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GEORGE SANTAYANA

T R E S PO ETAS
FILOSOFOS
LUCRECIO, DANTE, GOETHE

EDITORIAL LOSADA, S. A.
BUENOS AIRES
Traducción del inglés por
José Ferrater Mora

Queda hecho el depósito que


previene la ley n 9 11.723

C opyright by Editorial Losada, S. A.


Buenos A ires, 1943

P R J N T E D JN A R G E N T I N A

Acabóse de imprimir el IT de Enero de 194 3

Imprenta López Perú 666 But e nos A ire s


P R E F A C I O

E ste v o lu m e n contiene, con algunas, adiciones, seis co n fe­


rencias dadas en la U niversidad de C o lu m b io durante el
mes de febrero de 1 9 1 0 y repetidas en abril del m ism o año
en la U n iversidad de W isco n sin . E sta s conferencias se ba­
san, a su vez, en un curso desarrollado en H arvard. A u n ­
que nacido bajo tan eruditos auspicios, m i libro no tiene
grandes pretensiones científicas. E n él' se encuentran las im ­
presiones de u n aficionado, las apreciaciones de u n lector
corriente sobre tres grandes poetas, dos de los cuales, por
lo m enos, pueden ser o b jeto de estudio incansable durante
toda la vida de u n h o m b re, y poseen actualm ente academ ias,
bibliotecas y cátedras universitarias especialmente consagra­
das a su m em oria. N o so y u n especialista en el estudio de
Lucrecio; n o so y u n investig a d o r de D a n te n i de G oethe.
N o puedo aportar hechos n i pro p o n er hipótesis acerca de
eslos tres h o m b res que n o se encuentren a disposición de
to d o el m u n d o en sus obras m ás conocidas o en sus m ás
célebres y a u to riza d o s com entaristas. M e he atrevido a escri­
bir sobte ellos p o r la m ism a h u m a n a ra zó n que m u eve a
to d o jo v e n poeta a escribir sobre la prim avera. M e han cau­
tiv a d o ; m e h an in cita d o a reflexio n a r; m e han revelado
ciertos aspectos de las cosas y del p en sa m ien to que estoy d is­
p u esto a expresar con toda sinceridad si alguien tiene la
buena v o lu n ta d de escucharme. L o que puedo ofrecer al be­
névolo lector n o es, p o r consiguiente, una investigación eru­
dita. Es sim plem ente u n fra g m e n to de crítica literaria, ju n to
con u na primera a m p lia lección sobre la historia de la filo ­
sofía y acaso tam bién sobre la filo so fía m ism a.
G . S.

H atüatd College, ju n io de 191 0 .


INTRODUCCIÓN
I N T R O D U C C I Ó N

La única v e n ta ja que nos p ro cu ra el d isponer de grandes


obras literarias consiste en la ay u d a que n o s p restan para
nu estro d esenvolvim iento personal. P o r sí m ism as, en cu an ­
to h a za ñ a s realizadas p o r sus autores, n o h u b ie ra n p erd id o
n ad a de su verdad o de su g ran d eza si hubiesen desaparecido
antes de n u estra in stalació n en la vida. N a d a podem os su ­
p rim ir o a ñ ad ir a su p asado valor o a su d ig n id ad propia.
Sólo ellas, en cu a n to representan u n alim en to ap ro p iad o y
no u n veneno, p ueden agregar algo al actual v alo r y d ig n i­
dad de n u estro espíritu. L os clásicos e x tra n je ro s tienen que
volverse a tra d u c ir e in te rp re ta r p a ra cada nueva generación,
con el fin de devolverles su an tig u a n a tu ra lid a d y m antener
v iv a y a p ta p a ra su asim ilación su h u m a n id a d perenne. L os
m ism os clásicos vernáculos tienen que volver a ser co m pren­
didos p o r cada lector. Ú nicam en te esta co n tin u a asim ilación
de lo que el p asado p ro p o rc io n a puede hacer de éste algo
vivo p a ra el presente y p a ra el fu tu ro . L a crítica viva, la
auténtica y legítim a apreciación de lo que se h a realizado,
es el interés que nos devenga to d o s los años el irrecuperable
capital del genio h u m a n o .
D esde este p u n to de vista, com o sustancias que h a n de
ser asim iladas, las obras poéticas de Lucrecio, D an te y Goe-
the (a u n q u e de este ú ltim o me referiré sólo al F austo) nos
p ro p o rc io n a n u n v a ria d o banquete. P o r su d o ctrina y genio
pueden parecer dem asiado dispares p a ra que pueda tener
lu g a f u n a com binación de su sab id u ría. A lg u n o s de los que
conocen y estim an u n o de estos p oetas p ueden d u d ar acaso
de la p o sibilidad de aprender algo verdaderam ente v ital de
los o tro s dos. Y o in te n to h a b la r de ellos com o u n discípulo
— espero que com o u n d iscípulo que posee cierto discerni­
m ie n to — . M e atrevo a sostener que es com patible aquello
que los hace g randes; que, sin necesidad de vaguedades o
dobleces con respecto al p ro p io criterio, puede adm irarse
sucesivam ente con en tu siasm o la poesía de cada u n o de ellos,
y que, finalm en te, puede aceptarse la filo sofía esencial, la
in tu ic ió n p o sitiv a de to d o s ellos sin necesidad de establecer
u n a definición del p ro p io p ensam iento.
E n realidad, la diversidad de los tres poetas se convierte
— si se m e p erm ite em plear la dialéctica hegeliana— en una
u n id a d de o rden superior. C ada u n o de ellos es típico de
u n a época. E n c o n ju n to co n stitu y e n el resum en de to d a la
filosofía europea. Lucrecio ad o p ta el m ás radical de todos
los sistemas cosm ológicos b o sq u ejad o s p o r el genio de la
a n tig u a G recia. C onsid era el u niverso com o u n g ra n ed ifi­
cio, com o u n a g ran m á q u in a cuyas partes se h a lla n todas
en acción recíproca, o rig in án d o se u n a s de o tras de acuerdo
con u n p ro fu n d o proceso general de la vida. Su poem a des­
cribe la n atu ra le z a, esto es, el n acim ien to y com posición de
to d as las cosas. M u estra que to d as están com puestas de ele­
m entos, y que estos elem entos, que supone son átom os en
p erp etu o m o v im ien to , ex p erim en tan u n a redistribución
constante, de ta l suerte que perecen cosas viejas y surgen
o tras nuevas. E n el seno de esta concepción del universo
in serta u n a concepción de la vida h u m a n a com o u n a cosa
som etida a las m ism as condiciones que rigen p a ra todas las
dem ás. Su m aterialism o q u ed a com plem entado m ediante
u n a aspiración a la lib e rta d y al sosiego y p a z del espíritu.
C o m o nos es p erm itid o co n tem p lar u n a sola vez el m a ra ­
villoso espectáculo que se repetirá eternam ente, debem os
m ira r y ad m irar p ara m o rir m añ an a. D ebem os com er, beber
y estar co n ten to s, pero con m oderación y h ab ilid ad , a m e­
nos q u e n o queram os m o rir m iserablem ente y m o rir ho y
m ism o.
Se tra ta de u n sistem a com pleto de filo sofía: el m ateria­
lism o en la ciencia n a tu ra l, el h u m a n ism o en la ética. T a l
fue la sustancia de to d a la filo so fía griega an terio r a S ó­
crates, de aquella filo so fía q u e era verdaderam ente helénica
y co rresp o n d ía al m o v im ie n to que p ro d u jo las costum bres
griegas, el pod er griego, el arte griego — u n m o v im iento
que ten d ía a la sim plicidad, a la a u to n o m ía y a la m o d era­
ción en to d as las cosas, desde el m o d o de v estir h asta la re li­
gión. T a l es ta m b ié n la su stan cia de lo que puede llam arse
la filo so fía del R enacim iento, la refirm ación de la ciencia
y la lib ertad en el m u n d o m o d ern o realizada p o r B acon,
p o r S p in o za, p o r to d a la corriente co ntem poránea que esti­
m a la ciencia p o r su exam en de los hechos y que concibe
com o su ideal la felicidad del h o m b re sobre la tierra. Este
sistem a es llam ad o n a tu ra lism o . E s el sistem a de Lucrecio,
su poeta sin igual.
R etrocedam os m il años o a ú n m ás y u n espectáculo
com pletam ente d is tin to del actual se ofrecerá a nuestra m i­
rada. T o d o s los espíritus, to d as las instituciones se h a lla n
d o m in ad o s p o r u n a religión que concibe al alm a com o un
peregrino en la tierra. E l m u n d o h a caído en el pecado y
está som etido al d iab lo . E l d o lo r y la p o b reza son estim a­
dos com o algo n o rm a l. L a felicidad es im posible en este
m u n d o y se espera sólo en la v ida fu tu ra siempre que no
n os h a y a n hecho p risio n ero s las celadas y los placeres de
esta v id a . E n tre ta n to , u n a especie de escalera de Ja c o b se
h a lla ten d id a desde la piedra sobre la cual el cam inante
apoya su cabeza y el cielo an h elad o . L o s ángeles que ve
sub ir y b a ja r co n stan tem en te so n herm osas h istorias, m a ra ­
villosas teorías, rito s consoladores. P o r m edio de ellos p a r ­
ticipa, inclusive en la tierra, de lo que será su existencia en
el cielo. E l peregrino com prende en p a rte su destino; su
p ro p ia h isto ria y la del m u n d o se tra n sfig u ra n a n te él y,
sin d ejar de ser tristes, lleg an a ser h erm osas. E n el curso
de sus rezos y pleg arias llega al arro b a m ie n to de una c o n ­
fo rm id ad perfecta con la v o lu n ta d de D io s y de la u n ió n
con Él. T o d o esto es el so b ren atu ralism o , u n sistem a repre­
sentado p rin cip alm en te en la cristian d ad p o r la Iglesia cató ­
lica, pero a d o p ta d o tam b ién p o r los ú ltim o s paganos y m uy
ex ten d id o en A sia desde la m ás rem o ta antigüedad hasta
n uestro s días. P o r p oco que el tem p eram en to actual de E u ­
ro p a y de A m érica se incline a a d o p ta r este p u n to de vista,
es posible siem pre p a ra el in d iv id u o o p a ra la raza volver
a él. E l h o n ta n a r de sem ejante a ctitu d se h alla en la soledad
del esp íritu y en la d isp arid ad o en la oposición entre lo
que el esp íritu se sien te cap az de hacer y lo que se ve c o n ­
denado a realizar b a ld ía e in ú tilm e n te en este m u n d o . E l
poeta sin p a r de este so b ren atu ralism o es D a n te .
R etrocedam os ah o ra u n o s q u in ie n to s años y cam biará
nuev am en te el escenario. L as razas teutónicas que h a b ían
co n q u istad o a E u ro p a co m en zaro n a dom in arse y a com ­
prenderse a sí m ism as. Se hicieron p ro testantes, es decir,
p ro te sta ro n co n tra el m u n d o ro m an o . U n a in fin ita fuente
de vida parece b ro ta r de su seno. Sucesivam ente se vuelven
hacia la B iblia, hacia la ciencia, hacia el p a trio tism o , hacia
la in d u stria ; p id e n nuevos o b je to s p ara am ar y m u n d o s
nuevos p ara conqu istar, p ero poseen dem asiada v italid ad o
dem asiada poca m a d u rez p ara perm anecer en cualquiera de
estas cosas. U n dem onio les dirige, y este d em onio, div in o
e in m o rta l en su peregrinaje, es su m ás recóndita en tra ñ a.
Es su insaciable v o lu n ta d , su radical coraje. M ás aú n , aun-
que ello sea algo d ifícil de com p ren d er p ara el n o iniciado:
su v o lu n ta d es la creadora de to d o s esos o b jeto s con los
cuales a veces se divierte, a veces se distrae, pero nunca se
am ansa. Su v o lu n ta d e x tra e de la n a d a to d a s las o p o rtu n i­
dades y to d o s los peligros únicam ente p a ra satisfacer su ape­
tencia de acción. E n esta fu n c ió n ideal radica to d a su re a li­
dad. U n a vez alcanzada, pasa a o tra cosa. C o m o los ep i­
sodios de u n sueño tra n sc u rrid o , so n ríe a ellos y los olvida.
E l espíritu que los im ag in ó p a ra luego rech azarlo s p e rm a ­
nece fuerte e im p o lu to ; ansia nuevas co n q u istas sobre n u e ­
vas ficciones. E so es el ro m a n tic ism o , u n a actitu d frecuente
en la poesía inglesa y característica de la filo so fía alem ana.
Fué ad o p tad a p o r E m erso n y pareció acordar con el espíritu
am ericano, p o r cu a n to expresaba la c o n fia n z a en sí m ism a
de una ju v e n tu d p lasm ad o ra del m u n d o y la fe m ística en
la v o lu n ta d y en la acción. E l m ás grande m o n u m e n to e ri­
gido a este ro m an ticism o es el F austo de G oethe.
¿Es casual que la m ás adecuada y p ro b ab lem en te la más
p erdurable exposición de estas tres escuelas filosóficas haya
sido realizada en cada caso p o r u n poeta? ¿B uscan los p o e ­
tas, en el fo n d o , u n a filo so fía? ¿O es la filo so fía , en últim a
instancia, sólo poesía? V am o s a ex am in ar este problem a.
Si concebim os la filo so fía com o u n a investigación de la
verdad o com o u n ra z o n a m ie n to sobre supuestas verdades
descubiertas, n o h a y en la filo so fía n ad a a fín a la poesía.
N o h a y n in g ú n elem ento poético en las obras de E picuro,
de S a n to T o m á s de A q u in o o de K a n t. S o n árboles sin
h o ja s. A u n en Lucrecio y en D a n te en co n tram o s pasajes en
los que n o h a y n a d a poético excepto el m e tro o alg ú n a d o r­
n o incidental. E n tales pasajes la fo rm a de la poesía es
elim inad a p o r la sustancia de la p ro sa, com o el p ro p io
Lucrecio a d m ite al decir: “ A sí com o los m édicos que tienen
que a d m in is tra r u n rep u g n an te brebaje a los n iñ o s pequeños
hum edecen prev iam en te el b o rd e de la copa con dulce y

Tres poetas filósofos.— 2.


d o rad a m iel, a fin de seducir la co n fiad a ed ad in fa n til
m ien tras beb en la am arga p o ció n , sin que sem ejante estra-
tagem a sea p ro p iam en te u n engaño, sin o u n m edio de
restablecer su s a lu d ; . . . así yo he querid o exponerte ahora
nuestra d o ctrin a en suaves y so n o ro s versos piéridos, im preg­
ná n d o la con la m iel de las m u sas” x) .
P ero la poesía n o puede extenderse sobre las cosas com o
la m a n te q u illa ; debe derram arse sobre ellas com o la lu z ,
convirtiéndose así en m ed io p a ra su v isión. Lucrecio comete
consigo m ism o u n a in ju sticia. Si su filo so fía hu b iera sido
para él una am arga p o ció n , no h a b ría p o d id o decir lo que
dice antes del citado p asaje: “ L o m ism o que u n a g ran fio -
ración del tirso , u n a g ra n esperanza de' ren om bre hace p a l­
p ita r m i co razó n y lle n a m i pecho co n el tiern o am or de
las m usas. P o r eso, im p u lsad o p o r la fa n ta sía , atravieso
ah o ra la in tra n sita b le g u arid a de las Piérides, no h o llad a
h a sta el presente p o r n in g ú n pie h u m a n o . C ausa alegría
llegar h a sta los p u ro s m an an tiales y beber sus aguas; causa
alegría recoger las lo zan as flores, tejer u n a co ro n a sin p a r
con laureles que las m usas n o h a b ía n u sad o h a sta ahora
p a ra cubrir las sienes de n in g ú n h o m b re ; ante to d o , porque
enseña verdades sublim es y m e p ro p o n g o lib erar el alm a de
los la z o s estran g u lad o res de la superstición: luego, porque

i) L u c r e c i o , I, 9 3 6 - 4 7 :

V e l u ti p u e tis a b sin th ia tetra m edentes


C u m daré c o n a n tu r , p rius oras p o cu la circum
C o n tin g u n t m ellis dulcí fla v o q u e liq u o re,
U t p u e r o ru m aetas im p r ó v id a lu d ific e tu r
L a b r o r u m ten u s, interea p e r p o te t a m a ru m
A b s in th i la tic e m , deceptaque n o n ca p ia tu r,
S e d p o tiu s ta li p a cto recreata valescat:
S ic ego n u n c . . . v o lu i tibi su a v ilo q u e n ti
C a rm in e P ie rio ra tio n e m e x p o n e re n o str a m ,
E t q u asi m usaeo d u lc i co n tin g ere m elle.
e n ta n oscura m ateria em ito ta n claras canciones, im preg­
n á n d o lo to d o con la belleza p o é tic a ;. . . si con ello pudiera
m antener tu atención hacia m is versos, tu s ojos co n tem p la­
rían to d a la n a tu ra le z a y su h erm osa fig u ra ” x) .
A q u í se h alla, a m i entender, la solución de n uestra duda.
Los ra z o n a m ie n to s e investigaciones de la filo sofía so n la ­
boriosos; só lo de u n m o d o artificial y con escaso donaire
puede la poesía v in cu larse a ellos. P e r o la v isió n de la filo ­
sofía es sublim e. El o rd en q u e revela en el m u n d o es algo
herm oso, trágico, em o cio n an te; es ju stam en te lo que, en
m ay o r o m e n o r p ro p o rc ió n , se esfuerzan to d o s los poetas
en alcanzar.
E n la filo so fía m ism a los ra z o n a m ie n to s y las in v estig a­
ciones n o son sin o p artes p re p a ra to rias y subordinadas,
m edios p a ra alcanzar u n fin. C u lm in a n en la in tu ic ió n o
en lo que, en el m ás noble, sen tid o de la p alab ra, puede lla ­
m arse teoría, ® e <b q í c i , es decir, u n a firm e contem plación de
to d as las cosas según su o rd e n y v alo r. T a l contem plación

