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Las definiciones son malas para la filosofía, pero –durante un tiempo al menos- dieron
lugar a un buen arte. Todo intento de definición del arte conceptual se enfrenta primero al
dilema de que la definición es, precisamente, uno de los problemas principales planteados
por el arte conceptual. El arte conceptual, uno podría decir, es un arte acerca de la
definición como acto cultural, paradigmáticamente (pero no exclusivamente) la
definición del “arte”. El arte conceptual es ante todo un arte de preguntas y ha dejado en
su huella toda una serie de preguntas acerca de él. ¿Qué justificación existe para nombrar
“conceptual” a un tipo especial de arte? ¿Qué tipo de clasificación es usada? ¿Es el arte
conceptual un arte basado en un medio particular, comparable, por ejemplo, a la pintura y
la escultura: un arte hecho de conceptos, y en consecuencia de lenguaje, como propuso el
artista Henry Flynt en su ensayo Concept Art (1961)? (1) ¿O la idea de arte conceptual
pertenece a un campo de investigación diferente? ¿Es mejor considerarlo en términos más
estrictamente históricos como el arte de un particular movimiento: la
“desmaterialización” del objeto de arte, 1966-1972, en Norteamérica, Europa, Inglaterra,
Australia y Asia, por ejemplo, como lo documenta Lucy Lippard en 1973? (2) ¿Qué
sucede, entonces, con el trabajo más reciente y con el arte de otros lugares, Rusia
Soviética, Europa del Este, y China, incluidos, por ejemplo, en la exhibición de 1999
“Conceptualismo Global”? (3) ¿O estos trabajos deben ser considerados
neo-conceptuales? Si es asi, ¿cuál es su diferencia específica? ¿O es mejor considerar al
arte conceptual de modo más general, y en tal caso hablar de pintura conceptual,
escultura conceptual, fotografía conceptual y arquitectura conceptual? Más aún: ¿no es
todo el arte contemporáneo en cierto modo “conceptual”? (...) ¿Cuál es la diferencia entre
el arte conceptual y la dimensión conceptual de otros tipos de arte?
Estas son sólo algunas de las preguntas planteadas por el arte de vanguardia de los 60 y
los tempranos 70 que continúan resonando hoy. El arte conceptual es una categoría de los
años 60, y los años 60 son un territorio en disputa por razones que van más allá de la
historia del arte. (...).
Una de las causas es que la vanguardia de los 60 redescubrió y readaptó algunos
procedimientos básicos inventados por la vanguardia europea entre las dos guerras
mundiales (Dada, Surrealismo, Futurismo, Constructivismo, Productivismo), bajo nuevas
condiciones sociales y artísticas. En el proceso, transformó sus significados (4). El arte
conceptual forma un vínculo crucial con una particular historia cultural y política, lo que
Jeff Wall llamó “el sueño de un modernismo con contenido social”, que continúa hasta
nuestros días (5). Para otros ese sueño está acabado. Queda también la cuestión acerca del
rol de las estrategias conceptuales en el arte actual. En los 90, el mundo del arte
internacional ha estado dominado por un conjunto formalmente diverso de objetos y
prácticas “post-conceptuales” que combinan la herencia del arte de los 60 con las nuevas
orientaciones del mercado y la antipatía hacia la teoría que distinguió la reacción contra
las vanguardias en los años 80. La búsqueda de rigor intelectual por la cual precisamente
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social y política. Porque la etiqueta de “arte conceptual” es mucho más que una simple
designación empírica. Más bien, funciona como un sumario o una condensación de los
aspectos históricamente más significativos de prácticas que pueden ser pensadas bajo
descripciones variadas. Así, cada término crítico impone su propia unidad retrospectiva
de la historia del arte. En este aspecto, el dominio ahora establecido del término “arte
conceptual” es menos una victoria de una facción artística particular por sobre otras
(como algunos lamentan), que la consecuencia de la necesidad profunda de inteligibilidad
histórica. La idea del arte conceptual coloca la búsqueda retrospectiva de determinaciones
universales del “arte” en el punto máximo de su teoría, desafiando la definición de obra
de arte como objeto visual o, en sentido más amplio, como experiencia y placer
espaciales. Como tal, representa un punto de quiebre en la historia reciente del arte con
importantes implicancias sobre la relación entre el arte y otras formas de experiencia
cultural.
Yo seguiré, entonces, un enfoque por un lado históricamente inclusivo, pero por otro lado
también específicamente crítico, para diferenciar obras en las cuales el elemento
conceptual es predominante, reconociendo en ellas cualquiera de los cuatro modos
principales, correspondientes a las cuatro líneas genealógicas de negación que alimentan
el arte conceptual y lo constituyen como fenómeno histórico.
