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El concepto de Ilustración

Aritz Arrieta del Arco

Cuando Adorno y Horkheimer escriben el libro Dialéctica de la Ilustración, la humanidad ha


desarrollado una capacidad de autodestrucción exorbitante. El dominio total de la cosa sobre
el hombre ya se ha consumado. El hombre es un simple apéndice o un simple medio para
hacer que marche el engranaje del modo de producción capitalista. Nadie,
independientemente de su condición social, puede escapar del hecho de reproducir
continuamente la realidad existente; o un simple títere del dinero o un medio para producir
más valor. Como dicen en el prólogo:

Forma parte de la actual situación sin salida el hecho de que incluso el reformador más
sincero, que en el lenguaje desgastado recomiendo la innovación, al asumir el aparato
categorial prefabricado y la mala filosofía que se esconde tras él refuerza el poder de la
realidad existente que pretendía quebrar. (Adorno y Horkheimer 1994: 54)

En este estado social de las cosas, los dos autores se proponen criticar los cimientos de la
sociedad capitalista, que históricamente se sitúa en la época llamada Ilustración. Aunque
plantean una inmensa crítica sobre los distintos elementos que median en la dominación del
hombre por el hombre y la subyugación de este a la naturaleza, en el presente trabajo
solamente pretendo desarrollar la crítica que hacen del concepto de Ilustración, la cual es la
base sobre la que edifican todo el libro. Me centraré en la relación que tienen la Ilustración y
el mito por un lado, y por el otro en la consecuencia destructora que trae consigo misma la
Ilustración.

La Ilustración, ha fallado en su intento de convertir al ser humano en señor de todo lo que lo


rodea. En su afán de salir del yugo de la naturaleza mediante su dominación total, hacen que
la razón se convierta en una cosa muy distinta de lo que al principio pretendía ser: de
elemento que serviría para buscar la verdad y constituir un ser humano libre, a ser simple
instrumento que solo se preocupa por el procedimiento y la operación. Así, la razón se
convierte en instrumento para dominar científicamente la naturaleza. Pero esto tiene su
contrapartida, y es que a la vez que supera la mitología dominante desde la antigüedad, se
convierte ella misma en mito.

En esencia, el mismo objetivo de dominar la naturaleza lo podemos encontrar en el mito.


Pero hay diferencias esenciales que diferencian las dos épocas históricas –y a su vez, estas
diferencias son las que hacen de la Ilustración productora de una razón totalmente
destructora–.

En la antigüedad el mito sirve para conocer o iluminar aquello que causa miedo al ser
humano en la naturaleza. En esta relación primitiva con la naturaleza, el hombre convierte los
elementos naturales en representaciones suyas, es decir, proyecta su propia condición social a
la naturaleza. Como consecuencia, crea diferentes dioses antropomórficos, que dan una causa
a los fenómenos naturales. Este elemento del hombre, de poner sobre la naturaleza elementos
humanos, se repetirá también en la Ilustración, pero de forma distinta. También en esa
relación primitiva encontramos un aspecto esencial a la hora de entender dicha relación.
Precisamente la relación entre sujeto y objeto.

Ya en la antigüedad encontramos la separación entre esos dos aspectos, como por ejemplo,
cuando se hace la diferencia entre esencia y apariencia etc. Esa tensión entre sujeto-objeto,
hombre-naturaleza, en esa época se traduce en mito. Pero la diferencia esencial entre las dos
épocas es que en el mito no hay una dominación de la naturaleza. Esta es aún objeto de
diferentes rituales que representan una especie de respeto por el temor que pueda causar. Hay
un elemento simbólico sobre la naturaleza, que se representa en la magia y diferentes rituales.
La naturaleza aún tiene un carácter independiente respecto del ser humano.

El elemento de que el sujeto ponga en el objeto características propias, se repite también en la


época que es consecuencia de la ilustración: “El juicio filosófico tiende a lo nuevo, y sin
embargo no conoce nada nuevo, puesto que siempre repite sólo aquello que la razón ha
puesto ya en el objeto” (Adorno y Horkheimer 1994: 80). Pero hay un cambio esencial en la
relación sujeto-objeto. Después del proyecto ilustrado “la naturaleza no debe ya ser influida
mediante la asimilación, sino dominada mediante el trabajo.” (Adorno y Horkheimer 1994:
73). Es el único modo de consumar el proyecto del ser humano de emanciparse de la
naturaleza. Por tanto, el conocimiento pasa a ser medio para desarrollar mecanismos de
dominio.

La forma específica que cogerá el conocimiento será la de la ciencia. Es ésta la que guiará a
la razón. Pero esto conlleva a una consecuencia irreversible. Precisamente a la imposibilidad
de salir y trascender de lo que la razón ha hecho del objeto. El conocimiento pasa a
reproducir constantemente la realidad: “La ciencia, en su interpretación neopositivista, se
convierte en esteticismo, en sistema de signos aislados, carente de toda intención capaz de
trascender el sistema: en aquel juego, en suma, que los matemáticos hace tiempo declararon
con orgullo como su actividad.” (Adorno y Horkheimer 1994: 72). El pensamiento, por tanto,
se reduce a mera tautología.