1) LUCRECIO, I, 9 2 2 - 3 4 , 9 4 8 - 5 0 :
A cri
P ercussit th y r so laudis spes m a g n a m eu m cor
E t s i m u l in cu ssit su a v e m m i en p ectu s a m o te n
M u s a r u m , quo nunc in stin c tu s m e n te v ig e n ti
A v ia P ie tid u m peragro loca n u lliu s ante
T r i t a so lo : iu v a t Ín te g ro s accede re fo n te s.
A tq u e h a urire; iu v a tq u e n o v o s decerpere flores,
¡n sig n em q u e m e o ca p iti petere inde co ro n a m ,
U n d e p riu s n u lli v ela rin t té m p o r a m u sa e,
P r im u m , q u o d m a g n is doceo de rebus, e t artis
R e lig io n u m a n im u m n o d is exso lvere p e r g o :
D ein d e, q u o d obscura de re ta m lucida p a n g o
C a rm in a , m u sa eo c o n tin g e n s cu n cta le p o r e . . .
S i tib i fo r te a n im u m tali ra tio n e tenere
V e rs ib u s in n o str is p o ssem , d u m p ersp icis o m n e m
N a tu r a m re ru m , q u a c o n stet c o m p ta fig u ra .
es de tipo im ag in ativ o . N o puede alcan zarla nadie que n o
h a y a ensanchado su esp íritu y a m a n sa d o su corazón. E l
filósofo que llega a ella es, p o r el m o m en to , u n p o eta . Y el
p oeta que d irig e su apasionada im aginación hacia el orden
de to d as las cosas o hacia algo que se refiere al c o n ju n to es,
p o r el m o m en to , u n filó so fo .
Sin em bargo, au n cu an d o convegam os en que el filósofo
es, en sus m ejores m o m en to s, u n poeta, podem os sospechar
que los peores m om entos del poeta sobrevienen cuando
in te n ta ser u n filó so fo o, m ejo r dicho, cuando logra serlo. La
filo so fía es algo ra z o n a d o y rig u ro so ; la poesía es algo alado,
relam pagueante, in sp irad o . L ey e n d o cualquier p o em a algo
d ila ta d o se advierte en seguida que las p artes son m ejores
que el to d o . U n poeta puede co ordinar u nas pocas palabras,
u n a o dos cadencias, u n a im agen interesante. D e esta m a n e ­
ra pone de m an ifiesto alg ú n m o m e n to de tensión re la tiv a ­
m ente elevada, de sen tim ien to relativam ente aguzado. P e ro
en el m o m e n to siguiente la te n sió n dism inuye, el sen tim ien to
desaparece, y lo que se dice tiene generalm ente poco que ver
con lo a n te rio r o, cu an d o m enos, es in fe rio r a él. E l p rim i­
tiv o p en sam ien to es arra stra d o a la deriva. Se pierde en las
arenas de la versificación. D a d a la actual c o n stitu ció n h u ­
m an a, la brevedad es casi u n a condición de la inspiración.
¿D ebem os afirm ar, pues — y con ello m enciono u n a
idea a la cual d o y cierta im p o rtan cia— , debem os afirm ar
que la poesía es esencialm ente alicorta, que lo poético es
necesariam ente in term iten te en los escritos de los poetas,
que sólo el m o m e n to fu g az, la disposición tem p o ra l de
ánim o , el episodio, pueden ser sen tid o s con a rre b a to o ex­
presad o s con arro b o , m ien tras la v id a en s u to ta lid a d , la
h isto ria, el carácter y el d estin o so n objetos que escapan
a la im aginación y al arte poético? N o p u ed o creerlo. Si
es cierto, com o lo es frecuentem ente, que encontram os agra-
dables la s pequeñas cosas y áridas y desagradables la s cosas
grandes, si es cierto que som os m ejores poetad en una línea
que en u n a epopeya, ello se debe sim plem ente a la carencia
de facultades p o r p a rte n uestra, a la fa lta de im aginación y
de m em oria y, ante to d o , a la fa lta de disciplina.
C reo que esto p o d ría dem ostrarse m ediante u n análisis
psicológico si con fiáram o s en algo ta n ab stracto y discutible.
P ues ¿en q u é sobresale el poeta alico rto frente a la gente
vulgar sin im aginación que h a b la o que se enfrenta con
las cosas? ¿Es que piensa m enos que ella? N o ; m ás bien
creo que es que siente m ás, que en su m o m e n to in tu itiv o ,
bien que efím ero, tiene u n a visión, algo así com o u n a sim ­
bólica inspiración que lo hace m ás p ro fu n d o y expresivo.
C u a n d o la in te n sid a d — inclusive la in te n sid a d m o m en ­
tán ea— puede ser expresada, im plica p le n itu d de sugeren­
cias condensadas en el preciso m o m e n to en que se vive. Sí;
to d o lo que nos sobreviene debe sobrevenirnos en algún
m o m en to . V iv im o s siem pre en el m o m e n to fugaz. E n este
m o m e n to fu g a z se h a lla n actualm ente con fin ados ta n to el
filó so fo co m o el p o e ta . C ada u n o de ellos debe enrique­
cerlo con sus in fin ita s perspectivas, con perspectivas que, si
h a n de ser p o sterio rm en te reveladas, deben ser enfocadas
p o r el observador en u n tie m p o y en u n espacio lim itados.
L a diferencia entre la in tu ic ió n p o ética y la visió n v u lg a r
consiste en que la p rim era abarca u n a perspectiva m ás a m ­
p lia. A u n el poeta m ás lim ita d o selecciona su s palabras
de suerte que ten g an u n im p u lso m ágico las que, sin saber
cóm o, n os conducen h a sta las cimas de la intuición. La
calidad poética de las frases e im ágenes, ¿no es debida acaso
a su capacidad de co ncentrar o de desencadenar las confusas
im presiones que h a n d epositado en n o so tro s u n a larga expe­
riencia? C u a n d o sen tim o s la em oción poética, ¿no encon­
tram o s lo d ilatad o en lo conciso y lo p ro fu n d o en lo claro,
al m o d o com o se reflejan to d o s los colores del m ar en las
aguas de u n a piedra preciosa? Y ¿qué es u n pensam iento
filosófico sino u n o de estos epítom es?
Si u n pasaje breve es poético p o r estar repleto de suges­
tiones que llevan hasta el extrem o nuestra atención y nos
tra n s p o rta n y arreb atan , ¡cu án to m ás poética debería ser
u n a visión g rávida de to d as las cosas que n os preocupan!
Enfoca u n a pequeña experiencia, da cierta a m p litu d y p r o ­
fu n d id a d a tu sen tim ien to y verás có m o la im aginación
aum en ta. D ale m ás a m p litu d y p ro fu n d id a d , deposita en
ella to d a s las experiencias, conviértela en u n a visión filo só ­
fica del m u n d o , y verás que su carácter im ag in ativ o llega
h asta u n grad o superlativo y resulta em inentem ente poé­
tico. U n a vez en posesión de1 la experiencia que h a de ser
convertid a en sím bolo, la d ificu ltad reside sólo en la pose­
sión de u n a im aginación suficiente p ara cifrarla en u n p e n ­
sam iento y p ara d ar luego a este p en sam ien to ta l en v o ltu ra
verbal q u e o tro s p u ed an descifrarlo y quedar ta n p e rtu r­
bad o s p o r él que parezca que u n v ien to de sugestión barre
to d a la selva de1sus recuerdos.
L a poesía n o es así poética p o r ser breve o incidental,
sino, al co n trario , p o r ser vasta y elevada. Si el contenido
excesivo la hace pesada, ello debe atribuirse exclusivam ente
i la d eb ilid ad del poeta y n o al m u n d o que el decir poético
abarca. U n o jo m ás ráp id o , u n a im aginación m ás sintética
p o d ría abarcar u n tem a m ás am p lio con la m ism a facilidad.
L a descripción a que d aría lu g a r este tem a m ás am p lio no
sería m ás p álid a y desteñida a causa de su extensión, sino,
al c o n trario , m ás fu erte e intensa, pues, n o o b sta n te su
m ay o r v o lu m en sería ta n u n ita ria com o la visión lim itad a.
D e la m ism a m anera que en u n a su p rem a crisis dram ática
to d a n uestra vida parece concentrada en el presente y dis­
puesta a afectar y d eterm in ar to d as n uestras decisiones, así
tam b ién p a ra cada p oeta filó so fo se h a lla recogido y con­
centrado en u n p u n to to d o el m u n d o h u m a n o . Y nunca
merecerá m ás el nom bre de p oeta que cuando, en u n solo
lam ento, com pendie to d o lo que en el u n iv erso sea a fín
a él y acepte su fin a l destino. E l p u n to cu lm in an te de la
vida es la com prensión de la vida. L a poesía es sublim e
p o rq u e h a b la el lenguaje de los dioses.
P ero basta de análisis psicológico y de ra z o n am ien to s en
el vacío. T re s ejem plos históricos d em o strarán m i p u n to
de vista de u n m o d o m ás claro y concluyente.
L U C R E C I O
L U C R E C I O

Acaso n o h a y n in g ú n poem a im p o rta n te cuyos antece­


d entes p u e d a n d eterm inarse de u n m o d o ta n co m p leto co­
m o los que corresponden a la o b ra de Lucrecio, D e R era m
N atura. Sin em bargo, estos antecedentes n o se h a lla n en
el poeta. Si así fuera, n o p o d ría m o s rastrearlos, p o r cu an to
nada o casi n ad a sabem os sobre el h o m b re Lucrecio. E n una
crónica com pilada p o r San Je ró n im o ap rovechando m uchos
elem entos de S u eto n io y en la cual están an o tad o s diversos
acontecim ientos ocurridos en años sucesivos, leemos en lo que
corresponde al año 94 antes de J . C . : “ H a nacido el poeta
T i t o Lucrecio. D espués de haber enloquecido a consecuencia
de u n filtro am o ro so y de h ab er escrito, en los intervalos
de su locura, v arios libros revisados p o r C icerón, se suicidó
al llegar a los cuarenta y cu atro años, de e d a d ” .
E l f iltr o am o ro so suen a a q u í com o algo apócrifo, y el
re la to de la lo cu ra y su icid io atrib u y e u n fin dem asiado edi­
ficante a u n n o to rio ateo y epicúreo. Si algo da colorido al
re la to es cierta concordancia entre el trágico lance y el genio
del poeta ta l com o queda revelado en su obra, donde en co n ­
tra m o s u n e x tra ñ o desdén por el am or, una sorprendente
vehem encia y u n a gran m elancolía. N o es en m o d o a lg u n o
increíble que el a u to r de ta l p oem a h a y a sid o alg u n a vez
esclavo de una p asió n p atológica, que su vehem encia e in s­
p ira c ió n se h a y a n convertido en locura, y que h ay a dado
con sus p ro p ia s m an o s fin a su v ida. P e ro la du d o sa a u to ­
ridad de San J e ró n im o n o puede p ro p o rc io n arn o s la segu­
rid a d de que reproduce u n a tra d ic ió n fu n d a d a en hechos
o bien una ficción ingeniosa.
C reo que n o debem os lam en tar m u ch o n u estra ig n o ra n ­
cia de la v ida de L ucrecio. Su o b ra le p ro teg e en aquellos
aspectos en que h u b iera deseado protegerse. A l proclam ar
la verdad pública, la perfecta convicción se ig n o ra a sí m is­
m a. P a ra lo g rar esto se requiere sin d u d a u n genio peculiar
llam ad o inteligencia, pues inteligencia significa presteza en
ver las cosas ta l com o son. P e ro c u a n d o se alcanza la in te ­
ligencia resulta in ú til el resto del h o m b re, com o el a rm a ­
z ó n en el edificio ya c o n stru id o . N o querem os distraer
nuestra m irada de la sólida estru ctu ra, única que se p ro ­
p u so edificar el artista — siempre q u e construyera p ara o tro s
y n o fuera u n fachendoso. E s la v isión intelectual alcan ­
zada la que — sobre to d o el n a tu ra lista — desea tra n sm itir
a la posterid ad , n o los ruines incidentes que precedieron a
su visión. T a le s incidentes, aun en el caso de ser in tere­
santes, n o p o d ría n ser repetidos d e n tro de n osotros. P ero
la v isió n en que el p en sad o r d erram ó sus facultades y a la
cual dedicó sus desvelos es com unicable y puede conver­
tirse en u n a parte in teg ran te de n o so tro s m ism os.
D esde el m o m e n to en que L ucrecio se h a hecho idéntico
a su poem a y se h a disu elto en su p ro p ia filosofía, sus
antecedentes son sim plem ente los estadios a lo largo de los
cuales se fo rm ó p o r vez p rim era su concepción de la n a tu ­
raleza en la m ente h u m a n a . R astrear estos estadios es
fácil; alg u n o s de ellos nos son inclusive tan fam iliares que
la m ism a triv ia lid a d del tem a puede llegar a cegarnos para
la g ran d io sid ad y audacia de la h a z a ñ a intelectual im p li­
cada en ellos. U n a concepción n a tu ra lista de las cosas es
una g ran o b ra de la im aginación, u n a o b ra m ay o r, a m i
entender, que cualquier m ito lo g ía d ram ática o m o ra l: es
una concepción adecuada para in sp ira r u n a gran poesía.
Y acaso sea, en ú ltim a instancia, la única concepción que
pueda in sp irarla.
N o s dicen que el v iejo Jen ó fan es m iró la bóveda del
cielo y exclam ó: “ E l T o d o es U n o ” . L o que, desde el
p u n to de vista lógico, es u n a p e ro g ru lla d a puede ser con
frecuencia, desde el p u n to de v ista im ag in ativ o , u n gran
descubrim iento, pues nadie h asta entonces puede h ab er a d ­
v ertid o la evidente an alo g ía que ta l p ero g ru llad a revela.
A sí, en el caso presente, la u n id a d de todas las cosas es lógi­
cam ente u n a v erdad evidente, bien que estéril, pues los
m u n d o s m ás dispares e inconexos seguirían siendo u n a m u l­
titu d , p o r ta n to , u n agregado y, consiguientem ente, en cierto
sentido, u n a u n id ad . A u n así fué u n a g ran h azañ a de
la im aginación d irig ir deliberadam ente la m irada a to d a la
an ch u ra del h o riz o n te y abarcar m en talm en te el c o n ju n to
de to d a la realidad descubriendo q u e1la realidad es u n c o n ­
ju n to y puede ser llam ada “ u n a ” , de la m ism a suerte que
cualquier piedra o cu alquier anim al, au n q u e com puestos de
m uchas partes, son llam ad o s “ u n o s ” en el v u lg ar rom ance.
F ué, sin d u d a, alg ú n h o m b re p reh istó rico genial quien,
m u ch o antes que Jenó fan es, aplicó al c o n ju n to de todas las
cosas aquella n o ció n de u n id a d y to ta lid a d que cualquiera
h a descubierto en la observación de las cosas singulares, y
quien por v ez p rim era se a v e n tu ró a h a b la r del “ m u n d o ” .
Hacer esto es p la n te a r el p ro b lem a de to d a filo so fía n a tu ra l
y, en cierto m o d o, an ticip ar la solución de ta l problem a,
pu es.eq u iv ale a p re g u n ta r cóm o las cosas perm anecen u n i­
das y com prender que perm anecen u n id as de u n a m anera
o de otra.
E x clam ar “ E l T o d o es U n o ” , y ad v ertir que to d as las
cosas se en c u e n tra n en u n paisaje y fo rm a n , m ediante su
yu x tap o sició n , un sistem a, es el tosco com ienzo del saber
en la filosofía n a tu ra l. P e ro es fácil seguir adelante y ver
que las cosas fo rm a n u n a u n id a d de u n m o d o m ás p r o ­
fu n d o y m isterioso. P o r ejem plo, u n a de las prim eras cosas
que im p resio n an al poeta, al h o m b re que siente y que refle­
xio n a, es el hecho de que esos o b je to s que p u e b la n el m u n d o
desaparecen y n o vuelven. Sin em bargo, cu an do se desvane­
cen n o to d o desaparece; o tra s cosas surgen en lu g ar de
ellos. La n atu ra le z a perm anece siem pre joven e ínteg ra a
pesar de la m uerte que en to d as p artes acecha, y lo que
su stitu y e a lo que co n tin u am en te desaparece es con fre ­
cuencia e x tra o rd in a riam e n te parecido. L a in estabilidad u n i­
versal no es in co m p atib le con u n a g ran m o n o to n ía , de m odo
qu e m ien tras H eráclito se lam en tab a de que to d o fluyera,
el Eclesiastés, que estaba tam bién enteram ente convencido
de esta verdad, se d o lía de que n o h u b iera nada nuevo
bajo el sol.
E sta doble experiencia del cam bio y de la repetición —
u n a experiencia a la verdad sen tim en tal y científica— dió
bien p ro n to o rigen a u n a g ran idea, acaso a la m a y o r idea
que se le h a o cu rrid o a la h u m a n id a d . E sta idea c o n stitu ­
y ó la inspiración capital de Lucrecio. C onsiste en afirm ar
que to d o lo que observam os a n u estro alrededor, así com o
no so tro s m ism os, n o es o tra cosa sin o fo rm a s pasajeras
de u n a su stancia p erm anente. E sta sustancia — cuya ca n ti­
d ad y cualidad in tern as son siem pre iguales— se redis­
trib u y e constantem ente, y en el curso de tal redistribución
fo rm a esos agregados que llam am os cosas y que vem os
desaparecer y reaparecer co n tin u am en te. T o d a s las cosas son,
en ú ltim a instancia, p o lv o y se convierten en p o lv o , pero
u n p o lv o que es eternam ente fé rtil y que está destin ad o a
a d o p ta r p erp etu am en te nuevas y herm osas figuras. E sta
noción de sustancia o to rg a u n a u n id a d m u ch o m ay o r al
m u n d o disperso. N os indica que to d as las cosas se tra n s fo r­
m an y que poseen u n fu n d a m e n to com ún del cual surgen
y al cual vuelven.
E l espectáculo d el cam bio inexorable, el triu n fo d el tie m ­
p o — o lo q u e fuere— ■ h a sido siem pre u n o de los tem as
fav o rito s de la poesía lírica y trágica, así com o u n tem a
de la m editación religiosa. L a percepción del cam bio u n i­
versal, la experiencia de la v an id ad de la v id a ha sido siem ­
pre el com ienzo de la seriedad. E s la condición ineludible
de cualquier filo so fía bella, m esurada o delicada. A ntes de
ello, to d o era b á rb a ro , ta n to en m o ral com o en poesía, pues
hasta entonces la h u m a n id a d n o hab ía ap ren d id o a re n u n ­
ciar a nada, no h a b ía su p erad o el egotism o y el o p tim ism o
in stin tiv o s del an im al jo v en y n o h a b ía tra sla d a d o el cen­
tro de su ser, o de su fe, desde la v o lu n ta d a la im aginación.
D escubrir la sustancia es así d ar u n g ran p aso en la vida
de la razó n , au n en el caso de que la sustancia sea concebida,
de u n m o d o en teram ente negativo, com o u n vocablo que sir­
ve m eram ente p a ra señalar, p a ra c o n tra sta r la insustanciali-
dad , la v a n id a d de to d o s los m o m e n to s p articulares y de
to d as las cosas. A sí es com o la filo so fía y la poesía indias
concibieron la sustancia. Pero el p a so d a d o p o r la física
griega y p o r la poesía de Lucrecio va m ás allá. A l obser­
var el cam bio u n iv ersal y la v a n id a d de la v ida, Lucrecio
y los griegos concibieron tras la apariencia u n gran p r o ­
ceso in telig ib le, u n a evolución en la n atu raleza. L a realidad
llegó a ser, lo m ism o que la ilu sió n , interesante. L a física,
que hab ía sido h asta entonces m eram ente espectacular, se
h iz o científica.
Se en co n trab a aq u í un tem a m u ch o m ás rico en p o sib ili­
dades p ara el p o eta y el filó so fo que se hubiesen la n za d o al
d escubrim iento del fu n d a m e n to y de las secretas causas de
tal alegre o m elancólico flu jo de las cosas. E l en ten d im ien ­
to que le p e rm itió descubrir estas causas h iz o p a ra el europeo
aquello que n in g u n a m ística in d ia , aqu ello q u e n in g ú n des­
precio de la inteligencia puede perm itirse hacer: dom inar,
predecir y tra n sfo rm a r ese cam biante espectáculo m ediante
u na inteligencia práctica y viril. E l h o m b re que descubre
los resortes secretos de las apariencias abre a la co n tem p la­
ción u n segundo m u n d o p o sitiv o , la frag u a de la natu raleza
y sus activas p ro fu n d id ad es, d o n d e u n m ecanism o p ro d i­
gioso alim enta c o n tin u a m e n te n u estra v id a y la p re p a ra a
distancia con las m ás ex q u isitas regulaciones. Pero si la
m archa de ta l m ecanism o p ro d u ce la v id a y la n utre, m u ­
chas veces p o n e o bstáculos a su d esarro llo y la condena al
aniq u ilam ien to . E sta verdad, que hace com prensible por
vez p rim era la concepción de la sustancia n a tu ra l, justifica
las elegías que h a n escrito siem pre sobre las cosas h u m an as
los p oetas de la ilusión y de la desilusión. E s u n a verdad
que tiene u n aspecto m elancólico, pero, com o es u n a verdad,
satisface y exalta el esp íritu racional que pide con vehem en­
cia la verdad p u ra , au n q u e sea triste o desoladora, y que
desea alcanzar u n a posible y n o u n a im posible felicidad.
H asta a q u í la ciencia griega h a b ía descubierto que el
m u n d o era u n o , que había u n a sustancia, que se tra tab a
de u n a sustancia física y que estaba d istrib u id a y se m ovía
en el espacio. E ra la m ateria. P e ro seguía en pie este in te ­
rro g an te: ¿C u ál es la verdadera n a tu ra le z a de la m ateria y
cómo produce las apariencias que observam os1? La única
respuesta que aq u í n o s im p o rta es la que fué dada p o r
Lucrecio — una respuesta que h a b ía recibido de su m aestro
en to d as las cosas, E p icu ro , el cual a su v ez la había recibi­
d o de D em ó crito . A h o ra bien, D e m ó c rito había realizado
u n progreso n o tab le sobre los sistem as q u e eligieron u n a sus­
tancia evidente, com o el agua, o que recogieron to d as las
sustancias evidentes, com o h iz o A n ax ág o ras, in te n ta n d o
explicar el m u n d o p o r ellas. D e m ó c rito p en só que la su s­
tancia de to d a s las cosas no debía poseer n in g u n a de las
cualidades presentes en unas y ausentes en o tras; debía p o ­
seer solam ente las cualidades presentes e n to d as las cosas.
D ebía ser m eram ente m ateria. Según él, la m aterialid ad
consiste en e x ten sió n , fig u ra y solidez. E n el éter m ás fin o
y su til n o p odem os e n c o n tra r, si lo ex am in am o s a te n ta ­
m ente, m ás que p a rtíc u la s con estas propiedades. T o d a s las
dem ás cualidades de las cosas son sólo aparentes y se les
atrib u y en por una convención del espíritu. E l espíritu es
un m itó lo g o n a to y proyecta sus o p in io n es a sus causas. L a
lu z , el color, el gusto, el calor, la belleza y la excelencia
so n esas supu estas y convencionales cualidades, p ero sólo el
espacio y la m ateria so n reales. E l espacio v acío n o es, sin
em bargo, m enos real que la m a te ria . P o r consiguiente,
aunque los áto m o s de la m ateria n o cam bien nunca de f o r ­
m a, puede h ab er cam bios reales en la n atu ra le z a p o r cu an to
puede cam biar su p o sició n en u n espacio real.
A diferencia de la in ú til sustancia de los indios, la su s­
tancia de D e m ó c rito p o d ía ofrecer u n a base calculable para
explicar el flu jo de las apariencias, pues ta l sustancia se
h a lla b a desigualm ente d istrib u id a en el vacío y se m ovía
de u n m o d o constante. T o d a apariencia, p o r efím era que
fuera, correspondía a u n a precisa co nfiguración de la sus­
tancia: surgía con esta config u ració n y con ella perecía.
Según eso, ta l sustancia es física y n o m etafísica. N o es una
expresión dialéctica, sino una anticip ació n científica, u n a
profecía sobre lo que u n observador, d ebidam ente p ertrecha­
do, descubriría en el in te rio r de los cuerpos. E l m aterialis­
m o n o es u n sistem a m etafísico; es u n a especulación quím ica
y fisiológica, de suerte que, si el análisis p udiera ser b a s ­
ta n te p ro fu n d o , e n co n traría q u e to d a sustancia es h o m o ­
génea y que to d o m o v im ie n to es regular.
Según D em ó crito , aunque la m ateria es hom ogénea, las
fo rm as de las p a rtíc u la s ú ltim as son diversas, y las varias
com binaciones de las m ism as c o n stitu y en los vario s o b je ­
tos de la n atu raleza. E l m o v im ie n to n o es, como el v u lg o