El arte conceptual fue el producto de sucesivas y superpuestas revueltas contra cuatro
rasgos definitorios de la obra de arte, tal como se la entendía hasta ese momento en las
instituciones del arte en Occidente, y tal como aparecían particularmente condensadas en
los escritos de Clement Greenberg sobre la pintura moderna. Esto es: objetividad
material, especificidad basada en el medio, visualidad y autonomía. Cada rebelión
contestó a una dimensión de la definición estética de la obra de arte poniendo atención en
el rol de las ideas en la producción de significado en el campo de la experiencia visual.
Pero cada una lo hizo de modo diferente. Cada forma de negación tuvo su propio efecto
positivo en diferentes conjuntos de recursos o estrategias para lograr un tipo distinto de
arte conceptual:
4.1. Obras que usan como medio principal la intervención en los medios, es decir, en
formas culturales existentes de publicidad, con el objetivo de transfigurarlas y de
ese modo ayudar a transformar las estructuras de la vida cotidiana.
4.2. Obras que explícitamente apuntan a los conflictos políticos e ideológicos y que
advierten sobre posiciones ideológicas subalternas o alternativas particulares.
4.3. Obras que dirigen su atención a las relaciones de poder implícitas en las propias
instituciones del arte.
Este esquema tipológico genera los seis tipos de arte conceptual que estructuran el
presente libro, a saber:
Las obras de artistas asociados a Fluxus han sido generalmente excluídas del canon del
arte conceptual. Más aún, sólo recientemente Fluxus comenzó a ser reconocido como un
fenómeno central del arte de los 60. Hay numerosas razones para ello, incluyendo: su
base en el modernismo musical, más que en las artes visuales, su crítica a tratar la
performance como una categoría artística separada, las dificultades de documentación
inherentes a los trabajos relacionados a la performance, sus elementos de activismo
anti-arte y sus sistemas de distribución independientes, y su internacionalismo (14). Es
inadecuado considerar que la contribución de Fluxus al arte conceptual proviene de su
uso de la performance (15). En efecto, esta contribución no proviene del uso de la
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performance como tal, sino más bien en la articulación “intermedial” entre sus
partituras/instrucciones, sus performances y su documentación. Es tentador considerar
que la contribución de la performance al arte conceptual descansa en la concepción
general de la obra como un acto efímero y su persistencia como idea. Sin embargo, esto
significaría desestimar la importancia prospectiva de una (aunque parcial más duradera)
existencia actual de la obra a través de sus instrucciones y su documentación
respectivamente. Por un lado, la performance puede ser considerada como un modo de
“desmaterialización” del objeto en el tiempo y el movimiento, en el propio acto en el que
encarna la obra. Por otro lado, la performance está siempre acompañada con medios
suplementarios de representación que prefiguran, o retienen (en general
fotográficamente) o reconstituyen el acto, “re-materializándolo” a través de variados
modos materiales de registro de su forma ideal. El registro es central en las artes
modernas del teatro y de la música. Sin embargo, la cuestión cambia y se complica
cuando ciertas piezas genéricas de performance, que no son propiamente ni música ni
teatro ni danza, ni tampoco un modo combinatorio tipo ópera, tienen lugar en el contexto
del arte. Un cambio en el estatuto de sus registros linguísticos (de sus notaciones) y de
sus registros fotográficos tiene lugar, cambio que transforma estos trabajos en arte
concepual.
A mediados de los 50 una cantidad de tendencias orientadas hacia la performance como
nuevo modelo de un arte no basado en el objeto pueden encontrarse: desde los
experimentos musicales de John Cage con el silencio y el ruido (a menudo en
colaboración con el bailarín Merce Cunningham) en el Black Mountain College; pasando
por las transformaciones de la pintura de acción tipo Pollock en performances, como en
Georges Mathieu y el grupo Gutai en Japón, Yves Klein en Francia y Robert
Rauschemberg en Estados Unidos, hasta los desarrollos en danza y movimiento asociados
al Ann Halprin´s Dancer´s Workshop Company en San Francisco a fines de los 50 y,
luego, al Judson Dance Theatre en Nueva York en los tempranos 60. En sentido más
amplio, el Situacionismo Internacional ofrecía una visión colectiva de la performance
como intervención social entendida como modificación crítica y subversiva del entorno
urbano, continuando el sueño surrealista de superar las distinciones entre arte, política y
vida cotidiana. En el contexto cultural más estricto del arte neyorkino, debemos
mencionar también los happenings de Allan Kaprow. Sin embargo, algo específico
distingue a las actividades relacionadas a la performance en Fluxus de sus predecesores.
Esta diferencia puede ser recogida en la transformación de la relación entre partitura y
evento.
