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Los principios estructurales

Los principios estructurales del Derecho Internacional Público


1. Igualdad soberana entre Estados
En palabras de Espósito (2010), la igualdad soberana “es quizá el principio más fundamental
entre los que forman el núcleo del Derecho internacional. Tan es así que algún autor califica la
igualdad soberana de los Estados incluso como la norma fundamental del derecho
internacional”. (p. 173)
Continúa el mismo autor señalando que, no obstante, ahora es considerada como tal, durante
mucho tiempo se consideró que esta calidad de igualdad en soberanía solo le correspondía a
ciertos Estados Europeos, en teoría porque solo este selecto grupo reunía los caracteres
necesarios para ser considerados como iguales en el derecho internacional, pues compartían
cultura, valores e intereses entre ellos. ya que solo los Estados europeos reunían las
características necesarias para ser considerados iguales según ese derecho internacional, esto
es, una cierta homogeneidad cultural y una comunidad de valores e intereses.
El autor describe que
La consagración convencional del principio de igualdad soberana de los Estados llega
con la Carta de las Naciones Unidas en un momento histórico en el que había tenido
éxito el proceso de estatalización, que extendió el modelo de organización política
territorial de Estados occidentales por todo el mundo. En efecto, la Carta de Naciones
Unidas dio origen a una nueva fase en la evolución de la igualdad soberana de los
Estados no sólo porque declara que la propia Organización está basada en dicho
principio, sino también porque introduce el objetivo de la descolonización, que permite la
incorporación a la Organización de los nuevos Estados que accedían a la
independencia y que asumían el principio de igualdad soberana en todos sus elementos
como garantía del respeto de su soberanía interna, mediante reglas de no intervención
e integridad territorial, y de su soberanía externa, a través de un reconocimiento de sus
derechos en las relaciones con otros Estados. (p. 176)
En ese sentido, el primer párrafo del artículo 2 de la Carta de las Naciones Unidas señala que
«la Organización está basada en el principio de igualdad soberana de todos sus miembros». La
misma idea es plasmada en la Declaración sobre los principios de Derecho Internacional
referentes a las relaciones de amistad y a la cooperación entre los Estados, que señala que los
Estados «tienen iguales derechos e iguales deberes y son por igual miembros de la comunidad
internacional, pese a las diferencias de orden económico, social, político o de otra índole» (pp.
176-177).
2. Solución pacífica de las controversias
Según Villalta (2014), tanto la Carta de las Naciones Unidas como el derecho internacional en
general obligan a los Estado a solucionar sus controversias por medios pacíficos, evitando el
uso de amenazas o de la fuerza, sin embargo, los organismos internacionales no imponen
tampoco el uso de determinado medio de solución, sino que los Estados en litigio pueden optar
por alguno de los existentes (p.17).
La citada autora señala que,
La práctica internacional ha establecido que los medios de solución pacífica de las
controversias internacionales son de dos clases: Los “Políticos o Diplomáticos” que
tienden a facilitar el acuerdo entre las partes en litigio, siendo estos: la negociación
directa, los buenos oficios, la mediación, la investigación y la conciliación. Y los
“Jurídicos” que consisten en someter el litigio a un Tribunal Internacional o Arbitral para
que lo resuelva a través de una sentencia o de un laudo, siendo estos: el arbitraje y la
jurisdicción internacional (arreglo judicial). (2014, p.17)
A. Los Medios Políticos o Diplomáticos
Habitualmente las disputas internacionales se resuelven con las negociaciones directas, las
cuales a menudo se desarrollan a través de canales diplomáticos y por regla general, en ellas
participan representantes plenipotenciarios designados por los Estados en disputa, que pueden
incluso llegar a ser ministros de Relaciones Exteriores o incluso jefes de Estado. Esto es
común en los tratados para la solución pacífica de controversias que prevén expresamente el
uso de negociaciones directas; algunos incluso van tan lejos como para exigir a las Partes que
intenten resolver una disputa entre ellos a través de la negociación directa antes de recurrir a
otras formas de resolución.
Los buenos oficios, por otro lado, son cuando un Estado, una persona conocida o una
organización internacional presta sus buenos oficios para acercar a las partes en un conflicto y
alentarlas a negociar. En el caso de la mediación, Un tercero (el mediador), que puede ser un
Estado o una persona conocida y de renombre en el área, participa en las negociaciones y
ofrece sugerencias y propuestas a las Partes de la Controversia en un esfuerzo por resolver la
Controversia. El deber del mediador es brindar recomendaciones y sugerencias a fin de llegar a
una resolución justa y digna para las Partes, no actuar como juez que dicta veredictos, sino que
su rol consiste más en elaborar sugerencias y recomendaciones para que se alcance una
solución justa para ambas partes.
Otro método es la llamada investigación, que consiste en que las partes en disputa nombran
una Comisión Internacional de Investigación para aclarar los puntos de hecho en los que las
partes discrepan, allanando el camino para una solución negociada. Además, a menos que se
acuerde lo contrario, las Partes no están obligadas a aceptar las conclusiones de la Comisión
de Investigación.
Finalmente, está la conciliación, que está formada por las Partes en una Comisión que lleva a
cabo un examen imparcial de una disputa y se esfuerza por definir términos de solución
aceptables para las Partes. Los términos de transacción propuestos por la Comisión no son
vinculantes para las Partes. Por lo general, consta de miembros elegidos por cada Parte, así
como de uno o más miembros extranjeros elegidos por ambas Partes con el consentimiento.
Puede formarse de manera permanente o "ad hoc" para tratar una disputa específica (Villalta,
2014, pp. 17-18).

