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Robert Nichols
¡El robo es la propiedad! Desposesión y teoría crítica
© Robert Nichols, 2022
Servicios editoriales:
Bibliotopía
Cuernavaca, México
ISBN: 9798364105660
Agradecimientos, ix
Introducción, 1
4. Dilemas de la autopropiedad,
rituales de la antivoluntad, 169
Conclusión, 211
Bibliografía, 237
Agradecimientos
Este libro fue escrito en dos lugares muy diferentes; lleva las marcas
de ambos. Fue concebido inicialmente mientras trabajaba como
becario Alexander von Humboldt en el Departamento de Filosofía
de la Universidad Humboldt de Berlín (HU). Estoy especialmente
agradecido con Rahel Jaeggi por su generoso apoyo, con Martin
Saar y Eva von Redecker por su amistad y perspicacia intelectual,
y con todo el coloquio de filosofía práctica de la HU por la comu-
nidad que formaron durante mis años en Berlín.
En otoño de 2015, me incorporé al Departamento de Cien-
cias Políticas de la Universidad de Minnesota, en las Ciudades
Gemelas. Desde entonces, he tenido la enorme suerte de trabajar
en un departamento que me apoya mucho. Tengo una deuda es-
pecialmente grande con mis dos extraordinarias colegas de teoría
política: Nancy Luxon y Joan Tronto. También me siento muy
afortunado de trabajar en una institución que se toma tan en serio
la política y los estudios indígenas. Entre 2017 y 18 participé en el
Sawyer Research Seminar sobre “La política de la tierra”, lo que
me brindó la oportunidad de trabajar con un grupo verdadera-
mente interdisciplinario de miembros de la facultad y estudian-
tes de posgrado, todos los cuales impulsaron la conversación en
sentidos desafiantes y relevantes. Sigo reflexionando sobre muchas
de las cuestiones planteadas ese año y les agradezco a todos esa
experiencia.
He presentado algunos aspectos de este trabajo en la Univer-
sidad de Columbia, la Universidad Humboldt de Berlín, la Uni-
versidad Goldsmiths de Londres, la Universidad Koç de Estambul,
la Universidad McGill, la Universidad Estatal de Pensilvania, la
Universidad de Yale, la Universidad de Leipzig, la Universidad de
Alberta, la Universidad de la Columbia Británica, la Universidad
de California en Santa Cruz, la Universidad de Cambridge, la Uni-
versidad de Maguncia, la Universidad de Minnesota, la Galería de
Arte Contemporáneo Savvy de Berlín y el Foro de Artes Escénicas
de St. Erme en Francia; y en la American Philosophical Associa-
tion, la American Political Science Association, la Association for
Political Theory, la Native American and Indigenous Studies Asso-
ciation y la Western Political Science Association. En la primavera
de 2018, Michele Spanò y Alice Ingold tuvieron la amabilidad de
invitarme a ser profesor visitante en la École des Hautes Études
de París. Esto llegó en el momento perfecto, pues me encontraba
en las etapas finales de la preparación de mi argumento. Gracias
también a todos los estudiantes que participaron en los seminarios.
Este proyecto ha sido financiado por la Cátedra McKnight Land-
Grant de la Universidad de Minnesota.
Las ideas presentadas en este libro son el resultado de extensas
conversaciones con docenas de personas, cada una de las cuales
ha hecho contribuciones significativas y positivas a su contenido.
Gracias en particular a Phanuel Antwi, Banu Bargu, Joanne Barker,
Brenna Bhandar, Glen Coulthard, Jaskiran Dhillon, Nick Estes,
Denise Ferreira da Silva, Mishuana Goeman, Alyosha Goldstein,
Juliana Hu Pegues, Ulas Ince, John Monroe, Jeani O’Brien, K-
Sue Park, Shiri Pasternak, William Clare Roberts, Audra Simpson,
Jakeet Singh, Chloë Taylor y James Tully. También me gustaría
agradecer la labor del equipo de Duke University Press, incluidos
los editores, correctores y el equipo de diseño. Un agradecimiento
especial a Courtney Berger por su fe temprana en este proyecto
y a los revisores anónimos por sus perspicaces comentarios y co-
rrecciones. Justo cuando estaba dando los últimos toques a este
manuscrito, recibí una copia de Colonial Lives of Property, de Brenna
Bhandar (Durham, NC: Duke University Press, 2018). No tuve la
oportunidad de incorporar las ideas de su libro al mío, pero deseo
señalar la importancia de su trabajo para reflexionar sobre preocu-
paciones similares a las que animan este libro.
La persona que más me ha sostenido y apoyado durante este
largo proceso es Travis McEwen. Te agradezco una y otra vez.
Introducción
6 James Mooney, The Ghost Dance: Religion and Wounded Knee (New York:
Dover, 1973). Para un análisis de cómo la larga historia de Wounded Knee
se intersecta con la cuestión específica de la propiedad y la ganancia véase
Nick Estes, “Wounded Knee: Settler Colonial Property Regimes”, Capi-
talists Nature, Socialism 24, no. 3, (2013).
7 Sobre la “emancipación obligatoria” [compulsory enfranchisement] como
herramienta colonial, véase Robert Nichols, “Contract and Usurpation:
Compulsory Enfranchisement and Racial Governance in Settler-Colo-
nial Contexts”, en Audra Simpson y Andrea Smith, eds., Theorizing Native
Studies, (Durham, NC: Duke University Press, 2014).
8 Paul Chaat Smith y Robert Allen Warrior, Like a Hurricane: The Indian
Movementfrom Alcatraz to Wounded Knee (New York: New Press, 1997).
Introducción 5
9 Jeffrey Osder, The Lakotas and the Black Hills:The Struggle for Sacred Ground
(New York: Penguin, 2010).
6 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
¿Qué es la desposesión?
I
En el pensamiento legal y político de Europa occidental, existe
un reconocimiento generalizado y de larga data del derecho del
soberano a apoderarse de las propiedades y los activos de los súb-
ditos, por la fuerza si es necesario. En lugar de encontrar un único
concepto unificador bajo el cual subsumir esta noción, uno se en-
cuentra en cambio con una compleja y confusa serie de términos
que varía según el tiempo, la ubicación, la costumbre y la lengua
vernácula. Sin embargo, para efectos del tratamiento analítico, esta
cacofonía se puede organizar aproximadamente en un conjunto
de cuatro “familias” lingüísticas del inglés moderno que, si bien se
superponen e interrelacionan, pueden ayudar a analizar distintas
inflexiones conceptuales.Tal conjunto incluye a la expropiación, la
confiscación, el dominio eminente y la desposesión.
El término latín expropriation fue introducido en las lenguas
vernáculas europeas durante el renacimiento del vocabulario legal
romano por parte de jurisprudentes civiles y canónicos medievales
en los siglos XI y XII. Desde entonces, ha pasado a denominar el
derecho del soberano a apoderarse de propiedades en nombre del
“bien común” en un sentido u otro (publica utilitas, communis utilitas,
commune bonum, etc.) La expresión paradigmática de este poder ha
sido durante mucho tiempo la apropiación forzada de terrenos ne-
cesarios para la construcción y mantenimiento de infraestructuras
públicas como carreteras o murallas. Durante muchos siglos, por
supuesto, era el soberano quien tenía el poder interpretativo final
sobre quién contaba como parte del “público” o qué pertenecía
al “bien común”. Como resultado, la expropiación era un poder
muy flexible; podía ampliarse o contraerse para adaptarse a diversos
esquemas.1
1 Mi comprensión de este contexto histórico está en deuda con Susan
Reynolds, Before Eminent Domain:Toward a History of Expropriation of Land
for the Common Good (Chapel Hill: University of North Carolina Press,
2010); Andrew Fitzmaurice, Sovereignty, Property, and Empire, 1500-2000
(Cambridge: Cambridge University Press, 2014), especialmente capítu-
los 1 y 2; Richard Tuck, The Rights of War and Peace: Political Thought and
the International Order from Grotius to Kant (Oxford: Oxford University
Press, 1999), especialmente capítulos 1 y 2; Peter Garnsey, Thinking about
Property: From Antiquity to the Age of Revolution (Cambridge: Cambridge
University Press, 2007). Para un trabajo histórico comparativo más deta-
llado sobre la recepción de la idea de “expropiación” en el mundo clásico
griego, romano y altomedieval, véase L’Expropriation/Expropriation, Re-
1 Ese dominio único y despótico 25
[dominium eminens]. Pero para que esto pueda hacerse por el poder
del dominio eminente, el primer requisito es la utilidad pública;
luego, que si es posible se recompense mediante fondos públicos a
quien ha perdido su derecho”.4 Sin embargo, Grotius hizo más que
introducir un término nuevo. También ayudó a cambiar el registro
del debate. Su contribución clave, seguida por pensadores poste-
riores como John Locke y Samuel von Pufendorf, fue conectar el
derecho específico de expropiación con una teoría general sobre el
origen y la naturaleza de la propiedad como tal. Si el soberano tiene
un derecho particular a apoderarse de la propiedad para el bien
común, esto parece presuponer que tiene un derecho superior.
Por lo tanto, el “dominio eminente” se llegó a utilizar (de manera
bastante confusa) como un acto y como la forma subyacente del
título que justifica ese acto. Pero, ¿cómo adquirió el soberano ese
título en primer lugar?
Diversas teorías feudales de la jerarquía de los títulos ofre-
cieron una respuesta a esta pregunta. En este marco, el sobera-
no ostenta un derecho especial de expropiación porque su título
tiene prioridad en los dos sentidos del término: es más antiguo y
superior. En su famoso compendio de derecho consuetudinario
inglés (1765-79), William Blackstone resumió el marco feudal de
la siguiente manera: “el Rey es el señor universal y propietario
original de todas las tierras de su reino; y ningún hombre posee
o puede poseer ninguna parte de él, sino lo que mediata o inme-
diatamente ha obtenido de Él como un regalo, para ser puesto
bajo los servicios feudales”.5 Las afirmaciones de este tipo parecen
haber sido más fuertes en la Francia medieval y de la modernidad
temprana, así como en la península ibérica, donde la expropiación
se justificaba como un ejercicio del poder señorial.6 En un lengua-
je diferente, esto era parte de la defensa de Robert Filmer de la
monarquía absolutista en Inglaterra, famosamente ridiculizada por
Locke en sus Tratados.
Dentro de estas teorías un tanto expansivas de la expropia-
ción, se prestó especial atención a la cuestión del “título origina-
4 Hugo Grotius, On the Law of War and Peace (Cambridge: Cambridge Uni-
versity Press, 2012), capítulo 14, parágrafos 7, 226.
