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EL DEBATE SOBRE LA CONSTRUCCIÓN DE LA CIUDAD Y EL LLAMADO 'MODELO

BARCELONA'
Horacio Capel
Departamento de Geografía Humana. Universidad de Barcelona

El debate sobre la construcción de la ciudad y el modelo Barcelona (Resumen)


Las grandes transformaciones que ha experimentado la ciudad de Barcelona en los últimos veinticinco
años han permitido hablar del ‘modelo Barcelona'. En un primer momento (años 1980) fueron esenciales
las actuaciones para regenerar espacios, con la intervención en calles y plazas, el esfuerzo en el
equipamiento de la toda la ciudad y especialmente en las áreas periféricas donde había graves déficits
urbanísticos, y la prioridad del proyecto urbano. Fue también importante el papel de los movimientos
sociales en las reivindicaciones urbanas. La preparación de los Juegos Olímpicos (1992), cambió el
modelo de actuación hacia los grandes proyectos, tratando de equipar la ciudad para competir en el
mercado mundial. En el artículo se hace una caracterización del llamado modelo Barcelona y se examinan
críticamente algunas actuaciones en el campo del urbanismo, de las políticas sociales y del planeamiento.
Finalmente, se pone énfasis en la necesidad de que la construcción de la ciudad no se deje solamente en
manos de políticos y de técnicos sino que cuente de manera esencial con la participación ciudadana y el
diálogo. Los objetivos sociales y políticos han de ser el punto de partida para las actuaciones urbanísticas
y la organización física de la ciudad.
Palabras clave: urbanismo, planificación urbana, Barcelona.

The debate on the making of the city and the Barcelona model (Abstract)
The great transformations that the city of Barcelona has endured in the last 25 years have led to the
creation of the term” Barcelona model”. In a first phase (1980s), the main interventions were oriented to
the regeneration of spaces (interventions in streets and squares) and to the creation of public facilities
thorough the whole city but especially in the peripheral areas, affected by serious urban deficits. The
priority in those years was the urban project, giving also special attention to the social movements and
their claims for a better urban environment. The preparation of the Olympic Games (1992) changed the
model of urban intervention towards big projects scheme, trying to prepare the city to the global
competition. The paper characterizes the so called “Barcelona Model”, examining in a critical way some
of the interventions in the urban planning arena and the social policy. Finally, emphasizes the need that
the city construction is not left only to politicians and technicians, but takes also into account citizens
participation and the dialogue between all these forces. The social and political goals have to be the
departing point for any urban intervention and the spatial organization of the city.
Key Words: urbanism, urban planning, Barcelona.

He sido invitado a dar esta conferencia por el hecho de haber publicado un libro relativamente crítico
sobre el llamado “modelo Barcelona”, un modelo que ha tenido un gran eco en muchas ciudades y paises
especialmente de Iberoamérica[1].
Acepté porque pensé que en un congreso sobre poder local podía ser oportuno un debate sobre ese
problema y, de una manera más general, sobre las formas de construcción de la ciudad actual, con el
ejemplo de las experiencias que ha habido en Barcelona. Experiencias narradas por un observador que no
ha tenido ninguna responsabilidad política ni técnica, ni ha trabajado en planificación urbana o territorial.
Durante todos estos años me he limitado a ser un simple profesor universitario y a desarrollar líneas de
investigación que, en algún caso, han tenido que ver con la ciudad.
Siempre podrá decirse que las cosas son mucho más complejas cuando hay que tomar decisiones, y que es
muy fácil criticar desde afuera, reproche que acepto ya desde ahora. Estoy convencido de la complejidad
de los hechos de que vamos a hablar y de la dificultad de decidir con acierto. Pero también de la
necesidad, e incluso la urgencia, de que el debate no quede limitado a los círculos políticos y técnicos.
Creo, además, que en ello nos jugamos mucho: no solo la forma como se construye la ciudad, y en
beneficio de quién, sino el mismo futuro de la democracia.
Voy a organizar esta exposición en tres partes. En la primera resumiré los rasgos básicos que se reconocen
en el llamado modelo Barcelona y aludiré también a las reacciones que ha suscitado. En la segunda
presentaré de forma más detallada y crítica algunas actuaciones en el campo del urbanismo, de la políticas
sociales y del planeamiento en esa ciudad. Finalmente destacaré la necesidad de pasar a una nueva forma
de construir la ciudad, que no se deje solamente en manos de políticos y de técnicos sino que cuente de
manera esencial con la participación ciudadana.

I. Los rasgos básicos del modelo Barcelona


El prestigio de la transición política española a la democracia dio a todo lo que sucedía en España un gran
eco internacional a partir de 1975 y hasta 1992 (fecha en que se celebraron los Juegos Olímpicos en
Barcelona y la Exposición Universal en Sevilla). Durante la década de 1960 España había tenido un fuerte
desarrollo económico, de los mayores de su historia, y la muerte de Franco, la instauración de un régimen
democrático, con una nueva Constitución (1978) y elecciones a todos los niveles, así como, finalmente, la
entrada en la Unión Europea (1986) permitieron una consolidación de dicho crecimiento, a pesar de la
recesión económica mundial provocada por la crisis del petróleo en 1973. Diversos pactos entre los
partidos políticos y los agentes sociales (los llamados Pactos de la Moncloa, 1977) hicieron posible que
los procesos de reestructuración económica que eran necesarios pudieran acometerse sin graves conflictos
o rupturas sociales.
De todas maneras, la recesión económica no dejó de afectar a las ciudades. La detención del crecimiento
masivo que se había producido en los sesenta, y la aparición incluso de movimientos de retorno, debido al
paro industrial, explican que no fuera necesario seguir desarrollando vastas operaciones urbanísticas que
habían sido comunes hasta entonces. Se detuvo por ello la construcción de grandes polígonos de viviendas
en la periferia de las ciudades así como los proyectos de Actuaciones Urbanísticas Urgentes (ACTUR), o
“ciudades nuevas”, previstas en algunas áreas metropolitanas. El problema fundamental pasó a ser en ese
momento el de la conservación y renovación de las construcciones urbanas existentes, y especialmente de
los centros históricos y los cascos consolidados.
Con las primeras elecciones municipales de 1979 llegaron a cargos políticos en los ayuntamientos
numerosos profesionales que se habían comprometido en los movimientos vecinales surgidos en los años
finales del franquismo. Lo cual permitió adoptar medidas de fuerte contenido social para reducir los
déficits existentes y para reequipar las ciudades y, especialmente, las periferias.
Las que se adoptaron en muchas ciudades españolas tuvieron un gran eco. En el caso de Madrid los
ayuntamientos democráticos realizaron una espléndida labor que ha sido bien documentada; en esos años
se realizó en la capital de España una ‘recualificación difusa’ de los barrios, con gran número de pequeñas
operaciones de reurbanización y la inversión en reequipamiento, y con una fuerte presencia de las
asociaciones vecinales[2].
En el caso de Barcelona los esfuerzos de ordenación del crecimiento urbano y de reestructuración fueron
dirigidos por un gobierno municipal de mayoría socialista (PSC-PSOE) con apoyo del entonces partido
comunista (PSUC, convertido luego en Iniciativa por Cataluña). El primer alcalde socialista, Narcís Serra,
era una figura importante del socialismo catalán y español, siendo sustituido por Pasqual Maragall cuando
fue nombrado ministro de Defensa (1982). Ambos contaron con colaboradores cualificados, que, en
algunos casos, habían estado en contacto con los movimientos vecinales. Las actuaciones que se
realizaron en Barcelona y las transformaciones urbanísticas de la ciudad fueron las que hicieron aparecer
la imagen del “modelo Barcelona”, que tenía esencialmente una dimensión urbanística, a la que luego se
le añadieron también otras (Figuras 1-4).
Figura 1. Vista general de Barcelona desde el mirador del Palacio Nacional en Montjuic, espacio
urbanizado para la Exposición Internacional de 1929. Detrás de los dos campaniles venecianos, que
marcan la entrada al recinto, se ve el hotel Plaza en el inicio de la calle Tarragona, flanqueada por cuatro
altos edificios. Foto Horacio Capel.

Figura 2. Barcelona y el palacio Nacional de Montjuic. Al fondo a la derecha la torre de


telecomunicaciones, de Santiago Calatrava, el Palacio de Deportes, de Arata Isozaki, y el Estadio
Olímpico remodelado para los Juegos; a la izquierda, la antigua plaza de toros de la Arenas,
transformada para construir un centro comercial, diseñado por Richard Rogers. Foto Horacio Capel.
Figura 3. La calle Numancia y, al fondo, la montaña de Collcerola, con la torre de telecomunicaciones
diseñada por Norman Foster. Foto Horacio Capel.

Figura 4. Barcelona y las torres de la Villa Olímpica, el comienzo de un cambio de gran significación en el
paisaje litoral de Barcelona. A la izquierda, la Torre Mapfre de Iñigo Ortíz y Enrique de León, a la
derecha la del Hotel de les Arts de Bruce Graham; la altura de ambas es de 154 metros. Foto Horacio
Capel.

Se trata de un modelo de intervención cuyos rasgos básicos han sido señalados por varios autores[3].
Fueron fundamentales en un primer momento las actuaciones para tratar y regenerar espacios centrales,
especialmente a través de intervenciones a la escala de calles y plazas, y el esfuerzo de equipamiento de la
ciudad, con especial énfasis en las áreas periféricas donde había graves déficits dotacionales y
urbanísticos. Se trataba de estrategias que hacían de la necesidad virtud, por la deficitaria situación general
y de crisis económica que antes hemos señalado.
Uno de los protagonistas del proceso, el arquitecto Oriol Bohigas, Delegado de Urbanismo del
Ayuntamiento de Barcelona entre 1980 y 1984, ha señalado, precisamente en un comentario a mi libro,
que en realidad no existe un “modelo Barcelona” pero que, en cambio, sí que puede hablarse de modelo en
un aspecto fundamental: “el método de utilizar los instrumentos urbanísticos y de planificación”; es decir,
que según Bohigas, “el modelo es solo la metodología”. Destaca como aspectos fundamentales los
siguientes:
“acción basada en el proyecto del espacio público como lugar urbano y colectivo por excelencia, acción
inmediata por medio de los proyectos urbanos que dan respuesta a la realidad inmediata de cada barrio,
actuación prioritaria en lo que presenta ofertas de fácil ejecución, reconstrucción de la ciudad existente en
lugar de la expansión, compacidad y continuidad urbana en lugar de la suburbialización, etc. Y todo eso se
concreta en una manera de trabajar, basada en la eficacia del proyecto sobre la falta de definición del
plan”[4].
Desde luego, la “acción inmediata por medio de los proyectos urbanos que dan respuesta a la realidad
inmediata de cada barrio” era, como hemos visto, una política de urgencia de aplicación necesaria en los
años 1980 ante la gravedad de los déficits. En cuanto a la “actuación prioritaria en lo que presenta ofertas
de fácil ejecución”, era también, sin duda, una necesidad ineludible, por la escasez de recursos en los
primeros años de la joven democracia y la necesidad de desarrollar un “urbanismo de la austeridad” que
diera prioridad a las intervenciones más eficaces con el menor coste.
En esas circunstancias, las actuaciones que se realizaron en Barcelona –como en otras ciudades españolas–
permitieron reequipar la ciudad de forma equilibrada y mejorar la calidad de vida. Durante los años 1980
desaparecieron las áreas de barraquismo que existían en la periferia del municipio. Unas, las que estaban
sobre suelo público y sin títulos de propiedad, con el derribo y el traslado de sus habitantes a nuevas
viviendas; otras las que estaban sobre parcelaciones ilegales (es decir, sobre suelo calificado como ‘no
urbanizable’) pero con título de propiedad, mediante la fuerte inversión pública en el viario y
equipamientos. Al mismo tiempo, la estabilidad económica y política permitió que las familias que vivían
en esas viviendas pudieran reinvertir en la mejora de las mismas. Hoy los antiguos barrios de
autoconstrucción presentan en general un paisaje normalizado e integrado en el tejido urbano (Figuras 5-
6).

Figura 5. Uno de los últimos ejemplos de edificios de autoconstrucción en el


barrio de Roquetas, Barcelona, con un cartel que muestra el inminente derribo
para levantar un nuevo edificio. Foto Horacio Capel.

Figura 6. La mejora del espacio urbano por la inversión pública, y el proceso de renovación en el barrio
de Roquetas, Barcelona. Foto Horacio Capel.

La concesión de los Juegos Olímpicos a Barcelona en 1986 sirvió para poner en marcha grandes
proyectos urbanos que se extendieron al conjunto de la ciudad, con el diseño de operaciones de gran
alcance. La oportunidad de los Juegos permitía aprovechar ese acontecimiento para realizar un esfuerzo
inversor que condujera a una modernización profunda de las infraestructuras; se trata, por otra parte, de
una tradición que Barcelona había utilizado ya con las Exposiciones Universal de 1888 e Internacional de
1922.
Las actuaciones urbanísticas no fueron las únicas. A ellas se añadieron en los años 1980 toda una serie de
medidas sociales, políticas y económicas que se han considerado también importantes en el modelo
Barcelona. Entre las más destacadas en la década de 1980 pueden señalarse el papel de los movimientos
sociales en las reivindicaciones urbanas, y el énfasis en la participación y el acuerdo popular en relación
con las transformaciones que se acometían. Pero pueden agregarse otras muchas que de una u otra forma
se tomaron y que algunos autores consideran asimismo importantes; entre ellas: las medidas de
descentralización municipal, las estrategias culturales, la preocupación por la cohesión social, la atención
al planeamiento estratégico, la colaboración público-privada, o las actuaciones para la mejora del paisaje
urbano[5].
Si nos fijamos en los rasgos que he señalado con referencia a las actuaciones urbanísticas de Barcelona y a
las características que políticos y técnicos locales han ido añadiendo al “modelo Barcelona”, encontramos
que en la enumeración aparecen medidas que no son exclusivas de esta ciudad, sino que obedecían a
impulsos y necesidades más generales. Se pueden encontrar también en otras muchas ciudades, y a veces
se tomaron de ellas. No extraña por ello que algún autor al referirse al modelo Barcelona no haya dudado
en señalar que está compuesto por una combinación de préstamos políticos y económicos que se aplicaron
en otras ciudades, y por algunas innovaciones barcelonesas[6]. A lo que hay que añadir la incidencia de
las medidas generales adoptadas por el gobierno español, como, por ejemplo, la puesta en marcha de
políticas de rehabilitación de áreas centrales.
Todo ello tuvo incidencia positiva en la mejora del espacio urbano y de la situación social en la ciudad, y
permitió percibir las actuaciones urbanas como factor de desarrollo económico. Eso dio un gran prestigio
a un modelo de actuación que pasó a ser muy valorado por especialistas diversos, tanto en Cataluña y el
resto de España como en el extranjero, y que ha recibido incluso premios y alabanzas públicas de
políticos y técnicos internacionales[7]. El ‘modelo Barcelona tuvo, especialmente, un amplio eco en
numerosas ciudades iberoamericanas, difundido por diferentes profesionales y técnicos barceloneses[8].
A partir de la mitad de los noventa el modelo sería cuestionado desde diferentes perspectivas, del
empresariado a los movimientos ciudadanos críticos. Desde el empresariado se considera ahora excesivo
el énfasis que se ha puesto en el turismo, los grandes eventos, los servicios y la promoción inmobiliaria[9].
Desde la izquierda aparecen valoraciones que cuestionan la conversión de la ciudad en “un parque
temático donde se trata a los ciudadanos como turistas de los que solo se espera que admiren, consuman y
callen”; también se critican las inversiones excesivas en algunos grandes eventos, mientras se mantienen
grandes carencias sociales y urbanísticas[10].
Más aún, algunos de los protagonistas se están distanciando del modelo y consideran que la intervención
realizada en la ciudad durante los años 1980 se habría modificado de forma sustancial entre 1992, fecha de
los Juegos Olímpicos, para los que se construyó el barrio conocido como Villa Olímpica, y 2004,
celebración del Forum de las Culturas, que dio lugar al crecimiento del sector litoral conocido como
Diagonal Mar[11] (Figuras 7, 8 y 9).
Figura 7. La Villa Olímpica (1992) de Barcelona, con edificios construidos para alojar a los atletas de los
Juegos, convertidos luego en viviendas; en la foto, la interesante intervención de Enric Miralles en la
Avenida Icaria. Foto Horacio Capel.

