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Robert Nichols

¡El robo es la propiedad!


Desposesión y teoría crítica
Una obra erudita, matizada y políticamente incisiva. Robert Nichols se
mueve hábilmente a través de los intersticios de la teoría política, los estudios
indígenas críticos y la tradición radical negra, revelando puntos de contacto
mediante la reformulación y reorientación de cuestiones fundamentales
para la desposesión y la alienación.
Brenna Bhandar, Political Theory

En los últimos años, el tema de la desposesión ha cobrado particular relevancia


dentro del pensamiento crítico. Este es uno de los libros más completos y sugeren-
tes sobre dicho concepto.
Basándose en las luchas de los pueblos indígenas contra el colonialismo, ¡El robo es
la propiedad! reconstruye las distintas formas que ha adoptado la desposesión para
explicar cómo las diversas configuraciones de la ley, la propiedad, la raza y los de-
rechos, han funcionado como modos de gobierno a través de la historia. Mediante
un análisis minucioso de los argumentos de académicos y activistas indígenas desde
el siglo XIX hasta la actualidad, Robert Nichols sostiene que la desposesión es un
proceso recursivo peculiar, el cual convierte el robo sistemático en el mecanismo
que genera las relaciones de propiedad. De esta manera, Nichols también pone en
conversación directa debates de larga data en el pensamiento radical anarquista,
negro, feminista, marxista y poscolonial, con las contribuciones intelectuales de los
pueblos indígenas, frecuentemente ignoradas.

Robert Nichols es profesor de Teoría Política de la Universidad de Minnesota.


Es autor de The World of Freedom: Heidegger, Foucault, and the Politics of Historical
Ontology (Stanford University Press, 2014.)
¡El robo es la propiedad!
Desposesión y teoría crítica

Robert Nichols
¡El robo es la propiedad! Desposesión y teoría crítica
© Robert Nichols, 2022

Versión original en inglés publicada por


Duke University Press, 2020
Theft Is Property! : Dispossession and Critical Theory

Traducción al español: Jesús Suaste Cherizola

Servicios editoriales:
Bibliotopía
Cuernavaca, México

Imagen de la carátula: Donald F. Montileaux, Con.Fron.Ta.Tion, 2013.


Utilizada con autorización del artista.

ISBN: 9798364105660

La versión electrónica de esta obra está protegida por la licencia


Creative Commons 4.0
Atribución-No Comercial-Compartir igual
Este trabajo está dedicado a mi madre
Índice

Agradecimientos, ix

Introducción, 1

1. Ese dominio único y despótico, 23

2. Marx. Después del festín, 79

3. La crítica estructural indígena, 125

4. Dilemas de la autopropiedad,
rituales de la antivoluntad, 169

Conclusión, 211

Bibliografía, 237
Agradecimientos

Este libro fue escrito en dos lugares muy diferentes; lleva las marcas
de ambos. Fue concebido inicialmente mientras trabajaba como
becario Alexander von Humboldt en el Departamento de Filosofía
de la Universidad Humboldt de Berlín (HU). Estoy especialmente
agradecido con Rahel Jaeggi por su generoso apoyo, con Martin
Saar y Eva von Redecker por su amistad y perspicacia intelectual,
y con todo el coloquio de filosofía práctica de la HU por la comu-
nidad que formaron durante mis años en Berlín.
En otoño de 2015, me incorporé al Departamento de Cien-
cias Políticas de la Universidad de Minnesota, en las Ciudades
Gemelas. Desde entonces, he tenido la enorme suerte de trabajar
en un departamento que me apoya mucho. Tengo una deuda es-
pecialmente grande con mis dos extraordinarias colegas de teoría
política: Nancy Luxon y Joan Tronto. También me siento muy
afortunado de trabajar en una institución que se toma tan en serio
la política y los estudios indígenas. Entre 2017 y 18 participé en el
Sawyer Research Seminar sobre “La política de la tierra”, lo que
me brindó la oportunidad de trabajar con un grupo verdadera-
mente interdisciplinario de miembros de la facultad y estudian-
tes de posgrado, todos los cuales impulsaron la conversación en
sentidos desafiantes y relevantes. Sigo reflexionando sobre muchas
de las cuestiones planteadas ese año y les agradezco a todos esa
experiencia.
He presentado algunos aspectos de este trabajo en la Univer-
sidad de Columbia, la Universidad Humboldt de Berlín, la Uni-
versidad Goldsmiths de Londres, la Universidad Koç de Estambul,
la Universidad McGill, la Universidad Estatal de Pensilvania, la
Universidad de Yale, la Universidad de Leipzig, la Universidad de
Alberta, la Universidad de la Columbia Británica, la Universidad
de California en Santa Cruz, la Universidad de Cambridge, la Uni-
versidad de Maguncia, la Universidad de Minnesota, la Galería de
Arte Contemporáneo Savvy de Berlín y el Foro de Artes Escénicas
de St. Erme en Francia; y en la American Philosophical Associa-
tion, la American Political Science Association, la Association for
Political Theory, la Native American and Indigenous Studies Asso-
ciation y la Western Political Science Association. En la primavera
de 2018, Michele Spanò y Alice Ingold tuvieron la amabilidad de
invitarme a ser profesor visitante en la École des Hautes Études
de París. Esto llegó en el momento perfecto, pues me encontraba
en las etapas finales de la preparación de mi argumento. Gracias
también a todos los estudiantes que participaron en los seminarios.
Este proyecto ha sido financiado por la Cátedra McKnight Land-
Grant de la Universidad de Minnesota.
Las ideas presentadas en este libro son el resultado de extensas
conversaciones con docenas de personas, cada una de las cuales
ha hecho contribuciones significativas y positivas a su contenido.
Gracias en particular a Phanuel Antwi, Banu Bargu, Joanne Barker,
Brenna Bhandar, Glen Coulthard, Jaskiran Dhillon, Nick Estes,
Denise Ferreira da Silva, Mishuana Goeman, Alyosha Goldstein,
Juliana Hu Pegues, Ulas Ince, John Monroe, Jeani O’Brien, K-
Sue Park, Shiri Pasternak, William Clare Roberts, Audra Simpson,
Jakeet Singh, Chloë Taylor y James Tully. También me gustaría
agradecer la labor del equipo de Duke University Press, incluidos
los editores, correctores y el equipo de diseño. Un agradecimiento
especial a Courtney Berger por su fe temprana en este proyecto
y a los revisores anónimos por sus perspicaces comentarios y co-
rrecciones. Justo cuando estaba dando los últimos toques a este
manuscrito, recibí una copia de Colonial Lives of Property, de Brenna
Bhandar (Durham, NC: Duke University Press, 2018). No tuve la
oportunidad de incorporar las ideas de su libro al mío, pero deseo
señalar la importancia de su trabajo para reflexionar sobre preocu-
paciones similares a las que animan este libro.
La persona que más me ha sostenido y apoyado durante este
largo proceso es Travis McEwen. Te agradezco una y otra vez.
Introducción

La tierra es nuestra según toda ley natural y todos los


principios de derecho internacional reconocidos en las
relaciones entre los poderes europeos. La tierra, nuestra
por todo derecho natural, fue codiciada por las potencias
europeas. La confiscación de nuestra tierra para el uso de
su pueblo no podía ser justificada por el derecho de las
naciones o los principios del derecho internacional que
regulan las relaciones entre las potencias europeas. Así que
fue necesario inventar una teoría que justificara el robo
de tierras.
— George Manuel, (Shuswap), 1974*

¡Hermano! Estamos decididos a no vender nuestras tierras,


sino a continuar en ellas. [...] Los blancos compran y
venden falsos derechos sobre ellas. [...] No tienen derecho
a comprar y vender falsos derechos sobre nuestras tierras.
— Sagoyewatha, (Seneca), 1811**

No hay justicia en tierra robada. Este eslogan aparece estampado en


pins, carteles y pancartas de los actos de protesta y reuniones orga-
nizativas de los pueblos indígenas y sus aliados en todo el mundo.
Refleja lo mucho que está en juego y la fuerza normativa de estas
luchas, y marca de forma dramática la aceleración e intensificación

* George Manuel y Michael Posluns, The Fourth World: An Indian Reality


(Minneapolis: University of Minnesota Press, 2019), 55-56.
** Sagoyewatha, alias Red Jacket, “We Are Determined Not to Sell Our
Lands”, en Great Speeches by Native Americans, ed. Bob Blaisdell (New
York: Dover, 2000), 47.
2 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

de los conflictos por el uso de la tierra en las últimas décadas. En


el transcurso de la redacción de este libro, tuvo lugar un acon-
tecimiento especialmente importante para estos movimientos:
miles de pueblos indígenas de América del Norte y otros lugares
se reunieron en el Campamento de la Piedra Sagrada para opo-
nerse conjuntamente al oleoducto Dakota Access. El oleoducto,
un proyecto estimado en 3,800 millones de dólares, tiene previsto
transportar entre 470,000 y 570,000 barriles de crudo al día a lo
largo de 1,200 millas atravesando el río Misuri, inmediatamen-
te aguas arriba de la reserva Sioux de Standing Rock.1 El 23 de
octubre de 2016, los activistas indígenas declararon que estaban
ejerciendo el dominio eminente sobre las tierras en disputa con base
en los derechos del Tratado de Fort Laramie de 1851.2 Como de-
claró Joye Braun, organizadora de la Red Ambiental Indígena, “Si
[el oleoducto Dakota Access] puede pasar y someter a los dueños
de las tierras y los pueblos nativos en su propio territorio, entonces
nosotros, como naciones soberanas, podemos declarar el dominio
eminente sobre nuestro territorio originario”.3
Para entender realmente la lucha de Standing Rock, debe-
mos situarla en una historia más larga. Pues si bien episódica, no ha
sido la única movilización importante de este tipo. En 1851, entre
diez y quince mil indígenas de las Grandes Llanuras se reunieron
cerca de allí con representantes de Estados Unidos. Entre otros
acuerdos, esta histórica reunión dio lugar al Tratado de Traverse des
Sioux y al primer Tratado de Fort Laramie, que garantizaba tierras

1 Una aclaración sobre la terminología y los nombres. La “Gran Nación


Sioux” [Great Sioux Nation] es una de las traducciones de la confedera-
ción de los Oceti Sakowin, más literalmente: el pueblo del “Consejo de
los Siete Fuegos”. La confederación ha estado compuesta históricamente
por varias tribus autónomas que hablan tres dialectos diferentes, el lakota,
el dakota y el nakota. Mi conocimiento de los Oceti Sakowin, su historia
y su política contemporánea, debe mucho al erudito lakota Nick Estes,
en particular a su libro Our History Is the Future: Standing Rock versus the
Dakota Access Pipeline, and the Long Tradition of Indigenous Resistance (Nueva
York:Verso, 2019).
2 “Citing 1851 Treaty, Water Protectors Establish Road Blockade and
Expand Frontline #NoDAPL Camp”, Indigenous Rising, 23 de octu-
bre 2016, http://indigenousrising.org/citing-1851-trcaty-water-protec-
tors-cstablish-road-blockadc-and-cxpand-frontlinc-nodapl-camp.
3 “Dakota Access Pipeline Opponents Occupy Land, Citing 1851 Treaty”,
Reuters, 24 de octubre 2016, http://ca.rcuters.com/article/topNcws/
idCAKCN12O2FN.
Introducción 3

para los pueblos dakotas en lo que entonces era el territorio de


Minnesota, así como el paso seguro a través del “país indio” para
los colonos que se dirigían a California. Sin embargo, para 1862
Estados Unidos ya había comenzado a incumplir sus compromisos.
La Ley de Asentamientos Rurales [Homestead Act] de ese año abrió
a la colonización unos 270 millones de acres de tierra al oeste del
Mississippi, ofreciendo incentivos a los ocupantes y colonos. La
posterior invasión de las tierras dakotas condujo rápidamente al
Gran Levantamiento Sioux de 1862-64. Durante este conflicto,
miles de civiles dakotas fueron recluidos en un campo de inter-
namiento en Fort Snelling (cerca de donde escribo, en la actual
Minneapolis-St. Paul), donde cientos perecieron por el frío y la
inanición. Treinta y ocho hombres dakotas fueron condenados a
muerte en lo que fue la mayor ejecución penal de la historia de
Estados Unidos.4
En 1868, un segundo Tratado de Fort Laramie reservó grandes
secciones de Montana, Wyoming y Dakota del Sur para la Nación
Sioux, incluidas las sagradas Colinas Negras (uno de los últimos tra-
tados oficiales celebrados antes de que la Ley de Asignaciones Indias
de 1871 pusiera fin al proceso formalmente). Sin embargo, después
de que se descubrió que había oro miles de colonos irrumpieron
en los territorios reservados, violando directamente el tratado y
desencadenando la segunda Gran Guerra Sioux (1876-77), durante
la cual el Coronel Custer y el 7º Regimiento de Caballería fueron
derrotados en la famosa Batalla de Greasy Grass (Little Bighorn).
En respuesta a esta derrota, el ejército estadounidense emprendió la
matanza masiva de búfalos para socavar la economía de subsistencia
de las naciones de las Llanuras. El conflicto terminó con las Leyes
de las Colinas Negras de 1877, conocidas coloquialmente como
Sell or Starve Act [Ley vende o muere de hambre], que exigían a los
Sioux renunciar al control de las Colinas Negras a cambio de que
el gobierno les diera raciones de comida para mitigar el hambre.5
En 1887, la Ley Dawes nuevamente autorizó que el gobierno
vendiera tierras tribales y de la reserva a los colonos, y dos años

4 Sobre las controversias por el uso de los términos ‘genocidio’ y ‘campo


de concentración’ en este contexto, véase Waziyatawin, What Does Justice
Look Like? The Strugglefor Liberation in Dakota Homeland (St. Paul, MN:
Living Justice Press, 2008), en particular el capítulo 1.
5 James Daschuk, Clearing the Plains: Disease, Politics of Starvation, and the
Loss of Aboriginal Life (Regina: University of Regina Press, 2013).
4 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

más tarde Estados Unidos volvió a violar el Tratado de Fort Lara-


mie, dividiendo unilateralmente la Gran Reserva Sioux en cinco
unidades más pequeñas e imponiendo la propiedad privada como
medio para hacer más alienable la tierra. Como respuesta, los Oceti
Sakowin pusieron en marcha la Danza de los Fantasmas, un mo-
vimiento religioso destinado a revitalizar los fundamentos espiri-
tuales de su sociedad. La Oficina de Asuntos Indígenas de Estados
Unidos llamó al ejército para reprimir el movimiento, lo que llevó
al asesinato de los famosos líderes Caballo Loco y Toro Sentado
en 1890, seguido de la masacre de Wounded Knee, en la que el 7o
Regimiento de Caballería mató a cientos de civiles dakotas, en su
mayoría mujeres y niños.6
En 1914, los indios americanos fueron declarados unilateral-
mente ciudadanos de Estados Unidos, dando paso a un largo pe-
riodo de “terminación”.7 Entre 1945 y 1960, más de cien tribus y
bandas fueron oficialmente disueltas e incorporadas a Estados Uni-
dos sin su consentimiento. Durante ese mismo periodo, el Cuerpo
de Ingenieros del Ejército construyó una presa en el lago Oahe,
bloqueando el río Misuri en las tierras de las reservas Sioux Che-
yenne y Standing Rock, y sumergiendo más tierras indígenas que
ningún otro proyecto hidráulico en la historia de Estados Unidos.
En las décadas de 1960 y 1970 surgió una nueva ola de acti-
vismo indígena, encabezada por el Movimiento Indio Americano
que participó en la ocupación de Alcatraz en 1969 y en el bloqueo
de la reserva Sioux de Pine Ridge en 1973. Elegida deliberada-
mente por ser un lugar cargado de simbolismo –sitio de la masacre
de Wounded Knee, ocurrida casi cien años antes– el conflicto duró
setenta y un días hasta que fue disuelto por el cuerpo de alguaciles,
agentes del FBI y otros agentes de la ley.8

6 James Mooney, The Ghost Dance: Religion and Wounded Knee (New York:
Dover, 1973). Para un análisis de cómo la larga historia de Wounded Knee
se intersecta con la cuestión específica de la propiedad y la ganancia véase
Nick Estes, “Wounded Knee: Settler Colonial Property Regimes”, Capi-
talists Nature, Socialism 24, no. 3, (2013).
7 Sobre la “emancipación obligatoria” [compulsory enfranchisement] como
herramienta colonial, véase Robert Nichols, “Contract and Usurpation:
Compulsory Enfranchisement and Racial Governance in Settler-Colo-
nial Contexts”, en Audra Simpson y Andrea Smith, eds., Theorizing Native
Studies, (Durham, NC: Duke University Press, 2014).
8 Paul Chaat Smith y Robert Allen Warrior, Like a Hurricane: The Indian
Movementfrom Alcatraz to Wounded Knee (New York: New Press, 1997).
Introducción 5

En 1980, el gobierno estadounidense admitió haber tomado


ilegalmente las Colinas Negras y ofreció 110 millones de dólares en
compensación. Los Lakota rechazaron la oferta monetaria y siguen
insistiendo en la devolución de sus tierras.9 En 1999, Bill Clinton
se convirtió en el primer presidente estadounidense en ejercicio
desde Calvin Coolidge en reunirse con los Oceti Sakowin, visitan-
do la reserva de Pine Ridge. El presidente Barack Obama hizo lo
propio en 2014 con una visita a Standing Rock. Un año después, el
Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos comenzó las
obras del oleoducto Dakota Access. Un grupo de pueblos indíge-
nas, entre ellos las naciones Lakota, Dakota, Osage e Iowa, expresó
su preocupación por el proyecto: “No se nos ha consultado de
manera adecuada sobre la presencia de propiedades culturales tra-
dicionales, sitios o paisajes vitales para nuestra identidad y bienestar
espiritual”. En agosto de 2016, los Sioux de Standing Rock pre-
sentaron un requerimiento judicial contra la continuación de las
obras. La empresa matriz de Dakota Access LLC, Energy Transfer
Partners, demandó al presidente de los Sioux de Standing Rock y
a otros líderes por bloquear la construcción, lo que llevó al estanca-
miento de la obra. Uno de los primeros actos de la administración
de Donald Trump fue dar luz verde al proyecto, sentando las con-
diciones para que el conflicto se reanude.
Standing Rock es sólo el más reciente de una larga serie de
conflictos. En países como Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Es-
tados Unidos (CANZUS), los pueblos indígenas están actualmente
inmersos en un amplio abanico de prolongadas batallas legales y
políticas con sus respectivos gobiernos. Muy a menudo, éstas se
centran en la cuestión del uso y el acceso a la tierra, incluido el
control sobre el desarrollo de los recursos naturales, las industrias
extractivas y la protección ecológica. A continuación exploraré
estas luchas como parte de un conjunto más largo y amplio de pro-
cesos históricos al que, siguiendo la terminología frecuentada por
los propios activistas y académicos indígenas, denomino desposesión.
Mi objetivo es explorar los múltiples retos conceptuales y políti-
cos que plantean estas cuestiones, tanto históricamente como en
la actualidad. Al hacerlo, aspiro a reconstruir la desposesión como
una categoría de la teoría crítica, es decir, como un concepto que

9 Jeffrey Osder, The Lakotas and the Black Hills:The Struggle for Sacred Ground
(New York: Penguin, 2010).
6 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

pueda ser una mediación entre las críticas al capitalismo y al co-


lonialismo, con un enfoque particular en la modernidad tardía y
contemporánea del universo de las colonias anglosajonas.

¿Qué es la desposesión?

En el transcurso de las últimas décadas, el concepto de desposesión


ha sido cada vez más utilizado por un amplio grupo de teóricos
críticos contemporáneos como Étienne Balibar, Daniel Bensaïd,
Judith Butler y Athena Athanasiou, Nancy Fraser, David Harvey y
Edward Said.10
Aún más interesante resulta que a ellos se ha unido una nueva
generación de académicos indígenas y nativoamericanos entre
quienes el término se ha afianzado, desempeñando un papel mayo-
ritariamente teórico.11 Presente en los índices de las publicaciones
10 Véase Étienne Balibar, “The Reversal of Possessive Individualism”, en
Equaliberty: Political Essays (Durham, NC: Duke University Press, 2014),
capítulo 2; Daniel Bensaïd, The Dispossessed: Karl Marx, The Wood Thieves,
and the Right of the Poor, trad. Robert Nichols (Minneapolis: University of
Minnesota Press, 2021); Judith Butler y Athena Athanasiou, Dispossession:
The Performative in the Political (Malden, MA: Polity, 2013); Nancy Fraser,
“Expropriation and Exploitation in Racialized Capitalism”, Critical His-
torical Studies 3, no. 1 (Spring 2016); David Harvey, The New Imperialism
(Oxford: Oxford University Press, 2005); Edward Said, The Politics of Dis-
possession: The Strugglefor Palestinian Self-Determination,1969-1994 (New
York: Random House, 1994). Véase también Catherine Kellogg, “‘You
May Be My Body for Me’: Dispossession in Two Valances” Philosophy and
Social Criticism 43, no. 1 (2017).
11 Harvey, Butler, Athanasiou y algunos otros comentaristas hacen referencia
continuamente a los cientos de millones de indígenas que constituyen el
“Cuarto Mundo”, pero rara vez piensan con ellos o junto a ellos. En la
obra de Harvey, los pueblos indígenas aparecen brevemente en una larga
enumeración de los procesos de desposesión, la cual incluye “la mer-
cantilización y privatización de la tierra y la expulsión forzada de las
poblaciones campesinas; la conversión de diversas formas de derechos de
propiedad (comunes, colectivos, estatales, etc.) en derechos de propiedad
exclusivos; la supresión de los derechos sobre los bienes comunes; la mer-
cantilización de la fuerza de trabajo y la supresión de formas alternativas
(indígenas) de producción y consumo; los procesos coloniales, neoco-
loniales e imperiales de apropiación de activos (incluidos los recursos
naturales); la monetización del intercambio y la fiscalidad, en particular
de la tierra; el comercio de esclavos; y la usura, la deuda nacional y, en
última instancia, el sistema de crédito”. La lista se amplía: “La biopirate-
ría [...] el saqueo de las reservas mundiales de recursos genéticos, [...] el
creciente agotamiento de los bienes comunes del medio ambiente mun-
dial, [...] la mercantilización de las formas culturales, las historias y la
Introducción 7

de estudiosos tan destacados como Joanne Barker, Jodi Byrd, Glen


Sean Coulthard, Mishuana Goeman, J. Kēhaulani Kauanui, Audra
Simpson y Leanne Simpson, e igualmente utilizado en contextos
de activismo y organización social, el concepto de desposesión está
ya indeleblemente inscrito en un discurso intelectual y un movi-
miento político.12
A un nivel más general y abstracto –el campo intelectual y po-
lítico que más nos interesa aquí– la desposesión se usa típicamente
para denotar el hecho de que en amplias fracciones del mundo los
creatividad intelectual, [...] la corporativización y privatización de lo que
hasta ahora era público”, etcétera. Harvey, The New Imperialism (145, 148).
Para Butler y Athanasiou, la aparición de estos pueblos es aún más fugaz.
Leemos sobre “la desposesión de los pueblos indígenas y la ocupación de
las tierras y los recursos palestinos” y “los supuestos predominantes sobre
lo que constituye la tierra como espacio de establecimiento colonial”,
pero siguen apareciendo como fragmentos vislumbrados sólo momen-
táneamente dentro de una densa espesura de ejemplos, comparaciones y
analogías que operan en una desconcertante multiplicidad de lugares y
registros teóricos. Butler y Athanasiou, Dispossession, II.
12 El concepto de desposesión es fundamental para los estudios coloniales e
indígenas en una amplia gama de disciplinas académicas, como la histo-
ria, la antropología, la teoría política, los estudios de desempeño, etc., así
como en círculos no académicos, de activistas y organización comunita-
ria. Para una pequeña muestra de la voluminosa literatura académica en
la que el término aparece de forma destacada, véase Brenna Bhandar y
Davina Bhandar, eds, “Reflections on Dispossession: Critical Feminisms”,
special issue, Darkmatter 14 (2016); Jean O’Brien, Dispossession by Degrees:
Indian Land and Identity in Natick, Massachusetts, 1650-1790 (Cambridge:
Cambridge University Press, 1997); Julie Kaye, Responding to Human Tra-
fficking: Dispossession, Colonial Violence, and Resistance among Indigenous and
Racialized Women (Toronto: University of Toronto Press, 2017); Stephanie
Fitzgerald, Native Women and Land: Narratives of Dispossession and Resur-
gence (Albuquerque: University of New Mexico Press, 2015); Allen Greer,
Property and Dispossession: Natives, Empires and Land in Early Modem North
America (Cambridge: Cambridge University Press, 18); Lindsay Robert-
son, Conquest by Law: How the Discovery of America Dispossessed Indigenous
Peoples of their Lands (Oxford: Oxford University Press, 2007); Adele Pe-
rry, “The Colonial Archive on Trial: Possession, Dispossession, and His-
tory in Delgamuukw v. British Columbia”, Archive Stories: Facts, Fictions, and
the Writing of History, ed. Antoinette Burton (Durham, NC: Duke Univer-
sity Press, 2005); Paige West, Dispossession and the Environment: Rhetoric and
Inequality in Papua New Guinea (New York: Columbia University Press,
2016). Por el lado del activismo, en una serie de entradas en su blog,
la académica de Delaware Joanne Barker conecta la violencia reciente
contra afroamericanos y nativoamericanos.Véase Joanne Barker, “Dispos-
sessions in Ferguson”, Tequila Sovereign (blog), Agosto 21, 2014, https://
tequilasovcreign.com/2014/08/21/disposscssions-in-ferguson/
8 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

pueblos indígenas no sólo han sido subyugados y oprimidos por


las élites imperiales, sino que también han sido despojados de sus
tierras, es decir, del fundamento territorial de sus sociedades, que
a su vez fueron convertidas en el fundamento territorial de nuevas
sociedades coloniales inspiradas en el modelo europeo. Así pues,
la desposesión será entendida aquí como un amplio proceso ma-
crohistórico relacionado con la lógica específica de la apropiación
territorial de la ocupación colonizadora. Como resultado, dentro
de estas regiones del mundo, académicos indígenas como Glen
Coulthard (Yellow-Knifes Dene) y Audra Simpson (Kahnawà: ke
Mohawk) a menudo definen la experiencia del colonialismo de
sus pueblos como una simple “forma de despojo estructurado”.13
A medida que la desposesión ha asumido un papel más central
en los debates sobre la colonización, las relaciones de propiedad,
el capital racial y la esclavitud y sus manifestaciones posteriores,
ha surgido toda una serie de tensiones y conflictos abiertos entre
comunidades y modos de análisis con posturas encontradas.14 Si
bien tales conflictos pueden reflejar intereses genuinamente con-
trapuestos, también son consecuencia de interpretaciones erróneas,
ya que los términos compartidos para el ejercicio de la crítica con
frecuencia enmascaran historias, contextos intelectuales y tradicio-
nes de interpretación que son distintos y divergentes, todo lo cual
alimenta una intensión conceptual polisémica. Como ocurre con
la mayoría de los términos útiles para la articulación política, el
concepto de desposesión puede movilizarse de diversas maneras,
para propósitos diferentes y que compiten entre sí. Su atractivo y
utilidad reside precisamente en su cualidad proteica. Además, en
sus usos más comunes, el término desposesión no pretende ser una
13 Glen Sean Coulthard, Red Skin, White Masks: Rejecting the Colonial Poli-
tics of Recognition (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2014), 7.
Audra Simpson define el colonialismo de colonos como “una estructura
continua de despojo que tiene como objetivo la eliminación de los pue-
blos indígenas”. Audra Simpson, Mohawk Interruptus: Political Life across the
Borders of Settler States (Durham, NC: Duke University Press, 2014), 74.
14 Para un conjunto de agudos intercambios sobre este tema véase Bonita
Lawrence y Enakshi Dua, “Decolonizing Antiracism”, Social Justice 32, no.
4 (2005); Nandita Sharma y Cynthia Wright, “Decolonizing Resistance,
Challenging Colonial States”, Social Justice 35, no. 3 (2008-9); Jared Sex-
ton, “The Vel of Slavery:Tracking the Figure of the Unsovcreign”, Critical
Sociology 42, nos. 4-5 (2016); Iyko Day, “Being or Nothingness: Indigcn-
city, Antiblackness, and Settler Colonial Critique”, Critical Ethnic Studies
I, no. 2 (Otoño 2015).
Introducción 9

descripción neutral de un proceso histórico, sino que se usa simul-


táneamente para describirlo y criticarlo. En esta doble operación,
el término adquiere diversas tonalidades normativas. Pero por ello,
emergen también ciertas dificultades conceptuales.
En cualquier estudio que emplee una sola palabra o con-
cepto como pivote existe el peligro de la cosificación conceptual.
Es fácil dejarse llevar por la creencia de que si un término se usa
en una variedad de contextos, debe tener un significado único y
unificado que los sustente a todos. Como han advertido pensa-
dores desde Wittgenstein hasta Foucault, con más frecuencia esto
resulta ser una ilusión. Un enfoque puramente nominalista evitaría
este peligro construyendo un catálogo de todos los usos del térmi-
no, considerando que cualquier aplicación particular es tan válida
como la siguiente. También se puede intentar construir una teoría
normativa ideal del concepto enunciando las condiciones necesa-
rias y suficientes para la aplicación general del término.15 El estudio
emprendido aquí toma una dirección diferente. Aunque utilizo el
concepto de desposesión como centro gravitatorio, en realidad se
trata del análisis de un “foco de problematización” (en lenguaje
foucaultiano) más que de un concepto singular. El espacio-proble-
ma en cuestión reúne configuraciones cambiantes de propiedad,
ley, raza y derechos, y ha sido examinado previamente en lenguajes
diferentes (incluyendo el de la expropiación) y en diversos registros
normativos.
Hay un problema especialmente importante. Hablar de
desposesión es usar un término negativo, tanto en el sentido del
lenguaje ordinario (es decir, peyorativo), como en un sentido más
bien filosófico, indicando la ausencia de cierto atributo. De manera
intuitiva, la condición de desposesión se caracteriza por la priva-
ción de la posesión. En este sentido obvio, ordinario y común-
mente utilizado, desposesión significa algo así como una pérdida
de posesión normativamente objetable, esencialmente una especie
de robo. Sin embargo, en la medida en que esto está implícito en el
concepto, surge un nuevo conjunto de complicaciones conceptua-
les y prácticas. En primer lugar, porque tal formulación aparece ge-
neralmente como parasitaria respecto de un sistema legal de fondo
15 Esta aproximación está influenciada por James Tully, “Public Philosophy
as a Critical Activity”, en Public Philosophy in a New Key, Vol. 1 (Cam-
bridge: Cambridge University Press, 2008). He parafraseado su glosa a la
objeción de Wittgenstein a la teoría general del lenguaje (26).
10 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

que establecería el contexto normativo cuya transgresión (por


ejemplo, el robo) puede ser reconocida, condenada y castigada. En
segundo lugar, y más específicamente, el término parece necesaria-
mente enlazado a un modelo de relaciones sociales mercantilizado
y de propiedad. En la medida en que la teoría crítica generalmente
busca aprovechar la categoría de desposesión como herramienta
de una política emancipadora y radical, crítica de la autoridad legal
y las relaciones de propiedad existentes, el recurso a este lenguaje
parece potencialmente contradictorio y contraproducente.
En los países coloniales anglosajones como Canadá, Australia,
Nueva Zelanda y Estados Unidos, esta preocupación ha adquirido
una forma muy específica. En este contexto, los pueblos indígenas
a menudo han sido acusados ​​de presentar una serie de afirmaciones
contradictorias, a saber, que ellos son los propietarios originales y
naturales de la tierra que les ha sido robada, y que la tierra no es
algo sobre lo que una persona o grupo de personas pueden tener
derechos exclusivos de propiedad. La supuesta tensión entre estos
reclamos ha sido capitalizada con considerable éxito por una serie
de críticos, particularmente populistas de derecha de estos países,
quienes ven a los colonos blancos como los verdaderos dueños de
estas tierras tanto colectivamente (a través de la extensión de la
soberanía territorial y la ley pública) como individualmente (me-
diante los dispositivos de propiedad privada).
La teórica social y política indígena Aileen Moreton-Robin-
son (de la Tribu Goenpul de la Nación Quandamooka) reciente-
mente ofreció un ejemplo concreto de esta lógica y de lo que está
en juego en su aprehensión. Como parte de una investigación más
general sobre las diversas manifestaciones de lo que ella llama “ló-
gica posesiva de la soberanía patriarcal blanca”, Moreton-Robin-
son analiza las llamadas “guerras históricas” en su Australia natal.16
Impulsadas por la publicación de Keith Windshuttle The Fabrication
of Aboriginal History, este debate se centró en la polémica afirma-
ción de que la colonización de Australia fue fundamentalmente un
proceso no violento que eventualmente benefició a los habitantes
indígenas. Afirma Windshuttle: “En lugar de genocidio y guerra
fronteriza, la colonización británica de Australia trajo una sociedad

16 Aileen Moreton-Robinson, The White Possessive: Property, Power, and Indi-


genous Sovereignty (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2015).
Introducción 11

civilizada y el estado de derecho”.17 Sin embargo, lo más relevante


para nuestros propósitos aquí es que Windshuttle también afirma
que en el momento de contacto con los europeos, los aborígenes
australianos carecían de cualquier concepto de “propiedad”, y tal
vez incluso de una noción de “tierra” en tanto entidad discreta que
pudiera ser reclamada como propiedad.18 Aileen Moreton-Robin-
son explica la lógica del argumento: si los pueblos indígenas “no
tenían un concepto de propiedad [...] no hubo robo, ni guerra, ni
necesidad de celebrar un tratado”.19
Aunque formulado en términos más sofisticados y simpati-
zantes, cierta corriente de trabajos académicos ha expresado pun-
tos de vista similares. El trabajo de Jeremy Waldron, filósofo del
derecho y la política, proporciona un ejemplo de ello. En una serie
de ensayos que abarca más de una década,Waldron cuestiona la co-
herencia subyacente a la idea misma de un “derecho indígena”. En
particular, plantea explícitamente la objeción de que, como los de-
rechos indígenas parecen basarse en reclamos de “primera ocupa-
ción”, a menudo son apelaciones a cadenas de propiedad insosteni-
bles e inverificables que se remontan a “tiempos inmemoriales”.20
Evitando la precisión en la definición de “indigenidad”, advierte
Waldron, los proponentes de tal derecho introducen en el término
un “elemento inefable, casi místico”, cuya adscripción conduce a
la “elevación retórica del hecho circunstancial de haber llegado
aquí primero”.21 Aunque el argumento de Waldron se deriva de
17 Keith Windshuttle, “The Fabrication of Aboriginal History”, New Cri-
terion 20, no. 1 (Septiembre 2001): 46. Véase también Keith Windshuttie,
The Fabrication of Aboriginal History (Sydney: Macleay Press, 2002).
18 “En ningún punto de la lengua de Tasmania, ni siquiera en la mentalidad,
existía la palabra “tierra” en el sentido en que la utilizamos nosotros, es
decir, como un espacio bidimensional marcado con límites definidos, que
puede ser propiedad de individuos o grupos, que puede ser heredado, que
se conserva para el uso exclusivo de su propietario y que conlleva san-
ciones contra los intrusos. En otras palabras, en Tasmania no había nada
que se correspondiera con la noción de Frank Brennan de “tierra sobre la
que nadie más tiene un derecho moral”. Keith Windshuttle, “Chapter 11:
Mabo and the Fabrication of Aboriginal History”, Upholding the Australia
Constitution: Proceedings of the Samuel Griffith Society 15 (2003): 120.
19 Moreton-Robinson, The White Possessive, 150.
20 Analizo detenidamente este argumento en Robert Nichols, “Indigeneity
and the Settler Contract Today”, Philosophy and Social Criticism 39, no. 2
(Febrero 2013).
21 Jeremy Waldron, “Indigeneity? First Peoples and Last Occupancy”, New
Zealand Journal of Public and International Law 1 (2003): 57, citando a W. H.
12 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

una tradición contractualista específica del pensamiento analítico


liberal, encuentra una improbable resonancia en un conjunto de
críticos radicales de izquierda. Nandita Sharma y Cynthia Wright,
por ejemplo, expresan preocupaciones similares con los “discursos
autóctonos de los derechos de los ‘nativos’” en los que los pueblos
indígenas quedan “subordinados a y definidos como (tanto por
los dominados como por los dominadores) metafísicamente pertene-
cientes a la tierra colonizada por los diversos imperios europeos”.22
Un malestar similar con la trayectoria de la crítica política indígena
ha sido expresado por importantes voces de la teoría crítica de
la raza.23 En cada uno de estos casos, la preocupación es que los
reclamos de los pueblos indígenas sobre la “propiedad original” son
insostenibles, políticamente problemáticos por sus implicaciones
en otras comunidades no indígenas, o ambas cosas.
Se podría decir mucho más sobre estas disputas contemporá-
neas. De hecho, muchos académicos indígenas y no indígenas están
actualmente involucrados en estos acalorados debates. Inicialmente,
sin embargo, deseo simplemente mostrar que tales preocupaciones
conducen a una ambigüedad conceptual básica en el corazón de
la desposesión. Los críticos desean atrapar a los pueblos indígenas
y sus aliados en un dilema: o bien se reclama la posesión previa de
la tierra bajo una forma de propiedad reconocible, universalizando
así (y retrotrayendo) la lógica posesiva general como el punto de
referencia normativo apropiado, o bien se niega la posesión como
tal, aparentemente socavando la fuerza de un posterior reclamo
contra la desposesión.24 Y de hecho, al menos en un sentido, esta
crítica pone de manifiesto una curiosa yuxtaposición de reclamos
que frecuentemente animan la política indígena en el mundo an-

Oliver, “The Fragility of Pakeha Support”, en Kokiri ngatahi/Living Rela-


tionships:The Treaty of Waitangi in the New Millennium, ed. Ken S. Coates y
P. G. McHugh (Wellington:Victoria University Press, 1988), 223.
22 Sharma y Wright, “Decolonizing Resistance, Challenging Colonial Sta-
tes”,121. Este artículo es una respuesta a Lawrence y Dua, “Decolonizing
Antiracism”.
23 Sexton, “The Vel of Slavery”. Para una réplica, véase Iyko Day, “Being or
Nothingness: Indigeneity, Antiblackness, and Settler Colonial Critique”,
Critical Ethnic Studies 1, no. 2 (Otoño 2015).
24 Para un argumento que sigue una lógica similar pero aplicado al contexto
canadiense, véase Tom Flanagan, Christopher Alcantara, y Andre Le Dres-
say, Beyond the Indian Act: Restoring Aboriginal Property Rights (Montreal:
McGill-QueensUniversity Press, 2010).
Introducción 13

glófono, a saber: que la tierra no puede ser considerada como una


propiedad en absoluto, y que ha sido robada a sus legítimos dueños.
Este libro responde a tal desafío. Primero, proporcionando un
marco conceptual alternativo para hacer inteligible la desposesión.
Y segundo, mostrando su relevancia para el desarrollo histórico
real del colonialismo de colonos* anglosajón y la resistencia indígena.
Sostengo que, en el contexto específico que nos ocupa, la “des-
posesión” puede reconstruirse coherentemente para referirse a un
proceso en el que se generan nuevas relaciones de propiedad pero
bajo condiciones estructurales que exigen su negación simultánea.
En efecto, los desposeídos llegan a “tener” algo que no pueden usar
si no es enajenándolo en alguien más.
Este proceso ha sido notablemente difícil de comprender
porque es novedoso en varios aspectos importantes. Primero, el
despojo de este tipo combina dos procesos que normalmente se
consideran distintos: transforma las relaciones “no propietarias” en
relaciones de propiedad; y al mismo tiempo, transfiere sistemática-
mente el control y la titularidad de esa propiedad recién formada.
De esta manera, el despojo fusiona la mercantilización (o, quizás
más exactamente, la “propietarización”) y el robo en un mismo
momento. En segundo lugar, debido a la forma en que la despose-
sión engendra la propiedad en condiciones que requieren su cesión
y enajenación, los afectados negativamente por este proceso –los
desposeídos– son representados como “propietarios originales”,
pero solo retroactivamente, es decir, reflejados hacia el pasado por
el proceso mismo. Es así como los reclamos de los desposeídos
pueden parecer contradictorios o cuestionables, ya que parecen
presuponer y resistir a la lógica de la “posesión original”. Sin em-
bargo, cuando enmarcamos el problema correctamente, podemos
ver que de hecho esto es un reflejo de la peculiaridad del proceso
de desposesión en sí. En el argumento desarrollado en este libro,
planteo dicho movimiento como uno de transferencia, transformación

* “Colonialismo de colonos” es la traducción del término inglés settler co-


lonialism. Aunque es una traducción cacofónica, es precisa desde el punto
de vista conceptual, pues permite discernir aquella variante del colonia-
lismo que no se limita a establecer un predominio comercial o político
sobre una civilización extranjera, sino que implica la ocupación de las
nuevas tierras por parte de la población colonizadora con miras a estable-
cerse allí y erigir una nueva sociedad. N. del T.
14 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

y atribución retroactiva. Con el propósito de dar un nombre a esta


lógica peculiar, y con el fin de diferenciarla de otros procesos se-
mejantes, la teorizo como desposesión recursiva.
La recursividad es un término que se usa en diversos campos
de estudio, en particular la lógica, las matemáticas y la informática,
cada uno de los cuales emplea sus propias definiciones técnicas
particulares.25 Pero a nivel general estos usos técnicos y propios de
cada disciplina comparten el sentido de una lógica autorreferencial
y autorreforzante. La recursividad no es, por tanto, una simple tau-
tología. En lugar de un circuito completamente cerrado, en el que
una parte de un procedimiento se refiere directamente a su punto
de partida, los procedimientos recursivos se recuperan e impulsan
a sí mismos, de suerte que cada iteración no solo es diferente de la
anterior, sino que parte de, y modifica, su postulado original. Por
lo tanto, la recursividad combina la autorreferencia con efectos
de retroalimentación positiva. (Si tiene una forma geométrica, es
la hélice, no el círculo). En el contexto que nos ocupa aquí, se
puede decir correctamente que el despojo exhibe una estructura
“recursiva” porque produce lo que presupone. Por ejemplo, en una
formulación estándar uno supondría que la “propiedad” es lógica,
cronológica y normativamente anterior al “robo”. Sin embargo,
en este contexto (colonial), el robo es el mecanismo y el medio
por el cual la propiedad es engendrada: de ahí su recursividad. La
desposesión recursiva es, en efecto, una forma de robo generadora
de propiedad.
La conclusión que extraigo de esto es que la desposesión
puede reconstruirse como un término central de la teoría crítica
prestando atención al peculiar conjunto de procesos históricos en
los que está presente. Mi interés en este argumento es tanto prác-
tico como teórico. El proyecto está motivado por la sensación de
que el predicamento de la desposesión es un problema real para los
pueblos indígenas (y sus aliados) que buscan erigir una crítica de
estos procesos, pero a menudo descubren que deben hacerlo de una
manera limitada por los vocabularios dominantes a su disposición.
Por lo tanto, un objetivo práctico es diagnosticar las fuentes de este
dilema sin dejar de ser conscientes de las formas en que los pueblos

25 Para un panorama general, véase Michael Corballis, The Recursive Mind:


The Origins of Human Language, Thought, and Civilization (Princeton, NJ:
Princeton University Press, 2011), capítulo 1.
Introducción 15

indígenas han escapado (y continúan haciéndolo) a las restriccio-


nes que éste les impone. En un segundo nivel, el libro también está
animado por el interés en un conjunto de consideraciones teóricas
más abstractas. En este registro, desarrollo una interpretación de la
desposesión conceptualmente innovadora, que de manera general
ofrece recursos a la teoría crítica para nuestro proyecto compartido
de comprender y criticar el colonialismo, el capitalismo y las rela-
ciones de propiedad modernas en su contexto global.
Antes de profundizar y desentrañar los detalles de este argu-
mento, es preciso detenerse en dos clarificaciones sobre el alcance
y el método. Me gustaría enfatizar que este no es un libro sobre la
colonización en su totalidad. Típicamente, la colonización implica
una serie compleja de procesos que no se mencionan aquí pero
que incluyen la explotación laboral, la esclavitud y la dominación
racial, la violencia sexual y de género, la profanación cultural y la
usurpación de los poderes autónomos, por nombrar solo algunos.
También implica casos de robo en el sentido más llano. Este libro
no intenta examinar todos estos elementos, y mucho menos some-
terlos a una crítica efectiva. En cambio, me ocupo de un proceso
particular históricamente esencial para la construcción de las colo-
nias anglosajonas (el foco empírico principal de este estudio), pero
que aún no ha recibido una reconstrucción conceptual sistemática.
Si me concentro aquí en un subsistema de este complejo más am-
plio, no es porque sea exhaustivo sino porque es distintivo. Por otra
parte, aunque tengo la esperanza y la intuición de que el concepto
de desposesión recursiva puede tener alguna utilidad en el análisis crí-
tico de otros procesos más allá del mundo de la ocupación colonial
anglosajona, dejo esta posible extensión para otros.
En cuanto al método, este trabajo pretende ser una contribu-
ción a la teoría crítica. Sin embargo, lo que este término significa
es en sí mismo un tema de debate interminable. Quienes se iden-
tifican con él suelen reconocer que tiene un sentido restringido
y uno amplio. La definición restringida (la mayoría de las veces
escrita con mayúsculas: Teoría Crítica) se identifica con la Escuela
de Frankfurt de filosofía y teoría social, e incluye a figuras como
Max Horkheimer, Theodor Adorno, Herbert Marcuse, Jürgen Ha-
bermas, Alex Honneth, entre otros. La definición clásica asociada
a esta escuela proviene de Horkheimer, quien escribió que una
“teoría es crítica en la medida en que busca la ‘emancipación de
16 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

la esclavitud’, actúa como una ‘influencia [...] liberadora’ y trabaja


‘para crear un mundo que satisfaga las necesidades y capacidades’
de los seres humanos”. Los teóricos críticos “buscan la ‘emanci-
pación humana’ en circunstancias de dominación y opresión. Esta
tarea normativa no puede lograrse sin la interacción entre la filoso-
fía y las ciencias sociales a través de la investigación social empírica
interdisciplinaria”.26 Sin embargo, como señala James Bohman,
debido a que los teóricos críticos aspiran a “explicar y transfor-
mar todas las circunstancias que esclavizan a los seres humanos”,
los métodos y lenguajes interpretativos de la Teoría Crítica se han
expandido y proliferado, admitiendo una gama mucho más amplia
de patologías sociales (y sus correspondientes movimientos de re-
sistencia) de lo que jamás imaginaron los pensadores clásicos de la
Escuela de Frankfurt.27 Así, ha surgido una definición más amplia,
ahora pluralizada y relativamente alejada de los compromisos me-
todológicos específicos de la Escuela de Frankfurt (y que se escribe
sin mayúsculas). La filósofa feminista y teórica social Iris Marion
Young proporciona una caracterización adecuada de esta visión
ampliada cuando escribe:
La teoría crítica es una reflexión normativa contextualizada
histórica y socialmente. La teoría crítica rechaza como iluso-
rio el esfuerzo por construir un sistema normativo universal
aislado de una sociedad particular. La reflexión normativa debe
comenzar partiendo de circunstancias históricamente especí-
ficas porque no hay nada más que lo que es, lo dado, el interés
en la justicia situado, de lo cual se parte. [...] Sin embargo, a
diferencia de la teoría social positivista, que separa los hechos
sociales de los valores y pretende ser valorativamente neutral,
la teoría crítica niega que la teoría social deba conformarse a
lo dado. La descripción y explicación social debe ser crítica, es
decir, apuntar a evaluar lo dado en términos normativos.
Si bien se considera bastante condenatorio para la filosofía po-
lítica contemporánea adoptar una visión únicamente empírica a
expensas de la confusión normativa,Young también nos señala los
peligros inversos: “La buena teorización normativa no puede evitar
26 Max Horkheimer, citado en James Bohman, “Critical Theory”, The
Stanford Encyclopedia of Philosophy, ed. Edward N. Zalta, Spring 2015 ed.,
http://pIato.stanford.edu/cntries/critical-theory/
27 Bohman, “Critical Theory”.
Introducción 17

la descripción y la explicación social y política. Sin teoría social, la


reflexión normativa es abstracta, vacía e incapaz de guiar la crítica
con un interés práctico en la emancipación”.28
No voy a decir mucho más sobre esto aquí, ya que el tema
está mejor tratado en los debates de fondo presentados a lo largo
del libro. Me limitaré a señalar por ahora que este marco rechaza
la división del trabajo que ha surgido dentro de la teoría política
entre análisis normativo e histórico-descriptivo. En su forma actual,
generalmente se considera que la “teoría normativa” se ocupa de
la investigación –en gran medida abstracta y descontextualizada–
de los estándares ideales de rectitud, bondad, justicia y similares,
así como de la investigación metaética sobre el lenguaje moral de
trasfondo que hace inteligibles tales afirmaciones. En contraste, los
enfoques históricos suelen evitar tal evaluación normativa en favor
de la investigación descriptiva como fin último. Sin embargo, esta
bifurcación ha producido algunas tendencias preocupantes cuando
se trata del estudio del imperio, el imperialismo y la colonización.
Esta investigación ofrece una alternativa. Aquí el poder normativo
y explicativo del argumento depende de su capacidad de recon-
figurar la relación entre conceptos y procesos históricos. Se vale
de conceptos como desposesión, que ordenan y explican el mate-
rial histórico y ofrecen recursos normativos para su crítica. Ahora
bien, estos conceptos también son productos o efectos de los mismos
procesos que buscan definir, explicar y criticar. Obviamente, lo
que entendemos por desposesión está necesariamente relacionado
con nuestras concepciones de la posesión, la propiedad, el robo, la
expropiación y la ocupación, cada una de las cuales está, al menos
en parte, en deuda con la historia de la colonización. Por ende,
el tema de la recursividad opera en otro nivel, a saber, el de la
relación entre los procesos históricos y la teoría social destinada
a explicarlos y criticarlos. La idea central, en fin, es que el análisis
de la desposesión que aquí se acomete funciona como un medio
para interrogar la relación entre la descripción histórica y la explicación
conceptual con miras a demostrar las tensiones entre sus respectivos
métodos y objetivos de investigación, al tiempo que insiste en la
necesidad para la teoría crítica de considerar ambas dimensiones.
28 Iris Marion Young, Justice and the Politics of Difference (Princeton, NJ: Prin-
ceton University Press, 1990), 5. Este enfoque de la teoría crítica coincide
con el de James Tully. Véase Tully, Public Philosophy in a New Key, en par-
ticular Vol. 1, parte 1.
18 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

Una consecuencia de la definición ampliada de teoría crí-


tica ofrecida por Young es que comenzamos a ver los conceptos
normativos como inmanentes a una lucha particular, histórica y
sociológicamente situada. Comprender un concepto requiere en-
tonces que reconstruyamos la lucha de la que forma parte. En lo
que sigue, me baso en una mezcla ecléctica de pensadores: anar-
quistas, feministas, marxistas, teóricos críticos de la cuestión racial
y teóricos indígenas por igual. Al proceder de este modo, uno de
mis objetivos es mostrar cómo el pensamiento indígena puede ser
puesto a conversar con otros lenguajes de la teoría crítica, inclui-
das las tradiciones genealógicas y dialécticas. Lo hago no porque
el pensamiento político indígena requiera recursos externos que
lo corrijan o complementen (un objetivo principal de este tra-
bajo es demostrar la novedad y la coherencia de dicha corriente).
Más bien, se trata de realizar un trabajo de traducción conceptual
porque quienes trabajan dentro del amplio espectro de variedades
de la teoría crítica siguen imputando a los pueblos indígenas un
exotismo desconcertante que no hace justicia a sus contribuciones
intelectuales –esencialmente, continúan tratándolos como “pue-
blos sin historia”–. Al emprender algo así como una traducción
conceptual de los términos de la crítica indígena, espero llamar la
atención sobre las posibles conexiones e imbricaciones de estos
distintos lenguajes teóricos, ayudándonos a componer una nueva
constelación de la teoría crítica bajo el signo de la desposesión y la
contradesposesión.
Más específicamente, sostengo que el espectro de la reso-
nancia semántica y la intensión conceptual característicos de la
“desposesión” es sintomático de los distintos procesos históricos
de los que ha surgido. Dos son de particular importancia. Como
expongo detalladamente en el capítulo 1, la importancia crítica
del concepto de desposesión surgió, por un lado, de la agitación
y transformación de la tenencia de la tierra en Europa: el des-
mantelamiento del feudalismo y el surgimiento lento y desigual
de la propiedad privada capitalista y los mercados de “bienes in-
muebles”. Por otro lado, este proceso se dio junto y en relación
con un segundo contexto: la expansión territorial de las sociedades
europeas hacia tierras no europeas y, en el caso específico de la
expansión de los colonos anglosajones, la construcción de nuevos
sistemas de tenencia de la tierra liberal-capitalistas en ausencia del
Introducción 19

sistema feudal europeo dominante. Este sistema expansionista de


apropiación de tierras y generación de propiedad sirve como un
segundo horizonte de sentido a través del cual se han articulado
las teorías de la desposesión. Como tal, el mundo colonial no es
simplemente un “estudio de caso” interesante para una teoría ge-
neral de la desposesión. Más bien, junto a, y en conjunción con la
crítica del feudalismo europeo, es el contexto más significativo para
enmarcar el desarrollo de los debates originales sobre el despojo
y la expropiación. En síntesis, el mundo colonial no es un ejemplo
al que se aplica el concepto, sino un contexto del que surgió dicho
concepto. Dado que prácticamente ningún trabajo de la teoría
crítica ha intentado siquiera reconstruir el contexto histórico en
el que han surgido las luchas indígenas contemporáneas, los estu-
diosos de este tipo persistentemente caracterizan erróneamente y
calumnian a estas luchas. Sin embargo, si esto es cierto, entonces un
enfoque teórico-crítico adecuado a estas cuestiones no procederá
mediante la aplicación de los conceptos y métodos de la teoría
crítica (sin importar cuán ampliamente la entendamos) a las luchas
indígenas contra el colonialismo. Más bien, tomará en serio esas
luchas, reconociendo que ellas son ya (y siempre) las portadoras de
un modo de crítica.

Síntesis de los capítulos

El capítulo 1 ofrece dos genealogías del concepto de desposesión


como una herramienta radical de crítica social y política. Comien-
za examinando su papel en las luchas de los siglos XVIII y XIX
contra la tenencia feudal europea de la tierra. Se presta especial
atención a los significados cambiantes del concepto (y de los tér-
minos relacionados como dominio eminente [eminent domain] o
expropiación) bajo variaciones liberales, republicanas, anarquistas
y marxistas. La segunda mitad del capítulo se centra en el uso del
término dentro de las luchas indígenas contra la colonización. A
través de una reconstrucción de los argumentos de académicos y
activistas indígenas, busco mostrar la coherencia y la novedad de su
formulación. La conclusión del capítulo busca dotar de consisten-
cia al argumento proporcionando ejemplos históricos específicos
de la forma de las leyes de propiedad anglosajonas del siglo XIX en
relación con los asentamientos y la ocupación de tierras.
20 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

El capítulo 2 desarrolla la arquitectura filosófica que subya-


ce a mi comprensión de la desposesión recursiva a través de un
compromiso crítico con Karl Marx y el marxismo. Llevo a cabo
una lectura detallada de los escritos de Marx sobre la acumulación
primitiva en el primer volumen de El capital, y de la subsiguiente
renovación y uso de esta categoría por los teóricos críticos con-
temporáneos. El examen de estos debates nos permite interrogar la
relación más general entre las formas de análisis histórico-descrip-
tivo y el análisis conceptual-explicativo, así como entre las catego-
rías de expropiación y explotación, trabajo y tierra.
El capítulo 3 investiga la historia de la resistencia indígena a
la desposesión como un modo de crítica estructural encarnado y
llevado al acto. La primera sección del capítulo moviliza recursos
de varias contribuciones a la teoría crítica (entendida de forma
amplia) para interrogar la idea misma de “crítica estructural”, lo
que me lleva a un análisis del lenguaje hegeliano-marxista de la
alienación y la escisión [diremption]. El capítulo evalúa la pertinencia
de este lenguaje para articular la relación entre estructuras y sujetos
en el contexto del despojo. La segunda sección ofrece una historia
selectiva de las críticas indígenas a la desposesión en el siglo XIX
y principios del XX. Me enfoco en los reclamos normativos de
los pueblos indígenas –reclamos que expresan una experiencia de
injusticia– pero también en cómo la acción misma del reclamo da
una nueva forma y contenido a las subjetividades de los reclaman-
tes, en este caso, la identidad política del “indígena”. El capítulo
concluye con una reflexión sobre el carácter retrasado de la evalua-
ción normativa.
El capítulo 4 vuelve a la tradición radical negra, donde el
despojo también funciona como un concepto clave, aunque en
relación más con el cuerpo que con la tierra. Comienzo con el
argumento de que el tratamiento crítico-teórico de la desposesión
en este sentido ha estado afectado por un malestar conocido, ya
que también parece presuponer un compromiso con la noción de
posesión, esta vez bajo la forma de “autopropiedad” o “propiedad
de la persona”. Más tarde, el capítulo relee a pensadores clave en
la historia del pensamiento político negro, desde Frederick Dou-
glass hasta Patricia Williams y Saidiya Hartman, con el propósito
de reformular el debate. Sostengo que el pensamiento político
negro ofrece recursos cruciales para llevar a cabo la crítica de la
Introducción 21

desposesión al resaltar la fuente de las persistentes ambivalencias


del concepto: un trasfondo histórico cambiante que confiere a las
configuraciones variables de raza, derechos, personalidad jurídica
y propiedad su contenido concreto. Las dos secciones finales ex-
ploran la intuición de que las nociones de antivoluntad [antiwill]
pueden servir como un posible vínculo entre las tradiciones in-
telectuales negras e indígenas. De esta manera, la incorporación
del pensamiento político negro no sólo complementa sino que
completa el análisis más amplio de este libro.
Además de resumir y recapitular el argumento teórico ge-
neral, la conclusión considera posibles modos alternativos de or-
ganizar la relación entre la tierra, la ley, la propiedad y el poder. El
capítulo examina cómo los activistas Maoríes en Aotearoa-Nueva
Zelanda, en tanto parte de un movimiento indígena global, están
experimentando con nuevas formas de ordenar las relaciones hu-
manas con la tierra, por ejemplo confiriéndole a ésta una perso-
nalidad jurídica y, así, excluyéndola por completo de la esfera de
la propiedad. El capítulo concluye con comentarios preliminares
sobre cómo el circuito de la desposesión está siendo desentrañado
y transformado en algo nuevo.
En resumen, aunque todos los capítulos se centran en uno
u otro aspecto de la desposesión, cada uno los utiliza como una
ocasión para considerar cuestiones más amplias de la teoría social
y política. Estos aspectos incluyen el examen de la relación entre
la formación del Estado y del mercado (capítulo 3), los modos
históricos y analíticos de crítica (capítulo 2); la subjetividad, la
normatividad y el análisis estructural (capítulo 3); y la raza y los
derechos (capítulo 4). De esta manera, ¡El robo es la propiedad! com-
plementa el enfoque estrecho del concepto de desposesión con un
abanico amplio de temas de investigación crítica más generales y
persistentes.
1 Ese dominio único y despótico

No hay nada que cautive la imaginación ni comprometa


los afectos de la humanidad de forma tan general como el
derecho de propiedad; o ese dominio único y despótico
que un hombre reclama y ejerce sobre las cosas externas
del mundo, en total exclusión del derecho de cualquier
otro individuo en el universo. Y sin embargo son muy
pocos los que se toman la molestia de considerar el origen
y fundamento de este derecho.
— William Blackstone, Commentaries on the Laws of
England, 1765*

Este capítulo desarrolla dos genealogías de la desposesión. La pri-


mera, presentada en la sección 1, es una descripción en gran medida
intraeuropea donde el concepto emerge en relación con una serie
de términos cercanos y siempre cambiantes tales como expropia-
ción, confiscación o dominio eminente. Sostengo que aunque el
término originalmente operó dentro de debates abstractos y de
larga data sobre la naturaleza de la propiedad per se, a principios del
siglo XIX adquirió una función práctica mucho más delimitada
como herramienta crítica en las luchas contra la propiedad feudal.
La segunda sección se centra en un segundo contexto: las luchas
indígenas contra la colonización. En esta parte del capítulo, busco
diferenciar esta concepción atendiendo a su recursividad singular.
El capítulo concluye con la tercera sección, que da sustento al
argumento mediante ejemplos históricos concretos de las leyes de
propiedad de los colonos anglosajones en relación con los ocupan-
tes ilegales y los asentamientos durante el siglo XIX.
* William Blackstone, Commentaries on the Laws of England, 9a edición. Wi-
lliam Sprague (Chicago: Callaghan, 1915),Vol. 2, Cap. 1, “Of Property in
General”.
24 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

I
En el pensamiento legal y político de Europa occidental, existe
un reconocimiento generalizado y de larga data del derecho del
soberano a apoderarse de las propiedades y los activos de los súb-
ditos, por la fuerza si es necesario. En lugar de encontrar un único
concepto unificador bajo el cual subsumir esta noción, uno se en-
cuentra en cambio con una compleja y confusa serie de términos
que varía según el tiempo, la ubicación, la costumbre y la lengua
vernácula. Sin embargo, para efectos del tratamiento analítico, esta
cacofonía se puede organizar aproximadamente en un conjunto
de cuatro “familias” lingüísticas del inglés moderno que, si bien se
superponen e interrelacionan, pueden ayudar a analizar distintas
inflexiones conceptuales.Tal conjunto incluye a la expropiación, la
confiscación, el dominio eminente y la desposesión.
El término latín expropriation fue introducido en las lenguas
vernáculas europeas durante el renacimiento del vocabulario legal
romano por parte de jurisprudentes civiles y canónicos medievales
en los siglos XI y XII. Desde entonces, ha pasado a denominar el
derecho del soberano a apoderarse de propiedades en nombre del
“bien común” en un sentido u otro (publica utilitas, communis utilitas,
commune bonum, etc.) La expresión paradigmática de este poder ha
sido durante mucho tiempo la apropiación forzada de terrenos ne-
cesarios para la construcción y mantenimiento de infraestructuras
públicas como carreteras o murallas. Durante muchos siglos, por
supuesto, era el soberano quien tenía el poder interpretativo final
sobre quién contaba como parte del “público” o qué pertenecía
al “bien común”. Como resultado, la expropiación era un poder
muy flexible; podía ampliarse o contraerse para adaptarse a diversos
esquemas.1
1 Mi comprensión de este contexto histórico está en deuda con Susan
Reynolds, Before Eminent Domain:Toward a History of Expropriation of Land
for the Common Good (Chapel Hill: University of North Carolina Press,
2010); Andrew Fitzmaurice, Sovereignty, Property, and Empire, 1500-2000
(Cambridge: Cambridge University Press, 2014), especialmente capítu-
los 1 y 2; Richard Tuck, The Rights of War and Peace: Political Thought and
the International Order from Grotius to Kant (Oxford: Oxford University
Press, 1999), especialmente capítulos 1 y 2; Peter Garnsey, Thinking about
Property: From Antiquity to the Age of Revolution (Cambridge: Cambridge
University Press, 2007). Para un trabajo histórico comparativo más deta-
llado sobre la recepción de la idea de “expropiación” en el mundo clásico
griego, romano y altomedieval, véase L’Expropriation/Expropriation, Re-
1 Ese dominio único y despótico 25

Precisamente porque la expropiación ha tenido este alcance


variable, también ha tenido una función retributiva. Así, se fue de-
gradando hasta convertirse en confiscación. Derivado del latín confis-
care –“incautar para el tesoro público”– este término se refiere a la
toma coercitiva de la propiedad de los súbditos con fines de castigo.
Se ha utilizado, por ejemplo, para despojar a los delincuentes de
sus bienes a raíz de la condena por un delito, o como respues-
ta a la insubordinación política y religiosa. Por ejemplo, durante
la Guerra Civil Estadounidense, la Unión aprobó dos “Leyes de
Confiscación” (1861, 1862) para apoderarse de las tierras del sur y
de los esclavos como respuesta punitiva a la traición.2 La confisca-
ción a veces se considera como una especie de expropiación, pues
es razonable que su ejecución legal sea entendida como favorable
al “bien común”. Sin embargo, los términos siguen siendo parcial-
mente distintos, ya que la confiscación comúnmente distingue a
un individuo o grupo de individuos, en particular sobre la base de
sus acciones o su posición con respecto al soberano. Es un modo
de decomiso punitivo adaptado a un caso específico.3
En 1615, el jurista holandés Hugo Grotius intervino en
estos debates y, al hacerlo, acuñó un nuevo término. En On the
Law of War and Peace, generalmente considerado como un texto
fundacional para la historia del derecho internacional, introdujo
el término “dominio eminente” [dominium eminens] como parte
del argumento de que “a través de la agencia del rey, incluso un
derecho ganado por los súbditos puede serles retirado de dos ma-
neras: como una sanción o por la fuerza del dominio eminente

ceuils de la Société Jean Bodin 67 (Brussels: DeBoeck Université, 2000).


Sobre el uso específico de la expropiación (y la terminología relacionada)
en el derecho romano, véase J. Walter Jones, “Expropriation in Roman
Law”, Law Quarterly Review 45 (1929); Fritz Schulz, Classical Roman Law
(Oxford: Clarendon, 1951), parte IV.
2 Véase Daniel Hamilton, The Limits of Sovereignty: Property Confication in
the Union and the Confederacy during the Civil War (Chicago: University of
Chicago Press, 2007); Silvana Siddali, From Property to Person: Slavery and
the Confiscation Acts, 1861-1862 (Baton Rouge: Louisiana State Universi-
ty Press, 2005).
3 Debo esta distinción entre expropiación y confiscación a Susan Reynolds,
Before Eminent Domain, Introducción. Dos extensos estudios comparativos
son Johan Boucht, The Limits of Asset Confiscation: On the Legitimacy of
Extended Appropriation of Criminal Proceeds (Portland, OR: Hart, 2017); y
Malin Thunberg Shunke, Extended Confiscation in Criminal Law: National,
European, and International Perspectives (Cambridge, UK: Intersentia, 2017).
26 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

[dominium eminens]. Pero para que esto pueda hacerse por el poder
del dominio eminente, el primer requisito es la utilidad pública;
luego, que si es posible se recompense mediante fondos públicos a
quien ha perdido su derecho”.4 Sin embargo, Grotius hizo más que
introducir un término nuevo. También ayudó a cambiar el registro
del debate. Su contribución clave, seguida por pensadores poste-
riores como John Locke y Samuel von Pufendorf, fue conectar el
derecho específico de expropiación con una teoría general sobre el
origen y la naturaleza de la propiedad como tal. Si el soberano tiene
un derecho particular a apoderarse de la propiedad para el bien
común, esto parece presuponer que tiene un derecho superior.
Por lo tanto, el “dominio eminente” se llegó a utilizar (de manera
bastante confusa) como un acto y como la forma subyacente del
título que justifica ese acto. Pero, ¿cómo adquirió el soberano ese
título en primer lugar?
Diversas teorías feudales de la jerarquía de los títulos ofre-
cieron una respuesta a esta pregunta. En este marco, el sobera-
no ostenta un derecho especial de expropiación porque su título
tiene prioridad en los dos sentidos del término: es más antiguo y
superior. En su famoso compendio de derecho consuetudinario
inglés (1765-79), William Blackstone resumió el marco feudal de
la siguiente manera: “el Rey es el señor universal y propietario
original de todas las tierras de su reino; y ningún hombre posee
o puede poseer ninguna parte de él, sino lo que mediata o inme-
diatamente ha obtenido de Él como un regalo, para ser puesto
bajo los servicios feudales”.5 Las afirmaciones de este tipo parecen
haber sido más fuertes en la Francia medieval y de la modernidad
temprana, así como en la península ibérica, donde la expropiación
se justificaba como un ejercicio del poder señorial.6 En un lengua-
je diferente, esto era parte de la defensa de Robert Filmer de la
monarquía absolutista en Inglaterra, famosamente ridiculizada por
Locke en sus Tratados.
Dentro de estas teorías un tanto expansivas de la expropia-
ción, se prestó especial atención a la cuestión del “título origina-

4 Hugo Grotius, On the Law of War and Peace (Cambridge: Cambridge Uni-
versity Press, 2012), capítulo 14, parágrafos 7, 226.
5 Blackstone, Commentaries, 1:138, citado en Reynolds, Before Eminent Do-
main, 102.
6 El marco de la jerarquía feudal era especialmente importante en Francia.
Véase L’Expropriation/Expropriation, capítulos II-V.
1 Ese dominio único y despótico 27

rio”, es decir, la cuestión de cómo alguien podía interesarse en ser


propietario de algo que no tenía previamente dueño, para lo cual
no había un titular anterior.7 En la jurisprudencia europea medie-
val y moderna, esto llegó a ser conocido como el problema de la res
nullius.8 Detrás de este concepto hay una intuición relativamente
simple: un objeto sin dueño anterior se convierte en propiedad
de quien toma primero control sobre él, de quien se dice que
tiene un derecho de preferencia [preemption]. En parte gracias al
renacimiento romano, la idea de que la “adquisición preferencial”
era una forma cualitativamente distinta de derecho de propiedad
se incorporó al derecho civil y canónico europeo. Se pensaba que
era importante explicar y justificar este momento distinto por-
que todos los reclamos de propiedad subsiguientes se derivaban
de este momento “originario”. El asunto tocó cuestiones teóricas
muy importantes, como la cuestión de cómo los seres humanos
podían llegar a presentar reclamos legítimos de propiedad privada
sobre una herencia originalmente común (de Dios), incluso en
ausencia de “cualquier pacto expreso de todos los súbditos” (como
lo expresó Locke).9 Pero el asunto también fue planteado con fines
muy prácticos. En el contexto inglés de la modernidad temprana,
validó la nueva adquisición de tierras previamente no reclamadas
o no utilizadas (por ejemplo, mediante el drenado de pantanos).
Así que la cuestión de la “posesión originaria” cumplía una doble
función: como parte de una narrativa sobre los orígenes de la so-
ciedad civil y la propiedad per se, y como una intervención tópica y

7 En este punto el lenguaje se vuelve extraño, ya que es casi imposible


discutir el tema sin imponer un marco contemporáneo de derechos (sub-
jetivos) de propiedad. La medida en que podemos atribuir tal vocabulario
conceptual al derecho romano es en sí mismo un tema de debate inter-
minable, en el que no entraré.
8 Hay una considerable controversia sobre hasta qué punto puede hablarse
de la res nullius como una categoría propia del derecho romano, o sólo
como un desarrollo posterior que se ha impuesto retrospectivamente al
mundo romano. En este sentido, sigo a Andrew Fitzmaurice, quien sos-
tiene que “el término res nullius está ausente [...] en las discusiones del
derecho romano sobre la ocupación”, aunque admite que la idea está
“implícita” en ellas. En cualquier caso, el término fue “empleado en el
derecho civil medieval, pero no fue una herramienta ampliamente utili-
zada y reificada en el derecho de gentes antes del siglo XVIII”. Fitzmau-
rice, Sovereignty, Property, and Empire, 51.
9 John Locke, The Second Treatise of Government, 2a. ed. (Cambridge: Cam-
bridge University Press, 1988), 286, §25.
28 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

práctica en las relaciones de propiedad existentes. En este contex-


to, los conceptos de expropiación surgieron como un medio para
fundamentar la prerrogativa del soberano de tomar por la fuerza
las propiedades y bienes de los súbditos. El soberano tenía derecho
de expropiación porque era el legítimo heredero de la posesión
originaria de la tierra.
La teoría de Grotius del dominio eminente estaba motivada
en parte por el deseo de desplazar esta teoría feudal de la posesión
original. Para él, aunque el soberano todavía poseía un derecho
especial de expropiación, éste debía justificarse en fundamentos
diferentes. Más que un poder señorial, el dominio eminente era
parte de una teoría contractualista de la delegación de la sobera-
nía. Según ésta, el soberano tiene el derecho de apoderarse de los
bienes para el bien público no en virtud de poseer personalmente
un título superior, sino en virtud de que está facultado a determi-
nar y legislar sobre el bien común. El dominio eminente era una
extensión de la autoridad gubernamental, ejercida en nombre de
súbditos que tenían un derecho natural equiprimordial a la propie-
dad. Entre otras contribuciones, esta teoría proporcionó un punto
de referencia normativo independiente para distinguir las formas
de expropiación legítimas de las ilegítimas. Los súbditos estaban fa-
cultados a cuestionar si un cierto acto de expropiación o dominio
eminente era realizado auténticamente para el bien común.
Durante varios siglos, el dominio eminente siguió siendo un
lenguaje relativamente menor en la incautación de bienes. Fue
utilizado por una gran cantidad de teóricos políticos y legales,
desde Pufendorf hasta Emer de Vattel y Denis Diderot, pero nunca
se convirtió en el idioma dominante, mucho menos en la lengua
inglesa.10 Sin embargo, esto cambió en la segunda mitad del siglo
XVIII. En ese momento, las élites de las colonias anglosajonas en
la América del Norte británica buscaban recursos intelectuales
que pudieran ayudarlos en su apuesta por una mayor autonomía
respecto del Londres imperial. Como resultado, recurrieron a
teóricos de la Europa continental que habían sido relativamente
pasados ​​por alto en Gran Bretaña. El resultado fue que el lenguaje
10 En la Encyclopédie, Diderot cita a Grotius, Pufendorf y Montesquieu cuan-
do define el dominio eminente [domaine eminent] como el derecho del
soberano de tomar una propiedad en aras del bien común. Véase Denis
Diderot y Jean le Rond d’Alembert, Encyclopédie, ou, Dictionnaire raisonné
des sciences, des arts et des métiers (Paris: Briasson, 1751).
1 Ese dominio único y despótico 29

del “dominio eminente” entró en la teoría legal y política de los


Estados Unidos de América. Hasta el día de hoy sigue siendo la
forma dominante de expresar las ideas de la apropiación forzosa de
bienes privados en aras del bien público en los Estados Unidos (a
diferencia de Gran Bretaña, donde todavía tiene poca tracción).11
El pensamiento angloamericano de este período está impul-
sado en gran parte por el deseo de fundamentar el poder del do-
minio eminente sobre una base más puramente liberal –inspirada
en Locke– según la cual el soberano tiene este poder sólo porque
actúa como representante y ejecutor de la voluntad común. Una
forma de manifestar esta bona fides liberal era exagerar la distinción
entre, por un lado, las nociones modernas y liberales de dominio
eminente, y por otro las concepciones feudales de la expropiación
basadas en la tradición romana, medieval y de la modernidad tem-
prana. La forma estándar de este argumento sostiene que, dado que
el poder moderno de dominio eminente busca expresamente anu-
lar el interés de la propiedad privada individual, no se puede decir
que existe antes de que dicho interés esté ya reconocido. Por lo
tanto, los primeros teóricos estadounidenses del dominio eminente
comúnmente afirmaron que, en este sentido técnico, no existía
“antes de que el título del propietario individual, contrapuesto al
Estado, fuera reconocido y protegido por la ley”. Sobre esta base,
el dominio eminente moderno se puede diferenciar de teorías an-
teriores de la expropiación en las que “el derecho a tomar tierras
para uso público se fusionó con el poder general del gobierno
sobre todas las personas y propiedades dentro de su jurisdicción”.12

11 Véase Arthur Lenhoff, “Development of the Concept of Eminent Do-


main”, Columbia Law Review 42 (1942); John Lewis, A Treatise on the Law
of Eminent Domain in the United States (Chicago: Callagan, 1888); Philip
Nichols, The Law of Eminent Domain: A Treatise on the Principles of Which
Affect the Taking of Property for the Public Use, 2 volúmenes, 2a. ed. (Albany,
New York: Matthew Bender, 1917); Ellen Frankel Paul, Property Rights
and Eminent Domain (New Brunswick, NJ:Transaction Books, 1987);Wi-
lliam B. Stoebuck, “A General Theory of Eminent Domain”, Washington
Law Review 47, no. 4 (Agosto 1972); Raymond Rice, “Eminent Domain
from Grotius to Gettysburg”, American Bar Association Journal 53, no. 11
(Noviembre 1967).
12 P. Nichols, The Law of Eminent Domain, 4. Alrededor del cambio de siglo,
Philip Nichols definió el dominio eminente como un poder colectivo,
en última instancia detentado por el pueblo en su conjunto, y que –sos-
tiene– se ha visto “gravemente erosionado [y] subordinado en aspectos
30 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

Bajo una inspección minuciosa, sin embargo, esta tajante di-


visión no se sostiene. Una forma de hacer visible su superposición
consiste en simplemente señalar que en la gran mayoría de los casos
el derecho soberano de expropiación conllevaba el correspondien-
te deber de compensación. A lo largo de la Europa medieval y
moderna, la convención generalizada sostenía que a los súbditos se
les debía una recompensa justa por sus sacrificios al bien común,
por muy necesarios que ellos fueran. Esto equivale a reconocer
que los súbditos, por “comunes” que fueran, tenían ciertos dere-
chos de propiedad válidos que estaban siendo anulados. Después
de todo, quienes se veían perjudicados por un acto específico de
expropiación eran parte del colectivo en cuyo nombre se llevaba a
cabo. (Una excepción significativa a esta regla general fue el caso
de la expropiación como forma de castigo, razón por la cual la
confiscación siguió siendo un término parcialmente distinto). En
resumen, la forma general del argumento a lo largo de este período
fue que si el soberano tenía el derecho de expropiar, no era predo-
minantemente porque tuviera un título último y primordial sobre
la tierra, sino porque tenía la responsabilidad especial de cuidar de
la comunidad en su conjunto y gobernar para su bien común.
Este marco proporcionó dos puntos de referencia norma-
tivos: la expropiación debe ser en aras del “bien común” y estar
acompañada de una compensación justa. Estas dos características
son importantes porque también brindan apoyo para una crítica de
la expropiación ilegítima. Aquí es donde entra en discusión nues-
tro término final, ya que la desposesión se ha utilizado con mayor
frecuencia para significar “expropiación injusta”. El término con-
temporáneo puede ser rastreado desde el anglo-normando dessai-
sine (que es una variación del francés antiguo) al inglés medieval
disseisine. Durante muchos siglos, estos términos se utilizaron para
denominar formas de incautación o sustracción ilícita. Esta era,
en un sentido literal, una condición caracterizada por la priva-
ción del seizine, es decir, la posesión de tierras o bienes inmuebles.
El término también tiene raíces muy antiguas. Por ejemplo, en la
Carta Magna de 1215, la sección 39 establece: “Ningún hombre
libre podrá ser apresado o encarcelado, o despojado de sus derechos
o posesiones, proscrito o exiliado, o privado de su posición de

decisivos por los derechos de propiedad individual [...], a menudo sin el


consentimiento expreso del pueblo” (4).
1 Ese dominio único y despótico 31

cualquier otra manera, ni se procederá contra él por la fuerza, o


se enviará a otros a hacerlo, excepto por el juicio legítimo de sus
iguales o por la ley del país”.13 En el latín original, la primera línea
es “Nullus liber homo capiatur vel imprisonetur aut disseisiatur”. Aunque
el término disseisiatur a veces se traduce como “despojado”, es más
literalmente “disseised” o, en inglés moderno, “desposeído” [dispos-
sessed]. Este vínculo etimológico perduró durante muchos siglos en
el pensamiento jurídico y político inglés. Fue utilizado por Hob-
bes en El Leviatán (1651)14 y mucho más tarde quedó patente en el
Assize of Novel Disseisin de 1833, que trataba de la recuperación de
tierras “recientemente despojadas” al demandante.15
Así que tenemos un puñado de conceptos: expropiación,
confiscación, dominio eminente y desposesión. Aunque se super-
ponen, entrecruzan y son altamente mutables, cuando se toman en
conjunto componen una escena sobre los cambiantes poderes de
propiedad en la modernidad temprana europea. Colectivamente,
expresan un doble deseo: nombrar el derecho legítimo del sobe-
rano (y sus delegados) a requisar propiedades en nombre del bien
común y, en sentido opuesto, condenar el abuso de este poder.
Mientras que el dominio eminente generalmente se usa sólo al
servicio del primer sentido positivo, la desposesión ha operado más
a menudo en el sentido crítico. Más confuso resulta el que durante
mucho tiempo la expropiación se haya empleado con ambos fines.