La partitura (score) es una contribución decisiva del modernismo musical a las artes
visuales. La atención puesta por Cage en los elementos performativos del hacer-sonido
requirió de innovaciones radicales en las partituras, tanto en sus aspectos visuales como
en sus contenidos. Tradicionalmente, la partitura ocupa un lugar prioritario estableciendo
la identidad de una pieza musical, como una entidad “musical” autosuficiente. Las
partituras de performances musicales de Cage incorporan notaciones acerca de aspectos
performáticos que antes no eran incluídos. Las notaciones de Cage apuntan a la vez en
dos direcciones opuestas: por un lado, escapan de la autosuficiencia musical de las
partituras tradicionales; por otro lado, expanden la importancia de la partitura como un
nuevo modo de obra de arte. Artistas como George Brecht toman y generalizan el
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Es común considerar al arte conceptual como el giro linguístico del arte occidental. Pero
el arte conceptual que emergió de la negación minimalista del medio a través de una
concepción genérica de la objetualidad (objecthood) estaba menos interesado en el
lenguaje que en sistemas ideales de relaciones lógicas, matemáticas y espacio-temporales.
Si hay una unidad básica de inteligibilidad en el arte conceptual de sistemas no es el
acto/evento ni la palabra, sino el número; si hay una estructura sintáctica común no es la
proposición sino la fórmula; y si hay una disciplina que lo enmarque no es la
composición ni la linguística sino la geometría (…).
Si el Minimalismo puede ser asociado con un reconocimiento de la importancia del
lenguaje en el arte, no es por el uso de elementos linguísticos en las obras sino en la
elevada conciencia del rol del discurso crítico en la producción y la experiencia del arte.
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La superación del paradigma minimalista por parte de Robert Morris y de Sol LeWitt se
dio en direcciones diferentes. En el escrito “Anti Forma”, Morris, de algún modo
continúa el modelo greenbergiano de la “verdad hacia los materiales” en un sentido físico
(20). Precisamente, lo que para Morris resultaba problemático de los ordenamientos
seriales minimalistas era que se trataba de un orden a priori impuesto que no tenía
relación inherente con la fisicalidad de los materiales implicados. Morris se propuso
superar el “carácter dual” que persistía entre los sistemas ideales de ordenamiento y la
materia a la cual eran aplicados. Este orden a priori iba a ser para LeWitt precisamente el
punto distintivo de un nuevo “arte conceptual”, que buscaba cada vez más una separación
instrumental entre objetivos y medios.
LeWitt escribe “Parágrafos sobre Arte Conceptual” en 1967 (21). No era el primero en
caracterizar obras de arte como conceptuales. (…) Sin embargo, fue el primero en utilizar
el término sistemáticamente para identificar un tipo específico de arte. Rápidamente se
convirtió en Estados Unidos en un marco unificador para entender un cuerpo de arte
emergente. (…) Hablaba de un nuevo tipo de arte en el cual la idea o el concepto eran la
parte más importante. El proceso de concepción y realización eran a veces más
interesantes que el producto final.
Benjamin Buchloh identificó como “la primera exhibición verdaderamente conceptual,
tanto en términos del material expuesto como en el estilo de su presentación” a la muestra
organizada por Mel Bochner titulada “Dibujos de Trabajo y Otras Cosas Visibles sobre
Papel No Necesariamente Entendidas para Ser Vistas como Arte” (22). Incluía dibujos,
diagramas y notaciones de varios otros artistas y marcó la inauguración del arte
conceptual basado en el proceso en el circuito artístico de Nueva York. Tomó la forma de
cuatro libros de fotocopias montados sobre pedestales, que contenían bocetos de artistas
minimalistas, planes de arquitectura, diagramas científicos y otros tipos de esquemas
apropiados de publicaciones comerciales. Combinaba la idea de obra-proceso conceptual
con la reproducción barata de la fotocopia. Abrió en la galería de la Escuela de Artes
Visuales de Nueva York en Diciembre de 1966, más de seis meses antes que la
publicación de LeWitt. La apariencia, el “estilo” de esta muestra era nueva y se volvería
distintivamente conceptual: algo que se parecía más a una oficina o biblioteca o editorial
que a una galería de arte (23).
A pesar de su énfasis en los aspectos intelectuales de la producción artística, LeWitt era
hostil a la filosofía y otras disciplinas teóricas. Para él el arte conceptual “no es teórico ni
una ilustración de teorías”, ni siquiera es “necesariamente lógico”. Por el contrario, “las
ideas se descubren por intuición”. Más aún, LeWitt insistiría en el carácter más bien
“místico” antes que “racional” de ese arte, describiéndolo como constituido por
“razonamientos ilógicos”. Una de las razones es que la práctica artística de LeWitt se
estructura en torno de la exploración de las continuidades y las disyunciones entre la
lógica de lo conceptual y la lógica de lo perceptual, y esto pone en duda la racionalidad
del formalismo matemático. La formula serial más simple, una vez que es realizada
sistemáticamente en una forma tridimensional, puede aparecer como un sinsentido y
desorientarnos. Hay en el sistematismo de su obra un cierto absurdo que le añade un
humor beckettiano. Aún asi, esta es la única razon que puede encontrarse en estos
sistemas formales, y LeWitt persistió en ello obstinadamente (24).