T res poetas filósofos.— S.


(y A ristóteles) su p o n ía n , in n a tu ra l; n o es pro d u cid o m á­
gicam ente p o r alg u n a causa m o ra l: es e tern o y se h a o rig i­
n a d o con los átom os. A l ser éstos golpeados, se produce
un rebote, y las corrientes y los rem o lin o s m ecánicos oca­
sion ad o s p o r estos contactos fo rm a n u n a m u ltitu d de sis­
tem as estelares, llam ad o s m u n d o s, de1 los que están llenos
los espacios in fin ito s.
E l m ecanicism o en lo que respecta al m o v im iento, el a to ­
m ism o en lo que toca a la estru ctu ra, el m aterialism o en lo
que se refiere a la sustancia: he aquí to d o el sistem a de
D em ó crito . E ste sistem a es ta n m arav illo so en su p en etra­
ción, en su sen tid o para las exigencias ideales de m étodo y
conocim iento, com o e x tra ñ o y au d az en su sim plicidad.
Sólo el m ás convencido racio n alista, el m ás osado p rofeta
p o d ría a d m itirlo d o g m áticam en te. Sin em bargo, el tiem po
le h a dado en gran p arte la ra z ó n . Si D em ócrito pudiera
conocer el estado actual de la ciencia, se reiría, com o tenía
p o r h á b ito , en p arte p o r la co nfirm ación que podem os dar
a diversas p artes de su filo so fía, y en p a rte p o r nuestra estu ­
pidez al n o p o d er ad iv in ar el resto.
H ay en Lucrecio dos m áxim as que, au n en nuestros
días, b a sta n p ara d istin g u ir entre u n pensador n a tu ra lista
y u n o que n o lo sea. “ N a d a ” , dice, “surge en el cuerpo
para que podam os u tiliz a rlo , sin o que cuanto surge p r o ­
duce su uso” * ). A q u í se encuentra la elim inación de las
causas finales de que depende to d o progreso científico. La
o tra m áxim a dice así: “ U n a cosa se hace evidente al ser
com p arad a con o tra . Y la ciega noche n o te borrará el sen­
dero antes de que h ay as escudriñado a fo n d o las cosas ú lti­
m as de la n atu ra le z a. A sí, las cosas a rro ja n lu z sobre las

!) LUCRECIO, I V , 8 3 4 , 8 3 5 :

N i l . . . n a tu m s t in corpore, ut u ti
P o sse m u s, sed q u o d n a tu m s t id procreat usum .
cosas” *). L a n a tu ra le z a es su p ro p ia n o rm a , y si n o s p a re ­
ce in n a tu ra l n o h a b rá esperanza p a ra nuestras alm as.
La ética de D em ó crito , h asta d o n d e podem os ju z g a rlo
p o r los escasos testim o n io s conservados, era m eram ente des­
criptiv a o satírica. D em ó crito era u n espectador aristocrá-
” tico que desdeñaba a los necios. Según él, la n atu rale za se
ríe de noso tro s. E l sabio considera su destino y, al conocer­
lo, se eleva en cierto m odo p o r encim a de él. T o d o s los
seres vivientes persiguen la m ayor felicidad posible, pero son
m arav illo sam en te m iopes. Así, la m isión del filósofo es
p rever y conseguir la m a y o r felicidad realm ente posible.
E n u n m u n d o ta n desapacible com o el nuestro, esto so la­
m ente puede obtenerse m ediante la abstención y el retiro.
Si so n pocas las cosas pedidas, es m u ch o m ás probable que
lo o b ten id o n o desilusione. E s im p o rta n te , aunque m uy
difícil, n o ser u n necio.
E l sistem a de D em ó crito fué ad o p ta d o p o r E picuro, pero
no p o rq u e E p ic u ro tu v iera a lg ú n deseo de conocim iento
científico. P o r el co n trario , E picuro, el H erb ert Spencer de
la an tig ü ed ad , fué en su filosofía n a tu ra l u n a enciclopedia
de segunda m an o . P ro lijo y m inucioso, v ag o e in consisten­
te, recogía su m iscelánea científica co n los o jo s fijos n o en
la natu raleza, sino en las exigencias de u n a fe in tern a —
u n a fe basada en fu n d a m e n to s m orales, considerada nece­
saria p a ra la salvación y defendida a to d a costa y con todas
las arm as asequibles. Es in stru c tiv o que el m aterialism o
haya sido ad o p tad o en aquella c o y u n tu ra p o r los m ism os
ajenos m o tiv o s m orales en no m b re de los cuales ha sido
usualm ente rechazado.

i) ibíd., I, 1 115 18:

