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Elementos para un enfoque no ortodoxo de la acción colectiva

Article · January 2008

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Freddy Cante

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Elementos para un enfoque
no ortodoxo de la acción colectiva
FREDDY CANTE*

Resumen
En este artículo son controvertidos supuestos básicos del problema de la acción
colectiva desde sus enfoques economicistas. La acción colectiva no es sólo un
problema del tamaño del grupo, los individuos participantes son heterogéneos y
buscan resolver también problemas de negociación sobre unos bienes públicos
que presentan ciertas impurezas. La elección racional, aún cuando se admita la
interacción estratégica es insuficiente para lograr una obtención voluntaria de
bienes públicos. Las preferencias sociales, en especial la filantropía y las redes
de comunicación ofrecen una solución más estable del problema.

Palabras clave: altruismo, decisiones, análisis de las decisiones colectivas.

Abstract
In this article are discussed the basic assumptions of the problem of collective
action, specifically the economicist view. This is not only a problem of the size of
groups; certainly the individuals are heterogeneous and they are sending to solve
problems of negotiation about public goods that have certain impurities. The
rational choice, although let us admit strategic interaction, is insufficient in
order to attain a voluntary provision of public goods. The social preferences,
especially philanthropy and the social networks of communication, offer us a
most stable solution to this problem.

Key words: analysis of collective decision making, decition, altruism.

Clasificación JEL: D700, D640

1. El problema de la acción colectiva

1.1. Supuestos básicos de la acción colectiva

En términos generales, la acción colectiva es el problema de los colinchados


o free riders en la provisión voluntaria de bienes públicos. Esta, de acuerdo

* Doctor en ciencias económicas de la Universidad Nacional de Colombia. Docente e Investigador de la


Facultad de Ciencia Política y de Gobierno, y del Observatorio de Redes y Acción Colectiva (ORAC) del
Centro de Estudios Políticos e Internacionales de la Universidad del Rosario (CEPI). Correo:
cantefree@gmail.com
Fecha de recepción: 9 de agosto de 2008. Fecha de aceptación: 3 de septiembre de 2008.
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con Elster (1989) se puede entender —en su forma más simplista— como
un juego no cooperativo de n personas, lo cual significa que los jugadores
eligen, como estrategia dominante, la no cooperación independientemente
de sus adversarios y/o aliados. La acción colectiva exitosa se traduce
entonces en la provisión voluntaria de bienes públicos que depende de una
variable independiente dicotómica (cooperar o no cooperar) y de una variable
dependiente (el número de cooperadores, los cuales son agentes homogéneos
y tienen similares preferencias).

La acción colectiva consiste en una elección binaria, en la cual es mejor


para todos si una cifra razonable de gente coopera que si todos deciden no
cooperar, aunque sea mejor para cada uno elegir la no cooperación (Elster,
1989). Una versión menos simplista, elaborada por Elster en el citado texto,
permite entender que la escogencia entre cooperar y no cooperar no es una
disyuntiva sino una elección de intensidad: en mayor o menor grado las
diversas personas cooperan (tal supuesto es esencial en el presente artículo).

Los supuestos básicos de la acción colectiva –desde la perspectiva de Olson


(1965)– se pueden sintetizar, de acuerdo a Medina (2002), como sigue:

a. Los grupos como gremios, clases sociales, partidos, etc., no tienen


intereses como tales y no son monolíticos. Solamente los individuos
tienen intereses. Esto corresponde al enfoque del individualismo
metodológico, donde se asume que los resultados sociales dependen de
las diversas elecciones y voluntades individuales.

b. Los individuos actúan siguiendo su propio interés, escogen aquellas


acciones en las cuales su beneficio esperado supere al costo esperado.
Esto significa que los individuos son maximizadores de utilidad (sólo
participan en empresas lucrativas)1.

c. La acción colectiva es deseable. Aunque la participación sea costosa para


cualquier individuo, será benéfico para el grupo si todos o una mayoría de
los individuos deciden cooperar. Por cierto, hay casos como la formación
de un movimiento social (de carácter revolucionario o gremial) o la
tributación honesta, donde la cooperación es muy costosa para el individuo
y su contribución genera nimios beneficios para la colectividad.

d. El bien perseguido por un grupo dado es un bien público. Los individuos


no pueden ser excluidos del bien, una vez este sea alcanzado.

1 Uno de los timos de la teoría estándar de la elección racional es el modelo de la utilidad esperada, uno de
cuyos supuestos es asumir que la acción humana se reduce al interés (utilidad), que sirve para evadir
otras motivaciones más complejas (por lo irracionales y no egoístas) de las personas como son las emociones,
las razones y las normas sociales. Una crítica interesante se halla en Simon (1986).

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e. Los individuos no actúan estratégicamente, esto es, no toman en cuenta


el efecto que puedan tener las elecciones de otros individuos al decidir
si participan o no en la acción colectiva.

1.2. La solución que propuso Mancur Olson

No siempre los grupos de individuos con intereses comunes se organizan


voluntariamente para cooperar. Ciertamente, el propio carácter inclusivo
de los bienes públicos, se torna en un obstáculo para que el individuo
racional (maximizador de utilidades, minimizador de esfuerzos) colabore
en la obtención de los mismos. A esto se suma la extrema improbabilidad
de que las acciones individuales determinen los destinos de un grupo
grande, esto es, si un colectivo alcanza o no sus intereses comunes no
depende de la voluntad y el esfuerzo de ciertos individuos. La
insignificancia de la acción y de la decisión individual, de acuerdo con
Olson (1965), se constata con mayor crudeza a medida que se incrementa
el tamaño del grupo.

Para Olson (1965) la acción voluntaria y el mercado fallan para proveer tales
bienes públicos (esto básicamente por el problema de la no exclusión). Abunda
la evidencia empírica de esto: ni los consumidores, ni los desempleados, ni
los contribuyentes ni los pobres construyen organizaciones para actuar en
pro de sus intereses comunes. Para resolver el problema de la acción colectiva
este autor propone dos soluciones –marcadas por el pesimismo de Hobbes y
quizás por algún autoritarismo leninista, esto es, por el llamado a una
regulación centralizada y coercitiva–, las cuales son:

• Que el grupo sea poco numeroso. Cuando se incrementa el tamaño del


grupo se reducen los incentivos para actuar colectivamente (Olson sólo
se concentra en el tamaño del grupo, supone que los individuos son
homogéneos).

