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“Innova Schools”

Del colegio a la Mes: Setiembre 2013


Universidad
LITERATURA
NIVEL: SECUNDARIA
NIVEL SEMANA Nº 01 CUARTO GRADO

EL SIMBOLISMO PERUANO

I. Definición de Simbolismo:

El simbolismo es una corriente literaria iniciada en Francia con Baudelaire Verlaine, Mallarmé y Rimbaud. Tiene como
características principal un acercamiento a la música y a la pintura. Verlaine dijo que su poesía era del matiz y no del color.
En el Perú, el más claro representante del simbolismo es José María Eguren, quien tiene una poesía llena de color y sutileza.

II. El Simbolismo en la literatura internacional

Los precursores literarios de esta corriente fueron el poeta norteamericano Edgar Allan Poe, que tanto influyó sobre
Charles Baudelaire, y los franceses Arthur Rimbaud y Paul Verlaine, llamados también "poetas malditos". El más
representativo fue Stéphane Mallarmé (1842 - 1898), quien creó un lenguaje hermético, cercano al antiguo culteranismo
español (Verlaine leyó y admiraba a Luis de Góngora) y cercano a la sintaxis del inglés. Menor importancia tuvieron Auguste
Villiers de l'lsle-Adam (1838 - 1889), Prosper Mérimée (1803 - 1870), más conocido como narrador; Gérard de Nerval (1808 -
1855), poeta de trágico fin; Joris Karl Huysmans (1848 - 1907), más conocido como escritor del decadentismo; Albert
Samain (1858 - 1900), Rémy de Gorumont (1858 - 1915), Alfred Jarry (1873 - 1907), creador de la Patafísica y más
importante como autor teatral y como precursor de la literatura de Vanguardia; Gustave Kahn (1859 - 1936), Jules Laforque
(1860 - 1887), el primer introductor del verso libre; Maurice Maeterlinck (1862 - 1949), que creó el teatro simbolista;
Stuart Merril (1863 - 1930), Paul Valéry (1871 - 1945), que pasó del Simbolismo a una intelectualizada poesía pura; el belga
Emile Verhaeren (1855 - 1916), también narrador, y Francis Vielé-Griffin (1863 - 1937), entre muchos otros. En otros países
el Simbolismo tuvo también extensión: en Rusia, por ejemplo, fue divulgado por Alexandr Alexándrovich Blok; en Suecia, el
dramaturgo August Strindberg recurrió a algunos de sus postulados, y en el mundo hispanoamericano y español se difundió a
través del Modernismo.

III. Representantes:
JOSÉ MARÍA EGUREN (1874 – 1942)

a) Sobre su vida:

Nació en Lima en 1874. Pasó su infancia y juventud en una hacienda familiar y, ya en la madurez, residió de forma permanente
en Barranco, en donde falleció en 1942. Tuvo una vida bastante apacible, si bien agobiada por algunas penurias económicas.
Además de escritor fue acuarelista y fotógrafo. Trabajó asimismo como profesor. Era un hombre sencillo, introvertido, de
gran sensibilidad. Publicó cuatro libros: Simbólicas (1911), Canción de las figuras (1916), Sombras (1929) y Rondinelas
(1929). Su poesía se caracteriza por su música y concisión. De apariencia infantil, el mundo que construye está poblado de
personajes medievales y entidades mitológicas, todo inmerso en una atmósfera tenue y gentil.

b) Sobre sus obras:

Temas y personajes:

1. Eguren, en muchos de sus poemas es el personaje principal; sus sueños, fantasías, sus vivencias, las disfraza en colores
mágicas.
2. La tristeza y melancolía, rasgos del Romanticismo, están bien presentes en la obra de Eguren, que transfiere la realidad a
un mundo de cuento.
3. Los sueños de la niñez que el hombre nunca olvida, y ese sabor a remembranza que endulza los labios del recuerdo, se han
convertido en el tema central de su arte.
4. Sus personajes son seres imaginarios y fantásticos, con sentimientos y debilidades humanas.
5. El color tiene un significado especial para el poeta: el verde da relieve a lo misterioso, el amarillo lo acerca a la muerte, el
blanco es mágico, el dorado oriental erótico y misterioso, el azul melancólico, el celeste divino, puro y frágil.
6. Poesía propiamente simbolista, poblada de imaginación, conjunto de elementos puestos en forma armoniosa, palabras
pulidas, suaves, con las cuales disfraza los nombres reales de las cosas para convertirlas en enigmas.

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LA NIÑA DE LA LÁMPARA AZUL
En las ramas de fusca alameda
En el pasadizo nebuloso Que ciñen las rocas,
Cual mágico sueño de Estambul, Bengalíes se mecen dormidos,
Su perfil presenta destelloso Soñando sus trovas.
La niña de la lámpara azul.
Ya descansan los rubios silvanos
Ágil y risueña se insinúa, Que en punas y costas,
Y su llama seductora brilla, Con sus besos las blancas mejillas
Tiembla en su cabello la garúa Abrazan y doran.
De la playa de la maravilla.
En el lecho mullido la inquieta
Con voz infantil y melodiosa Fanciulla reposa,
con fresco aroma de abedul, y muy grave su dulce, risueño
habla de una vida milagrosa semblante se torna.
la niña de la lámpara azul.
Que así viene la noche trayendo
Con cálidos ojos de dulzura Sus causas ignotas;
Y besos de amor matutino, Así envuelve con mística niebla
Me ofrece la bella criatura Las ánimas todas.
Un mágico y celeste camino.
Y las cosas, los hombres domina
La parda señora,
De encantación en un derroche,
De brumosos cabellos flotantes
Hiende leda, vaporoso tul;
Y negra corona.
Y me guía a través de la noche
La niña de la lámpara azul.
TIZA BLANCA

Las alumnas de la banca


la llamaron Tiza Blanca.

A la prima luz del día


candorosa se vestía
de piqué bordado fino,
cinturón alabastrino.

Iba a clase, a las lecciones


con sus ojos pupilones,
con su clara luz serena,
sus mejillas de azucena.
NOCTURNO
No olvidaba el canastillo
De Occidente la luz matizada de alfeñiques y blanquillo.
Se borra, se borra;
En el fondo del valle se inclina Si problemas ensayaba,
La pálida sombra. con la tiza se pintaba.
Resolvía azul misterio
Los insectos que pasan la bruma del errante planisferio.
se mecen y flotan,
y en su largo mareo golpean Y de flora y los jardines
las húmedas hojas. el amor de clavelines,
con su clara luz de armiño
Por el tronco ya sube, ya sube los teoremas del cariño.
La nítida tropa
De las larvas que, en ramas desnudas, Si al tablero se acercaba,
Se acuestan medrosas. con la tiza conversaba.