A lid e x alio clarescet, nec tib i caeca


N o x itec crip iet, quin u ltim a n a tu ra i
P ervideas: ita res accendent lu n iin a rebus.
P o r e x tra ñ o que pueda parecer a quienes h an oído decir,
con h o rro r o envidia, que se revolcaba en su pocilga, E pí-
curo era u n san to . L os cam inos del m u n d o le llenaban de
congoja. L a A ten a s de su época, p ara ver la cual daríam os
algunos n u estro s ojo s, conservaba to d o su esplendor en
m edio de su decadencia po lítica, pero n ad a de ella le intere­
sab a o atraía a E p icu ro . Los teatros, los pórticos, los gim ­
nasios y, p o r encim a de to d o , el ágora estaban para él e n ­
negrecidos con el h u m o de la v an id ad y la locura. R etirado
en su ja rd ín p riv a d o , con u n o s pocos am igos y discípulos,
buscaba los senderos de la p a z . V iv ía so b riam ente; hablaba
con suav id ad ; daba lim osna a los pobres; predicaba contra
la riqueza, co n tra la am bición, co n tra la pasión. D efendía
el libre albed río p o rq u e deseaba p racticarlo alejado del m u n ­
do y n o arrastrad o p o r la corriente. N egaba lo so brenatural
p o r cu an to su creencia en él h u b iera ejercido u n a influencia
p e rtu rb a d o ra en el á n im o y h u b iera con v ertido en o b lig a to ­
rias y graves dem asiadas cosas. N o h ab ía p ara él nin g u n a
vida fu tu ra ; el arte de vivir sabiam ente n o debe ser desfigu­
rad o p o r ta n alocadas im aginaciones.
T o d a s las cosas o cu rrían según el debido curso de la
n atu raleza. L o s dioses eran dem asiado rem otos y dem a­
siado felices, retirad o s co m o b u e n o s epicúreos, para m ez­
clarse en los sucesos terrenales. N ad a p e rtu rb a b a lo que
W o rd s w o rth llam ab a su “ v o lu p tu o sa in diferencia” . Sin
em bargo, era g ra to frecu en tar sus tem plos. A llí, lo m is­
m o que en los espacios donde m o ra b a n entre los m undos,
los dioses eran silenciosos y bellos, y ten ían fo rm a h u ­
m ana. C u a n d o u n h o m b re desdichado contem plaba sus
estatuas, éstas le reco rd ab an la felicidad; d u ra n te u n o s in s­
tan tes se rejuvenecía y se a p a rta b a del insensato tu m u lto
de los negocios h u m an o s. D esde esos boscajes y san tuarios
consagrados, el filó so fo regresaba a su ja rd ín fortalecido en
su sabiduría, más feliz en su aislam iento, m ás benévolo y
m ás indiferente a to d as las cosas del m u n d o . A sí, la vida de
E picuro, com o testim o n ia San Je ró n im o , estaba “ llena de
hierbas, fru to s y abstinencias” . H a b ía en ella u n silencio
parecido al desam paro. E ra u n a filo so fía de la decadencia,
u n a filosofía de negación y de h u id a del m u n d o .
A u n q u e la ciencia p o r sí m ism a n o p o d ía interesar a u n a
tan m onástica n atu raleza, p o d ía ser ú til p a ra a p o y ar la fe
o para su p rim ir las objeciones a la m ism a. P o r lo ta n to ,
E picu ro se a p a rta b a de la reserva de Sócrates y buscaba una
filosofía n a tu ra l que p u d iera sostener su ética. D e to dos los
sistem as existentes — y h abía m uchos— en co n tró que el de
D em ócrito era el m ás provechoso y edificante. M ejo r que
cualquier o tro p o d ía persu ad ir a los h o m b res a que re n u n ­
ciaran a la locura q u e debe ser rechazada y d isfru ta ra n de
los placeres que pueden ser gozados. P e ro com o el sistem a de
D em ócrito fuá ad o p ta d o p o r estos m o tiv o s externos y p ra g ­
m áticos, n o fué necesario aceptarlo e n to d o s sus p u n to s.
P o r lo m enos u n a alteración en él era im periosa. E l m o v i­
m iento de los áto m o s n o debe ser a b so lu tam en te regular
y m ecánico. P a ra elim in ar el d estin o debía adm itirse el
azar. E l destino era u n a noción aterrad o ra. E l pueblo
hablab a de él con unció n supersticiosa. E l azar era algo
m ás h um ilde, m ás ap ro p ia d o p ara el h o m b re de la calle.
Si se perm itiera que los áto m o s e x p e rim e n ta ra n u n a peque­
ñ a desviación en sus cursos, el fu tu r o sería im previsible y
el libre albedrío q u e d a ría a salvo. P o r lo ta n to , E picuro
determ inó que lo s áto m o s se desviaban, agregándose fa n tá s ­
ticos argum entos p a ra m o stra r que sem ejante in tru sió n del
azar representaba u n a ay u d a en la o rg an izació n de la n a tu ­
raleza, pues la llam ad a in clinación de los á to m o s explicaba
cóm o su caída o rig in aria h a b ía p ro d u cid o rem o lin o s y, con
ello, cuerpos o rg an izad o s. P ero c o n tin u em o s nuestra des­
cripción.
E l m aterialism o, com o cualquier o tro sistem a de filoso
fía n a tu ra l, n o im plica m a n d a to s o consejos. Se lim ita a
describir el m u n d o , con inclusión de las aspiraciones y con­
ciencia m o ral de los m o rtales, refirién d o lo to d o a u n f u n ­
d a m en to m aterial. C o m o el m aterialista es u n h om bre, no
dejará de tener preferencias y au n u n a conciencia m oral
p ro p ia. P e ro sus preceptos y su conducta expresarán, no
las im plicaciones lógicas de su ciencia, sino sus in stin to s h u ­
m anos tales com o p ueden haberlo s fo rm a d o la herencia y
la experiencia. Según ello, cualquier sistem a de ética puede
coexistir con el m aterialism o, pues si el m aterialism o de­
clara q u e ciertas cosas (com o la in m o rta lid a d ) so n im p o si­
bles, n o puede declararlas indeseables. S in em bargo, no
es p ro b a b le que u n h o m b re c o n stitu id o p ara ad o p ta r el
m aterialism o esté fo rm a d o de tal m anera que se dedique a
perseguir cosas consideradas com o inalcanzables. H ay, p o r
lo ta n to , u n lazo psicológico, au n q u e n o lógico, entre el
m aterialism o y u n a m oralid ad v ulgar.
E l m aterialista es, an te to d o , u n o b serv ad o r, y p ro b a b le­
m ente lo es tam b ién en la ética. E sto quiere decir que no
ten d rá n in g u n a ética excepto la em oción que le produzca
el proceso del m u n d o . Si es u n esprit fo r t, si es realm ente
desinteresado, am ará la vida, en el m ism o sentido en que
nos com place la perfecta v ita lid a d , o lo que tal nos parece,
de las g av io tas y de las m arsopas. C reo que aquí radica
el sen tim ien to ético psicológicam ente co n co rd an te con u n
vigoroso m aterialism o : sim p a tía p o r el m o v im iento de las
cosas, interés en la ola ascendente, com placencia p o r la
espuma que produce antes de h u n d irse de nuevo. La n a tu ­
raleza n o d istin gu e en tre lo m ejo r y lo peor, pero sí lo
hace el am an te de la n atu raleza. É ste llam a m ejor a lo que,
siendo análogo a su p ro p ia v id a, aum enta su vitalidad y
posee p ro b ab lem en te alg u n a v ita lid a d pro p ia. Es el senti­
m ie n to ético de S p in o za, el m ás grande de los naturalistas
m od ern o s en filosofía. Y verem os cóm o Lucrecio, a pesar
de su fidelidad al ascético E picuro, es a rra stra d o p o r su
éxtasis poético en la m ism a dirección.
P e ro aq u í ad v ertim o s el m isterio de esta u n ió n . E l m a ­
terialista am ará la v ida de la n a tu ra le z a cu ando ame su
pro p ia vida. Pero si o d iara su vida, ¿cóm o p o d ría com ­
placerle la v id a de la n a tu raleza? A h o ra bien, E p icu ro o d ia ­
ba, en su p arte m ás considerable, la v ida. Su sistem a m oral,
lla m a d o hedo n ism o , recom ienda el placer que rio p ro d u zca
excitación n i desem boque en riesgos. E ste ideal es m odesto
e inclusive casto, pero n o v ita l. E p ic u ro era n o tab le por
su clemencia, p o r su am istad, p o r su co m p leto h o rro r a la
guerra, p o r el sacrificio, p o r el su frim ien to . N o so n se n ti­
m iento s de los que p a rtic ip a ría u n au tén tico n a tu ralista. La
piedad y el arrep en tim ien to , decía S p ín o za, son vanos y
m alos; lo que au m en ta el pod er y la alegría de un h o m b re
au m en ta tam b ién su bondad. E l n a tu ra lista confiará, com o
decía N ietzsche, en cierta crueldad; se inclinará, siguiendo
el carácter desdeñoso de la risa de D em ó crito, a cierto
desprecio. N o ten d rá dem asiado escrupulosam ente en cuenta
el coste de lo que consiga; será u n im perialista, arreb a­
tad o por la alegría de o b ten er algo. E n resum en, el to n o
m o ral del m aterialism o en u n a época de d esarro llo o en u n
án im o agresivo será aristocrático e im a g in a tiv o . P ero en
u n a época decadente o en u n alm a q u e renuncie a todo, será,
com o lo fué en E p icu ro , h u m a n ita rio y tím id am en te
sensual.
T e n e m o s ah o ra delante de n o so tro s los antecedentes y
los com ponentes del poem a de Lucrecio sobre la n atu raleza.
Q ueda entonces el genio del p oeta m ism o. L o m ás grande
de este genio es su capacidad de perderse en su o b jeto , su
im perso n alid ad . Parece que estam os leyendo, n o la poesía
de u n p o eta acerca de las cosas, sin o la poesía de las cosas
m ism as. L o que Lucrecio dem uestra a la h u m a n id a d de una
vez para to d a s es que las cosas tienen su poesía a causa de
su p ro p io m o v im ie n to y vida, y n o sim plem ente porque
n o so tro s las h ay am o s conv ertid o en sím bolos.
Desde luego, la poesía que vem os en la n atu ra lez a se debe
a la em oción que produce en n o so tro s el espectáculo. La
vid a de la n a tu ra le z a puede ser ta n ro m á n tica y sublim e
com o se quiera, pero sería p o lv o y ceniza si n o hu b iera
en n o so tro s n ad a sublim e y ro m án tico que nos llevara a
sim p a tiz a r con ella. S in em bargo, n u estra em oción puede
ser sincera; puede referirse a lo que la n atu ra le za realm ente
es y hace, a lo que h a sido y a lo que h a rá en lo sucesivo.
N o necesita proceder de u n a preocupación egoísta acerca de
lo que esas inm ensas realidades significan p a ra nuestras p e r­
sonas o acerca de cóm o p u ed en u tilizarse en fav o r de
n u estro desenfrenado capricho. N o , la poesía de la n a tu r a ­
leza puede percibirse sólo con el p oder in tu itiv o que des­
p ierta y el en ten d im ien to que em plea. M e atrevo a afirm ar
que, m ás a ú n que n u estro capricho y n uestros to rn a d iz o s
sueños, pueden dichas facultades p o n er en ten sió n los re­
sortes del alm a y extraer de ella to d a su v ita lid a d y toda
su m úsica. E l n a tu ra lism o es u n a filo so fía de observación
y de u n a im ag in ació n q u e am p lía lo observable; to d as las
visiones y sonidos de la n atu ra le z a fo rm a n p arte d e él y le
o to rg a n su sim plicidad, su acritu d y su fu erza coercitiva.
A l m ism o tiem po, el n a tu ra lism o es u n a filo so fía intelec­
tu a l: presum e la sustancia tra s la apariencia, la c o n tin u i­
dad tra s el cam bio, la ley tras el azar. P o r lo ta n to , a tr i­
buye y reduce to d as esas visiones y sonidos a u n fo n d o
ocu lto que las relaciona y explica. Así entendida, la n a tu ­
raleza tiene ta n ta p ro fu n d id a d com o superficie, ta n ta fuerza
y necesidad com o variedad sensible. A n te la su b lim i­
dad de esta v isión, to d a s las fo rm as de la falacia patética
parecen bastas y artificiales. L a m ito lo g ía, que es p ara u n
espíritu in fa n til la única poesía posible, suena al com pa­
ra rla con ella com o u n a m ala retórica. E l p o eta n a tu ra lis­
ta a b a n d o n a la tie rra de las h adas, p o rq u e h a descubierto
la n atu ra le z a, la h isto ria , las v erdaderas pasiones del h o m ­
bre. S u im ag in ació n h a a lcan zad o el estado de m adurez.
Su placer consiste n o en rep resen tar, sin o en dom inar.
E l d o m in io poético sobre las cosas ta l com o son, se a d ­
vierte ante to d o en Shakespeare en lo que se refiere a las
cosas h u m an as, y en Lucrecio en lo que toca a las cosas
n aturales. E x tra o rd in a ria m e n te v iv id o , inexorable, in e q u í­
voco en to d o s sus detalles, es sobrem an era g ran d io so y se­
vero en su ag ru p ació n de los hechos. E s la verdad lo que
lo absorbe y a rrastra. Desea que los h echos m ism os n o s
co n v en zan y sosieguen, q u e las cosas im p o n g a n sobre n o s­
o tro s su a b ru m a d o ra evidencia, que im p reg n en n u estro ser
y n o s testim o n ien u n ív o cam en te la n a tu ra le z a del m u n d o .
Supongam os, n o o b sta n te — y es u n a suposición defen­
dible— que L ucrecio esté co m p letam en te equivocado en su
ciencia y que n o h ay a n in g ú n espacio, sustancia o n a tu ­
raleza. S u p o em a p erd ería entonces su referencia in m ed ia­
ta a n uestras v id as y a n u estras convicciones personales, pero
n o p erdería su g ran d eza im a g in a tiv a . P o d ríam o s seguir
concibiendo u n m u n d o ta l com o lo describe. Im agine el
lector las em o d o n es que los h a b ita n te s de ta l m u n d o h u ­
b ieran sen tid o el d ía en que u n D e m ó c rito o u n Lucrecio
les h u b ie ra n revelado su verdadera situ ació n . ¡C u án grandes
serían la ceguera y la locura disipadas, cuán m aravillosa 1.a
visión o b ten id a! ¡Q ué claro el fu tu ro , qué inteligible el
pasado, qué m aravillosos los áto m o s p u lu la n d o en su in v o ­
lu n ta ria y p erp etu a fertilid ad ! C u a lq u ie r rin c ó n y escondri­
jo de la n a tu ra le z a se asem ejaría entonces a lo que es para
n o so tro s el cielo en u n a n o ch e estrellada, en que la esboza­
da son risa de la v id a juega en to r n o a las constelaciones.
P a ra los que en él vivieran, ta l u n iv erso te n d ría seguram en­
te su poesía. Sería la poesía del n a tu ra lism o . P en san d o que
vivía en tal m u n d o , Lucrecio o yó su m úsica y la puso en
solfa.
Sin em bargo, parece que cuando se disp u so a com poner
su poem a a base del sistema de E p icu ro le a b ru m ó la g ra n ­
deza de su tarea. P o r vez p rim era ten ía que explicar, en
sonoros au n q u e p o n d ero so s vocablos latin o s, el nacim iento
y n atu raleza de to d as las cosas tal com o sutilm ente h ab ían
sido descritas en griego. T e n ía que d isip a r la superstición,
refu ta r a los antagonistas, establecer los seguros fu n d a ­
m entos de la ciencia y de la sab id u ría, hacer a p a rta r a la
h u m a n id a d de sus crueles pasiones y locuras p a ra c o n d u ­
cirla a u n a v ida sencilla y pacífica. É l m ism o era b a stan te
a tu rd id o y belicoso, p u es so n frecuentem ente nu estras in ­
quietudes m ás que n u estras tra n q u ilid a d e s lo que d eter­
m in a n uestros ideales. A sí, al p ro clam ar el advenim iento
de la felicidad h u m a n a y al describir la felicidad divina,
tenía que perseguir la pro p ia, rem o n tán d o se con las fuertes
alas de sus hex ám etro s hacia u n éxtasis de contem plación
y entusiasm o. Si experim en tam o s ta n grande em oción al
leer estos versos, ¿qué debía pasar al com ponerlos? ¿P o d ía
conseguir lo que se p ro p o n ía ? ¿ P o d ía n caberle en suerte
ta n grandes cosas? Sí, p o d ía n sólo con que las fuerzas crea­
doras de la n atu raleza, siem pre in fin ita s y siempre dispues­
tas a ser u tilizad as, pasaran a su cerebro y a su esp íritu ;
sólo con que las sem illas de la co rrupción y de la locura,
perpetuam ente susp en d id as en el aire, fu e ra n d u ra n te unos
m o m e n to s av entadas; sólo con que quedara suspendido
m ien tras escribía el e strép ito de las luchas civiles. U n n iñ o
debe su p rim e ra existencia a u n a co n ju n ció n fo rtu ita de
átom o s. U n poeta debe su inspiración y su éxito a u n a a t­
m ósfera y a u n a estación propicias. S abiendo que su em pre­
sa depende de esas azarosas conjunciones, Lucrecio com ienza
p o r in v o car los m ism os poderes que va a describir, p id ié n ­
doles que le concedan suficiente genio y alien to p a ra h a b la r
de ellos. E in m e d ia ta m e n te esos poderes le envían una feliz
inspiración, acaso u n a feliz rem iniscencia de Em pédocles.
H ay dos grandes perspectivas que el m o ralista puede d is­
cernir en el u n iv ersal im p u lso de los á to m o s: u n m o v im ien ­
to creador, que p ro d u ce los valores m orales, y u n m o v i­
m ie n to destructor, que los an u la. Lucrecio sabe m u y bien
que esta d istin ció n es únicam ente m oral o, como h o y se
dice, subjetiva. N adie h a señalado con ta n ta frecuencia y
claridad com o él, que nada surge en este m u n d o cuya vida
no im plique la m u erte de alg u n a o tra cosa *), de suerte
q u e el m o v im ie n to d e stru c to r crea y el m o v im ien to creador
destruye. P o r lo m enos, y desde el p u n to de v ista de cual­
q u ie r v ida o interés particulares, la distin ción entre una
fuerza creadora y o tra d estructora es real y sobrem anera
im p o rta n te . H acer esta d istin ció n n o significa negar la es­
tru c tu ra m ecánica de la natu raleza, sino sólo m o stra r cóm o
esta estru ctu ra m ecánica es m o ralm en te fecunda, cómo sus
partes extrínsecas son p ara m í o p a ra o tro cualquiera, para
sus p ro d u cto s locales y vivientes, favorables u hostiles.
E sta doble p in tu r a de las cosas es altam ente interesante
para el filó so fo , h a sta el p u n to de que antes de que su
ciencia física h ay a alcanzado el estadio mecánico, conside­
rará in d u d ab lem en te el aspecto doble que las cosas presen­
ta n com o la expresión de u n principio dual en estas cosas
m ism as. A sí, E m pédocles h ab lab a del A m o r y de la D is ­
cordia com o de dos fu erzas que reú n en y separan respec­
tiv am en te los elem entos, cargando sobre sus h o m b ro s una
lab o r sem ejante a la de P enélope: tejien d o la prim era per-

x) L U C R E C IO , I , 264, 265:

A lid e x alio re fic it n a tu ra , nec u lla m


R etn g ig n i p a titu r , n isi m o r te a d iu n ta aliena *) .

V er apéndice final para la traducción.


petu am en te nuevas fo rm as de la v id a; deshaciéndolas c o n ­
tin u a m e n te la segunda x) .
Sólo u n a ligera concesión era necesaria a la retórica tr a ­
dicional p ara su b stitu ir estos nom bres, A m o r y D iscordia,
que designaban en Em pédoclcs potencias divinas, p o r los
n om bres de V en u s y M arte, que designaban las m ism as
influencias en la m ito lo g ía ro m an a. M arte y V en u s n o son
en Lucrecio fu erzas m orales inco m p atib les con el m eca­
nism o de los áto m o s; son ese m ecanism o m ism o en ta n to
que produce y destruye la v id a o cualquier preciosa em ­
presa, com o esa m ism a de L ucrecio, consistente en com poner
su poem a. M a rte y V enus, dándose el b ra zo , gobiernan
ju n to s el u n iverso; n ad a surge en él excepto con la m uerte
de o tra cosa. Sin em bargo cuando lo que nace es m ás feliz
en sí m ism o o m ás congenial p ara n o so tro s que lo que
muere, el poeta dice que V enus prevalece, que ha obligado
a su cautivo am an te a suspender su in fecu n d a ira. E n esto.s
m om en to s es p rim av era en la tierra; la to rm e n ta retrocede
(parafraseo el pasaje correspondiente) 2, los cam pos están

1) U n a excelente exp resión de este p u n t o de vista p o n e P l a t ó n en


boca del m édico E t i x í m a c o . en E l B a n q u ete.

2) L u c r e c i o , I, 1 - 1 3 :

A e n e a d u m g e n e ttix , h o m in u m d iv o m q u e v o lu p ta s,
A lm a V e n u s , caeli su b te r labentia signa
Q uae m aro n a v ig e ru m , quae térras fru g ife r e n tis
C oncelebras; p er te q u o n ia m genus o m n e a n im a n tu m
C o n c ip itu r , v is itq u e e x o r tu m lu m in a solis:
T e , dea, te f u g iu n t v e n ti, te n u b ila caeli
A d v e n tu m q u e ta u m : tib í suaves daedala tellus
S u b m i t t i t flo res; tib i rid e n t aequora p o n ti,
P la c a tu m q u e n ite t d iffu s o lu m in e caelum .
N a m s im u l ac species p a te fa c la st tierna diei,
E t reserata Viget g en ita b ilis aura fa v o n i;
A eriae p rim a ra vohtcres te, d iv a , tu u m q u e
S ig n ific a n t in itu m , perculsae corda tua t i i 2) .
cubiertos de flores, la lu z del sol in u n d a el cielo sereno
y to d as las especies anim ales sienten en su corazón el p o d e ­
roso im p u lso de V enus. E l trig o m ad u ra en las lla n u ra s y
el p ro p io m a r lleva con seguridad las flo tas que lo a tr a ­
viesan.
Sin em bargo, el p ueblo ro m a n o n o es la m enor de estas
obras de V enus. E l p o d e r de la n a tu ra le z a n o quedó nunca
m ejo r ilu stra d o que m ediante la v ita lid a d de esa raza, con­
q u ista d o ra de ta n ta s otras razas, o m ediante su poder asi­
m ilad o r, que las civilizó y pacificó. L a leyenda h ab ía hecho
de V en u s la m adre de Eneas, y de E neas el padre de los
rom anos. Lucrecio se aprovecha de esta feliz c o y u n tu ra e
identifica la V en us de la fáb u la con la verdadera V enus,
con el m o v im ien to fav o rab le o propicio de la natu raleza,
del cual co n stitu ía R o m a la culm inación. P ero si la obra
del poeta ha de ser d ig n am en te realizada, n o puede desa­
tender el m ism o m o v im ien to favorable con vistas a su feliz
resultado y a su p o d er persuasivo. V en u s debe ser el p r o ­
tector y el p a tro n o de su arte y de su filosofía. Debe m a n ­
tener a M ein m io fuera de la guerra, p ara que p u eda leer y
alejarse de las am biciones frív o las; debe detener el tu m u lto
de la sedición constante, p ara que Lucrecio pueda dedicarse
enteram ente al estudio de los preceptos de E picuro, para
que su corazó n pueda entregarse a u n a sublim e am istad
que le incite a dedicarse a u n a in ten sa vigilancia de todas
las p alpitaciones de la noche estrellada, siguiendo el curso
de cada á to m o invisible y rem o n tán d o se casi h asta la sede
de los dioses 1) .

1) L u c r e c i o , I, 2 4 , 2 8 - 3 0 , 4 1 - 4 3 , 1 4 0 - 4 4 :

T e so cia m stu d e o scribendis versib u s esse. . .


Q a o m a g is a e te in u m da dictis, d iv a , lep o rem :
E ffic e , a t interea fe ta m o en eta m ilitia i
P er m a ria ac térras om nes so p ita q u ie s c a n t. . .
L a im perso n alizació n en la fig u ra de V enus de cuanto
favorece a la vida n o sería legítim a — y realm ente estaría
en contradicción con una concepción m ecanicista de la n a ­
tu raleza— si n o fuera co n trarrestad a p o r u na figura que
representase la tendencia opuesta, la n o m enos universal
tendencia a la m uerte.
E l dios M arte del pasaje citado, su b y u g ad o d u ran te unos
m o m en to s p o r los requiebros del am or, m anifiesta en to d o
el resto del poem a su irrefrenable fu ria. É stos son los dos
aspectos de to d a tra n sm u ta c ió n , el hecho de que en la
creación u n a cosa d estru y a a o tra. Y com o esta tra n sm u ta ­
ción es perpetua — pues n ad a es d u rad ero excepto el vacío,
los áto m o s y sus m o v im ien to s— , se sigue de ello que la
tendencia hacia la m uerte es p ara cada cosa in d iv id u al la
tendencia fin a l y v icto rio sa. C o m o los n o m bres de V enus
y M a rte n o son esenciales p ara el p en sam ien to del poeia,
pueden suprim irse, y los procesos que p erso n ifican son e n ­
tonces descritos desnudam ente. N o obstante, si el poem a se
h ub iera te rm in ad o y Lucrecio hubiese deseado com poner
u n fin a l que a rm o n iz a ra con el com ienzo y representar un
gran ciclo del m u n d o , es m u y posible que hubiera in tr o ­
ducid o en los ú ltim o s versos u n pasaje m ítico p arejo al del
p rin cip io . H a b ría m o s visto entonces a M a rte despertar de
su am orosa letargía, refirm ar su n atu ra le z a in m o rta l y
salir con la tea en la m an o del palacio del am o r para sem ­
b ra r la destrucción en to d o el universo, h a sta que todas las