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Palabra y Signo
consideración es errónea y nos impide aprehender la función particular que asumieron los
textos en el contexto de las artes visuales. Los textos, al ser emplazados en los espacios
de arte, y al ser considerados ellos mismos como obras de arte, adquieren funciones
artísticas y culturales nuevas, e intrínsecamente inestables. Su sentido depende tanto de
las reglas que gobiernen su espacio de inserción como los rasgos específicos del texto.
Son estos factores contextuales (incluyendo también las relaciones con otras formas
culturales de uso del lenguaje) los que distinguen el uso del lenguaje en el arte conceptual
de los 60 y los 70 de otras propuestas anteriores (entre las cuales la más notable es la obra
de M. Duchamp).
El fantasma de Duchamp acecha a todo el arte conceptual con la amenaza de la
redundancia: la idea de que él ya hizo todo antes, de que su obra “ya ha alcanzado la
reducción del arte a sus condiciones necesarias y suficientes”, y de que todo el arte
conceptual no es más que la proyección hacia el futuro de algo que ya existía en el
pasado (26). Ya que si, como dijo Kosuth, “todo el arte (después de Duchamp), es
conceptual (por naturaleza), porque el arte solo existe conceptualmente” (27), entonces
¿qué puede haber de diferente, o de tan importante, en un tipo particular de arte que
reclama para si el estatuto de “conceptual”? La respuesta está en el impacto de la
autoconciencia crítica del arte conceptual sobre determinadas prácticas artísticas y en el
intento de desarrollar este carácter conceptual de modo explícito y consistente dentro de
las propias estructuras de la obra de arte.
Para entender porqué el peso de semejante intento recayó de modo tan fuerte (y por
momentos exclusivamente) sobre el lenguaje, es necesario volver, primero, a la historia
del ready made previa al arte conceptual y, en segundo lugar, a las teorías filosóficas del
significado prevalecientes en los 60.
En Duchamp el lenguaje operaba sobre los objetos cambiando y complicando de muchas
maneras la experiencia óptica, nuestras relaciones cognitivas con la forma visual. Para
que esto funcionara (para que los elementos visuales aparecieran como términos de una
operación lingüística) era necesario neutralizar el efecto estético del objeto. De aquí la
importancia del ready made como medio de producción de una “indiferencia visual”
sobre el objeto, en palabras de Duchamp “la ausencia total de buen o mal gusto… de
hecho una completa anestesia” (28). Más aún, recordemos que para Duchamp, al menos
inicialmente, el ready made no era una “obra de arte”.
(…) Cuando el ready made fue insertado en el contexto del arte con el famoso urinario
(Fuente, 1917) fue, paradójicamente, a través de la documentación de su fracaso en ser
considerado arte (por los organizadores del Independents´ Show, que lo rechazaron) que
se volvió arte. El estatuto no artístico del objeto fue confirmado simultáneamente al
reconocimiento del acto de su envío y su nominación (la irónica pretensión artística
registrada lingüísticamente en el titulo) como una intervención en el campo del arte.
Fuente era “anti-arte” en el sentido plenamente dialéctico del término, más cercano al
espíritu de Dada de lo que se reconoce actualmente. Sin embargo, con su recepción
dentro del museo, y el reconocimiento de la estrategia anti-arte como un género artístico
legítimo, el ready made adquirió inevitablemente un aura de objetualidad artística (art
objecthood) y, con ello, se dio el regreso de su dimensión estética.
Duchamp era conciente del peligro de repetir indiscriminadamente la operatoria del ready
made, y decidió limitar su producción a un número limitado (algo también paradójico
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Las obras tempranas de Huebler, las piezas de “locación” y “duración” tienen una
estructura similar de referencia fotográfica y lingüística, pero no requerida por la
invisibilidad sino por la naturaleza pretérita de los “eventos” referidos. Apuntan hacia los
estrictos límites espacio-temporales de la visibilidad. Huebler usa reglas espaciales y
temporales caprichosas o gratuitas para la producción de su documentación fotográfica
(por ejemplo: fotografiar el mismo espacio a intervalos exactos de un minuto, o series de
espacios a distancias prefijadas uno de otro), evitando así toda idea de composición de
escenas. En la presentación de las piezas, el lenguaje (la especificación de las reglas) y la
fotografía (que las obedece) aparecen como alternativas equivalentes, siendo las dos
igualmente formas “ready made” de información primaria. (…) La correspondencia entre
imagen y “epígrafe” advierte acerca de la naturaleza construída (arbitraria) de los
“hechos” referidos.
