista del Darién con malas
artes. Balboa no fue discípulo del príncipe de Maquiavelo;
Pedrarias tuvo muchos méritos para pertenecer al linaje
de los hombres despiadados y astutos representados por
César Borgia, el tenebroso duque de Valentinois. Poco a
poco, Pizarro se reconoció como miembro de la cofradía
espiritual de Pedrarias. Borró sus afinidades con los idea-
les de Balboa, y se identificó con quien no vaciló en mentir,
calumniar, acosar, confiscar, y exterminar al Adelantado
de la Mar del Sur por oponerse a sus planes, A pesar que
conoció de primera mano la falsedad de las acusaciones
de Pedrarias, Pizarro no titubeó en cumplir sus órdenes
arbitrarias y apresó a Balboa, víctima de una despreciable
celada, y llevarlo al patíbulo. Relata Oviedo que Balboa
le reprochó la deslealtad y no pudo decir palabra en su
descargo, ni mirarle a los ojos. Pizarro construyó verdade-
ramente su personalidad en la empresa del Darién, etapa
decisiva en la deformación antiética que lo caracterizó en
la campaña de la conquista del Perú.

Llegada de Almagro
Con la expedición de Pedrarias arribó al Darién el
soldado Diego de Almagro, y también Pascual de Anda-
goya, Hernando de Soto, Gonzalo Fernández de Oviedo,
testigo y cronista de sus andanzas, Gaspar de Espinosa,
Sebastián de Belalcázar, y otros personajes que participa-
ron en la conquista de los incas. Admiró al cronista Fer-
nández de Oviedo la yunta formada por Pizarro y Alma-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 87
gro: "En el qual tiempo hizo compañía (Pizarro) con otro com-
pañero llamado Diego de Almagro, é fueron ambos un espejo y
exemplo de buenos en conformes amigos, sobre todos quantos
hay en estas partes hoy se sabe que hayan tenido compañía".
"Estos capitanes Francisco Pizarro é Diego de Almagro, como
se ha dicho en los precedentes libros destas historias, vivieron
en tanta conformidad é amistad que eran exemplo de grandes
personas; éfue esso principio de su auctoridad é crédito, aunque
no todo era fundado sobre verdadero amor (según el tiempo lo
mostró adelante) como por arte é necesidad. Almagro era há-
bil, diligente, liberal, expedito en lo que avía de hacer, é hombre
del campo; Pizarro era lento ö espacioso, é al parecer de buena
intención, pero de corta conversación é valiente hombre por su
persona; ê ambos muy conformes e unánimes, sin saber el uno
y esotro leer ni escribir, ni tener entre sí conocida ni más apro-
piada al uno que al otro sus haziendas". Historia General de las
Indias, tomo IV, libro XLVL
Como veterano de Tierra Firme, Pizarro mostró al bi-
soño Almagro, soldado de fortuna, oriundo de la ciudad
de Almagro, de donde tomó el nombre (ciudad pertene-
ciente a Castilla la Nueva), como credenciales de guerra, la
experiencia que acumuló desde que arribó al Darién como
capitán de Alonso de Ojeda. Luego fueron camaradas de
campañas militares al mando de Pedrarias o de Gaspar de
Espinosa, combatiendo a los valerosos hombres de Vera-
guas. Después fueron socios en asuntos comerciales, ya
asentados como vecinos de la ciudad de Panamá. En el
reparto de encomiendas hecho por el gobernador Pedra-
rias Dávila, el capitán Francisco Pizarro recibió ciento cin-
cuenta indios con la persona del cacique de la isla Taboga,
mientras Diego de Almagro obtuvo alrededor de setenta
indígenas: "Al capitán Francisco Pizarro, natural de Trujillo,
el cual vino con el gobernador Alonso de Ojeda, efue su tenien-
te de gobernador e capitán, e ha sido regidor e alcalde en esta
ciudad y es visitador asimismo en ella, e ha servido muy bien a
sus Altezas todo el dicho tiempo en estos dichos reinos, ciento
88 — M A R I O CASTRO ARENAS

e cincuenta indios e indias con las persona del dicho cacique...


al dicho Diego de Almagro, veinte personas en el dicho cacique
para cumplimiento de los ochenta que le fueron dadas en el dicho
cacique Susy". Mena García María del Carmen, "Una fuente
para la historia de la encomienda en Panamá: La copia e relación
del Repartimiento viejo". Temas de Historia Panameña, pg.62.
La información rescatada del Archivo de Indias por
la historiadora sevillana reconfirma a Cieza de León;" Y
con tanto digo (que) en el tiempo quel Darién estuvo poblado
ovo(entre) los españoles que allí se hallaron dos, llamado(s) el
uno Francisco Pizarro, (que primero) fue capitán de Alonso de
Ojeda, y Diego de Almagro. Y eran personas con quien tuvieron
los gobernadores quenta porque fueron para mucho trav (axo) y
con constancia perseveraron en él. Quedaron por vezinos en la
ciudad de Panamá en el repartimiento que hizo de indios el go-
vernador Pedrarias; y estos dos tenían compañía. " Tercera parte
de la Crónica del Perú. Edición, prólogo y notas de Francesca
Cantú. Pontificia Universidad Católica del Perú.
La muerte de Vasco Núñez de Balboa impidió que se
emprendieran los viajes al mítico reino del Levante antes
que Pedrarias fundara la ciudad de Panamá. Las inciertas
tentativas de Gaspar de Morales y Francisco Becerra bus-
cando el utópico reino del oro por rumbos de Nueva Gra-
nada respondieron al obsesivo empeño del gobernador
Pedrarias de adelantarse a cualquier otro nuevo descubri-
miento de Balboa, algo que sulfuraba la bilis del segovia-
no. En estricto repaso histórico de los esfuerzos pioneros,
debemos considerar, asimismo, a Pascual de Andagoya.
Sobrepasando la nebulosa incertidumbre sobre la región
del Levante, el vasco Andagoya recorrió como visitador
de indios las tierras del Birú, donde los caciques le con-
firmaron la existencia de gente que llegaban en grandes
canoas a intercambiar mercancía. Andagoya corroboró la
versión del hijo de Comadre a Balboa. Fue entonces que
Pedrarias apoyó el alistamiento de la expedición al man-
do de su protegido paje Gaspar de Andagoya, expedición
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 89

de la que podría obtener frutos opimos. Sin embargo, el


insidioso clima de la costa colombiana del Pacífico desba-
rató el primer esfuerzo español organizado para llegar al
imperio incaico. "En esta provincia supe y hube relación, ansi
de los señores como de mercaderes é intérpretes que ellos tenían,
de toda la costa de todo lo que se ha visto hasta el Cuzco, parti-
cularmente de cada provincia y la manera y gente de ella, porque
estos alcanzaban por vía de mercaduría mucha tierra" escribiría
Andagoya en la Relación, Colección Navarrete, tomo III, num.7,
citado por Prescott, Historia de la Conquista del Perú, Imprenta
y Librería de Gaspar y Roig, Madrid, 1853. Por información
de Andagoya sabemos que entregó sin el pago correspon-
diente las naves de su expedición a Pizarro y Almagro, con
la venia del gobernador Pedrarias, conociendo la limita-
ción de recursos de los compañeros. No se ha encontrado
constancia formal escrita de la cesión gratuita de las naves
fletadas por Andagoya. Lo que, sin duda, sirvió mucho a
los fines de Almagro y Pizarro fue la confirmación de las
informaciones sobre el reino mítico del Levante. "En esta
provincia supe y hube relación, ansi de los señores como de mer-
caderes é intérpretes que ellos tenían, de toda la costa de todo lo
que después se ha visto hasta el Cuzco, particularmente de cada
provincia la manera é gente de ella, porque estos alcanzaban por
vía de mercaduría mucha tierra", ob.cit.
De esa forma se despejó teóricamente la ruta de las
expediciones de Pizarro y Almagro, asociados antes con el
clérigo Hernando de Luque en una explotación ganadera,
según versión de Fernández de Oviedo; "Estando estos dos
buenos amigos en Panamá, tomaron otro compañero tercero, é
hicieron partícipe en la amistad é hacienda a un clérigo llamado
el maestrescuela don Fernando de Luque, persona muy adepta al
gobernador Pedrarias Dávila: el qual tenía un cacique llamado
Periquete, mejor é de mejor gente que la de los compañeros, pero
mucho a su propósito y en comarca de los indios dessotros. E
fecha esta unión ganaron mucha hacienda, é hicieron un muy
buen hato de vacas en la ribera del río Chagres, quatro leguas de
M A R I O CASTRO ARENAS

Panama; é labraban minas é tenían otras haciendas ¿granjerias,


que muchos les ayudaban, a causa de la diligencia de Almagro
y del regimiento de Pizarro. E desque estuvieron ricos, que al-
canzaba é valía lo qe tenían quince o dieciocho mil pesos de oro",
ob, cit.
Según la versión de Fernández de Oviedo, vecino y
coetáneo de Pizarro y Almagro, antes del contrato de la
conquista del Perú de 1526, Luque fue socio de los con-
quistadores en negocios de ganadería, minería y otras
granjerias en las riberas del Chagres.
La vinculación con Luque, provisor del Obispado de
Tierra Firme, fue relativamente exitosa en el plano comer-
cial; pero resultó influencia decisiva para que Pedrarias
les diera licencia para navegar al Levante, después de la
frustración de Andagoya en el intento de 1522:
"... el capitán Pascual de Andagoya vino perdido a Pa-
namá y enfermo del viaje que avía fecho en busca del cacique
del Perú é descubrimiento de aquella costa del Sur é apartóse de
la negociación. Entonces Pizarro y Almagro suplicaron a Pe-
drarias que se la diessen a ellos, é por respecto del clérigo que
tenía compañía con ellos se la concedió, é los hizo capitanes del
descubrimiento, é aún tomó una quarta parte en la compañía a
pérdida é ganancia é igual costa. Pero en essa no puso más que
palabras-, y estos capitanes continuaron la empresa, é gastaron
cuanto tenían ése adeudaron en mucho más, antes quegocassen
ni sacasen el caudal que avían puesto con assaz más cantidad,
que debían a otras terceras personas sus amigos", ob,cit 19.
Cieza de León, que recopiló informaciones de Nico-
lás de Rivera, uno de los trece de la isla del Gallo, no re-
gistra referencias sobre la asociación comercial de Pizarro,
Almagro y Luque anterior a los viajes al Perú. Se limita a
decir que "y estando en la misma cibdad por vezinos y siendo
en ellas compañeros Francisco Pizarro y Diego de Almagro, que
también lo era con ellos Hernando de Luque, clérigo, trataron
medio de bula sobre aquella jornada... y divulgóse por Pana-
má, de que no poco se reían los más de los vezinos teniéndolos
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 91

por locos porque querían gastar sus dineros para yr a descubrir


manglares y ceburocos" ob, cit, 7. Cieza recogió la reacción
burlesca de los vecinos; éstos no entendían por qué de-
jaban una afortunada asociación ganadera y minera para
gastar lo obtenido en viajes algo desacreditados, luego del
frustrado viaje de Andagoya. Pero lo que se confirma de
las versiones de ambos cronistas es que Pizarro y Almagro
eran aventureros de raza y que preferían dejar su prospe-
ridad mediana en la crianza de vacas para ganar honra y
fortuna a través de un descubrimiento espectacular, por
muy riesgoso que se presentase. Convencieron al clérigo
Luque para invertir las ganancias del hato ganadero del
Chagres en los viajes al Perú y aún se endeudaran para
financiar los gastos de la expedición, tal cual quedó pun-
tualizado en el contrato de 1526: "y porque para hacer la di-
cha conquista y jornada y navios y gente y bastimentos y otras
cosas que son necesarias, no la podemos hacer por no tener di-
neros ni posibilidad tanta quanta es menester; y vos el dicho
don Hernando de Luque nos los dais porquesta dicha compañía
la hagamos con vos por yguales partes". Maticorena Estrada
Miguel, Apéndice, Escritura de Compañía entre Francisco Pi-
zarro, Diego de Almagro y el Padre Hernando de Luque para
el descubrimiento del Perú. Cahiers du Monde Hispanique et
Luso-Brésilien. Université de Toulouse. 1966.
Según Cieza, Pedrarias ofreció a Pizarro la conquista
de Nicaragua, mas éste desconfiaba del gobernador, des-
pués de la muerte de Balboa, y prefirió ir a la conquista
del Perú, en la que fue primus inter pares. En cuanto a la
cuarte parte de la sociedad entregada a Pedrarias por ha-
ber concedido la licencia de la expedición, puede conjetu-
rarse que Pizarro estaba convencido que podía minimizar
la ingerencia autoritaria del gobernador con el apoyo de
Almagro y Luque, y dominar en su turno a cada uno de
éstos. La escritura de la compañía repite que las utilidades
de la conquista se repartirían en partes iguales entre los
tres, pero Pizarro no cumplió esa cláusula del contrato,
0,2 — MARIO CASTRO ARENAS

violándolo reiteradamente cuando aparecieron los tesoros


alucinantes del imperio incaico. El único socio que apor-
tó dinero fue el Padre Luque (o Gaspar de Espinosa) con
veinte mil pesos en barras de oro cotizados a cuatrocien-
tos cincuenta maravedises cada peso. Pizarro y Almagro
pusieron como aporte "la merced que tenemos del dicho señor
gobernador de la dicha conquista y reyno que descubriéramos
de la tierra del dicho Pirú", ob,cit Aunque no se estipularon
los deberes de los socios en la escritura, Pizarro asumió el
mando militar, y tuvo a su cargo Almagro obtener los re-
cursos económicos de la logística de los viajes. Dado que
los cronistas de Indias y los historiadores modernos de la
conquista del Perú se han concentrado principalmente en
las acciones de Pizarro y han pasado algo a la ligera sobre
el rol de Almagro antes y después del descubrimiento, tra-
taremos de esclarecerlo.
En la etapa preliminar del primer viaje, Almagro se
encargó de comprar dos buques pequeños, el mayor de
los cuales, dice Cieza, había sido construido por Vasco
Núñez de Balboa, pensando que alguna vez lo transporta-
ría al Perú. Abandonado después de la ejecución malévola
del Adelantado de la mar del Sur, el navio pasó a manos
de Pedro Gregorio y requería inmediatas reparaciones y
mantenimiento para hacerse a la mar con seguridad de
navegación estable. Su piloto fue Hernán Péñate. De todo
esto se ocupó Almagro. Pero lo peliagudo fue conseguir
voluntarios españoles para el viaje. El movimiento ma-
rítimo de la mar del Sur, hacia 1524, apuntaba hacia los
puertos del norte del Pacífico, particularmente Acapulco,
Guatemala, y se proyectaba por Honduras a impulsos del
expansionismo de Hernán Cortés. Luego del intento de
ocupar las Higueras, Cortés pensó avanzar por las costas
de Nicaragua. El Levante representaba una promesa in-
cierta de opulencia, peligros de tribus hostiles y de nave-
gación azarosa. Las informaciones de Andagoya abrieron
perspectivas de culturas indígenas más avanzadas radi-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 93

cadas al sur de Tierra Firme. Eran informaciones reserva-


das al gobernador y su círculo de allegados. Lo visible del
viaje de Andagoya fue su regreso calamitoso a Panamá,
las versiones que se contaban sobre la dolencia contraída
en esos remotos parajes que lo había tullido y le imposibi-
litaba hasta montar a caballo y sobre todo, su renuncia a
continuar la aventura. A los temores engendrados por la
expedición de Andagoya, que no fue más allá del Birú, se
añadió la atmósfera burlesca creada por los comentarios
de los vecinos incrédulos sobre lo que podía resultar de
la asociación de un clérigo y dos conquistadores del Da-
rién transformados en ganaderos. Esto explica que vetera-
nos de las campañas del Darién como Hernando de Soto
y Sebastián Belalcázar estuvieran dragoneando al norte
del istmo centroamericano y no acompañaran a sus cama-
radas Pizarro y Almagro en este primer viaje del periplo
peruano. Pedradas, hombre de praxis, se desmarcó de la
expedición luego del episodio de Andagoya y accedió a
entregarle el comando a dos segundones de la conquista,
que en, buena cuenta, es lo que eran, por esos tiempos, Pi-
zarro y Almagro. A falta de veteranos del Darién termina-
ron aceptando gente sin experiencia de armas, los ociosos
de siempre a la espera de un súbito golpe de fortuna,
Que no tenían fibra de guerreros salió a relucir poco
después de la partida de la primera expedición a media-
dos de noviembre de 1524. Se embarcaron en temporada
de lluvias y tempestades furibundas a la tierra pantanosa
del puerto de Pinas. Salvo Nicolás de Rivera, tesorero, el
resto de los ochenta hombres no conocía ni había sopor-
tado el rigor de marchas por territorios montuosos, como
los que transitaron río abajo por la tierra del cacique Peri-
quete. Cieza describe magistralmente el escenario: "Y an-
duvieron por un río arriba tres días con mucho trabajo porque
caminaban por montañas espantosas... y llegando al pie de una
gran sierra la subieron, yendo ya muy descaecidos del traba-
jo pasado y de lo poco que tenían de comer y por dormir en el
M A R I O CASTRO ARENAS

suelo mojado entre los montes, llevando con todo esto sus espa-
das y rodelas en sus hombros con las mochilas; y tan fatigados
llegaron, que de puro cansancio y quebrantamiento murió un
cristiano llamado Morales" ob, cit, 9. No hubo indígenas que
les atacaran, ni cristianos que los auxiliara, aunque los na-
turales estaban al tanto de la agresividad de los españoles.
Vacías encontraron las casas y algo peor, sin alimentos.
Exhaustos, consumidos por tan forzado ayuno, los espa-
ñoles llamaron Puerto de Hambre a la zona de ciénegas
y mosquitos por donde deambularon hasta que Pizarro
dio la orden de regresar a los barcos. ¿Dónde estaba el oro
prometido? ¿Dónde la bonanza instantánea y la gloria per
sécula seculorum?
Ignorante de las variaciones climáticas regionales,
Pizarro incurrió en error al emprender viaje cuando empe-
zaban las grandes lluvias tropicales. Volver a Panamá hu-
biera significado la cancelación de la empresa, dado que
los expedicionarios habían partido animosos y de buen
semblante y tornaban flacos y amarillos, decepcionados y
anémicos. Para salvar la cara, dispuso el capitán que fue-
sen a la isla de las Perlas a buscar comida y calafatear los
navios estrujados por malos vientos. Entregó la capitanía
de un navio a Gil Montenegro rumbo a las Perlas, mien-
tras Pizarro quedaba en los manglares alimentándose de
peces y mariscos para subsistir, entretanto regresasen con
víveres. Anduvieron por los manglares con la ropa empa-
pada y roída por la hojarasca en medio de insoportables
temperaturas, durmiendo entre el crepitar de millones de
insectos y despertándose, tensamente, empuñando la es-
pada si acechaban indios de horrible estampa, pintarra-
jeados con figuras de simbologia demoníaca. Lo peor de
todo fue que las penurias habían dislocado la expedición
el mando de un capitán como Pizarro que ya había ex-
perimentado situaciones semejantes en el golfo de Ura-
bá, pero que lucía desorientado y sin don de mando y de
persuación a su gente debilitada por la presión del medio
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 95

ambiente del trópico húmedo. Por un lado estaba Pizarro


y su gente, extenuados en los manglares, aguardando el
arribo del barco que había mandado a la isla de las Per-
las con Gil Montenegro, Por el otro lado, estaba Monte-
negro, descendiendo a tierra cada vez que pudo hacerlo,
con puñados de exploradores prestos a obtener mazorcas
de maíz o bananos o cualquier fruto de soportable diges-
tión. Se repetía la pesadilla infernal de San Sebastián en
Urabá. Pizarro rumió sus recuerdos sombríos en la costa
del Darién. De acuerdo a Prescott, "Pizarro. estaba dispuesto
a combatir males y desgracias aun mayores que éstas antes de
volver a Panamá con el crédito arruinado, y -para ser objeto de la
burla general como visionario que había incitado a otros a em-
barcarse en una empresa que él no había tenido valor suficiente
para llevar a cabo. La ocasión presente tenía su única esperanza.
Volver era arruinarse para siempre", ob, cit, 56.
En Panamá, la ansiedad anegaba al vigilante Alma-
gro. Había confiado en recibir en triunfo a un victorioso
Pizarro con trofeos de oro y plata que colmaran la cubierta
de las naves. Pero, desde la partida, imperó un silencio,
al principio previsible, luego torturador, finalmente igno-
minioso. Evitó salir a las calles de Panamá porque recibía
preguntas que no podía responder sobre la suerte de los
expedicionarios. Platicaba a veces con el padre Luque, im-
paciente al principio, a la espera de noticias de Pizarro.
No era Almagro habitúe de iglesias, ni se le vio en misas
dominicales en Contadora y Panamá. Sin embargo, oró al-
gunas veces con Luque, sin saber a ciencia cierta si habían
naufragado, si combatían en loor del emperador o habían
perecido. Temió por momentos el desenlace trágico de la
expedición. Fiel a su temperamento de hombre de acción,
pidió licencia a Pedrarias para embarcarse con sesenta y
cuatro hombres preparados para resolver situaciones de-
sesperadas.
Almagro desconocía que Pizarro había enviado a
Nicolás de Rivera a Panamá con el segundo navio para
9 6 — MARIO CASTRO ARENAS

que allegara socorro, después de haber desembarcado en


Chicama. Ignoraba, también que Pizarro había enfrentado
en esas regiones talvez los peores apuros de su vida en las
Indias, viéndose herido por indios obstinados en arreba-
tarle la espada y darle muerte. Un resbalón por una ladera
lodosa lo puso a cubierto del acoso de indígenas que da-
ban alaridos al entrar en combate. Relata Cieza que "fue-
ron algunos españoles a socorrer a Francisco Pizarro, al qual
hallaron en el aprieto que he dicho, herido de algunas heridas,
y lo subieron arriba y lo curaron del y de los demás que estaban
heridos" ob, cit, 21.
Este episodio aconteció en Pueblo Quemado. Pre-
sintiendo el desenlace funesto de la expedición, Almagro
salió a buscar a Pizarro, desesperando no se sabe hasta
qué punto porque no lo encontraba por ninguno de los
rincones costeros. Ancló el barco en Pueblo Quemado al
advertir desperdicios de vivac español y retazos de cuer-
das cortados a machete. Escaló con cincuenta hombres la
loma donde se asentaba el pueblo, ignorando que cien ojos
espiaban sus movimientos y que los naturales se prepara-
ban a repeler esa nueva oleada de intrusos. Al empezar el
ataque, Almagro recibió un fuerte golpe de dardo en un
ojo, desplomándose por el enceguecimiento provocado
por la fuerza del proyectil. Un auxiliar africano impidió
que, en ese lapso de ceguera, lo exterminaran.
"No desmayó —refiere Cieza de León— aunque salió herí-
do tan malamente ni dexó de hazer el dever hasta que los yndios
de todo punto huyeron; y fue por los suyos metido en una casa
y lo echaron en una cama de ramas que le pudieron hazer... y
estuvieron en aquella tierra hasta que sanó el ojo, aunque no
quedó con la vista que primero en él tenía", ob, cit, 24.
Tuerto pero no desalentado, se repuso Almagro y
continuó buscando a Pizarro por la costa inhóspita, na-
vegando hasta encontrar el curso del río San Juan, donde,
según Cieza, empezó a considerar el regreso a Panamá,
dando por desaparecido a su socio. Como no había huella
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 97

de Pizarro en las riberas del San Juan, decidió no seguir


navegando por las costas del Levante y regresar a la isla
de las Perlas, punto de partida de la primera expedición.
Ahí pudo concluir la aventura o la jefatura militar de Piza-
rro. Sin embargo, la historia de la conquista no se congeló
al notificarse Almagro por los españoles de las Perlas que
Pizarro andaba perdido con sus compañeros por Chocha-
ma, mientras que Nicolás de Rivera había ido a Panamá.
En un gesto de lealtad no muy común entre los conquis-
tadores. Almagro ordenó el regreso del barco a Chochama
para buscar a Pizarro. Cieza da cuenta del reencuentro de
los socios en medio de la alegría de los expedicionarios
desconectados del plan general de exploración.
Pizarro y Almagro hicieron un balance del primer
viaje, los factores desconocidos a los que se habían enfren-
tado —tiempo tormentoso, tierras cenagosas, indómitos
guerreros indígenas, pérdidas humanas y mermas de avi-
tuallamiento. Los alentaban las informaciones confirmato-
rias tomadas de indios adornados con objetos de oro algo
rústicos. Confirmó un indio anciano que "como diez soles de
allí había un rey muy poderoso yendo por espesas montañas, y
que otro más poderoso hijo del sol había venido de milagro a qui-
tarle el reino sobre que tenían sangrientas batallas" Montesinos,
Anales, 1525. No obstante el predominio de los factores ne-
gativos en el balance, acordaron resistir las adversidades
climáticas y no regresar a Panamá cargados de deudas y
quejas. "Como se juntaron los dos compañeros Francisco Pi-
zarro y Diego de Almagro —refiere el prolijo Cieza— trataron
de muchas cosas tocantes al descubrimiento. Estavan mohínos
porque no salían de manglares y montañas; temía(n) no todo
fuese así, mas como ya habían comenzado y estuviesen adeuda-
dos, no les convenía salirse afuera sino echar el resto y con ello
aventurar las vidas. Y acordaron que Almagro volviese a Pana-
má (a) adovar los navios y volver con más jente para proseguir
el descubrimiento; y así como lo acordaron lo pusieron por obra,
sacando todo el bastimento que avía en la nao", ob, cií, 25.
C)ö — M A R I O CASTRO ARENAS

Fue una tensa disyuntiva. O Almagro reclutaba más


gente y obtenía dinero fresco para vituallas y bastimento,
o Pizarro se eternizaría en los manglares con los expedi-
cionarios que le acompañaban de mala gana, esperando el
regreso de su socio en medio de enfermedades, hambre,
y otras calamidades. Los expedicionarios se hinchaban
como odres, se les llagaban las piernas, se movían entre
mosquitos y alimañas y morían en fosas lodosas. Sólo un
hombre como Pizarro, que había experimentado en carne
propia los padecimientos del Golfo de Urabá, aguardando
la ayuda de Ojeda que nunca llegó, estaba en condiciones
de resistir otra vez una situación de tan extrema vulnera-
bilidad. También, sólo un hombre de la lealtad y tenacidad
de Almagro, fue capaz de resolver tantas cosas en contra
de los planes primitivos, teniendo enfrente a un taimado
de la envergadura de Pedradas Dávila. El reacio gober-
nador tenía la mente puesta en Nicaragua, irritado por la
deserción de Francisco Hernández, capitán de su hueste
enviado a tomar posesión de la tierra del cacique Nicarao.
También estaba profundamente disgustado por la llegada
de su reemplazante en el cargo de gobernador de Castilla
del Oro. Escuchó secamente el relato de Almagro de las
penalidades confrontadas en la ruta a los incas y negó al
principio darle licencia para reclutar nueva gente. Adujo
que Pizarro no había sido un buen jefe militar al no haber
podido abrirse paso para cumplir el objetivo del viaje. Pe-
drarias planeó nombrar otro capitán que le acompañara de
igual a igual en el descubrimiento y velara sus intereses.
Almagro argumentó que estando él en la compañía del
descubrimiento no había necesidad de nombrar otro capi-
tán y que le diese el nombramiento. Surgieron rumores de
entendimientos secretos entre Pedrarias y Almagro para
adjudicarle la capitanía a espaldas de Pizarro. Cieza no
ampara el rumor que tampoco recoge Oviedo. Pizarro se
enojó cuando supo que Pedrarias formalizó la capitanía de
Almagro, conjeturando intrigas y ventajismos. Reprimió
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 99

el rencor pero no lo olvidó. No había llegado el tiempo de


las desavenencias por cuestiones de mando. Por lo demás,
los hechos de Almagro refutan tales cargos. En realidad.
Almagro impidió que Pedrarias nombrara capitán a uno
de sus esbirros. Y en vez de disputarle el mando militar a
Pizarro con un título de capitán acreditado por Pedrarias,
Almagro se entregó a organizar concienzudamente el se-
gundo viaje, con el asesoramiento de Luque y del piloto
Bartolomé Ruiz. Asimismo, sacó benefició del mal genio
de Pedrarias por las acciones del teniente Francisco Her-
nández en Nicaragua y de sus dudas sobre el provecho de
la jornada del Perú, para sacarlo de la compañía fundada
para la conquista de los incas. De acuerdo a Fernández de
Oviedo, el gobernador negoció su salida de la sociedad
por el pago de mil pesos de oro, porque planeaba irse a
Nicaragua para asumir una nueva gobernación. Otra ver-
sión asegura que abandonó voluntariamente la sociedad,
escéptico de las probabilidades de éxito, y por no involu-
crarse en la desaparición de más expedicionarios españo-
les cuando llegara el momento que un nuevo gobernador
le incoara el juicio de residencia. Por encima de todo esto,
prevaleció a favor de Almagro la firmeza con que encaró
el retiro de un asociado renuente a apoyarlos económica-
mente, además de autocrático y avaricioso.
Bajo esas condiciones, fue difícil, muy difícil, el en-
rolamiento del contingente del segundo viaje. Muchos pa-
namenses se resistieron a creer los paisajes rosados que
les pintaban Almagro, Luque y Ruiz. Siempre hay, afortu-
nadamente, gente para las aventuras quiméricas. Alistó el
flamante capitán Almagro alrededor de sesenta personas
crédulas de los suburbios pobres de Panamá y consiguió,
con auxilio de Luque, dos barcos más, varias canoas y más
caballos que en el primer viaje.
Entretanto, Pizarro y sus desbaratados compañeros
medraban en los manglares en las peores condiciones de
subsistencia a la espera del arribo de Almagro. Repetía Pi-
100 — MARIO CASTRO ARENAS

zarro que estaban muy cerca de tierras distintas y bonan-


cibles, tierras de naturaleza distinta a la de los manglares
y que hallarían recompensa a sus sacrificios. Insistía en
que se embarcarían en las nuevas naves que en las que
viajaba Almagro con refuerzos, y que no desembarcarían
en las costas pluviosas sino que viajarían en los navios
hasta llegar al reino del oro. Sin embargo, los más de los
expedicionarios no hacían caso al discurso de Pizarro, in-
sistiendo en volver a Panamá y no proseguir las funestas
aventuras por tierras sin maíz ni cocos. Habían caído al-
gunos en un marasmo que les corroía el deseo de vivir,
negándose a salir a la búsqueda de mantenimiento. Del
desaliento se deslizaron a la indisciplina. Las murmura-
ciones de descontento se alzaron en voces de rebeldía que
Pizarro fingió desoír. El mismo capitán se sumergió en el
estado de ánimo generalizado de fatiga y desesperanza,
concordando en regresar a Panamá y abandonar el des-
cubrimiento. Mantenía esa actitud de indolencia cuando
apareció Almagro con refuerzos para la continuidad de la
expedición. En esta ocasión, no hubo alborozo sino recri-
minaciones. Al oir estos reproches en uno y otro miembro
de los sobrevivientes de los manglares, dice Cieza, "Al-
magro lo contraaezía, dizieno que no se entendían en decir que
sería acertado volver a Panamá, pues yendo pobres yvan a pedir
de comer por amor de Dios y a morar en las cárceles los que es-
tuviesen con deudas, y que era harto mejor quedar donde oviese
bastimento y con los navios yr a pedir socorro a Panamá que no
desanparar la tierra", ob, cit, 38-39.
Se presentó en esta etapa un episodio que los apo-
logistas de Pizarro omiten, o apenas mencionan, porque
carcome el mito del conquistador. Cieza de León, cronista
ajeno a banderías, relata la discusión airada entre Pizarro
y Almagro suscitada alrededor de la cancelación o con-
tinuidad del descubrimiento. "Dizen algunos que Pizarro
estaba tan gongoxado por los trabajos que avía pasado tan gran-
des en el descubrimiento que deseó entonces lo que jamás del
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 101

se conoció, que fue volverse a Panamá y que dixo a Diego de


Almagro que como él andaba en los navios yendo y viniendo sin
tener falta de mantenimiento ni pasar por los ecesivos trabajos
que ellos habían pasado era de contraria opinión que no bolbie-
sen a Panamá, y que Almagro respondió que él quedaría con la
jente de buena gana y que fuese él a Panamá por el socorro; y
que sobre esto ovieron palabras mayores tanto que el amistad
y ermandad se bolbió en rencor y que echaron mano a las es-
padas y rodelas con voluntad de se herir. Más poniéndose en
medio el piloto Bartolomé Ruyz y Nicolás de Rivera y otros, los
apartaron y enterviniendo entre ellos los tornaron a conformar
y se abrazaron. Olvidando la pasión, dixo el capitán Pizarro que
quedaría con la jente en donde fuese mejor y que Almagro bol-
Hese a Panamá por socorro", ob.cit, 39.
Los hechos del descubrimiento y conquista del Perú
aleccionan a sostener que este episodio descrito por Cie-
za, confirmado por Fernández de Oviedo pero ignorado
por los otros cronistas de Indias, constituyen prueba para
dirimir si Pizarro fue hombre quebradizo y versátil en los
momentos críticos, o el personaje de férrea voluntad que
pintan los historiadores pro pizarristas. El hecho confir-
mado es que Pizarro entró en crisis antes de llegar al Perú,
se alteró emotivamente por las desventuras climatológi-
cas de la costa colombiana y estuvo a un tris de abandonar
el descubrimiento y regresar a cuidar vacas entre las lige-
ras brisas del Chagres, Almagro lo cuestionó seriamente,
proponiéndole que si lo deseaba Pizarro podían permutar
sus roles, vale decir el trujillano se encargaría de la orga-
nización de los viajes y él asumiría el mando militar, acla-
rándole que no aceptaría, en ningún caso, la suspensión
de la empresa del descubrimento. Pizarro no olvidó este
enfrentamiento que puso al descubierto la volubilidad de
sus decisiones y no le perdonó a Almagro el que le hubie-
ra desafiado en las riberas del río Sanjuan en presencia de
los expedicionarios. Sin embargo, fingió que reestablecía
la relación fraternal, pero lo que hizo fue posponer el re-
102 — MARIO CASTRO ARENAS

sentimiento para descargarlo, después, en el Perú, contra


Almagro en momentos decisivos de la conquista, rom-
piendo juramentos y violando compromisos escritos.
Fernández de Oviedo ofrece una versión sucinta
pero suficientemente ilustrativa del intento de Pizarro de
retirarse de la conquista:
"Yo dixe en el libro XXIX, capítulo XXII, cómo con licen-
cia del gobernador Pedrarias Dávila avía ydo a descubrir por la
costa del sur, desde Panamá, el capitán Pascual de Andagoya,
é vino de allá muy enfermo ê con mal subsesso, a causa de lo
qual dexa la empresa ê la tomaron Francisco Pizarro é Diego
de Almagro, compañeros en sus haciendas con el maestrescuela
Francisco de Luque; é Pedrarias los hizo capitanes é les dio li-
cencia para yr a descubrir por la dicha costa é mares del Sur, Y
el gobernador tomó compañía con estos capitanes y el clérigo,
é hicieron su armada é fueron por la costa del golpho de Sanct
Miguel, la vía del Perú, del quai se tenía noticia desde el año de
mil ê quinientos ê catorce quel capitán Francisco Becerra avía
andado por aquella costa.E pasaron adelante é llegaron hasta el
río Sanct Johan é hallaron tanta resistencia en los indios é tan
mal aparejo en la tierra, que por la voluntad de Francisco Piza-
rro la negociación se dexara, aunque ya avían gastado la ma-
yor parte de su hacienda y estaban muy adeudados. Entonces el
Diego de Almagro le dixo: "No se ha de dexar lo comenzado, sin
que se acaben nuestras vidas ¿lo que más nos queda de nuestras
haciendas.¿Cómo agora, que avernos gastado quanto avernos po-
dido de lo nuestro ê de nuestros amigos, qureys dar la vuelta?
Nunca Dios quiera que tal vergüenza recibamos: yo no tengo de
dexar este propósito, syno ir adelante", ob, cit, 120. Oviedo no
escuchó estas palabras de Almagro, pero indudablemente
recibió la transcripción de las mismas y el relato del episo-
dio de primera fuente, en Panamá, en el tiempo real de las
actividades pioneras del descubrimiento.
En descargo de la reacción de Pizarro, pudiera mani-
festarse que su estado de ánimo se explicaba por los ava-
tares del viaje por la costa entre Colombia y Ecuador, más
P A N A M Á Y P E R U E N E L S I G L O XVI — IO3

las vicisitudes con indígenas fieros sumadas al hambre y


sufrimiento en los manglares. En circunstancias similares
en el Golfo de Urabá, Pizarro también salió huyendo de
las calamidades al ver que no llegaba la ayuda de Ojeda.
Fue un veterano de dudosas peripecias. También debe ad-
mitirse que los indígenas que Les salieron al encuentro en
Puerto Quemado, Puerto del Hambre y el río San Juan no
fueron ni la sombra de la maquinaria militar incaica con
la que pudo tropezarse, por ejemplo, si hubiera llegado
al Perú en la época de Huayna Capac, Insistiremos más
adelante en el aspecto de la destreza militar de Pizarro y la
colaboración que recibió de los señoríos indígenas perua-
nos avasallados por la hegemonía cuzqueña.
El encuentro del piloto Bartolomé Ruiz de una nave
peruana en alta mar, transportadora de fina mercadería, y
reveladora del adelanto náutico del imperio inca, conso-
lidó entre los conquistadores la certeza de la noticia pro-
palada desde tiempos de Balboa. El relato del piloto Ruiz
llevó verdad a la impaciencia de Pizarro, mas no satisfizo
a los navegantes deseosos de poner término a las penali-
dades extenuantes. En la isla del Gallo, Pizarro entregó a
Juan Tafur, enviado por el gobernador de Panamá al res-
cate de los compañeros de Pizarro, a los expedicionarios
atormentados por la añoranza de sus apacibles días en el
istmo y decidió proseguir viaje con el renacimiento de la
ambición. Almagro no había logrado apaciguar del todo a
Pedro de los Ríos, nuevo gobernador de Panamá, que in-
sistió en recoger a los desesperados náufragos del río San
Juan que le remitieron una sarcàstica cuarteta, exigiendo
el retorno. Después de muchas argumentaciones, logró
convencerlo que renovara la licencia para el tercer viaje.
El gobernador de los Ríos aceptó el tercer intento de la
conquista, pero condicionado al plazo definitivo y conmi-
natorio de sesenta días.
¿Habría sido posible la conquista de los incas sin el
apoyo logístico de Almagro y sin su firme voluntad de
104 — MARIO CASTRO ARENAS

continuar los viajes, a pesar de las flaquezas de Pizarro en


las riberas del río San Juan y de las intrigas de Pedrarias y
el antagonismo de Pedro de los Ríos? Almagro se agigan-
tó como organizador y como diplomático en estas delica-
das coyunturas. El dinero aportado por Luque se agotó
en los gastos del primer viaje. Cundía el escepticismo en
Panamá acerca del desenlace de las jornadas, dificultan-
do las gestiones de nuevos apoyos. Con la colaboración
de Luque, remontó Almagro, una a una, las dificultades
materiales y políticas que pudieron epilogar en el cancela-
miento de la expedición.
Ignoraba qué consecuencias personales le podía so-
brellevar el haber obligado a Pizarro a que insistiera en la
aventura. Sin embargo, al abandonar la expedición la isla
Gorgona, concluyó la pesadilla tropical de Pizarro y entró
a territorio del imperio. A partir de Tumbes conoció una
realidad que se le abrió a medida que navegó por la fran-
ja costera: objetos de oro y piedras preciosas, sementeras
simétricas, naturales amistosos y crédulos, una curiosidad
insaciable para esclarecer si los hombres barbados eran se-
midioses o simples mortales. Pizarro y sus hombres obser-
vaban y extraían conclusiones rápidas sobre los subditos
del reino que empezaban a conocer. Se trataba de personas
amistosas que no los veían como enemigos y que estaban
dispuestos al abordaje de las naves españoles y luego re-
cibirlos en tierra, sin recelos ni segundas intenciones. "Los
naturales de la tierra firme, como vían la nao venir por la mar
—dice Cieza—- espantâvanse porque vían lo que no vieron ni ja-
más oyeron. No sabían qué se decir sobre ello... Vieron asimismo
cómo tomaron cuerpo y echaron las áncoras y cómo salían del
navio los yndios que se avían tomado en las balsas, segúnd se
contó; los quales no pararon hasta llegar delante de su señor, en
cuya presencia y de mucha gente que se había juntado contaron
cómo yendo por la mar avían encontrado con aquel navío(el del
piloto Bartolomé Ruiz) adonde veían unos hombres blancos ves-
tidos y que tenían grandes barvas... creyón que tal gente era en-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — IO5

biada por la mano de Dios y que era justo se les hiziese buen hos-
pedaje; y luego se aderezaron diez o doce balsas llenas de comida
y de fruta, con muchos cántaros de agua y de chicha y-pescadoy
un cordero que las vírjines del templo dieron para llevalles. Con
todo esto fueron yndios al navio, sin ningúnd engaño ni malicia,
antes con alegría y plazer de ver taljente", oh, cit, 53,
La relación humana de indios y españoles fue de
amor a primera vista. Fue un bálsamo para Pizarro este
hallazgo de tumbesinos. civilizados, de refinado atavío,
y costumbres cultivadas, distintos a los indios flecheros
que los hostilizaron en la primera etapa del periplo. El ne-
gociador político que Francisco Pizarro llevó dentro salió
a relucir. Mantendrían el mismo nivel de cordialidad y
simpatía, ocultando intenciones de vasallaje y conquista.
Exhortó a sus hombres a mantenerse compuestos, sobre
todo con mujeres, conociendo, como conocía, las tensio-
nes sexuales del dilatado viaje. Entre los peruanos nobles
se acostumbraba a ofrendar doncellas para servicios do-
mésticos y otras necesidades obvias de los forasteros es-
pañoles, pues sus concepciones morales eran distintas a
las de los europeos. Hubo una bella cacica que le ofreció
mujeres al lugarteniente Alfonso de Molina como algo na-
tural, ausente de malicia: "Y entre aquellas yndias que le ha-
blaron estava una señora muy hermosa, y díxole que se quedase
con ellos y que le darían por mujer una délias, la qual quisiese...
el capitán dio muchas gracias a Dios nuestro Señor por ello.
Quexávase mucho de los españoles que se bolvieron y de Pedro
de los Ríos porque lo procuró. Y ala verdad engañávase porque
si él entrara con ellos y procurara dar guerra no fuera parte
para que los mataran, pues Guaynacapa hera bibo é no avía las
diferencias que después, quando volvió, halló. Si con buenas pa-
labras quisieran convertir las jentes que hallavan tan mansas y
pacíficas no hera menester los que se volvieron, pues bastavan
los que con él estavan; mas las cosas de las Yndias son juicios
àe Dios, salidos de su profunda sabiduría, y El sabe porqué a
permitido lo que a pasado" Cieza, 55.
io6 — M A R I O CASTRO ARENAS

Un orejón representante de la autoridad del inca,


posiblemente un recaudador de impuestos, acompañado
por un mitmac residente, estaba en Tumbes cumpliendo
sus funciones, al tiempo de arribar la nave de Pizarro. Sos-
tuvieron una charla amistosa en la nave, con el auxilio de
las lenguas que encontraron en la balsa, desde la mañana
hasta la hora de vísperas, charla reveladora del interés del
burócrata indio de saber quiénes eran los forasteros, de
dónde procedían y cuáles eran sus intenciones al llegar al
imperio del sol y así comunicar la información a sus supe-
riores. Fue éste el primer encuentro entre representantes
de ambos imperios. El orejón sin titubeos les explicó que
debía informar al inca Huayna Cápac sobre los tripulan-
tes de la nave que inesperadamente surgieron de la costa
norte, maravillándolos por sus rasgos humanos, su len-
gua desconocida, sus armas y aparejos. Pizarro respondió
al orejón con una explicación que fue como el resumen del
Requerimiento, cuidándose de revelar los propósitos rea-
les de dominio, pero exagerando, seguramente, el man-
dato del Emperador recibido del Papa como vicario de
Cristo de evangelizarlos a través de mensajes religiosos.
Pizarro sabía que los caciques del Darién no entendían,
ni con traductores indígenas, los postulados del Requeri-
miento y cuando llegaban a comprenderlo, lo rechazaban
como cosa de locos, aunque los incas tuvieron, también,
un discurso sobre sus virtudes militares para amedrentar
a los adversarios antes de asaltarlos. El orejón se limitó
a escucharlo discretamente, con serenidad quechua, sin
transparentar emociones ni expresar interés por conocer
más de la extraña doctrina que desde los cielos les garan-
tizaba cierta patente de corso para apropiarse de posesio-
nes ajenas.
Apreciando que la cordialidad era la envoltura de
la curiosidad, Pizarro dobló el Cabo Blanco y siguió cos-
teando cerca de las ruinas de una antigua ciudadela de
adobe —Chan Chan— donde se levantaría más tarde la
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — IO7

ciudad de Trujillo y avanzó hasta la desembocadura del


río Santa, que se abría paso para llegar al mar rompiendo
una tierra arenosa y cálida como si se hallaran en el nor-
te de África. Se detuvieron en diversos parajes costeros;
les salieron al paso flotillas de balsas de material flotan-
te, como de corcho, pescadores atónitos de ver una tan
grande embarcación y gente de un aspecto desconocido.
Uno de los puertos donde fondearon estaba regido por
un fascinante matriarcado cuyo personaje mayor era una
mujer de belleza deslumbrante y genuino don de mando.
La reina quería conocer al capitán y sus soldados, admi-
rarlos como personas de carne y hueso y descubrir si eran
como todos los hombres. Probablemente algunas de las
representantes del reino femenino de las Capullanas que-
daron prendadas de los barbudos cuando desembarcaron
y pudieron establecer que, debajo de las corazas y yelmos,
escondían inéditas ternuras.
Después de lo que padecieron antes de llegar al Perú,
el capitán imaginó talvez que se podía subordinar a los
costeños sin necesidad de arcabuces y cañones, ya que se
mostraban amistosos y colaboradores. Sin embargo, notó
el ceño severo del orejón natural de lares andinos contras-
tado con la llaneza de carácter de los indios costeños. Algo
los hacía distintos, pero todavía no estaba preparado para
establecer diferencias entre quechuas y yungas. Mientras
navegaron pegados a la costa, hasta sobrepasar más de
diez grados de lo que jamás habían viajado al sur los es-
pañoles, observaron a lo lejos la silueta brumosa de los
Andes, donde, según los señores de la costa, moraban los
protagonistas de un gran imperio que, desde esas latitudes
de nieve y granito, iban desparramándose por doquiera.
Habían recogido numerosas muestras de objetos de
oro y plata, llevaban a bordo varios ejemplares de llamas y
vicuñas obsequiados por la reina Capullana y de mucha-
chos indígenas ávidos de asimilar la lengua de Castilla.
Pizarro no tenía ni el número de soldados ni parque de ar-
io8 — M A R I O CASTRO ARENAS

mamento como para intentar el inicio de la conquista. Más


hombres, más naves y más armas de Panamá,se requerían
para un desembarco en regla y empezar la conquista del
Perú. Reunidos en cabildo sobre la cubierta del barco, los
españoles convinieron con el jefe de la expedición en que
debían retornar a Panamá para que Almagro organizara
una nueva expedición. Cuando llegaron a Cabo Blanco,
Pizarro saltó a tierra para llevar a cabo con sus compañe-
ros la ceremonia de toma de posesión del imperio incaico
con estas palabras que transcribe Cieza: "Sedme testigos
cómo tomo posesión de esta tierra con iodo lo demás que se a
descubierto por nosotros, por el Emperador nuestro señor y por
la corona real de Castilla*'.
Ceremonia impregnada de engaño y doblez: el ca-
pitán Pizarro dio una puñalada por la espalda a quienes
le recibieron con hospitalidad y esplendidez. Estas cere-
monias de felonía las repitió en el Cuzco, cuya puerta le
abrió Manco Inga como amigo y él pagó con traición; y
en Jauja, donde llevó a cabo un simulacro de fundación
de una ciudad capital hispana. Luego de perpetrar estas
falsedades, Pizarro partió de Tumbes en línea recta por
un mar ya en calma, tras dieciocho meses de ausencia. En
Gorgona recogieron algunos soldados que por mala salud
no pudieron embarcarse; y no se detuvieron hasta fondear
en las islas de la bahía de Panamá. Los vecinos borraron el
escepticismo burlón. Los tres socios exhibieron las prue-
bas de la existencia del rico imperio del Levante. Pero el
oro y las demás joyas e ídolos religiosos era sólo el botón
de muestra de los vastos tesoros, repitieron a una voz Pi-
zarro y sus compañeros de viaje.
Cuando Pizarro, Almagro y Luque visitaron al go-
bernador de los Ríos éste, en vez de festejarles la perse-
verancia y el arrojo de los viajes, les achacó la causa del
despoblamiento de Panamá. Arropado en la terquedad de
sus argumentos, el burócrata alegó que no quería pasar a
la historia como responsable de más víctimas de la fiebre
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — IO9

de los descubrimientos. Pedrarias por el norte y los tres


socios por el mar encandilaban las mentes de los vecinos,
prometiéndoles el oro y el moro, argüía de los Ríos. De
acuerdo a Herrera, "no entendía de despoblar su gobernación
para que se fueses a poblar nuevas tierras, muriendo en tal de-
manda más gente, cebando a los hombres con la muestra de las
ovejas, oro y plata que habían traído" Historia general, dec. IV,
libro III.
Ante la incapacidad del gobernador para valorizar
el descubrimiento del imperio precolombino más rico,
los socios acordaron viajar a España para mostrar los tes-
timonios del imperio del Levante y ganar la licencia del
emperador para retornar con una flota bien concertada.
Pero ¿quién debía ir a la corte con los frutos del Perú? Lu-
que estaba amarrado a sus deberes eclesiásticos. Pizarro y
Almagro eran iletrados sin elocuencia. El clérigo propuso
al licenciado Corral, funcionario que en esos días prepara-
ba viaje a la metrópoli. Pizarro se encerró en un mutismo
que expresaba frustración. Almagro rechazó el envío de
un abogado sin las vivencias del descubrimiento. Propu-
so a Pizarro, puesto que, mejor que ninguna otra perso-
na, argumentó Almagro, podía viajar a España a exponer
y defender las primicias del descubrimiento del Perú y
responder cuantas preguntas le hicieran los letrados del
Consejo de Indias. El capitán calló al principio. Sin embar-
go aceptó la misión. Conocía como pocos o nadie las pers-
pectivas beneficiosas de la gran expedición al Perú y se
esforzaría para obtener en España el apoyo real. Sin egoís-
mos ni reticencias, Almagro apostó a confiarle esa decisi-
va misión a su camarada de armas. Almagro confió en esa
ocasión y en otras más en la integridad ética de Pizarro,
pensando que actuaría con equidad al momento de capi-
tularse las prebendas que les iba a adjudicar el emperador.
El compromiso específico antes del viaje a España fue que
Pizarro solicitaría la gobernación para él, el nombramien-
to de Adelantado para Almagro, el obispado para Luque
H O — M A R I O CASTRO ARENAS

y el alguacilazgo mayor para Bartolomé Ruiz. Cieza da


fe del acuerdo:" Y como Almagro ahincase tanto en la yda
de Pizarro, se capituló que negociase para el mismo Pizarro la
gobernación y para Almagro el adelantamiento y para el padre
Luque el obispado y para Bartolomé Ruiz el alguacilazgo mayor;
sin lo qual avía de pedir mercedes aventajadas para los que de los
treze se hallaran con él en el descubrimiento (e) avían quedado
bivos. Francisco Pizarro dio su palabra de lo hazer así, diziendo
que todo lo quería para ellos; más después sucedió lo que veréys
adelante. Acuerdóme que andando yo por este Perú mirando los
arquitos de las ciudades donde están sus fundaciones con otros
ynstrumentos antiguos, encontré en la ciudad de los Reyes con
una escritura que tenía el sochantre en su poder, lo quai se pu-
dieron leer delta algunos renglones, que dezían, hablando con
Pizarrro, Almagro y el padre Luque " avéys de negociar lo que
emos concertado, lo qual havéys de hazer sin ningund mal ni
engaño ni cautela", ob, cit, 73.
Luego que Almagro y Luque consiguieron dinero
para que viajara a España en 1528, Pizarro olvidó los de-
rechos de equidad concertados con sus socios y obtuvo
máximas y exclusivas ventajas personales con la capitu-
lación de Toledo suscrita por la Reina Juana en ausencia
del emperador. Antes de partir a España, Pizarro presentó
al Alcalde de Panamá Francisco Gonzalez un escrito de
pedimiento para que, en presencia de escribano público,
varios vecinos españoles respondieran preguntas amaña-
das sobre Francisco Pizarro y de cómo lo habían conocido
en las jornadas de Alonso de Ojeda y lo acreditaban como
hombre de bien que había pagado salarios de más de dos
mil pesos a los sobrevivientes de la expedición de Ojeda.
Las preguntas a los dudosos testigos omitieron el compor-
tamiento de Pizarro en el tiempo de Balboa y Pedrarias,
circunscribiéndose a la etapa de Ojeda, tampoco muy cris-
talina. A todas luces, Pizarro buscó limpiar su imagen de
la época tenebrosa de teniente de Ojeda y Balboa, capitán
de Pedrarias y presentarse ante el Rey como hombre inta-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 111

chable. Archivos de Indias. 1528. Recopilación de J. B. Sosa


y Enrique Arce. Tomo 1,14, Archivo Nacional de Panamá.
La capitulación de Toledo le nombró gobernador, ca-
pitán general, adelantado y alguacil mayor, acaparando los
cargos más importantes de la llamada provincia del Perú.
A Diego de Almagro se le dio como premio de consuelo
el nombramiento irrisorio de capitán de la fortaleza de
Tumbes; y a Luque se le confirmó el obispado de Tumbes.
El cronista Pedro Cieza de León no pudo reprimir un re-
proche ante la injusticia flagrante de la dicha capitulación:
"Estos oficios parece que Francisco Pizarro los procuró para sí
sin acordar de Almagro ni del piloto que tanto le ayudó y travajó
en el descubrimiento". Agustín de Zarate, por su lado, regis-
tra el disgusto de Almagro al conocer los términos de la
capitulación: " .. .aunque don Diego de Almagro no proveía con
tanto calor como solía de lo que era necesario, porque la hacienda
principal y el crédito estaba en él; y la causa de su tibieza fue el
descontento que tenía de don Francisco Pizarro no le había traído
ninguna merced de su majestad; pero, en fin, dándole sus dis-
culpas, se redujeron en amistad, aunque nunca los hermanos de
don Francisco quedaron en gracia de don Diego, especialmente
Fernando Pizarro, de quien él tenía la principal queja" Descu-
brimiento y Conquista del Perú, libro segundo, capítulo I. Go-
mara corrobora las críticas, escribiendo que "entraron los
Pizarro en Panamá con gran fausto y pompa; mas no fueron bien
recibidos de Almagro, que estaba muy corrido y quejoso de Fran-
cisco Pizarro, porque siendo tan amigos lo habían excluido de los
honores y títulos que para sí traía; y porque siendo compañeros
en los gastos, quería echarlo fuera de la ganancia como de la hon-
va". Historia General de las Indias. No hay cronista de Indias
que no censure la codicia infraterna de Pizarro. Antonio de
Herrera, cronista mayor, registra la reacción verbal de Al-
magro: "Así es, exclamó, como habéis tratado a un amigo que ha
partido con vos todos los riesgos todos los gastos de la empresa,
y esto á pesar de habernos prometido solemnemente al marchar
que miraríais por los intereses de vuestros socios como por los
112 — MARIO CASTRO ARENAS

vuestros mismo. ¿Cómo habéis podido consentir en que así se


me deshonre á los ojos del mundo con tan miserable compensa-
ción, que parece apreciar mis servicios como nulos comparados
con los vuestros? "ob, cit. Al parecer, Pizarro respondió los
reproches, aseverando que el emperador no quiso confiar
el mando a distintas personas, a pesar que abogó por los
esfuerzos de Almagro. De los cronistas, solamente Pedro
Pizarro, sobrino de Francisco repite la insostenible excusa
del conquistador. Razón tuvo el clérigo Luque en proponer
al licenciado Corral como mediador en la capitulación, co-
nociendo la deslealtad latente de Pizarro. William Prescott,
desligado de las apasionadas banderías de los historiado-
res pizarristas, señala que "una circunstancia que no puede
dejar de notarse en estos tratos es que mientras que los empleos
elevados y lucrativos se acumulaban en Pizarro, casi excluían
a Almagro su compañero que, si no se había visto expuesto a
tantos trabajos y riesgos personales a lo menos había llevado a
medias con él el peso de la empresa". La conquista del Perú.
Pizarro se presentó al emperador, la reina y al Con-
sejo de Indias como el deus ex machina del descubrimiento,
minimizando el rol de Almagro y Luque, sin cuyo auxilio
en el fletamiento de nuevas naves y avíos habría queda-
do varado en los manglares. Se presentó como un héroe
cuando no había protagonizado algún acto de heroísmo.
Se descalificó en el plano de los valores éticos, y en el pla-
no jurídico violó flagrantemente el contrato de Panamá
que estableció" somos concertados y conueidos de que todos tres
hermanablemente, sin que aya de ayer uentaxa ninguna, más el
uno que el otro, ni el otro, de todo lo que se descubriere, ganare
y conquistare y poblare en los dichos reynos y provincias del
Pirú... que todos por y guales partes ayamos en todo e por todo,
ansí de estados perpetuos que Su Majestad nos hiciere merce-
des en vasallos e yndios o en otras cualesquier rentas", ob, cit,
Pizarro no mencionó a los reyes y al Consejo de Indias el
contrato de Panamá que obligaba a distribuir ganancias y
honores en tres partes iguales.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 113

