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Universidad Pedagógica Nacional.

Maestría en Estudios Sociales


Juan David Mogollón.
RAE – movimiento estudiantil.

Torres, César (2007) De las aulas a las urnas: La Universidad del Rosario, la séptima
papeleta y la Constituyente de 1991. Editorial Universidad del Rosario. 2007

Problema y pregunta

El texto parte de la necesidad de entender la participación del movimiento


estudiantil, de la Universidad del Rosario en la promulgación de la Constitución de 1991.
El relato está construido desde la reflexión de los propios estudiantes de esa universidad y
que participaron en el proceso. Más que una pregunta en sí, lo que el libro busca es ayudar
a la comprensión de cómo los estudiantes facilitaron, por vía de la Séptima papeleta, la
Constituyente del 91. Dice:

El movimiento estudiantil de comienzos de los años noventa, que impulsó la


“séptima papeleta”, cubre toda una generación que luchó por encontrar respuestas
distintas a lo propuesto por generaciones anteriores. Sin embargo, el proyecto
generacional, que tuvo como principal logro la Constitución, no sólo incluye a
quienes fueron parte del movimiento de la séptima papeleta (9)

Perspectiva teórica

Más que una perspectiva teórica, lo que el autor hace es una reconstrucción histórica
que se fundamenta, en primera medida, en su propia experiencia como parte del
movimiento estudiantil y que complementa con el análisis de prensa, de documentos y de
libros; de dicho análisis extrae el contexto, que estuvo marcado por la violencia, y él ubica
a los estudiantes de la Universidad del Rosario, relacionándolos con las circunstancias
históricas y políticas que condujeron a la constituyente de 1991.

Método.

1
El autor define su trabajo como “un proceso de reflexión democrático e histórico”
(Pág. 11), que se basa en las propias vivencias para reconstruir los hechos que llevaron a la
promulgación de la Constitución de 1991 desde la Universidad del Rosario.

Desarrollo

El primer capítulo se denomina De las reformas frustradas. Allí, el autor nombra


una serie de reformas de tipo constitucional que intentaron hacerse a la constitución de
1886, y que fracasaron. Dicho fracaso se debió a la falta de voluntad de las partes en la
medida que el gobierno acudía a la búsqueda de una nueva constitución, no por una
intención real de lograr algún cambio, sino, más bien, para acallar la presión de los medios,
de la comunidad internacional y de los movimientos sociales, entre los que destacaban los
estudiantes. Explica:

Los esfuerzos de algunos gobiernos que propusieron cambios a la Constitución a


través de mecanismos de participación directa o Asamblea Constituyente se
estrellaron siempre con las decisiones de la Corte Suprema que invocaba el artículo
13 del plebiscito aprobado en 1957, para restringir cualquier posibilidad de reforma
solo al Congreso. "En adelante, las reformas constitucionales sólo podrán hacerse
por el Congreso en la forma establecida por el artículo 218 de la Constitución”
señalaba perentoriamente la mencionada norma (Pág. 18).

La primera parte muestra las principales reformas que se realizaron antes de la de


1991. Nombra 4: 1) La reforma López (1974-1978); 2) La reforma Turbay (1978-1982); 3)
La reforma Betancur (1982-1986); La reforma Barco (1986-1990).

La historia de Colombia, durante el siglo XX, estuvo marcada por una constante
serie de tensiones, que, en la mayoría de las ocasiones, llevaron a la violencia, como, por
ejemplo, las disputas bipartidistas de los 40 y 50, o la aparición de las guerrillas a partir de
los 60, o el paramilitarismo en los 80. Todos esos conflictos estaban ligados con la
necesidad de integrar la ley con las prácticas sociales del día a día, y esto sólo se hubiera
podido lograr con una reforma constitucional. Por supuesto que dicha necesidad se acumuló
al punto de que, a finales de los 80, por motivos políticos y sociales, ya se hizo inevitable.
El autor explica:

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Pero este “entramado jurídico-político que constituye una historia raramente feliz”,
como lo definió el expresidente Gaviria, va mucho más allá de los eventos
señalados, Esa cadena de sucesos fue el resultado de múltiples factores. Disímiles
circunstancias políticas y sociales generaron la reacción de una Nación hastiada de
la violencia y la incapacidad de sus instituciones para responder a la crisis. Pues
bien, la construcción de ese “tramado jurídico-político”, tiene un hilo conductor qué
estuvo presente desde la reacción al magnicidio del líder político hasta la elección
de los constituyentes, más dé un año después: la Universidad del Rosario, sus
profesores y estudiantes (Pág. 13).