5 Blackstone, Commentaries, 1:138, citado en Reynolds, Before Eminent Do-
main, 102.
6 El marco de la jerarquía feudal era especialmente importante en Francia.
Véase L’Expropriation/Expropriation, capítulos II-V.
1 Ese dominio único y despótico 27
***
Como ya he indicado, aunque cada uno de estos términos se re-
fiere inicialmente a una cuestión específica de la adquisición de
propiedades, todos ellos están ya implicados en teorías más amplias
13 Peter Linebaugh, The Magna Carta Manifesto (Berkeley: University of Ca-
lifornia Press, 2008), Apéndice 1, 289. El original en latín reza: “Nullus
liber homo capiatur vel imprisonetur aut disseisiatur aut utlagetur aut exuletur aut
aliquo modo destruatur, nec super eum ibimus nec super eum mittemus nisi per
legale iudicium parium suorum vel per legem terre”.
14 E.g., “Si uno planta, siembra, construye o posee un asiento conveniente,
es probable que otros vengan preparados con fuerzas unidas para despo-
seerlo y privarlo no sólo del fruto de su trabajo, sino también de su vida
o libertad.Y el invasor también corre el mismo peligro de otro”. Thomas
Hobbes, Leviathan (Cambridge: Cambridge University Press, 1996), 87.
15 G. O. Sayles, The Medieval Foundations of England (London: Methuen,
1966), 339; “Assize”, en Encyclopedia Britannica, 11a. ed. de Hugh Chi-
sholm (Cambridge: Cambridge University Press, 1911).
32 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
16 Al menos esto era cierto para la soberanía tal y como había sido conocida
y experimentada predominantemente por los europeos hasta ese mo-
mento.
17 Alan Ryan resume así la postura de Rousseau: “La gran propiedad lleva
a la corrupción, ya que el rico intenta comprar a sus conciudadanos; la
propiedad mobiliaria lleva a la corrupción, ya que permite a los hombres
llevar su riqueza a donde quieran, y les permite escapar de la censura
1 Ese dominio único y despótico 33
II
El concepto de despojo ha atravesado por una especie de
renacimiento de diversas índoles. Como se describió en la intro-
ducción, ha llegado a ser visto como un dispositivo analítico útil
en los debates contemporáneos en torno al colonialismo (tanto
en sus manifestaciones históricas como en las actuales), particular-
mente en el ámbito de la ocupación colonial anglosajona. En este
nuevo uso se pueden escuchar ecos de los debates intraeuropeos
previos aquí esbozados. Lo más obvio es que, en su despliegue por
parte de los pueblos indígenas, la desposesión conserva las conno-
taciones del “robo de tierras” –asociadas durante mucho tiempo
a las luchas contra el feudalismo europeo– pero ahora es utilizada
para nombrar la lógica de la adquisición territorial específica de
la ocupación colonizadora. Sin embargo, como ya debe ser claro,
cuando el término desposesión migra hacia las discusiones sobre
la colonización, surge un peligro. Por un lado, es potencialmente
problemático adoptar la estrategia anarquista clásica de interpretar
el despojo como un caso de robo directo, ya que esto vuelve el ar-
gumento vulnerable tanto a las objeciones tradicionales del campo
marxista como a las críticas más oportunistas de la derecha (discu-
tidas en la introducción). Por otro lado, sin embargo, la vía provista
por la respuesta marxista al anarquismo también puede resultar
inadecuada, ya que traslada el problema de la expropiación hacia
la explotación. Resulta muy extraño sugerir que el despojo de los
pueblos indígenas de sus tierras es problemático porque permite su
explotación como trabajadores, ya que empíricamente no es una
descripción muy precisa de la experiencia de la colonización que
enfrentan muchos pueblos indígenas (especialmente en el ámbito
de la ocupación colonial anglosajona); pero más concretamente,
parece distorsionar la lógica subyacente de estas luchas.
Sostengo que este dilema es el efecto de una escasez de re-
construcciones históricas de las instituciones reales de propiedad
de la tierra en el ámbito de la ocupación colonial anglosajona, y su
impacto en el desarrollo de las tradiciones indígenas de resistencia
y crítica. En definitiva, debemos entender con mayor precisión
cómo la propiedad de la tierra llegó a funcionar como herramienta
de dominación colonial de tal manera que generó un “dilema de
desposesión” único, irreductible al que experimentaron los críticos
europeos del pasado.
42 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
40 Vine Deloria Jr., Custer Died for Your Sins, ed. revisada (Norman: Univer-
sity of Oklahoma Press, 1988), 7, 30, énfasis añadido. Para una brillante
explicación reciente de la contribución de Deloria a la teoría política,
véase David Temin, “Custer’s Sins:Vine Deloria Jr. and the Settler-Colo-
nial Politics of Civic Inclusion”, Political Theory 46, no. 3 (2018).
41 Para una elaboración filosófica de esta idea, véase G. W. F. Hegel, Hegel’s
Philosophy of Right, traducción y notas de T. M. Knox (Oxford: Oxford
University Press, 1967), §53–70, pp. 46-57.
1 Ese dominio único y despótico 49
III
El colonialismo de colonos dentro del mundo anglófono siempre
estuvo indisolublemente ligado a una transformación en las rela-
ciones humanas con la tierra. El eventual “ascenso de la anglósfera”,
particularmente pronunciado en el siglo XIX, fue una “revolución
metafísica”.43 En y a través de este proceso, la tierra llegó a enten-
derse como algo que no solo podía ser abstraído y registrado en
códigos legales para ser intercambiada, negociada o hipotecada. A
medida que estos códigos se organizaban en un “mercado”, su re-
lación con los espacios físicos reales que debían representar se ate-
nuaba cada vez más. Como lo expresa el historiador John Weaver:
Mediante una asombrosa revolución conceptual llevada a cabo
tanto en el viejo como en el nuevo mundo, las propiedades
más tangibles e inamovibles que uno pueda imaginar fueron
reorganizadas en función de intereses y condensadas en activos
de papel que, bajo las condiciones de mercado adecuadas, po-
dían pasar rápidamente de una persona a otra, de una persona
a una corporación, de una corporación a otra, de una corpo-
ración a una persona, y así sucesivamente.44
Este fue un proceso que tuvo lugar tanto en el “viejo” como en el
“nuevo” mundo, en Europa y sus colonias. Fue parte del proceso
global que Karl Polanyi teorizó como la “Gran Transformación”,
que relacionó (aunque de manera periférica) a la colonización.45
Pero lo que hace que el mundo de la ocupación colonial anglosa-
jona sea un lente único y privilegiado para estudiar este proceso
es que se trató de un espacio donde no sólo la formación del Es-
tado y la formación del mercado ocurrieron simultáneamente –el
surgimiento de un moderno aparato legal y gubernamental fue
correlativo al surgimiento del mercado de tierras– sino que además
emergieron en oposición explícita a formas de vida indígenas con
43 Sobre el auge del mundo anglófono en el siglo XIX, véase James Belich,
Replenishing the Earth:The Settler Revolution and the Rise of the Anglo-World,
1783-1939 (Oxford: Oxford University Press, 2009). Sobre la “revolu-
ción metafísica” véase John Weaver, The Great Land Rush and the Making
of the Modern World, 1650-1900 (Montreal: McGill-Queen’s University
Press, 2006), 93.
44 Weaver, The Great Land Rush, 92-93.
45 Karl Polanyi, The Great Transformation:The Political and Economic Origins of
Our Time (1944; reimp., Boston: Beacon, 2001), 187.
1 Ese dominio único y despótico 51
46 “Fue en este contexto que los colonos británicos utilizaron por primera
vez el argumento de la ocupación para hacer reclamaciones tanto a los
indios como a la Corona. Pero así como el punto de acuerdo diplomático
británico era un monstruo de Frankenstein, también lo eran los derechos
de propiedad que ahora creaban los colonos. En lugar de basarse en la ne-
gociación y la adaptación, no se dejaba espacio para los indios; de hecho,
se basaba en su desposesión y deshumanización”. Fitzmaurice, Sovereignty,
Property, and Empire, 189.
47 Edward L. Glaeser, “A Nation of Gamblers: Real Estate Speculation and
American History”, American Economic Review: Papers and Proceedings 103,
no. 3 (2013): 2. Esto refleja una larga narrativa de progreso histórico en el
desarrollo de la política de tierras en los Estados Unidos; véase por ejem-
plo Marion Clawson, Man and Land in the United States (Lincoln: Univer-
sity of Nebraska Press, 1964); Marion Clawson, Uncle Sam’s Acres (New
York: Dodd, Mead, 1951). Véase también Charles Grant, “Land Specula-
tion and the Settlement of Kent, 1738-1760”, New England Quarterly 28,
no. 1 (1955).
52 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
65 Acta del 3 de marzo de 1807, “An Act to prevent settlements being made
on lands ceded to the United States, until authorized by law”, en A
Century of Law-Making for a New Nation: Congressional Documents and De-
bates, 1774-1875, 9th Congress, 2nd Session (Washington, DC: Annals of
Congress, 1807), http://memory.loc.gov/cgi-bin/ampage?collId=llac&-
fileName=016/llac016.db&recNum=640.
66 Dick, The Lure of the Land, 53.
1 Ese dominio único y despótico 57
gress), Ch. CIX, 13 Stat. 530–32; Act of March 3, 1865 (38th Congress),
Ch. XXVII, 13 Stat. 541–63; Act of June 21, 1866 (39th Congress), Ch.
CXXVII, 14 Stat. 66–67; Act of March 3, 1873 (42nd Congress), Ch.
CCLXXVII, 17 Stat. 605–6; Act of March 3, 1875 (43rd Congress), Ch.
CXXXII, 18 Stat. 402–20; Act of February 2, 1887 (49th Congress), Ch.
CXIX, 24 Stat. 33–36 [“The Dawes Act”]; Act of March 3, 1891 (57th
Congress), Ch. DLXI, 26 Stat. 1095–103.Véase también Dick, The Lure of
the Land, 56; Lester, Decisions, 64-65.
71 Dick, The Lure of the Land, 56; Lester, Decisions, 64-65.
72 Roy Robbins, Our Landed Heritage:The Public Domain, 1776-1936 (New
York: Peter Smith, 1950).
73 Robbins, Our Landed Heritage, 89-90.
1 Ese dominio único y despótico 61
***
El éxito del modelo estadounidense de expansión territorial ejer-
ció presiones inmediatas sobre las colonias canadienses, que estaban
bajo la amenaza constante de ser superadas por la república del sur
desde la época de la Revolución y durante gran parte del siglo XIX.