B. Los Medios Jurídicos


De acuerdo con la misma autora,
Los medios jurídicos de solución pacífica de las controversias internacionales son el
arbitraje y la solución judicial (justicia internacional), ambos terminan con la decisión
obligatoria de un Tribunal, pero con la diferencia que en el arbitraje las Partes
constituyen el Tribunal, escogen los árbitros y convienen el procedimiento; y en el
arreglo judicial se presupone la existencia de un Tribunal o Corte Permanente
preconstituido que tiene sus propios jueces y reglas de procedimiento. (p. 18)
El artículo 37 de la Convención de La Haya sobre Solución Pacífica de los Conflictos
Internacionales de 1907 dispone que el arbitraje internacional, tiene por objeto “la solución de
los conflictos entre Estados por jueces de su elección sobre la base del respeto al derecho. El
recurso al arbitraje implica la obligación de conformarse de buena fe a la sentencia”. En ese
orden de ideas, se tiene que el fundamento del arbitraje reposa sobre el consentimiento que
ofrecen los Estados en litigio, puesto que ellos aceptan que el laudo arbitral con el que se
pondrá fin a la controversia será de cumplimiento obligatorio, constituyéndose de este modo en
un medio apropiado para la solución de las controversias jurídicas.
La citada autora continúa señalando existen distintos medios para atribuir competencia a un
Tribunal Arbitral. Estos son: el compromiso arbitral, la cláusula compromisoria, o por un tratado
general de arbitraje o de solución pacífica de controversias. El primero de ellos se trata de un
acuerdo especial entre Estados mediante el cual convienen someter una controversia existente
entre ellos a la decisión de un Tribunal Arbitral, designando así mismo la composición del
Tribunal, las reglas de procedimiento y el derecho aplicable.
En segundo lugar, de conformidad con la cláusula compromisoria, los Estados Contratantes
convienen en arbitrar cualquier controversia que pudiera surgir entre ellos en relación con la
interpretación y aplicación del Tratado. El Tratado General de Arbitraje o Solución Pacífica de
Controversias es el acuerdo entre dos o más estados para someter a arbitraje todas o una
categoría específica de controversias que surjan entre ellos y no puedan ser resueltas
mediante negociaciones directas.
Finalmente, la Corte Permanente de Arbitraje fue establecida por la Primera Conferencia de la
Paz en La Haya en 1899 para facilitar el uso del arbitraje. Su funcionamiento se vio facilitado
por el establecimiento de una oficina internacional con sede en La Haya designada para servir
como Secretaría de la Corte. La función principal de este Tribunal es mantener una lista de
personas con reconocida competencia en derecho internacional (Grupo Nacional) para ejercer
funciones arbitrales y que eventualmente puedan constituir un Tribunal Arbitral. El arreglo
judicial implica la resolución de controversias mediante la imposición de una sentencia
preceptiva por un Tribunal Permanente dotado de una estructura jurídica orgánica, es decir, un
tribunal permanente que ya ha sido establecido y funciona de acuerdo con su propio estatuto o
tratado fundacional (Villalta, 2014, pp. 18-19).