No fue éste el primer contrato que violó Francisco Pi-


zarra en la historia de su asociación con Diego de Almagro.
Con espíritu de contumacia, incumplió/ también, el com-
promiso de amistad y no agresión con Almagro fechado
en el Cuzco a 12 de junio de 1535, que buscó poner fin a las
antiguas discordias: "Nos don Francisco Pizarro, Adelantado,
Capitán general y Gobernador por S.M. en estos reynos de la
Nueva Castilla, ê don Diego de Almagro asimismo Gobernador
por S.M en la provincia de Nueva Toledo... prometemos é jura-
mos, en presencia de Dios nuestro Señor .. .que nuestra amistad
ê compañía se mantenga para en adelante con aquel amor é vo-
luntad que hasta el día presente entre nosotros ha habido no la
alterando ni quebrantando por algunos intereses, cobdicias, ni
ambición de cualesquiera honrras é oficios, sino que hermana-
blemente entre nosotros se comunique é seamos porcioneros en
todo el bien que Dios nuestro Señor nos quiera hacer... ninguno
de nosotros calumniará ni procurará cosa alguna que en daño o
menoscabo de su honra, vida y hacienda al otro pueda subceder
ni venir, ni dello será causa por vía directas ni indirectas". Ar-
chivo de Simancas. Transcrito por W. Prescott, ob, cit, 249.
Este singular convenio se firmó bajo solemne jura-
mento después de Almagro y Pizarro oyeron misa celebra-
da por el padre Bartolomé de Segovia y se formalizó con
testimonio público ante escribano y muchos testigos. Tres
años más tarde, Almagro fue ejecutado en el Cuzco, según
dijo Hernando Pizarro, por instrucciones del gobernador.
Las discordias de los socios se exacerbaron con la in-
corporación de Hernando, Gonzalo y Juan Pizarro, her-
manos de Francisco, residentes en Trujillo, reclutados a la
empresa de la conquista en una decisión teñida de favori-
tismo nepótico. Según Fernández de Oviedo, los hermanos
Pizarro eran tan pobres como orgullosos "e tan sin hacienda
como deseosos de alcanzarla. ..ede todos ellos el Hernando Piza-
rro sólo era legítimo, é más legitimado en la soberbia; hombre de
alta estatura é grueso, la lengua y los labios gordos, é la punta de
la nariz con sobrada carne é encendida, y este fue el desavenidor
114 — MARIO CASTRO ARENAS

y estorbador del sosiego de todos y en especial de los dos viejos


compañeros Francisco Pizarro é Diego de Almagro" ob, cit.
En verdad, la capitulación de Toledo abrió diferencias
difíciles de cerrar. La brecha se ensanchó por la incompati-
bilidad de carácter de Almagro con los hermanos Pizarro.
Antes de emprender la conquista del Perú, a espaldas de
sus socios, Francisco organizó una oligarquía familiar con
él a la cabeza que monopolizó el mando militar y político y
desequilibró la distribución de las riquezas incas, a partir
del rescate de Atahuallpa. Especialmente, entre Almagro
y Hernando Pizarro, se creo la antipatía a primera vista.
Desde que Pizarro regresó a Panamá, los conquistadores
advirtieron que Hernando negó la jerarquía de Almagro
en la sociedad de la conquista. Los amigos de Almagro
protestaron las maniobras del clan Pizarro por el despojo
de los derechos por los cuales, por contrato privado y por
juramento ante Dios, Francisco había aceptado compartir
riquezas y honores de la conquista. Asegura Fernández de
Oviedo que Almagro estuvo a un tris de deshacer la socie-
dad y emprender la conquista por su cuenta. La versión
es confirmada por Cieza: "Vues como Almagro se le diese tan
poco por dar calor a su compañero para que con brevedad enten-
diese en partir de Panamá, quiso tratar de hazer cierta compañía
con unos vezinos de la ciudad, que avían por nombre Alvaro de
Guijo y el contador Alonso de Câcerez"', ob.cit.
La intervención de Gaspar de Espinosa y del clérigo
Luque intentó apaciguar, tiempo después, la ofuscación
de Almagro, apreciando que se habían formado bandos
antagónicos de pizarristas y almagristas que allegaban
versiones favorables a cada uno de los socios y todos ju-
raban que decían verdad. La codicia pizarrista lesionó la
hermandad entablada en las jornadas iniciales. Francisco
reparó que la separación de Almagro de la empresa podía
frustrar el alistamiento de la flota. Accedió, de acuerdo a
lo que afirma Cieza, a gestionar una nueva gobernación
para Almagro con límites territoriales que empezaran
PANAMÁ v PERÚ EN EL SIGLO XVI — II5

donde acababan los de él. Pero luego se comprobó que Pi-


zarra, con apoyo de sus hermanos, se negó en redondo en
reconocer la frontera de una gobernación que le adjudicó
el Cuzco a don Diego de Almagro. Así las cosas, Pizarro
seguiría engañando al viejo Almagro hasta su muerte, a
pesar del apoyo decisivo que éste le volvió a brindar en
circunstancias en que hasta pudo perder el control de la
conquista del Perú por la súbita irrupción de Pedro de Al-
varado, como veremos más adelante.
Otra coyuntura que puso a prueba a Francisco Pi-
zarro es la derrota y captura de Atahualpa, obra maestra
de estrategia militar, Pizarro mostró en este episodio lo
que aprendió de la astucia de Pedrarias y de la capacidad
de mando de Gaspar de Espinosa. En puridad de verdad,
las acciones de Caxamarca no fueron expresión real del
poderío militar incaico. Pizarro conoció la fuerza y pode-
río del imperio inca al recorrer los llanos de la costa y las
latitudes andinas, y comprobar la extensión de las tierras
conquistadas por fuerzas militares cuzqueñas. Las infor-
maciones recopiladas en sus primeros tanteos por la costa
le revelaron que el imperio estaba sometido a tensiones
aciagas y su poderío militar desgastado por la pugna en-
tre los hermanos del norte y del sur. Los relatos rencorosos
de los caciques yungas sobre la dominación incaica y lo
que pudo extraerle al orejón con el que conversó en su
nave en Tumbes le suministraron una visión aproxima-
da sobre los desgarramientos de la lucha entablada por
un caudillo rebelde de Quito contra el inca reconocido del
Cuzco. Pero, sobre todo, estas primeras informaciones le
suministraron los rudimentos de la elaboración de una
estrategia concebida para aprovechar y ensanchar mucho
más la desunión interna, en favor de sus propios planes de
conquista. Favoreció mucho sus planes el hecho de que el
caudillo triunfante Atahualpa o Atabalipa, estaba en Caxa-
marca, no muy lejos de los llanos costeños. Comprendió
que requería información española sobre la personalidad
ii6 — MARIO CASTRO ARENAS

de Atahualpa y las fuerzas militares que lo acompañaban,


para procesar su estrategia. Advirtió, por otro lado, que
gente de Atahualpa lo espiaba con los mismos propósitos.
Pizarro envío al real de Atahuallpa a dos capitanes de pro-
bada experiencia militar, su hermano Hernando, veterano
de las campañas españolas en Italia, y Hernando de Soto,
jinete brioso y audaz combatiente. Por ellos supo que la
psicología de Atahualpa correspondía a la de un hombre
vanidoso, muy pagado de sí mismo, que había superado
sus derrotas iniciales y que, a base de astucia, capturó a su
hermano el inca Huáscar. Supo que Atabalipa había en-
viado al Cuzco a los generales Calcuchimac y Quizquiz a
practicar una razzia contra la clase gobernante de la que
había sido desterrado, a pesar que pertenecía al mismo li-
naje. Acreditó Pizarro que Atahualpa era un personaje es-
tragado por el odio a su propia casta, que suele ser el odio
más cruel, y que era un ajuste de cuentas por los despre-
cios de las panacas cuzqueñas. Mientras los generales qui-
teños arrasaban el Cuzco exterminando a quienes podían
hacerle sombra al insurrecto, este se solazaba en las aguas
termales de Caxamarca con séquito de cortesanos y con-
cubinas. Lo rodeaban fuerzas militares, que más parecían
la garde de corps de un déspota sensualizado y arrogante.
Procesando la información de sus capitanes, Pizarro se dio
cuenta que el Apóstol Santiago le ponía a tiro de arcabuz
al cabecilla de la gran rebelión. El desbalance numérico
de fuerzas debía equilibrarlo con una estrategia refinada
en la que un golpe de audacia compensara la restricción
de su fuerza. Ya los peruanos conocían que los caballos
hispanos eran vulnerables como cualquier animal. Ya co-
nocían medianamente la fuerza de sus cañones y arcabu-
ces. Estaban atemorizados a lo interno por la superstición
de las señales del cielo y profecías que auguraban el final
apocalíptico del dominio quechua. ¿No serían estos bar-
budos los temidos enviados de Viracocha que había anun-
ciado Huayna Capac? Bajo estas condiciones, la astucia
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 11/

debía imponerse a la fuerza. Con la aparente superioridad


de sus fuerzas, Atahualpa los había invitado a Caxamarca
para tenderles una celada. Atahualpa se confiaba más en
la fuerza que en la inteligencia, al revés de Pizarro. Captu-
rando al general que había derrocado al inca, crearía el ca-
pitán español una aureola de poderío asaz convincente en
los señoríos hastiados de una dominación que, intrínseca-
mente, reproducía el mismo sistema de dominación. El re-
emplazo de un jefe cuzqueño por uno quiteño no cambia-
ba la opresión de los señoríos sometidos al imperio. Así,
pues, los españoles se escondieron en los galpones de la
plaza de Caxamarca antes que apareciera Atahualpa para
emerger por sorpresa, entre el estampido intimidante de
cañones. La astucia aconsejó aprisionar desde el primer
momento de las acciones, al vanidoso que se jactó que los
pájaros suspendían vuelo a una orden suya.
Los sucesos de Caxamarca demuestran la evaluación
imperfecta de Atahualpa del contexto político-militar.
Como jefe rebelde de una región conquistada por las úl-
timas acciones ofensivas de su padre, hirió el acceso a un
poder cimentado en protocolos, ceremonias y tradiciones
religiosas y políticas. Creyó que había destruido la hege-
monía del Cuzco, fuente secular del poder imperial, des-
encadenando el asesinato de los miembros de la panaca
de Huáscar. No previo Atahuallpa que la ruptura de las
relaciones de poder movilizaría la reacción de los reinos y
señoríos dominados por el imperio, a la espera de signos
de la debilidad del sistema de dominación cuzqueño y rei-
vindicar la autonomía y fueros inherentes a su origen. El
patológico encarnizamiento de Atahuallpa contra el Cuz-
co había determinado la división de sus fuerzas militares.
Los jefes del estado mayor Calcuchimac y Quizquiz esta-
ban en el Cuzco, mientras Rumiñahui merodeaba por los
alrededores de Caxamarca.
La hipotética inferioridad numérica de españoles
condujo a la subestimación de su fuerza militar. Por con-
ii8 — M A R I O CASTRO ARENAS

siguiente Atahualipa no planificó la rápida movilización a


Caxamarca de las fuerzas al mando de los generales quite-
ños acantonados en el Cuzco. Creyó Atahualpa que los es-
pañoles no representaban riesgo para su empresa usurpa-
dora del poder cuzqueño y los dejó avanzar sin atenuantes
por la costa, primero, y, después, por la serranía norteña.
Fue un caso insólito de un jefe que no se inmuta por la in-
trusión de tropa extranjera dentro de su territorio. No repa-
ró a tiempo que los extranjeros le abrían un segundo frente
militar. Atahualipa, ducho en intrigas cortesanas, parco en
experiencia militar, no asumió la responsabilidad de un
verdadero jefe ante el asomo de una agresión externa. La
captura de Huáscar lo narcotizó, presa de una embriaguez
de poder que impidió la admisión que aún estaba en vías
de imponerse en el control integral del vasto imperio inca.
Fueran éstas u otras las razones, la inexperiencia como es-
tratega militar y la arrogancia egolátrica lo llevaron a la
derrota. De la jactancia a la ineptitud existe un pasillo res-
baloso por el que transitó torpemente Atahualpa.
En la prisión, persistió en el error. Creyó que el oro
podía asegurarle la vida, confiando en la palabra de honor
de Francisco Pizarro sin conocer la duplicidad del código
ético del conquistador que volvió a engañarlo. El odio de
su propia gente, por otro lado, se cebó en Atahualpa, víc-
tima de pueriles intrigas cortesanas.El intérprete Felinillo
deslizó a Pizarro la información falsa de que, por orden
secreta de Atahualipa, se puso en marcha un ejército po-
deroso para rescatarlo. Lo hizo para que los españoles lo
desbarataran sin dilación y él pudiese amancebarse con la
concubina que deseaba. Pizarro se alarmó, o fingió que lo
motivo la información de Felipillo. Y, así, en el colmo de
los colmos, un profesional de la mentira como Francisco
Pizarro llevó a la horca por mentiroso al pusilánime Ata-
hualipa. Según Francisco de Jerez, lo intranquilizó otra
versión de un jefe indio de Caxamarca que aseguró que
Atahualpa había llamado a "doscientos mil hombres âe gue-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 110,

rra y treinta mil caribes que comen carne humana". Conquista


del Perú. Pero, en realidad, no hubo movimiento de fuer-
zas indígenas ni en Quito, Cuzco, o en otro lugar del inca-
nato, porque Atahualpa era un impostor, sin autoridad y
mando para convocar a la maquinaria militar cuzqueña.
Los generales conjurados de la revuelta de Quito queda-
ron al garete con la captura de su jefe. Calcuchimac im-
pulsó algunas acciones en Xauxa,; a la postre se ofrendó,
como un cordero de sacrificio, desmoronado mentalmen-
te por la captura del jefe de la insurrección. Rumiñahui,
envidioso de Atahuallpa, en vez de apoyarlo en la jornada
de Caxamarca, huyó a Quito, pretendiendo aprovecharse
de la debacle de Atahuallpa. Quizquiz fue perseguido por
fuerzas combinadas de españoles y cuzqueños de Manco
Inca, concertadas por la ingenuidad del joven pretendien-
te y la malicia de Pizarro. Los conquistaron no dudaron
de la división del imperio cuando recibieron a los señores
indios, sometidos por los cuzqueños antes de la llegada
de los españoles, que viajaron a Caxamarca para rendirle
pleitesía y obsequiarle valiosas joyas apara que extermi-
nara al detestado seudomonarca quiteño, representante
del imperio que los tuvo subyugados. Relación Francesa.
Razonaron que debían ser amigos del enemigo de su ene-
migo. Deducción falaz desmentida después, alevosamen-
te, por los conquistadores.
El fin del imperio incaico debió ser una tragedia de
proporciones cósmicas. Pero la caída de Atahualpa en
Caxamarca la convirtió en saínete de un solo acto.
Después de la palinodia de fracasos y engaños que
acompasó la prisión y ejecución de Atahualpa, llegó el re-
parto del oro del rescate entre los españoles. El contrato
de Panamá de 1526 estipuló que las ganancias de la con-
quista del Perú se distribuirían en tres partes entre los so-
cios. Pero este esquema distributivo no fue el eje del re-
parto. Aconteció que Diego de Almagro llegó al Perú con
ciento cincuenta hombres y cincuenta caballos cuando ya
120 — MARIO CASTRO ARENAS

había acontecido la jornada de Cajamarca. Los hombres


de Almagro reclamaron su parte del botín de Cajamarca,
sin invocar el contrato de Panamá, que probablemente
desconocían, y no los involucraba en las ganancias. Por
otro lado, Hernando Pizarro exteriorizó la ira provocada
por la llegada de Almagro, a quien trató como si fuera un
advenedizo. Reflejando desinterés que contrastaba con la
codicia de Hernando, don Diego no reclamó su parte del
botín de Caxamarca. Después reclamaron los herederos
de Gaspar de Espinosa, a nombre de un aporte financie-
ro que supuestamente representó Luque como embozado
testaferro del compañero de Pedrarias. Calculó Prescott
que la suma total del oro fundido por orden de Francisco
fue de un millón trescientos veinte y seis mil quinientos
treinta nueve pesos de oro, lo cual equivalió en el siglo
diecinueve a tres millones de libras esterlinas o quince mi-
llones y medio de duros españoles.
Los soldados de Pizarro se convirtieron en ricos de
la noche a la mañana; algunos regresaron inmediatamente
a disfrutarla en Panamá y España. Los soldados de Al-
magro recibieron cada uno algo más de veinte mil pesos.
Almagro pudo exigir una parte igual a la de Pizarro, des-
contado el quinto del rey, pero en el acta de la repartición
no se le menciona. Fue, por tanto, un acto de rapiña con-
tra incas y españoles. Quién arriesgó en el fletamiento de
barcos y la compra de vituallas; quién asumió deudas a
nombre de la extinguida sociedad, no obtuvo parte en el
oro ganado con la mentira y el abuso. Por pudor, Almagro
desistió de reclamos, habiendo sido timado a la hora de
los nombramientos acaparados por vía de capitulaciones
por el compañero al que rescató, hambriento y claudican-
te, en su desesperado deambular por los manglares.
Cieza no omite detalle del saqueo y los asaltos sexua-
les que siguieron a la captura de Atahualpa:" El despojo
que se ovo fue grande de cántaros de oro y plata e vasos de mil
hechuras, ropa de mucho precio y otras joyas de oro e piedras
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 121

preciosas. Oviéronse cativas muchas señoras prencipales de li-


naje real e de caciques del reyno, algunas muy hermosas e vis-
tosas, con cavellos largos, vestidas a su modo, ques uso galano.
También se ovieron muchas mamaconas, que son las vírgenes
que estavan en los templos. Despojo fue tan grande el que ovie-
ron estos ciento sesenta Hombres, que si lo supieran conocer, con
no matar a Atabalipa é pedille más oro y plata, aunque lo que dio
fue mucho, que no oviera ávido en el mundo ninguno que con él
seygualara", ob, cit, 134.
Tal como señalamos antes, a pesar de la ingratitud
y el ventajismo del clan Pizarro, Almagro continuó apo-
yando la empresa de la conquista, esperando la reivin-
dicación. Partió otra vez de Panamá con Bartolomé Ruiz
acompañado por capitanes y soldados en un total de cien-
to cincuentaitres hombres y cincuenta caballos. Llegaron
oficiales leales a su persona, como Rodrigo Ordóñez y
Francisco de Godoy, los que, a partir de entonces, estu-
vieron a su lado, solidarios, ante la injusticia pizarrista.
No tuvo alternativa: debía tener leales a su alrededor. Sin
embargo, ayudó a Pizarro ante la eventualidad de una
fuerte reacción indígena. Cieza refiere que Almagro se
alegró cuando conoció la toma de Caxamarca y la captura
de Atahuallpa. No faltaron maliciosos, según el cronista,
que susurraron que Almagro tuvo propósito de meterse
hacia el norte y ocupar el reino de Quito, solicitándole al
rey la gobernación.
Los hechos, por lo contrario, demostraron una vez
más que Almagro mantuvo su respaldo a los planes mili-
tares de Pizarro. Desvirtuando la desconfianza del bando
del gobernador, desempeñó un rol decisivo, oponiéndose
a las incursiones de advenedizos peligrosos como Pedro
de Alvarado.
El mando militar y político de la conquista estuvo
en manos de Francisco y sus hermanos, particularmente
Hernando, favorecidos los pizarristas por la capitulación
de Toledo. Bajo esas condiciones, no fue posible que Al-
122 — M A R I O CASTRO ARENAS

magro compartiera el liderazgo militar de Pizarro. Com-


prendió que para tener mando militar y político propio,
la alternativa realista consistía en pedir una gobernación
autónoma de Pizarro. Cuando Francisco decidió que Her-
nando viajara a España para dar cuenta de la prisión del
inca, llevándole una espléndida muestra de los tesoros pe-
ruanos, Almagro comprendió que debía aprovechar esta
coyuntura para solicitar la gobernación. Un miembro de
su hueste escribió una carta a su nombre al emperador,
formalizando la solicitud de una capitulación. Hernando
se ofreció para llevar la carta. Almagro agradeció el ofreci-
miento, pero confió la carta a Cristóbal de Mena para que
la entregara al emperador. En la nave de Hernando Piza-
rro, dice Francisco de Jerez, llevábase "ciento cincuenta tres
mil pesos de oro y cinco mil cuarentaiocho marcos de plata. El
emperador también recibió, además del quinto real, treintaiocho
vasijas de oro y cuarentaiocho de plata, entre las cuales había un
águila de plata que cabían en su cuerpo dos cántaros de agua y
dos ollas grandes, una de oro y otra de plata; que en cada una
cabrá una vaca despedazada; y dos costales de oro, que cabrá en
cada uno dos hanegas de trigo, y un ídolo de oro del tamaño de
un niño de cuatro años, y dos atambores pequeños" Descubri-
miento y Conquista.
Deslumbrado por los presentes, Carlos V ratificó la
capitulación firmada por la reina en su ausencia, y, al mis-
mo tiempo, reconoció los servicios de Diego de Almagro,
otorgándole una concesión real que creaba la gobernación
de Nueva Toledo de una distancia de doscientas leguas
situadas al sur del territorio de Francisco, adjudicándole
el Cuzco sin presentir que esa concesión sería como una
sentencia de muerte contra él.

Pedro Alvarado en el Perú

Examinemos el significado de la aparición de Pedro


de Alvarado en Quito, en función de la ética del maltrata-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 1^3

do Almagro; episodio muy importante para evaluar, con


respaldo histórico, la lealtad de quien fue agredido moral
y económicamente por su socio de la conquista, que trans-
formó de hecho el contrato de tres socios en recompensa
de sólo una persona. Al llegar a San Miguel de Piura y re-
cibir información del reino de Quito, Pizarro comisionó a
Sebastián de Benalcázar la exploración de la región de las
montañas volcánicas. En ese momento, no estuvo del todo
claro si Alvarado cumplió directivas de Hernán Cortés o
si insurgió por iniciativa propia. En 1529, la Reina le con-
cedió a Cortés una capitulación indefinida para descubri-
mientos en el Pacífico; cuatro años después, como registra
Madariaga, Cortés presentó una nueva solicitud para na-
vegar rumbo a las islas de la Especiería. Hernán Cortés. El
ciclo hispánico. Editorial Sudamericana, Argentina.
La imprecisión geográfica de las capitulaciones atizó
la conflictividad de los conquistadores, desencadenando
reclamos por inciertas jurisdicciones territoriales. Por otro
lado, Gomara acogió la versión de Alvarado, en el senti-
do de que, al conocerse en Guatemala, el descubrimiento
del oro de los incas, envió al capitán García Holguín con
dos navios a recoger información en el territorio de los
sucesos. Garcia Holguín, que fue agente confidencial de
Cortes en Panamá, alborotó a Pedro de Alvarado con la
información del oro incaico. En Nicaragua Alvarado se
apoderó de dos navios y zarpó al Perú con un contingente
de capitanes y soldados veteranos de la conquista de Gua-
temala, entre ellos el padre del Inca Garcilaso de la Vega.
"Sacó de Guatimala e Nicaragua —dice Cieza— la más luzida
armada que se a hecho a las Yndias —a dichos muchos que me lo
han certificado— en la qual venían quinientos honbres poco más
o menos y trescientos y veynte siete caballos, muchas armas y
otros pertrechos necesarios para la guerra e conquistas", ob,cit,
202. La irrupción armada de Alvarado en Puerto Viejo y
Quito pudo cambiar la conquista del imperio. La fuerza
de Alvarado era superior en número y experiencia militar.
124 — MARIO CASTRO ARENAS

Se perfiló la variante peruana del enfrentamiento de Cor-


tés y Panfilo de Narváez en el imperio aztaca. Dé acuerdo
a Zarate, Alvarado ambicionaba tomarse el Cuzco porque
"tenia entendido que caía fuera de las doscientas y cincuenta le-
guas de los límites de la gobernación de don Francisco Pizarro"
ob at, 575.
Pizarro se encontraba en el Cuzco cuando fue noti-
ficado por Gabriel de Rojas de la presencia de Alvarado
en Quito. Pizarro entonces desconocía que el ambicioso
capitán reclamaba la jurisdicción del Cuzco. Una reclama-
ción si base legal porque el Cuzco hervía de españoles,
por un lado, y por el otro, la posesión del Cuzco iba a ser
alegada por Almagro. Pero Alvarado no se detenía ante
nada... salvo el dinero. A pesar de los grandes obstácu-
los naturales con los que tropezó en su ascenso a las al-
turas de Quito; a pesar de las erupciones volcánicas y la
resistencia de los indígenas, Alvarado se instaló en Quito,
pensando que era la primera etapa de su camino al Cuz-
co. Desconociendo las aspiraciones de Alvarado sobre sus
futuros dominios, Diego de Almagro acosaba a Quizquiz
por las cercanías del Cuzco, cubriéndole la espalda al go-
bernador. En Jauja, antes de Pizarro, Almagro supo de la
llegada de Alvarado. Ordenó a Gabriel de Rojas que fue-
ra al galope a informarle al gobernador. Luego se dirigió
a Pachacamac a esperar al gobernador Pizarro y definir
cómo enfrentarían la expedición de Alvarado. Cieza de
León destaca el esfuerzo del anciano Almagro, desplazán-
dose primero de Xaquijahuana a Vilcas para perseguir a
Quizquiz; luego viajando a Jauja, cruzando la cordillera
andina, y, finalmente, descendiendo a la costa de Pacha-
camac. Da cuenta Cieza del fuerte regaño de Almagro a
Sebastián de Benalcázar, quien de San Miguel de Piura se
trasladó a Quito sin autorización. Benalcázar, capitán de
elástica lealtad, fue detenido por orden de Almagro, pero
se defendió arguyendo que su desplazamiento no escon-
día propósitos subalternos sino que respondía a una ini-
PANAMÁ v PERÚ EN EL SIGLO XVI — 12^

ciativa individual que, a la postre, representó ciertamente


refuerzo para contener la hueste guatemalteca. Almagro
comprendió que la lealtad pendía de hilos al saber que el
ex-secretario de Pizarro, el avieso Antonio Picado, había
llegado con Alvarado y le había estimulado a viajar al im-
perio de los incas.
Es cierto que Almagro se jugó entero porque ambi-
cionaba quedarse con el Cuzco, posesión confirmada por
la capitulación del emperador, y que la irrupción de Al-
varado chocaba con sus intereses. Alvarado obró sobre la
base de otra capitulación que le autorizaba a conquistar lo
que Pizarro no había conquistado hasta entonces. No fue
el caso del Cuzco. En cuanto a Quito, existía presencia de
hueste hispana anterior a su llegada.
La conquista de América se rigió por situaciones de
hechos de armas que el rey legitimó, aunque no mediara
una capitulación. Así actuó Cortés yendo más allá de la
exploración autorizada por el gobernador de Cuba Die-
go Velásquez. Benalcázar tomó a la brava territorios de
Nueva Granada que se habían adjudicado formalmente a
Pascual de Andagoya.
El Adelantado Pedro de Alvarado pudo crear un cis-
ma que, pudo ser un sismo, si recurría a la capitulación
que le permitía adentrarse en las regiones no conquista-
das del imperio de los incas. Cuando Alvarado partió de
Guatemala, Benalcázar no había llegado a Quito. La preci-
sión de fechas de zarpes y posesiones pudo ocasionar lar-
gos litigios o sangrientos enfrentamientos. Prevaleció, sin
embargo, el pragmatismo del adagio "más vale un arreglo
rápido que un largo proceso". En el instante en que estu-
vieron frente a frente las huestes de Alvarado y Almagro
surgieron voces de soldados, demandando que no se de-
rramara sangre en una contienda entre españoles. " Y como
estuvieron a vista unos de otros —refiere Zarate— hubieron su
habla de paz, y por aquél día y noche pusieron treguas, y en tan-
to los concertó un licenciado Contreras desta manera: que don
126 — MARIO CASTRO ARENAS

Diego de Almagro diese a don Pedro de Albarado cien mil pesos


de oro por los navios y caballos y otros pertrechos del armada,
y que viniesen juntos donde el gobernador Pizarro estaba, para
pagárselos allí —El cual concierto se hizo y guardó con mucho
secreto, porque sabiéndolo la gente de don Pedro de Albarado
(entre la cual había muchos caballeros y personas principales)
no se alterasen, viendo que no se trataba remuneración ninguna
para ellos", ob, cit, 579.
Almagro, como sabemos, arregló con Alvarado su
retiro del imperio y la entrega de las naves de la expedi-
ción por cien mil pesos oro, pagados en el real de Pizarro
en el santuario de Pachacamac. La mayor parte de la hues-
te de Alvarado decidió quedarse en el Perú a la busca de
fortuna, ya que el capitán no compartió los cien mil pesos,
alegando que iban a reponer los gastos de la expedición.
De esa guisa, gracias a la audacia y a la capacidad de
negociación de Almagro, el gobernador Francisco Pizarro
se libró de enfrentarse a una fuerza militar curtida en las
guazábaras de México y Guatemala. Alvarado pudo dispu-
tar la tierra ya conquistada o fraccionarla, tomando el nor-
te del imperio con San Francisco de Quito como cabecera o
penetrando en el Cuzco. Almagro no titubeó, sin embargo,
en esa emergencia, en alinearse con el camarada.
Sustancialmente, la aventura de Alvarado le abrió
los ojos a Pizarro, que había proclamado a Jauja como ca-
pital de la conquista española, en compensación a la cola-
boración de los huancas. Comprendiendo que otros capi-
tanes españoles podrían llegar por el océano a disputarle
la conquista con malas artes, no resultando aconsejable
defender su territorio desde un emplazamiento andino
determinó prescindir de la capital serrana de Jauja y bus-
car una nueva sede en la costa. Antes eligió como capital
a Xauxa en agradecimiento al continuo apoyo y auxilio de
los huancas en las luchas contra las fuerzas atahualpistas.
Cabalgando por los llanos, sus capitanes privilegiaron el
valle del Rimac al rico señorío de Chincha. Así Pizarro re-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 12^

tuvo San Miguel, Jauja, Quito. El Cuzco permaneció en la


penumbra de una triste disputa. Pizarro pudo consolidar-
se, en suma, gracias a la ayuda de Almagro, ayuda que
jamás reconoció.

Cuzco, disputa mortal


San Miguel, Jauja y el Cuzco fueron las primeras ciu-
dades pobladas de españoles, hasta la fundación de Quito,
Lima y Trujillo. Incierta y ambigua fue, desde el principio,
la concesión del Cuzco. En primer lugar, ante la ambigüe-
dad premeditada de los historiadores pizarristas, hay que
enfatizar que Pizarro no conquistó por las armas la ciudad
sagrada de los incas. Ingresó a ella, la primera vez, pací-
ficamente, tomado de la mano del joven Manco Inca, ilu-
sionado de que se le reconociara como soberano, después
del ahorcamiento de Atahualpa, Manco Inca, agradecido
del apoyo militar hispano a la derrota del quiteño Quiz-
quiz, permitió que se organizara el gobierno municipal
del Cuzco a la usanza española. No advirtió Manco Inca
que los españoles levantaron un acta del Cuzco como si
fuera botín que les pertenecía y entre engaños se repar-
tieron la ciudad imperial y sus tesoros. El sumo sacerdote
de los incas, Villac Umo, puso al tanto al ingenuo inca de
la conducta dúplice de los españoles a sus espaldas. En
base a la ficticia posesión de Cuzco, la corona española
creyó saldar la deuda con Diego de Almagro, entregándo-
le la parcela más importante de territorio dentro de la cual
se incluía el Cuzco. Pizarro y sus hermanos se revolcaron
de rabia cuando cayeron en cuenta de la cesión territorial
del Cuzco al Adelantado Almagro, La información sobre
el punto controvertido por los historiadores de la adju-
dicación del Cuzco la consigna el Sochantre Cristóbal de
Molina: "Es de saber que llegado el Marqués Pizarro a Trujillo,
atándolo repartiéndolo a los vecinos que él quería que allí re-
sidiesen, vino allí de Castilla, entre mucha gente que cada día
128 — MARIO CASTRO ARENAS

pasaba, un mancebo de hasta diez y ocho años, el cual había resi-


dido en las provincias de Nicaragua con un tesorero Juan Téllo,
natural de Ciudad Real, el cual a la sazón residía en Corte, y
había tomado a cargo de negociar con el Rey los negocios de don
Diego de Almagro, y entre otras muchas cosas que despachó,
despachó que SM. hizo merced a Almagro de la gobernación del
Nuevo Reino de Toledo, que era la tierra que sobrase delante de
la gobernación de Pizarro, que eran doscientas y tantas leuas
por esta costa, que comenzaban diez o doce leguas más allá de la
bahía de San Mateo, en el puerto de Santiago, que dicen es deba-
jo del equinoccio, que, según confirmaban los más pilotos por la
altura, llegaba aquí o cuando mucho hasta el puerto de Chincha,
la gobernación que Pizarro tenía, y desde allí corría la que digo
que aquel joven Tello tenía negociada para Almagro, de la cual
traía la nueva aquel mancebo que digo se llamaba Cazalla" Con-
quista y Población del Perú. Anotaciones y Concordancias por
Horacio H. Arteaga. 132.
Cieza recoge las objeciones de los pizarristas, con-
trargumentando que Cazalla tenía sólo un traslado sim-
ple, sin certificado de escribano, del original de la capitu-
lación entregada a Hernando Pizarro. El almagrista Diego
de Agüero voló a Abancay a darle la primicia a Almagro,
que se alegró de la noticia que le convertía en adelantado
y capitán general "de lo mejor y más rico del Peru", ob, cit,
265. A su turno, los pizarristas corrieron a Trujillo a infor-
marle al gobernador Pizarro la infausta nueva. Almagro
partió al Cuzco a recibir la concesión. Le congratularon
engañosamente a la entrada al Cuzco los hermanos Juan
y Gonzalo Pizarro y el teniente Hernando de Soto. En-
tretanto, los leguleyos que rodeaban a Francisco Pizarro
—Picado y Caldera— le recomendaron que pidiera el do-
cumento en manos de Cazalla. Al verificar que era simple
traslado del original, malignamente, recomendaron no lo
reconociera como legítimo. El original estaba en poder de
Hernando Pizarro, enemigo redomado de Almagro, que
retuvo el documento original de la capitulación como ma-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 120,

niobra para retardar la concesión del Cuzco al rival de su


hermano. De esa manera se reeditó un nuevo episodio del
conflicto entre almagristas, que inflaban el ego del adelan-
tado, y pizarristas que no aceptaban nada que opacase la
gloria del gobernador.
La disputa inminente se postergó debido a que Al-
magro decidió no hacer uso inmediato de la gobernación
del Cuzco y partió a la jornada del Arauco, mientras Fran-
cisco escribía a sus hermanos, dándoles la instrucción se-
creta que no reconociese la capitulación de la Nueva Tole-
do. La altanería de Juan Pizarro colisionó con la rectitud
del teniente Hernando de Soto, que le exigió abandonase
actitudes destempladas y reconociese la autoridad de don
Diego.
En el medio de estas intrigas y bravatas, los dos vie-
jos conquistadores se juntaron en el Cuzco para intentar
una más de la serie de reconciliaciones, santificando el ar-
misticio con hostias y juramentos religiosos. El acta de la
juramentación simuló que el jefe del clan Pizarro recono-
cía la gobernación de Nueva Toledo, reconocimiento asaz
insólito que subordinaba a la aprobación del gobernador
la vigencia de las disposiciones del rey. Este juego doble
lo aprendió Pizarro de su maestro y mentor Pedrarias Da-
vila. El documento presenta a Pizarro como "Adelantado,
Capitán general y Gobernador por S.M. en estos reynos
de la Nueva Castilla, é don Diego de Almagro asimismo
gobernador por S.M. en la provincia de Toledo", Prescott,
Anexos, 249, "Así estos dos antiguos compañeros —comenta
Prescott—, después de haber roto ¡os lazos de la amistad y el ho-
nor, quisieron ligarse mutuamente con los sagrados vínculos de
religión, medida de cuya ineficacia debiera haberles convencido
el mero hecho de ser necesario recurrir a ella", oh, cit, 137.
Desdichadamente, ni el Supremo Creador pudo lo-
grar el fin de estas desavenencias terrenales que acabarían
arrastrándolos a la aniquilación.
130 — MARIO CASTRO ARENAS

Conquista del Arauco

A manera de paréntesis de su reclamo sobré el Cuz-


co, Almagro desplegó un ejercicio militar mayúsculo mar-
chando a la conquista de la tierra del Arauco. En la hoja de
servicios del viejo capitán, la conquista del Arauco sirvió
para afianzar antiguos valores militares y fortalecer otros
políticos. Su rol de responsable de la logística de las ex-
pediciones abrió un margen de duda sobre su capacidad
militar, dudas estimuladas por Pizarro en la discusión en
la primera expedición al Levante. En las campañas del
Darién no se menciona a Diego de Almagro, pues, como
miembro de la tropa colectiva, no se individualizan sus
acciones. Fue un soldado más, a diferencia de Pizarro,
distinguido en las jornadas de Ojeda, Balboa y Pedrarias.
Almagro debía mostrar, consecuentemente, con hechos
notorios su temple militar. Le tocó hacerlo con una de las
expediciones más severas de la historia de la conquista
del Tahuantisuyu. Con una fuerza de 150 hombres, su hijo
Diego y dos personajes indígenas aristocráticos, el prínci-
pe Paullu, hermano de Manco Inca, y el Vila Orno, ingre-
só por el camino de los incas de Paria a los desfiladeros
de la cordillera, carentes, en esa zona, de los pasos y las
gradientes labradas por mano del hombre, sello de marca
de la ingeniería imperial. A los obstáculos de la natura-
leza andina se agregó la resistencia indígena que le salió
al paso en toda la ruta del pueblo cuzqueño de Paria a la
tierra del Collao y las Charcas y en el territorio de los Dia-
guitas en el flanco cordillerano del norte argentino. A ex-
cepción del servicio de los naturales del Cuzco, hombres
y mujeres de aquellas regiones de nieve perpetua se nega-
ron a acompañar a los expedicionarios por su voluntad,
por lo que recurrieron al cruel procedimiento de encade-
narlos de día y de noche para que no fugaran. Apologis-
tas de Almagro como Cristóbal de Molina no disimulan
los episodios de crueldad que aquél ordenó:"... y cuando
PANAMÁ y PERÚ EN EL SIGLO XVI — I3I

no tenían indios para cargar y mujeres para que les sirviesen,


Juntábanse en cada pueblo diez o veinte españoles o cuatro é
cinco, los cuales parecían, y só color que aquellos indios de aque-
llas provincias estaban alzados, los iban a buscar, y hallados,
los traían en cadenas y los llevaban a ellos y a sus mujeres é
hijos, y a las mujeres que tenían buen parecer tomaban para su
servicio", ob, cit, 166. Cuando entraron a los vaües de Co-
piapó encontraron, bajo compacta nieve, los caminos; se
hundían las rodillas de los expedicionarios en la travesía.
En sólo una noche murieron de frío setenta caballos. Más
adelante, los valles de Chile les mostraron el esplendor
de sus bosques, pero los capitanes y soldados almagristas
los consideraron muy pobres porque allí no encontraron
oro. Rodrigo Orgóñez, uno de sus capitanes más leales,
que le aguardaba en Copiapó, aconsejó al viejo Almagro
que no se empeñara en la conquista de una tierra donde
no habían metales preciosos y los indígenas eran tan fie-
ros como incivilizados, Emprendieron el regreso por el te-
rriblemente desértico despoblado de Atacama "donde hay
muy poco agua y yerba ni cosa verde", Molina, 172. Orgóñez
le llevó documentos firmados por el rey y la noticia del
levantamiento de Manco Inca. Entonces Almagro aceleró
la marcha, tomando la ruta de Arequipa para encaminarse
al Cuzco.
La amistad anudada entre el joven Manco Inca y el
anciano Diego de Almagro había renacido al impulso de
la enemistad común con los Pizarro. Algunos cronistas
—Pedro Pizarro y Agustín de Zarate— sostienen que Al-
magro tomó la iniciativa de enviarle mensajeros a Man-
co Inca para concertar una entrevista, antes de llegar al
Cuzco. Otros cronistas, como el sochantre Cristóbal de
Molina, aseveran lo contrario, esto es que Manco Inca fue
quien tomó iniciativa de cartearse con el conquistador.
Fuese uno o lo otro, lo cierto es que surgió un cierto en-
tendimiento porque Manco Inca, asegura Pedro Pizarro,
le debía al Almagro el haber exterminado a su solicitud
I32 — MARIO CASTRO ARENAS

a dos cuzqueños hermanos suyos que conspiraban con-


tra su aspiración de tomar la mascaipacha. Abonó a favor
de Almagro haber llevado a la expedición al Aráuco a su
hermano Paullu, que después se volvió pizarrista, y a su
gran aliado, el Vila Oma, Manco Inca exploró el entendi-
miento con Almagro, con la perspectiva de dividir más a
los bandos cuyas desavenencias internas conocía. No se
podría especular sobre un intento almagrista de concer-
tarse con peruanos en detrimento de españoles, teniendo
en cuenta que Hernando Pizarro también se carteó con el
inca, argumentándole en la correspondencia que el gober-
nador Pizarro era la verdadera fuente del poder político y
no Almagro. No fue novedad, por lo demás, que españo-
les e indígenas se concertaran y aliaran, habiéndolo hecho
Hernán Cortés con los tlascaltecas en México, y Francisco
Pizarro con los huancas, cañaris, chachapoyas, y con el
muy joven Manco Inca en la retoma del Cuzco. Waldemar
Espinoza Soriano. La destrucción del imperio de los incas. Reta-
blo de Papel Ediciones. 1973.
Los vejámenes inflingidos por los Pizarro a Manco
Inca durante su estada en el Cuzco inclinaban a éste a en-
tenderse mejor con Almagro. Tanto es así que el sochantre
Molina confirma que "el inca dio a entender que se holgaba
de su venida y envióle mensajeros mucha(o)s y diversos, o es-
cribíale cartas haciéndole saber la causa porque se había rev(b)
elado, que es por lo que se ha dicho, y por otras muchas, quejá-
base mucho de los vecinos del Cuzco diciéndole que le trataban
al e injuriosamente y le escupían y orinaban y le tomaban sus
mujeres; y de Hernando Pizarro solamente decía que le había
dado gran cantidad de oro y porque no tenía ya más que dar se
había alzado, y que él le quería venir de paz porque le tenía por
amigo y le quería mucho; que le enviase allá algún españoKse
omitió) amigo suyo porque le quería hablar, y Almagro le envió
dos españoles y una lengua español que tenía muy bueno, que
entendía muy bien los indios, y llegados allí los recibió bien",
ob, cit, 178.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — ^33

Fue aprobada la entrevista con recelos de los dos


lados. Convinieron en encontrarse en el valle de Yucay.
Conspiró contra la realización del encuentro entre Alma-
gro y Manco Inca, que éste temió ser víctima de una con-
jura de almagrístas y pizarristas para prenderlo y envió
quince mil hombres de guerra a Yucay. Los veteranos de
Chile igualmente estaban predispuestos a no caer en una
celada de los cuzqueños. Así pasaron de la desconfianza
al enfrentamiento. Se produjo una refriega de una hora de
duración, sin grandes bajas. Desilusionado por creer que
no había español bueno para alianzas, Manco Inca se re-
plegó mucho más en las boscosas montañas de Vilcabam-
ba. Concluyó, por exceso de recelos por las dos partes, este
conato de entendimiento entre Almagro y Manco Inca, que
no se sabe hasta dónde pudo haber llegado si se hubieran
unido peruanos y almagrístas contra los Pizarro.
Entretanto, después de la dura campaña de Chi-
le, Almagro se decidió a tomar la gobernación del Cuz-
co. Reunió las divisiones de Yucay y Urcos y envió una
embajada al ayuntamiento del Cuzco con una copia de la
capitulación de Nueva Toledo, reclamando que la ciudad
imperial caía dentro de los dominios territoriales fijados
por el rey. Los miembros del ayuntamiento se vieron en el
dilema de definir los límites de la gobernación de Pizarro
y la gobernación de Almagro, sin contar con medios geo-
gráficos y topográficos. Plantearon una tregua a las partes
para consultar a pilotos instruidos sobre la posición del
río Santiago, tomado como eje de la dirimencia.
Prescott aborda el asunto de los límites con pondera-
ción: "El real decreto ponía bajo la jurisdicción de Almagro a todo
el país situado a doscientas setenta leguas al sur del río Santiago
a un grado y veinte minutos norte del ecuador. Doscientas seten-
ta leguas en el Meridiano, según nuestra medida, hubieran ter-
minado los límites un grado antes del Cuzco, y apenas hubieran
comprendido la ciudad de Lima. Pero las leguas españolas de de
diez y siete medias por grado hubieran estendido los límites meri-
— M A R I O CASTRO ARENAS

àionales de la jurisdicción de Pizarro a cerca de medio grado más


allá de la capital de los Incas, la cual de este modo recaía dentro
del término de aquella jurisdicción. Sin embargo, la línea de divi-
sión caía tan cerca del terreno disputado que racionalmente podía
dudarse del resultado verdadero, no habiéndose hecho minuciosas
investigaciones científicas para obtenerlo, a pesar de que cada una
de las partes aseguraba, como sucede siempre en tales casos, que
sus conclusiones eran claras e incuestionables", ob, cit, 150.
Fray Tomás de Berlanga, obispo de Tierra Firme, y
Gaspar de Espinosa, presunto financista de la conquista,
llegaron al Cuzco para mediar en la disputa; cada uno
arrojó dictámenes opuestos.
La divergencia de carácter científico se iba a solucio-
nar con medidas de fuerza. Hernando Pizarro se fortificó
en el Cuzco, a pesar del pacto de tregua, mientras el ayun-
tamiento examinaba las capitulaciones. Conociendo Al-
magro la mala fe de quien nunca le entregó el original de
la capitulación de la Nueva Toledo y tuvo conversaciones
secretas con su hermano sobre el punto apenas llegó de
Panamá, el ocho de abril de 1537 entró a la plaza del Cuzco
con las espadas desenvainadas de los veteranos de Chile.
Ordóñez sitió a Hernando y Gonzalo Pizarro en un galpón
donde dormían y le prendió fuego para obligarlos a salir
y entregarse. Todos los Pizarro, excepto el marqués resi-
denciado en Lima, fueron encarcelados en un fulgurante
operativo. Orgóñez y sus compañeros de Chile urgieron
al mariscal a que los ejecutara, sin pérdida de tiempo, con-
vencidos que el clan hubiera hecho lo mismo con él en si-
milar situación. Poco tiempo después, al vencer al general
Alfonso de Alvarado del lado pizarrista en la batalla del
río Abancay, el mariscal se vio fortalecido hasta el punto
de poder haberse dirigido a Lima para someter al goberna-
dor y tomarle cuenta por sus deslealtades e ingratitudes.
Poco antes de las acciones de Almagro en el Cuzco,
Francisco había pasado por las dos peores pesadillas de su
trayectoria en el Tahuantisuyu.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 135

Una derivó del sitio e incendio del Cuzco, donde por


ocho meses las huestes de Manco Inca tuvieron cercados
bajo amenaza de exterminio a sus tres hermanos. Otra fue
el asedio que soportó en la ciudad de los Reyes, por el
cerco de las fuerzas de generales indios de Manco Inca, La
posible resurrección del imperio inundó de pánico a Fran-
cisco Pizarro. Desesperadamente, mando cartas pidiendo
auxilio a Hernán Cortes en México, a Pedro de Alvarado
en Guatemala y a Gaspar de Espinosa en Panamá para
poder salvarse del ímpetu de la reconstruida maquinaria
de guerra incaica. Mientras llegaban de Panamá las naves
de Espinosa, de México las de Cortés, de Santo Domingo
las del arzobispo Alonso de Fuenmayor y de Nicaragua
las de Diego de Ayala, Pizarro, astutamente, ganó tiempo,
envolviendo una vez más al crédulo Almagro con embaja-
das de negociadores. A la vez movía sus piezas en el Cuz-
co para movilizar a su gente y sobornar a los guardianes
de sus hermanos en prisión.
Al retirarse de Lima las fuerzas incas, Pizarro rehizo
su tropa con españoles llegados de Panamá, Nicaragua y
México, fuerza mermada después de la derrota de Alonso
de Alvarado y la deserción de Pedro de Lerma en Aban-
cay. Su propósito inicial fue socorrer a sus hermanos atra-
pados en el sitio del Cuzco, pero luego consideró enfrentar
a las fuerzas de Almagro con los refuerzos llegados de los
mencionados países. Sin embargo, detuvo sus fuerzas en
Nazca al conocer la prisión de Hernando y Gonzalo y re-
trocedió a Lima para maquinar una nueva ofensiva políti-
ca. La mediación de Gaspar de Espinosa, su capitán en las
jornadas panameñas, surgió de los intrigantes cerebros de
sus asesores. Pizarro rehusó el combate abierto con Alma-
gro, prefiriendo enredarlo con otras tortuosas considera-
ciones sobre los límites territoriales de las capitulaciones,
mientras Hernando maniobraba en el presidio del Cuzco.
Ordóñez demandó a Almagro la ejecución de Hernan-
do y Gonzalo Pizarro, pensando que Francisco acusaría el
13 O — M A R I O CASTRO ARENAS

impacto sicológico y militar de la pérdida de sus herma-


nos. Otros, como Diego de Alvarado, hermano de Pedro,
se oponían a la ejecución de los Pizarro, arguyendo que las
huestes de los conquistadores españoles se desmoralizarían
viendo el desencadenamiento de una guerra fratricida.
Almagro ingenuamente cayó en la emboscada po-
lítica, optando por el reinicio de negociaciones. Nombró
como representantes a Alonso Enríquez de Guzman, al
factor Diego de Mercado y al contador Juan de Guzmán.
Después de escuchar a los delegados almagristas, Piza-
rro planteó la búsqueda de una salida pacífica y propuso
que ésta se entregara a frailes amigos. Estos dictamina-
ron, en contra de los intereses de Almagro, la liberación
de Hernando Pizarro, la restitución del Cuzco y la des-
movilización de los ejércitos. Asimismo recomendaron
un encuentro de Pizarro y Almagro en la población de
Mala. Mientras tanto, Gonzalo Pizarro y Alonso de Alva-
rado sobornaron a sus guardianes y escaparon del Cuzco
a encontrarse con el marqués. Almagro acató el dictamen
frailuno. El encuentro con Francisco Pizarro en Mala fue
una patraña, y pudo convertirse en una celada, como lo
comprobó don Diego al descubrir que Francisco, después
de abrazarlo y proclamar que haría honor a sus compro-
misos, tenía tropa escondida en un cañaveral cercano a la
población de Mala.
El desenlace de la contienda fue funestamente pre-
sagiado por Gaspar de Espinosa al fracasar la negociación
sobre los derechos del Cuzco: "El vencido vencido y el
ganador perdido", dijo el abogado. Recordaría, asimismo,
el achacoso capitán, la expresión lanzada por Rodrigo Or-
donez cuando supo que entraba en negociaciones para li-
berar a los Pizarro: "Un Pizarro jamás olvida una injuria, y la
que éstos ¡van recibido de Almagro es demasiado grave para que
la perdonen" Prescott. 152.
Almagro regresó al Cuzco sintiéndose comprometi-
do con el acuerdo de Mala. No sólo liberó a Hernando
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI •— 137

Pizarro, sino que lo visitó personalmente, pidiéndole que


olvidara los agravios en nombre de su antigua amistad.
Más aún, instruyó a su hijo Diego que le escoltara hasta
Mala, donde el viejo Francisco lo espolvoreó con azuca-
radas alabanzas, asegurándole que las rencillas quedaban
mitigadas después de un reencuentro tan auspicioso entre
los viejos camaradas de la conquista. No demoró el viento
en disolver el polvo de la cabalgata del joven Almagro a
su regreso al Cuzco, cuando el marqués Pizarro, con el so-
lemne desparpajo que signó su vida, instruyó a Hernando
a que de inmediato se pusiera al mando de la tropa que él
ya estaba alistando para recuperar el Cuzco y le ajustaran
cuentas al crédulo Almagro.
La conducta errática, abúlica, en la defensa de sus
derechos e intereses y como subordinada a los planes ma-
quiavélicos de los Pizarro, lleva a la presunción que pro-
bablemente las bubas o mal gálico que padecía de tiempo
atrás ya le había corroído la razón. Después del fiasco de
Mala, Almagro pasó de pronto, sin solución de continui-
dad, de la ofensiva a la defensiva, dando a algunos la im-
presión de que la entrevista con su socio le había perturba-
do el equilibrio mental al punto de anularle la iniciativa. A
partir del encuentro de Mala, Almagro fue como una som-
bra del hombre que había sido el dínamo de la conquista.
La secuencia de esfuerzos que va de la dura campaña de
Chile a la toma del Cuzco y al encarcelamiento de los Pi-
zarro se diluyó a partir del encuentro con Francisco. Aca-
so la enfermedad venérea había llegado al último grado,
atacándole el sistema nervioso y el cerebro; o, digámoslo
con misericordia, el peso de los años gravitaba enerván-
dole la correcta toma de decisiones. En resumen, Almagro
estaba derrumbado a su retorno al valle del Cuzco; dán-
dose cuenta del derrumbamiento físico y síquico, atinó en
confiarle el mando a Rodrigo Orgóñez, a manera de com-
pensación por los consejos que no atendió. Entretanto,
Francisco Pizarro, con lucidez y energía, reorganizaba sus
138 — M A R I O CASTRO ARENAS

fuerzas y entregaba el mando a sus hermanos Hernando y


Gonzalo para salir en persecución de Almagro y recuperar
la capital de los incas, que nunca llegó a disfrutar.
Pizarro y Almagro dejaron atrás el menesteroso pa-
sado en España y los días recoletos de ganaderos en Da-
rían. En el Tahuantisuyu hubo oro para saciar la gula de
ambos y de muchos gobernadores y capitanes. Su opaco
origen de bastardos impecuniosos se elevó a las estrictas
esferas de la nobleza de espada; uno, marqués de los Ata-
villos; mariscal adelantado de Nueva Toledo, el otro. En el
fondo, la disputa por la posesión del Cuzco era baladí. Pi-
zarro todo lo tenía: máxima jerarquía política; tierras, oro,
indios de servicio; título de nobleza: respeto y autoridad:
el amor reposado de una princesa india de edad nubil.
¿Qué le llevó, entonces, a no compartir el poder que, en
buena ley, también había ganado Almagro? ¿Qué fuerzas
demoníacas le incitaron a violar contratos, profanar jura-
mentos religiosos, degradar apoyos, emponzoñar la gra-
titud y la fraternidad? ¿Por qué, en resumen, odió tanto a
su compañero de armas, socio y camarada en las malas y
en las buenas?

El final de Salinas

La batalla de Salinas canceló la fraternidad pizarro-


almagrista. De la elección del escenario de la batalla a la
distribución de fuerzas se sucedieron errores en el campo
almagrista. Un pantano y un riachuelo dividían el campo
de batalla. La caballería almagrista era superior a la piza-
rrista, pero era inferior la infantería y la artillería. Rodrigo
Ordóñez planteó el combate en una llanura que favorecía
el despliegue de la caballería, pero no tomó en cuenta que
estaba el terreno a la vera de una ciénaga. Hernando Pi-
zarro ordenó que los artilleros se parapetaran en una emi-
nencia de terreno favorable a las nuevas piezas de caño-
nes y arcabuces llegadas de Santo Domingo y, desde allí.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 139

quebró la caballería. Ordóñez concibió que el pantano iba


a ser inexpugnable para el despliegue de la caballería de
Hernando, pero éste lo cruzó con gesto osado de tempe-
ramento familiar. Cometiendo un segundo error, Ordóñez
le salió al paso en forma prematura, queriendo derribar y
fulminar a Hernando para desmoralizar a su gente. Con-
fundió a Hernando con otro, o éste vistió a otro teniente
con sus galas para engañar, y aunque logró derribarlo,
cayó del caballo por la fuerza del encontronazo. Lo que
buscó se ensañó en él. Los infantes de Hernando lo aco-
saron. Espada vigorosa, repartió mandobles hasta donde
pudo. Desarmado y viril, pidió entregarse a Hernando.
Uno de los secuaces fingió que iría a llamar al general. Lo
que hizo fue acercársele y asestarle una puñalada en el
pecho. Luego le degollaron y pusieron la cabeza en una
picota. Don Diego de Almagro, inutilizado por las bubas,
montado en un caballejo, seguía de lejos las acciones. Al
caer Ordóñez, y desbandarse las filas de su bando, com-
prendió que su suerte estaba echada. Caricaturesco fue el
intento de fuga para refugiarse en la fortaleza de Sacsa-
yhuamán. Desde las graderías de colinas cercanas, los in-
dígenas cuzqueños siguieron el espectáculo alucinante de
la batalla en la que españoles luchaban contra españoles.
Aullaron jubilosos a la caída de cada viracocha. Cuando
concluyó la contienda, desvalijaron los muertos y vendie-
ron las prendas en los mercadillos del Cuzco.
Hernando no cayó en las cavilaciones almagristas
que le salvaron la vida y deliberó la muerte inmediata del
mariscal. Zarate da cuenta que "como él entendió que mien-
tras don Diego fuese vivo nunca acabaría de quietarse ni sose-
garse la gente, porque en esta probanza y en otras que Hernando
bizarro hizo halló en diversas partes motines de gente conjurada
para venir a sacar de la prisión a don Diego y alzarse con la
ciudad; por todo lo cual le pareció convenía matar a don Diego,
justificando su muerte con las culpas que había tenido en todas
las alteraciones pasadas", ob, cit, 613.
I4O — MARIO CASTRO ARENAS

Don Diego desfalleció al enterarse de la sentencia a


muerte. Apremió a Hernando a que recordara cómo en
circunstancia similar habíale respetado la vida. Ante la in-
transigencia en el razonamiento político, apeló a lo huma-
no: imploró le dejara fenecer en la prisión, pues estaba en
las últimas por las bubas y era muy anciano. Hernando
replicó que si le era inminente la muerte no le temiera a su
adelanto y le increpó que se mostrara pusilánime. Invocó
Almagro al Redentor, pero Hernando no se prestó a con-
trapuntos más o menos teológicos ni aceptó la apelación
al Consejo de Indias y le entregó al verdugo, consintiendo
que le dieran muerte por sofocación y no le descabezaran
a la vista de los vecinos cuzqueños. Otros conmilitones de
Almagro, como Pedro de Lerma, fueron asesinados sin pro-
ceso en lecho de enfermo. Las peores venganzas y arreglos
de cuentas aterraron la población de la ciudad imperial.
El Marqués Pizarro partió al Cuzco para refrendar
el señorío de los Pizarro. Gonzalo se fue al Collao y llegó
hasta Charcas. Toda la tierra hasta donde se esfumaba el
horizonte entre los elevados espacios andinos y en la tie-
rra de los Llanos donde el sol se hundía en la mar del sur,
llevó en esas horas de gloria momentánea el escudo he-
ráldico de Francisco Pizarro y sus hermanos. El marqués
regresó a los Reyes, llevando en la comitiva al hijo de Don
Diego, sin percatarse que, con esa fingida protección seu-
dopaternal, no impediría que, más tarde, con sangrienta
caligrafía, el mozo Almagro escribiría su propio epitafio.
Quedaban almagristas, aquí y allá, prestos a vengar la
muerte despiadada de don Diego. "Era Diego de Almagro
—recuenta Gomara— natural de Almagro; nunca se supo con
certeza quién fue su padre. Decían que era clérigo y no sabía
leer. Era esforzado, diligente, amigo de honra y fama; franco más
con vanagloria, pues quería que supiesen todo lo que daba. Por
las dádivas le amaban los soldados, que por otro lado muchas
veces los maltrataba de lengua y manos. Perdonó más de cien
mil ducados, rompiendo las obligaciones y conocimientos de los
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 1/J.l

que fueron con él a Chile, Liberalidad de príncipe más que de


soldado; pero cuando murió no tuvo quien pusiera un año en
su degolladero. Tanto peor pareció su muerte, cuando él menos
cruel fue, pues nunca quiso matar a hombre alguno que tocase
a Francisco Pizarro. Nunca estuvo casado; empero tuvo un hijo
de una india de Panamá, que se llamó como él, y al que se crió
y enseñó muy bien, pero acabó mal, como después diremos", ob,
cit, 237.
A pesar del ajusticiamiento de Almagro, subsistió el
almagrismo, y con sangre en los ojos de los derrotados
en las Salinas. Mientras se dispersaban los pizarristas, los
almagristas se concentraron en Lima. Hernando partió a
España. Gonzalo a Quito, con el nombramiento de gober-
nador en el brazo. Francisco desdeñó el Cuzco y consolidó
los Reyes como sede oficial de gobierno. El marqués no
perdía pisada de Almagro el mozo y le quitó el servicio de
indios para obligarle a que fuese a comer a su mesa y se
alejara de los de Chile, desprovistos de sus bienes y rique-
zas y condenados al ostracismo y a la pobreza. Confió al
casquivano secretario Antonio Picado el seguimiento de
los movimientos de los veteranos, pero éste no redobló la
vigilancia del palacio de gobierno. Luego aparecieron in-
dicios del ánimo rencoroso de los de Chile: se las ingenia-
ron para colgar sogas de la picota en las casas de Picado y
del doctor Juan Velasquez, justicia de varas. Sin embargo,
el marqués no autorizó que se hiciera pesquisa de los au-
tores de la colocación de los símbolos funestos. Pensó que
los almagristas no tenían agallas para conspirar y mate-
rializar venganza. Se convenció de ello cuando Juan de
Rada, conquistador de la primera hora, amigo de él y de
Almagro, le visitó para pedirle protección de guardas para
Almagro el mozo, solicitud planeada para despistarlo de
la conjura en proceso. Asegura Zarate que era público en
los Reyes el concierto de los de Chile para matarlo y que
muchos le dieron aviso de la conjura, pero él se mostró
incrédulo y subestimó el coraje de sus adversarios. Tanto
M A R I O CASTRO ARENAS

desvalorizó a los almagristas que no creyó las confiden-


cias deslizadas a sus validos del palacio por un cura de la
iglesia mayor que le visitó para confiarle que uno de los de
Chile le había revelado, bajo secreto de confesión, la trama
para ultimarlo. Creyó que el clérigo alentaba propósito de
cobrar la confidencia con su ascenso en una parroquia que
ambicionaba. Al momento de esas confidencias clericales,
don Francisco estaba al tanto de la llegada del licenciado
Vaca de Castro, enviado por la corona para recopilar in-
formación sobre la ejecución de don Diego de Almagro y
otras alteraciones de la tierra de las que él debía responder.
En esa perspectiva de rendición de cuentas, el arresto de
los Chile daría al enviado del rey una imagen de alboroto
y desestabilización que perjudicaría al marqués. La vo-
luntad de querer demostrar un cuadro de buen gobierno,
indudablemente, le amarró las manos y abrió el camino a
la venganza de los de Chile. Conocía también que Diego
de Alvarado, hermano del capitán de Guatemala, había
ido a la metrópoli con el propósito de acusar a Hernando
Pizarro por los actos de atrocidad que le llevaron por mu-
chos años a las mazmorras de Valladolid. Así, pues, por
cuidarse la espalda, descuidó la garganta.
Los acontecimientos se precipitaron un día domingo
cuando los de Chile se enteraron que el marqués no oiría
misa en la catedral y temieron que lo hacía por seguridad
y que saldría en pos de ellos. Sin perder tiempo, salieron
a la calle a jugarse el todo por el todo, profiriendo gritos
contra el tirano Pizarro a la hora del mediodía en que el
marqués y los vecinos de los Reyes acostumbraban almor-
zar. Al enterarse por indios de servicio de los gritos que
alborotaban la ciudad, el marqués mandó a Francisco de
Chaves a que abriera la puerta del palacio. Espada en ris-
tre, el grupo al mando de Juan de Rada no respondió las
preguntas que soltó Chaves y lo descuajeringaron a esto-
cadas. El doctor Velasquez, con la vara entre los dientes,
huyó por una ventana, seguido.de otros cobardes comen-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — ^43

sales. Pizarro y su hermano Francisco Martín de Alcántara


dejaron la mesa y corrieron presurosos a la sala de armas
a ponerse las coracinas. No pudieron atarse las correas de
las coracinas por la ligereza del avance de los conjurados
y salieron a enfrentarlos a pecho descubierto. Relata Zara-
te que "como los de Chili vieron que se les defendían tanto, que
les pondría venir socorro, y tomándoles en medio matarlos fácil-
mente, determinaron aventurar el negocio con meter delante si
un hombre de los suyos, que más bien armado estaba, y por em-
barazarse el Marqués en matar aquél, hubo lugar de entrarle la
puerta, y todos cargaron sobre él con tanta furia, que de cansado
no podía menear la espada. Y así le acabaron de matar con una
estocada que le dieron por la garganta, y cuando cayó al suelo
pedía a voces confesión; y pidiendo los alientos, hizo una cruz en
el cielo y la besó, y así dio el ánima a Dios", ob, cit, 632.
No hubo misericordia, sólo rencor, en la muerte de
los socios de la conquista del Perú. Pareciera que la lucha
mortal de Huáscar y Atahuallpa marcó una impronta trá-
gica que determinaría que un hermano abatiera al otro,
y que siguieran el mismo escabroso final los camaradas
españoles que habían jurado ante Dios, perdonarse las
ofensas y apoyarse sin recelos ni discordias. Sin embargo,
¿qué los llevó a su mutua y absurda destrucción? ¿el oro,
deidad maléfica y perversa? ¿la ambición? ¿el egoísmo, la
peor de las enfermedades del alma?
Quizás el egoísmo fue el pecado capital de Francis-
co Pizarro. Porque ganó el oro en mucha mayor cuantía
que los otros conquistadores, aunque no fue ostentoso en
la exhibición de la riqueza. Ganó oro y poder engañando
pérfidamente a Atahuallpa y a Manco Inca y traicionando
a Vasco Núñez de Balboa y a Diego de Almagro. Desde el
punto de visto de la moral de la conquista, su hoja de ser-
vicios provoca arcadas de repugnancia ética. Más allá de
posiciones subjetivas, más allá del antihispanismo, la re-
visión objetiva de su actuación en tierras de América con-
duce a conclusiones que podrían parecer destempladas
144 — MARIO CASTRO ARENAS

a sus panegiristas, pero son justas, desapasionadamente


hablando, sin afiliación ai campo de antipizarristas.
Al lado de Alonso de Ojeda no relumbró la solidari-
dad. Abandonó la defensa de San Sebastián en el golfo de
Urabá, dejando en la estacada a compañeros, a merced de
loa indios flecheros. Se desmarcó de Ojeda en los peores
momentos de su adalid y se pegó a Vasco Núñez, que lo
incorporó a las faenas del descubrimiento de la mar del
Sur. Luego se colocó a la sombra de Pedradas Dávíla cuan-
do se desdibujó el poder de Vasco Núñez y no trepidó en
ponerse al mando de la guardia que apresó al jerezano y lo
entregó a Pedrarias, a sabiendas que lo llevaba al verdugo.
Ganó encomienda de manos de Pedrarias y se unió a Diego
de Almagro y al clérigo Hernando de Luque en la crianza
y engorde de ganado que recicló su pasado de guardián de
puercos. Cuando conoció el fracaso del noble y gentil Pas-
cual de Andagoya suplicó a Pedrarias le diera licencia para
llevar a cabo lo que debió corresponder, en justicia, a Vasco
Núñez. Suscribió un contrato con Almagro y Luque para
descubrir el imperio de los incas que obligaba a los socios a
compartir en partes iguales los frutos de la conquista. A la
hora del reparto de riquezas marginó flagrantemente a los
socios. No hay registros que le diera la tercia parte a Alma-
gro que le correspondía legalmente; y se quedó con la otra
tercia parte de Luque, reclamada después por los descen-
dientes de Gaspar de Espinosa. Fue a España para presen-
tarse como conquistador único monopolizando títulos de
poder, postergando deslealmente a su socio y camarada de
armas con un cargo ridículo de gobernador de la fortaleza
de Tumbes. Privilegió a sus hermanos, articulando una oli-
garquía familiar despiadada que avasalló y despreció a su
socio Almagro. Desconoció los derechos y la solidaridad
política de quien manejó con habilidad y coraje la invasión
de Pedro de Alvarado, negociando un arreglo político y
económico que le puso a cubierto del riesgo de enfrentarse
a un hábil y despiadado conquistador.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — I45