Figura 8. El edificio central del Forum de las Culturas (2004), Barcelona, por Jacques Herzog y Pierre de
Meuron. Foto Horacio Capel.

Figura 9. Vista general del espacio construido para el Forum de las Culturas, Barcelona. Foto Horacio
Capel.

Vale la pena dedicar la segunda parte de esta exposición a un examen más detenido de las actuaciones que
se realizaron. Hablaremos sucesivamente de las intervenciones en el campo de la construcción de edificios
y en la trama urbana (es decir, todo lo que tiene que ver con la construcción de la urbs); de las que se
refieren a la resolución de los problemas sociales y el bienestar de los ciudadanos (la civitas); y,
finalmente, de las relacionadas con la dimensión política y administrativa del urbanismo (la polis).
También haremos alguna referencia a la política de participación puesta a punto por el Ayuntamiento de
Barcelona.

II. Las actuaciones en el campo del urbanismo, las políticas sociales y el planeamiento
Las intervenciones en los edificios y en la trama urbana de la ciudad
La crisis de 1973 había afectado al crecimiento urbano en toda Europa y los planes generales que se había
aprobado, y que trataban de ordenar una situación de rápido crecimiento, quedaron de pronto
desmesurados al paralizarse el mismo. Hubo que enfrentarse a situaciones nuevas como la crisis industrial
y la urgencia de la reestructuración del tejido productivo, o la ya citada necesidad de poner énfasis en la
rehabilitación del parque inmobiliario existente, especialmente en los cascos antiguos. En esa situación los
urbanistas consideraron que era preciso actuar ‘contra el plan’, o al margen del mismo, y poner el acento
en la gestión y en la negociación.
En ese contexto hay que situar el cuestionamiento del planeamiento y la insistencia en la importancia de la
colaboración público-privada para el urbanismo, el énfasis en las actuaciones puntuales y en la gestión, o
en la relación entre la administración pública y los agentes privados, en una manera de trabajar que, como
hemos visto ya, destaca “la eficacia del proyecto sobre la falta de definición del plan”.
Los técnicos que han controlado en buena parte las transformaciones de Barcelona desde los años 1980
han sido arquitectos e ingenieros. Al igual que otros profesionales, están afectados en su trabajo por los
paradigmas intelectuales que dominan en cada momento, y que dan lugar a cambios en las ideas
urbanísticas. Los años de la transición democrática en España coincidieron con la crisis del
neopositivismo en las ciencias sociales, la reaparición del historicismo y la difusión de la llamada
postmodernidad. Paralelamente, y en relación con ello, se produjo en arquitectura el cuestionamiento del
urbanismo de la Carta de Atenas, de los postulados del Movimiento Moderno y del planeamiento
sistémico, y se conoció una revalorización de la historia y de las políticas de rehabilitación en los centros
históricos.
La actuación de los arquitectos que dirigieron el urbanismo barcelonés se vio afectada por todo ello y
algunas medidas que se adoptaron en los años 1980 se relacionan con ese cambio de concepciones. Así,
frente al urbanismo del Movimiento Moderno, que había dominado en la construcción de polígonos de
viviendas hasta mediados de los años 70, en los 80 se produjo una revalorización de la ciudad histórica y
un renovado interés por el parque inmobiliario existente. El análisis morfológico del espacio construido se
convierte ahora en punto de partida para las actuaciones urbanísticas, al igual que ocurrió en otras
ciudades europeas.
El casco antiguo de Barcelona es uno de los más extensos y poblados de todas las ciudades europeas, por
lo que las dificultades para su rehabilitación son especialmente grandes. Se trata de una morfología urbana
que es resultado de una evolución de 2000 años, y en la que están presentes todas las etapas de la
evolución histórica, desde la época romana hasta hoy.
El casco histórico barcelonés (la ciudad existente hasta mediados del XIX, o Ciutat Vella) había ido
conociendo –como otros en Europa y América– un proceso de degradación física a partir de la
construcción del Ensanche. Para detenerla se consideró necesario intervenir activamente. Se pretendió
realizar un trabajo meticuloso, partiendo del conocimiento de la estructura de la propiedad, de la
clasificación tipológica de los edificios y de las características sociológicas de los barrios. La idea original
era buena pero, en las operaciones municipales que se realizaron, el trabajo no fue tan cuidadoso como era
preciso, o se marginaron los estudios existentes optando finalmente por intervenciones duras y
destructoras del patrimonio, verdaderos “desventramientos”.
Barcelona tenía proyectos de reforma interior desde el siglo XIX. En el de Ildefonso Cerdá (1859) el casco
antiguo se dividía por dos avenidas rectas de dirección mar-montaña, que enlazaban con el Ensanche, y
por una central perpendicular a las anteriores. La apertura de la Vía Layetana fue la primera que se
acometió desde finales del XIX. Pero las ideas historicistas de ese momento dieron lugar a un amplio
debate sobre las destrucciones del tejido histórico. Por ello se discutieron ya a fines del ochocientos
modificaciones adaptadas al callejero existente, que no dieran lugar a esas vastas aperturas [12]. Las
intervenciones decididas en los años 1980 aceptaron estas ideas, partiendo de la necesidad del
esponjamiento del centro histórico. Se consideró que era preciso seguir con la apertura de dichas vías,
pero también que debían introducirse adaptaciones en su trazado. La apertura de la Avenida de las
Drassanes se convirtió en la Rambla del Raval, sin conectar con el Ensanche (Figuras 10 y 11), y la
prolongación de la Avenida de la Catedral (construida en la década de 1940) se prolongó más allá de la
Avenida Cambó. Al mismo tiempo se acometió el derribo de manzanas completas para abrir otros amplios
espacios, como en Allada Vermell. Simultáneamente se realizaron vastas operaciones de fuerte renovación
en el Raval, como la construcción del Museo de Arte Contemporáneo (MACBA) y la plaza situada ante el
mismo[13].

Figura 10. Edificios del siglo XIX con fachada a la Rambla Nova del Raval, Barcelona. Foto Horacio
Capel.

Figura 11. La Rambla Nova, que ha transformado profundamente la trama urbana del Raval, en
Barcelona.

Esas operaciones han llevado al derribo de edificios de valor histórico indudable, a veces catalogados, y se
han destruido áreas emblemáticas de la alta edad media al siglo XIX. No se ha prestado suficiente
atención al mantenimiento del patrimonio inmobiliario existente, que además de su valor de uso tiene otro
esencial para la identidad de la ciudad.
Sin duda era preciso actuar en el centro historico para mejorar la habitabilidad y la higiene. Pero eso podía
hacerse mediante ampliaciones de las viviendas, la liberación de patios de edificios y manzanas, la
eliminación de alojamientos en las terrazas, sin necesidad de recurrir a los traumáticos derribos
generalizados. Deberían haberse hecho operaciones exigentes, manzana a manzana, teniendo gran cuidado
en conservar los edificios que se encontraban en buen estado rehabilitar edificios sólidos. Y no se ha
tenido el cuidado indispensable con las tramas históricas, algunas con un milenio o más de antigüedad.
Por ejemplo en la Vilanova del siglo XII (el sector de la calle Montcada), donde se ha afectado tanto al
trazado como a edificios medievales y de la edad moderna y se han construido edificaciones muy
discutibles (Figura 12). O en la continuación de la Avenida Cambó, donde se han realizado derribos
generalizados, dando lugar al denominado "Forat de la Vergonya" (o "Agujero de la Vergüenza" Figura
13-17). El inventario de los edificios históricos medievales o de la edad moderna, así como de restos
arqueológicos, perdidos por la ciudad produce escándalo; entre los cuales edificios medievales, la casa
dels Infants Orfes, las intervenciones en la Barceloneta (Figura 18), o el mercado de Santa Caterina, en
donde se realizó una intervención de Enric Miralles, muy discutible por el lugar en que se encuentra
(Figura 19).

Figura 12. La destrucción de la trama y los edificios de la vilanova del siglo XII. La
ampliación del Museo Picasso ha dado lugar a estas estructuras en cemento, remedo, al
parecer, de torres medievales con fachada a la nueva plaza Jaume Sabartés, Barcelona. Foto
Horacio Capel.
Figura 13. Manzanas enteras con edificios de los siglos XVII y XVIII han sido derribadas en el
llamado Forat de la Vergonya; al fondo la calle de Sant Pere mes Baix, Barcelona. Foto Horacio Capel.

Figura 14. Protestas vecinales en el Forat de la Vergonya, Barcelona. Foto Horacio Capel.

Figura 15. Arquitectura banal, según la califican los mismos arquitectos, en el Forat de la Vergonya,
Barcelona. Foto Horacio Capel.
Figura 16. La nueva arquitectura en el sector altomedieval de Barcelona: un ejemplo del
‘neobrutalismo’ barcelonés, al igual que el de la figura 12. Foto Horacio Capel.

Figura 17. La nueva arquitectura sobre los derribos de la trama medieval en el llamado Forat de
la Vergonya. Los arquitectos que han realizado esta arquitectura afirman “nuestro proyecto
expresa la voluntad de entender la dinámica evolutiva histórica y específica del barrio, a partir de
un análisis perceptivo de sus características arquitectónicas y urbanísticas (vialidad, volumetrías,
texturas ritmos, composición...)”; en Habitatge 2006, p. 167. Foto Horacio Capel.
Figura 18. El tratamiento de edificios históricos en Barcelona; a uno de los pocos ejemplos
que quedan de construcciones originales del siglo XVIII en el barrio de la Barceloneta, de
planta baja y piso, se le ha añadido recientemente dos plantas, de pésima calidad. Foto
Horacio Capel.

Figura 19. La innecesaria estructura realizada por el arquitecto Enric Miralles para la remodelación del
mercado neoclásico de Santa Caterina (construido en 1848), Barcelona. Foto Horacio Capel.

A ello debe unirse el problema del diseño concreto de las operaciones y los edificios construidos, que
muchas veces son de mala calidad y formalmente discutibles en relación con el entorno. La actitud
individualista de algunos arquitectos, que se consideran creadores de obras singulares y que no tienen en
cuenta el ambiente en que se levantan, ha tenido consecuencias nefastas. Ha llevado a edificios que
contrastan de forma hiriente con el paisaje circundante, que no respetan los ritmos compositivos de la
edificación existente, la arquitectura unitaria de los edificios de épocas distintas y estilos diversos. Y a
veces, cuando han intentado adaptarse al ambiente histórico, han construido pastiches de mala calidad que
se deterioran rápidamente[14].
Ha habido también una política de mejoras de fachadas, que ha podido producir en algunos casos mejoras
sensibles del paisaje urbano; por ejemplo, con la campaña Barcelona posa’t guapa. Pero los derribos de
edificios interesantes para el patrimonio histórico de la ciudad han sido numerosos tanto en el centro
histórico como en otras áreas de la ciudad (como el Ensanche y la Barceloneta). También pueden
discutirse las actuaciones realizadas en el viejo puerto de Barcelona.
Los errores han sido muchos, y hasta los mismos arquitectos, poco dados a la autocrítica, están hoy
reconociendo que se han cometido algunos bastante graves. Los derribos de la Rambla Nova del Raval,
que muchos de esos técnicos habían considerado públicamente como absolutamente necesarios, no
parecen ahora tan acertados[15].
La descripción de esa destrucción y reconstrucción del casco antiguo de Barelona, concretamente una
parte del Raval frente al antiguo monasterio benedictino de Sant Pau del Camp (siglo XII), aparece en la
película En construcción de José Luis Guerin (2002), un documental voluntarioso sobre los problemas que
afectan al casco histórico, pero finalmente fallido por falta de una idea clara de la evolución histórica y de
los matices de la estructura social de esa parte de la ciudad.

La dimensión social en Barcelona


De manera general, puede afirmarse que Barcelona ha mejorado de forma sensible. Pero también es cierto
que a pesar de la mejora general de la economía y del nivel de vida, la ciudad sigue teniendo problemas
sociales y, sobre todo, que en algunos casos la atención a ellos no ha sido suficiente.
En el centro histórico reside una importante cifra de población de más de 65 años, con dificultades para
sobrevivir y para pagar los alquileres, sobre todo cuando éstos aumentaron por aplicación de la nueva ley
de arrendamientos. Una nueva población inmigrante está crecientemente presente en la ciudad y se aloja
en bloques de viviendas situados en áreas consolidadas, y a veces envejecidas, en polígonos de vivienda
construidos hace cuatro o cinco décadas, y en alojamientos precarios que vuelven a revivir situaciones de
infravivienda típicas de épocas pasadas. Los jóvenes, con salarios bajos y contratos poco estables, tienen
dificultades para independizarse y encontrar vivienda propia.
Sin duda, el Ayuntamiento ha pretendido desarrollar una política que podemos calificar de progresista,
que se refleja en la voluntad de no expulsar a los habitantes afectados por las operaciones de rehabilitación
del centro histórico, y realojarlos en el mismo. En eso contrasta con los primeros procesos de renovación
en las ciudades europeas durante los años 1960 y 70, ligados al descubrimiento de los valores del centro
de la ciudad, y al inicio del proceso que se llamó de ‘gentrificación’. Pero también es cierto que el
proceso no ha sido fácil, ya que había realquilados sin contratos, o habitantes en situación irregular, que
no se han visto beneficiados por las medidas sociales que se adoptaron[16].
El problema de la vivienda de los grupos populares sigue siendo uno de los más graves de Barcelona,
como en el resto de España[17]. El precio de la vivienda nueva en la ciudad se ha hecho prohibitivo para
éstos, y la vivienda de segunda mano es también cara, y en los cascos históricos a veces en malas
condiciones. Los grupos de población de rentas medias tienen dificultades para vivir en el tejido urbano
consolidado de la ciudad de Barcelona, y se han de marchar a bloques y casas construidas en municipios
periféricos alejados del centro, aumentando con ello la dispersión de la vivienda en el área metropolitana y
en el resto de la provincia de Barcelona. Las bajadas de los tipos de interés producidas durante bastante
años no han repercutido en los compradores sino que han contribuido a incrementar los beneficios de los
promotores inmobiliarios.
Es cierto que la resolución de los problemas sociales muchas veces escapa a las capacidades y
atribuciones de los gobiernos municipales. Pero la inexistencia de planes de vivienda social a precios
asequibles es uno de los grandes déficits del planeamiento de Barcelona. Durante los años 1990 el
diferente color político de las administraciones municipal (de izquierda), de la Comunidad Autónoma de
Cataluña y del Estado (de derechas) hizo dificil conseguir apoyos para la inversión social en Barcelona.
Además no es seguro que haya existido en el Ayuntamiento de Barcelona una voluntad política para la
construcción de vivienda social, como muestra el reducido protagonismo dado a una institución como el
Patronato Municipal de la Vivienda, creado en los años 1920 y muy activo en los cincuenta y sesenta[18].
Barcelona, como otras ciudades, y sobre todo el área metropolitana, sigue siendo un espacio segregado y
estratificado. Lo cual se expresa en las diferencias de renta entre unos barrios y otros, y en los valores de
las viviendas; pero también en el acceso al trabajo y a los equipamientos (tanto en tiempo como en coste).
No ha existido una política decidida de actuaciones para aumentar la diversificación y la mezcla social,
excepto aquellas que suponen la “invasión” de grupos sociales adinerados en áreas populares que
constituyen entornos agradables o privilegiados (por su centralidad, acceso a las comunicaciones,
situación litoral...). No ha habido construcción de vivienda social en los barrios burgueses, como, por
ejemplo, los de Sarriá y Pedralbes. Los ideales de diversificación y mezcla social no se aplican en todas
las direcciones, sino generalmente en perjuicio de las clases populares.
La rehabilitación y los derribos siempre afectan a éstos grupos sociales. Uno de los ejemplos más
significativos es seguramente el Poblenou, donde se han hecho expropiaciones a bajo precio de viviendas
populares, aunque eso no ha ido seguido de la construcción de viviendas sociales sino que ha dado lugar a
grandes plusvalías de las que se han aprovechado los grupos inmobiliarios, con viviendas de alto precio
para el mercado libre, adquiridas por grupos sociales medios y altos. La población que reside en ese barrio
popular del Poblenou no tiene acceso generalmente a dichas viviendas. Uno de los sectores más
significativos en ese sentido es el de Diagonal Mar, donde no se han cumplido las previsiones sobre la
recuperación de parte de las plusvalías generadas por las apertura de esa vía con vistas a la creación de
vivienda social pública (Figura 20).