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A su vera los negados (En simbólicas)
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florecían avisados

Los libraba de enemigos, EL DUQUE


horas lentas y castigos.
Era el campo, la blancura Hoy se casa el duque Nuez;
del colegio Ternura. viene el chantre, viene el juez
y con pendones escarlata
LOS REYES ROJOS florida cabalgata;
a la una, a las dos, a las diez;
Desde la aurora que se casa el Duque primor con la hija de
combaten dos reyes rojos, Clavo de Olor.
con lanza de oro. Allí están, con pieles de bisonte,
los caballos de Lobo del Monte,
Por verde bosque y con ceño triunfante,
y en los purpurinos cerros Galo cetrino, Rodolfo Montante.
vibra su ceño. Y en la capilla está la bella,
mas no ha venido el duque tras ella;
Falcones reyes los magnates postradores,
batallan en lejanías aduladores
de oro azulinas al suelo el penacho inclinan;
los corvados, los bisiestos
Por la luz cadmio, dan sus gestos, sus gestos, sus gestos;
airadas se ven pequeñas y la turba melenuda
sus formas negras. estornuda, estornuda, estornuda.
Y a los pórticos y a los espacios
Viene la noche mira la novia con ardor...
y firmes combaten foscos son sus ojos dos topacios
los reyes rojos. de brillor.
Y hacen fieros ademanes,
(En simbólicas) nobles rojos como alacranes;
concentrando sus resuellos
grita el más hercúleo de ellos:
LOS ROBLES ¿Quién al gran Duque entretiene?...
ya el gran cotejo se irrita!...
En la curva del camino Pero el Duque no viene...
dos robles lloraban como dos niños. se lo ha comido Paquita.

Y había paz en los campos, LAS TORRES


y en la mágica luz del cielo santo.
Brunas lejanías...
Yo recuerdo la rondalla batallan las torres
de la onda florida de la mañana. presentando
siluetas enormes.
En la noria de la vega,
las risas y las dulces pastorelas. Áureas lejanas...
las torres monarcas
Por los lejanos olivos, se confunden
amoroso canto de caramillos. en sus iras llamas.

Con la calma campesina Rojas lejanías...


como de incienso el humo subía. se hieren las torres;
purpurados
Y en la curva del camino se oyen sus clamores.
los robles lloraban como dos niños.
Negras lejanías...

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horas cenicientas ¡ay!, las torres muertas
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se oscurecen,

LAS BODAS VIENESAS Con los viejos cortesanos.


Y en tristor a la distancia
En la casa de las bagatelas, Vuelan goces de la infancia,
Vi un mágico verde de rostro cenceño, Los amores incipientes, los que nunca han de
Y las cincidelas durar.
Vistosas le cubren la barba de sueño.
¡Pobrecita la muñeca que la van a sepultar!
Dos infantes oblongos delira Melancólico el zorcico se prolonga en la
Y al cielo evantan sus rápidas manos, mañana,
Y dos rubias gigantes suspiran, La penumbra se difunde por el monte y la
Y el coro preludian cretinos ancianos. llanura,
Marionnette deliciosa va a llegar a la
Que es la hora de la maravilla; temprana sepultura.
La música rompe de canes y leones
Y bajo chinesca pantalla amarilla En la trocha aúlla el lobo
Se tuercen guineos con sus acordeones. Cuando gime el melodioso paro bobo.
Tembló el cuerno de la infancia con aguda
Y al compás de los címbalos suaves, melodía
Del hijo del Rino comienzan las bodas; Y la dicha tempranera a la tumba llega ahora
Con sus basquiñas enormes y graves. Con funesta poesía
Y Paquita danza y llora.
MARCHA FÚNEBRE DE UNA MARIONNETTE
EL DOMINÓ
Suena trompa del infante con aguda melodía...
La farándula ha llegado a la reina Fantasía; Alumbraron en la mesa los candiles,
Y en las luces otoñales se levanta plañidera Moviéronse solos los aguamniles,
La corraza plañidera. Y un dominó vacío, pero animado,
Mientras ríe por la calle la verbena,
Pasan luego, a la sordina, peregrinos y lacayos Se sienta iluminado,
Y con sus caparazones los acéfalos caballos; Y principia la cena.
Van azul melancolía
La muñeca. ¡No hagáis ruido!; Su claro antifaz de un amarillo frío
Se diría, se diría Da los espantos en derredor sombrío
Que la pobre se ha dormido. Esta noche de insondables maravillosas,
Y tiende vagas, lucifugas señales.
Vienen túmidos y erguidos palaciegos
borgoñones A los vasos, las sillas
Y los siguen arlequines con estrechos Los ausentes comensales.
pantalones.
Ya monótona en litera Y luego en horror que nacarado flota,
Va la reina de madera; Por la alta noche de voluntad ignota,
Y Paquita siente anhelo de reír de bailar, En la luz olvida manjares dorados,
Flotó breve la cadencia de la murria y la Ronronea una oración culpable, llena
añoranza; De acentos desolados,
Suena el pífano campestre con los aires de la Y abandona la cena.
danza.
LA DAMA I
¡Pobre, pobre marionnette que la van a
sepultar! La dama I, vagorosa
Con silente poesía En la niebla del lago,
Va un grotesco Rey de Hungría Canto las finas trovas,
Y los siguen los alanos;
Así toda la jauría Va en su góndola encantada

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De papel a la misa Las dormidas umbelas
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Verde de la mañana. Y los papiros muertos.

Y en su ruta va cogiendo

Los sueños rubios de aroma


Despiertan blandamente
Su sardana en las hojas.
Y parte dulce, adormida,
A la borrasca iglesia
De la luz amarilla

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1. En el poema Nocturno de José María Eguren hay varios adjetivos que le dan cromatismo (color) a la
poesía. Cópialos y define el color que representan según tu criterio.

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2. Según tu opinión qué simboliza La niña de la lámpara azul dentro del poema de José María Eguren.
Copia el verso de donde sacaste esa conclusión.

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3. ¿Quién está representado simbólicamente en el poema La tiza blanca? ¿Por qué crees eso? De
acuerdo a tu respuesta menciona algunos símbolos y sus significados.

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1. Escribe la definición de Simbolismo.

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2. ¿Cuáles son las características del Simbolismo?

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3. ¿Quiénes son los representantes del Simbolismo?

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4. ¿Quién representa el Simbolismo en el Perú?

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5. ¿Cuáles son las características de poesía de Eguren?

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6. Escribe el nombre de las principales obras de Eguren.

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7. ¿Cuáles son los personajes que utiliza Eguren en sus poemas?

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8. Escribe el nombre de los poemas de Eguren

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9. ¿Cuáles el tema de Los reyes rojos?

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10. ¿Cuál es el tema de Los robles?

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EL POSMODERNISMO PERUANO

El Posmodernismo es una corriente literaria que surge contra los excesos y la actitud elitista del
Modernismo. En el Perú fue adquiriendo un carácter netamente limeño y aristócrata, es así como el
posmodernismo va a impulsar el desarrollo de la literatura de provincia y el apego a lo popular y lo
nacional. El Posmodernismo comprende desde los años de la Primera Guerra Mundial prolongándose hasta
mediados del presente siglo; sin embargo, a partir de la década del 20 el Posmodernismo cede ante la
insurgencia del Vanguardismo.
El Posmodernismo plantea una literatura nacional, con raíces aborígenes, es decir la vuelta a la tierra,
a lo cotidiano, al hombre y a la total liberación de los falsos oropeles.