Existen otros elementos que informan del comporta-


miento de Francisco Pizarro. La carta de Hernando Piza-
rro a los oidores de la Audiencia Real de Santo Domingo,
escrita a su paso por esta ciudad en su viaje a España, omi-
tió por completo la participación de Diego de Almagro y
Hernando de Luque en las expediciones. Se circunscribió
la carta a un resumen de la captura de Atahuallpa en la
que su hermano Francisco fue protagonista principal. Esta
carta delató el contenido excluyente de la información que
suministró Hernando Pizarro en representación de su her-
mano al rey y a sus asesores. Tanto Hernando como Fran-
cisco escondieron en sus informaciones la extraordinaria
colaboración que recibieron de los señoríos étnicos adver-
sos a los incas, colaboración que se tradujo en términos de
apoyo humano y militar de miles de indios auxiliares que
combatieron en alianza con los españoles y aportaron vi-
tuallas y aún servicio de mujeres. Si los hermanos Pizarro
y los cronistas allegados al clan hubieran revelado que su
llegada al Perú excitó la rebelión en frío de los señoríos
sojuzgados por el imperio incaico, el monarca español no
habría aceptado la versión idealizada de que poco más de
un centenar de soldados dominaron el imperio que con-
quistó dos tercios del territorio de América del Sur. Como
sostiene Waldemar Espinoza Soriano'' muerto Atahualpa en
Cajamarca y publicado por el Imperio su trágico fin, ya no sola-
mente fueron los curacas sino también la gente común los que
marchaban multitudinariamente en dirección al antiguo reino
de Cuismancu. Iban a ofrecer sus servicios al caudillo español,
y a través de éste, prestar juramento al rey de España. Mientras
Atahualpa era velado en la iglesia de Cajamarca, Pizarro no des-
cansaba recibiendo a las diferentes delegaciones que arribaban
para rendirse ante su persona. A los Ruancas les interesaba un
bledo que los españoles hubieran muerto al inca. Tampoco les
interesaba que lo hubieran hecho por vengar a Huáscar como
decían los cuzqueños. Para los nuanças, sencillamente signifi-
caba la hora de su liberación. Por lo tanto la alegría de éstos fue
146 — MARIO CASTRO ARENAS

inmensa. Ante la noticia del agarrotamiento de Atahualpa, do-


cenas de reinos señoriales creyeron recobrar su independencia.
Por lo menos así lo imaginaron en un principio. Muchos reyes
destronados por los incas volvieron a recuperar sus poderes per-
didos en el incario"f ob, cit, 94.
Gracias a las investigaciones de Espinosa sobre el
apoyo de los huancas a los españoles, se comprenden las
reticencias de algunos cronistas españoles que describen
los espléndidos regalos de curacas a Pizarro en Caxamar-
ca en lugar de organizar la reacción militar por la muerte
de su jefe Atahualpa. En su trayecto de Caxamarca a Pa-
chacamac, Hernando relata lo que pudo parecer una con-
tradicción inca: "los caciques comarcanos me vinieron a ver y
trajeron presente". Carta de Hernando Pizarro a los magníficos
señores, los señores oidores de la Audiencia Real de Su Majestad
que residen en la ciudad de Santo Domingo. Pero Hernando
no se sorprendió de los obsequios indígenas a españoles,
porque en Caxamarca vio el desfile de las delegaciones de
curacas enemigos de los incas. Calla; es un premeditado
silencio que tiene el significado político de la mentira.
Pues bien. La recopilación objetiva de los actos de
Francisco Pizarro, desde su llegada a Panamá con Alonso
de Ojeda hasta su muerte en Lima, trasuntan la historia
personal de alguien que, para conseguir sus fines, se valió
de abominables actos de codicia, ingratitud, deslealtad,
ilegalidad, engaño y mentira, en menoscabo de españoles
y peruanos del siglo XVL Fue, en el peor de los sentidos,
discípulo de Pedrarias Dávila. No tuvo como conquista-
dor la nobleza de Vasco Núñez de Balboa, el vuelo intelec-
tual de Hernán Cortés, la intrepidez de Pedro de Alvara-
do, el desprendimiento de Pascual de Andagoya, el coraje
de su hermano Gonzalo en la revuelta de los encomende-
ros. Gomara escribió en la Historia General de las Indias
que "halló y tuvo más oro y plata que ningún otro español de
cuantos han pasado a Indias, ni que ninguno de cuantos capi-
tanes han sido por el mundo". Gomara no destaca que, en
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — ^47

rigor. Almagro debió ser tan rico como Pizarro porque así
lo estipuló el contrato de Panamá y porque ambos cele-
braron misas y compartieron una hostia con y juraron re-
cibir equitativamente las riquezas mal habidas con sangre
y felonía. Cieza de León se espanta de cómo Pizarro faltó
a su palabra con Atahualpa, Manco Inca y Almagro. Glo-
sando el juramento de Pizarro y Almagro, Cieza denota
su angustia de cristiano viejo y español honrado con estas
palabras: "Esto que avéys visto fue el juramento que se hizo en
el Cusco: consideraldo bien y notad lo que pidieron porque lo
hallaréys en el discurso desta obra cumplido tan a la letra ques
cosa de espanto y para temer de hazer tales juramentos, pues
con ello tientan a Dios todopoderoso, el qual no permita de les
condenar las ánimas como tanbién pidieron", ob, cit, 277.
Si lo dijo Cieza...
PANAMA EN LA REBELIÓN
DE GONZALO PIZARRO
La rebelión de Gonzalo Pizarro en el Perú contra las
Nuevas Leyes de Indias provocó una sucesión de olas
concéntricas que se abatió sobre Panamá, a mediados del
siglo XVI, magnificando, tanto en lo positivo cuanto en
lo negativo, su rol estratégico como eslabón en la cadena
de flujo de mercancías y personas entre el Perú y España.
Para profundizar el análisis del involucramiento de Pa-
namá en las guerras civiles desatadas en el Perú, hay que
examinar el movimiento pizarrista desde tres puntos de
vista: el jurídico, el económico y el político.
Desde el punto de vista jurídico, la aprobación de las
Nuevas Leyes de Indias afectó profundamente a Panamá.
Más de veinte años después que Pedrarias Dávila distri-
buyera repartimientos y encomiendas entre los vecinos de
la ciudad de Panamá, el Emperador dejó en suspenso el
régimen de virtual propiedad de seres humanos que usó
a su discreción el gobernador para aplacar a los capitanes,
luego de la decapitación de Vasco Núñez de Balboa. A Pe-
drarias y a doña Isabel de Bobadilla se le adjudicaron las
encomiendas de Otoque, Uribe, Pocorosa, Cuquera, con
sus respectivas cuotas de servidores indígenas. A Gaspar
de Espinosa se le dio la encomienda de Pacora. Taboga le
correspondió a Francisco Pizarro, Diego de Almagro, Ro-
gel de Loria y Cristóbal de Eslava. Chagre a Gonzalo de
Badajoz. El Emperador obtuvo una atractiva encomienda,
el archipiélago de Las Perlas. Mena García María del Car-
men, Una fuente para la historia de la encomienda en Panamá.
La Copia e Relación del Repartimiento Viejo. Temas de Historia
Panameña.
En el año de 1522, Pedrarias introdujo reformas en
la distribución de las encomiendas, en parte para corre-
I5O — M A R I O CASTRO ARENAS

gir errores en el reparto de la mano de obra indígena, en


parte para favorecer a sus incondicionales, en parte para
despojar a los rebeldes del régimen autocrático, como fue
siempre su proceder. Las reformas se hicieron a partir del
litigio incoado por Gaspar de Espinosa, que reclamó la en-
comienda adjudicada a otra persona por su ausencia de
cuatro años en España, ob.cit. 67
No obstante que las Nuevas Leyes del Emperador
significaron la suspensión temporal de la mano de obra
indígena en el campo, en la pesquerías de perlas, hatos
ganaderos, y comercio de esclavos indios y africanos, los
encomenderos panamenses (tal era la denominación de
los panameños del siglo XVI) no reaccionaron con la ira-
cundia alborotada de los colonos del Perú y México.
Se investiga en los archivos públicos y privados de
Panamá, Perú y España, en pos de testimonios escritos
de rechazo o constancia histórica que documente posi-
bles episodios de protesta de panamenses por las Nuevas
Leyes. La inicial pasividad panamense se podría explicar
por varias razones. Una es que los principales beneficia-
rios de las encomiendas ya habían fallecido o emigrado
de Panamá cuando la corona abolió las encomiendas. Otra
razón es que, hacia 1542 y años siguientes, la encomienda
no fue la principal fuente de riqueza privada sino el trá-
fico naviero, el transporte marítimo por Nombre de Dios
y terrestre por Cruces, abastecimiento de vituallas de las
expediciones, distribución de metales preciosos y la im-
portación de mercadería de Europa a las Indias a través
de la triangulación del Camino de Cruces, el río Chagres
y Nombre de Dios (después Portobelo).
La reorientación de los intereses económicos de los
comerciantes panamenses y la tranquilidad del istmo
tuvo breve vigencia. Los comerciantes españoles y criollos
pronto reconocieron que comercio y política suelen estar
muy mezclados, al punto que, en menos de lo que canta
un gallo, estuvieron sentados en un barril de pólvora.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — I5I

Lo que se inició como un reclamo cuasi empresarial


se transformó en una rebelión abierta contra el Empera-
dor, con insinuaciones de separatismo y de búsqueda de
alianzas con Francia y el Turco. El istmo fue arrastrado a
una creciente vorágine. Gonzalo Pizarro y sus capitanes y
asesores civiles decidieron tomar Panamá por las armas
para cerrar la vía de acceso al Atlántico y cortar el sumi-
nistro de oro y plata a la caja real.
Controlando la entrada del Atlántico al Pacífico los
rebeldes peruleros podían impedir la llegada de represen-
tantes y tropa del Emperador con órdenes de aplastar el
movimiento pizarrista.
Los cronistas de las guerras civiles —sobre todo, el
Contador Agustín de Zarate y Juan Calvete de Estrella,
además de Diego Fernández El Palentino, Pedro Gutié-
rrez de Santa Clara, López de Gomara, Pedro Cieza de
León, Garcilaso de la Vega y Antonio de Herrera— relatan
cómo Panamá se involucró a la fuerza en la dinámica de
un movimiento revolucionario que puso en jaque su ra-
zón de ser como bisagra geopolítica en la comunicación
interoceánica entre América y Europa.
Tras la muerte de los socios del contrato de Panamá,
Diego de Almagro y Francisco Pizarro, se abrió un vacío
de poder en el Perú que el Emperador cubrió provisio-
nalmente con el nombramiento de Vaca de Castro como
gobernador. Vaca de Castro pasó por Panamá, iniciando
un período de transición de manejo difícil para la Corona.
Los protagonistas de la conquista del reino del Perú, tan
enzarzados anduvieron en la disputa personal del poder,
que no previeron los problemas que podía desatar en la
segunda generación de mando la vacuidad de la sucesión
política. Pizarro tuvo título de marqués y de gobernador
de Nueva Castilla, mientras Almagro recibió del rey la
gobernación de Nueva Toledo y el título de Adelantado.
Pero ambas capitulaciones no tratan lo relacionado con
la sucesión de las gobernaciones desde el punto de vista
152 — M A R I O CASTRO ARENAS

político, a la muerte de Pizarro y Almagro, partiendo del


entendimiento que las sucesiones políticas no eran heredi-
tarias y correspondían a las atribuciones reservadas del
monarca.
Como heredera de los bienes materiales del marqués
estaba su hija Francisca, a la sazón una niña, habida con
una hermana de Atahuallpa; el heredero de los bienes del
Adelantado fue su hijo Diego Almagro el Mozo, panamen-
se, procreado con una indígena de Taboga. Después de ha-
ber estado a la cabeza del asesinato de Pizarro, Almagro
el Mozo se erigió como heredero político del poder total,
basado en una interpretación de hecho del poder político
y económico. El impetuoso Almagro asumió como algo
natural derivado de la jerarquía de su padre el control
del quinto del rey y de los fondos monetarios de la real
hacienda. Bajo esas circunstancias de uso heterodoxo del
poder de los conquistadores, el Emperador envió a Vaca
de Castro al Perú para establecer un orden con reglas que no
habían sido definidas antes de producirse la muerte de los
gobernadores y crearse el vacío político. •
Así fue que la llegada del representante del Empera-
dor cambió las reglas de la sucesión en los apetecidos do-
minios del Perú. La corona asumió la titularidad del po-
der político, al quedar sin efecto las capitulaciones. Como
revela Agustín de Zarate, "aunque el licenciado Vaca de Cas-
tro iba principalmente a haber información sobre la muerte de
don Diego de Almagro y las demás cosas acaecidas por causa
della, sin suspender de la gobernación al Marqués, allende des-
to, llevaba una cédula secreta para que si entre tanto que él fuese
o presidiese allá sucediese la muerte del Marqués, tomase en sí
la gobernación y la ejercitase hasta que Su Majestad proveyese
otra cosa". Descubrimiento y conquista del Perú, pg. 646,
No habían terminado de apagarse las ascuas de la
división entre pizarristas y almagristas cuando se apro-
baron las ordenanzas de las Leyes Nuevas, dictadas a
solicitud del rey para "descargo de su real conciencia".
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — I53

Los asesores del Emperador, el cardenal Fray García de


Loaiza, el obispo de Cuenca Sebastián Ramírez, don Juan
de Zúñiga, ayo del Príncipe Felipe y comendador mayor
de Castilla y los juristas Hernando de Guevara, Juan de
Figueroa, el licenciado Mercado, oidor del Consejo Real,
luego de conocer los informes de Bartolomé de Las Casas
sobre los malos tratos a los indígenas, redactaron las Nue-
vas Leyes, basadas principalmente en fundamentos éticos
cristianos que anularon el servicio personal de los indios,
sin tomar en cuenta la conmoción económica que provo-
carían en las colonias.
"Donde más se alteraron con ellas —dice Gomara—fue
en el Perú, pues se dio una copia a cada pueblo y en muchos re-
picaban las campanas de alboroto y hasta bramaban leyéndolas.
Unos se entristecían, temiendo la ejecución; otros renegaban, y
todos maldecían a fray Bartolomé de Las Casas, que las había
procurado. No comían los hombres, lloraban las mujeres y los
niños, y se ensoberbecían los indios, que no era poco de temer".
Historia General de las Indias, pg, 257.
Vaca de Castro residía en el Cuzco cuando se irra-
dió la noticia de las Nuevas Leyes, que resquebrajarían
la fortaleza del poder real. Para aplacar ánimos alterados
por la ejecución de Almagro el Mozo y sus compinches,
se dirigió a la ciudad de los Reyes a la espera de noticias
más puntuales de la metrópoli. Mientras tanto, el Empera-
dor recibió recomendaciones de enviar al Perú a un hom-
bre de mayor capacidad y prestancia que Vaca de Castro,
cuya fibra, por otra parte, no era desdeñable, pues había
descongestionado el abigarramiento de conquistadores,
ordenando salidas al sur como la de Pedro de Valdivia
y otras al oeste, a territorio de Moyobamba. Al propio
tiempo, para blindar las instancia políticas, el Emperador
nombró oidores de la Audiencia de Lima al licenciado
Diego de Cepeda, al doctor Lisón de Tejada, al licenciado
Juan Alvarez y al licenciado Pedro Ortiz de Zarate. En este
séquito llegó el Contador Agustín de Zarate. No sabía el
M A R I O CASTRO ARENAS

Emperador que le recomendaban gente de variado pelaje,


abogados intrigantes y ambiciosos que, lejos de tranquili-
zar las aguas, apoyaron la rebelión de los encomenderos.
Tierras sin peones, tierras improductivas, tierras es-
tériles, sembríos sin cosechadores, campos abandonados,
se juntaron en el sombrío escenario incrustado en la men-
te de los capitanes y funcionarios eclesiásticos y civiles
de todas las jerarquías al conocer que las Nuevas Leyes
y sus ordenanzas abolían las encomiendas. En un santia-
mén, por influencia de la elocuencia de un fraile dominico
que describía a cada encomendero como un explotador
anticristiano condenado al infierno, pareció que se des-
vanecía el paraíso creado por las encomiendas. La prolija
casuística de las Nuevas Leyes prohibía que no debía car-
garse a los indios con grandes fardos y que ningún indio
o africano podía ser obligado a bucear en las pesquerías
de perlas, contra su voluntad. Lewis Hanke enfatiza que
"irritaba especialmente a los colonizadores españoles que, como
encomenderos, se habían labrado buenas posiciones en el Nuevo
Mundo, que los españoles de la metrópoli hubieran hecho estas
leyes, las cuales, si se promulgaban y se hacían obligatorias, re-
ducirían la posición y la seguridad de los hombres que, según su
propia opinión, habían contribuido más a la gloria de España en
el Nuevo Mundo". La lucha española por la justicia en la con-
quista de América, Aguilar, pg, 163.
Gonzalo Pizarro había regresado al Cuzco de la te-
rrible expedición a la Tierra de la Canela cuando lo bus-
caron los encomenderos heridos de muerte por las leyes
que perpetraba el horrible castigo de obligarlos a traba-
jar la tierra. La maldición bíblica de trabajar con el sudor
de la frente fue revivida por un monarca rodeado, según
ellos, de burócratas parasitarios. Después de la epopeya
por la floresta amazónica, Gonzalo vivía espléndidamente
aislado, en paz y quietud, en sus tierras de Chaqui, en la
provincia de las Charcas, donde se había refugiado de la
persecución de Vaca de Castro. Contra lo que sostienen
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI —
!55
antigonzalistas como Guillermo Lohman Villena (Las ideas
jurídico-políticas en la rebelión de Gonzalo Pizarro", Casa Mu-
seo de Colón, Valladolid), Gonzalo no buscó a los encomen-
deros; éstos le buscaron para que encabezara la revuelta.
Así lo aseveran cronistas testimoniales como Agustín de
Zarate, Diego Fernández El Palentino y Pedro Gutiérrez
de Santa Clara, testigos de los sucesos. Los encomenderos
organizaron cabildos en Trujillo, Piura, Huanuco, Chacha-
poyas, Cuzco. El clamor era el mismo en todos los cabil-
dos: nombrar procurador general de la tierra a Gonzalo Pi-
zarro y pedirle que se pusiese al frente del movimiento de
rechazo de las Nuevas Leyes. Juristas y asesores eclesiás-
ticos redactaron manifiestos, fundamentando las nuevas
razones jurídicas del movimiento de los encomenderos.
Desconfiando de los entusiasmos pasajeros y de los jue-
gos dobles de los que se acostaban monarcómanos y ama-
necían jacobinos, Gonzalo exigió que los encomenderos
firmaran documentos comprometiéndose bajo juramento
a combatir a su lado y a no dar marcha atrás. Su escep-
ticismo por la conducta mercurial de los encomenderos,
los cambios de bandos según la conveniencia personal, las
recordaría, tristemente, Gonzalo, tiempo después, al final
de la batalla de Xaquijajuana.
Carlos V envió al Perú para contener la revolución
de los encomenderos, a Blasco Núñez de Vela, veedor ge-
neral de las guardias de Castilla y vecino de la ciudad de
Avila, que desconocía la realidad peruana y americana.
Sus actos pusieron de manifiesto su ausencia de ponde-
ración para dirimir la compleja controversia. Nombrar
virrey a Núñez de Vela antes que el gobernador Vaca de
Castro concluyera el trabajo de aquietar la tierra tras la
derrota de los almagristas, delató el apresuramiento de la
corona. La aprobación de las Leyes Nuevas transmutó la
revuelta del hijo de Almagro. La disputa entre almagris-
tas y pizarristas salió del ámbito familiar para alcanzar
dimensión nacional y regional. Vaca de Castro estaba en
156 — MARIO CASTRO ARENAS

condiciones de afrontar el ascenso del conflicto por su co-


nocimiento de la idiosincrasia de los encomenderos y de
los intereses económicos enjuego. Por el contrario, Núñez
de Vela, desde que puso los pies en tierra perulera, pensó
que los papeles bastaban para imponer la voluntad del
Emperador, sin reparar cuánto afectaban en los hechos
económicos a los encomenderos las Leyes Nuevas, justas
y cristianas, pero de complicada ejecución. Los aconteci-
mientos se desenvolvieron de manera tan contradictoria
que cuando Núñez de Vela quiso ser severo fue injusto
(como en el caso de la muerte del Factor Illán Suárez de
Carvajal) y cuando presentó batalla abierta a las fuerzas
de los encomenderos no midió las disparidades y conclu-
yó en forma lastimera, huyendo y escondiéndose de sus
perseguidores. Sus desaciertos políticos, como prender a
Vaca de Castro y sus alguaciles, gestaron la apertura de
frentes internos de oposición, como el de los Oidores de la
Audiencia de Lima, que no se solidarizaron con sus repe-
tidos errores de negociador, y empezaron a moverse por
su propia cuenta, bajo el mando del Oidor Centeno. De
resultas de su desacuerdo con las medidas del Virrey, los
Oidores terminaron apresándolo y estuvieron a un tris de
embarcarlo a España. Núñez de Vela, progresivamente,
fue perdiendo autoridad; fue vejado por la gente común
a su paso por las calles de Lima, repudiado por los enco-
menderos, perseguido por los pizarristas hasta que Gon-
zalo Pizarro lo derrotó en las llanuras de Añaquito.
Tuvo Núñez de Vela un chispazo tardío de arrepenti-
miento cuando suspendió las Leyes Nuevas por dos años
y se mostró, como atestigua Gutiérrez de Santa Clara,
"amoroso, Mando, benigno, y manso para todos y así hizo luego
algunas cosas agradables a sus émulos y enemigos encubiertos
que hartos había en la ciudad", ob,cit, 233.
Tras los desastres del Virrey Blasco Núñez de Vela, el
rey realizó el nombramiento de Pedro de la Gasea como
pacificador de la rebelión; mientras tanto Gonzalo Pizarro
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — ^57

llegaba al apogeo de su poder político. Se consolidó como


representante de los encomenderos, pero rio como repre-
sentante del Emperador. Subsistieron ambigüedades y
sombras sobre la legitimidad de los títulos jurídicos de su
autoproclamación como gobernador y como Procurador
General. Un sanhédrin de asesores civiles y religiosos ra-
zonó los fundamentos jurídicos y políticos que, desapare-
cido el Virrey Núñez de Vela, procuraron la sustentación
de su poder autonómico. Encrucijada inédita en la historia
de la conquista de las Indias. Nacía un nuevo Derecho de
España y América que las capitulaciones, repartimientos
y encomiendas habían ido codificando poco a poco, pero
que, súbitamente, las Leyes Nuevas cancelaban. Excepto
la capitulación de Pedrarias Dávila por Castilla del Oro, la
mayoría de las capitulaciones dictadas por el Emperador
antes de las conquistas resultaron un fracaso. Las capitu-
laciones de México y Perú eran convalidaciones a poste-
riori de hechos de conquista concretados por contratos
privados o por actos de desobediencia y rebeldía.
Alarmada la corona por el curso violento de los
acontecimientos, consideró el viaje al Perú de un emisario
regio que, a diferencia de Núñez de Vela, reestableciera el
orden con flexibilidad y sagacidad. De acuerdo a Lohman
Villena, dos corrientes de asesores consideraron la selec-
ción del representante real. La corriente militarista fue se-
cundada por el Duque de Alba; la corriente moderadora
llevó el patrocinio del Arzobispo de Lima Fray Jerónimo
de Loayza. "Así escogió al licenciado Pedro Lagasca, clérigo
de Navaregadilla, del Consejo de la Inquisición, hombre de mu-
cho mejor entendimiento que disposición y que se había mos-
trado prudente en las alternativas y negocios de los moriscos de
Valencia. Le dio los poderes que pidió, y las cartas y firmas en
blanco que quiso. Revocó las ordenanzas y escribió a Gonzalo
bizarro desde Venlo, en Alemania, por febrero de 1546. Partió,
pues, La Gasea con poca gente y fausto, aunque con título de
Presidente, mas con mucha esperanza y reputación,..llegó a
150 — MARIO CASTRO ARENAS

Nombre de Dios, y sin decir a lo que iba, respondía a quien de su


ida le hablaba, conforme a lo que él sentía; y con esfa sagacidad
los engañaba". Gomara, Historia General de las Indias, 299.

Hernando Bachieao en Panamá

La discreción de La Gasea en Nombre de Dios tuvo


nombre propio: Hernando Bachieao. Su nombre se susurró
con terror en Panamá. El ejército de Gonzalo Pizarro era
una tropa terrestre. Pero los movimientos marítimos de
Núñez de Vela y de los Oidores determinaron que Gonza-
lo entendiera la necesidad de contar con una flota bajo su
control. En un primer momento, Gonzalo pensó enviar a
Francisco de Carvajal para que, con el estilo coactivo que
lo marcaba, se embarcara rumbo a los puertos panamen-
ses. Luego Gonzalo prefirió tener a su lado al veterano de
las campañas de Italia, hombre de confianza y su verdugo
personal. Panamá se salvó de la hecatombe carvajalina,
pero no pudo librarse del protervo discípulo del Demonio
de los Andes llamado Hernando Bachieao.

¿Quién era Hernando Bachieao?


Lo describe Gomara: "Era hombre bajo, mal acostum-
brado, rufián, presuntuoso, renegador, y que se había encomen-
dado al diablo, según él mismo decía; gran allegador de gen-
te baja y mayor amotinador; buen ladrón por su persona, con
otros, aside amigos como de enemigos, y nunca entró en batalla
que no huyese", ob, cit, 283. Así lo pinta Zarate: "...era tanto
más cruel que el maestre de campo y gran renegador y blasfemo
y hombre sin ninguna virtud", ob, cit, 723. Diego Fernández
El Palentino da cuenta de los ambiciosos planes marinos
de Gonzalo de señorear los navios que había en la Mar del
Sur, y específicamente en Panamá, ampliando el alcance
hasta las costas de Nicaragua y Guatemala. El viaje de Ba-
chieao a Panamá formó parte de la estrategia de Gonzalo
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — ^59

para controlar el movimiento naviero desde y hacia el ist-


mo y cerrarlo a las fuerzas realistas. Así fue que Bachicao
se hizo a la mar azotando primero los puertos del Pacífico
situados antes de Panamá/ a saber Paita, Tumbes, Puerto
Viejo, apoderándose de navios, mercaderías y tripulantes.
Vaca de Castro y Núñez de Vela huyeron al enterarse que
Bachicao seguía la estela de sus naves. La flota de Bachi-
cao llevaba artillería incautada por Gonzalo en el Cuzco y
llevaba a los doctores Tejada y Francisco Maldonado que
iban a España como correos del Gobernador Pizarro ante
Su Majestad Carlos V.
Los panamenses no sabían quién era Bachicao cuan-
do arribó con cinco navios y cien hombres, requiriendo
permiso para desembarcar sin explicar claramente el mo-
tivo de su llegada. Al negársele la entrada a puerto, Bachi-
cao procedió a capturar una nave que partía de la bahía.
Para amedrentar a los panamenses, mató a dos hombres
de la nave secuestrada y ahorcó al maestre, el sevillano
Pedro Gallego. Su nave entró a la bahía mostrando en la
jarcia, con la soga al cuello, al desdichado maestre Gallego.
La macabra entrada convenció a las autoridades que más
práctico resultaba negociar con Bachicao a que penetrara
a sangre y fuego, saqueando y destruyendo la ciudad. Re-
lata El Palentino que Bachicao desembarcó al son de chi-
rimías y tambores, se apoderó de la ciudad sin alardes de
pólvora, sacando de sus casas a los vecinos para aposen-
tarse en ellas. Luego que pisó la tierra firme exigió rescate
por treinta mil pesos de oro. Recogieron todas las armas
que encontraron y pidieron a los comerciantes que les en-
tregaran ropas y joyas que las pagarían desde el Perú, lo
que nadie creyó pudiera cumplir. Francisco Maldonado,
también hombre ruin, al mando de un grupo de arcabu-
ceros fue a Nombre de Dios donde saquearon piezas de
artillería, armas y municiones de la defensa del puerto,
Gutiérrez de Santa Clara ofrece una semblanza reve-
ladora del temible Bachicao: "Era este Bachicao un hombre
i6o — MARIO CASTRO ARENAS

muy denodado, feroz y mal agestado; tuerto de nube y tenía una


cuchillada por la cara y era gran balandrón y solía decir muchas
veces:" Ladrar, pese a tal, y no morder". Era de baxa suerte, na-
tural de Sant Lúcar de Barrameda; era muy presuntuoso, cruel,
avariento, y sobre todo, mal cristiano y gran derrenegador y mu-
chas veces se había encomendado al demonio; también era gran
allegador de hombres bandoleros y sediciosos y gran ladrón que
a toda ropa hacía; empero él y acometió una gran hazaña memo-
rable, aunque en sifué muy mala, porque en todo le quiso ayudar
la fortuna, aunque él nunca pensó que tan dichosamente le suce-
diera, porque no era hombre industrioso. Intitulábase en donde
quiera que estaba "el conde don Hernando de Bachicao, almiran-
te y capitán general de la mar del Sur...también escribió desde
esta ciudad una carta soberbiosa con muchas desvergüenzas y
con malas razones y peores dichos y el traslado delta mostraba a
sus aficionados para que le tuviesen en mucho." ob,cit, 327.
Fueron innumerables los desmanes de la grosera
gente de Bachicao. La calma chicha de la ciudad fue alte-
rada por picaros y bandoleros que se instalaron a la fuer-
za en las casas de los vecinos, violaron mujeres, robaron
joyas y mercadería, se embriagaron y estuvieron a punto
de prenderle fuego. Los acaudalados comerciantes huye-
ron con familiares. Autoridades civiles y religiosas fueron
vejadas por las hordas de Bachicao.
Los panamenses elevaron plegarias al cielo dando
gracias a Dios cuando vieron alejarse la flota de Bachicao.
Muchos de ellos, cuenta Gutiérrez de Santa Clara, le mal-
dijeron y desearon que fuese manjar de pescados. Quedó
el pueblo maltratado por las tropelías de la mesnada del
bravucón que desvirtuaba la rebelión de Gonzalo Pizarro.
A pesar de las tropelías, el mensaje depositado en Panamá
era que los encomenderos levantados en armas contra el
Emperador se proponían tomar el puerto para controlar el
envío de oro al rey de España y vigilar los movimientos de
personas por el Camino de Cruces y el Chagres.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — l6l

Pedro de Hinojosa en Panamá

Cada vez más convencido que la toma del paso pa-


namense se insertaba como obligación geopolítica en la
estrategia de la rebelión, Gonzalo Pizarro decidió enviar
al general Pedro Alonso de Hinojosa a Panamá con dos-
cientos cincuenta hombres. Al tiempo de esta decisión,
Gonzalo entró en conflicto abierto con el Presidente de la
Audiencia de Lima Oidor Pedro Vásquez de Cepeda, que
fuera su asesor jurídico en una temprana etapa de la re-
vuelta, pero que luego destapó su ambición de nombrarse
presidente de los reinos del Perú. Gonzalo ordenó a Hino-
josa que viajara a Panamá con doble propósito: disculpar-
se con los panamenses por los desaguisados perpetrados
por Bachicao y controlar entradas y salidas de leales al
Emperador. Como adelantado de Hinojosa viajó Rodrigo
de Carvajal para tantear el terreno. Desembarcó cerca de
Panamá y mandó a un soldado con cartas para algunos
vecinos y ganarlos a la causa pizarrista. Sin embargo, los
vecinos alertaron a la justicia y la ciudad se puso en ar-
mas, como relata Zarate. Salieron dos bergantines a tomar
la nave de Carvajal, que se movió a las Perlas al sospechar
de la tardanza del soldado que llevaba las cartas. El gober-
nador de Panamá Pedro de Casaos actuó con diligencia
y apercibió a los vecinos del peligro del arribo de nueva
gente de Gonzalo, llevándose armamento de Nombre de
Dios a la ciudad para organizar la resistencia.
Por entonces el Virrey Núñez de Vela andaba por Po-
payán, preparándose para retornar al Perú con apoyo de
gente bien apertrechada. Núñez de Vela tenía en custodia
a un hijo de Gonzalo, de once a doce años, que le entrega-
ron en Quito y pensó entregarlo a mercaderes panamenses
para que lo usaran como rehén en las negociaciones con el
caudillo rebelde. El niño fue rescatado por la tropa de Car-
vajal y se frustró la tentativa de utilizarlo como rehén. In-
formado por Carvajal que los panamenses estaban al tanto
1Ó2 — M A R I O CASTRO ARENAS

de su arribo, Hinojosa apareció frente al puerto en orden


de guerra con once navios, un día de octubre de 1545. Te-
mieron los panamenses la repetición, aún mayor, de los
agravios de Bachicao. "£n la ciudad hubo gran alboroto —re-
memora Zarate— con su venida y toaos se pusieron a punto de
guerra y se recogieron a sus banderas; y llevando por general a
Pedro de Casaos, acudieron al puerto a defender la salida. Había
en este campo algo más de quinientos hombres medianamente
apercibidos de armas, aunque los más dellos eran mercaderes y
oficiales y personas tan poco prácticas en la guerra, que ni sabían
tirar ni regir los arcabuces que llevaban; y entre ellos había mu-
chos que ninguna voluntad tenían de romper,-porque les parescía
que de la venida de gente del Perú ningún daño les podía resul-
tar, antes muy gran provecho, porque los mercaderes entendían
despachar sus mercaderías con mucha ventaja", ob, cit, 760.
Afortunadamente la sangre no llegó al río, o a la
mar. Hinojosa desembarcó en un ancón a dos leguas de
Panamá y avanzó hacia la ciudad con doscientos soldados
veteranos de las guerras civiles peruanas. Cuando se pre-
paraban los arcabuces de uno y otro bando, aparecieron
dos clérigos con cruces cubiertas de crespones negros, cla-
mando por una negociación pacífica. Por Hinojosa nego-
ció Baltasar de Castilla, hijo del conde de la Gomera, y por
Panamá, Pedro de Cabrera. El negociador perulero aclaró
que, contra lo que imaginaban los panamenses, no llegaba
en son de guerra sino con instrucciones de Gonzalo para
satisfacerlos de las tropelías de Bachicao y de paso buscar
al virrey y conminarlo a que regresara a España. Gutiérrez
de Santa Clara ofrece otra versión de las negociaciones.
Asevera que Hinojosa envió un fraile que viajaba con él
y que se apareció en medio del cabildo para convencer
que el general llegaba en son de paz y amistad. Los pa-
namenses, mostrándose incrédulos de la oferta del fraile,
tomaron las armas para defenderse de los pizarristas. En
esas circunstancias, se oyeron voces que clamaban "paz,
paz caballeros, paz por amor a Dios, haya toda confor-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI 163

midad y buena hermandad", pronunciadas por Baltasar


de Castilla y el panamense Andrés de Areiza, Coinciden
Zarate y Santa Clara en que hubo avenimiento. Se abraza-
ron peruanos y panamenses como hermanos y el gesto de
fraternidad hospitalaria caló en los corazones de los que
traían ánimo belicoso.
La hospitalidad panamense influyó en la conversión
política de Hinojosa, animándolo a dejar el pendón de la
rebeldía y retornar al pabellón del Emperador. Pero detrás
del cambio de Hinojosa estaba la habilidad diplomática de
La Gasea, quien, según la excelente descripción de Garci-
laso que le conoció en la casona cuzqueña de su padre, "Zo
que la naturaleza le negó de las dotes del cuerpo, se los dobló en
los del ánimo. Era muy pequeño de cuerpo, con estraña hechura,
que de la cintura abajo tenía tanto cuerpo como cualquier hom-
bre alto, y de la cintura al hombro no tenía una tercia. Andando
a caballo, parecía aún más pequeño de lo que era, porque todo
era piernas; de rostro era muy feo", Libro Quinto de la Segunda
Parte de los Comentarios Reales, 464.
Pues bien, este hombre que parecía salir de las Meni-
nas de Velásquez, se arregló para convencer a Hinojosa de
la inutilidad de la empresa pizarrista a través de Hernán
Mejía y Lorenzo de Aldana, embajador de Pizarro hasta la
víspera del cambio. Como bien dice Gomara, con el pase
al rey de la flota de Hinojosa" empezó la destrucción de Piza-
rro". Por entonces, La Gasea andaba casi clandestinamen-
te, entre Santa Marta y Nombre de Dios, protegiéndose de
los agentes de Gonzalo, cuando recibió, sin disparar una
salva de pólvora, toda la flota mayor de la mar del Sur,
a la que apertrechó con armas y municiones de Nombre
de Dios. Pero no solamente en las naves entregadas por
Hinojosa estaba el poder de La Gasea. Llevaba cartas del
Emperador a Gonzalo ofreciéndole la derogatoria de las
Leyes Nuevas y la amnistía general de los alzados, con lo
cual, técnicamente hablando, podía concluir el conflicto.
Llevaba, sobre todo, lo que le faltó a Núñez de Vela —inte-
1Ö4 — MARIO CASTRO ARENAS

ligencia, sutileza, paciencia, frialdad al instante de tomar


decisiones— y también lo que había perdido Gonzalo, en-
soberbecido por lisonjas y halagos —humildad, mesura,
lealtad a su origen. La Carta del Emperador llevaba una
promesa de olvido de agravios que la arrogancia de Gon-
zalo no aceptó: "Por ende, yo os encargo y mando que todo lo
que de nuestra farte el dicho Licenciado os mandare lo hagáis
y cumpláis como si por Nos os fuese mandado, y le dad todo el
favor y ayuda que os pidiere y menester hubiere para hacer y
cumplir lo que Nos le ha sido cometido, según y por la orden
y de la manera que él de nuestra parte os lo mandare y de vos
confiamos, que yo tengo y tendré memoria de vuestros servicios
y de lo que el Marqués Don Francisco Pizarro, vuestro herma-
no, nos sirvió, para que sus hijos y hermanos reciban merced."
Ob,cit. 473.
Hernández Paniagua dijo, después que concluyó la
rebelión, que el Presidente La Gasea escribió una carta a
Gonzalo, informándole que llevaba orden del Emperador
de abolir las ordenanzas de las Leyes Nuevas y confir-
marlo como gobernador del Perú. Sin embargo, la suerte
estaba echada. Gonzalo no pudo echarse atrás, menos re-
tractarse, influenciado por asesores que llegaron a propo-
nerle tejiera alianzas con el Sumo Pontífice para rendirle
cuentas de su gobernación a la iglesia y otras opciones in-
congruentes.
Al fracasar el entendimiento pacífico, La Gasea usó
astutamente la promesa de amnistía para minar las hues-
tes gonzalistas. Muchos hombres principales huyeron de
Gonzalo Pizarro, aleccionados por el perdón real. Las de-
serciones hicieron de la batalla final de Xaquijaguana un
acto irrisorio. Gomara, que conoció el episodio por refe-
rencias, dice que iba Gonzalo "muy galán y gentilhombre
sobre un poderoso caballo castaño, armado de cota y coracinas
ricas, con una sobrerropa de raso bien golpeada y un capacete de
oro en la cabeza y un barbote de lo mismo". Era la vestimenta
de un rey, pero de un monarca vencido.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — IÖ5

Los hermanos Contreras y el saqueo de Panamá

Como coletazo tardío de la rebelión gonzalista, y


obedeciendo a razones distintas a las de los peruleros, los
hermanos Rodrigo y Pedro de Contreras, nietos de Pedra-
das Dávila, saquearon Nicaragua y Panamá, a principios
de 1550. Hubo varias causas en las depredaciones origi-
nalmente circunscritas a Nicaragua, donde fue goberna-
dor por nueve años Rodrigo de Contreras, padre de los
bisónos revoltosos. La liga con Panamá procede por dos
hechos: doña María Peñalosa, hija de Pedrarias Dávila e
Isabel de Bobadilla, fue la madre de los jóvenes Contreras
y la inspiradora de la toma de Panamá; los saqueadores
llegaron a robar parte del tesoro que transportaba a Es-
paña el Presidente Pedro La Gasea, después de sofocar la
rebelión de Gonzalo Pizarro. Acto de suprema gravedad,
que les costó la vida.
Mucho antes que se dictaran las Leyes Nuevas, el
gobernador Contreras distribuyó las encomiendas de Ni-
caragua al más puro estilo de su suegro Pedrarias, esto es,
despojando a los adversarios y favoreciendo a sus familia-
res y adeptos provenientes de Segovia. "Todos ellos —dice
la historiadora sevillana María del Carmen Mena García—for-
maron en Nicaragua una nutrida colonia ampliamente favore-
cida con honores y cargos, integrada por apellidos tan segovia-
nos como Mercado, Chaves, Zuazo, Contreras y Peñalosa, entre
otros muchos. A este círculo habría de agregarse, al poco tiempo,
otros personajes oportunamente captados por el gobernador, de
entre la élite local, mediante vínculos matrimoniales". Temas de
Historia panameña, 256.
El juicio de residencia al gobernador Contreras se
produjo tres años después de la entrada en vigencia de las
Leyes Nuevas. Por ello la nulidad de las encomiendas ni-
caragüenses por orden del Emperador fue como llover so-
bre mojado. Antes de las ordenanzas, el juez de la residen-
cia instruyó la anulación de las encomiendas ordenadas
i66 — M A R I O CASTRO ARENAS

por el gobernador Contreras en razón de haberse "entrega-


do a su mujer e hijos muchos de los repartimientos de indios que
habían vacado por la muerte o ausencia de sus beneficiarios, en
total más de dieciocho, algunos de los cuales lo habían sido con
posterioridad a la publicación de las Leyes Nuevas, cuando ya
Contreras carecía de esta facultad. Herrera denunciaba, además,
muchas otras irregularidades en una carta enviada a la Corona
él 24 de diciembre de 1545 para informar sobre los trámites de
la residencia, en la que se muestra impresionado por el nepotis-
mo del depuesto gobernador, al que describe con términos muy
duros", ob, cit, 258,
Sin embargo, la ira de los Contreras no se focalizó
contra el juez de la residencia, sino contra el obispo Anto-
nio de Valdivieso de la orden de los dominicos, acérrimo
partidario del protector de los indígenas fray Bartolomé
de Las Casas. La familia Contreras odiaba al obispo de
Nicaragua, como los encomenderos al obispo de Chiapas.
El obispo predicaba en el pulpito contra los abusos de los
Contreras, participaba en cabildos abiertos en defensa de
los indios nicas y reclamaba sin ambages el fin del pode-
río de la casta. Con aires de matrona feudal, la ex viuda
del Adelantado de la mar del Sur Vasco Núñez de Balboa,
acogía a extranjeros de prontuario oscuro y prófugos de
las guerras civiles del Perú, pensando que algún día los
reclutaria como mercenarios. Refiere Calvete de Estrella,
biógrafo de La Gasea, que "estaba en la ciudad de Granada
que es en la provincia de Nicaragua, doña María de Peñalo-
sa, mujer de Rodrigo de Contreras, natural de Segovia, con dos
hijos, el uno de los cuales se llamaba Hernando de Contreras,
y el otro de veinte años, Pedro de Contreras; los cuales comu-
nicándose con Juan Bermejo y Salguero, que Gasea por amo-
tinadores desterró del Perú y juntándose con ellos muchos de
los perdidos que venían desterrados por la rebelión de Gonzalo
Pizarro, entre los cuales eran Landa, Juan Griego, Altamirano,
Benavides y otros que en la provincia andaban muy sueltos y
Ubres, a los cuales los Contreras trataban muy bien en su casa
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 167

y así concertaron con ellos matar al obispo de Nicaragua en su


casa por ciertas pasiones que entre su padre y el obispo habían
pasado, y robar la Hacienda Real y alzarse con la mas gente que
pudiesen e ir con ella a Tierra Firme donde sabían ya que estaba
cierta cantidad de oro y plata del Emperador y robarle y ocupar
dicha provincia, y hacer navios y meterse en ellos al enero de del
año siguiente de mil y quinientos y cincuenta y uno y robar y
quemar a Panamá y al Nombre de Dios y al Nata", Vida de Don
Pedro Gasea, 99.
Con la complicidad de un fraile y un ayudante mes-
tizo, Hernando Contreras fue a la ciudad de León y, luego
de espiar los movimientos del obispo, entró a su casa y
lo apuñaleó, hasta provocarle una muerte horrenda. Así
empezaron los graves acontecimientos que sacudieron la
modorra aldeana de Leóh, Contreras salió a la calle acom-
pañado de su maestre de campo Juan Bermejo, desertor
de las guerras civiles peruanas, profiriendo insultos con-
tra las autoridades españolas y presentándose como capi-
tán general de la libertad. En el inicio un crimen vulgar,
el episodio desembocó en actos de piratería y de rebelión
generalizada. Antes que las autoridades de León salieran
de su estupor, Contreras y sus cómplices robaron los di-
neros de la Caja del Emperador y se fueron al puerto de la
Posesión, donde se apoderaron de dos navios del cabotaje
entre Perú y Chile e incendiaron una carabela y una nave
para impedir la persecución por mar. El alcalde de León
Juan Carrillo, repuesto de la sorpresa, organizó una parti-
da de ciento veinte hombres para salir tras los Contreras,
Pero le desertaron los más de los hombres, y fue asesinado
con un puñado de leales. Pedro de Contreras se unió a los
alborotadores, azuzado por su madre doña María Peña-
losa, que jugó un rol maquiavélico como instigadora de
la revuelta. Cuando las fuerzas leales iban a salir de León
para notificar a las autoridades de Nombre de Dios, doña
María ordenó a sus sicarios que propagasen por las calles
la versión de que los rebeldes regresaban a León para sa-
Ï68 — MARIO CASTRO ARENAS

quearla, logrando que la tropa así confundida se quedara


para defender la ciudad de un saqueo que no se produjo.
Doña María engañó a los vecinos, diciéndoles c\ue atajaría
los planes criminales de Juan Bermejo, cuando en verdad
éste navegaba ya rumbo a Nombre de Dios, capturando y
quemando las embarcaciones que hallaba en la jornada de
robos y crímenes.
Uno de los marineros capturados informó que el Pre-
sidente La Gasea esperaba el navio de regreso a España
en Nombre de Dios, llevando el oro y plata confiscados a
Gonzalo Pizarro y a los encomenderos levantados contra
la Corona. Testimonia Agustín de Zarate que "después de
pacificada la tierra, el Presidente comenzó a recoger todos los
dineros que pudo, así de los quintos reales como de los bienes
confiscados y de las condenaciones de personas, y de lo restante
ajuntó más de un millón y medio de ducados de diversas partes
de aquella provincia, aunque la principal parte se trajo de las
Charcas, y todo lo recogió en la ciudad de los Reyes. "Descubri-
miento y conquista del Perú. 882-883.
La irresponsable audacia de los hermanos Contreras
ya no conocía frontera. Planearon asesinar a La Gasea y
robar el caudal que llevaba al Emperador, vale decir, dine-
ro recaudado para resarcirse de las mermas del bloqueo
marítimo a las remesas del quinto del rey y a pagos de
tributos suspendidos por los encomenderos. La Gasea
emprendió, antes de partir a España, una amplia reorga-
nización del sistema de encomiendas y repartimientos,
así también una revisión y actualización de las tasas de
contribuciones de los indígenas que trabajaran la tierra,
o las minas. La Gasea, señala James Lockhart, "readjudicó
encomiendas por todo el Perú, con un criterio único: la impor-
tancia de la contribución de determinado individuo a la campa-
ña que él encabezó contra Gonzalo Pizarro. Sin tener en cuenta
a sus paisanos, criados, ni a muchos de sus copartidarios, Gasea
concedió las encomiendas más grandes a los antiguos capitanes
de Gonzalo Pizarro que en Panamá le habían entregado la flota
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 169

de éste, posibilitando así su campaña. Las mejores encomiendas


eran ahora las del Alto Perú, cerca del recientemente descubierto
Potosí". El mundo hispanoperuano 1532-1560. FCE. 25.
Fue a este hábil político y diplomático, reorganizador
del sistema de encomiendas y destructor de la rebelión de
Gonzalo Pizarro, al que pretendieron robar y asesinar los
Contreras y su grupúsculo de renegados. La Gasea había
dispuesto el viaje de tres barcos cargados de plata al río
Chagres abajo Nombre de Dios y dejó dos cargamentos en
los almacenes del Camino de Cruces hasta que pudieran
embarcarse.
En esa espera, de pronto, arribó un grupo de auto-
ridades y vecinos de Panamá a notificarle la alteración
provocada por la llegada de los Contreras, procedentes de
Nicaragua. Cuando conoció La Gasea que acompañaban
a los Contreras revoltosos como Juan Bermejo y otros que
habían salido descontentos del Perú por el magro pago a
sus servicios en la campaña contra Gonzalo Pizarro, pon-
deró la dimensión de la amenaza en ciernes. En resumen,
podía perder los metales preciosos que transportaba a Es-
paña si la revuelta de los Contreras llegaba a impedir su
partida. Fracasarían las acciones antipizarristas y se des-
acreditaría en la hora postrera ante el Emperador,
Con el asesoramiento de capitanes leales como Jeró-
nimo de Aliaga, compañero de viaje, y con la parsimonia y
don de discernimiento aplicados en la campaña del Perú,
La Gasea analizó la situación y tomó decisiones. La más
importante de las decisiones fue no viajar a España sino
regresar a Panamá a conjurar el rebrote de rebeldía súbi-
tamente encendido. A pesar del mal tiempo dejó Nombre
de Dios y emprendió por tierra la vuelta a Panamá, con el
gobernador Sancho de Clavijo, que estaba en la comitiva
de despedida al alto representante del monarca. Mientras
La Gasea planeaba las acciones contra los Contreras y los
descontentos del Perú, éstos se derramaron por la ciudad,
engolfándose en saqueos y reyertas. Calvete de Estrella,
170 — MARIO CASTRO ARENAS

cronista del círculo de La Gasea, relata que "Juan Bermejo


fue a la plaza con la más parte de la gente y sacó âe la iglesia al
obispo por fuerza y le tuvieron al pie del rollo gran rato, hasta
que vino Hernando de Contreras que le hizo dar las armas que
tenía en su casa, Y Altamirano, con otro golpe de gente, fue a la
casa del doctor Torres donde estaba él tesorero Juan Gómez de
Anaya con cien mil pesos de oro, con los cuales se había de partir
esotro día a Las Cruces para los embarcar allí y llevar al Nombre
de Dios. Fue preso por Altamirano y robado el oro y la otra gente
se derramó por las casas de ¡os vecinos y tomárosle las armas.
Daban voces "Libertad, libertad" por Hernando de Contreras,
capitán general de la libertad"\ Y también entraron en la casa de
Martín Ruiz de Marchena, vecino de aquella ciudad y teniente
de tesorero; le prendieron y maltrataron para que les entrega-
se la hacienda que tenían del Emperador y les declarase la otra
hacienda Real que del Perú se había traído y les diese todas las
armas que de España se habían traído para ir contra Gonzalo
Pizarro." ob,cít, 101.
Con nocturnidad, alevosía y sorpresa, Panamá se
llenó de gritos, alboroto, confusión, voces de mando ira-
cundo de los rebeldes y voces de desesperación de los
vecinos asaltados por turbas de facinerosos. Se repetían
los sucesos de Bachicao, confirmándose dramáticamente
la relación de dependencia política del Perú y el istmo. Al
mando del perulero Salguero partió un contingente de re-
voltosos para capturar a La Gasea en Las Cruces, ignoran-
do que ya estaba alistando la contraofensiva en Nombre
de Dios.
Hernando de Contreras salió tras la huella de Sal-
guero, con la intención de llegar de noche a Nombre de
Dios, saquearla y aprisionar al Presidente La Gasea. Vien-
do que los facinerosos dejaban la ciudad, el obispo recu-
peró la libertad y con otros vecinos animáronse a organi-
zar fuerzas para repelerlos a su vuelta. Se agruparon cerca
de trescientos panamenses, bajo el mando militar de ofi-
ciales leales que tomaron como capitán a Martín Ruiz de
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — "VJ1

Marchena y por lugartenientes a Pedro Cianea, hermano


de un oidor de Lima, y a Pedro de Salinas que llegó con
La Gasea, De esa guisa, .al regresar Juan Bermejo de Las
Cruces, encontró la defensa valerosa de los vecinos que
arrojaban proyectiles de las ventanas y techos de las casas
con tanta furia y pundonor que el facineroso optó por re-
tirarse a las afueras, enviando mensajeros a Hernando de
Contreras. Tramó entonces Bermejo incendiar Panamá por
seis partes, pero su gente no pudo hacerlo, temiendo el
ensañamiento de los vecinos. Entretanto, Salguero volvió
a Panamá, después de tomar seiscientas barras de plata y
de haberse dado la gran vida con el vino y las conservas
que fue incautando en sus correrías. Sin embargo, las fuer-
zas combinadas de Salguero y Bermejo fueron arrolladas
por los panamenses organizados por los peruleros en la
defensa de sus haciendas y vidas de la violencia de los
malhechores capitaneados por los hermanos Contreras.
Encontrándose en Capirà, Pedro de Contreras cono-
ció la muerte de Bermejo y Salguero y sólo pudo atinar a
buscar una ruta de escape por Nata y recoger a su herma-
no Hernando. El Presidente La Gasea y el gobernador Cla-
vijo presenciaron en Panamá el paisaje de desvastación de
las acciones de los rebeldes, Al tiempo que honraba a los
panamenses por la heroica defensa de la ciudad, ordenó
la persecución de los Contreras y de los sicarios fugitivos,
que habían abandonado los navios al conocer que los aco-
saban naves de real pabellón. Estragados por la reacción
de los panamenses, los Contreras no consiguieron juntar-
se y cada uno huyó como pudo.
Hernando tuvo un final patético: al tratar de beber
agua de un pozo profundo, famélico y deprimido, cayó
en la profundidad. Logró salir del fondo del pozo a du-
ras penas y caminó completamente despistado a orillas de
un río. Los indios de la zona le vieron y notificaron a sus
perseguidores. De esa manera le capturaron, le degolla-
ron y pusieron la cabeza en un palo. Pedro padeció igual-
172 — M A R I O CASTRO ARENAS

mente una muerte sin grandeza. Desembarcó en un paraje


de Nata y no pudo retornar al bajel al saber que el oficial
Zamorano, enviado por La Gasea, le iba dando caza por
mar. Vagó perdido en los pantanos hasta que un guerrero
indígena le atravesó un lanzazo.
Aventureros de origen flamenco, portugueses e ita-
lianos hubo entre los allegados a los Contreras, además,
por supuesto, de españoles. Procesados y sentenciados, a
unos se les ahorcó, a otros se les desterró, o se les encarce-
ló. Concluyó de esa manera esta suerte de legión extranje-
ra reclutada por los Contreras por obsesión de venganza,
que turbó aunque no llegó a frustrar la campaña de La
Gasea al servicio del Emperador en el virreinato peruano.
Quienes pensaban que los panamenses eran simples
mercaderes sin noción de patria y autoestima cambiaron
el modo de pensar al verificar la valentía con la que dieron
al traste la revuelta de los Contreras. El valor de los
panamenses flameó al tope en esa ocasión.
Por investigaciones de Mena García, se conoce que el
gobernador de Panamá, a instancias de La Gasea, al com-
probar que, doña María Peñalosa, era cómplice de su ma-
rido en la entrega ilegal de encomiendas e instigadora de
la revuelta de sus hijos, ordenó el secuestro de bienes del
matrimonio por cuatro mil pesos de plata que estaban en
poder de un comerciante panamense llamado Luis Suá-
rez. Dice Calvete que el gobernador Clavijo envió copias
de la sentencia contra la hija de Pedrarias a la Audiencia
de Lima al sospecharse que tenía gran cantidad de dinero
en el Perú. Doña María alegó, antes y durante el proce-
so, que su padre había colaborado en forma decisiva a la
conquista del imperio de los incas y fue socio de la em-
presa, por lo cual exigió una participación en las rique-
zas incas, Fernández de Oviedo testimonia que Pedrarias
formó parte de la sociedad de la conquista del Perú y que
cotizó como su parte en la sociedad la autorización dada
a sus capitanes Pizarro y Almagro. Al salirse de la socie-
PANAMÁ v PERÚ EN EL SIGLO XVI — 1^3

dad de la conquista, Pedrarias, que no puso un centavo


a los gastos de la expedición, recibió una compensación
económica de manos de Almagro. Es decir, obtuvo lucro,
sin invertir dinero alguno sino que "cotizó" la licencia. De
toda suerte, la participación de Pedrarias Dávila, así como
la de Pascual de Andagoya y Gaspar de Espinosa —uno
autorizando la primera expedición, otro presuntamente
entregando barcos y el otro como oculto financista— re-
presenta otro enigma histórico pendiente de aclaración
documentada en la historia de la conquista del imperio de
los incas desde la vertiente panameña.
EL DEBATE JURÍDICO SOBRE
LAS LEYES NUEVAS Y LA REBELIÓN
DE GONZALO PIZARRO
Las Leyes Nuevas de Carlos V abrieron la puerta para
debates jurídicos simultáneos sobre la validez y alcances
de las donaciones papales, sobre la potestad del Empera-
dor Carlos V para otorgar o anular encomiendas en Amé-
rica y sobre el poder de los encomenderos para crear
reinos independientes.
Existen vasos comunicantes en la fundamentación
de cada uno de los criterios doctrinales de teólogos, ju-
ristas e historiadores del siglo XVI, de suerte que forman
parte de la misma discusión general.
Tomaremos como base del debate, las investigacio-
nes del historiador peruano Guillermo Lohmann Villena
en archivos españoles sobre la rebelión de Gonzalo Pizarro
contra las Leyes Nuevas que aportaron valiosos documentos
producidos por religiosos españoles, apoyando la guerra
civil y la separación de España. ''Las ideas jurídico-poltticas
en ¡a rebelión de Gonzalo Pizarro. Casa-Museo de Colón, Semi-
nario Americanista de la Universidad de Valladolid.1977,
Pienso que para la comprensión adecuada del de-
bate suscitado por los asesores religiosos y laicos de los
encomenderos, es menester ubicarlo en el contexto de la
historia de la iglesia y examinar sus raíces ideológicas, a
partir de la Donación de Constantino, siendo este docu-
mento la matriz ideológica de las controvertidas faculta-
des temporales, que avalaron la conquista y colonización
de América.
Atribuido al emperador romano Constantino I, pero
con sólidas dudas sobre su autenticidad, la Donación de
Constantino, supuestamente, debía oficializar la trans-
ferencia de los bienes imperiales romanos a la Igle -
176 — M A R I O CASTRO ARENAS

sia Católica. A partir del Renacimiento se discute si la


Donación de Constantino es una falsificación urdida por
historiadores del Vaticano para reconocer al Papa Silves-
tre I como receptor de la ciudad de Roma/ las provincias
italianas y el conjunto del imperio romano de Occidente
y Oriente: "Deseamos que la Santa Iglesia Romana sea hon-
rada con veneración como nuestra terrena potencia imperial y
que la sede santísima de San Pedro sea exaltada gloriosamente
aún más que nuestro trono terreno, ya que Nos le damos poder,
gloriosa majestad, autoridad y honor imperial. Y mandamos y
decretamos que tenga la supremacía sobre las cuatro sedes emi-
nentes de Alejandría, Antioquia, Jerusalem y Constantinopla y
sobre todas las otras iglesias de Dios en toda la tierra y que él
Pontífice reinante sobre la misma y santísima Iglesia de Roma
sea el más elevado en grado y primero de todos los sacerdotes de
todo el mundo y decida todo lo que sea necesario al culto de Dios
y a la firmeza de la fe cristiana... Hemos acordado a las iglesias
de los santos Apóstoles Pedro y Pablo rentas de posesiones para
que siempre estén encendidas las luces y estén enriquecidas de
formas varias; aparte, por nuestra benevolencia, con decreto de
nuestra sagrada voluntad imperial hemos concedido tierras en
Occidente y en Oriente, hacia el norte y hacia el sur, a saber en
Judea, en Tracia, en Grecia, en Asia, en Africa y en Italia y en
varias islas, con la condición que sean gobernadas por nuestro
santísimo padre el sumo pontífice Silvestre y de sus sucesores".
Donatio Constantini: Fernando Gil y Ricardo Corleto. Pontifi-
cia Universidad Católica Argentina.
Las bulas papales de Alejandro VI y Julio II que do-
naron a España los entonces desconocidos territorios ame-
ricanos, mutatis mutandis, se entroncan con la Donación
de Constantino, que permitió al Papa Silvestre (314-35)
tomar la propiedad de Alejandría, Antioquia, Jerusalen y
Constantinopla, en nombre de la iglesia, y adquirir mu-
chos otros bienes y ganar rentas sobre propiedades obse-
quiadas por un emperador pagano que, hasta poco antes
de emitir el decreto imperial, persiguió cristianos hasta
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — VJ'J

que se le fatigó el brazo y luego, súbitamente, al parecer


por milagro, se convirtió al cristianismo,
La Donación de Constantino se hizo pública al final
de la Edad Media en medio de controversias teológicas
sobre si era lícito o ético que la Iglesia de Cristo recibiera
bienes materiales provenientes de crueles conquistas de
poderes paganos. Sustentándose en las facultades tempo-
rales derivadas de la Donación de Constantino, la Iglesia
inició un proceso de yuxtaposición de poderes espirituales
y seculares en sus relaciones con los reinos europeos. En
un amplio arco histórico, que abarcó desde el pontificado
de Gregorio Magno (590-604) hasta el Papa Esteban II, se
trabó una estrecha vinculación política con el reino fran-
co, mediante la cual la Iglesia tuvo potestad de intervenir
directamente en asuntos temporales. Progresivamente, a
partir de entonces, la Iglesia Católica fue configurándose
como un estado soberano y el Papa como un virtual mo-
narca temporal.
Amparándose en esa amplitud de facultades tempo-
rales, el Papa Alejandro VI autorizó a España los viajes
que llevaron al descubrimiento y conquista de América
mediante bulas pontificias sustentadas en la interpreta-
ción de un célebre pasaje del Evangelio de San Marcos,
por el mecanismo jurídico de translati imperii pero a la
inversa, ya no procedente de un emperador romano sino
de un Papa. Como Vicario de Cristo, el Papa Alejandro VI
donó las Indias al Emperador de España (y el continente
africano al Rey de Portugal) con el compromiso de adoc-
trinar en la fe cristiana a los infieles de esas regiones.
Si tenemos presente que el Padre Las Casas pro-
movió la aprobación de las Leyes Nuevas, cuestionando
fundamentalmente las potestades temporales del pontifi-
cado, apreciaremos cómo el debate sobre la Donación de
Constantino reapareció en la discusión de los encomende-
ros. Aspecto sustantivo que Lohmann Villena y los apolo-
gistas de la corona española no toman en cuenta, porque
178 — M A R I O CASTRO ARENAS

aceptan los títulos concedidos por las bulas como un de-


recho inmanente, sin posibilidad de discusión. Siguiendo
la herencia ideológica de los teólogos disidentes de las fa-
cultades omnipotentes de la Iglesia, Las Casas y Vitoria
cuestionaron, desde perspectivas teológicas y jurídicas, la
potestad de la iglesia de donar bienes ajenos y recusaron
los subsecuentes derechos de la corona española de some-
ter a los indígenas al régimen de encomiendas.
Perturbado por las dudas religiosas generadas por
los Tratados de Las Casas, el Emperador creyó que podía
conjurar su crisis de conciencia con las Leyes Nuevas que
paralizaron por breve lapso las encomiendas en América.
El aristotelismo de Ginés de Sepúlveda, que avaló la es-
clavitud de los indios americanos con los argumentos del
filósofo griego que aceptó como algo natural la esclavitud
de los prisioneros de guerra, se batió en retirada, momen-
táneamente, con las Leyes Nuevas. Pero al reestablecerse la
vigencia de las encomiendas para aplacar la rebelión de los
encomenderos, regresó a las Indias el aristotelismo escla-
vista, con la bendición de los clérigos encomenderos que
fueron afectados por la liberación de la mano de obra indí-
gena. Las Casas fustigó a las autoridades eclesiásticas con
estas frases: "Los obispos de las Indias son de precepto divino
obligados y, por consiguiente, de necesidad a insistir y negociar
importunamente ante Su Majestad y su Real Consejo, que mande
librar de la opresión y tiranía que padecen los dichos indios que
se tienen por esclavos, y sean restituidos a su prístina libertad; y
por esto, si fuere necesario, arriesgar las vidas", Doctrina, 131.
A excepción de un puñado de ilustres dominicos,
numerosos miembros de otras órdenes religiosas, como
sabemos, rechazaron las ideas del fraile Las Casas, mez-
clando la antipatía que sentían por el personaje con ar-
gumentos teológicos y políticos que pretendían evadir las
iniquidades de las encomiendas.
En esa perspectiva, asesores religiosos y laicos de
Gonzalo Pizarro, como informan las investigaciones de
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — I79

Lohmann Villena, reanudaron la polémica sobre las en-


comiendas, iluminando el trasfondo ideológico de una
divergencia que parecía guiada únicamente por objetivos
materialistas.
Si rastreamos los orígenes de la legislación de Indias,
forjadora del Derecho Indiano, en las antiguas fuentes ju-
rídicas españolas podríamos discernir apropiadamente las
fortalezas y debilidades de los argumentos de los asesores
de Gonzalo Pizarro, de los cuales únicamente conocemos
los resúmenes de Lohmann Villena. Antes del descubri-
miento y conquista de América, la legislación española se
nutrió de fuentes diversas y aún antagónicas, a saber, el
derecho romano, el derecho germánico, el derecho con-
suetudinario visigodo, canónico, castellano, árabe, etc. El
historiador del derecho español J.M. Ots Capdequi indica
que en el período de la España prerromana, habitada por
iberos, ligures, celtas, se recibieron influencias fenicias y
griegas, pero la influencia más fuerte fue la ibérica, aun-
que la barrera idiomàtica no permitió el cabal conocimien-
to de sus instituciones jurídicas. Durante la coexistencia
de los estados visigodo e hispano-romano, Eurico rompió
el pacto con Roma y surgió el Código de Eurico y el Códi-
go de Alarico, sustituidos por el sistema de derecho terri-
torial que se expresa en el Liber Iudiciorum, romanizado
y erudito; y el derecho popular consuetudinario, carente
de códigos y diplomas. En la alta Edad Media se registró
el predominio del derecho germánico asentado en el usus
terrae y en derechos locales, municipales, sin nociones de
unidad nacional. Coexistieron derechos particulares y re-
gionales. Castilla se rigió por las normas del derecho cas-
tellano o Fuero Juzgo, mientras en Aragón prevalecieron
los derechos particulares codificados de aragoneses, cata-
lanes, valencianos y mallorquíes.
El repaso del conglomerado de derechos particula-
res se hace para advertir el juego de hegemonías y rivali-
dades que dificultó las apelaciones a las fuentes jurídicas
i8o — MARIO CASTRO ARENAS

españolas. España tenía unidad dinástica —dice Ots Cap-


dequi— pero no tenía unidad jurídica ni unidad nacional.
Isabel de Castilla impuso la hegemonía del derecho caste-
llano en las Indias por su peso específico político ganado
con el apoyo a los viajes de Colón. Sin embargo, el dere-
cho castellano eminentemente localista resultó insuficien-
te para regir en las Indias. Tras padecer la secular domi-
nación musulmana, España debutó como nueva potencia
imperialista en el siglo XVI, arrastrando las legislaciones
de los países europeos del Sacro Imperio Románico y el
derecho castellano impuesto como regula áurea a Carlos V
por su influyente abuela. Por añadidura de complicacio-
nes, Carlos V y Felipe II se vieron en el trance de inventar
un Derecho Indiano, transplantando o modificando sus
instituciones locales a una realidad extraña, desde todo
punto de vista.
Pienso que si no se tienen en cuenta las contradiccio-
nes históricas del mundo jurídico español es difícil enten-
der el debate de los encomenderos.
De acuerdo a Ots Capdequi, discípulo del ilustre ju-
rista Eduardo de Hinojosa, "en la ley 2, tit. I, lib. II de la
Recopilación de leyes de los Reinos de las Indias, promul-
gada en 1680, al fijar el orden de prelación de los cuerpos
legales aplicables en estos territorios decía: "Ordenamos y
mandamos, que en todos los casos, negocios y pleitos en que no
estuviera decidido ni declarado lo que se debe proveer por las
leyes de esta Recopilación, o por cédulas, provisiones u ordenan-
zas dadas y no revocadas para las Indias, y las que por nuestra
orden se despacharen, se guarden las leyes de nuestro reino
de Castilla conforme a la de Toro". Manual de Historia del
Derecho Español en las Indias y del Derecho propiamente India-
no. Editorial Losada. 1945.
La ley de Toro, parte de una colección de leyes apro-
badas por las Cortes en 1505, estableció un orden de prela-
ción a cuya cabeza iban el Ordenamiento de Alcalá, los fue-
ros municipales y el fuero real, si se aprobaba su empleo.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 181

Por último, quedaban como recurso de apelación las Siete


Partidas de Alfonso X el Sabio. Estructurado el orden jurí-
dico español en forma desigual y cambiante, se aplicaban
las leyes de conformidad con la fecha de su promulgación.
Las Leyes Nuevas sobre encomiendas aprobadas en
1542, por ejemplo, debían invocar como sustento doctri-
nario la ley de Toro y luego las leyes restantes, en forma
supletoria, según la jerarquía fijada y las analogías con la
realidad indiana.
De acuerdo a James Lockhart, en Perú hubo menos
encomiendas que en Panamá, no obstante la diferencia de
superficie territorial y la producción de riquezas. Piensa
que esta diferencia se explica por la organización del im-
perio incaico. "Dentro de sus límites, la norma fue el estable-
cimiento de encomiendas grandes, pero pocas...en el conjunto
del gran Perú, que incluía las partes habitadas más cercanas de
lo que hoy son Ecuador, Perú y Bolivia, nunca hubo más de 500
encomenderos; sustancialmente se. llegó a esta cifra en 1540 y
desde entonces se mantuvo bastante estable. Como quiera que
fuera, la proporción exacta de la población española que repre-
sentaba a los encomenderos era ciertamente una minoría. Para
dar una idea aproximada, puede compararse a los 500 encomen-
deros con los cuando menos 2.000 españoles que había en el Perú
en 1536, época de la gran rebelión indígena; con las estimaciones
contemporáneas de que había entre 4.000 y 5.000 españoles en el
Perú a mediados de la década de 1540, y unos 8.000 en 1555".
El mundo hispanoperuano.1532-1560, FCE, 21.