***
Como ya he indicado, aunque cada uno de estos términos se re-
fiere inicialmente a una cuestión específica de la adquisición de
propiedades, todos ellos están ya implicados en teorías más amplias
13 Peter Linebaugh, The Magna Carta Manifesto (Berkeley: University of Ca-
lifornia Press, 2008), Apéndice 1, 289. El original en latín reza: “Nullus
liber homo capiatur vel imprisonetur aut disseisiatur aut utlagetur aut exuletur aut
aliquo modo destruatur, nec super eum ibimus nec super eum mittemus nisi per
legale iudicium parium suorum vel per legem terre”.
14 E.g., “Si uno planta, siembra, construye o posee un asiento conveniente,
es probable que otros vengan preparados con fuerzas unidas para despo-
seerlo y privarlo no sólo del fruto de su trabajo, sino también de su vida
o libertad.Y el invasor también corre el mismo peligro de otro”. Thomas
Hobbes, Leviathan (Cambridge: Cambridge University Press, 1996), 87.
15 G. O. Sayles, The Medieval Foundations of England (London: Methuen,
1966), 339; “Assize”, en Encyclopedia Britannica, 11a. ed. de Hugh Chi-
sholm (Cambridge: Cambridge University Press, 1911).
32 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

de la legitimidad política. Esto se hizo aún más explícito a medida


que el concepto de desposesión se expandió y radicalizó a finales
del siglo XVIII y principios del XIX. Se trata de un periodo im-
portante en la historia que aquí nos ocupa, pues fue en este punto
que se hizo posible argumentar no sólo que el soberano había
realizado un acto específico de incautación ilegítima de propiedad,
sino que la soberanía en sí misma era el efecto de un acto masivo de
“expropiación injusta”.16
El punto de entrada para esta noción ampliada de despo-
sesión fue el papel central de las luchas por la tenencia de la tierra
en el contexto de las revueltas contra el feudalismo. El creciente
republicanismo entre mediados y finales del siglo XVIII condujo
a una mayor preocupación por deslegitimar la idea misma de una
aristocracia terrateniente permanente. Al servicio de esta crítica, los
pensadores republicanos se remontaron a una rica (aunque casi mi-
tológica) tradición grecorromana que ponía gran énfasis en las vir-
tudes de la propiedad agrícola fija, no sólo para los poseedores de la
propiedad sino también para la comunidad política en su conjunto.
Se pensaba que la propiedad agrícola fija, especialmente tratándose
de pequeñas unidades de granjeros independientes, era la fuente
de la excelencia republicana. Estos agricultores eran relativamente
autónomos tanto en un sentido material como ético: su acceso di-
recto a la tierra podía proporcionarles no sólo la subsistencia básica
sino también un medio para el trabajo virtuoso. El republicanismo
moderno podía criticar al feudalismo argumentando que perver-
tía esta relación, ya que la mayoría de los terratenientes no eran
agricultores independientes, sino dueños de grandes propiedades
financiadas por rentas. Esta preocupación es bastante clara en el
análisis de Jean-Jacques Rousseau, por ejemplo, quien fue crítico
de los grandes latifundios que conformaban la base de la nobleza
europea. Pero como veremos, esta crítica también está presente
en una multitud de pensadores anarquistas y socialistas utópicos
posteriores, desde Marx hasta la teoría crítica contemporánea.17

16 Al menos esto era cierto para la soberanía tal y como había sido conocida
y experimentada predominantemente por los europeos hasta ese mo-
mento.
17 Alan Ryan resume así la postura de Rousseau: “La gran propiedad lleva
a la corrupción, ya que el rico intenta comprar a sus conciudadanos; la
propiedad mobiliaria lleva a la corrupción, ya que permite a los hombres
llevar su riqueza a donde quieran, y les permite escapar de la censura
1 Ese dominio único y despótico 33

Así, aunque estas cuestiones entraron en el pensamiento jurídico


y político de la Europa moderna temprana como una extensión
de asuntos muy generales y abstractos sobre la propiedad como
tal, pronto comenzaron a funcionar como instrumentos de una
urgente lucha política.
El énfasis se desplazó de criticar este o aquel acto particular
de expropiación injusta (cuestionando, por ejemplo, si realmente
respondía al bien común) hacia una crítica del gobierno aristocrá-
tico feudal en tanto fundado sobre un acto masivo de desposesión.
Debido a que el lenguaje de la expropiación se había enredado
durante mucho tiempo en los debates sobre los orígenes de la
propiedad como tal, muchos de los que más tarde buscarían usarlo
como un arma crítica contra la propiedad feudal retrotrajeron el
evento del despojo a los “tiempos inmemoriales” y al primer mo-
mento de formación de la propiedad. Por tanto, no consideraban
necesariamente a los aristócratas terratenientes de su época como
los principales agentes de la expropiación, sino más bien como los
herederos de una injusticia original que había tenido lugar en un
pasado lejano. Esto es más claro en las palabras de Rousseau, quien
afirmó célebremente:
El primer hombre que, habiendo cercado un pedazo de tierra,
se le ocurrió decir esto es mío y encontró gente lo suficien-
temente simple para creerle, fue el verdadero fundador de la
sociedad civil. Cuántos crímenes, guerras, asesinatos, cuántas
miserias y horrores le habría ahorrado a la humanidad quien,
quitando las estacas o rellenando la zanja, hubiera gritado a
los de su especie: ‘cuidado con escuchar a este impostor. Están
perdidos si olvidan que los frutos son de todos y la Tierra de
nadie’.18
El hecho de que Rousseau vinculara tan estrechamente los orí-
genes de la sociedad civil con esta expropiación original casi mi-
tológica hizo que su argumento generara respuestas divergentes y
de sus conciudadanos; el aumento del dinero y del comercio lleva a la
corrupción, ya que exacerba estas tendencias al crear una turba urbana
dependiente que seguirá las órdenes de sus corruptores”. Alan Ryan, Pro-
perty and Political Theory (New York: Basil Blackwell, 1984), 49.
18 Jean-Jacques Rousseau, Discourse on the Origin and Foundations of Inequa-
lity among Men, or Second Discourse (1755), en Rousseau: The Discourses and
Other Early Political Writings, ed.Victor Gourevitch (Cambridge: Cambri-
dge University Press, 1997), 161.
34 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

contradictorias. Algunos, como muchos anarquistas del siglo XIX,


buscaban la reestructuración radical del Estado y la sociedad me-
diante la abolición total de las relaciones de propiedad realmente
existentes. Otros sostuvieron que, precisamente en vista de que la
sociedad humana como tal estaba tan estrechamente ligada a un
acto expropiatorio original, las instituciones de tenencia feudal de-
bían defenderse, pues su abolición implicaría el desmoronamiento
de la civilización misma. Una tercera posición, más ambigua, re-
clamaba una reforma de las instituciones existentes más moderada,
acompañada de esquemas complejos que pudieran compensar al
campesinado rural, herederos de los desposeídos originales.
El trabajo de Thomas Paine Justicia agraria (1797), un tanto
pasado por alto, es un caso ilustrativo de la última posición.19 En
él, Paine argumenta que no existe un caso natural u original de
“propiedad de la tierra”, una institución que, por ejemplo, se creía
ausente en las sociedades bíblicas. Esto cambió con el avance de la
agricultura, que permitió a los individuos mejorar la tierra de tal
manera que fue transformada mucho más allá de su estado origi-
nal. Esas mejoras se volvían a sembrar en la tierra, produciendo
mayores aumentos de productividad. Esto generó desigualdades
que finalmente se cristalizaron en el surgimiento de la aristocracia
terrateniente. En uno de los primeros casos en que se utilizó el
término inglés en estos debates, Paine afirmó que el monopolio de
la tierra resultante había “desposeído a más de la mitad de los habi-
tantes de cada nación de su herencia natural, sin proporcionarles,
como debería haberse hecho, una indemnización por esa pérdida,
creando así una clase de pobreza y miseria que nunca antes había
existido”.20
Como se puede ver, hay de hecho dos preocupaciones nor-
mativas que operan dentro del relato de Paine. Le preocupa, en pri-
mer lugar, el momento original de desposesión como algo intrín-
secamente objetable. Como dice Paine, en la naturaleza “no existe
tal cosa como la propiedad de la tierra”. Aquellos que primero la
reclamaron “no tenían derecho a determinar como [su] propiedad a

19 Thomas Paine, “Agrarian Justice”, en Rights of Man, Common Sense, and


Other Political Writings (Oxford: Oxford University Press, 1995). Su título
completo es “Agrarian Justice, Opposed to Agrarian Law, and to Agrarian
Monopoly. Being a Plan for Meliorating the Condition of Man, etc”.
20 Paine, “Agrarian Justice”, 419.
1 Ese dominio único y despótico 35

perpetuidad ninguna parte” de la tierra.21 En segundo lugar, este


acto original de robo hizo posible una serie de males resultantes,
a saber, la pobreza generalizada entre los descendientes de quienes
fueron originalmente desposeídos. Para Paine, pues, la desposesión
era objetable tanto intrínsecamente como por sus consecuencias.
Justicia agraria fue escrito mientras Paine vivía en medio de
la Francia revolucionaria. En ese momento ya había servido en
la Asamblea Nacional francesa y había pasado por un juicio que
casi lo llevó a la ejecución. El texto surgió de un conjunto de
propuestas que escribió en esa época, argumentando a favor de un
derecho básico de herencia, entendido como una compensación
por la exclusión de las masas de la propiedad de la tierra. Era parte
de una agenda reformista que buscaba unir posiciones radicales y
conservadoras. Para Paine, aunque la aristocracia ciertamente se
había aprovechado de su privilegio de monopolio, los propietarios
actuales de los títulos sobre la tierra no eran directamente res-
ponsables del contexto en un sentido moral ni legal. “La culpa”,
afirma, “no está en los actuales poseedores[...]. La culpa está en el
sistema, y ​​se ha infiltrado imperceptiblemente en el mundo, ayu-
dado después por la ley agraria de la espada”. En consecuencia, la
clave residía en transformar el sistema subyacente de propiedad,
idealmente “sin disminuir ni perturbar la propiedad de ninguno de
los poseedores actuales”, un proceso que podría requerir “genera-
ciones sucesivas”.22 La solución propuesta por Paine era un nuevo
sistema tributario que cumpliera una función compensatoria y
redistributiva, proporcionando indemnizaciones a los desposeídos
por su lamentable aunque inevitable pérdida histórica. Este en-
foque compensatorio de la exclusión de los pobres rurales de la
propiedad de la tierra disfrutó de un apoyo significativo en el siglo
XVIII y principios del XIX. Desempeñó un papel importante en
los proyectos socialistas utópicos destinados a brindar a los pobres
oportunidades para volver a la vida agraria o, en su defecto, recibir
retribuciones mediante la Poor Law [Ley de los pobres]. En Gran
Bretaña, eventualmente condujo al Return of Owners of Land (1873),
un proyecto moderno de Libro Domesday que buscaba documentar
la concentración de la propiedad aristocrática de la tierra en ese

21 Paine, “Agrarian Justice”, 418.


22 Paine, “Agrarian Justice”, 420.
36 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

país.23 Como se discutirá extensamente en las secciones posteriores,


también desempeñó un papel importante en la justificación de los
esquemas de ocupación colonial en países extranjeros, ofreciendo
promesas similares de un retorno al autogobierno independiente
a través de la propiedad individualizada de la tierra, quizás encon-
trando su defensor teórico más puro en Thomas Jefferson.
Los debates de este tipo alcanzaron una especie de cenit
en el anarquismo clásico entre mediados y finales del siglo XIX.
En aquellos días, varios pensadores prominentes (incluidos Pie-
rre-Joseph Proudhon y Peter Kropotkin) sostuvieron que los Es-
tados-nación europeos modernos eran emanaciones de actos de
robo masivo, específicamente el robo de tierras del campesinado
rural. Como dijo Proudhon en ese momento: “Por la tierra co-
menzó el saqueo del hombre, y en la tierra ha echado sus cimien-
tos. La tierra es la fortaleza del capitalista moderno, como lo fue la
ciudadela del feudalismo y del antiguo patriciado. Finalmente, es
la tierra lo que da autoridad al principio de gobierno, una fuer-
za siempre renovada cada vez que el Hércules popular derriba al
gigante”.24 Como podemos ver aquí, para estos pensadores, como
para Rousseau, la división original de la tierra constituyó una vio-
lación antigua, un “saqueo”. Y al igual que Paine, estaban atentos
a sus ramificaciones contemporáneas. Sin embargo, a diferencia
de liberales como Paine, llegaron a una conclusión más radical,
repudiando expresamente la noción de que la desposesión podía
remediarse “sin disminuir o trastornar la propiedad de ninguno
de los actuales poseedores”. En lugar de ello, concluyeron que las
relaciones de propiedad modernas eran ilegítimas en un sentido
más general, ya que otras formas de desigualdad se derivaban de la
toma originaria de la tierra comunal. De ahí el famoso eslogan de
los anarquistas del siglo XIX: ¡La propiedad es el robo!25 Según esta
óptica, términos como expropiación pasaron a desempeñar un papel
cada vez más importante para dar nombre a un robo estructurado
todavía en curso. A fines del siglo XIX, el término se había expan-
dido y radicalizado tanto que Kropotkin solo podía preocuparse

23 Return of Owners of Land, 2 vols. (London: Her Majesty’s Stationery Offi-


ce, 1873).
24 Pierre-Joseph Proudhon, General Idea of Revolution in the Nineteenth Cen-
tury (1851; reimp., New York: Haskell House, 1969), 195.
25 Cf. Pierre-Joseph Proudhon, What Is Property? (1840; reimp., Cambridge:
Cambridge University Press, 1993).
1 Ese dominio único y despótico 37

de “no ir lo suficientemente lejos”, es decir, de “llevar a cabo una


expropiación en una escala demasiado pequeña como para que sea
duradera”. En cambio, argumentó en su texto de 1892, La conquista
del pan, que “la expropiación debe ser general”, equiparándola con
“un levantamiento universal”.26
En resumen, el concepto de expropiación entró en el pensa-
miento jurídico y político europeo como un medio para estabilizar
y legitimar las relaciones de poder existentes y a la autoridad so-
berana. Sin embargo, fue simultáneamente invertida y reconvertida
en una herramienta de crítica social, es decir, para desestabilizar
y transformar el poder y la propiedad. A través de este proceso, el
término se unió a una serie de conceptos, destacadamente el de
desposesión y dominio eminente. Hay un cambio perceptible en
la transición del pensamiento europeo de la modernidad temprana
a la tardía (desde aproximadamente principios del siglo XVII hasta
finales del XIX), en el que los términos se liberaron cada vez más
de sus usos originales y adquirieron un sentido más radical y con
un propósito crítico más profundo. Eventualmente, se hizo posible
e incluso plausible usar estos términos para condenar las relaciones
de propiedad establecidas más que para reivindicarlas. Quizás lo
más dramático fue que finalmente se hizo posible acusar al sobe-
rano no sólo de un acto específico de expropiación ilegítima, sino
de ser él mismo el efecto de un despojo anterior: el soberano como
ladrón.
Marx representa algo así como un punto de inflexión en esta
historia crítica. Aunque inicialmente impresionado por la crítica
anarquista,27 Marx eventualmente llegó a ver este análisis como
inadecuado y mal formulado. Al postular que las formas clásicas,
feudales y modernas de dominación emanaban todas de la misma
fuente (es decir, la apropiación de la tierra), los anarquistas genera-
ron una concepción falsamente abstracta y ahistórica de la “expro-
26 Peter Kropotkin, The Conquest of Bread and Other Writings (Cambridge:
Cambridge University Press, 1995), 48, 65-66; Peter Kropotkin, La con-
quête du pain (Paris: Les Éditions invisibles, 2009), 28: “L’expropriation, tel
est donc le problem que l’histoire a pose devant nous, homes de la fin du
XIXe siècle. Retour à la communauté de tout ce qui lui servira pour se
donner le bien-être”.
27 Algunos de los primeros escritos de Marx sobre el tema son sus artículos
de 1842-43 para el Rheinische Zeitung.Véase Karl Marx, “Debates on the
Theft of Wood”, en Bensaïd, The Dispossessed. (Minnesota: University of
Minnesota Press, 2021), Apéndice.
38 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

piación”, la cual no lograba captar la especificidad de la moderni-


dad y el capitalismo. Además, al fincar su crítica en la terminología
del robo, habían adoptado una categoría restrictivamente legal y
moralista, que de hecho presuponía y naturalizaba una concep-
ción igualmente abstracta y ahistórica de la propiedad. Por lo tanto,
para Marx la consigna anarquista “¡La propiedad es un robo!” se
refutaba a sí misma, ya que el concepto de robo presupone la exis-
tencia de la propiedad.28 Incluso antes de que Marx llegara a esta
conclusión, Max Stirner había hecho una observación similar en
su obra principal, El único y su propiedad (1844): “¿Es posible el
concepto de ‘robo’ a menos que se le dé validez al concepto de
‘propiedad’? ¿Cómo se puede robar si la propiedad no existe ya?
Lo que no es de nadie no puede ser robado; el agua que uno saca
del mar no es robada. En consecuencia, la propiedad no es un robo,
sino que el robo se vuelve posible sólo a través de la propiedad”.29
Estos críticos estaban señalando que la propiedad debe ser lógica,
cronológica y normativamente anterior al robo. Este último no
puede ser fundamental ni para las relaciones de propiedad ni para
la sociedad civil en general.
En el ir y venir entre las posiciones anarquistas y marxistas
sobre la cuestión de la propiedad y el robo, podemos observar un
interesante movimiento correlacionado de traducción conceptual
y lingüística. Dentro del anarquismo clásico, el término francés
expropriation llegó a funcionar como un marcador de los proce-
sos de “robo” a gran escala que se consideraban constitutivos del
propio sistema estatal moderno. Cuando Marx se enfrentó a estos
debates, usó tanto el término germano Enteignung como el latino

28 Como afirmó en una carta de 1865, la deficiencia de la obra de Proud-


hon “está indicada por su propio título. La cuestión está tan mal formu-
lada que no se puede responder correctamente. [...] El resultado es, en el
mejor de los casos, que las concepciones jurídicas burguesas del “robo”
se aplican igualmente a las ganancias “honestas” del propio burgués. Por
otra parte, dado que el “robo” como violación forzosa de la propiedad
presupone la existencia de la propiedad, Proudhon se enredó en todo tipo
de fantasías, oscuras incluso para él mismo, sobre la verdadera propiedad
burguesa”. Karl Marx, “Letter to J. B. Schweizer [5 Feb. 1865]”, en Karl
Marx y Friedrich Engels, Collected Works, vol. 20 (New York: Progress,
1985), 32.
29 Max Stirner, The Ego and Its Own (1844; reimp., Cambridge: Cambridge
University Press, 1995), 223.
1 Ese dominio único y despótico 39

Expropriation de forma un tanto inconsistente.30 Finalmente, cuan-


do Das Kapital se tradujo al inglés, los términos relevantes fueron
(frecuente pero inconsistentemente) traducidos como dispossession
(a veces como sinónimo de expropiación, a veces como algo dis-
tinto). A partir de ese momento, este término entró en los debates
de habla inglesa. Actualmente disfruta de una amplia circulación
en una variedad de tradiciones y pensadores críticos, desde David
Harvey hasta Judith Butler.
A medida que estos términos clave se traducían lingüística-
mente, también se renovaban conceptualmente. Los pensadores
anarquistas habían postulado que la incautación de tierras comuna-
les era en sí misma una violencia cometida contra el campesinado
feudal por la nobleza aristocrática, y que esto era esencialmente
un robo: era una transferencia coercitiva e ilegítima de propie-
dad en perjuicio de los dueños originales. Aunque Marx continuó
hablando de Expropriation y Enteignung, cambió el significado de
estos términos ofreciendo una definición más abstracta. Para él,
la desposesión pasó a referirse al “proceso-de-separación” origi-
nal (Scheidungsprozeß) que escindió a los “productores inmediatos”
del acceso directo a los medios de producción, imponiéndoles así
nuevas condiciones laborales, ahora mediadas por el salario.31 Esto
30 El período de la traducción francesa de 1872 de Das Kapital es un mo-
mento de transición revelador en este movimiento entre términos ger-
mánicos y latinos. En al menos una edición de Das Kapital, de 1872 (es
decir, después de la publicación de la traducción francesa) la mayoría
de las referencias a la Expropriation son sustituidas por Enteignung”. Así,
por ejemplo, el subtítulo de la sección VIII, capítulo 2, se convierte en
“Enteignung des Landvolks von Grund und Boden”, reemplazando el
original “Expropriation des Landvolks von Grund und Boden”. Véase
Karl Marx, Das Kapital (Cologne: Anaconda, 2009). Todavía no he po-
dido determinar el motivo de estos cambios. Para conocer el significado
de estos términos en Alemania y Austria, véase Rudolf Dolzer, Eigentum,
Enteignung und Entschädigung im geltenden Völkerrecht (Berlin: Springer Ver-
lag, 1985); Franz-Stefan Meissel y Paul Oberhammer, “Die Entwicklung
des Enteignungsrechts in Österreich seit dem 18. Jahrhundert”, y Markus
Steppan, “Der Entzug des Nutzungseigentumes in den bäuerlichen Weis-
tümern und den Landesordnungsentwürfen”, ambos en L’Expropriation/
Expropriation, Receuils de la Société Jean Bodin 67 (Brussels: DeBoeck
Université, 2000).
31 E.g.,“Der Prozeß, der das Kapitalverhältniß schafft, kann also nichts anders
sein als der Scheidungsprozeß des Arbeiters vom Eigentum an seinen Arbeitsbe-
dingungen, ein Prozeß, der einerseits die gesellschaftlichen Lebens -und
Produktions-mittel in Kapital verwandelt, andrerseits die unmittelbaren
Producenten in Lohnarbeiter. Die sog. ursprüngliche Akkumulation ist also
40 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

implicó un cambio conceptual que dejaba de ver el despojo en


términos de “robo” en sentido estricto. Mientras que el argumen-
to anarquista original presentaba al campesinado rural como el
“dueño” original de la tierra, Marx buscó separar esta crítica de sus
vestiduras normativas con respecto a la propiedad.
En el próximo capítulo, desglosaremos la lógica del compro-
miso de Marx con los conceptos de expropiación y desposesión
con mayor detalle. Por ahora, basta destacar dos resultados de esta
crítica amplia al pensamiento anarquista. Primero, estas categorías
fueron lentamente desplazadas como herramientas de la política
radical, convirtiéndose en términos estrechamente legalistas. El
amplio sentido normativo y crítico con el que, por ejemplo, Rous-
seau, Paine o Proudhon hablaron de la desposesión, reculó hacia
las categorías anteriores –más técnicas y legalistas– de expropiación
y dominio eminente con las que estamos familiarizados hasta la
fecha (sirviendo ahora, un tanto irónicamente, a la incautación
estatal legítima de la propiedad privada). En segundo lugar, en la
medida en que la categoría persistió como herramienta de crítica
social, quedó subsumida a otros conceptos más fundamentales.32
El resultado histórico de esto ha sido que, dentro de los linajes
de la teoría crítica más inspirados por el marxismo, la cuestión
del despojo se ha subordinado a otras preocupaciones, específi-
camente a su papel en la generación de una clase de trabajadores
proletarizados. En términos de una narrativa histórico-descriptiva,
la desposesión pasa de ser una historia del “robo originario” a un
reclamo más localizado sobre el surgimiento de las relaciones ca-
pitalistas modernas. En los términos de la teoría normativa, pierde
las connotaciones de su injusticia intrínseca y, en cambio, se vuelve
objetable sólo en términos de sus consecuencias, específicamente
la forma en que permite la explotación y/o la dominación de clase
(puntos a los que volveré).

nichts als der historische Scheidungsprozeß von Producent und Produktionsmi-


ttel”. Karl Marx y Friedrich Engels, Marx-Engels Gesamtausgabe (Berlin:
Dietz, 1975), II.5, Das Kapital: Kritik der Politischen Ökonomie, Erster Band
(Hamburg, 1867) (1967), 575.
32 Esta subsunción es analizada en detalle en el próximo capítulo.
1 Ese dominio único y despótico 41

II
El concepto de despojo ha atravesado por una especie de
renacimiento de diversas índoles. Como se describió en la intro-
ducción, ha llegado a ser visto como un dispositivo analítico útil
en los debates contemporáneos en torno al colonialismo (tanto
en sus manifestaciones históricas como en las actuales), particular-
mente en el ámbito de la ocupación colonial anglosajona. En este
nuevo uso se pueden escuchar ecos de los debates intraeuropeos
previos aquí esbozados. Lo más obvio es que, en su despliegue por
parte de los pueblos indígenas, la desposesión conserva las conno-
taciones del “robo de tierras” –asociadas durante mucho tiempo
a las luchas contra el feudalismo europeo– pero ahora es utilizada
para nombrar la lógica de la adquisición territorial específica de
la ocupación colonizadora. Sin embargo, como ya debe ser claro,
cuando el término desposesión migra hacia las discusiones sobre
la colonización, surge un peligro. Por un lado, es potencialmente
problemático adoptar la estrategia anarquista clásica de interpretar
el despojo como un caso de robo directo, ya que esto vuelve el ar-
gumento vulnerable tanto a las objeciones tradicionales del campo
marxista como a las críticas más oportunistas de la derecha (discu-
tidas en la introducción). Por otro lado, sin embargo, la vía provista
por la respuesta marxista al anarquismo también puede resultar
inadecuada, ya que traslada el problema de la expropiación hacia
la explotación. Resulta muy extraño sugerir que el despojo de los
pueblos indígenas de sus tierras es problemático porque permite su
explotación como trabajadores, ya que empíricamente no es una
descripción muy precisa de la experiencia de la colonización que
enfrentan muchos pueblos indígenas (especialmente en el ámbito
de la ocupación colonial anglosajona); pero más concretamente,
parece distorsionar la lógica subyacente de estas luchas.
Sostengo que este dilema es el efecto de una escasez de re-
construcciones históricas de las instituciones reales de propiedad
de la tierra en el ámbito de la ocupación colonial anglosajona, y su
impacto en el desarrollo de las tradiciones indígenas de resistencia
y crítica. En definitiva, debemos entender con mayor precisión
cómo la propiedad de la tierra llegó a funcionar como herramienta
de dominación colonial de tal manera que generó un “dilema de
desposesión” único, irreductible al que experimentaron los críticos
europeos del pasado.
42 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

Sin embargo, antes de pasar a esa genealogía alternativa, es


importante señalar que, así como el término tuvo una variedad
compleja de usos y términos próximos en los debates europeos,
también la tuvo dentro del contexto colonial. De hecho, una ruta
alternativa al dilema mencionado es señalar que para muchos pue-
blos indígenas el centro de la desposesión no es en absoluto la
posesión. Según esta perspectiva, aunque la palabra se usa para des-
cribir algo específico sobre la territorialidad de los órdenes sociales
y políticos indígenas o su papel en la colonización de colonos, la
parte “posesiva” del despojo se vuelve algo más bien incidental. En
este caso, en realidad podríamos hablar más bien de desarraigo o
profanación. El primero de estos términos denota una forma de
“destierro” y tiene connotaciones de desplazamiento y remoción.
Puede tener usos literales y más metafóricos (como es el caso, por
ejemplo, de la dislocación) y tiene un cierto atractivo intuitivo, ya
que la expropiación de los cimientos territoriales de una sociedad
tiene un evidente efecto perturbador enormemente negativo para
esa sociedad. Entendida como desarraigo [deracination], la despo-
sesión implica sus propias ambigüedades y peligros, por supuesto.
Puede, por ejemplo, suturar lo indígena a la fijeza territorial, un
tema que no exploraré aquí.33 Sin embargo, el lenguaje del desa-
rraigo al menos parece alejarnos de implicar que esa relación con
la tierra originalmente debe tener la forma de la propiedad.
En otras ocasiones, cuando la gente usa el término despose-
sión en estos contextos, parece que en realidad significan algo así
como profanación. En este tenor, los pueblos indígenas a menudo
plantean una preocupación por la degradación o sacrilegio de una
entidad cuyo valor moral no puede medirse en términos pura-
mente antropocéntricos. Lo interesante de este marco es que el
objeto principal del daño cambia. Mientras que el desarraigo, el
robo, la explotación y la coerción son cosas que les suceden a los
habitantes humanos como resultado de la apropiación de la tierra,
33 Este tema también es abordado por la académica binnizá Isabel Altamira-
no-Jiménez en Indigenous Encounters with Neoliberalism (Vancouver: Uni-
versity of British Columbia Press, 2013). En el otro lado del desarraigo,
Audra Simpson suele equiparar la desposesión con la contención: por
ejemplo, “el proyecto político de la desposesión y la contención, ya que
en realidad funciona para contener, para fetichizar y atrapar y destilar los
discursos indígenas en rituales memorizables y repetibles para la preser-
vación contra una muerte social y política que se predijo pero que no
ocurrió”. Simpson, Mohawk Interruptus, 99; véase también 16, 105.
1 Ese dominio único y despótico 43

la profanación implica que la Tierra misma es la parte perjudicada.


Esto no quiere decir que no pueda haber algún daño adicional a
los habitantes humanos, pero esto se vuelve un efecto secundario.
Consideremos el siguiente pasaje de Patricia Monture-Angus, ex-
perta en derecho mohawk:
Aunque los pueblos aborígenes mantienen una estrecha rela-
ción con la tierra [...] su propósito no es controlarla. [...] La
tierra es madre y nos nutre a todos [...]. La soberanía, cuando
se define como mi derecho a ser responsable [...] requiere una
relación con el territorio (y no una relación basada en el con-
trol de ese territorio). Lo que debe entenderse entonces es
que la solicitud aborigen de que se respete nuestra soberanía es
realmente una solicitud de responsabilidad. No conozco nin-
gún otro lugar en la historia donde un grupo de personas haya
tenido que luchar tan duro solo para ser responsable.34
Lo que motiva esta interpretación es la forma novedosa en que las
afirmaciones y las relaciones se han invertido respecto del modelo
propietario estándar. Monture-Angus nos brinda un claro ejemplo
de un argumento que no se basa en un compromiso normativo
con la propiedad de la tierra, sino que aún se apoya en una fuer-
te crítica de la adquisición territorial. El elemento importante es
que convierte un reclamo tradicionalmente basado en derechos
en uno basado en deberes. Tal como ella lo interpreta, el título de
“aborigen” es una afirmación sobre la necesidad de ser responsa-
ble ante algo más grande que uno mismo, es decir, la Tierra. Esto
parece sacarnos de algunas de las complicaciones de la concepción
estrictamente propietaria de la desposesión y nos acerca a las con-
notaciones de la profanación.
En capítulos posteriores exploraré estas formulaciones alter-
nativas con mayor detalle.35 Dejémoslas de lado por el momen-
to para dar a nuestra problemática original un tratamiento más
completo. Procedo de esta manera no porque la interpretación
que ofrecen pensadores como Monture-Angus no sea importante
o convincente. Más bien, es posible explorar alternativas porque,

34 Patricia Monture-Angus, Journeying Forward (Halifax: Fernwood, 1999),


36, citado en Andrea Smith,“Native Studies at the Horizon of Death”, en
Theorizing Native Studies, ed. Audra Simpson y Andrea Smith (Durham,
NC: Duke University Press, 2014), 222.
35 Véase en particular el capítulo 3 y la conclusión.
44 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

por ejemplo, no todos los pueblos y comunidades indígenas verán


su relación con la Tierra de esta manera. Además, como revela el
estudio de los escritos y trabajos reales de tales comunidades indí-
genas anglosajonas, en ellas existe el sentimiento de que han expe-
rimentado y continúan experimentando la colonización como una
forma de robo. A pesar de todas las complicaciones que acabamos
de plantear, pues, hay cierto reclamo aquí en el sentido de que esta
tierra es robada, un reclamo que no puede simplemente eludirse si
deseamos seguir siendo receptivos a la experiencia histórica espe-
cífica en juego. Cabe detenerse a lidiar con el lenguaje del robo
porque resulta importante para abordar estos reclamos tal como
se nos presentan, tal vez precisamente porque el tema en cuestión
no encaja perfectamente en los marcos de referencia esperados.
Seguir hablando de despojo como “robo de tierra” es importante
no sólo porque ello forma parte de una estrategia retórica o por un
principio de solidaridad (aunque estas también pueden ser consi-
deraciones importantes). Si vale la pena retener estos términos es
porque en los hechos expresan una aprehensión apropiada y con-
ceptualmente compleja de la naturaleza del problema en cuestión.
Sostengo que el uso del término desposesión en estos con-
textos en parte se debe al sentido real de que la colonización
(especialmente la “colonización de colonos”) implica una especie
única de robo para el cual no siempre tenemos un lenguaje ade-
cuado. Primero, el despojo de este tipo combina dos procesos que
típicamente se consideran distintos: transforma las relaciones no
propietarias en propietarias; y al mismo tiempo, transfiere sistemá-
ticamente el control y el título de esta propiedad recién formada.
Por lo tanto, no se trata (sólo) de una transferencia de propiedad, sino
de la transformación en propiedad. De esta manera, la desposesión
crea un objeto en el acto mismo en el que se apropia de él.
¿Cómo funciona esto exactamente? ¿Cómo puede decirse
que el despojo fusiona el crear y el tomar una propiedad? Para
responder debemos aclarar qué significa “crear” una propiedad.
Parte de la confusión en torno a esto se deriva de la ambigüedad
persistente del término “propiedad” dentro del lenguaje ordinario.
La mayoría de las veces, cuando hablamos de nuestra “propiedad”,
pensamos en una colección de objetos: automóviles, casas, ropa
y similares. Sin embargo, como casi todos los tratamientos teóri-
co-críticos de la categoría nos recuerdan, en realidad la propiedad
1 Ese dominio único y despótico 45

no se refiere a un conjunto de cosas. Más bien, se refiere a un tipo


de relaciones.36 Reivindicar la propiedad de algo es, en efecto, cons-
truir una relación con otros, a saber, una relación de exclusión. La
mayoría de las veces, hacer valer la propiedad de algo es hacer un
reclamo exigible para excluir a alguien del acceso a algo. El hecho
de que la propiedad es realmente una forma de relación social
(y no un tipo particular de objeto) se hace más patente cuando
consideramos que no es necesario que haya ninguna entidad físi-
ca tangible sobre la cual reclamar un derecho. Es posible tener la
propiedad sobre una idea, una técnica para hacer algo, incluso una
expectativa. Así, el objeto sobre el que se tiene derecho no tiene
por qué ser una entidad física. Pero debe ser cognoscible como
un objeto jurídico distinto, algo que en principio puede conver-
tirse en depositario de un derecho exigible a otros. De tal suerte,
“crear” una propiedad no se refiere a la creación de un nuevo
objeto material sino a un nuevo objeto jurídico y conceptual –una
abstracción– que sirve para anclar relaciones, derechos y en última
instancia poder.
En este contexto, nos interesa determinar cómo la “tierra”
es convertida en “propiedad”. Aunque al principio puede pare-
cer un objeto empírico perfectamente obvio, “tierra” es de hecho
un concepto, y uno notablemente abstracto.37 En esencia, estamos
hablando de tomar una porción de la superficie de la Tierra –ex-
cluyendo el subsuelo y la troposfera más allá de una distancia no
especificada o formulada vagamente– y de agrupar una compleja
diversidad de derechos de propiedad dentro de ella de tal manera
que, en principio, una persona pueda adquirir el control de todos
los objetos y actividades dentro de esa zona. Como objeto legal y
comercializable de este tipo, la tierra es un objeto altamente cultural
e históricamente específico, sobre el que uno puede asignar títulos
de propiedad. No es el caso que todas las sociedades –ni siquiera la
mayoría de ellas– conocieran tal concepto, mucho menos un con-
junto de instituciones legales y políticas destinadas a hacer cumplir
los reclamos en torno a él, ni un mercado para su comercio.

36 Para una revisión útil, véase C. B. MacPherson, Property: Mainstream and


Critical Positions (Toronto: University of Toronto Press, 1978), capítulo 1.
37 Véase Derek Hall, Land (Cambridge, UK: Polity, 2013). Este punto con-
ceptual se profundiza en relación con Hegel y Marx en el siguiente capí-
tulo.
46 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

Como veremos en reconstrucciones históricas a lo largo de


este libro, cuando los colonizadores europeos se encontraron con
las diversas sociedades del llamado Nuevo Mundo, con frecuencia
encontraron que los pueblos indígenas no tenían una concepción
de la tierra en este sentido abstracto y estrecho. (En lugar de ver
esto en términos de una simple carencia, muchos pensadores in-
dígenas han considerado una característica positiva de sus socie-
dades el no dividir la Tierra de esta manera).38 En consecuencia,
el proceso de desposesión implicó el gesto, bastante complejo,
de otorgarles a ellos esta forma peculiar de propiedad pero de tal
manera que facilitara su enajenación. En términos más generales,
podemos decir que el despojo es un proceso en el que se generan
nuevas relaciones de propiedad pero bajo condiciones estructurales
que exigen su negación simultánea. Los afectados por este proceso,
los desposeídos, pueden incluso llegar a adherirse a estas nuevas
relaciones, experimentándolas (total o parcialmente) como un de-
sarrollo positivo en el sentido de que el proceso implica una ex-
pansión nominal de sus derechos de propiedad: es decir, ganan una
nueva forma de propiedad (en este caso, la “tierra”). Sin embargo,
también pueden llegar a experimentar un profundo conflicto entre
la forma abstracta del derecho de propiedad y las condiciones para
su realización. La razón de esto es que el proceso de desposesión
también cambia las condiciones sociales de fondo, de modo que
la actualización del derecho de propiedad en cuestión está nece-
sariamente mediada de tal manera que lo niega en los hechos. Así,
el desposeído puede llegar a “tener” algo que no puede usar sino
enajenándolo en alguien más.
Esta formulación ayuda a explicar un fenómeno paradójico
en la historia del colonialismo de colonos: el hecho de que los
colonizadores simultáneamente afirman y niegan los derechos de
propiedad indígena sobre la tierra. En la larga y compleja historia
de la conquista europea de las (a partir de ahora) colonias an-
glosajonas, encontramos numerosos ejemplos de figuras coloniales
que simplemente niegan rotundamente la posibilidad misma de
la propiedad indígena de la tierra, argumentando por lo general
que poseen un menor nivel de desarrollo socioeconómico, racio-
38 Para un análisis útil de los diversos significados alternativos del térmi-
no desde una perspectiva indígena (Séneca), véase Mishuana Goeman,
“From Place to Territories and Back Again”, International Journal of Criti-
cal Indigenous Studies 1, no. 1 (2008).
1 Ese dominio único y despótico 47

nalidad, técnicas de cultivo, cercamiento, etc. Como ha sido bien


documentado, pensadores desde Vattel hasta Locke e Immanuel
Kant dudaron de que los pueblos indígenas hubieran tenido al-
guna vez el desarrollo socioeconómico y tecnológico necesario
para realmente tomar posesión de la tierra. Junto a estas negativas
generales, sin embargo, también encontramos varias formas de
reconocimiento parcial y afirmación selectiva de los intereses de
propiedad indígenas. A través de la historia, los colonos han defen-
dido de manera frecuente ciertas formas indígenas de derecho de
propiedad porque han reconocido que, en un contexto capitalista
colonial en consolidación, los pueblos indígenas sólo podían hacer
valer sus derechos de propiedad a través de la enajenación.39 El
filósofo lakota Vine Deloria Jr. (Standing Rock Sioux) resume cer-
teramente esta característica de la desposesión en su obra histórica
de 1969, Custer Died for Your Sins:
Un día el hombre blanco descubrió que las tribus indias to-
davía poseían unos 135 millones de acres de tierra. Para su
horror, se enteró de que gran parte de ella era muy valiosa.
[...] Podían pastorear a sus animales en una parcela de tierra,
pero no podían venderla. Por lo tanto, no tomó mucho tiempo
descubrir que los indios eran realmente personas y que debían
tener derecho a vender sus tierras. La tierra era el medio para
reconocer al indio como ser humano. Era el método por el
cual la tierra podía ser robada legalmente y no descaradamente
[...] Tal descubrimiento negó los derechos de las tribus indias
a la soberanía y la igualdad entre las naciones del mundo. Les

39 Obsérvese, por ejemplo, que el caso Johnson v. M’Intosh (1823) –proba-


blemente la decisión más importante del Tribunal Supremo de Estados
Unidos sobre la propiedad indígena– no implicó ninguna participación
indígena. Por el contrario, se trató de un conflicto entre colonos anglo-
sajones que habían adquirido sus tierras de los pueblos indígenas (en este
caso, la Nación Piankeshaw) de dos maneras diferentes: compra directa
frente a arrendamiento gubernamental. Demandantes y demandados te-
nían interés en apoyar una forma de derecho de propiedad indígena, pero
sólo para demostrar que la tierra había sido enajenada de forma adecuada.
De hecho, hay pruebas que sugieren que no se produjo ningún conflicto
real entre estas reclamaciones de los colonos, sino que fue totalmente
inventado para generar un caso justiciable.Véase Johnson v. M’Intosh, 21
U.S. (8 Wheat.) 543, 5 L. Ed. 681, 1823 U.S. Lexis 293; Robertson, Con-
quest by Law.
48 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

quitó la titularidad de sus tierras y les dio únicamente el derecho


a vender.40
Deloria está señalando aquí un peculiar derecho nominal o de
“propiedad negativa” que disfrutaban los pueblos indígenas en
contextos coloniales: el derecho de “vender únicamente”. Al ex-
presar las cosas de esta manera, Deloria se basa en una larga y rica
herencia (discutida con más detalle en el capítulo 3). Sobre todo,
pone al descubierto la mecánica específica de la desposesión: la
propiedad indígena sólo es reconocible por la ley occidental en y a
través de su enajenación. Sirve para recordar que la forma estándar
de un derecho de propiedad es una conjunción tripartita de dere-
chos exclusivos de adquisición, uso y disfrute, y enajenación.41 Sin
embargo, en el contexto de las formas en evolución del capitalismo
colonizador, la estructura de la “propiedad indígena” surgió como
una conjunción ya paradójica, una forma trunca de propiedad que
sólo podía expresarse plenamente en un tercer momento, es decir,
la enajenación. En otras palabras, que sólo se realiza plenamente a
través de su negación. Esto es lo que Deloria está señalando al decir
que los “indios” sólo tienen “derecho a vender”. En este caso, los
pueblos indígenas no están completamente excluidos de la pro-
piedad per se, sino que adquieren una forma de propiedad vacía o
trunca, que no puede actualizarse sino a través de su enajenación.
Es por esto que los reclamos de los pueblos indígenas pue-
den parecer cuestionables desde nuestro punto de vista anclado
en la actualidad. Los pueblos indígenas son presentados como los
“dueños originales de la tierra”, pero solo retroactivamente, es decir,
refractados hacia atrás por el proceso mismo. En este caso, pues, los
intereses originarios indígenas sobre este objeto llamado “tierra”
sólo son reconocibles en un momento retrospectivo, visto hacia
atrás y refractado en el proceso de generación de una forma especí-
fica de derecho de propiedad “estructuralmente negado” por él. El
derecho de propiedad original sólo es visible después de que se ha

40 Vine Deloria Jr., Custer Died for Your Sins, ed. revisada (Norman: Univer-
sity of Oklahoma Press, 1988), 7, 30, énfasis añadido. Para una brillante
explicación reciente de la contribución de Deloria a la teoría política,
véase David Temin, “Custer’s Sins:Vine Deloria Jr. and the Settler-Colo-
nial Politics of Civic Inclusion”, Political Theory 46, no. 3 (2018).
41 Para una elaboración filosófica de esta idea, véase G. W. F. Hegel, Hegel’s
Philosophy of Right, traducción y notas de T. M. Knox (Oxford: Oxford
University Press, 1967), §53–70, pp. 46-57.
1 Ese dominio único y despótico 49

perdido. Visto así, los reclamos indígenas sobre la tierra no son en


absoluto erróneos ni confusos, sino que reflejan el hecho paradóji-
co de que en este contexto la posesión no precede al despojo sino
que es su efecto. En lugar de evitar el problema de un concepto
definido negativamente, debemos resaltar precisamente la lógica
recursiva que aquí opera como la característica esencial del proceso
que estamos considerando.
En resumen, este movimiento recursivo puede representarse
como uno de transformación (crear), transferencia (tomar) y atribu-
ción retroactiva (adjudicación retrasada). Desplegada dentro de este
contexto específico, la concepción reformulada que aquí se pro-
pone nos ayuda a evitar algunos de los falsos dilemas esbozados
anteriormente, ya que puede nombrar un proceso de desposesión
sin presuponer una posesión original ni requerir una teoría de
la “primera ocupación”. En contra de la aseveración de Stirner,
lo que no pertenece a nadie puede, en efecto, ser robado. Es a la
larga y sórdida historia de este peculiar modo de robo a lo que se
refieren los autores y activistas indígenas cuando emplean hoy el
lenguaje de la desposesión.42
En última instancia, sin embargo, si vamos a concebir la
desposesión como una relación entre una estructura jurídica y el
contexto social que actualiza ese sistema de derecho de manera
“negativa”, no podemos quedarnos en el nivel de la afirmación
teórica. Esto debe demostrarse, no postularse. Necesitaremos un
argumento que explique tanto esa estructura de jure como su rea-
lización de facto. Tendremos que demostrar con precisión cómo los
intereses de propiedad pueden ser “negados estructuralmente” por
un contexto social de fondo. Es a este horizonte de fondo al que
nos dirigiremos a continuación.

42 En este capítulo he puesto más atención en la cuestión de la propiedad


que en la soberanía, en el dominium más que en el imperium. Esto no
quiere decir que este último no sea importante, o que no se dé una lógica
similar. Considérese Delgamuukw v. British Columbia [1997] 3 S.C.R.
1010, en 1017: “El título aborigen es una carga sobre el título subyacente
de la Corona. Sin embargo, la Corona no obtuvo este título hasta que
hizo valer la soberanía y no tiene sentido hablar de una carga sobre el tí-
tulo subyacente antes de que éste existiera. El título aborigen se cristalizó
en el momento en que se afirmó la soberanía”.Y, por supuesto, estas dos
cuestiones están profundamente interrelacionadas en cualquier contexto
práctico.
50 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

III
El colonialismo de colonos dentro del mundo anglófono siempre
estuvo indisolublemente ligado a una transformación en las rela-
ciones humanas con la tierra. El eventual “ascenso de la anglósfera”,
particularmente pronunciado en el siglo XIX, fue una “revolución
metafísica”.43 En y a través de este proceso, la tierra llegó a enten-
derse como algo que no solo podía ser abstraído y registrado en
códigos legales para ser intercambiada, negociada o hipotecada. A
medida que estos códigos se organizaban en un “mercado”, su re-
lación con los espacios físicos reales que debían representar se ate-
nuaba cada vez más. Como lo expresa el historiador John Weaver:
Mediante una asombrosa revolución conceptual llevada a cabo
tanto en el viejo como en el nuevo mundo, las propiedades
más tangibles e inamovibles que uno pueda imaginar fueron
reorganizadas en función de intereses y condensadas en activos
de papel que, bajo las condiciones de mercado adecuadas, po-
dían pasar rápidamente de una persona a otra, de una persona
a una corporación, de una corporación a otra, de una corpo-
ración a una persona, y así sucesivamente.44
Este fue un proceso que tuvo lugar tanto en el “viejo” como en el
“nuevo” mundo, en Europa y sus colonias. Fue parte del proceso
global que Karl Polanyi teorizó como la “Gran Transformación”,
que relacionó (aunque de manera periférica) a la colonización.45
Pero lo que hace que el mundo de la ocupación colonial anglosa-
jona sea un lente único y privilegiado para estudiar este proceso
es que se trató de un espacio donde no sólo la formación del Es-
tado y la formación del mercado ocurrieron simultáneamente –el
surgimiento de un moderno aparato legal y gubernamental fue
correlativo al surgimiento del mercado de tierras– sino que además
emergieron en oposición explícita a formas de vida indígenas con

43 Sobre el auge del mundo anglófono en el siglo XIX, véase James Belich,
Replenishing the Earth:The Settler Revolution and the Rise of the Anglo-World,
1783-1939 (Oxford: Oxford University Press, 2009). Sobre la “revolu-
ción metafísica” véase John Weaver, The Great Land Rush and the Making
of the Modern World, 1650-1900 (Montreal: McGill-Queen’s University
Press, 2006), 93.
44 Weaver, The Great Land Rush, 92-93.
45 Karl Polanyi, The Great Transformation:The Political and Economic Origins of
Our Time (1944; reimp., Boston: Beacon, 2001), 187.
1 Ese dominio único y despótico 51

visiones radicalmente distintas y divergentes de la relación entre


las sociedades humanas y la tierra donde habitaban. Por lo tanto, la
estructura de la propiedad de la tierra que se afianzó en el mundo
de los colonos anglosajones se orientó sistemáticamente hacia el
despojo de los pueblos indígenas de una manera única y no con-
tingente.46
Que el colonialismo de colonos anglosajón está inextrica-
blemente unido a la constitución del mercado de la tierra es más
evidente en el caso de Estados Unidos. Como reconoce sin reparos
un economista contemporáneo: “Estados Unidos siempre ha sido
una nación de especuladores inmobiliarios. [...] La especulación
inmobiliaria fue una parte integral de la “conquista del oeste”, la
construcción de nuestras ciudades y la transformación de la vida
doméstica estadounidense, desde las viviendas pequeñas hasta las
minimansiones”.47 En un sentido, esto es correcto. Muchas de
las principales figuras de la Revolución estadounidense hicieron
sus fortunas en la especulación inmobiliaria. Se especializaron
en adquirir grandes extensiones de tierra de una entidad pública
(originalmente la Corona) para parcelarlas y venderlas a pequeños
inversores, obteniendo así grandes ganancias. Este grupo incluye
a George Washington, Benjamin Franklin y Thomas Jefferson,
pero también a figuras menos conocidas como Robert Morris,
Nathaniel Phelps, Oliver Gorham y otros financieros influyentes
del período revolucionario. A través de compañías de especulación
de tierras como la Ohio Company, la Vandalia Company y la Loyal

46 “Fue en este contexto que los colonos británicos utilizaron por primera
vez el argumento de la ocupación para hacer reclamaciones tanto a los
indios como a la Corona. Pero así como el punto de acuerdo diplomático
británico era un monstruo de Frankenstein, también lo eran los derechos
de propiedad que ahora creaban los colonos. En lugar de basarse en la ne-
gociación y la adaptación, no se dejaba espacio para los indios; de hecho,
se basaba en su desposesión y deshumanización”. Fitzmaurice, Sovereignty,
Property, and Empire, 189.
47 Edward L. Glaeser, “A Nation of Gamblers: Real Estate Speculation and
American History”, American Economic Review: Papers and Proceedings 103,
no. 3 (2013): 2. Esto refleja una larga narrativa de progreso histórico en el
desarrollo de la política de tierras en los Estados Unidos; véase por ejem-
plo Marion Clawson, Man and Land in the United States (Lincoln: Univer-
sity of Nebraska Press, 1964); Marion Clawson, Uncle Sam’s Acres (New
York: Dodd, Mead, 1951). Véase también Charles Grant, “Land Specula-
tion and the Settlement of Kent, 1738-1760”, New England Quarterly 28,
no. 1 (1955).
52 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

Land Company antes que ella, la élite de colonos anglosajones de


los siglos XVIII y XIX dependió del comercio de la tierra.48
Se obtenían inmensas ganancias en las primeras rondas de
adquisición y venta de tierras. A principios de la década de 1790,
Alexander Hamilton estimó que 30 centavos por acre era un pre-
cio justo por la tierra fronteriza del gobierno. Solo unos pocos
años más tarde, el congreso de 1796 consideró que un precio de
venta mínimo de $2 era razonable.49 Para 1850, la tierra del esta-
do de Nueva York estaba valuada en $29 por acre. Ajustado a los
precios contemporáneos, eso es un cambio aproximado de $7.50
a $35 y a $854 en sesenta años.50 El papel del gobierno era regular
y controlar el ritmo de la expansión para evitar la formación de
burbujas inmobiliarias que al reventar podían causar recesiones.
Por supuesto, los colapsos inmobiliarios periódicos llevaron a la
bancarrota a muchos (incluido Robert Morris, quien fue encar-
celado por sus deudas en 1798) y para 1819 le habían dejado al
gobierno federal un adeudo de aproximadamente $21 millones
por parte de especuladores de tierras difuntos, de los cuales alrede-
dor de $12 millones estaban vinculados al territorio recién abierto
de Alabama.51 El gobierno de Estados Unidos respondió con una
variedad de medidas de alivio, incluida la apertura de nuevas for-
mas de crédito disponibles para la compra de tierras públicas.52 La
política de crédito más importante del período de auge entre 1797
y 1819 fue la Land Act de 1800, que permitía a los compradores
adquirir terrenos públicos pagando tan solo una vigésima parte del
costo inicial.53

48 Richard T. Ely, “Land Speculation”, Journal of Farm Economics 2, no. 3


(1920).
49 Payson Jackson Treat, The National Land System, 1785-1820 (New York:
E. B. Treat, 1910).
50 Glaeser, “A Nation of Gamblers”, 10. Véase también Paul Frymer, Buil-
ding an American Empire:The Era of Territorial and Political Expansion (Prin-
ceton, NJ: Princeton University Press, 2017); Gordon Chappell, “Some
Patterns of Land Speculation in the Old Southwest”, Journal of Southern
History 15, no. 4 (1949).
51 Treat, The National Land System.
52 Murray Rothbard, The Panic of 1819: Reactions and Policies (Auburn, AL:
Ludwig von Mises Institute, 2007).
53 Los compradores debían entonces pagar hasta una cuarta parte en los
cuarenta días posteriores a la compra, y el resto en cuotas anuales, a partir
de dos años después de la fecha de compra.
1 Ese dominio único y despótico 53

El gran auge y caída inmobiliarios de Chicago en las déca-


das de 1830 y 1840 frecuentemente es presentado como un caso
representativo del patrón general de la expansión hacia el oeste de
Estados Unidos a través de la especulación. En la década de 1820,
prácticamente no existía un mercado de terrenos en esa área de
la frontera y, por lo tanto, la tierra no tenía ningún valor en tanto
mercancía.54 Para 1830, era una de las propiedades inmobiliarias
más caras del continente y, según una estimación, aumentó en casi
un 40,000 por ciento solo en esa década.55 En 1840, un colapso
parcial de esta burbuja generó una ola de ejecuciones hipotecarias
por parte del Banco de Illinois, que a su vez se declaró en banca-
rrota en 1842.56 En los treinta años posteriores al auge inmobiliario
inicial, la población de Chicago pasó de unos pocos cientos a apro-
ximadamente 109,000 habitantes. En los siguientes treinta años,
después de que el mercado de tierras se estabilizara, la población se
duplicó en repetidas ocasiones, llegando a 1.1 millones en 1890.57
La Guerra Civil hizo poco para frenar la expansión hacia el
oeste. Fue durante este período que el Congreso aprobó la Ley
Morrill, reservando enormes extensiones de tierras públicas recién
adquiridas para el establecimiento de una nueva red de universida-
des de tierras concesionadas, y la Ley del Ferrocarril del Pacífico,
que proporcionó a las empresas privadas un estimado de doscientos
millones de acres de tierras indígenas, a menudo en contravención
directa a las obligaciones estipuladas en los tratados.58 Los pueblos
indígenas fueron incorporados lentamente al mercado de la tierra,
pero solo en términos muy desiguales, a veces a través de acuerdos
que hoy en día se reconocerían como préstamos predatorios.59 Por

54 Thomas Greer, “Economic and Social Effects of the Depression of 1819


in the Old Northwest”, Indiana Magazine of History 44, no. 3 (1948).
55 Véase Homer Hoyt, One Hundred Years of Land Values in Chicago (Chicago:
University of Chicago Press, 1933). Ajustado a precios de 2012, se estima
que la tierra se incrementó de aproximadamente $800 a $320,700 por
acre entre 1830 y 1836. Estos valores ajustados son de Glaeser, “A Nation
of Gamblers”, 17.
56 Sobre el auge y la caída de Chicago, véase Robert Siller, “Historic Tur-
ning Points in Real Estate: Presidential Address”, Eastern Economic Journal
34, no. 1 (2008).
57 Belich, Replenishing the Earth, 345.
58 Roxanne Dunbar-Ortiz, An Indigenous Peoples’ History of the United States
(New York: Beacon, 2015), 140.
59 K-Sue Park, “Money, Mortgages, and the Conquest of America”, Law and
Society Inquiry 41, no. 4 (2016).
54 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

ejemplo, en 1805 los Choctaws fueron presionados a vender la


mayoría de sus tierras por $50,000. Los Chickasaws los siguieron
poco después, cediendo todas sus tierras al norte del río Tennessee
por $20,000.60
Tanto el lado público como el privado del nuevo orden eco-
nómico estaban profundamente imbricados en el emergente mer-
cado de tierras. Los particulares podían obtener grandes ganancias,
pero el gobierno federal también dependía de la venta de tierras.
Como dice Roxanne Dunbar-Ortiz, en las primeras décadas de la
independencia de los Estados Unidos “la tierra se convirtió en el
producto de intercambio más importante para la acumulación de
capital y la construcción del tesoro nacional”.61 Esto creó tensiones
entre los diferentes aspectos del proceso de construcción del Esta-
do, es decir, entre la expansión territorial, la acumulación de capital
y el estado de derecho. Esto a menudo se desarrolló en términos
de una competencia entre agentes del gobierno (como topógrafos,
burócratas y subastadores), ocupantes de tierras y especuladores fi-
nancieros, cuya consideración necesariamente involucra preguntas
más amplias sobre cómo teorizar la relación entre el Estado y la
formación de capital en el contexto de la ocupación colonial. Estos
diferentes agentes tenían metas y objetivos inmediatos distintos, a
menudo en conflicto. Sin embargo, a lo largo de ciclos de largo
plazo lograron generar una cierta resonancia (aunque no una con-
sonancia total) entre sus diferentes proyectos, produciendo así un
efecto relativamente estable: la desposesión.
Una vez puesta en marcha, la lógica desposeedora del co-
lonialismo de colonos resultó difícil de controlar. Emitiendo una
advertencia en el vocabulario preciso que nos ocupa aquí, el secre-
tario de guerra de George Washington, Henry Knox (en general
poco amistoso con los pueblos indígenas), argumentó en 1789 que,
debido a que los pueblos indígenas habían sido ocupantes anterio-
res, “poseen el derecho sobre el suelo. No se les puede quitar sino
por su libre consentimiento, o por derecho de conquista en caso de
guerra justa. Desposeerlos sobre la base de cualquier otro principio

60 Dunbar-Ortiz, An Indigenous Peoples’ History, 97.


61 Dunbar-Ortiz, An Indigenous Peoples’ History, 124. Véase Woody Holton,
Unruly Americans and the Origins of the Constitution (New York: Hill and
Wang, 2007), 14.
1 Ese dominio único y despótico 55

sería una grave violación de las leyes fundamentales de la natura-


leza y de esa justicia distributiva que es la gloria de una nación”.62
Haciendo eco de este sentimiento y llevándolo a la práctica, el
Congreso emitió en 1785 una proclama prohibiendo la ocupación
ilegal de tierras y autorizando al Secretario de Guerra a desplazar
a los infractores.63 En 1806, el término squatter [ocupante ilegal] se
usó por primera vez en los debates del congreso para referirse al
creciente problema de las reclamaciones de tierras obtenidas fuera
del proceso formalmente reconocido y legalmente sancionado.64
La prohibición legal, formalizada, alcanzó su punto máximo con
la Ley de Intrusión [Intrusion Act] de 1807, que prohibió a los
ciudadanos estadounidenses no sólo tomar posesión de tierras o
formar asentamientos ilegalmente, sino también inspeccionar, de-
signar límites e incluso marcar árboles de tal manera que facilitara
un reclamo futuro. Además, volvió a autorizar al presidente y sus

62 Knox continúa argumentando que los Estados Unidos podrían adquirir


tierras de las “tribus indias” de forma más eficaz y barata mediante un
enfoque mixto que utilizara la coerción, pero principalmente como un
medio para forzar el contrato y la venta: “A medida que los asentamien-
tos de los blancos se acerquen a los límites de los indios establecidos por
los tratados, la caza disminuirá, y siendo las tierras valiosas para los indios
sólo como terrenos de caza, estarán dispuestos a vender más extensio-
nes por compensaciones pequeñas. Por lo tanto, al expirar el período
mencionado, es muy probable que los indios, por la operación invariable
de las causas que han existido hasta ahora en su relación con los blan-
cos, se reduzcan a un número muy pequeño”. Henry Knox, “Report on
the Northwestern Indians (Junio 15, 1789)”, en A Century of Lawmaking
for a New Nation: U.S. Congressional Documents and Debates, 1774-1875,
American State Papers, Indian Affairs, I:13-14, https://memory.loc.gov/
ammem/amlaw/lwsplink.html
63 “El Congreso, en 1785, se sintió obligado a emitir una proclama que
prohibía los asentamientos ilegales, y autorizó al Secretario de Guerra a
expulsar a quienes se hubieran asentado en el dominio público violando
la ley. [...] En 1791 un congresista declaró que 300.000 familias (cifra
muy exagerada) se habían asentado al sur de los ríos French Broad y
Big Pigeon en el actual este de Tennessee”. Everett Dick, The Lure of the
Land: A Social History of the Public Lands from the Articles of Confederation
to the New Deal (Lincoln: University of Nebraska Press, 1970), 50. Véase
también Amelia For, Colonial Precedents of Our National Land System, Bu-
lletin of the University of Wisconsin, History Series II, no. 2 (Madison:
University of Wisconsin, 1910).
64 Dick, The Lure of the Land, 51.
56 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

funcionarios a “emplear la fuerza militar que considere necesaria y


adecuada” para expulsar a los infractores.65
El Congreso enfrentó dos obstáculos en su intento por redu-
cir la expansión de los colonos por medios legislativos. En primer
lugar, el control legislativo sobre la ocupación ilegal era práctica-
mente inaplicable. A principios del siglo XIX, los colonos habían
crecido en número y competencias técnicas para convertirse en
una fuerza social independiente que podía sobrepasar las capacida-
des oficiales del Estado. Esto se demostró una y otra vez mientras
la nueva república luchaba por hacer cumplir sus leyes fronterizas.
Los oficiales del ejército fueron enviados al campo, encargados de
repartir y cobrar multas, así como de hacer cumplir las ejecuciones
hipotecarias y las sentencias de cárcel. En julio de 1817 las tropas
federales fueron enviadas a tierras indígenas en Alabama, donde
expulsaron a la fuerza a los ocupantes ilegales, quemando sus casas
y cultivos. Esta situación, que se repitió periódicamente a lo largo
de las décadas de 1830 y 1840, fue conocida como la “Guerra de
los Intrusos”. 66 Entre otras dificultades para hacer cumplir la ley,
los soldados generalmente simpatizaban con los ocupantes ilegales,
lo que no es una sorpresa dado que la tierra fronteriza barata era
una recompensa común por el servicio prestado.
El segundo problema era más abstracto. Las medidas estatales
contra la intrusión se basaron en una comprensión clara de la lega-
lidad del acuerdo, con el fin de que su aplicación y cumplimiento
fueran coherentes. Aquí nos encontramos con un problema con-
ceptual único. Históricamente, los Estados-Colonia anglosajones
han estado caracterizados por el acto complejo de reconocer y
negar simultáneamente el estado de derecho, debiendo mediar
entre, por un lado, su dependencia de la violencia extralegal como
constitutiva de su fundación y expansión continua, y por otro su
propia imagen como sociedades claramente libres y regidas por el
estado de derecho. La distinción entre legalidad e ilegalidad que
opera en el proceso de adquisición de tierras en un Estado-Co-

65 Acta del 3 de marzo de 1807, “An Act to prevent settlements being made
on lands ceded to the United States, until authorized by law”, en A
Century of Law-Making for a New Nation: Congressional Documents and De-
bates, 1774-1875, 9th Congress, 2nd Session (Washington, DC: Annals of
Congress, 1807), http://memory.loc.gov/cgi-bin/ampage?collId=llac&-
fileName=016/llac016.db&recNum=640.
66 Dick, The Lure of the Land, 53.
1 Ese dominio único y despótico 57

lonia es particularmente tensa e inestable. Requiere postular al


Estado como fuente legítima del derecho, reconociendo, e incluso
fomentando los mecanismos extralegales que lo hacen posible. Por
un lado, el Estado es proyectado como el originador de la ley, la
cual debe conferirle su validez y su especificidad respecto de otras
formas de coerción no estatales (que no han sido validadas públi-
camente y, por lo tanto, no pueden tener el estatus de ley). Pero
en sentido opuesto, el propio Estado debe surgir de una fuerza
extralegal, pues no existe una ley previa que pueda validar la propia
fundación. Siguiendo el lenguaje de Walter Benjamin, se trata de
un desplazamiento de la violencia que conserva la ley, a la violencia
que la instituye (de la rechtserhaltende a la rechtsetzend Gewalt).67 En
las colonias anglosajonas, la solución más frecuente consistió en
afirmar la validez de la fundación a través de un mecanismo recursivo,
aduciendo que el Estado actúa “como si” fuera la fuente de una
ley públicamente validada hasta el momento en que deviene un
Estado propiamente dicho (un punto en el horizonte que, por
supuesto, siempre está retrocediendo). El reclamar el monopolio de
la violencia legítima por parte del Estado tiene un carácter perfor-
mativo: esta afirmación es un acto que funciona para hacer que la
realidad se ajuste a la aspiración.
Consideremos la Ley de Intrusión [Intrusion Act] de 1807, que
se aplicó expresamente a los ocupantes ilegales de tierras públicas
ya adquiridas, es decir, la posesión ilegal dentro del ámbito existente
de la ley estadounidense. Sin embargo, dado que los ocupantes
ilegales, por definición, no observaban los límites de la ley, esta ley
estableció que habían sido encontrados en tierras “no reconocidas
ni confirmadas previamente por los Estados Unidos”. De modo
que eran ocupantes ilegales más allá de los límites territoriales de
los Estados Unidos pero, casi inexplicablemente, dentro del alcance
de la ley. Así, la ley confundía dos problemas diferentes. Una forma
de expresar esta tensión es a través de la distinción entre ilegalidad
y extralegalidad. Los ocupantes ilegales en tierras públicas estadou-
nidenses reconocidas y reclamadas estaban claramente ubicados