N a m ñeq u e n o s ágete hoc p a tria i te m p o r e in iq u o


P o ssu m u s aequo a n im o , nec M e m m i clara p ro p a g o
T a lib u s in rebus c o m m u n i desse s a l u t i . . .
S ed tu a m e v ir tu s ta m e n , et sperata v o tu p ta s
S u a v is a m icitiae, q u e m v is su ffe r re la b o rem
S u a d et, e t in d u c it noctes vig ila re serenas,
Q u a r e n te m , dictis q u ib u s et q u o carm ine d e m u m
Clara tuae p o ss im praepandere lu m in a m e n t i 3) .
cosas ardieran violentam ente y se consum ieran. P ero no
todas, pues la diosa m ism a seguiría existiendo, más divina
y deseable que n u nca en su aislada belleza. E l dios de la
guerra de nuevo se acogería in stin tiv a m e n te a su seno, fa ti­
gado y ebrio de la m a ta n z a , y u n m u n d o n uevo surgiría
de los dispersos áto m o s del viejo.
E stas incesantes revoluciones, to m ad as en sí m ism as, se
eq u ilib ra n exactam ente, y n o esto y seguro de que, consi­
derán d o lo im parcialm ente, sea m ás triste el nacim iento de
nuevos m u n d o s que la p erpetua co n tin u ació n de éste. A d e­
m ás, la n a tu ra le z a n o puede to m a r de n o so tro s m ás de lo
que n os ha dado, y sería capcioso e in g ra to p o r nuestra
parte pensar en ella sólo com o potencia d estructora o esen­
cialm ente destructora según la m o d a poco especulativa de
los m o d ern o s pesim istas. L a n a tu ra le z a destruye para crear
y crea p ara destru ir, pues su interés (si podem os expresar­
nos así) n o se h alla en las cosas p articu lares n i en su con­
tin u ació n , sin o únicam ente en el m o v im ien to que las so­
p o rta , en el flu jo de la sustancia p rim o rd ia l. N o obstante,
la vida pertenece a la fo rm a y n o á la m ateria, o, en el len­
guaje de Lucrecio, la vida es u n ev e n tu m , u n p ro d u cto ideal
superflu o o u n aspecto incidental im plicado en el equilibrio
de la m ateria, del m ism o m odo que la obtención de un
doble seis es u n e v e n tu m , u n p ro d u c to ideal superfluo o un
aspecto incid en tal im plicado ocasionalm ente en el acto de
ag itar u n cubilete de dados. P ero así com o el resultado
m encionado es la culm inación y la m e jo r consecuencia p o ­
sible en u n juego de dados, así tam b ién la v ida es la cul­
m inación y la m ejor consecuencia posible de la d an za de
los átom os. Y só lo desde el p u n to de vista de ese even tu m
puede ser considerado y ju z g a d o p o r n o so tro s el proceso
to ta l. H asta que n o ha tenido lu g a r dicha o p o rtu n id a d
favorable n o existim o s m o ralm en te n i podem os reflex io n ar
o j u 2 gar. E l filó so fo se h alla en la cresta de la ola, es la
e s p u m a de la re tu m b a n te to rm e n ta , y como la ola debe ele­
v arse an tes de deshacerse, to d o lo que vive y testim onia
es s u p ro p ia caída. L a decadencia de to d o lo viviente es la
ú n ica perspectiva que en cu en tra ante sí; to d a su filosofía
debe ser u n a profecía de la m uerte. D e la vida que pueda
v e n ir luego, cuando los áto m o s v u elv an a ju n tarse, nada
p u e d e im ag in ar; la vida que conoce y de que p articipa,
to d o lo que p a ra él es vida, declina y m uere.
P o r lo ta n to , Lucrecio, que n o es o tra cosa que sincero
y h o n r a d o , se halla poseído p o r u n a p ro fu n d a m elancolía.
P o r vigo ro sas y p a lp ita n te s q u e sean sus descripciones de
la p rim a v e ra , del am or, de la am bición, de los florecientes
c u ltiv o s , de la v ictoria intelectual, palidecen ante los vividos
to q u e s con los cuales p in ta la p ro x im id a d de la m uerte — la
fa tig a de la v o lu n ta d , la lasitu d en el placer, la corrupción
y la d esintegración de la sociedad, el agotam iento del suelo,
la d o m esticació n o la ex term inación de los anim ales salva­
jes, la m iseria, la peste y el ham b re, y p a ra el in d iv id u o
la f i n a l disipación de los áto m o s de su alm a, h u id o s de
u n cu erp o lán g u id o p a ra mezclarse y c o n fu n d irse con la
c o rrie n te universal. Si consideram os la sustancia, nada p ro ­
cede de nada y n ad a se convierte en nad a, pero si conside­
ra m o s las cosas — los o b je to s del am o r y de la experiencia—
to d o procede de la n ad a y vuelve a ella. E l tiem p o n o puede
p r o d u c ir n in g u n a im presión sobre el vacío o sobre los á to ­
m o s ; m ás aún, el tie m p o es u n cu o n tu m creado p o r el m o ­
v im ie n to de los áto m o s en el vacío, p ero el triu n fo del
tie m p o es ab so lu to sobre las personas, las naciones y los
m u n d o s J) .

i) L u c r e c i o , II, 1 1 3 9 - 4 1 , 1 148-49, 1164-74:

O m n ia debet e n im cibus integrare n o v a n d o ,


E l fu lc ir e cib u s, cibus o m nia sustentare.
N e q u id q u a m . . .
A l tra ta r del alm a y de la in m o rta lid a d , Lucrecio es u n
psicólogo im perfecto y u n a rb itra rio m o ralista. E l esfuerzo
que realiza p a ra d em o strar que el alm a es m o rta l está in s­
p ira d o p o r el deseo de disipar to d o tem o r a los castigos
fu tu ro s y de facilitar así al alm a la tra n q u ilid a d y el te m ­
p lad o d isfru te de este m u n d o . In d u d ab lem en te, algo puede
conseguirse en este sentido, especialm ente si los relatos acer­
ca de las veng an zas d iv in as del f u tu r o se u tiliz a n p a ra san ­
cionar p rácticas irracionales y p ara im p ed ir que la p o bre
gente experim ente u n em p eo ram ien to de su destino. A l
m ism o tiem p o , es m u y difícil a d m itir que el in fiern o sea
la única perspectiva que la in m o rta lid a d puede ofrecernos,
y es poco sincero n o observar que los castigos con que las
fábu las religiosas am en azan a los m u e rto s son en su m ay o r
parte sím b o lo s de la efectiva degradación que la m ald ad
produce entre los v iv o s, de staerte que el te m o r al in fiern o
n o es más aco b ard ad o r o represivo que la experiencia de
la vida en el caso de que fu e ra claram ente com prendida.
H a y en esta polém ica c o n tra la in m o rta lid a d o tr o ele­
m e n to que, sin d ejar de ser a lta m e n te interesante y m u y
característico de u n a época decadente, revela u n ideal m u y
lim ita d o y, en el fo n d o , insostenible. E ste elem ento es el
tem or a la vida. E p icu ro h ab ía sid o u n m o ralista pu ro y
tiern o , pero pusilán im e. T e n ía ta n to m iedo a ser causa u
o b jeto de d añ o , a correr riesgos o a p ro b a r fo rtu n a , que
deseaba d em o strar que la vida h u m a n a es u n negocio breve,

S ic ig itu r m a g n i q u o q u e c ir c u tn m o en ia m u n d i
E x p u g n a ta d a b u n t labem p u tr is q u e ru in a s. . .
la m q u e caput quassans granáis su sp ira t arator
C reb riu s incassum m a n u u m cecidisse laborem :
E t cum tém p o ra te m p o r ib u s praesentia co n ferí .
P raeteritis, la u d a t fo r tu n a s saepe p a r e n tis . . .
N ec ten et, o m n ia p a u la tim tabescere et iré
Á d c a p u lu m , sp a tio aetatis defessa v e tu s to 4) .

Tros poetas filósofos,— %.


no som etido a grandes transfo rm acio n es n i capaz de g ra n ­
des h azañ as. D e acuerdo con ello, enseñaba que los átom os
h a b ía n p ro d u cid o ya to d o s los aním ales que p o d ía n p r o ­
ducir, pues au n q u e los áto m o s eran in fin ito s en n ú m ero
h a b ía m u y pocas clases de ellos. P o r consíguente, las espe­
cies posibles del ser eran fin ita s y p ro n to agotadas. E ste
m u n d o , au n q u e en v ísp e ra de la destrucción, era de fecha
reciente. L o s m u n d o s situ a d o s a su alrededor o que p o d ían
ser producidos en el fu tu ro n o p o d ía n a p o rta r nada esen­
cialm ente diferente. T o d o s los soles e ra n m u y parecidos y
nada nuevo h ab ía b ajo ellos. A sí, pues, n o necesitam os te­
m er al m u n d o ; es u n escenario e x p lo rad o y dom éstico — un
hogar, un pequeño ja rd ín , dos m etros de tierra p a ra el
descanso de cada h o m b re. Sí la gente se enfurece y hace
m ucho ruido, n o es p orque h a y a m ucho que ganar o m ucho
que tem er, sino p o rq u e la gente es loca. N o seam os locos,
pensaba E p ícu ro , seam os razonables, cultivem os se n tim ie n ­
tos apro p iad o s a u n m o rta l q u e h a b ita u n m u n d o m o ra l­
m ente cóm odo y pequeño, y físicam ente p obre en su in fi­
n ita m o n o to n ía . E n los bien conocidos versos de F ítzg erald
resuena perfectam ente este m ism o sen tim ien to :

B ajo la ram a, u n libro de poesía;


U n cántaro de v in o y una hogaza de pan — y tú
a m i lado en la soledad cantando'— .
T u paraíso, soledad, m e bastaría,

P e ro ¿qué ocurriría si la so m b ra de p osibilidades incal­


culables c ru z a ra este risueño retiro? ¿Q ué pasaría sí después
de la m uerte despertáram o s en u n m u n d o en el cual no
tu v ie ra la m en o r vigencia la filo so fía atóm ica? Obsérvese
que esta sugestión n o se opone de n in g u n a m anera a los
arg u m en to s p o r los cuales la ciencia puede dem ostrar la
ex actitu d de la teoría atóm ica. T o d o lo que E p ícuro en-
señó acerca del universo que se encuentra actualm ente de­
lan te de n o so tro s puede ser perfectam ente cierto. P ero, ¿qué
p asaría sí m a ñ a n a u n nuevo u niverso lo sub stituyera? L a
sugestión es in d u d ab lem en te g ra tu ita y n in g ú n h o m b re de
acción se in q u ie ta rá p o r ella. M as cuando el corazón está
vacío se llena con tales sueños. L os velados placeres del
sabio, tal com o E p ic u ro lo concebía, eran realm ente u n a
provocación p ara el so b ren atu ralísm o . D e ja b an u n gran
vacío, y h acía ya tiem p o que el so b ren atu ralísm o — tal
como lo verem os en D an te— n o se cansaba de vivificar
los p ulsos de la vida con nuevas esperanzas e ilusiones o,
cuan d o m enos (lo que puede parecer m ejor q u e n a d a ) , con
terrores y celo fan ático . C on tales tendencias en m o v im ien ­
to, ta l com o h a b ía n sido reveladas en los m itos y dogm as
de P la tó n , era im perioso p a ra E p ic u ro desterrar im pacien­
tem ente to d o pen sam ien to de lo que p o d ía seguir a la
m uerte. C o n esta fin a lid a d están com puestos to d o s sus a r­
gum en to s referentes a la n a tu ra le z a m aterial del alm a y a
su incapacidad p a ra so b rev iv ir al cuerpo.
D ecir que el alm a es m aterial suena de m o d o ex trañ o y
b árb a ro p ara los oídos m odernos. V ivim os después de D es­
cartes, quien enseñó al m u n d o que la esencia del alm a es
la conciencia, de m o d o q u e llam ar m aterial a la conciencia
eq u iv ald ría a h a b la r de la negrura del blanco. Pero los a n ti­
guos dieron a la p a la b ra alm a u n significado m ás bien d i­
ferente. L a esencia del alm a n o consistía ta n to en ser cons­
ciente com o en regir el desenvolvim iento del cuerpo, en
vivificarlo , m overlo y g u iarlo . Y sí p ensam os en el alm a
exclusivam ente de esta m an era n o n os parecerá u n a p a ra ­
do ja, sin o u n a p ero g ru llad a, decir que el alm a debe ser
m aterial. Pues, ¿cóm o p odem os concebir que la conciencia
preexistente gobierne el d esenvolvim iento del cuerpo, lo
m ueva, guíe y vivifiq u e1? U n espíritu capaz de tal m ilagro
no sería en n in g ú n caso h u m an o , sin o enteram ente d iv in o .

SI
A sí, pues, el alm a que Lucrecio llam a m aterial no debería
ser identificada con la conciencia, sin o con el fu n d a m e n to
de la conciencia, que es al m ism o tie m p o la causa de la
vida en el cuerpo. P o r eso la concibe com o u n enjam bre
de áto m o s m u y pequeños y volátiles, com o u n a especie de
éter residente en to d as las semillas vivientes, aspirado con
ab u n d an cia d u ra n te la vida y exh alad o en el m om ento de
la m uerte.
Sin em bargo, aunque esta teoría fuera aceptada no d e­
m o straría lo que Lucrecio en el f o n d o se p ro p o n e, es decir,
la im p o sib ilid a d de u n a v id a fu tu ra . L os á to m o s del alm a
son, com o to d o s los áto m o s, indestructibles, y si la con­
ciencia se a trib u y e ra a u n pequeño n ú m ero de ellos o sólo
a u n o (com o luego enseñó L e ib n iz ) , la conciencia seguiría
existiendo después de que esos áto m o s h u b iera n salido del
cuerpo y atravesado ráp id am en te nuevos espacios. M ás aún,
se h a b ría n elevado to d av ía m ás a causa de esta aventura,
del m ism o m o d o que u n a abeja puede en co n trar el cielo
o el ja rd ín m ás estim u lan te que la colm ena. T o d o lo que
Lucrecio dice acerca de la d iv isib ilid ad del alm a, y su d i­
fusa sede corporal y de lo s peligros q u e en co n traría fuera,
n o llega a su p rim ir la siniestra p o sib ilid ad que le a to r­
m enta.
P a ra convencernos de que perecem os com pletam ente en
el m o m en to de la m uerte tiene que fiarse de vulgares expe­
riencias y de su correspondiente p ro b a b ilid a d : lo que cam ­
bia n o es in d estru ctib le; lo que em pieza, term in a; la m a ­
d u rez intelectual, la salu d , la cordura son inherentes al
cuerpo com o c o n ju n to y to ta lid a d (n o puede dem ostrarse
que lo sean sólo a los áto m o s com ponentes del a lm a) ; las
pasiones son p ro p ias de la vida corporal y de la existencia
terrenal; n o tenem os p o r qué llevar u n a m áscara diferente
o estar en u n nuevo escenario; no recordam os nin g u n a exis­
tencia an terio r en el caso de que h u b iéram o s te n id o alguna,
p o r lo cual en u n a existencia fu tu ra n o recordaríam os la
presente. E stas reflexiones causan im presión y so n ex p re ­
sadas p o r Lucrecio con su h a b itu a l b rilla n te z y sen tid o de
la realidad. M ed ian te tales p ensam ientos n ada se prueba
científicam ente, p e ro se tra ta de b u ena filosofía y de buena
poesía; representan la acum ulación de m uchas experiencias
y su so m etim ien to a u n elevado juicio. El a rtista tiene sus
ojos fijo s en el m odelo y p in ta la m uerte según la vida.
Si estas consideraciones consiguen a h u y e n tar el tem or a
una v ida fu tu ra , perm anece to d av ía la an g u stia que m uchos
sienten ante la idea de la ex tin ció n . Y si hem os cesado de
tem er a la m uerte, com o H a m le t, p o r los sueños que p u e ­
den venir después de ella, podem os aú n tem erla in s tin ti­
vam ente, com o los cerdos en el m atad ero . C o n tra este h o ­
r r o r in s tin tiv o a m o rir, L ucrecio ofrece m u ch o s valientes
argum entos. L ocos, nos dice, ¿por qué tem éis lo que n u n ca
p o d rá afligiros? M ie n tra s vivís to d a v ía , la m uerte está a u ­
sente, y cuando estáis m uertos, lo estáis h a s ta el p u n to de
que n o podéis saberlo y lam en taro s p o r ello. Estaréis ta n
tra n q u ilo s com o antes de nacer. ¿O es que tal vez os acon­
go ja el p u eril tem o r de tener frío b a jo la tierra, de sentiros
ahogados p o r su peso? P ero vosotros n o estaréis allí; los
átom os, inconscientes, de vuestra alm a d a n z a rá n m u y lejos,
en algún ray o de sol, y n o estaréis en p a rte alguna. N o
existiréis en ab so lu to . L a m uerte es p o r definición u n estado
que excluye la experiencia. Si la teméis, estáis tem iendo u n a
m era p alab ra.
A caso a to d o esto M em m io o alg ú n o tro lector recalci­
tran te arg ü irá que lo que le hacía estrem ecer no era el esta­
do m etafísico de la m uerte, sino la realísim a agonía del
m o rir. M o rir es algo h o rrib le, como nacer es algo ridículo.
Y au n en el caso de que la en trad a en este m u n d o o la
salida de él no im plicara n in g ú n d o lo r, p odrem os decir lo
que dice de ello la Francesca de D a n te : iEs la m anera lo que
m e estremece. Lucrecio, p o r su lado, n o hace n in g ú n es­
fu erzo p ara m o stra r que to d o es com o debería ser, y si
nuestra m anera de llegar al m u n d o es in n oble y nuestro
m o d o de salir de él lastim oso, eso n o es u n defecto n i de
él n i de su filosofía. Si el tem o r a la m uerte fuera m era­
m ente el tem o r al m o rir, sería m ejor tra ta d o por la m e ­
dicina que p o r los argum entos. H ay , o debería haber, un
arte de bien m o rir, de m o rir sin dolor, de buena gana y
con o p o rtu n id a d — como en esas nobles despedidas que des­
criben las lápidas sepulcrales áticas— , especialmente si se
nos p erm itiera, com o lo h aría Lucrecio, escoger nuestro
m o m en to .
P ero me atrev o a pensar que el tem or radical a la m u er­
te es algo enteram ente d iferente. E s el am or a la vida. E p i­
curo, que tem ía a la vida, parece haber o lv id ad o aquí la
fuerza p rim o rd ia l y colosal contra la que estaba luchando.
Si h ubiera percibido esa fuerza, se habría visto o b ligado a
com b atirla de u n m o d o m ás radical, p o r medio de un m o ­
v im ien to envo lv en te y de un ataq u e p o r la retaguardia. E l
am or a la vida no es nada racio n al o fu n d a d o en la expe­
riencia de la vida. E s algo an terio r y espontáneo. Es la
V en u s G en etrix q u e cubre la tierra con su flora y su fa u ­
na. Enseña a cada an im al a buscar su a lim e n to y su pareja,
a proteger su descendencia, así com o a resistir o a h u ir de
los daños corporales y ante to d o de la am en azadora m uerte.
Es el o rig in ario im p u lso p o r el cual el bien se distingue
del mal y la esperanza del tem o r.
P o r lo ta n to , nada p o d ría ser más fú til que reu n ir a rg u ­
m en to s c o n tra ese tem o r a la m uerte que es m eram ente o tro
n o m b re p a ra designar la energía de la vida o la tendencia
a la conservación del p ro p io ser. L os arg u m en to s suponen
prem isas, y estas prem isas expresan en el caso presente a l­
guna fo rm a p articu lar del am or a la vida, de donde es
im posible concluir que la m uerte n o es en m anera alguna
u n m al y n o debe ser tem ida en ab so lu to . Pues lo que m ás
se teme n o es la agonía del m o rir n i siquiera la ex trañ a
im posibilidad de que cu ando n o ex istim os n o su frim o s p o r
la no existencia. L o que se tem e es la d erro ta de una v o ­
lu n ta d actual dirigida a la v id a y a sus diversas empresas.
T a l v o lu n ta d n o puede ser discutida, pero puede ser debi­
lita d a m ediante sus contradicciones internas, m edíante la
ironía de la experiencia o la disciplina ascética. La in tr o ­
ducción de la disciplina ascética, la revelación de la iro n ía
de la experiencia, la exposición de las contradicciones i n ­
ternas de la v o lu n ta d serían los verdaderos m edios de m i­
tigar el am or a la vida. Y si el a m o r a la vida se e x tin ­
guiera, el tem or a la m uerte, com o h u m o procedente de
aquel fuego, tam bién se desvanecería.
E n realidad, la fuerza que tiene el grandioso pasaje
contra el tem or a la muerte que se en cuentra al fin a l del
tercer lib ro de L ucrecio procede ante to d o de la descripción
que contiene acerca de la locura de la vida. Su filosofía
desaprueba la codicia, la am bición, el am o r y el sentim iento
religioso; se esfuerza en renunciar a la vida, en renunciar
a to d o lo que en la v id a es apasio n ad o , alegando que es,
en ú ltim a instancia, d oloroso e ig nom inioso. H u ir de to d o
ello es u n a gran liberación. Y com o el genio debe apasio­
narse p o r algo, Lucrecio vierte su entusiasm o sobre E p ic u ­
ro, que tra jo esta liberación y fué el salvador de la h u m a ­
nid ad . S in em bargo, esto co n stitu ía sólo un prin cip io de
salvación, y lo s m ism os argum entos, llevados a m ás ra d i­
cales consecuencias, n os h a b ría n liberad o tam b ién de la vida
epicúrea y de lo que conservaba de griego y de n a tu ra lista :
la ciencia, la am istad y los sanos placeres del cuerpo. Si
h u b iera ren u n ciad o asim ism o a estas cosas, el epicureism o
h ab ría desem bocado com pletam ente en el ascetism o, en un
sistem a acabado de m o rtificación o en una persecución de
la m uerte. P ara los que persiguen sinceram ente la m uert?,
ésta n o es n in g ú n m al, sino el sum o bien. E n este caso no
h a y necesidad de esm erados arg u m en to s p ara d em o strar que
la m uerte n o ha de ser tem ida p o rq u e n o es nada, pues a
pesar de no ser n ad a — o m ás bien por no ser nada— la
m uerte puede ser am ada por u n esp íritu fa tig ad o y desilu­
sionado, de la m ism a m an era que a pesar de no ser nada
— o m ás bien p o r n o ser n ad a— debe ser o diada y tem ida
p o r cualquier anim al vigoroso.
U n a observación m ás y te rm in o con este tem a. L a cul­
tu ra a n tig u a era retórica. A b u n d a b a en ideas que son v er­
balm en te plausibles y son consideradas com o m odelos en
u.n discurso pú b lico , pero que si nos detenem os a criticarlas
revelan inm ediatam ente su falsedad inexcusable. U n a de
estas falacias retóricas es la m áxim a de que los hom bres
no pueden v iv ir p ara aquello de que n o p u ed en ser testigos.
¿Q ué te im p o rta , podem os alegar en u n debate, lo que ha
ocu rrid o antes de que nacieras o lo que puede suceder des­
pués de tu m uerte? Y el orador que lance tal reto a rras­
tra rá a su a u d ito rio y p ro v o c a rá u n a risa a expensas de la
sinceridad h u m an a. N o o b stan te, los m ism os hom bres que
ap lau d en están o rgullosos de sus antepasados, se p reocu­
pan del fu tu ro de sus h ijo s y están m u y interesados en
asegurar legalm ente la ejecución de sus ú ltim as v o lu n ta d es
y testam en to . L o que pued a o cu rrir después de su m uerte
les afecta p ro fu n d a m e n te , n o p o rq u e esperen vigilar los
acontecim ientos desde el in fie rn o o el cielo, sino porque
están interesados idealm ente en lo que1 serán tales aconteci­
m ientos a u n q u e nun ca p u ed an ser espectadores de ellos. El
p ro p io L ucrecio, con su sim p atía p o r la n atu raleza, su celo
p o r la civilización, sus lágrim as por Ifigenia m ucho tiem po
después de su m uerte, n o es in citad o p o r la esperanza de
observar o el recuerdo de lo observado. Se olv ida a sí m ism o.
V e la to ta lid a d del universo desplegada con y de los estra-
gos de la pasión. L a visión in fla m a su entusiasm o, exalta
su im aginación y llena su s versos de evidente gravedad.
P o r lo ta n to , si seguim os a Lucrecio en su recom enda­
ción de lim ita rn o s a u n a breve y parcial ojeada sobre la
tierra , n o debem os suponer que necesitam os circunscribirnos
a la esfera de n u e stro s intereses m orales. P o r el contrario,
en la m ism a p ro p o rció n en que despreciam os los terrores
supersticiosos y las esperanzas sentim entales, a m edida que
nuestra im aginación se hace o lv id ad iza, fortalecem os n u estro
p rim itiv o y directo interés en el m u n d o y en lo que en él
puede suceder, antes de n osotros, después de n o sotros o fuera
del alcance de n u estra v ista. Si, com o Lucrecio- y to d o poeta
filósofo, nos extendem os a todas las épocas y a todas las
existencias, olvidarem os, com o él, n uestra p ro p ia persona y
aun desearem os ser o lvidados en fav o r de las cosas por las
que n os preocupam os. E l que am a verdaderam ente a D ios,
dice S p in o za, n o puede desear que D io s le ame a su vez. E l
q u e am a la vida d e l universo n o puede preocuparse m ucho
de su p ro p ia vida. D espués de to d o , la vida del universo no
es sino el a u m en to y am pliación de la n uestra. L os átom os
que h a n serv id o en u n a ocasión p ara p ro d u cir la v ida, están
en disposición de reproducirla, y aunque el cuerpo que más
tarde anim en sea u n cuerpo nuevo y tenga u n curso algo
diferente n o será, según Lucrecio, de u n a especie to talm en te
nueva. A caso n o será m ás diferente de n o so tro s de lo que
som os cada u n o con respecto a los dem ás o de lo que es
cada u n o con respecto a sí m ism o en los varios m om entos
de su vida.
A sí, pues, de acuerdo con Lucrecio, el alm a de la n a tu ­
raleza es en sus elem entos efectivam ente in m o rta l. Sólo la
in d iv id u a lid a d h u m a n a , la azarosa com posición de dichos
elem entos, es tra n sito ria , de m o d o que si u n hom bre se p re ­
ocupara de lo que ocurre a o tro s ho m b res, de lo que le o c u ­
rrió a él cuando era joven o de lo que le' pasará al llegar a
viejo, p o d ría perfectam ente preocuparse, siguiendo la m ism a
ru ta de la im aginación, de lo que puede sobrevenirle al m u n ­
do p a ra siem pre. L a fin itu d y la in ju stic ia de su v id a p e r­
so n al q uedarían deshechas; la ilu sió n del egoísm o sería d isi­
pada, y p o d ría decirse a sí m ism o ; ten g o im aginación y nada
real me es ajeno.