¿Quiénes fueron los primeros encomenderos


peruleros?

Las primeras encomiendas las adjudicó Francis-


co Pizarro a los 170 miembros de la fuerza española que
capturó a Atahuallpa en Cajamarca. De la noche a la ma-
ñana, los 170 combatientes se transformaron en grandes
encomenderos de Lima, Cuzco, Huamanga y Arequipa.
— MARIO CASTRO ARENAS

No todos eran hombres de armas. Hubo entre ellos escri-


banos, artesanos, sastres, marineros, músicos, espaderos,
a los que las encomiendas recibidas elevaron más tarde
a poderosos terratenientes que tuvieron como encomen-
dados a centenares de indígenas para trabajar las tierras.
Con Pedro de Alvarado llegaron alrededor de 200 españo-
les —entre éstos el padre del Inca Garcilaso de la Vega—,
quedándose en el Perú la mayor parte, a diferencia del
conquistador de México y Guatemala que recibió una bol-
sa de cien mil pesos de oro con el compromiso de regresar
a México y no volver nunca más al imperio incaico. Los
cambios en la repartición y extensión de encomiendas en
la costa y los andes, a partir de entonces, se sucedieron en
función de quiénes eran ganadores y quiénes vencidos de
las guerras civiles. En la guerra de las Salinas, los vete-
ranos pizarristas derrotaron a los veteranos almagristas;
en Chupas, Vaca de Castro venció al hijo de Diego de Al-
magro; en Añaquito, Gonzalo Pizarro se impuso al virrey
Núñez de Vela; y en Jaquijahuana, las encomiendas de los
rebeldes de Gonzalo Pizarro pasaron al poder de los que
desertaron a las filas del rey y traicionaron al caudillo.
Curiosamente, La Gasea, enviado por el Emperador
para abatir a los opositores a la derogatoria de las Nuevas
Leyes, después de la derrota y muerte de Gonzalo Pizarro
y sus aliados militares y religiosos, entregó las encomien-
das de éstos a los desertores encabezados por el general
Pedro de Hinojosa, que, cambiándose de camiseta, pasó
en Panamá de rebelde a leal, y le entregó la flota. Las mis-
mas reglas se aplicaron en las rebeliones de menor alcance
de Sebastián de Castilla (1553) y Francisco Hernández Gi-
rón (1553-1554). En las guerras civiles se perdía realmente
la bolsa y la vida.
¿Invocó Carlos V la ley de Toro, o las Siete Partidas,
para derogar las Leyes Nuevas?
El preámbulo de las Nuevas Leyes no las menciona.
La parte resolutoria remite a la voluntad personal del Em-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 183

perador como fuente de poder jurídico: "es nuestra volun-


tad y mandamos que luego sean puestos en nuestra Real corona
todos los indios que tienen y poseen por cualquier título y causa
que sea los que fueron o son visorreyes, gobernadores o lugarte-
nientes o cualesquier oficiales nuestros así de justicia como de
nuestra hacienda, prelados, casas de religión de nuestra hacien-
da, cofradías u otras semejantes".., "otro si mandamos que a
todas las personas que tuvieren indios sin tener título, sino que
por autoridad se han entrado en ellos, se los quiten y pongan en
nuestra corona Real",
Al derogar las encomiendas ¿violó el Emperador las
capitulaciones, según manifestaron los juristas que aseso-
raron a los encomenderos peruleros?
Como conocemos, Capitulaciones fue la deno-
minación de los contratos o convenios privados cele-
brados entre la corona y los conquistadores. Las Ca-
pitulaciones, en algunos casos, achacaban a los conquis-
tadores el costo del financiamiento de las expediciones de
conquistas, es decir, alquiler o compra de barcos, avitua-
llamiento, recluta de soldados, etc; todo esto y más pro-
venía de su peculio. Como compensación a los gastos fi-
nancieros y riesgo personal de los conquistadores, la coro-
na les otorgaba tierras y mano de obra indígena, además
de títulos nobiliarios y rangos militares y políticos a los
autores de la conquista. El antecedente jurídico sobre las
Capitulaciones figuró desde la conquista y colonización
de las Islas Canarias. Luego vinieron las Capitulaciones
otorgadas a Colón por los Reyes Católicos, por las cuales
se le concedió el título de Almirante transmisible heredi-
tariamente, al igual se le proclamó virrey y gobernador de
los territorios descubiertos por él. Las Capitulaciones fue-
ron concedidas, después del descubrimiento, también por
oidores de audiencias, virreyes y gobernadores. Siempre
el monarca retuvo el poder máximo para su otorgamiento.
Diego Colón concedió las Capitulaciones a las expedicio-
nes de Alfonso de Ojeda y Diego de Nicuesa, en base a los
184 — M A R I O CASTRO ARENAS

poderes cedidos a su padre. Las frustraciones de Ojeda y


Nicuesa movieron a Fernando el Católico a modificar las
Capitulaciones, asumiendo la Corona el financiamiento
total de la expedición de Pedrarias Dávila al Darién.
En cambio, Hernán Cortés y Francisco Pizarro reci-
bieron sus respectivas Capitulaciones post-facto de la con-
quista de México y Perú.
Antes de recibir la Capitulación, Francisco Pizarro
adoptó decisiones ilegales sobre repartimientos y enco-
miendas. Porras atempera la ilegalidad jurídica de Pizarro,
alegando las presiones de los conquistadores en Jauja: ''Los
conquistadores de Jauja esperaban con impaciencia el reparto de
los indios. Sin éste, ¡a vida económica no podía organizarse. Los
españoles necesitaban para sustentarse del trabajo de los indios.
Roto por la conquista el engranaje de la administración incaica
había que reemplazarla inmediatamente. No había entonces más
fórmula conocida y viable de gobierno que el de las encomiendas.
El encomendero es el eslabón de la cadena rota que reemplaza al
curaca o cacique y respondiendo del trabajo de su grupo o frac-
ción demográfica asegura la marcha general de la producción.
El encomendero, además, pese a la idea peyorativa de éste, en la
mayor parte de los casos justificada, es el único lenitivo contra
el abuso de los indios. Sin él —dice la provisión de Pizarro—
"no avría quien los dotrinase, ni quien procurase por su bien ni
quien evite su daño". Jauja Mítica. Revista Histórica.
Las razones alegadas por Pizarro se contradicen
con las cláusulas del contrato privado que suscribió en
Panamá con sus socios Pizarro y Luque, y en la licencia
otorgada por Pedrarias Dávila, años antes que distribuye-
ra encomiendas en Jauja, Lima, Cuzco, Arequipa y Gua-
manga. Cuando solicitó autorización real para repartir
encomiendas, la Reina rechazó la solicitud, reclamándole
que, previamente a la autorización, debía presentarle un
memorial, consignando a quiénes se iban a distribuir los
indígenas y quiénes iban a ser los beneficiarios y por qué
méritos se les adjudicaban. Pero ya Pizarro había hecho
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 185

los repartos. De acuerdo a Porras, "el reparto se hizo por


Pizarro y Riquelme, del 28 de julio al 4 de agosto, teniendo en
cuenta las noticias de la tierra y los servicios prestados por los
conquistadores. Se adjudicó a cada uno los caciques y pueblos,
señalados por sus nombres indígenas y determinando el número
exacto de indios de que podían servirse. Una parte recibió tierras
de la costa y otra en la sierra y se ordenó entregarles una cédula
en que costara el depósito", ob,cit, 137. No hay asomos de
duda sobre la desbocada ambición de Pizarro, quien ya
había recibido encomiendas de indios en la isla de Taboga,
en Panamá por cesión de Pedrarias. Bien sabía Pizarro que
sin mano de obra indígena no se podía trabajar la tierra
americana debido a la desidia o pereza de los conquista-
dores. El lucró de encomiendas antes de arribar al Perú.
Por ello es que su situación de hombre ambicioso quedó
clara ante el poder real, en el contrato de la conquista de
1526, en el que una cláusula comprendía "repartimientos
de yndios perpetuos, como de tierras y solares, y eredades como
de tesoros y escondedixos encuviertas(sic) como de cualquier
rriqueca o apruechamiento de oro, plata, perlas, esmeraldas, dia-
mantes y rubíes". Marticorena Enrique. El contrato de Panamá,
1526", Cahiers de monde hispanique et brésüien(Caravelle).
Université de Toulouse. 1966.
La vocación pízarrista de ilegalidad y ambición a
cualquier precio quedó a la luz del día, desde entonces. La
Capitulación de Toledo entre la Reina y Francisco Pizarro,
fechada el 26 de julio de 1529, tres años después del con-
trato privado, insistió en que el conquistador presentara
una relación de las tierras: "Por cuanto nos habedes suplicado
por vos en el dicho nombre vos hiciese merced de algunos vasa-
llos en las dichas tierras, é al presente lo dejamos de hacer por no
tener entera relación de ellas, es nuestra merced que, entretanto
que informados proveamos en ello". Concede la Reina que "e
ansí mismo os daremos poder para que en nuestro nombre, du-
rante el tiempo de vuestra gobernación, hagáis la encomienda de
los indios de la dicha tierra, guardando en ella las instrucciones
i86 — M A R I O CASTRO ARENAS

e ordenanzas que vos serán dadas". Las Relaciones de la con-


quista del Perú. Francisco de ]erez y Pedro Sancho: Edición de
Horacio Arteaga. Imprenta y librería Sanmarti Lima. 1917.
Como buen discípulo de Pedrarias, Pizarro incum-
plió las condiciones fijadas por la Reina, apoyándose en el
cínico aforisma "la ley se dicta, pero no se cumple". Con
estos actos de ilegalidad y desobediencia, empezó la rebe-
lión pizarrista.
Sobre las Capitulaciones comenta el historiador
mexicano Silvio Zavala que "aunque importantes como con-
tratos primeros y base legal de partidas de las empresas, no com-
prendieron en realidad sino el permiso, la relación del caudillo
con el rey y las franquezas generales para los pobladores; pero
no decían nada de la organización de la hueste, la relación de los
capitanes con los soldados, la relación de éstos entre sí etc". La
encomienda indiana. Madrid.
Creadas como derivación de las Capitulaciones, al
igual que los repartimientos, las encomiendas de indios,
ya para realizar servicios personales, ya para pagar tri-
butos, sancionadas por las Leyes de Burgos en 1512,
constituyeron la recompensa de la corona española a los
conquistadores y/o a sus descendientes por los esfuerzos
desplegados para dominar los reinos indígenas. El jurista
Juan de Solórzano creyó detectar analogías en la figura
de los feudos y mayorazgos del derecho medieval espa-
ñol en tanto prevalecían reglas de sucesión por mercedes
concedidas por el rey. Pero no hay en las leyes españolas
algo que se parezca a la autorización monárquica de ex-
plotar hombres y mujeres americanos, sea para trabajar la
tierra, sea para laborar en las minas, sea para servidumbre
doméstica, sea para pagar impuestos con trabajo. Es po-
sible que campesinos de Castilla o de Andalucía estuvie-
sen sometidos a regímenes laborales de vasallaje feudal,
en el cultivo de las tierras de reyes y nobles en general.
Pero ni siquiera en el régimen restrictivo establecido por
las Siete Partidas a los judíos, hubo algo semejante a las
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 187

encomiendas americanas. Por ello, se espantaron algunos


religiosos españoles al comprobar la realidad social y hu-
mana de las encomiendas americanas. Mucho antes del
movimiento abolicionista del Padre Las Casas, un anciano
predicador español, Miguel de Salamanca, estampó en un
escrito;" porque esta manera de encomienda y ¡a manera con
que se ejecuta es contra el bien de aquella república indiana;
item, es contra toda razón y prudencia humana; ítem, es contra
el bien y servicio del rey, nuestro señor, y contra todo derecho
civil y canónico; ítem es contra todas las reglas defilosofíamoral
y teológica; ítem, contra Dios y contra su intención y contra su
iglesia". Lewis Hanke. La lucha española por la justicia en la
conquista de América. Aguilar, 154.
A pesar de las revelaciones sobre la extinción de las
poblaciones indígenas a causa de las encomiendas y re-
partimientos, la segunda generación de conquistadores
españoles llegó al grado extremo de desafiar y desconocer
la auctoritas del rey en el Perú. El cronista Cieza de León
relata en su libro sobre las guerras civiles que habían des-
aparecido prácticamente los indios en la Isla la Española,
en Tierra Firme y Nicaragua y en Cartagena. En esta ciu-
dad residió un portugués que colgaba en la percha de su
casa lonjas de cuerpos de indígenas para cebar sus perros.
¿Exageró Cieza de León? ¿Mintieron Montesinos, Sala-
manca, Las Casas y otros dominicos sobre la desvastación
de las poblaciones indígenas producida por repartimien-
tos y encomiendas?
Como de todo hay en la viña del Señor, le sobraron
defensores a los encomenderos de Perú y México.
¿Quiénes fueron, qué alegaban los prelados religio-
sos que defendieron las encomiendas y azuzaban la rebe-
lión de Gonzalo Pizarro contra el Emperador?
Según Lohmann Villena, en la agitación de la revuel-
ta figuraron dominicos: padres Carvajal, Magdalena y
Zúñiga; mercedarios: el Comendador Órenes y el padre
Muñoz; franciscanos: el gantés P. Ricjcke; clérigos como
i88 — M A R I O CASTRO ARENAS

Juan de Sosa y Juan Coronel; el Obispo de Santa María


Calatayud y el Arzobispo de Lima Fray Jerónimo de Loai-
za, que disfrutaba por lo bajo de tres repartimientos. El
Obispo de Quito Garci Díaz Arias se proclamó ahijado de
los Pizarro desde los tiempos de Francisco y no ocultó su
apoyo a Gonzalo.
De lo que puede extractarse del trabajo de Lohmann
Villena se deduce que las principales impugnaciones a las
Nuevas Leyes eran las siguientes:
a) el Emperador violó la letra y espíritu de las Ca-
pitulaciones que otorgaban las encomiendas;
b) el Emperador debió atender los puntos de vista
de los encomenderos antes de anular las Nue-
vas Leyes
c) el Emperador actuó unilateralmente/ perjudi-
cando a quienes lucharon y arriesgaron la vida
en la conquista del Perú
d) al quebrarse las reglas del juego del contrato
entre el Imperio y los conquistadores, fue pro-
cedente que éstos se emanciparan y separaran
de la autoridad y jurisdicción del Emperador
* e) era pertinente la sucesión por herencia familiar
de los poderes políticos de Francisco a Gonzalo
Pizarro, así como de encomiendas y bienes
f) si el Papa como vicario de Cristo transmitió
derechos sobre las Indias al Emperador podía
negociarse un acuerdo entre el Pontificado y los
encomenderos en la persona de Gonzalo Piza-
rro y legitimar el nuevo reino con el reconoci-
miento del papado
Tratadista de la autoridad de Juan de Solórzano res-
ponde la primera objeción, sentando que "fuera de las tie-
rras, prados, pastos, montes i aguas que por particular gracia i
merced ..se hallaren concedidas a las ciudades, villas o lugares
de las Indias, o a otras comunidades o personas particulares ae-
llas, todo lo demás de este género es i debe ser de su Real Corona
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — IÖ9

y dominio.. .solamente de la gracia o merced real, podía deri-


var por lo tanto, jurídicamente, el derecho de los particulares
al dominio privado de la tierra. Por concesión de los Reyes de
España pudieron disfrutar del dominio de sus tierras los indios
radicados en reducciones o corregimientos que vivían dedicados
al cultivo de las mismas, así como sus caciques y señores. Por
concesión, también, de los propios monarcas, pudieron llegar a
adquirir el dominio de determinados lotes de tierras, en exten-
sión mayor o menor, los descubridores, conquistadores y coloni-
zadores españoles", ob, cit, 274.
De conformidad con esta interpretación del tratadis-
ta, encomiendas y repartimientos eran mercedes del rey,
favores del monarca al subdito. Por tanto, así como podía
conceder, el Emperador/ Imperator tenía potestad para
anular la merced de las encomiendas.
En cuanto al segundo cuestionamiento, era potestad
del monarca atender o no el criterio de los afectados por
alguna de sus decisiones en la administración de las In-
dias. Podían apelarse fallos de la justicia u ordenanzas del
Consejo de Indias. Aún el monarca podía rectificarse motu
propio, sin que fuera hacerlo obligación suya. No era obli-
gación del debido proceso escuchar al objetante. El Orde-
namiento de Alcalá de Henares rezaba: "de cualquier ma-
nera que el hombre quiera obligarse, queda obligado".
Hubo muchos casos de rectificaciones reales: verbi-
gracia, Fernando el Católico ordenó a Pedrarias por Cé-
dula Real de 1513 la prisión de Balboa: pero, al nombrar a
éste, posteriormente, como Adelantado de la mar del Sur
por Cédula Real de 1514, dejó en suspenso, tácitamente, la
encarcelación del jerezano.
Las Siete Partidas (partida segunda, título I, ley X),
tipifican la figura del tirano con estas palabras:" Tirano
tanto quiere decir como señor cruel, que es apoderado en algún
regno o tierra por fuerza o por engaño o traición". Alfonso el
Sabio. Antología. Editorial Porrúa. México. Alfonso el Sabio
padeció en carne propia la deslealtad, el engaño y la trai-
10,0 — M A R I O CASTRO ARENAS

ción. Fue víctima de la rebelión de su hermano el infante


don Enrique, del golpe de estado de su hijo Fernando de
la Cerda, que le sucedió en el reino por su viaje a Fran-
cia; poco antes de morir, Fernando entregó el poder a su
hermano don Sancho, quedando éste como heredero, pro-
vocando el alejamiento de la esposa de Alfonso X, doña
Violante, en defensa de los derechos de sus hijos, también
herederos al trono. Las ambiciones dinásticas amargaron
los tramos finales de la existencia del rey sabio.
Si se le hubiera aplicado el antecedente de las Siete
Partidas, la proclamación de Gonzalo Pizarro como sobe-
rano del Perú, le habría convertido automáticamente en
traidor. Lohman Villena sostiene que "todo estaba preparado
para la proclamación de Pizarro como soberano del Perú. Lo sa-
bemos por una carta de Carvajal del 17 de marzo, escrita en An-
dahuaylas., .porque para la corona del rey con que en tan breves
días hemos de coronar a Vuestra Señoría habrá muy concurso
de gente (en Lima). El veterano soldado juzgaba que no había
ya resquicio para una actitud condescendiente de las autorida-
des republicanas, y que en consecuencia el mando que Pizarro
esperaba recibir por mano ajena, lo debía de asumir por sí y ante
sí, ciñéndose la corona. Resumía su criterio en este enunciado:
"Quien puede ser rey por el valor de su brazo, no es razón que
sea siervo por razón de laflaquezade su ánimo. El apercibimien-
to tiene en Amazonas en las Indias de Tirso de Molina acentos
épicos." ob, cit,81.
Los apologistas jurídicos de la sucesión de Gonzalo a
la gobernación se basaron en dos instrumentos jurídicos,
esto es la Real Carta de 1534 por la que se comunicó a
Francisco Pizarro la prerrogativa para designar como go-
bernador provisional a "una persona de las que en esa dicha
provincia estuviese, qual os pareciese... hasta que Nos mande-
mos proveer desa dicha gouernación A quien fuéremos seruidos
la tenga". Lohman Villena, ob.cit, 50; y se invocó, asimismo,
el testamento por el cual en 1537 transmitió la goberna-
ción a su hijo Gonzalo Pizarro Yupanqui, que murió niño.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 10,1

Quedó vigente la minuta enmendada de 1539, mediante


la cual Francisco nombró a su hermano Gonzalo como ad-
ministrador general del Perú, mientras durase la minori-
dad del hijo habido con la hermana de Atahuallpa, con la
cual procreó, también, a doña Francisca, primer vastago
con la princesa inca de 15 años, del pedófilo conquista-
dor de 56 años. Porras Barrenechea Raúl, Jauja mítica. Revista
Histórica. María Rosworowski. Francisca Bizarro. Instituto de
Estudios Peruanos.
El hijo varón de Francisco falleció, como dijimos, en
tanto sobrevivió doña Francisca Pizarro Yupanqui, casada
primero con su viejo tío hermano mayor de su padre, Her-
nando Pizarro, y a la muerte de éste, se desposó con un des-
cendiente de Pedrarias Dávila, más joven que la princesa
mestiza, que así se tomó la revancha del anciano consorte.
Sin embargo, la hipotética línea de sucesión a la goberna-
ción del Perú fue quebrada por el nombramiento de Cris-
tóbal Vaca de Castro en una provisión secreta, descubierta
por Lohmann Villena, que estableció que si falleciera Piza-
rro "en tal caso es nra. Voluntad que vos tengáis por nos la nra.
Justicia e gouernación de la dha. Provincia de la Nueva España e
de la provincia de la Nueva Toledo", ob,cit, 51. Más adelante, en
1543, Carlos V oficializó la instrucción secreta decretando "
se había acordado designar a una persona que en nuestro nombre
y como nuestro visorrey la gobierne", ob, cit, 52.
Se aludió al primer virrey Blasco Núñez de Vela, que
llega al Perú cuando ya estaba prendido el rancho por las
Nuevas Leyes de 1542.
Desde el punto de vista de los rebeldes, las órdenes
del monarca representaban el incumplimiento del pac-
to con los conquistadores, tanto en la derogatoria de las
encomiendas cuanto en los derechos de sucesión. En la
mente de los conquistadores y sus asesores, reapareció el
estigma antihispánico de un monarca extranjero rodea-
do de áulicos étnicamente extraños a las vivencias de los
forjadores de las glorias del Nuevo Mundo. El estereoti-
192 — MARIO CASTRO ARENAS

po del rey nacido en Gante, mal aconsejado por gente de


Borgoña, ya antes había producido la revuelta de las co-
munidades, en el contexto de una contienda nacionalista
a la que no fueron ajenos los españoles radicados en las
Indias. Las Nuevas Leyes engendraron en América una
variante de la marejada nacionalista que convulsionó la
península y llegó a las riberas indianas. La inicial consig-
na de "España para los españoles" se transmuto en "Las
Indias para los indianos". Luego se dio el paso audaz de
la creación de un nuevo reino hispanoinca, con la posible
legitimación por el matrimonio de Gonzalo Pizarro con su
sobrina Francisca Pizarro Yupanqui. Por aquel tiempo ha-
bía estallado el levantamiento de Manco Inca, seguido en
menor escala por sus hermanos residentes en Vílcabamba.
Manco Inca creó la opción de un mando compartido con
los españoles, corregencia de hecho puesta de manifiesto
en el cogobierno del Cuzco y en la lucha común de es-
pañoles e incas contra las huestes de los generales quite-
ños supérstites de Atahuallpa. Manco Inca puso sitio al
Cuzco cuando se convenció de la traición de Hernando y
Gonzalo Pizarro. Pero la posibilidad de un entendimiento
hispano-inca no desapareció del todo. El enrolamiento de
Paullu Inca a las huestes de Diego de Almagro en la con-
quista del Arauco; las conversaciones de Manco Inca con
Almagro el viejo, registradas por Fernández de Oviedo; la
bajada de Sairi Túpac al Cuzco para ponerse a la sombra
del poder español; los tratos de Titu Cusi Yupanqui con
Juan de Matienzo y, ¡ qué duda cabej la convivencia carnal
de españoles y mujeres indias manifestaron la existencia
de puentes de comunicación interétnica de diverso tipo, a
los cuales perteneció el proyecto de un nuevo reino neopi-
zarrista o neoatahuallpista.
Si el monarca violó el pacto con los protagonistas de
la conquista —razonaron los desilusionados conquistado-
res^— era posible la constitución de un nuevo statu quo del
poder en las Indias. Todo estas opciones flotaban en el aire
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 10,3

de una época caldeada por las Nuevas Leyes que, bus-


cando teóricamente el cese de la explotación de la mano
de obra indígena, no satisfacía a quienes conocían las en-
crucijadas tortuosas de los que habían sido sometidos por
una legitimidad fraudulenta avalada por un papa.
El intento posterior del virrey Toledo de descalificar
la legitimidad de los incas, haciendo hincapié en su tiranía
sobre los reinos indígenas, reveló la presión de las ideas
que desató Las Casas sobre la ilegitimidad de la conquista
española de las Indias y, obviamente, del régimen de en-
comiendas. Este conflicto de paradojas seudolegitimistas
desembocó, en extraño viraje nacionalista, en el proyecto
de un nuevo reino mestizo. No hay que olvidar que La
Gasea tenía instrucciones reales de reconocer una gober-
nación de Gonzalo como una alternativa eventual de en-
tendimiento ante las evidencias desastrosas de la erosión
de la autoridad de la metrópoli española, no solamente en
el Perú.
Lohmann Villena califica como "hablillas" el entron-
camiento de Pizarro con el linaje de los incas. Los hijos de
Francisco Pizarro con la hermana de Atahuallpa, el hijo
de Gonzalo tomado como rehén y los hijos de innume-
rables conquistadores con damas indígenas no eran una
"hablilla". Por tanto, la alternativa de la transferencia del
poder hispano a un poder mestizo tuvo aval biológico. El
argumento de que el proyecto hispano-inca era producto
de un espejismo porque los naturales no tenían suficien-
te madurez cívica para entenderlo y adherirlo es rebatido
con los hechos producidos con el entendimiento estratégi-
co entre Manco Inca y Francisco Pizarro. Los incas crearon
un sistema de dominación continental que puso a prueba
su capacidad de negociación diplomática, absorbiendo,
algunas veces, culturas regnícolas sin necesidad de con-
frontaciones bélicas o pactando los términos de una pax
inca. Desde su constitución como núcleo cuzqueño hasta
su propagación por territorios de América del Sur, demos-
194 — MARIO CASTRO ARENAS

traron los incas que estaban muy capacitados para superar


cualquier coyuntura de orden político, algo que no acep-
tan los hispanófilos a ultranza, cuyos moldes mentales
supervalorizan lo europeo y subvalorizan lo autóctono.
Como dueños de la tierra y creadores de uno de los más
avanzados sistemas de organización social, los incas po-
seían justo título y madura experiencia para instrumentar
fórmulas de gobierno. Algo muy distinto son los títulos
ilegítimos españoles resultantes de la donación insólita de
América per sécula seculorum por Alejandro VI y sus su-
cesores, transferencia de propiedad y poder impugnada
desde la vertiente jurídica española por la autoridad aca-
démica de Francisco de Vitoria, y desde el lado teológico
por Bartolomé de las Casas. (Cf. Guillermo de Ockham en
el descubrimiento de América).
Por todos estos antecedentes, siempre debemos tener
en cuenta que el debate jurídico sobre las Nuevas Leyes y
las encomiendas corresponde sólo a un aspecto parcial del
pensamiento de Bartolomé de Las Casas. Al desembocar
en la discusión sobre la legitimidad o ilegitimidad de las
fuentes del poder de la monarquía y de los protagonistas
de la conquista de América., Las Casas nos remite al de-
bate central que apenas arañan los asesores de Gonzalo y
que, calculadamente, no aparece en los documentos de la
monarquía española. De lo que se trataba, en suma, era de
que un papa muy secularizado y muy parcializado, como
lo repitieron ingleses y franceses, había donado el conti-
nente americano a un imperio que ya tenía bajo su domi-
nio a media Europa. La iglesia construyó una secuencia
de silogismos que, empezando con la Donación de Cons-
tantino y concluyendo con el descubrimiento de Améri-
ca, logró absorber el Imperio Romano y sus posesiones
en Asia y África y se creyó asistida de poderes seculares
para repartir el Nuevo Mundo. Una de las falsas conclu-
siones de esta cadena de silogismos fue la donación de las
Indias al imperio de los Austria. Enarbolando un poder
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — ^95

apócrifo cedido por la más que dudosa potestad tempo-


ral de la iglesia romana, España recibió títulos ilegítimos
y anticristianos sobre los señoríos y reinos de las Indias.
Citando a Santo Tomás, Las Casas dijo en los Tratados: "Y
pues Dios no hizo diferencia entre los hombres cuanto a los be-
neficios naturales, que por su bondad infinita y gratuita volun-
tad general e umversalmente hizo comunes a todos, por tanto,
a ningún hombre fue ni es permitido hacer, cuanto a esto, entre
los hombres diferencia", ob, cit, 1061.
El imperio no solamente convirtió a los indios en va-
sallos de quinta categoría que podían ser abusados a su
arbitrio sino que exterminó a los agentes de la conquis-
ta que hicieron lo mismo en su nombre. Vasallos de los
moros durante ochocientos años, los españoles asimilaron
por osmosis un parecido estilo de dominación, esto es una
amalgama de dominación cultural, económica y política.
Las guerras civiles del siglo XVI fueron un detalle en
el conglomerado de contradicciones del descubrimiento y
conquista del Perú y América. Por consecuencia del razo-
namiento que llevamos, el debate jurídico sobre las enco-
miendas debiera englobar el análisis de las potestades de
dominio temporal adjudicadas a la corona española por
una institución como la iglesia de Cristo, que debió hacer
la paz y no la guerra.
Magnificado por sus seguidores, denostado por sus
detractores, ¿quien fue, al final de cuentas, Gonzalo Piza-
rro? ¿Un megalómano perturbado por el poder, como lo
pinta Lohman Villena? ¿Un capitán elegante y esforzado
que ganó sus galones a punta de valor y esfuerzo, como lo
describen el Inca Garcilaso, que lo conoció, niño él, en el
Cuzco, o Gomara que recibió el lejano eco de sus hazañas?
No obstante que perdió una pensión de la corona es-
pañola por la ayuda que le prestó su padre en la batalla
de las Salinas, Garcilaso describió a Gonzalo con vivida
simpatia/' Fue Gonzalo Pizarro del apellido y genealogía de los
Pizarro, sangre muy noble e ilustre en toda España; y el Mar-
1C)Ö — M A R I O CASTEO A R E N A S

qués del Valle don Hernando Cortés fue de la misma parentela,


que su madre se llamó Doña Catalina Pizarro, de manera que a
esta genealogía se le debe dar la gloria y honra de haber ganado
aquellos dos Imperios.. .fue Gonzalo Pizarro gentilhombre de
cuerpo, de muy buen rostro, de próspera salud, gran sufridor
de trabajos, como por la historia se habrá visto. Lindo hombre
de a caballo, de ambas sillas; diestro arcabucero y ballestero, con
un arco de bodoques pintaba lo que quería en la pared. Fue la
mejor lanza que ha pasado al Nuevo Mundo, según conclusión
de todos los que hablaban de los hombres famosos que a él han
ido", ob,cit, 601.
Aún en víspera de entregarse al verdugo por la de-
rrota de Xaquijaguana, Gonzalo conservó elegancia y dig-
nidad, según Gomara:" Quiso rendirse antes de huir, pues
nunca sus enemigos le vieron las espaldas. Viendo cerca de Vi-
llavicencio, le preguntó quién era; y cuando respondió que era
sargento mayor del campo imperial, dijo:" Pues yo soy el sin
ventura Gonzalo Pizarro"; y le entregó su estoque. Iba muy ga-
lán y gentilhombre, sobre un poderoso caballo castaño, armado
de cota y ricas coracinas, con una sobrerropa de raso bien gol-
peada y un capacete de oro en la cabeza, con su barbote de lo
mismo", Historia General de las Indias, 317-318.
Gonzalo fue el menor de los hermanos de Hernando
y Francisco. Había participado en la conquista desde la
primera hora, más cerca de Hernando que de Francisco en
algunas jornadas, como en el acoso de Manco Inca. Fue el
primer capitán en intentar el acceso a Vilcabamba, nido de
cóndores protegido por desfiladeros cortados a plomada
de la cordillera y por la tropical maraña de la ceja de selva
del Cuzco. En la lucha contra el viejo Almagro, estuvo a la
sombra de Hernando, inflexible y drástico con el anciano
camarada de armas. Hernando fue su maestro de cruelda-
des. Ganó relieve por su resistencia en el sitio del Cuzco,
donde perdió la vida su hermano Juan Pizarro. Fue, sin
embargo, en el viaje al país de la Canela donde sobresalió
como viril caudillo.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI
I97
Francisco le nombró gobernador de Guayaquil, Qui-
to y La Canela, un poco porque, con razón, desconfiaba de
la lealtad de Sebastián de Belalcázar y un mucho porque
consideró que Gonzalo había acumulado méritos para
una gobernación. En el año de la gobernación, 1539, al pa-
recer no se había desvanecido el mito de las especias. Los
oficiales y soldados estacionados en Quito oían de labios
indígenas versiones ambiguas referentes a la existencia de
una región de tierra caliente, cordillera abajo, donde flo-
recía una de las más codiciadas especias de las islas Malu-
cas, la canela. Al abrigo de las lumbres y fogatas atizadas
para morigerar el frío nocturno de San Francisco de Quito,
tratando de pasar el tiempo a la lumbre del vivac, conver-
saban los vecinos españoles sobre la tierra de la Canela
y probablemente de una mítica zona llamada el Paititi,
donde la imaginación de los contertulios repetía que se
guardaba allí más oro y plata que lo que reunió el iluso
Atahuallpa para el engaño de su rescate.
La leyenda del Paititi merodeaba por las callejas de
piedras enormes del Cuzco, años antes que Gonzalo se es-
tableciera en Quito. Después de la muerte de Atahuallpa y
de la partida de Manco Inca a Vilcabamba, escasearon los
metales preciosos. Potosí estaba en la penumbra de su ex-
plotación. Los viejos amautas calentaban las orejas de los
conquistadores con historias de cómo los indios de la selva
eran los guardianes de inmensos tesoros del último de los
incas combatientes. Túpac Inca Yupanqui había descendi-
do a la tierra de los Mojos con ánimos de conquista, pero
había retrocedido ante la triple muralla de la selva, los ríos
innavegables y el desconocimiento de la tierra. Según los
viejos quechuas, el mozo Manco Inca alcanzó éxito en otra
incursión por los Mojos al presentarse como aliado antes
de conquistador. Se trabó entonces una alianza estratégica
que ayudó mucho a Manco Inca cuando requirió embos-
carse y repeler las entradas de los españoles. "El Ynga del
Cuzco —refiere el Padre Diego Felipe de Alcaya— envió a su
198 — MARIO CASTRO ARENAS

sobrino Mango Ynga, segundo de este nombre, a la conquista de


¡os Chunchos, gente caribe que tienen ocupadas todas las faldas
del Cuzco, Chuquiago y Cochabamba. El qual entró con ocho mil
yndios de armas, llevando consigo a un hijo suyo; y con próspero
suceso llegó a los llanos de esa cordillera, que viene a ser una con
la de Sancta Cruz de la Sierra, aunque hay mucha tierra y gran-
desríosde vaxan de estas cordilleras, y muchos pantanos y arte-
gadicos" Levene Ricardo, El Paititi, el Dorado y las Amazonas.
Relación en Informaciones de Lizarazu y Maurtua. Emecé. 97.
La lujuriosa codicia de Hernando Pizarro se excitó
más que con el cuerpo de una adolescente india con las
consejas de los ancianos cuzqueños que prometían más
oro quizás sólo para impresionar a los insaciables foraste-
ros. Por su orden directa, Pedro de Càndia, con 300 solda-
dos y diez mil indios, cruzó las nieves del Vilcanota para
desgalgarse hacia los tributarios del río Manu y salir al
río Madre de Dios. Ríos que serpenteaban como anacon-
das en medio de las riberas boscosas, pantanos de la di-
mensión de una provincia española, chirridos de millones
de insectos y un clima que transformaba los jubones en
panales de miel rancia se abrieron a la vista de los biso-
ños exploradores. Zumbaban flechas ponzoñosas de los
rincones de la selva baja. Giraban en círculo los soldados
extraviados. Finalmente, cuando atinaron a construir ca-
noas, éstas desaparecían rápidamente entre remolinos de
vértigo. La falta de los alimentos habituales y el desco-
nocimiento de los frutos silvestres hicieron tanto estrago
como las flechas. Se amotinaron los soldados, negándose
a continuar en la incertidumbre de una exploración sin
límites precisos. Càndia y su lugarteniente Francisco de
Villagra acordaron tomar camino de retorno por el altipla-
no y salir a rendir cuentas al implacable Hernando, que,
disconforme con los trabajos de Càndia, entregó el mando
del capitán Peranzures. Regresaron por sus pasos, toma-
ron la ruta de la cordillera de Carabaya y bajaron por las
riberas del Beni, habitat de los chunchos. Peranzures fra-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — ^99

casó como Càndia, porque, por ese tiempo, los españoles


no conocían las fuerzas a las que se exponían alegremen-
te, internándose por comarcas completamente extrañas
al entorno andino. Entraban por una zona y reaparecían
por otra, deshidratados, extenuados, desilusionados. Es-
pañoles al fin y al cabo, insistieron en arriesgadas explo-
raciones, entrando a la buena de Dios por senderos que
los incas demoraron mucho tiempo reconocer, después de
sacrificios talvez peores. Juan Alvarez Maldonado, luego
de los tanteos de Càndia y Peranzures, tuvo mejor suerte
y abrió el camino para llegar a los Mojos vía el río Madre
de Dios, yendo y viniendo del Cuzco por refuerzos que
dividía en batallones suicidas.
Toda esta herencia de pertinacia y coraje reapare-
ció cuando el teniente Francisco de Orellana convenció a
Gonzalo Pizarro a salir, desde la región norte del Perú, a
la búsqueda de la tierra desconocida de la Canela y de
otros mitos más seductores y riesgosos. Fray Gaspar de
Carvajal de la Orden de Santo Domingo fue compañero
de la expedición y refiere con propiedad que "este capitán
Francisco de Orellana era capitán y teniente de gobernador en la
ciudad de Santiago, la que él en nombre de Su Majestad, pobló y
conquistó a su costa, y de la Villa Nueva de Puerto Viejo quees
en la provincia del Perú; y por la mucha noticia que se tenía
de una tierra donde se hacía canela, por servir a Su Majestad
en el descubrimiento de la dicha canela, sabiendo que Gonzalo
Pizarro, en nombre del Marqués venía a gobernar a Quito y ala
dicha tierra queel dicho capitán tenía a cargo; y para ir al descu-
brimiento de la dicha tierra fue a la villa de Quito donde estaba
el dicho Gonzalo Pizarro a le ver y meter en la dicha tierra".
José Toribio Medina. Descubrimiento del Río de las Amazonas,
1894. La aventura del Amazonas. Historia 16, Madrid.
Por su parte, el cronista Agustín de Zarate suminis-
tra otra versión más apegada a la línea de los Pizarro. En
primer lugar, la expedición al mando de Gonzalo partió
del Cuzco y tropezó a mitad del camino con la resisten-
200 — M A R I O CASTRO ARENAS

cia de los nativos de Guánuco o Huanuco, una resisten-


cia tan fuerte que Francisco envióle tropas de socorro con
Francisco de Chaves. Cuando llegó a la región conquis-
tada por Huayna Capac, llevaba título de gobernador de
Guayaquil Quito y la tierra de la canela. Lo acompañaron
quinientos soldados bien apertrechados y mucho ganado.
Los naturales le presentaron frente de guerra al atardecer,
pero luego desaparecían al clarear el día, y comprobar el
poderío militar de Gonzalo. El nombramiento de Gonza-
lo motivó la destitución de Orellana como gobernador de
Guayaquil. Se las arregló, sin embargo, Orellana para alis-
tar una pequeña fuerza al servicio de Pizarra. A poco de
emprender el viaje a la Canela, la expedición al mando
de Gonzalo fue sorprendida por "un tan gran terremoto con
temblor y tempestad de agua y relámpagos y rayos y grandes
truenos que, abriéndose la tierra por muchas partes, se hundie-
ron más de quinientas casas; y en tanto creció un río, que allí
había que no podían pasar a buscar comida y a cuya causa pade-
cieron gran necesidad de hambre", Zarate, 618.
Finalmente llegaron a la tierra de la canela, que Za-
rate describe con prolijidad. De pronto sucede algo. En
lugar de emprender el regreso, Gonzalo decidió seguir in-
ternándose por una región de muy difícil acceso, más allá
del territorio de la Canela, donde los naturales sembra-
ban y comercializaban el aromático producto de la tierra.
Es probable que supiera allí algo Gonzalo que lo atrapó y
lo movió a adentrarse en la selva. ¿Ríos que eran mares
de agua dulce? ¿Mujeres guerreras émulas de la leyenda
griega de las Amazonas? Los cronistas no aclaran qué in-
dujo a Gonzalo a internarse por el bosque de las faldas
de los Andes que recorrieron Càndia, Peranzures y Alva-
rez Maldonado, pero explorándolo por el norte, no por
el sur. Los guías indígenas referían verdades mezcladas
con mentiras, la aleación de realidades y leyendas, que
fue la conquista de América. Los guías los engañaban, al
par que la desorientación y el hambre los iban minando.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 201

Cuando Gonzalo comprobó que había indígenas desnu-


dos y primitivos, como también otros que vestían trajes de
algodón, probablemente decidió seguir explorando aque-
llas exóticas regiones. ¿Le hablaron de ríos de agua dulce
tan grandes como el mar? ¿Le hablaron de unas mujeres
guerreras tal como las amazonas griegas? ¿Recibió algu-
na versión de la leyenda del Paititi con sus palacios de
cúpulas laminadas de oro? Subsiste el enigma histórico
hasta ahora. Al llegar a las orillas del río Ñapo tomó la
resolución de construir un bergantín en medio de la selva
para navegarlo y buscar comida y atender a los enfermos
y heridos. Asegura Zarate que en la construcción del ber-
gantín "era el primero que echaba mano de ¡a hacha y del mar-
tillo". 621.
Es en ese momento en que Orellana se presentó a
Gonzalo como el salvador de la situación; le propuso ade-
lantarse en el bergantín con cincuenta hombres para ir a
buscar comida. Según el padre Carvajal,
"así se fue al dicho Gobernador y le dijo cómo él determi-
naba de dejar lo poco que allí tenía y seguir río abajo y que si la
ventura le favoreciese en que cerca hallase población y comida
con que todos se pudiesen remediar, que él se lo haría saber, y que
si viese que se tardaba, que no hiciese cuenta de él", ob,cit, 42.
Zarate, en cambio, zarandeó a Orellana por su irresponsa-
bilidad: "Y así se fue sin dejar las dos canoas, casi amotinado
y alzado; porque muchos de los que con él iban le requirieron
que no excediese de la orden de su general, especialmente fray
Gaspar de Carvajal, de la orden de los predicadores, que porque
insistía más que los otros, le trató muy mal de obra y palabra",
ob,cü, 622,
El historiador argentino Ricardo Levene afirma que
"la actitud inicial de Orellana fue en todo momento muy clara,
mas su conducta después no dependió siempre de su voluntad;
gravitó en ella la protesta de sus compañeros acerca del suici-
dio que fuera el retroceder para cumplir con Pizarro", ob,cit,
121. Navegar contra la corriente de ríos que furiosamente
202 — MARIO CASTRO ARENAS

impulsaban al bergantín a desembocar en el Atlántico era


una aventura contraria a las leyes de la Física. Pesampa-
rar al jefe Pizarro en medio de la selva con la hueste de
soldados hambrientos y enfermos constituyó un agravio a
la solidaridad hispana. Peor fue reclamar una gloria indi-
vidual ante el Rey, posponiendo la contribución de Gon-
zalo. El regreso del gobernador a Quito fue otra de sus
hazañas. Relata Gomara: "Tardaron en ir y volver año y
medio. Caminaron cuatrocientas leguas. Tuvieron gran-
des trabajos, con las continuas lluvias. No hallaron sal en
la mayoría de las tierras donde anduvieron. No volvie-
ron cien españoles, de los doscientos y pico que salieron.
No volvió indio ninguno de cuantos llevaron, ni caballo,
que todos se los comieron, y aún estuvieron por comerse
a los españoles que se morían, pues se usa en aquel río.
Cuando llegaron donde había españoles, besaban la tie-
rra. Entraron en Quito desnudos, y llagadas las espaldas y
pies, para que viesen cómo venían, aunque los más traían
cueras, caperuzas y abarcas de venado. Venían tan flacos
y desfigurados que no se conocían, y tan estragados los
estómagos del poco comer, que les hacía daño lo mucho y
aún lo razonable", ob.cit, 241.
La tragedia del Amazonas no soliviantó la cordura
de Gonzalo, ni anidó rencores en su alma. Después volvió
a sus dominios peruanos a descansar en las tierras bucó-
licas. Estaba retirado de alborotos cuando los encomen-
deros fueron a su casa a proponerle la aventura en la que
le fue la vida. Gonzalo Pizarro les oyó, no vaciló, tomó la
espada y otra vez salió a buscar su destino.
LA GUERRA DEL SABOR
El descubrimiento del Nuevo Mundo, como sabe-
mos, fue una larga cadena de equivocaciones. Errores
cartográficos y onomásticos persistieron en el tiempo.
Aunque el nombre de la India, deriva del río Indo, los na-
vegantes portugueses llamaron India a Etiopía, El dislate
de los portugueses fue reconfirmado por Cristóbal Colón,
que no tuvo la menor idea de dónde había llegado y creyó
hasta su muerte que había arribado a los reinos de Cipan-
go y Catay. Por esta confusión llamó Indias a las nuevas
tierras que, en vez de llevar su nombre, tiene la de un car-
tógrafo florentino. 'Jamás tuvo lugar un descubrimiento más
grandioso a causa de una equivocación tan estupenda" senten-
ció Ranke. ''Sobre las épocas de la Historia Moderna".Editora
Nacional. Madrid, pg. 154.
Los europeos del siglo XVI no pudieron romper el
bloqueo del suministro de la pimienta y las otras espe-
cierías debido a la toma de Constantinopla por los tur-
cos. Pensaron que podían explorar la apertura de nuevas
rutas marítima que los llevarían al reencuentro con los
mercados orientales de la pimienta, controlados por el
Portugal. La pimienta fue cotizada y apetecida como si
fuera oro o plata.
Tiempo después de los viajes de Colón, Hernando
de Magallanes y Juan Sebastián Elcano, navegantes portu-
gueses y españoles al servicio de la corona española mu-
cho más osados que el genovès, emprendieron una de las
rutas más largas y riesgosas del mundo, costeando el lado
sur del continente, vale decir Brasil, Uruguay y Argentina,
tras el hallazgo de un estrecho por el Océano Pacífico y
llegar a las Molucas, fuera del control portugués.
Todas las veces que observamos un mapamundi no
cesamos de asombrarnos del viaje de Magallanes. En tér-
204 — MARIO CASTRO ARENAS

minos marítimos, supera largamente al primer viaje del


descubrimiento. Colón atravesó el estrecho de Gibraltar y
cruzó el Atlántico medio, descubriendo las primeras islas.
Sin disminuirle méritos a la trascendencia de la reve-
lación de un mundo nuevo, su ruta hacia América tuvo la
novedad del descubrimiento, pero fue más corta y menos
riesgosa que la de Magallanes. La expedición de Maga-
llanes partió de Sanlúcar de Barrameda en 1519, bordeó
un enorme trayecto atlántico frente a las costas africanas,
buscó una entrada a la cuenca del Pacífico sudoriental de
la que ningún europeo tenía noticia, agonizó con cinco
naves entre un tortuoso archipiélago de islotes de tempe-
ratura ártica, y, finalmente, se abrió paso a la abrumadora
inmensidad del Pacífico Sur por las Filipinas y arribó a las
islas Molucas, ubicadas en la región geográfica entre lo
que es hoy Indonesia y las islas de Nueva Guinea, Mela-
nesia, Micronesia y Polinesia.
Un esfuerzo descomunal, únicamente para disfrutar
del sabor de la pimienta. Desde antes del siglo XII, los eu-
ropeos padecieron la tragedia de tener una de las culina-
rias más insípidas del mundo. Pan, vino, carne y aceite
constituían la dieta básica de productos de la tierra. De esa
exigüidad gastronómica fueron librándose, poco a poco, a
través del comercio constante que Venecia, Genova, Flo-
rencia y Pisa tuvieron con los territorios asiáticos que les
suministraron condimentos orientales, vale decir, pimien-
ta, jengibre, menta, cardamomo, nuez moscada, salvia, pe-
rejil, comino, azafrán, clavo y anís, usados también como
insumos de medicinas y fermentación de bebidas caseras.
Piper Nigrum, la pimienta, sufrió la noche oscura
del colonialismo europeo. Sazonó uno de los períodos
más turbios de la colonización portuguesa. La pimienta es
originaria de las costas del Indigo, y del archipiélago de la
Sonda, de donde procedía el 75 por ciento de la produc-
ción de la pimienta de mejor calidad. Los portugueses se
establecieron a la fuerza en Cochin y Goa para controlar
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 205

un comercio en el que intervenía una red de distribuido-


res, a saber/caravanas árabes y flotas de naves de Vene-
cia y Genova, que cubría buena parte de las rutas maríti-
mas del Indico concertadas con las del Mediterráneo y el
Adriático.
En el año de 1504, Dom Manuel convirtió el comer-
cio de la pimienta en monopolio de la Corona portugue-
sa, controlando los precios y la distribución internacional,
dado el volumen del tráfico mundial, que llegó a ser, como
destacó Braudel, el tráfico mundial de mercancías más im-
portantes de los siglos XVII y XVIII.
Fue un acto de hegemonía gastronómica que indi-
gestó la economía de los comerciantes y gobernantes de
Europa y Asia.
Descendió la melancolía culinaria sobre las mesas
europeas en las que la pimienta fue inapreciable condi-
mento. Ante el golpe mortal que representó para el tráfico
marítimo el control portugués de la pimienta, el Senado
de Venecia propuso al rey Juan III comprarle la produc-
ción de pimienta que llegaba a Lisboa; la propuesta fue
rechazada por el monarca portugués.
La crisis de la pimienta arrancó violentos estornu-
dos a la economía europea, asiática y africana, teniendo en
cuenta que las ventas del condimento facilitaba el inter-
cambio de mercaderías de ultramar, como el oro de Egipto
y de América. "Donde está la pimienta está la plata" fue
un refrán de la época. "En el caso de que faltase la pimienta
(la única mercancía que dio lugar a un comercio masivo y que
los portugueses querían controlar) era posible traficar en espe-
cias de lujo, drogas y otros productos de Levante, Por su parte,
los mercaderes orientales sentían una apremiante necesidad de
los metales preciosos: el oro de Egipto o la plata de Occidente
llegaban hasta el Océano Indico gracias a las especias y a todo lo
que los acompañaba por las rutas que desembocaban en el Medi-
terráneo. La India y el Extremo Oriente apreciaban altamente el
coral, el azafrán del Mediterráneo, el opio de Egipto, los paños
206 — M A R I O CASTRO ARENAS

de lana de Occidente y el mercurio y la granza del Mar Rojo",


Fernand Braudel, "El Mediterráneo y el mundo mediterráneo de
Felipe 11", Volumen 11, pg. 721, Fondo de Cultura Económica.
Mientras Portugal y España se consolidaban como
imperios coloniales a expensas de las mercancías del "otro
mundo ", a orillas del mar de Mármara, simultáneamente,
se asentaba el imperio turco, rematando un largo proce-
so histórico que procedía de los tiempos de la desmem-
bración del Imperio Romano. Proyecto imperial de largo
aliento y de raíces religiosas y culturales que los países
de Europa Occidental tardaron en interpretar y valorar.
Podría decirse que el imperio turco empezó su largo pe-
ríodo de incubación cuando el emperador Constantino el
Grande refundo la colonia griega de Bizancio del siglo VII
A.C. con el nombre de Constantinopla.
El apogeo y decadencia de Constantinopla nutrió,
dialécticamente, el auge del imperio turco otomano que,
de solo un tajo, cercenó la cabeza del imperio romano bi-
zantino en 1453. En el año de 395 D.C. con la partición del
cristianismo en un imperio occidental romano y otro im-
perio oriental bizantino, se desencadenó, progresivamen-
te, el cisma que devino en un distanciamiento de cristia-
nos romanos y cristianos ortodoxos, distanciamiento por
completo ajeno a los turcos islámicos, pero que, hábilmen-
te, aprovecharon los descendientes de Osmán. A medida
que el imperio bizantino bajo Justiniano empezó a expan-
dirse y Constantinopla pasó de 30 mil habitantes a más
de un millón, la incomunicación entre las dos iglesias se
tornó ruptura irreversible. Un alto funcionario bizantino
exclamó: "mejor el turbante turco que la tiara del Papa".
Más allá de esta bravata, yacían elementos doctrina-
rios que anticiparon los cismas religiosos europeos. Los
ortodoxos bizantinos optaron por un misticismo quietis-
ta de raigambre neoplatónica que postulaba la búsque-
da de un contacto directo con la divinidad a través de la
oración, el silencio y la disciplina monástica. Los griegos
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 207

ortodoxos iniciaron una línea de misticismo que hereda-


ron erasmistas y alumbrados hispanos, perseguidos por
la Inquisición. Con el respaldo de un concilio en 1351, los
ortodoxos lograron expandirse en Rusia, los Balcanes y
otras regiones centroeuropeas. Los filósofos y teólogos bi-
zantinos crearon cónclaves de intensa creatividad cultural
en Constantinopla, Salónica, Trebisonda, Esmirna, con-
centrándose en las tradiciones platónicas y aristotélicas,
Tan influyente fue este período cultural bizantino que,
tiempo después, el éxodo de los pensadores griegos a las
ciudades-estados italianos en los siglos XV y XVI escanció
las fuentes del Renacimiento. Gracias al mecenazgo clari-
vidente de los Médicis, los sabios bizantinos ayudaron a
fundar la Academia Platónica, con el patrocinio humanís-
tico de Cosme de Medici.
Cercada por árabes y turcos por siglos, Constantino-
pla se fue alejando del Occidente y tendió a orientalizarse,
política y culturalmente, bajo la presión sostenida de la
islamización del entorno. Los turcos alentaban el control
militar de una Constantinopla cada vez más aislada y más
acosada por presiones geopolíticas. Enfrentamientos cí-
clicos con búlgaros, normandos, árabes, armenios y geor-
gianos marcaron la obsolescencia de la tecnología bélica
bizantina, sobre todo la artillería en la que los turcos, con
sus cañones inmensos, sacaron ventajas decisivas. Encima
de esto, se burocratizó la defensa de la otrora poderosa
ciudad y sus posesiones.
La leva de defensores del imperio fue dependiente de
la Prónoia, y de la contratación de mercenarios europeos.
Mediante la Prónoia, los funcionarios convertidos en te-
rratenientes con el consentimiento del Estado, servían en
la milicia como compensación al otorgamiento vitalicio de
tierras imperiales. Este intercambio sui generis de tierras
por reclutamiento militar privilegió el anacronismo de un
sistema de propiedad feudal que fue marchitando el senti-
miento heroico de las glorias arcaicas de Bizancio.
— MARIO CASTRO ARENAS

La defensa de Constantinopla, tanto su dirección es-


tratégica como su ejecución, fue encomendada a fuerzas
mercenarias europeas, particularmente, genoveses, vene-
cianos, alemanes.
En verdad, puede decirse que la cristiandad roma-
na perdió la cristiandad bizantina no sólo por acción de
los turcos: olvidó que el emperador Constantino salvó a
Roma de una de sus peores decadencias; sin embargo, no
existió reciprocidad en el apoyo de Occidente a Oriente.
Desdeñosamente, los católicos romanos echaron al olvido
a Constantinopla, la Segunda Roma y la Nueva Jerusalén,
en la era de auge material, el bastión más importante de
la cristiandad.
Culturalmente, Constantinopla fue eje de conver-
gencia de civilizaciones milenarias. Comercialmente, eje
de distribución de mercancías de China, Persia, India,
Rusia con mercancías de origen europeo. Marginarla, ex-
cluirla, despreciarla, fue error funesto. Las Cruzadas se
emprendieron, al principio, con el ideal de una posible
recuperación del Imperio Bizantino, recuperación políti-
ca y religiosa reclamada por el basileus Alejo Comneno
al Papa Urbano II, aprovechando la mística forjada por el
rescate del Santo Sepulcro de Jerusalén.
Las matanzas y saqueos de cruzados contra musul-
manes, judíos y hasta cristianos, revelaron que el Santo
Sepulcro fue, antes que devoción religiosa, pretexto de pi-
llaje que cimentó un deplorable contacto entre Occidente
y Oriente, acrecentando las fronteras culturales.

España y Turquía

Si se examina el derrotero histórico del imperio turco


y del imperio español, se apreciará que el imperio turco
siguió una trayectoria de expansión territorial y cultural
similar, en cierta manera, al de la expansión española. Así
se aclarará mucho más cómo incidió la conquista del cen-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 209

tro de la cristiandad en el Asia Menor en la llegada de los


españoles a America,
El gran desafío de los turcos musulmanes consis-
tió en abolir la presencia territorial y religiosa que, a lo
largo de más de 1.200 años y 92 emperadores romanos,
representó Constantinopla, como capital del imperio bi-
zantino, después como enclave aislado en el Asia Menor.
Para poner término a lo que se había transformado en una
anomalía territorial y en una insostenible provocación re-
ligiosa, los turcos empezaron por consolidar su presencia
en el hinterland del Asia Menor.
Igualmente, la constitución del estado español plan-
teó la necesidad de erradicar la presencia árabe de ocho-
cientos años dentro de su territorio, aunque subsistió fore-
ver la huella cultural.
Constantinopla fue summa de herencia cultural grie-
ga y romana. Al Andalús condensó el legado cultural de
ochocientos años de ocupación arábiga. Fue un enclave
político-militar hasta la conquista de Granada y la gue-
rra de las Alpujarras. La estrategia geopolítica demandó
a turcos y españoles, primero, una ineludible definición
de poderes internos, para poder proyectarse, después, a
la expansión extracontinental. Lo que España no previo
fue que, mientras se libró de la presencia árabe en su te-
rritorio, otro poder de arraigo islámico, el imperio turco
otomano, se desparramaba sobre los Balcanes, planteán-
dole nuevos desafíos a la revitalización del Sacro Imperio
Romano impulsada por el Canciller Mercurino Gattinara,
principal asesor geopolítico de Carlos V.
El avance arrollador, primero por Asia Menor y lue-
go por Bulgaria, Hungría, Serbia, Rumania, confirmó la
magnitud de la estrategia de los turcos otomanos que ve-
nían intentando sucesivamente la conquista del imperio
bizantino en los años 674, 675, 676, 677, 678 y con mayor
vigor entre 717 y 718. La toma de Constantinopla en 1453
fue el remate de este esfuerzo continuo.
210 — M A M O CASTRO ARENAS

El "peligro turco" era para las cancillerías europeas


como la reiteración de la antigua letanía de los bizantinos
a la que demoraron en tomar seriamente. El emperador
bizantino Manuel II Paleolólogo viajó a Londres a prin-
cipios de 1400 para alertar a los británicos que los turcos
no sólo proyectaban dominar Bizancio sino descargarse
sobre Europa. No le hicieron caso. El tráfico marítimo con
Venecia y Genova y la presencia numerosa de asesores mi-
litares europeos llevó a las cancillerías europeas al error
de asumir que los otomanos no se arriesgarían a romper la
dependencia comercial y tecnológica de los mercenarios
europeos.
No repararon suficientemente los estrategas euro-
peos que el imperio turco estaba en manos de un caudillo
de aliento mesiánico, capaz de batir a una ciudad aparen-
temente inexpugnable a los asaltos como Constantinopla.
Mehmet II, hijo del emperador Murât II y de una esclava
del rumoroso serrallo, fue predestinado a la conquista de
la milenaria ciudad, joya del imperio bizantino, aunque no
era el primer aspirante al trono en la lista de la sucesión. El
emperador favoreció, ostentosamente, por algún tiempo,
a sus hijos de sangre real, en tanto Mehmet medraba en
la sombra, sin esperanzas de que su progenitor se fijara
en él. Tras la muerte de los favoritos de la sucesión, uno
por dolencia natural, otro sospechosamente estrangulado,
Murat II reparó en la precoz inteligencia y el encanto per-
sonal que le había legado su madre. Como ésta, Mehmet
se transformó a su manera en un "gediklis", es decir, es-
taba en "el ojo del sultán" y empezó a prepararse para
un destino superior, aún cuando no presentía que tomaría
Constantinopla, iniciando una carrera de los honores sin
precedentes en el imperio otomano. En manos de presti-
giosos tutores durante años de severas exigencias acadé-
micas, Mehmet fue invitado a vivir en la corte. Hablaba
fluidamente cinco idiomas y tenía una sólida versación en
historia, filosofía y matemáticas. Le faltaba experiencia en
PANAMA Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 211

el ejercicio del poder y, sobre todo, madurez en el discer-


nimiento de los consejos de sus tutores académicos y sus
asesores políticos.
Algo semejante le aconteció a Carlos de Gante. Fo-
rastero rodeado de forasteros, desconocía la lengua de sus
vasallos. Por sus entronques dinásticos heredó media Eu-
ropa Occidental, entre la envidia hostil de los vecinos y
la desconfianza de subditos españoles por resentimientos
nacionalistas que obstaculizaban la unidad de estructuras
políticas regionales insuficientes para cohesionar un es-
tado, mucho menos un imperio; el heredero respondió a
las premisas geopolíticas dinásticas que lo precipitaron al
gobierno de uno de los imperios más vastos, dispersos y
agresivos del siglo XVI. La desagregación de las posesio-
nes europeas fue una carga fatal para la restauración del
nuevo imperio carolingio soñado por su abuelo borgoñón
Maximiliano.
El Tratado de Tordesillas abrió las rutas orientales a
Portugal, y simultáneamente las cerró a España. El trata-
do se suscribió para "tomar asiento e concordia sobre alcunas
diferencias que entre Nos y el dicho serenísimo rrey de Portugal,
nuestro hermano, son cerca del señalamiento e limitación del
Reyno de Fez e sobre la -pesquería del mar que es desde el cabo
de Bujador para abaxo contra Guinea". Tal fue una de las ra-
zones geopolíticas centrales del tratado firmado por don
Fernando y doña Isabel con el serenísimo don Juan, rey de
Portugal y de los Alcarbes, en 1494.
El statu quo oriental, de derecho y de hecho, vedó el
acceso español por rutas que no fueran del Mediterráneo.
Las dificultades fueron mayores después de la toma
de Constantinopla. Los turcos se instalaron en Siria, Egip-
to e Irak. Los portugueses negociaron el apoyo de Persia,
y se dieron maña para monopolizar la distribución de la
pimienta por el Mediterráneo. Bajo esas circunstancias,
el precio de la pimienta llego a triplicarse, de acuerdo a
Braudel. ob.cit. pg.731.
212 — MARIO CASTRO ARENAS

En auxilio de las penurias españolas advino el descu-


brimiento del Océano Pacífico por Vasco Núñez de Balboa
en las costas de Panamá y las perspectivas que inauguró
la nueva ruta marítima. Los navegantes portugueses al
servicio de la corona española, Hernando de Magalhaes o
Magallanes y el cosmógrafo Ruy Falero, baqueanos en las
rutas marítimas orientales, propusieron al Consejo de In-
dias una exploración oceánica más audaz y novedosa. Pro-
pusieron costear por Brasil, Uruguay y Argentina (elríoLa
Plata), frente al continente africano, desafiando el imperio
portugués por donde menos lo esperaba, arriesgándose a
encontrar el anhelado paso del Atlántico al Pacífico.
El descubrimiento de la Mar del Sur en 1513 planteó
a varios españoles, entre ellos Hernán Cortés, las posibi-
lidades de viajar a las islas Molucas, emporio gigantesco
de las especias. Cortés ordenó a su primo Diego Hurtado
de Mendoza a costear desde allí el Darién "para descubrir
el estrecho que toaos decían, como el emperador mandaba. Viole,
sin embargo, instrucción de lo que más hacer debía; y con tanto
se partió Cristóbal de Olid de Chalchicoeca a 11 de enero, año de
24, según unos; y Cortés envió dos navios a buscar estrecho de
Panuco a Florida y mandó que también fuesen los bergantines
de Zacatullan hasta Panamá, buscando muy bien el estrecho por
aquella costa". Francisco López de Gomara. Historia de la con-
quista de México. Biblioteca Ayacucho. pg: 251.
El Océano Pacífico no había sido hollado en sus di-
latadas soledades australes. Ahora mismo se hace difícil
comprender cómo Magallanes convenció a Carlos V, que
aún no se había sentado en el trono, para que asumiera
un desafío de tal envergadura. Quizás el tener los portu-
gueses la prioridad del camino a las Molucas por la ruta
africana y el control monopólico de las especias, aguijo-
neó la voluntad del monarca. Las islas Molucas no esta-
ban situadas en la zona española asignada por el Trata-
do de Tordesillas, lo cual realza la habilidad diplomática
de los reyes católicos. Pensaron que llegar por otra ruta
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 213

a las Molucas no transgredía el Tratado de Tordesillas y


ponía el abastecimiento de los ansiados condimentos apa-
rentemente fuera del alcance jurídico de los tratados con
los portugueses. Sin embargo, al conocer el proyecto de
las Molucas impulsado por navegantes portugueses es-
tigmatizados como renegados, Dom Manuel se enfureció, de-
mandando la corrección de las proyecciones del Tratado
de Tordesillas. Inicialmente, España no aceptó el reclamo
portugués, pero con la mediación papal lo digirió, en aras
de las buenas relaciones, pagando / inclusive, indemniza-
ción por los condimentos mercadeados por la puerta tra-
sera del Pacífico Sur.
Francisco López de Gomara, cronista de Indias que
no conoció ninguna de las Indias, pero que escribió es-
tupendamente sobre ellas, resumió así la hazaña de con-
vencimiento emprendida por dos portugueses renegados
de su corona:" Hernando Magallanes y Ruy Foleto vinieron
de Portugal a Castilla a tratar en Consejo de Indias que descu-
brirían, si les hacían buen partido, las Malucas que producen
las especias, por buen camino y más breve que el de los portu-
gueses a Calicut, Malaca y China. El Cardenal fray Francisco
Jiménez de Cisneros, gobernador de Castilla y los del Consejo
de Indias les dieron muchas gracias por el aviso y voluntad, y
grandes esperanzas de que, llegado el rey don Carlos de Viandes,
serían muy bien acogidos y despachados. Ellos esperaron con
esta respuesta la venida del nuevo Rey, y entretanto informaron
bastante ampliamente al obispo don Juan Rodríguez de Fonseca,
presidente de las Indias y los oidores de todo el negocio y via-
je. Era Ruy Falero buen cosmógrafo y humanista y Magallanes
buen marino; el cual afirmaba que por las costas del Brasil y río
de La Plata había paso a las islas de la Especiería mucho más
cerca que por el Cabo de Buena Esperanza, Por lo menos antes
de subir a setenta grados, según la carta de marear que tenía el
Rey de Portugal, hecha por Martín de Bohemia, aunque aquella
carta no conocía estrecho ninguno, según oí decir, sino el asiento
de las Malucas, si ya no puso por estrecho el río de la Plata o
214 — M A R I O CASTRO A R E N A S

algún otro río de aquella costa". Historia General de las Indias.