En la segunda parte del libro, llamado La marcha que gritó en silencio, se hace un
análisis coyuntural de cuáles fueron las circunstancias que facilitaron el movimiento
estudiantil de la Séptima papeleta, que, a la vez, condujo a la Constituyente. Su principal
hipótesis es que Colombia vivía un atraso respecto a los cambios que se daban en el
continente y en el mundo; dicho atraso se debía, especialmente, a la ola de violencia atizada
por el narcotráfico.

Mientras el mundo celebraba la caída del muro de Berlín, símbolo del comienzo del
fin de la llamada guerra fría Este-Oeste o Comunismo vs. Capitalismo, y en
Latinoamérica se registraba con esperanza el regreso a la normalidad democrática
de países como Argentina, Nicaragua y El Salvador, entre otros, en nuestro país las
cosas tomaban un rumbo diferente, al comenzar el segundo semestre de 1989, en la
Universidad del Rosario profesores y estudiantes venían siendo testigos impotentes
de cómo el poder macabro de guerrilla, paramilitares y narcotráfico, había
producido en los últimos cinco años una senda de destrucción y muerte, Junto a la
mayoría de colombianos, lamentaban, entre muchas otras acciones, la muerte del
ministro de Justicia del Gobierno Betancur, Rodrigo Lara Bonilla; la toma
sangrienta del Palacio de Justicia; las masacres colectivas en diferentes regiones; los
homicidios del candidato presidencial de la Unión Patriótica, Jaime Pardo Leal y del
Procurador General de Nación, Carlos Mauro Hoyos; y los secuestros de Andrés
Pastrana, entonces candidato a la alcaldía de Bogotá y de Álvaro Gómez, dirigente
conservador varias veces candidato a la jefatura del Estado (Pág. 27).

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En ese sentido, hay una serie de circunstancias mundiales que, más que facilitar,
sirvieron para facilitar la relación entre la ciudadanía y la Corte; y si, además, se le suma
que Colombia era un Estado fallido, se podría decir, entonces, que la suma de las
circunstancias condujo a la Constitución de 1991.

La tercera parte, llamada Las mesas de trabajo, hace referencia a la forma como los
estudiantes de la Universidad del Rosario en el proceso de la Séptima Papeleta. La
organización partió de la propuesta de organizar los estudiantes en torno a la intención de
defender los acuerdos a los que se llegaron después de la Marcha del silencio. Había, sin
embargo, un problema: la manifestación había sido un hecho espontáneo, sin liderazgos
personales o agenda preestablecida. Una vez pasó la efervescencia en las calles, se empezó
a hablar ya, en serio, de la posibilidad de una organización real y estructurada. “En ese
momento lo que se necesitaba era encauzar las energías en producir ideas y desarrollar
acciones para llevarlas a la realidad, la propuesta de un movimiento estudiantil, así
concebido, no tuvo acogida en la Universidad” (Pág. 34).

La cuarta y la quinta parte están dedicadas al desarrollo del movimiento y al análisis


de las condiciones que facilitaron que los estudiantes de la Universidad del Rosario
participaran en la Constituyente. La cuarta lleva por título El plebiscito por el plebiscito; y
la quinta, De las aulas a las urnas, la séptima papeleta.

El movimiento estudiantil de comienzos de los años noventa, que impulsó la


“séptima papeleta”, cubre toda una generación que luchó por encontrar respuestas distintas
a lo propuesto por generaciones anteriores. Sin embargo, el proyecto generacional, que tuvo
como principal logro la Constitución, no sólo incluye a quienes fueron parte del
movimiento de la séptima papeleta. Se trató de un proceso constituyente que, visto una
década y media después, le extendió la partida de defunción a los argumentos de quienes,
luego de perder esta oportunidad privilegiada de participación, echaron por la borda las
justificaciones políticas para acudir al uso de la violencia. Porque la guerrilla ha sido tan
torpe que no tomó nota ni de la caída del Muro de Berlín en 1989, ni de los atentados del 11
de septiembre de 2001 (Pág. 45).