Estados Unidos no sólo estaba más poblado y era más poderoso;
también era un destino más atractivo para muchos inmigrantes
europeos precisamente por la gran disponibilidad de tierras. Ade-
Chester Martin, Dominion Lands Policy, ed. Lewis Thomas (Toronto: Mc-
Clelland and Stewart, 1973), 118.
82 Mi comprensión de las dimensiones comparativas de estos procesos se
ha visto muy favorecida por el trabajo de Brenna Bhandar.Véase en par-
ticular Brenna Bhandar, “Possession, Occupation and Registration: Re-
combinant Ownership in the Settler Colony”, Settler Colonial Studies 6,
no. 2 (2016); Brenna Bhandar, “Title by Registration: Instituting Modern
Property Law and Creating Racial Value in the Settler Colony”, Journal
of Law and Society 42, no. 2 (2015); Brenna Bhandar, “Property, Law, and
Race: Modes of Abstraction”, UC Irvine Law Review 4, no. 1 (2014).
83 Weaver, The Great Land Rush, 19. Weaver está citando y corrigiendo a
Donald Worster, Dust Bowl: The Southern Plains in the 1930s (New York:
Oxford University Press, 1979), 87.
1 Ese dominio único y despótico 65
84 Esto no es así en regiones importantes del país. En algunas partes del este
de Canadá, así como en la mayor parte de la Columbia Británica en el
oeste, no se firmaron tratados formales de este tipo. En este último caso,
se trata de un caso distinto, véase Paul Tennant, Aboriginal Peoples and Poli-
tics: The Indian Land Question in British Columbia, 1849-1989 (Vancouver:
University of British Columbia Press, 1990).
85 E.g. C.E.S. Franks, “Indian Policy: Canada and the United States Com-
pared”, en Aboriginal Rights and Self Government, ed. Curtis Cook y Joan
Lindau (Montreal: McGill-Queen’s University Press, 2000), capítulo 9; J.
R. Miller, Compact, Contract, Covenant: Aboriginal Treaty-Making in Canada
(Toronto: University of Toronto Press, 2009).
66 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
***
La convergencia de los modos de despojo estadounidenses y bri-
tánicos no se limitó a Norteamérica. Más bien, como señala John
Weaver, a medida que las colonias pasaron de las concesiones de
tierras a la venta de las mismas, las diferencias entre la colonización
británica y la estadounidense acabaron por “consistir principal-
mente en detalles instrumentales; ya no expresaban una divergen-
cia fundamental en las convicciones sobre la tierra, el orden social
y el poder”.97
El caso de Aotearoa-Nueva Zelanda ilustra aún mejor este
punto.98 Aunque los europeos tenían conocimiento de las islas
neozelandesas desde el siglo XVII, los esfuerzos concertados por
colonizarlas no comenzaron hasta principios del siglo XIX. Al
principio, los colonos británicos quedaron impresionados por el
nivel de desarrollo sociocultural de los Maoríes, comparándolos
favorablemente con los aborígenes australianos, a los que tenían
en menor consideración. La práctica generalizada de la agricul-
tura entre los Maoríes, que los británicos consideraron un signo
de desarrollo civilizatorio, era especialmente importante. En con-
secuencia, los administradores coloniales británicos aceptaron en
general que los Maoríes tenían derechos de propiedad sobre la
tierra y que Nueva Zelanda no era, en ningún sentido significativo,
***
El análisis anterior proporciona ejemplos específicos y concretos
de cómo el surgimiento del sistema de propiedad de la tierra en
106 Banner, Possessing the Pacific, 125.
107 Banner, Possessing the Pacific, 126-27.
76 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
I
Dentro de la tradición marxista, el concepto de desposesión a me-
nudo ha quedado subordinado a otras categorías de análisis. Una
tarea importante en la renovación de este concepto será, por lo
tanto, situarlo en relación con esos otros términos clave. Comienzo
aquí con un examen detallado del primer volumen de El capital
(1867), en particular los capítulos sobre la llamada acumulación
primitiva, pues aunque Marx emplea los términos de Expropriation
y Enteignung en algunos de sus primeros trabajos, de corte más
periodístico, su análisis más extenso y sistemático se encuentra en
las secciones finales de El capital.6 Para comprender el ímpetu y la
motivación detrás de la explicación de Marx sobre la acumulación
primitiva, primero debemos dar un paso atrás y considerar otro
concepto cercano de la teoría crítica: la explotación.
Una relación de explotación es, en parte, una relación asimé-
trica de gobernanza en la que los participantes subordinados tienen
poco control efectivo sobre la determinación de las condiciones de
la relación y, por ende, sobre las condiciones de sus propias vidas. Se
trata entonces de una relación de poder. Pero es también la utiliza-
6 Los dos principales contextos en los que Marx discute la expropiación
antes de El capital son sus artículos de 1842 para el Rheinishe Zeitung sobre
die Holzdiebe y sus observaciones episódicas sobre Irlanda.Véase Bensaïd,
The Dispossessed, Apéndice. Sobre Irlanda véase, Kevin Anderson, Marx at
the Margins: On Nationalism, Ethnicity, and Non-Western Societies (Chicago:
University of Chicago Press, 2010), capítulo 4. Marx también discute el
caso de Irlanda en un extenso fragmento de El capital, Capítulo 25.
84 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
15 Tenemos aquí una teoría naciente del “desarrollo desigual”: “Sólo la gran
industria proporciona, con las máquinas, el fundamento constante de la
agricultura capitalista, expropia radicalmente a la inmensa mayoría de
la población rural y lleva a término la escisión entre la agricultura y la
industria doméstico rural, cuyas raíces la hilandería y tejeduría arranca.
Pero de esta separación fatal datan el desarrollo necesario de los poderes
colectivos del trabajo y la transformación de la producción fragmentada,
rutinaria, en producción combinada, científica. Conquista por primera
vez para el capital industrial, pues, todo el mercado interno” (El capital,
937). Sobre el “desarrollo desigual”, véase Neil Smith, Uneven Develop-
ment: Nature, Capital, and the Production of Space, 3ª ed. (Athens: University
of Georgia Press, 2008).
92 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
II
Desde hace casi 150 años, teóricos críticos de diversas tendencias
han intentado explicar, corregir y complementar la explicación de
Marx sobre la acumulación primitiva. Quizás esto es especialmente
cierto en el caso del marxismo dentro del mundo de habla inglesa.
Mientras que las tradiciones interpretativas francesa y alemana han
tendido a centrarse más en las categorías formales y conceptuales
de El capital, los debates anglófonos han prestado más atención
al recuento histórico-descriptivo de Marx, quizás debido al papel
privilegiado que juega Inglaterra en el drama histórico que es-
cenifica la revuelta burguesa contra el feudalismo, el surgimiento
temprano de las relaciones capitalistas y la subsiguiente revolución
industrial. Después de todo, los cercamientos de los bienes co-
munes ingleses y la transformación del campesinado rural en una
fuerza de trabajo industrial fungió como el principal referente em-
pírico del que Marx obtuvo sus herramientas conceptuales. Desde
Paul Sweezy y Maurice Dobb en la década de 1950, Christopher
Hill, C.B. Macpherson y E.P. Thompson en la década de 1960,
hasta Perry Anderson y Robert Brenner en la década de 1970,
estos “debates sobre la transición” se han centrado en la precisión
y adecuación de la historia que Marx elabora de los albores de la
Inglaterra moderna.16 Aquí, sin embargo, debo centrarme más en
el marco conceptual general, específicamente en la relación entre
la acumulación primitiva y la ley general de la acumulación, y en la
naturaleza de la violencia desplegada en cada una de ellas.
Una controversia importante en la teoría de la acumulación
primitiva es que El capital parece pensarla como una etapa históri-
ca eventualmente suplantada por la ley general de la acumulación
capitalista, lo que podemos llamar “interpretación de etapas”. La
razón principal por la que esto ha sido polémico es que implica
16 Para una visión crítica de estos debates, véase Ellen Meiksins Wood, The
Origin of Capitalism: A Longer View (New York:Verso, 2002).
94 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
25 Silvia Federici, Caliban and the Witch: Women, the Body, and Primitive Ac-
cumulation (New York: Autonomedia, 2004), 12-13. En mi análisis de la
acumulación primitiva como característica continua de la reproducción y
expansión capitalistas, también me he beneficiado mucho de las siguientes
obras: Robin Blackburn, The Making of New World Slavery (London:Verso,
1997); Glen Coulthard, “From Wards of the State to Subjects of Recogni-
tion? Marx, Indigenous Peoples, and the Politics of Dispossession in De-
nendeh”, en Theorizing Native Studies, ed. Audra Simpson y Andrea Smith
(Durham, NC: Duke University Press, 2014); Massimo De Angelis, “Se-
parating the Doing and the Deed: Capital and the Continuous Character
of the Enclosures”, Historical Materialism 12, no. 2 (2004); Massimo De
Angelis, “Marx and Primitive Accumulation: The Continuous Character
of Capital’s ‘Enclosures’”, The Commoner, no. 2 (Septiembre 2001); Todd
Gordon, “Canada, Empire, and Indigenous Peoples in the Americas”, So-
cialist Studies 2, no. 1 (2006); Onur Ulas Ince, “Primitive Accumulation,
New Enclosures, and Global Land Grabs: A Theoretical Intervention”,
Rural Sociology 79, no. 1 (Marzo 2013); Michael Perelman, The Invention of
Capitalism: Classical Political Economy and the Secret History of Primitive Accu-
mulation (Durham, NC: Duke University Press, 2000); Retort Collective,
Afflicted Powers: Capital and Spectacle in a New Age of War (New York:Verso,
2005).
26 Coulthard, Red Skin,White Masks, capítulo 1.
100 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
III
En el nivel más general, Marx emplea el concepto de despose-
sión para denotar el “proceso de separación” (Scheidungsprozeß)
por el cual los “productores inmediatos” (unmittelbare Produzenten)
son privados del acceso directo a los medios de producción.37 El
ejemplo más frecuente que pone Marx es la separación de los
productores agrícolas campesinos del acceso directo a la tierra de
propiedad pública o los “bienes comunes”. A través del uso de los
términos Expropriation y Enteignung, Marx revela algunos puntos
de vista sobre la tierra, la naturaleza y el arraigo territorial o local
(punto al que volveremos más adelante). Marx usa diversas formu-
laciones para desarrollar esta idea, pero una frase recurrente es que
la desposesión implica el “robo de la tierra”. El capital está repleto
de palabras como Raub (robo) y Diebstahl (hurto) para ilustrar casos
de Expropriation y Enteignung. Marx también usa ocasionalmente
estos términos de manera más o menos intercambiable con Aneig-
nung, que los traductores han vertido en “usurpación”, aunque tal
37 “Der Prozeß, der das Kapitalverhältniß schafft, kann also nichts anders
sein als der Scheidungsprozeß des Arbeiters vom Eigentum an seinen Arbeitsbe-
dingungen, ein Prozeß, der einerseits die gesellschaftlichen Lebens- und
Produktions-mittel in Kapital verwandelt, andrerseits die unmittelbaren
Producenten in Lohnarbeiter. Die sog. ursprüngliche Akkumulation ist also
nichts als der historische Scheidungsprozeß von Producent und Produktionsmit-
tel”. Karl Marx y Friedrich Engels, Marx-Engels Gesamtausgabe (Berlin:
Dietz, 1975), II.5, Das Kapital: Kritik der Politischen Ökonomie, Erster Band
(Hamburg, 1867) (1967), 575.