En 1971, Huebler formalizó el principio subyacente de su trabajo en una obra discreta
pero imposible de completar, Variable Piece No 70 (In Process), también conocida como
Everyone Alive, en la cual se propuso “… documentar fotográficamente, al alcance de mi
capacidad… la existencia de toda persona viva con el objetivo de producir la
representación más auténtica e inclusiva de la especie humana que jamás se haya visto”
(…). Con el tiempo, algunas fotografías de individuos comenzaron a aparecer con
epígrafes paródicos acerca de diferentes “tipos” de personas, por ejemplo “al menos una
persona que es siempre el corazón de la fiesta”, o “al menos una persona para quien la
realidad es más rica que en las fantasías del artista”, etc. (34). Pero la asociación entre
imagen y epígrafe era arbitraria, mostrando que la supuesta “descripción” de algo
particular no es más que la imposición de un esquema conceptual sobre un individuo o
situación singular.
Si los artistas de Fluxus usaron la palabra “pieza” en referencia a la terminología musical,
Huebler la usó en el sentido de “pedazo”, porción, aludiendo al carácter necesariamente
parcial de la obra.
Weiner utilizó también en sentido directo el término “declaración” (statement). No el
término más técnico usado por Kosuth, de “proposición”, sino una palabra más al modo
de las declaraciones bancarias, por ejemplo, que registran un estado de cosas de un modo
directo, factual y prosaico. Las “declaraciones” de Weiner poseen una estudiada
neutralidad, en parte lograda por el uso de la voz pasiva: an amount of bleach poured
onto a rug and allowed to bleach (“una cantidad de lavandina derramada sobre un tapete
permitiéndosele desteñir”, 1968), por ejemplo. Esto produce un cierto grado de
conclusión en referencia a los materiales, al tiempo que deja su especificación
espacio-temporal totalmente indeterminada. Son declaraciones abiertas al futuro, a
potenciales realizaciones, pero –y esto es crucial- sin ninguna instrucción o imperativo
orientado a su realización. Es más, Weiner asociaba ese tipo de instrucciones con el
autoritarismo (35). De aquí su famosa “declaración de intenciones”
Cada cual siendo equivalente y consistente con la intención del artista, la decisión
depende del receptor según las condiciones de recepción. (36)
arte hacia el espacio público. Kosuth, al ser más insistente en que el objeto era irrelevante
para el arte, quedó más expuesto a esta amenaza.
Robert Smithson dijo una vez que el lenguaje, en los artistas, producía a la vez
embelesamiento y miedo por el hecho de que “nadie sabe qué es” (40). Kosuth intentó
controlar ese miedo a través de la filosofía y escogió una filosofía particularmente
adecuada para ello: el positivismo lógico, la filosofía “analítica” del lenguaje producida
en Viena entre las dos guerras mundiales y popularizada en el mundo de habla inglesa por
el filósofo británico A. J. Ayer (41). A Kosuth no le interesaba el lenguaje como medio
artístico sino establecer la proposición analítica (un uso particular del lenguaje) como
modelo de la obra de arte en general. Su contribución específica fue importar al discurso
crítico del arte la noción de la proposición “analítica”, una proposición tautológica, cuya
verdad depende de relaciones internas de significado, y que no depende de circunstancias
externas porque no provee ninguna información acerca de “hechos”. Para Kosuth cada
obra de arte es una definición acerca del arte y, por lo tanto, una proposición
auto-legitimada. La noción implica una concepción retórica del arte como modo de
aserción.
Kosuth hizo de esta concepción teórica la base explícita de su práctica artística: el arte
como idea como idea (la idea de que el arte es una idea), frase que aparece
reiteradamente en los títulos de sus obras. Inicialmente, Kosuth produjo ampliaciones
fotográficas de definiciones de diccionario de palabras clave como “pintura”, “objeto”,
“significado”. De este modo, Kosuth transformó el gesto de negatividad de Duchamp en
un nuevo positivismo conceptual. (…) En definitiva, su “arte conceptual” quedó atrapado
en la lógica interna de la concepción modernista de la autonomía de la obra de arte (42).
De hecho, Kosuth releyó al ready made de Duchamp a través de un modelo específico de
autonomía y autorreferencialidad artísticas: el monocromo pictórico de Ad Reinhardt
entendido como “Arte como Arte” (43) (…).
Sus obras estaban muy lejos de ser incomprensibles. Los textos elegidos eran referencias
claras a los códigos teóricos implicados en la concepción de su obra, y los diseños
tipográficos tenían una referencia inmediata y resultaban familiares como los códigos de
la publicidad. La concepción teórica fue mucho más radical que sus intentos de producir
obra, y en cierto sentido las obras contradicen su posición anti-estética. Como afirma Jeff
Wall, Kosuth fue el producto típico de una generación de artistas norteamericanos
universitarios de los 60 para quienes las formas de la publicidad parecían garantizar una
huída a los valores del arte. En este sentido, el conceptualismo de Kosuth tiene estrecha
relación con el arte pop de Warhol, ya que reproduce no el conocimiento sino los
mecanismos de falsificación y cosificación del conocimiento, cuyas formas de
disposición seductora él copia para hacer objetos de arte (44).