67 Walter Benjamin, “The Critique of Violence”, en Reflections: Essays,


Aphorisms, Autobiographical Writings (New York: Schocken Books, 1978),
277-300. Para una aplicación de la distinción de Benjamin a la violen-
cia colonial de Estados Unidos contra los pueblos indígenas, véase Joan
Cocks, “The Violence of Structures and the Violence of Foundings”, New
Political Science 34, no. 2 (2012).
58 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

dentro de la esfera de la ilegalidad –fácilmente reconocible y justi-


ciable por la ley–. Pero los ocupantes ilegales más allá de los límites
territoriales del Estado se encontraban en el campo de la extrale-
galidad. Sus actividades estaban “fuera” de la ley estadounidense
pero no necesariamente en conflicto con ella. El deslizamiento
entre estos dos campos es desconcertante desde un punto de vista
legal (por ejemplo, como un problema de justiciabilidad) pero re-
sultaba especialmente productivo y funcional para el proceso de
desposesión, ya que la prohibición de ocupar tierras “todavía no
reconocidas” dentro de los límites del Estado las presentaba como
tierras en espera de ser incorporadas, tierras públicas en potencia pero
aún no completamente actualizadas. De esta manera, las tierras más allá
de la frontera estaban simplemente en una etapa temporalmente
anterior al proceso recursivo de legitimación por el cual las tierras
públicas pasarían a ser subsumidas bajo la ley del Estado-coloniza-
dor, ya que incluso el territorio del que hablaba la ley (la metrópoli
colonizadora) no era más que tierras fronterizas cuasi-legales de
épocas anteriores convalidadas retroactivamente. Así, vemos a los
jueces y juristas de los Estados Unidos de principios del siglo XIX
luchando con el tema de la ilegalidad fronteriza no sólo como
un problema de aplicación sino de la legitimidad última de la ley.
Como reclamó un juez federal de Mississippi en una carta al presi-
dente James Madison: “¿Cómo se puede encontrar un jurado para
condenar a alguien por intrusión en el condado de Monroe, donde
todos son intrusos?”68
La solución a este problema fue incorporar una medida de
ilegalidad a la operación de la ley, una ilegalidad que, se espera-
ba, podría redimirse retroactivamente a través de un dispositivo
recursivo. A principios del siglo XIX, esto tomó la forma de la
preferencia [preemption]. La palabra preferencia se refiere a una priori-
dad o derecho previo de adquisición por parte de un reclamante
en particular, generalmente el ocupante. En el período colonial

68 Juez Harry Toulmin al presidente, 20 de enero de 1816, en The Territorial


Papers of the United States, Mississippi Territory, vol. 6, ed. Clarence Carter
(Washington, DC: Government Printing Office, 1938), 644-47, citado
en Dick, Lure of the Land, 53. Esto trae a la memoria la famosa frase de
la Ópera de los tres centavos de Bertolt Brecht, pronunciada por el crimi-
nal Macheath: “¿Qué es robar un banco comparado con fundar uno?”
Bertolt Brecht, The Threepenny Opera (1928; reimp., London: Methuen
Drama, 2005), Acto 3, Escena 3.
1 Ese dominio único y despótico 59

temprano, se refería a un derecho a la “primera ocupación” re-


clamado por una potencia europea frente a otras, asignando un
estatus especial al “descubridor” original de un nuevo territorio.
A raíz de la independencia de Estados Unidos, el Congreso Con-
tinental reconoció este principio y lo reformuló para aplicarlo a
los colonos de la frontera occidental. Esto otorgó a los ocupantes
ilegales el derecho a presentar la primera oferta sobre el territorio
que ocupaban, a menudo a un precio significativamente reducido,
siempre que hubieran habitado en la tierra durante un período de
tiempo determinado y la hubieran “mejorado” lo suficiente. En
el período entre la presentación de un reclamo inicial y la valida-
ción de ese reclamo a través de la compra, los ocupantes ilegales
eran considerados “inquilinos por periodo indeterminado” [tenant
at will].69 Si mejoraban lo suficiente la tierra y reunían el capital
suficiente para comprarla en una subasta, quedaban efectivamente
exonerados del delito de allanamiento. De lo contrario, el Estado
podía expulsarlos y vender las tierras a competidores más dignos.
De esta forma, se mantuvo una zona gris de ilegalidad dentro de
los límites de la propia ley bajo la forma de su aplicación retrasada
o tardía: la distinción entre un “ocupante ilegal” y un “inquilino
por periodo indeterminado” sólo podía conocerse a la luz de una
mirada retrospectiva.
Entre 1799 y 1838, se aprobaron treinta y tres leyes de pre-
ferencia especiales o temporales.70 Originalmente contenidas
69 Dick, The Lure of the Land, 51. Véase también William Lester, Decisions of
the Interior Department in Public Land Cases (Philadelphia, 1860), 28-30.
70 Para la composición de esta sección consulté la siguiente legislación del
congreso: Ordinance of April 23, 1784, en Journals of the Continental Con-
gress, 1774–1789, ed. Worthington C. Ford et al. (Washington, DC, 1904–
37), 26:275–79; Ordinance of May 20, 1785, en Journals of the Continental
Congress, 1774–1789, ed. Worthington C. Ford et al. (Washington, DC,
1904–37), 28:375–82; Ordinance of July 13, 1787, en Journals of the Con-
tinental Congress, 1774–1789, ed. Worthington C. Ford et al. (Washington,
DC, 1904–37), 32:332–43; Ordinance of May 26, 1790 (1st Congress), 1
Stat. 123; Act of March 3, 1801 (6th Congress), Ch. XXIII, 2 Stat. 112–14;
Act of April 25, 1812 (12th Congress), Ch. LXVIII, 2 Stat. 716–18; Act
of September 4, 1841 (27th Congress), Ch. XVI, 5 Stat. , 453–58; Act of
September 27, 1850 (31st Congress), Ch. LXXVI, 9 Stat. 496–500; Act of
July 17, 1854 (33rd Congress), Ch. LXXXIV, 10 Stat. 305–6; Act of July
22, 1854 (33rd Congress), Ch. CIIL, 10 Stat. , 308–10; Act of March 2,
1855 (33rd Congress), Ch. CXXXIV, 10 Stat. 626; Act of March 3, 1855
(33rd Congress), Ch. CCVII, 10 Stat. , 701–2; Act of May 20, 1862 (37th
Congress), Ch. LXXV, 12 Stat. 392–93; Act of March 3, 1865 (38th Con-
60 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

como cláusulas dentro de la legislación, cuya intención principal


era restringir la ocupación ilegal (por ejemplo, dentro de la Ley
de Intrusión de 1807), tales disposiciones se ampliaron y forma-
lizaron a lo largo de las décadas de 1820, 1830 y 1840. En 1830,
el Congreso aprobó la primera “Ley de preferencia” [Preemption
Act], que incluyó un perdón general para todos los habitantes de
las tierras ocupadas ilegalmente. Inicialmente destinada a ser una
medida temporal, sentó un nuevo precedente. En ese punto, los
colonos reconocieron que podían ignorar efectivamente la Ley de
Intrusión anterior, ya que había un alto grado de probabilidad de
que simplemente fueran exonerados por una legislación de prefe-
rencia posterior.71 En la práctica, pues, la extraña relación recursiva
entre las Leyes de Intrusión y Preferencia en realidad fomentó los
asentamientos ilegales. Para 1835, la Ley de preferencia se renovaba
con tanta frecuencia como las apropiaciones anuales.72
En 1841, las revisiones de la política de preferencia buscaron
eliminar su incómoda retroactividad. A partir de ese momento, el
Congreso ni siquiera consideró la ocupación anterior a la compra
como una transgresión per se bajo ciertas condiciones. Los “pobla-
dores” [homesteaders] (considerados ahora de forma más positiva)
tenían que ser cabeza de familia, viuda o un hombre soltero mayor
de veintiún años y ciudadano de los Estados Unidos (o solicitan-
te de la ciudadanía). No era lícito que ya poseyeran 320 acres o
más de tierra en ningún estado o territorio, y debían residir en la
parcela en cuestión y “mejorarla”.73 De esta manera, la Ley de pre-
ferencia no sólo dio una cobertura legislativa a la ocupación ilegal,
sino que mantuvo el ideal lockeano de condicionar la apropiación
a la buena reputación, la mejora y la suficiencia.

gress), Ch. CIX, 13 Stat. 530–32; Act of March 3, 1865 (38th Congress),
Ch. XXVII, 13 Stat. 541–63; Act of June 21, 1866 (39th Congress), Ch.
CXXVII, 14 Stat. 66–67; Act of March 3, 1873 (42nd Congress), Ch.
CCLXXVII, 17 Stat. 605–6; Act of March 3, 1875 (43rd Congress), Ch.
CXXXII, 18 Stat. 402–20; Act of February 2, 1887 (49th Congress), Ch.
CXIX, 24 Stat. 33–36 [“The Dawes Act”]; Act of March 3, 1891 (57th
Congress), Ch. DLXI, 26 Stat. 1095–103.Véase también Dick, The Lure of
the Land, 56; Lester, Decisions, 64-65.
71 Dick, The Lure of the Land, 56; Lester, Decisions, 64-65.
72 Roy Robbins, Our Landed Heritage:The Public Domain, 1776-1936 (New
York: Peter Smith, 1950).
73 Robbins, Our Landed Heritage, 89-90.
1 Ese dominio único y despótico 61

Los ocupantes ilegales, colonos e “inquilinos por periodo in-


determinado” llegaron así a tener una forma de derecho sui generis:
el derecho de preferencia cuasilegal, retroactivamente legitimado.
Por su parte, los “indios”, una figura híbrida racial-legal, tenían un
derecho (corolario del primero) que no por coincidencia también
fue llamado “preferencial”. En las décadas de 1820 y 1830, la ley
indígena americana codificó a los “Indios” como aquellos que no
poseían plenos derechos de soberanía y propiedad sobre la tierra.74
El suyo era un derecho sui generis de “ocupación” o “tenencia”
y, en este sentido, no era del todo diferente a los derechos de los
ocupantes ilegales. Sin embargo, la forma india de preferencia fue
el reflejo invertido de la otorgada a los colonos. Mientras que los
colonos poseían el derecho de preferencia para comprar, los indios
tenían el derecho de preferencia para vender. Este derecho de pro-
piedad truncado (es decir, el derecho a enajenar) fue, en efecto, uno
de los primeros “derechos indígenas”.
Esto no significa que los individuos una vez codificados
como “indios” nunca pudieran comprar tierras. Sin embargo, sí
requería que no pudieran poseer legalmente viviendas. Por ejem-
plo, la legislación de 1865 brindó por primera vez la posibilidad de
que algunos indios recibieran viviendas en virtud de la Homestead
Act [Ley de Asentamientos Rurales] de 1862.75 Un proyecto de
ley de apropiaciones de 1875 amplió y consolidó aún más esta
posibilidad, pero bajo el requerimiento explícito de que los indios
“abandonaran” sus “relaciones tribales” (incluida la provisión de
“pruebas satisfactorias de dicho abandono”).76 Una revisión de
1884 aclaró además que el gobierno federal mantendría en fideico-
miso las “propiedades indígenas” durante veinticinco años. La Ley
74 Véase Johnson v. M’Intosh; Robertson, Conquest by Law.
75 Sobre las posibilidades de asentamiento y asignación de tierras a los indios
véase: Act of March 3, 1865 (38th Congress), Ch. CIX, 13 Stat. 530–32;
Act of March 3, 1865 (38th Congress), Ch. XXVII, 13 Stat. 541-63; Ho-
mestead Act, 140-42.
76 Act of March 3, 1875 (43rd Congress), Ch. CXXXII, 18 Stat. 402-20.
La letanía de disposiciones de financiación para las “relaciones con los
indios” en este proyecto de ley de apropiaciones es un verdadero estudio
de la diversidad de relaciones entre los Estados Unidos y los indígenas en
ese momento. Incluye disposiciones de financiación específicas para la
“supresión de las hostilidades indias” en Montana; prestaciones educativas
y sociales y dinero para la subsistencia de los Seminole, Kickapoo, Navajo,
Apache y Sioux del Norte; la venta de bonos a los Pottawatomie y Choc-
taw; y el traslado forzoso de los Pia Ute.
62 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

Dawes entró en vigor en 1887 y durante los cuarenta y siete años


de su vigencia fungió como el mecanismo legislativo por el cual
aproximadamente 90 millones de acres adicionales de tierras de las
naciones indígenas fueron apropiadas y distribuidas a los colonos.
Se trata de un área más grande que la actual Alemania.77 En su ex-
tensa documentación de este proceso, el historiador David Chang
concluye: “La adjudicación combinó la conversión de la tierra en
propiedad privada y la incautación de esa propiedad privada de
manos de los indios”.78 En un sentido estricto y definitorio, pues,
los “indios” enajenaron los derechos de propiedad sobre la tierra,
mientras que los “colonos” los materializaron. Una sola persona
podía desempeñar ambos roles pero no al mismo tiempo: se era o
bien indio o bien colono.
Atender al movimiento Intrusión → Apropiación → Resi-
dencia, permite precisar y concretar qué significa decir que los
nuevos derechos de propiedad sobre la tierra “no dejaban lugar a
los indios” o “se basaban en su despojo y deshumanización”.79 Más
aún, podemos captar mejor la lógica recursiva del despojo que hizo
esto posible. En primer lugar, podemos observar en él una especie
de procedimiento autopropulsado que genera la posesión legal a
partir de incautaciones abiertamente extralegales. La combinación
de legalidad e ilegalidad inherente a esto se expresó en términos
tanto espaciales como temporales –una zona y un tiempo– que
eran la frontera y el período de espera entre la transgresión inicial
y la legitimación retrospectiva a través de la compra.80 Según los
propios criterios del Congreso, la incautación ilegal fue el meca-
nismo principal por el cual Estados Unidos expandió y consolidó
su sistema subyacente de títulos de propiedad: literalmente, el robo
produjo la propiedad.
En segundo lugar, esto nos da una idea clara de la relación re-
configurada entre Estado y mercado. Si bien la nueva república in-
77 Act of February 2, 1887 (49th Congress), Ch. CXIX, 24 Stat. 33–36
[“The Dawes Act”].
78 David Chang, “Enclosures of Land and Sovereignty”, Radical History Re-
view, no. 109 (Winter 2011): 108. También véase David Chang, The Color
of the Land: Race, Nation, and the Politics of Landownership in Oklahoma,
1832-1929 (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2010).
79 Fitzmaurice, Sovereignty, Property, and Empire, 189; véase también 172.
80 Patrick Wolfe ha llamado a este periodo de espera el “interludio letal”.
Patrick Wolfe, “Settler Colonialism and the Elimination of the Native”,
Journal of Genocide Research 8, no. 4 (2006): 393.
1 Ese dominio único y despótico 63

tentó desplegar los mecanismos tradicionales de control estatal para


contener los procesos socioeconómicos desatados en las décadas
posteriores a la independencia, enviando agentes militares y poli-
ciales para restringir a los ocupantes ilegales, esto resultó finalmen-
te inútil. Paradójicamente, el Estado era a la vez un agente central
de la formación del mercado y esclavo de él. El mercado de tierras
que se creó a lo largo del siglo XIX no surgió de la nada como
modelo de relaciones económicas autoorganizadas. Más bien, fue
una construcción generada tanto por el poder coercitivo del apa-
rato estatal como por intereses e individuos “privados”. Después de
todo, el nuevo mercado de tierras se basó en la conquista militar
de los pueblos indígenas, su expulsión forzosa de los territorios
en cuestión y su exclusión de jure y de facto del mercado a través
de una legislación diseñada explícitamente para garantizar que los
indígenas no pudieran competir con los colonos blancos cuan-
do llegaba el momento de (re)comprar tierras en una subasta. Al
mismo tiempo, sin embargo, los funcionarios estatales descubrieron
rápidamente que no podían contener o controlar por completo las
fuerzas del mercado una vez que éstas se afianzaron. No pudieron
controlar por completo a los ocupantes ilegales, ni la proliferación
de Clubes de Reclamaciones [Claims Clubs] que se coludieron
para reducir los precios de la tierra a través de licitaciones colecti-
vas, prácticas que ganaron mayor respetabilidad y protección legal
a través de organizaciones como la Asociación Nacional de Tierras
(fundada en 1844 por George Henry Evans) y el Partido Suelo
Libre (activo desde 1848 hasta 1851). ¿Qué era Estados Unidos,
después de todo, sino un club de reclamaciones particularmente
grande y bien armado? En suma, lo que encontramos es menos
un proceso de colonización impulsado por demandas estatales de
soberanía territorial o intereses económicos para la acumulación de
capital, que un complejo encuentro de ambos. Ambas dimensiones
estaban entretejidas dado que, por mucho que los funcionarios del
gobierno pudieran quejarse de las intrusiones de ocupantes ile-
gales, las ocupaciones eran el mecanismo principal por el cual el
Estado podía convertir las tierras fronterizas –un desierto externo
amenazante– en un recurso fiscal y un activo nacional.81

81 Para el hombre de la frontera, ya sea un colono regular o un intruso aven-


turero, la tierra no era un recurso fiscal sino un activo nacional potencial
que sólo su propia empresa e ingenio podían capitalizar para la nación”.
64 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

En tercer y último lugar, hemos comenzado a identificar el


mecanismo de transmisión por el cual el proceso de desposeimien-
to se convirtió en un fenómeno global. Aunque inicialmente des-
confiaron de seguir el modelo estadounidense, los administradores
coloniales británicos en otras regiones del mundo tomaron nota de
la riqueza y el poder que era capaz de generar.82 El nuevo mercado
de tierras, reconocieron, era inherentemente (no contingentemen-
te) expansionista y no podía ser controlado por acuerdos entre
gobernantes caballerosos. Uno se veía obligado a adaptarse o se
arriesgaba a ser arrastrado por la ola del “destino manifiesto”. Por
lo tanto, el proceso de desposesión comenzó en la nueva república
de los Estados Unidos presionando sobre los procesos de coloniza-
ción en otros lugares, remodelando la política de los asentamientos
anglosajones en todo el mundo en una forma cada vez más con-
vergente. Como dice John Weaver, “‘El impulso expansivo de la
cultura estadounidense’ no fue sólo estadounidense”. 83 Está más
allá del alcance del presente estudio proporcionar un tratamiento
completo de este complejo campo, pero serán útiles dos breves
ejemplos ilustrativos de Canadá y Aotearoa-Nueva Zelanda.

***
El éxito del modelo estadounidense de expansión territorial ejer-
ció presiones inmediatas sobre las colonias canadienses, que estaban
bajo la amenaza constante de ser superadas por la república del sur
desde la época de la Revolución y durante gran parte del siglo XIX.
Estados Unidos no sólo estaba más poblado y era más poderoso;
también era un destino más atractivo para muchos inmigrantes
europeos precisamente por la gran disponibilidad de tierras. Ade-
Chester Martin, Dominion Lands Policy, ed. Lewis Thomas (Toronto: Mc-
Clelland and Stewart, 1973), 118.
82 Mi comprensión de las dimensiones comparativas de estos procesos se
ha visto muy favorecida por el trabajo de Brenna Bhandar.Véase en par-
ticular Brenna Bhandar, “Possession, Occupation and Registration: Re-
combinant Ownership in the Settler Colony”, Settler Colonial Studies 6,
no. 2 (2016); Brenna Bhandar, “Title by Registration: Instituting Modern
Property Law and Creating Racial Value in the Settler Colony”, Journal
of Law and Society 42, no. 2 (2015); Brenna Bhandar, “Property, Law, and
Race: Modes of Abstraction”, UC Irvine Law Review 4, no. 1 (2014).
83 Weaver, The Great Land Rush, 19. Weaver está citando y corrigiendo a
Donald Worster, Dust Bowl: The Southern Plains in the 1930s (New York:
Oxford University Press, 1979), 87.
1 Ese dominio único y despótico 65

más, el ejemplo canadiense a menudo es contrastado con el de los


Estados Unidos. En parte esto se debe a que, al menos en la mayor
parte del país, el proceso de adquisición territorial operó a través de
una serie de tratados firmados entre funcionarios coloniales anglo-
sajones y líderes indígenas.84 Estos tratados vinieron en dos oleadas.
De 1871 a 1877, los Tratados del 1o al 7o aseguraron la mitad sur de
las provincias de las “praderas occidentales”. Después, entre 1899 y
1921, los Tratados del 8o al 11o incorporaron una vasta extensión de
tierra en la mitad norte de esas provincias, además de porciones de
lo que ahora son los territorios de la Columbia Británica, Ontario,
el Noroeste y Yukón. Dado que estos eran asuntos ceremoniales y
altamente formales entre los representantes oficiales de la Corona y
los de las respectivas naciones indígenas, parecen tener más que ver
con acuerdos entre naciones que con transacciones entre sujetos,
más con la soberanía que con la propiedad. En un aspecto, esto
es cierto. Se entendía que estos acuerdos operaban sobre la base
de una relación de nación a nación, y en muchos casos todavía
operan así. Considerado desde el punto de vista de la alta teoría
constitucional, el sistema de tratados que rige las relaciones indíge-
nas-canadienses ha sido considerado como un modelo de coopera-
ción y consentimiento.85 Pero desde la perspectiva de la economía
política, los modelos canadiense y estadounidense convergen de
manera importante.
Los administradores coloniales en la “América del Norte Bri-
tánica” habían entendido durante mucho tiempo que los acuerdos
entre soberanos prácticamente no tenían sentido si no podían tras-
ladar a un gran número de colonos a las regiones en disputa para,
en los hechos, desplazar la presencia de los pueblos indígenas y
anticiparse a la anexión de los Estados Unidos. Para ello necesi-
taban más que tratados entre soberanos: necesitaban propiedades.

84 Esto no es así en regiones importantes del país. En algunas partes del este
de Canadá, así como en la mayor parte de la Columbia Británica en el
oeste, no se firmaron tratados formales de este tipo. En este último caso,
se trata de un caso distinto, véase Paul Tennant, Aboriginal Peoples and Poli-
tics: The Indian Land Question in British Columbia, 1849-1989 (Vancouver:
University of British Columbia Press, 1990).
85 E.g. C.E.S. Franks, “Indian Policy: Canada and the United States Com-
pared”, en Aboriginal Rights and Self Government, ed. Curtis Cook y Joan
Lindau (Montreal: McGill-Queen’s University Press, 2000), capítulo 9; J.
R. Miller, Compact, Contract, Covenant: Aboriginal Treaty-Making in Canada
(Toronto: University of Toronto Press, 2009).
66 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

La propiedad sirvió tanto como un mecanismo legal para asegurar


materialmente el título de la Corona, como un incentivo econó-
mico para motivar al (re)asentamiento. Por lo tanto, aunque Las
Canadás conservaron un sistema político y legal diferente, no pasó
mucho tiempo antes de que los administradores se dieran cuenta
de que incrustarlo en un sistema de propiedad de tierra al estilo
estadounidense sería vital para mantener y expandir la América del
Norte británica.86
En gran medida, esto tomó la forma de una transición de un
sistema feudal y señorial de “concesión de tierras” a un sistema de
mercado de compraventa directa. Un momento temprano en esta
transición se produjo a fines de la década de 1830. En 1838 John
Lambton, primer conde de Durham, político whig y eventual-
mente gobernador general y alto comisionado de la Norteamérica
Británica, fue enviado a las colonias canadienses para investigar las
rebeliones de 1837-38. Acompañado por Edward Gibbon Wake-
field y Charles Buller, el trío finalmente presentó el Informe sobre
los asuntos de la América del Norte británica, comúnmente conocido
como el Informe de Lord Durham. Gran parte del informe conte-
nía recomendaciones para cambiar la estructura de gobierno de
Las Canadás, y en general se le atribuye el logro de un “gobierno
responsable” a través de la devolución del poder a las legislaturas
electas locales. Sin embargo, de lo que aquí debemos ocuparnos
son las secciones del Informe que tratan sobre la tenencia de la
tierra. En este frente, Lord Durham observó:
El sistema de Estados Unidos parece combinar todos los re-
quisitos principales para la mayor eficiencia. Es uniforme en
toda la vasta federación; es inmutable excepto por acción del
Congreso, y nunca ha sido alterado materialmente; facilita la
adquisición de nuevas tierras y, sin embargo, por medio del
precio, restringe la apropiación a las necesidades reales del
colono; es tan simple que se entiende fácilmente; prevé ins-
pecciones precisas y previene retrasos innecesarios; ofrece un
título instantáneo y seguro; y no admite favoritismo, sino que
distribuye la tierra pública entre todas las clases y personas en
términos exactamente iguales. Ese sistema ha promovido una

86 Lillian Gates, Land Policies of Upper Canada (Toronto: University of To-


ronto Press, 1968).
1 Ese dominio único y despótico 67

cantidad de inmigración y asentamientos de los que la historia


del mundo no ofrece otro ejemplo.87
En consecuencia, el informe recomendaba hacer la transición del
sistema canadiense de apropiación y distribución de tierras para
imitar el de los Estados Unidos. Dado que la nobleza terratenien-
te tenía un mayor control sobre Las Canadás que sobre la vecina
nación del sur, de orientación más republicana, esto tomó cierto
tiempo. Sin embargo, durante las siguientes décadas el sistema de
tierras públicas se transformó radicalmente. Para 1871, el nuevo
gobierno de Canadá formalizó esto en la Ley de Tierras de Domi-
nio [Dominion Lands Act], que fue ampliamente copiada de la Ley
de Asentamientos Rurales de los Estados Unidos de 1862.88 A par-
tir de ese momento, el sistema de propiedad territorial canadiense
comenzó a converger sustancialmente con el de Estados Unidos.
Una gran ironía de esta transición fue que, aunque el mode-
lo para un mercado de propiedad de la tierra provino de Estados
Unidos, los administradores coloniales en la América del Norte
británica (más tarde Canadá) desconfiaban de adoptarlo por temor
a ser superados por oleadas de ciudadanos estadounidenses que se
mudaban hacia el norte. En otras palabras, reconocieron que los
cambios de jure en el sistema legal de adquisición y distribución
de tierras podían conducir potencialmente a una anexión de facto
por parte de Estados Unidos.89 Los administradores coloniales bri-

87 Martin, Dominion Lands Policy, 119.


88 The Dominion Lands Act, 35 Vic. c.23 (1872). Había algunas diferen-
cias entre las dos legislaciones. La ley canadiense sólo se aplicaba a los
agricultores varones; permitía la compra de más tierras adyacentes que
la versión estadounidense y contenía disposiciones específicas contra el
asentamiento de tierras cerca de las líneas de ferrocarril u otras tierras
públicas clave. Martin, Dominion Lands Policy, especialmente el capítulo 7,
“The Free-Homestead System: The Background in the United States”,
116–27. Como desarrolla Martin: “Pero, en cualquier caso, la influen-
cia directa de Estados Unidos, por precepto y ejemplo, era demasiado
poderosa a principios de los años setenta para ser resistida. Su experien-
cia en el tratamiento de muchos de los mismos problemas a una escala
mucho mayor era una verdadera cantera para la política canadiense. No
sólo los principales problemas –expansión, transporte, asentamiento– eran
los mismos, sino que muchas de las políticas de las que se apropiaron, la
nomenclatura aplicada o mal aplicada a ellos, las analogías generalmente
falsas y engañosas que se citaban para el control federal, se encontraban ya
hechas en los Estados Unidos”. Martin, Dominion Lands Policy, 117.
89 Gates, Land Policies of Upper Canada, especialmente capítulos 14-16.
68 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

tánicos conocían bien esto porque era precisamente lo que estaban


tratando de hacer vis-à-vis los pueblos indígenas. Tal como había
ocurrido al sur de la frontera recién formada, la propiedad de la
tierra incentivó la movilización masiva de colonos euroestadouni-
denses y, también como en el caso de Estados Unidos, el cambio
demográfico tuvo un efecto correspondiente en la interpretación
legal. A medida que los “derechos de los tratados” de los pueblos
indígenas entraron cada vez más en conflicto con las leyes públi-
cas y privadas de los colonos anglosajones, fueron vaciándose y
subordinándose cada vez más a los intereses de los colonos.90 En
resumen, la desposesión no se produjo a través de macroafirma-
ciones de soberanía, sino a través de prácticas a nivel micro que
operaron para desmantelar una infraestructura de vida y sustituirla
por otra.91 Por debajo y más allá de los acuerdos codificados en los
tratados, los administradores canadienses trabajaron para destruir la
base económica de las sociedades indígenas, utilizando el hambre
para someterlas.92 También fue en este momento preciso que la
legislación codificó la categoría legal-racial de “indio”, que incluía
restricciones de propiedad para aquellos que no estaban dispuestos
a adoptar las formas europeas o no eran aptos para el derecho al
voto.93 Juntas, estas medidas produjeron varias oleadas de resistencia,
incluida la Rebelión de Red River en 1869-70 y la Rebelión del
Noroeste en 1885 por los pueblos Métis, Cree y Assiniboine. Estos
movimientos de resistencia fueron derrotados por las fuerzas mi-
litares y policiales canadienses y, nuevamente siguiendo el modelo
estadounidense establecido en las guerras de Dakota, condujeron

90 Sidney Harring, White Man’s Law: Native People in Nineteenth-Century


Canadian Jurisprudence (Toronto: University of Toronto Press, 1998).
91 Cole Harris, “How Did Colonialism Dispossess? Comments from an
Edge of Empire”, Annals of the Association of American Geographers 94, no.
1 (2004).
92 Sarah Carter, Lost Harvests: Prairie Indian Reservation Farmers and Govern-
ment Policy (Montreal: McGill-Queen’s University Press, 1990); Daschuk,
Clearing the Plains.
93 An Act to Encourage the Gradual Civilization of Indian Tribes in This
Province, and to Amend the Laws Relating to Indians, 20 Vic. c.26 (1857);
An Act Respecting the Civilization and Enfranchisement of Certain In-
dians, 22 Vic. c.9 (1859); An Act to Amend and Consolidate the Laws
Respecting Indians (1876) [“The Indian Act”]. He analizado este proceso
de “emancipación obligatoria” en Nichols, “Contract and Usurpation”.
1 Ese dominio único y despótico 69

a la mayor ejecución masiva pública en la historia de Canadá: los


ahorcamientos de Battleford.94
En Las Canadás, esta forma híbrida pública/privada de des-
pojo recibió pleno respaldo judicial a través del caso St. Catharines
Milling and Lumber Co. v.s R (1888). En ese caso, la mayoría (citan-
do explícitamente a Vattel, Montesquieu y Adam Smith) sostuvo
que el título de propiedad indígena debía entenderse como “mera
ocupación con fines de caza”. No debía ser tomado en el sentido
de plena tenencia, pues los pueblos indígenas “carecen de la idea
de un título de propiedad sobre el suelo mismo. Más que habitar
la tierra, la ocupan”. En una sucinta articulación de la lógica “ne-
gativa” de los intereses de propiedad de los indígenas, el tribunal
concluyó que el título aborigen era “un derecho que no se trans-
fiere sino que se extingue”.95 El tribunal atribuyó a los “indios”
un derecho determinado que sólo podía actualizarse mediante la
enajenación. La opinión disidente ni siquiera discutió la naturaleza
negativa subyacente del título aborigen. El juez J.A. Patterson se
opuso a la mayoría, sosteniendo que los pueblos indígenas debían
ser “admitidos como ocupantes legítimos del suelo, con un dere-
cho legal y justo a mantener la posesión del mismo, y a utilizarlo
según su propio criterio”. Incluso sostuvo que “en cierto sentido”
esto constituía una forma de soberanía. Sin embargo, cuando se le
pidió que explicara este “cierto sentido”, Patterson aclaró que sólo
quería decir que los pueblos indígenas “podían vender o transferir
[la tierra] al soberano que la descubriera”. Se les seguía “negando
la autoridad para disponer de ella a cualquier otra persona, y hasta
que se produjera dicha venta o transferencia se les permitía ocu-
parla como soberanos de facto”.96 Ésta siguió siendo la principal
decisión legal sobre los títulos aborígenes en Canadá hasta la dé-
cada de 1970.

94 Ocho hombres indígenas fueron colgados: Kah-Paypamahchukways


(Espíritu Errante); Pah Pah-Me-Kee-Sick (Caminante del Cielo); Man-
choose (Mala Flecha); Kit-Ahwah-Ke-Ni (Hombre Miserable); Nahpa-
se (Cuerpo de Hierro); A-Pis-Chas-Koos (Pequeño Oso); Itka (Pierna
Torcida); Waywahnitch (Hombre sin Sangre). Para un análisis desde una
perspectiva indígena, véase Howard Adams, Prison of Grass: Canada from a
Native Point of View, 2a ed. (Markham, ON: Fifth House Books, 1989).
95 St. Catherines Milling and Lumber Company v.The Queen, v. R, CanLII
3, 13 SCR 577 (1887), UKPC 70, 14 App Cas 46 (1888), 49. También
véase Harring, White Man’s Law, capítulo 6.
96 St. Catharines Milling, 69.
70 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

***
La convergencia de los modos de despojo estadounidenses y bri-
tánicos no se limitó a Norteamérica. Más bien, como señala John
Weaver, a medida que las colonias pasaron de las concesiones de
tierras a la venta de las mismas, las diferencias entre la colonización
británica y la estadounidense acabaron por “consistir principal-
mente en detalles instrumentales; ya no expresaban una divergen-
cia fundamental en las convicciones sobre la tierra, el orden social
y el poder”.97
El caso de Aotearoa-Nueva Zelanda ilustra aún mejor este
punto.98 Aunque los europeos tenían conocimiento de las islas
neozelandesas desde el siglo XVII, los esfuerzos concertados por
colonizarlas no comenzaron hasta principios del siglo XIX. Al
principio, los colonos británicos quedaron impresionados por el
nivel de desarrollo sociocultural de los Maoríes, comparándolos
favorablemente con los aborígenes australianos, a los que tenían
en menor consideración. La práctica generalizada de la agricul-
tura entre los Maoríes, que los británicos consideraron un signo
de desarrollo civilizatorio, era especialmente importante. En con-
secuencia, los administradores coloniales británicos aceptaron en
general que los Maoríes tenían derechos de propiedad sobre la
tierra y que Nueva Zelanda no era, en ningún sentido significativo,

97 Weaver documenta los principales pasos de la transición hacia la com-


praventa en Canadá.Weaver, The Great Land Rush, especialmente 213-14.
Sobre la convergencia específica de las leyes de propiedad, véase John
McLaren, A. R. Buck, y Nancy Wright, eds., Despotic Dominion: Property
Rights in British Settler Societies (Vancouver: University of British Colum-
bia Press, 2005). Sobre la convergencia más general de los métodos impe-
riales estadounidenses y británicos, véase Julian Go, Patterns of Empire:The
British and American Empires, 1688 to the Present (Cambridge: Cambridge
University Press, 2011).
98 En esta sección me baso en el trabajo de los historiadores Stuart Banner,
James Belich y Miranda Johnson.Véase Stuart Banner, Possessing the Pacific:
Land, Settlers, and Indigenous Peoples from Australia to Alaska (Cambridge,
MA: Harvard University Press, 2007), especialmente los capítulos 2 (“New
Zealand: Conquest by Contract”, 47-83) y 3 (“New Zealand: Conquest
by Land Tenure Reform”, 84-127); James Belich, New Zealand Wars and
the Victoria Interpretation of Racial Conflict (London: Penguin, 1998); Mi-
randa Johnson, The Land Is Our History (Oxford: Oxford University Press,
2016).Véase también P. G. McHugh, Richard P. Boast, y Mark Hickford,
Law and Confiscation: Essays on the Raupatu in New Zealand (Wellington,
NZ:Victoria University of Wellington, 2016).
1 Ese dominio único y despótico 71

una tierra vacante o no reclamada. Como informó Ernist Dieffen-


back en 1843 “Cada centímetro de tierra en Nueva Zelanda tiene
su propietario”.99 El resultado de este reconocimiento fue que el
gobierno colonial británico expandió allí su territorio, principal-
mente mediante la adquisición de tierras a través de la compra
–adquisición por acuerdo– y no por “mera ocupación”.
Dentro de este marco general, quedaban dos graves obstá-
culos. En primer lugar, como explica el historiador Stuart Banner,
aunque los británicos reconocían en general que los Maoríes te-
nían un cierto sistema de propiedad preexistente, la diferencia radi-
cal de ese sistema seguía eludiéndolos y frustrándolos. Los Maoríes
no solían asignar los derechos de propiedad de la tierra mediante
un sistema de “cuadrícula” geoespacial, como era habitual en el
mundo anglófono. Un maorí no podía “poseer” individualmente
una zona discreta y distinta del espacio para ejercer allí un con-
trol exclusivo. En cambio, los derechos de propiedad se asignaban
tradicionalmente sobre una base funcional. Los individuos –o más
comúnmente las familias– podían reclamar la propiedad de un de-
terminado tipo de actividad dentro de un contexto delimitado, por
ejemplo el derecho a pescar en este arroyo, o a recoger frutos de
aquel árbol en cierta época del año, etc. Dado que los derechos de
propiedad eran funcionales de este modo, se superponían y coexis-
tían en el mismo espacio geográfico. Además, como normalmente
se repartían en función de los linajes familiares, la recitación de la
genealogía era más importante para la reconstrucción de los de-
rechos propios que las técnicas geoespaciales británicas de delimi-
tación, cercamiento y mapeo. Los colonos británicos de la época
frecuentemente expresaron su frustración ante su incapacidad para
comprender la miríada de reclamaciones de propiedad dentro de
un mismo espacio, y en particular ante la dificultad para agruparlas
de modo que se pudiera adquirir un control total sobre todos los
objetos y actividades dentro de una misma zona del espacio (como
era su propia costumbre). Como se quejó E. G. Wakefield ante una
comisión de la Cámara de los Comunes: “El derecho de propiedad
individual nunca ha existido en Nueva Zelanda”.100
99 Banner, Possessing the Pacific, 59.
100 Banner, Possessing the Pacific, 57, citando de BPPNZ, I Commons 42,W. L.
Rees, Reports of Meetings Held, and Addresses Given, by Mr. W. L. Rees, in
Poverty Bay and Tologa Bay, upon the Subject of Native Lands (Gisborne:
Henry Edwin Webb, 1879).
72 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

El segundo problema era determinar el alcance de las reivin-


dicaciones territoriales maoríes. Aunque muchos administradores
coloniales británicos estaban dispuestos a admitir que los Mao-
ríes poseían derechos sobre la tierra que no podían ser revocados
unilateralmente sin alguna causa, no estaban de acuerdo en si se
extendían a toda Nueva Zelanda o sólo a las partes que los Maoríes
estaban ocupando físicamente y “mejorando” en el momento del
contacto con la Corona. Incluso el Tratado de Waitangi de 1840,
que pretendía aclarar estas cuestiones, mantuvo una considerable
ambigüedad en este punto. Si bien confirmaba que los Maoríes
debían disfrutar de la “plena posesión exclusiva e inalterada” de sus
tierras, no especificaba qué tierras entraban en esa denominación.
A finales de la década de 1840, el consenso general entre las élites
coloniales británicas era que los Maoríes sólo podían reclamar la
verdadera “posesión” de las tierras que habían cercado y cultivado
al estilo lockeano. Como expresó el conde Grey, nuevo secretario
de Estado para las colonias en 1846, los Maoríes tenían derechos
legítimos “a la parte del suelo que realmente ocupaban”, es decir,
donde “practicaban hasta cierto punto un tipo rústico de agricul-
tura”. Esto, tenía en claro, era muy limitado:“Los habitantes salvajes
de Nueva Zelanda no tenían ningún derecho de propiedad sobre la
tierra que no ocupaban”.101 Al final, pues, el gobierno colonial re-
conoció algunos derechos Maoríes sobre la tierra, pero sólo según
un criterio británico estrecho.102
Después de la década de 1840, la estrategia cambió con el fin
de afirmar los derechos de los Maoríes sobre la tierra así como para
asegurar el mecanismo de transferencia por compra directa. Para

101 Banner, Possessing the Pacific, 62.


102 Algunos comentaristas recientes han tratado de reducir la brecha entre
estas dos tradiciones. Como dijo un juez neozelandés, tratando de expli-
car las posibles coincidencias entre el sistema de derecho consuetudinario
inglés y el de los Maoríes: “Siempre me ha llamado la atención, por ejem-
plo, que incluso en el habla de los ingleses, lo que dicen no es necesaria-
mente lo que cree su propia sociedad como cuerpo político. Por ejemplo,
no sé si usted es dueño de su propia casa, pero si lo fuera y le preguntara
‘¿es usted dueño de su propia casa?’, probablemente respondería ‘Sí, soy dueño
de mi propia casa’. [...] Sin embargo, según el sistema de creencias subya-
cente, usted simplemente tiene el “dominio simple” [...]. La tiene bajo
concesión de la Corona, que tiene una mayor autoridad sobre usted. [...]
Usted tiene el derecho de usarla, pero no su dueño absoluto, no es un
título alodial. Hay algo más grande por encima de usted”. Johnson, The
Land Is Our History, 150-51.
1 Ese dominio único y despótico 73

1865 esto incluyó la compra directa a particulares; ya no requería el


consentimiento colectivo de la tribu (a pesar de que para entonces
los británicos habían comprendido que los derechos de propiedad
de los Maoríes no estaban individualizados de tal manera que un
individuo en particular pudiera vender un espacio geográfico por
sí mismo). El resultado fue un confuso desorden de compras que
generó apelaciones casi interminables. De los 9,3 millones de acres
de tierra originalmente sometidos a revisión por los tribunales de
disputa, se consideró que 8,8 millones de acres habían sido transfe-
ridos indebidamente.103
En respuesta a esta confusión, la Corona comenzó a hacer
valer su derecho de preferencia de manera más agresiva. Impu-
so efectivamente un monopolio sobre las ventas, prohibiendo a
los colonos realizar compras privadas directamente a los Maoríes.
Esto generó enormes beneficios financieros para la Corona, que
obtuvo cuantiosas ganancias sirviendo como intermediario en las
ventas de tierras entre los colonos y los Maoríes en las décadas de
1840 y 1850. Esto también significó, sin embargo, que los colonos
estuvieran incentivados a eludir el sistema y comprar más barato
directamente a los Maoríes, sin intervención colonial (y sin im-
puestos sobre la venta). Al mismo tiempo, la Corona trabajó duro
para evitar que los Maoríes formaran una sola organización que
pudiera controlar y regular las ventas. Los funcionarios coloniales
británicos eran muy hábiles para enfrentar a una tribu con otra,
una política que a menudo incluía la venta de armas a grupos
enemigos.
Los Maoríes reconocieron que el monopolio británico sobre
la venta era una gran desventaja para ellos, y que si podían coordi-
nar un monopolio similar podrían ralentizar el proceso de apropia-
ción de tierras y ejercer un control más efectivo sobre él. Con este
fin, diferentes grupos tribales maoríes comenzaron a converger y
coordinarse de tal manera que, a fines de la década de 1850, pudie-
ron orquestar una moratoria efectiva sobre la venta de tierras en la
Isla Norte. En respuesta directa a esto, los británicos cambiaron de
táctica de dos maneras importantes. Primero, alteraron el mercado
de tierras. Después de 1865, las autoridades coloniales comenzaron
a imponer aranceles elevados a las transacciones de tierras. Se es-
peraba que los vendedores maoríes pagaran estos costos indirectos,

103 Banner, Possessing the Pacific, 67.


74 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

lo que socavaría severamente sus ganancias y su capacidad de ne-


gociación. En contraste, el gobierno subvencionó artificialmente el
proceso en el lado de los compradores, impidiendo que los Mao-
ríes traspasaran los nuevos costos a los colonos. La segunda táctica
se tomó prestada de un libro de jugadas imperial muy antiguo. Los
funcionarios coloniales británicos vendieron mosquetes a las tribus
maoríes favorecidas, al tiempo que impusieron una moratoria en
las ventas a quienes se resistían a las nuevas medidas mercantiles.
Las asimetrías militares resultantes generaron una intensa rivalidad
entre los Maoríes y, finalmente, la guerra. Hasta cierto punto, esto
fue una continuación de una estrategia más antigua. Entre 1807 y
1845, ya se habían librado unas tres mil batallas entre varios grupos
maoríes en las llamadas Guerras de los Mosquetes. Sin embargo,
esto se intensificó nuevamente en la década de 1860, cuando los
británicos se concentraron en desbaratar los esfuerzos de los líderes
maoríes para detener las ventas de tierras a través del “movimiento
King”. Cuando finalmente estalló la guerra a gran escala, un co-
mentarista maorí, Teni te Kopara, resumió “la causa y el mal” en
una sola palabra: “tierra”.104
El efecto general de esta doble estrategia fue devastador para
los Maoríes, pues perdieron el control sobre la gran mayoría del
territorio con escasos beneficios monetarios.105 Los funcionarios
coloniales británicos podían presumir en dos frentes. Habían ad-
quirido casi la totalidad de Nueva Zelanda y no lo habían hecho
por la fuerza y ​​la conquista, sino por contrato y compra. Si los
Maoríes estaban resentidos o arrepentidos, esto se interpretó como
un síntoma de su propio fracaso en la transición a la realidad eco-
nómica moderna. Como explicó el Fiscal General Robert Stout,
el despojo de los Maoríes se debió al hecho de que “los nativos no
pueden igualar a los europeos en la compra, la venta y otras cosas;

104 Banner, Possessing the Pacific, 83.


105 No hay que subestimar la violencia y la incertidumbre de este prolonga-
do período de guerra. Como ha demostrado ampliamente James Belich,
las visiones victorianas de una victoria tranquila y segura de los pueblos
“civilizados” sobre los “salvajes” son históricamente inexactas. Durante
largos periodos de tiempo, en muchos conflictos del siglo XIX, los Mao-
ríes tuvieron la sartén por el mango. Sólo en la guerra de Waikato de
1863-64, cuando los británicos enviaron dieciocho mil soldados más, los
Maoríes se vieron obligados a someterse. Belich, New Zealand Wars.
1 Ese dominio único y despótico 75

no han pasado por ese largo proceso de evolución por el que ha


pasado la raza blanca”.106
En menos de cien años, los colonizadores británicos habían
logrado simultáneamente convertir el régimen de propiedad sub-
yacente de Aotearoa y transferir la propiedad sobre sus tierras.
Como sostiene Banner, si pudieron hacer esto fue en virtud de
dos atributos que poseían los británicos y de los que carecían
los Maoríes. Primero, los británicos pudieron organizarse efecti-
vamente como un solo actor dentro del mercado emergente de
tierras, mientras que los Maoríes se dividieron en varias unidades
más pequeñas. Esto generó una asimetría estructural en la relación
de negociación, de modo que en el largo plazo la transferencia fue
unidireccional. Esto parecería ser un atributo del propio sistema
de mercado. Sin embargo, en última instancia fue generado por un
segundo atributo extraeconómico. Como señala Banner:
El mercado tenía ese aspecto porque los británicos eran lo
suficientemente poderosos como para diseñarlo y rechazar los
esfuerzos de los Maoríes por imponer una estructura diferente.
Ese poder se basaba en la superioridad militar y tecnológica
que permitía a los Estados europeos colonizar gran parte del
mundo y no al revés. Los británicos tuvieron la fuerza para
seleccionar exactamente qué derechos de propiedad aplicarían
y cómo se aplicarían.107
Como resultado, aunque el proceso de despojo en Nueva Zelanda
operó principalmente a través de un mecanismo de mercado, no
fue menos un efecto de la fuerza coercitiva de las guerras y robos
más abiertamente declarados que caracterizaron los casos de Aus-
tralia o Estados Unidos. En los hechos, los británicos construyeron
un conjunto de instituciones legales, políticas y económicas en
las que los Maoríes literalmente no podían negarse a enajenar sus
derechos. El consentimiento era legible sólo como aceptación de
este sistema de autoextinción.

***
El análisis anterior proporciona ejemplos específicos y concretos
de cómo el surgimiento del sistema de propiedad de la tierra en
106 Banner, Possessing the Pacific, 125.
107 Banner, Possessing the Pacific, 126-27.
76 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

Estados Unidos, Canadá y Nueva Zelanda, llegó a servir como una


herramienta de despojo en esos lugares. Sin embargo, estos ejem-
plos no son exhaustivos ni en detalle ni en alcance. Se podría decir
mucho más sobre cada caso, y los casos podrían ampliarse para
incluir (al menos) Australia o Sudáfrica. Sin embargo, el análisis que
hasta aquí he ofrecido es suficiente para los objetivos inmediatos de
mi argumento, pues he sustentado dos cosas relevantes. En primer
lugar, ahora se puede observar fácilmente que a pesar del campo
internamente complejo y heterodoxo del pensamiento legal y polí-
tico de los colonizadores anglosajones, se puede observar un efecto
relativamente uniforme con respecto al impacto que estos procesos
tuvieron en los pueblos indígenas. Si bien los Estados Unidos, Ca-
nadá y Nueva Zelanda tuvieron modos formales muy diferentes de
autorizar y fundamentar sus reclamos legales sobre el territorio, la
situación real experimentada por los pueblos indígenas en estos di-
ferentes lugares revela un parecido considerable. Esto es importante
porque ofrece una réplica importante a la preocupación de que la
crítica anticolonial impone una falsa uniformidad y coherencia en
el pensamiento político y legal occidental, deslizándose así “hacia
el tipo de universalismo racionalista que denuncia”.108 En este caso,
el problema no radica en la uniformidad de las afirmaciones de jure,
sino en las materializaciones convergentes de facto. Esto no puede
entenderse sin tener en cuenta lo político. Tampoco sin reorientar
el punto de vista que uno impone sobre la totalidad, ni incluir las
perspectivas indígenas (puntos que se desarrollan con mayor detalle
en el capítulo 3).
Por lo demás, ahora estamos en una mejor posición para
entender por qué en los hechos hay dos contextos y dos linajes
conceptuales detrás del lenguaje de la desposesión: uno europeo y
otro anglocolonial. En el primero, la desposesión opera como una
herramienta conceptual para describir y criticar la transición del
feudalismo al capitalismo. En este último, sirve para analizar cómo
la expansión de los sistemas angloeuropeos de propiedad de la tie-
rra funcionó como herramienta del “robo legalizado” en la apro-

108 “Una paradoja de la crítica poscolonial al liberalismo, y de su crítica al


pensamiento político occidental en general, es que defiende una com-
prensión política y jurídica europea relativamente coherente de la so-
ciedad internacional y del mundo no europeo, y al hacerlo se desliza
precisamente hacia el tipo de universalismo racionalista que denuncia”.
Fitzmaurice, Sovereignty, Property, and Empire, 13.
1 Ese dominio único y despótico 77

piación del territorio indígena. A través de los diversos métodos y


técnicas desplegados, los colonos anglosajones lograron adquirir
aproximadamente 9,89 millones de millas cuadradas de tierra tan
sólo en el transcurso del siglo XIX. Es decir que en sólo cien años
se hicieron del equivalente a aproximadamente el 6 por ciento
de la tierra total en la superficie del planeta: es el acaparamiento
de tierras más grande y significativo de la historia humana.109 Sin
embargo, sigue existiendo una complicación adicional. Estas no
son historias paralelas que transcurren aisladas unas de otras, sino
que están entrelazadas y son, en la práctica, co-constituyentes. Así
pues, debemos acometer la tarea de pensarlas de manera conjunta.
Tal es el objetivo del próximo capítulo.

109 Véase también Weaver, The Great Land Rush.


2 Marx. Después del festín

La reflexión en torno a las formas de la vida humana, y


por consiguiente el análisis científico de las mismas, toma
un camino opuesto al seguido por el desarrollo real.
Comienza post festum y, por ende, disponiendo ya de los
resultados últimos del proceso de desarrollo. Las formas
que ponen la impronta de mercancías a los productos del
trabajo y por tanto están presupuestas por la circulación de
mercancías, poseen ya la fijeza propia de formas naturales
de la vida social, antes de que los hombres procuren
dilucidar no el carácter histórico de esas formas –que, más
bien, ya cuentan para ellos como algo inmutable– sino su
contenido.
— Karl Marx, El capital*

En su obra maestra de 1944, La gran transformación, Karl Polanyi


analizó el papel que la “comercialización del suelo” desempeñó
en el surgimiento del capitalismo moderno. Como bien señaló,
esto requirió una transformación única y perturbadora en las
relaciones humanas con la tierra: “Lo que llamamos tierra es un
elemento de la naturaleza inextricablemente entrelazado con las
instituciones del hombre. Aislarla y crear un mercado para ella fue
quizás la más extraña de las empresas de nuestros antepasados”.1
En el capítulo anterior, traté de demostrar que este proceso iden-
tificado por Polanyi dio lugar a un nuevo vocabulario conceptual,
en el que la muy antigua terminología de la desposesión, expro-
piación y dominio eminente adquirió fines nuevos y críticos.
Los debates en torno a la transición del feudalismo al capitalismo

* El capital. Crítica de la Economía Política. Tomo 1. (Buenos Aires: Siglo XXI,


1975), 92.
1 Polanyi, The Great Transformation, 187.
80 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

en Europa occidental proporcionan por lo tanto el primer contex-


to en el que tuvo lugar la radicalización política de la desposesión.
Como vimos, sin embargo, hay en juego un segundo linaje de la
desposesión. A medida que las sociedades coloniales anglosajonas
se expandieron y consolidaron su dominio sobre las tierras indí-
genas más allá de Europa, la desposesión también pasó a operar
como una herramienta de análisis teórico-crítico en relación con
el colonialismo y sus fuerzas de desplazamiento y dominación.
Aunque estos dos linajes de la desposesión son analíticamen-
te distintos, también han estado prácticamente entrelazados desde
siempre. Por lo tanto, es necesario considerar cómo podríamos
componer una relación entre ellos. Esta tarea se complica por el
hecho de que los análisis existentes de estos procesos han tendido
a tomar el segundo campo como una mera aplicación o extensión
del primero. Por ejemplo, aunque Polanyi se refiere al “ámbito de
la colonización moderna” como el sitio donde “se pone de mani-
fiesto” el “verdadero significado” de la comercialización del suelo,
no se detiene a reflexionar sobre los considerables desafíos que
conlleva la transposición de un contexto a otro.2 Del mismo modo,
cuando el historiador inglés E.P. Thompson busca dar sentido al
gran “cercamiento de los bienes comunes” en la Europa moderna
temprana, hace también una referencia circunstancial al colonialis-
mo, sin detenerse a apreciar el carácter distintivo de este proceso
específico.3 También podemos señalar el influyente El nomos de la
tierra, de Carl Schmitt, que presenta el acaparamiento de tierras
(Landnahme) como constitutivo del surgimiento del orden global
moderno, pero trata al mundo no europeo como una mera hoja
en blanco sobre la que se calcan los modos europeos de organi-
zación territorial.4 En cada una de estas contribuciones altamente
2 Polanyi, The Great Transformation, 187.
3 Para un estudio y crítica del lenguaje del “cercamiento” aplicado al con-
texto colonial, véase mi conclusión.
4 The Nomos of the Earth in the International Law of the Jus Publicum Euro-
paeum, trad. G. L. Ulmen (New York: Telos, 2006); Der Nomos der Erde
im Völkerrecht des Jus Publicum Europaeum, 2nd ed. (Berlin: Duncker &
Humblot, 1974). El nomos es, según Schmitt, “la primera medida de
todas las medidas subsecuentes” (Schmitt, The Nomos of the Earth, 67).
Schmitt diferencia esto en dos aspectos clave: Landnahme y Landteilung, o
apropiación y distribución de la tierra. Sin embargo, en un ensayo pos-
terior, lo amplía a la configuración tripartita de apropiación, distribución
y producción. La apropiación se refiere a la adquisición o toma original
(Nehmen) de la tierra, cómo llega a estar bajo la jurisdicción de un orden
2. Marx. Después del festín 81

influyentes al estudio de la tierra como objeto de la teoría política


y jurídica, el mundo colonial se presenta como un campo de apli-
cación. Correspondientemente, el vocabulario conceptual que se
deriva de sus respectivos estudios (comercialización, cercamiento y
acaparamiento de tierras) se desarrolla inicialmente para nombrar
algunos rasgos del desarrollo histórico intraeuropeo. Así, el mundo
colonial es tratado como un ejemplo al que se aplican los conceptos
originales, y no tanto como un contexto del que puede surgir un
vocabulario cercano y sin embargo distinto.
En lugar de seguir este modelo, he argumentado que debe-
mos considerar los dos linajes de desposesión como analíticamente
distintos pero prácticamente entrelazados. Si esta es una empresa
mínimamente posible, falta clarificar cómo podremos articular la
relación entre ellos de tal manera que retengamos sus características
distintivas y al mismo tiempo resaltemos sus conexiones. Desde mi
punto de vista, un recurso invaluable para hacer esto es la tradición
dialéctica de la teoría crítica, en particular de Marx y el marxismo.
Esto no significa que podamos simplemente adoptar a mansalva el
marco de análisis de la teoría crítica. Haciendo eco de las palabras
de Frantz Fanon, tal marco siempre debe ser “ligeramente exten-
dido”.5
El giro hacia esta tradición analítica está motivado, en parte,
por el hecho de que la dialéctica se ocupa muy comúnmente de la
relación “conexión/distinción”. Este capítulo emprende tal tarea
considerando varias relaciones de conexión/distinción que son de
relevancia directa para las preocupaciones centrales de este libro,

político particular; la distribución se refiere a la forma de división interna


(Teilen) dentro de ese orden; y la producción es el trabajo realizado en
y para la tierra (la palabra de Schmitt para esto es Weiden, literalmente
pastoreo). Así pues, se dice que Nehmen, Teilen y Weiden son los tres mo-
dos fundamentales de relación con la tierra que subyacen a cualquier
orden espacial (o nomos) concreto, enumerados en orden cronológico y
normativo descendente. La apropiación originaria debe tener lugar antes
de la división interna, que a su vez establece las posibilidades de la pro-
ducción. Extrapolando a Schmitt, también podríamos pensar la “tierra” a
partir de estos tres puntos de vista diferentes: como extensión espacial o
jurisdiccional de la soberanía y el derecho público, como objeto jurídico
del derecho privado, y como objeto de valor de uso y/o valor de cambio.
En resumen: soberanía, propiedad y economía.
5 “Por eso, los análisis marxistas deben ser siempre ligeramente extendidos
[légèrement distendues] cuando se trata de abordar la cuestión colonial”.
Frantz Fanon, The Wretched of the Earth (New York: Grove, 2004 ), 5.
82 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

incluyendo la relación entre la ley general de acumulación y la


acumulación primitiva (secciones I y II), entre la explotación y la
expropiación (secciones II y III) y entre el trabajo y la tierra (sec-
ción IV). Sin embargo, más allá de estas contribuciones sustantivas,
el pensamiento dialéctico es útil aquí en razón de su involucra-
miento metodológico con la recursividad.
La forma en que relacionamos distintos procesos históricos
tales como las formas de despojo intra y extraeuropeas, depen-
de en parte de qué contextos históricos tomamos como sus casos
paradigmáticos o “clásicos” y, por implicación, qué otros casos to-
mamos como derivados o secundarios. A su vez, esta priorización
es función de la eficacia histórica de estos mismos procesos en la
generación del horizonte contemporáneo de sentido. Así, nuestro
vocabulario conceptual contemporáneo está en deuda con los mis-
mos procesos que pretende describir y criticar. Por lo tanto, hay otro
nivel en el que opera el tema de la recursividad. Como Hegel antes
que él, Marx argumentó que la teoría crítica siempre es recursiva
en este sentido. Como destaca el epígrafe de este capítulo, Marx
estaba consciente del hecho de que, dado que las formas de vida
social y los personajes que las pueblan son productos de los mismos
procesos históricos que buscamos aprehender en el pensamiento,
la investigación crítica parece llegar post festum –después del festín–
en dirección contraria al curso real del desarrollo histórico. Uno
de los objetivos de este capítulo es explorar este tema más a fondo,
pero ahora a un mayor nivel de generalidad. Aquí considero las im-
plicaciones generales de pensar a través de la recursividad no solo
entre el robo y la propiedad, o la ley y la ilegalidad, sino también,
de manera más amplia, entre los procesos históricos y las categorías
conceptuales utilizadas para describirlos y criticarlos. El vehículo
para hacerlo será plegar esta pregunta hacia Marx y el marxismo
mismo, sugiriendo que esta tradición intelectual y política debe ser
leída a la vez como un efecto de la desposesión y una herramienta
para su aprehensión crítica.
El capítulo aborda este conjunto interrelacionado de proble-
mas a través de una explicación de la categoría de “acumulación
primitiva” en Marx y el pensamiento marxista en general. El capí-
tulo se desarrolla de la siguiente manera. La sección I reconstruye
la teoría original de Marx sobre la acumulación primitiva y el
papel que la categoría de desposesión jugó en ella. En la sección
2. Marx. Después del festín 83

II, me dirijo a descripciones “revisionistas” más contemporáneas


de la teoría original de Marx, muchas de las cuales buscan corregir
su presunto sesgo eurocéntrico ampliando la categoría para incluir
una variedad de contextos no europeos (coloniales). Critico este
movimiento, argumentando que desagregar y reformular la idea de
acumulación primitiva es más útil que simplemente extenderla a
un nuevo campo. Las Secciones III y IV emprenden este trabajo
mediante dos operaciones. Primero, liberando el concepto de des-
posesión de su rol históricamente subordinado dentro de la teoría
más amplia de la acumulación primitiva, y reposicionándolo como
una categoría de la teoría crítica por derecho propio. Y segundo,
analizando cómo la categoría de tierra puede ser repensada poste-
riormente desde esta nueva perspectiva.