3. Prohibición de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza


Fuentes (2014), señala que,
Hasta antes de la Primera Guerra Mundial un Estado podía recurrir a la guerra como
modo de solucionar sus controversias. Este recurso a la guerra, como forma aceptada
de solución de controversias, dio origen a un ius in bello, es decir a toda una normativa
destinada a regular cómo se deben desarrollar las hostilidades. (p. 257)
Continúa la autora señalando que, en el plano jurídico, la guerra era entendida no solo como
una acción natural, sino como una prerrogativa inherente a la soberanía estatal. Sin embargo,
pese a que existía esta idea generalizada, se encuentra que ya se comenzaba a esparcir la
idea, incluso antes de la Primera Guerra Mundial, de que la guerra era un recurso de última
ratio, y que por lo tanto los Estados debían propiciar que las controversias encontrasen
solución con medidas pacíficas.
Así, en 1919 el Pacto de la Sociedad de las Naciones, si bien no prohibió el uso de la
fuerza, restringió su empleo en el artículo 12.1 de la siguiente manera: Todos los
Miembros de la Sociedad convienen en que, si surge entre ellos algún desacuerdo
capaz de ocasionar una ruptura, lo someterán al procedimiento de arbitraje, a arreglo
judicial o al examen del Consejo. Convienen, además, en que en ningún caso deberán
recurrir a la guerra antes de que haya transcurrido un plazo de tres meses después de
la sentencia de los árbitros o de la decisión judicial o del dictamen del Consejo.
(Fuentes, 2014, p. 256)
El Tratado General de Renuncia a la Guerra, también conocido como Pacto de París o Pacto
Briand-Kellog, fue firmado el 27 de agosto de 1928, y fue a través de este que casi todos los
Estados existentes en ese momento renunciaron finalmente al uso de la guerra como
herramienta de política internacional, ratificando dicho pacto. Sin embargo, dado que este
Pacto solo prohibió la guerra, la cuestión de si otros usos de la fuerza que no calificaban
adecuadamente como guerra eran legales sigue sin respuesta, además, de que no se definió la
excepción para la legítima defensa.
Es ya en el año 1945, continúa la citada autora, con la elaboración de la Carta de las Naciones
Unidas que se plasmó una norma referida a la prohibición general del uso de la fuerza. El
artículo 2.4 de dicho tratado dispone que “Para la realización de los propósitos consignados en
el Artículo 1, la Organización y sus Miembros procederán de acuerdo con los siguientes
Principios: 4. Los miembros de la Organización, en sus relaciones internacionales, se
abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la
independencia política de cualquier Estado, o en cualquier otra forma incompatible con los
propósitos de las Naciones Unidas”. Finalmente, la autora señala que resulta complicado
establecer exactamente en que momento esta prohibición de usar la fuerza para resolver
controversias se convirtió en una norma de derecho internacional consuetudinario, puesto que
la redacción del citado artículo podría entenderse tanto como parte de la codificación como
también parte del desarrollo progresivo del derecho (Fuentes, 2014, p.257).

4. No intervención en los asuntos internos


Según Vargas (2005),
Pocas dudas pueden caber de que el principio de no intervención – o el deber de un
Estado de no intervenir en los asuntos domésticos de otro- constituye una norma
fundamental del actual derecho internacional y uno de los principios rectores de las
relaciones internacionales contemporáneas. (p. 137)
El citado autor prosigue señalando que en tras la Segunda Guerra Mundial, el principio de no
intervención se convirtió en una de las reglas fundamentales de las relaciones internacionales.
Esto fue respaldado por la Carta de la OEA y los documentos fundacionales de otras
organizaciones internacionales, y esta idea fue consagrada en importantes resoluciones de la
Asamblea General de las Naciones Unidas. La Corte Internacional de Justicia, principal órgano
judicial de la comunidad internacional también ha avalado la no intervención como norma
fundamental del derecho internacional vigente (p. 137).
Finalmente, el autor señala que la noción del principio de no intervención más acertada es la
formulada por la Corte Internacional de Justicia en el asunto sobre Actividades Militares y
Paramilitares en y contra de Nicaragua, cita que dicha ocasión la corte expresó que “el
Principio de No Intervención implica el derecho de todo Estado soberano de conducir sus
asuntos sin injerencia extranjera” (Vargas, 2005, p. 138).