• Que los grupos latentes o grandes (que no se pueden organizar por sí


mismos) sean organizados exógenamente mediante el uso de incentivos
selectivos, los cuales son funcionalmente equivalentes a los impuestos
que decreta el gobierno para la obtención de los bienes públicos.

Olson encuentra una correlación entre ingreso, establecimiento de status


y acceso a los incentivos selectivos, lo cual genera unas tendencias anti
igualitaristas. Los incentivos positivos y negativos funcionan con la gente
dentro del grupo, no con los marginales o los que apenas van a entrar. Por
ejemplo, los premios que privilegian a un grupo de estudiantes dentro un
conjunto más amplio pueden generar un ambiente favorable para que, en
un futuro, estos privilegiados busquen mantener y mejorar sus posiciones
en relación con el resto del grupo.

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Otro hallazgo importante de Olson es, ciertamente, que la regulación en sí


misma es una actividad rentable: los gobiernos ganan dividendos políticos o
económicos al instituir la ley, sobre todo en lo concerniente al poder de
cobrar impuestos o lo que este autor prefiere denominar, como el poder de
imponer transacciones involuntarias. Una de las conclusiones más
interesantes, derivadas a partir del trabajo de Olson, es que la democracia
indirecta (representativa o delegativa) es el sistema político más factible,
debido a que las mayorías dispersas terminan siendo dominadas (gobernadas)
por las minorías organizadas que están conformadas por los que podríamos
denominar como empresarios de la regulación (Ver Cuevas, 1998).

2. La impureza de los bienes públicos y la heterogeneidad de los


individuos2

2.1. La ausencia de bienes públicos puros y los bienes club3

Entre los dos extremos ideales de la teoría, de un lado bienes privados puros
(caracterizados por la exclusión y la rivalidad) y, por otro lado, bienes públicos
puros (indivisibles, difíciles de apropiar privadamente y sujetos a plenas
externalidades), en la realidad solemos encontrar diversas mixturas de bienes
privados y públicos (ver Cornes y Sandler, 1996; Buchanan, 1965; y Cuevas,
2002). Aquí se destacan los bienes públicos impuros y los bienes club.

Los bienes públicos impuros presentan dosis no despreciables de exclusión


y de rivalidad. Estos no incluyen a toda la gente y no dejan de generar
discriminación. Hay técnicas de exclusión que no son tan costosas y que,
por lo demás, se pueden usar deliberadamente, lo que da pie para que existan
exclusiones voluntarias e involuntarias de los bienes presuntamente
públicos. Por ejemplo: el Central Park, ubicado en el corazón mismo de la
isla de Manhattan, es un bien público para quienes han podido superar
algunas barreras de la exclusión como la de tener por lo menos dos mil
dólares mensuales para subsistir en uno de los sectores más costosos de
Nueva York (y, por cierto, del mundo).

Los bienes públicos impuros presentan problemas de congestión –su oferta no


es libre e ilimitada sino que está sujeta a la escasez–, lo cual engendra una
rivalidad muchas veces cercana a la que caracteriza a los bienes privados. Por
ejemplo, una vía pública bogotana (como la autopista al Dorado) tiene ínfima
congestión vehicular a la media noche pero, en una hora pico como las 7 de la
mañana, está tan congestionada que cada espacio es objeto de severa rivalidad.

2 En esta sección se cuestiona la versión simplista de la acción colectiva, heredada de Olson, en la cual se
asume que los individuos son homogéneos y la única preocupación es el tamaño del grupo.
3 En este numeral se cuestiona el supuesto d), ver más arriba.

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Los bienes club presentan menos problemas de congestión que los bienes
públicos impuros (esto en razón de la entrada exclusiva) y son tan
excluyentes como dichos bienes. Ejemplos de clubes son las familias, las
playas nudistas, los partidos, las asociaciones de intelectuales, los
gremios, etc.

La existencia de bienes públicos impuros y de bienes club puede tener dos


importantes consecuencias para la acción colectiva, a saber: uno, que
prolifere la rivalidad entre los grupos (individuos) que persiguen disímiles
bienes (por ejemplo la pugna entre empleados y desempleados en la
cuestión del salario); y dos, que abunde la exclusión aún entre quienes
persiguen los mismos bienes (por ejemplo las divergencias entre los
trabajadores productivos y los improductivos de un mismo sindicato). No
obstante, las técnicas de exclusión típicas de los bienes club pueden ser
una ventaja a la hora de enfrentarse al oportunismo de los colinchados.

2.2. Acción colectiva y negociación4

Los individuos que participan en una acción colectiva no son homogéneos


ni intercambiables (Elster, 1989). La acción colectiva, por consiguiente,
presenta una variable independiente no binaria (que debe contemplar los
matices entre la cooperación y la no cooperación) y una variable dependiente
que no se limita al número de jugadores que participan en la acción, esto
por las siguientes razones, a saber:

• Los diversos individuos no tienen la misma cuota de cooperación, unos


contribuyen más que otros –aún cuando todos cooperen y no existan
colinchados.

• No todos los diversos individuos tienen las mismas probabilidades


(idénticas expectativas e igualdad de aversión al riesgo) para cooperar.
Habrá unos que cooperen a costa de un mayor riesgo y a sabiendas de
que la mayoría no está cooperando y, obviamente, habrá otros con
inversas expectativas.

• No todos los diversos individuos cooperan al mismo tiempo, suele suceder


que la acción colectiva sea un proceso donde primero unos cooperan y,
posteriormente, otros se atreven a cooperar de acuerdo con lo que crean o
comprueben que han hecho las otras personas que los precedieron en la
acción. Lo más cercano a una acción colectiva que se hace
simultáneamente es la votación, lo más frecuente son procesos con cierta
secuencia e historia.

4 En este numeral se cuestionan los supuestos b y c, ver más arriba.

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• Existen desigualdades, conflictos e injusticias aún entre quienes


persiguen los mismos bienes y participan en un mismo proceso de acción
colectiva. Existe una ubicuidad del conflicto.