L a palabra “ n a tu ra le z a ” tiene m uchos sentidos, pero sí


conservam os el q u e ju stifica la etim o lo g ía y es al m ism o
tiem po más filosófico, en co n trarem o s que significa el p r in ­
cipio del nacim iento o génesis, la m adre u niversal, la gran
causa o sistem a de causas que revelan los fenóm enos. Sí t o ­
m am os la p a la b ra “ n a tu ra le z a ” en este sentido, podrem os
dccír que, m ás que cualquier o tro h om bre, L ucrecio h a sido
el p o eta de la n a tu ra le z a. C o m o se tra ta de un an tig u o , no
es, n atu ralm en te, u n p o e ta del paisaje. P ro fu n d iz a m ás; es
u n p o e ta de la fu en te del paisaje, u n p o eta de la m ateria.
U n p o e ta del paisaje puede in te n ta r sugerir, m ediante p a la ­
bras bien elegidas, las sensaciones de lu z, m o v im ien to y
form a que la n a tu ra le z a despierta en nosotros, pero en su i n ­
tento en co n trará la insuperable d ificu ltad que hace ya m u ­
ch o tiem po ad v ertía Lessíng a los p o etas: la in e p titu d del
lenguaje p ara in te rp re ta r lo que es espacial y m aterial; su
capacidad p ara trad u cir so la m e n te lo que, com o el lenguaje
m ism o, es incorp ó reo y flú íd o — acción, sen tim ien to y p e n ­
sam iento.
E n efecto, es n o ta b le que los poetas que están fascinados
p o r los sentidos p u ro s e in ten tan escribir poem as sobre ellos
no sean llam ad o s im presionistas, sino sim bolistas, pues al
p ro cu rar expresar alg u n a sensación ab so lu ta, expresan más
bien el cam po de asociación en q u e radica tal sensación o las
em ociones y vagos pensam ien to s que caprichosam ente lo
atraviesan. Se convierten — acaso co n tra su pro p ia v o lu n ­
tad — en poetas psicológicos, en cam paneros de cam panas
m entales, en oyentes de las accidentales arm o nías de la co n ­
ciencia. P o r eso los llam am o s sim bolistas, adscribiendo tal
vez a este térm in o alg u n a so m b ra de m enosprecio, com o sí
fueran sim b o listas de u n a especie vacía, supersutil o fa tu a .
P u es esos poetas juegan con las cosas de u n m o d o exube­
rante, haciendo de ellas sím bolos de sus pensam ientos en vez
de enm endar sus pensam ientos de m an era inteligible para
con vertirlos en sím b o lo s de las cosas.
U n p o eta p o d ría ser sim b o lista en o tro sentido en el
caso de que desm enuzara la n atu raleza, el objeto sugerido
al esp íritu p o r el lenguaje, y retrocediera a los elem entos del
paisaje, n o con el fin de asociar perezosam ente esas im p re­
siones, sin o p ara fo rm a r a base de ellas una n atu ralez a d ife­
ren te, u n m u n d o m ejo r que el que revelan a la razó n . L os
elem entos del paisaje, elegidos, su b ray ad o s y com binados
nuevam ente, serían entonces sím bolos del m u n d o ideal que
estaban d estin ad o s a sugerir, sím b o lo s de la v id a ideal que
p o d ría llevarse en tal paraíso. Shelley es en este m ism o sen­
tid o un p o eta sim bólico del paisaje. C o m o F rancís T h o m p ­
son ha dicho, la n a tu ra le z a era p ara Shelley u n a tienda de
juguetes. Su fan tasía to m a b a los m ateriales del paisaje y
los u rd ía hasta fo rm a r con ellos un m u n d o sutilísim o, u n a
b rilla n te m o rad a etérea p a ra esp íritu s irresponsables recién
nacidos. Shelley era el m úsico del lenguaje. D escribía sus su­
gestiones no realizadas; tran sfo rm ab a las cosas vistas en co­
sas que le h u b iera g ustado ver. E n esta idealización le guiaba
el esp íritu , las inclinaciones de su salvaje y exquisita im ag i­
n ació n . A veces se fig u rab a que los toscos paisajes de la tierra
eran tam b ién la o b ra de alguna fu erza sem iespírítual, de
alguna p otencia que so ñ ab a sin cesar. E n este sentido, el p a i­
saje terrenal le parecía el sím b o lo del esp íritu de la tierra,
del m ism o m o d o que los paisajes cristalinos ilu m in ad o s por
las estrellas que describe en sus versos, con sus flores m elan ­
cólicas, eran sím b o lo s en los que se expresaba su p ro p io
espíritu febril, im ágenes en las que reposaba su pasión.
P o d em o s en co n trar o tra d a se de poesía del paisaje en
W o rd s w o rth , a quien corresponde tal vez el títu lo de poeta
de la n a tu ra le z a. P a ra W o rd sw 'o rth , el paisaje es u n a in ­
fluencia. L o q u e expresa m ás allá de lo s rasgos pictóricos
de que es capaz el lenguaje es la inspiración m oral que le
a p o rta la escena. E sta insp iració n m o ral n o procede en abso­
lu to de los procesos reales de la n a tu ra le z a que to d o paisaje
m an ifiesta en alg ú n aspecto y p o r u n m o m ento. T a l h a b ría
sido el m éto d o de Lucrecio. É ste h u b iera p asad o im ag in a­
tiv a m e n te del paisaje a las fu e n te s del paisaje; hubiera des­
cubierto la poesía de la m ateria, no la del espíritu. W o rd s ­
w o rth , p o r el co n trario , tra ta de asu n to s h u m a n o s in cid en ­
tales. N o es u n po eta de la génesis, de la evolución, de la
fuerza n a tu ra l en sus in num erables m anifestaciones. Sólo
un aspecto del proceso cósmico atrae su interés o afecta su
alm a: el fo rtalecim ien to o purificació n de las intenciones
h u m a n a s m ediante las influencias del paisaje. E stas in flu e n ­
cias son m u y reales, pues de la m ism a m an era que el ali­
m en to o el v in o m an tien en los la tid o s del corazón anim al
o los aceleran, los grandes espacios de u n cielo sereno, las
m o n tañ as, las cañadas, las so litarias cascadas d ilatan el pe­
cho, disipan las obsesiones que to rtu ra n la cotidiana exis­
tencia del h o m b re y, au n sien d o m enos c o n tem p la tiv o y
m enos v irtu o so que W o rd s w o rth , le convierten du ran te
un o s m o m en to s en am igo de todas las cosas y de sí m ism o.
Sin em bargo, estas influencias son vagas y, en su m ay o r
parte, efím eras. W o rd s w o rth n o las h a b ría experim entado
ta n d is tin ta y co n stan tem en te si n o hubiese en co ntrado o tro
lazo entre el paisaje y el sen tim ien to m o ral. T a l íazo exis­
te. E l paisaje es el escenario de la vida h u m a n a . C ada lugar
y cada m o m en to se h a lla n asociados a la fo rm a de existencia
que corresponde a los h o m b res en aquel m edio. P a ra la
época de W o rd s w o rth y p ara su país, el paisaje carecía ra ra ­
m ente de figuras. P o r lo m enos, alg u n a tra z a visible del
h o m b re g u ia b a al po eta y d aba acceso a su m editación m o ­
ral. L a v id a cam pestre n o era p a ra W o rd s w o rth m enos esti­
m ada que el paisaje m ism o. A co m p añ ab a a to d o s los cua­
dros, y m ie n tra s la m archa de las cosas, ta l com o Lucrecio
la concebía, n o estaba presente en la im aginación de W o rd s ­
w o rth , las revoluciones de la sociedad — p o r ejem plo, la
R ev o lu ció n francesa— estaban co nstantem ente en sus p e n ­
sam ientos. E n ta n to que p o eta de la vida h u m an a , W o rd s ­
w o r th era verdad eram en te u n p o eta de la n a tu ralez a. P ero
en ta n to q ue p o eta del paisaje, era fu n d am en talm en te u n
p o e ta de la v id a h u m a n a o m eram ente de su personal expe­
riencia. C u a n d o h a b la b a de la n a tu ra le z a, p o r lo general
m o ra liz a b a y estaba co m pletam ente so m etid o a la falacia
patética. P e ro cu an d o h a b la b a del h o m b re o de sí m ism o,
descifraba u n a p a rte de la n a tu ra le z a, el recto co razón h u ­
m an o , e stu d iad o en su verdad.
Lucrecio, u n p o eta de la n atu raleza universal, estudiaba
la verdad de to d as las cosas. A u n la vid a m oral, sentida p o r
él de m o d o m ás estrecho y frío que W o rd s w o rth , era e n ­
tonces m e jo r com p ren d id a y m e jo r cantada, pues era c o n ­
tem p lad a en su aspecto n a tu ra l. E s u n error de los idealis­
tas d esfigurar el idealism o, p o rq u e n o lo consideran com o
u n a p a rte del m u n d o . E l idealism o es u n a p a rte del m u n d o ,
u n a p arte pequeña y su b o rd in a d a . E s u n a p a rte pequeña y
su b o rd in a d a inclusive en la v id a de los hom bres. Este hecho
n o es u n a objeción al idealism o to m a d o com o energía m o ral,
com o facu ltad de idealización y com o h á b ito de vivir en
presencia fa m ilia r de u n a im agen que representa lo m ejor
de to d as las cosas. P ero es la ru in a del idealism o concebido
com o único p a n o ra m a del p o d er u n iv ersal y central existen­
te en el m u n d o . P o r este m o tiv o , Lucrecio, que ve la vida
h u m a n a y el idealism o h u m a n o en su p u e sto n a tu ra l, posee
una concepción m ás sana y m ad u ra acerca de am bos que la
de W o rd s w o rth , a pesar de su m ay o r refin am ien to . P a ra
el p o e ta la tin o , la n atu ra le z a es realm ente n atu rale za. L a
am a y la teme ta l com o merece ser am ada y tem ida p o r sus
criaturas. T a n to si es v ien to tem pestuoso, torrente v iolento,
cordero que bala, m agia del am o r o genio que realiza sus
pro p ó sito s, com o si se trata de una guerra, de una peste,
L ucrecio lo ve to d o en sus causas y en su to ta l proceso. U n
h á lito de la p ró d ig a creación, u n a férrea ley de los cam bios
atraviesa el c o n ju n to , v in cu lan d o todas las cosas en sus ín ­
tim o s elem entos y en su ú ltim o fin. A quí se h a lla el rasgo
capital de la n atu raleza, de su grandeza y eternidad. A q u í
se encuentra el verdadero eco de la v id a de la m ateria.
C u alq u ier a m p lia descripción de la n a tu ra lez a y del des­
tin o , siem pre que se crea en ella, debe despertar em oción e
in sp irar en u n esp íritu m e d ita tiv o y v iv id o la poesía. Pues
¿qué es la poesía sino em oción, fijació n y coloración de los
o b je to s de que b ro ta ? E l su b lim e p oem a de Lucrecio, al ex ­
pon er la m enos poética de las filosofías, p ru eb a este p u n to
fuera de toda d u d a. M ás aún, Lucrecio estaba lejos de
ag o tar la inspiración que u n poeta podía extraer del m a te ­
rialism o. E n la filo so fía d e E p ic u ro , que n o tenía sin o un
d éb il a p o y o en el m aterialism o, h abía d os aspectos que L u ­
crecio n o acogió y que son n a tu ra lm e n te ricos en poesía: el
de la piedad y el de la am istad. E s h a b itu a l y, en cierto sen­
tid o , legítim o, h ablar de los epicúreos p ara calificarlos de
ateos, p o r c u a n to negaban la providencia y el gob iern o de
D io s sobre este m u n d o . Sin em bargo, a d m itía n la existencia
de dioses que v iv ían en tra n q u ilo s espacios situados entre
los rem o lin o s celestiales que c o n stitu y e n los d istin to s u n i­
versos. A trib u ía n a estos dioses la form a h u m a n a y la vida
serena a que E p ic u ro aspiraba. E l p ro p io E p icu ro era tan
sincero en esta creencia y estaba ta n in flu id o por ella, que
acostum braba frecuentar los tem plos, celebrar las fiestas
dedicadas a los dioses y frecuentem ente pasar largas horas
a n te sus im ágenes en a c titu d de contem plación y plegaria.
E n esto com o en tan tas o tra s cosas, E p ic u ro llevaba a su
conclusión lógica la n atu raleza racional y refo rm ad o ra del
helenism o. E n la religión griega h ab ía, com o en todas las
dem ás religiones, u n ú ltim o f o n d o de superstición v u lg ar.
Sobrevivencias y renacim iento de la adoración totém ica,
tabú s, m agia, tráfico s ritu a le s y retórica o b jetiv ad a pueden
encontrarse en ella hasta el final. C o n to d o , si consideram os
en la religión griega su tendencia característica y lo que la
h iz o tan d istin tam en te griega, verem os que fue su idealidad
sin precedentes, su desinterés y su esteticism o. P ara el griego,
en ta n to que era griego, la religión era u n a aspiración a
vivir como los dioses, in v o can d o su com pañía, recitando su
historia, sin tie n d o b rilla r la lu z de sus espléndidas p re rro ­
gativas y colocándolos constan tem en te ante los ojos en fo r ­
m a de herm osas y m u y h u m a n a s estatuas. E ste sim pático
interés p o r los in m o rtales s u b stitu y ó en la m ente griega
típ ic a cu alquier v iv id a esperanza en la in m o rta lid a d h u m a ­
na. A caso h iz o que ta l esperanza pareciera superflua e in a ­
p ro p iad a. L a m o rta lid a d pertenecía al h o m b re, com o la
in m o rta lid a d pertenecía a los dioses, y u n a era el com ple­
m en to de la o tra. Im agínese u n poeta que, a la lib e rta d y
sim plicidad de H o m ero , h u b iera agregado el m ás reverente
idealism o de u n a época p o ste rio r. ¡Q ué inagotable reserva
de poesía h a b ría en co n tra d o en esta concepción de los in ­
m ortales que llevan u n a v id a h u m a n a sin sus sórdidas con­
trariedades y lim itaciones, eternam ente jóvenes, sinceros y
diferentes de todos los dem ás!
E n P la tó n pueden encontrarse rasgos de ta l poesía, m itos
que describen las sugestiones ideales de la vida h u m a n a. A
veces los p in ta de u n m odo v ago y p álid o , y los llam a ideas,
pero a veces les da fo rm a div in a o los inco rp o ra a detalladas
construcciones im ag in arias com o las que se en cuentran en la
R epública. Este h á b ito p la tó n ic o p o d ía h aber sido prose­
guido p o r alg ú n poeta más franco y m enos reaccionario a
m edida que los años co n v ertían su vino en vinagre. Pero el
m u n d o entero se estaba v o lv ien d o agrio. L a im aginación
decaía o se desviaba de la corriente griega p a ra en trar en la
hebrea. Sin em bargo, los h im n o s de los p oetas m odernos en
h o n o r de los dioses an tig u o s y los im b o rrab les ecos de la
m ito lo g ía clásica en n u estra lite ra tu ra , m u estran cuán fácil
h a b ría sid o p ara lo s m ism os an tig u o s de la ú ltim a época,
en el caso de que se lo hubieran p ro p u esto, hacer poesía
in m o rta l a base de sus agon izan tes supersticiones. Las n e­
gaciones de E p ic u ro n o excluyen este u so ideal de la reli­
gión. P o r el co n trario , al excluir to d o s sus dem ás usos — el
com ercial, el pseudocientífico y el egoísta— dejan sólo en
pie su aspecto m o ral in te rp re ta tiv o , al alcance del poeta, si
a lg ú n p o eta p u d iera ser suficientem ente p u ro y fértil para
alcan zarlo y expresarlo. E l p ag an ism o racio n alizad o h u b ie ­
ra p o d id o tener su D an te, u n D a n te que h u b iera sido discí­
p u lo , n o de V irg ilio y de S a n to T o m á s de A q uino, sino de
H om ero y de P lató n . Lucrecio era dem asiado am ante de la
exactitud, dem asiado p o sitiv ista y p o rfiad o para tan deli­
cada tarea. E ra u n rom ano. A u n q u e h ab ía en su filosofía
espacio para la m ito lo g ía m o ral y p ara la piedad ideal, no
fo rm a b a n p arte de su poesía.
L o que p o d ía haber p ro p o rc io n a d o el otro tem a desaten­
dido, la am istad, p odem os verlo en el to n o de o tro epicúreo,
el poeta H o racio . L a am istad era altam en te h o n ra d a en t o ­
dos los an tig u o s E sta d o s, y la filo so fía epicúrea, al elim inar
ta n ta s tradicionales fo rm as de sentim iento, n o p o d ía hacer
o tra cosa que intensificar la im p o rta n c ia d a d a a la m ism a.
E n señ ab a a los h o m b res que eran u n accidente en el universo,
que eran com pañeros sin ru m b o flo ta n d o en la m ism a balsa,
sin n in g ú n d estino que n o fuera com ún a to d o s y sin poder
recibir au x ilio excepto el q u e se p ro p o rc io n a ra n m u tu a ­
mente. Lucrecio h a b la en u n pasaje al que me he referido
ya x) de la esperanza de la dulce am istad que le sostiene en
sus tra b a jo s, y en o tro l u g a r 2) repite el idilio epicúreo
acerca de la re u n ió n de los am igos sobre la verde hierba y
al lado de u n o n d u la n te arro y o . P ero la p a la b ra “ ju n to s ”
es to d o lo que nos p erm ite observar lo que debe constituir
el p rin cip al ingrediente en ta l felicidad ru ra l.
H oracio, h a b itu a lm e n te m u ch o m ás superficial que L u ­
crecio, es aq u í m enos precipitado. N o solam ente insiste con
m ás frecuencia en el tem a de la am istad, sino que to d o su
e sp íritu y to d o su! carácter respiran am istad y bu en acuerdo.
E n el en can to y artificio de sus versos h a y una especie de
alegría confidencial revelada al p ro b a r ju n to a los pocos
am igos el sabor, dulce o picante, de las cosas h u m an as. Ser
breve y dulcem ente irónico significa d ar p o r sentada la in te ­
ligencia m u tu a , y d ar p o r sen tad a la inteligencia m u tu a
quiere decir creer en la am ista d . E n Lucrecio, en cam bio, el
fervor es más poderoso que la sim p atía, y el desdén m ás
fuerte que el b u e n h u m o r. A caso sería ped ir dem asiado de
su inflex ib le fervor que lo m itig ara u n p oco de vez en c u a n ­
do y nos m o stra ra con alg ú n d etalle cuáles pueden ser los
placeres de la v ida en los que n o in terv en g an ni la preocu­
pación ni el tem or. Si era im posible para él n o estar siem pre
serio y con austero sem blante, p o d ía p o r lo m enos haber
observado la m elancolía de la am ista d , pues la am istad,
cuando la n a tu ra le z a h a aislado a las m entes y h a hecho