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En la última parte del libro, llamada A las urnas otra vez. El segundo plebiscito.
Torres se dedica al análisis de las implicaciones políticas y legales que tuvo, tanto para la
sociedad, como para el movimiento estudiantil, y en especial, aquel que se gestó en la
Universidad del Rosario. En el capítulo ocho, Abajo los acuerdos políticos ¡arriba la
corte! Uno de los principales cambios que el autor menciona es el que se relaciona con la
Corte, que prohibía plebiscitos y asambleas desde 1957. A partir de la Séptima papeleta
esto fue distinto. El lema que tenía el movimiento estudiantil era “Todavía podemos salvar
a Colombia”.

Los estudiantes le manifestaron estar de acuerdo con él sobre la necesidad de


embarcar al país en un proceso de convergencia y consensos, en el que todos
hicieran concesiones mutuas, sin tratar de imponer su posición. La Asamblea era
precisamente ese vehículo para establecer un nuevo pacto de convivencia y, por lo
tanto, el único condicionamiento que debería existir era que todos los sectores allí
reunidos se encontraran en igualdad de condiciones (Pág. 92).

Conclusiones.

La última idea del texto dice que:

A nuestra generación le ha tocado presenciar un hecho nada despreciable: el mayor


surgimiento democrático de la historia de la humanidad. Y eso se ha dado en poco
más de una década y marca una gran diferencia en el nivel de las reglas de juego
globales para los nuevos liderazgos. Hoy debe recordarse que hace quince años la
norma eran los gobiernos autoritarios o las dictaduras; hoy es la democracia de
ciudadanos titulares de derechos. Hace quince años, cuatro de cada diez países del
mundo eran democráticos; hoy, siete de cada diez cumplen con los requisitos
formales de la democracia. Hace quince años se tenía la convicción de que los
gobiernos autoritarios eran esenciales para conseguir el crecimiento económico; hoy
ya se puede demostrar que la democracia y el Estado de Derecho no son obstáculos
para la estabilidad macroeconómica. Hace quince años se creía que bastaba un buen
presidente para lograr el bienestar de la gente; hoy se sabe que los gobiernos con

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bajos niveles de institucionalidad pública, además de ser débiles, son malos (Pág.
115).

Apuntes sobre las relaciones del movimiento

1. El movimiento estudiantil de comienzos de los años noventa, que impulsó la


“séptima papeleta”, cubre toda una generación que luchó por encontrar
respuestas distintas a lo propuesto por generaciones anteriores, Sin embargo, el
proyecto generacional, que tuvo como principal logro la Constitución, no sólo
incluye a quienes fueron parte del movimiento de la séptima papeleta, Fue
también una acción en conjunto de quienes se aferraban a la violencia como
expresión valedera de una supuesta posición política. Las muertes de Bernardo
Jaramillo, Carlos Pizarro y Luis Carlos Galán fueron los factores que unieron
muchas voces de diferentes orígenes ideológicos para converger en el
movimiento estudiantil (Pág. 9).
2. Uno de los primeros temas que convocó la atención de los estudiantes, aun
cuando no estaba en la agenda, fue la propuesta de un alumno del Externado,
Adriano Muñoz, de generar un movimiento estudiantil con organización y
estructura de mando que asumiera el liderazgo de defender las ideas planteadas a
la opinión pública durante la “Marcha del Silencio”. Su idea, en la cual venía
trabajando incluso antes de la muerte de Galán, había recibido un impulso
inesperado: a raíz de los acontecimientos recientes. Los medios de
comunicación verían al nacimiento de un movimiento estudiantil, a propósito
de la marcha y el comunicado, No había tal. La manifestación había sido un
hecho espontáneo no a organizaciones, liderazgos personales o agenda
preestablecida (Pág. 33).
3. Texto del movimiento estudiantil que promovió la marcha del silencio en 1989:
“Frente a la crisis generalizada que atraviesa la Nación y ante la incompetencia
de la clase política para dar respuesta a los graves problemas del país, se hace
necesario que la ciudadanía asuma su responsabilidad en la búsqueda de las
soluciones que las circunstancias exigen. Los abajo firmantes, convocados por la
Juventud colombiana, ajenos a cualquier propósito partidista, burocrático o

