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TRABAJO DE FILOSOFIA

LUIS FELIPE ROJAS DUARTE


¿Qué es la libertad? Si preguntas a tu alrededor recibes diversas


opiniones: "Poder elegir entre diversas opciones", "Hacer lo que me da la gana",
"Que nadie te diga lo que tienes que hacer", "Elegir mi propia forma de actuar",
"Un derecho humano básico".

El ser humano es libre y busca la libertad. Así y ha quedado recogido a lo largo


de la historia, en el cine, en la música y en la literatura.

Don Quijote decía a Sancho: "La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos
dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los
tesoros que encierra la tierra y el mar encubre; por libertad así como por la honra,
se puede aventurar la vida y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que
puede venir a los hombres".

Solemos considerar que la libertad consiste en elegir de entre todas las


posibilidades, la que más nos conviene: a qué nos vamos a dedicar, cuál va a
ser nuestro proyecto vital o dónde vamos a vivir.

Sin embargo, no siempre se puede elegir, pues también nos vienen dados
aspectos que no podemos escoger: el temperamento, el físico, la familia e incluso
las situaciones difíciles de la vida.

Aún con tantas adversidades, percibimos que hay algo en nosotros que
trasciende esas limitaciones y que nos permite sentirnos libres. Así lo
explicaba Mandela, Frankl o tantas personas que conoces con problemas y
limitaciones que parecen coartar su libertad.

Ante estas situaciones que nunca elegirías y te hacen sufrir, puedes reaccionar y
responder. No estás determinado por lo primero "que te salga" sino que
además puedes elaborar una respuesta en la que tú estés presente y
decidas.

Rebelarte suele ser la primera reacción psicológica y espontánea frente al


sufrimiento, inevitable ante circunstancias dolorosas. Seguramente has
experimentado esta sensación ante situaciones que no te gustaban y tu impulso
primario era de rabia, despotricar o reivindicar.

¡Qué bueno que te rebeles!, te estás llamando la atención sobre algo que no
funciona. Ahora podrás seguir hacia adelante gracias a tu lucha.
Resignarte sería un segundo escalón en el abordaje de lo que no hemos
elegido: "esto es lo que hay, ajo y agua". Puede parecer que resignación es una
palabra que no es del "país de la libertad".

Sin embargo para poder cambiar es necesario conocer "lo que hay". Así, la
resignación puede convertirse en el punto de partida hacia el cambio,
una "resignación temporal".

Tras hacer las paces con la realidad, puedes seguir subiendo escalones en la
reconquista de tu libertad. Puedes comenzar a trabajar la aceptación de ti: "Mi
cuerpo, mis sentimientos, pensamientos, deseos, conductas, hábitos, etc., son
parte de mí, independientemente de que algunos me gusten y otros no. Solo por
ser míos merecen aprecio".

Es fácil escribir esto y muy difícil hacerlo, sobre todo cuando el sufrimiento es
grande. Tú sabes cuáles son tus anhelos y lo que te apasiona, cómo te gustaría
ser, qué quieres cambiar.

Sí que puedes realizar tareas sencillas como escuchar a tu corazón y no


escandalizarte de lo que te cuente, ser amable y paciente contigo mismo, tener
un diálogo interno optimista que te mande mensajes de crecimiento para hacer un
plan de cambio.

La aceptación es el primer paso hacia la libertad. No resuelve nuestra vida,


pero nos ayuda a elaborar una respuesta ¿Dónde estoy? ¿Dónde me gustaría
estar? Nos pone en actitud de vivirla. Y es que la vida se explica o se vive.

Cuánta razón tenía William Wallace cuando motivaba a sus soldados escoceses
antes de la batalla contra los ingleses: "Puede que nos quiten la vida pero
jamás nos quitarán la libertad".