ABRAHAM VALDELOMAR PINTO (1888 - 1919)

a) Sobre el autor:

Nació en Ica el 15 de abril de 1888. Vivió su niñez en el puerto de Pisco. Su infancia rural, vinculada al
mar y a la campiña influyó en sus cuentos y poesía.
Llegó a Lima y estudió su secundaria en el colegio Guadalupe. Siendo aún colegial dirigió y publicó la
revista Idea Guadalupana.
Ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Apoyó la
candidatura presidencial de Guillermo Billinghurst. Cuando éste asume el poder en 1912, lo nombra
Director del diario oficial El Peruano. Un año después es nombrado secretario de la delegación peruana
en Roma, por lo que viaja a Italia con cargo diplomático. En dicho país escribe su obra cumbre El
Caballero Carmelo.
En 1914, Oscar Rabines Benavides derroca a Billinghurst. Valdelomar renuncia a su cargo diplomático y
regresa al Perú. Se dedica a la actividad periodística, redactando en el diario La Prensa, y a la creación
de sus obras, bajo el seudónimo de El Conde de Lemos. En 1916 funda y dirige la revista Colónida,
expresión de una corriente esteticista en el Perú.
Otra vez movido por la política se dedica a realizar giras por provincias y dar conferencias. Fue
elegido representante al Congreso Regional del Centro, modalidad política del nuevo gobierno de Augusto
Bernardino Leguía. Muere trágicamente al asistir a una reunión de ese congreso en la ciudad de Ayacucho,
el 2 de noviembre de 1919, a la edad de 31 años.

b) Sobre la obra:
Producción Literaria:

1. Cultivó casi todos los géneros. Rescata el valor de las cosas cotidianas del hogar, la significación de la
provincia y las características de la costa.
2. La mayoría de sus obras se caracteriza por el tono nostálgico, tierno e íntimo. Destacó más en el
cuento y en la poesía. En ellos evoca frecuentemente escenas familiares de su infancia rural, aldeana
vinculada al mar y a la campiña de Pisco.
3. En el fondo o contenido se caracterizó por desarrollar sus obras en los géneros periodístico,
novelesco, lírico, teatral, ensayo y cuento. Tuvo un contenido ruralista y provinciano, manifestando un
sentido amoroso, añorante y familiar. En la forma tuvo un estilo elegante, modernista. Tuvo influencia
cosmopolitista de Gabriel D´Annuzio (Italia), Oscar Wilde (Inglaterra) y Ramón María del Valle Inclán
(España).
4. Sus producciones reflejan un tono nostálgico, tierno e íntimo con estilo narrativo sencillo, intimista y
ameno. Se deja sentir cierto tono crepuscular presentando un narrador transparente y sencillo.
5. La importancia de su obra posmodernista radica en la representación que hace de la insurgencia
provinciana y renovadora. Se le considera como el precursor de la poesía del mar en el Perú. También
se le reconoce como el iniciador del cuento criollo y la biografía reveladora, introduciendo temas
locales en la narración.

b) Sobre sus obras:

· Cuento: El Caballero Carmelo, Evaristo, el sauce que murió de amor , El hipocampo de oro, Los
hijos del sol, Los ojos de Judas, Cuentos yanquis, Cuentos chinos y otros.
· Poesía: Tiene variados poemas sueltos, como Tristitia, El hermano ausente en la cena pascual,
Confiteor y Luna Park. En "Las voces múltiples (1916)", él mismo reunió algunos de ellos.
· Novela: La ciudad muerta, La ciudad de los tísicos, Yerba santa.
· Ensayo: La psicología del gallinazo; Belmonte, el trágico, Con la argelina al viento
· Teatro: La Mariscala, Verdolaga(en colabororación con José Carlos Mariátegui).

También desarrolló una labor periodística intensa.

TRISTITIA

Mi infancia que fue dulce, serena, triste y sola


se deslizó en la paz de una aldea lejana,
entre el manso rumor con que muere una ola
y el tañer doloroso de una vieja campana.

Dábame el mar la nota de su melancolía;


el cielo, la serena quietud de su belleza,
los besos de mi madre una dulce alegría
y la muerte del sol una vaga tristeza.

En la mañana azul, al despertar, sentía


el canto de las olas como una melodía
y luego el soplo denso, perfumado del mar.

Lo que él me dijera, aún en mi alma persiste;


mi padre era callado y mi madre era triste
y la alegría nadie me la supo enseñar...

EL CABALLERO CARMELO
I

Un día, después del desayuno, cuando el sol empezaba a calentar, vimos aparecer, desde la reja, en el
fondo de la plazoleta, un jinete en bellísimo caballo de paso, pañuelo al cuello que agitaba el viento,
sampedrano pellón de sedosa cabellera negra, y henchida alforja, que picaba espuelas en dirección a la
casa.

Reconocímosle. Era el hermano mayor que, años corridos, volvía. Salimos atropelladamente gritando:
-¡Roberto! ¡Roberto!
Entró el viajero al empedrado patio donde el Florbo y la campanilla enredábanse en las columnas como
venas en un brazo, y descendió en los de todos nosotros. ¡Cómo se regocijaba mi madre! Tocábalo,
acariciaba su tostada piel, encontrábalo viejo, triste, delgado. Con su ropa empolvada aún, Roberto
recorría las habitaciones rodeado de nosotros; fue a su cuarto, pasó al comedor, vio los objetos que se
habían comprado durante su ausencia y llegó al jardín:
-¿Y la higuerilla?- dijo.

Buscaba, entristecido, aquel árbol cuya semilla sembrara él mismo antes de partir. Reímos todos:
-¡Bajo la higuerilla estás! ...
El árbol había crecido y se mecía armoniosamente con la brisa marina. Tocóle mi hermano, limpió
cariñosamente las hojas que le rozaban la cara y luego volvimos al comedor. Sobre la mesa estaba la
alforja rebosante; sacaba él, uno a uno, los objetos que traía y los iba entregando a cada uno de nosotros.
¡Qué cosas tan ricas! ¡Por dónde había viajado! Quesos frescos y blancos, envueltos por la cintura con
paja de cebada, de la Quebrada de Humay; chancacas hechas con cocos, nueces, maní y almendras;
frijoles colados en sus redondas calabacitas, pintadas encima con un rectángulo del propio dulce, que
indicaba la tapa, de Chincha Baja; bizcochuelos, en sus cajas de papel, de yema de huevo y harina de
papas, leves, esponjosos, amarillos y dulces; santitos de "piedra de Guamanga" tallados en la feria
serrana; cajas de manjar blanco, tejas rellenas, y una traba de gallo con los colores blanco y rojo. Todos
recibíamos el obsequio, y él iba diciendo al entregárnoslo:

-Para mamá.. para Rosa.. para Jesús.. para Héctor..


-¿Y para papá? -le interrogamos, cuando terminó:
-Nada.
-¿Cómo? ¿Nada para papá?
Sonrió el amado, llamó al sirviente y le dijo:
-!El "Carmelo"!
A poco volvió éste con una jaula y sacó de ella un gallo, que libre, estiró sus cansados miembros, agitó las
alas y cantó estentóreamente:
-¡Cocorocóooo!
-¡Para papá! -dijo mi hermano.
Así entró en nuestra casa este amigo íntimo de nuestra infancia ya pasada, a quien acaeciera historia
digna de relato, cuya memoria perdura aún en nuestro hogar como una sombra alada y triste: el Caballero
Carmelo.