2. Marx. Después del festín 107
38 E.g. Peter Linebaugh, Stop, Thief! The Commons, Enclosures, and Resistance
(Oakland, CA: PM Press, 2014).
108 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
39 Robert Somers, Letters from the Highlands; Or, The Famine of 1847 (Lon-
don: Simpkin, Marhsall, 1848).
2. Marx. Después del festín 109
IV
Como vimos en el capítulo anterior, la “tierra” es una construc-
ción legal compleja e inestable. Es igualmente un concepto filo-
sófico sorprendentemente elusivo. Leer los escritos de Marx sobre
la acumulación primitiva, el despojo y la expropiación, nos brinda
otro conjunto de herramientas para desentrañar este nicho de
problemas. En este sentido, considero que las contribuciones más
importantes de Marx son metodológicas. Cuando Marx define
conceptos clave, lo hace dialécticamente, lo que significa que no
proporciona una definición analítica ideal del término, sino que
intenta comprender los procesos de múltiples facetas en los que
están inmersos. Por ejemplo, la acumulación primitiva es definida
en relación con la ley general de acumulación, mientras que la ex-
propiación es definida en relación con la explotación. Este método
de explicación conceptual también puede extenderse útilmente
para considerar la categoría misma de “tierra”, que para Marx está
40 Marx, El capital. Tomo 1, capítulo 33. Para ver la intencionalidad del
análisis de Wakefield, basta con leer su obra de 1849, A View of the Art of
Colonization (reimp., Cambridge: Cambridge University Press, 2010), que
se ofrece expresamente como una teoría de la colonización sistemática.
41 Es “independiente” de los procesos de proletarización y de formación del
mercado sólo en el sentido que se le da aquí, es decir, analizable como
una variable separada que puede configurarse en relación con estas otras
categorías de diversas maneras, no determinada a priori por ellas.
2. Marx. Después del festín 111
***
El “marxismo analítico” de G.A. Cohen proporciona un caso ilus-
trativo al respecto. El análisis que presenta en Self-Ownership, Free-
dom, and Equality (1995) funciona como un contraste útil, tanto en
términos de cómo uno podría relacionar la explotación y la expro-
piación como, más generalmente, por su enfoque metodológico
(en este caso, contrastando los métodos críticos de investigación
dialécticos con los analíticos).
Cohen argumenta que tenemos motivos legítimos para cri-
ticar la expropiación por la forma en que hace posible, incluso
probable, la explotación. Aunque reconoce que la distribución
desigual de los medios de producción podría considerarse injusta
por “razones independientes”, en la lectura de Cohen “los marxis-
tas la consideran injusta principalmente porque obliga a algunos a
realizar trabajo no remunerado para otros”.45 De acuerdo con esta
reformulación, la relación entre explotación y expropiación es ex-
45 G. A. Cohen, Self-Ownership, Freedom and Equality (Cambridge: Cambrid-
ge University Press, 1995), 146. Cabe señalar que Cohen (como otros que
trabajan en esta tradición) no suele utilizar el término desposesión. Más
bien, tiende a hablar de la distribución original “injusta” o “desigual” de
los “recursos productivos”. Por ejemplo, Cohen escribe:
En la versión marxiana estándar [...] la explotación de los trabajadores
por parte de los capitalistas, es decir, la apropiación no remunerada por
parte de los capitalistas de una fracción de lo que producen los trabaja-
dores, se deriva enteramente del hecho de que los trabajadores han sido privados
del acceso a los recursos productivos físicos y, por lo tanto, deben vender su
fuerza de trabajo a los capitalistas, quienes disfrutan de un monopolio de
clase sobre esos recursos. Por lo tanto, para los marxistas, la apropiación
capitalista tiene su origen en una distribución injusta de los derechos sobre
las cosas externas. La apropiación tiene su origen causal en una distribución
desigual de los recursos productivos, y para considerarla como una explota-
116 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
ción injusta basta que surja de esa injusta desigualdad inicial. (Self-Ow-
nership, 119; énfasis añadido).
Podemos ver aquí que aunque Cohen no habla directamente de la des-
posesión o de la acumulación primitiva, ofrece una interpretación de la
misma, prefiriendo hablar de una distribución de “cosas externas” y sobre
todo de “recursos productivos” que es “injusta” y “desigual”.
46 Cohen, Self-Ownership, 197.
47 Cohen, Self-Ownership, 201.
2. Marx. Después del festín 117
* Mujer anónima y Red Jacket (Seneca), “We Are the Owners of This
Land, and It Is Ours!”, en Blaisdell, Great Speeches by Native Americans, 35.
** Mishuana Goeman, “From Place to Territories and Back Again”, 28 (para
un análisis más extendido de estas ideas véase Mishuana Goeman, Mark
My Words: Native Women Mapping Our Nations (Minneapolis: University
of Minnesota Press, 2013).
*** Susan Hill, The Clay We Are Made Of: Haudenosaunee Land Tenure on the
Grand River (Winnipeg: University of Manitoba Press, 2017).
126 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
I
La crítica estructural de la desposesión se caracteriza por una eva-
luación sinóptica: aquí no nos interesa un evento o acción parti-
cular considerada de manera relativamente aislada, sino más bien el
efecto general de un proceso macrohistórico. En el caso de la des-
posesión esto se complica por la naturaleza procesual del fenómeno
que se describe. Al enmarcar el asunto de esta manera, me baso en
las críticas “estructurales” al colonialismo de colonos y el racismo
antinegro que encontramos en el trabajo de Patrick Wolfe y de
feministas raciales críticas como Angela Davis y Ruth Gilmore,
respectivamente. Sin embargo, la consideración de la especificidad
del despojo como proceso también requerirá alejarse un poco del
análisis previo.
Uno de los relatos más influyentes y convincentes del colo-
nialismo de colonos nos llega del trabajo del historiador Patrick
128 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
6 Véase Duncan Bell, The Idea of Greater Britain: Empire and the Future of
World Order, 1860-1900 (Princeton, NJ: Princeton University Press,
2007).
132 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
***
Pasemos ahora a la siguiente proposición: la desposesión sólo
puede concebirse, en última instancia, como un proceso históri-
co de escisión [diremption] dentro de la alienación sistémica. ¿Qué
significa esto y qué diferencia comparativa hace el enmarcar así la
cuestión? Al usar estos términos, develamos de inmediato una he-
rencia marxista-hegeliana. El término alienación deriva del alemán
Entfremdung, que también se traduce ocasionalmente como “enaje-
nación”. Escisión es una posible traducción del término hegeliano
Entzweiung, que también se ha traducido como “separación”. En
su traducción más literal, Entzweiung significa partir en dos, pero
en un sentido más general puede denotar una separación forzosa.
En el alemán más cotidiano, también puede significar simplemente
discordia o disputa.10 En sus usos filosóficos ambos términos son
9 Una consecuencia adicional e involuntaria de la adopción del lenguaje
de la “estructura” ha sido la imputación de una ahistoricidad inmóvil
al colonialismo de colonos, es decir, su definición analítica en lugar de
histórica. Si definimos la colonización como una “estructura de domi-
nación” que perdura a lo largo de vastas franjas de tiempo, corremos el
riesgo de privarnos de las herramientas analíticas necesarias para dar sen-
tido a las dramáticas diferencias entre las formas tempranas y posteriores
de la época moderna, especialmente cuando el colonialismo de colonos
fue transformado por el capitalismo global. Entre otras cuestiones, el pe-
ligro es que la relación de mando característica de la colonización llegue
a enmarcarse en términos de un fracaso de la transición, es decir, como un
residuo de las relaciones de dominación premodernas y precapitalistas.
10 El uso más novedoso, famoso (e infame) del término diremption nos llega
de Georges Sorel, quien lo utilizó para describir una ruptura radical de
la realidad social que elude todo intento de reconciliación. Sorel utiliza
el término para oponerse a toda caracterización de la sociedad como un
todo orgánico (posición que asocia con Hegel). Por ejemplo:
La filosofía social está obligada, para seguir los fenómenos de mayor
importancia histórica, a proceder en una diremption, examinar ciertas
partes sin tener en cuenta todos los lazos que lo unen al conjunto, y
determinar, de algún modo, el género de su actividad que los impulsa
hacia la independencia. Cuando ha llegado finalmente al conocimiento
más perfecto, ya no puede intentar más la reconstitución de la unidad
rota. (Reflexiones sobre la violencia. [Buenos Aires: La Pléyade, 1978], 280).
136 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
18 Karl Marx y Friedrich Engels, The Communist Manifesto (New York: Pen-
guin, 1985), 85-86.
19 Moishe Postone, Time, Labor, and Social Domination: A Reinterpretation of
Marx’s Critical Theory (Cambridge: Cambridge University Press, 1996),
30.
3. La crítica estructural indígena 141
II
El componente final para entender la desposesión como un proce-
so histórico implica resaltar la forma en que constituye categorías
de identificación y subjetividad grupal. La relevancia de esto ya
debería estar algo clara a partir de la discusión previa sobre la alie-
nación y la escisión. Una característica que diferencia a estas dos
preocupaciones normativas son los respectivos puntos de vista de
sus críticas. Mientras que la alienación generalmente imagina un
sujeto colectivo unificado pero que es escindido de sí mismo de
una manera significativa, la crítica de la escisión suele ser una pos-
tura partidista, imaginando la libertad de un sujeto en oposición
directa a la tiranía de otro. La manera en que Marx encuadra estas
dos formas de crítica consiste en delinear la lucha del proletariado
contra la escisión de la humanidad (expresada como dominación y
explotación de clase) como portadora de un potencial universal de
emancipación humana contra las tendencias alienantes del capital.
De este modo, una lucha particular y partidista podía convertirse
también en una universal (el movimiento de an sich a für sich).