A raíz de lo anterior, la acción colectiva también involucra un problema de


negociación. La negociación, de acuerdo con Elster (1989), ocurre cuando
hay varios posibles arreglos o acuerdos cooperativos y las partes tienen
preferencias conflictivas sobre estos. Un arreglo cooperativo debe tener los
siguientes atributos:

• Este es mejor para cualquiera que un estado de anarquía (esto es, de


una pugna de todos contra todos, una situación de externalidades
positivas y negativas y, además, de soluciones independientes y
estrictamente privadas)

• Se requiere que no existan explotadores, definidos como no cooperadores


o colinchados que se aprovechan del esfuerzo de los cooperadores.

• Se requiere que no existan explotados, esto es, cooperadores cuyos costos


de cooperación sean superiores a los beneficios recibidos por los otros
jugadores y por él mismo.

El problema central de la negociación es, en al teoría y la práctica, que la


pluralidad de acuerdos cooperativos impide la existencia de un acuerdo estable
y por todos aceptado. La negociación, por lo demás, involucra los rasgos que
dan cuenta de la heterogeneidad de preferencias y de las disímiles situaciones
de tiempo y lugar de los diversos participantes como: conocimiento,
información, riqueza, habilidades y aún peculiaridades del carácter.

Siguiendo a Elster (1989), en la teoría es posible encontrar ciertos arreglos


o acuerdos (al costo de mantener unos supuestos muy asépticos, derivados
del programa de juegos cooperativos de Nash). En la práctica, caracterizada
por una negociación dinámica y no cooperativa, de ofertas y contraofertas,
los arreglos (si es que los hay) son vulnerables al oportunismo y a la búsqueda
de poder de los individuos.

3. El más crudo egoísmo: individuos atomizados con estrategias


dominantes5

En su versión más estrecha, apegada a la lógica de Olson (1965) la acción


colectiva se podría interpretar como un dilema del prisionero de η personas,

5 En este numeral se evidencia el fatalismo de la inacción colectiva, el cual se desprende de los supuestos
b y d que se explicaron al comienzo.

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en el cual es mejor para todos si todos cooperan que si nadie coopera, aunque
sea mejor para cada uno no cooperar.

En el típico dilema del prisionero de dos personas (el cual no difiere


sustancialmente del de n personas), cada jugador tiene la opción de cooperar
o de no cooperar. Como en la historia original del dilema, se asume que los
jugadores actúan independientemente de su adversario, en el sentido de
que sufren aislamiento e incomunicación. En caso de simetría los pagos se
pueden representar como sigue:
Gráfico 1.
Dilema del prisionero con dos jugadores y dos estrategias
Jugador I Jugador II
Cooperación No cooperación
Cooperación b, b d, a
No cooperación a, d c, c

Los valores de los pagos son ordenados así: a > b > c > d; teniendo que (a + d)
< 2b. A estos valores se les podrían asignar unos nombres para darles riqueza
expresiva. En consecuencia, a se podría llamar “tentación”, b se podría
denominar “premio justo” o “second best”, c podría llamarse “castigo”, y d se
puede llamar “redención” o “sacrificio del cooperador unilateral”.

En una comunidad de n individuos (dilema del prisionero de n personas), cada


uno tiene solamente dos alternativas que son “cooperación” y “no cooperación”,
lo que presenta dos inquietantes fatalidades de la inacción colectiva, a saber:

• Resultado Pareto-inferior 6 : en ausencia de acción colectiva, cada


individuo prefiere la no cooperación en lugar de la cooperación. No
importa lo que los otros jugadores hagan, la persona estará mejor no
cooperando. Pero el resultado de que todos los jugadores elijan no cooperar
será catalogado como estrictamente peor que si todos cooperaran.

• Estrategia individual de estricta dominación: constituye un resultado


típico de individuos atomizados, esto es, cada individuo actúa
independientemente de las expectativas concernientes a la acción de
las otras personas. Sin que importen sus expectativas sobre la acción
de otros individuos, cada cual prefiere la no cooperación y, además, esta
estrategia domina estrictamente a la de cooperación (lo que se explica
por la magnitud del mayor pago denominado “tentación”).

6 Hay que recordar que el criterio de Pareto (Optimo de Pareto) está referido a una situación en la que no
es posible mejorar la situación de un individuo sin perjudicar a otro, más aún puede existir mejora para
un individuo sin que mejore la situación del resto de la sociedad. El óptimo de Pareto no da cuenta de la
situación distributiva (el problema de la desigualdad) de una sociedad.

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Si se asume que la acción colectiva es un dilema del prisionero de n personas,


que los grupos humanos están condenados a no lograr la cooperación
voluntaria. Ante semejante fatalidad, surge la solución –propuesta por Olson–,
de imponer la cooperación: aún si la estrategia de cooperación es adoptada
como una política general, por un contrato, sería necesario el uso de la fuerza
para evitar la ruptura de este. Por problemas de free rider, cada individuo
egoísta estaría mejor no cooperando mientras que los otros cooperan, por lo
que deben existir normas, impuestos y obligaciones para lograr la cooperación.

4. Individualismo estratégico: juego del seguro y redes de


comunicación7

4.1. Interacción estratégica, juego del seguro y cooperación condicional

El principal error de la visión simplista de la acción colectiva (dilema del


prisionero de n personas) es, justamente, asumir que los individuos no actúan
estratégicamente. El problema con el dilema del prisionero es, precisamente,
que niega la interacción estratégica: es un juego de estrategias dominantes,
lo cual significa que cada actor decide maximizar su propio pago
independientemente de lo que haga el otro. Pero la acción colectiva es un
problema de interacción estratégica (Medina, 2002), en el sentido de que
nuestras elecciones dependen de lo que otros elijan y viceversa.

En el seminal trabajo de Schelling (1978), la acción colectiva se entiende


como un proceso de interacción estratégica mediante el que se puede pasar
de la no cooperación a la cooperación dependiendo el número de gente que
coopera y la cantidad de personas dispuestas a seguir la conducta cooperativa.
En tal proceso cada uno de los jugadores no toma a los otros como parámetros
(con conductas fijas y dadas) sino, por el contrario, con personas que como
ella o él actúan de acuerdo con lo que crean que harán otras personas. Las
creencias juegan un papel estratégico, cada jugador decide si coopera o no,
de acuerdo con lo que crea que el otro hará –mejor aún, coopera a condición
de que la otra persona también coopere.