5. Cooperación internacional para el desarrollo


En palabras de Surasky (2005), “la primera noción de la cooperación para el desarrollo surgió
al finalizar la Segunda Guerra Mundial y su objetivo general era aportar fondos a los Estados
perdedores, así como a los más pobres para enfrentar la pobreza y las consecuencias, sobre
todo del comercio internacional” (p. 87). Para el autor, un factor que potenció la relevancia que
tenía la cooperación entre Estados fue el proceso de descolonización posterior al
enfrentamiento bélico, puesto que los nuevos Estados independientes empezaron a cuestionar
el orden económico vigente, en aquel entonces, y en consecuencia exigían la incursión de uno
nuevo modelo que resultase más inclusivo con las nuevas economías (p. 87).
Continúa el citado autor,
La cooperación internacional para el desarrollo como una política particular dentro del
amplio campo de relaciones económicas y políticas internacionales, referida al conjunto
de bienes, servicios y capitales que, bajo ciertas condiciones preferenciales, los Estados
más desarrollados transfieren a los Estados menos desarrollados, con el objeto de
promover su desarrollo.
De ahí que está cooperación tiene sentido sobre la base del presupuesto de que
las relaciones económicas internacionales no garantizan de por sí el desarrollo de los
países, sino que por el contrario éste solo puede ser el resultado de políticas orientadas
al crecimiento y la transformación tanto económica cuanto social, introduciendo criterios
de solidaridad en las relaciones internacionales. (Surasky, 2005, p. 87)

6. Respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales


Tomuschat (s.f.) precisa que,
Las Naciones Unidas se crearon en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial
con el objetivo principal de salvaguardar la paz y la seguridad en el mundo. Desde sus
inicios, los fundadores eran conscientes de la estrecha relación existente entre la paz y
los derechos humanos, puesto que únicamente en un contexto de paz sería posible que
los seres humanos disfrutaran plenamente de sus derechos. Las personas no debían
volver a verse perseguidas por las atrocidades, ni volver a ser víctimas de políticas tan
genocidas como las que habían devastado sociedades de toda Europa. (párr. 1)
El autor prosigue explicando que es ya en el Preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas
que se deja por sentado que una de las principales tareas de la ONU sería la de “reafirmar la fe
en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en
la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas”.
Finalmente, Tromuschat (s.f.) hace referencia al Artículo 1, párrafo 3, del tratado en mención,
texto que precisa que las Naciones Unidas tendrán como responsabilidad “el desarrollo y
estímulo del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales de todos, sin
hacer distinción por motivos de raza, sexo, idioma o religión” (párr. 2)

7. Fortalecimiento de la solidaridad y fraternidad entre los Estados


La Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos presentó el 22 de
julio de 2009 un informe del Experto independiente sobre los derechos humanos y la
solidaridad internacional al Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. En el
mencionado informe, se precisa que son varios los actos de solidaridad y cooperación
internacional que se llevan a cabo mediante políticas e instrumentos jurídicos, constituyendo
tales “una prueba de la práctica de los Estados en consonancia con la convicción u opinio juris”
(p.7)
La fuente citada continúa exponiendo
Los Estados participan colectivamente en el marco de numerosas organizaciones
mundiales, regionales y subregionales mediante arreglos multilaterales y bilaterales,
demostrando así la solidaridad como principio y en la práctica. Además, hay una
abundancia de prácticas de otras partes interesadas que, conjuntamente con la práctica
de los Estados, constituyen un enorme cuerpo de práctica efectiva, que está en
consonancia con la convicción y demuestra un reconocimiento implícito o explícito de la
solidaridad internacional como principio del derecho internacional.
Aunque la mayor parte de los arreglos que orientan la práctica de la cooperación
pertenecen al derecho no vinculante (lex ferenda y políticas públicas internacionales en
lugar de lex lata), existe claramente un valor supremo de solidaridad y un sistema de
valores conexos que pueden informar la evolución progresiva del derecho internacional,
el desarrollo jurídico a nivel regional y nacional hacia un principio integrado y unificado
de solidaridad internacional, así como un nuevo derecho de los pueblos y las personas
a la solidaridad internacional. (ONU,2009, p.7)