Figura 20. El sector de Diagonal Mar, Barcelona, con el centro comercial y los nuevos edificios junto al
mar. Foto Horacio Capel.

Aunque el objetivo de aumentar la cohesión social aparece casi siempre en las declaraciones de los
políticos, no es seguro que se haya cumplido. Evidentemente, no todo depende de la política municipal.
Pero la utilización de términos retóricos sobre la necesidad de apoyar la cohesión, tendría que ir
acompañada de esfuerzos por mantener el tejido social de los barrios afectados, lo que no se ha hecho, por
ejemplo, en el Poblenou y en Ciutat Vella. Se han destruido espacios donde se habían anudado redes
sociales, y que tenían valor y significado, y no se ha tenido en cuenta que el tejido urbano, económico y
social era mucho más complejo de lo que arquitectos y políticos habían supuesto.
Las actuaciones de reequipamiento de urgencia de los años 1980 y las más generales de 1990, así como la
calidad de vida general de la ciudad, el ambiente social y el clima, han contribuido a hacerla atractiva y ha
intensificado el flujo de visitantes y aspirantes a residentes temporales. El crecimiento de la población y
de los turistas ha tenido consecuencias fuertes sobre el mercado de la vivienda, uno de los más intensos de
todas las ciudades españolas. Las antiguas medidas de protección a los desplazados por las operaciones de
renovación del centro se pueden convertir ahora en sustitución de población por una presión inmobiliaria
muy fuerte.
La preocupación por aumentar la competitividad internacional y la visibilidad de la ciudad en el contexto
mundial puede haber llevado a olvidar a amplios grupos de ciudadanos y sus necesidades cotidianas, así
como la atención a los jubilados y las insuficiencias sociales en general.
Puede cuestionarse la eficacia de medidas como la recalificación continua de suelo urbano para facilitar al
capital internacional su actuación en la ciudad. Deberían haberse dedicado más recursos económicos a
equipamiento social (viviendas sociales o protegidas, educación, sanidad) para evitar problemas de
pobreza y marginación, y para mantener la diversidad. La atención a las mejoras a corto plazo de la
población es indispensable para conseguir la calidad de vida y la convivencia democrática y pacífica. La
obsesión por convertir la ciudad en un polo mundial, en atraer visitantes y posibles inversores es perversa
y, finalmente, contraproducente: acaba por olvidarse de los ciudadanos que viven cotidianamente la
ciudad, y que reaccionan contra ese olvido, contra la falta de equipamientos de barrio, contra la
arquitectura espectacular e irresponsable, contra el arrasamiento del patrimonio construido, es decir de la
memoria histórica, que realizan los mismos que se llenan la boca retóricamente de alusiones a la identidad
y al pasado.
La ciudad actual es modelada por el capital y se va reparando y organizando para el consumo. Como
resultado de la inversión pública, en Barcelona algunos espacios han pasado a ser de uso y disfrute
público, como la playa de la Villa Olímpica (Figura 21), además de la gran inversión en creación de plazas
y calles como espacios abiertos. Otra cosa es el consumo mercantilizado de espacios comerciales,
discotecas y otros equipamientos. En Barcelona, que tiene unas rentas medias relativamente altas y
ausencia de graves conflictos sociales, los espacios comerciales están abiertos a todos, aunque no siempre
sea posible adquirir los bienes y servicios que se ofrecen ellos. Las ofertas de consumo y las culturales se
dirigen a una demanda cada vez más diversa y segmentada, por la creciente heterogeneidad del medio
urbano. La ciudad toda se convierte en un escaparate de consumo. Barcelona no ha podido escapar a ello,
y se ha construido o permitido algunos equipamientos discutibles; por ejemplo, el complejo del
Maremagnun en el puerto antiguo. Las voces contrarias a ello en los años 1980, que pedían otra forma de
organización de esos espacios portuarios ganados para usos publicos, fueron desoidas o acalladas[19].

Figura 21. La playa de la Villa Olímpica, Barcelona, ganada para el ocio ciudadano. Foto Horacio Capel.

La dimensión política del urbanismo


Cuando se habla del modelo Barcelona es al muncipio y a su gobierno municipal al que se alude: 97 km2
donde residen oficialmente 1,6 millones de habitantes (es decir, unas 300.000 personas menos que en
1979)[20]. A este municipio se aplicaron las medidas de los años 1980, a la vez que otras similares, pero
no idénticas, lo eran simultáneamente en algunos municipios de su entorno metropolitano.
El desplazamiento de industrias desde la ciudad central a los municipios periféricos, la creación en éstos
de otras nuevas atraídas por el éxito de Barcelona permitió intensificar las relaciones en el interior del área
metropolitana y con Barcelona. A ello contribuyó también la expulsión de población por los altos precios
de la vivienda en el municipio central y por la atracción de la industria y las nuevas centralidades
metropolitanas. Es también esa Area metropolitana la que ahora ha de considerarse al hablar del modelo
Barcelona. Pero con la dificultad de que no posee gobierno común ni un área bien definida.
La gobernabilidad del espacio metropolitano de Barcelona se encuentra influida por la fragmentación del
poder municipal más la diversidad de estructuras administrativas. El territorio municipal puede estar
afectado por decisiones tomadas por las siguientes instituciones: el Ayuntamiento, los órganos de
gobierno de las mancomunidades de servicios de la antigua Corporación Metropolitana de Barcelona, el
Consejo Comarcal del Barcelonés, la Diputación Provincial de Barcelona, la Generalitat de Cataluña de
forma unitaria o a través de sus diferentes Consejerías o Departamentos, el gobierno central de forma
unitaria o a través de los diferentes Ministerios, y la Comunidad Europea. Todo lo cual puede producir un
solapamiento de decisiones, contradicciones y conflictos.
El Area metropolitana llegó a contar a partir de 1974 con un órgano de gobierno que incluía a 27
municipios dentro de la Corporación Metropolitana de Barcelona, reorganizada en 1979 tras las primeras
elecciones municipales democráticas. Pero en abril de 1987 el gobierno de Cataluña suprimió dicha
Corporación y desde entonces ha habido solo gestión mancomunada de servicios a través de la Entidad
Metropolitana de Servicios Hidráulicos y de Tratamiento de Residuos, y de la Entidad Metropolitana de
Transporte.
Todas las transformaciones que se han realizado en Barcelona durante los últimos 30 años han tenido
como marco general el Plan General Metropolitano (PGM) presentado en 1974, al final del franquismo, y
aprobado en 1976. A pesar del rechazo que provocó, y que se refleja todavía hoy en textos recientes del
Ayuntamiento[21], una parte de las actuaciones realizadas en estos años ha tenido que ver con objetivos
que estaban ya definidos en el Plan de 1974. Por ejemplo, el de esponjar y disminuir la densidad de los
tejidos existentes, la limitación de altura, la recuperación del interior de las manzanas del ensanche, las
reservas de suelo para zonas verdes y equipamientos. Pero esas actuaciones se realizaron, como hemos
dicho, en un momento en que dominaban las ideas "contra el plan", y cuando el planeamiento y el PGM
eran vistos "como un obstáculo a superar", lo que llevó a hacer una lectura del plan sin limitar "la libertad
de encontrar alternativas más adecuadas al espacio o al momento concreto", y realizando modificaciones
parciales del mismo cuando era necesario. Una actitud que, por cierto, continúa todavía hoy.
A pesar de las declaraciones sobre la necesidad de reducir el crecimiento de la urbanización en el
muncipio[22], tanto el término municipal de Barcelona como los municipios periféricos han continuado su
expansión, una vez superada la etapa de crisis económica de la segunda mitad de los 70. En el interior del
municipio de Barcelona la urbanización ha continuado extendiéndose: en los bordes internos, ocupando
espacios vacíos interiores y recalificando equipamientos; y en los bordes externos, avanzando en el límite
de la montaña de Collcerola, y sobre los sectores todavía desocupados de la Ribera del Besos, que se han
seguido urbanizando con el Forum y otras iniciativas. También se construyen ahora edificios elevados,
que antes se habían rechazado. Lo cual tiene dos consecuencias negativas; por un lado el cambio del
paisaje urbano tradicional, a veces lleno de reminiscencias e identidades históricas, que han sido
prácticamente arrasadas (por ejemplo en el sector de Diagonal Mar y Poblenou)[23]. Por otro, esos
edificios elevados van a generar problemas nuevos de circulación y aparcamiento que será difícil resolver.
Si la apuesta por la ciudad compacta y por la densificación, en lugar de la dispersión, es pertinente, no
puede dejarse en manos del sector inmobiliario, y se ha de tener una idea clara de los objetivos que se
pretenden conseguir en cuanto a densidad.
Al mismo tiempo ha proseguido el proceso de expansión en el conjunto del Área Metropolitana, un
proceso que algunos autores han calificado de suburbialización[24].
La inversión municipal de Barcelona y las de la Generalidad y el Estado han permitido mejorar las
infraestructuras de comunicaciones, lo cual aumenta la articulación del espacio metropolitano. Barcelona
cuenta con una red aceptable de comunicaciones públicas urbanas, metro y autobuses. Pero el
desplazamiento de la actividad a la periferia del área metropolitana sigue obligando a la utilización del
automóvil privado. Determinadas intervenciones básicas dependen del acuerdo de diversas instancias, en
particular la red de autopistas y la organización de los ferrocarriles de cercanías y de larga distancia.
Algunas actuaciones como los cinturones de ronda, la construcción de vías rápidas, la opción por las zonas
verdes para desalentar la utilización de vehículos privados en la ciudad, y las ordenanzas municipales han
contribuido a mejorar la situación. Pero la intensificación de la circulación automóvil en Barcelona da
lugar a una contaminación muy grave que, podemos temer, afectará a la salud de los habitantes.
La reestructuración de la industria barcelonesa existente, el desplazamiento de instalaciones hacia la
periferia del Área metropolitana, la aceptación de las ideas sobre la postindustrialización condujeron a
poner énfasis en la economía de los servicios, en la teciarización, en el turismo y en la cultura. La apuesta
por las actividades de producción del conocimiento ha sido grande, con énfasis en la medicina,
biotecnología y electrónica. En relación con ello ha habido iniciativas que son, sin duda, valiosas, pero
que pueden estar mal gestionadas. Tal vez un ejemplo paradigmático de ello sea la del 22 @, es decir la
conversión del sector industrial y residencial del Poblenou (calificado en el Plan General Metropolitano de
1974 como industrial o ‘22a’) en un 22@ o de tecnologías del conocimiento. Cuando las nuevas
tecnologías no llegan a este sector, son las oficinas públicas y privadas las que las sustituyen: sedes de
entidades públicas por presión del ayuntamiento, oficinas privadas, hoteles y viviendas de lujo.
Las recalificaciones y suspensiones cautelares de licencias industriales que se han hecho en Poblenou (y
luego en otros sectores, como la Marina de la Zona Franca) generan expectativas de plusvalías
residenciales y terciarias, y afectan negativamente a la industria y a sus perspectivas de transformación, lo
cual puede contribuir también a expulsarla de Barcelona y a destruir el tejido social existente. Todo lo cual
da lugar a un cambio de la composición social y provoca que el barrio sea ocupado por nuevos grupos
sociales que trabajan en actividades diferentes a las tradicionales. Es lo que ha podido ocurrir en algunas
partes de Ciutat Vella y de Poblenou, y puede suceder en otros barrios.

¿Un cambio de énfasis o de modelo?


Son varios los autores que han considerado que el llamado modelo Barcelona ha cambiando
sustancialmente en los últimos tiempos (Figura 22). Para dichos autores la modificación se produce a
partir de 1992. Tienen razón en el significado de la fecha, aunque ese cambio se inició ya en años
anteriores, concretamente desde la concesión de los Juegos Olímpicos en 1986. La canalización de
amplias inversiones hacia la preparación de los Juegos supuso una transformación del modelo anterior de
actuación a pequeña escala y de equipamiento de los barrios. Se pasó de las pequeñas actuaciones a los
grandes proyectos, de la prioridad por los barrios y la calidad de vida de los vecinos a la competencia
mundial. Ahora es toda la ciudad la que se equipa para competir en el mercado global.

Figura 22. El arquitecto Oriol Bohigas en el acto de presentación en el Ateneo Barcelonés –del que es
presidente– del libro Can Ricart. Patrimoni, innovació i ciutadania, leyendo la obra (junio 2006). Foto
Horacio Capel.

Es seguro que había argumentos para ello y fuerte consenso social; también que los efectos fueron, en
general, positivos para la ciudad. Los Juegos Olímpicos tuvieron una gran incidencia en Barcelona,
especialmente en creación de infraestructuras. En aquellos años a nivel municipal la apuesta de
Ayuntamiento por la competitividad internacional aportó una actitud favorable a la inversión de grandes
grupos inmobiliarios internacionales. Lo cual se consolidó posteriormente cuando se decidió impulsar otro
gran acontecimiento como el Forum de las Culturas 2004. El problema fue el desvanecimiento creciente
del modelo anterior de mayor contenido social. Se puede cuestionar, pues la coherencia de las prácticas de
políticas públicas seguidas, aunque se presente así en los discursos.
Algunos de los protagonistas de los años 1980 estiman que el cambio en los 90 fue tan fuerte que puede
hablarse incluso de “un contramodelo que entra en contradicción con el anterior” [25]. Lo cual significó
también –consideran algunos- una “derechización política del modelo Barcelona, su desvirtuación, el
fuerte impacto del neoliberalismo”[26]. Las actuaciones de la última década han sido cada vez más en esa
línea neoliberal, tecnocrática, con fuerte participación de inmobiliarias de ámbito nacional e internacional.
La actitud de la elite política y profesional que dirigió las transformaciones de Barcelona en los años 1980,
y en particular la de arquitectos, urbanistas y diseñadores ha sido también cuestionada. Algunas críticas
son verdaderamente demoledoras en lo que se refiere al grupo social a que nos estamos refiriendo[27].
No ha de extrañar que la situación se haya ido degradando con la continuidad en el poder, con el
alejamiento de los ideales de la transición política, y con la fuerza nueva y no cuestionada de la oligarquía
capitalista vieja y nueva. Especialmente significativo es el hecho de que un cierto número de técnicos
municipales vinculados al urbanismo, principalmente arquitectos, hayan pasado a trabajar en empresas
privadas del sector inmobiliario. Los que habían defendido el espacio público y la actuación municipal en
años pasados ponen ahora sus conocimientos e informaciones al servicio de los intereses privados, algo
que debería estar prohibido por una ley de incomptatibilidades. Arquitectos, y otros técnicos, que han
tenido posiciones de responsabilidad en organismos públicos poseen una información privilegiada sobre
los objetivos que se ha propuesto la administración municipal, los medios con que cuenta, las
insuficiencias, las formas de control e inspección, los mecanismos sancionadores y otros muchos aspectos
especialmente sensibles. Se trata de conocimientos muy preciosos para las empresas inmobiliarias que
pretenden actuar en beneficio propio y no en el interés general.
En estos momentos parece haber un nuevo cambio de énfasis en la política municipal, lo que tendría que
ver con la sustitución de Joan Clos (que ha pasado a ministro de Industria en el gobierno español) por
Jordi Hereu en octubre de 2006. El nuevo alcalde parece haber cambiado de política y trata de impulsar
ahora las pequeñas reformas en todos los distritos, frente a la anterior opción por los macroproyectos
concentrados en pocos distritos. Esa es al menos la opinión que se quiere difundir, según las
informaciones dadas a la prensa por los responsables municipales[28]. De todas maneras, en lo que no
parece haber habido cambios es en la actitud ante la participación, un aspecto que se consideró esencial en
el modelo Barcelona, aunque pronto despertó reticencias de las autoridades municipales.