Muy temprano, recién publicado el trabajo de Olson, autores como Sen


entendieron que la acción colectiva es un problema de interacción estratégica.
En el juego del seguro ideado por Sen (1967), sólo se requiere la confianza y
cierta información común (dada por la posibilidad de comunicarse) para
resolver el problema de la acción colectiva. No necesariamente un ente
represivo que obligue a hacer cumplir los acuerdos (enforcement).

El juego del seguro presenta una estructura de pagos diferente a la del dilema
del prisionero, en apariencia, porque los pagos por cooperar son más altos.

7 En este numeral se cuestionan los supuestos a y d, enunciados al comienzo.

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ELEMENTOS PARA UN ENFOQUE NO ORTODOXO DE LA ACCIÓN COLECTIVA 165

Cada jugador desea cooperar si su pareja coopera, pero desiste de esto si


piensa (cree) que su pareja no está cooperando. En este juego los valores de
los pagos se ordenan así: b > c > d, pero b > a. En la parte superior del gráfico
2 aparece un dilema del prisionero y abajo un juego del seguro, ambos juegos
con dos jugadores y dos estrategias puras que son cooperar y no cooperar.
En ambas matrices de pagos se incorporan valores numéricos que siguen
la lógica valorativa arriba sugerida.

La estructura de pagos y la lógica del juego del seguro son diferentes a la del
dilema de los prisioneros. La cooperación es posible en el juego del seguro,
fundamentalmente, porque los individuos poseen preferencias sociales (por
un genuino cambio en su comportamiento) y no porque exógenamente algún
gobernante autoritario les hubiese impuesto incentivos selectivos (como
en la perspectiva olsoniana). La peculiaridad del juego del seguro es que
cada jugador busca cooperar si hay seguridad de que el otro lo hace; de lo
contrario no coopera. Los atributos de este juego consisten que sintetiza
algunos de los dilemas morales que sufrimos al decidir si cooperar o no en
un proceso de acción colectiva y, además, no es determinista. Una
interesante discusión sobre el tema se encuentra en Parfit (1984).
Gráfica 2
Dilema del prisionero y juego del seguro
Dilema del prisionero
Jugador II
Cooperación No
cooperación
Jugador I Cooperación 5, 5 - 10, 10
No cooperación 10, - 10 0, 0

Juego del Seguro


Jugador II
Cooperación No
cooperación
Jugador I Cooperación 10, 10 - 10, 5
No cooperación 5, -10 0, 0

Otros autores como Medina (2002, 2007) han optado por presentar el tema de
la acción colectiva como un juego de coordinación. En tal juego se asume que
existen dos jugadores que, por ejemplo, sufren la opresión de un déspota y a
quienes convendría emprender una acción colectiva en contra del tirano. En
tal perspectiva se asume que la acción colectiva es un problema de coordinación
estratégica y no un dilema de los prisioneros. La coordinación significa que
para cada individuo lo mejor es cooperar si los otros individuos cooperan, y
viceversa. Las decisiones estratégicas son inciertas, a tal punto que, por

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ejemplo, todos y cada uno de los conspiradores que van a derrocar a un déspota
dudan hasta el último segundo si, efectivamente, sus compañeros van a
cooperar como ellos intentan hacerlo. Efectivamente, el juego tiene tres
equilibrios, a saber:

• Hay dos equilibrios de Nash en estrategias puras que son la cooperación


o la no cooperación unánimes. Dado que el equilibrio de Nash
corresponde a la situación en que cada jugador está mejor actuando en
consonancia con la estrategia que ha adoptado su rival, las situaciones
de cooperación unilateral son inestables (los jugadores evitan cooperar
si creen o constatan que su adversario no lo hace).

• Un equilibrio en estrategias mixtas (se coopera o no dependiendo de la


probabilidad de que el otro lo haga)8.

Dos debilidades del planteamiento de Medina (2002, 2007), son: Primera, la


de permanecer anclado en el supuesto de que los individuos tan sólo son
seres netamente racionales y maximizadores de utilidades (por tanto su
simplista juego de la cooperación carece de una riqueza conceptual como la
que se puede encontrar en el juego del seguro) y; segunda, hacer caso omiso
de la monumental advertencia de Olson sobre la creciente tendencia hacia
la no cooperación a medida que se incrementa con el tamaño de los grupos.

Lo interesante de planteamientos como los mencionados de Sen, Schelling y


Medina es que conducen a una teoría no determinista de la acción colectiva.
El mundo de la economía y de la política están abiertos a múltiples posibilidades
y a diversos equilibrios. Pueden existir acciones colectivas exitosas en las
que hay cooperación, como también puede haber fracasos en tales acciones.

4.2. Estrategia de la confianza y redes de comunicación9

La comunicación juega un importante papel en la resolución de dilemas


sociales, nos permite superar los problemas de aislamiento y de
desinformación que suelen padecer las personas que emprenden procesos
de acción colectiva. Pero más imprescindible resulta la confianza, la cual
se puede consolidar mediante acuerdos o compromisos entre los diversos
individuos. Cuando existe confianza no necesariamente hay que ver para
creer, los individuos creen en sus compañeros porque hay un pasado o unos
férreos compromisos que hacen insensata la tentativa de no creer. La
confianza es tan crucial que permite asegurar una cooperación en el futuro:
cuando una persona es confiable entonces se puede cooperar con ella o él,
y tener la casi absoluta certeza de que en un futuro responderá con

8 En Medina (2002) aparece la demostración del equilibrio de Nash en estrategias mixtas para este juego.
9 Sobre el tema de redes y comunicación ver Petersen (2002) y Bonachich (1995).