]) Véanse los v e r so s antes c i t a d o s : I, 24, 28 3 0 , 4 1 - 4 3 , 1 4 0 - 4 4 .


2) L u c r e c i o , II. 2 9 - 3 3 :

I n te r se p r o s í r a í i in gram ine m o lli


P ro p te r aquae t iv u m , su b ta m is a tb o tis altae,
N o n m a g n is o p tb u s tu cu n d e c o tp o ta c u ta n f.
P vaesertim cum tem pestas a ttid e t, et a n n i
T e m v a c o p o n s p e rg u n t virid a n tis ílo r ib u s h e r b a s 6) .

Tres poetas filósofos.— 5.


m ortales a los cuerpos, es tam b ién rica en m elancolía. E sto
podem os en co n trarlo de nuevo en H oracio, quien u n a o dos
veces hace que b ro te del co razó n de esta flo r ese "a lg o am ar­
go” cu an d o siente u n a vaga necesidad de que la saciedad
sobreviva, y anhela perversam ente lo im p o s ib le x) . ¡Pobres
epicúreos cuando n o h a n p o d id o aprender, com o su m aes­
tro , a ser santos!
E l m aterialism o decadente de E p ic u ro ha p o d id o p r o ­
ducir u n poeta, p ero el m aterialism o de n u estros días puede
en c o n tra r m uchos o tro s tem as poéticos dignos de ser in ser­
ta d o s en su sistem a. A l cuadro que b o sq u eja L ucrecio sobre
la civ ilizació n p rim itiv a podem os agregar la h isto ria entera
de la h u m an id ad . P a ra u n m aterialism o consecuente y v ig o ­
roso, to d o s los d ram as personales y nacionales, ju n to con
las bellezas de to d as las artes, n o so n m en o s natu rales e
interesantes que las flores o los anim ales. E l fasto m o ral de
este m u n d o , científicam ente estu d iad o , se h a lla m a ra v illo ­
sam en te d isp u e sto p a ra re fo rz a r y re fin a r la filo so fía de ia
abstención sugerid a a E p icu ro p o r el flu jo de las cosas m a ­
teriales y p o r las ilusiones de la pasió n vulgar. Lucrecio
estudia la su p erstició n , p ero só lo com o enem igo, en ta n to
que el poeta n a tu ra lista n o debería ser enem igo de nada.
Su m ala v o lu n ta d le encubre la m ita d del o b je to , su m ás
herm osa m ita d , y n o s hace desconfiar de la visión de la in ­
ferior m ita d de q u e se pro clam a sabedor. V is ta en su to ta ­
lid ad y rodeada de to d o s los dem ás p ro d u c to s de la im a g i­
nació n h u m a n a , la superstición n o es sólo conm ovedora p o r
sí m ism a, no es só lo u n tema capital de la tragedia y de la
com edia, sino que refuerza el m o d o m aterialista de pensar

1) H o r a c i o , O d a s, IV, 1:
la m nec spes a n im i crédula m u t u i .
S e d cur, h e u l L ig u rin e , cur
M a n a t rara m eas lacrima per genas? *>) ,
y m uestra que puede ser ex ten d id o a las m ás com plejas y
em ocionales esferas de la existencia. A l m ism o tiem po, un
n atu ralism o im parcialm ente am p liad o a los hechos m orales
significa indisp u tab lem en te una lección de tolerancia, de
escepticismo y de independencia que, sin contradecir los
prin cip io s epicúreos, a m p lia ría y tra n sfo rm a ría considera­
blem ente sus sentim ien to s. L a h isto ria h a b ría revelado al
poeta epicúreo u n a nueva dim ensión de la n atu ra le za y u n
m ás v a ria d o espectáculo de locura. Su im aginación se h a ­
bría enriquecido y sus m áx im as se h a b ría n fortalecido.
L as em ociones que Lucrecio asoció con sus áto m o s y su
vacío, con sus negaciones religiosas y sus abstenciones frente
a la acción, son em ociones necesariam ente im plicadas en la
vid a. E x isten en to d o s los casos, au n q u e no necesariam ente
asociadas con las d octrinas m ediante las cuales el poeta in ­
ten ta b a aclararlas. Se m an ten d rá su vigencia, cualquiera que
sea el m ecanism o con el que su b stitu y a m o s el expuesto p o r
Lucrecio, siem pre que seam os serios y n o intentem os h u ir
de los hechos en vez de explicarlos. Si las ideas incorporadas
a u n a filo so fía representan u n am p lio exam en de los hechos
y un sen tim ien to m a d u ro en presencia de ellos, to d as las
nuevas ideas a d o p ta d a s en su b stitu ció n de las anteriores te n ­
d rá n que a d q u irir los m ism os valores, de m o d o que nada
cam biará m o ra lm e n te excepto el len g u aje o la e u fo n ía del
entendim iento.
D esde luego, u n a teo ría sobre el m u n d o debe ser v e rd a­
dera y las dem ás falsas, p o r lo m en o s si las categorías de
cualquier teoría son aplicables a la realidad. Pero la teoría
verdadera, lo m ism o que la falsa, reside en la im aginación,
y la verdad q u e el p o eta aprehende es su verdad con respecto
a la vida. Si n o h a y átom os, h ab rá p o r lo m enos caracteres
de la n atu raleza, o leyes de la evolución, o dialéctica del
progreso, o decretos de la p rovidencia, o in trusiones del
azar, y an te esos poderes igualm ente externos e in fu n d a d o s
deberem os in clin arn o s como L ucrecio se in clin ó frente a sus
átom os. Será siem pre im p o rta n te e inevitable reconocer algo
ex tern o , algo que n o s engendra o rodea, y acaso la única
diferencia existente entre el m aterialism o y otros sistem as
en este respecto sea que el m aterialism o h a estudiado, más
escrupulosam ente que los dem ás, los porm enores y el m é­
to d o de n u estra dependencia.
De m o d o sim ilar, au n q u e L ucrecio estuviera equivocado
y el alma fuera in m o rta l, sus intereses y posesiones cam ­
b iarían constantem ente. Si nuestra nlmn no es m ortal, lo
son nuestras vid as, y el sen tim ien to que hace reconciliarse
a Lucrecio con la m uerte es m ás necesario si tenem os que
en fren tarn o s con m uchas m uertes, que si sólo tenem os que
a fro n ta r una. D e la p érd id a gradual de lo que hem os sido
y de lo que som os dice E m erso n :

Esta pérdida es agonía cierta


E s el org u llo so acercarse a la m uerte
E s la lenta pero segura reclinación del hom bre
Q ue estrella tras estrella abandona su m u n d o

L a m áx im a de Lucrecio según la cual n ad a surge si no


es m ediante la m uerte de o tra cosa, está to d av ía de acuerdo
con n u estra in m o rta lid a d precaria. Y su arte de aceptar e
inclusive de saborear lo que nos deparan las condiciones de
nuestra existencia, tiene tam b ién una aplicación perenne.
D an te , el poeta de la fe, n os dirá que debem os encontrar
nu estra p az en la co n fo rm id ad con la v o lu n ta d que nos
otorg a n u estro lim ita d o ser. G oethe, el p o e ta de la expe­
riencia ro m án tica, n os dirá que debem os ren u nciar, re n u n ­
ciar p erpetuam ente. A sí, la sab id u ría reviste las m ism as ver­
dades m orales en m uchas p aráb o las cósmicas. L as doctrinas
de los filósofos discrepan entre sí cuando son literales y
arb itrarías, cuando son m eras conjeturas sobre lo descono­
cido, p ero concuerdan o se com pletan cuando son expresivas
o sim bólicas, cuando son pensam ientos que la experiencia
arranca del c o ra z ó n de los poetas. T o d a s las filosofías son
entonces m aneras d istin ta s de en co n trar y de fija r el m ism o
flu jo de imágenes, las m ism as vicisitudes del bien y del
m al que to d a s las generaciones ex p erim en tarán m ientras el
ho m b re sea hom b re.
D A N T E
D A N T E

E n el F edón, de P la tó n , h a y u n pasaje incidental de


g ran d ísim o interés para el h isto ria d o r. E n este pasaje se
anuncia y se define exactam ente to d a la transición de la
an tig ü ed ad a la edad m edia, del n a tu ra lism o al so b re n a tu ­
ralism o, de L ucrecio a D an te. E n cerrad o en la cárcel, S ó ­
crates habla p o r ú ltim a vez con sus discípulos. E l tem a
general de la discusión es la in m o rtalid ad , p ero en u n a
pausa d e n tro de su s argum entaciones, Sócrates dice: “ E n
m i ju v e n tu d . . . o í leer a alg u ien en u n lib ro, cuyo au to r
d ijo era A n ax ág o ras, que la ra z ó n es la causa y la norm a
de to d as las cosas. M e en can tó esta n oción, que me pareció
enteram ente adm irable, de suerte que me dije: Si la razó n
es la que ha dispuesto to d as las cosas, las h abrá dispuesto
del m e jo r m o d o y h a b rá puesto cada cosa p articu lar en el
m ejo r lugar, q u e d a n d o convencido de que sí alguien deseaba
en co n trar la causa de la generación, de la destrucción o de
la existencia de cualquier cosa, debía e n c o n tra rla e n . . . lo
que era m ejo r para ella. . . M e alegré de h ab er encontrado
en A n a x á g o ra s u n m aestro que m e explicaba, de acuerdo
con m is deseos, las causas de la existencia, e im aginé que
después de haberm e dicho si la tierra es p lan a o redonda,
procedería a . . . m o strarm e la n a tu ra le z a de lo m ejor y a
dem ostrarm e p o r qué es m ejor. Y esperaba que si me dijera
que la tierra está en el cen tro (del u n iv e rs o ), me explicaría
que esta posición es la m ejor, de m anera que quedaría sa­
tisfecho con la explicación d a d a y n o necesitaría n in g u n a
o tra clase de c a u sa . . . P ues n o p o d ía im ag in ar que después
de haber señalado la razón com o n o rm a de to d as las cosas,
me diera o tra explicación de su existencia excepto la de que
era lo m e jo r . . N o h a b ría v en d id o p o r nada estas espe­
ran zas, p o r lo que cogí esos libros y los leí ta n p ro n to
com o me fué p o sib le en m i anhelo de conocer lo m ejo r y
lo peor.
¡Q ué esperanzas me h a b ía fo rja d o y cuán penosa fué la
desilusión q u e experim enté! A m edida que leía encontraba
que dicho filó so fo ab a n d o n a b a la ra z ó n o cualquier o tro
p rin cip io de ord en y recurría en vez de ello al aire, al éter,
al agua y a o tras cosas a b s u rd a s . . . A sí, u n o im agina un
to rb e llin o que rodea a la tierra, la cual supone fija en el
centro; o tro considera que es una especie de disco su sten tad o
p o r el aire. P ero n in g u n o de ellos hace en ab so lu to referen­
cia al p o d er que h a d ispuesto las cosas com o deben ser para
que sean lo m ejor, y en vez de en c o n tra r en ello una fuerza
superior, esperan m ás bien descubrir o tro A tlas del m u n d o
más fuerte, eterno y rico que el bien. D el p o d er que tiene
el bien de abarcar y ligar todas las cosas nada dicen, y, con
todo, éste es el p rincipio que estaría dispuesto a adm itir si
alguien quisiera enseñárm elo” x) .
T e n e m o s aq u í el p ro g ra m a de u n a nueva filosofía. Las
cosas deben ser com prendidas p o r sus usos o finalidades, no
p o r sus elem entos o antecedentes, lo m ism o que el hecho de
que Sócrates esté en su cárcel, cuando p o d ía haber escapado
a Euboea, hay que com prenderlo p o r su lealtad a su noción
de lo que es m ejo r, de su deber p a ra consigo m ism o y para