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sectario, sin intereses económicos particulares, y motivados únicamente por la
búsqueda del bien común, por una futura Colombia gobernada por la moral, la
justicia integral sobre la base de los principios democráticos y el respeto a la
dignidad humana, en un medio de progreso, paz y autodeterminación,
solicitamos a Usted Señor Presidente disponga de los instrumentos necesarios
para la convocatoria de un PLEBISCITO” (Pág. 42).
4. Entre las tareas pendientes estaba la de motivar a El Espectador a cambiar su
posición editorial de llamar a votar en blanco en las próximas elecciones. Cierta
reserva mostraron sus directivas, Juan Guillermo y Fernando Cano, que
acompañados por el columnista Santiago Peña, atendieron a los delegados del
incipiente movimiento universitario (Pág. 57).
5. Desde Sincelejo, donde se encontraba adelantando su campaña política, Gaviria
ofrece también su respaldo a la propuesta del movimiento estudiantil: “crear un
apoyo popular que se exprese de manera electoral, me parece de la mayor
importancia para sustentar un acuerdo político y para que por medio de un
mecanismo extra constitucional se pueda modificar nuestra Carta”. Jaime
Castro adhiere y propone, para evitar inconvenientes jurídicos, un compromiso
expreso de todos los candidatos a la Presidencia, de tal forma que los votos que
obtengan se consideren como favorables a la Constituyente. Ernesto Samper y
William Jaramillo también se suman a la convocatoria del constituyente
primario (Pág. 58).
6. [El movimiento estudiantil]de manera didáctica explicaba qué era y para qué
servía una Asamblea Constituyente, así como la validez del voto, la
constitucionalidad de la propuesta y el carácter suprapartidista del
movimiento, Fernando Carrillo y los estudiantes, por su parte, estaban
dedicados a múltiples tareas. Alexandra Torres, designada coordinadora de
Bogotá, adelantaba los preparativos para una caravana estudiantil que, con carro
de bomberos incluidos, recorrería la Capital el sábado tres de marzo. La
actividad contagió de entusiasmo juvenil a los desprevenidos transeúntes que,
de extremo a extremo de la ciudad, por primera vez observaron una
manifestación pública a favor de una idea y no de un candidato en particular,

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Estudiantes de ciudades como Bucaramanga, Cúcuta y Pamplona, organizarían
ese mismo día sus propias caravanas (Pág. 63).
7. […] invitaban a los colombianos a contribuir con fondos para esta “campaña
cívica”, informando el número de una cuenta corriente para tal efecto. Para Los
autores de este comunicado eran, entre otros, los mismos de las universidades
Externado, Andes y Nacional, que a mediados de febrero en la Universidad del
Rosario se habían mostrado en desacuerdo con la idea de promoverla “séptima
papeleta” y que luego, sólo tres días antes de las elecciones, decidieron apoyarla
suscribiendo el comunicado del 8 de marzo, con los miembros de "Todavía
podemos salvar a Colombia”. En aquella oportunidad el texto fue firmado a
nombre de “Movimiento Estudiantil”, a secas, reconociendo que ellos se estaban
sumando al Proyecto, pero no al grupo que lo había impulsado (Pág. 70).
8. Unas declaraciones del entonces ministro de Gobierno, Carlos Lemos
Simmonds, afirmando la existencia de un consenso sobre la conveniencia de
convocar la Constituyente y proponiendo la expedición de un decreto con base
en la aplicación del estado de sitio, que permitiera transformar el hecho político
del once de marzo en un acto jurídico, llenaron de optimismo a estudiantes y
opinión pública. No era para menos. Ese decreto ordenaría la inclusión de una
consulta, en el tarjetón de las próximas elecciones presidenciales, sobre la
convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente. Las declaraciones del
candidato único del liberalismo, César Gaviria, respaldando la iniciativa de
Lemos y señalando su voluntad de convocarla de ser elegido presidente
ratificaron la percepción de que el “bus de la séptima papeleta” andaba a buena
velocidad (Pág 74).
9. Las primeras reuniones se realizaron separadamente con el consejero
presidencial Manuel José Cepeda y el nuevo ministro de Gobierno, Horacio
Serpa. El propósito era reclamar la necesidad de un liderazgo activo por parte
del Gobierno para generar los consensos que se necesitaban alrededor del tema y
en especial, sobre las decisiones que debían ser tomadas para posibilitar un
pronunciamiento popular el próximo veintisiete de mayo. Este movimiento
estudiantil, se les dijo, estaba dispuesto a colaborar en esta tarea (Pág. 82).