Barcelona.pgs. 156-157.
Después de vencer las intrigas portuguesas, Maga-
llanes zarpó de San Lúcar de Barrameda en setiembre
de 1519. Lo que no pudo preveer Magallanes fue los
graves riesgos del viaje.Tras cinco meses de incierta na-
vegación, la hambrienta tripulación se le amotinó. Se le
presentaron problemas para mantener en buen estado
las provisiones calculadas para dos años de travesía. Las
raciones se pudrieron, por lo cual se estableció un racio-
namiento férreamente aplicado hasta el límite trágico que
los tripulantes fueran diezmados por úlceras sangrantes
en la boca. Finalmente, después de navegar mucho por los
islotes, se descubrió la boca oriental de un estrecho bauti-
zado como Todos los Santos.
¿Era ese estrecho solamente poblado de focas y pin-
güinos el paso de los océanos tan buscado por los nave-
gantes? Ese laberinto de islotes congelados ¿los extraviaba
hasta la inanición? Desde el punto de vista climatológico,
la expedición refutó las aseveraciones de los astrónomos
que sostenían la inhabitabilidad de las tierras subecuato-
riales y una muerte instantánea por horrible achicharra-
miento. La supuesta torridez de las regiones ecuatoriales
había elevado mitos derrumbados por las cartas de na-
vegación del cosmógrafo Torricelli y los viajes de Colón.
Magallanes y los españoles y portugueses que llegaron
después, aniquilaron la mitología astronómica. Pero las
metas de Magallanes y Faleiro no eran astronómicas ni
científicas sino rigurosamente comerciales. Las Capitula-
ciones con el Rey de España les aseguraban el monopolio
de la ruta por diez años, el nombramiento como adelan-
tado, un quinto de las ganancias netas del viaje, derecho a
llevar mil ducados en mercadería en los viajes futuros. Los
robustos indígenas, abrigados con hediondas pieles de fo-
cas, que encontraron en la travesía, les dieron la impresión
a los navegantes europeos que habían arribado a una tie-
PANAMÁ Y FERÚ EN EL SIGLO XVI — 2I5

rra de gigantes. Los indígenas se mostraron recelosos al


principio de ver esos extraños barbudos en los confines
polares del continente. Avanzando y retrocediendo entre
los retorcidos meandros, hambrientos y tiritando de frío,
desesperados hasta el punto de pensar en abandonar la
osada empresa, finalmente los navegantes salieron al Pa-
cífico. "El estrecho que con tantos trabajos habían buscado era
éste ciertamente —narra Maximiliano Transilvano— aunque
ellos por entonces no lo sabían certificadamente, como después
que por él pasaron lo vieron y conocieron. Duróles por espacio
de más de veinticinco leguas este estrecho, y en algunas partes
hallaron que era de anchura de tres y cuatro leguas, en otras de
una y dos leguas, y que en algunas partes no tenía sino poco más
de media legua, y que se iba siempre encorvando y volviendo
hacia la parte occidental ... acabado, pues, de pasar todo aquel
estrecho, que juran y afirman que les duró por espacio de más de
cien millas italianas, y llegados al mar ancho del sur, el cual creo
yo que jamás recibió en sí ni navegaron por él otras naos, salvo
éstas nuestras tres españolas que en él entonces entraron''. "De
la Relación de cómo y por quién y en qué tiempo fueron descu-
biertas las islas Malucas". Exploradores y conquistadores de In-
dias. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid.
En viajes anteriores por la India, Malaca (Singapur),
Marruecos, Magallanes no tropezó con las dificultades
mortíferas de la ruta del estrecho que le abrió la puerta de
las Malucas. Durante tres meses de navegación, enfrentó
el escorbuto y la hambruna. Se asegura que por la carne
de una rata los tripulantes famélicos pagaron precios alza-
dos. "La galleta que comíamos ya no era pan sino polvo mezcla-
do de gusanos que habían devorado toda su sustancia.. .el agua
que bebíamos era pútrida y hedionda. Nos vimos obligados, para
no morirnos de hambre, a comer los pedazos de buey con que
estaba forrada las gran verga para impedir que la madera gas-
tase las cuerdas...nuestra mayor desgracia consistía en vernos
atacados por una especie de enfermedad con la cual se hinchaban
las mandíbulas hasta ocultar los dientes de ambas mandíbulas"
2l6 — MARIO CASTRO ARENAS

relata Antonio Pigafetta, cronista de la expedición de ori-


gen lombardo. "Primo viaggio in torno al globo".
Magallanes, finalmente, emprendió la ruta a las In-
dias Orientales atravesando el continente americano en
un periplo mil veces más largo y riesgoso que el de Colón,
confirmándose la veracidad del proyecto cosmográfico
del navegante genovès de alcanzar una nueva ruta a las
Indias de acceso a las especias. En el trayecto, Magallanes
encontró las islas del archipiélago rebautizadas como Fi-
lipinas, las islas Marianas. Como Moisés, y como Colón,
Magallanes estuvo condenado a perecer de muerte natu-
ral en el largo trayecto del desierto oceánico, sin posar las
plantas en la Tierra Prometida de las Especierías.
Desde el punto de vista geográfico, la expedición de
Magallanes, después al mando de Juan Sebastián Elcano,
tuvo tanta importancia que la de Colón. En primer lugar,
descubrió el paso natural del Atlántico al Pacífico, reco-
rriendo las costas americanas por una ruta austral inédi-
ta. En segundo lugar, en el plano comercial, accedió a las
fuentes principales de producción de las especierías, sobre
todo las islas Molucas, sorprendiendo a unos portugueses
más desconcertados que furiosos por la aparición de una
flota de cinco naves dirigida por un renegado portugués
y, por añadidura, financiada por la corona española en
un espacio oriental que creían iban a reservar por mucho
tiempo como coto privado de mercaderías valiosas.
Desde la época de los viajes pioneros de Enrique el
Navegante en el siglo XV, Portugal, con derecho náutico
legitimo, ostentó la primacía europea de las rutas que, cir-
cunvalando África, llegaban a la India, abriéndose paso a
las islas de Asia y tierra firme. El visionario monarca creó
una escuela náutica pionera en Lisboa, pero después la
trasladaron a Sagres, al lado del cabo de San Vicente, como
un promontorio continental desde el cual se atisbaba con
mayor luminosidad el horizonte africano. Cosmógrafos,
geógrafos, astrónomos armonizaron con navegantes y
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 2.VJ

armadores portugueses la planificación de la conquista,


colonización y explotación de África y Asia. El control de
la pimienta y las especierías financió el centro de investi-
gación náutica de Sagres.
Los españoles observaron los adelantos náuticos
portugueses con espíritu depresivo. La ciencia náutica
portuguesa estaba en la vanguardia europea. Presentían
españoles y portugueses que en algún momento podían
colisionar por la rivalidad marítima. Así fue. El primer
conflicto de intereses se precipitó por la posesión de las
islas Canarias, Madeira y las Azores.
Con las bulas Romanus Pontífex (1455) del Papa Ni-
colás V y la Intercetera de Calixto III, asumidas por los
historiadores como precedentes directos de las Bulas de
Alejandro VI sobre América, la Iglesia impidió el estallido
de discordias de ambas potencias cristianas. España ob-
tuvo el control de las Canarias y a Portugal se le entregó
Madeira, las Azores y, sobre todo, la exclusividad de la
navegación por la costa africana desde el Cabo Boj ador
hasta Guinea. Por entonces Guinea, en el centro de Áfri-
ca, abarcaba un territorio de mayor alcance que la actual
Guinea. Después de incursiones que tantearon la ubica-
ción de corrientes y vientos favorables, de ida y vuelta,
los navegantes lusitanos también entraron al continente y
empezaron a establecer factorías y a comerciar con oro en
polvo del Sudán y a vender africanos como esclavos. Los
reyes portugueses tomaron la dirección del tráfico naviero
africano y asiático porque ellos mismos eran navegantes
profesionales y poseían robusta noción del imperialismo
lusitano, noción que recién se forjaba en España con la
fusión de Castilla, Aragón y los reinos anexos, amén del
descubrimiento de América.
Las carabelas lusitanas prosiguieron viajando por
las costas africanas meridionales y arribaron a Cabo Ver-
de (1445), Río Gambia (1446). Pedro de Sintra atravesó la
costa de Sierra Leona alrededor de 1460. Bajo la dirección
2l8 — M A R I O CASTRO ARENAS

del estado, continuó el flujo de navegaciones a las islas


de Cabo Verde (1461), la costa de la Malagueta y la Cos-
ta de Marfil (1470). En la tercera etapa de exploraciones
africanas, el rey Juan II de Portugal tomó el control de la
comercialización de la mercancía africana, proyectando a
las ciudades costeras del Océano Atlántico el oro en polvo
sudanés antes limitado al Mediterráneo, por el abasteci-
miento de las rutas del Sahara. Simultáneamente se em-
prendió y amplió el tráfico de africanos esclavizados.
Otros navegantes se arriesgaron a la desembocadura
del río Congo. En 1487, Bartolomeu Dias avanzó al extre-
mo sur y logró circunvalarlo en el entonces denominado
Cabo de las Tormentas, rebautizado después como Cabo
de Buena Esperanza por Juan II.
El nombre era justificado. La gran hazaña náutica
portuguesa abrió la ruta a la India y a las islas orienta-
les, emporio de la pimienta, las especierías y todo el valor
agregado que representó para Portugal el dominio de la
navegación de altura intercontinental. España, Francia,
Inglaterra no estaban en condiciones de competir con la
tecnología náutica de Portugal del siglo XV. De la navega-
ción de cabotaje del Mediterráneo, el mundo europeo ini-
ció un proceso vertiginoso de expansión oceánica gracias
a la confirmación de los navegantes portugueses de que,
costeando Africa, podía llegarse a las regiones asiáticas
insulares y de tierra firme. Entre otras ventajas, la nave-
gación por el Atlántico sur africano permitía la seguridad
de un abastecimiento de vituallas a las tripulaciones de
las carabelas, abastecimiento que fue reforzándose con las
factorías que se emplazaron en el interior del territorio de
Africa, India y los archipiélagos orientales. Por otro lado,
progresivamente, el pabellón portugués de las carabelas
flameó por el Océano Indico, la cuenca de Filipinas, la
cuenca de las Carolinas, las islas de la Sonda, Borneo y los
alrededores; más allá navegarían por el golfo de Bengala,
el mar Rojo. Para llegar a las Molucas navegaron por la
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 219

Melanesia, la Polinesia y muy cerca de Nueva Guinea y


Australia. A partir de 1511 atracaron las carabelas lusita-
nas en las islas de las Especierías como iconos del primer
país europeo en entablar competencia comercial a los in-
dios, árabes y chinos que traficaban los condimentos en el
Mediterráneo oriental desde los siglos XII y XIV a través
de Trebisonda, Constantinopla y Alejandría.
Flotas de Venecia, Genova y Florencia participaban
como transportistas, pero sin pruritos coloniales. A los
navegantes italianos solamente les interesaban las ganan-
cias, no el dominio geopolítico.
Ciertamente, entre.las prioridades estratégicas del
imperio turco, no figuró inicialmente el cierre de las ru-
tas marítimas de acceso a la comercialización de las es-
pecierías a los países de Europa Occidental. La toma de
Constantinopla se debió a razones geopolíticas, religiosas
y culturales de otro orden. La iglesia de Santa Sofía, el más
importante de todos los templos cristianos de Europa y
Asia, era un desafío insoportable a la presencia vecina del
islamismo. Un reto religioso que se había materializado
con hechos de armas cuando por el año 673 los árabes in-
tentaron tomar por asalto la Segunda Roma. El intento fue
renovado por los líderes islámicos en ciclos de proyectos
de conquista, de la que llegó a ser la primera ciudad del
Imperio Romano.
Pero el cristianismo occidental fue distanciándose
del cristianismo oriental bizantino. La distancia geográfi-
ca desencadenó el cisma bizantino a medida que el cristia-
nismo romano occidental entablaba alianzas seculares con
príncipes y monarcas europeos dentro de una tendencia al
entendimiento político pragmático cada vez más acusada,
mientras que los teólogos de Bizancio se replegaban en
un misticismo nutrido de filosofía neoplatónica. Cuando
gobernaba Constantino XI, el último emperador bizan-
tino, el imperio estaba muy, pero muy lejos del apogeo
militar, territorial y económico alcanzado con Justiniano
220 — MARIO CASTRO ARENAS

en el siglo V. Apenas controlaba Constantino XI la capital,


algunas islas y enclaves en el Peloponeso. Fruta madura
en tránsito a la putrefacción geopolítica, Bizancib cayó por
gravedad del árbol que venían remeciendo los emperado-
res turcos.
Como señala Gomara, el cierre de la ruta a las islas
del Pacífico austral exacerbó la rivalidad geopolítica en-
tre portugueses y españoles. La búsqueda de un nuevo
acceso oceánico hacia las especias estaba en el aire, pero
los españoles no la vieron con nitidez geopolítica hasta la
aparición de Cristóbal Colón, focalizados como estaban
en la lucha contra los residuos del imperio omeya. Francia
e Inglaterra desestimaron la propuesta de Colón, un tanto
por contemplar con escepticismo el riesgo de concertarse
con un genovès medio loco, otro tanto por la incompren-
sión de la envergadura del desafío geopolítico que el viaje
significaba. Estaban resignados a que la guerra de la pi-
mienta la ganara Portugal.
Recapitulando diremos que el hallazgo de América
alteró las premisas de la vieja concepción estratégica de
España. Los monarcas de la Casa de Austria reciclaron
un proyecto que, partiendo de la restauración del impe-
rio sacro romano, podía llenar el vacío de la pérdida del
imperio bizantino, oponiéndose a la ola expansionista del
imperio turco otomano. Las proezas de sus navegantes
—Magallanes, Elcano, Sarmiento de Gamboa, Fernández
de Quiros —dos españoles, dos portugueses— los lleva-
ron a la concepción de un proyecto alternativo al predo-
minio oceánico portugués, logrando la hazaña de hallar
una entrada del Atlántico al Pacífico y salir a mar abierto
hacia las Molucas y .. .hacia la pimienta.

Las especias del Nuevo Mundo

Gomara recuerda que los españoles viajaban al Mar


Rojo y la India (Ganges) para abastecerse de las especias.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 221

Empero, al cerrarse la ruta marítima por los turcos otoma-


nos, España asumió el imperativo geográfico y geopolíti-
co de explorar otras entradas a las Indias. Colón alardeó
de haber encontrado las Indias, y abrir a España la ruta
oriental de las especias, Pero lo trastornó el hallazgo de
oro en el Nuevo Mundo. La obsesión aurífera le impidió
reparar que en América existían productos naturales de
la tierra, de igual y mayor valor nutritivo que las especias
orientales y que producían excelentes cosechas.
Si en las Molucas había pimienta, jengibre, menta,
cardamomo, nuez moscada, salvia, perejil, comino, aza-
frán, clavo y anís sólo para condimentar, en América exis-
tía un menú impresionante de plantas para sazonar y ali-
mentar toda Europa. Gonzalo Fernández de Oviedo, uno
de los primeros cronistas de Indias en observar las plantas
alimenticias americanas, aunque limitado a su experien-
cia en Cuba, Castilla del Oro y la isla La Española, en 1526
publicó "De natural historia de las indias" o "Sumario de la
natural y general historia de las Indias", obra pionera en la
descripción de la flora y fauna americana. Mencionó Ovie-
do el llamado "pan de los indios" refiriéndose al maíz y a
la yuca, a su siembra y uso en la cocina indígena. Amplia
y prolija, esta primera descripción española del maíz, que
él creyó patrimonio de la Española, Destacó la molienda
del maíz y su transformación en una masa o pasta para
preparar tortillas, bollos y tamales: "las indias especialmente
lo muelen en una piedra algo cóncava con otra redonda que en
las manos traen a fuerza de brazos., .y echando de poco en poco
poco agua, la cual así moliendo se mezcla con el maíz y sale de
allí una manera de pasta como masa y toman un poco de aquello
y envuélvanlo en una hoja de yerba.. .y échanlo en las brasas y
ásase y endurécese y tórnase como pan blanco...y de dentro de
este bollo está la miga algo más tierna que la corteza y háse de
comer caliente, porque estando frío ni tiene tan buen sabor ni
es tan bueno de mascar, porque está más seco y áspero", ob.cit
pag.61, Historia 16.
222 — M A R I O CASTRO ARENAS

De igual manera describió la preparación del cazabe,


que "la hay en gran cantidad en las islas de San Juan, y Cuba y
Jamaica", ob. cit. pg.63. El Padre José Acosta, cuya Historia
natural y moral de las Indias es de 1590, ofreció también
a Europa una amplia información sobre maíz, yuca, ajíes,
verduras y legumbres, consumo y propiedades. Gran
defensor del maíz, Acosta alega que no es inferior al tri-
go: " el grano de maíz, en fuerza y sustento, pienso que no es
inferior al trigo; es más grueso y cálido y engendra sangre",o.
cit. 170, edición FCE. No hay narrador tan prolijo como el
naturalista jesuíta de las formas de preparación del maíz:
" comento comúnmente cocido así en grano y caliente, que lla-
man ellos mote; algunas veces lo comen tostado...otro modo de
comerlo más regalado es moliendo el maíz y haciendo de su ha-
rina, masa, y de ella unas tortillas que se ponen al fuego, y así
calientes se ponen en la mesa y se comen; en algunas partes as
llaman arepas...hacen de la propia masa nos hollos redondos.
Y porque no falte la curiosidad también comidas de Indias han
inventado hacer cierto modo de pasteles de esta masa y de la flor
de su harina con azúcar, hizcochuelos y melindres que llaman",
oh.cit. pg.170.
De la preparación del cazabe de yuca y de la papa
demuestra su presencia en las cocinas y campos de culti-
vo: " Es la yuca raíz grande y gruesa, la cual cortan en partes
menudas y la rallan y como en prensa, la exprimen, y lo que
queda es es una como torta delgada y muy grande y ancha".',
estas papas cogen y déjantas secar bien al sol y quebrándolas
hacen l que llaman chuño, que se conserva así muchos días, y les
sirve de pan y es en este reino gran contratación la de este chuño
para las minas de Potosí " ob.cit. pgs. 172-173. Acosta llama al
ají, pimienta de las Indias/' hay ají de diversos colores: verde
y colorado y amarillo; hay uno bravo que llaman caribe, que pica
y muerde reciamente... es la principal salsa y toda la especiería
de las Indias; comido con moderación ayuda al estómago para
la digestión; pero si es demasiado tiene raíces tiene muy ruines
efectos" ob.cit.pg.177.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 223

Por su parte, Fray Bernardino de Sahagún, historia-


dor, etnólogo y naturalista como Fernández de Oviedo,
pasó la mayor parte de su existencia en la Nueva España,
observando aspectos culturales como religión y costum-
bres de los aztecas, aportando una de las primeras infor-
maciones de la culinaria de los antiguos mexicanos. Ela-
boró su obra en diversas etapas cronológicas, después de
recorrer el territorio mexicano por varios años como evan-
gelizado^ acumulando materiales muy valiosos para es-
cribir manuscritos en castellano y nahuatl de "la Historia
General de las cosas de Nueva España". Rescata Sahagún
información sobre el uso del maíz en una gran variedad
de tortillas, unas blancas, otras pardas, unas delgadas y
suave sabor y otras más duras y ásperas., anotándolas con
sus nombres indígenas. Incorpora la preparación de tama-
les de preparación y sabores diferentes, acompañados de
gallinas asadas y cocidas. También se refiere a las varias
maneras de cocinar cazuelas.
En asunto específico de sazonadores mexicanos, más
o menos equivalentes a la función de la pimienta, fray Sa-
hagún habla con regusto gastronómico personal de las
variedades de chile: "Comían también muchas maneras de
potajes de chiles: una manera era de chile amarillo, otra manera
de chilmolli hecho de chüttécpitl y tomates "El México Anti-
guo" (Selección y reordenación de la Historia General de las
cosas de la Nueva España, edición, prólogo y cronología de José
Luis Martínez",Biblioteca Ayacucho, pgs.82-83. No sólo de
chiles y tortillas escribió quien es, indudablemente, el más
acucioso cronista de la cocina prehispánica mexicana. Se
refiere,también, a que los señores mexicanos saboreaban,
a continuación de los abundantes platos fuertes, jicaras de
cacao con miel y otros ingredientes, formas y colores.
En el imperio de los incas, ingenieros genetistas agrí-
colas prehispánicos crearon uno de los laboratorios de ex-
perimentación más importantes del mundo. La diversidad
de zonas geográficas y de climas propicia, como sostiene
224 — MARIO CASTRO ARENAS

el sabio científico peruano Javier Pulgar Vidal, "un viaje


desde las orillas del mar peruano hasta las cumbres nevadas
de los Andes (que) equivale a un viaje desde la línea ecuatorial
hasta los polos, pasando por todas las regiones naturales de la
tierra, que se suceden entre ambas regiones extremas" Geografía
del Perú", pg*ll. Novena edición. Lima, 19B7.pg.ll.
Las ocho regiones naturales —chala, yunga, quechua,
suni, puna, janea, rupa-rupa y omagua— que comprenden
costa, sierra y selva, subdivididas, de acuerdo a su altitud
y clima, fueron aprovechadas al máximo por agrónomos
y genetistas, apoyándose en una red hidráulica de canales
de regadío, a flor de tierra o subterráneos, que permitió la
existencia de cultivos en el desierto longitudinal de la faja
costera, en los valles y en las quebradas andinas, en los
páramos de la puna que sube de tres a cinco mil metros
sobre el nivel del mar y en la vasta llanura de la exuberan-
temente cálida selva amazónica. En este piélago territorial
y climatológico se puso en funcionamiento la creatividad
agrícola peruana para sembrar una asombrosa multiplici-
dad de recursos agrícolas, pródiga en condimentos y en
alimentos.
Obligadamente debemos empezar por la papa (So-
lanum tuberosa) actualmente cultivada en todo el mun-
do y que tiene carta ancestral de ciudadanía peruana.
Hay papas silvestres en cinco de las ocho regionales na-
turales del Perú con una fascinante variedad de colores
y sabores: papa blanca, papa amarilla, papa púrpura,
papa negra, papa amarga, papa dulce; en fin, un agri-
cultor cuzquefto creó cerca de trescientas variedades/
sin contar las diversas clases de papas deshidratadas en
el habitat bajo cero de la puna para aprovechar su pulpa
o chuño. Otras variedades peruanas como la oca (Ox-
calis tuberosa), olluco (Ullucus tuberosa), haba (Vicia
fava), quinua(Chenopodium quinoa), la cañihua (Che-
nopodium cañihua) son aportes de la zona suni. En las
tumbas precolombinas de mayor antigüedad, como las
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 225

de Paracas, en la costa sur, los arqueólogos han encon-


trado mazorcas de maíz morado, lo que lleva a deducir
que la planta oriunda del Perú era arcaica materia de
injertos.
Menciona condimentos contundentes de nuestros
días como el achiote, la curcuma, el ají en sus variedades
de sabor: costeños (limo, pinguita de mono), rocoto de
Arequipa y de otras poblaciones, ají panca limeño y otros
productos peruanos que, como sus pares mexicanos, ri-
valizan y superan en picor a la pimienta. Garcilaso relató
que los antiguos peruanos fueron muy aficionados al ají y
subraya al "rocot uchú" (rocoto) que quiere decir pimien-
to grueso, y otros tan fuertes que las sabandijas huían de
los terrenos de sembrío. Dicen que los adolescentes cari-
bes tomaban una totuma de ají disuelto como símbolo de
virilidad y aún era empleado por los muiscas para que las
mujeres adúlteras confesaran sus pecados.
Perú aportó nuevas variedades de condimentos,
sobre todo, de la familia de las cucurbitáceas, calabaza,
zapallo y loche norteño. El tomate peruano y mexicano
constituye una novedad culinaria que, a partir del siglo
XVI y para siempre, Europa absorbe y aclimata como pro-
ducto propio, igual que la papa y el cacao (chocolate). El
Padre Acosta también ponderó las excelencias del cacao,
presintiendo el auge que tendría en el mundo, siglos des-
pués: "El-principalbeneficio de este cacao es un brebaje que
hacen que llaman chocolate, que es cosa loca lo que en aquella
tierra le precian... los españoles y más las españolas hechas a la
tierra se mueren por el negro chocolate", ob.cit. pg. 180.
Con las nuevas especias americanas y con las orien-
tales aclimatadas en la tierra, a partir del siglo XVI, se en-
riqueció el paladar de los españoles. Por su prodigiosa na-
turaleza, América se convirtió en un fuerte productor de
las especias de las Molucas, Arabia, India, sembradas por
conquistadores y colonos hispanos. La vainilla, un ejem-
plo de adaptación entre otros más, se aclimató en las tie-
22Ó — M A R I O CASTRO ARENAS

rras calientes de México/ Guatemala, Venezuela, Colom-


bia, la hoya amazónica y Bocas del Toro, donde los piratas
carenaban sus barcos.
La pimienta se propagó por doquier. En un memo-
rial de Baltasar López de Castro de 1598 se menciona que
los piratas buscaban pimienta como oro en polvo. En Ja-
maica conoció tal apogeo que en el siglo XVI se exporta-
ba a Cartagena y Nueva España y se usaba en comida y
bebidas hechas de cacao, como aperitivo. En la bahía de
Bocas del Toro se mencionó la existencia de "pimientos" a
mediados del siglo XVIII. También surgieron sembríos de
umbelíferas como el cilantro o culantro. Oviedo asegura
que conoció variedades autóctonas de culantro de hojas
más anchas y espinosas.
Enumerar el aporte americano a la cocina mundial
en condimentos, alimentos, frutales, requiere un tratado
de botánica que, antes y después de Humboltd, se ha re-
copilado, clasificado y estudiado.
Germán Arciniegas ha escrito que el hombre mo-
derno celebra cada día el aporte culinario americano
cuando desayuna con chocolate, almuerza y cena con
acompañamientos de papas, maíz y tomate y ameniza la
jornada gastronómica con cigarrillos o puros. El Revés de
la Historia. Planeta.
En verdad, no había necesidad que los europeos del
siglo XVI viajaran al Oriente, atravesando océanos, selvas,
desiertos y marismas, dilapidando vidas así como oro y
piedras preciosas, pidiendo el auxilio del Papa, para ir en
busca de las especias.
Tuvieron al alcance de la mano, o de la boca, especias
nativas, con formas y sabores diferentes, pero las prime-
ras generaciones de conquistadores y colonos demoraron
en advertirlo, cultivando unos los condimentos de origen
oriental y otros saboreando los autóctonos, y finalmente,
corrigiendo con deleite sus penurias gastronómicas, gra-
cias al encuentro del Nuevo Mundo.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 227

Como conocemos, desafortunadamente, oro y plata


del Mundo Nuevo no se invirtieron en el desarrollo inter-
no del imperio español sino en gastos de guerra en Euro-
pa, yendo a parar los símbolos religiosos americanos a las
arcas sacrilegas de prestamistas genoveses. Los metales
preciosos americanos se esfumaron en el viejo continente
invertidos por la corona española en el mantenimiento de
tropas mercenarias en las posesiones de Flandes, Ñapóles,
Sicilia y Milán. El pueblo español no recibió beneficio de
las riquezas ganadas a sangre y fuego y siguió más pobre
que antes del descubrimiento del Nuevo Mundo. Baltazar
Gracián registró con amargura que "España se está hoy del
mismo modo que Dios la crió, sin haberla mejorado en cosa sus
moradores, fuera de lo poco que labraron en ellas los romanos",
El Criticón. Citado por Américo Castro en "Gradan y los sepa-
ratismos españoles". Teresa la Santa y otros ensayos. Alfaguara,
pg. 254.
La guerra del sabor se ganó, definitivamente, en
América.
LOS INCAS DE VILCABAMBA
A la muerte de Manco Inca, a finales de 1544 y prin-
cipios de 1545, la rebelión armada inca disminuyó mucho,
subsistiendo la región de Vilcabamba como un espacio se-
gregado del resto del imperio en el que no regían las pau-
tas de dominación hispana. Las negociaciones emprendi-
das por las autoridades españolas perseguían formalizar
un acuerdo con los descendientes de Manco Inca para que
abandonaran el reducto y se incorporaran a una existencia
colmada de honores bajo parámetros de la colonización.
La consigna diplomática fue integrarlos al sistema y eli-
minar, astuta y pacíficamente, los vestigios últimos de la
resistencia indígena. El Virrey Antonio de Mendoza llegó
al Perú con la orden real de apaciguar la tierra de moti-
nes y levantamientos, después de la alteración de las gue-
rras civiles y los levantamientos de Sebastián de Castilla
y Francisco Hernández Girón. Uno de sus primeros actos,
dentro de esa perspectiva, fue revocar los perdones que
los Oidores habían otorgado a los seguidores de Hernán-
dez Girón. A unos los hizo ajusticiar; a otros los devolvió
a España, obligándoles a dejar las encomiendas, bienes y
haciendas ganados en la conquista. El retorno a España
equivalió a un destierro para estos indianos. Como dice
Garcilaso, "que el destierro del Perú a España era castigo más
riguroso que la muerte cuando ellos la merecieran, porque iban
pobres, habiendo hecho tantos servicios a Su Majestad y gasta-
do sus haciendas en ello." Historia General del Perü. Segunda
Parte, p.803.
Luego de deshacerse de aquellos "envidiosos y ma-
los consejeros", el Virrey decidió consolidar la paz, extra-
yendo al príncipe heredero de Manco Inca, Sayri Tupac o
Sayre Topa Mango Capac Yupangui Ynga de las montañas
de Vilcabamba. De acuerdo al Inca Garcilaso, el virrey es-
230 — M A R I O CASTRO ARENAS

cribió al Corregidor del Cusco licenciado Muñoz y a Doña


Beatriz Coya, tía de Sayri Tupac, "para que tratasen en dar
orden y manera como traer y reducir que el Príncipe Sayri Tu-
pac, que estaba en las montañas, saliese âe paz y amistad para
vivir entre los españoles, y que se le haría larga merced para
el gasto de su casa y familia/' ob.cit, 805. La infanta Doña
Beatriz, esposa del conquistador de las primeras jornadas
Mancio Sierra de Leguizamo, el que jugó y perdió a los
dados una efigie aurífera del sol, podía dar fe de su convi-
vencia con los hispanos, y en abono de ello acordó con el
Corregidor del Cusco despachar un mensajero de sangre
real con indios de servicio al reducto montañoso. Temien-
do otro engaño más de los españoles, los guardianes de la
entrada al reducto detuvieron al mensajero y su séquito.
Los tutores de Sayri Túpac decidieron que un mensajero
propio partiera al Cusco para corroborar la veracidad del
mensajero de los españoles, quedando éste como rehén
hasta que se verificara el hecho. Comprobada la legitimi-
dad del mensajero del Corregidor y la coya, pidieron los
tutores que se les enviara para el arreglo gente de su con-
fianza, como el hijo de Leguizamo y la coya Beatriz, don
Juan Sierra de Leguizamo.
Así fue que, con el mensajero de Sayri Túpac, partió
Juan Sierra, mestizo que llevaba la sangre de Manco Inga
y obviamente de Sayri Túpac, portando un mensaje de paz
y holgura en el Cusco, condicionado a su salida definitiva
del reducto de la resistencia inca. Se asimilaron al séquito
el cronista español Juan de Betanzos, marido de una hija
de Atahuallpa, y conocedor del quechua, y Fray Melchor
de los Reyes.
Luego de vencer los justificados recelos de los capita-
nes que custodiaban a Sayri Túpac, finalmente éste recibió
a su pariente Juan Sierra, reparándole que aún no había
recibido la mascaipacha por no haber llegado a la hom-
bría, por lo cual sus capitanes debían resolver la propues-
ta del virrey, después de escucharla de labios de Betanzos
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 231

y el fraile. Cabildeos, consultas con las guacas, reconfir-


mación de la propuesta virreynal en Lima. La resolución
final fue que dos capitanes de Sayri Túpac viajaran a Lima
en compañía del primo Juan Sierra y el fraile, para forma-
lizar el arreglo, consultado por el Virrey con el Arzobispo
y los Oidores, por el cual el Príncipe recibiría diez y siete
mil castellanos de renta para él y sus hijos, con encomien-
da de los indios del repartimiento de Hernández Girón,
más el valle de Yucay y una tierras encima de la fortaleza
de Sacsayhuamán para edificar su morada y casa de los
indios de servicio, según el relato de Diego Fernández El
Palentino, transcrito por Garcilaso.
Sin embargo, el Inca Garcilaso aclaró los bienes rea-
les otorgados a Sayri Túpac, Anotó que la renta no fue de
diez y siete mil pesos sino de diez mil, porque esto es lo
que valía el repartimiento de Hernández Girón; reducien-
do las compensaciones mucho más, recibió la tierra de Yu-
cay parcelada a encomenderos españoles. "Y así —ironiza
Garcilaso— no dieron al Inca más del nombre y título de señor
de Yucay, y lo hicieron porque aquel valle era el jardín mas esti-
mado que los Incas tuvieron en su Imperio", ob, cit. 809,
Canje irrisorio: un imperio por un palmo de tierra.
El sentido práctico de la tía coya, mujer de un conquista-
dor jubilado, ganó muy rápido al príncipe sin reino. Más
le valió la parcela de Yucay, rodeada de vecinos españo-
les, pero propiedad privada debidamente inscrita, que las
despobladas montañas de Vilcabamba.
Al abandonar la adolescencia y recibir la por enton-
ces muy simbólica mascaipacha, Sayri Túpac intuyó, ase-
sorado por la infanta Beatriz, la soledad metafísica de su
reino nominal. Su salida del reducto montañoso corres-
pondió a una rendición, que fue preámbulo del fin del
imperio. Se extinguieron las últimas cenizas del incendio
del Cusco. El príncipe, manipulado por su tía, prefirió una
cierta seguridad al abrigo del Virrey que la incertidumbre
à salto de mata, a la sombra del fantasma de su padre.
M A R I O CASTRO ARENAS

Así, cuando Sayri Túpac entró a la ciudad imperial, entre


el desconcierto de la gleba india, las briznas delincendio
atizado por su padre salpicaron el ropaje de la extraña co-
mitiva de rendición y vasallaje.
Garcilaso fue a visitarle y rendirle pleitesía a la casa
de la infanta Beatriz donde se aposentaba. Antes que el
homenaje del subdito al monarca fue el encuentro de dos
jóvenes interesados en juegos y fruslerías de la comarca:
''Yo fui en nombre de mi madre a pedirle licencia para que perso-
nalmente fuese a besárselas. Hállele jugando con otros parientes
a uno de los juegos que éntrelos indios se usaban...yo le besé las
manos y le di mi recaudo. Mandóme sentar, y luego trujeron dos
vasos de plata dorada, llenos de brevaje de maíz, tan pequeños
que apenas cabla en cada uno cuatro onzas de licor...Pasada la
salva, me dijo: " / Por què no fuiste por mí a Uücabamba? Res-
pondue:" Inca, como soy muchacho, no hicieron caso de mi los
gobernadores", ob.cit.814.
Garcilaso presenció a los caciques que acudieron de
distantes comarcas a rendirle pleitesía con fiestas de gran
solemnidad, pero aquejados de nostalgia, "de ver su Prín-
cipe en su ciudad y délias con tristeza y llanto, mirando su po-
breza y necesidad", ob. cit.814.
Rodeado de frailes y cortesanos, el Príncipe cumplió/
uno tras otro, los rituales de la domesticación cultural. Se
bautizó a la manera cristiana y adoptó el nombre de Die-
go, en honor al Apóstol Santiago, cuyas apariciones du-
rante el sitio del Cusco lo deslumhraron, según relata Gar-
cilaso. Recorrió la fortaleza de Sacsayhuamán y lamentó
ver sus muros por tierra. Recorrió también los templos
cristianos y conventos. Asegura Garcilaso que adoró al
Santísimo Sacramento llamándole "Pachacamac, Pacha-
camac". Frecuentaba Yucay en sus descansos y abandonó
el mundo en poco más de tres años, dejando una hija que,
para completar el ciclo colonizador, casó con el español
Martín García.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — ^33

TiTU Cusi YUPANGUI

Secretario de su padre y cronista de sus desdichas,


Titu Cusi Yupangui se extravía en el entrecruzamiento de
su realidad y su ambición. En el mensaje-testamento que
Manco Inca habría pronunciado in artículo mortis, y que él
reconstruye pro domo sua, lo destaca como sucesor legíti-
mo y encarece a los testigos de su agonía que le protejan y
obedezcan como nuevo monarca. Sin embargo, queda flo-
tando un vacío ambiguo entre el supuesto petitorio de su
padre y el reconocimiento posterior de Sayri Túpac como
heredero. Titu Cusi afirma que los tratos del virrey fueron
con él y que envió a su hermano Sayri Túpac para que
verificara las promesas. "En el tiempo que fue Visorrey de
los rreinos del Pirú el Marqués de Cañete me enuió a esta tierra
—afirma el heredero— cronista - vn padre de la orden de señor
Santo Domingo para que tratase conmigo de estarme allá fuera
al Cusco, diciendo que el señor Visorrey traía mandato del Em-
perador don Carlos para que saliendo yo alia ffuera e queriendo
ser crisptiano, me darían de comer, confforme a mi calidad e yo,
acordándoseme del tratamiento que los españoles hauían hecho
a mi padre estando en el Cusco en su compañía; e por lo que él
dicho mi padre me dexó mandado al fin de sus días, pensando
que por ventura me acontescería a mí lo que a mi padre; no quise
entonces dar consentimiento a lo que el padre ffray Melchor de
los Reies", que fue el que vino con.a enbaxada, y vn Joan Sierra
su compañero " ob.cit.pg, 99,
Al parecer, no hay documentos que acrediten las afir-
maciones de Titu Cusi sobre el viaje condicionado de Sayri
Túpac al Cusco. Al contrario, existen probanzas de la aco-
gida específica al "Adelantado Sayri Topa Manco Capac
Yupangui". Edmundo Guillen estima que ''no dudaron (los
descendientes) que Sayri Thupa había sido el directo sucesor a la
muerte de Manko Inka Yukanqui, y muchos testigos declararon
complacientemente que que fue "hijo mayor y primogénito del
Inka y que fue tenido y obedecido por "su natural", diciendo que
M A R I O CASTRO ARENAS

lo sabían de "oídas" y porque entonces era "público y notorio".


Guillen Edmundo "Titu Cusi Yupanqui y su tiempo", Historia
y Cultura, 13/14. Museo Nacional de Historia, pg.91.
Probablemente, el alegado protagonismo político de
Titu Cusi desde los años de las tratativas —1557 en ade-
lante— con Sayri Túpac formó parte de su argumentación
para reforzar la negociación de sus derechos de sucesión
al morir el joven inca. Titu Cusi, indudablemente, estaba
al tanto de las menguadas posesiones asignadas a Sayri
Túpac por los hispanos y negociaba para que fueran ma-
yores para él:
" ...eyo rrespondí que como me gratificasen algo de lo mu-
cho que el rrey poseía de las tierras de mi padre... ", ob.cit.100.
A pesar del ingreso de Sayri Túpac al sistema de co-
lonización, Titu Cusi conservó Vilcabamba, como foco la-
tente de nacionalidad. De hecho, los tratos iniciados por
los españoles para anular o debilitar la insurgencia indí-
gena indican que no se había sofocado la inestabilidad de
la agreste región y que no habían ganado mucho con la
absorción de Sayri Túpac al sistema de dominación. Prue-
ba de ello es que, al concluir el virreinato del Marqués de
Cañete, su sucesor el Conde de Nieva, siguió concentrado
en reducir Vilcabamba, ora por vía militar, ora por la inser-
ción de Titu Cusi al sistema virreinalicio, reanudando la
estrategia, en una nueva versión corregida y aumentada.
Huestes de Titu Cusi amagaban las caravanas de co-
merciantes que transitaban en la ruta entre Lima y el Cus-
co, obligándolos, algunas veces, a viajar con escoltas. La
correspondencia incautada a los descendientes de la aris-
tocracia inca revela que alentaban a Titu Cusí a no acceder
a su salida de Vilcabamba, puesto que ellos mismos expe-
rimentaban, cotidianamente, las presiones del dominador
español para arrebatarles sus propiedades y diluir el lega-
do de su cultura ancestral. Obviamente no deseaban que
cayera en la trampa colonizadora que succionó a Sayri
Túpac. Circularon versiones en el tiempo de la rebelión de
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 2-35

Hernández Girón que el inca organizó secretamente un


levantamiento general para expulsar a los españoles no
solamente del territorio peruano sino también de Chile y
Argentina, donde sus mensajeros concertaban la revuelta
con los araucanos y los diaguitas de Tucumán, incluyendo
también a los belicosos chiriguanes de Bolivia y Paraguay.
Se habló entonces de que se guardaban grandes cantida-
des de armas en escondites subterráneos, lo mismo que
alimentos secos para asegurarse las provisiones en el caso
de una guerra larga. Revelaciones de un indígena en el
confesionario pusieron en alerta a las autoridades espa-
ñoles y el complot se debilitó hasta diluirse por completo.
Las vinculaciones de diaguitas y chiriguanes con un com-
plot incaico, cuyo centro estaba en la lejana e inaccesible
Vilcabamba, tienen resonancias fantásticas. Titu Cusi no
menciona en su crónica los supuestos arreglos conspirati-
vos, ni hace alusión a grupos indígenas tan distantes como
chiriguanes y diaguitas. La capacidad de convocatoria de
Titu Cusi estuvo limitada por la geografía y la topografía,
dado que tan difícil era entrar como salir del reducto sel-
vático de Vilcabamba.

El Taqui Oncoy

Si la conspiración de Titu Cusi Yupangui con diagui-


tas y chiriguanes se esfumó en inconvincentes rumores,
una conmoción real estremeció el virreinato alrededor de
1560 al revelarse que innumerables indígenas de los an-
des meridionales seguían fieles a sus dioses ancestrales
y que la supuesta conversión al cristianismo era comba-
tida como parte de un poderoso movimiento de resisten-
cia cultural a la colonización española. El padre Cristóbal
de Molina, cura de la parroquia de Nuestra Señora de los
Remedios en el Hospital de los Naturales del Cusco, el
más puntual y prolijo recopilador de los ritos religiosos
incaicos, es uno de los cronistas que registró con ampli-
236 — MARIO CASTRO ARENAS

tud la vigencia del esplritualismo religioso precolombino,


a treinta años del inicio de la conquista española. Relató
Molina que el padre Luis de Olivera/7 clérigo presbítero que
a la sacón hera cura del dicho repartimiento (Parinacocha), que
es en el ouispado del Cuzco, fue el primero que unió la dicha
yrronia o ydolatría ", advirtió la presencia del culto del Ta-
qui Ongoy no solamente en Parinacocha sino, también en
Chuquisaca, La Paz, Cuzco, Guamanga y aún Lima y Are-
quipa. Relación de los Ritos y Fábulas de los Incas. 96.
Con lucidez política, Molina comprendió que la ex-
pansión del Taqui Ongoy, tarde o temprano, llegaría a Víl-
cabamba, temiendo que, a pesar de la aparente decisión
de Titu Cusi de adoptar el catolicismo, los sacerdotes indí-
genas que lo rodeaban y asesoraban, lo instarían a apoyar
el movimiento de la Danza del Fin del Mundo. Así, pues,
detrás del aparente temor de carácter religioso latía el te-
mor real a la resistencia política que representó en profun-
didad la subsistencia de la religiosidad inca, a pesar del
trabajo de los evangelizadores católicos como agentes de
la dominación cultural.
El descubrimiento de que predicadores indígenas
reivindicaban el retorno a las huacas como espacios sa-
grados de culto por todo el territorio surandino puso en
alerta a las autoridades políticas españolas que se valieron
de funcionarios civiles como Cristóbal de Albornoz para
identificar a los predicadores y practicantes del Taqui On-
goy y sancionarlos al estilo inquisitorial.
El extirpador de idolatrías Cristóbal de Albornoz
recorrió el área de la sierra meridional, Arequipa, Apurí-
mac, Ayacucho, Cuzco, Huancavelica, incluyendo Lima, a
la búsqueda de los adeptos al Taqui Ongoy, dejando tres
Informaciones de Servicios en los años sucesivos de 1570,
1577 y 1584, que fueron rescatadas por el historiador Luis
Millones en 1964. "Las Informaciones de Cristóbal de Albor-
noz. Centro Intercultural de Documentación. Luis Millones.
"Un movimiento nativista del siglo XVI. Revista Peruana de
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 237

Cultura. No.3. 1964, Luis Millones, "La "idolatría de Santia-


go": un nuevo documento para el estudio de la evangelización
en el Perú. Cuadernos del Seminario de Historia No.7. 1964.
Instituto Riva Agüero.
Hay un desagradable contraste entre el respeto reli-
gioso de Cristóbal de Molina el cuzqueño al culto aborigen
y la evidente deformación caricaturesca con que lo descri-
be Albornoz. El padre Molina recoge una bella oración: "/
O Hacedor ¡ señor de los fines del mundo, misericordioso que
das ser a las cosas y en este mundo hiziste los hombres que co-
miesen y beuisen, acreciéntales las comidas y frutos de la tierra;
y las paipas y todas las demás comidas que criastes multiplícalas
para que no padezcan hambre ni trabajo para que todos se críen,
y no y ele ni granice; guárdalos en paz y en saluo", ob. cit. 51.
Molina también transcribe mitos incaicos, como el de
la primera pareja de la humanidad, el diluvio universal, la
existencia de un Hacedor de todas las cosas y otros recu-
rrentes elementos de la historia universal de las religiones
que, por su analogía con la doctrina cristiana, invitan a la
tolerancia religiosa y a la comprensión etnográfica. Detalla
los ritos y ceremonias que se celebraban en el calendario
religioso de cada mes del año, demostrativo del intenso
misticismo del pueblo quechua.
Dentro de la estrategia contrarreformista de agresivi-
dad e intolerancia contra otras religiones aprobada por el
Concilio de Trento, Albornoz asevera que "halló una neua
seta que estaua sembrado por toda la tierra entre los yndios y
naturales della que llamavan taquiongo y el fundamento della
fue auer creído los yndios en general que todas las guacas del
reino quantas avian quemado los cristianos e destruido auian
rresuzitado y estauan repatidas em dos partes las unas con la
guaca Pachacama y las otras con la guaca titicaca que heran
las dos principales e questas se avian juntado para dar batalla
a Dios Nuestro Señor e que los españoles desta tierra se acaba-
rían presto porque las guacas le ordeauan enfermedades para
matallos a todas las quotes estauan henojadas con los yndios
2,3 o — MARIO CASTRO ARENAS

que se avian buelto cristianos", informaciones de Cristóbal de


Albornoz. 1/37.
Añade el informe que los predicadores instaban al
pueblo indio a que no se usasen nombres cristianos, ni
comiesen ni vistiesen a la usanza española, privilegiando
el rescate del estilo de vida precolombino. Era la respues-
ta colectiva incaica a la penetración cultural española. El
señalamiento de huacas del Titicaca, Tiahuanaco, Chim-
borazo, Pachacamac, Tampu Toco, Huaraguilca y seten-
ta santuarios más indican la extensión multiregional del
culto, aunque no está claro si los visitadores descubrieron
que el culto no había muerto a pesar de la dominación
española y seguía vivo, o si correspondió a un refloreci-
miento de ritos momentáneamente eclipsados.
El hecho es que el Taqui Ongoy alentó un movimien-
to integral de resistencia que se planteó simultáneamente
en varios frentes, como se deduce de las versiones espa-
ñolas. En el plano religioso, el Taqui Ongoy exhortó al
mantenimiento de las creencias religiosas nativas no sólo
por razones ideológicas sino, porque, tras treinta años de
dominación hispana, eran palpables las discordancias
entre lo que predicaban los sacerdotes católicos sobre la
igualdad de los hombres y el amor al prójimo; y las dife-
rencias reales entre blancos e indígenas, además de la ex-
plotación despiadada de la mano de obra autóctona en las
encomiendas, minas, obrajes etc. En el plano cultural, por
otro lado, se empezaba a deteriorar la identidad étnica en
la asimilación de indumentos, culinaria y estilo de vida.
Leyendo al trasluz las informaciones de Albornoz,
Molina, Polo de Ondegardo y Arriaga, se observa que los
visitadores religiosos pintaron a los adeptos de la Dan-
za del Fin del Mundo, bajo pautas religiosas occidentales,
(endemoniados y herejes), por completo ajenas al ethos
precolombino, pero que, en realidad, el temor virreinal
apuntaba a lo que el Taqui Ondoy significó como una po-
sible reorganización del poder indígena cuando todavía
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — ^39

no se consolidaba el dominio hispano. Por un lado, el cer-


co del Cusco por Manco Inca mostró la precariedad de la
dominación española en el axis mundi incaico.
Por otro lado, el éxodo del poder inca del Cusco a
Vilcabamba se asimiló como la configuración de una nue-
va etapa importante en la estrategia de una resistencia
indígena que se había focalizado en Vilcabamba. Avan-
zando mucho más en el desarrollo de la estrategia, la
presencia de múltiples santuarios del Taqui Oncoy en la
sierra sur y en la costa registraba el principio de una resis-
tencia desfocalizada que podría activar nuevos puntos y
nuevos conceptos de insurrección. A la resistencia militar
se agregaban factores religiosos y culturales para repoten-
ciar nuevos espacios de rebelión, como contraofensiva a
la estrategia española que, de la conquista por las armas,
estaba pasando al dominio ideológico. Aculturar para do-
minar era la consigna española puesta en práctica ya con
la asimilación de Sayri Tupac y la negociación in progress
con Titu Cusi Yupangui. Pero en 1560 la resistencia estaba
viva y actuante, con el reencuentro de los adoratorios de
las huacas, con la adición de una metamorfosis a través
de la cual, según el visitador Albornoz, los militantes del
Taqui Oncoy se fundían con las huacas o ellos mismos se
proclamaban huacas, vale decir cerros, lagunas, valles, al-
tiplano, que encarnaban en seres humanos y viceversa.
En verdad, el visitador se desconcertó por la com-
prensión polivalente de huacas, aunque, en verdad, no
estaba ante nada que no preexistiera en el imaginario
precolombino. Verbigratia, Molina destaca la proyección
ecuménica y arcaica del culto a las huacas, que compren-
día igualmente a las naciones vencidas por los incas: "Y
otro día siguiente entrañan, por la mañana, todas las naciones
que el ynca auia sujetado, ¡a quales uenían con sus huacas y
uestiduras a usso de sus tierras, las más nicas que podían auer.
Trayan sus huacas en andas los sacerdotes que a cargo las tenían
y allegando a la plaza, como yban entrando por sus partidas de
24O — MARIO CASTRO ARENAS

los quatro suyos dichos, yban haciendo rreuerencia al Hacedor, y


Sol, y Trueno y Guanacauri, huaca de los yncas", ob. cit. 55.
La huaca podía ser a la vez espacio u objeto del culto,
adoratorio, hombre, mujer, ídolo, dios. En otras palabras,
se podía usar el cerro, como adoratorio desde el cual se
ofrendaba el sacrificio de llamas o se elevaban oraciones
al Pachayachachic; o la huaca se representaba con figu-
ra humana; "una peña grande figura de hombre" pinta
Molina a Huanacauri. El panteísmo religioso aborigen se
expresaba en estatuas representativas del Sol, el Trueno,
las Estrellas.
En las informaciones de Cristóbal de Albornoz se ca-
racteriza al Taqui Oncoy por el antropomorfismo de los
adoratorios O huacas, constituyendo la respuesta inca a
la imaginería católica de cristos y santos en que reposó la
evangelizados Albornoz subraya que "los dichos naturales
que las predicauan dezían que no creyesen en Dios ny en sus
santos mandamientos ny a que adorasen las cruzes ny yrnage-
nes ny entrasen a las yglesias ny se confesasen con clérigos sino
que se confesasen con ellos", ob. cit. 2/18.
Queda claro que los líderes religiosos indígenas habían
puesto en marcha su propia contrarreforma para contener
la penetración religiosa española y que el Taqui Oncoy no
era intrínsecamente una secta que había aparecido de ma-
nera sorpresiva sino una reformulación doctrinaria de an-
cestrales cultos para combatir la evangelizadón cristiana.
Más aún, si algún indígena crédulo aceptó en prin-
cipio la doctrina cristiana como mensaje de fraternidad y
pacifismo, en poco tiempo regresó a sus cultos al compro-
bar en carne propia la distorsión pragmática de la prédica
evangelizadora. El predicador trataba de convencerlo que
el cristianismo es amor al prójimo, pero el corregidor o en-
comendero cristiano desmentía el mensaje, tratando a los
naturales como a esclavos. El predicador cristiano insis-
tía en que los seres humanos son iguales en sus derechos,
pero el corregidor los escarnecía, subyugándolos con una
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 2/j.l

estructura de poder que los humillaba, peor que el Código


de Manu a los hindúes arcaicos.
Y así, progresivamente, los naturales acabaron re-
chazando o fingiendo el adoctrinamiento religioso de los
sacerdotes católicos al corroborarse que muchos de ellos
no eran otra cosa que correas de transmisión de un siste-
ma de dominación discriminatorio, deshumanizado y an-
ticristiano en sus propios términos ideológicos. Azotando
o encorozando a los dirigentes y acólitos del Taqui Ongoy,
no iban a desaparecer las lacras generadas por los abusos
de la dominación y mucho menos imponiendo el catoli-
cismo como tormento del Tribunal de la Santa Inquisición.
Lo que afloró de la expansión territorial del Taqui Oncoy
fue, por un lado, la fortaleza de la adhesión indígena a su
autónoma y propia cosmovisión.
Se percibió a través del Taqui Oncoy que existía una
fuente de liderazgo ideológico, paralela a la que provenía
de los incas de Vilcabamba. Ocho mil líderes nativos fueron
castigados por una lealtad ideológica que la masa traducía
como recompensa paradigmática. Para la gleba indígena
fue alentador comprobar, como lo verificó Albornoz, que
curacas y líderes comunales reclutados por las autorida-
des españoles, estaban entre los adeptos del Taqui Ongoy,
revelándose así que, en lo externo,aparentaban su conver-
sión al cristianismo, pero que, en la intimidad personal y
familiar, respetaban y practicaban sus creencias ancestra-
les. La fuerte presión española les obligaba a un desdobla-
miento religioso, frecuente en tiempos modernos.
Engrampada a la dominación económica, la evan-
gelización actuó como parte del sistema general de con-
trarreforma que España impuso al resto de Europa, so-
bre todo a los disidentes germánicos y escandinavos, en
el Concilio de Trento. De esa guisa, la evangelización se
transplantó al nuevo mundo con el diseño fundamentalis-
ta del concilio que catalogó como herejía cualquier matiz
de disparidad en el culto y la liturgia. El fundamentalismo
242 — MARIO CASTRO ARENAS

tridentino vedó en última instancia el aprovechamiento


inteligente del profundo misticismo del imaginario indí-
gena, execrando como paganismo o salvajismo lo que no
coincidía con la doctrina aplicada sin reservas ni contem-
placiones. Los cronistas procedentes de órdenes religiosas
y cronistas laicos como Betanzos, Polo de Ondegardo y
Fray Bartolomé de las Casas identificaron coincidencias
estructurales como el monoteísmo, la pareja primordial,
el diluvio universal, en la concepción quechua del origen
del mundo. Se maravillaron que existiera confesión de los
pecados, mujeres vírgenes consagradas al culto, y un con-
junto de sólidas normas que propugnaban la verdad, la
honestidad, la integridad moral. Sin embargo, las autori-
dades religiosas se guiaron por dogmas fundamentalistas
en los que latía el rechazo a cualquier desviación ideoló-
gica por sutil que fuese, a la posibilidad de que existie-
ran creencias surgidas en base de parámetros culturales
distintos a los que produjeron el catolicismo apostólico y
romano.
Mientras los sobrevivientes del imperio de sus abue-
los rescataban sus creencias religiosas como una desespe-
rada afirmación de identidad étnica, Titu Cusi pugnaba
por negociar con los españoles una reconciliación política
redituable. Desconfiado por todo lo que se hizo con su pa*
dre, Titu Cusi Yupangui exigió certificados médicos cuan-
do conoció la muerte de su hermano Sayri Túpac y sólo
aceptó las negociaciones, una vez se acreditó el deceso por
causas naturales.
Como negociador principal, el Conde de Nieva nom-
bró a un destacado jurista, don Juan de Cuenca, Oidor
de la Audiencia de Lima, y visitador de corregimientos.
Intercambiaron correspondencia, áspera unas veces, con-
ciliadora otras. Unos campesinos encomendados a Ñuño
de Mendoza en tierras bañadas por el río Acobamba hu-
yeron a Vilcabamba, por los malos tratos que recibían. El
Oidor Cuenca envió una amonestación escrita a Titu Cusi,
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 243

exigiéndole que devolviera a los naturales bajo adverten-


cia de usar la fuerza de no cumplirse la solicitud. El tono
de la carta determinó que Titu Cusi derramara espías y
vigilantes para alertarse de algún intento de despliegue
de fuerzas militares: "El qual doctor Quenca nunca más me
respondió cosa ninguna, más antes yo ffui al camino por don-
de hauía de pasar para ver si todavía que quería dar la guerra
dicha; y desta salida traxe para casa más de quinientos indios
de diuersas partes,y volvuíme a quietar a mi cassa; en la qual
rresciuí vna carta del dicho doctor Quenca escrita en Lima,.,.en
la qual se me ofrescía mucho y me rrogaua que lo pasado ffuese
pasado" ob. cit. pg.l02,
Titu Cusi puso condiciones para acceder a su salida
de Vilcabamba. Dirigió una carta al fraile agustino Juan de
Vivero, exponiéndole las desilusiones que sufriría al ir al
Cusco y ver en manos de personas extrañas los bienes de
su padre: ¿ "Queréis vos, padre, que vaya yo al Cusco y que vea
la casa de mi padre en poder de fulano y la chácara de mi padre
en poder de fulano?, oh,cit. XXIV. Titu Cusi mantenía corres-
pondencia con eclesiásticos españoles establecidos en el
Cusco, sobre todo, con su apoderado, el cronista Juan de
Betanzos, y ese canal de comunicación lubricó el entendi-
miento con las autoridades virreinales.
La información sobre la espiritualidad de Titu Cusi
se deslizó desde Vilcabamba. Aprovechando los contactos
del inca con los eclesiásticos, la estrategia diplomática del
Conde de Nieva giró en 160 grados, dejando la amenaza
de represalias para atacar el frente religioso. La coyuntura
aprovechada fue la boda entre el hijo de Titu Cusi, don
Felipe Quispe Tito, con su prima Doña Beatriz, hija de la
coya y de Mancio Sierra. Otra vez aparece la mano de la
astucia de la coya. Se adivina que ella pudo sugerir que
la boda de su hija se llevara a cabo bajo los términos nup-
ciales de la religión cristiana. Y para que el matrimonio se
efectuara bajo el rito cristiano, los padres del novio debían
instruirse, es decir Titu Cusi debía convertirse y recibir el
244 — MARIO CASTRO ARENAS

bautismo. Con la mediación del corregidor Diego Rodrí-


guez, se formalizó el acuerdo de la boda y de la conversión
al cristianismo. Parte del acuerdo fue que pasaran a Vilca-
bamba el padre Antonio Vera de los agustinos del Cusco,
quien catequizó a Titu Cusi, y otros sacerdotes de la mis-
ma orden para adoctrinar a los rebeldes de Vilcabamba.