II
Amanecía, en Pisco, alegremente. A la agonía de las sombras nocturnas, en el frescor del alba, en el
radiante despertar del día, sentíamos los pasos de mi madre en el comedor, preparando el café para papá.
Marchábase éste a la oficina. Despertaba ella a la criada, chirriaba la puerta de la calle con sus mohosos
goznes; oíase el canto del gallo que era contestado a intervalos por todos los de la vecindad; sentíase el
ruido del mar, el frescor de la mañaana, la alegría sana de la vida. Después mi madre venía a nosotros, nos
hacía rezar, arrodillados en la cama con nuestras blancas camisas de dormir; vestíanos luego, y, al concluir
nuestro tocado, se anunciaba a lo lejos la voz del panadero. Llegaba éste a la puerta y saludaba. Era un
viejo dulce y bueno, y hacía muchos años, al decir de mi madre, que llegaba todos los días, a la misma hora,
con el pan calientito y apetitoso, montado en su burro, detrás de los dos «capachos» de cuero, repletos
de toda clase de pan: hogazas, pan francés, pan de mantecado, rosquillas...
Madre escogía el que habíamos de tomar y mi hermana Jesús lo recibía en el cesto. Marchábase el
viejo, y nosotros, dejando la provisión sobre la mesa del comedor, cubierta de hule brillante, íbamos a dar
de comer a los animales. Cogíamos las mazorcas de apretados dientes, las desgranábamos en un cesto y
entrábamos al corral donde los animales nos rodeaban. Volaban las palomas, picoteábanse las gallinas por
el grano, y entre ellas, escabullíanse los conejos. Después de su frugal comida, hacían grupo alrededor
nuestro. Venía hasta nosotros la cabra, refregando su cabeza en nuestras piernas; piaban los pollitos;
tímidamente se acercaban los conejos blancos con su largas orejas, sus redondos ojos brillantes y su boca
de niña presumida; los patitos, recién «sacados», amarillos como la yema de huevo, trepaba en un panto de
agua, cantaba, desde su rincón, entrabado, el Carmelo; y el pavo, siempre orgulloso, alharaquero y
antipático, hacía por dañarnos, mientras los patos, balanceándose como dueñas gordas hacían, por lo bajo,
comentarios sobre la actitud poco gentil del petulante.

Aquel día, mientras contemplábamos a los discretos animales, escapóse del corral el Pelado, un pollón
sin plumas, que parecía uno de aquellos jóvenes de diez y siete años, flacos y golosos. Pero el Pelado a más
de eso era pendenciero y escandaloso, y aquel día, mientras la paz era en el corral y los otros comían el
modesto grano, él, en pos de mejores viandas, habíase encaramado en la mesa del comedor y roto varias
piezas de nuestra limitada vajilla.
En el almuerzo tratóse de suprimirlo, y, cuando mi padre supo sus fechorías, dijo pausadamente:
-Nos lo comeremos el domingo...

Defendiólo mi tercer hermano, Anfiloquio, su poseedor, suplicante y lloroso. Dijo que era un gallo que
haría crías espléndidas. Agregó que desde que había llegado el Carmelo todos miraban mal al Pelado, que
antes era la esperanza del corral y el único que mantenía la aristocracia de la afición y de la sangre fina.
-¿Cómo no matan -decía en su defensa del gallo- a los patos que no hacen más que ensuciar el agua, ni al
cabrito que el otro día aplastó un pollo, ni al puerco que todo lo enloda y sólo sabe comer y gritar, ni a las
palomas que traen la mala suerte. ..?

Se adujo razones. El cabrito era un bello animal, de suave piel, alegre, simpático, inquieto, cuyos
cuernos apenas apuntaban; además, no estaba comprobado que hubiera muerto al pollo. El puerco
mofletudo había sido criado en casa desde pequeño, y las palomas, con sus alas de abanico, eran la nota
blanca, subíanse a la cornisa a conversar en voz baja, hacían sus nidos con amoroso cuidado y se sacaban
el maíz del buche para darlo a sus polluelos.
El pobre Pelado estaba condenado. Mis hermanos pidieron que se le perdonase, pero las roturas eran
valiosas y el infeliz sólo tenía un abogado, mi hermano y su señor, de poca influencia. Viendo ya perdida su
defensa y estando la audiencia al final, pues iban a partir la sandia inclinó la cabeza. Dos gruesas lágrimas
cayeron sobre el plato, como un sacrificio, un sollozo se ahogó en su garganta. Callamos todos. Levantóse
mi madre, acercóse al muchacho, lo besó en la frente, y le dijo:
-No llores; no nos lo comeremos...

III
Quien sale de Pisco, de la plazuela sin nombre, salitrosa y tranquila, vecina a la estación y torna por la
calle del Castillo que hacia el sur se alarga, encuentra, al terminar una plazuela, donde quemaban a Judas
el Domingo de Pascua de Resurrección, desolado lugar en cuya arena verdeguean a trechos las malvas
silvestres. Al lado del poniente, en vez de casas, extiende el mar su manto verde, cuya espuma teje
complicados encajes al besar la húmeda orilla.
Termina en ella el puerto y, siguiendo hacia el sur, se va por estrecho y arenoso camino, teniendo a
diestra el mar y a izquierda mano angostísima faja, ora fértil, ora infecunda, pero escarpada siempre,
detrás de la cual, a oriente, extiéndese el desierto cuya entrada vigilan, de trecho en trecho, corno
centinelas, una que otra palmera desmedrada, alguna higuera nervuda y enana y los "toñuces" siempre
coposos y frágiles. Ondea en el terreno la "hierba del alacrán", verde y jugosa al nacer, quebradiza en sus
mejores días, y en la vejez, bermeja como la sangre de buey. En el fondo del desierto, como si temieran
su silenciosa aridez, las palmeras únense en pequeños grupos, tal como lo hacen los peregrinos al cruzarlo
y, ante el peligro, los hombres.
Siguiendo el camino, divísase en la costa, en la borrosa y vibrante vaguedad marina, San Andrés de los
Pescadores, la aldea de sencillas gentes, que eleva sus casuchas entre la rumorosa orilla y el estéril
desierto. Allí las palmeras se multiplican y la higueras dan sombra a los hogares tan plácida y fresca, que
parece que no fueran malditas del buen Dios, o que su maldición hubiera caducado -que bastante castigo
recibió la que sostuvo en sus ramas al traidor- y todas sus flores dan fruto que al madurar revientan.
En tan peregrina aldea, de caprichoso plano, levántanse las casuchas de frágil caria y estera leve,
junto a las palmeras que a la puerta vigilan. Limpio y brillante, reposando en la arena blanda sus caderas
amplias, duerme a la puerta el bote pescador, con sus velas plegadas, sus remos tendidos como tranquilos
brazos que descansan, entre los cuales yace con su muda y simbólica majestad el timón grácil, la cabeza
que "achica" el agua mar afuera y las sogas retorcidas como serpientes que duermen. Cubre,
piadosamente, la pequeña nave, cual blanca mantilla, la pescadora red circundada de caireles de liviano
corcho.
En las horas de medio día, cuando el aire en la sombra invita al sueño, junto a la nave teje la red el
pescador abuelo; sus toscos dedos anudan el lino que ha de enredar al sorprendido pez; raspa la abuela el
plateado lomo de los que las vísperas trajo la nave; saltan al sol, como chispas, las escamas, y el perro
husmea en los despojos. Al lado, en el corral que cercan enormes huesos de ballenas, trepan los chiquillos
desnudos sobre el asno pensativo, o se tuestan al sol en la orilla; mientras, bajo la ramada, el más fuerte
pule el remo, la moza fresca y ágil saca agua del pozuelo y las gaviotas alborozadas recorren la mansión
humilde dando gritos extraños.
Junto al bote duerme el hombre del mar, el fuerte mancebo embriagado por la brisa caliente y por la
tibia emanación de la arena, su dulce sueño de justo, con el pantalón corto, las musculosas pantorillas
cruzadas en cuyos duros pies de redondos dedos, piérdense, como escamas, las diminutas uñas, la cara
tostada por el aire y el sol, la boca entreabierta que deja pasar la respiración tranquila, y el fuerte pecho
desnudo que se levanta rítmicamente, con el ritmo de la vida, el más armonioso que Dios ha puesto sobre
el mundo.
Por las calles no transitan al mediodía las personas y nada turba la paz en aquella aldea, cuyos
habitantes no son más numerosos que los dátiles de sus veinte palmeras. Iglesia ni cura habían, en mi
tiempo, las gentes de San Andrés. Los domingos, al clarear el alba, iban al puerto, con los jumentos
cargados de corvinas frescas y luego, en la capilla, cumplían con Dios. Buenas gentes, de dulces rostros,
tranquilo mirar, morigeradas y sencillas, indios de la más pura cepa, descendientes remotos y ciertos de
los hijos del Sol, cruzaban a pie todos los caminos, como en la Edad Feliz delinca, atravesaban en caravana
inmensa la costa para llegar al templo y oráculo del buen Pachacamac, con la ofrenda en la alforja, la
pregunta en la memoria y la Fe en el sencillo espíritu.
Jamás riña alguna manchó sus claros anales; morales y austeros, labios de marido besaron siempre
labios de esposa; y el amor, fuente inagotable de odios y maldecires, era entre ellos, tan normal y
apacible como alguno de sus pozos. De fuertes padres, nacían, sin comadronas, rozagantes muchachos, en
cuyos miembros la piel hacía gruesas arrugas; aires marinos henchían sus pulmones, y crecían sobre la
arena caldeada, bajo el sol ubérrimo, hasta que aprendían a lanzarse al mar y a manejar los botes de
piquete que, zozobrando en las olas les enseñaban a dominar la marina furia.
Maltones, musculosos, inocentes y buenos, pasaban su juventud hasta que el cura de Pisco unía a las
parejas que formaban un nuevo nido, compraban un asno y se lanzaban a la felicidad, mientras las tortugas
centenarias del hogar paterno veían desenvolverse, impasibles, las horas -filosóficas, cansadas y
pesimistas, mirando con llorosos ojos desde la playa, el mar, al cual no intentaban volver nunca- y al
crepúsculo de cada día, lloraban, pero, hundido el sol, metían la cabeza bajo la concha poliédrica y dejaban
pasar la vida llenas de experiencia, sin Fe, lamentándose siempre del perenne mal, pero inactivas,
inmóviles, infecundas, y solas.
IV
Esbelto, magro, musculoso y austero, su afilada cabeza roja era la de un hidalgo altivo, caballeroso,
justiciero y prudente. Agallas bermejas, delgada cresta de encendido color, ojos vivos y redondos, mirada
fiera y perdonadora, acerado pico agudo. La cola hacía un arco de plumas tornasoles, su cuerpo de color
carmelo avanzaba en el pecho audaz y duro. Las piernas fuertes que estacas musulmanas y agudas
defendían, cubiertas de escamas, parecían las de un armado caballero medioeval.