I
Dentro de la tradición marxista, el concepto de desposesión a me-
nudo ha quedado subordinado a otras categorías de análisis. Una
tarea importante en la renovación de este concepto será, por lo
tanto, situarlo en relación con esos otros términos clave. Comienzo
aquí con un examen detallado del primer volumen de El capital
(1867), en particular los capítulos sobre la llamada acumulación
primitiva, pues aunque Marx emplea los términos de Expropriation
y Enteignung en algunos de sus primeros trabajos, de corte más
periodístico, su análisis más extenso y sistemático se encuentra en
las secciones finales de El capital.6 Para comprender el ímpetu y la
motivación detrás de la explicación de Marx sobre la acumulación
primitiva, primero debemos dar un paso atrás y considerar otro
concepto cercano de la teoría crítica: la explotación.
Una relación de explotación es, en parte, una relación asimé-
trica de gobernanza en la que los participantes subordinados tienen
poco control efectivo sobre la determinación de las condiciones de
la relación y, por ende, sobre las condiciones de sus propias vidas. Se
trata entonces de una relación de poder. Pero es también la utiliza-
6 Los dos principales contextos en los que Marx discute la expropiación
antes de El capital son sus artículos de 1842 para el Rheinishe Zeitung sobre
die Holzdiebe y sus observaciones episódicas sobre Irlanda.Véase Bensaïd,
The Dispossessed, Apéndice. Sobre Irlanda véase, Kevin Anderson, Marx at
the Margins: On Nationalism, Ethnicity, and Non-Western Societies (Chicago:
University of Chicago Press, 2010), capítulo 4. Marx también discute el
caso de Irlanda en un extenso fragmento de El capital, Capítulo 25.
84 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

ción de esta relación jerárquica para generar la transferencia forzosa


de un beneficio desde el agente subordinado hacia el agente o
agentes en posición de superioridad. La explotación moviliza los
poderes creativo-productivos de los subordinados para el bienestar
y mejoramiento de la parte gobernante. Por lo tanto, no es sólo
una relación de poder: es también la movilización específica de esa
relación para los propósitos de lo que puede considerarse como
una clase de transferencia sistemática y coercitiva de beneficios. En
los hechos: una forma de robo.7
Ha habido todo tipo de relaciones de explotación en la his-
toria, incluyendo los ejemplos paradigmáticos de la relación entre
amo y esclavo en el mundo de la antigüedad clásica, o la relación
feudal entre señor y vasallo. Según Marx, sin embargo, hay (al
menos) dos características que hacen que la relación de explota-
ción propia del capitalismo sea cualitativamente única.8
Primero, bajo el capitalismo los trabajadores son nominal-
mente libres. En una sociedad de libre mercado propiamente dicha,
ningún trabajador está estrictamente obligado a comprometerse
en una relación laboral en particular y ni siquiera a contratarse
como empleado. Los trabajadores compiten entre sí en un merca-
do libre para fijar un precio competitivo a su trabajo, pero nadie
dicta directamente que un trabajador en particular deba aceptar
una cierta posición o condición de empleo. Bajo el capitalismo, por

7 En una de sus formulaciones más famosas, Marx se refiere al capitalismo


como basado en “el robo del tiempo de trabajo ajeno”, pero como el
tiempo de trabajo es el medio de expresar la fuerza de trabajo, esto equi-
vale a decir que la relación de capital se basa en el robo sistemático de la
fuerza de trabajo. Véase Karl Marx, Grundrisse (London: Penguin Books,
1993), 705. En otro texto, Marx incluso sugiere que pagar al trabajador
un salario “justo” (es decir, relativo al valor de su fuerza de trabajo) sigue
siendo equivalente a un robo: “[aunque] se intercambie equivalente por
equivalente, el suyo sigue siendo el viejo procedimiento del conquistador
que compra mercancías a los vencidos con el dinero de ellos, con el di-
nero que les ha robado” (El capital, 207).
8 Soy consciente, por supuesto, de que el debate en el seno del marxismo
sobre la “explotación” es amplio, complejo y no está resuelto. Al hablar
aquí de la explotación, no busco intervenir en este debate sino que lo uti-
lizo de forma puramente instrumental para establecer un contraste con el
problema de la expropiación o la desposesión. También debo mencionar
que mi comprensión de la explotación en El capital de Marx se ha visto
muy favorecida por la discusión de William Clare Roberts en Marx’s In-
ferno:The Political Theory of “Capital” (Princeton, NJ: Princeton University
Press, 2017), especialmente el capítulo 4.
2. Marx. Después del festín 85

lo tanto, los trabajadores están gobernados por un tipo peculiar de


libertad abstracta, a saber, la libertad de elegir dentro de un abanico
de relaciones de explotación, no pudiendo rechazar la condición
estructurante de fondo de la explotación como tal. Esta es la razón
por la cual el capitalismo es consistente con una gama de derechos
políticos liberales. En El capital, Marx repetidamente llama al prole-
tariado “moderno vogelfrei”, denotando esta condición peculiar que
combina una forma de libertad con una vulnerabilidad extrema.9
En segundo lugar, el capitalismo puede distinguirse de las
relaciones de explotación anteriores por la transferencia específica
de beneficios que engendra. Los obreros trabajan para crear todo
tipo de productos básicos, y están separados de estos artículos por la
forma en que se organiza la producción en el capitalismo moder-
no. La división del trabajo y la naturaleza altamente descentralizada
y mediatizada de la producción operan efectivamente para alejar
a los trabajadores de los productos de su trabajo. Sin embargo, la
enajenación directa de los objetos materiales del trabajo no es en sí
misma distintiva del capitalismo. El esclavo clásico o el siervo feu-
dal también trabajaban bajo condiciones que no les eran propias, y
para producir objetos que les eran requisados. El carácter distintivo
del capitalismo radica en el hecho de que los trabajadores no se
limitan a producir objetos de consumo. Al fabricar objetos bajo
estas condiciones específicas de trabajo, también producen (y les es
arrebatado) el plusvalor bajo una forma altamente abstracta (es decir,
dinero). El dinero, como medio de su explotación, es cualitativa-
mente distinto porque sirve como representación de la plusvalía.
Esto permite que el agente que ocupa la posición de control (los
dueños de los medios de producción) reinvierta esa misma plusva-
lía, haciendo posible su autovalorización. La explotación, combinada

9 Vogelfrei a veces se traduce “libre como un pájaro”, aunque esto es limi-


tado, ya que conserva pocas de las connotaciones negativas que pretendía
Marx. La frase alemana connota independencia pero también vulnerabi-
lidad, especialmente como resultado de haber sido expulsado de la so-
ciedad normal, es decir, estar sólo y/o ser susceptible de ser “cazado”.
En el derecho consuetudinario inglés, la frase caput great lupinum es algo
equivalente. Literalmente, “que sea una cabeza de lobo” o “que la suya sea
una cabeza de lobo”, la frase condenaba a los sujetos a la condición de
proscritos y parias. Es el origen de la frase inglesa moderna “a lone wolf”
(un lobo solitario).Véase Colin Dayan, The Law Is a White Dog (Princeton,
NJ: Princeton University Press, 2011), 30.
86 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

con la autovalorización de la plusvalía, es la base del verdadero


capital, lo que Marx llama ley general de la acumulación de capital.10
Si bien la mayoría de los escritos de Marx está dedicada a
explicar con amplitud estas cuestiones, El capital desarrolla un mé-
todo único para hacerlo, a saber, la crítica de la economía política.
En esencia, Marx adopta la imagen altamente idealizada del capi-
talismo transmitida por las teorías económicas liberales que se ha-
bían desarrollado en su época para explicar la creación de riqueza
bajo esta nueva forma de organización social. En El capital, Marx
incorpora periódicamente abstracciones tales como un mundo
de circulación de mercancías sin fricciones, o un sistema mone-
tario nacional cerrado sin intervención extranjera, o un mercado
de trabajo ostensiblemente “libre”. El objetivo de este método es
claro: si Marx puede demostrar que el capitalismo requiere una
explotación sistémica incluso bajo estas circunstancias altamente
idealizadas, y que esta explotación produce contradicciones y crisis
internas que el capitalismo no puede resolver valiéndose de recur-
sos exclusivamente internos a él, entonces habrá revelado que el
capitalismo es intrínsecamente defectuoso. Esto excluiría la réplica
que hasta la fecha escuchamos frecuentemente, según la cual las
varias crisis económicas son simplemente el resultado de un capita-
lismo imperfectamente realizado, cuya solución sería la realización
más pura de su idea.
Así que la primera y más importante objeción de Marx
contra la economía política burguesa tradicional es que ésta no
logra comprender adecuadamente la naturaleza sistemáticamente
explotadora de la relación del capital y, como resultado, tampoco
puede comprender la fuente de las contradicciones y la tendencia
hacia la crisis del capitalismo.11 Sin embargo, existe una objeción
secundaria al corpus principal de la economía política. Marx tam-
bién argumenta que la economía política tradicional no puede dar
cuenta de los orígenes de la relación de capital. Si el capitalismo
se puede caracterizar por una forma de organización social en la
que una clase de personas “libremente” alquila su fuerza de tra-
bajo a otra clase, entonces será importante para los economistas
políticos liberales que las condiciones de fondo que permiten este
10 El capital aparece en el momento del surgimiento de la autovalorización
(Selbstverwertung) del dinero. (El capital, capítulo 4).
11 He evitado a propósito la evaluación normativa de la explotación, ya que
no es mi objetivo lidiar aquí con este tema.
2. Marx. Después del festín 87

intercambio “libre” sean explicables y defendibles. Los pensadores


liberales suelen interpretar este trasfondo histórico como la eman-
cipación general de las clases bajas de las ataduras del feudalismo.
Aducen que las personas tienen una inclinación “natural” a la auto-
determinación, expresada principalmente en el deseo de producir,
intercambiar y comerciar, mismo que habría sido sofocado y dis-
torsionado por el sistema feudal de mando y obediencia. Por ende,
la destrucción del feudalismo representa la emancipación de este
homo economicus natural y latente.
A esto, Marx presenta una poderosa objeción en dos partes: el
relato tradicional es (1) una forma de razonamiento circular que (2)
presenta un retrato empíricamente inexacto del desarrollo históri-
co de Occidente. En esencia, la economía política liberal proyecta
hacia atrás, en la era feudal, un agente protocapitalista latente pero
maniatado. Para Marx, sin embargo, esto es un razonamiento circu-
lar porque el tipo de agencia contractual egoísta proyectada hacia
atrás en el mundo precapitalista de hecho presupone el contexto
social mismo (es decir, una sociedad de mercado) que pretende
explicar. Proyectar retrospectivamente la existencia de un laborioso
capitalista latente que persigue la venta de su propio trabajo en
un mercado libre, como un medio para explicar la disolución del
feudalismo es claramente inadecuado, pues esto supone, en lugar
de explicar, el contexto de acción en el que tal agente existiría y
se comportaría de esta manera. La economía política tradicional
puede dar un sentido claro a los procesos mediante los cuales al-
gunas personas venden su fuerza de trabajo en condiciones de ex-
plotación mientras que otras extraen la plusvalía de esta actividad
laboral en forma de capital, la reinvierten y se benefician de este
ciclo. Sin embargo, no puede explicar por qué algunas personas
están en la primera categoría y otras en la última. Sin una verdadera
explicación, nos vemos obligados a recurrir a la cruda mitología
de una humanidad dividida bajo un criterio moral: la división de
clases, según esto, sería el efecto de la acción de una “élite diligente,
inteligente y sobre todo ahorrativa” que vence a los demás “vagos
y holgazanes”, quienes “dilapidaban todo lo que tenían y aun más”
(El capital, 891). En lugar de un verdadero análisis de estas condi-
ciones iniciales, los economistas clásicos recurren a la mitología: su
narrativa histórica desempeña aproximadamente “el mismo papel
que el pecado original en la teología” (El capital, 891). Para los eco-
88 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

nomistas políticos, el relato teológico de los inicios del capitalismo


basado en este “pecado original” sirve para interpretar la coexis-
tencia del capital y el trabajo asalariado como el producto de un
“contrato social de tipo absolutamente inédito” (El capital, 958). La
noción de un “contrato original” como recurso metafórico para
representar los comienzos del capital interpreta la diferenciación
de clases como el resultado de un momento de decisión en el que “la
masa de la humanidad se expropió a sí misma [expropiate sich selbst]
para mayor gloria de la ‘acumulación del capital’” (El capital, 959).12
Los pensadores burgueses pueden entonces emplear este cuento
moral de la autodesposesión como un dispositivo para trasladar el
consentimiento tácito hacia sus propios objetivos, es decir, la rees-
tructuración y posterior naturalización del mundo europeo como
una “sociedad de mercado” que ha emancipado al trabajo de sus
lazos feudales premodernos.
Marx sostiene claramente que la lectura de la “autodespose-
sión” de los orígenes del capitalismo es históricamente inexacta.
Por ende, en la octava y última sección de El capital, abandona la
crítica inmanente de la economía política para brindar su propia
explicación empírico-descriptiva del surgimiento histórico real del
capitalismo. En ese punto, la metodología general de El capital se
desplaza. La única forma de salir de este razonamiento circular
es postular una intervención que no sea en sí misma el producto
de las relaciones normales de mercado tal como las conciben los
economistas políticos clásicos, sino que sea su precondición. Esto
equivale a una ruptura necesaria del método general de concebir
la relación de capital como una totalidad, ya que requiere intro-
ducir dispositivos explicativos que no están contenidos dentro del
sistema cerrado ideal previsto. Estas otras características explicativas
no están contenidas en la ley general de la acumulación capitalista,
sino que pertenecen a lo que Marx llama acumulación primitiva. La
referencia a la acumulación primitiva como la historia real de la
formulación originaria del capitalismo rompe la lógica circular del
idealismo de la economía política tradicional, completando así la
crítica emprendida en el grueso de El capital: “Todo este proceso,
pues, parece girar en un círculo vicioso del que sólo podemos salir
12 “Mit einem Wort: die Masse der Menschheit expropriirte sich selbst zu
Ehren der ‘Accumulation des Kapitals’” (MEGA, II.5, 613). Al menos en
una edición alemana (basada en la edición de 1872 de El capital), esto ha
sido cambiado a “enteignete sich selbst” (Marx, Das Kapital, 710).
2. Marx. Después del festín 89

suponiendo una acumulación ‘originaria’ [...]que no es el resultado


del modo de producción capitalista, sino su punto de partida”. (El
capital, 891). En primer lugar la acumulación primitiva está lógi-
camente implicada por la ley general, aunque no se le puede dar
una explicación completa desde ese único punto de vista. La ley
general requiere una explicación de la acumulación primitiva, pues
sólo es lógico que los agentes que actúan en busca de su propio
interés vendan su trabajo a otra clase de personas a cambio de un
porcentaje del valor total producido, si esos mismos trabajadores no
tienen acceso directo a los propios medios de producción (lo que
les permitiría reabsorber todo el valor producido por su trabajo).
En palabras de Marx: la “relación del capital presupone la escisión
entre los trabajadores y la propiedad sobre las condiciones de realización del
trabajo” (El capital, 893). En suma, el tipo de sociabilidad proyec-
tado –una sociedad de mercado– presupone la separación de los
productores de los medios de producción, pero no puede explicar
por sí mismo cómo o por qué se produjo dicha separación.
De manera más ambiciosa, Marx ofrece además su propia
descripción empírico-descriptiva de la acumulación primitiva.
Aunque no construye una visión sistémica general, siguiendo el
trabajo realizado por numerosos comentaristas posteriores (espe-
cialmente la influyente indagación de Rosa Luxemburgo) pode-
mos identificar cuatro componentes de esta historia. Éstos son (1)
la desposesión, (2) la proletarización, (3) la formación de mercado
y (4) la separación de la agricultura de la industria urbana.13 Tengo
la sensación de que el propio Marx no separó claramente estos
elementos porque los entendió como componentes de un mismo
conjunto general, imbricados como partes de una totalidad com-
puesta. Una glosa rápida de la historia narrada por Marx quizás
sea útil para demostrar cómo se relacionan entre sí estos cuatro
elementos.
Antes del surgimiento del capitalismo, las sociedades feudales
europeas se mantenían unidas por una cadena de relaciones jerár-
quicas, en cuya base se encontraban los siervos y los campesinos.
Las comunidades de campesinos estaban subordinadas a varios
señores feudales en una relación no muy diferente a un pacto de
protección moderno: es decir, pagaban una parte de los produc-

13 Rosa Luxembourg, The Accumulation of Capital (1913; reimp., New York:


Routledge, 2003), 349-50.
90 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

tos de su trabajo (directamente, en forma de bienes como granos,


o indirectamente, a través del trabajo forzado en obras públicas,
como el caso paradigmático del corvée en Francia) a cambio de la
protección de otros señores feudales.14 Aunque los siervos debían
pagar estas cuotas a sus superiores, tenían un acceso relativamente
directo a las condiciones materiales básicas necesarias para la re-
producción de su vida y la de sus comunidades. Podían acceder a
las tierras comunales con el fin de obtener madera, cultivar, reco-
lectar y cazar. Marx se refiere a ellos con el ambiguo término de
“productores inmediatos” (un tema al que volveré más adelante).
La nobleza feudal enfrentó con frecuencia el problema de cómo
obligar a estos productores inmediatos a pagar diezmos, de ahí la
necesidad de diversas formas de violencia “extraeconómica” abier-
ta (por ejemplo: persecución por parte de funcionarios del estado,
encarcelamiento, tortura, guerra, etc.) Esto también provocó levan-
tamientos campesinos periódicos y rebeliones contra la nobleza
cuando ésta imponía con demasiado rigor esta relación de diezmo
esencialmente explotadora.
El largo e internamente complejo proceso de acumulación
primitiva cambió todo esto, primero sometiendo los bienes co-
munes feudales a varias rondas de “cercamientos” [enclosure]. Las
tierras fueron divididas y cerradas a los campesinos que durante
cientos de años habían disfrutado de derechos de acceso y uso.
Esto significó que los campesinos ya no podían depender de los
bienes comunes como medio para la reproducción básica de sus
comunidades (alimento, vivienda, vestido, etc.) En ese momento
fueron sometidos a la desposesión, es decir que perdieron su relación
inmediata con los medios de reproducción de la vida social (e.g. las
tierras comunes).
Esta expropiación estuvo íntimamente ligada a un segundo
componente: la proletarización. Sin acceso directo a las tierras co-
munales que alguna vez sustentaron a sus comunidades, el campe-
sinado feudal se vio incapaz de cumplir con sus obligaciones hacia
la nobleza terrateniente y de mantener la reproducción material
de sus familias y comunidades. La única posesión que le quedaba
14 Para un uso provocativo de la analogía entre la formación del Estado y el
crimen organizado, véase Charles Tilly, “War Making and State Making
as Organized Crime”, en Bringing the State Back In, ed. Peter Evans, Die-
trich Rueschemeyer, y Theda Skocpol (Cambridge: Cambridge Univer-
sity Press, 1985).
2. Marx. Después del festín 91

al campesino era su propia personalidad, de modo que los campe-


sinos tuvieron que contratarse como asalariados por primera vez,
vendiendo su trabajo directamente. Seguían siendo productores,
pero ahora su producción estaba mediada por el salario.
En tercer lugar, el surgimiento de una clase de personas dedi-
cadas a la venta de su trabajo produjo por primera vez un mercado,
es decir, un sistema competitivo en el que los trabajadores rivali-
zarían entre sí por fijar un precio a la unidad abstracta de tiempo
de trabajo. Ahora, pasando sus días al servicio de un empleador y
sin acceso directo a los bienes comunes, estos campesinos pronto
descubrirían que tampoco tenían ya el tiempo ni los medios para
producir una gran cantidad de artículos de subsistencia que antes
podían crear directamente para ellos mismos y sus comunidades.
Así se creó la demanda de un mercado de artículos como alimen-
tos, ropa, vivienda y, más tarde, cuando la acumulación de capital lo
permitió, artículos de lujo.
En cuarto lugar, la formación de un mercado de mano de
obra y productos básicos tuvo implicaciones para la organización
geoespacial de las poblaciones. La reserva de mano de obra com-
petitiva emergente significó que los campesinos feudales tenían
que mudarse a cualquier lugar donde pudieran encontrar empleo.
Por lo tanto, la desposesión y la proletarización también estuvieron
directamente relacionadas con la urbanización y la separación de la
agricultura de la industria.15 En un movimiento dialéctico caracte-
rístico, Marx ve esto como un proceso de separación y recompo-
sición. La agricultura y la industria se desvinculan de su configu-
ración orgánica “primitiva” en la familia feudal y la aldea, pero se
separan sólo para rearticularse de una manera nueva y altamente

15 Tenemos aquí una teoría naciente del “desarrollo desigual”: “Sólo la gran
industria proporciona, con las máquinas, el fundamento constante de la
agricultura capitalista, expropia radicalmente a la inmensa mayoría de
la población rural y lleva a término la escisión entre la agricultura y la
industria doméstico rural, cuyas raíces la hilandería y tejeduría arranca.
Pero de esta separación fatal datan el desarrollo necesario de los poderes
colectivos del trabajo y la transformación de la producción fragmentada,
rutinaria, en producción combinada, científica. Conquista por primera
vez para el capital industrial, pues, todo el mercado interno” (El capital,
937). Sobre el “desarrollo desigual”, véase Neil Smith, Uneven Develop-
ment: Nature, Capital, and the Production of Space, 3ª ed. (Athens: University
of Georgia Press, 2008).
92 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

mediatizada, un proceso que transforma tanto al trabajo humano


como el mundo natural que nos rodea. En palabras de Marx:
El modo de producción capitalista consuma el desgarramiento
del lazo familiar originario entre la agricultura y la manufac-
tura, el cual envolvía la figura infantilmente rudimentaria de
ambas. Pero, al propio tiempo, crea los supuestos materiales de
una síntesis nueva, superior, esto es, de la unión entre la agri-
cultura y la industria sobre la base de sus figuras desarrolladas
de manera antitética. Con la preponderancia incesantemente
creciente de la población urbana, acumulada en grandes cen-
tros por la producción capitalista, ésta por una parte acumula
la fuerza motriz histórica de la sociedad, y por otra perturba
el metabolismo entre el hombre y la tierra, esto es, el retorno
al suelo de aquellos elementos constitutivos del mismo que
han sido consumidos por el hombre bajo la forma de alimen-
tos y vestimenta, retorno que es condición natural eterna de
la fertilidad permanente del suelo. La producción capitalista,
por consiguiente, no desarrolla la técnica y la combinación del
proceso social de producción sino socavando, al mismo tiem-
po, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador
(El capital, 611-12).
Finalmente, Marx enfatiza una y otra vez que la característica de-
finitiva de este cuádruple proceso de acumulación primitiva fue
su violencia. Contrariamente a los cuentos idílicos de la economía
política tradicional, el relato que Marx presenta es una historia de
terror. Según los hechos históricos reales, el capitalismo no surgió
de la lucha de las masas por lograr el honor de ponerse al servicio
de sus nuevos patrones. Más bien, nació de una batalla prolongada
en la que se empleó la violencia artificial y “extraeconómica” del
Estado para separar por la fuerza a los productores inmediatos de su
acceso relativamente directo a los medios primarios de producción
(es decir, las tierras comunales), de suerte que se vieran obligados
a vender su trabajo bajo condiciones profundamente asimétricas,
admitiendo contractualmente su propia explotación. Como afirma
Marx en un pasaje famoso: la historia de la acumulación primitiva
está escrita “con letras de sangre y fuego” (El capital, 894); el capital
viene al mundo “chorreando sangre y lodo por todos sus poros”
(El capital 950). Campesinos, siervos y todo tipo de “productores
2. Marx. Después del festín 93

inmediatos” resistieron activamente esta construcción forzada de


una sociedad de mercado, pero perdieron la guerra en el largo
plazo. Marx enfatiza este punto porque desea dejar en claro su
objeción a la narrativa tradicional, que pinta esta transición como si
fuera el resultado natural de la lucha de agentes protoeconómicos
actuando en aras de su propio interés.

II
Desde hace casi 150 años, teóricos críticos de diversas tendencias
han intentado explicar, corregir y complementar la explicación de
Marx sobre la acumulación primitiva. Quizás esto es especialmente
cierto en el caso del marxismo dentro del mundo de habla inglesa.
Mientras que las tradiciones interpretativas francesa y alemana han
tendido a centrarse más en las categorías formales y conceptuales
de El capital, los debates anglófonos han prestado más atención
al recuento histórico-descriptivo de Marx, quizás debido al papel
privilegiado que juega Inglaterra en el drama histórico que es-
cenifica la revuelta burguesa contra el feudalismo, el surgimiento
temprano de las relaciones capitalistas y la subsiguiente revolución
industrial. Después de todo, los cercamientos de los bienes co-
munes ingleses y la transformación del campesinado rural en una
fuerza de trabajo industrial fungió como el principal referente em-
pírico del que Marx obtuvo sus herramientas conceptuales. Desde
Paul Sweezy y Maurice Dobb en la década de 1950, Christopher
Hill, C.B. Macpherson y E.P. Thompson en la década de 1960,
hasta Perry Anderson y Robert Brenner en la década de 1970,
estos “debates sobre la transición” se han centrado en la precisión
y adecuación de la historia que Marx elabora de los albores de la
Inglaterra moderna.16 Aquí, sin embargo, debo centrarme más en
el marco conceptual general, específicamente en la relación entre
la acumulación primitiva y la ley general de la acumulación, y en la
naturaleza de la violencia desplegada en cada una de ellas.
Una controversia importante en la teoría de la acumulación
primitiva es que El capital parece pensarla como una etapa históri-
ca eventualmente suplantada por la ley general de la acumulación
capitalista, lo que podemos llamar “interpretación de etapas”. La
razón principal por la que esto ha sido polémico es que implica
16 Para una visión crítica de estos debates, véase Ellen Meiksins Wood, The
Origin of Capitalism: A Longer View (New York:Verso, 2002).
94 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

una correspondiente sucesión de fases en las formas de violencia en-


gendradas por el capitalismo.
Hay muchas secciones de El capital en las que Marx parece
sugerir que debemos interpretar la acumulación primitiva como
una etapa histórica superada y suplantada por la verdadera ley ge-
neral de la acumulación una vez que el sistema capitalista madura y
se asienta. Como señalé, el principal ejemplo de acumulación pri-
mitiva que Marx presenta es la serie de “cercamientos de los bienes
comunes” que tuvo lugar en Inglaterra y Escocia, principalmente
en el siglo XVII. Aunque Marx reconoce algunas diferencias en la
experiencia histórica de otros países y regiones, designa a la ver-
sión inglesa como la “forma clásica” (El capital, 895) y ciertamente
sugiere que, en su propia época, este proceso había terminado. Lo
relega explícitamente a la “prehistoria del capital” (El capital, 952).
En cierto sentido, el propio argumento de Marx depende cru-
cialmente de la interpretación de la acumulación primitiva como
una etapa históricamente completada. Su argumento requiere que
esto sea así debido al papel que juega en la explicación de la ley ge-
neral de la acumulación bajo la forma completamente desarrollada
de la relación de capital. Como se discutió en la primera sección
de este capítulo, Marx argumenta que el funcionamiento adecuado
de la relación de capital se basa en la explotación sistemática. La
explotación del tipo descrito anteriormente es el estado normal de
las cosas; es intrínseco a la manera en que el capitalismo produce
riqueza, no un efecto secundario ni una distorsión. Pero si es tan
sistemático y generalizado, ¿por qué, en primer lugar, requiere un
desenmascaramiento tan elaborado como el que Marx debe llevar
a cabo? ¿Por qué las personas que trabajan bajo este sistema de
explotación no pueden reconocerlo como tal?
Para disipar esta confusión necesitamos echar mano de algo
como la ideología o la hegemonía. Marx mostró que una de las
características distintivas del capitalismo como sistema de explota-
ción es que opera a través de la libertad nominal de los explotados.
Los trabajadores se contratan “libremente” para su propia explota-
ción, experimentando esto como una realización de la elección y
el libre albedrío, porque carecen de un análisis de cómo se esta-
bleció en primer lugar este contexto de elección o una visión de
cómo podría ser reemplazado por otro. El capitalismo se “natura-
liza” cuando uno se limita a aceptar el campo de posibilidades a la
2. Marx. Después del festín 95

vista inmediata, sin reconocer que las condiciones estructurantes


de dicho campo son producto de un conjunto arbitrario e históri-
camente contingente de circunstancias. Pero para que esta historia
de normalización ideológica sea plausible, Marx debe afirmar no
sólo que el capitalismo maduro no requiere de la violencia “ex-
traeconómica” abierta, sino también que el período en el que se
requería tal violencia se ha desvanecido de la conciencia inmedia-
ta. Aunque la prehistoria del capitalismo chorrea sangre, la fuerza
extraeconómica se desvanece una vez que se establece la relación
fundamental del capital, siendo reemplazada por “la coerción muda
de las relaciones económicas” [der stumme Zwang der ökonomischen
Verhältnisse], que imprime un sello distintivo a la dominación del
capitalista sobre el trabajador. Todavía se usa la violencia “directa,
extraeonómica [Außerökonomische, unmittelbare Gewalt], pero sólo
excepcionalmente” (El capital, 922). Incluso la conciencia inme-
diata de la violencia del período anterior se ha borrado en gran
medida. De ahí, por ejemplo, la insistencia de Marx en que para el
siglo XIX “se perdió hasta el recuerdo de la conexión que existía
entre el campesino y la propiedad comunal” (El capital, 911). Esta
es la razón por la que la idea misma de una acumulación primitiva
parece necesitar una interpretación etapista: un relato así explica
nuestro “olvido” del nacimiento del capitalismo a sangre y fuego.
Quizá ahora también esté más claro por qué la interpretación
etapista ha sido tan controvertida y desconcertante. Los críticos
han planteado objeciones no sólo a la periodización histórica, sino
también a la idea misma de que la violencia extraeconómica abier-
ta que requiere el capitalismo se supera y transforma en un período
de “coerción muda” a través de la explotación. Peter Kropotkin,
por ejemplo, se opuso enérgicamente a la “división errónea entre
la acumulación primaria de capital y su formación actual”.17 Para
Kropotkin y su movimiento anarcocolectivista, el encuadramiento
de la acumulación primitiva como una época histórica represen-
taba algo más que una preocupación secundaria: ponía en juego la
cuestión crucial de la relación entre el capitalismo y la propia forma
de Estado.18 Rechazando la tesis de la “coerción muda”, Kropotkin
17 Peter Kropotkin, “Western Europe”, in The Conquest of Bread and Other
Writings, 221.
18 Este énfasis en el poder del Estado es quizás la principal razón por la que
la expropiación es la principal categoría de análisis en La conquista del pan.
Por ejemplo, en una sección que parece un comentario sobre el movi-
96 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

argumentó que el capitalismo requería el uso de una violencia


continua, sin mediación y desenmascarada para mantener su fun-
cionamiento. Como resultado, también rechazó cualquier intento
de trabajar dentro de los sistemas políticos capitalistas burgueses,
favoreciendo la acción directa y la creación inmediata de espacios
no capitalistas de trabajo y vida, una posición que ha dividido a
anarquistas y marxistas desde la Primera Internacional (1864-76)
hasta el presente.19
De manera diferente, esto también fue central en el trabajo de
Rosa Luxemburgo. En su texto seminal de 1913, La acumulación del
capital, Luxemburgo transformó el concepto de acumulación pri-
mitiva en una característica continua y constitutiva de la expansión

miento Occupy contemporáneo (especialmente en Estados Unidos, donde


se ha puesto tanto énfasis en las luchas por la vivienda y los desahucios),
Kropotkin escribe que “los revolucionarios sinceros trabajarán codo con
codo con las masas para que la abolición de los alquileres, la expropiación
de las viviendas, sea un hecho consumado. Prepararán el terreno y fo-
mentarán el crecimiento de las ideas en esta dirección; y cuando el fruto
de su trabajo esté maduro, el pueblo procederá a la expropiación de las
casas sin prestar atención a las teorías que ciertamente se le impondrán,
teorías sobre el pago de indemnizaciones a los propietarios y la búsqueda
de los fondos necesarios. [...] Porque la expropiación de las viviendas
contiene en germen toda la revolución social”. (The Conquest of Bread,
77, 81).
19 “Mientras combaten la actual monopolización de la tierra, y al capita-
lismo en su conjunto, los anarquistas combaten con la misma energía al
Estado como principal soporte de ese sistema. No esta o aquella forma
particular, sino el Estado en su conjunto”. Kropotkin, “Anarquismo”, en
The Conquest of Bread and Other Writings, 235. En 1876, Kropotkin se re-
unió con el alemán Lopatin, uno de los dos hombres que tradujeron El
capital al ruso. En su discusión, Kropotkin planteó su preocupación por las
afirmaciones teóricas básicas que sustentan el análisis del capital de Marx,
especialmente la teoría del valor trabajo. Se dice que Lopatin respondió
que “la teoría del valor no era importante” y que “la principal tarea de
Marx era establecer los orígenes históricos del capital”. Al menos para Kropo-
tkin, esta lectura desplazó el énfasis de la crítica de la economía política
hacia la cuestión de la acumulación primitiva.Véase Kropotkin, “Western
Europe”, 221. (La primera traducción extranjera de El capital fue la edi-
ción rusa, una traducción iniciada por German Lopatin y completada por
Nikolai Frantsevich Danielson, publicada en 1872). Más tarde, después
de la Revolución Rusa, Kropotkin le escribiría directamente a Vladimir
Lenin abogando por un comunismo descentralizado y anarquista frente al
socialismo estatal autoritario que temía que se estuviera arraigando.Véase
Peter Kropotkin, “Message to the Workers of the Western Work”, “Two
Letters to Lenin”, y “What Is to Be Done?”, en The Conquest of Bread and
Other Writings, 248-59.
2. Marx. Después del festín 97

capitalista. Su argumento desplaza el concepto de “acumulación


originaria”: de estar situado en la “prehistoria” del capital, Luxem-
burgo lo convierte en un concepto explicativo fundamental para
entender el expansionismo del imperialismo. En sus palabras:
La existencia y el desarrollo del capitalismo requiere un entor-
no de formas de producción no capitalistas. [...] El capitalismo
necesita estratos sociales no capitalistas como mercado para su
plusvalía, como fuente de abastecimiento para sus medios de
producción y como reserva de fuerza de trabajo para el siste-
ma asalariado. [...] El capitalismo, por lo tanto, debe siempre y
en todas partes librar una batalla de aniquilación contra toda
forma histórica de economía natural que encuentre.20
Así, para Luxemburgo la violencia política abierta no sólo persiste,
sino que tiene “dos caras’’. Dentro de Europa, “la fuerza asumió
formas revolucionarias en la lucha contra el feudalismo”, mientras
que fuera de Europa “asumió las formas de la política colonial”.21 La
importancia de la innovación de Luxemburgo, por lo tanto, reside
en su capacidad de captar en un solo marco analítico una varie-
dad de manifestaciones de la transformación, agitación y violencia
político-económicas –el campo constitutivamente en expansión
ininterrumpida del capitalismo imperial–. Al menos en este nivel
general, su idea central ha perdurado y encontrado resonancias con
una amplia gama de pensadores posteriores.22
En tiempos más recientes, los debates dentro de la teoría fe-
minista y poscolonial han revivido esta pregunta. Como era de
esperarse, el entrelazamiento entre el imperio, la acumulación
primitiva y la violencia extraeconómica ha jugado un papel cen-
tral en el surgimiento de toda la tradición del marxismo posco-
lonial, particularmente en India. El fundamental libro Elementary
Aspects of Peasant Insurgency in Colonial India (1983) de Ranajit
Guha marcó la pauta de estos debates. Como el título de su obra
posterior explicita –Dominance Without Hegemony (1998)– Guha y
20 Luxemburg, The Accumulation of Capital, 348-49.
21 Luxemburg, The Accumulation of Capital, 349.
22 Por ejemplo, la obra de Luxemburgo recibe un inesperado elogio de
Hannah Arendt precisamente en el punto relativo a la acumulación pri-
mitiva. Véase Hannah Arendt, Imperialism: Part Two of the Origins of Totali-
tarianism (New York: Harvest, 1979), 27-28. Para un uso contemporáneo
menos sorprendente, véase David Harvey, The New Imperialism (Oxford:
Oxford University Press, 2003).
98 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

todo el movimiento de los estudios subalternos discreparon con


la oclusión de la dominación imperial en favor de la perspectiva
de la hegemonía, privilegiada por el marxismo occidental. Argu-
mentaron que, contrariamente a la explicación marxista tradicional
(y especialmente neogramsciana), la acumulación de capital más
avanzada y “madura” necesariamente coexistía con, y requería de,
el tipo de violencia estatal abierta que Marx presuntamente habría
relegado a la “prehistoria”. No hubo una transición histórica de la
violencia extraeconómica a la coerción muda, sólo un desplaza-
miento geográfico de la primera hacia la periferia imperial.23
En el contexto de esta discusión, sería negligente no mencio-
nar el trabajo de Silvia Federici. Su libro, Calibán y la bruja merece
un lugar junto a La acumulación de capital como una apropiación
deslumbrante del concepto de acumulación primitiva. Federici se
adentra en el denso archivo de la formación del Estado y el capital
desde el siglo XIII al XVII para corregir la ceguera de Marx hacia
el género como eje central de la organización y el control social,
demostrando cómo la violencia contra las mujeres es congénita a la
conformación del capitalismo.24 Al reconstruir la historia temprana
del capitalismo desde el punto de vista de las mujeres como clase
social y política, aunque siempre subyugada por un horizonte racial
e imperial, Federici reconstruye por completo la acumulación pri-
mitiva en tanto categoría de análisis. Su conclusión confirma la de
Kropotkin, Luxemburgo, Guha y otros: “un retorno de los aspectos
más violentos de la acumulación primitiva ha acompañado cada
fase de la globalización capitalista, incluida la actual, demostrando
que la continua expulsión de los agricultores de la tierra, la guerra
y el saqueo a escala mundial y la degradación de las mujeres, son

23 Ranajit Guha, Elementary Aspects of Peasant Insurgency in Colonial India


(Delhi: Oxford University Press, 1983); Ranajit Guha, Dominance without
Hegemony (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1998).Véase tam-
bién Vivek Chibber, Postcolonial Theory and the Specter of Capital (New
York:Verso, 2013), para la reciente revitalización de estos debates.
24 Más recientemente, Nancy Fraser ha proporcionado un análisis renovado
de la idea feminista de que la reproducción de la vida social constituye
un exterior constitutivo de la acumulación capitalista en su modo pri-
mario (es decir, la explotación del trabajo asalariado), estableciendo ex-
plícitamente analogías con Rosa Luxemburgo y la teoría reelaborada de
la acumulación primitiva.Véase Nancy Fraser, Fortunes of Feminism: From
Women’s Liberation to Identity Politics to Anti-Capitalism (New York: Verso,
2013).
2. Marx. Después del festín 99

condiciones necesarias para la existencia del capitalismo en todos


los tiempos”.25
En el mismo sentido Glen Coulthard, teórico político in-
dígena norteamericano (del pueblo Dene), recientemente se em-
barcó en una reconstrucción crítica de la acumulación primitiva
diseñada expresamente para cambiar el enfoque hacia la relación
colonial. En su trabajo, Coulthard busca despojar a la formulación
original de Marx de su “persistente rasgo eurocéntrico”, “despla-
zando contextualmente el foco de nuestra investigación de la relación
de capital a la relación colonial”.26 En este cambio contextual, Coul-
thard se apoya en textos del propio Marx, señalando que después
del colapso de la Comuna de París en 1871, Marx comenzó a
involucrarse en investigaciones empíricas e históricas más serias
sobre diversas sociedades no occidentales. Los llamados cuadernos
etnográficos, escritos entre 1879 y 1882, están repletos de tales es-
tudios, incluido un extenso tratamiento de la propiedad comunal y
la tenencia de la tierra. Estos escritos, cuando se combinan con las
revisiones que Marx hizo a la edición francesa de El capital (1871-
75) y sus comentarios periódicos sobre el mir ruso o las formas
sociales comunales, presentan una imagen de Marx significativa-

25 Silvia Federici, Caliban and the Witch: Women, the Body, and Primitive Ac-
cumulation (New York: Autonomedia, 2004), 12-13. En mi análisis de la
acumulación primitiva como característica continua de la reproducción y
expansión capitalistas, también me he beneficiado mucho de las siguientes
obras: Robin Blackburn, The Making of New World Slavery (London:Verso,
1997); Glen Coulthard, “From Wards of the State to Subjects of Recogni-
tion? Marx, Indigenous Peoples, and the Politics of Dispossession in De-
nendeh”, en Theorizing Native Studies, ed. Audra Simpson y Andrea Smith
(Durham, NC: Duke University Press, 2014); Massimo De Angelis, “Se-
parating the Doing and the Deed: Capital and the Continuous Character
of the Enclosures”, Historical Materialism 12, no. 2 (2004); Massimo De
Angelis, “Marx and Primitive Accumulation: The Continuous Character
of Capital’s ‘Enclosures’”, The Commoner, no. 2 (Septiembre 2001); Todd
Gordon, “Canada, Empire, and Indigenous Peoples in the Americas”, So-
cialist Studies 2, no. 1 (2006); Onur Ulas Ince, “Primitive Accumulation,
New Enclosures, and Global Land Grabs: A Theoretical Intervention”,
Rural Sociology 79, no. 1 (Marzo 2013); Michael Perelman, The Invention of
Capitalism: Classical Political Economy and the Secret History of Primitive Accu-
mulation (Durham, NC: Duke University Press, 2000); Retort Collective,
Afflicted Powers: Capital and Spectacle in a New Age of War (New York:Verso,
2005).
26 Coulthard, Red Skin,White Masks, capítulo 1.
100 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

mente diferente.27 Marx busca aquí una alternativa a la descripción


relativamente unilineal del desarrollo histórico dada en sus trabajos
anteriores, sugiriendo que el desarrollo capitalista podría tomar una
variedad de caminos diferentes, y al menos implicando la posibili-
dad de modos alternativos de superar el capitalismo e implementar
sistemas socialistas de organización social. Este replanteamiento
se centró en la propia comprensión de Marx de la teoría de la
acumulación primitiva. Quizás su manifestación más conocida la
encontramos en una carta de 1877 a Nikolay Mikhailovsky, donde
Marx reiteró que “el capítulo sobre la acumulación primitiva [en
el primer volumen de El capital] no pretende más que trazar el
camino por el cual, en Europa Occidental, el orden económico
capitalista surgió desde el vientre del orden económico feudal”.
Marx especuló que si uno quisiera emprender un estudio paralelo
de procesos similares en Rusia o Estados Unidos, por ejemplo, los
encontraría “sorprendentemente análogos”. Sin embargo, aunque
podemos estudiar “cada una de estas formas de evolución por se-
parado y luego compararlas”, Marx advirtió contra las extrapola-
ciones teóricas indebidas: por este método comparativo, “nunca se
llegará a [… ] una teoría histórico-filosófica general, cuya suprema
virtud consiste en ser suprahistórica”.28
Si bien los relatos revisionistas de la acumulación primitiva
lentamente han ido cobrando fuerza a lo largo de los últimos 150
años, durante la última década conocieron un crecimiento expo-
nencial, particularmente en el campo de la geografía crítica. Sin
embargo, esta explosión también ha causado una cierta ruptura
conceptual, engendrando una serie de conceptos complementa-
rios ambiguamente relacionados como “acumulación por despla-
zamiento”, “desposesión por desplazamiento”, “acumulación por

27 Véase en particular Kevin Anderson, “Marx’s Late Writings on Non-Wes-


tern and Pre-capitalist Societies and Gender”, Rethinking Marxism 14, no.
4 (2002); Gareth Stedman Jones, “Radicalism and the Extra-European
World: The Case of Karl Marx”, en Victorian Visions of Global Order: Em-
pire and International Relations in Nineteenth-Century Political Thought, ed.
Duncan Bell (Cambridge: University of Cambridge Press, 2007).
28 Karl Marx,“A Letter to NK Mikailovsky”, en Selected Writings, Karl Marx,
ed. David McClelland (Oxford: Oxford University Press, 1987), 618.
Marx sostiene lo mismo en “Letter to Vera Zasulich”, en Selected Writings,
623-27.
2. Marx. Después del festín 101

invasión” y “acumulación por negación”.29 David Harvey, tal vez


el más influyente, habla de “acumulación por desposesión”. Si bien
el término se ofrece como sinónimo de acumulación primitiva,
en la aproximación de Harvey la desposesión es esencialmente un
sucedáneo de la privatización: “la transferencia de activos públicos
productivos del Estado a empresas privadas”, especialmente como
resultado de la presunta sobreacumulación de capital en tiempos
neoliberales.30 La categoría queda así despojada de cualquier cone-
xión con los debates sobre la transición, y de hecho, con cualquier
conexión particular con la tierra.
Dentro del campo conceptual que responde a Harvey, ahora
bastante fragmentado, aparecen tres enfoques amplios. El primero
define la acumulación primitiva en términos de los procesos por
los cuales el “afuera” del capital llega a incorporarse a él. Se trata de
un marco esencialmente espacial pero que a menudo oscila entre
las metáforas de “fronteras” y “cercamientos”. Mientras que el pri-
mero denota el límite exterior del capital, y está ineludiblemente
ligado a los imaginarios coloniales, el segundo invoca más bien una
sensación de envolvimiento, así como encierro, cercado y parti-
ción en un sentido físico y hasta metafórico.31 Un segundo marco
29 Para una discusión sobre este tema así como referencias clave, véase Wer-
ner Bonefeld, “Primitive Accumulation and Capitalist Accumulation:
Notes on Social Constitution and Expropriation”, Science and Society 75,
no. 3 (Julio 2011); Jim Glassman, “Primitive Accumulation, Accumulation
by Dispossession, Accumulation by ‘Extra-economic Means’”, Progress in
Human Geography 30, no. 5 (2006); Derek Hall, “Primitive Accumulation,
Accumulation by Dispossession and the Global Land Grab”, Third World
Quarterly 34, no. 9 (2013); Derek Hall, “Rethinking Primitive Accumula-
tion: Theoretical Tensions and Rural Southeast Asian Complexities”, An-
tipode 44, no. 4 (2012). Dos debates muy citados sobre estas distinciones
aparecen en un número especial de The Commoner, no. 2 (Septiembre
2001), con contribuciones de Midnight Notes Collective, Massimo De
Angelis, Werner Bonefeld, Silvia Federici; y un número especial de Re-
thinking Marxism 23, no. 3 (Julio 2011), con contribuciones de Sandro
Mezzadra, S. Charusheela, y Gavin Walker.
30 Harvey, The New Imperialism, 161.
31 Sobre la metáfora de la “frontera” véase Anna Lowenhaupt Tsing, Friction:
An Ethnography of Global Connection (Princeton, NJ: Princeton Universi-
ty Press, 2005); Sandro Mezzadra, “The Topicality of Prehistory: A New
Reading of Marx’s Analysis of ‘So-Called Primitive Accumulation’”,
Rethinking Marxism: A Journal of Economics, Culture and Society 23, no. 3
(2011). Para una influyente exploración del “cercamiento”, véase E.P.
Thompson, Customs in Common (New York: Merlin Press, 1991); Midni-
ght Notes, no. 10 (1990).
102 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

enfatiza los “medios extraeconómicos” como rasgo definitivo de


la acumulación primitiva. Por ejemplo, Michael Levein define la
“acumulación por desposesión” como “el uso de la coerción ex-
traeconómica para expropiar medios de producción, subsistencia
o riqueza social común para la acumulación de capital”.32 Como
destaca esta formulación, la vinculación de la acumulación primi-
tiva con los “medios extraeconómicos” exige la consideración de
la distinción política/economía y (a diferencia del primer marco)
no necesariamente pertenece a la expansión del capital hacia nue-
vas sociedades y espacios, pero puede tener lugar completamente
“dentro” de la esfera de influencia existente del capital. Finalmente,
un tercer marco enfatiza el objeto de la apropiación. Esto es más
evidente en la abundante literatura que define la acumulación pri-
mitiva en términos de “acaparamiento de tierras”.33 Es este énfasis
en la tierra –y su relación con los otros elementos de la acumu-
lación primitiva– lo que exploro más adelante. Por el momento
podemos decir que si bien en algunas formulaciones específicas
los elementos anteriores pueden estar presentes (por ejemplo: la
adquisición de tierras extraeconómicas en la frontera del capital),
no es necesario que lo hagan. Por lo tanto, persiste un desacuerdo
considerable cuando se trata de identificar qué elemento es deci-
sivo para demarcar la acumulación primitiva como una categoría
analítica específica.
Entre la multiplicidad de dificultades que estos debates pre-
sentan, dos interrogantes se destacan. 1) ¿Es mejor pensar en la acu-
mulación primitiva como una etapa histórica del desarrollo capi-
talista o como una modalidad diferente de su operación en curso?
(2) ¿La supuesta “coerción muda” característica de la explotación
capitalista depende constitutivamente de la continua inyección de
una violencia “extraeconómica”? La primera trata sobre la relación
entre la ley general de acumulación y la acumulación primitiva; la
segunda se refiere a las formas de violencia que implican. Desde los
32 Michael Levein, “The Land Question: Special Economic Zones and the
Political Economy of Dispossession in India”, Journal of Peasant Studies 39,
nos. 3-4 (2012): 940.
33 Por ejemplo: Wendy Wolford, Saturnino M. Borras Jr., Ruth Hall, Ian
Scoones, y Ben White, “Governing Global Land Deals: The Role of the
State in the Rush for Land”, Development and Change 44, no. 2 (2013);
Saturnino M. Borras Jr. y Jennifer C. Franco, “Global Land Grabbing and
Trajectories of Agrarian Change: A Preliminary Analysis”, Journal of Agra-
rian Change 12, no. 1 (2012).
2. Marx. Después del festín 103

escritos tardíos del propio Marx, pasando por Luxemburgo, Guha,


Federici y Coulthard, y gran parte del marco de la geografía crítica,
esto generalmente se ha resuelto cambiando el marco temporal que
El capital ofrece por uno espacial: ya no estamos operando con una
distinción entre el capital maduro y su prehistoria, sino con una
distinción entre centro y periferia, colonizador y colonizado.
Por un lado, parece intuitivamente correcto sugerir que la
violencia extraeconómica engendrada por el capitalismo no ha
sido reemplazada históricamente por el surgimiento de las carac-
terísticas supuestamente más “maduras” de la ley general de acu-
mulación, es decir, la “coerción muda” de la explotación. El en-
trelazamiento del capitalismo con la guerra imperial expansionista
es demasiado generalizado, sistemático y continuo como para ser
relegado a una prehistoria. Pero por otro lado, la caracterización de
esta dimensión de la expansión y reproducción capitalista como
“acumulación primitiva” ejerce una presión considerable sobre la
coherencia del concepto. Específicamente, tales reformulaciones
abren una brecha entre las funciones conceptual-analíticas del con-
cepto y las empírico-descriptivas.
Las tensiones entre estas dos funciones, por supuesto, ya
están latentes en la formulación original de Marx. Marx buscó
proporcionar una descripción empírico-histórica de los procesos
reales de formación de capital en Europa Occidental desde el siglo
XVII hasta mediados del siglo XIX. En este registro descriptivo,
el caso empírico primario es el de Inglaterra. Sin embargo, esta
descripción cumple después una función conceptual-analítica como
una forma paradigmática o “clásica”. Así, se convierte en la base de
la teoría general, un modelo formal que, aunque enraizado origi-
nalmente en las experiencias históricas específicas de la Inglaterra
moderna temprana, excede y trasciende este caso particular. En
este segundo registro formal, se pueden evaluar los casos concretos
como mejores o peores aproximaciones al ideal. Dado que Marx
establece expresamente una analogía entre la prehistoria del capital
europeo y el mundo no-europeo y no-capitalista contemporáneo
a las formulaciones teóricas de su obra (por ejemplo, la periferia
colonial de mediados del siglo XIX), se revela una cierta tendencia
104 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

historicista, dando argumentos al surgimiento posterior de impor-


tantes críticas postcoloniales.34
Irónicamente, las reformulaciones de la tesis original de Marx
en el sentido discutido anteriormente han tendido a agravar, en
lugar de resolver, tales tensiones. Al agrupar expresamente la diver-
sidad de violencias extraeconómicas manifestadas en las periferias
del capitalismo bajo el título general de “acumulación primitiva”,
no se ha logrado sino exagerar y expandir la tendencia histórica
ya implícita en El capital. Después de todo, si la violencia extrae-
conómica de las periferias imperiales es una instanciación de la
acumulación primitiva, entonces deberíamos esperar que su con-
tenido empírico se ajuste al “caso clásico” de la Inglaterra del siglo
XVII. Esto supone llevar a cabo una gran generalización a través
del espacio y el tiempo, amenazando con vaciar el término de su
contenido original. Sin embargo, como señala el teórico político
Onur Ulas Ince, en el intento por expandir la extensión descriptiva
de la acumulación primitiva (lo que abarca), su intensión concep-
tual (lo que significa) se ha vuelto menos precisa y clara.35
En un esfuerzo por evitar una teoría de la acumulación
primitiva demasiado próxima a las tesis del desarrollo por etapas
(características de la antropología filosófica eurocéntrica del siglo
XIX), los comentaristas posteriores han eludido el hecho de que,
al menos en un aspecto importante, los desarrollos que tuvieron
lugar en Europa Occidental en los siglos XVII y XVIII fueron
cualitativamente únicos. Específicamente, la acumulación primitiva
en Europa occidental tuvo lugar en un contexto global en el que
todavía no existían otras sociedades capitalistas. Cualesquiera que
sean las analogías entre la formación de capital en Europa y las
sociedades no europeas, este hecho atestigua un evento singular
que nunca más podría tener lugar. Todas las demás experiencias
posteriores de la acumulación primitiva fueron diferentes del “caso
clásico” de Marx en este aspecto específico (por lo menos).Y esto
tuvo enormes implicaciones en la forma, velocidad y carácter del
desarrollo capitalista en todos los demás lugares, porque todos ellos
se vieron afectados estructuralmente por el capitalismo ya existen-
te en Europa occidental. Dicho de otra manera, mientras que el
34 Para una influyente crítica de este historicismo, véase Dipesh Chakra-
barty, Provincializing Europe (Princeton, NJ: Princeton University Press,
2000).
35 Ince, “Primitive Accumulation”, 106.
2. Marx. Después del festín 105

marco original intenta explicar la extraña alquimia del surgimiento


del capital a partir del no-capital, el enfoque posterior se desplaza
hacia el problema de la subsunción del no-capital por el capital ya
existente. Por ello la política colonial de los siglos XIX o XX no
es análoga a la acumulación primitiva en la Inglaterra del siglo
XVII. En los hechos, la expansión espacial del capital a través del
imperio es menos un regreso a los orígenes del capitalismo que
una sucesión de ondas espacio-temporales cualitativamente únicas,
que vinculan simultáneamente el centro y la periferia.36
En consecuencia, sostengo que la acumulación primitiva no
puede extenderse coherentemente para definir un rasgo o dimen-
sión del capitalismo contemporáneo sin una reconstrucción de su
intensión conceptual. Con el fin de preservar la comprensión con
respecto a la persistencia de la violencia extraeconómica, pero evi-
tando los problemas de una extensión excesivamente generalizada
de la acumulación primitiva, lo que se requiere es, primero, una
desagregación de los elementos constitutivos de la acumulación pri-
mitiva en favor de un análisis que contemple posibles relaciones al-
ternativas entre ellos. Marx trata los cuatro elementos de la acumu-
lación primitiva de forma “modular” (como bloques de un mismo
conjunto): explica la violencia de la desposesión como un medio
para explicar los otros elementos de la proletarización, la forma-
ción del mercado y la separación de la agricultura y la industria.
Los debates posteriores han adoptado en gran medida este modelo,
tratando los cuatro elementos como si estuvieran necesariamente
interconectados, centrando el debate en si su formación inicial (y
la violencia abierta requerida para su aparición) ha sido superada
o sigue viva en la actualidad. Esto lleva a la expectativa (errónea)
de que todos los casos de acumulación primitiva deberían expresar
esta estructura cuádruple. Así, mi primer postulado aquí es que al
tratar la acumulación primitiva de manera modular, la categoría
queda sobredeterminada por la forma histórica específica dada
originalmente por Marx.
Mi segundo postulado básico es que en lugar de adoptar
una extensión general de la acumulación primitiva, nos convie-
ne reelaborar la categoría de Enteignung tal como fue formulada
originalmente. Traducido de maneras diversas como “desposesión”

36 Este punto ya se ha puesto de manifiesto a través de los ejemplos históri-


cos expuestos en el capítulo 1.
106 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

o “expropiación”, Enteignung es un concepto más estrecho y pre-


ciso que el de acumulación originaria. Concretamente, se acerca
más a captar la intensión original de las teorías revisionistas de la
acumulación primitiva: nombrar una forma de violencia distinta
de la coerción muda de la explotación. En lugar de trabajar con
una distinción entre acumulación general y acumulación primitiva,
sugiero trabajar con una distinción entre explotación y despose-
sión. Al desagregar la acumulación primitiva, abrimos la posibilidad
de relacionar la explotación y la desposesión en una variedad de
formas, en lugar de asumir que están unidas de la manera prevista
por la “forma clásica” de Marx. Ahora podemos volver a una expli-
cación más directa del concepto de desposesión de El capital, con
miras a aislarlo de la teoría general de la acumulación primitiva.

III
En el nivel más general, Marx emplea el concepto de despose-
sión para denotar el “proceso de separación” (Scheidungsprozeß)
por el cual los “productores inmediatos” (unmittelbare Produzenten)
son privados del acceso directo a los medios de producción.37 El
ejemplo más frecuente que pone Marx es la separación de los
productores agrícolas campesinos del acceso directo a la tierra de
propiedad pública o los “bienes comunes”. A través del uso de los
términos Expropriation y Enteignung, Marx revela algunos puntos
de vista sobre la tierra, la naturaleza y el arraigo territorial o local
(punto al que volveremos más adelante). Marx usa diversas formu-
laciones para desarrollar esta idea, pero una frase recurrente es que
la desposesión implica el “robo de la tierra”. El capital está repleto
de palabras como Raub (robo) y Diebstahl (hurto) para ilustrar casos
de Expropriation y Enteignung. Marx también usa ocasionalmente
estos términos de manera más o menos intercambiable con Aneig-
nung, que los traductores han vertido en “usurpación”, aunque tal

37 “Der Prozeß, der das Kapitalverhältniß schafft, kann also nichts anders
sein als der Scheidungsprozeß des Arbeiters vom Eigentum an seinen Arbeitsbe-
dingungen, ein Prozeß, der einerseits die gesellschaftlichen Lebens- und
Produktions-mittel in Kapital verwandelt, andrerseits die unmittelbaren
Producenten in Lohnarbeiter. Die sog. ursprüngliche Akkumulation ist also
nichts als der historische Scheidungsprozeß von Producent und Produktionsmit-
tel”. Karl Marx y Friedrich Engels, Marx-Engels Gesamtausgabe (Berlin:
Dietz, 1975), II.5, Das Kapital: Kritik der Politischen Ökonomie, Erster Band
(Hamburg, 1867) (1967), 575.
2. Marx. Después del festín 107

vez la traducción más útil sea “apropiación”, ya que conserva el


vínculo directo con la expropiación, el propietario y, en efecto, la
propiedad.
Aunque sugerente (y por lo tanto, popular en los debates
contemporáneos), la frase “robo de tierras” es indeterminada en
más de un sentido.38 Es necesario desglosar ambas palabras clave. El
primer término parece implicar una base normativa para la crítica
(es decir: denota un tipo de ofensa o violencia), mientras que el
segundo sugiere su objeto natural. Pero, ¿qué significa exactamente
robo aquí, y en qué sentido puede estar asociado a la tierra? ¿Se
entiende esto sólo como un ejemplo específico, relevante para los
cercamientos del siglo XVII y/o el colonialismo del siglo XIX,
o es la expresión necesaria y fundamental de una lógica general
de desposesión en el desarrollo capitalista a través del tiempo y el
espacio? ¿Qué decir de la conjunción que los une? ¿El elemento
clave es el robo, cuyo objeto es variable, o es la tierra el elemento
decisivo, sujeto a apropiaciones de distinta clase? Y quizás lo más
obvio: ¿cómo puede Marx continuar hablando del “robo de la tie-
rra” sin caer presa de los mismos problemas que identificó con las
teorías anarquistas de la expropiación discutidas en el capítulo 1, a
saber, la circularidad de la asunción normativa de las relaciones de
propiedad existentes?
Marx no aborda directamente estas cuestiones en El capital,
en gran parte porque no lo considera necesario para el éxito de
su argumento. Aunque proporciona algunos recursos clave para
analizar el carácter distintivo de la desposesión como una forma
de violencia, a Marx no le interesa la expropiación por sí misma.
En cambio, la desposesión se analiza en El capital de manera ins-
trumental, es decir, como un medio para explicar otros fenómenos,
especialmente la proletarización y la formación de las clases. Esto
es evidente incluso en su análisis de la expulsión violenta y el “pro-
ceso de limpieza” que implicó la desposesión. En su descripción de
la transformación de las tierras altas escocesas, por ejemplo, Marx
enfatiza que “el último gran proceso de expropiación que privó
de la tierra al campesinado [Der letzte grofre Expropiation-sprozefrder
Ackerbauer von Grundund Boden] fue el llamado ‘clearing of estates’
(despejamiento de las fincas, que consistió en realidad en barrer de

38 E.g. Peter Linebaugh, Stop, Thief! The Commons, Enclosures, and Resistance
(Oakland, CA: PM Press, 2014).
108 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

ellas a los hombres). Todos los métodos ingleses considerados hasta


ahora culminaron en el ‘despejamiento’” (El capital, 889). Citan-
do las Letters from the Highlands de Robert Somers, Marx incluso
vincula expresamente este proceso de limpieza con la destrucción
ambiental y la expansión colonial: “Los propietarios practican los
despejamientos y el desalojo del pueblo [Die Lichtung und Vertrei-
bung des Volks] como un principio establecido, como una necesidad
de la agricultura [landwirtschaftliche Betriebsnotwendigkeit] del mismo
modo como se rozan el bosque y el sotobosque en las zonas despo-
bladas y fragosas de América y Australia, y la operación prosigue su
marcha tranquila y rutinaria” (El capital, 916).39 Sin embargo, Marx
interpreta este proceso de despojo como causalmente vinculado
a los otros elementos componentes de la acumulación primitiva,
especialmente la proletarización: “En el siglo XVIII, a los gaélicos
expulsados de sus tierras se les prohibió también la emigración,
para empujarlos por la violencia hacia Glasgow y otras ciudades
fabriles” (El capital, 912). Marx es bastante claro en que el pro-
pósito de este proceso de desposesión es precisamente empujar
al campesinado terrateniente a relaciones disciplinarias de trabajo
asalariado. En otro lugar, lo confirma:
De esta suerte, la población rural, expropiada por la violencia,
expulsada de sus tierras y reducida al vagabundaje, fue obligada
a someterse, mediante una legislación terrorista y grotesca y a
fuerza de latigazos, hierros candentes y tormentos, a la disci-
plina que requería el sistema del trabajo asalariado (El capital,
922).
La expropiación y desahucio de la población rural [Expropiation
und Verjagung] intermitentes pero siempre renovados, suminis-
traban a la industria urbana, como hemos visto, más y más
masas de proletarios. [...] Al enrarecimiento de la población
rural independiente que cultivaba sus propias tierras no sólo
correspondía una condensación del proletariado industrial (El capital,
908, énfasis añadido).
En otras palabras, podemos ver que Marx entiende la violencia de
la desposesión a la luz de los otros elementos constitutivos de la
acumulación primitiva, a saber, la proletarización, la formación de

39 Robert Somers, Letters from the Highlands; Or, The Famine of 1847 (Lon-
don: Simpkin, Marhsall, 1848).
2. Marx. Después del festín 109

mercado y la urbanización. Dentro de ese contexto, Expropiation


und Verjagung emergen como conceptos clave pero sólo de mane-
ra instrumental, como medio para explicar la proletarización. Los
cercamientos de las tierras comunes y el desbroce de terrenos se
emprenden para que surja un mercado de trabajo.
Sin embargo, esta formulación es vulnerable a las mismas
críticas que Marx presenta contra los economistas políticos tra-
dicionales. La proletarización no puede ser entendida como la
razón que motiva el cercamiento de los bienes comunes ya que, de
nuevo, esto sería presuponer el contexto mismo que se pretende
explicar. Marx se acerca a veces a cometer este error porque no
siempre diferencia claramente entre las explicaciones funcionales y
las explicativas.
Si bien el cercamiento de los bienes comunes puede tener
un poder explicativo significativo cuando se trata de documentar
la formación de una clase urbanizada de trabajadores asalariados, es
un asunto completamente diferente afirmar que es éste su propósito
o función. En los términos de Marx, la función de la desposesión no
puede ser generar un proletariado, al menos no en el caso original.
Enfaticemos que esta afirmación se limita al “caso original”, pues
es posible imaginar una explicación funcionalista y no tautológica
del desposeimiento en relación con la proletarización después de la
formación original de una sociedad capitalista. En efecto, a partir
de ese momento la demanda de nueva mano de obra puede ser un
factor significativo en los cercamientos y despojos posteriores.
Para clarificar la distinción, consideremos dos agentes arque-
típicos del despojo en El capital, la duquesa de Sutherland y E.G.
Wakefield. Marx señala a la primera por su apropiación de 794,000
acres de tierra y la posterior expulsión de los clanes escoceses que
habían vivido en ellas “desde tiempos inmemoriales” (El capital,
913). Por muy violento que haya sido este proceso de despojo, no
se emprendió para producir una clase de proletariado asalariado
vulnerable, aunque ese fuera el efecto. Pero E.G. Wakefield es un
caso completamente diferente. El defensor colonial inglés traba-
jó expresa e intencionalmente para desposeer tanto a los pueblos
indígenas como a colonos agricultores independientes con el fin
de generar un grupo de trabajadores asalariados en la colonia de
Nueva Gales del Sur y mantenerlos vulnerables. Y pudo hacerlo
precisamente porque las iteraciones previas de la desposesión ya
110 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

habían creado a un proletariado.40 Aunque ambos procesos de des-


posesión están relacionados con la proletarización de alguna manera,
también son diferentes hasta el punto de modificar la conceptuali-
zación general de la acumulación primitiva. Al pasar de Sutherland
a Wakefield, también pasamos de una descripción explicativa de la
conexión despojo-proletarización a una funcionalista.
Mi postulado aquí es que el vínculo causal entre despojo
y explotación en la formulación original de Marx está subdeter-
minado. No es verdad que la desposesión sea siempre explicable
en términos de su función relativa a la proletarización, cuestión
que está oscurecida por la concepción modular de la acumulación
primitiva, tanto en su forma original como en la revisionista. Sin
embargo, es posible conceptualizar la desposesión como una ca-
tegoría distinta de transformación violenta independiente de los
procesos de proletarización y formación de mercado.41

IV
Como vimos en el capítulo anterior, la “tierra” es una construc-
ción legal compleja e inestable. Es igualmente un concepto filo-
sófico sorprendentemente elusivo. Leer los escritos de Marx sobre
la acumulación primitiva, el despojo y la expropiación, nos brinda
otro conjunto de herramientas para desentrañar este nicho de
problemas. En este sentido, considero que las contribuciones más
importantes de Marx son metodológicas. Cuando Marx define
conceptos clave, lo hace dialécticamente, lo que significa que no
proporciona una definición analítica ideal del término, sino que
intenta comprender los procesos de múltiples facetas en los que
están inmersos. Por ejemplo, la acumulación primitiva es definida
en relación con la ley general de acumulación, mientras que la ex-
propiación es definida en relación con la explotación. Este método
de explicación conceptual también puede extenderse útilmente
para considerar la categoría misma de “tierra”, que para Marx está
40 Marx, El capital. Tomo 1, capítulo 33. Para ver la intencionalidad del
análisis de Wakefield, basta con leer su obra de 1849, A View of the Art of
Colonization (reimp., Cambridge: Cambridge University Press, 2010), que
se ofrece expresamente como una teoría de la colonización sistemática.
41 Es “independiente” de los procesos de proletarización y de formación del
mercado sólo en el sentido que se le da aquí, es decir, analizable como
una variable separada que puede configurarse en relación con estas otras
categorías de diversas maneras, no determinada a priori por ellas.
2. Marx. Después del festín 111

entrelazada dialécticamente con el trabajo. En otras palabras, en


lugar de definir la tierra como totalmente ajena a la intervención
humana (es decir, como una “naturaleza” prístina), o simplemente
como otro producto del trabajo, Marx nos ayuda a comprender
cómo puede estar entre estos dos polos, siendo un medio de ex-
presión. Esto, a su vez, nos ayudará a aclarar la violencia distintiva
asociada a la desposesión.
La frase Grund und Boden aparece a lo largo de todo El capital,
pero es una frase que necesitamos desentrañar. Como ya vimos, tér-
minos como tierra, territorio o suelo se usan en el lenguaje ordinario
para referirse a varios objetos materiales en sentido simple. Es en
este sentido que Marx habla de vez en cuando del “robo de la tie-
rra”. En estos casos, la tierra es apenas una clase de mercancía entre
otras, reelaborada por el capitalismo y sujeta a las mismas fuerzas
que esperaríamos encontrar en la lucha sobre cualquier otro re-
curso.42 En otros momentos, sin embargo, Marx es más cuidadoso,
buscando explícitamente mostrar que la tierra no es simplemente
otro objeto de producción y circulación. Cuando Marx habla de
la singularidad de la tierra, normalmente lo hace con una voz que
recuerda más a sus escritos tempranos, los llamados manuscritos
filosófico-antropológicos. En estos pasajes, la tierra aparece como
una categoría derivada de la jerga hegeliana clásica del “hombre y la
naturaleza”. En pocas palabras, la tierra se relaciona dialécticamente
con la categoría de trabajo. Consideremos la definición formal de
trabajo del capítulo 5 de El capital: “El trabajo es, en primer lugar,
un proceso entre el hombre y la naturaleza, un proceso en que el
hombre media, regula y controla su metabolismo con la naturaleza.
El hombre se enfrenta a la materia natural misma como un poder
natural” (El capital, 215). En este sentido preciso, el trabajo es “una
característica exclusivamente humana”, porque el ser humano “no

42 Sin embargo, incluso aquí debemos tener cuidado de no imponer una


falsa cadena de equivalencias. Decir que la tierra puede ser conceptuali-
zada como una mercancía no es decir que es una mercancía como cual-
quier otra. La propia concepción de “mercancía” ya denota un misterioso
carácter bifacético, revelado dialécticamente. Las mercancías se expresan
como valor de uso y valor de cambio, y en este sentido todas las mercan-
cías deben ser a la vez iguales y diferentes. Por lo tanto, constatar que la
tierra puede ser una mercancía no es negar la posibilidad (de hecho, la
certeza) de que la tierra deba conservar algún rastro de su valor de uso, lo
que la hace a la vez semejante a otras mercancías y también, importante-
mente, distinta de ellas.
112 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

sólo efectúa un cambio de forma de lo natural; en lo natural, al


mismo tiempo, efectiviza [verwirklicht] su propio objetivo” (El ca-
pital, 216). Esta definición está claramente enraizada en un marco
hegeliano, enfatizando la objetivación externa de la voluntad: “Du-
rante el proceso laboral el trabajo pasa constantemente de la forma
de la agitada actividad [Unruhe] a la del ser [Sein], de la forma de
movimiento [Bewegung] a la de objetividad [Gegenständlichkeit]”.
(El capital, 229). A partir de esta definición general Marx procede a
desagregar el proceso de trabajo en tres partes componentes: (1) la
actividad orientada por un propósito, (2) el objeto sobre el que se
realiza ese trabajo, y (3) los medios para realizarlo (El capital, 215).
Así pues, estamos ante un proceso de trabajo compuesto por la
actividad, el objeto y el medio de trabajo.
Es en el contexto de esta discusión sobre el trabajo que en-
contramos una definición de tierra formal y conceptualmente más
precisa. En el sentido formal dado por El capital, la tierra no es
meramente otro producto del trabajo (una mercancía), sino más
bien un tipo especial de instrumento o medio de trabajo. (Según la
división tripartita anterior, pertenecería a la tercera categoría, no a
la segunda). Marx escribe:
El medio de trabajo es una cosa o conjunto de cosas que el tra-
bajador interpone entre él y el objeto de trabajo y que le sirve
como vehículo de su acción sobre dicho objeto. [...] El objeto
del cual el trabajador se apodera directamente, prescindiendo
de la aprehensión de medios de subsistencia prontos ya para el
consumo, como por ejemplo frutas, caso en que sirven como
medios de trabajo los propios órganos corporales de aquél,
no es objeto de trabajo, sino medio de trabajo. De esta suerte
lo natural mismo se convierte en órgano de su actividad, en
órgano que el obrero añade a sus propios órganos corporales,
prolongando así, a despecho de la Biblia, su estatura natural.
La tierra es, a la par que su despensa originaria, su primer arsenal de
medios de trabajo. Le proporciona, por ejemplo, la piedra que
arroja, con la que frota, golpea, corta, etc. La tierra misma es un
medio de trabajo (El capital, 217, énfasis añadido).
En lugar de aparecer entre otras mercancías, en esta formulación la
tierra aparece como un componente de la categoría más amplia de
“naturaleza”. Forma parte de “la Tierra misma”. En algunos casos,
2. Marx. Después del festín 113

parece que el término tierra se utiliza para designar ese elemento


de la naturaleza que aún no ha sido transformado directamente por
la actividad laboral humana. En tales casos la tierra aparece, para-
dójicamente, como medio de trabajo y como algo que se encuentra
fuera del trabajo. La tierra es, “desde el punto de vista económico,
todos los objetos de trabajo existentes por obra de la naturaleza,
sin intervención del hombre” (El capital, 755). Estas aparentes contra-
dicciones sólo pueden resolverse captándolas dialécticamente, es
decir, relacionándolas con la categoría más general de naturaleza.
Proporcionar una explicación completa del concepto de naturale-
za en Marx nos alejaría demasiado de nuestros objetivos. Pero es
importante señalar que el estatuto de la tierra, tanto dentro como
fuera del proceso de trabajo, refleja la conceptualización marxiana
de la naturaleza (en sentido amplio) como algo existente “fuera”
de la humanidad, o al menos no idéntico a ella (es decir, aquello a
lo que la humanidad se enfrenta y transforma), y al mismo tiempo
como la totalidad de todo lo que existe (abarcando también a la
humanidad). La innovación de Marx es reformular el momento del
encuentro con la naturaleza, pasando del enfrentamiento con un
sustrato homogéneo y ahistórico, a un elemento ya históricamente
mediado por la práctica humana. La naturaleza no es eternamente
igual a sí misma, sino que ella misma es el producto de generacio-
nes anteriores de praxis humana. Como resultado, tiene un carácter
necesariamente temporal e histórico.43
Por lo tanto, el uso que hace Marx del término tierra clara-
mente busca vincular el trabajo con la naturaleza. Sin embargo,
no es sinónimo de ninguno de ellos. La tierra, en su especificidad,
designa una relación con el lugar. El metabolismo transnacional de
los humanos y la naturaleza está arraigado y mediado por lugares
concretos, y esta especificidad territorial da forma al proceso de
trabajo de una sociedad. Esto se refleja en la simple observación
de que reubicar a una comunidad humana entera en algún otro
lugar es transformarla fundamental e irrevocablemente (además, la
mayoría de la gente considera que su tierra natal no es intercam-
biable, hasta el punto de que no se puede dar una compensación
43 Mi comprensión del trabajo de Marx sobre la “naturaleza” está en deu-
da con el libro de Alfred Schmidt The Concept of Nature in Marx (1962;
reimp., New York:Verso, 2014), así como con la discusión de este trabajo
en N. Smith, Uneven Development, y John Bellamy Foster, Marx’s Ecology:
Materialism and Nature (New York: Monthly Review Press, 2000).
114 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

adecuada, ni siquiera en principio, por su pérdida o destrucción


irremediable). Entonces, así como podemos afirmar el punto he-
geliano-marxista de que las comunidades humanas no interactúan
con la naturaleza en un vacío histórico, debemos agregar que tam-
poco se encuentran en un vacío espacial. Se entiende mejor la tierra
como un concepto intermediario –situado entre el trabajo y la
naturaleza, entre la actividad y el objeto– que designa la especifici-
dad espacial y territorial de esta mediación. Es importante destacar
que si bien esta espacialidad puede ser moldeada y modificada por
la praxis humana, no puede reducirse a dicha actividad. La tierra
media la actividad laboral a través de un conjunto de relaciones
espaciales que no son en sí mismas el producto de la voluntad
humana, sino el conjunto de circunstancias mundanas en el que
nos encontramos. Por eso funciona como mediador; conserva algo
del mundo natural. (Esta es la razón, por ejemplo, por la que Karl
Polanyi insistió en que la tierra sólo es en realidad una “mercancía
ficticia”).44 La tierra puede ser mercantilizada en ciertos aspectos
(puede ser comprada, vendida, comerciada, rentada, robada, etc.)
Sin embargo, debemos mantener su carácter distintivo si queremos
comprender la naturaleza de la desposesión.
En resumen, pues, Marx hace una serie de contribuciones
significativas al pensamiento sobre la desposesión. Tales contribu-
ciones hacen que su lectura sea superior a la teorización de Rous-
seau, Paine, Proudhon o Kropotkin. Primero, Marx no enmarca la
desposesión en términos de un “robo originario”. Más que pensar-
la como un proceso que engendra la propiedad (o sociedad civil)
como tal, Marx la considera como parte de una transición históri-
camente específica de una forma de organización social a otra. En
segundo lugar, aunque mantiene el sentido de que la desposesión
se relaciona ante todo con la tierra, ofrece un análisis más sofisticado
y elaborado del término, entendiéndolo no como un objeto que se
encuentra totalmente fuera de las relaciones sociales humanas, sino
captándolo dialécticamente como una categoría mediadora entre
la “humanidad ” y la “naturaleza”, situada dentro de una “forma de
vida” de múltiples aristas. En el capítulo 3, sostendré que a lo largo
de los siglos los pensadores indígenas han formulado versiones de
estos dos puntos de manera bastante independiente y en una forma
aún más adecuada, en parte porque las luchas por la tierra han

44 Polanyi, The Great Transformation, capítulo 6.


2. Marx. Después del festín 115

ocupado el centro (más que la periferia) de sus preocupaciones.


Además, su explicación es superior porque no está obstaculizada
por el tercer rasgo del marco de Marx, a saber, el papel general-
mente subordinado que juega en él la desposesión, subsumida a
categorías como acumulación primitiva, dominación de clase y ex-
plotación. Sin embargo, en un giro ciertamente irónico, el trabajo
contemporáneo que continúa inspirándose en Marx generalmente
ha rechazado las dos primeras contribuciones (válidas) y afirmado la
tercera (problemática).