Contrariamente a su posición teórica, Kosuth produjo una estetización del positivismo
lógico. Esto era ajeno a alguien como LeWitt, quien desconfiaba de los artistas que
“hacen su oficio demasiado bien” (45). Finalmente las obras iban mucho más allá de la
simple necesidad de dar forma a una idea y prevaleció en ellas una relación visual, y no
de lectura, sobre el espectador. Precisamente, esto es lo que el sistema del arte hace sobre
los objetos, más allá de las intenciones del artista. Por estas razones, más allá de su
aparente sofisticación, la obra de Kosuth no logró sostenerse por encima de Weiner y su
lacónica noción del lenguaje como material escultórico. (46)
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Los tres tipos de arte conceptual hasta aquí expuestos buscaban negar distintas
concepciones acerca de la obra de arte tal como era entendida hasta ese momento. Sin
embargo, los tres continuaron operando dentro de la concepción del arte como un campo
cultural autónomo. Los siguientes tres tipos cuestionan este presupuesto. También, cada
uno de ellos tres, funciona conceptualmente como intento de superar un tipo de límite
específico que separa al arte de otras prácticas sociales. Cada uno focaliza en un campo
en particular: a) los medios y la publicidad como entornos de la vida cotidiana; b) la
política; c) las relaciones de poder dentro de la propia institución del arte. No obstante,
debemos adelantar que ninguna de estas formas de arte ha garantizado el efectivo quiebre
de la autonomía del arte. En este sentido, el arte conceptual “post-autónomo” no es más
que un tipo liminal de arte autónomo.
Los dos trabajos artísticos hoy reconocidos como los más importantes de los 60
aparecieron bajo la forma de artículos en revistas de arte: Homes for America de Dan
Graham (Arts Magazine, 1966) y The Monuments of Passaic de Robert Smithson
(Artforum, 1967).
Graham empezó a fijarse en las instancias no artísticas, cotidianas, del tipo de cualidades
formales y seriales asociadas al Minimalismo, por ejemplo en sus fotografias
documentales de los hábitats suburbanos. Alli la serialidad funciona como marca de
distinción socio-política. Inicialmente, Gram. deseaba usar este formato -formal aunque
carente de valor estético- en una revista popular como Esquire, planeando un imitación
artística de un ensayo fotográfico como modo de infiltrarse invisiblemente dentro de un
contexto no artístico Graham había notado la tendencia duchampiana de elevar objetos
comunes al estatuto de arte, en vez de reducir los objetos de la galería al nivel común de
los objetos cotidianos. Esto hubiese significado no “usar un Rembrandt como una tabla
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de planchar” (48), sino usar una tabla de planchar “ready made” como una tabla de
planchar, o algo parecido. Sin embargo, esto nunca sucedió. En cambio, Graham
aprovechó una invitación de la revista Arts Magazine para publicar su obra Homes for
America. Usó sus fotografías como ilustraciones de un breve ensayo basado en el uso
permutativo de unidades modulares prefabricadas en las viviendas suburbanas. Graham
explica que su inspiración para intervenir la revista de arte fueron las instalaciones de
Dan Flavin de tubos fluorescentes. A pesar de que estos tubos son normalmente
considerados en el contexto del Minimalismo por sus cualidades formales como “objetos
especificos”, Graham pensaba que lo mas interesante del uso de ese material era que los
tubos eran a la vez parte de la infraestructura de la galería y parte del mundo existente
mas allá del sistema del arte (la luz eléctrica en general). El pensaba Homes for America
operando del mismo modo dual y ambiguo, refiriendo a dos contextos a la vez. No
obstante la revista finalmente publicó la pieza traicionando el original del artista.
La obra de Robert Smithson The Monuments of Passaic tiene una forma similar a grandes
rasgos. Smithson ya era conocido como un artista escritor que había innovado la forma
del ensayo. Se inspiraba mucho en la imaginación arquitectónica de la ciencia ficción, el
modo en que la matemática del espacio aparecía en las representaciones populares del
saber científico y había experimentado con extrañas mezclas de géneros visuales y
narrativos. En Passaic reune todos esos intereses bajo la forma de un catalogo de viaje en
el cual la ruinosa arquitectura industrial de la ciudad de Passaic (Nueva Jersey) es
paródicamente investida de una nueva monumentalidad. Smithson reúne una mirada
compulsivamente fotográfica (un “ojo Instamatic”) con un estilo extrañamente atemporal,
flotante, lleno de clichés acerca de lo infinito. Passaic aparece como un lugar carente de
pasado, como si las nuevas construcciones de calles, casas y plantas industriales
“inventadas” por la mirada de Smithson fueran ruinas al revés, ruinas del futuro. Como
Homes de Graham, pero en una manera mas subjetiva y mas compleja en su
temporalidad, los monumentos de Smitson muestran una extraordinaria capacidad para
reconfigurar la experiencia cotidiana a través de un uso estratégico del fotoperiodismo
combinado con el halo “artístico” de la literatura popular (49).