Garantía universal a las inmunidades y privilegios diplomáticos

Abello y Arévalo (2020) señalan que la inmunidad de la persona jurídica internacional


establecida por el acto constitutivo, así como los privilegios e inmunidades de que gozan sus
órganos y funcionarios en el Estado huésped, estarán siempre determinados por las
actividades que se consideren propias del objeto y fin de la organización. Lo anterior sugiere
que para defender adecuadamente los privilegios e inmunidades que las organizaciones
internacionales acordaron en sus documentos fundacionales, es necesario interpretar el objeto
y fin de la organización utilizando el factor textual, los poderes inherentes y los criterios de
principio de especialidad establecidos por la Corte Internacional de Justicia (p.297).
Cumplimiento de buena fe de las obligaciones contraídas

Consolidación de la justicia social en las relaciones internacionales


https://www.un.org/es/chronicle/article/proteccion-de-los-derechos-humanos-en-el-marco-del-
derecho-internacional-universal

Derecho a un desarrollo sustentable


Derecho interno y derecho internacional (Doris Isabel)
Los sistemas de protección de los derechos fundamentales, según Quiroga (2005), se
encomendaron inicialmente al derecho interno de cada Estado a través de los mecanismos de
protección previstos en cada una de estas Constituciones, y posteriormente en algunas normas
de desarrollo constitucional posteriores. Sin embargo, esta concepción abiertamente limitada
del reconocimiento de los derechos fundamentales fue superada posteriormente por un
fenómeno conocido como "internacionalización de los derechos humanos", surgido después de
la Segunda Guerra Mundial.
El autor continúa exponiendo,
La insuficiencia del derecho interno en brindar garantías suficientes para la defensa de
los derechos fundamentales, y la pretendida asunción de algunos órganos o poderes
estatales en algunos países respecto a lo que se debería entender como "derecho
fundamental" fue el aliciente que permitió que los Estados adoptaran como necesidad la
implementación de un sistema supranacional que sea efectivo y vinculante en la
protección de los derechos fundamentales. (2005, s.p.)
En un inicio, de acuerdo con el citado autor, fue un grupo de Estados Europeos quienes
adoptaron esta concepción, “aduciendo como fundamento su "autodeterminación" en la
solución de sus conflictos internos, debiendo el derecho internacional limitarse a la solución de
conflictos de naturaleza exterior” (Quiroga, 2005, s.p.).
Según Gómez (2004),
El derecho internacional público estableció como uno de sus fines esenciales la
protección de los derechos humanos y paso a paso, desde la proscripción de la trata de
esclavos por los tratados de Viena de 1815, hasta la Carta de las Naciones Unidas y la
Declaración Universal de los Derechos del Hombre aprobada por la Asamblea General
de la ONU el 10 de diciembre de 1948, fue consagrando un legislación internacional
progresista que ha ido otorgando cada vez más y mejores sistemas de protección de
estos derechos. (como se citó en Quiroga, 2005)
La citada autora prosigue señalando que dicho modelo protección se presentó tanto a niveles
regionales como universales y que la Declaración Universal de Derechos Humanos viene a ser
un instrumento universal del sistema de la ONU, fuente de derecho y fundamento constitutivo
de este.
Continúa,
Predominantemente y además de esta Declaración Universal, el sistema universal se
integra por el Pacto de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, el Pacto de
Derechos Civiles y Políticos (ambos de diciembre de 1996) y el Protocolo Facultativo al
Pacto de Derechos Civiles y Políticos, legislación internacional que, además, ha creado
órganos de protección de los derechos humanos y procedimientos especiales para ello.

Pero, a su vez, se han creado sistemas regionales como el de Europa, cuyo


origen se cifra en la Convención de 1950, desarrollada a través de varios protocolos
adicionales, y el sistema regional americano, que comprende a todos los países que
son parte en la Carta de la Organización de Estados Americanos y de la Convención
Americana de Derechos Humanos de San José de Costa Rica. (Gómez, 2004, como se
citó en Quiroga, 2005)
Si bien los Estados han ratificado y aceptado como su obligación el carácter vinculante del
derecho internacional de los derechos humanos frente a cualquier disposición de derecho
interno, ya sea legal o constitucional, Quiroga (2005) precisa que este hecho que inculca el
carácter progresista de los Derechos Humanos en el escenario internacional no fue asumido
pacíficamente por los Estados en un inicio (s.p.).
Es importante señalar que esta obligación, si bien no está implícita en algunos tratados
internacionales de derechos humanos, forma parte del ius cogens del derecho de gentes y ha
sido puesta de manifiesto en numerosas sentencias dictadas por los tribunales internacionales
de protección de los derechos humanos (Quiroga, 2005, s.p.).

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