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ELEMENTOS PARA UN ENFOQUE NO ORTODOXO DE LA ACCIÓN COLECTIVA 167

cooperación. En un mundo sin mañana, en una sociedad sin futuro, quizás


en el ambiente sumamente incierto de la jungla hobessiana, las
interacciones sociales semejarían algún dilema del prisionero en el que lo
más rentable fuese la no cooperación. Pero cuando los encuentros sociales
son repetidos y se vislumbra cierta rentabilidad de la cooperación, la confianza
permite emprender acciones colectivas intertemporales, quizás las más
frecuentes dado que ni tan siquiera en juegos de dos jugadores los individuos
actúan simultáneamente. Un completo tratamiento del tema de la confianza
se puede encontrar en Hardin (1991, 1995 y 2006).

Para algunos autores como Petersen (2002) la confianza abunda en


comunidades fuertes (pequeños colectivos con muchos vínculos sociales y un
conjunto común de creencias y valores). En las sociedades más impersonales,
distantes y con colectividades más cuantiosas es importante que la seguridad
sea algo visible (hasta no ver creer) y que, por lo mismo, se pueda comprobar
mediante una comunicación ágil y transparente. En los trabajos de R. Hardin
se insiste en que la estabilidad institucional y la legitimidad de los gobiernos
son cimiento para la confianza en las enormes sociedades masivas.

La estrategia de la confianza, de acuerdo con Sen (1967), ocurre en el caso


especial de que si alguna otra persona decida cooperar 10, el individuo
preferirá cooperar también. Si el individuo espera (cree) que otros cooperan,
entonces preferiría también cooperar. Si una persona tiene una confianza
implícita en que cualquier otro individuo está haciendo lo correcto, entonces
estará en el interés de esta persona el cooperar. Pero si cada individuo no
confía, cree en que los otros le están defraudando, entonces también se
decidirá a no cooperar y todos terminarán en un resultado Pareto inferior.
Una buena comunicación puede generar más confianza.

Las redes de comunicación nos permiten representar la estructura


comunicativa de una colectividad, el número de vínculos comunicativos que
tienen los jugadores entre sí, la densidad de estos vínculos y la posición central
o periférica de estos (Petersen, 2002). En términos formales, cada jugador se
representa con una letra mayúscula y el vínculo comunicativo entre un jugador
y otro (que puede ser su aliado o su rival) es representado con una línea.

La acción colectiva se puede entender como un problema de “la solidaridad


de los débiles contra los fuertes” y, por la ausencia o precariedad de la
comunicación, corresponder a un caso de dilema de los prisioneros, esbozado
por la siguiente red:
A C

10 El caso de las personas que cooperan incondicionalmente aparece al final del artículo.

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En esta red, es posible que A y C negocien (alcancen un acuerdo cooperativo),


pero B tiene un mayor poder de negociación. Si A y C lograsen un acuerdo
cooperativo, entonces podrían, como un colectivo, hacerle exigencias y/o
concesiones al jugador B. Si logran emprender una acción colectiva entonces
pueden ejercer poder sobre B, más precisamente, pueden tener mayor poder
de negociación que B. No obstante, B puede alterar el posible acuerdo, al
hacer “lucrativas” ofertas, de manera independiente a alguno de los dos
jugadores A o C, al punto de ponerlos a pelear entre ellos mismos —lo cual
es una versión muy simplificada del divide y reinarás. En semejante
escenario, A y C estarían mejor si pudiesen resistirse a aceptar las ofertas
de B, lo cual los perjudica en el largo plazo aunque, por cierto, tenga un
atractivo inmediato para el ego de cada uno de ellos.

Si la libre comunicación estuviese permitida entonces los jugadores A y C


lograrían adoptar una estrategia común, entonces las diferencias de poder
con B se reducirían (B perdería su mayor poder de negociación). Además, si
los acuerdos (compromisos) entre los jugadores débiles no fuesen de carácter
obligatorio (sin enforcement), tendríamos que suponer la existencia previa
de relaciones de afecto y de confianza para lograr una exitosa coalición de
estos jugadores.

El juego del seguro supone cierta información común y una estrategia de la


confianza. Es posible, como en la red que se esboza abajo, que A y C estén tan
conectados uno y otro como B lo está con ambos, esto es, que exista una
mayor fluidez y transparencia informativa. Para un exitoso juego del seguro
se requiere la solidaridad entre sujetos de intercambio (reciprocidad)11. En
un juego del seguro caracterizado por la reciprocidad se supone que A y B
tienen la oportunidad de alcanzar un acuerdo de reciprocidad (un contrato,
un compromiso) y que C está excluido del acuerdo. Cuando existen
compromisos los jugadores A y B enfrentan una estructura de pagos del
juego, tal que si adoptaran la estrategia de no cooperación terminarían en la
peor situación —la falta de reciprocidad se castiga tan alto que lo mejor que
pueden hacer tanto A como C es cooperar.
A C

La traición (no cooperación y alianza con el jugador indeseable C) debe


acarrear altos castigos, esto se evidencia en la estructura de pagos de un
típico juego del seguro de dos personas, donde la cooperación bilateral se
premia mucho más alto que la no cooperación bilateral. Pero un elemento

11 El tema de la reciprocidad se explica en la siguiente sección.

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ELEMENTOS PARA UN ENFOQUE NO ORTODOXO DE LA ACCIÓN COLECTIVA 169

que da inestabilidad al juego es, ciertamente, que la cooperación unilateral


es muy costosa. Este dilema ocurre cuando los acuerdos (compromisos) son
inestables, cuando el egoísmo no conduce hacia posiciones de preservación
de los acuerdos. Las relaciones de afecto y de confianza podrían ser el
cemento (el elemento que da cohesión a la sociedad) para mantener
estabilidad en los acuerdos.

Pero, incluso suponiendo que es posible promover estrategias de


aseguramiento, los procesos de acción colectiva dependen del tamaño de los
grupos (y también de su grado de homogeneidad). Así las cosas, evocando en
cierto modo a Olson (1965), Petersen (2001) habla de fuertes comunidades,
las cuales se caracterizan por relaciones muy personales face to face, vínculos
muy multifacéticos y frecuentes, un conjunto de creencias y valores
compartidos e, incluso, cierta equidad en la distribución de recursos, como
elementos que ayudan a dar más tiempo y eficiencia en la interacción
estratégica. Pero los grupos masivos, especialmente los de cientos y millares
de personas, caracterizados por relaciones impersonales, demasiada
fragmentación, heterogeneidad de creencias y valores y, además,
desigualdades en la distribución de los recursos hacen no imposible pero sí
mucho más costosa la interacción estratégica. Cuando las comunidades son
débiles y los grupos masivos, es imposible que cada jugador pueda prever y
confiar en las acciones de las otras personas para decidir si coopera o no.