Política e ideología
Adrian Piper fue la única artista afro-americana en esta primera generación de mujeres
conceptuales en Nueva York. Fue la única, además, que estudió filosofía formalmente, en
la academia, un espacio quizás aún más discriminatorio que el arte en los tempranos 70.
Rápidamente su obra se desplazó hacia cuestiones de identidad social, en particular los
miedos, ansiedades y otras fantasías provocadas por las marcas visuales de la diferencia
racial y sexual. En The Mythic Being (“El ser mítico”, 1972-75), una serie múltiple de
fotografías modificadas manualmente, performances, publicidades y posters, Piper
ostenta una peluca afro y asume una personalidad masculina para llevar a cabo actos
provocativos, tales como Cruising White Women (1975) y Getting Back (1975), donde
ataca a un joven blanco en un parque. En otras ocasiones, este ser mítico es capturado en
un retrato (I Embody Everything You Most Fear and Hate, “Yo personifico aquello que tú
más temes y odias”, 1975). O interpela al observador de modo directo, a través del uso
doble de los pronombres personales (I/ You (Her), 1974). O puede ser visto sentado en su
casa tipeando una frase clave acerca del ser a partir de la deducción trascendental de Kant
en la Crítica de la Razón Pura (A180(Kant) Nos. 1-6, 1975). La obra crítica y política de
Piper apunta tanto a inducir reacciones en el espectador, como a entender su propio
trabajo de artista performer como un campo de autorreflexión (54, 149).
La crítica institucional
El aspecto insitucional del arte fue un tema recurrente en el arte conceptual desde los
comienzos con Duchamp, a través de la serie de “certificados” designando objetos,
personas o situaciones como arte (Klein, Manzini, Rauschemberg, etc) entre fines de los
50 y comienzos d elos 60, hasta los trabajos explícitamente institucionales de Daniel
Buren, Marcel Broodthaers y Hans Haacke a fines de los 60 y principios de los 70. B.
Buchloh caracterizó la trayectoria del arte conceptual como un desplazamiento desde una
“estética de la administración, la organización legal y la validación institucional” hacia la
“crítica de las insituciones”, (55, CIT) aunque la diferencia entre ambas instancias no sea
tan simple.
(…) Ya desde el ready made, el reconocimiento de “Fuente” como evidencia de los
límites de la definición institucional del arte fue al mismo tiempo el reconocimiento de su
legitimidad artística dentro de las convenciones de la vanguardia. Duchamp mismo
estuvo profundamente comprometido en la fabricación institucional de su persona y de su
obra: promulgando el mito de su retirada del arte en 1923, actuando como mediador en
las compras de sus obras para sus principales coleccionistas, volviendo a adquirir él
mismo algunas de sus obras para hacer reproducciones a pequeña escala, ayudando a
instalar la colección en Philadelphia, diseñando el primer libro sobre sí mismo para
colocar su obra en un radio de circulación mayor, reteniendo la “publicación” de su
última obra hasta su muerte, e incluso actuando como ejecutor de los estados de sus dos
principales patrones (56, 152). En este sentido, Duchamp representa no solo la negación
más radical de las convenciones establecidas sobre la obra de arte y el artista sino
también la subsecuente y cuidadosa instalación de esas negaciones dentro de la
institución del arte.
Si, como afirma Buchloh, el rango completo de las implicancias del legado de Duchamp
fue acometido por primera vez en las prácticas conceptuales de los 60, fue en este sentido
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dual y contradictorio. En este rango completo, las posiciones afirmativas o críticas hacia
la institución, se entrelazan más de una vez.
La primera posición fue representada por Kosuth. Porque la obra de arte como
proposición analítica dentro del lenguaje del arte sólo tiene lugar cuando es presentada
“dentro del contexto del arte”. De algún modo Kosuth reduce las complejidades acerca de
la noción de contexto presentes en Duchamp: su respuesta implícita frente a esta
complejidad acerca de cómo alguien adquiere poder de nominar algo como arte es
reducida a la persona de Duchamp.
Los conceptuales de la primera generación de no tenían, como Duchamp, un “pasado” de
artista: de allí la importancia fundamental de sus escritos críticos para establecer el
estatuto artístico de sus trabajos, para garantizar su propio derecho a la nominación. La
famosa muerte del autor, anunciada por Barthes, fue rápidamente sustituida por el
nacimiento del artista como auto-curador (57, 155/ agregar nota 73 public barthes). El
arte conceptual requirió nuevos modos de validación: esto produjo una suerte de inflación
de la autoridad cultural del discurso crítico del artista y, a la larga, dio lugar a un arte
conceptual mucho más conciente de las condiciones institucionales del arte.
