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9) LA MORAL Y EL ARTE

El arte de cada época refleja sus ideas básicas, también sus ideas éticas. La Edad
Media es una época de arte religioso. Muchas de las representaciones son de Cristo, la
Virgen, los santos, el infierno, el cielo… También se reflexiona sobre el fin del hombre,
el camino para salvarse etc. De ahí que abunden las representaciones de las virtudes1, o
escenas moralizantes, igual que en el Renacimiento.

No encontramos representaciones de las virtudes en la modernidad.

Si nos vamos a principios del siglo XX, el arte está centrado en representar la
fuerza de la voluntad humana, el superhombre (el soldado alemán o el campesino
soviético), el hombre nuevo, joven, fuerte, decidido que va a cambiar el mundo.

9.1) Verdad bien y belleza


Tradicionalmente se ha considerado que el arte busca lo bello, que es, de alguna
manera, lo mismo que la verdad y el bien en cuanto que es irradiado por ellos. La
verdad y el bien son bellos en sí mismos, irradian belleza. La belleza es en un cierto
sentido la expresión visible del bien, así como el bien es la condición metafísica de la
belleza. Por eso no toda forma de expresión es arte, no todo lo que se escribe es
literatura, ni cualquier conjunto de sonidos se considera música.

Lo habían comprendido acertadamente los griegos que, uniendo los dos


conceptos, acuñaron una palabra que comprende a ambos: «kalokagathia», es decir
«belleza-bondad». A este respecto escribe Platón: «La potencia del Bien se ha refugiado
en la naturaleza de lo Bello».

La materia del Arte es, ciertamente, toda la realidad en cuanto percibida y


expresada por una conciencia individual, la del artista, y mediante una acción particular
que se convierte en contenido de la obra de arte: ya sea la historia de uno o varios
personajes ficticios (en la literatura o en el cine), o la peculiar emoción ante un paisaje
(en la literatura, la pintura, la arquitectura, la música o la fotografía creativa), o una
experiencia vital del autor o de un personaje creado por éste (a través de la pintura, la
escultura, la literatura, la música, la fotografía…). Sin embargo, cuando el artista

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Las virtudes son siete:
• Tres teologales (hacen referencia a Dios): fe, esperanza y caridad
• Cuatro cardinales: enunciadas por Platón, son las virtudes principales y fundamentales de las que
se derivan todas las demás: prudencia, justicia, fortaleza, templanza .
concibe la acción que representará en su obra, lo hace con el fin de manifestar la belleza
de esa acción y, por analogía, de todas las acciones humanas semejantes. Por eso
puede afirmarse que el Arte revela el ser (el ser del hombre y del mundo, aunque
indirectamente también el ser de Dios) en cuanto que es bello, es decir, capaz de
producir un intenso placer en todas las potencias contemplativas del hombre.

Desde esta perspectiva, no hay duda de que los principios morales, aquellos en
virtud de los cuales una sociedad determina lo que es bueno o malo, juegan un papel
fundamental a la hora de explicar su arte y, por tanto, puede decirse con pleno acierto
que el arte es el reflejo de los valores morales de una sociedad.

En el mundo medieval, imbuido de ideas cristianas, la verdad y el bien supremos


eran Dios, la perfección del hombre consistía en la contemplación divina, en elevarse
hasta Dios. De ahí que el arte medieval sea en una altísima proporción arte sacro, que
las obras siempre respeten los principios religiosos y que la obra por antonomasia sea la
catedral gótica, que parece querer llegar al cielo.

En el Renacimiento se sigue buscando la belleza, pero una belleza que ya no es


definida en función de lo espiritual, de la Verdad y el Bien últimos, que es Dios, sino
del propio hombre: la verdad fundamental es el hombre mismo y, por eso, lo bello es el
hombre, con todos sus defectos y virtudes. El arte se desacraliza, tiene más temas y no
se preocupa tanto por la perfección del hombre como por reflejar su realidad, su
anatomía etc.

El Renacimiento, sin embargo, no niega la realidad de las cosas; es una toma


distancia respecto de la realidad espiritual del hombre (y esto de forma moderada,
germinal…), pero no una negación de la realidad. En cambio, el surrealismo niega la
racionalidad, el nihilismo niega que exista lo bueno y lo malo… Por eso en un mundo
nihilista el arte no busca la belleza: si no existe el bien, tampoco la belleza, luego ¿por
qué buscarla?