La participación en Barcelona
En España el proceso participativo en el planeamiento urbanístico se realiza en la fase de alegaciones a los
planes elaborados. En el texto refundido de la Ley sobre Régimen del Suelo y Ordenación Urbana de 1976
se establecía que una vez aprobado inicialmente el plan o proyecto de urbanización se sometería a
información pública por el plazo de un mes, y que “la Corporación u Organismo que hubiere aprobado
inicialmente el Plan, Programa o Proyecto en vista del resultado de la información pública lo aprobará
provisionalmente con las modificaciones que procedieren” (artº 41), sometiéndolo nuevamente a la
autoridad u órgano competente para su aprobación definitiva. De manera similar se establece en los
Reglamentos correspondientes y en la legislación posterior[29]. Los responsables municipales no tienen,
pues, la obligación de contestar por escrito a las alegaciones que se presentan en relación con el
urbanismo. Se trata, simplemente, de un procedimiento para tener sugerencias, que se consideran o no.
Desde las primeras elecciones democráticas de 1979 el Ayuntamiento de Barcelona apostó decididamente
por la participación, lo cual ha sido regulado por diferentes normas municipales. De todas maneras, el
examen de las mismas y de su aplicación práctica muestra que, a pesar de las buenas intenciones, éstas
con mucha frecuencia se han quedado en simple retórica. Parece como si los políticos tuvieran miedo de la
participación, en lo que se encuentran apoyados por algunos técnicos y académicos.
En diciembre de 1986 se aprobaron las Normas reguladoras de la organización de los distritos y una
primera normativa sobre la participación ciudadana. En un documento de noviembre de 2000 la
participación se siguió considerando una opción estratégica para Barcelona[30], concluyendo que gozaba
“de buena salud”, por la gran cantidad de consejos de participación establecidos[31]. Se estimaba que
calculando una mediana de 30 entidades por consejo se obtendría
“una primera cifra orientativa de 990 entidades y si sumaramos los sectoriales de los distritos en una
mediana de 7 por distrito y de 15 entidades por consejo, saldría una cifra de 1.050 entidades, que sumadas
a las anteriores daría un total de 2.040 entidades, si bien es cierto que algunas asociaciones participan en
más de algún consejo”.
Aunque eran generalmente consejos formales, solo con capaciad para realizar recomendaciones, un cierto
número de dichos consejos funcionaron bien, al menos en los primeros momentos; pero con el tiempo
perdieron fuerza, y fueron suprimidos tras las elecciones de 2002.
En los estudios realizados el balance no parece ser muy favorable. Según han constatado algunos
especialistas en ciencia política convertidos en asesores del Ayuntamiento (Joan Subirats, Joan Font,
Ricard Gomá, y Quim Brugué), “a causa de la falta de criterios definidos y de la heterogeneidad de los
mecanismos, se hace difícil valorar la representatividad de los que participan”; también se comprueba que
“el ciudadano individual lo desconoce casi todo de estos instrumentos participativos”[32].
Las críticas o reticencias ante la participación, no se dan solo entre los políticos sino también entre los
académicos. Alguno de éstos, como Joan Subirats, ha señalado, con referencia sin duda a la experiencia de
Barcelona, los peligros que tiene: la participación es lenta, es cara, es particularista (ya que los que
participan frecuentemente defienden intereses muy particulares, inmediatos y concretos) es exclusivista
(frecuentemente son siempre los mismos y su representatividad es dudosa) y “erosiona la legitimidad de
las instituciones: el hecho de delegar o de compartir el proceso de toma de decisiones con los ciudadanos
podría hacer pensar en una cierta pérdida de legitimidad institucional por parte de los electos o, como
mínimo, una cierta cesión de responsabilidad, al ser ellos los únicos responsables delante de los
ciudadanos”[33].
Como resultado de esos estudios y reflexiones el Ayuntamiento de Barcelona insistió en que era preciso
difundir la cultura de participación como “una opción voluntaria y consciente de un estilo determinado de
hacer y administrar política” y que era preciso “implicar a los ciudadanos en el uso de los servicios, pero
también en su planificación, programación y evaluación”. Al mismo tiempo, se señaló que hacía falta
“abordar una transformación dentro del movimiento asociativo; pasar de la simple cultura de la
reivindicación a la cultura de la participación y la cooperación”, lo que quedaba reflejado en el llamado
Decálogo de la participación: “es necesaria una profunda transformación del sector asociativo: de la
reivindicación a la implicación”[34].
Las Normas reguladoras de la participación ciudadana aprobadas en el Consejo Plenario de 22 de
noviembre de 2002, se comprometieron nuevamente a garantizar la participación y a promoverla
activamente, y apostaron decididamente “por la democracia participativa, como complemento y
profundización de la democracia representativa”. También se establecieron una serie de mecanismos para
ello. El título cuarto sobre “Los procesos participativos” alude a que dichos procesos serán recogidos en
las “Memorias participativas” y en los “Informes participativos”, y que constarán de tres fases: 1) de
información y comunicación, “a través de los mecanismos que se consideren más adecuados”; 2) de
aportaciones ciudadanas, en las que el Ayuntamiento pone a disposición de la ciudadanía y las
asociaciones “los canales y los mecanismos participativos que se crean más pertinentes según los casos”;
y 3) fase de devolución en la que el “Ayuntamiento da respuesta a las aportaciones ciudadanas a través de
los canales y los mecanismos de participación que se hayan establecido”.
La ambigua redacción de esta normativa permite, sin duda, justificar de hecho cualquier actuación del
Ayuntamiento en relación con este proceso, ya que puede informar y convocar la participación por los
mecanismos que estime pertinentes, y se responde a través de los canales que se hayan establecido en cada
caso. Es una discrecionalidad excesiva que permite cualquier decisión en ese sentido.
En realidad ni las memorias e informes, si existen, se dan a conocer, ni las audiencias públicas (artº 26)
están bien reguladas y seriamente organizadas, ni la consulta ciudadana (artº 28) funciona normalmente.
El funcionamiento se limita, generalmente, a informar a los que asisten de las decisiones que se han
adoptado. Los documentos no se muestran. Las reuniones tienen defectos graves de forma. No se fija un
orden del día, ni se sabe quien participa, porque no se identifica a los participantes. No hay
procedimientos para debatir y tomar decisiones.
El resultado de medidas poco meditadas se está viendo con el cuestionamiento de decisiones municipales
por parte de la población, incluso con el recurso a los tribunales de justicia contra determinadas
decisiones. Lo cual ha dado lugar recientemente a varias sentencias contrarias al ayuntamiento. Lo que si,
por un lado, muestra el correcto funcionamiento de las instituciones jurídicas refleja, por otro, la
desorientación municipal y de los técnicos que intervienen en el urbanismo. En octubre de 2006 dos
sentencias judiciales del Tribunal Superior de Cataluña rechazaron sendas decisiones del Ayuntamiento:
una la de construir un bloque de pisos en un solar de la calle Carabassa, en el patio posterior de una vieja
casa señorial del siglo XVIII, proyecto que había sido aprobado por el consistorio en 2000 a pesar de la
fuerte oposicion vecinal[35]; otra, el plan urbanístico especial del Eix Llacuna del Poblenou, uno de los
más importantes del 22@ y que había sido aprobado por el Ayuntamiento en sesión de 25 de octubre de
2005[36]. No son los únicos problemas que van a tener que solventarse en los tribunales, algunos de ellos
por olvido municipal a la hora de tomar decisiones adecuadas para pedir el retracto o evitar que por
silencio administrativo se beneficie a la propiedad privada; una masía del siglo XIII ha visto aprobado el
plan de los propietarios por silencio administrativo, ya que el Ayuntamiento no fue capaz de responder a
tiempo al plan presentado[37].
En general, da la impresión de que los políticos consideran que la participación es sobre todo informar,
presentar las decisiones o las propuestas a grupos de ciudadanos, para que éstos las conozcan, asientan,
consientan y hagan algunas correcciones de detalle. Las reuniones se consideran más de información y
consulta que de intervención de los asistentes y debate real de las propuestas alternativas que pudieran
existir. Cuando un participante hace críticas se le puede descalificar alegando que otros muchos no están
de acuerdo con ellas y que apoyan las propuestas de los técnicos municipales, aunque nadie sepa quienes
son ni se les identifique correctamente.
En Barcelona son muchos los ejemplos que podemos dar en ese sentido. Casos paradigmáticos de rechazo
al diálogo pueden ser las actuaciones en relación con el 22@ y, en general, las que se han realizado en el
Poblenou. Es especialmente significativa la actitud de los políticos y técnicos municipales en el caso del
recinto de la antigua fábrica textil de la familia Ricart, conocida como Can Ricart (Figura 23) Hablaremos
de ello a continuación.
Figura 23. El recinto fabril de Can Ricart, Barcelona, diseñado por el arquitecto y académico Josep Oriol
Bernadet (1853). Foto Horacio Capel.

El debate sobre el patrimonio histórico industrial del Poblenou y el caso de la fábrica de Can Ricart
Quien entrara a la página web del Ayuntamiento de Barcelona el día 15 de noviembre encontraría esta
información: “Luz verde al Plan del Patrimonio y de mejora urbana de Can Ricart. Las propuestas
definitivas amplían la protección de elementos industriales después de haber recogido aportaciones de
entidades y asociaciones”. En el texto se podía leer lo siguiente:
“Con las propuestas de las más de 400 entidades convocadas a participar en el proceso de propuestas
definitiva del plan incorporan alguna modificación respecto al documento inicial. Entre éstas, están la de
constituir una comisión técnica que informará sobre las actuaciones y los proyectos y la elaboración de un
estudio completo sobre las intervenciones en los edificios y los elementos”
A continuación se dice que el Ayuntamiento apuesta por conservar la memoria industrial del recinto fabril
de Can Ricart:
“Concretamente se respeta al 98 % de la superficie edificada del llamado levantamiento Fontseré, y se
mantiene el 70 % del total de las edificaciones del recinto construidas hasta 1930. Equipamientos del
barrio, espacios creativos, espacios productivos y viviendas de protección oficial serán los principales
usos que se darán a las antiguas naves del recinto. Esta combinación de usos pretende impulsar un proceso
de transformación social en este recinto y sus alrededores”.
Cualquiera que lea esa noticia sin mayor conocimiento del tema concluirá que el Ayuntamiento de
Barcelona es verdaderamente participativo y que gracias a ello se ha podido elaborar, con la colaboración
de más de 400 entidades, el plan de protección de un valioso patrimonio histórico industrial, que se
recupera para diversos usos ciudadanos.
Es un ejemplo del tipo de propaganda que realiza el Ayuntamiento y que enmascara el curso real de los
acontecimientos. En realidad, durante dos años el Ayuntamiento ha ido a remolque de la presión
ciudadana, que le ha obligado a cambiar el planeamiento original, que preveía la destrucción del recinto,
excepto la chimenea. La actitud de la institución municipal ha sido tratar de desprestigiar y deslegitimar a
los que han realizado propuestas alternativas, y en particular al movimiento ciudadano del Poblenou y a
diversos profesionales e instituciones culturales y cívicas que han colaborado con él. Luego, en vista de la
intensidad de la presión popular y de las razones que han ido esgrimiendo, apoyadas en numerosos
estudios (los primeros se publicaron hace ya seis años, y desde entonces se pueden citar una docena de
ellos), han tratado de hacerlas suyas y presentarlas como iniciativa municipal. Según un aparente
mecanismo participativo en el que no se cumplen las mismas normas establecidas por el Ayuntamiento.
En el caso de Can Ricart y del Plan del Patrimonio, la fase de alegaciones abierta en 2006 dio lugar a la
presentación de, entre otras, dos bien significativas del movimiento ciudadano del Poblenou, que no
merecieron respuesta del Ayuntamiento. El día 13 de noviembre de 2006 una reunión formal convocada
por el ayuntamiento a las 8 de la noche representó una parodia de lo que debe ser la participación[38]. El
desprecio por los ciudadanos es manifiesto y el simulacro de la participación queda al descubierto.
En realidad el debate ciudadano sobre Can Ricart y el Plan del Patrimonio del Poblenou tiene una gran
trascendencia por la importancia del recinto industrial de la fábrica Ricart, con un edificio neoclásico
diseñado por el arquitecto y matemático Josep Oriol Bernadet y completado con la intervención del
arquitecto Josep Fontseré, por la localización en el conjunto del sector de Poblenou, y por significar el
intento de una forma nueva de hacer ciudad[39]. El Ayuntamiento ha mostrado una grave insensibilidad
ante el patrimonio histórico industrial existente, que daba variedad e identidad al barrio, y ha realizado sus
actuaciones sin que existiera un plan del patrimonio bien elaborado, y apoyado en criterios sólidos y
transparentes, que debería haber precedido a la toma de decisiones sobre el derribo de los edificios
existentes. El movimiento ciudadano, que había dado su confianza al Ayuntamiento, se alarmó tras la
destrucción inesperada de una fábrica que estaba previsto proteger (Extractos Tánicos, en el Taulat) y la
mutilación de otros recintos fabriles (como el de la Unión Metalúrgica); y fue entonces cuando se produjo
la movilización ciudadana para salvar otras, en especial Can Ricart por sus indudables valores
arquitectónicos y paisajísticos, y otros excelentes ejemplos fabriles del Poblenou (Figuras 24-29).
Figura 24. “Exigimos espacios para vivir, levantamos espacios para convivir”, pintada de un movimiento
juvenil en Poblenou, Barcelona. Foto Horacio Capel.

Figura 25. Can Fabra, Barcelona: parte de una vieja fábrica textil convertida en un equipamiento cívico,
en un buen ejemplo de intervención municipal. Foto Horacio Capel.

Figura 26. Algunos ejemplos del valioso patrimonio industrial de Poblenou, Barcelona: la antigua fábrica
de galletas Solsona. Foto Horacio Capel.
Figura 27. Antigua fábrica de tejidos de Vicente Illa, en el Poblenou, Barcelona. Foto Horacio Capel.

Figura 28. Los restos de la fábrica de harinas Gili (Can Gili Vell) en el Poblenou, Barcelona. Foto Horacio
Capel.
Figura 29. La variedad tipológica fabril de Poblenou, Barcelona, en vías de desaparición. Foto Horacio
Capel.