Con ello, se ha perdido totalmente la esencia misma del conocimiento, que se caracterizaría
por lo siguiente:

Comprender los datos en cuanto tales, no limitarse a leer en ellos sus abstractas relaciones
espaciotemporales, gracias a las cuales pueden ser captados y manejados, sino, al contrario,
pensar esas relaciones como lo superficial, como momentos mediatizados del concepto que se
realizan sólo en la explicitación de su sentido social, histórico y humano: la entera pretensión
del conocimiento es abandonada. Ella no consiste sólo en percibir, clasificar y calcular, sino
justamente en la negación determinada de lo inmediato. (Adorno y Horkheimer 1969: 80)

Así, todo el aparato teórico y el conocimiento, como mero medio de dominación, se limita a
la simple repetición de la realidad. Esto trae consigo una consecuencia irreversible, y es que
la Ilustración se convierte en mitología, recae en el mito. Es mediante el constante afán de
dominar todo cuanto lo rodea que ha terminado en reproducir eternamente lo existente.

En la antigüedad la verdad objetiva se constituía en mito. Después de la Ilustración es la


razón la que coge ese papel. No hay objetividad posible más que la que determine la propia
razón. El pensamiento pasa a convertirse en simple instrumento, que así, la ilustración
consigue una mayor efectividad en su empresa de dominar la naturaleza. Con esto, la razón
queda reducida a mero elemento calculador, cerrando totalmente la posibilidad real que el
hombre tiene de emanciparse. De hecho, es el hombre quien se convierte en una cosa, en
mero instrumento que opera en las relaciones que lo dominan. Es más, la civilización después
de la ilustración, en vez de ser una humanidad emancipada, representará la unidad de
colectivo y dominio, es decir, que el dominio del hombre por el hombre será la condición
universal:

El dominio se enfrenta al individuo singular como lo universal, como la razón en la


realidad. Lo que sucede a todos por obra de unos pocos se cumple siempre como
avasallamiento de los individuos singulares por parte de muchos: la opresión de la sociedad
lleva en sí siempre los rasgos de la opresión por parte de un colectivo. Es esta unidad de
colectividad y dominio, y no la inmediata universalidad social, la solidaridad, la que
sedimenta en las formas de pensamiento. (Adorno y Horkheimer 1994: 76)

Así, la dominación se convierte en la verdadera razón de ser de la razón. Pero que el hombre
esté subyugado bajo esas relaciones de dominación, que perpetúan el estado inmediato de las
cosas tiene otra consecuencia, que va en contra de los postulados principales de la Ilustración.
Precisamente, es el ser humano el que pierde lo que los ilustrados querían conservar a toda
costa; el ‘sí mismo’.

El hecho de que el hombre se convierta en mero engranaje del sistema, hace que pierda su
singularidad y se diluya en la gran masa, consecuencia directa de los mecanismos de la
producción mercantil, donde el principio de equivalencia, el igualar todo con todo, es lo que
rige toda la sociedad. Las cualidades múltiples que pueda tener un individuo son moldeadas
por un solo elemento, el mercado:

A través de las innumerables agencias de la producción de masas y de su cultura se inculcan


al individuo los modos normativos de conducta, presentándose como los únicos naturales,
decentes y razonables. El individuo queda ya determinado sólo como cosa, como elemento
estadístico, como éxito o fracaso. (Adorno y Horkheimer 1994: 82)

Pero eso es una simple consecuencia del fracaso de un proyecto. Una vez más, en su afán de
separarse de la naturaleza, del objeto, a la Ilustración le es imperativo constituir un nuevo
sujeto que trascienda todo lo inmediato: “El sí mismo, que tras la metódica eliminación de
todo signo natural como mitológico no debía ya ser cuerpo ni sangre, ni alma ni siguiera yo
natural, constituyó, sublimado en sujeto trascendental o lógico, el punto de referencia de la
razón, de la instancia legisladora del obrar” (Adorno y Horkheimer 1994: 83) Pero
precisamente en esa determinación del sujeto trascendental es donde se sitúa el carácter
mítico de la razón. El sujeto como elemento formal es hipostasiado como sujeto al que se le
debe dar un contenido determinado, independientemente de la inmediatez social,
transhistórica.

Con todo esto, mediante la crítica al concepto que hemos expuesto, no rechazan el proyecto
ilustrado como tal, sino una especie de reforma del mismo. Su objetivo es recuperar la
potencialidad liberadora de la humanidad, y para ello proponen una crítica a los cimientos de
dicho proyecto, que es donde se sitúa la impotencia del mismo. Más que impotencia, si se
quiere, los elementos que impiden o bloquean que se despliegue el aspecto liberador de la
humanidad. Aspecto que sitúa realmente al hombre en el centro, y no como simple cosa o
medio, a merced de intereses autodestructivos.

REFERENCIAS

- Adorno T. W. y Horkheimer M.. 1994. Dialéctica de la Ilustración. Valladolid:


Editorial Trotta.

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