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Art. 22.—
El pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta
Constitución. Toda fuerza armada o reunión de personas que se atribuya los derechos del pueblo y peticione a
nombre de este, comete delito de sedición.
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2/11/2020 Thomson Reuters ProView - Constitución de la Nación Argentina comentada - Tomo I
constitucional —si es que alguna vez— en los años en que fuera formulada y defendida por Alberdi, a sabiendas del carácter
necesariamente provisional del aserto (enseguida volveremos sobre este punto).
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que, en principio, merezcan una protección especial (antes que cualquier forma de hostilidad institucional) las protestas
disruptivas hechas por aquellos que, por razones ajenas a su responsabilidad, cuentan con dificultades especiales para
encontrar satisfacción a sus derechos y expresión a sus quejas por los medios constitucionalmente previstos. Más aún cuando
a tales dificultades se agregan otras relacionadas con su dificultad de acceso a medios de expresión y queja alternativos
(típicamente por falta de recursos económicos o vínculos con el poder que les permitan acceder a medios de comunicación
diferentes, y organizados de modo habitual en torno al dinero y las influencias). Tales carencias no justifican, de por sí, las
violaciones del derecho o la afectación de los derechos de terceros, pero sí ofrecen excusas jurídicas adicionales, como
brindar razones que pueden dar cuenta de ciertos comportamientos disruptivos: es el Estado, finalmente, el que no solo
violenta sus derechos fundamentales, sino el que luego dificulta la expresión de sus quejas y la satisfacción de sus legítimas
demandas.
Excepcionalmente, la jurisprudencia nacional ha registrado algunas respuestas que se muestran consistentes con la
dirección señalada. Por caso, hay alguna consideración del punto 2 mencionado (protesta en torno a derechos fundamentales)
en "Sandoval, Rodolfo Rubén y otros s/delito de intimidación pública (art. 211, CP)", de octubre de 2005, en el que la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de la Capital Federal entendió que los reclamos presentes en una
situación de protesta bajo su análisis, resultaban "atendibles y hasta perfectamente legítimos viniendo de personas excluidas
que pretenden ser incluidos en el sistema laboral". Así también, en al menos uno de los votos de la Cámara de Apelaciones de
La Plata en el caso "N.N. y otros (imp.) s/denuncia (Dte. Juan Pablo Schiavi)", de mayo de 2012, se lee una reflexión relativa
al citado punto 3, esto es, la dificultad de ciertos grupos para acceder a los medios de queja institucionales u ordinarios. Se
reconoció entonces que "las vías ordinarias de petición habían sido efectivamente articuladas, pero fueron ineficaces para
cubrir necesidades que no admiten demora".
De modo más interesante todavía, se ve una recuperación más plena de argumentos como los señalados más arriba en
torno a la democracia, en fallos como "Álvarez, Pablo Federico y otro sobre atentado contra la autoridad calificado, etc."
(A/3/10, SAC nro. 204194), dictado por la Cámara de Acusación de Córdoba, en junio del 2011. La decisión —en implícito
diálogo con doctrinas como las que aquí defendemos, y en polémica con fallos como "Schifrin"— se interna apropiadamente
en el tipo de discusión democrática que aquí auspiciamos. Allí se señala abiertamente que el valor de la democracia "no
reside únicamente en la posibilidad de elegir periódicamente a gobernantes y legisladores, sino también y fundamentalmente
en ser un medio —y un método— a partir del cual garantizar el más encendido debate público, o un debate público 'robusto'".
Apropiadamente, entonces, considera que "para determinados sectores sociales, la única forma de ingresar al debate público
suele ser la protesta social, porque no tienen otros medios para hacer oír sus pretensiones o su disenso frente a una decisión
legislativa o de gobierno que afecta sus intereses (para otros sectores —con mayor poder económico o político—, en cambio,
la protesta social y el quebranto de ciertos derechos que suelen acompañarla no les es necesario, pues pueden recurrir a
métodos más sutiles —y muchas veces más eficaces—, como el conocido cabildeo o 'lobby', que en países como EE.UU.)". Y
por ello afirma que "inhibir la protesta social de aquellos sectores con menos poder económico-político a través de su castigo
penal implica socavar el debate público, pues lleva consigo excluir de él a esa parte de la población, e importa en
consecuencia atentar contra la más importante función del sistema democrático, que es justamente no sólo garantizar sino
incluso promover el debate público más amplio posible"(148).
En definitiva, la Constitución ha renovado, desde 1853 a hoy, las bases democráticas y republicanas sobre las que se
encuentra asentada. Por tanto, ella no puede ser interpretada en ninguna de sus partes —y menos, en el art. 22,
comprometido con una reflexión al respecto— como si la concepción democrática dominante fuera la que tenía en mente
Alberdi, para un momento acotado, en 1850. Podemos disentir, entonces, sobre los alcances precisos de la renovada idea de
democracia que hoy abraza nuestra Constitución, pero lo que debe estar fuera de dudas es lo que queda atrás, y en particular
el tipo de lecturas constitucionales que ya no son más aceptables, a la luz del propio texto constitucional. Teniendo en cuenta
esta renovación en términos democráticos, y la fortaleza de los compromisos constitucionalmente afirmados en términos de
protección de derechos, nuestro acercamiento al art. 22 debe adquirir otro tono: la protesta, en dicho contexto teórico y
normativo, no debe verse nunca como una afrenta —o, mucho menos, como un acto sedicioso— sino, en principio, y ante
todo, como un modo de honrar básicos principios democráticos, en la disputa por asegurar la realización plena de los
derechos fundamentales que el Estado se ha comprometido a satisfacer.
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