El movimiento ciudadano, y en concreto el Grupo de Patrimonio del Forum de la Ribera del Besós, ante la
falta de criterios del Ayuntamiento respecto al patrimonio industrial presentó en 2003 un Plan de
Patrimonio industrial de Poblenou[40]. No hubo la menor reacción ante el mismo. Solo cuando el
problema de Can Ricart y del patrimonio fabril del Poblenou empezó a tener trascendencia pública y
política se apresuraron a preparar un plan de protección, que fue aprobado el día 13 de noviembre de
2005, mucho después de los plazos que el mismo Ayuntamiento había establecido. El plan, sin embargo,
está hecho apresuradamente y utiliza materiales del Grupo del Patrimonio Industrial del Forum de la
Ribera del Besòs, sin dignarse citar la procedencia[41].
Las actuaciones que se han realizado en ese sector están destruyendo casi todos los espacios industriales,
que eran muy importantes, algunos de los cuales daban acogida todavía a talleres y pequeñas industrias en
plena producción que se han visto obligadas a abandonar el barrio o a cerrar.
En su apuesta por las nuevas tecnologías, el Plan del 22@ no ha prestado atención a las necesidades de la
diversificación del espacio, y a la importancia de mantener algunas actividades y talleres industriales que
existían en el barrio, y que incluso realizaban actividades integradas en procesos productivos innovadores.
Al mismo tiempo, seguramente ante la inquietud por la evolución de dicho Plan, se ha acabado primando
la conversión en oficinas y viviendas.
La movilización ciudadana en defensa de Can Ricart, que ha levantado un amplio movimiento de simpatía
local e internacional, implica la defensa de un patrimonio, de la historia y de la identidad de la ciudad;
también una crítica a la gestión del 22@ y a la forma como se permite o impulsa la destrucción del tejido
industrial del barrio; y, sobre todo, la defensa de una cierta idea de cómo se ha de desarrollar la ciudad y
se ha de elaborar el urbanismo. Esta movilización ciudadana en defensa de la ciudad no solo no ha sido
agradecida, como merecía, sino que ha recibido menosprecio, críticas y descalificaciones por parte de los
responsables municipales, tanto técnicos como políticos. Alguno se ha atrevido a calificar a los miembros
del movimiento ciudadano opositor como “antisistema”, lo que es una muestra o de su profunda
desorientación o de su mala fe.
La conservación del patrimonio industrial es importante para entender el presente y para proyectar el
futuro. Para evitar la homogeneización. Porque con su destrucción se pierde diferencia, especificidad y
diversidad. Porque sus muestras constituyen alternativas al modelo urbano uniformizador, y posibilidades
diversas para la vida en la ciudad, condición para la supervivencia de la multiplicidad urbana[42].
Es verdaderamente sorprendente la incapacidad para imaginar nuevos usos de los edificios fabriles
existentes en Poblenou, para conservar los valores identitarios y simbólicos que acompañan a los edificios
fabriles del barrio, para percibir posibles alternativas, e imaginar nuevos usos para ellos a partir de las
necesidades actuales y futuras. La reutilización de espacios ya construidos y bastante flexibles para alojar
actividades tradicionales y nuevas parece razonable. Son tan imprevisibles los cambios que pueden
producirse en el mundo y en las economías occidentales (por los problemas energéticos, la crisis
ambiental y otras circunstancias) que no estaría de más ser prudente a la hora de realizar las profundas
transformaciones que se han previsto en un área compleja y diversa como el Poblenou.
El día 24 de noviembre pasado el pleno del Ayuntamiento aprobó el plan de Can Ricart y el nuevo plan
del patrimonio industrial del Poblenou. Quien asistiera a dicho pleno, o a la retransmisión televisiva del
mismo, no saldría de su asombro. La sesión mostró el descaro de los políticos que forman el consistorio
municipal. Hacen suyos los argumentos de los vecinos y profesionales sin citarlos. Se atreven a afirmar
(como hizo el concejal del distrito de Poblenou) que era resultado de un pacto con los vecinos, faltando a
la verdad. La teniente de alcalde, Sra. Mayol, afirmó que están salvando Can Ricart y que la aprobación
del plan se hacía porque “hay que acabar los procesos, lo que no significa que sea definitivo”.
A principios de diciembre el caso Can Ricart se mezcló con otro problema del Ayuntamiento de
Barcelona. El 20 de noviembre había sido desalojado el recinto de una fábrica del Poblenou, ocupada
desde hacía seis años, y donde se había ido constituyendo una escuela de circo y otros espectáculos, bajo
el nombre de La Makabra, de una cierta aceptación entre los jóvenes. El desalojo tuvo gran repercusión en
Barcelona, por el hecho de que la ciudad es presentada como lugar de experimentación e innovación
artística, sin que existan realmente lugares para que los jóvenes puedan ensayar a bajo coste[43]. El 2 de
diciembre los artistas de La Makabra y otros jóvenes ocuparon Can Ricart, dispuestos a convertir el
recinto en un lugar de actividad artística de carácter experimental. En los días siguientes el eco de esa
acción ha sido muy grande en Barcelona, aunque ha contribuido a difuminar el objetivo principal del
movimiento ciudadano en defensa de la fábrica.
El caso de Can Ricart es especialmente significativo, pero no él único. Otros recintos fabriles de interés
histórico están siendo desmantelados para la construcción de viviendas y de oficinas. Entre ellos el de Can
Batlló, antiguo espacio fabril donde todavía se alojan 174 empresas con 600 trabajadores; en 2007 se
iniciarán obras de construcción de 1.377 viviendas (en su mayor parte libres y algunas protegidas), en un
sector de especial valor por su proximidad a la nueva Ciudad Judicial[44]. Por otro lado, la escasa
atención a los tejidos urbanos y sociales existentes se pone de manifiesto en otras actuaciones. Como la
del sector de La Satalía, en la falda de Montjuic que da al Poble Sec, en una zona de gran interés
ambiental. En ese caso se pretende destruir un conjunto de viviendas unifamiliares y otras de carácter
popular construidas entre finales del XIX y los años 1920, de gran interés tipológico y muy bien
integradas en el paisaje, así como caminos preexistentes, en algún caso de probable origen romano y, en
todo caso, medieval, con el argumento de la prolongación de una calle de acceso a la montaña y la
ampliación de la zona verde. La falacia de este argumento se comprueba con solo recordar que la Montaña
de Montjuic está siendo abusivamente urbanizada por intereses privados (Hotel Miramar y
aparcamientos), y que existen alternativas viarias y de actuación más cuidadosa. Curiosamente esos
mismos argumentos no se utilizan en otros sectores burgueses de la ciudad, situados en la falda de
Collcerola, donde no solamente no se amplía la zona verde (lo que podría hacerse fácilmente por la gran
cantidad de casas con jardín) sino que incluso se está destruyendo el mismo parque natural.
El nuevo urbanismo rechaza cada vez más la homogeneidad y valora los ambientes diversos, la variedad
de tramas, tipologías edificatorias y funciones. En lugar de ello, los políticos y arquitectos que dirigen el
urbanismo municipal barcelonés parecen empeñados en homogeneizar, arrasar y construir una ciudad que
cada vez se parece más a ciudades brasileñas o venezolanas con solo cien años de vida e intenso
crecimiento, como no dejan de advertir los mismos asombrados visitantes que recorren ciertas partes de
Barcelona[45].
Da la impresión de que los problemas de la participación se ven afectados por las estrategias de los
partidos que buscan controlar las asociaciones que se puedan ir constituyendo o el proceso participativo.
Lo peor es el trato que dan a las personas que desean participar o que hacen propuestas, cuando éstas no
coinciden con las ideas previas que tienen políticos y técnicos, o con los intereses en los que están ya
involucrados, incluyendo los inmobiliarios. En ocasiones el empecinamiento de ciertos técnicos
vinculados a los partidos por sacar adelante una decisión ya tomada produce la impresión de que se
vincula a la defensa de compromisos previamente adquiridos, políticos o familiares.
Vale la pena añadir que ni el análisis y valoración de las actuaciones urbanísticas del 22@ ni, mucho
menos, de Can Ricart han merecido la atención del colectivo o de la corporación de los arquitectos
barceloneses. Lo cual es especialmente lamentable no solo por su incapacidad para argumentar a favor de
la conservación de un importante resto del patrimonio industrial, sino también por la que han tenido para
presentar alternativas urbanísticas y edificatorias a las que han hecho públicas los miembros de la
plataforma Salvem Can Ricart. Es seguro que la centralidad del lugar en que se levanta la fábrica, en el
cruce de dos importantes calles como son Diagonal y Pere IV (Figura 30), y la importancia de lo que
estaba en debate requería una participación intensa de los arquitectos barceloneses. Que, con una o dos
excepciones, no se hayan atrevido muestra la confusión en que se encuentran, los intereses inmobiliarios a
que están ligados y, tal vez, el miedo que les amordaza.

Figura 30. La construcción del muro perimetral del nuevo parque diseñado por Jean Nouvel en el cruce
de Diagonal y Pere IV, Barcelona. La importancia estratégica de esa encrucijada urbana habría
requerido otra intervención que monumentalizara la plaza, en lugar de cerrar dicho espacio con un
imponente muro de hormigón armado. Foto Horacio Capel.

Todo esto nos lleva a la última parte de nuestra exposición: necesitamos una nueva forma de construir la
ciudad.

III. Una nueva forma de construir la ciudad


Domina hoy una actitud pesimista sobre la ciudad, en la actual fase del capitalismo. El panorama que
muchos autores ofrecen sobre las características y la evolución de las ciudades contemporáneas no es
precisamente muy esperanzador. Por ejemplo, las intervenciones que hubo en los Diálogos que se
organizaron en el Forum de la Cultura de Barcelona en 2004 fueron calificadas en las conclusiones como
pesimistas[46], y uno de los organizadores (Jordi Borja) no ha dudado en señalar que “presentaron un
panorama muy crítico, casi apocalíptico de la ciudad de hoy”[47]. Una reciente obra de Mike Davis
sobre The Planet Slum puede representar esa línea de pensamiento, que, además, generalmente se limita a
realizar diagnósticos hipercríticos y denuncias sin presentar propuesta alguna de solución[48].
Esos panoramas producen sin duda desesperanza. No se sabe bien qué hacer, por donde empezar. Sin
embargo, necesitamos fuerzas para seguir la lucha para realizar cambios que cada vez son más urgentes.
Una larga historia de reflexión sobre la ciudad permite comprobar la antigüedad de esas visiones
pesimistas, de los gritos amargos sobre la ciudad; pero también la existencia de otra tradición que percibe
el medio urbano de una manera positiva, como el lugar de la innovación y del ascenso social, y que
encuentra en el optimismo un camino de progreso y cambio social[49].
El balance de las transformaciones que ha conocido Barcelona en las últimas tres décadas permite, de
entrada, un cierto optimismo respecto a la posibilidad de mejorar la situación de las ciudades, de resolver
los graves problemas que a veces tienen. Barcelona ha tenido una importante transformación y puede
decirse que ha mejorado de manera general. Aunque hay que añadir que en un contexto muy favorable. Se
ha hecho en una situación de estabilidad política, de existencia de un sistema democrático y de fuerte
inversión pública, incluyendo la aportación del Estado y de la Unión Europea. Han existido grupos
políticos y profesionales preparados, atentos a lo que sucedía en otros países, y un tejido empresarial muy
desarrollado y de larga tradición. La ciudad posee las condiciones que favorecen el desarrollo endógeno:
un medio local dinámico, con aptitud para la innovación y el crecimiento, una administración pública local
y regional bien organizada, redes de cooperación entre empresas y organizaciones, de un talante
emprendedor. La construccion y conceptualización del modelo Barcelona no habría sido posible sin una
tradición cívica de modernidad, de aspiración a ser una gran ciudad europea, de autoafirmación de la
propia sociedad.
Naturalmente las dimensiones de los problemas que han de resolverse son igualmente decisivas. No es lo
mismo desarrollar políticas para solucionar los problemas en una gran ciudad que en una pequeña (cuyo
tamaño es diferente según los países: lo que en Brasil es una ciudad media es en España una gran ciudad).
Como hemos visto, no hay en realidad un modelo Barcelona. En todo caso habría dos, uno el urbanismo
de urgencia de los 80 influido por la presión vecinal y la necesidad de atender los grandes déficits
existentes; y otro el de los años finales de esa década y de los noventa, con el énfasis en grandes proyectos
de infraestructuras y reordenación urbana apoyados en grandes eventos (los Juegos Olímpicos y el Forum
de las Culturas) y con disminución de la presión popular (por aumento de las rentas, de los equipamientos
y por la normalización democrática que canalizó la lucha política hacia las instituciones representativas).
Pero, sobre todo, en esos años 90 se observa un nuevo interés del capital privado por la ciudad y una
mayor osadía en su actuación, una vez alejado ya el peligro de la izquierda que apareció en la transición.
Instaurado en el gobierno de Cataluña un sólido poder político de la derecha nacionalista desde las
primeras elecciones autonómicas hasta 2004, y sustituido en el gobierno español el partido socialista por
el derechista Partido Popular en 1994, el campo de la inversión urbana parecía nuevamente propicio para
la inversión privada.
A partir de la experiencia de las transformaciones de Barcelona podemos atrevernos a hacer algunas
propuestas para abordar los problemas de las ciudades.

La polis, la civitas y la urbs


La ciudad es a la vez urbs, civitas y polis. Pero en la aproximación a los problemas que existen en ella es
preciso considerar primero la polis, luego la civitas, finalmente la urbs, justamente al contrario de lo que
piensan arquitectos e ingenieros.
Primero la polis
Ante todo la polis, la dimensión política y administrativa, la legalidad, la estructura jurídica. Al contrario
que en la polis griega (donde los ciudadanos eran unos privilegiados, frente a los metecos y los esclavos),
en la ciudad actual se ha de partir de la igualdad legal y de la ciudadanía universal. Lo cual significa
democracia y participación efectiva.
El mundo es cada vez más urbano. Los problemas de la ciudad son ya los problemas del mundo actual y
sobre todo los del futuro. Nos dirigimos a la Ciudad Universal, a la Pantópolis. En ella se ha de replantear
el papel de las ciudades centrales.
Hablar de la polis es hablar de la administración de la ciudad, de la organización y del gobierno de los
municipios y de las áreas metropolitanas; y, sin duda, también de otras realidades aún mayores, las
regiones metropolitanas, que se extienden de forma más amplia; por ejemplo, en el caso de Barcelona,
hasta incluir entre 150 y 200 municipios, según la delimitación que se adopte.
Los problemas son diversos, así como, sobre todo, las preguntas que debemos hacernos. Tales como las
siguientes.
¿Es mejor la existencia de un marco de gobierno unitario del área metropolitana o debe mantenerse la
autonomía municipal con acuerdos intermunicipales para gestionar servicios concretos?
¿Hasta dónde debe llegar un área metropolitana y cuántos municipios deben integrarse en ella? ¿Son
realidades diferentes el área metropolitana y la región metropolitana?
¿Cómo se verán afectados (se supone que negativamente) los muncipios no incluidos en el área
metropolitana que se defina?
¿Qué papel ha de tener la ciudad principal? ¿Qué autonomía tendrán las ciudades medias incluidas en un
área metropolitana?
¿Debe llevar el nombre de la ciudad principal o conviene proponer otros nuevos para reconocer las
diferentes centralidades existentes en su interior?
¿Qué relaciones se han de establecer entre la ciudad principal y los municipios menores y periféricos?
¿Cómo debe constituirse el gobierno de las áreas metropolitanas: por elección directa de sus habitantes o
de forma indirecta a partir de los representantes municipales?
¿Cómo se articulan las relaciones entre el gobierno del área metropolitana (si existe) y los de carácter
regional, de la Comunidad Autónoma y el Estado central (cada uno con sus propios organismos de
planificación y sus estrategias para desarrollarla)?
¿Pueden firmar las ciudades acuerdos directamente con organismos internacionales o bien deben
realizarlos a través del Estado?
¿Qué autonomía financiera y tributaria deben tener los municipios y las áreas metropolitanas?
El principio fundamental de la democracia es la igualdad de todos los ciudadanos. Los partidos que tienen
un amplio electorado en las áreas rurales tienden a premiar a éstas dándoles mayor peso en las elecciones.
En Cataluña un diputado de Barcelona necesita para salir elegido muchos más votos que una de las
comarcas rurales.
Sin duda es una política electoral inaceptable. Pero de manera similar debe rechazarse dar un plus de
representación o un mayor peso político a las ciudades. Desde una perspectiva democrática no pueden
admitirse la idea de una pretendida Europa de las Ciudades, en la que las grandes áreas urbanas tendrían
una voz destacada.
Hablar del modelo Barcelona cuando nos estamos refiriendo a una realidad urbana que rebasa
ampliamente sus límites municipales es, sin duda, una hipermagnificación del centro y simultáneamente
una desvalorización de la periferia. Niega, de alguna manera, legitimidad a esa periferia que, sin embargo,
acoge a la mayor parte de la población del área metropolitana. Casi se justifican con ello las andanadas
provocadoras del arquitecto Rem Koolhaas contra la hipertrofia del centro y de la identidad central[50].
En ese sentido han de ser bienvenidos tanto la nueva visibilidad que adquieren las centralidades de las
ciudades medias y pequeñas integradas en el área metropolitana como el movimiento hacia la aparición de
nuevas centralidades terciarias que antes no existían. Unas y otras significan una mayor cercanía y
accesibilidad a los servicios que allí se ofrecen.
Las fuerzas urbanizadoras han adquirido gran vigor y autonomía; unas veces por el crecimiento de la
población, otras por la demanda creciente de bienestar (que supone, por ejemplo, estándares más elevados
para la vivienda), y siempre por la búsqueda desaforada de beneficio económico de los agentes que dirigen
la urbanización. A ello se unen la necesidad de nuevas infraestructuras de transporte y sus servicios
auxiliares (desde estaciones de ferrocarril y las áreas de maniobra ferroviaria a las gasolineras), los
equipamientos productivos (fábricas, polígonos industriales, parques tecnológicos, las oficinas), las ofertas
de ocio (centros comerciales, parques temáticos...), los espacios funcionales a la urbanización (desde los
basureros a los cementerios). Todo ello va dando lugar a una urbanización que ocupa crecientemente el
territorio, no siempre de manera continua. Esa necesidad constante de nuevos espacios para la ciudad se
observa, por ejemplo, en la región metropolitana de Barcelona, donde en los últimos 25 años la
urbanización del suelo se ha doblado mientras que la población ha permanecido estable[51].
Se está configurando también una nueva jerarquía de servicios que no puede ser explicada plenamente por
la teoría de los lugares centrales. Las nuevas redes de comunicaciones van generando mayor isotropía,
aunque siguen existiendo ejes privilegiados (en relación con autopistas y vías férreas), y aumenta el
número de centros, algunos de creación artificial como resultado de estrategias inmobiliarias y no de una
lenta cristalización en ciudades. Sin duda la nueva organización es consecuencia de la inversión de
capitales y de la búsqueda de beneficio, y puede defenderse que eso tiene efectos positivos y negativos. En
todo caso, siempre es posible intentar ordenar mejor esa evolución, lo que debe hacerse a través del
planeamiento dirigido por la administración pública.
Los estudios sobre redes de ciudades han mostrado el creciente peso de las decisiones tomadas en
ciudades exteriores, sean capitales metropolitanas, nacionales o internacionales, y la pérdida de autonomía
de los espacios locales y regionales. La imbricación entre lo local y lo global es hoy muy intensa y mayor
que en cualquier otro momento del pasado.
En la nueva fase de urbanización generalizada las regiones metropolitanas no tendrán un solo centro
identitario, La invasión de los centros históricos por el turismo convierte a éstos en simulacros urbanos al
servicio de los visitantes, que a veces no son capaces de distinguirlos de un parque temático. Pero a pesar
de todo, los centros históricos son necesarios, y su atractivo muestra que cumplen una función simbólica
muy importante. Aunque las áreas urbanas lleguen a configurarse como la Ciudad Genérica de la que ha
hablado Koolhaas, no por ello el centro histórico y el patrimonio serán menos necesarios. A través de él
nos enraizamos con la historia, tenemos o adquirimos el sentido de la continuidad. En ese espacio urbano
cada vez más extenso y ampliamente ocupado por edificios recientes hechos para renovarse
continuamente, tantas veces como sea necesario (por los cambios funcionales o las exigencias de
beneficio)[52], el centro sigue siendo una referencia importante, una señal de identidad como referencia
estable, como amarre psicológico. Pero ¿lo será para todos?, ¿también para los recién llegados, esos
nómadas inmigrantes que no saben bien donde recalarán finalmente o si volverán a sus tierras de origen?
La apuesta por la competitividad con otras ciudades en el mercado mundial está llevando a muchas a
poner énfasis en los mismos productos aparentemente atractivos: patrimonio histórico y cultural, museos,
ferias, congresos, grandes acontecimientos culturales (como exposiciones internacionales), o deportivos
(Juegos Olímpicos, campeonatos del mundo), festivales, oferta cultural en sentido amplio (desde la música
de cámara a la música étnica, o desde las exposiciones de artistas consagrados al manga). Finalmente,
todo acaba por asemejarse; y la demanda puede saturarse, en espera de los cien millones de turistas chinos
con los que nos animan o nos amenazan.
En todo caso, y vale la pena insistir en ello, la organización de la ciudad del futuro exige el
planeamiento[53]. Hemos de considerar superada la etapa contra el plan y pensar en organizar nuevos
marcos de planeamiento para señalar objetivos y dar coherencia a las actuaciones.
En la actual situación económica habrá que estimular la colaboración del sector público con el privado.
Pero eso no debe hacerse desde una posición de debilidad de los gobiernos municipales, sino desde una
posición de fuerza que parta del conocimiento de la estructura de la propiedad, de los cambios en la misma
y de las plusvalías que pueden obtenerse con los permisos de construcción y los índices de edificabilidad.
Todo ello exige una legislación general adecuada, no solo sobre los aspectos específicamente urbanísticos,
sino especialmente sobre los fiscales y tributarios.
El estado liberal del siglo XIX asignó a los municipios un papel esencial en la provisión de servicios
sociales, desde la educación a la beneficencia y la sanidad. Pero no le facilitó recursos suficientes para
ello. A lo largo del XX esas funciones se han ido reafirmando, pero cada vez más el estado ha ido
ampliando su intervención en la provisión de dichos servicios a través de las políticas educativas, de
sanidad, de vivienda y otras controladas por la política y los recursos estatales. La autonomía y la
capacidad de los gobiernos municipales y metropolitanos es reducida y se limita a algunos pocos campos,
donde cumple funciones subsidiarias, aunque fundamentales para el orden social.
La separación entre las atribuciones estatales y las locales resta capacidad de acción a los gobiernos
locales y metropolitanos y provoca distorsiones. El problema esencial es que los conflictos sociales y
económicos se expresan a escala local, pero son frecuentemente el resultado de factores cuyo control
escapa a los gobiernos de este nivel.