5. La cooperación que clama reciprocidad12

Hay un excesivo pesimismo en la teoría económica al suponer que los


individuos están motivados por un autointerés exclusivamente material.
Esto contrasta cuando, de otro lado, se admite la heterogeneidad de gustos.
Hay todo un mundo de preferencias sociales descuidadas por los
economistas. Aquí me fundamento en el reciente trabajo de Fehr y
Fischbacher (2002).

5.1. La naturaleza de las preferencias sociales

Una persona tiene preferencias sociales si no solamente cuida de sus propios


recursos materiales sino, además, de los recursos materiales para
relevantes agentes de referencia. Tales agentes de referencia son, por
ejemplo, colegas de una firma con los cuales la persona transa
frecuentemente, allegados o vecinos. A continuación se describen, con
brevedad, algunas de las preferencias sociales más importantes.

• Preferencia por reciprocidad o justicia recíproca: se responde a la bondad


con bondad y a la hostilidad con hostilidad. La reciprocidad de la intención

12 En esta sección se cuestiona el supuesto b), ver más arriba.

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170 FREDDY CANTE

se puede detectar por la equidad en la distribución de los pagos, la cual


no se agota en los meros beneficios materiales.

• Aversión a la inequidad: si una persona es altruista buscará incrementar


los pagos materiales de la otra persona por encima de una determinada
línea de equidad; si es envidiosa entonces buscará reducirlos por debajo
de tal línea de referencia. Quienes tienen preferencias de reciprocidad
y de aversión a la inequidad buscarán castigar a los agentes que busquen
ganar causándole pérdidas al resto.

• Altruismo puro: es una forma de bondad incondicional, altruismo que se


da sin condiciones y que no emerge como una respuesta al altruismo
recibido. En términos técnicos, una persona valora los recursos
materiales asignados a un agente relevante de referencia, de una
manera positiva. Nunca toma retaliación o castigo para imponer a la
gente que no haya colaborado.

• Preferencias rencorosas y envidiosas: cuando un individuo siempre


valora los pagos materiales recibidos por un agente relevante de
referencia, de una manera negativa. Pese a la conducta justa o injusta
del otro agente, esta persona siempre busca disminuir los pagos del otro,
aún a costa de perjudicarse a sí misma.

Las preferencias de carácter egoísta y de reciprocidad son esenciales para


entender la adjudicación de castigos a los no cooperadores y de premios a
quienes hayan cooperado. La presencia de agentes con preferencias
recíprocas, además, cambia los incentivos materiales de los egoístas y los
induce a cambios en sus comportamientos para que, justamente, sean no
egoístas. Ejemplo: un egoísta oportunista teme la sanción social del grupo
de agentes con preferencias recíprocas.

5.2. La reciprocidad en un juego del ultimátum

Una de las predicciones de las preferencias sociales es, ciertamente, que


los individuos derivan utilidad no sólo por su propio pago pecuniario sino,
además, por la existencia de una distribución justa. Es posible que los
destinatarios de una oferta experimenten fuertes emociones si esta es baja
y que tales emociones sirvan para activar el rechazo de tal ofrecimiento.

En el juego del ultimátum, hay un proponente (el que divide) y un jugador


que responde (acepta o no la división propuesta). Si en tal juego quien
responde tiene un criterio de reciprocidad, entonces no aceptará divisiones
o reparticiones injustas de ingreso; esto inducirá a los proponentes a no
hacer ofertas tan bajas. Pero, por cierto, si ambos son egoístas, entonces el
jugador que responde siempre aceptaría cualquier cosa (incluso la parte
más pequeña para él o ella). Por cierto, una considerable fracción de

Economía y Desarrollo - septiembre 2008, vol. 7, no 2


ELEMENTOS PARA UN ENFOQUE NO ORTODOXO DE LA ACCIÓN COLECTIVA 171

jugadores con preferencias recíprocas estarían dispuestos a castigar el


comportamiento no justo de quienes hacen la oferta.

El problema de la acción colectiva, entendido como “la solidaridad de los


débiles contra los fuertes” se puede representar también como un juego del
ultimátum en donde, por cierto, los jugadores con intereses comunes tienen
también preferencias sociales. Quien hace la oferta es un jugador B, con
mayor poder de negociación (por ejemplo un empleador quien ofrece
determinado salario por un cargo vacante). Quienes responden a la oferta
son dos jugadores A y C (por ejemplo obreros), quienes pueden competir o
ser aliados (emprender una acción colectiva en contra de B). Cuando el
proponente ha hecho su oferta, entonces estos responden aceptándola o
rechazándola. Se asume que si ambos aceptan, entonces un mecanismo
azaroso determinará con 50% de probabilidad que alguno de los se quede
con lo ofrecido. Si solo uno de estos acepta, entonces este se quedará con lo
ofrecido. Si ambos destinatarios rechazan la oferta, ni el proponente ni ellos
recibirán nada (se interpreta como que no hay transacción).

Si los jugadores A y C tienen un comportamiento de reciprocidad, entonces


rechazarán bajas ofertas en el ultimátum bilateral (como salarios bajos o
de miseria), justamente para castigar a los proponentes que hacen ofertas
inequitativas o injustas. En el caso bilateral siempre se puede asegurar el
castigo, cosa que no es posible cuando hay un grupo de dos o más destinatarios
en un ambiente de competencia; basta con que uno ceda para echar a perder
el comportamiento recíproco de los demás. Una vez más, el éxito de la acción
colectiva depende del tamaño y de las características del grupo (si este es
una comunidad débil o fuerte).