Una tarde, mi padre, después del almuerzo, nos dio la noticia. Había aceptado una apuesta para la
jugada de gallos de San Andrés el 28 de julio. No había podido evitarlo. Le habían dicho que el Carmelo,
cuyo prestigio era mayor que el del alcalde, no era un gallo de raza. Molestóse mi padre. Cambiáronse
frases y apuestas y aceptó. Dentro de un mes toparía el Carmelo con el Ajiseco de otro aficionado,
famoso gallo vencedor, como el nuestro, en muchas lides singulares. Nosotros recibimos la noticia con
profundo dolor. El Carmelo iría a un combate y a luchar a muerte, cuerpo a cuerpo, con un gallo más
fuerte y más joven. Hacía ya tres años que estaba en casa, había él envejecido mientras crecíamos
nosotros. ¿Por qué aquella crueldad de hacerlo pelear? ...
Llegó el terrible día. Todos en casa estábamos tristes. Un hombre había venido seis días seguidos a
preparar al Carmelo. A nosotros ya no nos permitían ni verlo. El día 28 de julio, por la tarde, vino el
preparador y de una caja llena de algodones sacó una media luna de acero con unas pequeñas correas: era
la navaja, la espada del soldado. El hombre la limpiaba, probándola en la uña, delante de mi padre. A los
pocos minutos, en silencio, con una calma trágica, sacaron al gallo que el hombre cargó en sus brazos como
a un niño. Un criado llevaba la cuchilla y mis dos hermanos le acompañaron.
-¡Qué crueldad! -dijo mi madre.
Lloraban mis hermanas, y la más pequeña, Jesús, me dijo en secreto, antes de salir:
-Oye, anda junto con él... Cuídalo... iPobrecito!...
LIevóse la mano a los ojos, echóse a llorar y yo salí precipitadamente, y hube de correr unas cuadras para
poder alcanzarlos.

Llegamos a San Andrés. El pueblo estaba de fiesta. Banderas peruanas agitábanse sobre las casas por
el día de la Patria, que allí sabían celebrar con una gran jugada de gallos a la que solían ir todos los
hacendados y ricos hombres del valle. En ventorrillos, a cuya entrada había arcos de sauce envueltos en
colgaduras, y de los cuales pendían alegres quitasueños de cristal, vendían chicha de bonito, butifarras,
pescado fresco asado en brasas y anegado en cebollones y vinagre. El pueblo los invadía, parlanchín y
endomingado con sus mejores trajes. Los hombres de mar lucían camisetas nuevas de horizontales
franjas rojas y blancas, sombreros de junco, alpargatas y pañuelos anudados al cuello. Nos encaminamos a
"la cancha". Una frondosa higuera daba acceso al circo, bajo sus ramas enarcadas. Mi padre, rodeado de
algunos amigos, se instaló. Al frente estaba el juez ya su derecha el dueño del paladín Ajiseco. Sonó una
campanilla, acomodáronse las gentes y empezó la fiesta. Salieron por lugares opuestos dos hombres,
llevando cada uno un gallo. Lanzáronlos al ruedo con singular ademán. Brillaron las cuchillas, miráronse los
adversarios, dos gallos de débil contextura, y uno de ellos cantó. Colérico respondió el otro echándose al
medio circo; miráronse fijamente; alargaron los cuellos, erizadas las plumas, y se acometieron. Hubo ruido
de alas, plumas que volaron, gritos de muchedumbre y, a los pocos segundos de jadeante lucha, cayó uno
de ellos. Su cabecita afilada y roja besó el suelo, y la voz del juez:
-¡Ha enterrado el pico, señores!
Batió las alas el vencedor. Aplaudió la multitud enardecida, y ambos gallos sangrando, fueron sacados
del ruedo. La primera jornada había terminado. Ahora entraba el nuestro: el Caballero Carmelo. Un rumor
de expectación vibró en el circo:
-¡EI Ajiseco y el Carmelo!
-¡Cien soles de apuesta!...
Sonó la campanilla del juez y yo empecé a temblar.
En medio de la expectación general, salieron los dos hombres, cada uno con su gallo. Se hizo un
profundo silencio y soltaron a los rivales. Nuestro Carmelo al lado del otro era un gallo viejo y achacoso;
todos apostaban al enemigo, como augurio de que nuestro gallo iba a morir. No faltó aficionado que
anunciara el triunfo del Carmelo, pero la mayoría de las apuestas favorecía al adversario. Una vez frente
al enemigo, el Carmelo empezó a picotear, agitó las alas y cantó estentóreamente. El otro, que en verdad
no parecía un gallo fino de distinguida sangre y alcurnia, hacía cosas tan petulantes cuan humanas: miraba
con desprecio a nuestro gallo y se paseaba como dueño de la cancha. Enardeciéronse los ánimos de los
adversarios, llegaron al centro y alargaron sus erizados cuellos, tocándose los picos sin perder terreno. El
Ajiseco dio la primera embestida; entablóse la lucha, las gentes presenciaban en silencio la singular
batalla y yo rogaba a la Virgen que sacara con bien a nuestro viejo paladín.
Batíase él con todos los aires de un experto luchador, acostumbrado a las artes azarosas de la
guerra. Cuidaba poner las patas armadas en el enemigo pecho, jamás picaba a su adversario -que tal cosa
es cobardía- mientras que éste, bravucón y necio, todo quería hacerlo a aletazos y golpes de fuerza.
Jadeantes, se detuvieron un segundo: Un hilo de sangre corría por la piema del Carmelo. Estaba herido,
mas parecía no darse cuenta de su dolor. Cruzáronse nuevas apuestas en favor del Ajiseco y las gentes
felicitaban ya al poseedor del menguado. En su nuevo encuentro, el Carmelo cantó, acordóse de sus
tiempos y acometió con tal furia que desbarató al otro de un solo impulso. Levantóse éste y la lucha fue
cruel e indecisa. Por fin, una herida grave hizo caer al Carmelo, jadeante...
-¡Bravo! ¡Bravo el Ajiseco! -gritaron sus partidarios, creyendo ganada la prueba.
Pero el juez, atento a todos los detalles de la lucha y con acuerdo de cánones dijo:

-¡Todavía no ha enterrado el pico, señores!


En efecto, incorporóse el Carmelo. Su enemigo, como para humillarlo, se acercó a él, sin hacerle daño.
Nació entonces, en medio del dolor de la caída, todo el coraje de los gallos de "Caucato". Incorporado el
Carmelo, como un soldado herido, acometió de frente y definitivo sobre su rival, con un estocada que lo
dejó muerto en el sitio. Fue entonces cuando el Carmelo que se desangraba, se dejó caer, después que el
Ajiseco había enterrado el pico. La jugada estaba ganada y un clamoreo incesante se levantó en la cancha.
Felicitaron a mi padre por el triunfo, y, como esa era la jugada más interesante, se retiraron del circo,
mientras resonaba un grito de entusiasta:
-¡Viva el Carmelo!
Yo y mis hermanos lo recibimos y lo condujimos a casa, atravesando por la orilla del mar el pesado camino
y soplando aguardiente bajo las alas del triunfador que desfallecía.

VI

Dos días estuvo el gallo sometido a toda clase de cuidados. Mi hermana Jesús y yo le dábamos maíz, se
lo poníamos en el pico; pero el pobrecito no podía comerlo ni incorporarse. Una gran tristeza reinaba en la
casa. Aquel segundo día, después del colegio, cuando fuimos yo y mi hermana a verlo, lo encontramos tan
decaído que nos hizo llorar. Le dábamos agua con nuestras manos, le acariciábamos, le poníamos en el pico
rojos granos de granada. De pronto el gallo se incorporó. Caía la tarde y, por la ventana del cuarto donde
estaba entró la luz sangrienta del crepúsculo. Acercóse a la ventana, miró la luz, agitó débilmente las alas
y estuvo largo rato en la contemplación del cielo. Luego abrió nerviosamente las alas de oro, enseñoreóse
y cantó. Retrocedió unos pasos, inclinó el tornasolado cuello sobre el pecho, tembló, desplomóse, y estiró
sus débiles patitas escamosas y, mirándonos, mirándonos amoroso, expiró apaciblemente.
Echamos a llorar. Fuimos en busca de mi madre, y ya no lo vimos más. Sombría fue la comida aquella
noche. Mi madre no dijo una sola palabra y, bajo la luz amarillenta de lamparín todos nos mirábamos en
silencio. Al día siguiente, en el alba, en la agonía de las sombras nocturnas, no se oyó su canto alegre.
Así pasó por el mundo aquel héroe ignorado, aquel amigo tan querido de nuestra niñez: El Caballero
Carmelo. flor y nata de paladines y último vástago de aquellos gallos de sangre y raza, cuyo prestigio
unánime fue orgullo, por muchos años, de todo el verde y fecundo valle de Caucato

MOVIMIENTO COLÓNIDA

"Colónida" representó una insurrección -decir una revolución sería exagerar su importancia- contra el
academicismo y sus oligarquías, su énfasis retórico, su gusto conservador, su galantería dieciochesca y su
melancolía mediocre y ojerosa. Los colónidas virtualmente reclamaron sinceridad y naturalismo. Su
movimiento, demasiado heteróclito y anárquico, no pudo condensarse en una tendencia ni concretarse en
una fórmula. Agotó su energía en su grito iconoclasta y su orgasmo esnobista.
Una efímera revista de Valdelomar dio su nombre a este movimiento. Porque "Colónida" no fue un
grupo, no fue un cenáculo, no fue una escuela, sino un movimiento, una actitud, un estado de ánimo. Varios
escritores hicieron "colonidismo" sin pertenecer a la capilla de Valdelomar. El "colonidismo" careció de
contornos definidos. Fugaz meteoro literario, no pretendió nunca cuajarse en una forma. No impuso a sus
adherentes un verdadero rumbo estético. El "colonidismo" no constituía una idea ni un método. Constituía
un sentimiento ególatra, individualista, vagamente iconoclasta, imprecisamente renovador. "Colónida" no
era siquiera un haz de temperamentos afines; no era al menos propiamente una generación. En sus rangos,
con Valdelomar, More, Gibson, etc., militábamos algunos escritores adolescentes, novísimos, principiantes.
Los "colónidos" no coincidían sino en la revuelta contra todo academicismo. Insurgían contra los
valores, las reputaciones y los temperamentos académicos. Su nexo era una protesta; no una afirmación.
Conservaron sin embargo, mientras convivieron en el mismo movimiento, algunos rasgos espirituales
comunes. Tendieron a un gusto decadente, elitista, aristocrático, algo mórbido. Valdelomar, trajo de
Europa gérmenes de d’annunzianismo que se propagaron en nuestro ambiente voluptuoso, retórico y
meridional.
La bizarría, la agresividad, la injusticia y hasta la extravagancia de los "colónidos" fueron útiles.
Cumplieron una función renovadora. Sacudieron la literatura nacional. La denunciaron como una vulgar
rapsodia de la más mediocre literatura española. Le propusieron nuevos y mejores modelos, nuevas y
mejores rutas. Atacaron a sus fetiches, a sus iconos. Iniciaron lo que algunos escritores calificarían como
"una revisión de nuestros valores literarios". "Colónida" fue una fuerza negativa, disolvente, beligerante.
Un gesto espiritual de varios literatos que se oponían al acaparamiento de la fama nacional por un arte
anticuado, oficial y pompier.
De otro lado, los "colónidos" no se comportaron siempre con injusticia. Simpatizaron con todas las
figuras heréticas, heterodoxas, solitarias de nuestra literatura. Loaron y rodearon a González Prada. En
el "colonidismo" se advierte algunas huellas de influencia del autor de Pájinas Libres y Exóticas.