***
El “marxismo analítico” de G.A. Cohen proporciona un caso ilus-
trativo al respecto. El análisis que presenta en Self-Ownership, Free-
dom, and Equality (1995) funciona como un contraste útil, tanto en
términos de cómo uno podría relacionar la explotación y la expro-
piación como, más generalmente, por su enfoque metodológico
(en este caso, contrastando los métodos críticos de investigación
dialécticos con los analíticos).
Cohen argumenta que tenemos motivos legítimos para cri-
ticar la expropiación por la forma en que hace posible, incluso
probable, la explotación. Aunque reconoce que la distribución
desigual de los medios de producción podría considerarse injusta
por “razones independientes”, en la lectura de Cohen “los marxis-
tas la consideran injusta principalmente porque obliga a algunos a
realizar trabajo no remunerado para otros”.45 De acuerdo con esta
reformulación, la relación entre explotación y expropiación es ex-
45 G. A. Cohen, Self-Ownership, Freedom and Equality (Cambridge: Cambrid-
ge University Press, 1995), 146. Cabe señalar que Cohen (como otros que
trabajan en esta tradición) no suele utilizar el término desposesión. Más
bien, tiende a hablar de la distribución original “injusta” o “desigual” de
los “recursos productivos”. Por ejemplo, Cohen escribe:
En la versión marxiana estándar [...] la explotación de los trabajadores
por parte de los capitalistas, es decir, la apropiación no remunerada por
parte de los capitalistas de una fracción de lo que producen los trabaja-
dores, se deriva enteramente del hecho de que los trabajadores han sido privados
del acceso a los recursos productivos físicos y, por lo tanto, deben vender su
fuerza de trabajo a los capitalistas, quienes disfrutan de un monopolio de
clase sobre esos recursos. Por lo tanto, para los marxistas, la apropiación
capitalista tiene su origen en una distribución injusta de los derechos sobre
las cosas externas. La apropiación tiene su origen causal en una distribución
desigual de los recursos productivos, y para considerarla como una explota-
116 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

plícitamente circular. Cohen argumenta que puede ser cierto que


la explotación es “injusta porque refleja una distribución injusta” y
que la “distribución original de activos es injusta porque genera esa
extracción injusta”.46 A primera vista esto parece confuso, ya que
ambos conceptos clave parecen ser fundamentales desde el punto
de vista del otro. Pero podemos decodificar con relativa facilidad
esta formulación aparentemente tautológica mostrando que los
dos polos son fundamentales en diferentes sentidos, es decir, en
formas causales versus normativas. En la interpretación de Cohen,
la explotación es injusta por motivos totalmente independientes,
pues la extracción coercitiva del valor es indefendible por sí misma.
Por el contrario, la desposesión, definida aquí como la distribución
desigual del acceso a los medios de producción, no es mala desde el
punto de vista normativo. El despojo sólo es objetable en la medida
en que permite el tipo de transferencia coercitiva característica de
la explotación. Por lo tanto, la desposesión es causal pero no nor-
mativamente fundamental. La distribución desigual del acceso a
los recursos productivos en, digamos, la tierra, no es intrínsecamente
injusta, al menos no en un sentido de la palabra. No es intrínseca-
mente injusta porque es posible imaginar escenarios en los que tal
desigualdad disminuiría –en lugar de permitir– la explotación. Sin
embargo, para evitar que su tesis se vuelva tautológica, Cohen debe
postular como un hecho que la desposesión es una condición que
hace posible la explotación: “Tal distribución [del acceso desigual
a los medios de producción] es intrínsecamente injusta, pues su
injusticia reside en su disposición a producir un cierto efecto, una
disposición que puede ser activada o no”.47
Hay muchas cosas que elogiar en este enfoque y podría de-
cirse mucho más sobre él. Provisionalmente, sin embargo, obser-
vemos que hay una serie de razones por las que podría resultar
insatisfactorio para nuestros propósitos. Como muchos enfoques
dentro de la tradición marxista, esta perspectiva considera que la

ción injusta basta que surja de esa injusta desigualdad inicial. (Self-Ow-
nership, 119; énfasis añadido).
Podemos ver aquí que aunque Cohen no habla directamente de la des-
posesión o de la acumulación primitiva, ofrece una interpretación de la
misma, prefiriendo hablar de una distribución de “cosas externas” y sobre
todo de “recursos productivos” que es “injusta” y “desigual”.
46 Cohen, Self-Ownership, 197.
47 Cohen, Self-Ownership, 201.
2. Marx. Después del festín 117

explotación es primaria y considera la desposesión sólo secunda-


riamente.48 Este enfoque asume que los dos temas están relacio-
nados de manera teleológica. El despojo es primario causalmente,
mientras que la explotación lo es normativamente. En cierto modo,
esto se ve agravado por la perspectiva de la teoría normativa ideal
que G.A. Cohen emplea en su ejemplo, en el que las categorías
están en buena medida arrancadas de su contexto histórico y social
original. Sin embargo, esta apuesta por un cierto individualismo y
contextualismo metodológicos distorsiona algunas de las principa-
les cuestiones en juego.
El objetivo general del trabajo de Cohen es proporcionar
una reconstrucción analítica suficientemente coherente de (lo que
él considera) el núcleo del marxismo, con el fin de volverlo inteli-
gible y convincente para otros filósofos políticos angloamericanos
(especialmente para Robert Nozick, Ronald Dworkin, Joseph
Raz, John Rawls, etc.) El objetivo específico de su trabajo es cons-
truir una crítica de la idea de autopropiedad, fundamental para
la defensa libertaria de la propiedad privada de Nozick (y según
Cohen, también encubierta en el corazón de algunas versiones
del marxismo), junto con una revisión de la fuerza normativa del
cuestionamiento sobre la explotación. La investigación de Cohen,
pues, está motivada por –y como argumentaré más adelante, hasta
cierto punto estructurada en términos de– el intento libertario de
defender las desigualdades generadas por la propiedad privada y el
“libre” intercambio mercantil. En particular, su explicación busca
socavar el papel fundacional que juega el concepto de autopropie-
dad en algunas descripciones marxistas de la explotación, ya que
en su interpretación esto coloca al marxismo peligrosamente cerca
de los argumentos libertarios, especialmente los de Nozick. Dado
que Cohen está motivado por el interés de socavar el recurso a
los conceptos de “propiedad de la persona” [property in the person],
busca mostrar que la explotación no se deriva necesariamente de la
desposesión, ya sea de forma causal o normativa. Decir que la ex-
plotación se produce sólo en virtud de la desposesión es (implícita o

48 También vale la pena señalar que Cohen no considera que la explotación


sólo surja de algo como la acumulación primitiva o la expropiación. Sos-
tiene que es perfectamente posible imaginar la relación de explotación
característica del capitalismo sin ningún momento previo de acumula-
ción primitiva, llamando a esto “relaciones capitalistas generadas limpia-
mente” (Cohen, Self-Ownership, 161).
118 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

explícitamente) respaldar la noción de que los asuntos relacionados


con la distribución diferencial de cualquier cosa más allá de los
recursos productivos originales (por ejemplo, capacidades, talentos
y suerte) son incidentales y ajenos al problema en cuestión. Esto
parecería dar crédito a la idea de la autopropiedad y por lo tanto, al
menos tangencialmente, a los argumentos libertarios.49
Al plantear este problema básico, Cohen ha adoptado el
amplio marco de análisis de sus principales interlocutores, a saber,

49 “De ahí que la afirmación marxista de que el capitalista explota al tra-


bajador dependa de la proposición de que las personas son las dueñas
legítimas de sus propios poderes” (Cohen, Self-Ownership, 146). Incluso
los marxistas que no se preocupan o no se interesan por el problema de la
autopropiedad podrían encontrar útil la aclaración anterior, ya que pare-
ce tener alguna relación con la visión normativa que podría guiar a una
sociedad postcapitalista. Podría decirse que si fuera posible fundar una
sociedad con una distribución radicalmente igualitaria del acceso a los
medios de producción, esa sociedad aún tendría que determinar qué ha-
ría con las desigualdades que inevitablemente surgirían a través de otros
medios. Marx sí sugiere, al menos en la etapa inicial o de transición del
socialismo (es decir, antes del comunismo pleno), que las personas recibi-
rían beneficios y bienes socialmente producidos de manera “proporcional
al trabajo que suministran” (Karl Marx, “Critique of the Gotha Program-
me”, en Karl Marx y Frederick Engels, Selected Works in One Volume (Lon-
don: International Publishers, 1968), 324. Cohen llama a esto “principio
socialista de la proporcionalidad” (Self-Ownership, 123). Ciertamente, esto
parece dejar espacio para la distribución desigual de los bienes sociales, ya
que Marx reconoce las dotaciones individuales desiguales. En los pocos
atisbos que tenemos de la visión de Marx de la sociedad comunista plena,
esto cambia por completo. En el más famoso de estos pasajes, se nos dice
que aunque cada uno producirá según sus capacidades, cada uno recibirá
“según sus necesidades”, es decir, de una manera claramente diferente al
principio de la “contribución” (no es un argumento fundado en el mé-
rito). La interpretación de Cohen es que Marx no está particularmente
interesado en resolver esta cuestión a través de una “teoría de la justicia
(postcapitalista)” porque está totalmente convencido de que, en este pun-
to, la escasez en sí misma será superada y por ende todo el mundo podrá
tener tanto de lo que desee sin pérdida para los demás. Marx afirma que
el desarrollo de las fuerzas productivas hará que la “competencia sea su-
perflua”, lo que algunos han interpretado como una respuesta a por qué
pensaba que el propio problema de la justicia sería superado (es decir,
que el conflicto se volvería obsoleto al igual que las teorías de la justicia)
(Cohen, Self-Ownership, 132, 153). El intento de Cohen de explicar estas
cuestiones normativas abstractas desde el punto de vista de una posible
sociedad postcapitalista está tan alejado de mi propio enfoque –el cual
aspira a mantenerse lo más cerca posible de una teoría histórica y social
concreta de la modernidad– que es difícil abordar este argumento de
manera significativa y sintética.
2. Marx. Después del festín 119

los filósofos políticos normativos de diversas tendencias liberales


y libertarias. Lo que estos enfoques tienen en común es cierto
individualismo y contextualismo metodológicos. Uno comienza
imaginando un escenario contrafactual que involucra a dos indi-
viduos abstraídos histórica y socialmente, involucrados en algu-
na transacción. A través de este experimento mental, se aclaran
las intuiciones morales básicas en juego con respecto a asuntos
tales como los acuerdos “justos”, las transferencias de bienes, et-
cétera. Una vez que se han establecido los principios subyacentes,
uno puede regresar al mundo realmente existente y desplegar los
principios morales generales y apropiadamente clarificados como
herramientas de crítica. Así, cuando Cohen imagina la relación
entre expropiación y explotación, postula un escenario en el que
la persona A y la persona B se enfrentan. En el paso 1 de su interac-
ción, el acceso a los recursos productivos se distribuye de manera
desigual (expropiación), de modo que A obtiene el monopolio de
los medios de producción. En el paso 2 de su interacción, la per-
sona A ahora puede forzar una transferencia sistemática de valor
de la persona B, a pesar de que B es nominalmente libre, porque
B no tiene una alternativa viable real (explotación o hambre). En
este caso, la expropiación original en el paso 1 permite la explo-
tación en el paso 2, y la injusticia de la transferencia coercitiva en
el paso 2 se revela como tal a la luz del hecho de que se basa en
la expropiación desigual en el paso 1. La expropiación está mal
porque permite la explotación. Y la explotación está mal porque
la coerción requiere la expropiación; es decir, no podría operar en
presencia de alternativas viables.
El problema con este planteamiento no es tanto que sea erró-
neo en sus propios términos (aunque también puede serlo) sino
que es parcial. Su parcialidad deriva de la manera en que se abstrae
de las especificidades concretas de los hechos, en dos sentidos. Pri-
mero, el encuadre del problema de la expropiación y la explotación
procede como si el movimiento hacia un sistema capitalista de pro-
piedad privada y mercado surgiera de un punto cero en el tiempo,
es decir, como si no existiera un orden normativo previo. La ex-
propiación se concibe como un momento en el tiempo que surge
más o menos ex nihilo. No se piensa que la expropiación reemplaza
un cierto régimen de propiedad previamente existente ni, por lo
tanto, que cualquier violencia que pueda asociarse con ella debe
120 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

ser una violencia orientada hacia el futuro, en el sentido de que se


aplica a lo que sucede como resultado del momento originario. De
esta manera, todo el marco de la expropiación (y la acumulación
primitiva en general) termina por funcionar como una especie de
versión marxista del experimento mental del contrato social por
el que se abandona el estado de naturaleza. Se asume que existe en
un espacio-tiempo semejante a la posición original de Rawls. Pero
claramente, esta no es la intención o la función del análisis de la
acumulación primitiva en su iteración original. Como acabamos
de ver, la acumulación primitiva no es una historia de los orígenes
de la propiedad como tal, y mucho menos de los orígenes de la so-
ciedad civil. Es el relato históricamente específico de los orígenes
del capitalismo. Trasladar esta discusión a un escenario de posición
original es, irónicamente, adoptar una posición mucho más cercana
a la de Rousseau, Paine o Proudhon que a la de Marx. Además,
oscurece las circunstancias fácticas que nos ocupan aquí, es decir, el
surgimiento del capitalismo como una forma histórica de vida que
coloniza y consume las alternativas realmente existentes.
En segundo lugar, y por razones semejantes, Cohen imagina
que los “expropiados” y los “explotados” son uno y lo mismo. En
la formulación anterior, a la persona B se le niega injustamente
el acceso a los medios de producción en relación con la persona
A. Como resultado, esta misma persona se encuentra en una po-
sición de negociación injusta, lo que permite su explotación. En
este escenario, B puede quejarse de que el intercambio de trabajo
por salarios realizado en la segunda etapa es injusto, incluso si ella
aceptó el contrato “libremente”, porque la situación en el paso 2 se
basa en la distribución desigual realizada en el paso 1. La persona
B no aceptaría racionalmente tal transferencia de valor si no fuera
por estas circunstancias, las cuales no fueron creadas por ella. Por lo
tanto, tenemos motivos para quejarnos de que la situación prevista
en el paso 2 es normativamente sospechosa. Pero nuevamente, no
hay razón para suponer que esta es la relación entre expropiación y
explotación en los escenarios históricos reales que estamos tratan-
do de captar y someter a crítica. Como argumenté en el capítulo
anterior, no solo es completamente posible imaginar casos en los
que la expropiación no conduzca directamente a la proletarización,
sino que de hecho este es el fenómeno históricamente dominante en
vastas porciones del mundo. En el contexto colonial, encontramos
2. Marx. Después del festín 121

rutinariamente casos de expropiación sin explotación. En tal con-


texto, los dos procesos siguen relacionados entre sí, pero no de
tal manera lineal o teleológica que los sujetos del primero pasen
directamente a las condiciones del segundo. En resumen, entonces,
estos dos elementos de la formulación de Cohen son abstracciones
que difieren significativamente del ímpetu original detrás de los
términos Expropriation y Enteignung en el análisis de Marx. Si bien
puede ser interesante desde el punto de vista de la filosofía moral,
pues puede aclarar las intuiciones sobre la equidad en esas condi-
ciones, Marx no tenía en mente estas circunstancias, y creo que
nosotros tampoco debemos hacerlo.
Finalmente, el enfoque analítico ahistórico conduce a un
equívoco persistente sobre el objeto adecuado de la expropiación,
específicamente si debe conservar algo de su orientación original
hacia la tierra. Sospecho que la mayoría de los teóricos críticos
actuales verían el enfoque original sobre la propiedad de la tierra
como una característica anticuada de los debates originales de los
siglos XVIII y XIX. Como ya hemos visto, este enfoque en la tierra
ha sido obviado en el trabajo de David Harvey. En un intercambio
reciente entre Michael Dawson y Nancy Fraser, la expropiación
emerge como una categoría analítica crucial, pero su relación ori-
ginal con las luchas por la tierra también se oscurece. Allí, Dawson
y Fraser apuntan, con razón, a la estrecha colusión del desarrollo
capitalista y las formas de expropiación coercitiva, aunque se equi-
vocan sobre su objeto propio. Reconociendo que la expropiación
de la tierra y los recursos naturales ha sido central en esta historia,
ambos terminan definiendo la expropiación en términos de una
relación con el trabajo. Como dice Dawson, el problema central
aquí es que “un trabajo expropiado racialmente nunca se convierte
en ‘trabajo libre’ en el sentido marxista clásico”50. O en la formula-
ción de Fraser, “la expropiación funciona confiscando capacidades y
recursos y reclutándolos para los circuitos de autoexpansión del ca-
pital. [...] Los bienes confiscados pueden ser mano de obra, tierras,
animales, herramientas, yacimientos minerales o energéticos, pero
también seres humanos, sus capacidades sexuales y reproductivas,
sus hijos y órganos corporales”.51 Como podemos ver, tanto Daw-
50 Michael Dawson, “Hidden in Plain Sight: A Note on Legitimation Crises
and the Racial Order”, Critical Historical Studies 3, no. 1 (Spring 2016):
151.
51 Fraser, “Expropriation and Exploitation”, 166.
122 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

son como Fraser reconocen que aunque la expropiación apunta


a una amplia gama de objetivos, su función última es marcar una
distinción (en gran parte racializada) de “sujetos libres para la explo-
tación” y “sujetos dependientes de la expropiación”.52
Esta distinción es útil y generativa. Y, sin embargo, en su in-
tento por considerar la gama más amplia de posibles objetos de
expropiación, Dawson y Fraser dejan sin resolver ciertos problemas
fundamentales. Porque si bien podemos decir que el trabajo, la
tierra, los animales, las herramientas, etc., son objetivos de la ex-
propiación, lo que ello significa en tanto cuestión crítica sigue sin
estar claro. Si alguien se apropia coercitivamente de mi trabajo, mi
cuerpo o mis capacidades sexuales y reproductivas, está atacando
mi personalidad de una manera directa e importante. Pero si me
despojan de mi tierra, herramientas o recursos naturales, me están
despojando de los objetos materiales que median mi relación con
el mundo, y parecería que la crítica de este “proceso de separación”
sólo está fundada si de entrada dichos objetos materiales son de
alguna manera propiamente míos. Así, volvemos al problema original
del concepto de desposesión: el estar investido en formas previas de
relaciones de propiedad.
Consideremos nuevamente la formulación marxista “clásica”.
Mientras que la explotación es la acumulación de plusvalía generada
por la propia relación de capital, la expropiación es la apropiación
originaria de los medios de producción. Esta es, por supuesto,
una formulación muy abstracta que parece evitar los problemas
de especificar en demasía una configuración histórica particular
de las fuerzas de producción (es decir, no nombra ninguna he-
rramienta de mediación específica). “Medios de producción” es
una categoría cuyo contenido es muy variable, pues incluye casi
cualquier cosa dependiendo de las especificidades históricas y so-
ciológicas. Puede designar desde equipos y herramientas de fábrica
hasta computadoras y otros dispositivos electrónicos. Sin embargo,
todos esos objetos son en sí mismos productos de ciclos de tra-
bajo anteriores. Pueden funcionar como medios de producción
en contextos específicos, pero su distribución desigual no es en sí
misma necesariamente el efecto de una lógica de desposesión. Más
bien, la desigualdad de tales bienes puede explicarse más fácilmente
como un efecto de la explotación. Para que la desposesión sea

52 Fraser, “Expropriation and Exploitation”, 169.


2. Marx. Después del festín 123

una categoría distintiva de la violencia capitalista (no reducible, por


ejemplo, a la explotación), debemos ser más claros en nuestro uso
de la formulación abstracta. En otras palabras, el acceso desigual
debe referirse en última instancia a algún elemento contenido en
el concepto de “medios de producción” que no sea reducible a los
productos del trabajo mismo. Como ya se insinuó anteriormente,
este elemento irreductible es la contribución de los poderes pro-
ductivos del mundo natural. Si, por ejemplo, seguimos la lógica
de Marx a través de las diversas manifestaciones particulares de los
medios de producción, llegamos a la conclusión de que el “proceso
de escisión” en el corazón de la desposesión es la separación de la
mayor parte de la humanidad del poder productivo de la natura-
leza. Como afirma Marx en los Grundrisse: “toda producción es
apropiación de la naturaleza por parte de un individuo dentro y a
través de una forma específica de sociedad”. Sin embargo, el com-
ponente específico y necesario de la producción capitalista es “1)
[la] disolución de la relación con la tierra y el suelo, como condición
natural para la producción (con la que [el trabajador] se relaciona
como con su propio ser inorgánico; el taller de sus fuerzas, y el
dominio de su voluntad) [...] y 2) [La] disolución de las relaciones en
las que aparece como propietario del instrumento’’.53 En El capital, la
“tierra” es el nombre dado a este elemento irreductible porque
fue la manifestación más visible y concreta de esta disolución/
apropiación de doble cara en los contextos inmediatos específicos
que más influyeron en su pensamiento.54 Esto puede oscurecerse
por el hecho de que también hablamos de la tierra como medio
de producción para un tipo particular de actividad laboral, a saber,

53 Marx, Grundrisse, 88, 497.


54 Paine planteó un punto similar, argumentando que la propiedad privada
de la tierra depende de cierta imposibilidad práctica, a saber, la de “separar
la mejora hecha por el cultivo de la tierra sobre la que se hizo esa mejo-
ra”. La tierra y el trabajo se han entrelazado dialécticamente, como dos
caras de un mismo proceso histórico de mejora. Podemos distinguir estos
dos rasgos pero sólo analíticamente, pues ya no es posible identificar en
ninguna parcela particular de la tierra el elemento que queda “fuera” del
trabajo humano, aunque reconozcamos por principio que éste perdura
como rasgo de la misma (ya que de otro modo no podemos dar cuenta de
cómo existe en absoluto). Paine concluye que aunque el derecho común
de todos a la tierra y el derecho individual a los frutos del propio trabajo
siguen siendo “especies distintas de derechos”, se han “confundido” en
todos los términos prácticos. Esta afirmación analítica general se combina
con un relato histórico. Paine, “Agrarian Justice”, 418.
124 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

la agrícola. Por lo tanto, la posible confusión reside en el hecho de


que el término se usa como un ejemplo de los medios de produc-
ción (v.g. a la par de las herramientas) y como la fuente original de
todos los demás medios de producción secundarios. Un relato de
la desposesión debidamente reconstruido debe preservar la visión
original del primer sentido y al mismo tiempo superar las limita-
ciones del segundo. La reformulación aquí ofrecida destaca que la
“tierra” no es un objeto material sino un dispositivo mediador, una
categoría conceptual y legal que sirve para relacionar a los seres
humanos con la “naturaleza” y entre ellos mismos, de una manera
particular y vinculada a la propiedad. Esta es la razón por la que se
puede decir que la desposesión crea su propio objeto de apropia-
ción: la desposesión genera y luego monopoliza un medio distinto
de la actividad humana en el mundo a través de la construcción
legal y conceptual “tierra”. Al reformular la cuestión de esta mane-
ra, debemos ir más allá de la postura de Marx, tanto de la imagen
decimonónica de la tierra como algo específicamente ligado a la
producción agrícola, como de la noción de que la apropiación
de la tierra es “originaria” en un sentido temporal, es decir, un
evento en el tiempo o una etapa del desarrollo. Lo que se sigue de
esto es que la desposesión viene a nombrar una lógica distinta del
desarrollo capitalista basada en la apropiación y monopolización
de los poderes productivos del mundo natural de una manera que
configura (pero no determina directamente) patologías sociales
relacionadas con la colonización, la dislocación, y la estratificación
y/o explotación de clases, al tiempo que convierte al planeta en un
medio de producción homogéneo y universal.
3 La crítica estructural indígena

Deben oír y escuchar lo que vamos a decir las mujeres y


los sachems, pues somos los dueños de la tierra. ¡Y ES NUESTRA!
— Mujer anónima, (Seneca), 1791*

La propiedad bajo la forma de arrendamiento, jurisdicción,


dominio pleno y otras numerosas formas de prescribir la tierra
tuvieron un profundo impacto material para los pueblos
indígenas. En ocasiones, ha sido una cuestión de vida o muerte.
— Mishuana Goeman, (Seneca), 2008 **

No creo que sea sólo por casualidad que nos identificamos


en relación con la tierra de la que venimos, la tierra a la
que pertenecemos. La tierra –el territorio– define quiénes
somos y cómo nos relacionamos con el resto del mundo.
— Susan Hill, (Mohawk), 2017 ***

Este capítulo examina lo que podría significar considerar la his-


toria de la resistencia indígena al despojo como un modo de
crítica estructural encarnado y hecho acción. Está organizado en
dos secciones principales. La primera moviliza recursos de varias
contribuciones a la teoría crítica (entendida en sentido amplio)
para examinar la idea misma de “crítica estructural”. Sostengo que

* Mujer anónima y Red Jacket (Seneca), “We Are the Owners of This
Land, and It Is Ours!”, en Blaisdell, Great Speeches by Native Americans, 35.
** Mishuana Goeman, “From Place to Territories and Back Again”, 28 (para
un análisis más extendido de estas ideas véase Mishuana Goeman, Mark
My Words: Native Women Mapping Our Nations (Minneapolis: University
of Minnesota Press, 2013).
*** Susan Hill, The Clay We Are Made Of: Haudenosaunee Land Tenure on the
Grand River (Winnipeg: University of Manitoba Press, 2017).
126 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

este análisis se caracteriza ante todo por la evaluación sinóptica:


la crítica estructural se ocupa del efecto general de un conjunto
de procesos históricos que no son reducibles a ninguna instancia
particular interna. Sin embargo, las explicaciones estructurales de
este tipo así concebidas se ven desafiadas con frecuencia por su ne-
cesidad de dar cuenta tanto de la continuidad como del cambio a
lo largo del tiempo. En referencia directa a las particularidades de la
desposesión, me refiero a esto como el problema del proceso: ¿cómo
puede la desposesión ser diferente a lo largo de varias iteraciones
en el tiempo y el espacio, y sin embargo tener aproximadamente
la misma estructura singular? Mi intuición es que responder a este
desafío requiere centrar la atención en la función constituyente del
sujeto de los procesos históricos. Cuando reorientamos el proble-
ma de esta manera, refinamos decisivamente la pregunta: ¿conti-
nuidad o cambio para quién? Esto nos permite comprender cómo
una estructura puede ser simultáneamente inestable (para algunos)
y estable (para otros). Como medio para articular esta compleja
intersección de formación del sujeto y crítica estructural, recurro
a la tradición hegeliano-marxista, específicamente a los concep-
tos de alienación y escisión [diremption*]. Por el primero, entenderé
una forma de dominación impersonal mediante la cual los seres
humanos llegan a ser controlados por instituciones que, irónica-
mente, son de su propia creación (en este caso, el mercado y las
relaciones de propiedad que han transformado la tierra en una red
de propiedad universal). El segundo se refiere a la escisión de la hu-
manidad en categorías constitutivamente antagónicas y ordenadas
jerárquicamente (en este caso, las relaciones de colonizador y co-
lonizado, ocupante y nativo). Tomados en conjunto, estos expresan
la preocupación por cómo somos dominados por nosotros mismos
y, a través de esto, cómo también nos dominamos unos a otros. El
capítulo evalúa la utilidad de este lenguaje para articular la relación
entre estructuras y sujetos en el contexto de la desposesión.

* Diremption no tiene equivalente en español. Algunas traducciones al inglés


de Hegel utilizan el término “dirmeption” para verter Entzweiung (una
separación o desgarramiento por la fuerza). El término también es utili-
zado por George Sorel, cuyos traductores al español prefieren no traducir
el término. Siguiendo la línea hegeliana, he optado por utilizar el término
escisión. N. del T.
3. La crítica estructural indígena 127

La sección II nos devuelve a las palabras de los propios pueblos


indígenas. Lo hace con el objetivo de indagar en la relación entre
normatividad y subjetividad que subyace a la crítica estructural del
despojo hecha por los pueblos indígenas. El foco aquí está puesto
en los reclamos normativos de los pueblos indígenas –los cuales
expresan una experiencia de injusticia– pero también en cómo
el hecho mismo de lanzar el reclamo confiere una nueva forma y
contenido a las subjetividades de los reclamantes, es decir, la iden-
tidad política del “indígena”. Me valdré de la movilización política
indígena en los siglos XIX y XX para explorar la idea de que el
desacuerdo interno sobre el sitio normativo preciso de la crítica
puede coexistir con el surgimiento y consolidación del sujeto de
esa misma crítica. A través de una reconstrucción histórica de di-
versas versiones de la de crítica indígena, pretendo mostrar cómo,
en este contexto, la normatividad está relacionada con, aunque sin
reducirse a, la subjetividad (las cuestiones de por qué y para quién
algo está mal). El capítulo concluye (secciones III y IV) con una
reflexión sobre el carácter retrasado de la evaluación normativa, con
lo que quiero resaltar el hecho de que la crítica siempre se produce
“después del hecho” en el sentido de estar motivada e informada
por categorías de grupos sociales que son producto de los propios
procesos considerados.

I
La crítica estructural de la desposesión se caracteriza por una eva-
luación sinóptica: aquí no nos interesa un evento o acción parti-
cular considerada de manera relativamente aislada, sino más bien el
efecto general de un proceso macrohistórico. En el caso de la des-
posesión esto se complica por la naturaleza procesual del fenómeno
que se describe. Al enmarcar el asunto de esta manera, me baso en
las críticas “estructurales” al colonialismo de colonos y el racismo
antinegro que encontramos en el trabajo de Patrick Wolfe y de
feministas raciales críticas como Angela Davis y Ruth Gilmore,
respectivamente. Sin embargo, la consideración de la especificidad
del despojo como proceso también requerirá alejarse un poco del
análisis previo.
Uno de los relatos más influyentes y convincentes del colo-
nialismo de colonos nos llega del trabajo del historiador Patrick
128 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

Wolfe.1 En la formulación de Wolfe, el colonialismo de colonos


expresa una “lógica de eliminación” subyacente. La lógica se de-
sarrolla de la siguiente manera. A diferencia de aquellos tipos de
imperialismo que se contentan con dejar que los pueblos no eu-
ropeos vivan en condiciones de dependencia y subordinación a un
centro imperial, los colonos se trasladan a una tierra con la inten-
ción de establecer en el extranjero sociedades permanentes al estilo
europeo. Para lograr esto, los colonos necesitan acceso a la tierra, lo
cual pone de manifiesto sus motivaciones. Como dice Wolfe: “In-
dependientemente de lo que digan los colonos –y generalmente
tienen mucho que decir– el motivo principal para la eliminación
no es la raza (ni la religión, etnia, grado de civilización, etc.), sino
el acceso al territorio. La territorialidad es el elemento específico
e irreductible del colonialismo de colonos”. Obtener este acceso a
la tierra requiere la eliminación total de los habitantes nativos. Esta
eliminación puede proceder –como sucede a menudo– mediante
el genocidio. Sin embargo, en otros casos opera a través de la ex-
pulsión forzada, la asimilación y la “reducción estadística” (es decir,
mediante la utilización de taxonomías racializadas que convierten
a los órdenes políticos indígenas en “poblaciones” biopolíticas al-
tamente susceptibles de disolverse gradualmente con el tiempo).
Así, aunque no todos los proyectos coloniales de colonos han sido
genocidas per se, todos han sido eliminativos. Wolfe resume esto
en términos notablemente claros y concisos: “El colonialismo de
colonos tiene dimensiones negativas y positivas. Negativamente, se
esfuerza en disolver a las sociedades nativas. Positivamente, erige
una nueva sociedad colonial sobre la base de la tierra expropiada;
como dije, los colonos vienen para quedarse: la invasión es una
estructura, no un evento”.2
La caracterización de Wolfe del colonialismo de colonos
como “una estructura, no un evento” saca a la luz una serie de
características importantes de los fenómenos estudiados. En primer
lugar, exige una visión sinóptica. Hablar de “estructuras” es resaltar
los efectos sistémicos de un conjunto de procesos sociales que son
más que la mera agregación de las acciones individuales. De esta
manera, la caracterización de Wolfe del colonialismo de colonos
1 El trabajo de Wolfe sobre esta cuestión abarca unos veinte años. Sin em-
bargo aquí me centraré en un artículo, ya que es una condensación par-
ticularmente sucinta del conjunto de su proyecto.
2 Wolfe, “Settler Colonialism and the Elimination of the Native”, 388.
3. La crítica estructural indígena 129

encaja con desarrollos paralelos en la teoría crítica de la raza sobre


la idea del “racismo estructural”. Por ejemplo, en su estudio histó-
rico sobre el sistema penitenciario de Estados Unidos, The Golden
Gulag, Ruth Gilmore define el racismo como “la producción y
explotación, extralegal o sancionada por el Estado, de la vulne-
rabilidad ante la muerte prematura diferenciada por grupos”.3 Lo
que es importante de esta definición para nuestros propósitos es la
manera en que Gilmore prescinde del individualismo metodoló-
gico propio de las aproximaciones al racismo de la “teoría norma-
tiva” estándar. Para ella, el racismo no es reducible a las acciones
o creencias de los individuos cuando se toman en forma aislada.
En cambio, estamos autorizados a llamar a una formación social
“racista” cada vez que observamos patrones de vulnerabilidad dife-
renciada por grupos y de larga data. Esta es la naturaleza del racis-
mo “sistémico” o “estructural”, más que meramente individualista.
De manera análoga, Wolfe invita a considerar el colonialismo de
colonos en este sentido.4
Esto es importante para la evaluación normativa de la des-
posesión porque sirve como advertencia contra la confusión de
un proceso macrohistórico con cualquier instancia particular e
individual del mismo.Vimos que en el transcurso del siglo XIX las
sociedades de colonos anglosajonas lograron adquirir un total de
9,89 millones de millas cuadradas de tierra, una adquisición de casi
el 6 por ciento de toda la tierra sobre la superficie del planeta. Las
técnicas de adquisición de tierras fueron múltiples. Los colonos an-
glosajones obtuvieron nuevos territorios de los pueblos indígenas
en estas áreas mediante anexión, compra, arrendamiento o alquiler
temporal, ocupación militar, ocupación ilegal y asentamiento. Estas
diversas técnicas eran igualmente complejas desde un punto de
3 Ruth Gilmore, The Golden Gulag: Prisons, Surplus, Crisis, and Opposition in
Globalizing California (Berkeley: University of California Press, 2007 ), 28.
4 Sobre la idea de “dominación estructural” véase Jennifer Einspahr,“Struc-
tural Domination and Structural Freedom: A Feminist Perspective”, Fe-
minist Review 94, no. 1 (2010); Sally Haslangcr, “Oppressions Racial and
Other”, en Racism in Mind, ed. Michael P. Levine y Tamas Pataki (Itha-
ca, NY: Cornell University Press, 2004); Sally Haslangcr, “Distinguished
Lecture: Social Structure, Narrative and Explanation”, Canadian Journal of
Philosopljy 45, no. 1 (2015); Clarissa Hayward y Steven Lukes, “Nobody
to Shoot? Power, Structure, and Agency: A Dialogue”, Journal of Power no.
1 (2008);William Sewell Jr., “A Theory of Structure: Duality, Agency, and
Transformation”, American Journal of Sociology 98, no. 1 (1992); Young,
Justice and the Politics of Difference, 15-65.
130 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

vista normativo. Algunas requerían de la violencia, la coerción y el


fraude. Otras eran más pacíficas, transparentes y basadas ​​en normas
de reciprocidad que requerían acuerdos y consentimiento mutuo.
Para complicar aún más las cosas, las técnicas de apropiación a me-
nudo oscilaban entre la primera y la segunda clase. Uno de los
principales artífices del despojo a fines del siglo XIX, el presidente
estadounidense Theodore Roosevelt, expresa claramente este ca-
rácter dual:
Tampoco había alternativa a estas guerras indias: aquí y allá, en
circunstancias excepcionales o cuando una tribu determinada
era débil y poco belicosa, los blancos podían ganar terreno
mediante un tratado celebrado voluntariamente por los indios
sin la menor coacción. Pero esto no fue posible con tribus
guerreras y poderosas una vez que se dieron cuenta de que
estaban amenazadas con una seria intromisión en sus cotos
de caza. Además, visto desde el punto de vista del resultado
final, había poca diferencia real para los indios si la tierra se
tomaba por tratado o por guerra. [...] Ningún tratado podía
ser satisfactorio para los blancos, ningún tratado servía a las
necesidades de la humanidad y la civilización, a menos que le
diera la tierra a los estadounidenses sin reserva alguna, como
en cualquier guerra exitosa.
De hecho, las tierras que hemos ganado a los indios fueron
obtenidas tanto por tratados como por guerras; pero casi siem-
pre fue la guerra, o bien la amenaza y la posibilidad de guerra,
lo que aseguraba el tratado. [...] Ya sea que los blancos ganaran
la tierra por tratado, por conquista armada o, como fue el caso,
por una combinación de ambos, comparativamente importaba
poco siempre y cuando se ganara la tierra.5
Como señala Roosevelt, el contrato y la conquista iban de la mano.
Incluso cuando los pueblos indígenas y europeos pudieron llegar
a términos mutuamente aceptables para regir las relaciones entre
ellos, a menudo fraguados en ceremonias y tratados, los conflictos
de interpretación sobre esos términos a menudo llevaron a nuevas
oleadas de violencia y a la incautación de nuevas tierras. Por el
contrario, muchos mecanismos para la adquisición de tierras por
5 Theodore Roosevelt, Winning the West, 4 vols. (1889-96), extraído de
Isaac Kramnick y Theodore Lowi, eds., American Political Thought: A Nor-
ton Anthology (New York: W. W. Norton, 2009), 908.
3. La crítica estructural indígena 131

consentimiento surgieron solo después de largos períodos de con-


flicto. En estos casos, una vez que las economías de los pueblos
indígenas eran destruidas, sus poblaciones diezmadas por la guerra,
la enfermedad y el hambre –o tras resistir durante décadas a la
amenaza de la violencia– las comunidades sobrevivientes transfe-
rían “libremente” sus tierras a los colonizadores a cambio de pro-
tección, subsistencia, y favores similares.
Si tuviéramos que analizar esto como una secuencia de even-
tos discretos, la evaluación normativa de los diversos momentos de
adquisición de tierras sería muy variable, heterodoxa y supeditada a
las circunstancias específicas del intercambio. Quizás esto depende-
ría principalmente de la ventana temporal por la que examináramos
los fenómenos: mi acuerdo “no forzado” hoy puede verse muy
diferente si consideramos los eventos anteriores que me llevaron a
la situación en que el acuerdo finalmente apareció como mi última
y mejor opción. Sin embargo, si damos un paso atrás y vemos el
despojo no simplemente como la agregación de estos actos indivi-
duales, sino más bien como un proceso macrohistórico, evaluado a
partir de una ventana temporal más amplia –digamos, la totalidad
del siglo XIX– comenzamos a ver características que permanecen
ocultos a la vista en la perspectiva individualista y la microescala.Y
estas características estructurales tienen implicaciones normativas.
Por ejemplo, cuando consideramos el curso del siglo XIX como
un todo, uno no puede evitar sorprenderse por el efecto uniforme
de todas estas diferentes microprácticas. A pesar de las importantes
diferencias en los órdenes legales y políticos que encontramos en
Canadá, Australia, Nueva Zelanda y los Estados Unidos, surgió un
sistema de despojo notablemente similar a través de todos estos
espacios. Por lo tanto, a fines del siglo XIX era relativamente ru-
tinario hablar de las “verdaderas colonias” de la anglósfera como
un solo marco analítico.6 En el curso de la constitución de este
“minisistema mundial”, los pueblos indígenas fueron efectivamen-
te despojados de la base territorial de sus sociedades, lo que a su vez
se convirtió en la base territorial de las nuevas sociedades de colo-
nos. Así, a pesar de las diferentes técnicas, métodos y justificaciones
involucradas en los diversos intercambios, los resultados fueron

6 Véase Duncan Bell, The Idea of Greater Britain: Empire and the Future of
World Order, 1860-1900 (Princeton, NJ: Princeton University Press,
2007).
132 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

relativamente uniformes. Como señaló el propio Roosevelt, “visto


desde el punto de vista del resultado final, había poca diferencia
real para los indios si la tierra se tomaba mediante un tratado o
mediante la guerra”.
El análisis estructural del tipo que Wolfe y Gilmore proponen
es indispensable para comprender el impacto general de los sistemas
de dominación como el colonialismo de colonos y la supremacía
blanca. Representa un avance sobre el modelo de teoría normativa,
generalmente kantiano, que ha llegado a dominar gran parte de la
filosofía moral y política contemporánea. En este último marco,
las interacciones se conciben principalmente como intercambios
entre individuos aislados que se encuentran en un mundo de in-
tercambio temporal y socialmente abstracto. La normatividad del
intercambio se evalúa en función de la intención, no del efecto, y
por lo tanto también en relativo aislamiento de los procesos histó-
ricos que de antemano estructuran el contexto del encuentro o lo
vinculan a una cadena de eventos e intercambios semejantes. Esto
conduce a una falacia de división: la suposición de que lo que es
cierto para el todo debe ser cierto para todas o algunas de las par-
tes. Despojadas de cualquier teoría social que pueda dar sentido al
tono y tenor del contexto, estas evaluaciones moralistas carecen de
las herramientas para evaluar el colonialismo, la supremacía blan-
ca y hechos similares como “sistemas” o “estructuras” en lugar de
como una especie de intercambio entre individuos o un agregado
de tales intercambios.7
Para hacer esto más claro, podríamos trazar una analogía con
la preocupación por la gentrificación. La gentrificación nombra
cierto proceso socioeconómico: intenta describir lo que está suce-
diendo en un sentido muy general –la transformación socioeconó-
7 La contribución de Wolfe, en particular, nos ayuda a responder a los ar-
gumentos relativos a la supuesta “superación de la injusticia histórica”, ya
que su yuxtaposición de “estructura, no acontecimiento” es un recurso
útil para destacar la persistencia de la relación colonial de dominación so-
bre los pueblos indígenas. Si la colonización fuera un “acontecimiento”
discreto localizado en un momento histórico específico, entonces el paso
del tiempo parecería poner una distancia cada vez mayor entre nosotros
y ese objeto de nuestro interés, disminuyendo así la fuerza normativa de
la crítica de la colonización. Sin embargo, si la colonización se replantea
como una estructura duradera de dominación, el paso del tiempo parece
agravar, en lugar de diluir, la preocupación normativa. He desarrollado y
desplegado este argumento en R. Nichols, “Indigencity and the Settler
Contract Today”.
3. La crítica estructural indígena 133

mica de un barrio–. Este proceso involucra una compleja diversi-


dad de manifestaciones reales. La gente se jubila y vende sus tiendas
a empresas de alto nivel. Las tiendas cierran y son reemplazadas por
otras. El espacio vacío de los almacenes es reconvertido en lofts o
estudios para artistas y jóvenes profesionales. Los inquilinos son
desalojados por la fuerza de sus unidades de alquiler a largo plazo
para que el edificio pueda convertirse en condominio. Un incen-
dio destruye un bar local que era un centro de actividad social para
clientes de bajos ingresos, para ser reemplazado por un estudio de
Yoga o una tienda de ropa de alta gama. El punto es que todos
estos hechos pueden tomarse como instancias de la gentrificación
desde la perspectiva macrosociológica, pues todos contribuyen al
efecto general: el desplazamiento de personas de bajos ingresos
(generalmente racializadas), beneficiando al capital blanco. Pero el
descriptor macrosociológico es más bien ambivalente acerca del
daño moral implicado en cada caso individual. De tal suerte, si
nos oponemos a la gentrificación en su conjunto, no significa que
pensemos que cada evento específico es un equivalente moral, que
cada micro interacción considerada de forma aislada es por necesi-
dad moralmente objetable.
Sin embargo, al atender a la especificidad de la desposesión,
me gustaría resaltar una característica adicional que está relativa-
mente oculta por el lenguaje de la estructura, a saber, la naturaleza
procesual del fenómeno. Con esto quiero subrayar las características
dinámicas y amplificantes de la desposesión, que ya he teorizado
bajo el tópico de la recursividad. Como se explica en el capítulo 1,
al caracterizar el despojo como recursivo busco llamar la atención
sobre una extraña lógica autorreferencial inherente al proceso. Ge-
nerando sus propias condiciones de posibilidad, el despojo implica
la producción de propiedad a partir del robo sistémico. Recuérde-
se, sin embargo, que la recursividad no es una simple tautología. En
lugar de un circuito completamente cerrado, en el que una parte
de un procedimiento se refiere directamente a su punto de partida,
los procedimientos recursivos se repiten de tal manera que cada
iteración no es simplemente una repetición de la última, sino que
construye sobre su postulado original o lo expande. Por lo tanto,
la recursividad combina la autorreferencia con efectos de retroali-
mentación positiva. Esta característica está ocluida por el lengua-
je de las “estructuras”, que no puede dar cuenta del dinamismo
134 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

dentro de la permanencia. Después de todo, si bien la desposesión


puede tener cierta “persistencia estructural” a lo largo del tiempo
histórico, esto es más que una mera persistencia estática. La acadé-
mica Leanne Simpson (Michi Saagiig Nishnaabeg) lo expresa así:
Entiendo que la estructura actual del colonialismo de colonos
está formada y mantenida por una serie de procesos que tie-
nen el propósito de desposeer, y que crean un andamiaje dentro
del cual está contenida mi relación con el Estado. [...] Lo expe-
rimento como una estructura de género y una serie de procesos
complejos y superpuestos que trabajan juntos coordinadamente
para mantener la estructura.8
Poniendo en relación este punto con el análisis histórico de los
capítulos previos, podemos notar que las oleadas de desposesión
que tuvieron lugar en los Estados Unidos durante la primera mitad
del siglo XIX, no sólo se replicaron en otros lugares a medida que
las técnicas de adquisición de tierras se extendieron a Canadá, Aus-
tralia y Nueva Zelanda. Además, fueron aumentadas y amplificadas
en otros lugares. Visto como un conjunto de procesos, podemos
observar un “bucle de retroalimentación” o un “efecto autoexpan-
sivo” en funcionamiento: los primeros ciclos de adquisición terri-
torial mejoraron las condiciones para las oleadas posteriores de una
manera autorreforzante, particularmente a medida que los avances
en la comunicación y la tecnología del transporte permitieron a
las poblaciones anglosajonas de colonos concebirse a sí mismas y
eventualmente operar efectivamente como una comunidad trans-
nacional relativamente integrada. Sostengo pues que en el trans-
curso de este período los momentos individuales de apropiación
de tierras se conectaron y transformaron entre sí de una manera
que generó un fenómeno global cualitativamente nuevo e inte-
grado, a saber, el mercado mundial de tierras, cuyas propiedades
determinantes no pueden ser reducidas a sus componentes cuando
se les considera aisladamente en cualquier punto particular en el
tiempo. El despojo puede usarse para nombrar un proceso históri-
co con propiedades que le sobreviven, lo que tiene implicaciones
importantes para el análisis tanto descriptivo como normativo. Esta
caracterización es preferible a aquella que yuxtapone estructura y

8 Leanne Simpson, As We Have Always Done (Minneapolis: University of


Minnesota Press, 2017), 45.
3. La crítica estructural indígena 135

acontecimiento, ya que especifica la mediación entre la estructura


y el acontecimiento dando cuenta de cómo se relacionan entre sí,
de forma recursiva, los diversos “acontecimientos” individuales de
la desposesión.9

***
Pasemos ahora a la siguiente proposición: la desposesión sólo
puede concebirse, en última instancia, como un proceso históri-
co de escisión [diremption] dentro de la alienación sistémica. ¿Qué
significa esto y qué diferencia comparativa hace el enmarcar así la
cuestión? Al usar estos términos, develamos de inmediato una he-
rencia marxista-hegeliana. El término alienación deriva del alemán
Entfremdung, que también se traduce ocasionalmente como “enaje-
nación”. Escisión es una posible traducción del término hegeliano
Entzweiung, que también se ha traducido como “separación”. En
su traducción más literal, Entzweiung significa partir en dos, pero
en un sentido más general puede denotar una separación forzosa.
En el alemán más cotidiano, también puede significar simplemente
discordia o disputa.10 En sus usos filosóficos ambos términos son
9 Una consecuencia adicional e involuntaria de la adopción del lenguaje
de la “estructura” ha sido la imputación de una ahistoricidad inmóvil
al colonialismo de colonos, es decir, su definición analítica en lugar de
histórica. Si definimos la colonización como una “estructura de domi-
nación” que perdura a lo largo de vastas franjas de tiempo, corremos el
riesgo de privarnos de las herramientas analíticas necesarias para dar sen-
tido a las dramáticas diferencias entre las formas tempranas y posteriores
de la época moderna, especialmente cuando el colonialismo de colonos
fue transformado por el capitalismo global. Entre otras cuestiones, el pe-
ligro es que la relación de mando característica de la colonización llegue
a enmarcarse en términos de un fracaso de la transición, es decir, como un
residuo de las relaciones de dominación premodernas y precapitalistas.
10 El uso más novedoso, famoso (e infame) del término diremption nos llega
de Georges Sorel, quien lo utilizó para describir una ruptura radical de
la realidad social que elude todo intento de reconciliación. Sorel utiliza
el término para oponerse a toda caracterización de la sociedad como un
todo orgánico (posición que asocia con Hegel). Por ejemplo:
La filosofía social está obligada, para seguir los fenómenos de mayor
importancia histórica, a proceder en una diremption, examinar ciertas
partes sin tener en cuenta todos los lazos que lo unen al conjunto, y
determinar, de algún modo, el género de su actividad que los impulsa
hacia la independencia. Cuando ha llegado finalmente al conocimiento
más perfecto, ya no puede intentar más la reconstitución de la unidad
rota. (Reflexiones sobre la violencia. [Buenos Aires: La Pléyade, 1978], 280).
136 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

muy abstractos y profundamente discutidos. Permítaseme decir


algo más acerca de cómo se emplean aquí.
La noción de alienación en el marxismo hegeliano se ha
asociado históricamente con una fuerte afirmación filosófico-an-
tropológica sobre la “naturaleza esencial” de la humanidad, a la
que presuntamente nos hemos vuelto ajenos. Marx habló origi-
nalmente de alienación en términos de extrañamiento de nuestro
Gattungswesen o ser genérico.11 Un siglo y medio de trabajo, a tra-
vés de una variedad de tradiciones filosóficas, ha puesto en duda
esta concepción esencialista y romántica de la alienación. Más
recientemente, filósofos y teóricos políticos han trabajado para
reconstruir el concepto de una manera no esencialista. Estas lectu-
ras “postmetafísicas” de la alienación no postulan que nos hemos

En otro lugar Sorel escribe:


El hombre no puede crear una unidad en su pensamiento a menos que
se permita renunciar a una parte de la realidad. Para construir una nueva
metafísica que corresponda a nuestras necesidades, hay que admitir que,
al entrar en contacto con el mundo, nuestra mente se divide en ideo-
logías distintas, que se ocupan de ámbitos que se van separando a me-
dida que vamos adquiriendo un conocimiento más amplio [conaissance]
de lo real. La humanidad siempre ha actuado como si entendiera esta
metafísica y la evidencia de la historia legitima la empresa de quienes
pretenden crear esta filosofía de la diremption para sustituir a la de la
unificación. (“Léon XIII”, Études socialistes 1, no. 5 [1903]: 265, citado
en Eric Brandom, “Georges Sorel’s Diremption: Hegel, Marxism, and
Anti-Dialectics”, History of European Ideas 42 , no. 7 (2016): 937-50).
Sin embargo, no parece que Hegel utilizara el término en este sentido
político, reservándolo casi exclusivamente para las discusiones de lógica
y metafísica (por ejemplo, como se emplea periódicamente a lo largo
de G. W. F. Hegel, Encyclopadie derphilosophischen Wissenschaften im Grun-
drisse [Leipzig: Verlag von Feliz Mciner, 1905]). En español, el término
Zerreißung se ha traducido como escisión o desgarramiento. Por ejemplo:
“En este mundo la diferenciación se consuma y se transforma en una
escisión [Zerreißung] infinita de la vida ética en los extremos de una au-
toconciencia personal privada y la universalidad abstracta”. Principios de
la Filosofía del Derecho. Traducción de Juan Luis Vermal. [Buenos Aires:
Editorial Sudamericana, 2004], 309). Otra traducción propone: “En este
imperio se consuma la diferencia hasta el desgarramiento [Zerreißung]
infinito de la vida ética en los extremos de la autoconciencia personal y
privada y de la universalidad abstracta”. Rasgos fundamentales de la Filosofía
del Derecho. Traducción de Eduardo Vásquez. [Madrid: Biblioteca Nueva,
2000], 394.
11 Véase, por ejemplo, Karl Marx, “Economic and Philosophic Manuscripts
of 1844”, en The Marx-Engels Reader, ed. Robert Tucker (New York: W.
W. Norton, 1972), 52-103.
3. La crítica estructural indígena 137

separado de nuestra esencia ahistórica, sino que aún podemos usar


el término para referirnos a la experiencia de estar enfrentados
a formas de organización social y económica que, irónicamente,
son de nuestra propia construcción. Estos procesos no son del
todo ajenos a nosotros, ni pueden integrarse de manera efectiva en
nuestra autocomprensión actual o ser puestos bajo nuestro control
efectivo.12 Rahel Jaeggi ha proporcionado una reciente explora-
ción y reconstrucción integral del término precisamente en esta
dirección“postmetafísica”. En su formulación, que sigo aquí en
su forma general, la alienación debe ser reconstruida en términos
formales. Las explicaciones anteriores (como las que se encuentran
en Rousseau o en los primeros escritos de Marx) tendían a operar
con una definición sustantiva que exigía una explicación corres-
pondiente de la condición positiva de la que uno se había alienado.
De acuerdo con esto, tales formulaciones exhiben una propensión
hacia posturas esencialistas y perfeccionistas. En contraste, las ex-
plicaciones formales examinan las relaciones dinámicas de apro-
piación que producen al sujeto en relación con el mundo. En este
registro, la distinción entre modos de ser alienados y no alienados
no es entre un yo “auténtico” predeterminado y uno distorsionado
o “no auténtico”, sino entre relaciones más o menos operativas de
autointerpretación y autoapropiación continuas. La alienación, así,
es reelaborada y reformulada como “una relación de no-relación”
[relation of relationlessness].13
Los sucesivos tratamientos de la cuestión de la alienación sis-
témica o estructural se han generalizado entre diversos pensadores
europeos desde hace algún tiempo. Fue un tema especialmente
popular en el siglo XIX, a menudo tratado bajo el amplio título
de “dominación impersonal”. Hubo muchas variaciones sobre este
tema, pero la preocupación básica subyacente era que los huma-
nos habían creado formas de organización social y económica que
habían eclipsado nuestra capacidad colectiva para controlarlas y
12 El término alienación se refiere entonces a los diferentes aspectos de la
identificación y el control.
13 Rahel Jaeggi, Alienation (New York: Columbia University Press, 2014)
1. Jaeggi profundiza: “De acuerdo con esta formulación, la alienación
no indica la ausencia de una relación, sino que es ella misma una rela-
ción, si bien una deficiente. Correspondientemente, la superación de la
alienación no significa un retorno a un estado indiferenciado de unidad
de uno mismo con el mundo. Es también una relación: una relación de
apropiación” (I).
138 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

dirigirlas. Se pensaba que estos “sistemas” o “estructuras” habían


llegado a dominarnos a través de la forma en que, arbitraria y capri-
chosamente, configuran, canalizan y delimitan las distintas formas
posibles de pensar y actuar a nuestra disposición. Para muchos de
los diagnosticadores de tales estructuras es importante que ellas no
necesariamente son diseñadas por alguien en particular, y ningún
individuo o grupo colectivo puede controlarlas de manera efec-
tiva. Son consideradas autónomas y anónimas, dos características
que pueden distinguirlas de las formas anteriores de dominación
personal. Por lo tanto, hay una cierta ironía inherente al interés en
esta dominación impersonal, ya que el agente de nuestra opresión
es nuestra propia creación.
En las obras de Alexis de Tocqueville y John Stuart Mill hay
ejemplos claros de esta preocupación bajo la égida de la “tiranía
social”. La Democracia en América de Tocqueville advierte sobre un
“poder supremo” que:
extiende sus brazos sobre la sociedad en su conjunto; cubre su
superficie con una red de reglas pequeñas, complicadas, minu-
ciosas, uniformes, a través de las cuales las mentes más origi-
nales y las almas más vigorosas no pueden encontrar la manera
de superar a la multitud; no quebranta las voluntades, pero
las ablanda, las doblega y las dirige; rara vez obliga a actuar,
pero se opone constantemente a la acción; no destruye, impide
que las cosas nazcan; no tiraniza, estorba, compromete, enerva,
extingue, aturde y finalmente reduce a cada nación a ser nada
más que una manada de animales tímidos e industriosos de los
cuales el gobierno es el pastor.
Esta forma burocrática de gobierno impersonal, recuerda repeti-
damente Tocqueville, es una forma de “servidumbre”. Es quizás
incluso más poderosa que las formas de control abiertas, persona-
les y extremadamente coercitivas porque, bajo esta regla “suave” y
“gentil”, nos sometemos a su poder voluntariamente bajo la creen-
cia errónea de que, por ser este sistema nuestra creación, está bajo
nuestro control efectivo: “Cada individuo se deja someter porque
ve que no es un hombre o una clase sino el pueblo mismo quien
sostiene el extremo de la cadena”.14
14 Alexis de Tocqueville, Democracy in America, trad. Harvey Mansfield (Chi-
cago: University of Chicago Press, 2000), vol. 2, libro 4 , capítulo 6, 663-
64.
3. La crítica estructural indígena 139

Directamente influenciado por Tocqueville, John Stuart Mill


también advirtió sobre una “tiranía social más formidable que mu-
chos tipos de opresión política”.15 A Mill le preocupaba especial-
mente cómo la naturaleza altamente mediatizada de la democracia
representativa de masas facilitaba la dominación de las minorías por
las mayorías a través del aparato despersonalizado del gobierno y
la burocracia, así como a través de los mecanismos más informales
de la esfera pública (como los periódicos de masas). Sin embargo,
el problema de la tiranía social tenía una segunda cara aún más
problemática para Mill. Las fuerzas altamente mediatizadas, des-
personalizadas y descentralizadas de los nuevos sistemas sociales
requeridos por las democracias de masas también llegan a ejercer
una forma de gobierno semiautónoma sobre la población en su
conjunto. En otras palabras, la tiranía social de Mill no es sólo de
la dominación de la mayoría sobre la minoría, sino también del
dominio de la sociedad sobre los individuos que la constituyen. Al
discutir la última cara de la dominación impersonal, Mill tiende
a antropomorfizar la “sociedad” como un agente que actúa in-
dependientemente de los individuos –mismos que, en efecto, la
constituyen y son constituidos por ella– precisamente para resaltar
la naturaleza semiautónoma de los sistemas sociales. Porque “la so-
ciedad puede ejecutar y ejecuta sus propios mandatos [...] practica
una tiranía social más formidable que muchos tipos de opresión
política”.16 Esta forma cualitativamente nueva de peligro requiere
una defensa cualitativamente nueva de la libertad, una defensa con-
tra “la tendencia de la sociedad a imponer, por otros medios que no
sean sanciones civiles, sus propias ideas y prácticas como reglas de
conducta sobre aquellos que disienten de ellas”.17
En resumen,Tocqueville y Mill exhiben su preocupación por
una forma de “dominación impersonal” de dos caras que llamaré
alienación y escisión [diremption]. La primera se refiere a la sensación
de extrañamiento y pérdida de control efectivo por parte de la
sociedad en su conjunto sobre sus propias formas de organización:
el dominio de nosotros por nosotros mismos. La segunda se refiere

15 John Stuart Mill, On Liberty (Saddle River, NJ: Prentice-Hall, 1997), 7.


16 John Stuart Mill, On Liberty, 7.
17 John Stuart Mill, On Liberty 7. O bien, considérese la crítica de Thomas
Paine de la aristocracia terrateniente como una forma de desposesión:
“La culpa, sin embargo, no es de los poseedores del presente [...]. La culpa
recae sobre el sistema” (“Agrarian Justice”, 420, énfasis añadido).
140 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

a la división interna de la sociedad en función de los procesos


desencadenados en la primera: la dominación de unos sobre otros.
La importancia del análisis del capitalismo de Marx reside, al
menos parcialmente, en su esfuerzo por combinar estos dos ele-
mentos. Para Marx, el capitalismo es un sistema de organización
social y económico que opera de manera semiautónoma, dando
lugar a nuevas formas de dominación impersonal. La sociedad
burguesa moderna es “como el hechicero, que ya no es capaz de
controlar los poderes del inframundo a los que ha convocado con
sus hechizos”.18 Al mismo tiempo, esta forma de organización so-
cial y económica también conduce a una división que se expresa
como dominación y explotación de clase. Así que el capitalismo tiene
elementos tanto de alienación como de escisión. Y, sin embargo, la
relación entre ellas no siempre es consistente ni clara. El énfasis
que Marx pone en cada uno de ellos varía según el objetivo es-
pecífico en cuestión. Esto ha dado lugar a un ciclo interminable
de debates dentro del marxismo sobre su peso normativo relativo,
así como sobre la relación causal entre ellos (es decir, si la do-
minación impersonal genera la dominación de clase, o viceversa).
Por ejemplo, en su conocida y muy influyente contribución al
marxismo occidental, Moishe Postone argumenta que se puede
construir una crítica convincente del capitalismo a partir de la idea
de que, como forma históricamente específica de organización
social, el capitalismo se caracteriza por una forma única de do-
minación en la que toda la sociedad queda sometida a sus propios
procesos socioeconómicos. En sus palabras: “La dominación social
en el capitalismo no consiste, en su nivel más fundamental, en la
dominación de personas sobre otras personas, sino en la domina-
ción de personas por estructuras sociales abstractas que las personas
mismas constituyen”.19 De acuerdo con mi propia terminología,
esta es una descripción de la “alienación formal”. Esto contrasta
marcadamente con el “marxismo analítico” de G.A. Cohen (dis-
cutido extensamente en el capítulo 2), quien descarta estas ideas
sobre la alienación y la dominación social e insiste en que el núcleo

18 Karl Marx y Friedrich Engels, The Communist Manifesto (New York: Pen-
guin, 1985), 85-86.
19 Moishe Postone, Time, Labor, and Social Domination: A Reinterpretation of
Marx’s Critical Theory (Cambridge: Cambridge University Press, 1996),
30.
3. La crítica estructural indígena 141

normativo de la crítica del capitalismo debe residir en la relación


de explotación entre grupos de personas organizadas como clases.20
En la segunda mitad del siglo XX, diversos pensadores in-
tentaron transponer este discurso sobre la alienación y la domi-
nación impersonal al lenguaje ecológico. Esto incluyó a muchos
ecologistas profundos –quienes a menudo abrevaron de la filosofía
de Heidegger– pero también involucró cada vez más al marxis-
mo occidental. En La dialéctica de la Ilustración, Max Horkheimer y
Theodor Adorno dan cuenta de un conjunto de procesos moder-
nizadores que agravan el distanciamiento general de la humanidad
del mundo natural como producto del proceso de racionalización
propio de la modernidad occidental.21 Desde su época se ha mul-
tiplicado exponencialmente el interés por cómo el capitalismo
alimenta la destrucción ecológica, el colapso de las especies y el
cambio climático –central en los debates actuales sobre el “Antro-
poceno”–. En cada uno de estos casos, la principal preocupación
es cómo nuestro sistema social, económico y (ahora) ecológico de
organización ha sobrepasado nuestra capacidad de controlarlos y
dirigirlos. Operando como un conjunto de sistemas relativamente
autónomos y anónimos, estamos alienados por ellos, no en el alto
sentido metafísico (alienados de nuestro ser-genérico), sino en un
sentido más prosaico: suponen modos fundamentalmente extraños
de autoconstrucción y autoapropiación.22
De entre los diversos esfuerzos por reformular la alienación y
la escisión en términos no metafísicos, una característica común salta
a la vista. A medida que las teorías de la dominación impersonal
dan más importancia a la alienación como principal preocupación
normativa, tienden a alejarse de la escisión. Es decir, cuanto más
enmarcamos el problema del capitalismo o del cambio climático
antropogénico, por ejemplo, como problema de la dominación im-
personal de la humanidad por sus propias construcciones, mayor es
la tentación de oscurecer la división simultánea de la humanidad

20 Para un análisis profundo de estos diferentes modos de crítica, véase Ra-


hel Jaeggi “What (If Anything) Is Wrong with Capitalism? Dysfunctio-
nality, Exploitation and Alienation: Three Approaches to the Critique of
Capitalism”, Southern Journal of Philosophy 54, no. 51 (2016).
21 Max Horkheimer y Theodor Adorno, The Dialectic of Enlightenment (Palo
Alto: Stanford University Press, 2007).
22 Cf. Jason Moore, Capitalism and the Web of Life: Ecology and the Accumula-
tion of Capital (New York: Verso, 2015).
142 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

en categorías constitutivamente antagónicas y ordenadas jerárqui-


camente. En resumen, al centrarse en cómo somos dominados por
nosotros mismos se elude la preocupación por cómo nos dominamos
unos a otros.23
No necesitamos resolver tales debates aquí. Para nuestros
propósitos, lo que importa es simplemente que al menos desde
la época de Marx el capitalismo ha sido caracterizado de diversas
formas como un sistema de dominación impersonal internamente es-
cindido. Así, la crítica normativa de este sistema se funda sobre el
interés tanto en la alienación como en la escisión. Esto es relevante
porque nuestra preocupación por el despojo está conceptual y em-
píricamente en deuda con esta formación. Los conceptos que uti-
lizamos para dar cuenta de las características del despojo se derivan
en parte de estos debates sobre el capitalismo en general. Esto no
es una coincidencia. Más bien se debe a que los propios procesos
también están relacionados. La derivación conceptual sigue al en-
trelazamiento material. En otras palabras, si la desposesión exhibe
muchas de las mismas características que el capitalismo en general,
no es porque sea análogo, sino porque los dos están ya histórica-
mente acoplados.

23 Otro ejemplo de esto puede encontrarse en el trabajo reciente de Anita


Chari. En A Political Economy of the Senses: Neoliberalistn, Reifcation, Cri-
tique (New York: Columbia University Press, 2015), Chari reconstruye
hábilmente una concepción de la reificación adecuada a los tiempos neo-
liberales contemporáneos. Inspirándose en Marx, Georg Lukacs y Ador-
no, Chari concibe la reificación como una forma de despolitización que
tiene dos “caras”: (a) la esclerotización de lo político –“esta característica
del capitalismo que estratifica la estructura institucional de las formas
de autogobierno”– y (b) la puesta entre paréntesis de lo político, que se
refiere a “la ofuscación de la relación entre las esferas política y econó-
mica” (95). Como suele ocurrir, el énfasis en la reificación y la alienación
de la sociedad de sí misma a través de sus propios modos patológicos de
organización social lleva a restar importancia a la división interior a esa
sociedad, lo que se manifiesta en formas de dominación y lucha de clases.
Por ejemplo, Chari define la expropiación como un tipo de dominación
impersonal. Para ella, este término se refiere a “la idea de que vivimos
desposeídos del mundo y del significado de las cosas, y que podemos
tomar prestados signos y objetos para componer algo que tenga sentido,
que nos devuelva a algo que experimentamos” (172). La definición de
expropiación y desposesión procede aquí de la artista Claire Fontaine,
citada por Ruba Katrib y Tom McDonough Claire Fontaine: Economies
(Miami: Museum of Contemporary Art, 2010), 10.
3. La crítica estructural indígena 143

Sostengo que una crítica de la desposesión puede definir-


se coherentemente en estos términos dualistas, es decir, como un
problema de dominación impersonal con una escisión interna. Al
combinar características de la alienación y la escisión, podemos
agregar la especificidad analítica e histórica a nuestra crítica, lo
que representa un avance sobre nuestro interés más general en la
mercantilización, la privatización, la acumulación primitiva o el
“cercamiento de los bienes comunes”. Si bien estos otros marcos
de análisis comúnmente expresan una cierta preocupación por los
mecanismos alienantes del desarrollo capitalista moderno, gene-
ralmente no vinculan esto con una preocupación por el modo
específico de despojo observable en el despojo colonial recursivo,
a saber, la formación de “indios” como sujetos constitutivamente
excluidos. Ya vimos un ejemplo de esto en la referencia de Po-
lanyi a la “comercialización del suelo” (ver capítulo 2). Aunque
los términos comercialización y/o mercantilización comparten algunas
características con el despojo, siguen siendo demasiado generales y
demasiado específicos. Son demasiado generales en el sentido de
que se utilizan con frecuencia para describir procesos que abar-
can fenómenos tan diversos que se corre el riesgo de oscurecer
la especificidad de la desposesión en los contextos coloniales que
aquí nos ocupan. Sin embargo, también son demasiado específicos
en su asociación directa con la tradición marxista, que como ya
hemos visto sigue centrada principalmente en la cuestión laboral,
independientemente de los recursos adicionales que pueda ofrecer
para pensar las cuestiones de la apropiación y la colonización de la
tierra. La teoría marxista muestra una tendencia persistente a redu-
cir los procesos de despojo colonial a la mercantilización capitalista
y el cercamiento, obviando la necesidad de un examen sólido de la
especificidad de la expansión de los colonos y la resistencia indíge-
na en y a través de la tierra.24 De forma más evidente, las preocupa-
ciones generalizadas por la mercantilización de la tierra tienden a
ignorar hasta qué punto este proceso ha estado acompañado de la
transferencia sistemática, las pérdidas y la diferenciación de grupos.
No es sólo que la tierra fue mercantilizada, privatizada y “cercada”,
sino que la colonización generó una forma de mercantilización
para despojar a los pueblos indígenas de manera distinta y particular
de sus hogares ancestrales. La dualidad de este proceso (propiedad

24 Coulthard, Red Skin,White Masks, capítulo 1.


144 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

y robo sistémico) es lo que pretende capturar el concepto de des-


posesión.
Del mismo modo, no puede decirse que la desposesión esté
controlada por un grupo particular de personas en un momento
determinado, al menos no si por ello entendemos algo así como
una extensión de las relaciones premodernas de dominación per-
sonal. El despojo es un proceso mediante el cual grandes franjas
de tierra se transformaron y repartieron en un sistema de red de
propiedad privada a través de la desposesión sistémica de los pue-
blos indígenas. Este proceso fue parcialmente ideado y dirigido
por las élites coloniales, pero no fue “controlado” por ellas. Más
bien, como vimos en capítulos anteriores, el despojo fue el efec-
to de un conjunto de fuerzas estatales y de mercado distintas, a
veces incluso en competencia. Aunque las élites gubernamentales y
corporativas desarrollaron herramientas legales, políticas y econó-
micas para dirigir y beneficiarse del despojo de la tierra contra los
pueblos indígenas, ni siquiera pudieron contener o controlar por
completo estas fuerzas una vez que se afianzaron. Es por ello que
Lewis Henry Morgan, en su obra Ancient Society de 1877, puede
jactarse y lamentarse al mismo tiempo del poder de la propiedad:
“Desde el advenimiento de la civilización, el crecimiento de la
propiedad ha sido tan inmenso, sus formas tan diversificadas, sus
usos tan expansivos y tan inteligente su administración en interés
de sus dueños, que se ha convertido, por parte del pueblo, en un
poder ingobernable. La mente humana permanece desconcertada
ante la presencia de su propia creación”.25 A fines del siglo XIX,
es posible hablar de las relaciones de propiedad modernas como
un “poder ingobernable” que “desconcierta” incluso a sus propios
creadores. Realizado sobre las espaldas de ocupantes ilegales, colo-
nos, agrimensores, residentes y hombres de la frontera –muchos de
los cuales eran los mismos protagonistas empobrecidos y desplaza-
dos del relato de Marx sobre la acumulación primitiva en Europa
occidental (por ejemplo, los irlandeses o los escoceses del Ulster)–
la desposesión global no necesitó de ningún “comité de gestión”.
En suma, la aprehensión de la dualidad de este conjunto com-
plejo de procesos requiere que pensemos dialécticamente: a pesar
de, o quizás debido a la naturaleza descentralizada, heterodoxa y

25 Lewis Henry Morgan, Ancient Society (1877; reimp.,Tucson: University of


Arizona Press, 1985), 552.
3. La crítica estructural indígena 145

fluida de los diversos procesos y mecánicas de su articulación, el


despojo tuvo un efecto relativamente estable, predecible y unifor-
me en los pueblos indígenas. Es a su tradición de resistencia a la
que me dirijo ahora.

II
El componente final para entender la desposesión como un proce-
so histórico implica resaltar la forma en que constituye categorías
de identificación y subjetividad grupal. La relevancia de esto ya
debería estar algo clara a partir de la discusión previa sobre la alie-
nación y la escisión. Una característica que diferencia a estas dos
preocupaciones normativas son los respectivos puntos de vista de
sus críticas. Mientras que la alienación generalmente imagina un
sujeto colectivo unificado pero que es escindido de sí mismo de
una manera significativa, la crítica de la escisión suele ser una pos-
tura partidista, imaginando la libertad de un sujeto en oposición
directa a la tiranía de otro. La manera en que Marx encuadra estas
dos formas de crítica consiste en delinear la lucha del proletariado
contra la escisión de la humanidad (expresada como dominación y
explotación de clase) como portadora de un potencial universal de
emancipación humana contra las tendencias alienantes del capital.
De este modo, una lucha particular y partidista podía convertirse
también en una universal (el movimiento de an sich a für sich).
Frantz Fanon, uno de los grandes teóricos de la escisión, insinuó
un movimiento similar al sugerir que la lucha anticolonial del siglo
XX estaba preparando el terreno para un “nuevo humanismo”.
Como a Marx antes que él, a Fanon le interesaba interrogar las
condiciones bajo las que una lucha sectorial –en este caso, la lucha
de los colonizados por su propia supervivencia contra la violencia
aniquilante de los colonizadores– podría no obstante facilitar la
emancipación más general de la humanidad respecto de las con-
diciones alienantes del capitalismo imperial supremacista blanco.26
En el resto de este capítulo, exploro cómo podríamos entender las
luchas indígenas contra el despojo en una postura similar, es decir,
como luchas partidistas o sectarias contra un proceso histórico que

26 “Una vez terminada la lucha, no sólo se produce la desaparición del


colonialismo, sino también la de los colonizados. Esta nueva humanidad,
para sí misma y para los demás, inevitablemente define un nuevo huma-
nismo”. (Fanon, The Wretched of the Earth, 178).
146 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

los ha atacado en particular pero que contiene una dimensión que


nos concierne en general.

