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Meryem Dallahi - 1º BAC

Adam Smith nació el 5 de junio de 1723 en Kirkcaldy, Escocia (Reino Unido).

Es uno de los economistas más famosos e influyentes de la historia. Su fama se


debe a que hablamos del padre de la economía moderna. Y es que, como
máximo exponente de la economía clásica, hablamos de un economista muy
respetado y admirado, especialmente por aquellos que simpatizan con el
liberalismo.

Adam Smith fue el único hijo del segundo matrimonio contraído entre su padre,
Adam Smith, quien era juez y oficial de aduanas, y su madre, Margaret
Douglas. Sobre la infancia de Adam Smith se tiene poca información (salvo que
su padre falleció sin conocer a su hijo), pero las pistas nos dicen que Smith
vivió en una familia con cierto poder adquisitivo. Se cree que Smith tuvo una
infancia marcada por la enfermedad. A los cuatro años, contrajo una
enfermedad que lo dejó ciego durante un tiempo.

La historia de Smith comienza a sus 14 años, en 1737, cuando ingresa, tras


graduarse en la escuela local de Kirkcaldy, en la Universidad de Glasgow. En
esta universidad coincide con el profesor Francis Hutcheson, economista y
profesor de filosofía moral, quien genera gran influencia en un joven Adam
Smith.

Tras graduarse, en 1740, Adam Smith, con 17 años, obtiene una beca para
estudiar en la Universidad de Oxford, en el Balliol College. Esta beca, obtenida
por su vocación de estudio más que demostrada en años previos, permite a
Smith estudiar en la prestigiosa universidad británica por un periodo de tiempo
superior a 6 años. Tiempo que no solo le permite a Adam Smith graduarse, con
excelentes resultados, a los 23 años, sino que, de la misma manera, le permite
dominar la filosofía clásica a la perfección, así como a sus principales autores:
Platón, Aristóteles...

La principal aportación teórica de Adam Smith es el análisis del mecanismo


mediante el cual el libre juego de mercado (tanto a escala interna como en las
relaciones comerciales con otros países) entre los diversos sectores de la
economía genera el máximo beneficio económico del conjunto. Como
consecuencia, se mostró siempre contrario a cualquier intervención o regulación
de la actividad económica, reduciendo el papel del Estado al de garante de las
reglas del juego.
Adam Smith se opuso al mercantilismo al considerar la riqueza de una nación
como la producción anual de bienes y servicios («las cosas necesarias y útiles
para la vida»), en lugar de las reservas de metales preciosos, y a la escuela
fisiócrata al descartar la tierra como el origen de toda riqueza y proponer en su
lugar el factor trabajo. A este respecto, incidió en la especialización como el
determinante de la capacidad de una sociedad para aumentar su productividad,
y, en consecuencia, su crecimiento económico.

Estableció una teoría del valor de un bien que distinguía entre su valor de cambio
(capacidad de ser intercambiado por otros bienes) y su valor de uso (utilidad que
aporta). Con respecto al valor de cambio, su medida era el trabajo útil
incorporado en su obtención; es decir, que una mercancía tiene un precio natural
determinado por el coste de producción medido en trabajo, y un precio de
mercado. En situación de libre competencia, este último convergería hacia el
primero.

Adam Smith completó su análisis con una teoría sobre la distribución de la


renta que distinguía entre tres categorías de rentas (salarios, beneficios del
capitalista y rentas de la tierra), para sostener a continuación que los salarios
eran fijados por las leyes de la oferta y la demanda, aunque reconoció la
existencia de un valor mínimo de subsistencia por debajo del cual ya no podían
descender.

En 1784, la muerte de su madre, de noventa años, lo impactó de tal manera


que su propia salud comenzó a declinar. Si bien trabajaba como director de
Aduanas de Edimburgo y era objeto de diversos reconocimientos, como su
nombramiento como rector honorífico de la Universidad de Glasgow, su vida se
fue apagando de a poco, a medida que una rara enfermedad lo iba
consumiendo. Cuando sintió que el final estaba cerca redactó su testamento, en
el que dejó expresa voluntad de que sus cartas y documentos privados
fueran quemados luego de su muerte. Ésta tuvo lugar en Edimburgo, el 17 de
julio de 1790, a los setenta y siete años.

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