Se observa también que los "colónidos" tomaron de González Prada lo que menos les hacía falta.
Amaron lo que en González Prada había de aristócrata, de parnasiano, de individualista; ignoraron lo que
en González Prada había de agitador, de revolucionario. More definía a González Prada como "un griego
nacido en un país de zambos". "Colónida", además, valorizó a Eguren, desdeñado y desestimado por el
gusto mediocre de la crítica y del público de entonces.
El fenómeno "colónida" fue breve. Después de algunas escaramuzas polémicas, el «colonidismo»
tramontó definitivamente. Cada uno de los "colónidos" siguió su propia trayectoria personal. El
movimiento quedó liquidado. Nada importa que perduren algunos de sus ecos y que se agiten, en el fondo
de más de un temperamento joven, algunos de sus sedimentos. El "colonidismo", como actitud espiritual,
no es de nuestro tiempo. La apetencia de renovación que generó el movimiento "colónida" no podía
satisfacerse con un poco de decadentismo y otro poco de exotismo. «Colónida» no se disolvió explícita ni
sensiblemente porque jamás fue una facción, sino una postura interina, un ademán provisorio.
El "colonidismo" negó e ignoró la política. Su elitismo, su individualismo, lo alejaban de las
muchedumbres, lo aislaban de sus emociones. Los "colónidos" no tenían orientación ni sensibilidad
políticas. La política les parecía una función burguesa, burocrática, prosaica. La revista Colónida era
escrita para el Palais Concert y el jirón de la Unión. Federico More tenía afición orgánica a la conspiración
y al panfleto; pero sus concepciones políticas eran antidemocráticas, antisociales, reaccionarias. More
soñaba con una "aristarquía", casi con una "artecracia". Desconocía y despreciaba la realidad social.
Detestaba el vulgo y el tumulto.
Pero terminado el experimento "colónida", los escritores que en él intervinieron, sobre todo los más
jóvenes, empezaron a interesarse por las nuevas corrientes políticas. Hay que buscar las raíces de esta
conversión en el prestigio de la literatura política de Unamuno, de Araquistáin, de Alomar y de otros
escritores de la revista España; en los efectos de la predicación de Wilson, elocuente y universitaria,
propugnando una nueva libertad; y en la sugestión de la mentalidad de Víctor M. Maúrtua cuya influencia
en el orientamiento socialista de varios de nuestros intelectuales casi nadie conoce. Esta nueva actitud
espiritual fue marcada también por una revista, más efímera aún que Colónida: Nuestra Época. En
Nuestra Época, destinada a las muchedumbres y no al Palais Concert, escribieron Félix del Valle, César
Falcón, César Ugarte, Valdelomar, Percy Gibson, César A. Rodríguez, César Vallejo y yo. Este era ya,
hasta estructuralmente, un conglomerado distinto del de Colónida. Figuraban en él un discípulo de
Maúrtua, un futuro catedrático de la Universidad: Ugarte; y un agitador obrero: del Barzo. En este
movimiento, más político que literario, Valdelomar no era ya un líder. Seguía a escritores más jóvenes y
menos conocidos que él. Actuaba en segunda fila.
Valdelomar, sin embargo, había evolucionado. Un gran artista es casi siempre un hombre de gran
sensibilidad. El gusto de la vida muelle, plácida, sensual, no le hubiera consentido ser un agitador; pero,
como Óscar Wilde, Valdelomar habría llegado a amar el socialismo. Valdelomar no era un prisionero de la
torre de marfil. No renegaba su pasado demagógico y tumultuario de billinghurista. Se complacía de que
en su historia existiera ese episodio. Malogrado su aristocratismo, Valdelomar se sentía atraído por la
gente humilde y sencilla. Lo acreditan varios capítulos de su literatura, no exenta de notas cívicas.
Valdelomar escribió para los niños de las escuelas de Huaura su oración a San Martín. Ante un auditorio
de obreros, pronunció en algunas ciudades del norte durante sus andanzas de conferencista nómade, una
oración al trabajo. Recuerdo que, en nuestros últimos coloquios, escuchaba con interés y con respeto mis
primeras divagaciones socialistas. En este instante de gravidez, de maduración, de tensión máximas, lo
abatió la muerte.

********
No conozco ninguna definición certera, exacta, nítida, del arte de Valdelomar. Me explico que la
crítica no la haya formulado todavía. Valdelomar murió a los treinta años cuando él mismo no había
conseguido aún encontrarse, definirse. Su producción desordenada, dispersa, versátil, y hasta un poco
incoherente, no contiene sino los elementos materiales de la obra que la muerte frustró. Valdelomar no
logró realizar plenamente su personalidad rica y exuberante. Nos ha dejado, a pesar de todo, muchas
páginas magníficas.
Su personalidad no sólo influyó en la actitud espiritual de una generación de escritores. Inició en
nuestra literatura una tendencia que luego se ha acentuado. Valdelomar que trajo del extranjero
influencias pluricolores e internacionales y que, por consiguiente, introdujo en nuestra literatura
elementos de cosmopolitismo, se sintió, al mismo tiempo, atraído por el Criollismo y el Inkaísmo. Buscó sus
temas en lo cotidiano y lo humilde. Revivió su infancia en una aldea de pescadores. Descubrió, inexperto
pero clarividente, la cantera de nuestro pasado autóctono.
Uno de los elementos esenciales del arte de Valdelomar es su humorismo. La egolatría de Valdelomar
era en gran parte humorística. Valdelomar decía en broma casi todas las cosas que el público tomaba en
serio. Las decía pour épater les bourgeois . Si los burgueses se hubiesen reído con él de sus "poses"
megalomaníacas, Valdelomar no hubiese insistido tanto en su uso. Valdelomar impregnó su obra de un
humorismo elegante, alado, ático, nuevo hasta entonces entre nosotros. Sus artículos de periódicos, sus
"diálogos máximos", solían estar llenos del más gentil donaire. Esta prosa habría podido ser más cincelada,
más elegante, más duradera; pero Valdelomar no tenía casi tiempo para pulirla. Era una prosa improvisada
y periodística.

Ningún humorismo menos acerbo, menos amargo, menos acre, menos maligno que el de Valdelomar.
Valdelomar caricaturizaba a los hombres, pero los caricaturizaba piadosamente. Miraba las cosas con una
sonrisa bondadosa. Evaristo, el empleado de la botica aldeana, hermano gemelo de un sauce hepático y
desdichado, es una de esas caricaturas melancólicas que a Valdelomar le agradaba trazar. En el acento de
esta novela de sabor pirandelliano se siente la ternura de Valdelomar por su desventurado, pálido y canijo
personaje.
Valdelomar parece caer a veces en la desesperanza y en el pesimismo. Pero estos son desmayos
pasajeros, depresiones precarias de su ánimo. Era Valdelomar demasiado panteísta y sensual para ser
pesimista. Creía con D’Annunzio que "la vida es bella y digna de ser magníficamente vivida". En sus
cuentos y paisajes aldeanos se reconoce este rasgo de su espíritu. Valdelomar buscó perennemente la
felicidad y el placer. Pocas veces logró gozarlos; pero estas pocas veces supo poseerlos plena, absoluta,
exaltadamente.
En su "Confiteor" -que es tal vez la más noble, la más pura, la más bella poesía erótica de nuestra
literatura-, Valdelomar toca el más alto grado de exaltación dionisíaca. Transido de emoción erótica, el
poeta piensa que la naturaleza, el Universo, no pueden ser extraños ni indiferentes a su amor. Su amor no
es egoísta: necesita sentirse rodeado por una alegría cósmica. He aquí esta nota suprema de "Confiteor":

MI AMOR ANIMARÁ EL MUNDO

¿Qué haré el día en que sus ojos


tengan para mí una mirada de amor?
Mi alma llenará el mundo de alegría,
la Naturaleza vibrará con el temblor de mi corazón,
todos serán felices:
el cielo, el mar, los árboles, el paisaje... Mi pasión
pondrá en el universo, ahora triste,
las alegres notas de una divina coloración;
cantarán las aves, las copas de los árboles
entonarán una balada; hasta el panteón
llegará la alegría de mi alma
y los muertos sentirán el soplo fresco de mi amor.