Frantz Fanon, uno de los grandes teóricos de la escisión, insinuó
un movimiento similar al sugerir que la lucha anticolonial del siglo
XX estaba preparando el terreno para un “nuevo humanismo”.
Como a Marx antes que él, a Fanon le interesaba interrogar las
condiciones bajo las que una lucha sectorial –en este caso, la lucha
de los colonizados por su propia supervivencia contra la violencia
aniquilante de los colonizadores– podría no obstante facilitar la
emancipación más general de la humanidad respecto de las con-
diciones alienantes del capitalismo imperial supremacista blanco.26
En el resto de este capítulo, exploro cómo podríamos entender las
luchas indígenas contra el despojo en una postura similar, es decir,
como luchas partidistas o sectarias contra un proceso histórico que
***
En los primeros 150 años de la expansión colonial europea en
las Américas, los pueblos indígenas se relacionaban predominante-
mente con los recién llegados y entre sí a través de modos precolo-
niales de identidad y organización políticas. Aunque los europeos a
menudo hablaban de los “indios” como si fueran una sola civiliza-
ción unificada, los propios pueblos indígenas típicamente evitaron
tales generalizaciones, y continuaron identificándose con sus tribus,
clanes y naciones específicas. Como dice Kevin Bruyneel:
Solo después de siglos de conquista, colonización y asenta-
mientos en América del Norte por parte de los europeos, tér-
minos como indio o indígena adquirieron un significado que
confería una identidad colectiva a pueblos como el Cherokee,
Pequot, Mohawk, Chippewa, y cientos de otras tribus y na-
ciones, en contraste con las emergentes sociedades de colonos
eurocéntricas. Las palabras indio e indio americano, al igual que
nativo-americano, aborigen e indígena, surgieron como producto
de una relación co-constitutiva junto con términos como co-
lonizador, colono y americano.27
La continuación de la rivalidad intraindígena e intraeuropea de
épocas anteriores significó que las líneas comerciales, diplomáticas
y militares de afiliación fueran dinámicas y con frecuencia cruza-
ran la supuesta división entre civilizaciones. En lugar de que los
“europeos” se encontraran con los “indios”, durante la mayor parte
de los siglos XVI, XVII y XVIII, las potencias inglesa, francesa,
española, alemana y holandesa compitieron entre sí para construir
conexiones con Mohicanos, Mi’kmaq, Pequot, Ojibwe e Innu (por
nombrar sólo algunos). De hecho, muchas sociedades indígenas
aprovecharon este campo cambiante para dominar a sus rivales
históricos.28
vales, como los Wyandot (Hurones) hacia finales del siglo XVI, en parte
gracias a las astutas alianzas militares con aliados europeos.
29 Para un tratamiento extenso del papel del liderazgo de las mujeres Hau-
denosaunee en el siglo XVIII, y un análisis de los obstáculos para recons-
truir tal relato, véase Hill, The Clay We Are Made Of, capítulo 2.
30 Mujer anónima y Red Jacket (Seneca), “We Are the Owners of this
Land”; 35.
148 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
***
Casi inmediatamente después de que el Congreso de los Estados
Unidos comenzara a institucionalizar el proceso de despojo des-
crito en el capítulo 1, los pueblos indígenas comenzaron a articular
una respuesta. Una de las primeras voces de oposición provino
del autor, ministro y organizador político pequot William Apess
(1798-1839), cuyos escritos más prolíficos se produjeron a finales
de la décadas de 1820 y los años 30. En 1828/29 publicó su auto-
biografía, A Son of the Forest, quizás la primera obra autobiográfica
38 Para un estudio de los Crow y su líder, Plenty Coups, durante gran parte
del proceso de transición a la vida en la reserva, véase Radical Hope: Ethics
in the Face of Cultural Devastation (Cambridge, MA: Harvard University
Press, 2008).
152 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
***
El siglo XX ha visto un notable renacimiento y reactivación del
sincretismo indígena. Como ha documentado ampliamente Mi-
randa Johnson, las oleadas de despojo asociadas con la expansión
de las industrias de extracción de recursos naturales en la década
de 1950 y hasta la década de 1980 generaron nuevas oleadas de
movilización legal y política panindígena. Aunque arraigados en
tradiciones locales y órdenes legales consuetudinarios particulares,
estos movimientos también conocieron una notable convergencia
en cuanto a la identidad política indígena, ahora en un “mundo
de colonos anglosajones” muy expandido. Durante este período,
los pueblos Dene, Dakota, Haida y Ojibwe de América del Norte
54 Miranda Johnson, The Land Is Our History: Indigeneity, Law, and the Settler
State (Oxford: Oxford University Press, 2017), 3-4.
55 Sheryl Lightfooc, Global Indigenous Politics: A Subtle Revolution (New York:
Routledge, 2016).
56 George Manuel y Michael Posluns, The Fourth World: An Indian Reality
(Don Mills, ON: Collier-Macmillan Canada, 1974).
57 Coulthard, Red Skin,White Masks, 7.
160 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
III
Los pueblos indígenas siempre han resistido al despojo. Sin em-
bargo, no siempre lo han hecho como pueblos indígenas. Por el
contrario, la idea misma de indigenidad en parte fue forjada en y
a través de este modo de resistencia. Incluso se podría decir que la
“indigenidad” es el nombre de esa intervención, esa interrupción
que históricamente ha impedido que los procesos de despojo se
63 Para una útil revisión de estos debates, véase Mailc Arvin, “Analytics of
Indigencity”, y Kim Tallbear, “Genomic Articulations of Indigencity”, en
Native Studies Keywords, ed. Stephanie Nohelani Tevcs, Andrea Smith, y
Michelle Raheja (Tucson: University of Arizona Press, 2015), 119-29 y
130-55.
64 Esta perspectiva comparte algunos puntos con un paradigma alternativo
para teorizar la política indígena, destacadamente, con quienes argumen-
tan que los reclamos de los pueblos indígenas deben ser vistos como un
subconjunto de las exigencias de reparación por una injusticia del pasado.
Véase Courtney Jung, The Moral Force of Indigenous Politics (Cambridge:
Cambridge University Press, 2008); Janna Thompson, “Historical Injus-
tice and Reparation: Justifying Claims of Descendants”, Ethics 112, no.
1 (Octubre 2001). Aunque simpatizo más con este marco que con los
modelos multiculturales o de “primera ocupación”, sigo siendo escéptico
en cuanto a que la política indígena pueda reducirse a la elaboración
de normas de este tipo. Para las réplicas a este marco de “reparaciones”,
véase, por ejemplo, Paul Patton, “Historic Injustice and the Possibility of
Supersession”, Journal of Intercultural Studies 26, no.3 (Agosto 2005); Paul
Patton, “Colonisation and Historic Injustice – The Australian Experien-
ce”, en Justice in Time: Responding to Historical Injustice, ed. Lukas H. Meyer
(Baden-Baden: Nomos Verlagsgesellschaft, 2004).
164 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
***
Tal vez ahora estemos mejor posicionados para comprender un
componente final de este análisis que me gustaría resaltar: el retraso
[belatedness] de la crítica normativa. Al enmarcar las cosas de esta
manera, me baso en el lenguaje frecuentado por la teoría freudia-
na y las obras freudo-marxistas de los primeros pensadores de la
Escuela de Frankfurt. En obras como Project for a Scientific Psycho-
logy, Sigmund Freud argumentó que el trauma se caracteriza (al
menos en parte) por la Nachträglichkeit,66 Al carecer de una traduc-
ción directa, este término podría traducirse como “posterioridad”,
65 “Sin embargo, tarde o temprano el intelectual colonizado se da cuenta de
que la existencia de una nación no se demuestra por la cultura, sino por
la lucha del pueblo contra las fuerzas de ocupación” (Fanon, The Wretched
of the Earth,159).
66 Para una revisión útil de este concepto y su historia reciente, véase Frie-
drich-Wilhclm Eickhoff, “On Nachtraglichkeit: The Modernity of an
166 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
IV
Los pueblos indígenas han denunciado y resistido consistente y
firmemente tanto a la transformación de la tierra en una red de
propiedad, como a la transferencia sistemática de esta tierra desde
sus manos hacia las manos de los colonos blancos. Han argumen-
tado que la tierra no pertenece a nadie en particular, y que les
fue robada. Como he argumentado desde el inicio, si bien esa
argumentación parece contradictoria, de hecho es una respuesta
adecuada y conceptualmente compleja al proceso particular que se
describe. Simultáneamente, esta crítica se ocupa de la alienación y
el despojo. Es una preocupación tanto por la separación de la hu-
manidad de la tierra, como por la división interna de la humanidad
en categorías de “colonizador” y “colonizado”, “colono” y “nati-
vo”. Más que una debilidad, la brillantez de la formulación radica
precisamente en su capacidad de mantener estos dos elementos
claramente a la vista al mismo tiempo. Sugiero que si ha habido
un nivel relativamente alto de consistencia en esta oposición, no es
porque los pueblos indígenas estén poseídos por alguna conexión
inefable con “la tierra”. No se debe, como sostienen algunos crí-
168 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
I
Dentro de la tradición radical negra (entendida en un sentido
amplio), el concepto de desposesión ha jugado un papel antiguo
y generalizado, aunque curiosamente silencioso y subsidiario. Es
ampliamente empleado como término técnico por destacados
pensadores como Saidiya Hartman y Fred Moten, e incluso fun-
ciona como un concepto central en varios trabajos recientes.1 Pese
a ello, rara vez ha sido expresamente teorizado o sometido a una
reconstrucción conceptual sistemática. Esta vida en la sombra de la
desposesión se debe a una profunda ambivalencia con respecto al
término. Es eso lo que buscaré mostrar.
Dentro de la tradición radical negra, el concepto de despose-
sión se refiere, al menos en primera instancia, a una experiencia de
1 Véase, por ejemplo, Marisa Fuentes, Dispossessed Lives: Enslaved Women,
Violence, and the Archive (Philadelphia: University of Pennsylvania Press,
2018).
4. Dilemas de la autopropiedad, rituales de la antivoluntad 173
12 Hartman, Lose Your Mother, 74; Shatema Threadcraft, Intimate Justice: The
Black Female Body and the Body Politic (Oxford: Oxford University Press,
2016), 57; Fuentes, Dispossessed Lives.
13 Athena Athanasiou, en Butler y Athanasiou, Dispossession, 32-55. Para una
crítica de Butler y Athanasiou a la elisión de la negritud como una cate-
goría fundamental para pensar tal posesión o desposesión corporal, véase
Sabine Broeck, Gender and the Abjection of Blackness (Albany: State Uni-
versity of New York Press, 2018), capítulo 6.