***
En los primeros 150 años de la expansión colonial europea en
las Américas, los pueblos indígenas se relacionaban predominante-
mente con los recién llegados y entre sí a través de modos precolo-
niales de identidad y organización políticas. Aunque los europeos a
menudo hablaban de los “indios” como si fueran una sola civiliza-
ción unificada, los propios pueblos indígenas típicamente evitaron
tales generalizaciones, y continuaron identificándose con sus tribus,
clanes y naciones específicas. Como dice Kevin Bruyneel:
Solo después de siglos de conquista, colonización y asenta-
mientos en América del Norte por parte de los europeos, tér-
minos como indio o indígena adquirieron un significado que
confería una identidad colectiva a pueblos como el Cherokee,
Pequot, Mohawk, Chippewa, y cientos de otras tribus y na-
ciones, en contraste con las emergentes sociedades de colonos
eurocéntricas. Las palabras indio e indio americano, al igual que
nativo-americano, aborigen e indígena, surgieron como producto
de una relación co-constitutiva junto con términos como co-
lonizador, colono y americano.27
La continuación de la rivalidad intraindígena e intraeuropea de
épocas anteriores significó que las líneas comerciales, diplomáticas
y militares de afiliación fueran dinámicas y con frecuencia cruza-
ran la supuesta división entre civilizaciones. En lugar de que los
“europeos” se encontraran con los “indios”, durante la mayor parte
de los siglos XVI, XVII y XVIII, las potencias inglesa, francesa,
española, alemana y holandesa compitieron entre sí para construir
conexiones con Mohicanos, Mi’kmaq, Pequot, Ojibwe e Innu (por
nombrar sólo algunos). De hecho, muchas sociedades indígenas
aprovecharon este campo cambiante para dominar a sus rivales
históricos.28

27 Kevin Bruynccl, The Third Space of Sovereignty: The Postcolonial Politics of


U.S.-Indigenous Relations (Minneapolis: University of Minnesota Press,
2007), ix.
28 Tal vez lo más famoso sea que la Confederación Haudenosaunee pudo
ampliar y consolidar su poder sobre una serie de naciones indígenas ri-
3. La crítica estructural indígena 147

A mediados del siglo XVIII, esta configuración comenzó a


cambiar drásticamente. Con la retirada efectiva de los holandeses de
la colonización norteamericana en la década de 1660 y la derrota
de los franceses un siglo después, los pueblos indígenas se enfrenta-
ron cada vez más al frente imperial inglés unificado. El aumento de
las poblaciones de colonos anglosajones siguió a esta consolidación
política a fines del siglo XVIII, aumentando la sensación de que
podría ser necesaria una alianza indígena integrada para detener
la ola de expansión europea. En consecuencia, a finales del siglo
XVIII y principios del XIX tuvo lugar una forma cualitativamente
nueva de movilización política panindígena. Los líderes de estos
movimientos se encuentran entre los líderes más conocidos y mi-
tificados de la época: Obwandiyag/Pontiac (Odawa) (c. 1710-69),
Tecumseh (Shawnee) (1768-1813), Tenskwatwa (Shawnee) (1775-
1836), Handsome Lake (Seneca) (1735-1815) y Neolin (Delawa-
re, fecha de nacimiento y muerte desconocidas). Como señala la
historiadora mohawk Susan Hill, sabemos mucho menos sobre las
contribuciones de mujeres en específico, en gran medida debido
al sexismo distintivo de la época y a la compilación del registro
histórico.29 El epígrafe que inaugura este capítulo es un ejemplo de
ello. Los documentos nos dan una idea de una mujer séneca que a
fines del siglo XVIII enfatiza expresamente el papel relevante que
desempeñan las mujeres en la estructura del liderazgo de su so-
ciedad, exhortando a los funcionarios estadounidenses a “escuchar
y atender a lo que las mujeres dirán” –el registro no proporciona
ninguna información sobre la mujer, ni siquiera su nombre–.30 Sin
embargo, sabemos por diversas fuentes indígenas y no indígenas
que las mujeres fueron figuras importantes en los movimientos es-
pirituales panindígenas del siglo XVIII y principios del siglo XIX.
El historiador Gregory Dowd, por ejemplo, ha reconstruido las
profecías de una joven mujer de Delaware que desafió al liderazgo

vales, como los Wyandot (Hurones) hacia finales del siglo XVI, en parte
gracias a las astutas alianzas militares con aliados europeos.
29 Para un tratamiento extenso del papel del liderazgo de las mujeres Hau-
denosaunee en el siglo XVIII, y un análisis de los obstáculos para recons-
truir tal relato, véase Hill, The Clay We Are Made Of, capítulo 2.
30 Mujer anónima y Red Jacket (Seneca), “We Are the Owners of this
Land”; 35.
148 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

tradicional (masculino) en su propia comunidad debido a que éste


había aceptado las costumbres británicas.31
Lo que unificó a estos nuevos líderes fue su compromiso con
una forma de renovación espiritual y política panindigenista a tra-
vés de un “nuevo tradicionalismo” conformado de manera para-
dójica, depurado de influencias europeas. Aunque los historiadores
comúnmente se refieren a estos movimientos como “nativistas”,
quizás quedan mejor caracterizados como una forma de sincretismo
indígena.32 Los líderes recurrieron selectivamente a una serie de
prácticas religiosas, culturales, económicas y políticas anteriormen-
te diferentes y las entrelazaron de forma creativa con la esperan-
za de producir un nuevo movimiento revivificante que resultara
ampliamente atractivo en todo el país indio. Argumentaron que
independientemente de las rivalidades políticas que los hubieran
dividido históricamente, los pueblos indígenas estaban unidos por
una forma de vida ampliamente compartida, respaldada por una
visión espiritual que podía yuxtaponerse a la civilización europea
y la religión cristiana, igualmente unificadas. Juntos produjeron el
“Gran Despertar” de finales del siglo XVIII.33
Al hacerlo, estos pensadores se enfrentaron al problema de
reconciliar una serie de tensiones y contradicciones dentro de sus
movimientos. Primero, su apelación radical a la tradición indígena
era, al menos en un sentido, poco tradicional. El sincretismo pa-
nindígena se opuso a las instituciones y formas de asociación más
antiguas que frecuentemente enfatizaban las diferencias y divisio-
nes entre varias tribus, clanes y naciones. En consecuencia, los nue-
vos profetas enfrentaron con frecuencia la feroz oposición de una
generación anterior de líderes. En segundo lugar, el sincretismo
indígena siguió una dialéctica paradójica de división y unidad. Los
líderes del movimiento tenían la tarea de explicar cómo podía ser
cierto que la forma de vida europea fuera inferior y sin embargo
ganara terreno continuamente. Respondieron argumentando que
31 Gregory Dowd, A Spirited Resistance:The North American Indian Struggle for
Unity, 1743-1813 (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1992), 30.
32 El término nativismo incomoda a algunos porque deriva de la palabra na-
tivo, que en el pasado ha tenido un montón de connotaciones inexactas
e incluso denigrantes. Pero los pueblos nativos de algunas regiones que
sufrieron el colonialismo, entre ellos los nativos americanos, han recupe-
rado este término en las últimas décadas. Parece lícito seguir su ejemplo.
(Dowd, A Spirited Resistance, xxi).
33 Dowd, A Spirited Resistance, 27.
3. La crítica estructural indígena 149

la creciente amenaza europea no se debía a la superioridad de la


civilización o la religión de los recién llegados (sus armas y dioses),
sino a la rivalidad y división entre los indígenas. Como ha argu-
mentado Dowd, la nueva ola de avivamiento espiritual panindíge-
na que se extendió por las sociedades de las llanuras de fines del
siglo XVIII y principios del XIX “dependía parcialmente de sus
oponentes indios”, ya que los nuevos profetas “podían atribuir el
fracaso de las armas de los nativos americanos no al número, la tec-
nología ni la organización de los británicos, sino al comportamien-
to acomodaticios de los indios. Mientras los nativistas enfrentaran
una seria oposición dentro de sus propias comunidades, podrían
explicar la derrota indígena como consecuencia de las fechorías
de otros indígenas”. De esta manera paradójica, “las luchas internas
prolongaron la vida del movimiento”.34
Los profetas panindigenistas también fueron muy críticos con
los indios que adoptaron las formas europeas, a quienes podríamos
llamar “acomodaticios”. Esta categoría incluye a personas como
Alexander McGillivray de los Creeks y Joseph Brant de los Mo-
hawks, dos líderes destacados que optaron deliberadamente por
estudiar en escuelas euroamericanas, usar nombres anglosajones,
ser dueños de esclavos negros y en general adoptar las costum-
bres europeas estándar de la época. Quizás lo más infame desde el
punto de vista de los nuevos profetas es que los acomodaticios se
convertían con frecuencia al cristianismo y lo fomentaban entre
sus hermanos. La difusión del cristianismo fue particularmente
controvertida porque iba en contra de la teoría emergente de la
poligénesis de los nuevos profetas, la creencia de que los pueblos
indígenas fueron creados por separado por su propio dios pero fue-
ron corrompidos espiritualmente por la conversión. La teoría de la
poligénesis fue uno de los medios por los cuales los nuevos profetas
pudieron enfatizar la unidad de todos los pueblos indígenas (contra
los líderes tribales más antiguos) y el distanciamiento respecto de
los europeos (contra los acomodaticios).35
El sincretismo indígena tuvo varios éxitos. Uno de los pri-
meros ejemplos de un pueblo indígena que consciente y expre-
samente puso en marcha la resistencia al despojo sobre la base de
una indigenidad compartida se puede encontrar en la Guerra de

34 Dowd, A Spirited Resistance, 37.


35 Dowd, A Spirited Resistance, 21.
150 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

Pontiac. De 1763 a 1766, una confederación de naciones nativas se


levantó contra el dominio británico, destruyó ocho fuertes y mató
o capturó a cientos de colonos. En reconocimiento parcial de esta
resistencia panindígena, la Corona británica comenzó a modificar
sus reclamos y políticas, incluido el reconocimiento más sustancial
de los órdenes políticos y legales indígenas existentes.36 El asegura-
miento de la paz con las naciones indígenas vecinas permitió aún
más la concentración y el repliegue. Entre 1761 y 1776, la Corona
británica abandonó siete de los nueve fuertes que tenía al final de la
Guerra de los Siete Años. En ocasión del abandono de “dos fuertes
tan caros y problemáticos”, el general Thomas Gage expresó su
“gran placer”. Gage manifestó “un estado de ánimo cada vez más
escéptico hacia el imperio territorial dentro de Gran Bretaña”.37
Otra momento bien conocido de unidad panindigenista se pro-
dujo en 1768, cuando los líderes Cherokee y Shawnee dejaron
de lado generaciones de enemistad, sellaron un acuerdo de paz y
acordaron unirse contra la expansión angloamericana (solo medio
siglo antes, las dos naciones se habían visto envueltas en un amargo
conflicto entre ellas).
A mediados del siglo XIX, la política panindígena comenzó
a decaer. En ese momento, los nuevos profetas comenzaron a tener
dificultades para generar el nivel de unidad requerido para sostener
una resistencia organizada y generalizada a la colonización anglo-
sajona. Oleadas de personas desplazadas de los territorios orien-
tales estaban siendo empujadas hacia las llanuras, lo que creaba
mayores tensiones y una mayor competencia con las comunidades
locales. Por ejemplo, las naciones Crow y Cheyenne fueron cons-
tantemente empujadas hacia el oeste por la competencia con los
pueblos Dakota y Lakota. Sus respuestas divergentes a esta presión
ilustran claramente los dilemas de la política panindígena durante
este período. Las tribus Cheyenne del norte finalmente se pusie-
ron del lado de sus rivales históricos, los Oceti Sakowin (también
conocidos como la “Gran Nación Sioux”), para forjar un frente
unificado contra los euroamericanos (más tarde incluso lucharon

36 Miller, Compact, Contract, Covenant, 67; Jack Stagg, Anglo-Indian Relations


in North America to 1763 (Ottawa: Indian and Northern Affairs Canada,
1981), 334-37.
37 Fitzmaurice, Sovereignty, Property, and Empire, 188.Véase también Richard
White, The Middle Ground: Indians, Empires, and Republics in the Great Lakes
Region, 1650-1813 (Cambridge: Cambridge University Press, 1991), 322.
3. La crítica estructural indígena 151

juntos en la famosa Batalla de Greasy Grass de 1876). Los Crow,


por el contrario, rechazaron la unificación y siguieron siendo una
nación aparte.38 En el siglo XIX, la panindigenidad siguió siendo
un proceso político frágil y complejo en continua negociación.
Todo esto es para decir que el contradespojo indígena siem-
pre ha sido una tradición de argumentación, no sólo externamen-
te (frente a los europeos) sino también internamente. Como tal,
nunca ha implicado un acuerdo sustantivo sobre todos los temas,
sino que se compone de un espacio de preocupaciones compar-
tido, una forma de problematización, que surge de la experiencia
común de la desposesión. Debe enfatizarse que esta diferenciación
interna de ninguna manera disminuye la fuerza o la importancia
de la crítica. Sólo significa que la condición de indígena implica
una política: un terreno de lucha discursiva y material en disputa,
que simultáneamente une y divide a las personas como individuos
y colectividades. En particular, lo que deseo resaltar aquí es que
el desacuerdo interno sobre el interés en la dimensión normativa
de la crítica puede coexistir con el surgimiento y consolidación
del sujeto de esa crítica. La normatividad está relacionada con la
subjetividad, pero no está determinada por ella, razón por la cual
una concepción emergente de lo “indígena” puede servir como
vehículo para plantear diversas cuestiones normativas. En la próxi-
ma sección propongo examinar más de cerca algunas figuras ejem-
plares en esta tradición de argumentación internamente compleja
como un medio para desentrañar sus múltiples lógicas.

***
Casi inmediatamente después de que el Congreso de los Estados
Unidos comenzara a institucionalizar el proceso de despojo des-
crito en el capítulo 1, los pueblos indígenas comenzaron a articular
una respuesta. Una de las primeras voces de oposición provino
del autor, ministro y organizador político pequot William Apess
(1798-1839), cuyos escritos más prolíficos se produjeron a finales
de la décadas de 1820 y los años 30. En 1828/29 publicó su auto-
biografía, A Son of the Forest, quizás la primera obra autobiográfica
38 Para un estudio de los Crow y su líder, Plenty Coups, durante gran parte
del proceso de transición a la vida en la reserva, véase Radical Hope: Ethics
in the Face of Cultural Devastation (Cambridge, MA: Harvard University
Press, 2008).
152 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

de un solo autor escrita por un indígena.39 En 1831 fue designado


por la Conferencia Anual de Nueva York de los Metodistas Protes-
tantes para predicar a los Pequot y publicó The Increase of the King-
dom of Christ. No mucho después, The Experiences of Five Christian
Indians, or An Indians Looking-Glass for the White Man llegó a la
imprenta. En 1833, Apess fue a Massachusetts, donde participó en
una revuelta menor de los pueblos Mashpee, que se levantaron de-
safiando los intentos de los colonos por intervenir en los procesos
locales de toma de decisiones dentro de la comunidad. Por su papel
en el levantamiento Mashpee, Apess fue arrestado por perturbar la
paz, sentenciado a prisión por treinta días y obligado a pagar una
multa. Sus escritos sobre la revuelta incluyen Indian Nullification
of the Unconstitutional Laws of Massachusetts (1835), una obra que
hábilmente se apropia del lenguaje legal de la “anulación”, propio
del contexto euroamericano, utilizándolo para sus propios fines.40
Después de publicar otras dos obras mayores –Eulogy on King Philip
(1836) y una segunda versión muy revisada de The Experiences of
Five Christian Indians (1837)– Apess parece haber dejado de es-
cribir. No se puede encontrar ningún registro de otros trabajos
posteriores a 1838.41
William Apess puede ser caracterizado como un acomodati-
cio. Recibió un nombre inglés, se convirtió al cristianismo (incluso
llegó a ser un importante ministro metodista) y en general adoptó
una forma de vida europea. Aún así, fue un crítico vociferante de
la depredación euroamericana en las tierras nativas. La crítica de
39 A veces se piensa que comparte este honor con Blackhawk, líder Sauk.
Véase Blackhawk, Life of Black Hawk, or Ma-ka-tai-me-she-kia-kidk (Lon-
don: Penguin, 2008). Blackhawk narró su biografía en 1833.
40 La “crisis de la anulación” se refiere a un conflicto entre Carolina del Sur
y el gobierno federal de Estados Unidos en 1832-33. Carolina del Sur
consideró que una serie de aranceles impuestos por el gobierno de An-
drew Jackson constituía una violación inconstitucional de los derechos
de los estados y, por tanto, eran nulos dentro de sus fronteras. Sólo un año
después, Apess utilizaría el lenguaje de la “anulación” para sostener que,
sin el consentimiento expreso de los Mashpee dentro de su territorio, las
leyes estadounidenses eran nulas en general.Véase William Apess, “Indian
Nullification”, in On Our Own Ground: The Complete Writings of William
Apess, a Pequot, ed.Varry O’Connell (Amherst: University of Massachuse-
tts Press, 1992), 167-274.
41 Para una lectura de Apess en relación con el pensamiento político es-
tadounidense más general, véase Adam Dahl, Empire of the People: Settler
Colonialism and the Foundations of Modem Democratic Theory (Lawrence:
University Press of Kansas, 2018).
3. La crítica estructural indígena 153

Apesss era pues predominantemente inmanente. A lo largo de sus


diversas obras, Apess nunca se cansó de señalar la profunda hipo-
cresía de los colonos anglosajones, en particular sus compromisos
volubles y oportunistas con el cristianismo y el estado de derecho.
Esto proporcionó la base normativa de su crítica, ayudándolo a
señalar lo que él llamó la “inconsistencia negra” en el corazón de
la afirmación euroamericana de superioridad racial y civilizatoria.
En palabras del propio Apess:
Si las pieles negras o rojas o cualquier otra piel de color es una
vergüenza para Dios, parece que Él se ha deshonrado mucho
a sí mismo, porque ha creado a quince personas de color por
una blanca, y las ha colocado aquí sobre la tierra. [...] Ahora su-
pongamos que estas pieles se reunieran y que cada piel tuviera
escritos sus crímenes nacionales, ¿qué piel crees que tendría los
mayores? Haré una pregunta más. ¿Se puede acusar a los indios
de robar a una nación casi todo su continente, y de asesinar
a sus mujeres y niños, y luego privar al resto de sus derechos
legítimos, que la naturaleza y Dios les exigen tener?42
Al caracterizar a sus sociedades como claramente cristianas y go-
bernadas por la ley –señalaba Apess– los angloamericanos se habían
comprometido con un conjunto de principios normativos que
podían ser utilizados como una crítica de esas mismas socieda-
des. Como podemos constatar, sus preocupaciones eran diversas y
complejas, incluida la estrecha imbricación de los angloamericanos
con el genocidio, el racismo y la guerra. Como también podemos
observar, se opuso consistentemente al despojo: el robo masivo de
un continente es parte de la “inconsistencia negra” del colonialis-
mo de colonos.
Como ejemplo de una crítica externa, podemos recurrir a
una figura de años posteriores. Hin-mah-too-yah-lat-kekt, o Chief
Joseph (c. 1840-1904), fue el líder de la banda Wal-lam-wat-kain
(Wallowa) de la nación Nez Perce durante un período de intenso
conflicto con el gobierno de Estados Unidos. A fines del siglo XIX,
incluida la Guerra Nez Perce de 1877, Hin-mah-too-yah-lat-kekt
fue un líder inteligente y adaptable, quien recurrió tanto a las tra-
diciones específicas de Wal-lam-wat-kain como a formas indígenas

42 William Apess, “The Experiences of Five Christian Indians of the Pequot


Tribe”, in On Our Own Ground, 157.
154 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

de identificación y organización más diversas (por ejemplo, aliarse


con el jefe Lakota Toro Sentado). En 1879 se publicó una reflexión
autobiográfica sobre su vida y opiniones políticas bajo el título “An
Indian’s view on Indian Affairs”. Allí, Hin-mah-too-yah-lat-kekt
expresa las (múltiples) preocupaciones de su pueblo por el proceso
de despojo. Primero narra el dilema al que se enfrentó su padre,
Tuekakas (Antiguo Jefe Joseph o Joseph el Viejo, c. 1785-1871),
cuando el jefe mayor se vio obligado a vender grandes porciones
de las tierras ancestrales de su pueblo:
Mi padre, que había representado a su banda, no quiso tener
nada que ver con el consejo [del gobernador estadouniden-
se Stevens], porque deseaba ser un hombre libre. Afirmó que
ningún hombre poseía ninguna parte de la tierra, y que un
hombre no podía vender lo que no poseía. Ocho años después
(1863) se celebró el siguiente concilio del tratado. Un cacique,
llamado Lawyer [Abogado] porque era un gran conversador,
tomó la delantera en este consejo, y vendió casi todo el país de
los Nez Percés. [...] En este tratado Lawyer actuó sin autori-
zación de nuestra banda. No tenía derecho a vender el país de
Wallowa (Agua Sinuosa).
Explica:
La tierra fue creada con la ayuda del sol, y debe dejarse como
estaba. [...] El país se hizo sin líneas de demarcación, y no es
asunto de ningún hombre dividirlo[...]. Veo a los blancos por
todo el país enriqueciéndose, y veo su deseo de darnos tierras
que no valen nada. [...] La tierra y yo somos de la misma opi-
nión. [...] Nunca dije que la tierra fuera mía para hacer con
ella lo que quisiera. Quien tiene derecho a disponer de ella es
quien la ha creado.43
Esta es una de las afirmaciones más claras y articuladas sobre el
dilema de la desposesión. Hin-mah-too-yah-lat-kekt reconoció
que él y su gente estaban siendo empujados o bien a adoptar una
relación de propiedad total con la tierra, o bien a perderla por
completo ante los estadounidenses. Hábilmente, él se opone a los
dos lados del proceso de despojo: la transformación de la tierra en
propiedad y la desposesión a su gente.
43 Chief Joseph, “An Indian’s View of Indian Affairs”, en Kramnick and Lowi,
American Political Thought, 930-31, 941.
3. La crítica estructural indígena 155

Es evidente que Apess y Hin-mah-too-yah-lat-kekt se rela-


cionaban con la sociedad euroamericana de maneras muy diferen-
tes. Si bien Apess apreciaba varias características del mundo de los
colonos y buscaba adaptarse a él de muchas formas, el jefe Joseph
era, en comparación, un “tradicionalista”. Sin embargo, estaban
unidos en su fuerte oposición al despojo. Propongo interpretar
sus formas de relacionarse con la sociedad de los colonos como
dos modos diferentes de crítica. Dado que Apess adoptó en gran
medida las estructuras normativas prevalecientes en Angloaméri-
ca (el cristianismo y el estado de derecho en particular), buscó
aprovecharlas para una crítica inmanente. Por el contrario, el jefe
Joseph puso en práctica una forma de vida como crítica, la cual
buscaba desacreditar el estilo de vida angloamericano yuxtapo-
niéndolo a otro estándar externo superior: una ética del cuidado
de la tierra viva.44 El jefe Joseph no se preocupaba por si el despojo
era internamente consistente con las reglas y normas establecidas
por la sociedad de los colonos. Para él y para la gente por la que
hablaba, se trataba de algo intrínsecamente objetable. Tal como lo
interpreto, el que tanto los modos de crítica inmanentes como
los externalistas puedan coexistir dentro de la misma tradición de
crítica política indígena, no es un efecto de la inconsistencia inter-
na, sino de la posición del sujeto de la crítica en relación con los
procesos bajo consideración (adentro/afuera).45
A menudo menospreciada, Laura Cornelius Kellogg (1880-
1947) es una de los pensadoras más perspicaces en este tema. Ke-
llogg fue una líder, autora y activista política de Oneida. Autora
prolífica, incursionó en diversos géneros incluyendo poesía, cuen-
tos y ensayos. Quizá su obra de análisis político más famosa sea Our
Democracy and the American Indian (1910), una apasionada defensa
de la soberanía y el autogobierno de los Haudenosaunee (o Seis
Naciones de los Iroqueses). En este trabajo, Kellogg condena el
44 Dentro de la teoría crítica, recientemente ha cobrado fuerza la idea de
una crítica de la forma-de-vida, alcanzando un nuevo nivel de comple-
jidad en trabajos de pensadores como Rahel Jaeggi y Daniel Loick.Véa-
se Rahel Jaeggi, Kritik von Lebensformen (Frankfurt am Main: Suhrkamp,
2013); Daniel Loick, “21 Theses on the Politics of Forms of Life”, Theory
and Event 20, no. 3 (Julio 2017): 788-803.
45 Mi comprensión de la crítica inmanente y externa está especialmente en
deuda con la formulación dada por Jakeet Singh en “Beyond Free and
Equal: Subalternety and the Limits of Liberal-Democracy” (Tesis docto-
ral, University of Toronto, 2014).
156 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

“millón de ‘becerros de oro’ de la hipocresía a los que le rezan


los angloamericanos”.46 El más importante de ellos era su defensa
altamente inconsistente y selectiva de la propiedad privada. Por un
lado, los colonos veneraban la propiedad absoluta de la tierra y se
esforzaban por darle esa misma forma a los títulos de los nativos.
Pero por otro lado, también desplegaron numerosos dispositivos le-
gales y políticos para evitar que los pueblos indígenas realizaran de
manera efectiva el reclamo de apropiación privada de la tierra (por
ejemplo, impidiendo que los indígenas hipotecaran sus propieda-
des inmobiliarias con el fin de acrecentar su capital). Kellogg se
refirió al proceso de generación de esta forma trunca de propiedad
plena como “disipación”, y denunció la “falta de certeza sobre la
posesión” que ella produjo en los pueblos nativos.47 Además, invitó
a sus compañeros indígenas a teorizar sobre el dilema entre pose-
sión y desposesión: “Es evidente que el indio mismo no sabe qué
teoría proponer para salvarse a sí mismo y a sus posesiones, pero se
da cuenta de que lo que quiere es salvarlas”.48
Kellogg ofreció soluciones concretas y prácticas a este impasse.
Entre sus diversos logros, fue miembro fundador de la Sociedad de
Indios Americanos (1911-23), la primera organización de derechos
de los indios americanos dirigida por y para los pueblos indígenas.
La sociedad proporcionó una estructura organizativa para el sincre-
tismo panindígena y generó el renacimiento de estos movimientos.
A lo largo de las décadas de 1910 y 1930, Kellogg participó acti-
vamente en la promoción del “Plan Lolomi”. El plan implicaba
que los pueblos indígenas se hicieran de la reserva y el sistema de
reserva, convirtiéndolo en una red de nuevas colectividades autó-
nomas que conservara la tierra en un fideicomiso conjunto (para
hacerla menos enajenable).
Una de las contribuciones importantes que hace Kellogg a
la tradición indígena de la contradesposesión es la forma en que
comprende explícitamente la necesidad de forjar la panindigeni-
dad, confiriéndole una estructura institucional respaldada por una
nueva economía política –un sistema que ella ocasionalmente
denominó “comunismo indio”–.49 De esta manera, Kellogg nos
46 Laura Cornelius Kellogg, Our Democracy and the American Indian and Other
Works (Syracuse: Syracuse University Press, 2015), 74.
47 Kellogg, Our Democracy, 93, 100.
48 Kellogg, Our Democracy, 89.
49 Kellogg, Our Democracy, 97.
3. La crítica estructural indígena 157

descubre la dimensión reconstructiva de la crítica política indígena,


es decir, la medida en que la identidad panindígena es tanto crea-
da como descubierta. Esta reconstrucción mira simultáneamente
hacia adelante y hacia atrás; extrae recursos del pasado para forjar
un nuevo futuro. Por ejemplo, invocando explícitamente el caso de
Tecumseh, quien quería “nacionalizar la raza”, Kellogg insiste en la
necesidad de que la “raza” indígena “recupere algo de su filosofía
tradicional” como medio para contrarrestar la política colonial tra-
dicional de “divide y vencerás”. 50 Le advierte a los nativos que no
ayuden a los euroamericanos en sus esfuerzos por “crear facciones
entre las tribus”: “Nuestra solidaridad se verá amenazada por ellos
mientras no despertéis y os neguéis a permitir que os represen-
ten”.51 Profundiza en este tema de la siguiente manera:
Hubo momentos en que pensé que todo lo que un indio tenía
en común con otro era la ignorancia y la opresión. Ha habido
momentos en que pensé que había indios e indios hasta el
infinito. En aquel entonces no había atravesado la fortaleza
del desierto, no había encontrado la fraternidad. La fraternidad
cuyo espíritu no puede ser quebrantado por un millón de años
de persecución, la fraternidad que, independientemente de la
cultura étnica de la propaganda de la Oficina, no puede ser
forzada a desmoralizarse. La fraternidad a la que el exilio y el
“reino del terror” no han hecho más que fortalecer. La frater-
nidad a quien la muerte le es dulce si ese es el precio a pagar
por ella. Mi corazón no ha sufrido en vano por las montañas.
Los héroes de mi infancia no se han ido todos de la tierra. Pero
no están mendigando migajas a una política que los arrastra
hacia una existencia miserable. No andan por ahí adulando al
Cara Pálida.52
Rara vez ha habido una articulación más poética y convincente de
la necesidad de recurrir al pasado para forjar una nueva forma de
panindigenidad frente a esta amenaza sistémica. Lo que podríamos
extraer del trabajo de Kellogg es la idea de que el despojo es par-
cialmente constitutivo de los modos de subjetividad y las formas
de identificación colectiva que engendra (por ejemplo: “colono”,
“nativo”), pero no es determinante. (Como afirma, los pueblos
50 Kellogg, Our Democracy, 102.
51 Kellogg, Our Democracy, 76.
52 Kellogg, Our Democracy, 77.
158 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

indígenas tienen en común más que su opresión compartida, pero


tienen eso). En consecuencia, la tradición del contradespojo in-
dígena funciona tanto dentro como en contra de este modo de
subjetivación. Esta tradición de crítica simultáneamente se refiere
y convoca a un sujeto indígena que puede materializarla en el
presente. En este sentido, es performativo.
Es evidente que los tres pensadores que acabamos de revisar
no agotan el rango de la crítica política indígena. Han sido elegidos
como ejemplo de tres aspectos diferentes de la tradición del con-
tradespojo.53 William Apess fue un acomodaticio que, sin embargo,
lanzó una crítica mordaz e inmanente a las profundas hipocresías
y las “negras inconsistencias” de Angloamérica. Hin-mah-too-yah-
lat-kekt (Jefe Joseph) fue un tradicionalista que articuló una crítica
externa desde el punto de vista de una forma de vida alternativa.
Finalmente, Laura Kellogg desarrolló una forma única de sincretis-
mo indígena, que buscaba forjar un nuevo movimiento pan-nativo
sobre la base de una estructura institucional compartida de propie-
dad colectiva de la tierra y desarrollo. Cada uno se opuso al des-
pojo, aunque por diferentes motivos. Cada uno vio esta oposición
crítica como parte de su indigenidad.

***
El siglo XX ha visto un notable renacimiento y reactivación del
sincretismo indígena. Como ha documentado ampliamente Mi-
randa Johnson, las oleadas de despojo asociadas con la expansión
de las industrias de extracción de recursos naturales en la década
de 1950 y hasta la década de 1980 generaron nuevas oleadas de
movilización legal y política panindígena. Aunque arraigados en
tradiciones locales y órdenes legales consuetudinarios particulares,
estos movimientos también conocieron una notable convergencia
en cuanto a la identidad política indígena, ahora en un “mundo
de colonos anglosajones” muy expandido. Durante este período,
los pueblos Dene, Dakota, Haida y Ojibwe de América del Norte

53 Para una indagación más comprensiva de los pensadores de esta tradi-


ción, véase Kiara Vigil, Indigenous Intellectuals: Sovereignty, Citizenship, and
the American Imagination, 1880-1930 (Cambridge: Cambridge Univesity
Press, 2015); David Martinez, ed., The American Indian Intellectual Tradition:
An Anthology of Writings from 1772 to 1972 (Ithaca, NY: Cornell Univer-
sity Press, 2011).
3. La crítica estructural indígena 159

estuvieron cada vez más en comunicación directa y continua con


sus contrapartes en todo el mundo, particularmente en el Pacífico
Sur anglófono. Esto generó “una nueva definición de la indigeni-
dad”, la cual “enfatizó que las identidades de los pueblos indígenas
estaban indisolublemente unidas a la tierra”. La política que se
derivó de ello “unió el lugar, la historia y la identidad”, y reunió
a comunidades que de otro modo estaban alejadas y situadas en
lugares dispares, pero que tenían una base sobre la cual construir
una lucha común: eran “grupos que habían sido despojados de
gran parte de su territorio y querían restablecer conexiones con
lugares significativos para ellos con el fin de restituir el sentido de
quiénes eran a raíz del despojo”.54 Por lo tanto, aunque estas luchas
muchas veces surgieron en relación con sus contextos nacionales
específicos, como ha argumentado la académica Ojibwe Sheryl
Lightfoot, esto también generó una nueva forma de internaciona-
lismo indígena que equivale a una “ revolución sutil” en el orden
global.55 Es a esta lucha indígena globalizada contra el despojo a
la que se refiere el autor y activista George Manuel (Shuswap)
cuando acuñó el término “Cuarto Mundo”.56
Hoy en día, las críticas del Cuarto Mundo a la desposesión
atraviesan por un renacimiento. Las contribuciones de académi-
cos contemporáneos como Joanne Barker, Jodi Byrd, Nick Estes,
Mishuana Goeman, J. Kēhaulani Kauanui y Leanne Simpson se
entienden mejor en este extenso contexto histórico. Dos de las
contribuciones más importantes e influyentes a estos debates en la
actualidad incluyen Red Skin, White Masks de Glen Coulthard, y
Mohawk Interruptus de Audra Simpson. Estas dos obras continúan
la tradición indígena de lidiar con los dilemas del despojo y la
posesión de una manera propia. El análisis de Coulthard se basa en
una variedad de pensadores indígenas y no indígenas por igual, re-
saltando la resistencia a una “forma de despojo estructurado”57 que
continúa amenazando la vida y el sustento de su pueblo en el con-
texto de una era supuestamente poscolonial y una política de reco-

54 Miranda Johnson, The Land Is Our History: Indigeneity, Law, and the Settler
State (Oxford: Oxford University Press, 2017), 3-4.
55 Sheryl Lightfooc, Global Indigenous Politics: A Subtle Revolution (New York:
Routledge, 2016).
56 George Manuel y Michael Posluns, The Fourth World: An Indian Reality
(Don Mills, ON: Collier-Macmillan Canada, 1974).
57 Coulthard, Red Skin,White Masks, 7.
160 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

nocimiento multicultural. Simpson se mueve entre densos diálogos


etnográficos con interlocutores Haudenosaunee y una genealogía
analíticamente aguda de la antropología en tanto modo de captura
etnográfica que da sustento a “una estructura continua de despojo
que tiene como objetivo a los pueblos indígenas para su elimina-
ción”.58 Lo que más se destaca de estos dos trabajos como ejemplos
de la tradición de la contradesposesión que más me interesa aquí,
es la medida en que ambos están conscientemente situados en las
luchas históricas de larga data de sus respectivas comunidades. La
intervención de Coulthard profundiza y se basa en la resistencia
multigeneracional de las naciones Dene contra los proyectos de
“desarrollo” explotadores y para la extracción de recursos naturales
en el norte de Canadá. En última instancia, dicha resistencia se
remonta al siglo XIX, pero se intensificó y aceleró desde la década
de 1970. En el caso de Simpson, el análisis que ofrece en Mohawk
Interruptus se basa en la memoria, aún vívida y visceral, del san-
griento y altamente sensacionalista conflicto armado de 1990 entre
(particularmente pero no limitado a) los Mohawks de Kanehsa-
tà:ke y Kahnawà:ke, por un lado, y los poderes militares y policiales
del gobierno canadiense, por el otro. Conocido coloquialmente
como la “Crisis de Oka”, este enfrentamiento ocurrió cuando los
Mohawks se resistieron a la profanación, mercantilización y con-
fiscación de sus tierras ancestrales a través de la expansión de un
campo de golf de nueve hoyos sobre un sitio funerario. Como
estos dos trabajos dejan dramáticamente en claro, la crítica social
y política indígena contemporánea se apoya sobre los hombros de
innumerables generaciones y se basa en un proyecto de feroz resis-
tencia material e ideológica más allá de los estrechos confines de
los debates académicos serios.

III
Los pueblos indígenas siempre han resistido al despojo. Sin em-
bargo, no siempre lo han hecho como pueblos indígenas. Por el
contrario, la idea misma de indigenidad en parte fue forjada en y
a través de este modo de resistencia. Incluso se podría decir que la
“indigenidad” es el nombre de esa intervención, esa interrupción
que históricamente ha impedido que los procesos de despojo se

58 A. Simpson, Mohawk Interruptus, 74.


3. La crítica estructural indígena 161

realicen plenamente. Esto ha sido consistentemente oscurecido


por la reducción de la “indigenidad” a una sustancia cultural fija y
temporalmente congelada.59 En The White Possesive, la académica
indígena (Goenpul) Aileen Moreton-Robinson traza un curso de
análisis alternativo, alejado de la captura etnográfica de la “dife-
rencia cultural” como índice de una postura normativa y hacia un
análisis de “las condiciones de nuestra existencia y los conocimien-
tos disciplinarios que producen y dan forma a la indigenidad”.60
Entre estas condiciones destaca lo que denomina “lógica posesiva
de la soberanía patriarcal blanca”, que se manifiesta especialmente
en la construcción y regulación jurídica de la propiedad. Como
ya hemos visto, en parte como consecuencia de este enfoque, el
concepto de desposesión opera como un término analítico central
en el trabajo de Moreton-Robinson.

59 Desde hace muchos años la “política de la indigenidad” en el mundo


anglosajón ha estado dominada por un “paradigma del reconocimiento
cultural”. La lógica básica de este marco es que la fuerza normativa de
las reivindicaciones políticas indígenas se deriva de la reivindicación de
una particularidad cultural. Pensadores clave como Charles Taylor y Will
Kymlicka han argumentado que podemos derivar el contenido normati-
vo de las reivindicaciones indígenas de una necesidad universal de reco-
nocimiento (Taylor), o de la importancia de preservar un medio cultural
que permita procesar el significado (Kymlicka). Estos pensadores suelen
argumentar que existe un importante vínculo entre la identidad personal
y la agencia de los ciudadanos y el respeto o la estima que se otorga a su
comunidad cultural o étnica. Si este es el caso, entonces la igualdad de res-
peto y dignidad de los individuos dentro de las sociedades democráticas
liberales requiere el reconocimiento (estatal) de comunidades subestatales
culturalmente distintas. Dado que las naciones indígenas constituyen en-
tidades culturales distintas transmitidas históricamente, son dignas de un
reconocimiento afirmativo sobre la base de nuestro interés general en res-
petar a los conciudadanos. Esto ha sido objeto de una crítica tan conocida
desde hace muchas décadas que no voy a repetirla aquí.Véase, por ejem-
plo, Joanne Barker, ed., Sovereignty Matters: Locations of Contestation and
Possibility in Indigenous Struggles for Self-Determination (Lincoln: Universi-
ty of Nebraska Press, 2005); Coulthard, Red Skin, White Masks; Richard
Day”,Who Is This We That Gives the Gift? Native American Political
Theory and the Western Tradition”, Critical Horizons 2, no. 2 (2001); Ri-
chard Day, Multiculturalism and the History of Canadian Diversity (Toronto:
University of Toronto Press, 2000); Elizabeth Povinelli, The Cunning of
Recognition: Indigenous Alterities and the Making of Australian Multiculturalism
(Durham, NC: Duke University Press, 2002); Dale Turner, This Is Not a
Peace Pipe (Toronto: University of Toronto Press, 2006).
60 Moreton-Robinson, The White Possessive, xvii-xviii.
162 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

La primera idea clave de este movimiento ha sido observar


que los “pueblos indígenas” no existen en un vacío histórico y
sociológico, definido por una esencia cultural específica que per-
manece fija para siempre. Más bien, como todos los grupos huma-
nos, se forman en el tiempo y a través de procesos históricos. Este
punto ha sido señalado una y otra vez por los mismos estudiosos
indígenas, quienes han alertado en repetidas ocasiones contra la
exclusión de la agencia indígena a través del uso de categorías
identitarias que, paradójicamente, son demasiado vacías y demasia-
do determinadas. Algunos de los trabajos más importantes sobre el
problema de esta vacuidad nos llegan de Jodi Byrd, erudita Chicka-
saw. En Transit of Empire, Byrd analiza cómo la categoría de “indio”
funciona como una cifra vacía, un recipiente en el que se vierten
las esperanzas, miedos y aspiraciones de una multitud de agentes y
agendas políticos. Desarrollando su argumento a través de diversos
textos y debates, Byrd señala que existe cierta consistencia en el
hecho mismo de que este tránsito continúe impidiendo el enfren-
tamiento directo con las prácticas de autodeterminación dentro
de los modos indígenas de acción política colectiva.61 Del lado del
contenido excesivamente determinado, la académica de Delaware
Joanne Barker observa lo siguiente:
El “nativo”, entonces, opera de muchas maneras para repre-
sentar preocupaciones y agendas políticas específicas. En con-
secuencia, quién está y quién no está incluido como nativo
depende de los contextos sociales de su uso[...]. El desafío
no es cómo capturar la verdad o la esencia del Nativo en la
categoría de Nativo; no se trata de qué discurso “lo capta co-
rrectamente”. El reto es más bien pensar a través de los tipos
de circunstancias históricas que se han creado para producir
coherencia sobre lo que significa “el nativo”, y cómo funciona
en un cierto momento histórico o acto articulatorio.62
En resumen, como Byrd, Barker y muchos otros interlocutores
han documentado desde hace tiempo, lo que significa ser “nativo”,
“indio” o “indígena” se constituye a través de un conjunto de actos

61 Jodi A. Byrd, The Transit of Empire: Indigenous Critiques of Colonialism


(Minneapolis: University of Minnesota Press, 2011).
62 Joanne Barker, Native Acts: Law, Recognition, and Cultural Authenticity (Dur-
ham, NC: Duke University Press, 2011), 19.
3. La crítica estructural indígena 163

políticos profundamente tensos, lo que nos lleva a navegar entre


regiones de vacuidad y determinación.
Dichos debates sobre la política de la identidad indígena son
demasiado amplios, complejos y cambiantes como para ser abor-
dados en su totalidad aquí.63 En cambio, los considero solo en la
medida en que se refractan a través de un tema mucho más estre-
cho: la crítica del despojo. Si puede decirse con propiedad que la
indigenidad se ha formado (en parte) no sólo en la experiencia
compartida de ser el objeto de procesos de despojo, sino también
en la resistencia común a ello, entonces la indigenidad se define (en
parte) como praxis crítica. Verla bajo esta luz nos permite recon-
cebir la categoría de “indígena” como una construcción política
que surgió a través de un largo proceso de aprendizaje, adaptación
y experimentación.64 Abordar la cuestión de este modo no implica
considerar el indigenismo como un todo perfectamente coherente
y unificado. Ese es precisamente el punto en cuestión. Más que
un sujeto unitario, tenemos un “parecido familiar” de diferentes
modos de resistencia y formas de crítica normativa que, a pesar de
su diversidad interna, componen una gramática de lucha recono-
ciblemente distinta. El punto no es que todos los pueblos indíge-
nas individuales compartan precisamente el mismo punto de vista
sobre el asunto. Sólo significa que es posible reconocer una tradi-

63 Para una útil revisión de estos debates, véase Mailc Arvin, “Analytics of
Indigencity”, y Kim Tallbear, “Genomic Articulations of Indigencity”, en
Native Studies Keywords, ed. Stephanie Nohelani Tevcs, Andrea Smith, y
Michelle Raheja (Tucson: University of Arizona Press, 2015), 119-29 y
130-55.
64 Esta perspectiva comparte algunos puntos con un paradigma alternativo
para teorizar la política indígena, destacadamente, con quienes argumen-
tan que los reclamos de los pueblos indígenas deben ser vistos como un
subconjunto de las exigencias de reparación por una injusticia del pasado.
Véase Courtney Jung, The Moral Force of Indigenous Politics (Cambridge:
Cambridge University Press, 2008); Janna Thompson, “Historical Injus-
tice and Reparation: Justifying Claims of Descendants”, Ethics 112, no.
1 (Octubre 2001). Aunque simpatizo más con este marco que con los
modelos multiculturales o de “primera ocupación”, sigo siendo escéptico
en cuanto a que la política indígena pueda reducirse a la elaboración
de normas de este tipo. Para las réplicas a este marco de “reparaciones”,
véase, por ejemplo, Paul Patton, “Historic Injustice and the Possibility of
Supersession”, Journal of Intercultural Studies 26, no.3 (Agosto 2005); Paul
Patton, “Colonisation and Historic Injustice – The Australian Experien-
ce”, en Justice in Time: Responding to Historical Injustice, ed. Lukas H. Meyer
(Baden-Baden: Nomos Verlagsgesellschaft, 2004).
164 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

ción indígena de contradesposesión a la que pueden apelar, incluso


en sus desacuerdos internos. De esta manera, la “indigenidad” no es
diferente de cualquier otra gramática de la política históricamente
constituida, como el liberalismo, el feminismo o el marxismo.
Es preciso clarificar esto. Al afirmar que la indigenidad se
hace en y a través de procesos históricos como la colonización
y el despojo no se quiere decir que está totalmente determinada
por esos procesos. En cuanto conjunto empírico de personas, los
pueblos indígenas no están completamente inscritos en los roles
y categorías donde los sistemas de poder existentes los inscriben.
Tampoco es que simplemente inviertan dichos sistemas en una
reversión dialéctica prístina. Más bien, los pueblos indígenas han
desarrollado tanto formas inmanentes de crítica dialéctica –las
cuales aprovechan y anulan las contradicciones desde dentro de
los sistemas de poder existentes– como formas de crítica externas,
ontológicas o centradas en la “forma de vida”, las cuales extraen
recursos de sus propias tradiciones intelectuales, espirituales y po-
líticas. Como se ha explorado anteriormente, las estrategias más
efectivas a menudo oscilan entre estos dos polos, operando tanto
interna como externamente a los sistemas de poder dominantes.
Estos diferentes modos de crítica se manifiestan en la misma
terminología que utilizamos. En un extremo del espectro, podemos
hablar de “indios”, una categoría legal-racial impuesta a grupos
enteros de personas sin su consentimiento (a veces incluso sin su
conocimiento). En el otro extremo tenemos términos específicos
de autoexpresión colectiva, como Kanien’kehaka, Nêhirawisiw,
Māori, Dine o Inuit (ᐃᓄᐃᑦ). La crítica se puede movilizar desde
cualquier posición. La crítica inmanente a las categorías que asig-
nan adscripciones tales como “indios” tiene la ventaja de poder
movilizar a un gran número de personas en una sola lucha, ya que
se basa en la experiencia compartida de la extrapolación colonial.
Sin embargo, por esta misma razón tiene la clara desventaja de
estar predominantemente definida negativamente. Por otra parte,
el extraer de las tradiciones intelectuales y políticas específicas de
Nuu-chah-nulth o Pitjantjatjara tiene la ventaja proveer un conte-
nido positivo (es decir, asociado con un denso conjunto de prácticas
culturales, espirituales y lingüísticas). Pero por esa misma razón la
coordinación entre grupos es más difícil y por lo tanto la autode-
terminación colectiva se vuelve aún más elusiva. Este es un dilema
3. La crítica estructural indígena 165

que Fanon, entre otros, señaló correctamente como central en la


mayoría de los movimientos anticoloniales.65
En y a través de muchos siglos de lucha, la solución par-
cial a esto ha sido fomentar categorías que puedan mediar entre
estos polos. Indígena es justamente una de esas categorías. Habla
de una experiencia compartida de colonización pero también de
una semejanza familiar de compromisos espirituales, culturales y
políticos. Este ha sido un mecanismo por el cual naciones, tribus,
sociedades y confederaciones específicas a lo largo de una gran
franja de tiempo y espacio han forjado conscientemente un pro-
yecto político común que consiste tanto en oponerse a la coloni-
zación en todas sus formas como en fomentar alternativas fundadas
en visiones plurales de otros mundos y otras formas de vida.
He recurrido a este proceso constitutivo como un espacio de
la teoría crítica, concentrándome especialmente en cómo consti-
tuye una tradición de contradesposesión, tradición no sólo distinta
sino también superior en aspectos cruciales a los marcos de re-
ferencia europeos predominantes. A mi juicio, cualquier persona
interesada en comprender el desarrollo histórico del orden global
tardomoderno y contemporáneo haría bien en prestar atención
a esta tradición, pues contiene recursos indispensables para com-
prender la desposesión tanto a nivel histórico-descriptivo como a
nivel crítico-normativo.

***
Tal vez ahora estemos mejor posicionados para comprender un
componente final de este análisis que me gustaría resaltar: el retraso
[belatedness] de la crítica normativa. Al enmarcar las cosas de esta
manera, me baso en el lenguaje frecuentado por la teoría freudia-
na y las obras freudo-marxistas de los primeros pensadores de la
Escuela de Frankfurt. En obras como Project for a Scientific Psycho-
logy, Sigmund Freud argumentó que el trauma se caracteriza (al
menos en parte) por la Nachträglichkeit,66 Al carecer de una traduc-
ción directa, este término podría traducirse como “posterioridad”,
65 “Sin embargo, tarde o temprano el intelectual colonizado se da cuenta de
que la existencia de una nación no se demuestra por la cultura, sino por
la lucha del pueblo contra las fuerzas de ocupación” (Fanon, The Wretched
of the Earth,159).
66 Para una revisión útil de este concepto y su historia reciente, véase Frie-
drich-Wilhclm Eickhoff, “On Nachtraglichkeit: The Modernity of an
166 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

“retraso” y/o “actuar diferido”.67 El elemento central aquí es que


trabajar a través del trauma implica reincorporar y luchar contra la
memoria o sus secuelas posteriores, no contra “el evento” como tal.
En esa medida, dicho trabajo está necesariamente estructurado por
una cierta comprensión retroactiva, tardía. El evento traumático es
parcialmente constitutivo del sujeto en cuestión, quien sólo puede
iniciar el trabajo de reparación desde esa ubicación ahora postrau-
mática. El efecto del trabajo sobre del trauma no es “restaurar” al
sujeto a una pureza original –la imagen de un yo pretraumático
es probablemente una construcción o proyección de las circuns-
tancias actuales– sino (re)constituirse uno mismo de una manera
que pueda realizar las interminables tareas de autointerpretación y
autoapropiación. En este sentido, la lucha con el trauma siempre
está retrasada [belated].
En este trabajo he argumentado que el despojo implica una
transferencia de tierras a gran escala que simultáneamente codifica
el objeto de intercambio en cuestión, de modo que retrospecti-
vamente parece ser una forma de robo en el sentido ordinario.
Debido a la extraña lógica recursiva de esta operación, en la que el
robo precede y produce a la propiedad, los destinatarios del proce-
so parecen exigir contradictoriamente la devolución de un objeto
robado que no es propiedad en absoluto. Los pueblos indígenas
aparecen como los “propietarios originales” de la tierra, pero solo
retrospectivamente, es decir, refractados hacia atrás por el proceso
mismo. A estas alturas, espero que quede claro que esto no es con-
tradictorio sino más bien retrasado. Con esto no quiero decir que
los pueblos indígenas y sus aliados lleguen a oponerse a un caso
concreto de despojo cuando ya es “demasiado tarde”. Las personas
pueden anticipar nuevas oleadas de despojo todo el tiempo. Tam-
poco estoy sugiriendo que el despojo de los pueblos indígenas de
sus tierras sea una forma de trauma, de tipo freudiano o de cual-
quier otra clase. Más bien, estoy argumentando que la aprehensión
del significado particular de la desposesión en contextos coloniales
puede beneficiarse del despliegue de un concepto de retraso que
replique la función análoga de ese término en otros contextos. La
Old Concept”, International Journal of Psychoanalysis 87, no. 6 (Diciembre
2006).
67 Jacques Lacan lo llama après-coup en Francés.Véase Jean Leplanche, “Après
-coup”, Dictionnaire international de la psychanalyse (Paris: Hachette Littera-
tures, 2005).
3. La crítica estructural indígena 167

utilidad del término reside en el hecho de que destaca cómo la


condición para la articulación del interés normativo es estructural-
mente (y no sólo cronológicamente) “posterior al hecho” –es decir,
refractado hacia el pasado a través del proceso–, pues el punto de
vista evaluativo o la posición misma del sujeto están parcialmente
constituidos por los procesos en cuestión. Los términos mismos
de una crítica al despojo se ubican dentro de los procesos que se
describen, convirtiendo a los “indios” en los reclamantes de un ob-
jeto (la propiedad en la tierra), quienes buscan recuperarlo pero de
tal manera que tal objeto se disuelva. Como he intentado ilustrar,
los procesos históricos en cuestión (desposesión) son parcialmente
constitutivos de los modos de subjetivación e identificación grupal
en juego (indígena, nativo, colono, etc.), que a su vez influyen y
dan forma al punto de vista o el modo de evaluación y la crítica
normativas. La estructura recursiva de este circuito de retroalimen-
tación se pierde por completo en los modos analíticos e ideales de
la “teoría normativa”, los cuales operan mediante la reconstrucción
de un “sujeto original” hipostasiado e idealizado que se sitúa antes
de los procesos en cuestión.

IV
Los pueblos indígenas han denunciado y resistido consistente y
firmemente tanto a la transformación de la tierra en una red de
propiedad, como a la transferencia sistemática de esta tierra desde
sus manos hacia las manos de los colonos blancos. Han argumen-
tado que la tierra no pertenece a nadie en particular, y que les
fue robada. Como he argumentado desde el inicio, si bien esa
argumentación parece contradictoria, de hecho es una respuesta
adecuada y conceptualmente compleja al proceso particular que se
describe. Simultáneamente, esta crítica se ocupa de la alienación y
el despojo. Es una preocupación tanto por la separación de la hu-
manidad de la tierra, como por la división interna de la humanidad
en categorías de “colonizador” y “colonizado”, “colono” y “nati-
vo”. Más que una debilidad, la brillantez de la formulación radica
precisamente en su capacidad de mantener estos dos elementos
claramente a la vista al mismo tiempo. Sugiero que si ha habido
un nivel relativamente alto de consistencia en esta oposición, no es
porque los pueblos indígenas estén poseídos por alguna conexión
inefable con “la tierra”. No se debe, como sostienen algunos crí-
168 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

ticos, a que los pueblos nativos se definan “metafísicamente como


pertenecientes a la tierra”. Más bien se debe a que estos pueblos,
por muy diferentes que sean entre sí, tienen dos cosas en común:
que han sido convertidos en el objetivo de un único proceso global
y que han luchado contra él. Cuando realmente emprendemos el
trabajo de reconstruir las condiciones históricas bajo las cuales ha
surgido, el siguiente paso es acometer la historia de la operación de
la crítica política indígena como la inversión dialéctica del proceso
de desposesión en cuanto tal (en palabras de J. Kēhaulani Kauanui,
erudito Kanaka Maoli, la “contraparte analítica”).68 Leída bajo esta
luz, la crítica indígena puede pensarse menos como una categoría
de identidad sustantiva que como una praxis opuesta que surgió
de manera dialéctica en relación con un conjunto específico de
procesos históricos. Si el despojo es ya una negación, entonces la
crítica indígena es la negación de esa negación.

68 J. Kēhaulani Kauanui, “A Structure, Not an Event’: Settler Colonialism


and Enduring Indigcncity”, Lateral: Journal of the Cultural Studies Associa-
tion 5, no. 1 (Spring 2016), https://doi.org/10.25158/L5.17.
4 Dilemas de la autopropiedad,
rituales de la antivoluntad

El orden sociopolítico del Nuevo Mundo [...] y su


secuencia humana escrita con sangre, representa para los
pueblos africanos e indígenas un escenario de mutilación,
desmembramiento y exilio reales. En primer lugar, su
situación de diáspora en el Nuevo Mundo significó el
robo del cuerpo: una separación deliberada y violenta (e
inimaginable desde esta distancia) del cuerpo cautivo de
su voluntad motriz, de su deseo activo.
— Hortense Spillers, “Mama’s Baby, Papa’s Maybe” *

La experiencia de la esclavitud hizo de nosotros un nosotros,


es decir, creó las condiciones en las que forjamos una
identidad. La desposesión era nuestra historia. En eso
estábamos de acuerdo.
— Saidiya Hartman, Lose Your Mother **

En los capítulos anteriores sostuve que una dimensión importante


de la expansión colonial en la Anglósfera de los siglos XIX y XX
fue el despojo recursivo. Específicamente, los procesos de despo-
sesión a través de los cuales se generó un sistema de propiedad de
la tierra en las colonias anglosajonas fue recursivo en el sentido
de que utilizó una forma de robo generalizado y sistémico como
medio para generar propiedad, produciendo así aquello que presu-
ponía. Sugerí que esto acontecía no sólo negando los intereses de
propiedad de los pueblos indígenas en sus tierras ancestrales sino,
más paradójicamente, reconociendo esos intereses de una manera

* Hortense Spillcrs, “Mama’s Baby, Papa’s Maybe: An American Grammar


Book”, Diacritics 17, no. 2 (Verano 1987): 67.
** Saidiya Hartman, Lose Your Mother: A Journey along the Atlantic Slave Route
(New York: Farrar, Straus and Giroux, 2007), 74.
170 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

altamente idiosincrática. En efecto, los pueblos indígenas pasaron


a poseer un derecho de propiedad que sólo podía realizarse plena-
mente en el momento de su extinción, es decir, al transferirlo a otra
persona. Este era un derecho de propiedad truncado o “negado es-
tructuralmente”. Insinué además que esto generó la experiencia de
una dislocación entre la forma abstracta del derecho de propiedad
y las condiciones para su realización, entre una estructura jurídica
de derecho y el contexto social que lo actualiza y le confiere un
contenido político.
En el curso de este capítulo, tengo la intención de explorar
en mayor profundidad por qué, de entrada, este peculiar mecanis-
mo fue necesario. Si los colonizadores euroamericanos estaban tan
convencidos de la inferioridad de los pueblos indígenas y sus for-
mas de vida, ¿por qué era tan importante obtener su supuesto con-
sentimiento a través de estos complejos mecanismos de preferencia
y transferencia de propiedad? ¿Qué explica el desplazamiento de
la adquisición territorial bajo los términos del contrato y la venta?
Estas preguntas nos llevan de vuelta a preocupaciones más amplias
sobre la naturaleza de la agencia, la voluntad y el consentimiento
en condiciones de dominación, tema central de este capítulo.
A principios de la expansión colonial moderna, la capacidad
de gobernar era en cierta forma su propio principio legitimador. Si
los sistemas de gobierno europeos (y más tarde de las colonias) po-
dían asegurar el control efectivo sobre un territorio dado, eso ya era
una prueba de su legitimidad. En un sentido importante, el poder
era lo que determinaba qué era lo correcto. A principios del siglo
XIX, este marco comenzó a ser criticado durante cierto tiempo
desde diversos ángulos. La agitación de liberales, republicanos, de-
mócratas y muchos otros movimientos radicales contribuyó a que
se aceptara cada vez más la idea de que la autoridad del gobierno
surgía del consentimiento de los gobernados. Sin embargo, esto
generó una serie de importantes contradicciones para las colonias
anglosajonas del siglo XIX. Si bien en el nivel de las ideas podían
expresar su acuerdo con los principios de la soberanía popular y el
consentimiento democrático, en el nivel material estas mismas so-
ciedades seguían dependiendo en gran medida de la tierra y el tra-
bajo que apenas una o dos generaciones antes sus líderes se habían
jactado abiertamente de adquirir mediante la fuerza y la coacción.
Mi tesis es que esta contradicción fue parcialmente resuelta (o al
4. Dilemas de la autopropiedad, rituales de la antivoluntad 171

menos mitigada) al desarrollar lo que llamaré, siguiendo el trabajo


de las teóricas feministas negras, “rituales de antivoluntad” [rituals
of antiwill]. Con esto quiero señalar una serie de dispositivos legales
y políticos complejos que operaron para registrar la voluntad y el
consentimiento de sujetos racializados y colonizados a través de
actos de “autoabnegación”. El objetivo era establecer un contexto
social e institucional en el que los derechos a la personalidad y la
posesión (entrelazados de manera cada vez más estrecha) pudieran
extenderse a estos sujetos de manera que sólo fueran plenamente
realizables en y a través de su extinción. Esto fusionaba al consen-
timiento con la coerción.
Intento fundamentar esta serie de tesis a través de un recorrido
alrededor del pensamiento social y político negro. Mi justificación
para proceder de esta manera es doble. Primero, la tradición radical
negra (entendida en sentido amplio) ofrece una perspectiva distin-
ta sobre la desposesión que es por sí misma relevante. De esta ma-
nera, el capítulo complementa el análisis sobre las luchas indígenas
ampliando el campo de la investigación para incluir otra gramática
del despojo. En este caso, el principal foco de interés no es la tierra
sino el cuerpo, el yo o la persona. No sólo es ésta la forma principal
en que se habla de la desposesión dentro de muchas corrientes del
feminismo, el liberalismo, el marxismo y la teoría crítica de la raza,
sino que incluso podría decirse que tiene cierta prioridad lógica
sobre otros usos. Como explico en la sección II, en estas tradi-
ciones el término desposesión se usa para describir una violación
particular de la autonomía personal y/o la integridad corporal. Sin
embargo, el tratamiento crítico-teórico de la desposesión en este
sentido ha estado plagado de un malestar familiar, ya que también
parece presuponer la aceptación previa de la “posesión”, esta vez
bajo la forma de la autopropiedad o la “propiedad de la persona”.
El problema es que estas últimas nociones siguen siendo muy polé-
micas, tanto desde el punto de vista filosófico como del político, en
particular porque están asociadas con la idea de la autoalienación,
es decir, la capacidad de conferir a alguien más el control sobre
uno mismo, y de aceptar por contrato la propia explotación o la
esclavitud. Como resultado, la coherencia conceptual y la utilidad
política del lenguaje del “despojo corporal” sigue siendo refractaria
y no encuentra solución. En la sección III, me dirijo al pensamien-
to político negro como un medio para reformular los términos del
172 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

debate. Basándome en una serie de pensadores, desde Frederick


Douglass hasta Patricia Williams y Saidiya Hartman, sostengo que
el pensamiento político negro, más que resolver el problema de
la desposesión y la autopropiedad, más bien lo ha trasladado a un
terreno de análisis diferente. Al desplazar la discusión a un registro
histórico y político (el de la esclavitud real, no sólo metafórica, así
como sus manifestaciones ulteriores) estos pensadores han hecho
que la cuestión sea más dúctil. Reconstruyo una explicación “na-
turalista” más que idealista de la “autopropiedad” a partir de esta
tradición intelectual. Lo que emerge es menos una preocupación
por el significado (reificado) de la autopropiedad que un enfoque
centrado en su función. El examen de esta función nos lleva a la
cuestión del contexto, que a su vez nos permite diagnosticar el ori-
gen de las ambivalencias persistentes en relación con la desposesión
corporal: un trasfondo histórico móvil que dota de un contenido
concreto a las configuraciones variables de raza, derechos, persona-
lidad jurídica y propiedad. La Sección IV explora la intuición de
que las ideas sobre la antivoluntad pueden servir como un posible
vínculo entre las tradiciones intelectuales negras e indígenas. Esta
es, en fin, la segunda razón para incorporar el pensamiento político
negro: la noción de los rituales de antivoluntad no sólo amplía, sino
que completa el análisis general de este libro.

I
Dentro de la tradición radical negra (entendida en un sentido
amplio), el concepto de desposesión ha jugado un papel antiguo
y generalizado, aunque curiosamente silencioso y subsidiario. Es
ampliamente empleado como término técnico por destacados
pensadores como Saidiya Hartman y Fred Moten, e incluso fun-
ciona como un concepto central en varios trabajos recientes.1 Pese
a ello, rara vez ha sido expresamente teorizado o sometido a una
reconstrucción conceptual sistemática. Esta vida en la sombra de la
desposesión se debe a una profunda ambivalencia con respecto al
término. Es eso lo que buscaré mostrar.
Dentro de la tradición radical negra, el concepto de despose-
sión se refiere, al menos en primera instancia, a una experiencia de
1 Véase, por ejemplo, Marisa Fuentes, Dispossessed Lives: Enslaved Women,
Violence, and the Archive (Philadelphia: University of Pennsylvania Press,
2018).
4. Dilemas de la autopropiedad, rituales de la antivoluntad 173

la alienación amplia pero específica. En este registro, comparte al


menos una característica principal con el uso que le dan otras tra-
diciones críticas (por ejemplo, el marxismo): como en otros lugares,
la desposesión adquiere aquí su valor analítico distinguiéndose de
la explotación, pero en este caso surge de la necesidad de teorizar
el papel específico de la experiencia negra en la articulación entre
esclavitud y capitalismo.
La historiografía marxista de larga data sostuvo que el ca-
pitalismo surgió en la Europa moderna temprana. A medida que
finalmente se extendió a lugares fuera de Europa, se pensó que
disolvería las relaciones de mando y dominación personal, reem-
plazándolas con la “coerción silenciosa” de las relaciones econó-
micas. Desde este punto de vista, la esclavitud era la antítesis de la
relación capitalista.2 Los primeros trabajos en la tradición radical
negra presionaron en contra de esta postura. Eric Williams, tal
vez el más conocido, buscó demostrar la estrecha relación interna
entre la esclavitud y el desarrollo capitalista, argumentando que en
los hechos este último surgió (al menos en parte) sobre la rique-
za acumulada a través de la primera.3 Una generación posterior,
encabezada por lumbreras como Cedric Robinson y Orlando
Patterson, cuestionó los parámetros más amplios de este debate.4
Aunque reconocían que “la esclavitud era una base crucial para
el capitalismo”, Robinson y otros se opusieron específicamente a
que la esclavitud fuera conceptualizada esencialmente como una
forma de trabajo hiperexplotado.5 Ese punto de vista, argumenta-
ron, falla en varios frentes. Primero, es inadecuado para el objetivo
de aprehender la estructura económica de la esclavitud. Concep-

2 Este punto de vista está estrechamente asociado a Robert Brenner. Su


artículo fundacional es “Agrarian Structure and Economic Development
in Pre-Industrial Europe”, Past and Present 70, no. 1 (Febrero 1976).
3 Eric Williams, Capitalism and Slavery (1944; reimp., New York: Putnam,
1966).
4 W. E. B. Du Bois, Black Reconstruction in America (1935; reimp., Oxford:
Oxford University Press, 2007); Cedric Robinson, Black Marxism: The
Making of the Black Radical Tradition (1983; reimp., Chapel Hill: University
of North Carolina Press, 2000); Orlando Patterson, Slavery and Social Dea-
th (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1982); George Lipsitz, The
Possessive Investment in Whiteness, edición revisada (Philadelphia: Temple
University Press, 2006).
5 Robinson, Black Marxism, 116. Robinson puede ser equívoco en cuanto
a la nomenclatura precisa, a veces refiriéndose a la esclavitud como una
condición de “superexplotación” (140).
174 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

tualizar a los esclavos como trabajadores hiperexplotados encasilla


la producción y circulación de valor al proceso de trabajo en un
sentido demasiado estrecho. Más en particular, esto no reconoce
que los esclavos también son mercancías: el capital se acumulaba no
sólo explotando su trabajo, sino a través de su circulación como
objetos de propiedad que, por ejemplo, uno podía adquirir a bajo
precio (a través de la reproducción forzada) y vender a un pre-
cio mayor.6 Entre otras contribuciones, este nuevo énfasis en la
economía reproductiva de los esclavos como mercancías ayudó a
atraer la violencia sexual y de género al primer plano del análisis.7
Finalmente, la visión del “trabajo hiperexplotado” pasaba por alto
la heterogénea variedad de infraestructuras extraeconómicas de las
que dependía la esclavitud. Como institución social y política, la
esclavitud nunca se ha definido predominantemente en términos
estrictamente económicos: “El trabajador en tanto que trabajador
no tiene una relación intrínseca con el esclavo en tanto que escla-
vo”.8 La tradición intelectual ahora conocida como afropesimismo
ha puesto especial interés en develar el funcionamiento de una
“economía libidinal” en la que los sujetos blancos extraían valor de
los esclavizados a través de los placeres de la tortura y la crueldad.
Hablando desde esta perspectiva, por ejemplo, Frank Wilderson ha
argumentado que la “violencia gratuita” de la tortura dentro del
contexto de la esclavitud no era gratuita en absoluto, pues cumplía
una función productiva necesaria.9

6 Para un trabajo que enfatiza esta dimensión, véase Stephanie Smallwood,


Saltvater Slavery: A Middle Passage from African to American Diaspora (Cam-
bridge, MA: Harvard University Press, 2007).
7 Véase Saidiya Hartman, “The Belly of the World: A Note on Black Wo-
men’s Labors”, Souls: A Journal of Black Politics, Culture, and Society 18, no. 1
(2016); Patricia Hill Collins, “Work, Family, and Black Womens Oppres-
sion”, en Black Feminist Thought: Knowledge, Consciousness, and the Politics
of Empowerment (New York: Routledge, 2009), 51-75; Jennifer Morgan,
“Archives and Histories of Racial Capitalism: An Afterword”, Social Text
33, no. 4 (2015).
8 Patterson, Slavery and Social Death, 99.
9 Frank Wilderson, Red, White, and Black: Cinema and the Structure of U.S.
Antagonisms, (Durham, NC: Duke University Press, 2010). El historiador
Edward Baptist ha enfatizado también la importancia político-económi-
ca de la violencia aparentemente gratuita en este contexto. The Half Has
Never Been Told: Slavery and the Making of American Capitalism (New York:
Basic Books, 2015).
4. Dilemas de la autopropiedad, rituales de la antivoluntad 175

Liberar la crítica de la esclavitud de una noción excesivamen-


te restrictiva de explotación ha abierto a los teóricos críticos a un
lenguaje más rico que gira en torno al desapego afectivo. Una de
las contribuciones principales de este desplazamiento es la noción
de alienación natal. En Slavery and Social Death, por ejemplo, Or-
lando Patterson destaca las formas en que los esclavos se alejaron
radicalmente de sus propios contextos sociales, incluso de sus pro-
pias redes de asociación y apoyo familiar, a través de una serie de
mecanismos legales, políticos y sociales que los mantenían en un
estado de aislamiento casi permanente, una condición de “muerte
social”. La esclavitud, en la formulación de Patterson, es “la domi-
nación permanente y violenta de personas naturalmente alienadas
y completamente deshonradas”.10 Esta condición de enajenación y
degradación operaba tanto a nivel individual como de grupo so-
cial. Como señala Frederick Douglass en su autobiografía, las per-
sonas esclavizadas a menudo no conocían su propio linaje paterno,
relaciones de parentesco y ni siquiera fechas de nacimiento, todo
lo cual generaba una condición de autoextrañamiento.11 Ampliado
al nivel del grupo, el Pasaje del Medio ha sido descrito como una
gran cesura, una ruptura radical con una historia comunal rica y
diversa, la cual reconstituyó la categoría de “negro” en relación con
un mundo que nunca podrá ser conocido ni recuperado y que, sin
embargo, atrapa y llama a los que viven en la estela de esta ruptura.
Es a esta experiencia de alienación a la que se refiere con fre-
cuencia el lenguaje del despojo en la tradición radical negra. A mi
entender, así es como Saidiya Hartman entiende el término cuan-
do, por ejemplo, escribe que “la desposesión era nuestra historia”;
también cuando Shatema Threadcraft articula la violencia sexual
inherente a la estructura del racismo anti-negro como generadora
de una forma de “reproducción desposeída”; y también cuando
Marisa Fuentes describe a las mujeres africanas esclavizadas como

10 Patterson, Slavery and Social Death, 13.


11 En las primeras líneas del libro de Douglas se lee: Nací en Tuckahoe, cerca
de Hillsborough, y a unas doce millas de Easton, en el condado de Talbot,
Maryland. No tengo conocimiento exacto de mi edad, pues nunca he
visto ningún registro auténtico que la contenga. La mayor parte de los
esclavos saben tan poco de su edad como los caballos de la suya, y el deseo
de la mayoría de los amos que conozco es mantener a sus esclavos así de
ignorantes. Frederick Douglass, Narrative of the Life of Frederick Douglass,
an American Slave (New York: Penguin, 1981), 17.
176 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

“vidas desposeídas”.12 Este es otro tipo de proceso de separación,


no el Scheidungsprozeß imaginado por Marx, sino uno que deja a
los sujetos privados del mundo social y la memoria histórica. Otra
“relación de no-relación”.
Sin embargo, más allá de este uso más amplio de la despose-
sión, hay un segundo significado más limitado. En este registro, el
término se utiliza como un medio para nombrar ciertas violaciones
a la personalidad y la integridad corporal. Hablar de la desposesión
corporal de esta manera lleva al pensamiento político negro a con-
versar con otras corrientes de la teoría crítica. Por ejemplo, es en
este sentido como principalmente utilizan el concepto las filósofas
feministas Judith Butler y Athena Athanasiou, así como las teóricas
críticas de la raza Brenna Bhandar y Davina Bhandar.
La idea de despojo corporal tiene cierto atractivo intuitivo e
incluso se le puede otorgar cierta prioridad lógica sobre la cuestión
de la tierra, el foco de esta investigación. Sin embargo, el trata-
miento crítico-teórico de la desposesión en este sentido se ha visto
afectado por un malestar familiar, y casi cada uso del concepto
está acompañado por una cierta ambivalencia. Como lo expresa
Athanasiou, la noción de desposesión corporal puede “reiterar el
vínculo entre lo humano y la propiedad”, generando una “apo-
ría central de la política del cuerpo: reclamamos nuestros cuerpos
como propios, aun cuando reconocemos que nunca podemos ser
propietarios de ellos”.13
Tal vez sea útil analizar esta preocupación separándola en dos
registros: uno genérico y otro específico. El registro genérico hace
eco de una preocupación que ya hemos visto en capítulos anterio-
res con respecto a la desposesión en otros contextos: en la medida
en que la desposesión (corporal) presupone una relación de (auto)
posesión, parece reforzar los modelos propietarios y mercantiliza-
dos de la personalidad humana que estas tradiciones comúnmente

12 Hartman, Lose Your Mother, 74; Shatema Threadcraft, Intimate Justice: The
Black Female Body and the Body Politic (Oxford: Oxford University Press,
2016), 57; Fuentes, Dispossessed Lives.
13 Athena Athanasiou, en Butler y Athanasiou, Dispossession, 32-55. Para una
crítica de Butler y Athanasiou a la elisión de la negritud como una cate-
goría fundamental para pensar tal posesión o desposesión corporal, véase
Sabine Broeck, Gender and the Abjection of Blackness (Albany: State Uni-
versity of New York Press, 2018), capítulo 6.
4. Dilemas de la autopropiedad, rituales de la antivoluntad 177

buscan desplazar o criticar, en este caso bajo la forma de la “pro-


piedad de la persona” o autopropiedad.
Esta preocupación general está motivada por el deseo de
relajar el control de la “posesión” y la “propiedad” sobre nuestro
vocabulario moral y político. Como han señalado muchos estu-
diosos, en el pensamiento jurídico y político occidental existe una
estrecha relación entre derechos y propiedad, entre ius y dominium.
Tan estrecha es esta asociación que a menudo se habla de los dos
como si fueran sinónimos. No es simplemente que la propiedad se
considere como una especie importante de derecho, sino más bien
lo contrario: los derechos son construcciones legales que habitual-
mente conceptualizamos como posesiones de la persona, objetos
de propiedad personal. Mis derechos son precisamente eso: míos.14
Durante mucho tiempo, el centro de gravedad de esta concepción
ha sido la noción de “propiedad de la persona” o, más simple-
mente, autopropiedad.15 La fuente de esta idea siguen siendo los
pasajes frecuentemente citados del Segundo Tratado sobre el Gobierno
Civil, donde Locke plantea que “cada hombre tiene una propiedad
que pertenece a su propia persona; y a esa propiedad nadie tiene
derecho, excepto él mismo”.16 Tan poderosa era esta idea –ha argu-
mentado C.B. Macpherson– que se ha convertido en la gramática
organizadora de nuestro vocabulario político. El mundo resultante
del “individualismo posesivo”, como lo denominó MacPherson,
implica la visión de que el individuo es propietario de “su propia
persona y capacidades”, de modo que las relaciones políticas en
general llegan a experimentarse como derivaciones de este sentido
central de autopropiedad.17