La civitas, los ciudadanos


En segundo lugar, se ha de actuar y tener objetivos claros en relación con la civitas. El marco jurídico
afecta a la ciudadanía y a la igualdad. A partir de ahí, la ciudad ha de construirse para el bienestar de los
ciudadanos. Con sensibilidad a las necesidades de la población de menores recursos.
Se hace necesario la construcción de vivienda protegida para grupos de rentas bajas , en régimen de
propiedad o de alquiler a largo plazo, pero siempre con controles estrictos sobre la transferencia de
titularidad, de forma que las plusvalías queden en todo caso para la colectividad. Aunque es algo que en
principio parece difícil en una sociedad capitalista, existen, sin embargo, posibilidades jurídicas en ese
sentido, a través, por ejemplo, de la legislación fiscal.
Frente a la obsesión por dar a las ciudades visibilidad mundial, tenemos necesidad de prestar atención
prioritaria a los ciudadanos, no a los turistas y visitantes. La ciudad se ha de pensar y construir para los
primeros, no para ser vista y consumida por los segundos.
Se ha de garantizar el acceso a la enseñanza, y la conversión de ésta en un lugar de coincidencia de grupos
sociales diversos, para la educación en la ciudadanía. Lo que significa una escuela pública de calidad y
para todos. La escuela y la enseñanza secundaria son el instrumento esencial de socialización para la
convivencia y para la igualdad de oportunidades.
Se ha de garantizar el acceso a los espacios públicos, y se ha de luchar legalmente contra la fragmentación
de la ciudad a través del cerramiento de barrios o grupos de edificios. La valoración de la calle, de las
plazas y de los espacios públicos en general como lugares de encuentro y de uso libre es esencial; pero
también debe tener sus normas y limitaciones. Ante todo, esos espacios no deben privatizarse para el
negocio privado, como se hace a veces con la instalación abusiva de mesas para bares y restaurantes. Al
mismo tiempo, la convivencia exige civismo, buenas formas, educación, en definitiva, todo lo que antes se
conocía como urbanidad, y que hay que reivindicar de nuevo. Por ejemplo, la costumbre de lo que en
España se conoce como ‘el botellón’, es decir el utilizar el espacio público para consumir bebidas
alcohólicas hasta altas horas de la noche, ha dado lugar a abusos inaceptables, tanto en lo que se refiere al
comportamiento de quienes lo hacen como por las molestias que causa al resto de los ciudadanos. Se ha
perdido el sentido de la mesura y los jóvenes reaccionan de mala manera cuando la policía, ante las
protestas de los vecinos de un lugar, decide intervenir y prohibir el uso indiscriminado de los espacios
públicos. Es urgente difundir a través de la televisión y los medios de comunicación unos valores
diferentes a los que ahora se difunden, y que pongan énfasis en el respeto a los otros, la contención, el
trabajo, y no simplemente el derecho a la diversión y el todo vale. El ideal urbano de mezcla y
convivencia, de heterogeneidad social, de funciones y de usos exige que la mezcla no sea explosiva, que
facilite efectivamente la relación y el intercambio.
Las dudas e incertidumbres sobre el futuro de la ciudad son, en realidad, dudas sobre el futuro de la
sociedad y la economía actual, reflejadas de forma eminente en la ciudad. Los espacios urbanos han sido
desde el comienzo de la historia los que han permitido la movilidad social y escapar a la pobreza. Esa
función la siguen teniendo todavía las ciudades, lo que explica el permanente aflujo de inmigrantes de
procedencias diversas, tanto rurales como de otras ciudades pequeñas de regiones con dificultades.
En general ha mejorado los niveles de vida, pero también es cierto que las diferencias sociales se agudizan
por la escandalosa y creciente acumulación de riqueza en manos de unos pocos. Además, esas diferencias
se hacen más perceptibles por la proximidad de la residencia y la evidencia de los contrastes. Aunque las
mayores diferencias de dan a escala mundial, las más hirientes se hacen sentir en las áreas urbanas, donde
también son mucho más visibles y se conoce mejor la grave situación de los colectivos marginados o más
débiles (inmigrantes, personas de edad...). La visibilidad es aquí mayor por el acceso a la información y la
capacidad para hacer manifiesto el conflicto y la protesta. Por eso el malestar de la sociedad puede
agudizarse.
Las descripciones que se hacen sobre ese malestar urbano son a veces manifiestamente insatisfactorias. No
porque no exista, sino porque no es específicamente urbano sino más general, aunque sea más visible en
las ciudades. Los mecanismos económicos capitalistas dominan de forma general y alcanzan directa o
indirectamente hasta los rincones más apartados del planeta, pero se agudizan o se hacen más evidentes en
las ciudades: el miedo, el aislamiento, la competencia, la homogenización de los territorios y las
conductas, la fragmentación, las dificultades de integración, la exclusión (sentida o real), las alianzas entre
autoridades y agentes económicos de diverso tipo, etc. Pero también hay en ellas mayores posibilidades de
ascenso social, de contactos por proximidad, de acceso a la cultura, de intercambio de conocimientos.
La ciudad sigue siendo lo que era siempre: un lugar donde las relaciones espacio-tiempo se comprimen y
donde existe el máximo de posibilidades de comunicación y movilidad, en sentido social y físico. Desde el
siglo XIX todo ello se ha multiplicado por la existencia de nuevos medios técnicos (ferrocarril, telégrafo,
teléfono, automóvil...) y todavía más con la revolución informática y la difusión de ordenadores y la
conexión a internet.
Ha cambiado desde luego la extensión y las características físicas de la urbanización, cada vez más
difundida y amplia. Ha habido, sin duda, una intensificación de la urbanización, un cambio cuantitativo,
pero no un cambio de naturaleza. Tal vez el problema fundamental sea la acumulación de energía y de
recursos y el despilfarro que se produce, lo que exige un cambio radical, que solo puede realizarse por la
actuación de los poderes públicos.
Finalmente la urbs, el urbanismo
Finalmente se llega a la organización física de la urbs. Lo cual ha de plantearse una vez definidos los
objetivos de lo que ha de ser la polis y la civitas. La forma física no es determinante, sino que se organiza
en relación con dichos objetivos.
Las ciudades tienen morfologías diferentes y son, además, se repite hoy, de geometría variable. Cada vez
más espacio se convierte en urbano, incluso los espacios naturales integrados en las áreas metropolitanas y
dedicados al uso y disfrute de los ciudadanos.
La forma está determinada. Tantas veces se ha repetido, que se olvida que el espacio físico construido es
un producto social. La definición y construcción de las grandes infraestructuras (tarea de los ingenieros) y
las intervenciones en calles, edificios, zonas libres, áreas verdes (objeto del trabajo del arquitecto) se
realizan siempre en relación con los objetivos asignados. Siendo así, la conclusión es evidente: primero
los objetivos sociales y políticos, luego el urbanismo y la construcción de la ciudad. Esas tareas deben
ponerse al servicio de las necesidades sociales: de la búsqueda de la igualdad, de la equidad, de la
disminución de la segregación, del civismo y la educación.
Arquitectos e ingenieros han tenido y tienen, sin duda, un peso excesivo en las propuestas y los planes. Se
consideran depositarios del saber técnico, lo cual va unido frecuentemente a una actitud de
autocomplacencia y escasa atención a las demandas ciudadanas. Es cierto que en los años 1970 y 80 en
España algunos defendieron el compromiso social de la arquitectura, y tuvieron posiciones críticas. Pero
en la década siguiente la mayor parte parecen haber perdido toda capacidad crítica, al menos en su actitud
pública. Las numerosas actuaciones urbanísticas desacertadas –sin contar los edificios de escasa calidad
que se han construido– no merecen generalmente ninguna censura de los colectivos de arquitectos
individuales (Colegios profesionales o Escuelas de Arquitectura), ni de la mayoría de estos profesionales.
Más bien se dedican a descalificar a cualquiera que se atreva a disentir de su trabajo.
La arquitectura actual apuesta frecuentemente por edificios elevados y por construcciones icónicas, que
constituyan símbolos reconocibles de la ciudad. Muchas ciudades pugnan por construir obras de gran
impacto, reconocidas internacionalmente, y encargadas a arquitectos prestigiosos. También Barcelona ha
seguido recientemente esa tendencia (Figura 31-32). Para algunos de esos edificios y operaciones
urbanísticas se han realizado concursos públicos, sobre cuya transparencia se han expresado serias dudas,
aludiendo a pactos previos y a justificaciones retóricas de decisiones ya tomadas[54].
Figura 31. La Torre Agbar (Aguas de Barcelona), de Jean Nouvel, un nuevo icono de la ciudad de
Barcelona, levantado en un entorno que no ha sido ordenado y que contrasta fuertemente –tanto en los
edificios antiguos como en los nuevos– con dicha construcción. Foto Horacio Capel.

Figura 32. La nueva arquitectura urbana, irresponsable por sus alardes innecesarios y
costosos (sede corporativa de Gas Natural en la Barceloneta, Barcelona). Foto Horacio
Capel.

La obsesión por los edificios icónicos va unida a una preocupación excesiva por el diseño urbano, un
campo en el que hay aportaciones interesantes, pero que muchas veces está en manos de publicistas y
especialistas en mercadotecnia. Es algo de lo que algunos arquitectos con amplia experiencia en el
planeamiento han podido acusar también al modelo Barcelona, considerando que éste “lleva implícito una
estrategia comercial que en la ciudad se traduce, entre otras cosas, en una invasión de objetos innecesarios,
generado por planteamientos y actitudes que desvirtúan e incluso ridiculizan el concepto de lo
público”[55]. En una situación de graves problemas económicos a escala mundial se hace necesaria,
efectivamente, una actitud de economía y contención en el gasto, evitando el despilfarro y la obsesión por
el diseño que lleva llenar la ciudad de objetos inútiles, mal concebidos o innecesarios. Y por parte de los
arquitectos debería conducir a una mayor valoración de la arquitectura popular y atención a las
necesidades de los ciudadanos[56].