JUAN DE MATIENZO

El temple político de Titu Cusi se valoriza en los tér-


minos del encuentro que sostuvo con el famoso jurista
Juan de Matienzo. Antes del encuentro, en la carta poder
dirigida al Gobernador Lope García de Castro, el inca ha-
bía adelantado su disposición a negociar un acuerdo de
paz, sobre la base del reconocimiento de su legitimidad
como descendiente de los reyes incas y del derecho que le
asistía para recuperar los bienes de su padre. El inca pre-
tendía presentar a Felipe II una exposición de sus derechos
y reclamaciones/valiéndose de Lope García de Castro: "
Sepan cuantos esta carta de poder viesen como yo el sapai ynga
don Diego de Castro Tito Cussí Yupangui, hijo mayorazgo que
soy de Mango Ynga Yupangui y nieto de Guaina Capac, señores
naturales queffueron destos reinos e prouincias del Pirú, digo:
que por cuanto yo tengo necesidad de tratar en los rreynos de
España muchas cosas y negocios con el Rey don Phelipe nuestro
señor y con otras justicias de cualquier estado" ob cit. 110.
Cuando Francisco de Toledo llegó al Perú retomó la
línea abierta de la negociación y envió una carta a Titu
Cusi a través de Tilano de Anaya, mediante la cual se le
requería saliera de su reducto para iniciar los tratos de su
salida de Vilcabamba. Matienzo, quien había ido al Cusco
para tomarle juicio de residencia al licenciado Cuenca, fue
nombrado por Toledo para dialogar con el inca y escuchar
sus peticiones, al par que hacerle conocer las condiciones
del virrey. La entrevista se llevó a cabo en el puente de
Chuqichaca. Duró tres horas; en todo ese tiempo el inca
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 2,45

y el oidor estuvieron de pie. El inca entregó al jurista dos


memoriales firmados con su nombre. Uno de ellos reco-
piló los agravios inferidos por los españoles a su padre;
el otro puntualizó las mercedes que pedía para su salida
de Vilcabamba y concertar un acuerdo pacífico. Matienzo
sintetizó el preámbulo al encuentro con estas expresiones
en las que se refiere a él mismo en tercera persona; " El
licenciado maüenco, avyendo ydo al cuzco a tomar rresidencia
al doctor quema, supo que el Inga avía tractado con algunos ca-
ciques Indios que se alcassen —sobre lo qual el licenciado castro
andaba haziendo pesquisa— el quai, a Instancia del matinco,
envio sus casas offresciendole muchas cosas porque se saliessen
con los que tenía consigo y se viniesen al cuzco, y El maüenco
le escribió sobre ello y no huvo quien las quisiese llevar sino
fue un Diego Rodríguez y llevo ciertos presentes y passà con
gran peligro. El Inga recibió alegremente El mesaje y embajada
y quedando El diego Rodríguez embyo seys capitanes y ciertos
yndios y escrivió al maüenco que el era Christiano y deseava el
evangelio y que su gente recibiesse El bapíismo", Gobierno del
Perú. 194.
Líneas adelante, el licenciado Matienzo transcribe las
peticiones de Titu Cusi Yupangui, dejando el único retrato
del inca que él escribió, después de su encuentro:
"El licenciado maüenco los recibió bien y consultó la em-
bajador y acordado con la justicia y rregimiento se fue a ver con
el Inca, llevando consigo gente de guarda e indios, y tres leguas
antes qyue llegase donde estaba El Inga aguardándole, enbió
ciertas personas con las cartas del gobernador, El quai se vino
a ver con El, Y llegando con gran humilldad no se queriendo
sentar aunque el licenciado se lo rroguo, diziendo que venia a
dar la obediencia a sumajestad y a El en su nombre como su juez
y ministro y ambos estuvieron de pie todo el tiempo y hablaron
y tractaron sobre su salida, que fueron mas de tres oras —y lo
primero que hizo fue dar quenta de su destierro y con lagrimas
que movían a compasión escusandose de los saltos que avia he-
cho porque avian sido por los malos tractamientos que a el y su
246 — M A R I O CASTRO ARENAS

padre avian hecho los españoles, persiguiéndolos y no dexando-


los en aquella pobre tierra a do desheredados de todo el perú se
avian acogido" ob. cit. 194.
En el memorial de agravios presentado por Titu Cusi
a Matienzo/ el Inca reiteró las exigencias formuladas en
la carta al gobernador García de Castro, recalcando "que
no pedía mucho pues hera suyo y lo poseya todo cuanto pedía".
Demandó, por añadidura, que las provisiones españolas
se formalizaran con el sello real. Una de las condiciones
de Titu Cusi era mantener a los indígenas que había reclu-
tado manu militan para llevarlos a Vilcabamba.
Matienzo expresa que "le offrescio y concedió en nombre
de su magestad todo lo que pedía ...excepto en lo de los Indios
que el en su tiempo avia tomado, que estos habían de volver a
sus repartimientos si ellos quisiesen, porque su magestad quiere
que los indios sean libres y nadie les haga fuerza; esto sintie-
ron mal los capitanes oporque los'tenía repartidos ya entre si,
diziendo que los tenía ganados en buena guerra", ob. cit. 195..
Se advierte que detrás del jurista está el rechazo de Toledo: "El
inconveniente de hazerse junta de gente de aquella tierra, y el
daño que podría venir de aver de yr a la guerra Indios amigos
casi dos mili —y que van a tierra caliente de diverso temple— y
la gente que de los unos y los otros morirá, y si los españoles
fuessen vencidos se alearía el Reyno y acudirán todos los indios
al Inga, porque afin le vinieren bien y si no aguardassen harian
gran daño en los passos donde peligraran muchos españoles e
Indios y avria otros inconvenientes y ansy la guerra es mala y
peligrosa", oh. cit. 198.
Considerando la renuencia de Titu Cusi a deshacerse
de sus huestes, Toledo ordenó preparativos militares para
entrar a Vilcabamba, pero congeló la decisión cuando se
conoció la muerte repentina del inca. No sólo todas las
negociaciones de Matienzo volvieron al punto de partida,
sino que la hostilidad se reinsertó en Vilcabamba por las
sospechas indígenas que el inca había sido envenenado
por un clérigo que se había ganado su confianza, el au-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 247

gustino Diego Ortiz, cumpliendo instrucciones virreina-


les. El Padre Calancha recogió la versión de la muerte de
Titu Cusi por causas naturales: el inca habría sufrido una
bronconeumonía como resultado de la intensa sudora-
ción adquirida por haber estado jugando a las armas con
el mestizo Martín de Pando, que fungía como secretario,
a lo que se agregó una abundante libación nocturna. Al
día siguiente, el inca amaneció congestionado, por lo que
Pando y don Gaspar de Sulcayana le hicieron beber una
mezcla de clara de huevo con azufre que complicó la afec-
ción, muriendo entre convulsiones violentas.
La versión indígena de la muerte recopila testimo-
nios de varias mujeres, entre éstas doña Angelina Llacsa
Chuqui, concubina del inca: "Y estando el dicho Inga en el
pueblo de Puqiura, indispuesto, acertó a morir casi derretente,
hinchándosele la lengua y la boca y echando sangre cuajada por
ella; y se tuvo entendido entre los dichos indios por sospecha que
la hauían dado solimán; y luego como espiró dio voces una de
sus mujeres del dicho Inga llamada Angelina Quilaco, diciendo
que prendiesen al dicho padre don Diego y aun fulano Pando,
mestizo que a la sazón era secretario del dicho Inga, porque ellos
habían muerto al Inga", ob,cit. 134,
Angelina transmite la versión de los indígenas que
formaban la garde de corps de Titu Cusi, algunos de ellos
originarios de etnias selvícolas vecinas de Vilcabamba, Fray
Diego Ortiz y el mestizo Pando fueron acusados de haber
envenenado al inca y fueron asesinados, después de crue-
les tormentos. Curiosamente, antes de asesinar a fray Die-
go los indígenas le tomaron cuenta de sus prédicas evangé-
licas, exigiéndole, entre otras absurdidades, que resucitara
a Titu Cusi y que llevara a la realidad, delante de ellos, los
minuciosos pasajes sagrados de la misa. A su silvestre ma-
nera, los custodios del inca manifestaron su escepticismo
feroz por los principios cristianos que, al parecer, Titu Cusi
llegó a adoptar, merced a la persuasión de quien fue su ase-
sor religioso y concluyó sus días como mártir o verdugo.
248 — MARIO CASTRO ARENAS

En resumen, se repitió el esquema del epílogo de


Manco Inca en su hijo Titu Cusi. Ambos, de acuerdo a la
versión indígena, fueron engañados y liquidados por es-
pañoles desleales que él recibió amistosamente en Vilca-
bamba, donde estaban residiendo.
"Hubiese sido Pando o el agustino Ortiz quien propinó el
menjurge al Inca, y el huevo hubiese sido mezclado con azufre
o con pimienta —acota Carlos Romero—, él hecho es que Titu
reventó con semejante brebaje, dado la enfermedad mortal que
le aquejaba, y que el furor dellos indios tanto tiempo contenido,
se desbordó sin límites, cebándose en la persona del infortunado
fraile, con saña verdaderamente salvaje", ob. cit. XXVI.
A partir de la muerte, provocada o natural, de Titu
Cusi, se rompió el contacto con Vilcabamba. Una hostil
desconfianza anuló los intentos de negociación para redu-
cir Vilcabamba pacíficamente. Se revivieron los preparati-
vos de guerra iniciados por el Virrey Toledo para reducir
Vilcabamba por las armas, pero contenidos por la dispo-
nibilidad de Titu Cusi a la concertación de un acuerdo que
asegurara prebendas y reconocimientos a su hijo Felipe
Quispe Tito. La muerte violenta del padre Ortiz exacerbó
el uso de las armas. Algunas fuentes aseveran que Toledo
no estaba al tanto del deceso de Titu Cusi y que ordenó
la movilización, creyendo que estaba vivo, ignorando la
existencia del príncipe Tupac Amaru en la línea de suce-
sión incaica.

TÚPAC AMARU I

Tupac Amaru, hermano menor de Titu Cusi, ciñó la


mascaipacha en Vilcabamba, siguiendo la línea de suce-
sión de los hijos de Manco Inca. Garcilaso introduce cierta
confusión en esta etapa de los incas de Vilcabamba, pri-
mero porque ignora a Titu Cusi Yupangui, supuestamen-
te por ser descendiente de una rama bastarda de Manco
Inca; segundo porque le atribuye a Túpac Amaru episo-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 249

dios que corresponde a los hechos de Titu. Es extraño el


posible sectarismo aristocratizante de Garcilaso puesto
que no pasa por alto los hechos del inca bastardo usurpa-
dor Atahuallpa, enemigo implacable de las panacas cus-
queñas y de su familia.
Sin embargo, en compensación a su prescindencia de
acontecimientos enaltecedores en la historia de la resis-
tencia indígena, resaltaremos que Garcilaso presenció la
ejecución de Túpac Amaru en el Cuzco y el destierro de
los descendientes de las familias reales, lo cual confiere
cualidad inapreciable a su testimonio personal sobre el úl-
timo de los incas de Vilcabamba. Acredita Garcilaso que
Toledo recluto uno de los más nutridos contingentes mili-
tares, cuyo capitán Martín García Loyola había combatido
en ardorosas jornadas. Como maese de campo estaba Juan
Alvarez Maldonado, explorador de la zona selvática. Y en
calidad de Alférez Real y Secretario figuró el cronista Pe-
dro Sarmiento de Gamboa, cuya obra sobre los incas, des-
de sus orígenes hasta su epílogo, había estructurado reco-
giendo versiones notarializadas de antiguos miembros de
los ayllus cusqueños. Toledo estaba decidido a sofocar por
la fuerza militar el reducto de Vilcabamba y prescindió de
maniobras de negociación diplomática, tras el fracaso de
las tentativas con Titu Cusi Yupangui.
Los españoles estaban al tanto de los peligros que
asediaba a la empresa de conquistar montañas cortadas a
pico, protegidas por una selva enmarañada de tempera-
tura sofocante, poblada de reptiles gigantescos y ponzo-
ñoso, como la mortal víbora shushupe. Toledo ocultó que
la recluta era para la toma de Vilcabamba y echó a correr
la especie que el llamado a filas era para ir a socorrer a
los soldados apretados en la conquista del Arauco. Según
Garcilaso, se juntaron 250 soldados veteranos a los que, al
conocerse que la salida era para Vilcabamba, ilusionaron
con el hallazgo de fabulosos tesoros como la estatua de
oro macizo del dios Punchao, del tamaño de un hombre
2^0 — MARIO CASTRO ARENAS

de mediana estatura. Conociéndose las dificultades del


terreno de operaciones militares y la posibilidad que el
inca tratara de huir a los fondos de la selva, los estrategas
discutieron, con asesoramiento de baqueanos, las posibles
rutas de entrada así como las de salida. Los baqueanos
informaron cómo Manco Inca había aprovechado su co-
nocimiento de la tierra para batirlos, por ejemplo, desde
parapetos de altura; en otras ocasiones había simulado
encontrarse en lugares donde el acceso obligaba al uso de
puentes colgantes sobre ríos y aprovechaba el ardid para
contenerlos con puñados de guerreros; o les tendía pis-
tas falsas sobre su paradero para que ingresaran a la selva
cruda infestada de alimañas.
Otro factor importante era impedir que los centine-
las indígenas de Vilcabamba descubrieran la tropa espa-
ñola antes de entrar a los terrenos próximos a la residencia
del inca. Al parecer las instrucciones de Toledo al estado
mayor eran capturar vivo al inca y llevarlo al Cusco, para
destruir el mito de la invencibilidad de los soberanos de
Vilcabamba, que había ganado el ánimo de la nobleza y la
gleba indígena por las perspectivas de un posible retorno
a los tiempos dorados del incanato.
Una expedición tomó el camino por Yucay hacia
Tambo y el puente de Chuquichaca y otras compañías
avanzaron a Curahuasi y Abancay para cortarle la reti-
rada al inca. Fatídicamente, corrió a favor de las huestes
toledanas el aletargamiento o indolencia en que habían
caído las fuerzas indígenas de Vilcabamba, tras la muer-
te de Titu Cusi Yupangui. El joven inca heredero Tupac
Amaru no alcanzó a colmar el vacío de la rebeldía latente
de su hermano, incansable en sus luchas y demandas, y
descuidó la vigilancia en los accesos al reducto. Otra hi-
pótesis se cimenta en la inexperiencia de Túpac Amaru
en lides guerreras por su juventud y su desconocimiento
de la mentalidad hispana por la ausencia de tratos con los
invasores. Los informes militares de la campaña indican
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 251

que los españoles construyeron nuevos puentes o recons-


truyeron puentes estratégicos como el de Chuquichaca,
donde Titu Cusi se entrevistó con Juan de Matienzo. Se
desplazaron sigilosamente en la oscuridad y capturaron
centinelas adormilados que, torturados, les informaron
del paradero del inca. Cuando reaccionaron los capitanes
de Vilcabamba, las compañías españolas ya ocupaban po-
siciones estratégicas. Y cuando se reorganizó la resistencia
en el baluarte de Huaynapucara, preparado durante diez
años por Manco Inca con un parque de piedras y peñascos
para arrojarlo desde la altura a los invasores, y blindar el
acceso a Vilcabamba, los capitanes se las arreglaron para
producir un contrataque por la espalda de los defenso-
res del fuerte indígena, con fuego de artillería que diezmó
a los piedreros y flecheros. Sorprendidos por la audacia
de los españoles para combatir en un habitat que consi-
deraron inabordable, los jefes indígenas se desbandaron.
Felipe Quispe Tito, hijo de Titu Cusi, se entregó con sus
tropas, después de bravos encuentros.
La hasta entonces inaccesible ciudad de Vilcabamba,
centro de la resistencia, quedó a merced de los españoles,
con sus palacios, adoratorios y edificaciones de la gente
del común. La tropa entró a cuchillo, con la tradicional
cuota de saqueos y violaciones. La coya Angelina, mujer
de Titu Cusi, intentó resistir, muriendo en el intento con
las aellas y los cortesanos en estampida. Vilcabamba su-
cumbió a los estragos de la soldadesca hispana desparra-
mada rapazmente en busca de trofeos por adoratorios y
casas.
Era la ciudad que por mucho tiempo habían soñado
arrasar. Era la ciudad que escapó de las manos de Hernan-
do y Gonzalo Pizarro. Era la ciudad irreal, la ciudad de
pesadilla de los virreyes, la ciudad de la utopía revivalista
del imperio. Ahora, los españoles destruían sus edificacio-
nes y quemaban los templos de madera. Las ruinas de Vil-
cabamba, todavía en el tiempo actual, son de difícil acceso
252 — M A R I O CASTRO ARENAS

por la maleza selvática y los senderos estrechos que llevan


al montañoso y aislado paraje.
Túpac Amaru, asistido por el general Hualpa Yupan-
gui, abandonó la ciudad, llevando el ídolo de oro del dios
Punchao como talismán de buena suerte.
Como los españoles le pisaban los talones y resul-
taba inevitablemente lento el viaje por la selva con sus
familiares, "se retiró más de veinte leguas por un río abajo.
Los españoles, viendo su huida, hicieron a priesa muy grandes
balsas y le siguieron. El Príncipe, considerando que no podía
defenderse porque no tenía gente, y también porque se hallaba
sin culpa, sin intención de alboroto ni otro delito que hubiese
pensado hacer, se dejó prender. Quiso más fiarse de los que iban
a prenderle que perecer huyendo por aquellas montañas y ríos
grandes que salen al río que llaman de La Plata. Entregóse al
capitán Martín García Loyola y a sus compañeros, con imagi-
nación que antes habrían lástima del, de verlo desamparado, y le
darían algo para sustentarse, como hicieron a su hermano Diego
Sayre Túpac, pero que lo querrían para matarle ni hacerle daño,
porque no había hecho delito. Y así se dio a los españoles. Los
cuales recogieron todos los indios e indias que con él estaban,
y ala infanta su mujer, y dos hijos y una hija que tenían, con
los cuales volvieron los españoles y su capitán, y entraron en el
Cozco, muy triunfantes con tales prisioneros, donde los espera-
ba el Visorrey, que, sabiendo la prisión del pobre Príncipe, se fue
a ella para recebirlos allí. " ob. cit. 844-845.
El príncipe que describe Garcilaso más se aproxima
a la imagen de ingenuidad de Diego Sayre que a la astuta
beligerancia de Titu Cusi. En el relevo de éste por aquél se
aprecia un cambio en la política inca de Vilcabamba, aun-
que no se descarta que no se tratara sino de una diferencia
de carácter, o de edad, entre uno y otro. La toma del con-
trol de Vilcabamba por Titu Cusi, aunque no pertenecía a
la línea sanguínea directa de Manco Inca, fue porque era el
más apto, el más diestro y templado para el mando, factor
que siempre pesó en la sucesión de los incas. Al parecer, Tú-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SrcLO XVI — 2 5 3

pac Amaru no tuvo las cualidades de Titu Cusi y no había


madurado del todo al tiempo de su captura. Por el influjo
de esos atributos, se ablandaron las tácticas de vigilancia y
defensa de Vilcabamba. Las montañas de Vilcabamba, ele-
gidas por eso por Manco Inca, son como miradores natura-
les que facilitaban el descubrimiento de tropas invasoras.
Sin embargo, las fuerzas de García Loyola avanzaron por
los accesos y puentes debido evidentemente al relajamien-
to de la vigilancia de los centinelas indígenas.
Garcilaso indica que los españoles pudieron entrar en
las bravas montañas porque, desde que salió Diego Sayri
Túpac, "se habían allanado y facilitado todos los caminos que en-
traban y salían de aquel puesto, sin que hubiese contradicción al-
guna", ob. cit. 844. Garcilaso omite la resistencia armada y el
diálogo tenso de Titu Cusi con Matienzo y las quejas de los
españoles por sus ataques intermitentes por caminos andi-
nos y costeños. No hay duda que Túpac Amaru no tenía la
fibra guerrera de Titu Cusi, tal como revelan la toma sor-
presiva de Vilcabamba y su intento de huida por los ríos.
Si Túpac Amaru pensó que podía negociar con los
españoles como su hermano Diego Sayri Túpac, estuvo
mortalmente equivocado. La resistencia de Titu Cusi,
fortalecida por las conspiraciones de indios y mestizos
cusqueños, había variado las condiciones de una negocia-
ción, más aún si incorporamos al razonamiento histórico
el plan maestro de Toledo de liquidar el último bastión de
la resistencia indígena.
Cuando Toledo le puso en prisión y se inició el pro-
ceso, Túpac Amaru no reaccionó con la conciencia de un
inca rebelde a la dominación española. El fiscal le acusó
que mandaba a sus vasallos a saltear y robar a las carava-
nas de mercaderes españoles y que se había conjurado con
miembros de la casa real y mestizos, hijos de conquistado-
res españoles y mujeres indígenas. Eran acusaciones por
hechos de Titu Cusi. Sin embargo, Túpac Amaru, fuere
porque no conoció bien el tenor de las acusaciones, fuese
254 — M A R I O CASTRO ARENAS

por su desconocimiento de la lengua castellana, no asumió


su defensa con argumentos solventes, o no le permitieron
que lo hiciera en el proceso inequívocamente amañado
por Toledo, No hay testimonios de la sustentación de su
defensa, salvo la defensa que expuso camino al patíbulo.
La circunstancia de que recién escuchara el tenor de la sen-
tencia de boca del pregonero camino al patíbulo muestra
las irregularidades de un juicio que antes de iniciarse tenía
sentencia condenatoria por claras motivaciones políticas.
Dice Garcilaso "al pobre Príncipe sacaron en una mula, con
una soga al cuello y las manos atadas y un pregonero delante,
que iba pregonando su muerte y la causa delta, que era tirano,
traidor contra la corona de la Majestad Católica. El Príncipe,
oyendo el pregón, no entendiendo el lenguaje español, preguntó
a los religiosos que con él iban qué era lo que aquel hombre iba
diciendo. Declaráronle que le mataban porque era auca contra
el Key, su señor. Entonces mandó que llamasen aquel hombre, y
cuando le tuvo cerca le dijo: "No digas eso que vas pregonando,
pues sabes que es mentira, que yo no he hecho traición ni he
pensado hacerla, como todo el mundo lo sabe. Di que me matan
porque el Visorrey lo quiere, y no por mis delitos, que no hecho
ninguno contra él ni contra el Rey de Castilla. Yo he llamado al
Pachacamac, que sabe que es verdad lo que digo", oh. cit. 851.
Recién entonces emergió la autoridad del inca cuan-
do la masa indígena prorrumpió en gritos al ver los pre-
parativos de la decapitación. Un trágico coro de voces de
protesta y llanto se diseminó por la plaza del Cusco. No
habían presenciado la tragicomedia de la muerte de Ata-
huallpa en Cajamarca. Pero ahora veían al príncipe adoles-
cente, el último heredero directo de Manco Inca, epílogo de
la casta que encumbró el Tahuantisuyu, pronto a fenecer.
Con Túpac Amaru moría la última oportunidad del
imperio, morían ellos mismos como pueblo conquistador
y civilizador de la mitad del continente: " Los indios, viendo
su Inca tan cercano a la muerte, de lástima y dolor que sintieron
levantaron otro mormollo, vocería, gritos y alaridos, de manera
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 255

que no -podían oir. Los sacerdotes que hablaban con el Príncipe le


pidieron que mandase callar aquellos indios. El Inca alzó el brazo
derecho con la mano abierta, y la puso en derecho al oído, y de allí
la bajó poco a poco, hasta ponerla sobre el muslo derecho. Con lo
cual, sintiendo los indios que les mandaba callar, cesaron por su
grita y vocería, y quedaron con tanto silencio que parecía no ha-
ber ánima nacida en toda aquella ciudad, de lo cual se admiraron
mucho los españoles, y el Visorrey entre ellos, el cual estaba a la
ventana, mirando la ejecución de su sentencia. Notaron con es-
panto la obediencia que los indios tenían a sus Príncipes, que aun
en aquel paso la mostrasen, como todos la vieron", ob. cit. 852.

La generación de incas mestizos


Sin saciarse con la ejecución del último inca Túpac
Amaru, que presenció desde una ventana, el virrey Tole-
do emprendió la segunda fase de su aciaga estrategia para
exterminar a los supérstites del poder incaico. Si no per-
turbó el duro corazón del virrey la decapitación del joven
monarca, menor aflicción le suscitó ordenar la detención
de los parientes cusqueños de sangre real y de los mesti-
zos hijos de conquistadores españoles y mujeres compro-
metidos en la conspiración, real o inventada, para expul-
sar a los españoles y restaurar el imperio incaico. ¿Existió
una conspiración de vastos alcances tramada por el inca
de Vilcabamba con el apoyo político de sus parientes indí-
genas y mestizos del Cusco? ¿Fue una patraña urdida por
Toledo y sus asesores para extraer del escenario peruano a
los potenciales herederos del trono de los incas?
Al parecer se interceptó correspondencia a través de
la cual vecinos cusqueños aconsejaron al inca Titu Cusi no
abandonar Vilcabamba y no atender los cantos de sirena
de los españoles, manteniendo el bastión de resistencia.
De acuerdo a Roberto Levillier, "el intento no era, en verdad,
provocar una sublevación organizada, sino, por el contrario, in-
citar al Inca a que se estuviera quedo en su fortaleza. Saliendo,
256 — MARIO CASTRO AKENAS

como Sayre Túpac para vivir con los españoles, perdían los In-
cas la esperanza de recobrar algún día el predominio de la dinas-
tía vencida. Vilcabamba tenía fama de inaccesible, y mientras
allí lograra mantenerse el Inca, serviría de baluarte y de centro
de reconcentración a cualquier movimiento contra los blancos.
Conservarla en su integridad indígena y que no se hiciese ciu-
dad española, tal era el propósito. El Virrey sentía peligrosa esa
vecindad y se proponía remover a los Incas a otras regiones de
Indias donde no amenazaran el equilibrio del Estado". Don
Francisco de Toledo. Supremo Organizador del Perú. Espasa
Calpe. Buenos Aires. XXIX.
Pero esta espontánea actitud de adhesión a sus pro-
pios líderes incas no representaba una conspiración con-
tra la corona; en el proceso por completo amañado por el
virrey no se aportaron pruebas objetivas del complot. Tal
fue el criterio de los magistrados de la Audiencia de Lima,
que se opusieron a que Toledo ordenara el destierro de los
nobles cusqueños. A unos caciques, entre ellos don Carlos,
se les privó de sus bienes y se ordenó que cumplieran su
pena más allá de los linderos de Huamanga, por sentencia
del doctor Loarte, asesor de Toledo. Luego el virrey dictó
provisión para que fueran embarcados a México Don Car-
los, Felipe Sayre, Alfonso Tito Atauche, y Felipe Quispe
Tito, hijo de Titu Cusi, de dieciocho años, apresado en Vil-
cabamba. Don Cayo y Don Agustín purgarían ostracismo
en las provincias de Cajamarca y Huamachuco. Los pro-
curadores Francisco López y Miguel Ruiz interpusieron
recursos de apelación a la Audiencia de Lima, antes que
los Incas arribaran a la capital. Los oidores Alvaro Ponce
de León, Monzón y Altamirano no aceptaron teóricamente
la apelación de los abogados de los Incas, pero ordenaron,
al mismo tiempo, que dejara la causa en el estado en que
se encontraba. En otras palabras, congelaron la ejecución
del destierro, sin pronunciarse sobre la apelación, dispo-
niendo que, si los Incas habían salido del Cusco, siguie-
ran viaje a Lima para que se les proveyera justicia. Toledo
PANAMÁ v PERÚ EN EL SIGLO XVI — ^57

interpretó la maniobra procesalista de la Audiencia de


Lima, por lo que procedió a protestar por la intervención
de los oidores, insistiendo en que "no les tocaba ni podía to-
car el conocimiento de ello conforme a nuestras cédulas reales",
ob, cit. XXX. Exigió el cumplimiento de la sentencia, mas
los oidores igualmente confirmaron la pertinencia de su
intervención, y dispusieron que los Incas fueran repues-
tos en la posesión de sus bienes y se les dejara volver a
sus casas. La resistencia que había encontrado Toledo en-
tre religiosos y laicos del Cusco por la ejecución de Túpac
Amaru, se renovó y fortaleció con la actitud justiciera de
la Audiencia de Lima.
Sobre el destierro de los mestizos cusqueños hay
versiones contrapuestas,
Toledista empecinado, Levillier niega enfáticamente
el destierro, descargando mandobles contra la versión tes-
timonial de Garcilaso.
El cronista acredita que los treinta y seis varones de
sangre real llegaron a Lima, junto a los tres hijos de Tupac
Amaru. Uno de ellos era una niña que el Arzobispo de
Lima Jerónimo de Loaisa llevó a su casa para criarla, apia-
dado de su condición de desamparo, muriendo los niños
varones poco tiempo después. Sólo uno de los incas des-
terrados en Lima quedó con vida. Los demás murieron de
pena y por no habituarse al clima de los llanos. Respecto
de la suerte final de los mestizos, mientras Levillier se li-
mita a negar el destierro con señalamientos destemplados
a Garcilaso, el cronista cusqueño cita nombres y lugares,
verbigratia, un hijo de Pedro del Barco al que conoció en
el colegio y enviaron a Chile, y a Juan Arias Maldonado
que estuvo desterrado en España más de diez años y al
que Garcilaso hospedó en su casa en Córdoba. A otros en-
viaron al nuevo reino de Granada, a Panamá, Nicaragua e
islas de Barlovento. "Todos los que fueron así desterrados
—dice Garcilaso— perecieron en el destierro, que ningu-
no dellos volvió a su tierra", ob. cit. 847.
EL RENACIMIENTO ESPAÑOL
El abordaje de los aspectos políticos del Renacimiento
español no tiene la intensidad y dedicación de los estudios
estéticos. El Renacimiento italiano casi ha monopolizado
el análisis de los especialistas, desde Jacobo Burckhardt
hasta Johan Huizinga, relegando el aporte político espa-
ñol. En sentido contrario a la morosidad de los estudios
más célebres sobre el Renacimiento, pienso que España
tuvo una presencia decisiva en lo político y una influencia
determinante sobre las ciudades-estados italianos,
Carlos V marchó a la cabeza de esa presencia y esa
influencia en el proceso renacentista del siglo XVI iniciado
por sus abuelos Isabel de Castilla y Fernando de Aragón.
Carlos de Gante fue el monarca renacentista por excelen-
cia, en la medida que recibió un legado dinástico extraor-
dinario que aglutinó por herencia paterna la Borgoña, los
Países Bajos y Alemania; y por herencia materna, Espa-
ña, Ñapóles, Sicilia, Milán. Luego añadiría los territorios
americanos conquistados. Si se hubiera casado con la in-
fanta Isabel, Carlos V habría anexado Portugal, abarcando
en su reino toda la península ibérica. Si hubiera desposado
a la princesa María, hija de Enrique VIII, según acuerdo
incumplido por ambos monarcas, pudo agregar Inglate-
rra a sus dominios. Las herencias dinásticas constituye-
ron, con la inclusión del nepotismo religioso en la elección
de pontífices y cardenales, uno de los rasgos centrales del
Renacimiento de España e Italia.
La dimensión multiterritorial de la Casa de Austria
llevó a España a los consejeros borgoñones, sobre todo al
Canciller Mercurino Arborio di Gattinara, que propuso al
entonces joven monarca la restauración del Sacro Imperio
Románico de Carlomagno, soñada por su abuelo Maximi-
liano, Debido a razones contradictorias, Carlos de Gante
26o — M A R I O CASTRO ARENAS

no pudo cumplir la plasmación del proyecto revivalista.


En el fondo, como enjuició Federico Chabod al proyecto
revivalista, el imperio era "un anacronismo, (es)un cuerpo
de miembros deformados, sin unidad, sin nexo interior alguno",
"Carlos Vy su imperio, FCE. pg.44.
En rigor, hubo pocas empresas imperiales tan ambi-
ciosas y tan complicadas, como el imperio de Carlos de
Gante, cuya fachada, aparentemente espléndida, estaba
horadada como un queso Gruyere. Fernando el Católico
lo nombró en su testamento sólo gobernador de Castilla y
no rey de España; primero, porque la regencia correspon-
dió a su madre Juana la Loca; segundo, porque prefirió
ver en el trono a su nieto Fernando y, last but not least,
no le agradaba un monarca que no hablaba castellano.
Hubo cortesanos españoles renuentes a aceptarlo como
rey mientras estuviera viva Juana la Loca; también, por-
que aceptaban a regañadientes a un monarca nacido fue-
ra de España y mucho menos a sus cancilleres y asesores
borgoñones y flamencos.
La conciencia de nacionalidad insurgió beligerante
de mano con la exigencia de seguir las reglas de sucesión
y del imperativo que el rey nombrara gobernantes espa-
ñoles. Para abortar el movimiento nacionalista, que de-
mandó la vigencia política de la regencia de la madre del
emperador, se adelantó la coronación de Carlos como rey
de España, pero en Flandes.
Tampoco aceptaban a Carlos como emperador las
Provincias Unidas, más afectas a la vinculación con los
franceses. La Rebelión de las Comunidades de España tra-
suntó el descontento de un pueblo que, superficialmente,
parecía tener unidad interna, reclamaba fueros regionales;
más aún, antes de alcanzar la cohesión como estado, se
sentía herido y postergado, máxime si el gobierno estaba
en manos de flamencos y borgoñones. Como señala J.M.
Ots Capdequi, " a pesar del matrimonio contraído por Isabel
de Castilla con Fernando de Aragón, seguían estos dos viejos
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 201

reinos peninsulares, manteniendo cada uno de ellos su propia


personalidad política y administrativa. En tierras de Castilla
continuaban rigiéndose según las normas peculiares del derecho
castellano. En los viejos estados que integraban la Corona de
Aragón, se mantenía igualmente la vigencia de sus derechos par-
ticulares: aragonés, catalán, valenciano y mallorquín.. Navarra
incorporada pronto al reino aragonés, conservaba en aquellos
años, dentro de la península, su condición de Estado soberano e
independiente." El Estado español en las Indias. FCE. 9.
Rechazado por los españoles, repudiado por los fla-
mencos, negado por los alemanes, Carlos V se dio maña
para forjar, a pesar de las resistencias internas y externas,
un gran núcleo de poder sin precedentes en la Europa
del siglo XVI. Tropezó, inclusive, con el estado pontificio.
Consideró una inaudita traición que el Papa Clemente VII
firmara un tratado secreto con Francia, enemigo pertinaz
de España. El papa despreciaba a los españoles en conver-
saciones y epístolas privadas, negándose a la convocato-
ria de un concilio solicitado insistentemente por Carlos V,
y se entendía a las maravillas con los franceses. Enfureci-
do por la sinuosa conducta papal, el emperador lanzó a
las tropas del Condestable Borbón al saqueo de la Roma
corrupta descrita,como si fuera un gigantesco lupanar por
Francisco Delicado en "La Lozana Andaluza". Clemente
VII emprendió la fuga cuando divisó a las tropas españo-
las que se acercaban a Roma para poner su vida a salvo.
Hubo europeos que justificaron el saqueo de Roma, como
un acto necesario de exorcismo. Pero ante el escándalo de
las cancillerías por las atrocidades de la soldadesca del
Condestable Borbón, Alonso de Valdes redactó una me-
morable nota diplomática excusando los excesos reproba-
dos por el emperador.
Estas adversidades enfatizan los rasgos renacentis-
tas del imperio de Carlos V. Las pasiones desatadas por
las sucesiones dinásticas, las incesantes luchas por el po-
der, la inmersión del estado pontificio en los problemas
2Ó2 — MARIO CASTRO ARENAS

políticos, sus alianzas cambiantes y pactos secretos, los ce-


náculos de pintores, poetas y astrólogos, formaron parte
de la trama del clima de intrigas típicamente renacentistas
de Florencia, Milán, Ñapóles, Sicilia.
Los Médicis, Sforza, Aragoneses, Colonnas, della Ro-
yeres, lucharon constante, sañudamente, entre las ramas
de las mismas familias y rivalizaron las ciudades-estados
por las variadas instancias del poder. Carlos V, a menudo,
se abrió paso entre las luchas intestinas de las ciudades
italianas, ya defendiendo la posesión de Milán, ya parape-
tándose en los virreyes españoles de Ñapóles y Sicilia, ya
buscando equilibrio de poderes horizontales y verticales
en Europa, ya bloqueando el expansionismo francés por
Italia. Maquiavelo, corroborando la filiación renacentista
de la política española, presentó en "El Príncipe" al mo-
narca Fernando de Aragón como paradigma de gober-
nante astuto y prudente que, sin alharacas ni altanerías,
suscribió y rompió pactos según su conveniencia, contro-
ló parcelas de poderes internos y externos, ascendiendo
desde el pequeño reino de Aragón recostado a la sombra
de la hegemonía de Castilla.
Jacobo Burckhardt nos sume en la perplejidad en el
capítulo "El Estado como obra de arte" en "La Cultura del
Renacimiento de Italia" cuando describió la variedad de
regímenes que coexistieron en las ciudades-estado, esto es
tiranías, pequeñas tiranías, grandes dinastías, repúblicas.
¿Cuáles son los patrones políticos o estéticos en los que se
basó Burckhardt para definir como obras de arte a los con-
vulsionados estados italianos? Los ideales estéticos del cla-
sicismo del siglo XVI no se ajustan a los modelos heterogé-
neos de tiranías, pequeñas tiranías, repúblicas de los esta-
dos italianos. Talvez se les podría equiparar a los patrones
estéticos del Barroquismo en tanto en cuanto poseen ingre-
dientes de un desenfreno dionisíaco en el ejercicio tiránico
del poder o los excesos dinásticos y nepóticos de las gran-
des familias en tiranías, repúblicas y el papado. Onufrio
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 263

Panvinio zahiere en "Epítome Pontifkum" al Papa Alejan-


dro VI, escribiendo que por los envenenamientos que se le
atribuyen "hubiera mandado al otro mundo a los cardenales y
prelados ricos que aún quedaban con vida para heredarlos, si él
mismo no hubiera muerto en el momento en que ante su hijo se
abrían las más vastas perspectivas.. .¡Y qué conclave habría sido
él suyo si, aprovechándose momentáneamente de los medios que
disponía y sin ningún ejército francés en las proximidades, se
hubiera hecho elegir papa por un colegio cardenalicio convenien-
temente reducido por el venenoj " Burckhardt, pg. 95.
Como emperador, Carlos V agrupó los atributos con
los que Buckhardt identifica a los gobernantes de los es-
tados italianos. Encarnó al príncipe renacentista dotado
como individuo espiritual, con sus contradicciones y vir-
tudes. Antes de llegar a la mayoría de edad —quince años
fue el requisito español— Carlos heredó una carga de res-
ponsabilidades políticas complejas y abrumadoras. El de-
safío fundamental fue construir un espacio de poder que
conjugara la herencia dinástica múltiple y desigual. Pudo
establecerse, como algo natural, en la Borgoña donde ha-
bía nacido y residido hasta la adolescencia. Pudo ubicarse
en las Provincias Unidas por su desarrollo comercial y su
abolengo artístico. Pudo centrarse entre los príncipes ale-
manes por el peso específico de una región que marchaba
hacia su identidad nacional. Pudo situarse en las ciudades
italianas de raigambre hispánica porque allá existían enla-
ces lingüísticos, políticos, militares.
Sin embargo, eligió España, la tierra de sus abuelos
maternos, aún cuando no acababa de madurar el proceso
germinal de la unidad de los reinos y Castilla se erigía
como primus inter pares entre reinos de distintas lenguas y
en curso de colisión por rivalidades de poder.
El descubrimiento de América influyó decisivamen-
te en el ánimo de Carlos V para optar por España, como
centro de un poder que, por la adhesión modélica al Sacro
Imperio Románico, requería una constelación de colabo-
2Ò4 — MARIO CASTRO ARENAS

radores de todos los países y reinos heredados. Fue uno


de sus primeros desafíos: seleccionar gobernantes y aseso-
res dentro de la variedad étnica y lingüística del imperio;
puesto en esta disyuntiva/ Carlos eligió a las personalida-
des más afines a su origen y más confiables a su persona.
Pero los españoles le exigieron prioridad como si
tratara solamente de España como nación y no de un im-
perio. Se vio envuelto en una suerte de guerra civil con la
Revolución de las Comunidades que amenazó desgarrar
la base del centro del poder europeo y lo forzó a elegir a
España, al costo del resentimiento de flamencos, borgoño-
nes, alemanes. Las presiones españolas obligaron a tomar
decisiones tajantes a un hombre de ánimo vacilante, a re-
sidir en forma ambulatoria en ciudades españolas a quien
había nacido en Gante, a entablar y deshacer acuerdos
matrimoniales y alianzas militares a quien era una perso-
na insegura y de talante pacifista. Estas y otras presiones
nos llevan a valorizar los titánicos esfuerzos de Carlos V
como ser humano, como gobernante típicamente renacen-
tista, como gobernante que sacrificó muchas cosas por el
sentido moderno de la gloria que resaltó Buckhardt.
Hegel cuestionó desfavorablemente su reconstruc-
ción de una monarquía universal con base en España, que
significó un regreso a las fuentes de Carlomagno, un pro-
yecto de linaje renacentista concebido por Gattinara como
una restauración del imperio carolingio, en circunstancias
que Alemania e Italia pugnaban por abrirse paso en un sis-
tema de estados nacionales modernos. El filósofo alemán,
como acendrado reformista luterano, atacó la monarquía
universal española por sus posibilidades imprácticas en
Europa, porque según dice Hegel/' ni siquiera pudo algo
contra los príncipes alemanes, siendo obligados por Mauricio
âe Sajonia a pedir la paz. Dedicó su vida entera a apaciguar los
desórdenes surgidos por todas partes en su imperio y a guerrear
con el exterior". Filosofía de la Historia. Ediciones Zeus. Barce-
lona, pg. 452.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 2,05

Por otro lado, los tratadistas europeos cortcuerdan


en que el Renacimiento se identificó culturalmente por
el rescate de los valores del humanismo antiguo, lo que
Burckhardt llamó la resurrección del mundo antiguo. Hay
que tomar este concepto con pinzas delicadas. En el Rena-
cimiento español e italiano se fusionaron el mundo anti-
guo como paradigma humanístico estético, y también el
mundo moderno, en tanto apertura y ensanchamiento de
nuevos horizontes, como, asimismo, resultó un tanteo de
formas inéditas de gobiernos republicanos, tal el caso de
Florencia.
Se simplifica algo la historia del Renacimiento al de-
cir que el exilio de los eruditos bizantinos a Rávena, Bolo-
nia y sobre todo a Florencia, determinó el resurgimiento
del mundo antiguo. Después de varias fases de evolución
a partir de su desprendimiento del imperio romano de
Occidente, el imperio romano oriental cristalizó una he-
rencia milenaria en la que se fundieron Oriente y Occi-
dente, es decir Siria, Egipto, Persia y Turquía con Grecia,
para engendrar la cultura bizantina. El encuentro entre
Bizancio e Italia partió de la recuperación del sur de Italia
que antes había poseído Bizancio. Alfred Weber, quizás el
historiador alemán que más consistentemente ha estudia-
do el fenómeno cultural de Bizancio, señala que "Bizancio,
poseído de una nueva lozanía, al impulso de su helenización,
llevó también a cabo una especie de renacimiento en literatura,
ciencia y arte profano, siguiendo además el desenvolvimiento
magnífico de su gran arte eclesiástico, Y de este renacimiento
puede decirse que fue el primero que tuvo un alcance y reper-
cusión universales.. .por la línea de Râvena a Bolonia penetra y
discurre de nuevo la corriente de la sabiduría jurídica romana
del Corpus Juris en el mundo occidental, en el cual se desenvuel-
ven sobre esta base las primeras escuelas de Derecho". Historia
de la Cultura. FCE. Pg.159.
Bizancio llevó su Renacimiento propio al Renaci-
miento italiano. Por su apego al catolicismo romano, Es-
266 — MARIO CASTRO ARENAS

paña no tuvo una influencia bizantina directa para revivir


la cultura del mundo antiguo. La influencia de los moldes
culturales occidentales y orientales le llegó por otra vía
más directa, la vía de los filósofos cordobeses romaniza-
dos: Séneca, Juvenal; de los filósofos mozárabes y hebreos
Averroes, Avicena, Maimónides; del norafricano San
Agustín; de los sabios musulmanes y judíos de la corte de
Alfonso X el Sabio, en fin, del sedimento cultural deposi-
tado en ochocientos años de dominio islámico.
Si los bizantinos fugitivos de la toma de Constantino-
pla estimularon la resurrección del pensamiento de Platón
y Aristóteles en las academias patrocinadas por la Casa
Médicis, los intelectuales españoles del siglo XVI bebie-
ron, también, en las fuentes italianas del neoplatonismo y
el neoaristotelismo. Juan de Valdés emigró a Italia perse-
guido por la Inquisición y sembró en medios aristocráti-
cos un cristianismo intimista despojado de ritos pompo-
sos, un cristianismo ascético de los primeros tiempos. Su
hermano Alfonso de Valdés, humanista de cepa erasmista,
asesor del emperador y alentador de una reforma católica
a la española, reasumió los moldes de la novela dialogada
renacentista al estilo de Luciano y escribió el " Diálogo de
las cosas ocurridas en Roma" y el "Diálogo de Mercurio y
Carón", defendiendo la reforma del papado bajo la égida
de Carlos V Luis Vives, filósofo, lingüista, teólogo a sus
horas, incitó al emperador al liderazgo universal de un
humanitarismo pacifista. Otro redactor de discursos de
Carlos V, el obispo Antonio de Guevara, en "Reloj de Prín-
cipes" y en "El villano del Danubio" deslizó sutilmente
los lineamientos de una ética política que no destruyera
reinos ajenos sino más bien auspiciara la tolerancia ideo-
lógica, aludiendo implícitamente los excesos cometidos
en la conquista de América. Aconsejó al emperador que
se ciñera el modelo clásico del príncipe cristiano: "A este
sabiofilósofoy noble emperador tome Vuestra Majestad por ayo
en su mocedad, por padre en su gobernación, por adalid en sus
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 267

guerras, por guión en sus jornadas, por amigo en sus trabajos,


por ejemplo en sus virtudes, por maestro en sus ciencias, por
blanco en sus deseos y por competidor en sus hazañas"Epístolas
Familiares.
Francisco Suárez, el Doctor Eximius, desafió los lími-
tes de la monarquía y propugnó, con Santo Tomás bajo el
brazo, la rebelión contra los tiranos genocidas sostenien-
do que "rebelarse es simplemente ejercitar el derecho de defen-
sa propia", Francisco de Vitoria, Domingo Soto y Melchor
Cano renovaron el pensamiento escolástico, rebatiendo
los poderes temporales del Papa para otorgar reinos de
infieles a los príncipes cristianos. Ginés de Sepúlveda con-
currió al círculo del neoplatónico italiano Pedro Pompona-
zzi, reflexionando en la línea de la aberración aristotélica
que convalidó la esclavitud de seres humanos, abarcando
en la iniquidad temeraria a los indios americanos.
Frederick Copleston reparó que el culto a la literatura
clásica en el Renacimiento italiano sustituyó la tiranía es-
colástica de Aristóteles por la tiranía retórica del ciceronis-
mo. Así, pues, el Renacimiento italiano engendró persona-
lidades humanísticas de. primer orden, bajo la influencia
de emigrados griegos como Jorge Gemistos Plethon, Juan
Argyroupolos, Juan Bessarion y Jorge de Trebisonda.
Pero, para honor de España, por un Marcillo Ficino
hubo un Francisco Suárez. Por un Juan Picco della Mirán-
dola un Luis Vives. Por un Lorenzo Valla un Juan de Val-
dés. Por un Pietro Bembo un Antonio de Nebrija.
En la misma línea de pompa y mecenazgo de los
Médici, Alfonso V el Magnánimo de Aragón auspició
en Ñapóles una corte literaria a través de la cual ayudó
económicamente a renacentistas italianos del prestigio de
Eneas Silvio, Lorenzo Valla y el bizantino Jorge de Tre-
bisonda. El rey aragonés había puesto un largo y severo
cerco a Ñapóles. Cuando capituló la ciudad, para ganar
la admiración de los napolitanos, desplegó una entrada
espectacular con una escenografía de arcos y murallas,
268 — M A R I O CASTRO ARENAS

bajo la cual galopaban caballos con gualdrapas de oro, ca-


rrozas con figuras alegóricas. Un tono de majestuosidad
renacentista digno de rivalizar con los carnavales de Flo-
rencia. En la academia napolitana pululaban poetas, filó-
sofos, teólogos, gramáticos que hablaban y escribían en
latín, catalán, castellano, toscano.
Quienes niegan o regatean la trascendencia del Re-
nacimiento español esgrimen la Contrarreforma aprobada
por el Concilio de Trento como el triunfo de la intoleran-
cia sobre la libertad religiosa, algo así como el muro que
impidió el acceso del imperio de Carlos V al liberalismo
humanista. La historia oficial española interpretó el aisla-
cionismo tibetano de la Contrarreforma bajo estos drásti-
cos patrones religiosos. Pero si no se examina el proceso
evolutivo del pensamiento de Carlos V, desde su arribo a
España hasta poco antes de su abdicación y muerte, no se
comprende las razones de naturaleza política de la Con-
trarreforma, que es lo que nos interesa deslindar. El líder
de los Augsburgos hispanizados procedió de una matriz
monárquica a la que no desvelaron los dogmas ni los cis-
mas religiosos, por lo menos en la dimensión que alboro-
taban a los Reyes Católicos. Johan Huizinga, El otoño de la
Edad Media. El concepto de la historia y otros ensayos.
Los duques de Borgoña rigieron en regiones donde
históricamente no se enfrentaron antítesis tan poderosas
y hostiles como la confrontación entre cristianos viejos,
judíos y moros. Participaron los borgoñones en las Cruza-
das, como un compromiso a medias cortesano, a medias
de fe religiosa. Formado bajo una atmósfera de señorío
cortesano, al joven Carlos de Gante, al llegar a España, le
significó lo mismo qué los asuntos religiosos estuvieran
en manos del Cardenal Cisneros o de Adriano de Utrecht,
después papa. "El Estado como dinastía, la vida con sentido
caballeresco de la aventura y la gloria; pero al mismo tiempo
como sentido religioso de la labilidad terrena, así como de la
muerte y el más allá: éstas eran las cuestiones fundamentales
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI 269

que empaparían el ánimo de Carlos V en los años de su niñez


y juventud transcurridos en Viandes y Bramante, entre Gante,
Malinas y Bruselas" anota Federico Chabod. Ob.cit. pg. 26.
Al desenvolverse en España, el joven rey compren-
dió que los españoles tenían una noción trágica de la reli-
giosidad porque la encaraban como una radicalizada se-
ñal de identidad, contraria a los ocupantes musulmanes y
a la reforma protestante. Observó, también, cuan tupidos
eran los vínculos entre dignatarios eclesiásticos y políticos
seculares —al igual de lo que aconteció en las ciudades
italianas— y que, con frecuencia, el poder político esta-
ba en manos de religiosos o era controlado por ellos, con
el estilo de los califas árabes. Ese entrelazamiento de lo
político y lo religioso lo llevó al conflicto con varios pon-
tífices italianos. Ya en su madurez, el emperador ingresó
al torneo reciclado de la redefinición de poderes, un leit
motiv renacentista, y advirtió que si no asumía el control
de Roma, Roma lo controlaría a él. Exigió en esta direc-
ción la convocatoria de un concilio a Clemente VII, aliado
de Francia, con la excusa real de expulsar la corrupción
moral que carcomía el estado pontificio. El emperador,
católico de buena ley, heredero de la fe de sus anteceso-
res, no transigió con las maniobras políticas de Roma que
le resultaron desventajosas. Adhirió profundamente los
postulados de la cristiandad en la lucha con los islámicos.
Pero no efue ajeno al fermento religioso y entendió que si
no se provocaba una reforma dentro de la iglesia, la iban a
emprender elementos peligrosamente disgregadores.
Erasmo de Rotterdam, Alfonso de Valdés, Luis Vi-
ves, Juan de Valdés, los alumbrados de Alcaraz, abogaron
por una importante reforma eclesiástica interna, de pro-
fundo contenido doctrinario, porque consideraban que la
monarquía debía rechazar la comercialización del culto,
debía atajar la vida licenciosa de dignatarios y sacerdo-
tes, debía aislarse del cabildeo político, y debía acabar o
atenuar el control de las grandes familias en los nombra-
270 — M A R I O CASTRO ARENAS

mientos eclesiásticos; en resumen, debía erradicar la ve-


nalización de la iglesia.
En Italia no se presentó un movimiento reformista de
los alcances ideológicos del español; no hubo una genera-
ción de teólogos del perfil de los hermanos Valdés, que
dejaron discípulos italianos. Los alumbrados se habían or-
ganizado por todas las regiones como grupos de oración y
de diálogos doctrinarios que pudieron evitar que el clero
siguiera desviándose del camino de Cristo. Ninguno de
estos cenáculos cristianos —alumbrados, dexados— es-
condió la descuartización de la iglesia como institución
ni socavaron sus estructuras jerárquicas, trabajando en los
márgenes. Propugnaron el regreso a la fe, el reencuentro
místico, en otras palabras, el abandono radical de la secu-
larización anticristiana en que cayeron clérigos descarría-
dos en el nicolaísmo, la simonía y, en general, la comercia-
lización de indulgencias y reliquias apócrifas. Fue un re-
formismo dentro de la Iglesia, sin propósitos cismáticos.
Cuando fue inevitable el estallido del reformismo
azuzado por el agustino Martín Lutero, Carlos acudió a la
Dieta de Worms. Allí escuchó las razones del clérigo cisma
tico, dándose cuenta probablemente que existía un fondo
de veracidad en sus observaciones y cuestionamientos a
la curia de Roma y que, por tanto, no todo era falso en sus
denuncias. El emperador tenía el problema dentro de su
casa: en el año de 1518, el flamenco Guillaume de Croy,
familiar cercano del Canciller Chiévres, a los dieciesiete
años recibió él arzobispado de Toledo. Rodrigo Borgia
nombró cardenal a su hijo César. Roma marchaba a la de-
riva en asuntos de moralidad.
No fueron desconocidas las prácticas nepóticas en
España antes del siglo XVI. Fernán Pérez de Guzmán
refiere los excesos cometidos por Don Alvaro de Luna,
maestre de Santiago y condestable de Castilla: "Las dig-
nidades de la iglesia, muchas de ellasfizohaber a sus parientes,
non faciendo conciencia de la indignidad e insuficiencia dellos; e
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 2^1

en esta manera, hobo para un su hermano la iglesia de Sevilla e


después la de Toledo, e para un su sobrino mozuelo la iglesia de
Santiago: porque el papa non negaba ninguna petición suya".
"Generaciones y Semblanzas".
Sin embargo, al percatarse que Lutero, además de
sus reproches al estilo de vida de los pontífices romanos,
se encaminaba al desconocimiento de los dogmas católi-
cos, no vaciló Carlos V en definirse drásticamente contra
el cismático alemán y asumir una posición militante a fa-
vor del catolicismo romano mediante una declaración que
se leyó en la Dieta de Worms: "...estoy decidido a empeñar
mis reinos, mis posesiones, mis amigos, mi cuerpo y mi sangre,
mi vida y alma. Porque sería una vergüenza para vosotros y
para nos si en nuestro tiempo y por negligencia nuestra incluso
la sola apariencia de la herejía penetrase en el corazón de los
hombres. Hemos oído el discurso de Lutero y os digo que lamen-
to el haber tardado tanto en intervenir contra él. No lo escucharé
nunca mas...desde hoy lo tendré por hereje notorio/' Chabod,
ob.cit. pg,113.
La radicalización religiosa de Carlos V acarreó la
confusión y la persecución. Se paralizó el movimiento re-
formista español. Los reformistas españoles fueron cata-
logados y vituperados como luteranos. En manos muchas
veces de frailes ignorantes en materia doctrinaria, la Inqui-
sición hizo tabla rasa de los postulados teológicos y em-
paquetó a los reformistas bajo la clasificación genérica de
herejes para perseguirlos, procesarlos y entregarlos a las
mazmorras y al patíbulo. España perdió la oportunidad
histórica de sanear las corruptas esferas eclesiásticas y po-
nerse a la cabeza de un reformismo interno de gran enver-
gadura. Carlos V eligió el garrote y el desviacionismo fun-
damentalista propiciado por la Inquisición. Juan de Valdés
huyó a Italia. Erasmo de Rotterdam suprimió los dardos a
los clérigos venales; aterrado de que se le confundiera con
la disidencia luterana, acabó retractándose. Se dispersaron
o emigraron los alumbrados de Osuna y Alcaraz.
272 — M A R I O CASTRO ARENAS

En resumen, fracasó la estrategia diplomática del


emperador, porque en vez de procurar que los católicos
del norte de Europa cerraran filas en torno de Roma y se
fortaleciera la debilitada iglesia, lo que se oficializó fue
la fragmentación del catolicismo en Alemania, Francia y
los países nórdicos. El Concilio de Trento selló la división
del mundo cristiano, bajo el férreo control diplomático de
Carlos V. Hasta un genuino producto post-tridentino
como Ignacio de Loyola, en algún momento, fue sospe-
choso de heterodoxia teológica bajo cargos deslizados por
las órdenes religiosas establecidas anteriormente a la fun-
dación de la Compañía de Jesús.
Antes que el monarca flamenco recibiera la corona
española, el reformismo católico se estrelló ante la intole-
rancia arbitraria de algunos papas del siglo XV y el XVI.
Por interés geopolítico, los reyes católicos se entendieron
con el Papa Alejandro VI para zanjar disputas con los por-
tugueses en la repartición de nuevos dominios en Africa y
América. Y fue un pontífice de origen valenciano, Alejan-
dro VI, quien, también, perpetró la aberración teológica
de tergiversar un pasaje bíblico para interpretarlo como
una carta abierta a la corona española para arrebatar rei-
nos americanos, usurpando poderes temporales recusa-
dos firmemente por eminentes juristas como Francisco de
Vitoria y Bartolomé de Las Casas, y, antes, otros teólogos
de la Edad Media. La conquista de América fue la conse-
cuencia de una aberración teológica.
No podríamos contrastar, sin embargo, un hipotéti-
co liberalismo italiano al dogmatismo español. En el apo-
geo del renacimiento florentino, Alejandro VI quemó en
la hoguera al fraile dominico Jerónimo Savonarola que lo
acusaba de instigar la corrupción romana. Ciertamente,
Savonarola pasó de un extremo a otro, pretendiendo que
hablaba con Dios que le ordenó corregir el inmoralismo
de Roma y Florencia con una represión de tipo teológico-
policial.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 273

Los historiadores europeos septentrionales, ganados


por la reforma luterana, defienden las tesis del disidente
germánico, Ranke sostuvo que el protestantismo no pudo
se sometido por el catolicismo, sobreviviendo a las san-
grientas guerras de religión en Francia, anotando que,
después de Worms y Trento, los hechos experimentados
obligaron a los papas a moderarse en la acción pública y vivir
austeramente.
Burckhardt diseñó un cuadro demoníaco de la crisis
preluterana: "Bajo Clemente VII se ensombrece todo el hori-
zonte romano con veladuras siniestras que recuerdan el amarillo
grisáceo del siroco que infesta a veces los días postrimeros del
estío. El papa es odiado, de cerca y de lejos, y persiste el malestar
entre los hombres de espíritu; en las callejas y en las plazas de
la ciudad hacen su aparición eremitas que vaticinan la ruina
de Italia y del mundo mismo y llaman al papa Clemente VII el
Anticristo", ob.cit, pg 99.
Adversario académico del catolicismo romano, He-
gel alabó la Paz de Westfalia que reconoció la existencia
de la iglesia protestante, pero, no pudo evitar la censura a
Lutero por su inmersión en intrigas políticas. Una anota-
ción importante sobre el trasfondo político que bullía en el
Papado renacentista proviene del historiador alemán Al-
fred Weber: "En Roma el humanismo se había instalado en la
curia, desde mediados del siglo XV, Pues bien, allí, desde el año
1492, brillan los grandes papas paganos: Alejandro Borgia, Ju-
lio II, 1503-1515, y León X hasta el año 1521, Alejandro Borgia
pudo aniquilar muy fácilmente la revolución ascética de Savo-
narola, la cual tenía un carácter religioso-popular, y pudo entre-
gar a su hijo natural César el Estado Pontificio, como punto de
partida para la unificación nacional de Italia. La vida de Julio II,
que fue un principe guerrero, rebasó considerablemente la órbi-
ta de sus intereses patrimoniales y estuvo animada por la idea
de la liberación italiana, concebida en grandes proporciones. E
incluso León, débil y cansado, fue impulsado hacia este mismo
camino, por virtud de la misma lógica de la situación. Así, pues,
274 — M A R I O CASTRO ARENAS

los papas romanos se convirtieron en representantes de la idea


de una gran potencia italiana, que pueda alternar con las gran-
des potencias; se convierten en principes seculares, rodeados de
un esplendor que los hace sucesores no sólo de San Pedro, sino
también sucesores de los emperadores romanos" ob,cit. 234.
El proyecto político que desarrolló Maquiavelo, cris-
talizando el ideal unitario de los papas de la casa Borgia,
confirmó el linaje renacentista del proyecto de Carlos V,
proyecto unitario imperativo para cohesionar una España
fraccionada por el regionalismo y las lenguas competido-
ras del castellano; no obstante la atomización lingüística,
se lanzó a la construcción de un nuevo imperio de ultra-
mar cuando aún no se había cerrado el proceso unitario
interno español Maquiavelo solamente alcanzó a inter-
pretar el génesis del proyecto unitario concebido por Fer-
nando de Aragón: expulsar a los judíos para privilegiar
a los cristianos viejos; centralizar los entes políticos en
Castilla para finiquitar el regionalismo; imperializar Es-
paña y las posesiones europeas para conjurar el localismo.
Rasgos políticos que el Renacimiento Español transfirió
al Renacimiento Italiano y que el Estado Pontificio reela-
boró, pero no remató; rasgos que los Borgias asumen pro
domo sua, y que Maquiavelo racionalizó y universalizó con
clarividencia que excede su espacio y su tiempo.
En el maremàgnum de la fragmentación de las len-
guas romances, el castellano se irguió en forma dual como
la lengua de la unificación interna y la lengua de la impe-
rialización externa. Los hijos de Fernán González, simples
y rudos como la meseta, así como inventaron un fuero no
escrito para sus juicios y desecharon la codificación del
Fuero Juzgo, inventaron, asimismo, una lengua, suplan-
tando la h recia y varonil por la f latina y femenina, apli-
cando la 11 del latín vulgar, pronunciando ch donde otros
pronunciaban t, además de otros cambios estudiados por
Ramón Menéndez Pidal. Castilla. La tradición, el idioma. Es-
pasa Calpe.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — ^~73