14 Para profundizar en estos argumentos véase Duncan Ivison, Rights (Mon-


treal: McGill-Queens University Press, 2008), especialmente el capítulo
2, “Rights as Property”.
15 Carole Pateman ha argumentado que la “propiedad de la persona” y la
“autopropiedad” no deberían usarse indistintamente, ya que esta últi-
ma oculta problemas fundamentales relacionados con la alienabilidad de
la personalidad. Para mis propósitos iniciales, sin embargo, utilizaré los
términos como sinónimos. Véase Carole Pateman, “Self-Ownership and
Property in the Person: Democratization and a Tale of Two Concepts”,
Journal of Political Philosophy 10, no. 1 (2002).
16 John Locke, Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil. (Madrid:Tecnos, 2010),
34.
17 C.B. MacPherson, The Political Theory of Possessive Individualism (Oxford:
Oxford University Press, 1961), 3.
178 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

Sin embargo, más allá de esta preocupación expansiva y bas-


tante general con una reformulación mercantilizada y/o propieta-
ria de la vida social, moral y política, surge una segunda cuestión,
más concreta: el problema de la autoalienación. La propiedad es una
construcción legal que faculta a ciertos sujetos a reclamar el control
exclusivo sobre un objeto particular. Lo que significa tener “control
exclusivo” es muy discutible, pero generalmente se considera que
incluye el poder de enajenarlo.18 Si poseo algo, comúnmente en-
tiendo que la propiedad incluye el derecho a vender, regalar o des-
prenderme de algún otro modo del objeto. El derecho de enajenar
es parte integrante del poder del propietario. Si los derechos son
“similares a la propiedad” en algún sentido importante, entonces
parecería deducirse que también deberían ser enajenables. Si tengo
derecho a mi vida o mi libertad, entonces parte de lo que significa
decir que estos son “míos” es que puedo enajenarlos en quien yo
elija. Sin embargo, cuando se admite como una característica de
la “autopropiedad”, esto ha resultado ser preocupante y polémico
para las figuras centrales en la historia del pensamiento político y
legal occidental, pues puede ser conceptualmente incoherente y/o
generar resultados que son moral o políticamente indeseables. El
más importante de estos resultados inquietantes ha sido el derecho
a autoenajenarse. Si mi derecho a la vida es enajenable a la mane-
ra de la propiedad ordinaria, entonces debería ser legítimo poder
pactar mi propia servidumbre o esclavitud.
El problema de la autoenajenación, por ejemplo, ha estado
en el centro del debate de muchas generaciones sobre la cuestión
de la explotación. Los intercambios entre G.A. Cohen y Robert
Nozick suelen citarse como emblemáticos de este debate.19 Mu-
chos liberales y libertarios como Nozick han argumentado que la
capacidad de vender la propia fuerza de trabajo en un mercado es
un derecho fundamental. Para ellos, tal acto representa un ejercicio
18 Para una elaboración filosófica de esta idea, véase Hegel, Hegel’s Philoso-
phy of Right, §65-70, pp. 52-57.
19 Robert Nozick, Anarchy, State, and Utopia (New York: Harper Row, 1974);
G.A. Cohen, Self-Ownership, Freedom, and Equality.Véase también Attrac-
ta Ingram, A Political Theory of Rights (Oxford: Oxford University Press,
1994); Carol Rose, Property and Persuasion: Essays on the History,Theory, and
Rhetoric of Ownership (Boulder, CO: Westview, 1994); Peter Halcwood,
“On Commodification and Self-Ownership”, Yale Journal of Law and the
Humanities 10, no. 2 (2008); Laura Brace, The Politics of Property: Labour,
Freedom, and Belonging (New York: Palgravc Macmillan, 2004).
4. Dilemas de la autopropiedad, rituales de la antivoluntad 179

del derecho de propiedad sobre uno mismo más que una violación
del mismo, pues enajenar mi capacidad de trabajo no es lo mismo
que enajenar mi personalidad tout court. Incluso llevan esto más
allá del fenómeno de “alquilarse” (por ejemplo, en el transcurso de
un día de trabajo) para incluir el “venderse” uno mismo perma-
nentemente. Cuando, por ejemplo, Nozick planteó la cuestión de
si “un sistema libre permitiría [al individuo] venderse a sí mismo
como esclavo”, respondió afirmativamente: “creo que lo permiti-
ría”. Otros han extendido esto para defender “una forma civilizada
de esclavismo contractual”.20 Por el contrario, los críticos marxistas
como Cohen han sostenido que la contratación de la explotación
remunerada no es diferente de la esclavitud autoimpuesta, ya que la
única diferencia real es la duración del contrato, que en cualquier
caso es producto de la negociación entre las dos partes y no está
sujeto a ninguna restricción moral externa. La extensión lógica
del argumento liberal a favor de la autopropiedad, argumentan, es
que no hay ninguna diferencia entre contratarse a sí mismo por un
día o por toda la vida. Varias décadas de comentarios y revisiones
posteriores no han resuelto el asunto, pero sí lo han agotado.
Al aterrizar lo anterior en las apuestas concretas de esta cues-
tión, las teóricas feministas han ganado visibilidad y han podido
explicitar su postura. Académicas como Carole Pateman y Anne
Phillips han señalado que no se trata simplemente de que las mu-
jeres hayan sido categóricamente excluidas del estatus de “propie-
tarias” de diversas formas (aunque esto también es cierto).También
llaman la atención sobre las innumerables formas en que las mu-
jeres han sido convertidas en “propiedades” a través de procesos
de cosificación y mercantilización sexistas. Sin embargo, cuando
se sitúan históricamente, estos procesos presentan un dilema no
muy diferente al planteado anteriormente (ver la introducción y
el capítulo 1). En concreto, a lo largo de la historia, a medida que
las relaciones sociales se han ido privatizando y mercantilizando, la
20 J. Philmore, “The Libertarian Case for Slavery”, The Philosophical Forum
XIV (1982): 48; citado en Carole Pateman, The Sexual Contract (Stanford,
CA: Stanford University Press, 1988), 71, énfasis añadido. J. Philmore es,
de hecho, el pseudónimo de David Ellerman, quien escribió “The Liber-
tarian Case for Slavery” como una sátira del libertarismo de Nozick, un
intento por revelar su carácter absurdo llevando su argumento a su con-
clusión lógica.Véase David Ellerman, Intellectual Trespassing as a Way of Life:
Essays in Philosophy, Economics, and Mathematics. (Landham, MD: Roman
And Littlefield, 1995), capítulo 3.
180 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

negación de la autonomía y el control sobre la propia vida impli-


cados en las formas de dominación patriarcales, se ha expresado y
experimentado cada vez más como una pérdida de la autopropie-
dad. Las transgresiones sexistas pueden entonces ser experimenta-
das como un ataque a la inherente “propiedad de la persona” de
las mujeres. Como resultado, la pregunta relevante es: ¿hasta qué
punto los objetivos feministas de desmantelar y reemplazar el régi-
men patriarcal pueden ser promovidos por proyectos destinados a
retomar, restaurar o realizar adecuadamente esta expectativa de la
autopropiedad? Mientras que algunos teóricos consideran que el
lenguaje de la autopropiedad es indispensable –por ejemplo, como
parte de la defensa de la integridad corporal de las mujeres en el
contexto de la violencia sexual– otros lo consideran hostil a los
objetivos feministas.21
El enigma central permanece. Si realmente me “poseo” a mí
mismo en algún sentido significativo, ¿debería ser capaz de dispo-
ner de mí mismo también? Si es así, ¿puede esta autoalienación
ser permanente (como en la esclavitud) o meramente temporal
(cual si uno se alquilara)? Para muchos, la capacidad de enajenarse
permanentemente –por ejemplo, vendiéndose uno mismo como
esclavo– parece no sólo moralmente sospechosa sino también con-
ceptualmente confusa, ya que implicaría un ejercicio del propio

21 Anne Phillips, Our Bodies,Whose Property? (Princeton, NJ: Princeton Uni-


versity Press, 2013); Cressida Heyes, Self-Transformations: Foucault, Ethics,
and Normalized Bodies (Oxford: Oxford University Press, 2007); Alexan-
dra Wald”,What’s Rightfully Ours: Toward a Property Theory of Rape”,
Columbia Journal of Law and Social Problems 30, no. 3 (Spring 1997). Wald
argumenta que las mujeres necesitan ser reconocidas como propietarias
sobre sus cuerpos para ser reconocidas como personas. Véase también
Donna Dickenson, Property,Women, and Politics: Subjects or Objects? (Cam-
bridge, UK: Polity, 1997); Ruth Perry, “Mary Asteil and the Feminist Cri-
tique of Possessive Individualism”, Eighteenth-Century Studies 13, no. 4
(1990); Rosalind Pollack Petchesky, “The Body as Property: A Feminist
Revision”, en Conceiving the New World Order:The Global Politics of Repro-
duction, ed. Faye Ginsburg y Rayna Rapp (Berkeley: University of Cali-
fornia Press, 1995); Ngaire Naffine, “The Legal Standing of Self-Owners-
hip: Or the Self-Possessed Man and the Woman Possessed”, Journal of Law
and Society 15, no. 2 (1998); Pateman, “Self-Ownership and Property in
the Person”; Martha Nussbaum, “Objectification”, Philosophy and Public
Affairs 14, no. 4 (1995). Véase Jennifer Nedclsky, Law’s Relations (Oxford:
Oxford University Press, 2011), para un productivo involucramiento con
estos debates y una forma brillante de eludirlos a través del concepto de
autonomía relacional.
4. Dilemas de la autopropiedad, rituales de la antivoluntad 181

derecho que destruiría la posibilidad de ser un agente portador de


derechos. La servidumbre voluntaria aparece entonces como un
ejercicio y una negación simultáneos de mis derechos a la perso-
nalidad.22
No intentaré resolver este rompecabezas conceptual, al menos
no como se ha hecho anteriormente. En cambio, propongo prime-
ro transponer el debate a un registro diferente. Mi intuición es que
este problema ha demostrado ser intratable porque se ha planteado
de manera incorrecta (al menos parcialmente). Las nociones de au-
topropiedad siguen siendo política y filosóficamente indetermina-
das (y en consecuencia, también lo es la idea de despojo corporal)
porque el contexto histórico en el que se sitúan ha ido cambiando
entre bastidores. Atrapadas en el flujo de esta transición, muchas
poblaciones históricamente subyugadas se han sentido inseguras
(justificadamente) sobre qué hacer con la promesa de la autopro-
piedad. Esta es la fuente de la profunda ambivalencia que rodea al
lenguaje de la “propiedad de la persona”: al mismo tiempo puede
ser genuinamente experimentado como liberación y restricción.
En lugar de generar (otra) teoría ideal de la “propiedad de la per-
sona” que finalmente resolvería las paradojas inherentes a la idea,
propongo explorar los enredos de la autopropiedad, la enajenación,
el contrato y el consentimiento como un escenario en el que las
conexiones de segundo orden entre género, raza, clase y coloniali-
dad han incidido históricamente. El conjunto más rico de recursos
intelectuales para hacer esto puede extraerse de la tradición crítica
del pensamiento negro.

II
El 24 de mayo de 1886, el famoso abolicionista Frederick Douglass
(anteriormente esclavizado) pronunció un discurso en la Reunión
Anual de la Asociación del Sufragio Femenino de Nueva Inglate-
rra en Boston. Ensalzando las virtudes del movimiento sufragis-
ta y defendiendo sus métodos de “agitación” vigorosa, Douglass
22 Dicho a la inversa, cuanto más central es un derecho para mi persona,
menos alienable parece ser. Contraintuitivamente, esto significa que los
derechos centrales (por ejemplo, la vida y la libertad) aparecen como una
propiedad truncada o disminuida. Los derechos de propiedad menos im-
portantes (como los relativos a los objetos externos) parecen más amplios,
en el sentido de que tienen todo lo que tienen los derechos fundamenta-
les, más la alienabilidad.
182 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

buscó establecer paralelismos entre su propia experiencia como


hombre esclavizado y la difícil situación de su audiencia femenina
(predominante si no exclusivamente blanca). La conexión central
entre estas dos luchas, por lo demás distintas, era la idea de la au-
topropiedad. Su argumento consistió primero en postular que la
Guerra Civil podía entenderse mejor como una lucha “sobre la
cuestión de si un hombre es el propietario legítimo de su propio
cuerpo”. En segundo lugar, Douglass afirmó que la afirmación bá-
sica de la autopropiedad, que originalmente se hizo visible en el
contexto de la esclavitud, engendró una “enciclopedia completa de
argumentos” que podían aplicarse igualmente al caso del sufragio.23
Mediante artificios de exaltación retórica, Douglass vinculó estos
movimientos dispares.
El gran hecho que subyace a la reivindicación del sufragio
universal es que cada hombre es él mismo y se pertenece a sí mismo
y representa su propia individualidad, no sólo en forma y ras-
gos sino también en pensamiento y sentimiento. Y lo mismo
ocurre con las mujeres. Una mujer es ella misma y no ​​ puede
ser otra que ella misma. Su individualidad es tan perfecta y
absoluta como la individualidad del hombre. No puede sepa-
rarse de su personalidad más de lo que puede separarse de su
sombra. Esta condición fundamental, inmutable y eterna, esta
ley de la naturaleza, es hasta cierto punto reconocida tanto por
el gobierno del estado como por el de la nación.24
Douglass resumió que negar a las mujeres los derechos de propie-
dad y sufragio era dejarlas en la condición de “persona proscrita”.25
Siete años más tarde, Douglass fue invitado a hablar en la
Escuela Industrial India de Carlisle. Fundada en 1879 en un cuartel
militar renovado, Carlisle fue el primer internado indio fuera de
las reservas financiado con fondos federales en los Estados Unidos,
y rápidamente se convirtió en el modelo para cientos de escuelas
de este tipo en las colonias anglosajonas. El objetivo expreso de
estas instituciones era, en las infames palabras del general Richard
Henry Pratt, director y fundador de Carlisle, “matar al indio: salvar

23 Frederick Douglass,“Address to the Annual Meeting of the New England


Woman Suffrage Association”, en The Essential Douglass: Selected Writings
and Speeches, ed. Nicholas Buccola (Indianapolis: Hackett, 2016), 305.
24 Douglass, “Address”, 307, énfasis añadido.
25 Douglass, “Address”, 313.
4. Dilemas de la autopropiedad, rituales de la antivoluntad 183

al hombre”.26 Douglass se dirigió a los residentes de Carlisle el jue-


ves 7 de abril de 1893. Su discurso, titulado “Self-Made Men”, fue
impreso y distribuido como panfleto por la prensa de la escuela.27
En él, Douglass no sólo se valió nuevamente del lenguaje de la au-
topropiedad; además exaltó las virtudes del trabajo como un medio
para la transformación y la superación virtuosa de uno mismo: “Mi
teoría de los hombres que se hacen a sí mismos es simplemente
esta: que son hombres de trabajo”.28 Poniéndose él mismo como
ejemplo, Douglass exaltó el trabajo sobre la “propiedad” de uno
mismo como un medio para la autoemancipación, e incitó a su
audiencia a hacer lo mismo.
El discurso “Self-Made Men” no fue escrito específicamente
para los estudiantes de Carlisle. Douglass lo había pronunciado en
numerosas ocasiones, según algunas estimaciones 12,5 veces más
que cualquier otro discurso entre 1859 y el momento de su muer-
te en 1895.29 En esta ocasión, sin embargo, hizo un esfuerzo por
adaptarlo específicamente a su audiencia indígena. Douglass había
sido criado por sus abuelos Isaac y Betsy Bailey. Betsy Bailey era
descendiente de nativos americanos, un hecho al que Douglass se
refirió directamente para conectarse con los niños que lo escucha-
ban: “Me regocijo más allá de lo que puedo expresar por lo que

26 Véase Hayes Peter Mauro, The Art of Americanization at the Carlisle Indian
School (Albuquerque: University of New Mexico Press, 2011).
27 Frederick Douglass, “Self-Made Men”, en Buccola, The Essential Dou-
glass, 332-49. Esta visita está referida en el boletín de Carlisle: The Indian
Helper 8, no. 30 (Viernes, Abril 4, 1893). Se le menciona de nuevo en The
Indian Helper de la semana siguiente, donde se habla del proceso por el
cual su discurso se convirtió en un panfleto impreso para su circulación
y estudio por los residentes de la escuela: The Indian Helper 8, no. 31
(Viernes, Abril 21, 1893). Douglass también visitó la ciudad de Carlisle
en marzo de 1872 y en agosto de 1847 (viajando entonces con William
Lloyd Garrison). Durante su visita de 1872, Douglass dio un discurso en
Rheems Hall, evidentemente hablando a favor del plan de anexión de
“San Domingo”. Más tarde se le negó el derecho a comer en el comedor
público del hotel Bentz House, donde se hospedaba, lo que es objeto de
dos informes locales sobre su estancia: American Volunteer, Marzo 7, 1872;
Carlisle Herald, Marzo 14, 1872. Estos artículos han sido reimpresos en
David Smith, “Frederick Douglass in Carlisle”, Cumberland County His-
tory 22, nos. 1-2 (Verano/Invierno 2005 ): 53-60.
28 Douglass, “Self-Made Men”, 344.
29 Véase John W. Blassingame y John R. McKivigan, eds., The Frederick Dou-
glass Papers, Serie 1,Vol. 5 (New Haven, CT:Yale University Press, 1992),
545-46.
184 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

he visto y oído aquí en la Escuela de Carlisle para Indios. He sido


conocido como negro, pero deseo ser conocido aquí y ahora como
indio”.30
Aunque él innovó dentro de esta tradición, es evidente que
el lenguaje de la autopropiedad y la superación virtuosa de uno
mismo no fue exclusivo de Douglass. En su esfera de influencia
inmediata, fue fundamental para la teoría abolicionista mucho
antes de que Douglass hiciera sus visitas a las sufragistas o a los
estudiantes indígenas en Carlisle. Durante muchas décadas, los abo-
licionistas habían argumentado que la esclavitud estaba mal porque
violaba los derechos inherentes a la autopropiedad. Por ejemplo, en
1837, mientras trabajaba para la Sociedad Americana Antiesclavista,
Edward Tyler publicó el panfleto Slaveholding a Malum In Se, or
Invariably Sinfuly, en el que afirma:
La autopropiedad es una dotación original de cada ser huma-
no: el núcleo alrededor del cual se reúnen sus otros derechos
–la circunferencia dentro de la cual todos ellos se sitúan–. Que
cada hombre es naturalmente dueño de sí mismo, propietario
de su cuerpo y de su mente, es una de esas primeras verdades
que no necesitan argumentos para establecerse, que las mentes
no pervertidas reconocen universalmente, y que se reconoce
en las frases, comunes a todos los idiomas, mis miembros, mi
cuerpo, mi mente. Este es el único derecho, o comprende todos
los derechos originales del hombre, inherentes a la naturaleza

30 Julius E. Thompson, James L. Conyers, y Nancy J, Dawson, eds., The Fre-


derick Douglass Encyclopedia (Santa Barbara, CA: Greenwood, 2010), 115.
El boletín de Carlisle reporta lo siguiente:
El jueves por la noche la escuela tuvo el gran privilegio de ver y
escuchar al honorable Frederick Douglass, en su famoso discurso,
“Self-Made Men”. El Sr. Douglass es un hombre de 76 años de edad;
ha perdido el fuego tan marcado de su comparecencia de hace veinte
años, pero el hermoso lenguaje del discurso estaba por completo allí.
[...] En el curso de su elocuente conferencia el Sr. Douglass dijo calu-
rosamente: ‘Normalmente soy negro, pero esta noche soy indio ente-
ramente’, y fue grande el honor que se sintió ante este gran cumplido.
(The Indian Helper 8, no. 30 [14 de abril de 1893]).
Sobre el “identificarse con los indios” en el pensamiento negro del siglo
XIX véase John Stauffer, The Black Hearts of Men: Radical Abolitionists
and the Transformation of Race (Cambridge, MA: Harvard University Press,
2001), capítulo 6.
4. Dilemas de la autopropiedad, rituales de la antivoluntad 185

humana, los derechos de nacimiento de nuestra raza. Todos los


demás derechos dependen de esto para su validez.31
Como deja claro Tyler, no se trata simplemente de que la autopro-
piedad sea un derecho sagrado: es inalienable. En ningún caso puede
perderse ni transferirse a otro. Incluso la enajenación deliberada o
consensuada de la autopropiedad era, para Tyler y muchos aboli-
cionistas como él, imposible –un absurdo conceptual–, ya que im-
plicaría la negación de la propia personalidad sobre la que se basa
el consentimiento: “La autopropiedad no se puede perder por el
delito; ni puede enajenarse por ningún otro acto. Es inherente a la
naturaleza humana. No se puede perder por nacimiento, donación,
contrato ni cautiverio”.32 En consecuencia, independientemente
de cómo habían adquirido a quienes estaban bajo su propiedad, los
dueños de esclavos eran ladrones de sus congéneres.33
Sospecho que al menos en parte el lenguaje de la autopropie-
dad resultó atractivo para Douglass y los abolicionistas en general
por su elasticidad. Como vemos en estos discursos, a través de ellos
Douglass pudo establecer conexiones entre el feminismo blanco,
la abolición y el pensamiento político negro, y los movimientos
indígenas y anticoloniales.34 Sin embargo, este era un terreno am-
bivalente y profundamente tenso: amenazaba con reformular estas
luchas en un vocabulario más adecuado a la reorganización capi-
talista de las relaciones sociales (cuyas implicaciones tal vez aún no
se alcanzaban a ver). En lugar de leer a Douglass como un defensor

31 Edward Tyler, Slaveholding a Malum In Se, or Invariably Sinful, 2a Ed. (Har-


tford, CT: Case, Tiffany, 1839), 12.
32 Tyler, Slaveholding a Malum In Se, 24.
33 William Lloyd Garrison, “Declaration of Sentiments of the American
Anti Slavery Convention”, Filadelfia, 6 de diciembre de 1833: “Porque
los poseedores de esclavos no son los justos propietarios de lo que recla-
man: liberar a los esclavos no es privarles de su propiedad, sino devolverlos
a su legítimo dueño; no es agraviar al amo, sino restituir al esclavo, devol-
verlo a sí mismo. [...] Si hay que dar una compensación, debe darse a los
esclavos ultrajados y sin culpa, y no a los que los han saqueado y abusado”.
William Lloyd Garrison, Selections from the Writings of W.L. Garrison (Bos-
ton: R. F. Wallcut, 1852), 69.
34 Como Alex Gourcvitch ha documentado extensamente, este lenguaje
también fue decisivo en la elaboración de argumentos “republicanos la-
borales” contra la “esclavitud” del trabajo asalariado. Alex Gourevitch,
From Slavery to the Cooperative Commonwealth: Labor and Republican Li-
berty in the Nineteenth Century (Cambridge: Cambridge University Press,
2015).
186 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

puro de la idea de la “propiedad de la persona” per se, propongo


leerlo aquí como si respondiera a un dilema político: un dilema de
la autopropiedad, que entiendo como una instancia específica del
dilema de la desposesión, interés central de este libro.35 Leídos contex-
tualmente, los discursos anteriores aparecen como “marcadores” en
un conjunto más amplio de transformaciones que tuvieron lugar
a lo largo del siglo XIX pero que se extienden hasta el presente.

III
Aunque Frederick Douglass se haya inspirado en él, el pensamiento
político negro contemporáneo ha sido considerablemente menos
optimista sobre el potencial emancipatorio de la “propiedad de la
persona”. La tradición intelectual dentro del pensamiento social y
político negro que quizás ha sido más hostil a las nociones de auto-
propiedad es el afropesimismo. Aunque no se ha teorizado expre-
samente como tal, encontramos estos planteamientos en estudiosos
que pertenecen a esta corriente, que incluso podría considerarse
como una teoría (tácita y controvertida) de la desposesión corpo-
ral. Consideremos como ejemplo las primeras líneas del influyente
trabajo de Fred Moten In the Break:
La historia de la negritud es testimonio del hecho de que los
objetos pueden resistir y resisten. La negritud –el movimiento
prolongado de una convulsión específica, una irrupción en
curso que desordena cada línea– es una tensión que presiona el
supuesto de la equivalencia entre personalidad y subjetividad.
Si bien la subjetividad se define por la posesión del sujeto de sí
mismo y de sus objetos, se ve perturbada por una fuerza des-
poseedora que ejercen los objetos de tal manera que el sujeto

35 Para una lectura de Douglass que enfatiza el papel de la autopropiedad


en su pensamiento, véase Buccola, The Political Thought of Frederick Dou-
glass. Sobre el pensamiento de Douglass en general, véase James Colaiaco,
Frederick Douglass and the Fourth of July (New York: Macmillan, 2006);
Reginald David, Frederick Douglass: A Precursor to Liberation Theology (Ma-
con, GA: Mercer University Press, 2006); Waldo Martin, The Mind of Fre-
derick Douglass (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1984);
Peter Myers, Frederick Douglass: Race and the Rebirth of Classical Liberalism
(Lawrence: University Press of Kansas, 2008).
4. Dilemas de la autopropiedad, rituales de la antivoluntad 187

parece estar poseído –infundido, deformado– por el objeto


que posee.36
En un artículo posterior, en coautoría con Stefano Harney, Moten
incluso busca conectar la condición de “ser-esclavo” con la cues-
tión de la tenencia de la tierra. Afirman que este vínculo (presumi-
blemente una herencia lockeana), es el imperativo de mejora que
con frecuencia acompaña a los derechos de autopropiedad:
Desde el principio, la capacidad de poseer –y la primera deri-
vación de esa capacidad: la autoposesión– está entrelazada con
la capacidad de hacer algo más productivo. Para quien cerca
un terreno, la posesión se establece a través de la mejora –esto
es cierto para la posesión de la tierra y para la posesión de uno
mismo”.37
Aquí hay indicios de posibles vínculos y complicidades entre las
luchas de los negros y los indígenas.38
Una orientación afropesimista sugiere que la negritud nunca
puede ser compatible con el ideal del individuo dueño de sí mismo.
El enfoque de Moten, compartido por otros importantes teóricos
contemporáneos como Jared Sexton y Frank Wilderson, enfatiza la
exterioridad radical de la negritud a las concepciones normativas
de la personalidad. Su argumento se funda en un rico patrimo-
nio conceptual. Por ejemplo, fue Fanon quien décadas antes gritó:
“Aquí soy un objeto entre otros objetos”, advirtiendo que “el
hombre blanco quiere el mundo. […] Su relación con el mundo
es de apropiación”39. Es justo decir que a lo largo del tiempo y el
espacio, el sujeto negro ha perdurado, en palabras de Frederick
Douglass, como una “persona proscrita”. Cuando trasladamos este
marco de referencia a los debates sobre la “propiedad de la persona”,
es fácil ver dónde surgiría el escepticismo en torno a la idea y el
ideal de la autopropiedad. Desde esta perspectiva, los proyectos del
36 Fred Moten, In the Break:The Aesthetics of the Black Radical Tradition (Min-
neapolis: University of Minnesota Press, 2003), 1.
37 Stefano Harney y Fred Moten,“Improvement and Preservation: Or, Usu-
fruct and Use”, en Futures of Black Radicalism, ed. Gayc Theresa Johnson y
Alex Lubin (New York:Verso, 2017), 84-85.
38 En una nota aparte, Harney y Moten especulan con una “preservación
militante de lo que tú (es decir, ‘nosotros’) tienes en desposesión común”.
(“Improvement and Preservation”, 86).
39 Frantz Fanon, “The Lived Experience of the Black Man”, in Black Skin,
White Masks (New York: Grove, 2008), 89, 107.
188 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

feminismo (blanco), el liberalismo y el marxismo aparecen como


intentos por reclamar un estatus o posición, uno que históricamente
se ha basado en la escisión entre la negritud y la categoría de per-
sona. En la medida en que estos pensadores (blancos) no perturban
las distinciones básicas entre blanquitud y negritud, sobre las que
históricamente se ha estructurado la relación entre la propiedad
y la personalidad, sus proyectos escasamente pueden representar
desafíos radicales a un statu quo injusto, y en cambio parecen estar
dirigidos a recuperar o restaurar las expectativas de privilegio racial
que se han visto parcialmente frustradas por las desigualdades del
patriarcado o la explotación del trabajo asalariado.
Pensando junto con la tradición afropesimista, los debates
predominantes sobre el tema de la autopropiedad pueden ser co-
rrectamente reformulados como internos a la blanquitud, una es-
tructura de gobierno racial que la mayoría de los teóricos blancos
deja prácticamente intacta, incluso sin señalar. Consideremos por
ejemplo cuán central ha sido el lenguaje de la esclavitud para la
explicación de los derechos de propiedad, especialmente la idea
de autopropiedad. Por ejemplo, en el debate filosófico clásico
entre Robert Nozick y G.A. Cohen, que establece muchos de
los términos de este análisis, cuando Cohen se propone definir
qué significa decir que uno “es dueño de sí mismo” escribe: “Ser
dueño de uno mismo es disfrutar con respecto a uno mismo de
todos los derechos que un propietario de esclavos tiene sobre un
esclavo” y “el derecho fundamental de autopropiedad es el derecho
a no (ser obligado a) suministrar un producto o servicio a nadie”.40
¿Qué significa concebirse como propietario de esclavos sobre uno
mismo? ¿A quién le es útil esta metáfora para elaborar un ideal
normativo? Es verdaderamente notable (en sí mismo un signo de
la omnipresencia de la blanquitud en la filosofía y la teoría política
profesionalizadas) que la esclavitud puede permanecer en el centro
del léxico de estos debates sin provocar una reflexión sistemática
sobre las instituciones reales de la esclavitud, históricamente o en el
presente. La esclavitud real, no metafórica, sigue siendo ignorada
en gran medida por las reflexiones del feminismo blanco, liberales
y marxistas sobre la autopropiedad, a pesar de su uso común como
término técnico. Más concretamente, sin embargo, su concepción
popular y no cuestionada de la esclavitud ha dejado este trabajo

40 G. A. Cohen, Self-Ownership, Freedom, and Equality, 214, 215.


4. Dilemas de la autopropiedad, rituales de la antivoluntad 189

estancado en una distinción más bien simplista entre liberación o


sujeción, que en este contexto particular se supone que correspon-
de a una dicotomía entre poseedor o poseído.
Más allá de su visión generalmente miope de la raza, el pro-
blema con esta orientación es que las instituciones reales de la
esclavitud rara vez fueron tan simplistas, asignables a un lado u
otro de esta división. Más concretamente, como expongo a con-
tinuación a través del innovador trabajo de Saidiya Hartman, las
manifestaciones posteriores de la esclavitud han dependido cen-
tralmente de una relación concomitante, mucho más inquietante,
entre libertad y sujeción, posesión y desposesión. Desafortunada-
mente, a pesar de la importancia de algunas incursiones generales,
ciertas corrientes de pensamiento afropesimista han reproducido
de manera sorpresiva esta dicotomía ahistórica, aunque de forma
invertida. En la medida en que esa crítica aprovecha una oposición
binaria estricta entre blanco y negro, que luego se expresa en las
categorías de poseedor y poseído, también carece de los recursos
conceptuales y metodológicos necesarios para lidiar con la textura
diversificada del nexo raza/propiedad. Al colocar a los sujetos a
ambos lados de una barrera impermeable (poseedor y poseído),
este marco no puede explicar ni la mutabilidad histórica de esa
distinción ni la función productiva de la permeabilidad de su fron-
tera. Como Patterson ha argumentado extensamente, la figura del
esclavo nunca o casi nunca ha sido entendida como un “extraño”
en el sentido de ser un sujeto descualificado: “Aunque el esclavo es
socialmente una no-persona y existe en un estado marginal de
muerte social, no es un paria”.41 Más que ontológicamente exterior
a la personalidad en el sentido de la no-cualificación, la utilidad
histórica de la esclavitud ha residido en su liminalidad: “La esencia
de la esclavitud es que el esclavo, en su muerte social, vive en el
margen entre la comunidad y el caos, la vida y la muerte, lo sagrado
y lo secular. Ya muerto, vive fuera del mana de los dioses y puede
cruzar los límites con impunidad social y sobrenatural”.42 Resulta
igual de importante que la naturaleza reduccionista y ahistórica de
la “dicotomía ontológica” pueda fracasar en la tarea de entender
otras subjetividades no blancas, o lo que es peor, participar en su
subsunción a la blanquitud, relegándolas al lado de los “privile-

41 Patterson, Slavery and Social Death, 48.


42 Patterson, Slavery and Social Death, 51.
190 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

giados”. Esto nos empuja hacia formulaciones de suma cero cada


vez más antagonistas que parten de nociones abstractas y reificadas
de prioridad y se disuelven en la irresolución y la inacción.43 Sin
embargo, como espero haber demostrado a través de la discusión
anterior sobre la desposesión recursiva en el contexto colonial, en
lugar de una barrera impermeable entre el poseedor y el poseído,
lo que tenemos ante nosotros es una madeja enmarañada.

***
En mi opinión, la generación anterior de la teoría feminista negra
sigue siendo la guía más segura para explorar y analizar las vejacio-
nes de la desposesión corporal y la autopropiedad, proporcionando
un puente más sólido entre la teoría crítica de la raza y el pensa-
miento indígena. Lo más atractivo de este conjunto de estudios no
es simplemente el contenido del análisis, sino también su destreza
metodológica. Feministas negras como Patricia Hill Collins, Kim-
berld Crenshaw, Angela Davis, Cheryl Harris y Bell Hooks han te-
nido tanto éxito en lidiar con las vicisitudes de la raza, los derechos
y la propiedad (y las relaciones entre ellos) precisamente porque
han evitado hábilmente la tentación de la reificación, que tiende a
invadir los relatos “metafísicos” más abstractos.44 En lugar de hablar
de propiedad o raza como tales, su trabajo generalmente evita tales
mistificaciones en favor de un trabajo más robusto empíricamente.
Considerados en conjunto, estos trabajos construyen lo que yo lla-
maría un enfoque “naturalista” del problema.45 Siguiendo su ejem-
43 E.g. “Si la relación indígena con la tierra precede y excede cualquier
régimen de propiedad, entonces el habitar esclavo de la tierra precede
y excede cualquier relación previa con la tierra y la falta de tierra. Y el
carácter desinteresado [selflessness] es su correlato. No hay terreno para la
identidad, no hay terreno sobre el que apoyarse.Todo el mundo tiene de-
recho a todo hasta que nadie tiene derecho a nada; a reivindicar nada. No
se trata de una política de la desesperación provocada por la imposibilidad
de lamentar una pérdida, pues no se basa en la esperanza de ganar. Lo exi-
ge la carne de la tierra: el habitar sin tierra de la existencia desinteresada”.
Sexton, “The Vel of Slavery”, 11.
44 En otras palabras, en mi opinión el problema con la distinción ontológica
estricta no es simplemente que sea una afirmación falsa, sino que es el tipo
equivocado de afirmación.
45 En algunas ramas de la filosofía y la teoría política (especialmente la filo-
sofía analítica angloamericana), el término naturalismo significa que una
investigación se basa en la metodología de las ciencias naturales o al me-
nos es coherente con ella. Desde este punto de vista el estudio de los
4. Dilemas de la autopropiedad, rituales de la antivoluntad 191

plo, sostengo que son la política y la historia, no la ontología o la


metafísica, las que establecen el contexto de nuestro interés y, por
lo tanto, también nos proporcionan las herramientas para la crítica.
Como resalta detalladamente Cheryl Harris, la propiedad no
es un ente cosificado sino un conjunto de prácticas sociales e his-
tóricas.46 La propiedad no se refiere a un conjunto de cosas, sino a
una clase de relaciones.47 Afirmar la propiedad de algo es hacer una
obligación exigible. Hacer valer la propiedad de algo es hacer una
reclamación ejecutable para excluir a alguien del acceso a alguna
cosa. Entender la propiedad como un modo de organización social
es el primer paso para captar sus posibilidades como herramien-
ta de dominación. Así mismo, aprehender la propiedad como un
conjunto cacofónico de prácticas sociales situadas en un contexto
mutable de poder es necesario para lidiar con los persistentes dile-
mas asociados a su uso en el pensamiento político radical, pues las
configuraciones de la propiedad, incluida la noción de “propiedad
de la persona”, pueden significar diferentes cosas en diferentes
momentos, incluso varias cosas a la vez. Por eso son herramientas
peligrosas y ambivalentes (como suelen serlo las herramientas po-
derosas).
Dado que la (auto)posesión es todavía un ideal incierto den-
tro del pensamiento político negro, la desposesión sigue siendo un
arma cargada de crítica. Quizá sea por eso que el concepto rara

seres humanos no es diferente del estudio de otros fenómenos naturales.


Pero bajo un segundo sentido, el término significa algo más cercano a
“no ideal” o “realista”. Se trata de una forma de análisis que toma como
axiomático que para estudiar un determinado concepto es necesario si-
tuarlo en las relaciones, instituciones y prácticas sociales concretas que lo
constituyen en un tiempo y lugar determinados. Un relato naturalista es
nominalista y dependiente del contexto. Duncan Ivison ha proporciona-
do recientemente una atractiva versión de un relato naturalista de los de-
rechos cuando sostiene que “el lenguaje y la práctica de los derechos son
convencionales en ciertos aspectos cruciales”. Desde este punto de vista,
nuestras instituciones sociales y políticas “no son ‘naturales’ en el sentido
de que se ajusten a (o sean causadas por) algún hecho profundo de la
naturaleza humana, sino más bien en la medida en que son el producto
de la colusión entre la naturaleza ‘desnuda’ –el equipamiento básico e
innato que tienen todos los seres humanos– y la ‘segunda naturaleza’ –las
interacciones, las relaciones de poder y la sociabilidad características de
una comunidad o sociedad en particular”, (Rights, 22-23).
46 Cheryl Harris, “Whiteness as Property”, Harvard Law Review 106, no. 8
(Junio 1993).
47 Para una revisión general útil véase MacPhcrson, Property, capítulo 1.
192 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

vez se teoriza explícitamente como tal, a pesar de su uso relativa-


mente generalizado.48 Uno de los tratamientos más astutos de las
vejaciones de la desposesión y la autopropiedad dentro de la tradi-
ción feminista negra (relativamente pasado por alto) nos llega de la
mano de la teórica jurídica Patricia Williams. En obras como The
Alchemy of Race and Rights, Williams rastrea la necesidad oscilante
de afirmar la autopropiedad (para protegerse contra la violencia
sexual, reclamar el control sobre las propias capacidades reproduc-
tivas, etcétera) sin dejar de ser cauteloso ante las implicaciones de
este movimiento. Ella lo resume en un párrafo particularmente
denso e impactante: “Recuperar aquello de lo que uno ha sido
desheredado es algo bueno. La autoposesión, en el pleno sentido
de la expresión, va de la mano del autoconocimiento. Sin embargo,
reclamar para mí una herencia cuya trama es mi propia desposesión
es una paradoja profundamente preocupante”.49 En mi lectura,Wi-
lliams está lidiando aquí con una cara de lo que yo llamo dilema
de la desposesión. No está simplemente repitiendo la antigua am-
bivalencia sobre la coherencia filosófica de la autopropiedad en las
tradiciones feministas blancas, liberales y marxistas. Más bien, está
llamando la atención sobre un dilema particularmente agudo que
se plantea tras la esclavitud.50 Para aquellos que históricamente han
sido convertidos en objetos de propiedad ajena, la violencia de esta
objetivación genera deseos contradictorios en forma de una nega-
ción simultánea de uno mismo como propiedad y de una declaración de
uno mismo como (auto)propietario. La pregunta perdura: ¿la violencia
de la esclavitud reside en la condición de ser propiedad per se o en
el ser convertido en propiedad de otro? ¿El problema es que uno ha
sido convertido en objeto de propiedad, o que se le ha negado el

48 O de forma invertida, en un compromiso con la “autoposesión incon-


dicional” como el que se encuentra en el análisis de Chris Lebron sobre
los precursores intelectuales del Black Lives Matter, donde afirma “la lec-
ción de la autoposesión incondicional” como núcleo del feminismo negro
de Anna Julia Cooper y Audre Lorde. Chris Lebron, Thc Making of Black
Lives Matter: A Brief History of an Idea (Oxford: Oxford University Press,
2017), xxi; véase también el capítulo 3 de ese mismo libro.
49 Patricia Williams, The Alchemy of Race and Rights, 217.
50 Mi entendimiento sobre lo que significa estar “en la estela de la esclavi-
tud” ha sido influenciado y desafiado por el trabajo de Christina Sharpe:
In the Wake: On Blackness and Being (Durham, NC: Duke University Press,
2016).
4. Dilemas de la autopropiedad, rituales de la antivoluntad 193

estatus de (auto)propietario?51 Si la desposesión parece un término


útil para la tradición radical negra, tiene sentido que haya algo
profundamente inquietante en las implicaciones normativas que
se esconden tras la afirmación ‘yo soy propiedad’, aunque ahora esa
propiedad sea mía. Revistiendo una forma diferente, corre el ries-
go de ser un giro más de lo que Hortense Spillers denominó “el
jujitsu moral e intelectual que dio lugar a la catacresis, la persona
como propiedad”.52
Si estoy en lo cierto al sugerir que los dilemas del despojo
se desarrollan en el terreno de la historia, no de la ontología, en-
tonces no queda más remedio que volver a ese campo de análisis.
Recuperar la complejidad y la recurrencia del dilema desde esta
perspectiva ya no consiste en encontrar la (ahistórica) respuesta
“correcta”. Más bien consiste en analizar las herramientas analíticas
y prácticas que le han dado al problema una particular manejabi-
lidad en los momentos y lugares específicos donde aquellos que
estaban atrapados en sus vicios se las arreglaron para desenredarlo.

IV
Como han señalado diversos estudiosos de la época, el “largo” siglo
XIX fue un período en el que las contradicciones de la emancipa-
ción formal se desarrollaron con particular fuerza.53 Precisamente
cuando el campo de los derechos legales y políticos formales se
expandía rápidamente, incorporando grupos sociales hasta en-
tonces excluidos, simultáneamente estos mismos derechos fueron
recodificados, algunos dirían que fueron vaciados. Como resultado,
la inclusión en la esfera formal del derecho y la vida pública tuvo
rendimientos decrecientes. Esto no se debió simplemente a que el

51 Patterson se inclina claramente por un lado de esta distinción: “El esclavo


era esclavo no porque fuera objeto de propiedad, sino porque no podía ser
sujeto de la propiedad”, (Slavery and Social Death, 28).
52 Hortensc Spillers, “Introduction. Peter’s Pans: Eating in the Diaspora”, en
Black,White, and in Color: Essays on American Literature and Culture (Chica-
go: University of Chicago Press, 2003), 20, citado en Alexander Weheliye,
Habeas Viscus: Racializing Assemblages, Biopolitics, and Black Feminist Theories
of the Human (Durham, NC: Duke University Press, 2014), 10.
53 Sobre el contexto estadounidense en particular, véase Alison Parker, Arti-
culating Rights: Nineteenth-Century American Women on Race, Reform, and the
State (DeKalb: Northern Illinois University Press, 2010); Barbara Welke,
Law and the Borders of Belonging in the Long Nineteenth-Century United Sta-
tes (Cambridge: Cambridge University Press, 2010).
194 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

contenido de esos derechos, por los que se había luchado tan vigo-
rosamente, se estuviera vaciando, sino también a que la inclusión en
su órbita venía acompañada de nuevos modos de gobernanza. La
inclusión era un reclutamiento. En consecuencia, los observadores
y participantes de estos procesos se preocuparon cada vez más por
la disyuntiva experimentada entre el derecho formal o abstracto y
las relaciones sociales que le conferían un contenido práctico. Así,
las tareas de la teoría crítica se convirtieron no sólo en observar la
brecha entre lo ideal y lo real, sino más bien en estudiar la función
política de esta incongruencia, este sujeto jurídico disyuntivo.54
Este tipo de análisis se atribuye a menudo a Marx. Tal vez
el caso más conocido lo encontramos en Sobre la cuestión judía,
donde buscó demostrar cómo la “emancipación política” de la co-
munidad judía a través de la abolición de la discriminación formal
en el ámbito del derecho fue coextensiva a la profundización de
las desigualdades sustantivas fuera de él. Marx sostuvo que estas
desigualdades sustantivas eran emblemáticas de nuevas formas de
dominación social que, predijo, serían aún más difíciles de desalo-
jar en un mundo donde la liberación se experimentaba cada vez
más como “libertad de los demás”. Un eje crucial de esto era, por
supuesto, los derechos de propiedad, que aunque se expandían en
un sentido nominal, también eran recodificados como “derecho
a disfrutar y disponer de las propias posesiones como uno quiera,
sin tener en cuenta a otros hombres e independientemente de la
sociedad”, es decir, “el derecho del interés propio”55
En un sentido similar Michel Foucault, en Vigilar y castigar, se
dirigió a los comienzos del siglo XIX para demostrar precisamente
que la crítica del sujeto de derechos jurídico debe tomar en cuenta
la red de relaciones sociales en las que está incrustado y que le
dan su contenido y vida. Una de las dimensiones de esa red eran

54 Sin duda, algunos elementos de esta preocupación son anteriores al pe-


ríodo en el que me centro aquí. Por ejemplo, en el Segundo Discurso,
Rousseau plantea su preocupación por las estructuras ideológicas de la
“servidumbre voluntaria”: “Continuando el examen de los hechos desde
el punto de vista del derecho, no se hallaría más solidez que veracidad en
la implantación voluntaria de la tiranía, y sería difícil demostrar la validez
de un contrato que sólo obligaría a una de las partes, en el cual se pondría
todo de un lado y nada del otro y que sólo redundaría en el perjuicio del
contrayente” (178).
55 Karl Marx, “On the Jewish Question”, en Selected Writings, ed. Lawrence
Simon (Indianapolis: Hackett, 1994), 16.
4. Dilemas de la autopropiedad, rituales de la antivoluntad 195

los nuevos vínculos entre el castigo y la propiedad (incluyendo


la transformación del “condenado” en un objeto de propiedad).56
No es una coincidencia que Foucault se basara tanto en Friedrich
Nietzsche, especialmente en La genealogía de la moral, un texto inte-
resado principalmente en cómo nuestro vocabulario sobre la moral
y el egoísmo ha sido capturado por el del contrato y la deuda.
Como señaló Nietzsche astutamente, la propiedad no era sólo un
conjunto de instituciones, era parte de un vocabulario moral más
amplio en el que estamos atrapados:
El deudor, para infundir confianza en su promesa de restitución,
para dar una garantía de la seriedad y la santidad de su promesa,
para imponer dentro de sí a su conciencia la restitución como
un deber, como una obligación, empeña al acreedor, en virtud
de un contrato, y para el caso de que no pague, otra cosa que
todavía «posee», otra cosa sobre la que todavía tiene poder,
por ejemplo su cuerpo, o su mujer, o su libertad, o también su
vida. [...] Pero muy principalmente el acreedor podía irrogar
al cuerpo del deudor todo tipo de afrentas y de torturas, por
ejemplo cortar de él tanto como pareciese adecuado a la mag-
nitud de la deuda. [...] La equivalencia viene dada por el hecho
de que, en lugar de una ventaja directamente equilibrada con
el perjuicio (es decir, en lugar de una compensación en dinero,
tierra, posesiones de alguna especie), al acreedor se le concede,
como restitución y compensación, una especie de sentimiento
de bienestar –el sentimiento de bienestar del hombre a quien
le es lícito descargar su poder, sin ningún escrúpulo, sobre un
impotente, [...] el goce causado por la violentación.57
Publicada en 1887, La genealogía de la moral apareció entre los dis-
cursos de Douglass a las sufragistas y a la escuela de Carlisle para

56 El ideal sería que el condenado apareciera como una especie de propie-


dad rentable: un esclavo puesto al servicio de todos. [...] En el antiguo
sistema, el cuerpo de los condenados pasaba a ser la cosa del rey, sobre la
cual el soberano imprimía su marca y dejaba caer los efectos de su poder.
Ahora habrá de ser un bien social, objeto de una apropiación colectiva y
útil”. Michel Foucault, Discipline and Punish, 2a ed. (New York: Vintage,
1995), 109.
57 Friedrich Nietzsche, On the Genealogy of Morals (New York: Vintage,
1967), 64-65.
196 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

indios.58 Situando estos textos uno al lado del otro, podemos ob-
tener un retrato de esta lucha. Todo el período histórico aparece
como un campo de batalla en el que el alcance de los derechos y
de la personalidad se amplía al mismo tiempo que se reformula
en un lenguaje nuevo y punitivo. Cada uno de estos pensadores (a
su particular manera) revela que la expansión nominal del dere-
cho jurídico formal no sólo puede coincidir con la expansión de
nuevas formas de sujeción y dominación, sino que también puede
facilitarlas.
Este movimiento excede la simple juridización de la políti-
ca. El lenguaje de la desposesión destaca un rasgo más específi-
59

co, a saber, el peculiar gesto dual de adscripción y alienación que


acompaña a estos procesos. Encontramos aquí una gama de técni-
cas que implican la imposición del interés de la propiedad que sólo
puede actualizarse a través de su negación simultánea. El lenguaje
de inclusión y exclusión no puede captar la estructura peculiar de
este proceso, lo que Nietzsche llama “lógica de la compensación”.60
Para captar con mayor claridad esta operación, podemos revisar
una discusión diferente en Marx.
En al menos una interpretación marxista plausible de la tran-
sición del feudalismo al capitalismo en Europa occidental, los tra-
bajadores obtuvieron una nueva forma de propiedad: la propiedad
de su fuerza de trabajo. Bajo el feudalismo, los siervos no tenían tal
derecho de propiedad sobre su propio trabajo. Poseídos y contro-
lados por formas de dominación personal de los señores feudales,
los siervos no eran libres de cambiar de empleador o de forma de
empleo (por ejemplo, de granjero a albañil). En cierto sentido, el
colapso del feudalismo marcó el comienzo de un nuevo derecho de
58 Conviene recordar que es la misma época en la que Fiódor Dostoievs-
ki hizo gritar a su “Gran Inquisidor”: “¡Nada ha sido más insoportable
para el hombre y la sociedad humana que la libertad!” Esta sección de
Los hermanos Karamazov es quizá uno de los pasajes más conocidos de la
literatura moderna que trata de las vicisitudes y paradojas de la libertad,
tanto del deseo de huir de las exigencias de la libertad como de la fuerza
vinculante de verse obligado a actuar como si se fuera libre en un contexto
que seguramente traiciona esta ficción. Fyodor Dostoyevsky, The Brothers
Karamazov,Vol. 1, trad. David Magarshack (1880; reimp., New York: Pen-
guin, 1958), 296.
59 Sobre esta cuestión, véase Daniel Loick, “Juridification and Politics: From
the Dilemma of Jurification to the Paradoxes of Rights”, Philosophy and
Social Criticism 40, no. 8 (2014).
60 Nietzsche, On the Genealogy of Morals, 64.
4. Dilemas de la autopropiedad, rituales de la antivoluntad 197

propiedad. Los trabajadores en las economías capitalistas “poseen”


su fuerza de trabajo de una manera nueva, lo que aparece como
un avance respecto de sus contrapartes feudales. Sin embargo, las
condiciones sociales de fondo han cambiado de tal manera que
niegan efectivamente esta nueva forma de propiedad. Más específi-
camente, debido a que los trabajadores en las sociedades capitalistas
no tienen acceso directo a los medios de producción, no tienen
cómo realizar el derecho de propiedad sobre su fuerza de trabajo si
no es enajenándola en otra persona (en este caso, enajenándola en
los propietarios de los medios de producción por un determinado
período de tiempo, recibiendo un salario a cambio). Como señala
Marx, en tales condiciones “La propiedad aparece ahora, de parte
del capitalista, como el derecho a apropiarse de trabajo ajeno im-
pago o de su producto; de parte del obrero, como la imposibilidad
de apropiarse de su propio producto. La escisión entre propiedad
y trabajo se convierte en la consecuencia necesaria de una ley que
aparentemente partía de la identidad de ambos” (El capital, 721-
2).61 Podemos decir entonces que en estas circunstancias los tra-
bajadores tienen una extraña forma de “propiedad negativa” en su
fuerza de trabajo, cuyo carácter preciso sale a la luz cuando leemos
el cambio de jure frente a las condiciones de facto de su realización
en su contexto socioeconómico.62

61 De acuerdo con Marx, sin más coacción que “su libre voluntad” el tra-
bajador es libre de llevar “al mercado su propio pellejo cuando lo desee,
y “no puede esperar sino una cosa: que se lo curtan”. El trabajador, bajo
las condiciones capitalistas, “tiene que comportarse constantemente con
respecto a su fuerza de trabajo como con respecto a su propiedad, y por
tanto a su propia mercancía, y únicamente está en condiciones de hacer
eso en la medida en que la pone a disposición del comprador –se la cede
para el consumo– sólo transitoriamente, por un lapso determinado, no
renunciando, por tanto, con su enajenación [varäussern] a su propiedad
sobre ella”. (El capital, 214, 204).
62 Carole Pateman interpreta el problema de la propiedad de la persona de
forma similar en su respuesta a Charles Mills sobre la utilidad del concep-
to. En sus palabras: “la propiedad de la persona no puede ser contratada en
ausencia del propietario. Si los servicios del trabajador (la propiedad) van
a ser ‘empleados’ de la manera que el empleador requiere, el trabajador
tiene que ir junto con ellos. La propiedad sólo es útil para el empleador
si el trabajador actúa como éste exige y, por tanto, la celebración del
contrato significa que el trabajo se convierte en algo subordinado. La
consecuencia de la entrada voluntaria en un contrato no es la libertad,
sino la superioridad y la subordinación”. Carole Pateman y Charles Mills,
Contract and Domination (Cambridge, UK: Polity, 2007), 17.
198 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

Marx no teorizó de manera sistemática cómo funcionaba la


raza en tanto gramática organizadora crucial de este proceso de
desposesión. En consecuencia, no vio que lo que estaba en juego
para muchos sujetos racializados y colonizados no era meramente
una “propiedad negativa” sino más fundamentalmente una “perso-
nalidad negativa”.63 Esta es la razón por la cual la tradición radical
negra es indispensable. Desde mi punto de vista, tal vez no haya
ningún texto que aborde mejor el terreno cambiante de la raza,
los derechos y la propiedad en el siglo XIX que Scenes of Subje-
tion de Saidiya Hartman. Allí, Hartman explora las paradojas de la
“personalidad esclavizada” tal como son refractadas en el medio
de la propiedad en los Estados Unidos del siglo XIX. Como se-
ñala, el esclavo era en muchos sentidos el “afuera” paradigmático
de la personalidad, presentado como un objeto de propiedad para
ser poseído, usado y abusado, comerciado o destruido por su amo.
Sin embargo, esta estructura de dominación contenía importantes
salvedades. La más importante de ellas: el esclavo podía ser tratado
como una persona jurídica con el objetivo de asignarle una culpa
penal. Hartman desentraña la lógica de este reconocimiento selec-
tivo de la “humanidad esclava” al señalar que “anulaba la capacidad
del cautivo para dar su consentimiento o actuar como sujeto y, al
mismo tiempo, reconocía la intencionalidad y la agencia del escla-
vo pero sólo cuando asumían la forma de la criminalidad”. Como
resultado, el “reconocimiento y/o estipulación de la agencia como
criminalidad sirvió para identificar la personalidad [esclava] con
el castigo”.64 Entre otras perversiones, esto llevó a la posibilidad
inusual de que un esclavo atrapado en el acto de fugarse pudiera ser
encontrado culpable de “robarse a sí mismo”, un absurdo señalado
por el abolicionista Henry Bibb cuando observó, haciendo eco
de Proudhon, que “la propiedad no puede robar la propiedad”.65
Hartman desentraña la retorcida lógica que opera aquí valiéndose
explícitamente del lenguaje de la desposesión: “El robo o el simple
ejercicio de cualquier reclamo sobre el yo, por restringido que
fuera, desafió la conceptualización del cautivo negro como despro-
visto de voluntad. Irónicamente, el robo encapsuló la imposibilidad
63 Sobre la ley y la “personalidad negativa”, véase Dayan, The Law Is a White
Dog.
64 Saidiya Hartman, Scenes of Subjection:Terror, Slavery, and Self-Making in Ni-
neteenth-Century America (Oxford: Oxford University Press, 1997), 80.
65 Citado en Hartman, Scenes of Subjection, 66.
4. Dilemas de la autopropiedad, rituales de la antivoluntad 199

de la autopropiedad, ya que expuso el vínculo entre la libertad y


la propiedad de los esclavos al jugar con y contra los términos de
la desposesión”.66 En otro lugar, Hartman se enfrenta a las implica-
ciones más oscuras de esta situación paradójica del esclavo a través
de la investigación sobre las instituciones de la violencia sexual y la
violación. Como señala, la normatividad de la violencia sexual en
el contexto de la esclavitud “establece un vínculo indisoluble entre
formación racial y sujeción sexual”. Aquí, el “consentimiento” de
las mujeres esclavizadas y racializadas se vuelve “inteligible sólo
como sumisión”.67
Las circunstancias posteriores a la guerra reconfiguraron los
términos de la libertad y la sujeción, pero manteniendo su estrecha
relación interna. Si la esclavitud había sido un conjunto complejo
de instituciones que operaban en una multiplicidad de registros
(político, económico, social y cultural) la “emancipación” estaba
confinada a la esfera legal formal. La incapacidad y falta de voluntad
de la sociedad estadounidense para erradicar los múltiples niveles
y causas de la esclavitud produjo lo que W.E.B. Du Bois denomi-
nó correctamente el “espléndido fracaso” de la reconstrucción.68
Como resultado de este fracaso, en la era posterior a la emancipa-
ción, los negros antes esclavizados se encontraron “liberados” en
un sentido paradójico: aunque libres de los lazos formales de la
esclavitud, también fueron arrojados a un mundo completamente
hostil de dominación social y explotación económica. Considere-
mos el relato de la icónica Ida B. Wells de 1893:
La Guerra Civil de 1861-5 terminó con la esclavitud. Nos
dejó libres, pero también nos dejó sin hogar, sin dinero, igno-
rantes, sin nombre y sin amigos. La vida se deriva de la tierra; y
se cree que el gobierno estadounidense es más humano que el
ruso. Al siervo liberado de Rusia se le dieron tres acres de tierra
e instrumentos agrícolas para que comenzara su carrera de
libertad e independencia. Pero a nosotros no se nos dio un solo

66 Hartman, Scenes of Subjection, 69.


67 Hartman, Scenes of Subjection, 85.
68 Du Bois, Black Reconstruction in America, 580. Como dijo Du Bois, en la
era de la reconstrucción, “el esclavo se liberó, estuvo un breve momento
bajo el sol y luego volvió a la esclavitud” (24). Sobre las contribuciones
de Du Bois a la teorización de la propiedad y el individualismo posesivo
(blanco), véase Ella Myers, “Beyond the Psychological Wage: Du Bois on
White Dominion”, Political Theory 47, no. 1 (2019).
200 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

pie de tierra ni apero. Nos soltaron al hambre, la indigencia y


la muerte. Tan desesperada era nuestra condición que algunos
de nuestros estadistas declararon inútil tratar de salvarnos me-
diante la legislación, ya que estábamos condenados a la extin-
ción. [...] Fuimos liberados no sólo con las manos vacías, sino
que nos dejaron en poder de un pueblo que resentía nuestra
emancipación como un acto de castigo injusto para ellos. Por
lo tanto, estaban armados con una motivación que los llevó a
hacer todo lo posible para convertir nuestra libertad en una
maldición en lugar de una bendición.69
A la luz de los propósitos de esta investigación, hay al menos dos
elementos destacados en el pasaje de Wells.
El primero se refiere al papel central que juega la tierra en
el relato de la emancipación. Esta es sin duda una referencia a la
infame promesa de “cuarenta acres y una mula”. El 16 de enero de
1868, el general William T. Sherman emitió la Orden Especial para
el Campo No. 15, especificando que las familias anteriormente
esclavizadas debían recibir parcelas de cuarenta acres en las tierras
requisadas en las Islas del Mar y la costa al sur de Charleston. Con
esta orden, unos 400,000 acres de tierra de propiedad privada se-
rían confiscados por la fuerza a las familias propietarias de esclavos
y redistribuidos. Más tarde Sherman declaró que el ejército pro-
porcionaría a estas familias mulas para labrar la tierra, dando origen
a la frase “cuarenta acres y una mula”.70 La promesa sin precedentes
de una redistribución hacia los estratos inferiores de la propiedad
era clara: los afroamericanos ganarían acceso sin mediación a los
medios de subsistencia y producción, desafiando así radicalmen-
te su subordinación histórica a los propietarios blancos.71 Había

69 Ida B. Wells, “The Reason Why the Colored Man Is Not in the Worlds
Columbian Exposition” (1893), en The Selected Works of Ida B. Wells-Bar-
nett (Oxford: Oxford University Press, 1991), 61. Véase también Sarah
Haley, No Mercy Here: Gender Punishment, and the Making of Jim Crow
Modernity (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2016).
70 Citado en Eric Foner, Reconstruction: Americas Unfinished Revolution, 1863-
1877 (New York: Perennial Classics, 2002 ), 70-71.
71 Como señala Wells, el caso estadounidense tiene paralelos en otros luga-
res. En particular, en marzo de 1861, el zar ruso Alejandro II emitió su
propio manifiesto de emancipación liberando a los siervos. También allí,
el acceso a la propiedad de la tierra fue el principal medio para la ver-
tebración de la libertad. Aunque se prometió una redistribución masiva
de la propiedad, ésta fue lenta, compleja y costosa. En la década de 1880,
4. Dilemas de la autopropiedad, rituales de la antivoluntad 201

mucho en juego. Como afirma Eric Foner: “la propuesta apuntaba


a una transformación de la sociedad sureña más radical incluso que
el fin de la esclavitud”.72 La tan esperada redistribución nunca se
materializó. El gobierno de Estados Unidos no sólo anuló su pro-
mesa hacia los afroamericanos, sino que una oleada de “Códigos
Negros” en el sur fue un paso más allá, impidiendo efectivamente
que los negros poseyeran o arrendaran tierras.73 Esto nos lleva al
segundo punto de Wells. No se trata simplemente de que la vida
posterior a la guerra ofreciera una forma de libertad inadecuada o
incompleta. La continuidad de la esclavitud no es su preocupación
aquí. Es, más bien, la manera en que la libertad fue “maldecida”:
articulada de tal manera que produjo una forma de sujeción cla-
ramente novedosa, una que operaba a través de la responsabilidad
sin compensación. Bajo estas nuevas condiciones, se esperaba que
los recién emancipados asumieran la responsabilidad individual de
su propio mejoramiento, aun cuando las desigualdades sustantivas
y las condiciones materiales, que hacían que esto fuera prácti-
camente imposible, estuvieran blindadas contra los esfuerzos de
reconstrucción debido a su ubicación en la recién formada esfera
“social” (un ámbito caracterizado por la no interferencia de las
instituciones formales del Estado y la ley). Además de las cargas
de la era de la reconstrucción, se pensaba que la emancipación
había generado una deuda. La Proclamación de la Emancipación
fue, en efecto, un acto masivo de manumisión política que, como
la mayoría de los antiguos siervos había recibido alguna asignación de
tierras, pero el proceso tendía a atraparlos con grandes pagos de amorti-
zación. Estos no fueron abolidos hasta la revolución de 1905. Como un
indicador simbólico de la manera en que circulaba este tema en la cultura
literaria rusa de la época, consideremos que la parábola de Leon Tolstoi
“¿Cuánta tierra necesita un hombre?”, publicada en 1886 (el mismo año
en que Douglass visitó la Asociación de Sufragio Femenino de Nueva In-
glaterra, siete años antes del ya citado ensayo de Wells), habla de la deses-
perada necesidad de tierra del campesinado, así como de los peligros de la
avaricia desenfrenada por tener más de lo que uno necesita. (La respuesta
a la pregunta del título llega al final de la historia, cuando el protagonista
muere en su búsqueda por obtener más de lo que puede utilizar: “Seis
pies desde la cabeza hasta los talones era todo lo que necesitaba”). Véase
Leon Tolstoi, “How Much Land Does a Man Need?”, en The Kreutzer
Sonata and Other Short Stories (New York: Dover, 1993), 14.
72 Foner, Reconstruction, 71.
73 William Cohen, At Freedom’s Edge: Black Mobility and the Southern White
Quest for Racial Control, 1861-1915 (Baton Rouge: Louisiana State Uni-
versity Press, 1991). Especialmente los capítulos 1 y 2.
202 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

ha documentado Patterson, casi siempre supuso una continuación


y una mutación simultáneas de la relación anterior. Hablando en
términos históricos comparativos, Patterson señala que las simili-
tudes entre sociedades que institucionalizaron formas de manumi-
sión son sorprendentes: “En todas partes se esperaba que el liberto
estuviera agradecido por la generosidad del amo al liberarlo, sin
importar cuánto hubiera pagado. Esto se derivaba naturalmente
de la concepción universal de la manumisión como un regalo del
amo [...]. La relación entre el exesclavo y el examo fue siempre
más fuerte y siempre llevó consigo una cierta cualidad involuntaria
que era bastante distintiva. No puede ser entendida aisladamente
de la relación que sustituyó”.74 A ojos de gran parte de la América
blanca posterior a la guerra, las vidas negras debían su libertad a la
acción de los blancos, lo que explicaba y justificaba la subordina-
ción de los primeros a los segundos, incluso en el mundo de libre
mercado formal: “En resumen, ser libre era ser un deudor, es decir,
alguien obligado, sujeto a un deber hacia otros”.75 Los términos
de la amortización supuestamente se establecieron por contrato y
consentimiento, aun cuando la posición de las partes involucradas
estaba inserta en una jerarquía racializada. En lugar de enmarcar
la emancipación de la esclavitud, por ejemplo, como generadora
de una restitución y un derecho positivo para los anteriormen-
te esclavizados, la libertad llegó a expresarse como el derecho a
contraer una deuda infinita. En los hechos, los sujetos liberados
se convirtieron, según la afortunada expresión de Ira Berlin, “en
esclavos sin amos”.76
El paradójico entrelazamiento de la libertad y la servidumbre
en esta época se condensa en la primera sección de la Decimoter-
cera Enmienda (1865): “Ni en los Estados Unidos ni en ningún
lugar sujeto a su jurisdicción habrá esclavitud ni trabajo forzado,
excepto como castigo de un delito del que el responsable haya
quedado debidamente convicto”. Probablemente no existe una
oración que haya atraído más atención crítica en el análisis de la
Reconstrucción y sus repercusiones contemporáneas. La mayor
parte de este interés se ha centrado en la cláusula condicional, fa-
74 Patterson, Slavery and Social Death, 241. Sobre la idea de “manumisión
política” de manera general, véase 234-36.
75 Hartman, Scenes of Subjection, 131.
76 Ira Berlin, Slaves without Masters: The Free Negro in the Antebellum South
(New York: New Press, 1992).
4. Dilemas de la autopropiedad, rituales de la antivoluntad 203

mosa por introducir una excepción a la prohibición general contra


la esclavitud: “excepto como castigo de un delito”.Varios comen-
taristas consideran que este es el elemento crucial, ya que permite
la reesclavización a través de la criminalización. Desde los Códigos
Negros hasta Jim Crow y la nueva era del encarcelamiento masivo,
esta cláusula ha proporcionado el hilo para rastrear la resistencia
estructural del sometimiento negro a pesar de sus mutaciones de
forma.77 Sin embargo, siguiendo a Hartman, llamaría la atención
sobre un componente diferente de la enmienda. Al prohibir ex-
presamente la “servidumbre involuntaria” junto con la esclavitud,
la disposición hace referencia y defiende tácitamente la categoría
de servidumbre voluntaria. Lo que queda sin especificar aquí, prepa-
rando el escenario para una serie de batallas políticas en las décadas
siguientes, es el contenido preciso de estos términos y los medios
para distinguirlos. La época de la Reconstrucción, pues, representa
un momento de transición en el que la expansión y consolidación
de la casi indefinida sujeción de la vida de los negros en América
ya no dependía de la negación formal y legalmente sancionada
de su consentimiento, como en la esclavitud. En su lugar, nos en-
contramos con la construcción de condiciones sociales de fondo
(privación económica y estratificación social) que hacían casi im-
posible evitar la “servidumbre voluntaria” adquirida por contrato.
En esta operación, la voluntad de los sometidos se volvía en su
contra, utilizándose como herramienta de su reclutamiento para la
subordinación y la explotación.
Patricia Williams ha acuñado un término particularmente
adecuado para esto: antivoluntad negra. En una reflexión que vincula
directamente las experiencias de las mujeres negras e indígenas,
Williams escribe:
Una de las cosas que se transmiten de la esclavitud, y que aún
está presente en la opresión de las personas de color, es una
estructura de creencias arraigada en un concepto de antivo-
luntad negra (o marrón o roja), la encarnación antitética de
la voluntad pura. Vivimos en una sociedad en la que el equi-
valente más cercano a la nobleza es la manifestación de una

77 Michelle Alexander, The New Jim Crow (New York: New Press, 2010);
Angela Davis, Are Prisons Obsolete? (New York: Seven Stories, 2003).
204 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

voluntad incesantemente controlada. Ser percibido como una


persona sin voluntad es ser portador de un rasgo casi letal”. 78
Aunque Williams entiende aquí la “antivoluntad negra” como una
“voluntad incesantemente controlada”, en otra parte de su trabajo
podemos ver que frecuentemente esto opera no a través de la ne-
gación absoluta (es decir: “no tienes voluntad”) sino a través de una
extraña voluntad parcial o trunca (es decir: “tienes voluntad, pero
sólo es legible en un sentido o registro negativo, como aceptación
de tu sometimiento”). Esta “antivoluntad negra” se remonta al
siglo XIX, desde Hartman hasta Douglass. Tomadas en conjunto,
estas investigaciones sobre las formas amputadas de la voluntad y
el consentimiento en el contexto de la dominación extrema son
pertinentes porque nos llevan más allá de la articulación de la do-
minación racial y colonial en términos de una mera escisión de la
categoría de “personalidad” o “propietario”. En cambio, Williams
y Hartman dirigen nuestra atención a la posible conjunción de la
dominación y la expansión nominal de los derechos de la persona,
donde estos últimos se truncan u organizan en una “forma estruc-
turalmente negada”. Esto forma una especie de puente conceptual
entre las invocaciones ontológicas más bien abstractas de la “fuerza
de desposesión” y los análisis más genealógicos e histórico-mate-
rialistas de los que aquí me he ocupado.79

***
Este puente conceptual puede servir como un punto de contacto
entre las luchas de los negros y los indígenas. En los últimos años
se ha producido una avalancha de nuevas investigaciones sobre los
vínculos entre estas dos tradiciones intelectuales y políticas. En
conjunto, lo que surge no es una imagen de dos procesos distintos
y paralelos, sino una relación interactiva entre ellos. Por ejemplo,
académicos como Brenna Bhandar, Alyosha Goldstein, Shona
Jackson, Barbara Krauthamer, Tiya Miles, Nikhil Pal Singh, Manu
Karuka y Patrick Wolfe, han demostrado que los procesos de ra-
cialización se entrelazaron a lo largo de la creación de la propiedad
78 P.Williams, The Alchemy of Race and Rights, 219. Está discutiendo, con res-
pecto a experiencias similares, el trabajo de Women of All Red Nations a
favor de las mujeres indígenas víctimas de la esterilización forzada.
79 Estoy en deuda con las contribuciones metodológicas de Brenna Bhan-
dar, Alyosha Goldstein, K-Suc Park y Nikhil Pal Singh (entre otros).
4. Dilemas de la autopropiedad, rituales de la antivoluntad 205

territorial en la Anglósfera del siglo XIX.80 Volviendo a la discusión


del capítulo 1, por ejemplo, la ya discutida Homestead Act también
excluyó categóricamente a los negros liberados. Así mismo, aunque
el Tratado de Guadalupe Hidalgo de 1848 hizo posible la ciuda-
danía estadounidense para los mexicanos que fueron incorporados
por la fuerza a la República a través de la anexión imperial, tam-
bién estableció un marco legal para la propiedad y el asentamiento
de la tierra que simultáneamente produjo y protegió la identidad
anglosajona blanca al crear la categoría racial de “hispanoameri-
cano”. A los indios Puebloans y Genízaros (anteriormente indios
esclavizados) se les negaron los derechos de propiedad comunal de
la tierra que habían disfrutado bajo la ley mexicana, mientras que
otras naciones indígenas consideradas demasiado “salvajes” (como
los Apaches, Comanches, Utes y Navajos) fueron excluidas tanto
de la ciudadanía mexicana como de la estadounidense.81
El atender a la cuestión particular del despojo y la auto-
propiedad permite concentrarse en una nueva dimensión de esta
conexión: las imbricaciones de la antivoluntad negra e indígena.
Consideremos la lectura reciente de Alexander Weheliye sobre la
historia política del habeas corpus en los Estados Unidos.82 Weheliye
señala que la historia del habeas corpus ha sido bidireccional. Se ha
utilizado como una herramienta de emancipación –por ejemplo,
se utilizó como un medio para liberar a los africanos capturados en
el famoso caso Amistad de 1839–. Pero al mismo tiempo, advierte
Weheliye, “los beneficios adquiridos a través del reconocimiento
jurídico de los sujetos racializados como plenamente humanos a
menudo exigieron un alto precio de entrada, pues esta inclusión

80 Para una pequeña muestra de la creciente literatura que relaciona las lu-
chas indígenas y negras, véase Tiya Miles, Ties That Bind: The Story of an
Afiro-Cherokee Family in Slavery and Freedom (Berkeley: University of Ca-
lifornia Press, 2005); Tiya Miles, The House on Diamond Hill: A Cherokee
Plantation Story (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2010);
Barbara Krauthamer, Black Slaves, Indian Masters: Slavery, Emancipation, and
Citizenship in the Native American South (Chapel Hill: University of Nor-
th Carolina Press, 2013); Shona Jackson, Creole Indigeneity: Between Myth
and Nation in the Caribbean (Minneapolis: University of Minnesota Press,
2012).
81 Agradezco a Nick Estes por empujarme a pensar más en este tema y
señalarme fuentes clave como Laura Gomez, Manifest Destinies: The Ma-
king of the Mexican American Race (New York: New York University Press,
2018).
82 Weheliye, Habeas Viscus.
206 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

dependía de la aceptación de la codificación de la personalidad


como propiedad”.83 Weheliye fundamenta esta afirmación a través
de una lectura de Dread Scott (1857) señalando una infame deci-
sión del presidente de la Suprema Corte Roger Taneys en la que
explícitamente compara a los negros con los nativo-americanos
y sitúa a los segundos en una posición superior, aduciendo una
mayor propensión a “convertirse en ciudadanos de un estado y de
los Estados Unidos [...] si un individuo deja su nación o tribu, y
establece su morada entre la población blanca”.84 Weheliye segu-
ramente tiene razón al señalar que esta decisión destaca el grado
en que el gobierno de la supremacía blanca ha operado a través
de una taxonomía comparativa de clasificaciones raciales móvil y
siempre instrumentalmente mutable. En consecuencia, la supuesta
“proximidad a la blanquitud” inherente a la posibilidad de que
los indios obtengan la ciudadanía se lee correctamente como una
estrategia de (auto)extinción: esta es una personalidad que sólo
puede actualizarse a través de la abnegación. Vale la pena señalar a
este respecto que el mismo Presidente de la Suprema Corte Taney
también escribió la decisión mayoritaria en Martin v. Lessee of Wa-
ddell (1841) unos quince años antes de Dred Scott, donde argu-
mentó: “Las posesiones inglesas en América no fueron reclamadas
por derecho de conquista, sino por derecho de descubrimiento.
[...] Las tribus indias del nuevo mundo eran consideradas como
meras ocupantes temporales del suelo, y los derechos absolutos de
propiedad y dominio se consideraban pertenecientes a la nación
europea que descubrió por primera vez una parte del país”. Como
consecuencia, “cualquiera que haya sido la indulgencia que se haya
practicado a veces hacia los desafortunados aborígenes, por razones
de humanidad o política, el territorio que ocupaban fue dispuesto
por los gobiernos de Europa a su antojo, como si se hubiera encontrado
sin habitantes”.85 Quizás no haya una sola declaración que exprese
con mayor claridad los dilemas de la desposesión que el contraste
entre estas dos decisiones. Los sujetos negros son extirpados del
ámbito de la personalidad en y a través del mismo mecanismo que
le atribuye la personalidad a los indios (incluida la autopropiedad);
pero al mismo tiempo, define el contenido de esta personalidad en
83 Weheliye, Habeas Viscus,77.
84 Weheliye, Habeas Viscus, 78.
85 Martin v. Lessee of Waddell, 41 US. (16 Peters) 367, 409 (1842), énfasis
añadido.
4. Dilemas de la autopropiedad, rituales de la antivoluntad 207

términos que la hacen nula, entendiéndola como si, literalmente,


nunca hubiera existido en absoluto.