Urbanismo a partir del diálogo


Hemos de poner en marcha una nueva forma de construir la ciudad. Barcelona no es un modelo en ese
sentido. Pero la tradición de luchas populares y de debates ciudadanos permite señalar algunas vías para el
futuro.
Cambiar las formas de construir la ciudad significa que, frente al papel de los técnicos que pretenden
controlar el saber y que diseñan los planes para que los ciudadanos introduzcan detalles, es preciso que el
plan se realice después de escuchar las demandas ciudadanas, y en diálogo con ellas.
Sobre todo, hace falta una mayor atención a las voces de los vecinos. Es necesario escucharlos
frecuentemente, y no sólo con ocasión de las elecciones. Falta también coordinación. A veces el
urbanismo es desarrollado por departamentos diferentes, que pueden estar en manos de partidos políticos
distintos, con problemas de coordinación. Hay asimismo dificultades en las relaciones institucionales entre
el nivel local, el intermedio (de los estados en Brasil, de las Comunidades Autónomas en España) y el del
conjunto del Estado. En España el nivel intermedio tiene transferidas todas las competencias generales de
urbanismo. Cada partido despliega sus propias estrategias a partir de las zonas de poder político-
administrativo que ha conseguido.
En la legislación actual sobre planeamiento urbano la publicidad en las fases de exposición pública es muy
reducida. Debe darse un mayor tiempo de información para poder presentar alegaciones en relación con
las iniciativas urbanísticas; teniendo en cuenta la trascendencia de las decisiones en este campo, es
imprescindible ampliar el tiempo que establece la normativa, clarificar el lenguaje y conceder ayuda
técnica a las asociaciones de vecinos para que puedan estudiar las implicaciones de los proyectos. Ha de
darse un nuevo papel, más intenso, a los movimientos sociales.
Diálogo significa exigir a los políticos una respuesta a las demandas que se hacen. El diálogo debe
convertirse en una forma habitual de gestión de la ciudad, y va creando competencia cívica[57]. Es a partir
de esa base del diálogo que los profesionales del urbanismo pueden orientarse para que, armados con su
conocimiento profesional y técnico, puedan proponer soluciones concretas. Éstas deberán ser todavía
debatidas con los ciudadanos antes de su plasmación final en un proyecto.
La presión popular tiene una importancia decisiva. La tuvo en las transformaciones de Barcelona, como
hemos visto. Pero tras la normalización política del país, se empezó a acusar a las asociaciones y al
movimiento vecinal de falta de representatividad. Se trata de una acusación que hay que tomar en serio, ya
que puede corresponder a la realidad. Pero eso significa simplemente que se debe pensar seriamente en
organizar la participación ciudadana en los asuntos locales mucho más allá del derecho al voto en las
elecciones.
La democracia exige, ante todo, de mecanismos formales como los que ya existen. Es algo indispensable,
y conviene decirlo en países y ante grupos políticos que a veces descalifican la democracia representativa
como simple democracia formal, sin contenido ninguno.
Pero es evidente que la democracia es algo más que eso. Y especialmente ha de ser algo más a la escala
local, en la que se plantean problemas que afectan más directamente a la vida cotidiana de los ciudadanos.
Los políticos elegidos por los ciudadanos reciben un mandato legítimo que les obliga a tomar decisiones y
dirimir entre posiciones diversas. Pero no se trata de una carta blanca para hacer lo que quieran durante
cuatro años, entre elección y elección. Ni tampoco de que puedan tomar las decisiones contando solo con
la opinión de técnicos que se consideran depositarios del saber, y que, desde luego, no han sido elegidos
por los votantes.
A los políticos su elección les obliga a mucho: a contar con la opinión de los ciudadanos ante los
problemas concretos que se presentan, a estimular la presentación de opiniones y alternativas, a evaluarlas,
a dialogar. Es una necesidad ante los proyectos concretos urbanísticos, cuya importancia tanto se ha
ponderado en estos últimos años. Pero mucho más al elaborar planes generales, hoy que nuevamente
vuelve a sentirse la necesidad de hacerlos.
Dialogar signfica tratar de descubrir la opinión de los ciudadanos, individualmente y agrupados en
asociaciones, entre las que las de vecinos tienen un papel importante; y debatir y negociar para obtener
consensos respecto a las soluciones.
Sin duda hay el peligro de la manipulación de los colectivos y de la defensa de intereses particulares, de
grupos de vecinos afectados por una operación de las inmobiliarias, de los propietarios, de los industriales.
Pero es lógico que suceda así, ya que la sociedad es muy compleja y con intereses contradictorios. En todo
caso, hay que saber valorar lo que defienden los distintos agentes y actores; por ejemplo, tal vez no se
deba acabar culpabilizando a los pequeños propietarios o a los vecinos que se oponen a un proyecto
concreto y demandan mayores indemnizaciones, especialmente cuando se puede comprobar que lo que no
se admite de ellos lo van a obtener con creces las inmobiliarias y otros agentes que acaban beneficiándose
de las operaciones urbanísticas.
En muchos casos, puestos a defender unos intereses, será mejor que sean los de los pequeños actores. Por
ejemplo, los vecinos que han colonizado determinadas áreas de viviendas populares unifamiliares y que
han vivido allí durante décadas, y se ven de pronto amenzados de expropiación, o simplemente
expropiados, por la avaricia de las grandes inmobiliarias y la ceguera de los técnicos y los políticos
(Figura 33).

Figura 33. Restos de viviendas unifamiliares de carácter popular destruidas para la prolongación de la
Avenida Diagonal y las operaciones inmobiliarias que le han acompañado, Barcelona. Foto Horacio Capel.

Se necesita otra vez el planeamiento. Algo alejado del viejo planeamiento urbanístico que entró en
cuestión con la crisis de los años 1970, y que todavía actuaba en aquellos años –y lo ha seguido haciendo–
con las herramientas puestas a punto en los años 1920 y 30.
Existen hoy a nuestra disposición instrumentos mucho más poderosos que permiten realizar simulaciones,
diseñar “escenarios” distintos y presentarlos gráficamente, utilizar la teoría de juegos. Es importante
descubrir previamente los intereses enfrentados, en particular la estructutra de la propiedad, los agentes
que van a beneficiarse de las operaciones, las reserva de suelo acumuladas previamente por algunos de
ellos; pero al mismo tiempo, es imprescindible conocer el tejido social existente para, eventualmente,
defenderlo y protegerlo, por su valor para proyectos de futuro. Las operaciones urbanísticas afectan a
espacios y personas concretas. Sobre ellas hay expectativas de beneficio, enfrentados a proyectos de vida
individual y colectiva con capacidad de permanencia y, a la vez, de transformación no traumática.
Ya estamos lejos de esa situación en que el planeamiento podía hacerse con dibujantes (por ejemplo,
arquitectos) y abogados. Es un proceso mucho más complejo en el que no sobran los científicos sociales y
de las otras ramas de la ciencia. Y donde hacen falta políticos atentos, educados y con capacidad de
diálogo y negociación. Pero, sobre todo, donde han de estar presentes los vecinos, los ciudadanos
afectados, que han de definirse acerca de los objetivos del plan, y deben exigir que se les presenten con
nitidez, sin ningún tipo de manipulación, tergiversación u ocultación de datos.
La planificación es imprescindible, aunque sea difícil. A pesar del dominio de la economía de mercado en
sus demandas y urgencias concretas, y de la estrategia de los políticos locales, interesados básicamente en
acciones visibles durante el periodo para el que han sido elegidos, la planificación necesita de objetivos y
metas a largo plazo en situaciones de elevada y cada vez mayor complejidad. La definición del interés
general plantea graves problemas por los intereses concretos de los distintos agentes en presencia, pero
por eso mismo se hace más necesaria y urgente.
Especialmente es esencial todo ello en los planes urbanisticos más amplios y de mayores consecuencias
sociales. Lo esencial es la claridad de los objetivos y al acuerdo sobre ellos, lo que desde luego puede no
ser fácil de conseguir, pero para eso se les paga a politicos y a técnicos.
El argumento de que el trazado de las infraestructuras, por ejemplo, requiere un saber técnico y ha de
dejarse en manos de los profesionales preparados es solo parcialmente cierto. Lo requiere, sin duda, pero
para trazar las redes por donde los ciudadanos y sus representantes les digan que debe hacerse. También
requiere saber técnico la construcción de edificios, pero eso no significa que se puedan construir en
cualquier lugar y con cualquier tamaño o tipología (Figuras 34-35).

<
Figura 34. El post-estructuralismo en la política barcelonesa y el inesperado triunfo de Jacques Derrida:
la deconstrucción, del análisis conceptual al urbanismo. Foto Horacio Capel.

Figura 35. El significado real de la metáfora: la deconstrucción como sinónimo de derribo, en este caso la
destrucción de un espacio unitario y de valor histórico, la plaza de España de Barcelona, para construir
el edificio de una comisaría, que tal vez estará ‘en diálogo’ con el cercano hotel Plaza. Foto Horacio Capel.
No es seguro de que los que hoy hacen el urbanismo estén preparados para este nuevo planeamiento. Por
eso es imprescindible la colaboración de otros técnicos de diferentes campos de la ciencia. Se trata de un
planeamiento urbano flexible, que debe estar dispuesto a revisar sus objetivos cada cierto tiempo y ante
cambios imprevistos, con las correspondientes consultas a los ciudadanos[58].
Desde luego, una cosa es la intervención en los tejidos urbanos ya existentes, y otra la planificación de la
expansión sobre áreas no urbanizadas. En éstas debe admitirse y estimularse la imaginación y la iniciativa
de los arquitectos y deben explorarse formas nuevas de construcción de la ciudad. Aunque sin considerar
ese espacio periférico como una tabula rasa en la que no existen preexistencias. Generalmente las hay, y
deben tenerse en cuenta en el planeamiento. Es ahi donde los valores naturales ecológicos, ambientales,
paisajisticos, la propiedad, las actividades o los restos históricos han de valorarse[59].
Si todo ello es ya muy complejo, mucho más lo es intervenir y planificar el tejido urbano construido,
donde la complejidad es todavía mayor y las preexistencias han de ser el punto de partida para el
planeamiento, intentando respetar ambientes que pueden tener unos valores históricos e identitarios y con
capacidad de permencia y nuevos usos económicos y sociales. Y donde la población residente ha podido
crear redes sociales que son más valiosas que el mismo espacio construido.
El desinterés por la cosa pública (o por las ofertas que se hacen) que tienen los jóvenes y numerosos
ciudadanos, reflejado por ejemplo en las cifras de abstención en las elecciones, indica algo que amenaza
incluso la salud de la democracia en nuestros países. Es en el ámbito local donde hay que empezar a
encontrar soluciones, en relación con los problemas más inmediatos. No tendría inconveniente en afirmar
que el futuro de nuestras democracias depende en buena parte de que seamos capaces de poner a punto
mecanismos serios de participación a ese nivel local.
Es algo de lo que parecen estar tomando consciencia incluso los grupos que poseen el poder. La idea de
que el futuro de las sociedades democráticas “va a depender cada vez más del desarrollo de una sociedad
civil activa” no es ya solo un lema de la izquierda, sino más general[60]. Efectivamente, la actual
situación en que se delega en unos elegidos las decisiones durante cuatro años contribuye a la
desmovilización, tal vez a escala general pero desde luego en el ámbito ciudadano. Es ahí donde se han de
poner a punto urgentemente mecanismos rigurosos de participación.
El derecho de los ciudadanos a participar en las elecciones pero también en las decisiones que les afectan
es indudable. Es así como pueden sentirse protagonistas de la vida pública. Es imprescindible que esa
participación se extienda ampliamente, mediante los procesos participativos, las reuniones y las consultas
sobre cuestiones concretas. Especialmente es importante en relación con la elaboración y el seguimiento
de los planes urbanísticos.
Las autoridades municipales han de tener una actitud abierta ante las demandas de los ciudadano,
incluyendo las de los movimientos antisistema. Se han de escuchar sus voces, dialogar con ellos, y
considerar seriamente sus propuestas. Por ejemplo, las del movimiento okupa, la de los jóvenes airados
por la situación en que se encuentran (laborales, salariales, de vivienda, etc.) o las de aquellos que
proponen nuevas formas de vida y de relación social.
Ha de pensarse imaginativamente en la organización de nuevas formas de participación en todas las
esferas de la vida urbana y prestar atención a las reivindicaciones ciudadanas. Posiblemente no todas
podrán ser atendidas por la administración pública, pero necesitan encontrar interlocutores abiertos y
dialogantes. En general, la población es más razonable de lo que los políticos suponen, y es capaz de
entender las dificultades o imposibilidades que existen, siempre que se presenten adecuadamente las
alternativas, los obstáculos y los recursos disponibles. Técnicos y politicos se creen muchas veces
superiores al resto de la población, sin tener en cuenta que en las sociedades maduras los índices de
formación son elevados y se encuentra frecuentemente niveles de cualificación que pueden ser superiores
a los que ellos poseen y, además, con un mayor conocimiento de la realidad. En todo caso, profundizar la
participación no significa cesión de responsabilidad, ni cuestionar o erosionar el marco institucional. Se
trata precisamente de lo contrario; contribuye a una mayor legitimidad de dicho marco, siempre que los
políticos municipales tomen decididamente la iniciativa del proceso y no vayan a remolque de las
reivindicaciones ciudadanas
En la situación actual muchas competencias escapan a los poderes municipales. Eso los ciudadanos
pueden entenderlo. Pero a través de los debates en relación con la ciudad, y con la construcción del
urbanismo, se tienen posibilidades de negociación y acuerdo, de integración ciudadana en la búsqueda del
bienestar y la convivencia de todos los que comparten un espacio urbano. También en situaciones de
crisis, de desempleo, de emergencia, el ámbito urbano puede desarrollar más fácilmente mecanismos de
solidaridad para atender con generosidad las necesidades de los conciudadanos,
Muchos de los actuales mecanismos para encauzar los procesos participativos son instrumentos de
propaganda del poder local para afianzarse en él. Los ejemplos de Barcelona y de otras ciudades catalanas
lo demuestran. No se requieren más expertos en participación, ni observatorios. Lo que hace falta es
voluntad política para ponerlos en marcha, desarrollarlos con sentido común y verdadero interés por
contrastar opiniones y con un debate riguroso que no se proponga desde la prepotencia y la autoridad mal
entendida. Se necesita también decisión para ir introduciendo mejoras, según se vean sus resultados y la
satisfacción de los ciudadanos. Conviene insistir en la importancia de la transparencia de la gestión y de
los mecanismos de participación, y en la necesidad de que sean realmente eficaces para que los
ciudadanos tomen conciencia de su utilidad. La participación ha de concebirse como un proceso continuo,
con objetivos a largo y medio plazo, pero también dirigido a solucionar problemas concretos e inmediatos.
No hay modelos. Brasil, en particular, no los necesita, ya que algunas iniciativas de este país se han
convertido en referencias para otras ciudades del mundo; como las que se refieren al presupuesto
participativo o a las que se han introducido en el Estatuto da Cidade[61]. Cada ciudad debe partir de su
propia situación, pensar en las soluciones a partir de ella, tratando de conocer lo que se ha hecho en otros
lugares, para aprovecharse de esas experiencias previas[62]. Las teorías científicas explicativas han de ser
el punto de partida para la reflexión, siempre que se utilicen con la mente abierta, sin sacralizaciones. La
utilización de conceptualizaciones como ciudad postindustrial, postfordismo, centro-periferia, y otras, las
alusiones canónicas al desarrollo sostenible no deben convertirse en recetas técnicas –y, mucho menos,
políticas– que impidan la reflexión crítica y lúcida sobre la propia realidad urbana que se pretende
modificar.
Profundizar en la democracia, incorporar al movimiento ciudadano a la construcción de la ciudad, poner a
los técnicos y a los políticos en su lugar, al servicio de los ciudadanos, de sus aspiraciones y de sus
necesidades es la tarea que tenemos ante nosotros.