4. Dilemas de la autopropiedad, rituales de la antivoluntad 177
del derecho de propiedad sobre uno mismo más que una violación
del mismo, pues enajenar mi capacidad de trabajo no es lo mismo
que enajenar mi personalidad tout court. Incluso llevan esto más
allá del fenómeno de “alquilarse” (por ejemplo, en el transcurso de
un día de trabajo) para incluir el “venderse” uno mismo perma-
nentemente. Cuando, por ejemplo, Nozick planteó la cuestión de
si “un sistema libre permitiría [al individuo] venderse a sí mismo
como esclavo”, respondió afirmativamente: “creo que lo permiti-
ría”. Otros han extendido esto para defender “una forma civilizada
de esclavismo contractual”.20 Por el contrario, los críticos marxistas
como Cohen han sostenido que la contratación de la explotación
remunerada no es diferente de la esclavitud autoimpuesta, ya que la
única diferencia real es la duración del contrato, que en cualquier
caso es producto de la negociación entre las dos partes y no está
sujeto a ninguna restricción moral externa. La extensión lógica
del argumento liberal a favor de la autopropiedad, argumentan, es
que no hay ninguna diferencia entre contratarse a sí mismo por un
día o por toda la vida. Varias décadas de comentarios y revisiones
posteriores no han resuelto el asunto, pero sí lo han agotado.
Al aterrizar lo anterior en las apuestas concretas de esta cues-
tión, las teóricas feministas han ganado visibilidad y han podido
explicitar su postura. Académicas como Carole Pateman y Anne
Phillips han señalado que no se trata simplemente de que las mu-
jeres hayan sido categóricamente excluidas del estatus de “propie-
tarias” de diversas formas (aunque esto también es cierto).También
llaman la atención sobre las innumerables formas en que las mu-
jeres han sido convertidas en “propiedades” a través de procesos
de cosificación y mercantilización sexistas. Sin embargo, cuando
se sitúan históricamente, estos procesos presentan un dilema no
muy diferente al planteado anteriormente (ver la introducción y
el capítulo 1). En concreto, a lo largo de la historia, a medida que
las relaciones sociales se han ido privatizando y mercantilizando, la
20 J. Philmore, “The Libertarian Case for Slavery”, The Philosophical Forum
XIV (1982): 48; citado en Carole Pateman, The Sexual Contract (Stanford,
CA: Stanford University Press, 1988), 71, énfasis añadido. J. Philmore es,
de hecho, el pseudónimo de David Ellerman, quien escribió “The Liber-
tarian Case for Slavery” como una sátira del libertarismo de Nozick, un
intento por revelar su carácter absurdo llevando su argumento a su con-
clusión lógica.Véase David Ellerman, Intellectual Trespassing as a Way of Life:
Essays in Philosophy, Economics, and Mathematics. (Landham, MD: Roman
And Littlefield, 1995), capítulo 3.
180 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
II
El 24 de mayo de 1886, el famoso abolicionista Frederick Douglass
(anteriormente esclavizado) pronunció un discurso en la Reunión
Anual de la Asociación del Sufragio Femenino de Nueva Inglate-
rra en Boston. Ensalzando las virtudes del movimiento sufragis-
ta y defendiendo sus métodos de “agitación” vigorosa, Douglass
22 Dicho a la inversa, cuanto más central es un derecho para mi persona,
menos alienable parece ser. Contraintuitivamente, esto significa que los
derechos centrales (por ejemplo, la vida y la libertad) aparecen como una
propiedad truncada o disminuida. Los derechos de propiedad menos im-
portantes (como los relativos a los objetos externos) parecen más amplios,
en el sentido de que tienen todo lo que tienen los derechos fundamenta-
les, más la alienabilidad.
182 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
26 Véase Hayes Peter Mauro, The Art of Americanization at the Carlisle Indian
School (Albuquerque: University of New Mexico Press, 2011).
27 Frederick Douglass, “Self-Made Men”, en Buccola, The Essential Dou-
glass, 332-49. Esta visita está referida en el boletín de Carlisle: The Indian
Helper 8, no. 30 (Viernes, Abril 4, 1893). Se le menciona de nuevo en The
Indian Helper de la semana siguiente, donde se habla del proceso por el
cual su discurso se convirtió en un panfleto impreso para su circulación
y estudio por los residentes de la escuela: The Indian Helper 8, no. 31
(Viernes, Abril 21, 1893). Douglass también visitó la ciudad de Carlisle
en marzo de 1872 y en agosto de 1847 (viajando entonces con William
Lloyd Garrison). Durante su visita de 1872, Douglass dio un discurso en
Rheems Hall, evidentemente hablando a favor del plan de anexión de
“San Domingo”. Más tarde se le negó el derecho a comer en el comedor
público del hotel Bentz House, donde se hospedaba, lo que es objeto de
dos informes locales sobre su estancia: American Volunteer, Marzo 7, 1872;
Carlisle Herald, Marzo 14, 1872. Estos artículos han sido reimpresos en
David Smith, “Frederick Douglass in Carlisle”, Cumberland County His-
tory 22, nos. 1-2 (Verano/Invierno 2005 ): 53-60.
28 Douglass, “Self-Made Men”, 344.
29 Véase John W. Blassingame y John R. McKivigan, eds., The Frederick Dou-
glass Papers, Serie 1,Vol. 5 (New Haven, CT:Yale University Press, 1992),
545-46.
184 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
III
Aunque Frederick Douglass se haya inspirado en él, el pensamiento
político negro contemporáneo ha sido considerablemente menos
optimista sobre el potencial emancipatorio de la “propiedad de la
persona”. La tradición intelectual dentro del pensamiento social y
político negro que quizás ha sido más hostil a las nociones de auto-
propiedad es el afropesimismo. Aunque no se ha teorizado expre-
samente como tal, encontramos estos planteamientos en estudiosos
que pertenecen a esta corriente, que incluso podría considerarse
como una teoría (tácita y controvertida) de la desposesión corpo-
ral. Consideremos como ejemplo las primeras líneas del influyente
trabajo de Fred Moten In the Break:
La historia de la negritud es testimonio del hecho de que los
objetos pueden resistir y resisten. La negritud –el movimiento
prolongado de una convulsión específica, una irrupción en
curso que desordena cada línea– es una tensión que presiona el
supuesto de la equivalencia entre personalidad y subjetividad.
Si bien la subjetividad se define por la posesión del sujeto de sí
mismo y de sus objetos, se ve perturbada por una fuerza des-
poseedora que ejercen los objetos de tal manera que el sujeto
***
En mi opinión, la generación anterior de la teoría feminista negra
sigue siendo la guía más segura para explorar y analizar las vejacio-
nes de la desposesión corporal y la autopropiedad, proporcionando
un puente más sólido entre la teoría crítica de la raza y el pensa-
miento indígena. Lo más atractivo de este conjunto de estudios no
es simplemente el contenido del análisis, sino también su destreza
metodológica. Feministas negras como Patricia Hill Collins, Kim-
berld Crenshaw, Angela Davis, Cheryl Harris y Bell Hooks han te-
nido tanto éxito en lidiar con las vicisitudes de la raza, los derechos
y la propiedad (y las relaciones entre ellos) precisamente porque
han evitado hábilmente la tentación de la reificación, que tiende a
invadir los relatos “metafísicos” más abstractos.44 En lugar de hablar
de propiedad o raza como tales, su trabajo generalmente evita tales
mistificaciones en favor de un trabajo más robusto empíricamente.
Considerados en conjunto, estos trabajos construyen lo que yo lla-
maría un enfoque “naturalista” del problema.45 Siguiendo su ejem-
43 E.g. “Si la relación indígena con la tierra precede y excede cualquier
régimen de propiedad, entonces el habitar esclavo de la tierra precede
y excede cualquier relación previa con la tierra y la falta de tierra. Y el
carácter desinteresado [selflessness] es su correlato. No hay terreno para la
identidad, no hay terreno sobre el que apoyarse.Todo el mundo tiene de-
recho a todo hasta que nadie tiene derecho a nada; a reivindicar nada. No
se trata de una política de la desesperación provocada por la imposibilidad
de lamentar una pérdida, pues no se basa en la esperanza de ganar. Lo exi-
ge la carne de la tierra: el habitar sin tierra de la existencia desinteresada”.
Sexton, “The Vel of Slavery”, 11.
44 En otras palabras, en mi opinión el problema con la distinción ontológica
estricta no es simplemente que sea una afirmación falsa, sino que es el tipo
equivocado de afirmación.
45 En algunas ramas de la filosofía y la teoría política (especialmente la filo-
sofía analítica angloamericana), el término naturalismo significa que una
investigación se basa en la metodología de las ciencias naturales o al me-
nos es coherente con ella. Desde este punto de vista el estudio de los
4. Dilemas de la autopropiedad, rituales de la antivoluntad 191
IV
Como han señalado diversos estudiosos de la época, el “largo” siglo
XIX fue un período en el que las contradicciones de la emancipa-
ción formal se desarrollaron con particular fuerza.53 Precisamente
cuando el campo de los derechos legales y políticos formales se
expandía rápidamente, incorporando grupos sociales hasta en-
tonces excluidos, simultáneamente estos mismos derechos fueron
recodificados, algunos dirían que fueron vaciados. Como resultado,
la inclusión en la esfera formal del derecho y la vida pública tuvo
rendimientos decrecientes. Esto no se debió simplemente a que el
contenido de esos derechos, por los que se había luchado tan vigo-
rosamente, se estuviera vaciando, sino también a que la inclusión en
su órbita venía acompañada de nuevos modos de gobernanza. La
inclusión era un reclutamiento. En consecuencia, los observadores
y participantes de estos procesos se preocuparon cada vez más por
la disyuntiva experimentada entre el derecho formal o abstracto y
las relaciones sociales que le conferían un contenido práctico. Así,
las tareas de la teoría crítica se convirtieron no sólo en observar la
brecha entre lo ideal y lo real, sino más bien en estudiar la función
política de esta incongruencia, este sujeto jurídico disyuntivo.54
Este tipo de análisis se atribuye a menudo a Marx. Tal vez
el caso más conocido lo encontramos en Sobre la cuestión judía,
donde buscó demostrar cómo la “emancipación política” de la co-
munidad judía a través de la abolición de la discriminación formal
en el ámbito del derecho fue coextensiva a la profundización de
las desigualdades sustantivas fuera de él. Marx sostuvo que estas
desigualdades sustantivas eran emblemáticas de nuevas formas de
dominación social que, predijo, serían aún más difíciles de desalo-
jar en un mundo donde la liberación se experimentaba cada vez
más como “libertad de los demás”. Un eje crucial de esto era, por
supuesto, los derechos de propiedad, que aunque se expandían en
un sentido nominal, también eran recodificados como “derecho
a disfrutar y disponer de las propias posesiones como uno quiera,
sin tener en cuenta a otros hombres e independientemente de la
sociedad”, es decir, “el derecho del interés propio”55
En un sentido similar Michel Foucault, en Vigilar y castigar, se
dirigió a los comienzos del siglo XIX para demostrar precisamente
que la crítica del sujeto de derechos jurídico debe tomar en cuenta
la red de relaciones sociales en las que está incrustado y que le
dan su contenido y vida. Una de las dimensiones de esa red eran
indios.58 Situando estos textos uno al lado del otro, podemos ob-
tener un retrato de esta lucha. Todo el período histórico aparece
como un campo de batalla en el que el alcance de los derechos y
de la personalidad se amplía al mismo tiempo que se reformula
en un lenguaje nuevo y punitivo. Cada uno de estos pensadores (a
su particular manera) revela que la expansión nominal del dere-
cho jurídico formal no sólo puede coincidir con la expansión de
nuevas formas de sujeción y dominación, sino que también puede
facilitarlas.