***
Para recapitular: hay una serie de líneas de investigación críticas
(feminista, marxista, etc.) que usan el lenguaje de la desposesión
para referirse a una relación con el yo, el cuerpo o la personalidad.
Aunque muchos pensadores de estas corrientes siguen entendien-
do así a la desposesión, se filtra aquí una ambivalencia importante
que se manifiesta tanto en un registro general como en uno es-
pecífico. Se objeta que presentar la personalidad como semejante
a la “propiedad” es problemático en la medida en que refuerza
el control de ese vocabulario sobre nuestra imaginación moral y
política en general. Y más precisamente, porque parecería avalar
formas de autoalienación, incluso autoesclavización. Por mi parte,
sostengo que en este registro abstracto no existe una solución defi-
nitiva al dilema: la coherencia conceptual del lenguaje del “despojo
corporal” se mantiene equívoca e irresuelta. La persistente ambiva-
lencia del concepto surge del hecho de que estos debates tienen un
contexto histórico dinámico. Se producen en un contexto social
cambiante, en el que propiedad y posesión operan como modos de
gestión donde la estricta división binaria entre poseedores y poseí-
dos es cada vez menos nítida. Más que un simple caso de escisión
de la propiedad, o robo en el sentido simple, el despojo implica
un conjunto bastante complejo de actos en los que se atribuyen
y alienan los intereses relativos a la propiedad. Pero para revelar
cómo funciona este mecanismo, es preciso poner de manifiesto
la relación entre una estructura jurídica de derecho y el contexto
social que lo actualiza, la relación dinámica y productiva entre lo
que es de jure y lo que es de facto.

V
Estar desposeído de uno mismo no es simplemente tener negada la
personalidad, ni siquiera ser tomado como objeto de la propiedad
de otro, por importantes y reprensibles que puedan ser estas cues-
tiones. En el sentido específico con el que aquí uso el término, ser
desposeído de uno mismo es tener cierto derecho de propiedad
atribuido a la propia personalidad (un derecho de autopropiedad)
208 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

pero bajo condiciones que exigen su negación simultánea. Se trata,


nuevamente, de lograr “tener” algo, pero de tal manera que esta po-
sesión no puede realizarse sino a través de la enajenación. Sostengo
que esto es importante porque es fundamental para enmarcar las
formas de subyugación y dominación que se derivan de este acto
de alienación realizado “libremente”, es decir, un acto de contrato
y consentimiento voluntario. Este modo de desposesión no sólo es
históricamente omnipresente. Es quizás la forma principal en que
la dominación opera hoy dentro de estos contextos, en vista del
compromiso liberal generalizado con la noción de que la subyuga-
ción sólo puede ser legítima si se realiza voluntariamente. Sostengo
que al historizar esta pregunta, la reformulamos de tal manera que
se hace más comprensible.
Como he argumentado, la modernidad tardía y su expansión
democrática generaron importantes contradicciones para las colo-
nias anglosajonas. Cada vez más comprometidas con un ideal nor-
mativo de consentimiento, pero materialmente dependientes de la
tierra y el trabajo apropiados coercitivamente, esta contradicción
fue gestionada a través de rituales de antivoluntad. En ese momento,
el campo de la gobernanza racial y colonial se desplazó hacia la
autoabnegación “voluntaria”.
Un análisis extenso de la tradición radical negra nos permite
mostrar esto más claramente y llevar a cabo dos tareas simultáneas.
Podemos materializar las diversas expresiones de la desposesión
dentro de la teoría crítica (concebida en sentido amplio) elabo-
rando una gramática alternativa, más preocupada por la integridad
corporal y de la persona que por la tierra o el mundo natural
no humano. Pero al mismo tiempo esta discusión nos devuelve
a la política indígena. Sirve como una respuesta a la pregunta de
por qué los derechos de propiedad “estructuralmente negados” se
extendieron a los pueblos indígenas en primer lugar. Situados en
relación con el debate anterior, podemos entenderlos ahora como
una forma de “antivoluntad indígena”. En el mismo trasfondo his-
tórico móvil anteriormente esbozado, el consentimiento indígena
es concretizado de una manera que encuentra resonancias con la
sujeción negra.
El cambio lento pero perceptible en el modo en que la
propiedad ha servido como instrumento de organización social
y dominación todavía opera en el presente. Nos hemos alejado de
4. Dilemas de la autopropiedad, rituales de la antivoluntad 209

una forma de gobierno en la que a los sujetos racializados y colo-


nizados se les niega el estatus como poseedores de propiedades y/o
se les trata como “propiedad” bajo diversas formas, hacia un sistema
en el que el gobierno opera a través de un sistema más complejo de
adscripción y alienación. Con esto último quiero resaltar la forma
en que los derechos de propiedad se atribuyen a sujetos raciali-
zados y colonizados de tal manera que su materialización queda
condicionada a la negación de los mismos: servidumbre voluntaria,
autoalienación o autoextinción. En consecuencia, se ha vuelto más
difícil para nosotros saber qué hacer con la promesa de la posesión.
Dicho de manera más formal, en el contexto de relacio-
nes sociales altamente estratificadas y ordenadas jerárquicamente,
aquellos en posiciones de relativo poder y privilegio tienden a ver
la codificación de algún objeto de interés bajo la rúbrica de “pro-
piedad” como un medio para asegurarse el acceso a él y su control.
Para ellos, la propiedad se afianza y solidifica. Por el contrario, para
aquellos en posiciones de relativa debilidad y subordinación, con-
vertir algo en una forma de propiedad es frecuentemente el primer
paso para perder el control sobre él, ya que también es una forma
de hacer que las cosas sean más enajenables e intercambiables. Para
el primero, la propiedad es un agente coagulante. Para el segundo,
es un solvente. Lo que importa entonces no es tanto si uno tiene o
no un derecho de propiedad sobre algo, sino más bien las relaciones
de poder de fondo que dan a la propiedad su valencia específica en
cualquier contexto dado.
En gran medida, el trabajo previo ha intentado mantener a
raya este trasfondo, asumiendo que permanece fijo y, por lo tanto,
puede servir como una referencia estable que permite adjudicarle
coherencia a los términos en un nivel puramente filosófico. La
visión naturalista de los derechos que, entre otros discursos, está
presente en el pensamiento feminista negro, vuelve a centrar la
atención en la función política del lenguaje de la autopropiedad,
lo que a su vez nos permite diagnosticar el origen adecuado de la
persistente ambigüedad relativa a la desposesión corporal: precisa-
mente el cambiante trasfondo histórico que dota de contenido a
las configuraciones variables de la raza, los derechos, la personalidad
jurídica y la propiedad. Como resultado de este deslizamiento his-
tórico, vivimos hoy en sociedades gobernadas por el vocabulario
moral del contrato, el consentimiento y la voluntad, pero también
210 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

profundamente inmersas en el lenguaje de la deuda, la propiedad y


el individualismo posesivo, tanto así que se ha vuelto difícil imagi-
nar lo primero sin lo segundo. Bajo estas condiciones, la extinción
de los derechos sobre la personalidad y la propiedad debe imagi-
narse como una sumisión voluntaria, algo que de alguna forma el
sujeto ha llegado a aceptar. Sin duda, esto se presenta de diversas
maneras, desde nociones de consentimiento tácito para ser gober-
nado hasta los rituales más complejos de antivoluntad discutidos
anteriormente. Al rastrear sus mutaciones, podemos lidiar de una
manera distinta con este concepto infame: desposesión.
Conclusión

Lo opuesto a la desposesión no es la posesión, sino el apego


profundo, recíproco y consensual. Los cuerpos indígenas
no se relacionan con la tierra poseyéndola, siendo sus
dueños, ni teniendo control sobre ella. Nos relacionamos
con la tierra a través de la conexión: una relación generativa,
afirmativa, compleja, entrecruzada y no lineal. El proceso
inverso a la desposesión dentro del pensamiento indígena
es entonces la inteligencia Nishnaabeg, Nishnaabewin.
Dentro del pensamiento indígena, lo contrario de la
desposesión es la normatividad enraizada. Este es nuestro
poder.
— Leanne Simpson (Michi Saagiig Nishnaabeg), As We
Have Always Done *

Desde el punto de vista de una formación económico-


social superior, la propiedad privada del planeta en manos
de individuos aislados parecerá tan absurda como la
propiedad privada de un hombre en manos de otro hombre.
Ni siquiera toda una sociedad, una nación o, es más, todas
las sociedades contemporáneas reunidas, son propietarias
de la tierra. Sólo son sus poseedoras, sus usufructuarias, y
deben legarla mejorada, como boni patres familias [buenos
padres de familia], a las generaciones venideras.
— Karl Marx, El capital **

Al escribir este libro me he esforzado en demostrar cómo el con-


junto de procesos históricos relacionados con la reorganización de
la propiedad de la tierra en la esfera colonial anglófona del siglo
XIX y principios del XX estuvo acompañado por una transfor-
mación concomitante en el vocabulario básico de la vida política,

* L. Simpson, As We Have Always Done, 43.


** Karl Marx, El capital. Tomo III. (Buenos Aires: Siglo XXI, 1977), 987.
212 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

de tal manera que estos mismos procesos llegaron a ser definidos


por una terminología que tiene con ellos una deuda considerable.
El largo arco de los capítulos anteriores ha servido para descubrir
cómo un conjunto dinámico y fragmentario de procesos legales
relacionados con la clasificación de la tierra en tanto objeto de
propiedad e intercambio, pudo servir como medio para la articula-
ción de categorías de identidad política, como “europeo” e “indio”,
que no sólo se consolidaron eventualmente en una estructura de
dominación en la que la segunda quedó subordinada a la primera,
sino que también fueron apuntaladas por todo un vocabulario que
sirvió para fijar los términos de su propia crítica. El resultado final
fue que el lenguaje de la propiedad y la posesión ahora funciona
como un modo dominante de expresión política, hasta el punto en
que se ha vuelto difícil manifestar la oposición a estos procesos sin
recurrir a los marcos conceptuales y normativos que ellos mismos
han generado. Este es el dilema de la desposesión.
Mi preocupación ha sido tanto práctica como teórica. En el
primer nivel, el proyecto está motivado por la sensación de que la
situación de despojo es un problema real y grave para los pueblos
racializados y colonizados (y sus aliados), quienes intentan erigir
una crítica de estos procesos, pero que a menudo descubren que
deben hacerlo de una manera que está ya limitada por los vocabu-
larios dominantes a su disposición. Así, he tratado de diagnosticar
las fuentes de este dilema sin dejar de ser consciente de las formas
en que los pueblos racializados y colonizados han escapado a sus
constricciones en el pasado y continúan haciéndolo. En segundo
lugar, el proyecto también está animado por un conjunto de con-
sideraciones teóricas más abstractas. En este registro, me interesan
las implicaciones generales para pensar a través de lo que llamo
recursividad, no solo entre el robo y la propiedad, o entre la ley y la
ilegalidad, sino también, de manera más general, entre los procesos
históricos y las categorías conceptuales utilizadas para describirlos
y criticarlos. En otras palabras, el objeto de estudio concreto no ha
sido el despojo per se, sino el más amplio efecto en espiral que or-
ganiza la política como si fuera una cuestión de desposesión. Como
he argumentado a lo largo del libro, cuando los colonizadores an-
glosajones reorganizaron las relaciones de propiedad, no es que
simplemente robaran a los pueblos indígenas un objeto empírico
estable llamado “tierra”. Más bien, a medida que transfirieron el
Conclusión 213

control sobre la tierra, también recodificaron su significado, con-


virtiéndolo en una entidad legal relativamente abstracta. Así, a dife-
rencia de los casos ordinarios de robo, el despojo creaba un objeto
en el mismo acto por el que se lo apropiaba: el crear y el tomar
estaban fusionados. Cuando llega el momento de hacer frente a los
reclamos de los pueblos indígenas, la propiedad sobre este objeto
legal se les suele atribuir retroactivamente. Como resultado, los re-
clamos de los desposeídos con frecuencia parecen contradictorios
o cuestionables, ya que parecen tanto presuponer como resistir a la
lógica de la “posesión original”. En suma, la lógica recursiva que
opera aquí puede dibujarse como un movimiento de transferencia,
transformación y atribución retroactiva.
A un nivel más general, mi preocupación también ha sido
en parte metodológica. En mi opinión, gran parte de lo que pasa
por teoría crítica contemporánea no logra plantear, mucho menos
abordar adecuadamente, los predicamentos presentados por los
problemas del significado recursivo. A pesar de las reiteradas in-
vocaciones a la historicidad o al anclaje social del pensamiento,
gran parte de la teoría crítica actual avanza de un modo decidi-
damente presentista, ahistórico y analítico. A la terminología suele
atribuírsele un significado en lugar de elaborar la reconstrucción
histórica de sus usos. Aunque con frecuencia se presenta como
político, este trabajo a menudo resulta hueco: en la medida en que
no logra historizar los términos de los conflictos actuales, nos ata
aún más a ellos. Con estas preocupaciones en mente he abordado
la problemática actual sin el objetivo de construir una “teoría de
la desposesión” ideal y analítica. En cambio, he buscado historizar
el concepto, explorar la causa y las consecuencias de su aparición
como un término propio de la teoría crítica y los movimientos ra-
dicales. Investigar esto implica abrir interrogantes sobre la relación
entre lo figurativo y lo histórico, o entre los modos de articulación
política y aquellas prácticas y arreglos institucionales que los an-
clan y les dan su contenido sustantivo. En este nivel más general,
el proyecto se preocupa por explorar la forma y la función de la
teoría crítica.
La promesa latente de la crítica histórico-reconstructiva es
que puede ayudarnos a liberarnos de las limitantes del presente.
Podemos satisfacer tal promesa no ganando una contienda bajo sus
parámetros originales, sino moviéndonos oblicuamente hacia ella.
214 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

Se requeriría una investigación completa para examinar cómo se


está haciendo esto en relación con la desposesión. No es posible en
el espacio de una conclusión darle un tratamiento completo a tal
cuestión. Sin embargo, creo que es importante concluir volviendo
a algunos de los planteamientos más positivos y creativos que han
surgido en respuesta a los problemas esbozados en los capítulos
anteriores. Si a lo largo del libro me he concentrado principal-
mente en lo que significa perder algo que nunca “tuviste”, estos
pensamientos finales se centrarán en lo que significa recuperar algo
que realmente nunca fue “tuyo”.
A continuación, destaco un conjunto de ejemplos relevantes
como instancias de lo que denominaré insurgencia expresiva de las
luchas indígenas. Al referirme a estos aspectos como “expresivos”,
estoy destacando su carácter no instrumental. Tal como las leo, las
luchas indígenas tienen objetivos específicos y concretos, que a
menudo implican la (re)apropiación de objetos particulares de re-
flexión que se han perdido en el proceso de despojo colonial. Esta
es la dimensión instrumental de su política. Sin embargo, también
contienen una dimensión expresiva a través de la cual la forma
de la articulación política se reconfigura bajo nuevos términos. La
primera dimensión es la lucha por algo; la segunda, es la lucha sobre
esa misma lucha. De modo que la acción política es expresiva si
su modo de articulación ya modela el contenido sustantivo de sus
pretensiones y fines. Al caracterizar esta política expresiva como
“insurgente”, quiero enfatizar que estas luchas a largo plazo tienen
lugar en un campo de disputa extremadamente asimétrico.1 Al pre-
sentar estas prácticas y procesos mi objetivo no es necesariamente
respaldar o promover ninguno de ellos en particular. En cambio,
mi preocupación aquí es reflexionar sobre lo que está en juego
teórica y prácticamente en estos proyectos destinados a reconfigu-
rar los términos mismos del despojo.

1 Mi comprensión sobre las formas de resistencia tanto expresivas como in-


surgentes ha sido enormemente enriquecida por Banu Bargus, Starve and
Immolate:The Politics of Human Weapons (New York: Columbia University
Press, 2014).
Conclusión 215

I
Cerca de la costa este de la isla Te Ika-a-Māui (Isla Norte), casi
400 kilómetros al sureste de Auckland, en Aotearoa-Nueva Ze-
landa, se encuentra Te Urewera. Territorio imponente, Te Urewera
abarca unas 212,672 hectáreas (821 millas cuadradas) y es mun-
dialmente conocido por sus hermosos lagos y bosques. Además de
proporcionar refugio y sustento a innumerables especies de plantas
y animales no humanos, Te Urewera es el hogar de los Tuhoe. Co-
nocidos como los “Niños de la Niebla” (su ascendencia se remonta
al espíritu Hine-puhoku-rangi), los Tuhoe son una iwi (nación o
tribu) de los Maoríes y han defendido ferozmente Te Urewera du-
rante siglos. Continúan haciéndolo en la actualidad. Te Urewera
es una personalidad única en muchos sentidos, sobre todo porque
recientemente experimentó una especie de renacimiento. Durante
sesenta años fue un parque nacional. En 2014 el parque fue di-
suelto y sustituido por una nueva figura. Te Urewera fue entonces
reconocida como una entidad legal con “todos los derechos, facul-
tades, deberes y responsabilidades de una persona legal”.2 Descrita
como “una fortaleza de la naturaleza, llena de historia [...] un lugar
de valor espiritual, con su propio mana y mauri”, ahora se reconoce
que Te Urewera posee “una identidad en sí mismo” que inspira
a “las personas a comprometerse en su cuidado”. Aunque todas
las personas están llamadas a esta labor de cuidado, responsabilida-
des especiales recaen sobre los Tuhoe, quienes trabajando con una
Junta del gobierno están encargados de “actuar en nombre y repre-
sentación de Te Urewera”.3 Desde 2014, el territorio dentro de Te
Urewera dejó de pertenecer a la Corona y ya no es administrada
bajo la rúbrica de “tierras de conservación”. En cambio, la tierra
se mantiene en una forma inalienable de dominio pleno en poder
de la propia Te Urewera.4 Así pues, Te Urewera ejerce una forma
de autopropiedad.
Aunque único,Te Urewera no está sólo. En 2017 se le unieron
otras dos personas jurídicas no humanas: el Taranaki, una impresio-
2 Gobierno de Nueva Zelanda, Te Urewera Act (2014), sección 11, http://
www.legisiation.govt.nz/act/public/2014/0051/latcst/whole.htmL.
Para un útil sumario y la serie de comentarios sobre este caso, véase
“Whiringa-a-nuku”, special issue, Maori Law Review 9 (Octubre 2014).
3 Gobierno de Nueva Zelanda, Te Urewera Act (2014), sección 17
(a).
4 Gobierno de Nueva Zelanda, Te Urewera Act (2014), secciones 12 y 13.
216 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

nante montaña volcánica de 2,518 metros de altura, y Whanganui,


el tercer río más grande de Aotearoa. A cada uno se le han otorga-
do, o se le otorgarán, derechos legales similares a los que tienen los
seres humanos, protegiéndolos de la profanación y la degradación.5
Cada uno tiene sus defensores. En el caso del monte Taranaki, una
coalición de ocho tribus maoríes locales comparte la tutela de la
montaña sagrada con el gobierno de Nueva Zelanda.6 La lucha
para defender el río ha sido encabezada por los Iwi de Whanganui,
quienes lo ven como su hogar ancestral y familiar.7 En el curso
de los debates sobre el estado del río, Gerrard Alberta, negociador
principal de los Iwi de Whanganui, explicó su posición: “La razón
por la que hemos adoptado este enfoque es que consideramos al
río como un antepasado, siempre lo hemos hecho así. [...] Hemos
luchado por encontrar una aproximación a la ley tal que todos los
demás puedan entender que, desde nuestra perspectiva, tratar el río
como una entidad viva es la forma correcta de abordarlo como
un todo indivisible, en lugar del modelo tradicional de los últimos
cien años, que lo trata desde la perspectiva de la propiedad y la
gestión”.8
Aunque los desarrollos recientes son, en cierto sentido, una
continuación de casi doscientos años de resistencia maorí al colo-
nialismo británico (cuya larga historia fue revisada en el capítulo
1), también son, de manera más próxima, el fruto de una revitaliza-
ción particular del activismo maorí en las décadas de 1960 y 1970.
Gran parte de esta movilización política se organizó en torno a un
retorno al Tratado de Waitangi.9 Firmado en febrero de 1840, el

5 Véase Bryant Rousseau, “What in the World: In New Zealand, Lands


and Rivers Can Be People (Legally Speaking)”, New York Times, Julio 13,
2016.
6 Eleanor Aingc Roy, “New Zealand Gives Mount Taranaki Same Legal
Rights as a Person”, The Guardian, Diciembre 22, 2017.
7 Sobre la historia legal de la disputa por el Río Whanganui véase Johnson,
This Land Is Our History, capítulo 6.
8 Eleanor Aingc Roy, “New Zealand River Granted Same Legal Rights as
Human Being”, The Guardian, Marzo 16, 2017.
9 Mi comprensión del tratado y sus implicaciones contemporáneas está en
deuda con Malcom Mulholland y Veronica Tawhai, eds., Weeping Waters:
The Treaty of Waitangi and Constitutional Change (Wellington: Huia, 2010);
I. H. Kawharu, ed., Waitangi: Maori and Pdkeha Perspectives ofthe Treaty of
Waitangi (Auckland: Oxford University Press, 1989); Vincent O’Malley,
Bruce Stirling, y Wally Pcnetito, eds., The Treaty of Waitangi Companion:
Maori and Pdkehafrom Tasman to Today (Auckland: Auckland University
Conclusión 217

Tratado de Waitangi pretendía servir como declaración legal prin-


cipal y guía normativa que regulara la relación entre los Maoríes
y los Pākehā (personas de ascendencia europea, en este caso los
británicos). Sin embargo, antes de ser revivido fue completamente
ignorado por las autoridades británicas y neozelandesas durante
casi cien años.
Escritas tanto en inglés como en maorí, las dos versiones del
tratado tienen diferencias significativas que han dado lugar a con-
flictos de interpretación de larga data. El más conocido es que el
artículo 1 del texto en inglés cede (a) “todos los derechos y poderes
de soberanía” a la Corona británica, mientras que el artículo 2
protege (b) “la posesión plena, exclusiva y sin reservas de sus tierras
y propiedades, bosques, bancos de pesca y otras propiedades” de
los Maoríes, pero otorga a los británicos un monopolio efectivo
sobre su adquisición a través del derecho de (c) “preferencia”. En
la versión maorí, sin embargo, el artículo 1 confiere el kāwanatanga
y hokonga a los británicos (también traducido como “gobernación”
y “ventas”) mientras conserva te tino rangatiratanga o ratou wenua o
ratou kainga me o ratou taonga katoa para los Maoríes. Esta última
frase se ha traducido alternativamente como “el ejercicio incon-
dicional de la jefatura sobre sus tierras, aldeas y sobre todos sus
tesoros”, y desde su firma original los líderes maoríes han afirmado
que el tratado consagra, en lugar de extinguir, su gobierno último
sobre el espacio y la titularidad de la tierra.10 Los conflictos de in-
terpretación se han convertido periódicamente en violencia física,
más evidentemente en las Guerras de Nueva Zelanda (1845-72),
pero también en enfrentamientos y disputas de menor intensidad
hasta el presente.
Desde que la Ley del Tratado de Waitangi de 1975 revivió el
documento como guía fundamental para el gobierno de Aotea-
roa-Nueva Zelanda, no ha surgido una resolución definitiva al de-
bate de si el pākehā kāwanatanga (gobierno) tiene prioridad sobre
el maorí rangatiratanga (jefatura), o viceversa. Sin embargo, a pesar
del estancamiento en esta disputa material e interpretativa en curso,
han aparecido nuevas figuras en el campo. El reconocimiento del
río Whanganui, el monte Taranaki y Te Urewera como personas

Press, 2010); Matthew Palmer, The Treaty of Waitangi in New Zealand’s Law
and Constitution (Wellington:Victoria University Press, 2008).
10 Traducción de Kawharu, Waitangi, apéndice, 319-21.
218 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

jurídicas con intereses que deben protegerse y defenderse es el


resultado de 140 años de lucha para hacer que los gobiernos britá-
nico y neozelandés rindan cuentas, restaurar las relaciones correctas
entre Maoríes y Pākehā, y revertir el proceso de desposesión. Es
revolucionario en términos de las implicaciones tanto para la des-
colonización como para la revitalización ecológica. El resultado de
estas victorias ha sido el surgimiento de un régimen de protección
y cuidado de la tierra conducido por el liderazgo indígena.
Si bien los acontecimientos en Aotearoa-Nueva Zelanda
brindan un ejemplo concreto y particularmente claro de esta
combinación de resistencia e innovación, no están aislados de un
conjunto más amplio de movimientos globales. La concesión de
la personalidad jurídica a la tierra viene de la mano de desarrollos
similares en todo el mundo. En Bolivia, por ejemplo, la Ley de De-
rechos de la Madre Tierra fue aprobada por la Asamblea Legislativa
Plurinacional de Bolivia en diciembre de 2010. En octubre de 2012
se aprobó una versión revisada y más extensa, la Ley Marco de la
Madre Tierra y Desarrollo Integral para Vivir Bien. En conjunto,
estas leyes definen a la Madre Tierra como un “sujeto colectivo de
interés público” y crean una nueva institución, la Defensoría del
Pueblo, para procesar casos en defensa tanto de la Madre Tierra
como de los “sistemas de vida” (incluidas las comunidades huma-
nas dentro de sus ecosistemas no humanos). En Canadá, estos me-
canismos de innovación e inversión legal también proliferan, como
lo demuestra la extensa documentación de Shiri Pasternak sobre
las luchas de los algonquinos del lago Barriere.11 Mientras tanto,
en los Estados Unidos una coalición de cinco naciones indígenas
se está preparando actualmente para una gran confrontación con
el gobierno federal por la propuesta de reducir radicalmente el
Monumento Nacional Bears Ears.12 Lo que está surgiendo de estas

11 Shiri Pasternak, Grounded Authority:The Algonquins of Barriere Lake against


the State (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2017). Reciente-
mente la Suprema Corte de Canadá también ha examinado argumentos
similares de la nación Ktunaxa para la protección de una montaña: Ktu-
naxa Nation v. British Columbia (Forests, Lands, and Natural Resour-
ce Operations) (2017) SCC 54; Sean Kilpatrick, “Jumbo Mountain Ski
Resort Approval Upheld by Supreme Court of Canada”, Huffington Post,
Marzo 11, 2017.
12 Véase Protect Bears Ears, “Bears Ears: A Native Perspective on Americas
Most Significant Unprotected Cultural Landscape”, Marzo 2016, http://
www.bearsearscoalition.org/wp-content/uploads/zoi6/o3/Bears-Ears-
Conclusión 219

luchas es una forma distinta de gestión en la que se reconoce la


relación histórica de los pueblos indígenas, pero que se amplía para
incluir una gama diversa de vidas humanas y no humanas. Colec-
tivamente, estos procesos constituyen un experimento para revertir
la lógica desposeedora de la propiedad. Una forma de efectuar esta
transformación ha sido designar una formación terrestre (una zona,
río, montaña o cualquier otra característica topográfica) como una
entidad animada, un “todo indivisible” o forma viva y persona ju-
rídica con sus propios derechos y responsabilidades.

II
La reflexión sobre estos ejemplos nos retrotrae a una cuestión que
se planteó en el capítulo 1. Allí señalé que, además de la crítica más
bien estrecha y específica de los sistemas coloniales de propiedad
de la tierra como estructuras de “desposesión”, también existe una
gama de recursos intelectuales indígenas que rechazan el lenguaje
de la posesión de manera más completa, por ejemplo, echando
mano del lenguaje del desarraigo o la profanación. Estos argumen-
tos encuadran el problema no en términos de posesión y robo, sino
de cuidado y responsabilidad. En palabras de la académica mohawk
Patricia Monture-Angus, esta es una “lucha para ser responsable”.13
Inspirada en su propio contexto e historia de lucha, la teórica po-
lítica dene Glen Coulthard teoriza esto como una “normatividad
arraigada” [grounded normativity], argumentando que las “luchas
indígenas contra el imperialismo capitalista se entienden mejor
como luchas orientadas por la cuestión de la tierra: es decir, luchas
no sólo por la tierra, sino profundamente moldeadas por lo que la
tierra como modo de relación debería enseñarnos sobre cómo vivir
nuestras vidas con los demás y con nuestro entorno de manera res-
petuosa, sin dominación ni explotación”.14 El trabajo de Coulthard

bro.sm_.pdf. Más cerca de mi contexto inmediato, la White Earth Band


de Ojibwc recientemente ha reconocido los derechos legales de Ma-
noomin o wild rice. Véase Winona LaDukc, “The White Earth Band of
Ojibwc Legally Recognized the Rights of Wild Rice. Heres Why”, Yes!
Journalism for People Building a Better World, Febrero 1, 2019, https://www.
yesmagazinc.org/planct/thc-whitc-carth-band-of-ojibwc-lcgally-rccog-
nizcd-the-rights-of-wiId-ricc-hercs-why-20190201
13 Patricia Monture-Angus, Journeying 222 (también discutida en el capítulo
1, sección II).
14 Glen Coulthard, Red Skin,White Mask, 13.
220 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

se ve confirmado por escritos anteriores de figuras centrales en los


estudios sobre los nativos americanos como Vine Deloria Jr. (Ogla-
la Lakota) y Winona LaDuke (White Earth Ojibwe).15 También
ha sido recuperado por una multitud de académicos no indígenas
de varias disciplinas.16 De hecho, a lo largo de muchas décadas se
ha acumulado un archivo impresionante que documenta meticu-
losamente no sólo que muchas sociedades indígenas tienen insti-
tuciones sofisticadas para distribuir la responsabilidad ecológica y
territorial, sino también cómo y bajo qué condiciones estas institucio-
nes pueden sostenerse, ser reparadas y renovadas. Este trabajo es
tan amplio que casi se ha convertido en un lugar común observar
que millones de personas del planeta todavía no consideran que la
tierra les pertenece, sino que ellos pertenecen a ella.17 Es a la luz
de esta larga historia que interpreto el significado de las palabras
de Leanne Simpson (que abren este capítulo) cuando dice: “Lo
opuesto a la desposesión no es la posesión, sino el apego profundo,
recíproco y consensual. [...] Este es nuestro poder”.18 Lo que todos
estos movimientos y pensadores tienen en común es su insistencia
en que no pensemos en las luchas por la tierra sólo como conflic-
tos de propiedad y/o territorio. Debemos pensar en ellos, además,
como luchas sobre el significado mismo de la relación entre las

15 Vine Deloria Jr., God Is Red: A Native View of Religion, Edición por el 30o
aniversario (New York: Fulcrum, 2003); Winona LaDukc, All Our Rela-
tions: Native Struggles for Land and Life (New York: South End Press, 2008).
16 E.g., Keith Basso, Wisdom Sits in Places: Landscape and Language among the
Western Apache (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1996);
Paul Nadasdy, Hunters and Bureaucrats (Vancouver: University of British
Columbia Press, 2003); Shiri Pasternak, Grounded Authority.
17 Para una pequeña muestra de esta vasta bibliografía antropológica véase:
Julie Cruikshank, Do Glaciers Listen? Local Knowledge, Colonial Encounters,
and Social Imagination (Vancouver: University of British Columbia Press,
2005); Daniel de Copper, “...Land Owns People”, en R. H. Barnes, Da-
niel de Coppet, y R. J. Parkin, eds., Contexts and Levels: Anthropological
Essays on Hierarchy (Oxford: JASO, 1985), 75-90; Marisol de la Cadena,
Earth Beings: Ecologies of Practice across the Andean Worlds (Durham, NC:
Duke University Press, 2015); Fred Myers, Pintupi Country, Pintupi Self:
Sentiment, Place, and Politics among the Western Desert Aborigines (Berkeley:
University of California Press, 1991); Mark Nuttall, Arctic Homeland: Kins-
hip, Community, and Development in Northwest Greenland (Toronto: Univer-
sity of Toronto Press, 1992).
18 L. Simpson, As We Have Always Done, 43. Sobre este tema véase también
Goeman, “From Place to Territories and Back Again”.
Conclusión 221

sociedades humanas y los mundos ecológicos más amplios en los


que están situadas.
Lo que está en juego en las luchas actuales no podría ser
mayor. Aunque estos grupos son minorías relativamente pequeñas
en sus respectivos contextos individuales, tomados colectivamente,
tienen un significado global que va más allá de su número. Los
pueblos indígenas administran o tienen derechos sobre aproxi-
madamente treinta y ocho millones de kilómetros cuadrados, una
cuarta parte de la superficie terrestre de la Tierra. Las tierras in-
dígenas, que se encuentran en al menos ochenta y siete países de
todos los continentes habitados, se entrecruzan con “cerca del 40%
de todas las áreas terrestres protegidas y los paisajes ecológicamente
intactos (por ejemplo, los bosques primarios boreales y tropicales,
las sabanas y las marismas)”.19 Por ello, la defensa de los sistemas
indígenas de administración de la tierra será clave para la sostenibi-
lidad ecológica mundial a largo plazo.
Comprender el significado de estos movimientos es un asun-
to más complicado. Esta complicación es inherente a sus reclamos.
A través de ellos, los participantes no sólo persiguen diferentes
intereses vinculados con un mismo objeto; también tienen inter-
pretaciones distintas y contrapuestas de los términos de referencia
básicos. Mientras que los actores estatales y corporativos a menudo
los enmarcan en términos relativamente estrechos (por ejemplo,
como asuntos de zonificación o propiedad), los pueblos indíge-
nas tienden a entenderlos bajo un marco mucho más amplio, por
ejemplo, como la continuación de una lucha de siglos contra la
colonización, lo que implica cuestiones culturales, tradicionales,
espirituales y de cuidado ambiental. En los casos en que los sujetos
enfrentados no comparten una comprensión previa de la naturale-
za del desacuerdo mismo, el conflicto parece ser irresoluble.
Tal como los leo, los movimientos para (re)animar la tierra
mediante formas de personalidad y subjetividad son intentos por
desplazar oblicuamente los parámetros (establecidos por los colo-
nizadores) de la lucha. Están trabajando para liberarnos de las ga-
rras de un determinado vocabulario, parte del proceso que Joanne

19 Stephen T. Garnett et al, “A Spatial Overview of the Global Importan-


ce of Indigenous Lands for Conservation”, Nature Sustainability 1 (Julio
2018): 369.
222 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

Barker (Delaware) denomina “descolonización de la mente”.20 Sin


embargo, las implicaciones completas de tal movimiento aún no
son visibles para nosotros. Esto es lo que significa experimentar
con algo verdaderamente radical, comprometerse con la vanguar-
dia. Quizás por la misma razón, estos movimientos también han
sido recibidos con considerable escepticismo. La mayor parte de
esta resistencia proviene de críticos totalmente contrarios: oposi-
tores que se aferran a la creencia (ahora fanática) de que sólo una
mayor privatización y una apropiación capitalista no regulada pue-
den salvarnos de las amenazas gemelas de la creciente desigualdad
material y el inminente colapso ecológico. Estos críticos no llaman
a un orden de cuidado y responsabilidad, sino a una nueva era de
apropiación, una que abriría a la propiedad individual y privada los
últimos reductos de las tierras colectivas e inalienables. Como ha
señalado Shiri Pasternak, para estos pensadores el capitalismo está
destinado a salvar el legado del colonialismo.21 Sin embargo, tam-
bién hay un conjunto de críticos simpatizantes, quienes apoyan el
ideal de liberarnos de las garras de la desposesión pero que pueden
cuestionar el método, el lenguaje y la lógica de los movimientos de
protección y responsabilidad hacia la tierra entendida como sujeto
de cuidado. A continuación consideraré brevemente tres de estas
posturas.

***
En la segunda mitad del siglo XX surgió un amplio y complejo
conjunto de debates en el pensamiento social, legal, económico
y político sobre el estatus de la entidad (algo mítica) conocida
como “bienes comunes” [commons]. El locus classicus de estos debates
sigue siendo el famoso artículo de 1968 de Garrett Hardin, “La
tragedia de los comunes”. Allí, Hardin propuso un dilema de la
teoría de juegos en el que la regulación libre y espontánea de los
recursos comunes parece casi imposible. Dado que cada persona
con acceso a los bienes comunes está (supuestamente) racional-
mente impulsada a maximizar su uso, los bienes comunes pronto
se agotan, así que nadie puede beneficiarse de ellos. En resumen, el
20 Joanne Barker, “Decolonizing the Mind”, Rethinking Marxism: A Journal
of Economics, Culture and Society 30, no. 2 (2018).
21 Shiri Pasternak, “How Capitalism Will Save Colonialism: The Privatiza-
tion of Reserve Lands in Canada”, Antipode 47, no. 1 (Enero 2015).
Conclusión 223

acceso irrestricto a los recursos comunales conduce a la sobreex-


plotación. Hardin argumentó que el sistema existente de propiedad
privada, por injusto que pueda ser bajo otras consideraciones, es la
única solución practicable: “La alternativa de los bienes comunes
es demasiado horripilante como para contemplarla. La injusticia es
preferible a la ruina total”.22
Décadas de trabajo sobre las afirmaciones generales de Har-
din (casi sin ningún sustento empírico) han puesto su atención en
los matices profundamente racistas de su preocupación por la “re-
producción excesiva” de las empobrecidas “poblaciones genética-
mente defectuosas”.23 También han señalado que la tesis de Hardin
(y la recepción de la idea de una “tragedia de los bienes comunes”
en el discurso popular en general) opera bajo el “supuesto falaz de
que ‘común’ significa no ‘regulado’”. Esta confusión insostenible,
sin embargo, es desmentida por numerosas “investigaciones histó-
ricas y contemporáneas que demuestran la existencia de regulacio-
nes estrictas a las que se somete la propiedad común, aunque no
estén codificadas legalmente”.24 De particular importancia en este
sentido es el trabajo de Elinor Ostrom sobre la acción cooperativa
autorreguladora. En el libro de referencia Governing the Commons
(1990), Ostrom argumenta que “ni el Estado ni el mercado tienen
un éxito uniforme a la hora de permitir que los individuos man-
tengan un uso productivo a largo plazo de los sistemas de recursos
naturales” y que “las comunidades de individuos han dependido
de instituciones que no se asemejan ni al Estado ni al mercado
para gobernar algunos sistemas de recursos con grados razonables
de éxito durante largos períodos de tiempo”.25 Aunque asume el
individualismo metodológico de Hardin y la modelización de la
teoría de juegos, Ostrom llega a una conclusión totalmente di-
22 Garrett Hardin, “The Tragedy of the Commons”, Science 162, no. 3859
(Diciembre 1968).
23 Para una revisión general, véase Ian Angus, “The Myth of the Tragedy
of the Commons”, Monthly Review, Agosto 25, 2008. https://mronline.
org/2008/08/25/the-myth-of-the-tragedy-of-the-commons/
24 Onur Ulas Ince, “Property”, en Encyclopedia of Political Thought, ed. Mi-
chael Gibbons (Oxford: Wiley-Blackwell, 2014), I.
25 Elinor Ostrom, Governing the Commons:The Evolution of Institutions for Co-
llective Action (Cambridge: Cambridge University Press, 1990), 1. Ostrom
es la primera mujer (y la única hasta 2019) en ganar el Premio Nobel de
Economía (que compartió con Oliver Williamson), lo que es aún más
notable por el hecho de que lo ganó como politóloga y no como econo-
mista.
224 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

ferente: las instituciones construidas y mantenidas colectivamente


que funcionan para restringir y condicionar el comportamiento de
los individuos egoístas eran teóricamente posibles y empíricamen-
te demostrables. En consecuencia, la llamada tragedia de los bienes
comunes no es una conclusión inevitable, sino el producto de un
conjunto muy particular de condiciones institucionales que rigen
el acceso, la propiedad, la exclusión y actos similares.
Una oleada de nuevas investigaciones siguió al estudio de
Ostrom.26 Quizás el más famoso, de Carol Rose, proporcionó un
influyente esquema de clasificación para diferenciar las técnicas de
gestión que podrían emplearse para regular los recursos comunes.
Situadas a lo largo de un continuo de menos a más estrictas, estas
técnicas incluían (a) “no hacer nada” o la ausencia de regulación;
(b) controles de “mantenimiento” que simplemente determinan
quién puede acceder al recurso en cuestión; (c) regulaciones de
“derecho” que determinan cómo los usuarios pueden explotar los
bienes comunes; y (d) un sistema completo de “propiedad”, que
desagrega el recurso colectivo en derechos individuales. Invir-
tiendo el paradigma de Hardin, Rose argumentó que las técnicas
de gestión colectiva podían conducir a la “comedia de los bienes
comunes”, en la que el uso de recursos compartidos de fuente
abierta beneficiaría a todos más allá de lo que podrían lograr como
individuos.27
En la década de 1990 y principios del siglo XXI, a este debate
más bien estrecho y técnico, centrado en la literatura de la teoría
de juegos, se sumó una serie de nuevas contribuciones que eran
a la vez más eclécticas desde el punto de vista metodológico pero
políticamente mejor enfocadas. Ejemplos prominentes incluyen
Customs in Common de E.P. Thompson, los escritos del colectivo
26 Gran parte de este influyente trabajo fue realizado por la International
Association for the Study of the Commons y la International Journal of
the Commons, ambas estrechamente identificadas con Ostrom.Véase por
ejemplo Bonnie J. McCay y James M. Acheson, “Human Ecology of the
Commons”, en The Question of the Commons: The Culture and Ecology of
Communal Resources, eds. Bonnie J. McCay y James M. Acheson (Tucson:
University of Arizona Press, 1987). Para una útil indagación del impacto
de Ostrom, véase Tim Forsyth y Craig Johnson, “Elinor’s Ostrom’s Le-
gacy: Governing the Commons and the Rational Choice Controversy”,
Development and Change 45, no. 5 (2014).
27 Carol Rose, “The Comedy of the Commons: Commerce, Customs, and
Inherently Public Property”, University of Chicago Law Review 53, no. 3
(Summer 1986).Véase también Rose, Property and Persuasiasion.
Conclusión 225

Midnight Notes y la trilogía de Michael Hardt y Antonio Negri


Empire, Multitude y Commonwealth.28 Esencialmente neomarxista
en su orientación política, este trabajo enmarcó el asunto esencial
como una lucha entre dos polos, enfrentando “los bienes comunes”
a la persistente amenaza de la privatización y el “cercamiento”.
Visto desde la perspectiva de la investigación actual, gran
parte de este trabajo parece estar obsesionado con los temas del co-
lonialismo y la resistencia indígena. Aunque explícitamente com-
parten muchos de los mismos temas y objetos de interés, hasta hace
muy poco tiempo los debates sobre el colonialismo de colonos y
los “bienes comunes globales” discurrieron por caminos paralelos
y extrañamente distantes.29 Desde el punto de vista de esta historia
de la emancipación de los bienes comunes, los espacios indígenas
de resguardo inalienable pueden parecer impracticables o bien,
dada su lógica proteccionista, incluso perjudiciales para los esfuer-
zos más generalizados de recuperar los bienes comunes para toda la
humanidad. Este grupo de críticos expresaría su preocupación por
28 E. P. Thompson, Customs in Common. Midnight Notes Collective, ed.
“The New Enclosures”, Midnight Notes 10 (1990); Michael Hardt y An-
tonio Negri, Empire (Cambridge, MA: Harvard University Press, 2000),
Multitude: War and Democracy in the Age of Empire (New York: Penguin,
2004), y Commonwealth (Cambridge, MA: Harvard University Press,
2009). Para debates históricos previos sobre los bienes comúnes, véase R.
H. Tawney, The Agrarian Problem in the Sixteenth Century (London: Long-
mans, 1912); J. A. Yelling, Common Field and Enclosure in England, 1450-
1850 (London: Macmillan, 1977); J. M. Neeson, Commoners: Common
Right, Enclosure and Social Change in England, 1700–1820 (Cambridge:
Cambridge University Press, 1993); Linebaugh, Stop,Thief!
29 Para obras que emplean el lenguaje del “cercamiento de los bienes co-
munes” como medio de entender el colonialismo, véase Peter Linebaugh
y Marcus Rediker, The Many-Headed Hydra: Sailors, Slaves, Commoners,
and the Hidden History of the Revolutionary Atlantic (Boston: Beacon, 2000);
Francis Jennings, The Invasion of America: Indians, Colonialism, and the Cant
of Conquest (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1975), 82-
83; Gary Nash, Red,White and Black:The Peoples of Early North America, 4a
ed. (Upper Saddle River, NJ: Prentice Hall, 2000); Patricia Seed, American
Pentimento: The Invention of Indians and the Pursuit of Riches (Minneapolis:
University of Minnesota Press, 2001); Nancy Shoemaker, A Strange Li-
keness: Becoming Red and White in Eighteenth-Century North America (New
York: Oxford University Press, 2004); Stuart Banner, How the Indians Lost
their Land: Law and Power on the Frontier (Cambridge, MA: Harvard Uni-
versity Press, 2005); Charles Geisler, “Disowned by the Ownership So-
ciety: How Native Americans Lost Their Land”, Rural Sociology 79, no. 1
(Marzo 2014); Derek Wall, The Commons in History: Culture, Conflict, and
Ecology (Cambridge, MA: MIT Press, 2014).
226 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

la justificación normativa de los reclamos indígenas “especiales”


sobre los espacios sagrados, reclamos que parecen competir con
otros argumentos ostensiblemente más universales de reconoci-
miento y redistribución de la tierra.30
La fuente de esta disyuntiva puede ser la relación ambigua
entre bienes comunes y colonización. David Schorr ha argumenta-
do que los debates contemporáneos en torno a los bienes comunes
frecuentemente adoptan muchos de los presupuestos básicos de
Hardin, incluso si discrepan de sus conclusiones finales. El trabajo
de Ostrom, Rose y otros contemporáneos continúa adoptando
teorías folclóricas de las relaciones de propiedad indígena, imagi-
nando que los “pueblos primitivos” existen en condiciones premo-
dernas de uso comunal simple e irreflexivo de los recursos, lo que
bajo un lenguaje y una época diferentes solía llamarse “comunismo
primitivo”.31 El resultado es un debate que continúa organizándo-
se en torno a contrastes binarios simplistas entre, por un lado, la
propiedad privada individualizada, y por el otro llamados más bien
genéricos e históricamente desinformados a volver a los bienes co-
munes.32 Lo que esta oposición binaria no logra captar es la extrema
mutabilidad de las formas coloniales de la desposesión. Ignora, por
ejemplo, el papel central que desempeñó la colectivización forzosa
en la expansión imperial, funcionando frecuentemente en paralelo
y conjuntamente con la privatización, más que en oposición ne-
cesaria a ella.33 Incluso las descripciones más elogiosas de las “cosas
públicas” deben aceptar el hecho de que en un contexto colonial
estas cosas públicas “pueden ser el resultado de robos y apropiacio-
nes anteriores”34 Sin tener esto en cuenta, nos vemos impulsados​​
hacia una preferencia normativa –insuficientemente diferencia-
da– por un mayor “acceso abierto”, lo que generalmente implica

30 Para una crítica de este tipo, véase Sharma y Wright, “Decolonizing Re-
sistance”.
31 David Schorr, “Savagery, Civilization, and Property: Theories of Societal
Evolution and Commons eory”, Theoretical Inquiries in Law 19 (2018).
32 Véase por ejemplo Melanie Johnson-DeBaufre, Catherine Keller, y Elias
Ortega-Aponte, eds., Common Goods: Economy, Ecology, and Political eology
(New York: Fordham University Press, 2015).
33 Para una crítica extensa de la aplicación del marco de los “bienes comu-
nes” al colonialismo, véase A. Greer, Property and Dispossession, en particu-
lar el capítulo 7.
34 Bonnie Honig, Public things: Democracy in Disrepair (New York: Fordham
University Press, 2017), 89.
Conclusión 227

invocar un sujeto colectivo o multitud más bien amorfos y mal


definidos, que no consideran la historia ni las relaciones de poder
realmente existentes.35 Finalmente, tal contraste binario no logra
dar cuenta de la posibilidad de que los modos indígenas de relacio-
narse con la tierra no se ajusten fácilmente a los sistemas de pro-
piedad privada o colectiva, pues no se limitan a reeditar el drama
que ya se ha desarrollado en los contextos europeos occidentales.
Como intenta demostrar el ejemplo maorí anterior, las respuestas
indígenas al despojo con frecuencia reconfiguran la relación entre
los derechos, la propiedad y el poder de maneras que no encajan
perfectamente con los tópicos que recibimos del discurso de la pri-
vatización de los bienes comunes. Dichas respuestas indígenas han
generado y continúan sosteniendo esas “instituciones que no se
parecen ni al Estado ni al mercado” que Ostrom invita a identificar
y defender. Como espero haber demostrado a través del ejemplo
anterior, una dimensión importante de esto ha implicado moverse
oblicuamente hacia la lógica del despojo mediante la adopción de
estrategias que incluyen tratar a la tierra como un sujeto moral, una
“persona” que no puede ser propiedad de nadie en absoluto.

***
Otros intentos por desplazarse indirectamente hacia los debates
dominantes sobre la privatización y los bienes comunes típicamen-
te recuperan voces menores dentro de la teoría política y legal
europea. Esta estrategia quizás esté mejor representada en el trabajo
del filósofo italiano Giorgio Agamben. Por ejemplo, en su obra
Altísima pobreza, Agamben desarrolla un análisis de las prácticas
monásticas franciscanas en los siglos XII y XIII como formas de
resistencia a un modo de gobierno cada vez más jurídico y propie-
tario impuesto por el orden papal de la época. En cierta medida,
el régimen de vida perseguido por los franciscanos se asemeja a
la política indígena discutida anteriormente, ya que los primeros
también renunciaron a la propiedad y, sin embargo, presentaron
reclamos específicos de cuidado y administración basados ​​en el
deber. Agamben recurre a este ejemplo histórico como un medio
para explorar “cómo pensar una forma-de-vida, una vida humana
35 Para una intervención perspicaz en este sentido, véase Sandy Grande,
“Accumulation of the Primitive: The Limits of Liberalism and the Poli-
tics of Occupy Wall Street”, Settler Colonial Studies 3, no. 4 (2013).
228 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

completamente alejada del alcance de la ley y un uso de los cuer-


pos y del mundo que nunca se sustanciaría en una apropiación. Es
decir, de nuevo: pensar la vida como aquello que nunca se da como
propiedad sino sólo como uso común”.36
Una investigación más completa de estas configuraciones al-
ternativas de la propiedad dentro del pensamiento político y legal
europeo también podría incluir la meditación sobre las diversas
funciones de la categoría res nullius. Término del latín traducido
como “cosa de nadie” en un sentido general y abstracto, se ha uti-
lizado en la historia del pensamiento político y legal europeo para
describir una variedad de objetos sin dueño y que nadie reclama.
Sin embargo, es precisamente la vacuidad de este significado literal
lo que lo ha convertido en una herramienta políticamente produc-
tiva. En su uso históricamente dominante, el término se refiere a
un objeto que todavía no tiene dueño. En este sentido, res nullius es
típicamente un estado de cosas temporal: el objeto en cuestión está
esperando un primer reclamante. En algunas jurisdicciones, este
sentido perdura en el derecho privado en forma de bona vacantia:
bienes que no tienen un titular de propiedad particular porque han
sido abandonados o se ha renunciado a ellos.37
Sin embargo, hay una segunda historia más marginal detrás
del concepto de res nullius. El término también se ha utilizado para
describir objetos que carecen de propietario no porque todavía no
hayan sido reclamados, sino porque están protegidos por completo
de los reclamos de apropiación o han sido eliminados de la esfera
de la propiedad. Es importante destacar que este estatus peculiar
de “propiedad sin dueño” no impidió la asignación de deberes
especiales de protección y cuidado a individuos específicamente
designados. Los casos representativos aquí son los espacios sagra-
dos, como templos o cementerios. Si bien estos espacios no eran
“propiedad” de nadie, estaban bajo el cuidado y la protección de
administradores legalmente designados.38 Por ejemplo, en los Co-
mentarios sobre las leyes de Inglaterra (1765-69), Blackstone consideró
el problema de cómo juzgar casos en los que un objeto inapropia-
ble ha sido robado o transgredido. El ejemplo clásico de esto, para
Blackstone, es el robo de tumbas. En este caso, sería extraño sugerir
36 Giorgio Agamben, Highest Poverty: Monastic Rules and Form-of-Life (Stan-
ford: Stanford University Press, 2013), xiii.
37 Véase Noël Ing, Bona Vacantia (London: Butterworths, 1971).
38 Fitzmaurice, Sovereignty, Property, and Empire, capítulo 2.
Conclusión 229

que se ha producido un simple caso de robo, ya que un cadáver no


es una propiedad en el sentido normal del término. Generalizando
a partir de este caso, Blackstone comenta que “no se puede come-
ter hurto a menos que haya alguna propiedad en la cosa tomada”.39
No hay propiedad, ergo no hay robo. En esta tradición menor de la
res nullius, entonces, tenemos un precedente legal de larga data para
el tratamiento de algunos espacios y objetos de interés (por ejem-
plo, templos, cementerios, cadáveres) como objetos de cuidado y
responsabilidad sin dueño ni propiedad.
Resucitar las tradiciones marginales del pensamiento legal y
político europeo es sin duda un esfuerzo valioso, que mantiene la
promesa de expandir nuestro vocabulario de maneras inesperadas.40
Esta estrategia puede ayudarnos a ir más allá de los dilemas de
la desposesión que encontramos en los capítulos anteriores. Sin
embargo, la historia recuperada de la inalienabilidad y de la ina-
propiable res nullius también nos señala los peligros de realizar esta
reconstrucción sin cuestionar los parámetros que esto implica. Un
examen detenido de este corpus revela nuevamente que debemos
mantenernos lejos del horizonte imperial y colonial si queremos
estabilizar este proyecto de recuperación. Consideremos, por ejem-
plo, que la jerga imperial del terra nullius es una especie más estre-
cha del res nullius y que históricamente la función colonial del
primero ha operado precisamente aprovechando las ambigüedades
conceptuales que residen en el corazón de este último.Vale la pena
recordar, por ejemplo, que el primer paso en la defensa de la apro-
piación colonial se encuentra en el Segundo Tratado sobre el Gobierno
de Locke para caracterizar la tierra como un bien común abierto.
Al hacerlo, Locke estaba adoptando el lenguaje más antiguo de la
propiedad común para nuevos propósitos. Cuando los pensadores
anteriores (como los de la tradición tomista) se refirieron a la tierra
como parte de la “herencia común de la humanidad”, normal-
39 Blackstone, Commentaries on the Laws of England, libro V, capítulo XVII.
En otras palabras, no se puede “robar” un cadáver porque los muertos
no son propiedad de nadie. Para un breve debate sobre este tema, véase
Dayan, The Law Is a White Dog, 34.
40 Para otro ejemplo, véase la recuperación por parte de Jill Frank de una
concepción aristotélica de la propiedad que no se ciñe a las distinciones
temporales entre lo público y lo privado, sino que modela un ideal de
“tener las cosas como propias para uso común”. Jill Frank, A Democracy of
Distinction: Aristotle and the Work of Politics (Chicago: University of Chica-
go Press, 2005), capítulo 2.
230 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

mente entendían que cada ser humano poseía parte de un título


colectivo, delegado por Dios a sus agentes designados (es decir, el
soberano). Locke invirtió el significado de esto. Sostuvo que si bien
la tierra era de hecho propiedad común de toda la humanidad, era
“común” sólo en un sentido negativo: no era propiedad de nadie
en particular y por lo tanto estaba abierta a la apropiación por
todos y cada uno (“nadie tiene originalmente un dominio priva-
do y exclusivo sobre el resto de la humanidad”).41 De esta forma,
Locke jugó con los diversos sentidos de estos términos, redescri-
biendo la “herencia común” y lo “inapropiable” como lo “todavía
no apropiado”.42
En resumen, en su búsqueda de horizontes normativos alter-
nativos, muchos teóricos críticos contemporáneos siguen mirando
hacia atrás, a la antigüedad, en lugar de mirar lateralmente hacia
formas de vida no occidentales. Que los principales intelectuales
europeos deban remontarse a Roma o a los monasterios de la mo-
dernidad temprana es sin duda un síntoma de un eurocentrismo
metódico. Si pudiéramos mirar más allá del horizonte europeo,
41 Locke, Second Treatise of Government, 286.
42 Locke no utilizó el lenguaje específico de res nullius para definir esta
categoría. Sin embargo, muchos comentaristas y juristas posteriores sí lo
hicieron. Más recientemente, se ha introducido en el derecho interna-
cional. Véase Randall Lesaffer, “Argument from Roman Law in Current
International Law: Occupation and Acquisitive Prescription”, European
Journal of International Law 16, no. 1 (2005). Esto nos lleva a una ironía más
general que acompaña a la discusión de la res nullius en el pensamiento
jurídico y político europeo: aunque la frase res nullius es posible en latín,
sólo se utiliza muy raramente en el derecho romano real. En su lugar,
como ha demostrado Andrew Fitzmaurice, las leyes utilizaban una am-
plia gama de expresiones y frases próximas, que tienden a ofrecer mayor
especificidad y precisión. En particular, estas formulaciones alternativas
ayudan a diferenciar entre lo “inapropiable” y lo “aún no apropiado”.
Por ejemplo, véase Fitzmaurice, Sovereignty, Property, and Empire, 51-59,
citando el Digesto 1.8.1: “Lo que está sujeto al derecho divino no es pro-
piedad de nadie” (quod autem divini iuris est, id nullius in bonis est); Digesto
1.8.6.2: “Las cosas sagradas o religiosas o santificadas no son propiedad de
nadie” (Sacrae res et religiosae et sanctae in nullius bonis sunt); Inst. 2.1.7: “Lo
que pertenece al cielo no forma parte del patrimonio de nadie” (quod
enim divini iuris est, id nullius bonis est); Gai. 2.9: “Lo que está bajo la ley
divina no puede ser propiedad privada” (quod nullius sit, occupantis fit). Así,
aunque el concepto parece tener una larga procedencia, en realidad es
una invención relativamente reciente y moderna que ha sido proyectada
hacia la antigüedad. Lamentando la inestabilidad e imprecisión de los usos
modernos de la frase, Fitzmaurice no considera la función política de esta
confusión común.
Conclusión 231

podríamos notar que hay literalmente cientos de millones de in-


dígenas que han cultivado durante mucho tiempo una profunda
práctica del cuidado como estrategia contra la desposesión y, a
diferencia del derecho romano o el monaquismo medieval, estas
formas indígenas de vida perduran en el tiempo presente.

***
Espero que a estas alturas esté claro que ninguna forma legal o
política en particular puede ser inmune a los abusos de poder. Ni
los bienes comunes ni una res nullius inapropiable son inocentes
frente a las prácticas de dominación. Tampoco debemos esperar la
incorruptibilidad de los modelos del cuidado, la mayordomía y la
responsabilidad. Esta es la advertencia que hace el “crítico simpa-
tizante”. Si bien los sistemas organizados de proyección y cuidado
ecológico plantean desafíos significativos a los marcos de propie-
dad más predominantes, también implican compromisos con los
órdenes legales y políticos existentes. Dichos proyectos a menudo
deben apelar a la protección legal de los mismos Estados que his-
tóricamente han dominado y despojado a los pueblos indígenas.
Además, corren el riesgo de cosificar a la “naturaleza” como un
objeto estático que puede ser protegido y preservado (en vez de
entenderla como un conjunto dinámico de relaciones vivas que
exceden cualquier codificación legal particular), o como un “su-
jeto” que debe probar su valor a través de la evaluación moral de
la personalidad. David Delgado Shorter expresa esta preocupación
cuando argumenta que “llamar a algo espiritual” o “sagrado” para
ganar un reclamo de tierras en un tribunal de justicia colonial es
una táctica absurda, ya que el precedente en las cortes estadou-
nidenses ha tendido hacia el uso y la producción capitalista de
la tierra con fines de lucro (y por tanto orientados al objeto)”.43
Cuando Gerrard Alberta habla de otorgar personalidad jurídica al
río Whanganui como una “aproximación en la ley” de un con-
junto de compromisos normativos maoríes de larga data, tal vez
esté llamando nuestra atención sobre estos dilemas: las condiciones
altamente restrictivas y constreñidas –en palabras de Audra Simp-

43 David Delgado Shorter, “Spirituality”, en Oxford Handbook of American


Indian History, ed. Frederick Hoxic (Oxford: Oxford University Press,
2016), 444.
232 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

son: “estranguladas”– de la articulación política indígena.44 Esta


objeción es quizás la más desafiante, ya que se dirige al corazón de
las cuestiones de la agencia política en el contexto de las relaciones
asimétricas de dominación.
Estos desafíos nos llevan de regreso a la cuestión básica de
forma y contenido de cómo las formas legales y políticas funcio-
nan como dispositivos de mediación para los movimientos sociales
y cómo se puede efectuar el cambio en condiciones muy limitadas.
Las estructuras de mayordomía, cuidado, responsabilidad y perso-
nalidad jurídica de la tierra no son por sí mismas soluciones defi-
nitivas a los desafíos que enfrentamos tanto en materia ecológica
como en cuanto a los legados contemporáneos del despojo colo-
nial. Esto es así porque cada una de estas “soluciones” entra en un
campo de poder ya saturado de sentido y estriado por relaciones de
dominación. Sin embargo, si bien estas formas son aproximaciones
imperfectas de la justicia, no se sigue que sean inútiles o innece-
sarias. Puede ser que el potencial radical de tales movimientos no
resida exclusivamente en el logro de un objetivo particular (por
ejemplo, la protección de este río o aquella montaña) sino en la
manera en que desafían los vocabularios más amplios en operación.
La suya es una política expresivista de resignificación que trabaja
para reconfigurar la relación entre sujetos, objetos y las conexiones
entre ellos. En lugar de rechazar por completo las instituciones,
prácticas y modos de significación existentes, estos proyectos traba-
jan para desmontar y luego reensamblar sus características nodales:
ley, derechos, propiedad y personalidad. Son proyectos (imperfec-
tos, incompletos y aspiracionales) de resignificación colectiva de
los términos básicos del orden político.

III
Sabemos por experiencia histórica que la resignificación expresiva
puede alterar radicalmente los términos de la lucha política, pero
sólo cuando esta política está afianzada en instituciones y prácticas
materiales. Si esto es correcto, entonces la pregunta ya no es qué
nuevas formas políticas son emancipatorias, sino bajo qué condiciones
pueden funcionar de esa manera. ¿Cómo podemos asegurar que
los nuevos vocabularios y configuraciones de la estructura legal

44 A. Simpson, Mohawk Interrupts, 3.


Conclusión 233

y política operen como deseamos? La respuesta específica a esto


deberá estar estrictamente localizada, calibrada en función de las
relaciones particulares de poder en un tiempo y lugar determi-
nados. No obstante, tal vez un conjunto de postulados generales
puede ayudar a orientarnos.
Si somos capaces de inventar nuevas configuraciones de pro-
piedad y poder que sean más libres y justas, no será porque ellas
puedan por sí mismas hacer el trabajo de liberación. Será, más bien,
porque están animadas y dinamizadas por luchas sociales vivas. El
trabajo de Joanne Barker nos es útil nuevamente. En su erudición,
Barker busca interrogar las “posibilidades de rearticulación” en el
idioma legal de los derechos colectivos a la autodeterminación. Es
importante destacar que Barker se aleja de la cuestión binaria de
si la ley puede ser un medio para la autodeterminación indígena.
En lugar de ello, plantea la cuestión, más compleja y variada, de
cuándo y en qué condiciones podría hacerlo. En sus palabras: “La
pregunta que persiste no es por qué los pueblos nativos usarían la ley
como un medio de reforma [...] sino cómo, en esos usos, buscarían
rearticular sus relaciones entre ellos, los Estados Unidos y la co-
munidad internacional”.45 Este enfoque se pone en guardia contra
la cosificación del derecho (o la propiedad, para el caso) como el
objeto estático, autónomo e internamente coherente que pretende
ser. En cambio, nuestra mirada busca ir de lo de jure a lo de facto.
Ningún cambio en las instituciones legales o políticas completará
el trabajo de actualización de la justicia ya que, como señala la
académica feminista Neera Chandhoke en un contexto diferente,
“a través de formas de acción colectiva la justicia tiene que ser rea-
lizada en, e incluso arrebatada a, Estados imperfectamente justos”.46
En otras palabras, si estos nuevos experimentos de relación con la
Tierra finalmente resultan útiles, efectivos y justos, será porque así
los habremos hecho a través del trabajo de la lucha colectiva.
Para entender esto, es necesario y útil distinguir entre las fun-
ciones instrumentales y expresivas de estas nuevas formas de lucha.
Si estoy en lo cierto al sugerir que ambos aspectos están en juego
en los movimientos indígenas anteriormente descritos, entonces
será difícil evaluar el éxito o el fracaso de cualquier momento o

45 Barker, Native Acts, 11.


46 Neera Chandhokc, “Realising justice”, Third World Quarterly 34, no. 1
(2013): 312.
234 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!

instancia en particular, ya que la dimensión expresiva, al menos en


parte, habrá alterado los propios criterios de éxito. Dadas las gran-
des desigualdades de poder que caracterizan a las luchas indígenas
contra el colonialismo y el despojo, solo podemos esperar victorias
parciales, momentáneas y tentativas en el frente instrumental. Sin
embargo, aún podemos tener alguna esperanza en que al prolon-
gar la lucha los pueblos indígenas estén transformando el marco
de referencia constituyente. En este sentido, considero que una de
las características más importantes de la política indígena actual es
el modelado de una insurgencia expresiva: una lucha multinacional
de largo plazo que opera bajo condiciones de poder radicalmente
asimétricas para reorientar los términos mismos de la contestación,
obligándonos a asumir la posibilidad de relacionarnos con la tierra
como algo más que un objeto a ser poseído.

***
En honor a la recursividad, me gustaría concluir volviendo al punto
de partida. La imagen de la portada de este libro es una obra del
artista oglala lakota Donald F. Montileaux (Pájaro Amarillo). Es un
ejemplo del ledger art, un estilo distintivo desarrollado en la región
de las Llanuras de Norteamérica.47 En el siglo XIX, los pueblos
indígenas de las Llanuras tenían poco acceso al papel. General-
mente sólo se podía adquirir el papel ya utilizado por los colonos
euroamericanos para escrituras, títulos y libros de contabilidad. Los
artistas indígenas tomaron estos papeles y pintaron sobre ellos en
formas gráficas y vibrantes.Tomaron los materiales que habían sido
utilizados por los colonizadores para documentar el despojo y los
transformaron en una expresión de las experiencias y formas de
vida de sus propios pueblos. En el siglo XX este trabajo fue revivi-
do por toda una nueva generación. Los ejemplos contemporáneos
representan tanto los principales temas históricos (por ejemplo,
batallas importantes) como las prácticas cotidianas más tranquilas
de supervivencia, cuidado y prosperidad. Montileaux explica que

47 Mi comprensión de este tipo de arte proviene de Joyce Szabo, Howling


Wolf and the History of Ledger Art (Albuquerque: University of New Mexi-
co Press, 1994); Janet Catherine Berio, ed. Plains Indian Drawing, 1865-
1935 (New York: The American Federation of Arts, 1996); y del mani-
fiesto artístico de Donald Montileauxs, revisado el 3 de marzo de 2019,
http://www.donaldfrnontileaux.com.
Conclusión 235

su misión artística está motivada por el deseo de “retratar a los


Lakota, los nativos americanos, de una manera honesta. Ilustrarlos
como personas que cazaban búfalos, hacían el amor, criaban hijos,
cocinaban y vivían”.48 A mi manera de ver, estas obras artísticas
son simultáneamente representaciones e instancias de la insurgencia
expresiva. Manifiestan y encarnan la resistencia. Es posible que por
y en sí mismos no reconfiguren las relaciones de poder generales,
pero sostienen y vivifican a un pueblo, animándolo a continuar la
lucha que lo hará.

48 Citado en la página de Donald F. Montileauxs. Revisado el 3 de marzo


de 2019: http://www.donaldfmontileaux.com.
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