Sentido de la historia

La historia tiene sentido en la medida en que la variedad de hechos que ocurren


en ella pueden ser relacionados e interpretados con respecto a un mismo fin o
propósito (Lowith, Karl, El sentido de la historia, México: Aguilar), como puede ser
la felicidad, la paz, el bien común, la abundancia, la democracia, etc.; incluso la
repetición de patrones, acciones y conductas puede ser considerada como una
finalidad, que permite relatar y comprender hechos históricos.
En la Modernidad, el sentido de la historia suele ser interpretado a partir de la idea
de progreso, sin embargo, en los siglos XX y XXI, la concepción moderna de la
historia ha sido fuertemente criticada, y se han planteado formas alternativas de
comprensión e interpretación del sentido de la historia; incluso se ha renunciado a
la posibilidad de encontrar un fin o propósito último de la historia, a pesar de los
problemas que dicha renuncia trae consigo. En el debate intitulado “De progresos,
revoluciones y repeticiones” de la Plataforma de Temas (Ver debate “De
progresos, revoluciones y repeticiones” aquí.)
se observan algunos de los problemas que la idea de progreso y la crítica de la
misma pueden ocasionar tanto a nivel teórico como a nivel práctico.

En el Nuevo Testamento la distinción entre cuerpo, alma y espíritu aparece


solamente una sola vez. San Pablo dice en la primera carta a los
Tesalonicenses: “Que Él, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo
vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la
Venida de nuestro Señor Jesucristo” (1Ts 5,23).

El Catecismo, a su vez, explica el pasaje:

A veces se acostumbra a distinguir entre alma y espíritu. Así san Pablo ruega para
que nuestro «ser entero, el espíritu […], el alma y el cuerpo» sea conservado sin
mancha hasta la venida del Señor (1 Ts5,23). La Iglesia enseña que esta
distinción no introduce una dualidad en el alma. «Espíritu» significa que el
hombre está ordenado desde su creación a su fin sobrenatural, y que su alma
es capaz de ser sobreelevada gratuitamente a la comunión con Dios. (367)
Actualmente existe una tendencia de los teólogos que dice que el ser humano no
posee alma, pues sería una visión dualista, platónica y que no correspondería al
pensamiento bíblico, judío. Nada más equivocado que eso.

En el Antiguo Testamento, durante mucho tiempo no se habló de la


“resurrección de la carne”. Al contrario, se creía que la persona vivía en
el sheol (el lugar de las almas rebeldes olvidadas), eran “proverbios”, cuya
existencia era sombría, hasta incluso umbrosa.

A pocos, Dios les fue revelando que aquellas “sombras” en realidad continuaban
teniendo personalidad y que los buenos eran bendecidos y los malos castigados.

La idea de que al final de su vida la persona era recompensada –aunque aún no


se hablara de resurrección– era muy clara en el Antiguo Testamento como un
segundo paso, ya en la época de los profetas.

El tercer paso comienza a surgir. Tras la muerte, al final de los tiempos, el cuerpo
y el alma se unirán y habrá la resurrección de los muertos. Poco después viene el
Nuevo Testamento.

Jesucristo dice al Buen Ladrón en la Cruz: “Yo te aseguro: hoy estarás


conmigo en el Paraíso” (Lc 23,43). Ahora, el “hoy” del que habla solo puede
referirse al alma del Buen Ladrón, pues el cuerpo, evidentemente, será
sepultado, así como el cuerpo de Jesús también lo fue.

En el Nuevo Testamento cuando una persona muere existe un castigo eterno


o una recompensa eterna y al final de los tiempos existirá también la
resurrección de los muertos. Es una clara distinción entre el cuerpo y el
alma.

El catecismo enseña que el cuerpo y el alma son una sola naturaleza humana,
no son dos naturalezas que se unen, sino una sola realidad.

Y con la ruptura de esa realidad única llamada muerte, algo terrible sucede, algo
que no estaba en el plan de Dios. Incluso así, el hombre es cuerpo y
alma, material y espiritual respectivamente.

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