Este movimiento excede la simple juridización de la políti-
ca. El lenguaje de la desposesión destaca un rasgo más específi-
59
61 De acuerdo con Marx, sin más coacción que “su libre voluntad” el tra-
bajador es libre de llevar “al mercado su propio pellejo cuando lo desee,
y “no puede esperar sino una cosa: que se lo curtan”. El trabajador, bajo
las condiciones capitalistas, “tiene que comportarse constantemente con
respecto a su fuerza de trabajo como con respecto a su propiedad, y por
tanto a su propia mercancía, y únicamente está en condiciones de hacer
eso en la medida en que la pone a disposición del comprador –se la cede
para el consumo– sólo transitoriamente, por un lapso determinado, no
renunciando, por tanto, con su enajenación [varäussern] a su propiedad
sobre ella”. (El capital, 214, 204).
62 Carole Pateman interpreta el problema de la propiedad de la persona de
forma similar en su respuesta a Charles Mills sobre la utilidad del concep-
to. En sus palabras: “la propiedad de la persona no puede ser contratada en
ausencia del propietario. Si los servicios del trabajador (la propiedad) van
a ser ‘empleados’ de la manera que el empleador requiere, el trabajador
tiene que ir junto con ellos. La propiedad sólo es útil para el empleador
si el trabajador actúa como éste exige y, por tanto, la celebración del
contrato significa que el trabajo se convierte en algo subordinado. La
consecuencia de la entrada voluntaria en un contrato no es la libertad,
sino la superioridad y la subordinación”. Carole Pateman y Charles Mills,
Contract and Domination (Cambridge, UK: Polity, 2007), 17.
198 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
69 Ida B. Wells, “The Reason Why the Colored Man Is Not in the Worlds
Columbian Exposition” (1893), en The Selected Works of Ida B. Wells-Bar-
nett (Oxford: Oxford University Press, 1991), 61. Véase también Sarah
Haley, No Mercy Here: Gender Punishment, and the Making of Jim Crow
Modernity (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2016).
70 Citado en Eric Foner, Reconstruction: Americas Unfinished Revolution, 1863-
1877 (New York: Perennial Classics, 2002 ), 70-71.
71 Como señala Wells, el caso estadounidense tiene paralelos en otros luga-
res. En particular, en marzo de 1861, el zar ruso Alejandro II emitió su
propio manifiesto de emancipación liberando a los siervos. También allí,
el acceso a la propiedad de la tierra fue el principal medio para la ver-
tebración de la libertad. Aunque se prometió una redistribución masiva
de la propiedad, ésta fue lenta, compleja y costosa. En la década de 1880,
4. Dilemas de la autopropiedad, rituales de la antivoluntad 201
77 Michelle Alexander, The New Jim Crow (New York: New Press, 2010);
Angela Davis, Are Prisons Obsolete? (New York: Seven Stories, 2003).
204 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
***
Este puente conceptual puede servir como un punto de contacto
entre las luchas de los negros y los indígenas. En los últimos años
se ha producido una avalancha de nuevas investigaciones sobre los
vínculos entre estas dos tradiciones intelectuales y políticas. En
conjunto, lo que surge no es una imagen de dos procesos distintos
y paralelos, sino una relación interactiva entre ellos. Por ejemplo,
académicos como Brenna Bhandar, Alyosha Goldstein, Shona
Jackson, Barbara Krauthamer, Tiya Miles, Nikhil Pal Singh, Manu
Karuka y Patrick Wolfe, han demostrado que los procesos de ra-
cialización se entrelazaron a lo largo de la creación de la propiedad
78 P.Williams, The Alchemy of Race and Rights, 219. Está discutiendo, con res-
pecto a experiencias similares, el trabajo de Women of All Red Nations a
favor de las mujeres indígenas víctimas de la esterilización forzada.
79 Estoy en deuda con las contribuciones metodológicas de Brenna Bhan-
dar, Alyosha Goldstein, K-Suc Park y Nikhil Pal Singh (entre otros).
4. Dilemas de la autopropiedad, rituales de la antivoluntad 205
80 Para una pequeña muestra de la creciente literatura que relaciona las lu-
chas indígenas y negras, véase Tiya Miles, Ties That Bind: The Story of an
Afiro-Cherokee Family in Slavery and Freedom (Berkeley: University of Ca-
lifornia Press, 2005); Tiya Miles, The House on Diamond Hill: A Cherokee
Plantation Story (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2010);
Barbara Krauthamer, Black Slaves, Indian Masters: Slavery, Emancipation, and
Citizenship in the Native American South (Chapel Hill: University of Nor-
th Carolina Press, 2013); Shona Jackson, Creole Indigeneity: Between Myth
and Nation in the Caribbean (Minneapolis: University of Minnesota Press,
2012).
81 Agradezco a Nick Estes por empujarme a pensar más en este tema y
señalarme fuentes clave como Laura Gomez, Manifest Destinies: The Ma-
king of the Mexican American Race (New York: New York University Press,
2018).
82 Weheliye, Habeas Viscus.
206 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
***
Para recapitular: hay una serie de líneas de investigación críticas
(feminista, marxista, etc.) que usan el lenguaje de la desposesión
para referirse a una relación con el yo, el cuerpo o la personalidad.
Aunque muchos pensadores de estas corrientes siguen entendien-
do así a la desposesión, se filtra aquí una ambivalencia importante
que se manifiesta tanto en un registro general como en uno es-
pecífico. Se objeta que presentar la personalidad como semejante
a la “propiedad” es problemático en la medida en que refuerza
el control de ese vocabulario sobre nuestra imaginación moral y
política en general. Y más precisamente, porque parecería avalar
formas de autoalienación, incluso autoesclavización. Por mi parte,
sostengo que en este registro abstracto no existe una solución defi-
nitiva al dilema: la coherencia conceptual del lenguaje del “despojo
corporal” se mantiene equívoca e irresuelta. La persistente ambiva-
lencia del concepto surge del hecho de que estos debates tienen un
contexto histórico dinámico. Se producen en un contexto social
cambiante, en el que propiedad y posesión operan como modos de
gestión donde la estricta división binaria entre poseedores y poseí-
dos es cada vez menos nítida. Más que un simple caso de escisión
de la propiedad, o robo en el sentido simple, el despojo implica
un conjunto bastante complejo de actos en los que se atribuyen
y alienan los intereses relativos a la propiedad. Pero para revelar
cómo funciona este mecanismo, es preciso poner de manifiesto
la relación entre una estructura jurídica de derecho y el contexto
social que lo actualiza, la relación dinámica y productiva entre lo
que es de jure y lo que es de facto.
V
Estar desposeído de uno mismo no es simplemente tener negada la
personalidad, ni siquiera ser tomado como objeto de la propiedad
de otro, por importantes y reprensibles que puedan ser estas cues-
tiones. En el sentido específico con el que aquí uso el término, ser
desposeído de uno mismo es tener cierto derecho de propiedad
atribuido a la propia personalidad (un derecho de autopropiedad)
208 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
I
Cerca de la costa este de la isla Te Ika-a-Māui (Isla Norte), casi
400 kilómetros al sureste de Auckland, en Aotearoa-Nueva Ze-
landa, se encuentra Te Urewera. Territorio imponente, Te Urewera
abarca unas 212,672 hectáreas (821 millas cuadradas) y es mun-
dialmente conocido por sus hermosos lagos y bosques. Además de
proporcionar refugio y sustento a innumerables especies de plantas
y animales no humanos, Te Urewera es el hogar de los Tuhoe. Co-
nocidos como los “Niños de la Niebla” (su ascendencia se remonta
al espíritu Hine-puhoku-rangi), los Tuhoe son una iwi (nación o
tribu) de los Maoríes y han defendido ferozmente Te Urewera du-
rante siglos. Continúan haciéndolo en la actualidad. Te Urewera
es una personalidad única en muchos sentidos, sobre todo porque
recientemente experimentó una especie de renacimiento. Durante
sesenta años fue un parque nacional. En 2014 el parque fue di-
suelto y sustituido por una nueva figura. Te Urewera fue entonces
reconocida como una entidad legal con “todos los derechos, facul-
tades, deberes y responsabilidades de una persona legal”.2 Descrita
como “una fortaleza de la naturaleza, llena de historia [...] un lugar
de valor espiritual, con su propio mana y mauri”, ahora se reconoce
que Te Urewera posee “una identidad en sí mismo” que inspira
a “las personas a comprometerse en su cuidado”. Aunque todas
las personas están llamadas a esta labor de cuidado, responsabilida-
des especiales recaen sobre los Tuhoe, quienes trabajando con una
Junta del gobierno están encargados de “actuar en nombre y repre-
sentación de Te Urewera”.3 Desde 2014, el territorio dentro de Te
Urewera dejó de pertenecer a la Corona y ya no es administrada
bajo la rúbrica de “tierras de conservación”. En cambio, la tierra
se mantiene en una forma inalienable de dominio pleno en poder
de la propia Te Urewera.4 Así pues, Te Urewera ejerce una forma
de autopropiedad.
Aunque único,Te Urewera no está sólo. En 2017 se le unieron
otras dos personas jurídicas no humanas: el Taranaki, una impresio-
2 Gobierno de Nueva Zelanda, Te Urewera Act (2014), sección 11, http://
www.legisiation.govt.nz/act/public/2014/0051/latcst/whole.htmL.
Para un útil sumario y la serie de comentarios sobre este caso, véase
“Whiringa-a-nuku”, special issue, Maori Law Review 9 (Octubre 2014).
3 Gobierno de Nueva Zelanda, Te Urewera Act (2014), sección 17
(a).