Por tanto, de las ideas que tengamos sobre lo verdadero y lo bueno, dependerán
también las ideas que tengamos sobre lo bello y, por tanto, el arte que hagamos. Pero
entonces, ¿puede una verdadera obra de arte inducir al mal? ¿Puede una novela alabar o
justificar una infidelidad amorosa, o un comportamiento rencoroso o un desprecio de
Dios y de la fe? ¿Hasta qué punto esa novela puede seguir siendo artística?
En principio, la inmoralidad de algunos contenidos inteligibles en una obra de
arte no anula definitivamente su valor artístico, pues si bien es cierto que la Belleza y el
Bien, como la Verdad, se identifican en el orden del Ser, el sujeto humano los conoce
como nociones diferentes, como formalidades distintas. Es decir, en el orden del
conocer humano, que no capta simultáneamente todas las propiedades del ser, Belleza y
Bien se distinguen suficientemente. De esta manera, un escritor puede escribir una
novela sobre un amor indecente (p. ej. dos personas casadas) pero puede reflejar al
hacerlo la belleza del amor entre un hombre y una mujer y, por tanto, está reflejando
parte de la verdad y el bien, aunque no todo lo que sería posible y deseable. Del mismo
modo, una obra de arte que refleje el mal, no hace más que reflejar, por contraste, el
bien; es decir, en la medida que consigo hacer entender lo que no es bueno o bello (el
mal o la fealdad), puedo hacer entender que la gente comprenda por contraste lo que es
bueno y bello.

El artista puede experimentar el placer de lo bello sin ser del todo consciente de
la verdad y la bondad de esa realidad finita, puede reflejar la belleza de las cosas “sin
querer” e incluso observando él mismo comportamientos inmorales.

9.2) El arte como función social

Si aceptamos que el arte tiene como objeto la belleza y que esta emana de la
verdad y el bien, podemos entender fácilmente la labor del artista como una función
social.

El arte, en primer lugar, transmite una serie de contenidos (pensemos en los


frescos y los relieves de los edificios antiguos, en los cuadros, la música, el cine…) que
tienen un gran poder de modelar la sociedad. En la medida en que esos contenidos
contribuyan a perfeccionar al hombre, el arte cumplirá su labor social y será moralmente
bueno.

El arte es quizás el componente más importante de una cultura que, a su vez, es


junto con la religión y la historia (en buena medida como expresión de ambas) el factor
más importante para la creación de vínculos sociales. Nuestras creencias, nuestra
cultura, nuestra lengua, las tradiciones que hemos recibido y tratamos de proteger dan
forma y sentido a nuestra vida y nos permiten identificarnos con nuestros compatriotas
hasta el punto de considerarnos un grupo distinto de los demás.
En segundo lugar, al hombre, dotado de inteligencia le es necesaria la verdad de
la palabra, expresión racional del conocimiento de la realidad creada e increada; pero la
verdad puede también encontrar otras formas de expresión humana, complementarias,
sobre todo cuando se trata de evocar aquello que esta tiene de inexpresable, la
profundidad del corazón humano. El arte sería una de las grandes opciones del hombre
para expresar la verdad y el bien en lo que tienen de más inexplicable. Nada más
glorioso para el arte que colaborar al progreso del hombre;

La obra de arte verdaderamente buena, en cuanto forma de expresión, nos


transmite un mensaje, como las demás formas de expresión, pero además nos produce
una conmoción vital, que se explica por la profundidad con la que el mensaje entra en
nosotros, superior a la que se lograría con otros medios de transmitir ese mismo mensaje
(yo puedo explicar lo que es el amor, pero si lo veis plasmado en una buena película,
aunque quizás no supieseis explicarlo en el examen, ese contenido penetrará mucho más
en vosotros; puedo hablar de teología, pero mucha gente lo entenderá mejor viendo un
paso de Semana Santa, y llorarán de emoción). Hay una armonía natural entre el
sentimiento, la inteligencia y la voluntad del ser humano y la obra de arte, al excitar no
solo la inteligencia (como lo haría una clase teórica) sino también el sentimiento, es
capaz de provocar efectos mayores al transmitir su mensaje.