En el arte de Daniel Buren, un objeto visual obstinado (un formato de pintura en bandas
constantemente repetido) fue usado de modo estratégico para evidenciar y transgredir las
condiciones institucionales del “enmarcado” del arte. El artista colocaba estas pinturas
sobre soportes preestablecidos (paredes, cercos, ventanas, etc) tanto dentro como fuera
del museo. De este modo, revelaba el poder constitutivo de la locación como marco para
producir significado. La pintura, que era siempre “igual”, era cada vez distinta, debido a
factores situacionales “externos”. Las bandas eran una fórmula estandarizada cuya única
particularidad pasaba por decisiones de tamaño y ubicación, de modo que todas las
variables “artísticas” caían fuera de la noción tradicional de “composición”. Así, aunque
el estilo visual fuera fácilmente reconocible como pintura en la tradición geométrica de
Mondrian, Newman y Stella, Buren logro reducir el objeto estético a cero (58, NdeT: en
anul rels internas x externas her minimalista!!). No obstante la profundidad filosófica y
las sutilezas con que Buren concebía su arte (59, 156-9, 3 fuentes) muchas veces fue
pasada por alto (60, 160).
La autoconciencia del arte como curaduría halló expresión más inmediata en el proyecto
de Marcel Broodthaers “Museo de arte moderno, departamento de las Aguilas”
(1968-72). En él, el artista puso en juego un sistema complejo de mimesis de las
estructuras de organización de los museos, que no excluía un fuerte sentido narrativo y
ficcional derivado de su profesión de poeta. En la “Sección de Figuras (el águila del
Oligoceno hasta el presente)”, una cantidad heteróclita de objetos deviene sistema merced
a la presencia repetida de la figura del águila, sistema que se manifiesta en la
catalogación uniforme de las piezas como “figs”. Cada una de las “figs” lleva la leyenda
“eso no es una obra de arte”, haciendo eco de Magritte.
El museo ficticio de Broodthaers recapitula la lógica institucional del arte en su era
“post-medium” (61, 162): el efecto homogeneizador provisto por la disposición de los
objetos como una suerte de herencia de la histórica “especificidad del medio” artístico.
Como tal, se acerca a la condición de espectáculo.
La amenaza de comenzar siendo una obra que critica la institución y acabar formando
parte de la misma parece endémica de cierto tipo de arte conceptual. Al menos algunas
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A principios de los 80, la relativa unidad que el arte conceptual había tenido en torno de
su rechazo de “lo visual” había desaparecido. Los nuevos artistas estaban nuevamente
interesado en las resoluciones visuales, ya sea derivadas de las formas artísticas
tradicionales como de los medios. Artistas como Sophie Calle en Europa exploraban el
legado del formato de fotos y textos. Artistas como Sherrie Levine y Allan Mc Collum en
EEUU se reapropiaban de obras preexistentes. Otros artistas como Jenny Holzer, Barbara
Kruger o Felix González Torres intervenían espacios públicos manipulando la imaginería
mediática. Este retorno hacia lo visual fue acompañado por un énfasis creciente en la
instalación. La instalación como “género” artístico es un producto de los 80. (…)
El marco conceptual contribuyó a la definición de la instalación, no ya en el sentido de la
disposición de una obra ya existente sino en el sentido de una producción in situ de la
obra, en relación directa a su contexto específico. (…) En este sentido, operan siempre
una función conceptual, y no son meramente “teatrales” como decía la famosa acusación
de Michael Fried al Minimalismo.
No obstante, el rasgo laxamente conceptual de la instalación debe ser distinguido del
“neo-conceptualismo” de los 80 y los 90, como un arte que concientemente se plantea
como continuación de las estrategias de los 60, redefinidas en un nuevo contexto. La
tarea no es sencilla porque se trata de un campo amplio y muy variado. Lo que es común
a todos es un nuevo contexto artístico internacional que puede describirse en términos de
globalización. En este sentido, la herencia conceptual provee de un marco unificador que
permite ingresar y decodificar los rasgos locales, regionales o nacionales de las distintas
propuestas. (…)
Los 80 fueron testigos de una proliferación de fusiones de Pop, Minimalismo, pintura
abstracta y Conceptualismo orientadas al mercado. Sus ejemplos mas representativos
fueron Jeff koons y el “neo-geo”y la pintura “neo-expresionista”. El “nuevo” arte
británico de los 90 es en gran parte una continuación provincial de estas estrategias,
condimentadas por una fuerte inflexión populista. Esta uso muchas veces irónico de los
estilos es parte de un marco general “postmoderno” en el cual la historia del arte se
vuelve en si misma “ready made”.
Como conclusión general de la herencia del arte conceptual, podemos decir que si bien su
rechazo de la visualidad y del objeto estético per se ya ha pasado, su desafío crítico sigue
vigente.
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