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10. En principio, todos se mostraban de acuerdo en utilizar las próximas elecciones
para definir un camino a seguir, pero veían poco probable alcanzar los acuerdos
necesarios en el poco tiempo que faltaba para el veintisiete de mayo.
Públicamente Serpa se mostró preocupado por la demora en el logro de los
acuerdos y la falta de un mecanismo para canalizar las propuestas de todos. Esta
“preocupación” no pasó desapercibida por los estudiantes pertenecientes a
“Todavía podemos salvar a Colombia”. Rápidamente comenzaron a sostener
conversaciones con los candidatos y sus equipos de asesores. La propuesta
planteada a cada uno giraba en torno a la necesidad de realizar una consulta al
pueblo en las próximas elecciones, que tuviera en cuenta los siguientes
elementos: i) Asamblea Constituyente convocada por el presidente de la
República; ii) en un término no mayor a 120 días; iii) que esté integrada por
representantes de las distintas fuerzas sociales y políticas; iv) que las reformas
realizadas permitan el tránsito a una democracia participativa; y V) que sean
sometidas a referéndum (Pág. 87).
11. Era claro que llegar al nivel de detalle que exigía Lloreda, iba a demandar un
tiempo que pondría en riesgo la posibilidad de realizar la consulta. Ante esto, los
estudiantes decidieron insistir con los candidatos en su propuesta, que
contemplaba unos puntos básicos, no tan generales como los del acuerdo de los
compromisarios, no tan específicos como lo quería el candidato Conservador.
Mientras esto sucedía, los estudiantes del “Movimiento estudiantil por la
Constituyente” asumían una posición poco constructiva. Expresaban que, de
mantenerse el acuerdo de los partidos, ellos realizarían una ardua campaña por
el “no voto” a una Asamblea Constituyente de la clase política. (Pág. 91).
12. Los dos movimientos estudiantiles programaron para ese veinticinco de mayo,
un evento denominado “Dos minutos para la paz y un Sí la Constituyente” que
consistía en invitar a los ciudadanos a parar al medio día sus actividades y
vehículos, para pitar y exhibir durante dos minutos pañuelos blancos y banderas
bajo la consigna "sí a Colombia, sí a la Constituyente”. Mientras algunos
estudiantes avanzaban en esos preparativos, otros seguían atentos, en el edificio
de la Corte, cualquier noticia sobre el fallo. Intempestivamente y en contra de

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todas las previsiones, la Corte Suprema de Justicia declaró, la noche del jueves
veinticuatro, la constitucionalidad del Decreto 927. (Pág. 95).
13. Por su parte, el “Movimiento estudiantil por la Constituyente”, en carta dirigida
al presidente Gaviria, estimaba inconveniente convocarla Asamblea por un
decreto expedido al amparo del artículo 121 de la Constitución, insuficientes
setenta constituyentes para dar una adecuada representación a todas las fuerzas
de la Nación y antidemocrático cerrar las puertas a la discusión de aspectos
(Pág. 106).
14. De nuevo, lo que distinguiría a los dos movimientos estudiantiles sería su actitud
frente a la realidad de enfrentar una decisión ya tomada, con sus virtudes y
defectos, como lo era el decreto 1926, El “Movimiento estudiantil por
Constituyente” demandó el citado decreto ante la Corte y uno de sus miembros,
Carlos Salcedo, de la Universidad Nacional, afirmaba que, ante la toma de la
Asamblea por parte de la clase política, ellos estaban decididos a “no permitir
que se haga la Constituyente. [. ..] Vamos a llegar a argumentos de fuerza, no de
violencia, pero sí de no colaboración: huelgas de hambre, tomas pacíficas,
marchas" (Pág. 107).
15. No someter al Movimiento a los desgastes internos que implica un proceso
electoral, conservando su papel bade promotor y fiscalizador del proceso o
acudir al ejercicio de las reglas democráticas en procura de obtener
representación para el sector estudiantil, era la disyuntiva estudiantil. La última
opción tuvo mayor acogida entre los asistentes algunos de los cuales alternaban
su condición de estudiantes, con la militancia en diferentes corrientes políticas
o ideológicas (Pág. 109).

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