De manera que por muy certeras que sean sus afirmaciones de índole
antropológica, moral, religiosa o política, si no produce una intensa experiencia vital, la
obra de arte será un auténtico fracaso estético. ¡Cuántas obras literarias, pictóricas o
escultóricas han nacido comprometidas con una nobilísima causa y, sin embargo, no
provocan una emoción particular en ningún receptor, por favorable que sea a tal idea o
doctrina! Esto sucede porque la obra artística no se justifica por sus ideas, sino por la
intensidad con que refleja y proyecta una experiencia vital en un individuo (el receptor)
que nada ha tenido que ver con la experiencia vital de su autor.

9.3) El artista y su deber moral


Quien percibe en sí mismo esta especie de destello divino es el artista, el artífice
(que no el “creador”, ni el entertainer) de la obra de arte. Según Diderot, el artista es
amoral: para él no hay nada sagrado, ni siquiera la virtud, a la que teñirá de ridículo.
No es ni impío ni religioso. Es artista, es decir, mago creador que crea una ilusión (…)
sus propias creencias y hasta los aspectos individuales de su obra, si no la obra misma,
no tienen que ser edificante. Pero si lo que hemos dicho hasta aquí es cierto, la
afirmación de Diderot es falsa.

En primer lugar, la realización de la obra no puede implicar la degradación o la


corrupción del artista. Ninguna obra que se realice a costa de degradar a su autor puede
ser buena. En cuanto que obra humana, la obra artística está subordinada al bien del
hombre que la realiza.

En segundo lugar, al modelar una obra el artista se expresa a sí mismo hasta el


punto de que su producción es un reflejo singular de su mismo ser, de lo que él es y
de cómo es. Esto se confirma en la historia de la humanidad, pues el artista, cuando
realiza una obra maestra, no sólo da vida a su obra, sino que por medio de ella, en
cierto modo, descubre también su propia personalidad. De aquí la importancia para el
artista de tener una buena formación moral: la obra verdaderamente buena saldrá de
artistas buenos o al menos de artistas que tengan cierta sensibilidad para el bien, aunque
luego no lo sigan: se puede captar lo bueno y hacer el mal, pero lo que no se puede es
ser incapaz de captar lo bueno y, sin embargo, ser capaz de captar lo bello. Junto al
perfeccionamiento de su sensibilidad estética, el artista necesita vivir en un
conocimiento creciente de la verdad y en un ejercicio continuo de la virtud que hace
bueno al hombre. Mientras más bien sea capaz de captar, más belleza será capaz de
reflejar.

En tercer lugar, el artista debe ser consciente de la especial responsabilidad que


conlleva el ser una figura reconocida y seguida por muchas personas, a las que podrá
influir mal o bien.

Paul Claudel señalaba a Arthur Fontaine: «Será dulce para mí, cuando esté en el
lecho de muerte, pensar que mis libros no han contribuido a aumentar la espantosa
suma de tinieblas, de duda, de impurezas, que aflige a la humanidad, sino que aquellos
que los han leído no han encontrado en ellos más que motivos para creer, para
alegrarse, para esperar»."

Por último y puesto que la obra de arte cumple una función social, aquel que por
tener la vocación artística —de poeta, escritor, pintor, escultor, arquitecto, músico,
actor, etc.— es capaz de realizarla, tiene al mismo tiempo la obligación de no malgastar
ese talento. Según Freud, los poetas “perciben entre el cielo y la tierra muchas cosas que
nuestra sabiduría erudita no nos permite siquiera imaginar
imaginar”,
”, y esta capacidad, como en
general todas las capacidades que se nos dan, debe ser aprovechada.

9.4) El artista,, un profesional versátil

Lo que se ha dicho hasta aquí se refiere, únicamente, al ejercicio de la profesión


pura de artista, pero con frecuen
frecuencia
cia no es tal el destino del artista, que acaba viéndose
trabajando en ámbitos tan diferentes como la docencia, la política, el periodismo, los
museos, o la empresa y las fundaciones.

Muchos de estos campos han experimentado un desarrollo de su deontologí


deontología
superior al que se ha dado en el campo del arte puro. El artista deberá tener en cuenta
las normas deontológicas de la profesión que realiza en cada momento, no solo las
propias de su formación como artista, entre otras cosas porque las situaciones que
prevén
revén esas normas pueden presentárseles igual.

Alegoría de la Justicia y la Paz (Corrado Gianquinto)

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