¿ES POSIBLE SUFRIR?

¿Quién dice que la vida es triste?


¿Quién habla de dolor?
¿Quién se queja?... ¿Quién sufre?... ¿Quién llora?

"Confiteor" es la ingenua confidencia lírica de un enamorado exultante de amor y de felicidad. Delante


de la amada, el poeta "tiembla como un junco débil". Y con la cándida convicción de los enamorados, dice
que no todos pueden comprender su pasión. La imagen de su amada, es una imagen prerrafaelista,
presentida sólo por los que han "contemplado el lienzo de Burne Jones donde está el ángel de la
Anunciación". En el amor, ninguno de nuestros poetas había llegado antes a este lirismo absoluto. Hay algo
de allegro beethoveniano en los versos transcritos.
A Valdelomar, a pesar de El Hermano Ausente, a pesar de Confiteor y otros versos, se le regatea el
título de poeta que en cambio se discierne por ejemplo, a don Felipe Pardo. No cabe Valdelomar dentro de
las clasificaciones arbitrarias y ramplonas de la vieja crítica. ¿Qué puede decir esta crítica de
Valdelomar y de su obra? Los matices más nobles, las notas más delicadas del temperamento de este gran
lírico no podrán ser aprehendidos nunca por sus definiciones. Valdelomar fue un hombre nómade, versátil,
inquieto como su tiempo. Fue "muy moderno, audaz, cosmopolita". En su humorismo, en su lirismo, se
descubre a veces lineamientos y matices de la moderna literatura de vanguardia.
Valdelomar no es todavía, en nuestra literatura, el hombre matinal. Actuaban sobre él demasiadas
influencias decadentistas. Entre "las cosas inefables e infinitas", que intervienen en el desarrollo de sus
leyendas inkaicas, con la Fe, el Mar y la Muerte, pone al Crepúsculo. Desde su juventud, su arte estuvo
bajo el signo de D’Annunzio. En Italia, el tramonto romano, el atardecer voluptuoso del Janiculum, la
vendimia autumnal, Venecia anfibia -marítima y palúdica-, exacerbaron en Valdelomar las emociones
crepusculares de Il Fuoco.
Pero a Valdelomar lo preserva de una excesiva intoxicación decadentista su vivo y puro lirismo. El
humour, esa nota tan frecuente de su arte, es la senda por donde se evade del universo d’annunziano. El
humour da el tono al mejor de sus cuentos: Hebaristo, el sauce que murió de amor . Cuento
pirandelliano, aunque Valdelomar acaso no conociera a Pirandello que, en la época de la visita de nuestro
escritor a Italia, estaba muy distante de la celebridad ganada para su nombre por sus obras teatrales.

Pirandelliano por el método: identificación panteísta de las vidas paralelas de un sauce y un boticario;
pirandelliano por el personaje: levemente caricaturesco, mesocrático, pequeño burgués, inconcluso;
pirandelliano por el drama: el fracaso de una existencia que, en una tentativa superior a su ritmo sórdido,
siente romperse su resorte con grotesco y risible traquido.
Un sentimiento panteísta, pagano, empujaba a Valdelomar a la aldea, a la naturaleza. Las impresiones
de su infancia, transcurrida en una apacible caleta de pescadores gravitan melodiosamente en su
subconsciencia. Valdelomar es singularmente sensible a las cosas rústicas. La emoción de su infancia está
hecha de hogar, de playa y de campo. El "soplo denso, perfumado del mar", la impregna de una tristeza
tónica y salobre:

y lo que él me dijera aún en mi alma persiste;


mi padre era callado y mi madre era triste
y la alegría nadie me la supo enseñar.

("Tristitia")

Tiene, Valdelomar la sensibilidad cosmopolita y viajera del hombre moderno. Nueva York, Times
Square, son motivos que lo atraen tanto como la aldea encantada y el "caballero carmelo". Del piso 54 de
Woolworth pasa sin esfuerzo a la yerba santa y la verdolaga de los primeros soledosos caminos de su
infancia. Sus cuentos acusan la movilidad caleidoscópica de su fantasía. El dandismo de sus cuentos
yanquis y cosmopolitas, el exotismo de sus imágenes chinas u orientales ("mi alma tiembla como un junco
débil"), el romanticismo de sus leyendas inkaicas, el impresionismo de sus relatos criollos son en su obra
estaciones que se suceden, se repiten, se alternan en el itinerario del artista, sin transiciones y sin
rupturas espirituales.
Su obra es esencialmente fragmentaria y escisípara. La existencia y el trabajo del artista se
resentían de indisciplina y exuberancia criollas. Valdelomar reunía, elevadas a su máxima potencia, las
cualidades y los defectos del mestizo costeño. Era un temperamento excesivo, que del más exasperado
orgasmo creador caía en el más asiático y fatalista renunciamiento de todo deseo. Simultáneamente
ocupaban su imaginación un ensayo estético, una divagación humorística, una tragedia pastoril
(Verdolaga), una vida romancesca (La Mariscala). Pero poseía el don del creador. Los gallinazos del
Martinete, la Plaza del Mercado, las riñas de gallos, cualquier tema podía poner en marcha su imaginación,
con fructuosa cosecha artística. De muchas cosas, Valdelomar es descubridor. A él se le reveló, primero
que a nadie en nuestras letras, la trágica belleza agonal de las corridas de toros. En tiempos en que este
asunto estaba reservado aún a la prosa pedestre de los iniciados en la tauromaquia, escribió su Belmonte,
el trágico.
La "greguería" empieza con Valdelomar en nuestra literatura. Me consta que los primeros libros de
Gómez de la Serna que arribaron a Lima, gustaron sobremanera a Valdelomar. El gusto atomístico de la
"greguería" era, además, innato en él, aficionado a la pesquisa original y a la búsqueda microcósmica. Pero,
en cambio, Valdelomar no sospechaba aún en Gómez de la Serna al descubridor del Alba. Su retina de
criollo impresionista era experta en gozar voluptuosamente, desde la ribera dorada, los colores ambiguos
del crepúsculo.
Impresionismo: Esta es, dentro de su variedad espacial, la filiación más precisa de su arte.

José Carlos Mariátegui


Madrid, 1904

1. ¿Por qué crees que el Grupo Colónida fue un grupo que tuvo una actitud de protesta?

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2. Redacta las características del movimiento Colónida.

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3. Analiza el tipo de estrofa utilizado por Abraham Valdelomar en su poema Tristitia y cuál es el tema.

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4. ¿Crees que dentro del cuento El caballero Carmelo se manifiesta el amor por los animales? ¿De qué
manera? Argumenta tu respuesta.

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1. Defina el Posmodernismo.

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2. Escriba las características del Posmodernismo.

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3. ¿Quiénes son los representantes del Posmodernismo?

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4. ¿Qué es el movimiento Colónida?

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5. ¿Quién es el líder de Colónida?

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6. Nombra a los integrantes de Colónida.

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7. ¿Cuáles son las características de la narrativa de Valdelomar?

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8. ¿Cuál es la temática de Valdelomar?

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9. ¿Cuál es el tema de Tristitia?

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10. ¿Cuál es el tema de El Caballero Carmelo?

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