La reciprocidad es, fundamentalmente, una demanda por mayor justicia: un


individuo está dispuesto a cooperar si existe justicia en los resultados de la
acción colectiva. Individuos con preferencias recíprocas están dispuestos a
cooperar si están seguros que otras personas también estarán cooperando,
aún cuando los pagos pecuniarios por cooperar estén distantes de la
rentabilidad. Si otros cooperan (aunque existiesen incentivos pecuniarios
para que hiciesen lo contrario), entonces ellos están cooperando, lo que induce
a las personas con reciprocidad a dar también su cuota de cooperación. La
reciprocidad es una cooperación condicionada. Además los individuos con
preferencias recíprocas están dispuestos a castigar a los colinchados, dado
que estos explotan a los cooperadores; un potencial colinchado buscará cooperar
para no ser castigado por quienes exigen reciprocidad.

5.3. Castigos recíprocos versus castigos impuestos

Para mantener la cooperación hay al menos dos mecanismos que son el


ostracismo social y la presión proveniente de sujetos con preferencias
recíprocas. En un ámbito social marcado por reciprocidad y presión social, los

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172 FREDDY CANTE

colinchados son vistos como injustos y son castigados. Experimentalmente


se ha demostrado el incremento asombroso en la cooperación, una vez se
introduce la posibilidad de castigar por parte de pares que exigen reciprocidad.
La exigencia de comportamiento recíproco induce a los colinchados a cooperar
en futuros períodos. La presión de los pares, el ostracismo social y, más
generalmente, la cooperación que surge de intensificar el castigo sobre los
colinchados, juega un papel clave en hacer cumplir las normas sociales y en
las diversas organizaciones de la acción colectiva. Cierta evidencia (Camerer,
2003) muestra que los castigos injustos son totalmente improbables aún si
quien castiga obtiene beneficios materiales, mientras que castigos justos
(cuando hay fallas en la reciprocidad), ocurren aún cuando estos causen una
pérdida neta en los ingresos de quien castiga.

La negación de la justicia recíproca impide entender determinantes


cruciales y efectos de los incentivos materiales (o motivaciones extrínsecas
e impuestas, las cuales se explican más abajo). Los incentivos materiales
reducen la eficiencia en situaciones en las cuales el modelo de agentes
egoístas ha previsto lo contrario. La reciprocidad tiene importantes
consecuencias para la provisión de incentivos en contextos de azar moral.
Los contratos con incentivos que son óptimos cuando se enfrentan solo
individuos egoístas, resultan inferiores cuando algunos agentes cuidan la
reciprocidad. Inversamente, contratos que presuntamente fallarán si
concurren agentes egoístas, proveen poderosos incentivos y devienen
superiores cuando participan jugadores con un sentido recíproco de la
justicia. Por lo demás, la evidencia indica que la reciprocidad conduce a
derechos de propiedad colectivos allí don de la hipótesis de autointerés (crudo
egoísmo) predice solamente derechos de propiedad individual (Fehr y
Fischbacher, 2002).

La reciprocidad equivale a dar prioridad a las discusiones sobre los temas


de distribución de los recursos. En presencia de preferencias de reciprocidad
(justicia recíproca), las preguntas sobre la eficiencia y sobre la distribución
son inseparables. Si se percibe justicia en la distribución entonces se
incrementará el esfuerzo para obtener mayores ganancias y mayor
eficiencia. Por cierto, los empresarios pueden manipular a los trabajadores
con incentivos (artificiosos e impositivos) pero, por esa vía, no logran un
incremento en la eficiencia. Pero si los trabajadores participan de las
ganancias de la empresa y comparten los esfuerzos de sus directivas (en
un pacto de reciprocidad), entonces se incrementará la eficiencia.

La reciprocidad, en sí misma, constituye un poderoso contrato y, por lo


mismo, una obligación para hacer cumplir los acuerdos. Los incentivos
explícitos e impuestos no hacen otra cosa que reducir las tentativas de
cooperación voluntaria y de comportamientos recíprocos. La reciprocidad
crea incentivos implícitos (fruto de un acuerdo y no de una imposición
exógena) y riñe con una distribución injusta de los recursos materiales.

Economía y Desarrollo - septiembre 2008, vol. 7, no 2


ELEMENTOS PARA UN ENFOQUE NO ORTODOXO DE LA ACCIÓN COLECTIVA 173

La existencia de preferencias recíprocas (de carácter positivo) nos ayuda a


resolver el problema de la acción colectiva. Bajo propiedad conjunta o
colectiva, las inversiones están asociadas con externalidades positivas y
poseer en conjunto, además, facilita la reciprocidad. Pero en un mundo de
egoísmo crudo, bajo propiedad exclusiva de uno de los dos jugadores (el
empresario), no está en el interés del empleado rendir más porque,
ciertamente, no se beneficia del mayor esfuerzo.

Los incentivos impuestos (del tipo de los que propone Olson (1965) para resolver
el problema de la acción colectiva), entendidos como motivaciones
extrínsecas, de acuerdo con Kohn (2001) tienen las siguientes características,
las cuales los hacen más contraproducentes que deseables, a saber:

• El individuo j (el jefe) emite la orden o llamado al individuo s (subalterno),


más o menos del modo siguiente: “haga usted esta actividad X y obtendrá
el premio o el castigo z”. Donde el fin X lo decide una persona con mayor
jerarquía y poder, quien requiere de la obediencia del subalterno. En
términos económicos X representa un mayor pago que z, este último
es, además, un pago lateral. El individuo s cumple con la orden impartida
por j para hacer X, no porque le interese directamente hacer esto sino,
ciertamente, porque z es un pago lateral. Por ejemplo, en el manejo del
alumnado el profesor dicta el incentivo de la nota para que los estudiantes
ofrezcan respuestas más fieles al contenido cognitivo que se ha impartido.
Del mismo modo, en el manejo de los empleados, el gerente ofrece grados
de excelencia o premios en efectivo para los trabajadores que sean más
productivos y obedientes.

• La versión más cruda de los incentivos corresponde a la filosofía del


comportamiento condicionado, diseñada por psicólogos del conductismo
como B. F. Skinner. La persona que impone o dicta los incentivos se
sitúa en el papel de manipulador, quien tiene un control casi absoluto
sobre el receptor de la orden. Los experimentos de condicionamiento
más exitosos han resultado con ratas al borde de la hambruna, las cuales
minimizan cualquier esfuerzo para conseguir la comida que les dispensa
el experimentador. En el mundo de la experimentación social, las
personas con personalidad más precaria, en minoría de edad, o en
situaciones de mayor indefensión (pobreza, subyugación política y
administrativa) son las más propensas a obedecer, tal como lo hacen los
ratones de laboratorio.

