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Guatemala vive una coyuntura crítica que está poniendo a prueba su sistema
democrático. El «descubrimiento» de gigantescas redes de corrupción que atraviesan
todos los niveles del Estado –sumadas a la violencia que azota al país– ha dado lugar
a movilizaciones ciudadanas inéditas en la historia reciente que ya han provocado la
renuncia de la vicepresidenta Roxana Baldetti Elías y han dejado al derechista Otto
Pérez Molina como una figura con escasa capacidad de juego a la cabeza del Poder
Ejecutivo, a la espera de un final de mandato próximo a llegar.
La crisis y el Estado
No hay razones para confiar en las elecciones de junio como una oportunidad para
mejorar las prácticas de gobierno en Guatemala.
Por un lado, hay una ventaja considerable de los aliados del sistema pro corrupción
frente a los partidos ajenos a ella. Esa ventaja proviene del financiamiento del gran
capital, de la ocasión de extraer fondos públicos, del apoyo de la TV abierta y de la
proclividad hacia el clientelismo de amplios segmentos del electorado. La maquinaria
es muy eficaz.
Por el otro lado, no existe un liderazgo destacado en quienes adversan ese modelo y la
evidencia se encuentra en la fragmentación con la cual se presentan a elecciones.
Cualquiera de los candidatos pro impunidad para la corrupción que gane pronto
buscará un acuerdo de gobernabilidad con sus rivales de campaña para repartirse el
acceso al dinero proveniente de los impuestos (y de los préstamos).
Ese acuerdo descansa sobre el control del sistema de justicia. Empieza por el
Ministerio Público, garante de impunidad cortesía de Consuelo Porras, y sigue con las
cortes y las judicaturas que disfrutan el poder.
Con la impunidad como incentivo, la corrupción se convierte en el auténtico motor del
gobierno. Y la solución a los problemas del país se subordinan al objetivo de
enriquecerse. El autoritarismo y la concentración de poder son herramientas esenciales
de ese sistema.
Los corruptos extraen públicos para financiar su siguiente proceso electoral y
consiguen la reelección por un electorado tan incauto como dispuesto a relativizar esos
delitos.
Y el entorno regional favorece este escenario. Y así como no hay suficiente resistencia
o consenso interno para vencer esta tendencia, tampoco parece haber contrapoder
externo capaz de motivar un cambio.
El nuevo caso que la Fiscalía de Guatemala abrió este lunes contra el ministro de
Defensa colombiano, Iván Velásquez, tiene casi nulas posibilidades de prosperar, pero
el anuncio dice más sobre la profunda crisis de corrupción dentro del sistema judicial
guatemalteco que sobre el acusado. Además, con esta movida, la Fiscalía del país
centroamericano escala aún más esta crisis que arrancó con una dimensión nacional
pero que cada vez más se salpica al plano internacional.
El caso penal contra Velásquez es difícil para la Fiscalía de Guatemala por varias
razones. Primero, porque como antiguo jefe de la Comisión Internacional contra la
Impunidad en Guatemala (CICIG), un organismo que era apoyado por la ONU,
Velásquez tenía inmunidad para trabajar con libertad, al igual que los que investigaban
con él. Segundo, porque el ahora ministro de Defensa colombiano cuenta con el apoyo
incondicional del presidente Gustavo Petro. “Jamás aceptaré la orden de captura de
nuestro ministro Velásquez”, dijo el presidente. Tercero, y más importante, porque el
caso legal no tiene pruebas contundentes en su contra.
En su exposición ante los medios, el fiscal guatemalteco Rafael Curruchiche dice que
Velásquez tenía “pleno conocimiento de las oscuras o corruptas negociaciones que se
estaban realizando con la empresa Odebrecht”. Para eso muestra una serie de correos
que no demuestran ninguna actitud delictiva. Lo que demuestran es que Velásquez
estaba siendo informado, y dando su visto bueno, para que se llevaran a cabo
acuerdos de cooperación de la justicia con exdirectivos de la constructora Odebrecht.
Esos acuerdos han sido usuales y legales en varios países: se busca información sobre
quienes han pagado sobornos en el país a cambio de cierto tratamiento legal
privilegiado. Y en el caso de Guatemala, además, estos acuerdos fueron avalados por
la Corte Suprema de Justicia.
La ONU no se ha pronunciado aún, pero sí lo hizo Brian Nichols, el subsecretario de
Estado de EE UU para el Hemisferio Occidental. “Preocupado por las órdenes de
captura del Ministerio Público de Guatemala contra personas que trabajaron para
garantizar la rendición de cuentas por corrupción en el caso Odebrecht en Guatemala.
Tales acciones debilitan el estado de derecho y la confianza en el sistema judicial de
Guatemala”, escribió en su cuenta de Twitter
Curruchinche también encabezó el año pasado el proceso penal contra José Rubén
Zamora, reconocido periodista y fundador de elPeriódico, un caso sin fundamentos que
fue condenado internacional. La jueza que aprobó las órdenes de captura el lunes,
Carol Patricia Flores, también fue señalada en 2018 de corrupción: la CICIG pidió
entonces quitarle la inmunidad para investigarle por lavado de dinero y enriquecimiento
ilícito.
La Agencia Ocote recientemente publicó una investigación en la que demuestran que
“dos docenas de procesos contra funcionarios que investigaron y juzgaron casos de
corrupción” fueron interpuestos por una organización de derechas en defensa de los
militares: la Fundación Contra el Terrorismo (FCT). Las denuncias, explica la
investigación, no solían prosperar en los primeros años desde que se fundó la FCT, en
2013, pero “la suerte de sus solicitudes cambió durante la gestión de Consuelo Porras
como fiscal general, y luego de la salida de la CICIG, y la nueva conformación de la
Corte de Constitucionalidad”