Dice Amado Alonso que a los cristianos de otras tie-


rras les resonaba la lengua de los castellanos " como trompe-
ta con tambor", "Castellano, Español, Idioma Nacional. Losada,
pg. 11. Lengua castellana de guerra para guerreros, la que
usó el Cid Campeador para dictar órdenes, mientras com-
batía o pactaba con los ocupantes arábigos. Lengua de la-
briegos insumisos y de nobles arrogantes que levantaron
castillos para defender sus heredades. A medida que los
castellanos absorbieron políticamente a los aragoneses,
leoneses, ovetenses, navarros, la lengua de Castilla se im-
puso como lingua franca. Pero no abolió la vigencia de las
otras lenguas de catalanes, gallegos, valencianos, vascos.
Se las arregló para encajarse y convivir con ellas hasta que
se le aceptara como lengua general. El idioma español es
una abstracción lingüística, un extranjerismo, provienen-
te de la Provenza. El toscano renacentista soportó dificul-
tades semejantes para adoptarse como lengua nacional.
Otra afinidad renacentista.
El hecho central de la vigencia irrebatible del castella-
no como idioma nacional fue su asentamiento a partir del
descubrimiento de América. Muy repetido es el episodio
de la observación de Isabel de Castilla a Antonio de Nebri-
ja, que buscó su apoyo para editar la primera Gramática
de una lengua romance, preguntándole la reina al maestro
cuál era la utilidad de publicar una gramática castellana. Al
oir a la reina, el obispo Fray Hernando de Talavera, su con-
fesor, se precipitó en decirle "que después que Vuestra Majes-
tad metiese debajo de su yugo muchos pueblos bárbaros y nacio-
nes de peregrinas lenguas, y con el vencimiento aquéllos tendrían
necesidad de recibir las leyes que el vencedor pone al vencido, y
con ellas nuestra lengua, entonces por esta mi Arte podrían venir
en el conocimiento de ellas, como agora nosotros deprendemos el
arte de la gramática latina para deprender el latín". Alonso. 20.
Años más tarde, Carlos V, que aprendió el castellano
recién a los treinta y seis años, habló, no en flamenco o en
alemán o en francés al Papa y a los embajadores que lo
276 — M A R I O CASTRO ARENAS

rodeaban en Roma, sino en " mi lengua española'7. Al que-


jarse el embajador de Francia de no entender el español,
Carlos V explicó con noble jactancia de hablar el idioma
del centro de su imperio: ''Señor Obispo, entiéndame si quie-
re, y no espere de mi otras palabras que de mi lengua española,
la cual es tan noble que merece ser sabida y entendida de toda
gente cristiana", obxit. 21,
Pero el castellano o español no llegó a hablarse entre
el pueblo de las posesiones europeas: borgoñones, napo-
litanos y milaneses, alemanes y holandeses no aceptaron
el idioma emblemático del dominio político. El rechazo al
imperialismo español empezó por la lengua. En cambio, la
conquista de América abrió espacio para la difusión máxi-
ma del idioma que negaban los miembros europeos del
sistema imperial. Obviamente, al principio de la presencia
española, se levantó la barrera de la incomunicación con
los dialectos indígenas. La obligación dictada por el Con-
sejo de Indias de leer en castellano el Requerimiento a los
indígenas americanas no fue viable. La manía formalista
de los juristas del Consejo de Indias llevó el Requerimien-
to rápidamente al ridículo. El Requerimiento leído en cas-
tellano se rechazó porque los naturales no entendían
la lengua extraña de los forasteros. El desentendimiento
lingüístico se transfirió al desentendimiento político: fue
insensato que los caciques, de golpe y porrazo, aceptaran
la entrega del reino y sus bienes por así disponerlo un
dios, un papa y un rey rigurosamente desconocidos. El
desenlace del desentendimiento fue tragicómico, como lo
comprobaron Oviedo y Enciso en el Darién.
Aparecieron entonces los intérpretes indígenas, las
célebres lenguas, Juliancillo y Melchorejo y un rudo pes-
cador y una nativa de Jamaica del primer viaje de Hernán-
dez de Córdoba, la Malinche de Cortés, Felipillo de Fran-
cisco Pizarro, como mediadores, y después en la Colonia
algunos evangelizadores, Sahagún, Zumárraga, Quiroga
que aprendieron los dialectos indígenas.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — ITJ'J

Pero las primeras generaciones de mestizos (Garci-


laso, Santa Cruz Pachacutic, Blas Valera, Guarnan Poma
de Ayala, peruanos, y los mexicanos Fernando de Alba
Ixtlilxóchitl y Hernando Alvarado Tezozómoc) asimilaron
el castellano como lengua propia. A partir de entonces,
América española forjó la unidad lingüística que no cua-
jaba en las regiones ibéricas. Como señaló Nebrija defen-
diendo su gramática, la lengua castellana fue la compa-
ñera del imperio. Se derramó por doquier por territorios
superiores en extensión a los de la península. Y se produjo
el fenómeno del trasvasamiento de locuciones de voca-
blos indígenas al castellano para nominar personas, bie-
nes, objetos, enriqueciéndose España no con oro sino con
una rica, nutritiva, deleitosa lexicografía americana: papa,
maíz, tabaco, chocolate, hamaca, huracán, bohío, cacique,
cóndor, llama, vicuña, cochinilla, quinina, ají, chile, gua-
nábana etc.
Los cronistas llamados de Indias asumieron el reto
lingüístico al castellanizar voces oriundas del quechua,
nahuatl, guaraní, aimará, que nombraron los elementos
botánicos, geográficos, zoológicos, etnológicos del Nuevo
Mundo. Los españoles descubrieron un nuevo mundo con
nuevos lenguajes, nuevas geografía, geología, hidrología,
climatología, oceanografía, zoología. Y para nominar a los
elementos del grandioso escenario de la naturaleza ame-
ricana se entremezclaron las lenguas, repitiendo el en-
samblaje lingüístico ya producido con las lenguas griega,
latina, árabe.
Los cronistas de Indias, unos más que otros, tuvieron
que inventar un lenguaje para nombrar América, adqui-
riendo sus relatos y descripciones contenidos humanísti-
cos y, por ende, renacentistas.
Estos improvisados cronistas, muchos de ellos solda-
dos o sacerdotes, crearon otro género, híbrido de historia
y literatura. El concepto medieval de crónica respondió
al modelo de "Las Crónicas" de Pero López de Ayala, el
278 — MARIO CASTRO ARENAS

Canciller Ayala. Jurista, diplomático y político, López de


Ayala ocupa las páginas de sus crónicas en detallar inci-
dencias de tipo político y no describe el escenario geográ-
fico de su época, mucho menos el paisaje, preocupaciones
estéticas ajenas a su menester. Sus relatos de los asesinatos
de Don Fradrique y el Rey Bermejo, por ejemplo, son es-
cuetos, carentes de fuerza narrativa y de contenido huma-
nístico. El Canciller Ayala lega biografías de los personajes
de su tiempo, como el pérfido Rey Pedro I.
La línea biográfica fue continuada y perfeccionada,
como sabemos, por Fernán Pérez de Guzmán con las "Ge-
neraciones" y por Fernando del Pulgar con "Claros Varo-
nes de Castilla". Debe mencionarse el antecedente de la
"Crónica de los Reyes Católicos " de Pulgar, pero se dice
que " a la manera de Tito Livio, puso Fernando del Pulgar en
boca de los personajes arengas y discursos que han sido muy
celebrados, adquiriendo de esta manera cierto carácter literario
y dramático que Ticknor veía en contradicción con nuestra his-
toriografia tradicional e impropio de una crónica, sin tener en
cuenta la influencia tan decisiva que tiene en aquella época todo
lo latino", ob.cit, pg.69.
Juan Marichal dice que "Las Letras de Pulgar" marca-
ron, en conclusión, el comienzo efectivo del Renacimiento cas-
tellano en el dominio literario que aquí consideramos: el indivi-
dualismo personal y el afán social se combinan equilibradamente
en ellas". "Teoría e historia del ensayismo hispánico". Alianza
Universidad, pg.34.
La mayoría de los cronistas de Indias no provenía de las
universidades o cenáculos académicos. Sin embargo, supera-
ron con el ejercicio de la pluma las limitaciones intelectuales,
y crearon un nuevo género histórico. Parten de las obras de
Pérez de Guzmán, Pulgar, Cartagena, pero agregan signifi-
cados de vuelo humanístico que no aparecen en estas obras
del siglo XV, recopilaciones de intrigas palaciegas buena par-
te de ellas. Superaron en discursos narrativos y en contenido
humanístico a los cronistas de los siglos XIV y XV
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 2-79

La conquista de un mundo nuevo demandó a los im-


provisados y diletantes cronistas españoles y americanos
que se transformaran en escritores de filiación renacentista
por el englobamiento humanístico de los discursos narrati-
vos y los inventarios naturalistas y científicos de las tierras
que recorrían y conocían de visu. Quisieron informar urbi
et orbi del hallazgo de las nuevas culturas americanas.
Se operó una mágica metamorfosis; las larvas es-
pirituales se convirtieron en mariposas humanísticas de
brillante colorido estilístico. Fernández de Oviedo llegó
como veedor de fundiciones de oro al Darién; después fue
agricultor y funcionario en la Isla Española. En las noches,
igual que hizo Maquiavelo, se despojaba la vestimenta del
trabajo cotidiano, apartaba los frascos de ácido para ave-
riguar la ley del oro como fundidor del dorado metal, y la
azada que empuñaba en la siembra como granjero, para
poner en blanco y negro las anotaciones de las jornadas
diurnas: los detalles vividos del plumaje de los rabihor-
cados, el áspero cuero y la grasa acuosa de los berracos
salvajes, las grandísimas jicoteas que hasta seis indios
llevaban a cuestas a los poblados. Describió la fauna de
Cuba, Jamaica y la Española como si fuera un botánico
graduado en Salamanca. Investigó el origen de los árboles
de sombra ponzoñosa. Descubrió que de las entrañas de
las montañas cubanas brotaba un licor oscuro como betún
o brea. Plinio el viejo lo habría tomado de discípulo.
Entre sus afanes cotidianos de funcionario y dueño
de hatos ganaderos, se dio mañana para escribir la histo-
ria de los conflictivos caudillos de Castilla del Oro, que
él conoció y abominó, y también del areito de la reina
Anacaona ante Nicolás de Ovando; asimismo escribió de
la conquista del Perú y los choques de los conquistadores
y sobre Nicaragua, México, Guatemala, que conoció de los
relatos de los españoles, llegando a componer la Historia
General y Natural de las Indias, obra capital de las ocu-
rrencias hispanas del siglo XVI en las Indias.
28o — M A R I O CASTRO ARENAS

De las tinieblas escolásticas del Medioevo emana


una llamarada de inteligencia, el dialéctico más formida-
ble que produjo España en el siglo XVI y tal vez de los
siglos precedentes, Fray Bartolomé de Las Casas. Histo-
riador que parafraseó a Herodoto, Tucídides Tito Livio,
Cicerón y Suetonio. Teólogo conocedor a fondo del pen-
samiento escrito de los Padres de la Iglesia, desmenuzó la
argumentación seudoaristotélica de Ginés de Sepúlveda,
y espeluznó con sus conocimientos del Antiguo y el Nue-
vo Testamento que transcribió en latín eclesiástico. Filó-
sofo que tomó distancias del Estagirita y de los sofistas y
de los turiferarios de Sócrates. Al mismo tiempo, recreó al
dedillo los viajes del Almirante, narró el paso arrasador de
Gaspar de Espinosa por las serranías de Veraguas, relató
la tragedia griega de Diego de Nicuesa. Humanista tanto
por el aluvión de sus conocimientos enciclopédicos cuan-
to por la defensa cristiana de los explotados de Indias.
Las ciudades-estado italianas no tuvieron quien al-
canzara la altura humanística de Las Casas, más sabio que
Eneas Silvio, más severo y auténtico que Savonarola.
Pedro Cieza de León llegó a los 13 años de edad a
Cartagena de Indias y se convirtió en historiador, geó-
grafo, antropólogo y en muchas cosas más en América,
sin tener estudios universitarios. Su único oficio fue el de
soldado. La Gasea concedió el título de cronista a este au-
todidacta extraordinario que legó un cúmulo de informa-
ciones extraordinarias sobre las culturas precolombinas y
su escenario geográfico.
Pascual de Andagoya, uno de los españoles más no-
bles y hasta ingenuos del siglo XVI, investigó las relacio-
nes de parentesco, los ritos y la concepción del mundo de
los indios cueva del Darién con la avidez de un antropó-
logo contemporáneo. Pedro Cieza de León recorrió desde
Cartagena de Indias y Panamá hasta Chile y Argentina,
acumulando una de las informaciones más vastas y pro-
lijas acerca de restos arqueológicos precolombinos, acer-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 281

ca de las plantas andinas que no conoció Fernández de


Oviedo: quinua, papas, ollucos, molle, zarzaparrilla, y las
costumbres de las culturas sojuzgadas por los quechuas.
Un clérigo versado en letras, dueño de un estilo de-
purado de excrecencias retóricas, maestro de Quevedo y
Gracián, y un soldado autodidacta que narró las batallas
con pluma empapada con yesca y pedernal, compitieron
en la escritura de los prolegómenos y la toma de Teno-
chtitlán. Francisco López de Gomara, aunque no salió
mucho del claustro conventual, gracias al prodigio de su
prosa, nos hace percibir los hedores atroces de las pirámi-
des de los sacrificios de españoles en la Noche Triste. En
la Historia General suministró valiosa información sobre
las bulas papales expedidas a los Reyes Católicos por Ale-
jandro VI y la búsqueda desesperada de la especiería por
las islas Molucas.
La descripción de los mercados de México superó
largamente los mejores pasajes de la Historia de España
del Padre Mariana. Pintó a Cristóbal Colón con finura de
pincel de piel de camello: "Era hombre de buena estatura,
membrudo, cariluengo, pelirrojo, pecoso y enojadizo, crudo y
que resistía mucho los trabajos".
Los retratos biográficos de Pérez de Guzmán y del
Pulgar no tienen la sutileza de los camafeos del Inca Gar-
cilaso de la Vega, sobre todo, los dedicados a Gonzalo Pi-
zarro y Francisco de Carvajal Si su traducción del libro del
León Hebreo lo inscribió en los registros del renacentismo,
los vuelos sintácticos de su prosa cuando describe, verbi-
gratia, las piruetas de las aves marinas o la majestuosidad
del valle del Cuzco, lo alineó con el Antonio de Guevara
de "Menosprecio de Corte" y las "Epístolas Familiares".
Eruditos humanistas como el Padre José de Acos-
ta, expertos en asuntos religiosos como Fray Bernardino
de Sahagún, navegantes y cosmógrafos como Pedro Sar-
miento de Gamboa, etnólogos que guían a modernos in-
vestigadores europeos como Juan de Betanzos, Cristóbal
282 — MARIO CASTRO ARENAS

de Molina el cuzqueño y Bernabé Cobos, y muchos más


cronistas de Indias, presentan murales espectaculares, re-
tratos íntimos y tratados de ciencias naturales sin paralelo
en el Renacimiento italiano.
Fernand Braudel excluye a España del movimiento
humanístico del Renacimiento. "El Humanismo, aunque ha
sido obra de minoríasdatinistas apasionados, helenistas menos
numerosos, pero no menos apasionados, hebraizantes como To-
más Platter, el cordelero Pico de la Mirándola o Postel), obra
de algunos" "espíritus de excepción" no se ha limitado a unas
cuantas ciudades o cortes de príncipes, como la brillante corte
de Francisco L Estos espíritus de excepción se desparramaron
por toda Europa y entraron en asidua relación epistolar. Europa
entera fue afectada por este movimiento de los espíritus: Italia
en primer lugar, pero también Francia, Alemania (sin olvidar
el importante papel desempeñado por Bohemia), Hungría, Po-
lonia, los Países Bajos, Inglaterra". Las Civilizaciones actuales.
Tecnos. pg.300.
Un hispanista del fuste de Braudel se dejó llevar por
un nacionalismo de miras estrechas al analizar el período
en el que los reinos de Carlos V y Francisco I disputaron
la hegemonía europea, con ventajas de los españoles. Tal
como él indica en otras páginas de su obra, el humanismo
es un "término ambiguo y peligroso, de no precisarse inmedia-
tamente sus usos y su identidad", ob.cit. 296.
No dudo en arriesgarme a decir que Braudel acepta-
ría incorporar al humanismo renacentista europeo a Las
Casas por la fuerza dialéctica(socrática) de sus razona-
mientos. Las Casas fusionó el pensamiento antiguo y mo-
derno: por un lado, invocó a los doctores de la iglesia para
restaurar la interpretación adecuada de los textos bíblicos;
por otro lado, el fraile sevillano fue precursor de los con-
ceptos del Derecho de Gentes y el Derecho Internacional
Público, conjuntamente con Vitoria, Soto, Cano. Tampoco
creo que Braudel vacilaría en inscribir en los rangos re-
nacentistas a quien como López de Gomara escribió " a
PANAMÁ v PERÚ EN EL SIGLO XVI — 283

imitación de Polibio y de Salustio" y recogió las versiones


de los filósofos antiguos sobre las antípodas y el concepto
de grados cosmográficos inventado por Tolomeo. No veo
tampoco al ilustre historiador galo cuestionando el huma-
nismo de Luis Vives y de Francisco Suárez,
Dentro de la amplia concepción humanística de Au-
gustin Renaudet que él cita "se puede designar bajo el nombre
de humanismo una ética de la nobleza humana. Orientada al mis-
mo tiempo al estudio y hacia la acción, esta ética reconoce y exalta
la grandeza del genio humano, el poder de sus creaciones, opo-
niendo su fuerza a la fuerza bruta de la naturaleza", ob.cit. 297.
A esta definición de Renaudet podrían acogerse los
cronistas de Indias como humanistas no académicos que
llevaron la noticia de un continente habitado por seres
que poseyeron una visión del mundo en el que los valo-
res morales no se cotizaban como metales preciosos; que
cambiaron los términos de una realidad geográfica limita-
da por el estrecho de Gibraltar; y que al pie del vivac o a la
lumbre incierta de una vela en el scriptorium conventual
narraron " la mayor cosa ocurrida después de la creación del
universo y de la encarnación y muerte del Hijo de Dios". Goma-
ra, Historia General.
La vocación renacentista de los españoles del siglo
XVI la confirma la serie de viajes alrededor del mundo
iniciada por Colón. Fue esta obsesión de verlo todo, de
conocerlo todo, de viajar por todos los rincones del pla-
neta, lo que, con el patrocinio de los Reyes Católicos y
sus sucesores monárquicos, impulsó la fiebre viajera que
revolucionó el universo en diversos sentidos. Para Jules
Michelet, las dos grandes hazañas del siglo XVI fueron el
descubrimiento del mundo y el descubrimiento del hom-
bre: " Le sezieme siècle, dans sa grande e legitime extensión,
va de Colomb à Copernique, de Copernique a Galilée, de la dé-
couverte de la terre á celle du ciel", citado por Huizinga, ob.cit.
La exploración oceánica española corresponde al
afán cósmico de conocer todos los rincones de un planeta
284 — MARIO CASTRO ARENAS

súbitamente ampliado por ei descubrimiento de América.


Al principio se habló de un mundo nuevo. Progresiva-
mente se llegó a la conclusión científica que, en realidad,
no existen nuevos ni viejos mundos, sino que el universo
es uno y redondo. Como indica Edmundo (XGorman, "
el " nuevo mundo" intuido por Colón no era propiamente eso,
sino parte del mismo y único mundo de siempre". La invención
de América"'.FCE.1957'.
Se derrumbaron mitos y teorías concebidos por los
pensadores pre-socrátícos, Aristóteles, Padres de la Igle-
sia y los cosmógrafos medievales hasta Tolomeo. Cambió
radicalmente la concepción del mundo gracias a las explo-
raciones oceánicas españolas. El mundo fue otro, a partir
de entonces. El hombre renacentista conoció la realidad
de su morada cósmica. Comprendió que por vía marítima
se podía llegar a cualquier lugar del planeta, regresando
al punto de partida si así lo quería. El mar como unidad
de medición cósmica modificó las premisas de la física
escolástica: no podían existir territorios desconectados de
Europa, territorios no conocidos, territorios envueltos por
las nieblas del mito convertido en un dogma de fe abolido
por la ciencia náutica.
Esta revelación genuinamente humanística ¿no basta
para demostrar la existencia de un Renacimiento español?
Si el Renacimiento italiano forjó la proclamación del hom-
bre como individualidad, como un ser histórico a la busca
de un proyecto personal ¿en qué movimiento ubicaríamos
a los capitanes del barco o los pilotos y cosmógrafos, en
resumen, los héroes y villanos de carne y hueso que en-
cabezaron las navegaciones que le dieron al universo su
dimensión geográfica y geológica?
Después del descubrimiento de un pequeño racimo
de islas por Colón en los años finales del siglo XV, y de
la conquista de México y Perú en el XVI, los españoles se
desparramaron por el globo para explorar los confines del
Pacífico austral. Ubicaron el paso de unión de los mares
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 285

por el lado del Atlántico (Magallanes) y por el lado del


Pacífico (Sarmiento de Gamboa). Luego se lanzaron a las
osadas expediciones de Hernando de Soto, Alvar Nuñez
Cabeza de Vaca por la América del Norte, y las de Jofre
Loaysa-Elcano, Sarmiento de Gamboa, y la trilogía náu-
tica de Alvaro de Mendaña, Isabel de Barreto y el piloto
portugués Pedro Fernández de Quiros por las regiones
asiáticas australes.
Por estar emplazado en el centro del Pacífico y por el
propio desarrollo administrativo del virreinato, el Perú se
convirtió en plataforma de los viajes a las regiones australes.
En el año de 1567, el virrey Lope García de Castro
autorizó al español Alvaro de Mendaña a recorrer el sur
del Pacífico, arribando al archipiélago de las islas Salo-
món. Insatisfecho por no haber visitado los lugares que
avizoró en el primer viaje, volvió Mendaña veinticinco
años más tarde hasta las islas Marquesas y la Santa Cruz.
La rivalidad con los portugueses por la especiería de las
islas Malucas, como se conoce, excitó las exploraciones de
los españoles por otras rutas oceánicas, un tanto por la
búsqueda de la pimienta, otro tanto por razones de or-
gullo nacional. Por añadidura los piratas ingleses como
Francis Drake anduvieron a la zaga de las embarcaciones
españolas y entraron por el estrecho de Magallanes, para
saquear los puertos del Pacífico.
A diferencia de las notorias riquezas de México y
Perú, los archipiélagos australes no tenían oro y plata, y se
descartó la comercialización de la especiería, por acuerdo
de España y Portugal. No quedó duda: la seducción por lo
desconocido, rasgo renacentista que introdujeron Portugal
y España, catapultó la exploración de los océanos. Busca-
ron las tierras de Catay y Cipango que visitó Marco Polo,
pero no encontró Colón. La primera expedición de Alvaro
de Mendaña viajó siempre con viento en contra. Pero no
sólo el viento sino la plana mayor de la expedición, cu-
riosamente comandada por gallegos, estaba en contra. En
286 — MARIO CASTRO ARENAS

contra de los entredichos constantes entre los jefes y entre


los tripulantes. Mendaña era joven, inexperto y arrogante,
un tríptico muy popular por aquellos tiempos. A poco de
zarpar estallan las diferencias y riñas entre Mendaña y Sar-
miento de Gamboa. Este era cosmógrafo y baqueano del
estrecho de Magallanes. Por su inclinación al esoterismo y
la astrologia, la Inquisición le pisaba los talones. Sarmiento
fue hombre de realidades, asesor político del Virrey Fran-
cisco de Toledo, dueño de una capacidad de discernimiento
muy rara como navegante y como colonizador. Sarmiento
instó a Mendaña a la ocupación de las islas Salomón, pero
éste desdeñó su propuesta. De resultas de tanta desave-
nencia y de tantas ambiciones por ganar gloria a como
diera lugar, expiró el general Mendaña y tomó el mando
su esposa Isabel Barreto, dama de corte, experta en nave-
gar en medio de mares de intrigas, según testimonio de los
pilotos y tripulantes: " El Adelantado se halló tanflaco,que
ordenó su testamento que apenas pudofirmar.Dejó por heredera
universal y nombrada por gobernadora a doña Isabel Barreto, su
mujer, porque de Su Majestad tenía cédula particular con poder
para nombrar la persona que quisiere. A su cuñado don Lorenzo
nombró por capitán general, y mandando llamar al vicario, cum-
plió con todas las obligaciones del alma". Pedro Fernández de
Quiros. Descubrimiento de ¡as regiones australes. Historia 16.
Doña Isabel casó en segundas nupcias con Fernando
Castro y se residenció en el Perú. Cuando Fernández de
Quiros solicitó licencia para un segundo viaje, le salió al
paso Doña Isabel, reclamando la primacía sobre las islas
Salomón. Se emprendió el segundo viaje por rutas del Pa-
cífico no frecuentadas por navios españoles. Recorrieron
la Polinesia, las Nuevas Hébridas y estuvieron a un tris
de topar con Nueva Zelandia y Australia, lo que, lamenta-
blemente, no consiguieron por el ansia de Quiros de em-
prender el viaje de regreso por la Nueva España, en vista
del ánimo motinesco que encendía a la tripulación por los
desmanes frivolos de doña Isabel Barreto de Castro.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 287

La expedición atravesó la cuenca del Pacífico noroc-


cidental, la cuenca oriental de las Marianas, las cuencas
occidental y oriental de las Carolinas, rozó las islas Salo-
món, las Nuevas Hébridas y la Nueva Guinea. Quiros
creyó que habían llegado a la Australia del Espíritu San-
to, pero no se llegó a esas costas porque el piloto portu-
gués incumplió sus apropias instrucciones de navegación.
Viendo las carracas españolas usadas en la travesía de los
fondos oceánicos, ¿qué otra cosa que no fuera la pasión
irrefrenable por lo desconocido pudo guiar a esos osados
navegantes que, a su retorno, sólo llevaban a la metrópoli
nuevas cartas de navegación de esos arriesgados y exóti-
cos mares y nada de oro, nada de especiería?

Un nuevo estilo de vida

Los capitanes de la conquista americana crearon un


nuevo hombre que sació y, a la vez, desbordó el modelo
de Baltazar de Castiglione: el cortesano, el refinado hom-
bre de mundo. Como diplomático en España, Castiglio-
ne observó de cerca a los caballeros españoles y tomó de
ellos más de un rasgo exterior para cincelar el manual del
cortigiano. Pero el modelo que exaltó Castiglione y rescató
Burckhardt poseyó el perfil de un cortesano amanerado y
cursi que se rizaba el pelo y la barba y que danzaba al ras-
gar de laúdes. En sus excesos de lujo epicúreo, los italia-
nos del Renacimiento frotaban con ungüentos aromáticos
el lomo de las muías.
El capitán español no fue el alambicado producto de
una corte. Procedía de familias de hidalgos pobres, como
Hernán Cortés y Pedro de Alvarado, o era producto de
la inclusa, como Francisco Pizarro y Diego de Almagro.
Raras veces surgía de la aristocracia, excepto Pedrarias
Dávila, por lo demás, descendiente de cristianos nuevos,
enriquecidos, a la sombra de las tesorerías de los monar-
cas, como recaudadores de impuestos.
288 — MARIO CASTRO ARENAS

Tuvieron abolengo nobiliario —el Duque de Alba, el


duque de Osuna, el Gran Capitán Fernández de Córdo-
ba—, pero el ejercicio viril de las armas no fue el pasatiem-
po de los perezosos cortesanos descritos por Castiglione.
Tampoco concordaban con el molde del hombre de capa
y espada de los cromos románticos. El capitán de la gesta
americana labró un nuevo estilo de vida que modificó los
patrones renacentistas del gentüuomo. Fue un self made
man, un hombre hecho a sí mismo, un guerrero que cons-
truyó fama y fortuna arriesgando la vida. Recibió títulos
nobiliarios —el Marqués del Valle, el Marqués Pizarro, el
Adelantado de la Mar del Sur— como recompensa a las
hazañas en la conquista de América, y no por herencia
dinástica. Muchas veces, en el otoño de la vida, por fuer-
za de leyes y ordenanzas, fue obligado a acomodarse a la
frivolidad cortesana para reclamar mercedes en Madrid
o Valladolid. Como consecuencia de la obligación real
de tomar españolas por esposas, el capitán fue forzado a
relegar a segundo plano a la compañera indígena que lo
alimentó, lo aconsejó y le entibió las sábanas. Pero no ol-
vidó ni postergó a los hijos procreados con ellas. Hernán
Cortés no fue ejemplo de fidelidad con la Malinche, su in-
térprete, su consejera política y su amante, ni tampoco con
sus variadas esposas españolas y concubinas aztecas. Sin
embargo, protegió en su testamento a su hijo Martín en-
gendrado con la Malinche. Pedro de Alvarado tuvo cuatro
hijos de la hermana de Xicotencalt, pero su esposa oficial
fue doña Beatriz de Cueva, aristocrática dama desapare-
cida en Guatemala por la erupción del volcán de agua.
Francisco Pizarro, arcaico pedófilo, a los 56 años se unió a
una hermana de Atahuallpa de 15 años. Su hija Francisca
Pizarro Yupangui fue desposada por Hernando, hermano
mayor del gobernador, convirtiéndose en la ñor de su ju-
ventud en una acaudalada viuda que, mutatis mutandi,
casó con un sobrino de Pedrarias Dávila y deslumhró en
la corte española.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 289

No sólo los conquistadores de primer nivel sino, in-


clusive, los oficiales que les acompañaron en las difíciles
jornadas, mantuvieron una espléndida calidad de vida en
América. El capitán Garcilaso de la Vega, padre del cronis-
ta con una princesa cuzqueña, a pesar de que no estuvo en
el reparto del botín de Cajamarca, tendió manteles largos
para atender siempre una cuarentena de posibles invita-
dos a su mesa.
Cortés, hombre de temperamento inquieto, presto
siempre a emprender nuevas jornadas de conquista, os-
ciló entre triunfos y fracasos. Llevó una vida muelle en
algunos momentos de su pasar en México, rodeado de un
nutrido servicio de mujeres indígenas y de indios enco-
mendados. Pidió franquicias y privilegios a la corona al
modo de compensación de las tierras y bienes conquista-
dos. Padeció, asimismo, los rigores de un severo juicio de
residencia, se le negó la gobernación y fue desterrado de
la ciudad de México por una riña trivial de criados. Una
legión de burócratas envidiosos se cebó, implacablemente,
contra el conquistador de un imperio poderoso, mientras
ellos, heroicamente, firmaban infolio tras infolio detrás de
un escritorio.
El hombre nuevo moldeado por la conquista de
América, el indiano de las comedias de Lope de Vega y
Tirso de Molina, tuvo altibajos y, a menudo, fue desdeña-
do y arrinconado por la ingratitud de monarcas. Quizás su
conquista más alta fue salir de la prisión de la clase social
de su origen familiar y ascender por su propio esfuerzo al
estrato inédito de una nueva nobleza de espada, similar a
la francesa, producto de hazañas grandes en ultramar.
Fue galante y enamoradizo, como prescribía Casti-
glione, espadachín temible a la manera de Benvenuto Ce-
llini, jugador del todo por el todo, fiero combatiente que,
al envainar la espada en sus horas de reposo, escribió re-
laciones de viajes y memorias de conquista legadas a la
posteridad. Soñó utopías, buscó elíxires de la juventud y
29O — MARIO CASTRO ARENAS

se convirtió en héroe de novelas de caballerías en los cam-


pos de batalla, Amadises y Quijotes de carne y hueso.
Pero también le carcomió la codicia, la ambición en-
turbió la deslealtad y, en ocasiones, fue verdugo de sus
compañeros de armas. Cruel, vanidoso, infraterno con los
soldados, se quedó a menudo con la parte del león a la
hora de los repartos. El oro y la miseria, la grandeza y el
deshonor, la cruz y la espada, pendularon en la conquis-
ta y la colonia. Desgarradoras son las frases de Gomara
al describir las desventuras de los españoles maltratados
por las leyes de Indias: " éstos mostraban los dientes caídos
de comer maíz tostado en la conquista del Perú; aquéllos mu-
chas heridas y pedradas; aquéllos otros grandes mordiscos de
lagartos; los conquistadores se quejaban de que habiendo gas-
tado sus haciendas y derramado su sangre en ganar el Perú al
Emperador, les quitaban esos pocos vasallos que les había hecho
merced". Historia General de las Indias. Pg. 260.

El pensamiento español renacentista

Frederick Copleston sostiene que "cuando se mira la


filosofia del Renacimiento lo que salta a la vista es un surti-
dor bastante aturdidor defilosofías.Se encuentran, por ejemplo,
platónicos, aristotélicos de diversas especie, antiaristotélicos,
estoicos, escépticos, eclécticos y filósofos de la naturaleza". His-
toria de la Filosofía. Volumen III, pg.27.
¿•Cómo encajan los pensadores españoles en el va-
riopinto mural de la filosofía renacentista? ¿Fueron rena-
centistas genuinos o teólogos medievales disfrazados de
filósofos renacentistas?
Apreciando algo más que una vue de ensamble del
renacentismo europeo, con sus variaciones y expresiones
nacionales, estaremos en capacidad de responder la inqui-
sición. En Italia, bajo el mecenazgo de Lorenzo de Médi-
cos, pensadores como Marsilio Ficino y Pico de la Mirán-
dola intentaron armonizar las tesis neoplatónicas de los
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 291

eruditos bizantinos con el cristianismo romano. Burckhar-


dt recuerda que Alfonso de Ñapóles, en el siglo XV, tuvo
a su servicio al griego bizantino Jorge de Trebizonda y a
los italianos Lorenzo Valla, Bartolomeo Fació y Antonio
Paño. Comentaban a Tito Livio a la hora de la cena y en
las treguas de las campañas militares. El noble Federico
de Urbino auspició el estudio de la Antigüedad greco-
rromana, y él mismo, como teólogo, emprendió lecturas
anotadas de Santo Tomás y de Escoto Erígena. Ni los más
pequeños tiranos renacentistas dejaron de levantar altares
a los dioses paganos de la sabiduría y las artes y acumu-
laron libros y patrocinaron talleres de pintores, escultores
y músicos, Pero hubo en estos intelectuales italianos del
siglo XVI un trasfondo de gratuidad esteticista, de cultivo
del arte por el arte, de frivolidad lúdica en sus escarceos.
Obviamente, con las excepciones notables de pensadores
políticos comprometidos, reprimidos o perseguidos por
los detentadores del poder político como Nicolás Maquia-
velo, Francisco Guiciardini, Guido Antonio Vespucci, y
los filósofos Nicolás de Cusa y Giordano Bruno que se en-
tregaron por entero, y con riesgo y brillantez, a la exposi-
ción de doctrinas heterodoxas (sobre todo Cusa y Bruno);
también cumplieron sus deberes políticos, no obstante el
ostracismo que algunos soportaron.
Nicolás de Cusa y Giordano Bruno sorprenden hoy
por la modernidad de sus puntos de vista. Nacido en Cusa
a principios del siglo XV, Nicolás Krebs revolucionó su
tiempo al sostener que la Tierra no es el centro del mundo,
como sentaban los teólogos cristianos, y que en el espa-
cio sideral ningún planeta o sistema puede ser considera-
do centro sino parte del universo. Sostuvo una tesis que
escandalizó a los teólogos ultraortodoxos: en el universo
todo se mueve y la Tierra y el Sol también forman parte
de la dinámica cósmica, aunque no percibamos el movi-
miento desde nuestra perspectiva planetaria ya que sólo
podemos percibirlo en razón de otros puntos de referencia
2.Ç2. — M A R I O CASTRO ARENAS

astronómica. En otras palabras, el concepto de tiempo está


atado a la posición del observador astronómico. Por tanto,
los conocimientos astronómicos son relativos ya que de-
penden de la posición del observador. Únicamente Dios
posee la coincidencia oppositorum, esto es la suma de las
tesis y antítesis del conocimiento, el absolution máximum
Tal vez esta reserva teológica del relativismo astronómico
salvó a Cusa del descrédito y la hoguera inquisitorial.
Quien no logró liberarse del acoso de los guardianes
de la fe fue Giordano Bruno, continuador de las ideas de
Cusa, aunque en una dirección más avanzada. "Llamo al
universo tutto infinito porque no tiene márgenes, límite o su-
perficie; no llamo al universo totalmente infinito porque cual-
quiera de sus partes es finita, y cada uno de los innumerables
mundos que contiene es finito. Llamo a Dios tutto infinito por-
que excluye de Si todos los límites, y porque cada uno de sus
atributos es uno e infinito; y llamo a Dios totalmente infinito
porque es totalmente en todo el mundo, e infinita y totalmente
en cada una de sus partes, a diferencia de la unidad del universo,
que es totalmente en el todo, pero no en las partes, si es que, en
referencia al infinito pueden llamarse partes", ob.cit, 249.
Bruno rebatió los principios de la cosmografía cristia-
na. Como explica Copleston, " no se limitó a mantener que la
Tierra se mueve y que los juicios de posición son relativos sino
que vinculó la hipótesis copernicana de que la Tierra gira alre-
dedor del Sol a su propia cosmología metafísica. Rechazó, pues,
enteramente la concepción geocéntrica y antropocéntrica del
universo, tanto desde el punto de vista astronómica como en la
perspectiva más amplia de lafilosofiaespeculativa "ob cit, 25L
Los razonamientos de Bruno destrozaron el cerebro
de los inquisidores, aunque repararon en la incompatibi-
lidad con sus nociones de geocentrismo y teocentrismo;
al no entenderlo, los inquisidores lo forzaron a la retrac-
tación y a la hoguera, al filo del siglo XVI. Cusa y Bruno
adelantaron la teoría de la relatividad física y astronómica
de Albert Einstein.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 2,93

Al examinar la filiación renacentista de los filósofos


políticos franceses debemos mencionar, como representan-
tes fundamentales, a Montaigne, agudo continuador del
escepticismo relativista de la naturaleza humana, a Jean
Bodin, que en "Los Siete Libros de la Historia" de 1576, ex-
ploró el espacio de una nueva y pulida reforma monarcó-
mana, en medio de la borrasca de las guerras de religión.
Ahora bien: lo que nos proponemos discutir, como
dijimos, es cuánto hay de renacimiento clásico en el pen-
samiento español de los siglos XV y XVI; y también pre-
guntar por qué razones, si la Contrarreforma oscureció
por mucho tiempo el aporte hispano a la cultura renacen-
tista, los historiadores de tiempos modernos siguen ne-
gando la inscripción renacentista española, prolongando
las execraciones dogmáticas del siglo XVI.
Michelet y Burckhardt insisten en que el Renaci-
miento significó la ruptura radical con el pensamiento de
la Edad Media; que frente al teocentrismo medieval, el
Renacimiento, sin olvidar a Dios, convirtió al hombre en
el centro de sus intereses; modeló un hombre más crítico
e individualista; forjó la libertad de pensamiento, sobre
todo de pensamiento religioso.
¿Aparecen los rasgos renacentistas distinguidos por
Michelet y Burckhardt en el pensamiento español del si-
glo XVI?
En primer lugar, hay algunos temas político-teológi-
cos que parten innegablemente de la Edad Media y prosi-
guen en el Renacimiento, por lo que es prudente matizar
el supuesto radicalismo de la ruptura. La primacía del
poder papal en asuntos seculares es uno de esos temas.
Como hemos expresado en otra obra" el célebre pasaje del
Evangelio de San Mateo "Y yo te digo a ti que ú eres Pedro y
sobre esta piedra edificaré mi iglesia. Yo te daré las llaves del rei-
no de los cielos, y cuanto atares en la tierra será atado en el cielo
y cuanto desatares en la tierra será desatado en el cielo", más el
decreto dictado en el año 380 por los emperadores Valentiniano
294 — M A R I O CASTRO ARENAS

11, Graciano y Teoâosio I proclamando a ¡a religión cristiana


como la religión oficial del Imperio Romano suministraron en
una primera etapa la base religiosa y política de la primacía del
poder papal". Castro Arenas Mario, El Pensamiento Político",
pg.140.
La participación española en el debate ideológico
medieval se tradujo en las obras de Paulo Orosio y San
Isidoro de Sevilla, apologistas de la primacía del papa en
asuntos seculares. "Rey viene de regir (reges a regendo);
y como sacerdote viene de santificar, así rey viene de re-
gir y no rige quien no corrige; los reyes, pues, conservan
su nombre obrando rectamente y lo pierden pecando; de
ahí aquel proverbio entre los antiguos: serás rey si obras
rectamente, si no obras así lo serás" prescribe el santo filó-
logo. ("Etimologías").
Además de que sus navegaciones oceánicas modi-
ficaron principios medievales muy establecidos sobre
cosmografía y astronomía, los españoles del siglo XVI se
inclinaron a bucear el alma humana. Creyeron que, bu-
ceando el alma, llegarían a Dios, directamente, sin inter-
mediarios. Por su formación humanística usaban el latín,
aún los pensadores laicos. Por su misma raigambre hu-
manística, sus intereses intelectuales conjugaban teología,
filosofía, lingüística, ética, literatura y politología. Pero es
la inscripción en la teología lo que identificó a los pensa-
dores renacentistas españoles. Y dentro de la teología se
caracterizaron por el distanciamiento del tratado abstrac-
to de la Escolástica; por el contrario, abrazaron una gran
pasión dialéctica en sus escritos.
Practicaron una teología renovada, abierta, apasiona-
da, con aportes de ideología política y discursos narrati-
vos; una teología heterodoxa, especulativa, intimista; una
teología que exploró otros caminos de comunicación con
Dios, no para fragmentar o antagonizar el cristianismo
sino posibilitando un reencuentro armonioso con Dios, no
un enfrentamiento hostil a los dignatarios de la iglesia. El
PANAMÁ Y PBKÚ EN EL SIGLO XVI — 295

Cardenal Cisneros fundó la Universidad de Alcalá, orga-


nizó y editó la Biblia Políglota con el firme propósito de
reestructurar el catolicismo español, elevando el nivel aca-
démico de los sacerdotes y así poder construir una iglesia
nueva, sin que en las nociones de novedad o de elitismo
subyacieran cismas doctrinarios. Con Cisneros empezó la
reforma institucional interna que, desdichadamente, su
muerte clausuró, Cisneros percibió en sectores del clero
y el laicado señales de disconformidad por el manejo de
la iglesia. Rápidamente, los beneficiarios del relajamiento
eclesiástico conspiraron contra el cardenal. Cisneros plan-
teó que los sacerdotes residieran en los conventos, que en
los sermones explicaran el evangelio del día y enseñaran la
doctrina a niños y jóvenes. Ciertas órdenes religiosas op-
taron por denunciar al cardenal en Roma y sabotearon las
normas de vida del clero. Si la corona de los Austria hubie-
ra proseguido la reestructuración impulsada en diversos
planos por Cisneros, se hubiera afianzado, poco a poco, el
ideal reformista de los sectores no corruptos del clero.
Lamentablemente, el cardenal Cisneros, por un lado,
fue un prelado de transición entre la etapa final de los Re-
yes Católicos y la etapa inicial de Carlos de Gante; por el
otro lado, no encontró ni iba a encontrar en el alto clero de
Borgoña que acompañó al rey el respaldo dirigido a una
reforma de carácter integral. Asimismo, su paso por la cú-
pula de la Inquisición fue efímero y no pudo evitar que
la institución se desbarrancara en la supresión fulminante
de cuanto insinuara sospechas de disidencia.
Cuando Erasmo de Rotterdam proyectó su obra
en España encontró en el sedimento depositado por el
Cardenal Jiménez de Cisneros el terreno fertilizado para
proseguir el discurso reformista español. Erasmo asumió
el liderazgo espiritual de una generación de intelectuales
con capacidad de producir una reforma religiosa a la es-
pañola, basada en la meditación y la austeridad de vida;
una reforma que acarreara elementos culturales antiguos
296 — MARIO CASTRO ARENAS

y modernos de linaje humanístico, vale decir renacentis-


tas. Erasmo reeditó textos latinos, tradujo al latín viejos
textos griegos, escribió manuales del perfecto caballero
cristiano y obras doctrinales que le sitúan en los cuadros
renacentistas. "Erasmo pensaba y soñaba en latín; cuanto le
rodeaba sólo tenía sentido en función de la humanidad clásica,
especie de "ciudad de Dios", entre cuyos jerarcas descollaban
Cicerón, Sócrates y Platón". Américo Castro. Teresa la Santa y
otros ensayos, Alfaguara, pg. 192.
Aunque se reconoce que el cardenal Cisneros inició
la renovación institucional de la iglesia española, fue Eras-
mo quien le impregnó colores renacentistas a la produc-
ción intelectual reformista.
El Renacimiento español, a diferencia del Renaci-
miento italiano, inclinado a celebrar la alegría de vivir y
a exaltar los elementos dionisíacos de la antigüedad gre-
colatina, destacó como características peculiares el asce-
tismo, el misticismo, la meditación y, asimismo, un tono
polémico apasionado sobre la existencia y la esencia del
ser humano. El Renacimiento español cumplió los requisi-
tos académicos del renacimiento italiano, a saber, cultura
clásica, conocimiento del latín, conocimiento de la Biblia
y de los teóricos cristianos fundacionales. El Renacimien-
to italiano fue dionisíaco; el Renacimiento español, apolí-
neo; el Renacimiento italiano se elevó en especulaciones
académicas sobre Platón y Aristóteles; el Renacimiento
español inclinóse al examen de los textos de los evange-
listas y los padres de la iglesia; el Renacimiento italiano
fue vaticanista y gelasiano; el Renacimiento español, oc-
kanista y erasmista. En resumen, el Renacimiento italiano
es pro establishment, adula a los Médicis y los Papas; el
Renacimiento español es antiestablishment, chocó con la
monarquía y la iglesia.
Al principio, la iglesia española apañó la repentina
floración de beatos y beatas que aseguraban tenían visiones
místicas y caían en éxtasis como resultado de la sublima-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 2,97

ción del recogimiento interior. Luego, la Inquisición catalo-


gó como sospechosa toda clase de arrobamientos místicos.
Pero el desfavorable contexto político fue lo que realmente
frustró a la generación singular y autónoma de escritores
renacentistas españoles. Por un lado, el estallido del agre-
sivo reformismo luterano, que dividió la iglesia romana,
pasando del debate religioso al conflicto político europeo;
y por otro lado, el descubrimiento de América, con sus exi-
gencias políticas de unidad religiosa y unidad lingüística
para bloquear ingerencias extrañas, se unieron para que
la monarquía española atajara el Renacimiento español en
sus expresiones más lúcidas y duraderas. Cuando Alfonso
de Valdés sugirió a Carlos V que presionara al Papa Cle-
mente Vil a efectos de anular su alianza con Francia y obli-
garlo a convocar un concilio que el pontífice rechazaba, el
monarca español escuchó y aplicó el consejo. Pero cuando
Alonso de Valdés, asesor y redactor de los discursos del
rey borgoñés, propuso que se convirtiera en el príncipe de
la paz y la concordia universal, Carlos V volteó la cara. La
estabilidad del imperio lo impulsó a la ocupación de otros
reinos europeos y de ultramar. Valdés perdió predicamen-
to como consejero del monarca. Sus obras de contenido
pacifista—" Diálogo de Mercurio y Carón"— y de muy
sutiles coincidencias con el reformismo luterano —"Diálo-
go de las cosas ocurridas en Roma"— no cristalizaron en
el entorno del rey y Valdés se alejó en significativo retiro.
Este pasaje del "Diálogo de las cosas ocurridas en Roma"
explica las reservas que generó en la corte:
Lacrando; Decide,pues, agora:-puesdecís que el Papa fue
instituido para que imitase a Cristo ¿cual pensáis que Jesucristo
quisiera más:, mantener paz entre los suyos o levantarlos y re-
volverlos en guerra?
Arcediano; Claro está que quel Auctor de la paz ninguna
cosa tiene por más abominable que la guerra
Lactancio: Pues, veamos ¿cómo será imitador de Jesucris-
to el que toma la guerra y deshace la paz?
298 — M A R I O CASTRO ARENAS

Arcediano: Ese talvez muy lejos estaría de imitarle. Pero


¿a qué propósito me decís agora eso?
Lactancio: Digoóslo porque pues el Emperador, defen-
diendo sus subditos, como es obligado, el Papa tomó las armas
contra él, haciendo lo que no debía, y deshizo la paz y levantó
nueva guerra en la cristiandad, ni el Emperador tiene culpa de
los males sucedidos, pues hacía lo que era obligado en defender
sus subditos, ni el Papa puede estar sin ella, pues hacía lo que no
debí en romper la paz y mover guerra en la cristiandad.
Su hermano Juan de Valdés, más teólogo que político,
más espiritualista que hombre de acción, encarnó al renacen-
tista español de cepa reformista. En su tiempo lo acusaron de
practicar la más variada colección de desviaciones religio-
sas. Se le achacó ser sociniano, anabaptista, arriano, unitario,
apóstata y, por supuesto, luterano. Los que no lograron en-
tenderlo encubrieron su "docta ignorancia" con vituperios y
persecuciones. Sepultados sus detractores del siglo XVI por
un compacto desdén, hoy surge una nueva generación de
estudiosos modernos tanto de su obra teológica cuanto de su
obra lingüística. Se reconoce que abogó por una restauración
ética y un retorno al cristianismo primitivo en el sentido mo-
ral de rescate de valores perdidos. "Valdez ejemplariza, según
él, la armonía entre fe y razón, y entre piedad y cultura; usa de
la razón,filosofíay saber de su tiempo, pero concede siempre a la
supremacía de la fe, a la inspiración y guía del Espíritu Santo. Por
último, considera a Valdés como ''el mejor reformador del mun-
do de cultura hispánica, porque poseyó genio, idiosincrasia, gusto
y refinamiento en el lenguaje, carácter y capacidad expresiva; es
decir, aquello que, en contraste con Entero y Calvino, encarna los
ideales y aspiraciones de España". José C. Nieto. Juan de Valdés y
los orígenes de la Reforma en España e Italia" FCE.pgs, 69-70.
Sin embargo, la teología romana oficial del siglo XVI
impuso a rajatabla la ortodoxia vaticana y taponó el dis-
cernimiento autónomo. Para muchos cristianos escanda-
lizados por la interposición de intereses familiares y cre-
matísticos en la nominación de pontífices, detrás de la in-
PANAMÁ V PERÚ EN EL SIGLO XVI — ^99

vocación a la fe se escondió el rechazo a la transparencia.


Se pretendía que se aceptara el statu quo de relajamiento
secularista con el imperativo de un falso dogma de fe. Y
quien manifestaba su disconformidad con los métodos
que eran moneda corriente en la época del renacimiento
italiano, era acallado con denuncias de luteranismo, apos-
tasía o ateísmo. Bajo esas condiciones ominosas prevaleció
el repudio oficial o la liquidación física del disidente. Si la
obra no embonaba con los cánones oficiales era rechazada
por la censura eclesiástica.

JUAN DE VALDÉS

Las reflexiones de Juan de Valdés sobre la doctrina


cristiana no encontraron analistas adiestrados en la exege-
sis bíblica. Nieto observa que "como teólogo temático, Valdés
no produjo literatura devota, en el sentido generalmente dado
a esa expresión: ninguno de sus libros puede ser calificado de
devocional. Quien pretenda leer las Consideraciones como libro
devocional encontrará harto difícil el empeño. No se lo puede
leer velozmente, pese a su cristialina claridad, porque el pensa-
miento aparece concentrado y comprimido y se basa en la exege-
sisfilológicay científica del texto bíblico", ob, cit. 307.
Razonando con sutileza, Valdés desbrozó caminos de
conocimiento de Dios, que resultaban antagónicos a la mer-
cantilización de reliquias e indulgencias, por ejemplo, ven-
didas a los fieles como garantía de salvación de las almas
o de ingreso al paraíso. El recogimiento interior, la plática
sobre la Biblia, el predominio de la oración, el rescate de la
austeridad de vida del cristianismo de los primeros tiem-
pos, ofendieron, perturbaron, irritaron, a los cancerberos
de la Inquisición. Valdés se trasladó a Italia, al cerrárse-
le las puertas de su patria. Al final, la muerte a temprana
edad lo libró de sus encarnizados detractores. Entonces, se
cebaron en su discípulo italiano Carnesecchi, al que, luego
de confuso proceso, condenaron a la hoguera.
300 — MARIO CASTRO ARENAS

El viaje a Italia fortaleció la inscripción renacentista


de Juan de Valdés no sólo porque se instaló en la matriz
del movimiento sino porque, entre Roma y Ñapóles, escri-
bió una obra capital que confirma su linaje humanístico:
el "Diálogo de la Lengua". Desconectado por completo de
las obras de reflexión religiosa, el "Diálogo de la Lengua"
amalgamó elementos lingüísticos, literarios y estilísticos
sui generis. Se reveló Valdés como un renacentista para-
digmático con esta apertura lingüística que lo ubicó en la
cultura laica al lado de los intelectuales italianos atraídos
por diversas ramas del saber humanístico. Las lagunas
que hay sobre su vida y su obra se llenan y esclarecen al
analizar el "Diálogo de la Lengua", obra que muestra otro
Valdés, un Valdés formado en la Universidad de Alcalá en
el conocimiento profundo del latín, griego y hebreo, pero
que escribe en castellano como una forma de afirmar su
hispanidad en medio del toscano que hablan y escriben
sus amigos italianos. Estructurado como un clásico del
Renacimiento, el "Diálogo de la Lengua" es el discurrir
de tres personajes, además de Valdés, que contraponen
puntos de vista sobre la lengua romance de Castilla. El
diálogo está construido con un aire mundano y una sen-
cillez expresiva que contrasta con la seriedad teológica de
los tratados religiosos. Esto no quiere decir que el Diálogo
careció de profundidad de contenido. Valdés probó cómo
se puede expresar con sencillez las materias de rico y den-
so contenido. Así es que, con brillo polémico, por ejemplo,
desplegó la defensa de la lengua castellana frente al ca-
talán, gallego, valenciano, lo mismo que ante el toscano:
" Y porque la lengua que oy se habla en Castilla, de la cual
vosotros queréis ser informados, tiene parte de la lengua que
se usava en España antes que los romanos la enseñoreasen, y
tiene también alguna parte de la de los godos que sucedieron a
los romanos, y mucha de la de los moros, que reinaron muchos
años, aunque la principal parte es de la lengua que introdujeron
los romanos, que es la lengua latina" Cristina Barbolani, Üiá-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 3 ^

logo de la Lengua, Cátedra, pgs, 131-132. Al inquirirle uno


de los interlocutores acerca del origen y variedad de las
otras lenguas, Valdés planteó la tesis de la diversidad de
regímenes y príncipes de los reinos donde ellas se hablan:
".. .digo que dos cosas suelen principalmente causar en una pro-
vincia diversidades de lenguas: la una es no estar todo debaxo
de un príncipe, rey o señor, de donde procede que tantas diferen-
cias ay de lenguas, quanta diversidad de señores; la otra es que
como siempre se pegan algo unas provincias comarcanas a otras,
acontece que cada parte de una provincia, tomando algo de sus
comarcanas, su poco a poco se va diferenciando de las otras, y
esto no solamente en el hablar, pero aún también en el conversar
y en las costumbres ", ob.cit, 140-141.
Atacó, por un lado, la Gramática de Nebrija, a quien
criticó acremente; y por otro lado, avanzó juicios de valor
sobre autores y palabras mucho antes de la aparición del
Diccionario de Covarrubias y el Diccionario de Autorida-
des. Valdés adelantó, en síntesis, una historia del proce-
so histórico de la lengua castellana, contrastándola con la
del catalán, vizcaíno, valenciano. Por entonces, la hege-
monía del castellano como linguafrancaen detrimento de
las lenguas regionales adquiría la forma de una domina-
ción cultural, de un imperialismo lingüístico que minaba
la unidad hispana. La concepción imperial de la lengua,
impulsada por Fray Hernando de Talavera y Nebrija en
tiempos de los Reyes Católicos, es reconocida por el au-
tor al manifestar que, defendiendo la pureza del castella-
no contaminado por arabismos, "el Emperador les mandó
se tornassen cristianos o se saliesen de Spaña", ob,cit, 138. Sin
ambages, Valdés defendió el predominio del castellano y
realzó su enlace sincrético con el griego, latín, hebreo, to-
mando como hecho consumado por el contacto humano
y cultural de moros y cristianos, la influencia del hebreo
y arábigo. En esa perspectiva, se sumergió al campo de la
etimología, explicando que abad proviene del hebreo y del
italiano giorno, jornal, jornalero y jornada del castellano.
302 — M A R I O CASTRO ARENAS

Pero no sólo el "Diálogo de la Lengua" es un valioso


concentrado de filología, etimología y gramática-. Sigue la
huella de las Adagia de Erasmo, al incorporar y comen-
tar el origen de los refranes castellanos. Se le pregunta si
los refranes castellanos son como los griegos y latinos y él
responde: " No tienen mucha conformidad con ellos, porque
los castellanos son tomados de dichos vulgares, los más dellos
nacidos y criados entre viejas, tras elfriego,hilando sus ruecas;
y los griegos y latinos, como sabéis, son nacidos entre personas
dotas y están celebrados en libros de mucha dotrina, Vero para
considerarla propiedad de la lengua castellana, lo mejor que los
refranes tienen es ser nacidos en el vulgo", ob, cit, 127,
Se distinguió el alcance ecléctico de los conceptos del
ilustre lingüista, puesto que, al mismo tiempo que prio-
rizó el ensamble de locuciones de estirpe erudita en los
refranes castellanos/ subrayó la participación del vulgo,
del pueblo llano, en su creación. Del populismo lingüís-
tico extrajo lecciones de estilística en favor de la sencillez
sintáctica y en contra del manierismo tan italiano: " el esti-
lo que tengo me es natural, y sin afeiación ninguna escrivo como
hablo; solamente tengo cuidado de usar vocablos que sinifiquen
bien lo que quiero decir, y dígalo quanto más llanamente me es
posible, porque a mi parecer en ninguna lengua sta bien el afe-
tación; quanto al hazer diferencia en el alear o abaxar el estilo
según lo que scribo, guardo lo mesmo que guardáis vosotros en
el latín", ob,cit, 233.
El deslinde de Valdés clarificó su postura estilísti-
ca general: escribir con sencillez y propiedad para que
la divulgación de sus nociones, ya como expositor de las
Escrituras, ya como lingüista, alcancen mayor eficacia si
persigue fines proselitistas o si se sitúa como pedagogo
del buen decir castellano. No puede negarse que la suti-
leza de sus conceptos sobre la renovación de la exegesis
bíblica no está al alcance del vulgo, ni tampoco, por cierto,
a la indigencia mental de los agentes cuasi policiales de la
Inquisición. La densidad teológica, que orilla a menudo
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI ™ 3^3

la oscuridad, está en sus conceptos, no en la construcción


gramatical de sus ideas,
El doble rol de teólogo y lingüista proporciona a
Juan de Valdés una calidad dual inexistente en el Renaci-
miento italiano, dotando al Renacimiento español de una
especificidad sin paralelo. Erasmo fue el icono mayor de
la generación de teólogos laicos del siglo XVI. El pensador
holandés es, por encima de todo, un orientador genera-
cional Señaló caminos a los Valdés, Vives, Moro, es decir,
a los especuladores libres, instándolos a plantear reflexio-
nes abiertas, en una época en la que la doctrina cristiana
estaba secuestrada por inflexibles cánones eclesiásticos.
El más tenue apartamiento del Ecclesia dixit era ca-
talogado como herejía, y era reprimida con la hoguera la
disidencia más leve de la plúmbea escolástica. Erasmo de-
nunció la confusión entre doctrina y superstición, entre el
evangelismo inteligente y la chachara pueril del clérigo
parroquial. Sin embargo, se limitó a puyar a los agentes de
la venalidad anticristiana. No fue más allá. Ahí se quedó.
La revolución luterana congeló su obra.
Juan de Valdés fue más lejos que el maestro de Rot-
terdam en audacia teológica, en profundidad y finura doc-
trinaria. Como rescata Marcel Bataillon, " el acto esencial de
la vida religiosa, según Valdés, es la oración, entendida como un
acto privado y esencialmente interior: las oraciones no son fórmu-
las mágicas calculadas para producir cierto efecto. No se puede
decir que sepa orar el que se atiene exclusivamente a formas ya he-
chas, el que confia más en el ruido y multitud de los rezos que en
"el ardiente deseo del ánima". Erasmo y España. FCE. pg. 357.