• Los incentivos impuestos corresponden a motivaciones extrínsecas, esto


es, a imposiciones externas y artificiales a las metas y decisiones de
cualquier persona. Las motivaciones intrínsecas, propias de la mayoría
de edad que demanda la construcción de la democracia, corresponden a
preferencias autónomas, esto es, a los objetivos individuales y colectivos
que la persona decide perseguir. Las motivaciones intrínsecas, por lo

Universidad Autónoma de Colombia


174 FREDDY CANTE

demás, equivalen a involucrarse en un proceso de acción colectiva por


las metas mismas de tal movimiento, sin atender a los objetivos laterales
que son el objeto principal de los incentivos. Por ejemplo: me comprometo
a estudiar por las razones inherentes a la construcción de conocimiento,
no por la zanahoria de las medallas ni por el garrote de las malas notas.

• Los premios y los castigos son las dos caras de una misma moneda, a saber:
el comportamiento extrínsecamente manipulado, mediante estímulo-
respuesta. Entre el garrote y la zanahoria, el premio y el castigo, existe
todo un degradé de estímulos que van desde la agresión directa que castiga
hasta el gesto elegante que seduce. En todos los casos se trata de estímulos
orientados a obtener una respuesta mecánica del subordinado, gracias al
mayor poder y control que posee el agente manipulador.

• La evidencia empírica y experimental muestra que los incentivos


funcionan en el corto plazo (la gente se sacia rápidamente de caramelos
y zanahorias) y sirven para obtener metas mediocres (los incentivados
se limitan a cumplir las órdenes, al pie de la letra y sin iniciativa de
crear valor agregado propio). Pero lo más frecuente es que los incentivos
sean una cura peor que la enfermedad, en el mejor de los casos la gente
se aprovecha de manera oportunista de quienes dan incentivos (como ir
a una conferencia por el vino y el queso que dan), en el peor de los casos
hay resentimiento (los incentivados buscan cumplir las órdenes no sólo
a costa de estropear la calidad misma del trabajo sino sus relaciones
con el resto de sus compañeros).

6. Los cooperadores incondicionales: la fundación de la acción


colectiva
El éxito de las estrategias del seguro y de las preferencias recíprocas y,
mejor aún, el comienzo mismo de un proceso de acción colectiva depende
de unos jugadores que juegan, de manera incondicional, a cooperar
unilateralmente. Los cooperadores incondicionales de Schelling (1978) y
su equivalente de los «first movers», como los han denominado Elster (1989) y
Petersen (2001) están dispuestos a fundar un movimiento de acción
colectiva, a sufrir todo el riesgo y a asumir todos los costos. Se puede decir
que estos individuos no actúan estratégicamente, en el sentido de que su
accionar no obedece a un cálculo sobre las expectativas de cooperación
proveniente de las otras personas. Mejor aún, los inicios de la acción colectiva
corresponden a largos períodos de cooperación unilateral, a la espera de
que comiencen a responder los jugadores que necesitan asegurarse de que
otros les han precedido en la cooperación.

Los «first movers» tienen la capacidad de inducir, de cambiar el


comportamiento de otros: el efecto de sacrificarse uno sólo por el resto del

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ELEMENTOS PARA UN ENFOQUE NO ORTODOXO DE LA ACCIÓN COLECTIVA 175

colectivo es insignificante (excepto para un individuo cargado de altruismo).


Pero si un individuo tiene razones para confiar en que otros le seguirán,
entonces actuará adoptando la estrategia de cooperación en pro del bienestar
de la colectividad. Los fundadores de un proceso de acción colectiva tienen
tanto de locura (hot heads) como de heroísmo.

La acción colectiva no se puede comenzar mediante una estrategia de toma


y daca (el famoso tit for tat de Axelrod (1984)), dado que esta castiga muy
temprano. Los procesos exitosos de acción colectiva comienzan con una
cooperación incondicional y menos propensa al cálculo estratégico. Dos pasajes
de la Biblia, tomados por Dixit & Nalebuff (1999) ilustran muy bien este aspecto:

La fragilidad del Tit-For-Tat: “En el Éxodo (21:22) se nos dice “Si unos hombres
peleando pegan a una mujer embarazada y ésta da a luz prematuramente pero
no se da lesión grave, el ofensor debe pagar lo que pida el marido de la mujer.
Pero si se produce una lesión grave, entonces debe tomar vida por vida, ojo por
ojo, diente por diente, mano por mano, quemadura por quemadura, herida por
herida, moratón por moratón”.

La fuerza de la cooperación unilateral e incondicional: el nuevo testamento


sugiere un comportamiento más cooperativo. En San Mateo (5:38) tenemos,
“Habéis oído que se ha dicho, ‘ojo por ojo y diente por diente’ Pero yo os digo, no os
opongáis a una mala persona. Si alguien os golpea en la mejilla derecha, ofrecedle
también la otra”. Pasamos de ‘Haz al prójimo como él te haya hecho’ a la regla
dorada, ‘trata a los demás como desearías que los demás te tratasen a ti’”.

Esta es la misma regla de oro que aconsejó Kant (no tratar a las otras
personas como medios para nuestros fines, tratarlos como quisiéramos que
nos trataran a nosotros mismos). En la vida cotidiana, en la entrega
incondicional de los líderes y héroes que comienzan un proceso de acción
colectiva, esta exigente norma se hace realidad y, mejor aún, hace posibles
y más estables procesos de acción colectiva que no podrían comenzar o
mantenerse por la racionalidad o por meras preferencias recíprocas.

7. Conclusión

Futuros trabajos de investigación, se sugiere, deberían no sólo profundizar


en los temas aquí expuestos y, además, ayudar a explicar otros factores
endógenos y exógenos propiciadores de la acción colectiva que no se han
alcanzado a vislumbrar en esta fase de mi investigación.

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