Notas
[1] Texto de la conferencia del autor en el X Congreso Internacional sobre Poder Local. Desenvolvimento e Gestâo
Social de Territorios, celebrada en Salvador, Brasil, 13 diciembre 2006
[2] Véase, por ejemplo, el libro coordinado por R. López de Lucio (1999) sobre 20 años de Ayuntamientos
democráticos en Madrid, y en especial el prólogo de Fernando de Terán.
[3] Buchanan 1992, Borja 1995, Marshall 2000 y 2004, Monclús 2003, Montaner 2004, Busquets 2004, Capel 2005
y otros que citaremos en las notas siguientes.
[4] Bohigas 2005; un comentario a dicho artículo puede verse en Capel 2006.
[5] Trabajos significativos de la primera fase fueron los de Bohigas 1986 y Borja 1988; el Ayuntamiento de
Barcelona (Ajuntament 1994, 1996, 1999, 2000 y 2003) y diferentes técnicos y académicos han presentado de forma
positiva los rasgos de ese modelo en diversas publicaciones, entre las cuales las incluidas en la colección “Aula
Abierta”; entre ellos los de Santacana 1992, Esteban 1999, Longo 1999, Subirós 1999, Raventós 2000, Mackay
2000, Truño 2000, Valls 2001, Olivella 2001, Oliva 2003, Lahosa y Molina 2003, Torres 2004.
[6] Marshall 2000 y 2004.
[7] Ha sido una referencia para propuestas de revitalización de las ciudades británicas (la de Richard Rogers por
encargo de Tony Blair; Rogers 1999 y 2004) y de otras de diferentes países iberoamericanos.
[8] Entre los cuales Jordi Borja a través del despacho Jordi Borja Urban Technology Consulting S.L. Tan interesante
como conocer quiénes vendieron el modelo Barcelona es saber quiénes lo compraron y porqué; véase en eso sentido,
y con referencia al impacto del modelo en Rio de Janeiro, la comunicación presentada por Pedro de Novais (2006) en
este mismo Congreso sobre Poder Local.
[9] En los últimos meses se multiplican las reuniones de empresarios que reflexionan sobre el posible agotamiento
del modelo Barcelona
[10] Delgado 2005; también Unió Temporal d’Escribes 2004.
[11] Entre esos autores crecientemente críticos sobre un modelo que él mismo contribuyó a aplicar y difundir se
encuentra Jordi Borja (Véase Borja y Muixí 2004). Otro, el arquitecto Oriol Bohigas, cree que se ha podido utilizar
la expresión “para conseguir fácilmente prestigios publicitarios o soporte político”. También estima que lo que se ha
hecho en la ciudad de Barcelona es un proceso, interesante, pero no un modelo, porque “no ha sido una línea
continua sino más bien contradictoria”; y considera que “no pertenecen al mismo modelo la Villa Olímpica y
Diagonal Mar” (Bohigas 2005).
[12] Véase Busquets 2004.
[13] Una presentación cartográfica de los cambios en Busquets 2003; una publicación da también cuenta de algunos
de esos cambios y de las actuaciones realizadas recientes, con excelentes ilustraciones, Foment Ciutat Vella 2005.
[14] Sirva de ejemplo el edificio en la plaza de Sant Agusti Vell, en el chaflán entre Carders y Tantarantana.
[15] Las declaraciones de Josep Lluís Mateo (en Serra 2005) lo confirman, ya que afirma, en efecto, de forma
explícita que “la lógica de los grandes derribos probablemente no ha sido la más interesante”; y a continuación
critica a los que han intervenido en ese sector: “claramente, lo que no han sido interesantes son las nuevas
arquitecturas que han salido de los derribos, que son de una gran banalidad”
[16] López Sánchez 1986, Heeren 2002.
[17] “Un emisario de la ONU denuncia que la especulación en España es desenfrenada”, La Vanguardia 2 de
diciembre 2006, p. 14.
[18] En los quince años que van de 1991 a 2005 el Patronato ha construido un total de 4.451 viviendas en Barcelona,
pero en ese total están incluidas 2.554 viviendas que corresponden a las remodelaciones de barrios y a promociones
destinadas a los afectados por operaciones urbanísticas; lo que deja las siguientes cifras para otras actuaciones: 235
para promociones de protección oficial (para una lista general de personas sin vivienda de toda la ciudad), 491 para
apartamentos con servicios para gente mayor y 1.171 apartamentos de alquiler para jóvenes. Los datos proceden
de Habitatge públic a Barcelona. L'aportació del Patronat Municipal de l'Habitatge, 1991-2005 (Habitatge 2006,
Annex p. 251), un balance de los quince años de actuaciones del Patronato, convertido en una lujosa obra de
propaganda con declaraciones generales sobre la sostenibilidad y el respeto al entorno (según el presidente del
Patronato, “se han introducido criterios de construcción sostenible basados en conceptos arquitectónicos de
adaptación y respeto al entorno”) que se ven cuestionadas por la colección de fotos de edificios y las justificaciones
retóricas que hacen los arquitectos sobre los edificios construidos.
[19] Puede citarse en ese sentido la campaña de movilización vecinal Salvem el Port Vell para presentar otra
alternativa, expresada en un acto público con la intervención de Manuel Vázquez Motalbán, Mercedes Tajer y Ferran
Sagarra, entre otros, celebrado en 1987.
[20] Ventura 2002, p. 66.
[21] En la declaración sobre la participación ciudadana como opción estratégica se alude a “las lucha contra el
intento de aprobación del Plan General Metropolitano, también llamado Plan Comarcal, que se da en Barcelona y su
área metropolitana en los años 70, dando un peso determinante al movimiento asociativo”, Ajuntament de Barcelona
2002, p. 2.
[22] Véase, por ejemplo, lo que se decía en un balance de 1983 (CMB, 1983, p. 5): “Barcelona ha alcanzado
prácticamente la saturación de su término, y frena radicalmente el proceso de crecimiento, parte del cual se desplaza
hacia los municipios vecinos”.
[23] Un artículo de la arquitecta y geógrafa brasileña Ester Limonad (2005) puede servir de ejemplo de la sorpresa
que tienen los que visitan este sector de Barcelona, y muestra la reacción que provoca.
[24] Como muestra los estudios que existen sobre la expansión de la urbanización en la provincia de Barcelona, entre
los cuales los de Monclús 1998, Francesc Muñoz 2004, Herce Vallejo 2004 y otros.
[25] Borja 2006, p. 8.
[26] Balibrea 2006, p. 10. Es en ese momento cuando, según esa autora, llega el paso del modelo a la marca
Barcelona, y la hegemonía de ésta.
[27] Nos limitaremos a citar una de ellas: “desde posiciones de poder politico y poder del know-how y del capital
cultural, impone implacablemente sus criterios estéticos, catalanistas y modernizadores en las transformaciones física
de la ciudad [Narotzcky p. 247-251, Mc Neill p. 156-167], en ocasiones notables contra la voluntad y los criterios de
los afectados cuando éstos osaron contradecirles. En consecuencia, lo que decía hacerse en nombre y por bien de la
ciudadanía, en nombre y por bien de la democratización espacio-social, en nombre y por bien de la integración
barcelonesa en el contexto europeo, se hizo ya desde el principio sin la colaboración y la consulta continuada y
directa de la ciudadanía, Si hubo democratización del consumo de los nuevos y recuperados espacios , que sin duda
en muchas ocasiones beneficiaron a los ciudadanos, no lo hubo de los mecanismos de producción... Y así más que un
modelo de participación social para el pensamiento o la historia de los movimientos sociales urbanos desde la
izquierda, con respecto a esta cuestión, Barcelona es modelo de cómo neutralizar a las bases sociales en la
adquisición del consenso ayudándose de la cultura para ello” (Balibrea 2006, p. 19); otros autores han podido
referirse también al “despotismo ilustrado” de estos grupos de políticos y profesionales barceloneses (MacNeill
1999, p. 156; cit, por Balibrea).
[28] “Barcelona afronta más de 400 pequeñas obras”, La Vanguardia, 22 noviembre 2006, Vivir, p. 3. Según el
primer teniente de alcalde, Xavier Casas, “Es una política de destinar más recursos al espacio público y al
mantenimiento, que es lo que se define como proximidad… No es que hayamos renunciado a proyectos de
envergadura… pero sí que se puede interpretar como un cambio de filosofía”.
[29] Reglamento de Planeamiento para el Desarrollo y Aplicación de la Ley, 1978, artículos 110, 116, 125, 128, 138
1 47, donde se señala el plazo de un mes para la información pública y que las alegaciones se incorporarán al
expediente, para que las autoridades decidan “las determinaciones que deban adoptarse”. Esta normativa ha estado
vigente durante buena parte del periodo estudiado, y en esos aspectos no ha habido cambios esenciales en la
legislación promulgada durante el gobierno del Partido Popular. Respecto a la legislación catalana, véase Textos
2005, artículo 81 (“Tratamiento de los planes directores urbanísticos”), 81.2, donde se reitera que el plazo para
información pública es de un mes.
[30] Ajuntament de Barcelona 2002.
[31] Un total de doce consejos, a saber: Económico y Social, Municipal de Bienestar Social, de Mujeres, Asesor de
la Tercera Edad, de Deportes, Escolar, de Consumo, de la Juventud, de Convivencia, Defensa y Protección de los
Animales, del Medio Ambiente y Sostenibilidad, de Circulación Disciplina y Seguridad Vial, de Seguridad Urbana,
de Asociaciones, de Emigraciones, de Juventud, de Normalización Lingüística, Tributario, de Cooperación
Internacional, del Pueblo Gitano, Comisión Cívica de la Bicicleta, Mesa cívica de la Energía, Forum Ciudad y
Comercio.
[32] Brugué, Font y Gomá 1998, citado en Ajuntament de Barcelona 2000, p. 7.
[33] Subirats, cit. en Ajuntament de Barcelona 2000, p. 11.
[34] Ajuntament de Barcelona 2002, p. 13 y 16; en el estudio de Brugué, Font y Gomá, antes citado (nota 22) se
afirma que todo el mundo coincide en señalar un importante cambio, desde “una actitud permanentemente
reivindicativa a una con importantes espacios de colaboración entre administración y entidades”.
[35] La sociedad Estrucfort 2000 había adquirido ese terreno para construir pisos, lo que, atendiendo las
reclamaciones vecinales, ha sido rechazado por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña en una sentencia que
deja sin valor la aprobación municipal por “vulnerar las disposiciones sobre volumetrías establecidas en el Plan
Especial de Protección del Patrimonio arquitectónico Artístico”. El ayuntamiento, que ya ha permitido el derribo de
una parte del viejo palacio, tiene el proyecto de edificar ese patio posterior para dedicarlo a guardería, no se sabe si
destruyendo los restos que aún existen (Información de D. Canals en El País 8 de noviembre de 2006, Cataluña, p.
34: (“El TSJC anula un proyecto urbanístico que avaló el Consistorio de Barcelona. Las movilizaciones vecinales
obligaron a retirar el plan de la calle de En Carabassa”).
[36] La reclamación se hizo porque “el ayuntamiento vulneró la normativa urbanística por modificar la zonificación
de superficie calificada de equipamiento a zona verde, ajustes que debían haber sido aprobados por la Subcomisión
de Urbanismo y no por éste. El ayuntamiento se ve también obligado en este caso a resolver las cuestiones que
señala el tribunal, y tal vez recurra ante el Tribunal Supremo" (El País 10 de noviembre 2006, Cataluña, p. 37).
[37] Se trata del caso del plan de Can Fargas en Horta, aprobado en el pleno municipal de 24 de noviembre de 2006,
y que dio lugar a protestas ciudadanas (La Vanguardia, 25 de noviembre 2006). Aunque el proyecto tuvo que ser
aprobado debido al silencio administrativo, el Ayuntamiento acordó iniciar los trámites de expropiación de la masía
para convertirla en escuela de música. La plataforma Salvem Can Fargas ha pedido la creación de una comisión de
investigación interna del Ayuntamiento para depurar responsabilidades, y considera que ha habido negligencia (La
Vanguardia, 29 de noviembre 2006, Vivir, p. 3).
[38] La reunión del Plan de Patrimonio del Poblenou el día 13 de noviembre de 2006, fue convocada a las 8 de la
noche: consistió en una simple información de las decisiones adoptadas (incluyendo la proyección de un Power
Point) y se resolvió en dos horas, finalizando abruptamente apagando las luces y dando prisa a los participantes para
que abandonaran el edificio.
[39] Pueden verse en ese sentido, entre otros, los trabajos del Grup de Patrimoni Industrial del Foro de la Ribera del
Besòs 2005, a y b; Tatjer Mir 2005, a y b; Tatjer, Urbiola y Grup de Patrimoni Industrial 2005. Un libro reciente
recoge una parte de la documentación generada en relación a esta lucha, Forum Ribera Besòs 2006. Debe señalarse,
en relación con la defensa de este recinto y el debate de los problemas del Poblenou, la importante labor realizada
por Joan Roca, Salvador Clarós, Mercedes Tatjer, junto con la Asociación de Vecinos del Poblenou así como con
trabajadores, pequeños empresarios, colectivos de artistas y entidades del barrio, agrupados en la plataforma Salvem
Can Ricart.
[40] Grup de Patrimoni Industrial del Foro de la Ribera del Besòs 2005, a y b.
[41] La Modificació del Pla especial de Protecció del Patrimoni Arquitectònic Històricartístic de la Ciutat de
Barcelona. Districte de Sant Martí. Patrimoni del Poblenou (Modificació 2006) incluye, por ejemplo (entre otros
que podríamos indicar), en la página 103 el “Dibuix de la façana central de Can Ricart de l’arquitecte Josep Oriol
Bernadet, 1853” sin indicar la fuente archivística; en realidad, reproducen la figura incluida en el trabajo de M.
Tatjer, M. Urbiola y Grup de Patrimoni Industrial del Forum Ribera Besòs (2005) que sus autores habían compuesto
a partir de la documentación de archivo, como puede descubrirse por dos discontinuidades existentes en la figura y
que no están en el original.
[42] Véase en ese sentido Costa Moreira 2004.
[43] El periódico La Vanguardia (3 de diciembre 2006, p. 1 y 2), al dar noticia de la ocupación de Can Ricart escribe
que “la desaparición de La Makabra ha reabierto el debate entre los detractores del movimiento ocupa y los
defensores de las formas de cultura urbana alternativas como la que presuntamente se venía desarrollando en aquel
espacio”.
[44] “La reforma de Can Batlló encara su recta final sin haber pactado con los talleres”, La Vanguardia 26 de
octubre 2006, Vivir, p. 3.
[45] Véase, por ejemplo Limonad 2005.
[46] Forum Barcelona 2004. “Conclusiones de los Diálogos sobre Ciudades en el Foro Urbano 2004”
<http://www.barcelona2004.org>
[47] Borja 2006, con una relación de los autores que ofrecieron ese panorama (David Harvey, Neil Smith, Richard
Sennent y otros).
[48] El libro ha sido traducido al portugués este mismo año, y se ha publicado con un postfacio de Erminia
Moricone, que hace oportunas matizaciones a la obra (Davis 2006).
[49] Capel, Gritos amargos sobre la ciudad, 1998.
[50]Koolhaas 2006.
[51] Borja 2006, p. 4, y nota 15.
[52] “Si (la ciudad) se queda vieja, simplemente se autdestruye y se renueva. Es igual de emocionante”, ha escrito
Koolhaas (2006, p. 12), hablando de la Ciudad Genérica.
[53] Capel 2004.
[54] El arquitecto Oriol Bohigas (en Contra la incontinencia urbana. Reconsideración moral de la arquitectura y la
ciudad ha hablado incluso de "una corrupción bien camuflada".
[55] Delgado Pérez 2005.
[56] Uno de los arquitectos que colabora en un estudio sobre la actuación del Patronato Municipal de la Vivienda de
Barcelona suscita la siguiente cuestión: “muchos arquitectos nos hemos planteado en un momento u otro si se puede
hacer arquitectura en edificios de pisos” (Joaquín Español, “Apología de l'ofici”, en Habitatge, 2006, p. 27). La
pregunta deja boquiabierto al lector que no pertenece al oficio, porque es probable que el 90 por ciento, o más, de la
actividad de estos profesionales se dedique a la construcción de viviendas. Lo cual queda confirmado por el mismo
autor, que recuerda “lo que decía un filósofo con conocimiento de causa: la arquitectura es el arte de nuestra
residencia en la tierra y, si es así, la casa suburbana o el piso urbano son precisamente el paradigma de la manera
actual de habitar el mundo”. Encontrar en ellos la duda de si eso es arquitectura nos permite comprender el
sentimiento de frustración que les embarga al construir vivienda social: “los arquitectos sabemos que no podemos
esperar la gloria en estos proyectos”.
[57] Ramírez, 1998 y ss.
[58] Véase, por ejemplo, Ascher 2001.
[59] Capel 1994.
[60] Por ejemplo, ha sido recientemente una afirmación del presidente de la Fundación Bertelsmann en un congreso
organizado por dicha empresa privada alemana y presidido por el futuro rey de España, el príncipe Felipe; los
participantes (entre los que había ex-presidentes y ex-primeros ministros de varias naciones) constataron que “los
poderes públicos no pueden resolver por sí solos todos los problemas”, y afirmaron que cada vez “están más alejadas
las figuras del ciudadano y las del político profesional”, lo que exige impulsar la participación ciudadana (“Expertos
reclaman mayor compromiso cívico de gobernantes y ciudadanos”, El País, 24 de noviembre de 2006, p. 58. El I
Congreso Diálogo y Acción. Empresa, Sociedad y Fundaciones ante el desafío del futuro, organizado por la
Fundación Bertelsmann).
[61] Véase en ese sentido Genro 2003.
[62] Por ejemplo, en el caso de Salvador podría ser útil un urbanismo de urgencia que empezara por la periferia,
invirtiendo para mejorarla y construir los equipamientos que faltan, estimular la participación de las asociaciones
vecinales, desarrollar el transporte público (y obligar a los políticos a usarlo), actuar contra la privatización del
espacio (por ejemplo el de la playa), pensar en los peatones y no solo en la circulación de los automóviles (lo que
debería llevar a la mejora de las aceras y a la construcción de pasos preferentes para cruzar las calles), mejorar el
paisaje urbano, intervenir en los miradores que dan hacia el mar, impidiendo la realización de obras que dificultan la
vista (por ejemplo en el Mirante dos Aflittos, y en los que hay a ambos lados del Teatro Vila Velha) etc. Un buen
ejemplo de la privatización del espacio en Salvador puede ser la banda que da al mar en la Avenida Sete de
Setembre: una muralla de grandes (a veces monstruosos) edificios que dan directamente sobre el acantilado, sin
permitir un paseo que permita a los ciudadanos pasear y ver el mar.

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