4 Gobierno de Nueva Zelanda, Te Urewera Act (2014), secciones 12 y 13.
216 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
Press, 2010); Matthew Palmer, The Treaty of Waitangi in New Zealand’s Law
and Constitution (Wellington:Victoria University Press, 2008).
10 Traducción de Kawharu, Waitangi, apéndice, 319-21.
218 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
II
La reflexión sobre estos ejemplos nos retrotrae a una cuestión que
se planteó en el capítulo 1. Allí señalé que, además de la crítica más
bien estrecha y específica de los sistemas coloniales de propiedad
de la tierra como estructuras de “desposesión”, también existe una
gama de recursos intelectuales indígenas que rechazan el lenguaje
de la posesión de manera más completa, por ejemplo, echando
mano del lenguaje del desarraigo o la profanación. Estos argumen-
tos encuadran el problema no en términos de posesión y robo, sino
de cuidado y responsabilidad. En palabras de la académica mohawk
Patricia Monture-Angus, esta es una “lucha para ser responsable”.13
Inspirada en su propio contexto e historia de lucha, la teórica po-
lítica dene Glen Coulthard teoriza esto como una “normatividad
arraigada” [grounded normativity], argumentando que las “luchas
indígenas contra el imperialismo capitalista se entienden mejor
como luchas orientadas por la cuestión de la tierra: es decir, luchas
no sólo por la tierra, sino profundamente moldeadas por lo que la
tierra como modo de relación debería enseñarnos sobre cómo vivir
nuestras vidas con los demás y con nuestro entorno de manera res-
petuosa, sin dominación ni explotación”.14 El trabajo de Coulthard
15 Vine Deloria Jr., God Is Red: A Native View of Religion, Edición por el 30o
aniversario (New York: Fulcrum, 2003); Winona LaDukc, All Our Rela-
tions: Native Struggles for Land and Life (New York: South End Press, 2008).
16 E.g., Keith Basso, Wisdom Sits in Places: Landscape and Language among the
Western Apache (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1996);
Paul Nadasdy, Hunters and Bureaucrats (Vancouver: University of British
Columbia Press, 2003); Shiri Pasternak, Grounded Authority.
17 Para una pequeña muestra de esta vasta bibliografía antropológica véase:
Julie Cruikshank, Do Glaciers Listen? Local Knowledge, Colonial Encounters,
and Social Imagination (Vancouver: University of British Columbia Press,
2005); Daniel de Copper, “...Land Owns People”, en R. H. Barnes, Da-
niel de Coppet, y R. J. Parkin, eds., Contexts and Levels: Anthropological
Essays on Hierarchy (Oxford: JASO, 1985), 75-90; Marisol de la Cadena,
Earth Beings: Ecologies of Practice across the Andean Worlds (Durham, NC:
Duke University Press, 2015); Fred Myers, Pintupi Country, Pintupi Self:
Sentiment, Place, and Politics among the Western Desert Aborigines (Berkeley:
University of California Press, 1991); Mark Nuttall, Arctic Homeland: Kins-
hip, Community, and Development in Northwest Greenland (Toronto: Univer-
sity of Toronto Press, 1992).
18 L. Simpson, As We Have Always Done, 43. Sobre este tema véase también
Goeman, “From Place to Territories and Back Again”.
Conclusión 221
***
En la segunda mitad del siglo XX surgió un amplio y complejo
conjunto de debates en el pensamiento social, legal, económico
y político sobre el estatus de la entidad (algo mítica) conocida
como “bienes comunes” [commons]. El locus classicus de estos debates
sigue siendo el famoso artículo de 1968 de Garrett Hardin, “La
tragedia de los comunes”. Allí, Hardin propuso un dilema de la
teoría de juegos en el que la regulación libre y espontánea de los
recursos comunes parece casi imposible. Dado que cada persona
con acceso a los bienes comunes está (supuestamente) racional-
mente impulsada a maximizar su uso, los bienes comunes pronto
se agotan, así que nadie puede beneficiarse de ellos. En resumen, el
20 Joanne Barker, “Decolonizing the Mind”, Rethinking Marxism: A Journal
of Economics, Culture and Society 30, no. 2 (2018).
21 Shiri Pasternak, “How Capitalism Will Save Colonialism: The Privatiza-
tion of Reserve Lands in Canada”, Antipode 47, no. 1 (Enero 2015).
Conclusión 223
30 Para una crítica de este tipo, véase Sharma y Wright, “Decolonizing Re-
sistance”.
31 David Schorr, “Savagery, Civilization, and Property: Theories of Societal
Evolution and Commons eory”, Theoretical Inquiries in Law 19 (2018).
32 Véase por ejemplo Melanie Johnson-DeBaufre, Catherine Keller, y Elias
Ortega-Aponte, eds., Common Goods: Economy, Ecology, and Political eology
(New York: Fordham University Press, 2015).
33 Para una crítica extensa de la aplicación del marco de los “bienes comu-
nes” al colonialismo, véase A. Greer, Property and Dispossession, en particu-
lar el capítulo 7.
34 Bonnie Honig, Public things: Democracy in Disrepair (New York: Fordham
University Press, 2017), 89.
Conclusión 227
***
Otros intentos por desplazarse indirectamente hacia los debates
dominantes sobre la privatización y los bienes comunes típicamen-
te recuperan voces menores dentro de la teoría política y legal
europea. Esta estrategia quizás esté mejor representada en el trabajo
del filósofo italiano Giorgio Agamben. Por ejemplo, en su obra
Altísima pobreza, Agamben desarrolla un análisis de las prácticas
monásticas franciscanas en los siglos XII y XIII como formas de
resistencia a un modo de gobierno cada vez más jurídico y propie-
tario impuesto por el orden papal de la época. En cierta medida,
el régimen de vida perseguido por los franciscanos se asemeja a
la política indígena discutida anteriormente, ya que los primeros
también renunciaron a la propiedad y, sin embargo, presentaron
reclamos específicos de cuidado y administración basados en el
deber. Agamben recurre a este ejemplo histórico como un medio
para explorar “cómo pensar una forma-de-vida, una vida humana
35 Para una intervención perspicaz en este sentido, véase Sandy Grande,
“Accumulation of the Primitive: The Limits of Liberalism and the Poli-
tics of Occupy Wall Street”, Settler Colonial Studies 3, no. 4 (2013).
228 Robert Nichols – ¡El robo es la propiedad!
***
Espero que a estas alturas esté claro que ninguna forma legal o
política en particular puede ser inmune a los abusos de poder. Ni
los bienes comunes ni una res nullius inapropiable son inocentes
frente a las prácticas de dominación. Tampoco debemos esperar la
incorruptibilidad de los modelos del cuidado, la mayordomía y la
responsabilidad. Esta es la advertencia que hace el “crítico simpa-
tizante”. Si bien los sistemas organizados de proyección y cuidado
ecológico plantean desafíos significativos a los marcos de propie-
dad más predominantes, también implican compromisos con los
órdenes legales y políticos existentes. Dichos proyectos a menudo
deben apelar a la protección legal de los mismos Estados que his-
tóricamente han dominado y despojado a los pueblos indígenas.
Además, corren el riesgo de cosificar a la “naturaleza” como un
objeto estático que puede ser protegido y preservado (en vez de
entenderla como un conjunto dinámico de relaciones vivas que
exceden cualquier codificación legal particular), o como un “su-
jeto” que debe probar su valor a través de la evaluación moral de
la personalidad. David Delgado Shorter expresa esta preocupación
cuando argumenta que “llamar a algo espiritual” o “sagrado” para
ganar un reclamo de tierras en un tribunal de justicia colonial es
una táctica absurda, ya que el precedente en las cortes estadou-
nidenses ha tendido hacia el uso y la producción capitalista de
la tierra con fines de lucro (y por tanto orientados al objeto)”.43
Cuando Gerrard Alberta habla de otorgar personalidad jurídica al
río Whanganui como una “aproximación en la ley” de un con-
junto de compromisos normativos maoríes de larga data, tal vez
esté llamando nuestra atención sobre estos dilemas: las condiciones
altamente restrictivas y constreñidas –en palabras de Audra Simp-
III
Sabemos por experiencia histórica que la resignificación expresiva
puede alterar radicalmente los términos de la lucha política, pero
sólo cuando esta política está afianzada en instituciones y prácticas
materiales. Si esto es correcto, entonces la pregunta ya no es qué
nuevas formas políticas son emancipatorias, sino bajo qué condiciones
pueden funcionar de esa manera. ¿Cómo podemos asegurar que
los nuevos vocabularios y configuraciones de la estructura legal
***
En honor a la recursividad, me gustaría concluir volviendo al punto
de partida. La imagen de la portada de este libro es una obra del
artista oglala lakota Donald F. Montileaux (Pájaro Amarillo). Es un
ejemplo del ledger art, un estilo distintivo desarrollado en la región
de las Llanuras de Norteamérica.47 En el siglo XIX, los pueblos
indígenas de las Llanuras tenían poco acceso al papel. General-
mente sólo se podía adquirir el papel ya utilizado por los colonos
euroamericanos para escrituras, títulos y libros de contabilidad. Los
artistas indígenas tomaron estos papeles y pintaron sobre ellos en
formas gráficas y vibrantes.Tomaron los materiales que habían sido
utilizados por los colonizadores para documentar el despojo y los
transformaron en una expresión de las experiencias y formas de
vida de sus propios pueblos. En el siglo XX este trabajo fue revivi-
do por toda una nueva generación. Los ejemplos contemporáneos
representan tanto los principales temas históricos (por ejemplo,
batallas importantes) como las prácticas cotidianas más tranquilas
de supervivencia, cuidado y prosperidad. Montileaux explica que
Canadá
An Act to Amend and Consolidate the Laws Respecting Indians (1876).
[“The Indian Act”].
An Act Respecting the Civilization and Enfranchisement of Certain
Indians. 22 Vic. c.9 (1859).
An Act to Encourage the Gradual Civilization of Indian Tribes in This
Province, and to Amend the Laws Relating to Indians. 20 Vic. c.26
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Act of March 3, 1855 (33rd Congress). Ch. CCVII, 10 Stat. 701-2.
Act of May 20, 1862 (37th Congress). Ch. LXXV, 12 Stat. 392-93.
Act of March 3, 1865 (38th Congress). Ch. CIX, 13 Stat. 530-32.
Act of March 3, 1865 (38th Congress). Ch. XXVII, 13 Stat. 541-63.
Act of June 21, 1866 (39th Congress). Ch. CXXVII, 14 Stat. 66-67.
Act of March 3, 1873 (42nd Congress). Ch. CCLXXVII, 17 Stat. 605-6.
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