BARTOLOMÉ DE LAS CASAS

Al lado de Juan de Valdés, Bartolomé de las Casas


es la figura máxima del revisionismo de la conquista de
las Indias del movimiento renacentista español. Primera
cuestión: ¿Las Casas es un renacentista? Empecemos por
304 — MARIO CASTRO ARENAS

admitir que, clasificar a Las Casas en el cuadro general


del pensamiento de la conquista de América, representa
abrir otra controversia alrededor del obispo de Chiapas.
Algunos considerarán como un tour deforce ubicarlo en
el Renacimiento, al lado de Miguel Angel, Maquiavelo,
Leonardo da Vinci, Pico de la Mirándola o Savonarola.
Ciertamente, parece artificioso incrustar a Las Casas en
un renacentismo como el italiano en el que predominan
rasgos de estética general, de obra y estilo individual,
que no se distinguen en un personaje ajeno a la preocu-
pación de las buenas maneras, estilo de vida algo pesa-
do, por completo opuesto al estereotipo del hombre del
Renacimiento.
Huizinga conceptúa que el Renacimiento se convirtió
en un tópico que parecía inamovible después del tratado
de Buckhardt, pero que todavía está en proceso continuo
de revisión y de redefinición. Esta es la situación del Re-
nacimiento español, que posee características humanísti-
cas comunes al Renacimiento como movimiento cultural
general, pero cuyos rasgos en el campo de la ideología,y
en otros, son distintos a los italianos. "El concepto de Rena-
cimiento adolece de vaguedad así en cuanto al tiempo como en
cuanto a la extensión, lo mismo en lo tocante a su significación
que en lo atañadero a su contenido, Es un concepto confuso, in-
completo y fortuito y es, al mismo tiempo, un esquema doctrinal
muy peligroso, un término técnico que probablemente haya que
desechar por inútil". Johan Huizinga. El concepto de la historia.
FCE. pg, 102.
Basándonos en la propuesta de Huizinga de redefini-
ción conceptual, en nuestro criterio, hay un Renacimiento
español con perfiles de autonomía ideológica, y dentro de
él califica Las Casas con especiñcidades ausentes en el Re-
nacimiento italiano.
Tengamos presente al revisar la concepción tradi-
cional del Renacimiento, la fuerte presencia de España
en las ciudades italianas, tanto en lo político como en lo
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 305

religioso, y a veces estos factores están estrechamente li-


gados. La Casa Borgia, con el papa Alejandro VI y su hijo
César Borgia, acentuó la hegemonía española en Ñapóles,
Sicilia, Roma, Milán y aún en Florencia durante un pe-
ríodo determinante de la cultura renacentista italiana. Se
dice que Alejandro VI españolizó Roma. Varios príncipes
españoles, con Fernando de Aragón a la cabeza, fueron
elegidos como modelos del gobernante típicamente rena-
centista por Nicolás Maquiavelo, El descubrimiento de
América y las expediciones españolas a las Molucas y al-
rededores, en la medida que suscitaron un "renacimiento
cultural" con el conocimiento de otros seres humanos y de
otras culturas, representan un aporte cultural sin prece-
dente al enriquecimiento de la ciencia y las humanidades.
El Renacimiento español fue más audaz y no se abocó sólo
a la imitación de los modelos culturales griegos y latinos.
En cierta manera, los renacentistas españoles asimilaron
la cultura grecolatina, y, al mismo tiempo, la discutieron
y la renovaron.
Bajo estos parámetros conceptuales, Las Casas no
solamente responde a los rasgos centrales del Renacimen-
to español, sino los excedió ideológicamente, con acentos
inéditos de modernidad en la Europa del siglo XVI. En
la Historia de las Indias, y en los Tratados, Las Casas cita
constantemente obras de Plutarco, Polibio, Tucídides, Xe-
nofonte, entre los historiadores griegos, lo mismo a Tito
Livio, Cicerón, Salustio, en los latinos, y a la casi totalidad
de los Padres de la Iglesia. El aparato erudito del fraile es *
anonadante. Aún en nuestros tiempos nos preguntamos
en qué momento Las Casas adquirió esa cultura libresca
si fue, al mismo tiempo, un hombre de acción, sin repo-
so ni tregua, ya viajando a España, ya desplazándose
por los rincones de América. Citas de obras greolatinas y
remembranzas de la misma estirpe encontramos en Fer-
nández de Oviedo, Gomara, el padre Acosta, el padre Ber-
nabé Cobo, Cieza de León y otros cronistas de Indias.
306 — M A R I O CASTRO ARENAS

Un repaso sumario a la Doctrina de Las Casas mues-


tra la variedad de las tesis jurídicas, religiosas, políticas
que involucra su densa obra, pensada y expuesta a lo largo
del siglo XVI. Las "Treinta Proposiciones muy jurídicas"
presentadas al Consejo de Indias condensa los cuestiona-
mientos de Las Casas sobre la legitimidad de los títulos
y límites del Imperio Español. En las Treinta Proposicio-
nes se dan la mano lo antiguo y lo moderno, puesto que
Las Casas reanudó el debate medieval sobre el conflicto
de las jurisdicciones religiosas y temporales. Como hemos
anotado en otro trabajo, Las Casas, y en parte el jurista
Francisco Vitoria, adhirió la tesis puntual del franciscano
Guillermo de Ockham, negando la interpretación papal
del evangelio de San Mateo, a partir de la cual se le cedió
a la Corona la conquista de las Indias. Las Casas reconoció
que el Sumo Pontífice como Vicario de Cristo y sucesor
de San Pedro tuvo facultades para otorgar a los prínci-
pes cristianos la propagación de la doctrina cristiana en
tierras de infieles. Pero acota en la Proposición IX que la
propagación del evangelio debe llevarse a cabo "sin daño
y perjuicio notable del derecho ajeno de los reyes y príncipes,
y singulares personas de los infieles", Doctrina, Universidad
Nacional Autónoma de México, prólogo y selección de Agustín
Yáñez. 1982.
En la Proposición XII cuestiona Las Casas la utiliza-
ción de causas religiosas para justificar la toma de bienes
de infieles: "por ningún pecado de idolatría, ni de otro alguno
por grave y nefando que sea, no son privados los dichos infieles,
señores ni subditos, de sus señoríos o dignidades, ni de algu-
nos otros bienes ipso facto vel ipso jure". En pocas palabras,
Las Casas recusó los fundamentos teológicos en los que
se amparó la Iglesia para darle mano libre a la monarquía
hispana en las expediciones de descubrimiento, conquista
y colonización del Nuevo Mundo, so pretexto de propagar
los evangelios. Y, consiguientemente, se pronunció por la
nulidad de los títulos derivados de la concesión papal.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SiGto XVI — 3^7

Por otro lado, en el 'Tratado sobre las Encomiendas"


expuso veinte razones contrarias a la entrega de tierras e
indígenas al servicio de españoles, resumiendo su argu-
mentación con estas expresiones". Por todas estas razones y
males detestables que de la sujeción a los indios a los españoles,
suceden, aunque los mismos indios de su propia voluntad qui-
siesen someterse a ella y deteriorar tan abatidamente su estado
y perder su total libertad, como en ella pierden, sería nula y de
ningún valor la tal voluntad, y no la podrían hacer: antes sería
Vuestra Majestad obligado de precepto divino a prohibir la dicha
encomienda"', ob,cit, 67,
El edificio jurídico de la Corona, desde la guerra
justa a la encomienda, la esclavitud y la distribución de
campesinos por herencia del encomendero, fue demolido
por la formidable capacidad dialéctica de quien, antes de
ordenarse, había sido encomendero, había organizado co-
lonizaciones y por tanto, llegó a acumular una experiencia
convincente sobre el manejo administrativo de la legisla-
ción de Indias. Bajo la presión incesante de Las Casas, la
Corona aprobó las Nuevas Leyes de Indias en 1542, con el
fin de corregir la explotación de la mano de obra indígena,
pero estas disposiciones, como se sabe, fueron rechazadas
por los conquistadores, y criticadas por clérigos misione-
ros como Motolinía y Vasco de Quiroga, lo mismo que el
autor del Anónimo de Yucay, redactado aparentemente en
el Cuzco.
El preámbulo de las Nuevas Leyes es demostrativo
de la influencia de Las Casas en Carlos V y sus asesores,
influencia ganada gracias a la incesante prédica escrita y
oral contra el régimen de las encomiendas y el abuso in-
humano de la mano de obra indígena. La prédica lasca-
siana se volcó en una legislación protectora de innegable
raíz cristiana:" .. .nuestro principal intento y voluntad siempre
ha sido y es la conservación y aumento de los indios y que sean
instruidos y enseñados en las cosas de nuestra santa fe católica
y bien tratados como personas libres y vasallos nuestros como
308 — M A M O CASTRO ARENAS

lo son". En la parte resolutiva expresa el preámbulo: "Por


tanto ordenamos y mandamos que de aquí en adelante por nin-
guna causa de guerra ni otra laguna, aunque sea so título de
rebelión, ni por rescate, ni de otra manera se pueda hacer esclavo
indio alguno". La parte medular sobre las encomiendas: "Orde-
namos y mandamos que ningún visorrey, gobernador, Audien-
cia, descubridor ni otra persona alguna no pueda encomendar
indios por nueva provisión, ni por renunciación, ni donación,
venta, ni otra cualquier forma, modo, ni por vocación, ni he-
rencia, sino que muriendo la persona que tuviera los dichos in-
dios, sean puestos en nuestra Real corona y las Audiencias..."
Asimismo, teniendo en cuenta la mortandad producida entre
indios y esclavos africanos por la inmersión en busca de perlas,
el Rey dispuso: "mandamos que ningún indio libre sea llevado
a la dicha pesquería contra su voluntad, so pena de muerte y
que él obispo y el juez que fuere a Venezuela ordenen lo que les
pareciere para que los esclavos que andan en la dicha pesquería
asi indios como negros se conserven y cesen las muertes". Joseph
Pérez, Historia de España.
La exasperación originada por las Leyes de Indias
fomentó protestas y generó guerras civiles, llegando al
extremo de propiciar la construcción de proyectos separa-
tistas de la Corona, como los encabezados por Gonzalo Pi-
zarra con secuaces como Hernando Bachicao que saqueó
Panamá, y Lope de Aguirre en el Perú y la asonada de los
hermanos Contreras, nietos de Pedrarias Dávila, en Nica-
ragua y Panamá.
No sólo se preocupó Las Casas por los aspectos lega-
les de la colonización y su incidencia en bienes materiales.
Quiso, también, reformar la conciencia de los españoles
y emplazarlos al reconocimiento cristiano de sus culpas
ante Dios. Con tal propósito redactó el curioso texto del
"Aviso y reglas para los confesores", una suerte de reglamen-
to pormenorizado que debían aplicar los sacerdotes espa-
ñoles al momento de confesar a los conquistadores, enco-
menderos y mercaderes de armas y vituallas, y negarles
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 309

la absolución de sus pecados y crímenes si no restituían a


sus propietarios los bienes arbitrariamente obtenidos. Las
Casas intentó, desde la tierra, cerrar las puertas del cielo
a los conquistadores españoles, en una decisión que más
parece engendrada por el arrebato y la ofuscación, porque
daba por sentada la culpabilidad general de todos los es-
pañoles de Indias. Hubo castellanos viejos, temerosos de la
ira de Dios, que, voluntariamente, por dictado testamen-
tario personal, devolvieron los bienes hurtados, como fue
el caso del testamento de Manso Sierra de Leguísamo, que
se apropió, en una bravata individual, la imagen del Sol
de oro puro del templo del Coricancha y la perdió en un
juego de naipes. La mayoría de los conquistadores siguió
enriqueciéndose y se burló del defensor de los indios.
Por si faltara una prueba más del minucioso refor-
mismo lascasiano, anotemos que las colonias americanas
de españoles e indígenas que creó el infatigable fraile os-
tentan el linaje renacentista de la Utopía de Tomás Moro
y La Ciudad del Sol de Campanella. Las Casas pensó que
la convivencia de parejas de españoles e indígenas en al-
deas organizadas bajo un comunitarismo asaz utópico,
sin el régimen de encomiendas y trabajo forzado, con la
distribución equitativa de los frutos obtenidos (proyecto
similar al que propició, años más tarde, el jurista Juan de
Matienzo, Oidor de la Real Audiencia de los Charcas, en
su obra "Gobierno del Perú") favorecería la eliminación
de la injusticia en las relaciones humanas y sociales vigen-
tes en América.
Al reconstruir la memoria del Renacimiento, pode-
mos aceptar que, en contraste a los renacentistas españo-
les, existió una dosis de escepticismo, incredulidad y aún
de ateísmo en algunos italianos que especularon con la as-
trologia y la magia. Lutero zahirió la conducta irrespetuo-
sa de algunos clérigos durante la misa. Lorenzo Valla, teó-
rico emblemático del escepticismo renacentista, denunció
que la Donación de Constantino era obra de falsificadores
310 — MARIO CASTRO ARENAS

eclesiásticos. Los mecenas florentinos compraron escul-


turas grecolatinas y financiaron pinturas inspiradas en
personajes mitológicos. Los carnavales florentinos, en los
que había danzantes embozados con las máscaras de em-
peradores de la decadencia romana y de dioses del Olim-
po, alimentaron la atmósfera de cierto paganismo, que, en
su hora y para su desgracia personal, fustigó acremente
el monje Savonarola. Hubo predicadores que, como res-
puesta a las bacanales florentinas, anunciaron profecías
joaquínistas sobre el fin del mundo, acompañadas de vi-
siones escatológicas que verbalizaban el infierno de Ar-
chimboldo.
Mezcla de teólogo, historiador y moralista socrático,
Las Casas no delata el perfil del reformista cismático del
Renacimiento, Por el contrario, va al rescate del cristia-
nismo de la primera hora para adecuarlo a la ética de su
época. Reposó en los Doctores de la Iglesia para discre-
par del desviacionismo secular de los pontífices del siglo
XVI, postulando una zona de separación entre la Iglesia
y el Estado, entre las facultades espirituales del Papa y la
jurisdicción secular del gobernante. Sus briosos alegatos
rebatieron la yuxtaposición de poderes espirituales y tem-
porales porque se cometen los peores crímenes enarbolan-
do sacrilegamente la cruz y la espada.
Sin embargo, no propuso otra iglesia, tampoco su di-
solución, sino cambios profundos en sus relaciones, nexos
y mancomunidad de responsabilidades civiles con el po-
der político. Expuso la tesis moderna de la separación en-
tre el Estado y la Iglesia, así como la conceptualización de
los derechos humanos de los oprimidos.
Pero es en el campo ideológico en el que Las Casas
se yergue como un formidable adelantado. Algunos teó-
ricos modernos no vacilan en clasificarlo como un antiim-
perialista. Obviamente, el antiimperialismo de Las Casas,
a riesgo de incurrir en un anacronismo, no es el mismo
antiimperialismo moderno de Hobson, Lenín o Sweezy.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 311

Su antiimperialismo une argumentos teológicos y


argumentos económicos y sociales del espacio y tiempo
del siglo XVI. Su dialéctica se abate contra los excesos del
poder acumulado por la dinastía de los Austria, dueña
de media Europa y de casi todo el nuevo continente. Es
antiimperialista porque critica un imperio de proclividad
teocrática/ fundamentalista en su proyección doctrinaria/
que dividió el mundo entre fieles e infieles, avalado por
la iglesia romana y que, al mismo tiempo que pretendió
la evangelización universal, succionó riquezas y subyugó
seres humanos. Un imperio de esa naturaleza cruel y ex-
pansionista no es la Ciudad de Dios de San Agustín,ni la
Summa Teológica de Santo Tomás, razona Las Casas.
En un Memorial al Consejo de Indias escrito proba-
blemente entre 1562 1563 llegó a las siguientes conclusio-
nes: "la primera que todas las guerras que llamaron conquistas
fueron y son injustísimas y de propios tiranos; la segunda, que
todos los reinos y señoríos de las Indias tenemos usurpados; la
tercera, que las encomiendas o repartimientos de indios son ira-
quísimos, y de per se malos, y así tiránicas, y la tal gobernación
tiránica; la cuarta, que todos los que las dan pecan mortalmente,
y los que las tienen están siempre en pecado mortal, y si nos las
dejan no se podrán salvar; la quinta, que el rey, nuestro señor,
que Dios prospere y guarde, con todo poder Dios le dio, no puede
justificar las guerras y robos hechos a estas gentes, ni los dichos
repartimientos y encomiendas, más que justificar las guerras y
robos que hacen en los turcos al pueblo cristiano; la sexta, que
todo cuanto oro y plata, perlas y otras riquezas que han venido a
España, y en las Indias, se trata entre nuestros españoles, muy
poquito sacado, es todo robado; la séptima, que si no restituyen
los que lo han robado y hoy roban por conquistas y por
repartimientos y encomiendas y los que dello participan, no po-
drán salvarse; la octava, que las gentes naturales de todas las
partes y cualquiera délias donde habernos entrado en las Indias
tienen derecho adquirido de hacernos guerra justísima y raernos
de la haz de la tierra, y este derecho les durará hasta el día del
312 — MARIO CASTRO ARENAS

juicio", Doctrina, pgs, 161-162, Documentos para la Historia


de México,tomo II, García Icazbalceta.
Las tímidas amonestaciones de Alfonso de Valdés,
Luis Vives y Antonio de Guevara a Carlos V se transmu-
taron en una demoledora crítica no a un hombre, rey o
papa, conquistador u obispo, sino a un sistema, al sistema
de dominación imperialista vigente en el siglo XVL En el
Renacimiento italiano no hubo obra de pensador político,
incluyendo a Maquiavelo y Guicciardini, que fustigó el
sistema, con la trascendencia teórica de Las Casas. Lute-
ro y Calvino fueron guardianes del establishment de los
príncipes germánicos, pero marcando diferencias con un
estatuto religioso autónomo, que desembocaría a lo secu-
lar, como un apoyo a la edificación del Estado Nacional de
Alemania y Suiza.
¿Es posible un ejercicio a la manera de 'Vidas para-
lelas" de Maquiavelo, el teórico político más significativo
del Renacimiento italiano, y de Bartolomé de Las Casas?
Razonablemente, hay facetas que los distancian una enor-
midad, y, al mismo tiempo, facetas que los correlacionan.
Como señaló Burckhardt, trazando la personalidad del
autor de "El Príncipe", " Maquiavelo es, sin duda, el sin par, el
más grande todo$(entre los italianos). Capta siempre las fuerzas
en juego como algo vivo, plantea las alternativas certeramente y
con grandeza y procura no engañarse a sí mismo ni engañar a
los demás. Por otra parte, no escribe para el público sino para las
autoridades y los príncipes o para sus amigos...a veces su objeti-
vidad política es ciertamente terrible en su sinceridad, pero tén-
gase en cuenta que escribe en una época de angustia y peligros
extremos, en la cual no podía esperarse de las gentes que creye-
ran en la justicia ni dieran por supuesta la equidad", ob,cit.71.
No puede regatearse el arrojo de Maquiavelo al postu-
lar la unidad de los estados italianos bajo un régimen repu-
blicano, que era antinómico al de los príncipes y magnates
de las ciudades estados. Por esta discrepancia, los Médicis
lo recluyeron en el ostracismo y no pudo retomar a su po-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 3^3

sición en la burocracia florentina, a pesar de sus cartas algo


plañideras. Pienso, cada vez con más firmeza, en la inau-
tenticidad del oprobio con el que la posteridad denosta al
secretario florentino. Más que recomendar sus ideas perso-
nales sobre las fronteras entre política y ética, lo que él hizo
fue reproducir la praxis de los regímenes renacentistas y, a
partir de su análisis, plantear el gobierno real de su tiempo
antes que recomendar algo propio de su estilo y conducta
individual. No hubo en él, sin embargo, un grado de com-
promiso, es decir el compromiso hasta las últimas conse-
cuencias, con sus ideas, tal como divisamos en Las Casas. El
fraile supo que sus confrontaciones con el sistema de domi-
nación de la monarquía en la cúspide del poder podía lle-
varlo a las mazmorras en un abrir y cerrar de ojos. Asimis-
mo, comprendió desde el principio que la iglesia española
y el Vaticano conocían la forma de cerrarle la boca, prohi-
biendo la circulación de los escritos, o poniéndolo en manos
de la Inquisición y así correr la suerte de los alumbrados y
de cuantos sacerdotes o laicos se desviaban un ápice de la
ortodoxia. Es extraño, muy extraño que no le cerraran los
pasos al injurioso, testarudo, andariego, sulfuroso clérigo
que no se fatigó en repetir sus clamores contra robos, injusti-
cia, esclavitud, apostasía. Al contrario, reyes y consejeros le
hicieron caso, modificaron las leyes al ritmo de sus críticas
virulentas. Por supuesto/' el fraile aguafiestas" fue odiado
por los conquistadores, encomenderos y clérigos que hacían
fortuna en las Indias. Su impresionante voto en contra sal-
va el honor español. Fue la conciencia crítica del siglo XVI;
reevaluó los fueros de la libertad de pensamiento, contra
viento y marea, contra el viento de fronda del absolutismo
de los Habsburgo y la turbia y fatídica marea del dogma, al
lado de la ilustre compañía de Vitoria, los Valdés, Vives y un
puñado de mártires anónimos caídos en nombre de la liber-
tad de credos que empezó a alborear en el Renacimiento.
Es difícil prescindir de su legado humanístico y cris-
tiano en cualquier época de la historia.
EL INCA GARCILASO Y EL
DICCIONARIO DE AUTORIDADES
La inclusión del Inca Garcilaso de la Vega en la lista de
los escritores de consulta del Diccionario de Autoridades
no fue advertida por el cónclave de garcilasistas internacio-
nales, lo mismo que las citas de John Locke y Voltaire de su
obra como fuente del pasado incaico. La inclusión del Inca
en el Diccionario de Autoridades refleja la importancia que
había alcanzado en España como escritor, no sólo como
historiador en la fecha en que la Real Academia de la Len-
gua de España, creada en 1713, editó el primer tomo, esto
es 1726. Francisco López de Gomara, Gonzalo Fernández
de Oviedo, el Padre José de Acosta, Bernal Díaz del Castillo
y Juan Cristóbal Calvete de Estrella son otros cronistas de
Indias en la lista del Diccionario de Autoridades. Desde el
punto de vista histórico, hombrearse, con Gomara, Fernán-
dez de Oviedo y el Padre Acosta, fue consagratorio para el
cronista cuzqueño, aunque divergiese de los argumentos
centrales de Gomara, no tanto de Fernández de Oviedo.
Sin embargo, desde el punto de vista literario, sus
méritos son mayores, dado que es el solitario represen-
tante americano en la lista de los ilustres escritores espa-
ñoles contemporáneos del Inca, seleccionados por la Real
Academia, entre 1500 y 1600, vale decir Antonio de Ne-
brija, Antonio de Guevara, Frai Luis de León, Frai Luis
de Granada, Santa Teresa de Jesús, Miguel de Cervantes,
Benedicto Arias Montano, Juan Ginés de Sepúlveda y el
filólogo Alonso López Pinciano, entre otros personajes de
las letras, no solamente en el siglo XVI sino de los orígenes
de la lengua española.
Antes de la fundación de la Real Academia y la pu-
blicación del Diccionario de Autoridades, como dice An-
tonio Alatorre, "de los escritos referentes al romance cas-
316 — MARIO CASTRO ARENAS

tellano que se compusieron en España en los siglos XVI y


XVII, los más notables no son precisamente gramáticas,
sino elogios de la lengua y sobre todo estudios de tipo his-
tórico, como las Antigüedades de Ambrosio de Morales y
el libro de Bernardo de Aldrete, "Del origen y principio de
la lengua castellana o romance que oi se usa en España",
ampliación de un tema tratado de manera elemental por
Nebrija". (Historia de la Lengua. El apogeo del castellano).
Gramáticas y diccionarios, excepción de la Gramática de
Nebrija apoyada por Isabel la Católica, los estudios sobre
la lengua correspondieron a tentativas individuales, no a
academias. Tal es la naturaleza del "Diálogo de la Len-
gua" de Juan de Valdez, el "Arte de Trovar" de Enrique
dé Villena, el "Discurso de sobre la poesía castellana" de
Gonzalo Argote de Molina, el "Arte poética en romance
castellano" de Miguel Sánchez de Lima, el "Arte Poéti-
ca" de Juan Díaz Rengifo, la "Filosofía antigua poética"
de Alonso López Pinciano, el "Cisne de Apolo" de Luis
Alfonso de Carvallo, el" Ejemplar Poético" de Juan de la
Cueva y el "Libro de la erudición poética" de Luis Carri-
llo Sotomayor. Amado Alonso se refiere a los tratados de
Fray Domingo de Saltanas, autor del "Compendio de Sen-
tencias Morales" de 1555 en que dice "mucha razón tienen
los españoles de preciarse de su lenguaje; porque después
del griego, el latín es el más principal, y a la lengua latina
la española es la más propincua"; Fray Pedro Malón de
Chaide, fraile navarro que pondera el futuro del castella-
no en "La conversión de la Magdalena", escrita entre 1578
y 1583; el humanista Cristóbal de Villalón publicó en 1558
en Amberes una "Gramática Castellana" para consumo
de flamencos, italianos, alemanes, ingleses y franceses; el
"Discurso sobre la lengua castellana" de Ambrosio de Mo-
rales, publicado en 1546, que influyó en Fray Luis de León
y en el poeta sevillano Fernando de Herrera " el divino"
cuyos ideales lingüísticos, según Alonso, manejaron el
concepto moderno de la lengua en perpetua formación.
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 317

En materia de diccionarios se sabe lo que representó


el "Tesoro de la lengua castellana o española'7 de Sebastián
de Covarrubias, como empresa de recopilación lingüística
y fruto de iniciativa personal.
El Discurso Proemial sobre el origen de la lengua
castellana del Diccionario de Autoridades de la Real Aca-
demia, presidida por Fernando de Lujan y Sylva, Marqués
de Almodóvar, discernió sobre estos antecedentes de ini-
ciativa personal, privilegiando la obra del doctor Bernar-
do de Aldrete, canónigo de la Santa Iglesia de Córdoba, de
entre todos los estudios de la lengua difundidos por en-
tonces. "La lengua castellana, que por usarse en la mayor
y mejor parte de España, suelen comúnmente llamar es-
pañola los extranjeros, en nada cede a las más cultivadas
con los afanes del arte y los estudios. Es rica de voces, fe-
cunda de expresiones, limpia y tersa en los vocablos, fácil
para el uso común, dulce para los afectos, grave para las
cosas serias, y para las festivas abundantísimas de gracias,
donaires, equívocos y sales. Es mui copiosa de sentencias,
proverbios o refranes, en que está cifrada toda la filosofía
moral, y la enseñanza civil, como confiesan Erasmo y Es-
calígero: y tiene muchos dialectos, o términos peculiares,
cuya viveza no es posible sustituirle en otra lengua. La
Rhetórica, para resplandecer brillante en sus artificiosas
oraciones, nada hecha de menos en lo grande que se halla
en las Lenguas Griega y Latina, pudiéndose decir de ella,
con igual valentía y elegancia, quanto se ha dicho en estas
de grande y admirable, cediéndolas sólo la ventaja de ha-
ber sido primeras en el tiempo. La Poesía en la variedad
de metros, consonancias y asonancias, es gratísima y mui
dulce a los oidos: lo majestuoso de las voces les da grave-
dad y peso, y en lo relativo la copia de equívocos, y gus-
tosas alusiones hacen fin la menor competencia, singular
entre todas. En fin, el estado en que se halla oy la Lengua
Castellana es capaz de lo que enseñen en ella las muy su-
periores ciencias y las más esquisitas facultades, que tanto
31ö — MARIO CASTRO ARENAS

tiempo han estado detenidas, y como estancadas en los


recintos de las Lenguas Griega y Latina. Todo ello podría
demostrar largamente, sino lo embarazara la brevedad del
discurso, ceñido a manifestar su origen de que han escri-
to varios Autores; pero ninguno con más felicidad que el
Doctor Bernardo de Aldrete, Canónigo de la Santa Iglesia
de Córdoba, en el libro que escribió de esta materia; y así
dejando su vasta erudición para los curiosos, se procurará
con la luz de la Historia descubrir claramente el principio
de nuestra lengua."
¿Cómo reaccionó el Inca a los ideales de lengua y
retórica expuestos en el proemio del Diccionario de Au-
toridades? Antes de analizarlo, reparemos que el Inca co-
noció y trabó relación literaria con los religiosos y eruditos
cordobeses, cuyo dechado paradigmático fue el doctor Al-
drete. Garcilaso se había afincado en Córdoba alrededor
del año 1519 y conoció en la ciudad andaluza al doctor Al-
drete con quien intercambió correspondencia. El erudito
canónigo solicitó información a Garcilaso sobre el origen
del nombre del Perú para utilizarla en "Del origen y prin-
cipio de la lengua castellana", y estaba al corriente de la
jerarquía del Inca como historiador y literato. La versión
del nombre del Perú sustentada por el Inca contradice la
versión recogida por el Padre Acosta, razón por la cual
interesó al canónigo conocer la primicia de su origen mí-
tico, antes de la publicación de los Comentarios Reales.
Aurelio Miró Quesada Sosa subrayó la amistad del Inca y
el doctor Aldrete, y también con otros eruditos cordobe-
ses como el jesuíta Francisco de Castro, el Abad de Rute
Francisco Fernández de Córdoba, el cronista carmelita
Antonio Vásquez de Espinosa, autor del "Compendio y
Descripción de las Indias Occidentales, pero sin anotar su
concordancia con los ideales preceptivos del Diccionario
de Autoridades. El Inca, en el crepúsculo de su vida, vistió
el hábito de clérigo y se estabilizó económicamente, des-
pués de soportar las adversidades de la época de Montilla,
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 3^-9

logrando superarlas con la venta de la propiedad, legada


por su tío el Marqués de Priego. Su relación con religiosos
españoles procede del tiempo de su vinculación amistosa
con los padres de la Compañía de Jesús. Uno de ellos, el
Padre Juan de Pineda, sevillano, le sugirió que tradujera a
lo divino la versión a lo profano de las "Lamentaciones de
Job" del poeta Garci Sánchez de Badajoz, antepasado del
Inca. Sin apremios económicos, el Inca se concentró en el
estudio y la escritura, logrando alternar en Córdoba con el
grupo de eruditos religiosos a cuya cabeza estuvo el doc-
tor Bernardo de Aldrete. Su inclusión en la lista de escri-
tores eminentes del Diccionario de Autoridades pudo ser
una recomendación del doctor Aldrete, valedor de su cali-
dad literaria y su fidelidad histórica, tanto como traductor
de los Diálogos del León Hebreo como por ser autor de
la Florida del Inca, historia del Adelantado Hernando de
Soto, su primer ejercicio como historiador de Indias. La
opinión de Aldrete pesaba en la Real Academia Española,
como lo muestra la cita del proemio. Y si propuso la inclu-
sión de Garcilaso en el Diccionario de Autoridades, con
toda la solvencia de su erudición filológica, fue porque
conocía de primera mano su versación histórico-cultural,
por lo cual —deducimos— la sugerencia del filólogo, se
aprobó sin objecciones.
Cualquiera que haya sido la vía para incluir al Inca
Garcilaso, lo sustantivo es el significado de su presencia en
el primer diccionario de la lengua castellana organizado
por la institución creada por el estado español para fijar las
reglas oficiales de la gramática, ortografía y etimología. La
Real Academia no aplicó normas surgidas de la corporación
de la lengua sino se basó en los valores de uso de sus más
insignes escritores, partiendo del proceso de transforma-
ción de la lengua castellana desde los primeros pobladores
de España, empezando con Tubal, teniendo en cuenta "el
modo con que los hombres comunican entre sí lo interior
de sus pensamientos para la vida racional y civil".
320 — MARIO CASTRO ARENAS

Situar al Inca al lado de Alfonso el Sabio, Cervantes


o Santa Teresa de Jesús representa varias cosas a la,vez.
Por un lado, realza su valor como escritor, como usuario
paradigmático de la lengua castellana, como uno de los
modelos a seguir por los lectores españoles del Dicciona-
rio de Autoridades, acreditándose el magisterio literario
fundado por su obra.
Por otro lado, el Diccionario acogió al cronista pe-
ruano en la tradición literaria y lingüística española, no
como un acto arbitrario de apropiación de un autor no
español sino por los valores invívitos en los Comentarios
Reales. Como historiador, el Inca relató el desarrollo de
otro imperio; un imperio sojuzgado por las armas españo-
las, pero otro imperio al fin y al cabo- La Academia de la
Lengua lo hispanizó, lo castellanizó: el Inca escribe como
castellano, no como quechua del Cuzco, aunque a través
del castellano vació el espíritu indígena. Tal es la sustancia
de su drama y su gloria. Tensó el dualismo del mestizo
que escribió en español para comunicar el alma indíge-
na. Frai Hernando de Talavera explicó a Isabel la Católica
que la importancia de la gramática de Nebrija consistió
en sistematizar la lengua que acompañaría al imperio es-
pañol. Antes de eso, el latín fue compañero del Imperio
Romano por donde anduvieron las legiones. El castellano,
síntesis de latín, griego y árabe, es el resultado alquímico
de varios imperios. El quechua cuzqueño, el runasimi, fue
también la lengua general que aplicó el imperio incaico a
los pueblos sojuzgados que tuvieron dialectos propios. El
runasimi fue la lengua general de los invasores quechuas:
opacó y extinguió varias lenguas nativas.
¿La inclusión del Inca en el Diccionario de Autori-
dades lo catalogó como un escritor casticista? Sí y no. El
castellano del Inca procede de la tradición castiza. Pero él,
lúcidamente, observó que su misión era procurar la conci-
liación de la lengua de su padre con la lengua de su madre
y que, estando en la encrucijada lingüística, debía aportar
PANAMÁ Y PEKÚ EN EL SIGLO XVI — 3^1

solución propia. En las advertencias acerca de la lengua


general de los indios del Perú, Garcilaso discurrió sobre el
modo correcto de pronunciar y escribir en castellano vo-
cablos quechuas. El Inca observó que en el quechua faltan
las letras b^Xg/j jota; 1 sencilla no la hay sino 11 duplica-
da; tampoco hay x ni la rr duplicada. "Los españoles aña-
den estas letras —critica— en perjuicio y corrupción del
lenguaje, y, como los indios no las tienen, comúnmente
pronuncian mal las dicciones españolas que las tienen".
Pero el Inca se empinó sobre las discordancias y proclamó
su orgullo de quechuahablante, sin desdeñar el castellano
heredado de su padre:" Para atajar esta corrupción me sea
lícito, pues soy indio, que en esta historia yo escriba como
indio con las mismas letras que aquellas tales dicciones se
deben escribir. Y no se les haga de mal a los que las leye-
ren ver la novidad presente en contra del mal uso intro-
ducido, que antes debe dar gusto leer aquellos nombres
en su propiedad y pureza. Y porque me conviene alegar
muchas cosas de las que dicen los historiadores españoles
para comprobar las que yo fuere diciendo, y porque las
he de sacar a la letra con su corrupción, como ellos las es-
criben, quiero advertir que no parezca que me contradigo
escribiendo las letras (que he dicho) que no tiene aquel
lenguaje, que no lo hago sino por sacar fielmente lo que el
español escribe".
Tal como anotó Miró Quesada, "el Inca Garcilaso —y
así se refrendará más adelante— consideraba que el cono-
cimiento de la lengua de los Incas era fundamental para
comprender sus instituciones, entender sus creencias,
aclarar nombres, lugares y sucesos, precisar el sentido y,
en suma, unir la utilidad de la información histórica con el
deleite humanista por aprender los idiomas peregrinos",
(prólogo a los Comentarios Reales, edición de la Librería
Internacional del Perú). En el capítulo V "De muchas co-
sas que el nombre Pacha significa", el Inca formuló una
corrección empapada de bilirrubina que hizo a un religio-
322 — MARIO CASTRO ARENAS

so español (presumiblemente Fray Domingo de Santo To-


más, autor del Lexicon o Vocabulario de la lengua general
del Perú) que había sido catedrático de quechua, correc-
ción sobre la pronunciación de Pacha y la diferencia de
etimología por el énfasis en la acentuación de esta palabra
en el hablar cotidiano.
No deseamos apartarnos del propósito principal
de estas digresiones: la trascendencia literaria de la pro-
sa castellana del Inca, jerarquizada por su inclusión en la
lista de escritores del Diccionario de Autoridades. Poco
se ha estudiado el estilo del Inca, sus recursos retóricos,
el caudal de su vocabulario, los arcaísmos que añejan su
prosa, las amplias estructura de la sintaxis. Constituyen
investigaciones incumplidas que debiera acelerar la reve-
lación de su nombre en la lista de los escritores más in-
signes de España. Empezaremos señalando que el Inca,
por las fechas de su nacimiento y muerte y los años de
la producción de su obra, perteneció generacíonalmente a
los escritores españoles del Siglo de Oro, escritores del pe-
ríodo de gobierno de Felipe II, en el que adquirió madurez
la cultura y unidad la lengua castellana.
El Diccionario de Autoridades ubicó al Inca, por los
Comentarios Reales, en la lista del período desde 1500 a
1600, al lado de Antonio de Nebrija, Frai Hernando de Ta-
lavera, Frai Luis de Granada, Antonio de Guevara, Frai
Luis de León, Santa Teresa de Jesús, Juan de Avila, Diego
Hurtado de Mendoza, Frai Hernando del Castillo, Fernan-
do de Herrera, Miguel de Cervantes Saavedra, Feliciano
de Silva, Vicente Espinel, Florian de Ocampo, entre otros.
Asimismo figuró al lado de los cronistas españoles de In-
dias López de Gomara, Fernández de Oviedo, Acosta y
Calvete de Estrella. Los principales prosistas del Siglo de
Oro —Guevara, Cervantes, León— tienen en común ras-
gos que el autor del proemio del Diccionario de Autorida-
des se regodea en ensalzar: riqueza de voces, fecundidad
de expresiones, limpidez y tersura de vocablos, dulzura
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 3^3

para los afectos, gravedad para las cosas serias, abundan-


cia de gracias y donaires. Son rasgos presentes en la prosa
narrativa y en la prosa exegética del Siglo de Oro, digamos
el Quijote de Cervantes; el Libro Áureo de Marco Aurelio,
y Menosprecio de Corte y Alabanza de Aldea de Guevara;
los Nombres de Cristo y la Profecía del Tajo de León,
Por la combinación de prosa de período largo, ma-
jestuoso, y de detallismo colorido en los retratos huma-
nos, así como en la vivacidad polémica de su dialéctica,
el Inca más se aproxima quizás a las obras de Guevara,
Téngase presente que Guevara cultivó en España y en In-
glaterra numerosos seguidores de su estilo caracterizado
por los períodos plurimembres de su prosa, el uso reite-
rado de artificios retóricos como los conjuntos paralelísti-
cos anafóricos, antítesis, retruécanos, tono sentencioso y
proclividad satírica, que formaron escuela en la Europa
del Renacimiento. Sus principales obras abarcan de 1528
a 1545, año de su fallecimiento. (Pablo Pou y Fernández,
Menosprecio de corte y alabanza de aldea. Amado Alon-
so. La musicalidad de la prosa en Valle Inclán en "Materia
y Forma en Poesía/').
El Inca llegó a España a mediados de 1560 y concluyó
los Comentarios Reales en 1612, cuando flotaba la influen-
cia de Guevara en los medios literarios. Escribió Guevara
en "Menosprecio de Corte": "Aplicando lo dicho a lo que
queremos decir digo, serenísimo príncipe, que a nadie con
tanta verdad se puede aplicar y a ninguno mejor que a mí
pueden con ello condenar; porque no contento de repre-
hender a los cortesanos quando predico, me prescio tam-
bién de ser satírico y áspero en los libros que compongo, j
Ojalá supiesse yo tan bien enmendar lo que hago como sé
decir lo que los otros han de hazer¡ ¡Ay de mí, ay de mi¡,
que soy como las ovejas, que se despojan para que otros
lo vistan; como las abejas, que crían los panales que otros
coman; como las campanas, que llaman a missa y ellas
nunca allá entran; quiero por lo dicho decir que con mi
324 — MARIO CASTRO ARENAS

predicar y con mi escrevir enseño a muchos el camino y


quedóme yo descaminado/'
El Inca escribe en el capítulo I de los Comentarios
Reales de los Incas: "Habiendo de tratar del Nuevo Mun-
do o de la mejor y más principal parte suya, que son los
reinos y provincias del Imperio llamado Perú, de cuyas
antiguallas y origen de sus Reyes pretendemos escribir,
parece que fuera justo, conforme a la común costumbre de
los escriptores, tratar aquí al principio si el mundo es uno
solo o si hay muchos mundos; si es llano o redondo, y si
también lo es el cielo redondo o llano; si es habitable toda
la tierra o no más de las zonas templadas; si hay paso de
la una templada a la otra; si hay antípodas y cuáles son de
cuáles, y otras cosas semejantes que los antiguos filósofos
muy larga y curiosamente trataron y los modernos no de-
jan de platicar y escribir, siguiendo cada cual opinión que
más le agrada".
Guevara se burló de los cortesanos quejosos de sus
sermones y epístolas. El Inca deslizó ironías finas sobre lo
que aseguran geógrafos y cosmógrafos sobre tierra, cielo,
clima, y concluye que cada cual elija la descripción más
deleitosa a su gusto personal. Ambos usan frases enuncia-
tivas y las matizan con frases subordinadas, obteniendo
un refinado equilibrio sintáctico. En la primera parte de
los Comentarios predomina el estilo descriptivo como de-
rivación estilística natural del propósito del Inca de dar
a conocer la realidad histórica del Tahuantisuyu, amén
de los aditamentos orográficos, botánicos, zoológicos, ar-
queológicos, de los territorios del imperio. La huella de
Guevara no es tan fuerte en la estilística garcilasiana de
la etapa de "La Florida del Inca"y la primera parte de los
Comentarios. En cambio, es más perceptible la influencia
en la segunda parte de los Comentarios, impresa como
Historia General del Perú en 1612, año en que solicitó li-
cencia de impresión al Consejo Real. En la segunda parte
es innegable la influencia de Guevara: la prosa se explaya
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 3^5

atestada de información histórica; el Inca pinta retratos o


medallones de los conquistadores que conoció, entrando
al terreno estilístico de un escritor como Guevara, enfoca-
do, principalmente, en la enumeración de las cualidades
sicológicas, físicas, morales, de personas antes que paisa-
jes, reinos o cosas materiales.
Más nítidas son sus afinidades en asunto de retratos
con los cronistas Hernán Pérez de Guzmán y Fernando
del Pulgar.
Desde el prólogo se distinguen las frases enfáticas de
Antonio de Guevara:
" ¡Oh Sevilla, llave de los tesoros de Occidente, ya
levanta su cabeza entre sus émulas naciones y sobre ellas,
que así te da la prima palma la nuestra antes inculta, hoy
por tu medio cultivada, y de bosque de gentilidad e idola-
tría vuelta en paraíso de Cristo, de que no resulta pequeña
gloria a España, en haberla el Todopoderoso escogido por
medianera, para alumbrar con lumbre de fe a las regio-
nes que yacían en la sombra de la muerte¡" O esta otra:"
Otras cosas semejantes contaremos, donde se ofrezcan, de
castigos manifiestos que Dios ha hecho, principalmente
en blasfemos que tenían costumbre de blasfemar de Dios
en sus juramentos, hablando en conversación, que no se
contentaban con los juramentos comunes de decir: ¡ Juro a
tal¡ ¡Voto a tal¡, sino que en lugar dellos decían:" No creo
en tal¡ ¡ Por vida de tal¡ y ¡Pese a tal¡".
Las frase enfáticas de tono admirativo las hallamos
constantemente en la prosa de Guevara:
"¡ O quán bienaventurado es aquél a quien cupo en
suerte de tener qué comer en la aldea¡: ¡O bendita tú, al-
dea, a do comen al fuego si es invierno, en el portal si es
verano, en la huerta si ay combidados...; ¡ O quánto es
honrado un bueno en una aldeaj"
El "Libro Áureo de Marco Aurelio" acuña uno de los
modelos favoritos del estilo de Guevara para amalgamar
información genealógica de los emperadores romanos:
— M A R I O CASTRO ARENAS

''En el año de la fundación de Roma de seiscientos y noven-


ta y cinco, en la Olympiada centésima tertia, muerto Antö-
nino Pío Emperador, siendo cónsules Fulvio Cathón y Gneo
Patrocolo, en el alto Capitolio, a quatro días de octubre, a
pedimento de todo el Pueblo Romano y consentimiento de
todo el Sacro Senado, fue declarado por Emperador univer-
sal de de toda la monarchia romana Marco Aurelio Anto-
niño. Este excelente varón no fue natural de Roma, nacido
en el monte Celio y, según dize Jullio Capitulino, nasció en
las seis calendas de mayo, que son, según el cuento de los
latinos, aveynte y seis días andados el mes de abril".
Roma fue para el Inca, humanista renacentista, el
eje del paralelo del Imperio Incaico para desarrollar la
genealogía y carácter de sus conquistadores a imitación
del modelo histórico romano: "El triunvirato que hemos
dicho otorgaron tres españoles en Panamá, en cuya com-
paración se me ofrece el que establecieron los tres empera-
dores romanos en Laino, lugar cerca de Bolonia; pero tan
diferente el uno del otro, que pareciera disparate querer
comparar el nuestro con el ajeno, porque aquél fue de tres
emperadores y éste de tres pobres particulares; aquél para
repartir entre ellos todo el mundo viejo que los romanos
ganaron, y para gozarlo ellos pacíficamente; y éste para
trabajar y ganar un imperio del Nuevo Mundo que no sa-
bían lo que les había de costar ni cómo lo habían de con-
quistar. Empero, si bien se miran y consideran los fine y
efetos del uno y el otro, se verá que aquel triunvirato fue
de tres tiranos que tiranizaron todo el mundo, y el nuestro
de tres hombres generosos que cualquiera dellos merecía
por sus trabajos ser dignamente emperador"(Segunda
parte de los Comentarios, capítulo II).

ANTONIO DE GUEVARA:

"Si creemos a Josefa en lo que dize de Mariana, y a


Homero en lo que dize de Elena, y a Plutarco en lo que
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 3^7

dice de Cleopatra, y a Marón en lo que dice de la reina


Dido, y a Teofrasto en lo que dize de Policena, y a Xantipo
en lo que dize de Camila, y a Asenario de lo que dize de
Codra, ni se quexaban tanto aquellas excelentes princesas
de las burlas que sus enamorados les avían hecho quanto
de si mismas por lo que les avían creído y aún consenti-
do" (Menosprecio de corte)

E L I N C A G A R C I L A S O DE LA V E G A :

"Viniendo a lo último de nuestra pretensión, para


mayor prueba delia, que es averiguar la poca moneda que
había en España antes de que se ganara aquella mi tie-
rra, diremos el precio tan bajo y la partida tan pequeña
que costó, no solamente el grande y riquísimo imperio del
Perú, sino todo el mundo nuevo, hasta entonces no cono-
cido, que lo escribe Francisco de Gomara en el capítulo
quince de su General Historia de la India, que escribe co-
sas notables. Y porque lo son tales diré aquí parte délias,
sacándolas en suma, por no ser tan largo, y lo que hace
más a nuestro propósito lo diré sacado de la letra. Habien-
do dicho aquel autor lo mal que para el descubrimiento
de las Indias negoció el gran Cristóbal Colón con el Rey
de Inglaterra Enrique Séptimo, y con el de Portugal Al-
fonso Quinto, y con los duques de Medina Sidonia, Don
Enrique de Guzmán, y el de Medinaceli!, Don Luis de la
Cerda, dice que Fray Juan Pérez de Marchena, fraile fran-
ciscano de la Rábida, cosmógrafo y humanista, le animó a
que fuese a la corte de los Reyes Católicos, que holgaban
de semejantes avisos, y escribió con él a Fray Fernando
de Talavera, confesor de la Reina Doña Isabel." (Segunda
parte de los Comentarios).
En relación a la descendencia de vastagos de linaje
real escribe Guevara:
"Y no tengáis en poco lo que oy cometo a vuestro
albedrío. La cosa en que más los príncipes han de mirar es
328 — MARI O CASTRO ARENAS

ver a quién la criança de sus hijos han de cometer. Ser ayos


de príncipes en la tierra es tener un officio de los diosses
que está en ei cielo porque rigen al que nos ha de regir,
doctrinan al que nos ha de doctrinar, enseñan al que nos
ha de enseñar, castigan al que nos ha de castigar, y final-
mente mandan a uno el qual después manda el mundo "
(Libro Áureo de Marco Aurelio).

El Inca Garcüaso.y.la descendencia inca:


"Conocí dos Auquis, que quiere decir infantes; eran
hijos de Huayna Cápac; el uno llamado Paullu, que era ya
hombre en aquella calamida, de quien las historias de los
españoles hacen mención; el otro se llamaba Titu; era de
los legítimos en sangre; era muchacho entonces; del bau-
tismo dellos y de sus nombres cristianos dijimos en otra
parte. De Paullu quedó sucesión mezclada con sangre es-
pañola, que su hijo Don Carlos Inca, mi condiscípulo de
escuela y gramática, casó con una mujer noble nacida allá,
hija de padres españoles, de la cual hubo a Don Melchior
Carlos Inca, que el año pasado de seiscientos y dos vino
a España, a ver la corte della como a recebir las mercedes
que allá le propusieron se le harían acá por los servicios
que su abuelo hizo en la conquista y pacificación del Perú
y después contra los tiranos, como se verá en la historia
de aquel imperio...; más principalmente se le deben por
ser bisnieto de Huayna Cápac por línea de varón, y de los
pocos que hay de aquella sangre real es el más notorio
y el más principal/' (Segunda parte de los Comentarios
Reales).
En cuanto a retratos o medallones de personajes,
como señalamos, el Inca recoge una tradición anterior a la
generación del Siglo de Oro, tradición en la que sus más
afortunados representantes son Fernán Pérez de Guzmán
y Fernando del Pulgar; algo menor son Las Crónicas del
Canciller Pero López de Ayala. Fernán Pérez de Guzmán
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 3^*9

dejó la compilación "Mar de Historias" de 1512, de la que


se extrajo como parte autónoma las "Generaciones y sem-
blanzas". Ajuicio de José María Blecua, "Fernán Pérez de
Guzmán inicia en la literatura y en la historia española
el modelo de la biografía que levemente había apuntado
ya en las obras de su tío el Canciller Ayala. Vemos en las
Generaciones revivir aquellos varones llenos de afán de
gloria, de codicia, de soberbia y de partidismo. Son figu-
ras vividas que merced a la habilidad extraordinaria de
Guzmán conservan para nosotros desde su menor rasgo
psicológico hasta su manera de hablar de desenvolverse
en los asuntos públicos y de vivir en sus casas". (Pérez de
Guzmán, Generaciones y Semblanzas", editorial Ebro).
Fernando del Pulgar continuó la línea de Pérez de
Guzmán en la serie de retratos de "Claros varones de Cas-
tilla", impresa en Toledo en 1486. Blecua señala que " la
técnica del retrato ha variado al pasar de Pérez de Guz-
mán a Pulgar; en el primero un retrato se compone ordi-
nariamente de tres partes: primera, antecedentes genea-
lógicos; segunda, aspecto físico y psicológico, y tercera,
hechos en los que intervino. Pulgar sigue manteniendo en
lo esencial esta arquitectura del retrato, pero los describe
ya menos concisos y breves y enérgicos que el señor de
Batres y además intercala ejemplos modélicos de la anti-
güedad romana", (obc.cit.).
Examinemos cómo el Inca se aferra a la tradición de
los retratos de Pérez de Guzmán y del Pulgar, cómo en-
riquece el estilo al describir el medio ambiente hogareño
y político y la vida privada, en que se desenvolvieron los
conquistadores españoles que conoció en el Cuzco cuando
era un niño y cómo se empina sobre los agravios de Gon-
zalo Pizarro y Francisco de Carvajal, a su padre, y lega a la
posteridad admirables retratos en los que la pluma diseñó
a los conquistadores adversarios de su progenitor con la
objetividad intachable del pincel, fusionando indumento,
cabalgadura y talante.
330 — MARIO CASTRO ARENAS

Empecemos con algunos retratos de las "Generacio-


nes y Semblanzas" de Pérez de Guzmán para apreciar,
después, el trabajo de remodelación estilísitica del Inca:
"Don Ruy Dávalos, condestable de Castilla, fue de
buen linaje; su solar fue en el reyno de Navarra. Su co-
mienco fue de buen estado. Hombre de buen cuerpo e
buen gesto, muy alegre e gracioso, de dulce e amigable
conversación, muy esforzado e de grande trabajo en las
guerras, asaz cuerdo e discreto, la rasón breve e corta pero
buena e atentada, moy sufrido e sin sospecha. Pero como
en el mundo no hay hombre sin tacha, no fue franco, e
plazíale mucho oir a estrélogos, que es un yerro en que
muchos grandes se engañan"(Don Ruy Lopes Davalos).
"Don Diego Furtado de Mendoza, almirante de Cas-
tilla, fue fijo de Pero Goncalez de Mendoza, un grant señor
en Castilla, e de doña Aldonca de Ayala. El solar de Men-
doza es en Álava, antiguo e grande linaje; e algunos dellos
oi dizir que vienen del Cid Ruy Díaz, mas yo non lo leí..."
fue este almirante don Diego Furtado pequeño de cuerpo
e descolorado del rostro, la nariz un poco roma, pero bue-
no e gracioso semblante, e segunt el cuerpo, asaz de buena
fuerca; hombre de muy sotil ingenio, bien razonado, muy
gracioso en su visir, osado e atrevido en su fablar, tanto
que el rey don Enrique el tercero se quexaba de su soltura
e atrevimiento"(Don Diego Furtado de Mendoza).
Cotejemos los ejemplos de Pérez de Guzmán con los
de Pulgar:
"El almirante D.Fadrique, fijo del almirante D. Alon-
so Enriques, e nieto de don Fadrique, maestre de Santiago
e bisnieto del rey don Alfonso, fue pequeño de cuerpo e
hermoso de gesto. Era un poco corto de vista.Omne de
buen entendimiento... fue caballero esforzado, e omne de
grand coracon, que osadamente cometía muchas vezes su
persona y estado a los golpes de la fortuna por la conser-
vación de sus parientes e por adquirir para sí honra e re-
putación. .. era omne impaciente, e no podía buenamente
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 33^-

tolerar las cosas que les parescían excesivas e contrarias a


la razón e reprehendíalas con algún rigor: especialmen-
te increpaba la gran afeción que el rey don Juan tenía al
maestre de Santiago don Alvaro de Luna, condestable de
Castilla, e el gran poder que en su corte le dio a las dá-
divas inmensas que le hizo...E desta condición se le si-
guieron discordias e enemistades con aquel maestre, e con
otros caballeros que siguían su parcialidad, de las cuales
procedieron guerras e escándalos en el reino: porque era
omne de grand autoridad, así por respeto de su persona
e grand casa, como por los muchos e grandes señores que
tenía por parientes. (El almirante don Fradique).
El Inca perfeccionó los modelos de Pérez de Guz-
man y Pulgar. Su retrato de Gonzalo Pizarro aprovecha
el conocimiento directo del conquistador para exaltar la
magnificencia de su casona en el Cuzco y la gallardía de
su estampa como hombre de guerra:
"Yo conocí a Gonzalo Pizarro de vista en la ciudad
del Cozco, luego que fue a ella después de la batalla de
Huarina, hasta la de Sacsahuana, que fueron casi seis me-
ses, y los más de aquellos días estuve en su casa y vi el
trato de su persona, en casa y fuera della. Todos le hacían
honra como a superior, acompañándole doquiera que iba
a pie o a caballo, y él se había con todos, así vecinos como
soldados, tan afablemente y tan como hermano que ningu-
no se quejaba del. A todos quitaba la gorra llanamente, y a
nadie que lo mereciese dejó de hablar de vuesa marced...
Vile comer algunas veces; comía siempre en públi-
co; poníanle una mesa larga que por lo menos hacía cien
hombres; sentábase a la cabecera della y a una mano y
otra, en espacio de dos asientos, no se asentaba nadie. Yo
comí dos veces a su mesa, porque me lo mandó, y uno de
los días fue el día de la fiesta de la Purificación de Nuestra
Señora; su hijo don Fernando, y don Francisco su sobrino,
hijo del Marqués, y yo con ellos comimos en pie todos tres
en aquel espacio que quedaba de la mesa sin asientos, y él
33^ — M A R I O CASTRO ARENAS

nos daba de su plato lo que habíamos de comer, y vi todo


lo que he dicho, y andaba yo en edad de nueve años... fue
Gonzalo Pizarro gentil hombre de cuerpo, de muy buen
rostro, de próspera salud, gran sufridor de trabajos, como
por la historia se habrá visto. Lindo hombre de a caba-
llo, de ambas sillas; diestro arcabucero y ballestero, con
un arco de bodoques pintaba lo que quería en la pared.
Fue de ánimo noble y claro y limpio, ajeno a malicias, sin
cautelas ni dobleces; hombre de verdad muy confiado de
sus amigos o de los que pensaba que lo eran, que fue lo
que lo destruyó. Y por ser ajeno de astucias, maldades y
engaños, dicen los autores que fue de corto entendimien-
to. De riquezas ganada por su persona podemos decir que
fue dueño de todo el Perú, pues lo poseyó y gobernó por
algún espacio de tiempo con tanta justicia y rectitud que
el Presidente lo alabó, como atrás se ha dicho. Dio muchos
repartimientos de indios, que valían a diez y a veinte y
treinta mil pesos de renta, y murió tan pobre, como se ha
referido" (Gonzalo Pizarro).
Del lugarteniente de Gonzalo, Francisco de Carvajal,
transmitió el Inca un retrato de valía impar en los detalles
del vestir y el lucir extravagante en los campos de batalla;
retrato de refinado velazquismo, modelo de la destreza
del Inca como escritor de cepa castiza a la altura de Pérez
de Guzmán y Pulgar:
"El maese de campo Francisco de Carvajal, precián-
dose de su soldadesca, traía casi de ordinario, en lugar de
capa, un albornoz morisco de color morado, con su rapa-
cejo y capilla, que yo se la vi muchas veces. En la cabeza
traía un sombrero aforrado de tafetán negro y un cordon-
cillo de seda muy llano, y en él puestas muchas plumas
blancas y negras, de las colas de las gallinas comunes,
cruzadas unas con otras en derredor de todo el sombrero,
puestas en X. Traía de ordinario esta gala por dar ejemplo
con ella a sus soldados, que una de las cosas que con más
afecto les persuadía eran que trajesen plumas cualesquie-
PANAMÁ v PERÚ EN EL SIGLO XVI — 333

ra que fuesen porque según decía era gala y divisa propia


de los soldados y no de los ciudadanos/ porque en éstos
era argumento de liviandad y en aquéllos de bizarría".
(Francisco de Carvajal).
Retomemos el punto inicial de esta digresión, que es
la inclusión del Inca Garcilaso en el Diccionario de Autori-
dades. Manifestó la jerarquía del cronista cuzqueño como
escritor, en forma autónoma, y también vinculante, a su
calificación como historiador del imperio incaico. La Real
Academia Española lo valorizó como escritor, no como
historiador; es decir lo ubicó y ameritó en la primera siste-
matización oficial de la lengua castellano, considerándo-
le como un diestro usuario del idioma de Castilla, como
continuador y miembro de una corporación de escritores
que, en el Siglo de Oro, llevó el castellano a su máximo
esplendor lingüístico y estilístico.
Pero lo trascendente, es que en el Inca la tradición
literaria española se fundió a la tradición cultural indíge-
na. El mesticismo sanguíneo se conjugó en el nacimiento
del hispanoamericanismo literario, cuyo principal ade-
lantado fue el Inca. Sus reclamaciones constantes por las
deformaciones de los vocablos quechuas en el proceso a
menudo erróneo de su castellanización; de igual manera,
sus certeros señalamientos de su aplicación crearon un es-
tilo distinto al de la tradición renacentista española, otro
estilo literario, en el que se reunieron la escritura hispana
y la oralidad quechua. Siguió las estructuras estilísticas de
Pérez de Guzmán, Pulgar y Guevara, pero el contenido, el
fondo, el significado, el espíritu le son propios.
A una centuria de la publicación de "La Florida del
Inca" y los "Comentarios Reales", la Real Academia Espa-
ñola de la Lengua no hizo diferencias sobre quién fue más
veraz desde el ángulo de la exactitud de los acontecimien-
tos: si los incas practicaban sacrificios humanos y fueron
sodomitas, idólatras y tiranos, como sostuvo Gomara; o
si el Inca exageró las bondades de los reyes quechuas; si
334 — MARIO CASTRO ARENAS

el Palentino dijo verdad acerca de la ayuda del padre del


Inca al rebelde Gonzalo Pizarro; si el cronista mestizo pasó
apuros económicos a causa de la injusticia de las autorida-
des al basarse en una información inexacta y negarse a sus
reclamaciones.
Estricto sensu, a la Real Academia Española le inte-
resó la obra del Inca —los Comentarios Reales— por su
valor literario, por el extraordinario dominio de la lengua
que lo caliñcó como dechado de estilo para las nuevas ge-
neraciones de lectores del diccionario.
Existió, además, un factor adicional que favoreció la
entrada del Inca al Diccionario de Autoridades. Tanto en
el Discurso Proemial como en el Discurso sobre las Eti-
mologías, la Real Academia expresó su preocupación por
el origen de los vocablos de las lenguas que hablaron los
primeros pobladores de la península, empezando con Tu-
bal, así como los pueblos que la invadieron en el pasado,
suevos, alanos, vándalos, silingos y después los godos, así
como los romanos, cartagineses, árabes, que señorearon
en tierras de Cataluña y Andalucía, y depositaron lenguas
y culturas en general. 'Todo este agregado, o cúmulo de
voces, es lo que constituye, y forma la Lengua Castellana,
y así como un montón de trigo, aunque se le hayan mez-
clado otros granos, o semillas, como cebada, centeno y
otras especies diferentes, como la mayor y principal parte
es trigo, todo él le dice montón de trigo; del mismo modo,
aunque en la Lengua Castellana se hayan introducido va-
rias palabras de las Lenguas Gótica, y Arábiga, como en
lo moral la mayor parte trae a sí la menor, ya todas ellas
se reputan por parte de la Lengua Castellana" expresó en
el proemio sobre el origen de la lengua. Tales argumentos
se ampliaron y profundizaron en el Discurso sobre las Eti-
mologías. La abundancia de tratados y diccionarios parti-
culares alimentó la confusión etimológica. La academia le
salió al paso a las diferentes y discrepantes apreciaciones
sobre la etimología de las palabras castellanas, sostenien-
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 335

do que "este torrente de bien ponderadas autoridades tie-


ne que vencer la ligereza de aquellos que por contentarse
con el vago sonido de una Voz (cuyo significado imaginan
que entienden) les parece estudio supérñuo y vano la pe-
netración de la propiedad, pureza, y naturaleza de la Voz,
y su significación; y es debido que confiesen ya, que no es
supérfluo, ni inútil aquel estudio, que costó la vida a un
Doctor de la Iglesia, y que no emplearía superfluamente
el tiempo un Santo, y tan docto, y que la Iglesia no dará
la borla de Doctor a quien tanto cuidado havía trabajado
muchos años en el cultivo de su estudio" manifestó la aca-
demia, aludiendo a San Isidoro, y también a San Braulio
y San Ildefonso".
Desde esta perspectiva etimológica, los "Comentarios
Reales" introdujeron voces del viejo imperio inca, donde
estaban establecidos los colonizadores españoles, voces que
contenían significados de personas y cosas de una muy rica
y variada realidad humana y material que estaban obligados
a conocer y adaptar a la lengua castellana hasta donde se
pudiera. El Inca le dio rango académico al esfuerzo pionero
del siglo XVI en lo que propendió al conocimiento del uni-
verso cultural peruano en proceso de absorción cognoscitiva
por el establishment hispano, representado por la primera
Academia de la Lengua Castellana. El Inca aportó valores
lingüísticos y literarios para ser considerado" entre (los) lu-
cidísimos escritores ha tomado la Academia, como Maestros
de la Lengua", para su propia dirección y acierto".
Por otro lado, tan perseverante fue la preocupación
del Inca por el conflicto lingüístico entre la lengua caste-
llana y la quechua que lo subrayó en las "Advertencias
acerca de la lengua general de los Indios del Perú", di-
rigidas, principalmente, a los lectores españoles de su
obra, y también para evitar la repetición de los errores
etimológicos y ortográficos de los cronistas españoles de
Indias en la transcripción de vocablos quechuas. Garcilaso
amó la lengua de su madre. Concibió que las castellani-
33 Ö — M A R I O CASTRO ARENAS

zaciones erróneas corrompieron su etimología por desco-


nocimiento de sus reglas gramaticales. Y es por ello que
los Comentarios Reales introducen y estructuran prin-
cipios de la gramática de la lengua quechua regida por
el uso oral en una cultura que desconoció la escritura al
modo occidental, tratando de impedir su envilecimien-
to y olvido. Después de analizar las cualidades propias
del quechua y sus diferencias con el castellano y otras
lenguas romances, expresa como un Nebrija peruano:
"Otras muchas cosas tiene aquella lengua diferentísimo
de la castellana, italiana y latina; las cuales notarían los
mestizos y criollos curiosos, pues son de su lenguaje, que
yo harto hago en señalarles con el dedo desde España los
principios de su lengua para que la sustenten en su pure-
za, que cierto es lástima que se pierda o corrompa, siendo
una lengua tan galana, en la cual han trabajado mucho los
Padres de la Sancta Compañía de Jesús (como las demás
religiones) para saberla bien hablar, y con su buen ejem-
plo (que es lo que más importa) han aprovechado mucho
en la doctrina de los indios." (Libro Primero de los Co-
mentarnos Reales).
En resumen, la conciencia lingüística del Inca en de-
fensa del quechua y en el uso del castellano como lengua
literaria reforzaron el acierto de la Real Academia de la
Lengua en incluirlo en la lista de "Maestros de la Lengua".
Por su entronque con la concepción de la historia de Tito
Livio(como he mostrado en otro estudio, "La huella de
Tito Livio en el Inca Garcilaso de la Vega" de mi obra "Tres
versiones del Rey Lear", Panamá, 2002) y por su jerarquía
literaria de sabor clásico, el fue un hombre del Renaci-
miento, un hombre de intereses culturales genuinamente
humanísticos. Como escritor y como ser humano estuvo
en la frontera de dos mundos de poderosas raíces cultura-
les a los que se empeñó en unir por el conocimiento y no
en dividirlos o enfrentarlos, ya fuera por la lengua o por
la política. Cuando vivió en España asumió con absoluta
PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI — 337

claridad que la lengua castellana era "compañera del im-


perio" no sólo en ultramar sino también en sus propios
reinos. También observó que la hegemonía del castellano
era igual a la hegemonía quechua, lengua de dominación
interna para chancas, chimús y otros, y, asimismo, de do-
minación externa en los territorios conquistados por el
imperio cuzqueño. Comprobó que los Incas tenían dos
lenguajes en sus colonias: el lenguaje general que sola-
mente hablaban los cuzqueños, y el lenguaje regional que
hablaban los dominados y que el lenguaje general o cor-
tesano se utilizó imperativamente en las colonia, "entre
otras cosas, para la utilidad de los vasallos se les orde-
naba, era mandarles que aprendiesen la lengua cortesana
del Cozco y que la enseñasen a sus hijos".
Por todas estas razones, además de las familiares, el
Inca escribió una obra que concilia lenguas y culturas, una
obra que fue clásica con la consagración del Diccionario
de Autoridades, una obra, en fin, que inauguró la literatu-
ra hispanoamericana con sus galas más altas, una obra, en
definitiva, que, por su insólita precocidad, nació adulta.
^ '¿^^^^^^^^^ê^^^ d£ ^^¿¿^^^ ^^Ul?Z¿s
¿?
Reúno esta selec:ción de imves-
tigaciones históricas escritas
en la ciudad de Panamá el año
2005 con el propósito de remar-
car la estrecha unidad histórica
entre Panamá y el Perú, a partir
del siglo XVI. Comunidad
histórica q u e se inició d e s d e
la época precolombina con los
contactos h u m a n o s y cultura-
les establecidos por las navega-
ciones oceánicas de miembros del imperio incaico a la región del Birú,
reconfirmadas por testimonios de caciques a Pascual de Andagoya y
A. corroboradas con el encuentro del piloto Bartolomé Ruiz con una balsa
cargada de textiles, conchas, y otros objetos de comercio, antes que
Pizarro arribara a la costa peruana.
y
^^^¿¿¿¿¿¿ ^^^^á/^é* ^^^^^a^^^
Otros enlaces históricos durante la conquista, como la información de
los caciques panameños a Balboa sobre la abundancia de oro en el
imperio incaico; importantes detalles, antes deficientemente esclareci-
dos, sobre la organización de las expediciones al Levante por Pizarro,
Almagro ,Luque y Pedradas Dávila desde Panamá; la revisión del
conflicto personal emponzoñado entre Almagro y Pizarro; el involucra-
miento de Panamá en las campañas de la guerra civil emprendida por
Gonzalo Pizarro; el significado de la articulación de la ruta de E l
Callao, Camino de Cruces, el río Chagres y N o m b r e de Dios en el
tránsito de personas, metales y mercaderías, corroboran la trascenden-
d cia de la integración histórica del Perú y Panamá en el siglo XVI.
Completamos estos estudios históricos con algunos aportes , a saber, la
t¿> visión histórica de Voltaire sobre el Imperio Incaico; la influencia del
pensamiento del teólogo franciscano inglés Guillermo de Ockham en
2j2^ ¿ Fray Bartolomé de las Casas, la presencia del Inca Gracilazo de la Vega
en el Diccionario de Autoridades ; y las peculiaridades humanísticas de
España en el Renacimiento europeo. Iniciamos un análisis revisionista
que continuaremos, si Dios nos lo permite.
Mario Castro Arenas. Obras principales: El Líder (novela), De Palma a Vallejo, La
Novela Peruana y la evolución social, El Cuento en Hispanoamé- ISBN 978-9962-669-06-7
rica, La rebelión de J u a n Santos (ensayo histórico), Marxismo j||¡ j jj I >\'\\\\ |
Aprismo y Eurocomunismo, Carnaval, Catnaval (novela), Recon- ¡ï j||j jj || : ¡| ¡ 1
strucción de Mariátegui, Guerrilleros de la Novela, Castilla del |¡;|'i¡f M ¡ml
Oro( nóvela), Tres versiones del Rey Lear* El Pensamiento Políti- l'Hj i | u | Mi ! ¡I
co, El Liberalismo, El Socialismo, Panamá y Perú en el sigk

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