!) PLATÓN, Fe dón, 9 7 b - 9 9 c .
su p a tria , y no p o r la com p o sició n de sus huesos y m úscu­
los. L as razones que dam os p a ra ex p licar nuestras acciones,
los m o tiv o s que in citan a u n a asam blea pública a decretar
una o rden determ inada son los m ism os que h a n de darse
para explicar el o rd en de la n atu raleza. El m u n d o es obra
de la ra z ó n . D ebe ser in te rp re ta d o com o in terp retam o s las
acciones de u n h o m b re : p o r sus m otivos. Y estos m otivos
deben ser conjeturados, no m ediante u n a fan tástica m ito ­
lo g ía d ram ática, tal com o la in v e n ta ro n los antiguos poetas,
sino p o r u n estudio concienzudo de lo m ejo r y de lo peor
en la conducta de nuestras p ro p ia s vidas. P o r ejem plo: se­
g ú n P la tó n , la ocupación m ás elevada es el estudio de la
filo so fía, pero esto n o sería posible p a ra el h o m b re si, com o
u n an im al de p asto , tu v ie ra que alim entarse continuam ente
con la n a riz pegada al suelo. A h o ra bien, para evitar la
necesidad de estar com iendo co n tin u am en te, son m uy útiles
los intestin o s largos; p o r lo ta n to , la causa de los in testinos
largos es el estudio de la filosofía. M ás aún, los ojos, la
n a riz y la boca se h a lla n en la cara, p o rq u e (dice P la tó n )
la cara es el lad o m ás noble1— com o si la p a rte posterior no
hubiese sido el lad o m ás noble (y el lado fro n ta l) en el
caso de que los ojos, la n ariz y la boca h u b ie ran estado allí.
Este m é to d o es el que M oliere rid icu liza en L e M aíade Ima~
ginaire cuando el coro canta que el opio hace d o rm ir a la
gente porque posee u n a v irtu d d o rm itiv a , cuya n atu ralez a
consiste en adorm ecer los sentidos.
T o d o esto es física b a sta n te ridicu la, p ero P la tó n sabía
— au n q u e a veces lo o lv id ara— que su física era caprichosa.
L o que nos im p o rta recordar ah o ra es m ás bien que bajo
esta física p ueril o m etafórica h ay u n a sincera m oralidad.
D espués de to d o , el opio se usa com o narcótico, sin que im ­
p o rte p o r qué, desde el p u n to de vista físico, lo es. E l uso
del cuerpo es el esp íritu , cualquiera que sea el origen del
cuerpo. Y parece d ig n ificar y v in d icar estos usos decir que
son las “ causas” de los órg an o s que los hacen posibles. L o
que es cierto de los órgan o s o sustancias p articulares lo es
tam b ién de to d o el a rm a z ó n de la n a tu ralez a. Su uso o
u tilid a d consiste en servir el bien, en hacer posibles la vida,
la felicidad y la v irtu d . P o r lo ta n to , h a b la n d o en p a rá ­
bolas, P la tó n dice con toda su escuela: el descubrim iento
del verdadero p rincipio de la acción es el descubrim iento
de la fu erza que gobierna el universo. L a evocación en un
m o m e n to de arreb ato de la esencia de u n bien suprem o sig­
nifica la co m prensión de p o r qué las esferas d a n vueltas,
de p o r qué la tierra es fértil y de p o r qué la h u m an id ad
su fre y existe. L a observación debe ceder a la dialéctica;
el arte p o lítico debe ceder al anhelo.
Se necesitaron m u ch o s siglos p a ra que tal revolución se
efectuara. P la tó n ten ía u n genio p ro fético y ap a rta b a su
v ista de lo que era (pues era u n griego) p a ra dirigirla a lo
que iba a ser la h u m a n id a d en el p ró x im o ciclo de la civi­
lización. E n D a n te , la revolución es com pleta, n o sólo de
u n m o d o m eram ente intelectual (pues había sido com ple­
ta d a intelectualm ente, m u ch o tie m p o antes, p o r los neopla-
tónicos y p o r los P adres de la Ig le s ia ), sin o tam b ién de un
m o d o com p letam en te m o ra l y poético, pues to d o s los h á b i­
to s de la m ente y todas las sanciones de la vid a pública
h a b ía n sido y a asim iladas a ella. H a b ía h a b id o tiem p o su fi­
ciente p a ra v o lv er a in te rp re ta r to d as las cosas, su p rim ien d o
los esquem as n atu rales y su stitu y é n d o lo s p o r esquemas
m orales. L a n a tu ra le z a era u n a m ezcla de designios ideales
y de m ateria inerte. L a v id a era u n co n flicto entre el pecado
y la gracia. E l m edio circundante era u n cam po de b a ta lla
e n tre las huestes de ángeles y las legiones de dem onios. L o
m ejo r y lo peor se c o n v irtiero n efectivam ente, com o S ó cra­
tes deseaba, en los ú n ico s principios del en ten d im ien to .
C o n v e rtid a en socrática, la p a rte p en san te de la h u m a n i­
dad dedicó desde entonces to d a s sus energías a la definición
del bien y del m al en to d o s sus grados y en su últim a esen­
cia, tarea que D a n te llevó a perfecta conclusión. T a n fe r­
vorosa y exclusivam ente se especuló acerca de las d istin cio ­
nes m orales, q u e éstas lleg aro n a co ntem plarse en form as
casi visibles, com o P la tó n h a b ía co n tem p lad o sus ideas. Las
expresiones de su filo so fía m o ra l se m a te ria liz aro n en o b ­
je to s existentes y en potencias. E l s u m o b ie n — que en P la ­
tó n es to d a v ía p rin cip alm en te u n ideal p o lítico , el o b jetiv o
de la p o lítica y del arte— se c o n v irtió en D io s, en el creador
del m u n d o . L os diversos estadios o elem entos de la perfec­
ción fu ero n personas en el seno de la divinidad, o in te li­
gencias angélicas, dem onios alados o tip o s inferiores del
alm a an im al. E l m a l fué id en tificad o con la m ateria. Las
diversas fases de la im perfección se a trib u y e ro n al carácter
tosco de los cuerpos, que o p rim ía n y ap ag ab an la centella
d iv in a que los anim aba. P e ro esta centella p o d ía libertarse,
en cuyo caso ascendería de n u ev o hacia el fuego originario,
y u n alm a sería salvada.
E s ta filo so fía n o era u n a seria descripción de la n a tu r a ­
leza o de la evolución, pero era u n ju ic io serio sobre ellas.
Se h a b ía d istin g u id o en tre lo b u en o , lo m e jo r y lo ó p tim o ;
por vez p rim era se h a b ía h a b la d o y se h a b ía creído en u n
m ítico en jam b re de potencias q u e sim b o liz a b a n estos g ra ­
dos de excelencia. C u a n d o o tra p e rso n a lo in v en ta, el m ito
puede pasar p o r h isto ria, y cuando la p erso n a que lo in v e n ­
ta es un P la tó n y h a v iv id o hace m uchos años puede pasar
p o r revelación. D e esta m anera, los valores m orales llegaron
a ser considerados com o fu erzas actuantes en la natu raleza.
P ero si a ctu ab an en la n atu raleza, que era u n a m ezcla de
m ateria m ala y de fo rm a perfecta, d eb ían existir exterior-
m ente, pues el ideal de la excelencia nos llam a desde lejos;
es lo que anhelam os y n o som os. Según ello, las fuerzas que
in flu ían o actu ab an en la n a tu ra le z a eran v irtudes sobre­
naturales, fu erzas d o m in an tes y potencias. C ada cosa n a ­
tu ra l tenía su ín cu b o so b ren atu ral, u n ángel g u ardián o un
dem onio que la poseía. L o so b re n a tu ra l — esto es, algo
m o ral o ideal considerado com o u n p o d e r y com o u n a exis­
tencia— rodeaba a los h o m b res p o r to d as partes. T o d a s las
cosas del m u n d o eran así u n efecto de algo que estaba m ás
allá del m u n d o ; to d a s las cosas de la v ida eran u n paso
hacia algo superior a la vida.
E l cristianism o se a d a p tó fácilm ente a este sistem a. L o
enriqueció al agregar a la cosm ología sim bólica la h isto ria
m ilag ro sa. L o s p la tó n ic o s h a b ía n concebido u n cosm os en
el q u e h ab ía seres superiores e inferiores, d ispuestos en círcu­
los concéntricos alrededor de la m asa vil, p ero cardinal de
la tierra. L o s cristian o s a p o rta ro n u n a acción dram ática
p a ra la cual ta l escenario parecía adm irab lem ente adaptado,
u n a h isto ria en la que to d a la raza h u m a n a o el alm a p a r ­
ticu lar p asab an sucesivam ente a trav és de esos tab lad o s su­
periores e inferiores. H a b ía h a b id o u n a caída y p o d ía haber
u n a salvación. E sta concepción del d esp ren d im iento del bien
y de su nueva ascensión hacia él, era en cierto sentido p la ­
tónica. Según los p lató n ico s, el bien derram a eternam ente,
lo m ism o que la lu z, su influencia v ital, y recibe (in a d v e r­
tid am en te y sin que aum en te su excelencia) rayos reflejos
que en fo rm a de am or y p en sam ien to revierten sobre él
desde los confines del universo. P ero de acuerdo con los
p lató n ico s, esta radiació n de la v id a y esta reabsorción de
la m ism a so n perpetuas. E l doble m o v im ie n to es eterno.
L a h isto ria del m u n d o es m o n ó to n a o, m ejor dicho, el
m u n d o n o posee u n a h isto ria significativa, sino únicam ente
u n m o v im ie n to análo g o al de u n a fuente que m an a sin
cesar y p a ra siem pre, o parecido al de la circulación del agua
de la llu v ia que cae de las n ubes y se eleva nuevam ente hacia
ellas en fo rm a de v ap o r. E sta caída o em anación del m u n d o
a p a r tir de la d iv in id a d es p ara los p la tó n ic o s el origen del
mal, el cual consiste m eram ente en fin itu d , m aterialidad o
alterid ad de D ios. Si algo h a de existir al lad o de D ios,
tiene que ser im perfecto; el co n flicto y la in estabilidad son
esenciales a la fin itu d y a la existencia. P o r o tro lado, la
salvación rad ica en la aspiración de la criatu ra a quedar
nuevam ente ab so rb id a p o r el h o n ta n a r de donde procede,
aspiración q u e se expresa en diversos tip o s del ser, asenta­
dos en lo etern o — tip o s que n os conducen, com o los pel­
daños de u n tem p lo , al inefable bien que se d ib u ja en la
cum bre.
E n el sistem a cristiano, esa circulación cósmica se c o n ­
v irtió solam ente en u n a fig u ra o en u n sím b o lo q u e expre­
saba la verdadera creación, la verdadera caída y la verdadera
salvación — episodios reales de u n d ram a h istórico que sólo
u n a vez ocurre. E l m u n d o m aterial era así só lo u n tab lad o ,
u n escenario, expresam ente dispuesto p a ra la representación.
Y esta representación era la h isto ria de la h u m a n id a d , espe­
cialm ente la h isto ria de Israel y de la Iglesia. L o s personajes
y los acontecim ientos de esta h isto ria ten ían u n alcance f ilo ­
sófico, p u es cada u n o de ellos desem peñaba cierto papel en
u n p la n p rovidencial. C ada u n o de ellos representaba en u n
sen tid o p articu lar la creación, el pecado y la salvación.
L os ju d ío s n o h a b ía n sen tid o ja m á s desconsuelo p o r su
existencia m aterial. Inclusive esperaban seguir siendo m a te­
riales en el o tro m u n d o , siendo su in m o rta lid a d una resu­
rrección de la carne. N o les parecía p lausible que la a d m ira ­
ble estru ctu ra de las cosas n o fuera sin o u n eco débil, tu rb io
e indeliberado del bien. P o r el co n trario , pen saban que este
m u n d o es intrín secam en te ta n bueno, que ten ían la seguri­
d ad de que D io s lo h a b ía creado expresam ente, n o siendo,
pues, com o los p la tó n ic o s creían, u n inconsciente eflu v io de
su p o d e r. Su aso m b ro ante el p o d er e ingenio de la d iv in i­
dad alcan zab a el p u n to m á x im o cu an d o p e n sab a n en E lla
com o a s tu ta in v e n to ra de la n a tu ra le z a y de los hom bres.
Sin em bargo, la o b ra parecía m o stra r ciertas imperfecciones.
E n realidad, su excelencia m oral era más bien potencial que
actu al; era másí bien u n a in d icació n de lo que p o d ía ser que
u n hecho consum ado. Y así, pues, p a ra explicar los inespe­
ra d o s defectos en u n a creación que era, a su entender, esen­
cialm ente buena, refirieron al com ienzo de las cosas u n a
experiencia que poseían diariam en te, es decir, la experiencia
de que el m al procede de la m ala conducta.
L os ju d ío s eran asiduos v igilantes de la fo rtu n a y de sus
vicisitudes. L as profesiones de los h om bres c o n stitu ían su
constante m editación, y n o hace fa lta m u c h a atención para
adv ertir que la friv o lid a d , la indiferencia, la bellaquería y
la corrupción n o c o n trib u y e n al b ienestar en este m u n d o .
Y lo m ism o que o tro s pueblos fa lto s de recursos, los ju d ío s
te n ía n u n a patética adm iració n p o r la seguridad y la a b u n ­
dancia. ¡C u án poco h a n d eb id o de conocer estas cosas para
pensar en ellas ta n arro b ad a y poéticam ente! N o sólo su
prudencia personal, sino tam b ién su celo co rp orativo y reli­
gioso les h iz o aborrecer esa m ala conducta que fru stra la
prosperidad. N o era só lo m era locura, sin o perversidad y
abo m in ació n de la desolación. T e n ie n d o siem pre presentes
las n o rm a s de la co n d u cta, edificaron la teoría de que to d o
su frim ien to , y au n la m ism a m uerte, n o son sino las c o n ­
secuencias del pecado. F inalm ente, llegaron h a sta a a trib u ir
el m al en to d a la creación al pecado casual de u n prim er
h o m b re y a su m a n ch a tra n s m itid a a sus descendientes, p a ­
sa n d o así p o r encim a del su frim ie n to y de la m uerte de
todas las criatu ras n o h u m an as con una indiferencia que
hubiera so rp ren d id o a los p ro p io s h in d ú s.
Según la concepción hebraica, la im perfección de las co­
sas es debida a accidentes ex p erim en tad o s en su fu n c io n a ­
m iento, y no , com o en la d o c trin a platónica, a su esencial
separación de su fuente y de' su fin a lid a d . D e acuerdo con
ello, la salvación debe venir en v irtu d de cierto acto espe­
cial, com o la encarnación o m tterte de C risto . L os ju d ío s
concibieron ju sta m e n te la salvación com o una restauración
de su existencia y grandeza nacionales, restauración que
debía ser p ro d u cid a p o r la paciencia y fid elid ad del elegido
y m ediante trem endos m ilag ro s acaecidos p a ra recom pensar
sus virtudes.
Su concepción de la raíd a y de la redención era, pues,
histórica. Y esto co n stitu ía u n a g ra n v e n ta ja p a ra u n h o m ­
bre de im ag in ació n que heredara su sistem a, pues los p e r­
sonajes y los m ilag ro s que fig u ra n en sus sagradas historias
le p ro p o rc io n a b a n u n tem a rico p a ra desarro llar la fan tasía
y p a ra la representación artística. L o s p atriarcas a p a rtir de
A d á n , los reyes y profetas, la creación, el E dén, el dilu v io ,
la salida de E g ip to , los tru e n o s y la ley del S inaí, el tem plo,
el exilio — to d o esto y o tras m uchas m ás cosas que contiene
la B ib lia— co n stitu ía u n rico acopio, una trad ició n fa m i­
liar viviente en la Iglesia de que D a n te p o d ía echar m an o ,
com o así lo h iz o ta m b ié n en lo que se refiere a la trad ició n
clásica paralela igualm en te heredada. P a ra o to rg ar a todos
esos personajes e incidentes bíblicos una d ignidad filosófica,
sólo ten ía que ad ap tarlo s, com o h a b ía n ya hecho los Padres
de la Iglesia, a la cosm ología neo p lató n ica, o, como estaban
hacien d o los D octores de su p ro p ia época, a la ética aris­
totélica.
A sí in terp retad a, la h isto ria sagrada ad q u iría para el f i­
lósofo u n a nueva im p o rtan cia, adem ás de la que h a b ía p a ­
recido tener p a ra Israel en el exilio o p ara el alm a cristiana
consciente del pecado. C ad a episodio se co n v irtió en el sím ­
b o lo de algún estado m o ral o de algún p rin cip io m o ral. C a ­
da p redicador de la cristian d ad , al repetir su h o m ilía sobre el
E van g elio del día, era in v ita d o a edificar u n a rm a zó n de
interpretaciones espirituales sobre el sentido literal de la
narració n que, sin em bargo, tenía siem pre que m an ten er y

Tres poetas filósofos.— 6.


conservar com o fu n d a m e n to p a ra los dem ás * ). E n u n m u n ­
d o hecho p o r D ios p a ra m o stra r su g loria, las cosas y los
acontecim ientos, au n q u e reales, deben ser tam b ién sim b ó ­
licos, p u es h a y tra s ellos u n a in ten ció n determ inada. La
creación, el d ilu v io , la encarnación, la crucifixión y la resu­
rrección de C risto , la venida del E s p íritu S a n to con lenguas
de fuego y el don de lenguas eran hechos históricos. La
Iglesia era la heredera del p u eb lo elegido; era una in s titu ­
ción h istó rica y p o lítica con u n d e stin o en este m u n d o del
cual d ebían p a rtic ip a r y p a ra el cual te n ía n que lu ch ar to ­
dos sus h ijo s. A l m ism o tiem p o , to d o s estos hechos eran
m isterios y sacram entos p a ra el alm a p riv a d a ; eran cauces
para las m ism as gracias m orales que estaban incorporadas
en el orden de las esferas celestiales y en los tip o s de Ja vida
m o ral sobre la tierra. A sí, la tradición hebrea in tro d u jo en
el espíritu, de D a n te la conciencia de u n a h isto ria p ro v id e n ­
cial, de una g ran m isión terrena — tra n sm itid a de u n a ge­
neración a o tra— y de u n a g ran esperanza. L a tradición
griega le ofreció la filo so fía n a tu ra l y m o ral. L a u n ió n de
estos elem entos h a b ía c o n stitu id o el cuerpo de la teología
cristiana.
A u n q u e esta teología fué la g uía p a ra la im aginación de
D a n te y su tem a general, n o representaba su único interés.
D a n te in tro d u jo en el a rm a z ó n d e la teo logía o rto d o x a,
teorías y visiones p ro p ias, fu n d ié n d o lo to d o en u n a u n id a d
m o ral y en u n entusiasm o poético. L a fu sió n era perfecta
entre lo s elem entos personales y los tradicionales. V ertió en
el crisol p o lítica y am o r, los cuales p erdieron tam bién sus
im p u rezas y se re fin a ro n d e n tro de u n a religión filosófica.
L a teología se co n v irtió p a ra él en u n g u a rd iá n del patrio -

! ) “E s t p ro fu n d a m e n to tenenda veritas h istoriae et d esuper sp i-


ritu a les e x p o sitio n e s fabricandae” . S a n to T o m á s de A q u i n o , S u m m a
T h e o lo g ia e , I, ques t. 102, c o n c l u s i o .
tism o y, en u n sen tid o ex tra ñ a m e n te literal, en el ángel
del am or.
L a teo ría p o lítica de D a n te es sublim e y m u y o riginal.
Sus inconvenientes radican únicam ente en su extrem ada
idealidad, lo cual la hace inaplicable y h a sido la causa de
que fuera m enos estudiada de lo que merece.
E l país de u n h o m b re , en el sen tid o m o d ern o del voca­
blo, es algo que n ació ay er, q u e m o d ifica constantem ente
sus lím ites y sus ideales; es algo q u e n o puede p e rd u ra r
eternam ente. E s el p ro d u c to de accidentes geográficos e h is ­
tóricos. L as diversidades en tre nuestras diferentes naciones
son irracionales. C ada una de ellas tiene el m ism o derecho
— o necesita tener el m ism o derecho— a sus peculiaridades.
U n h o m b re que sea ju sto y razo n ab le debe h o y d ía , en la
m edida en que se lo p erm ita su im aginación, p a rtic ip ar del
p a trio tism o de los rivales y enem igos de su p a ís — u n p a ­
trio tism o ta n inevitable y conm o v ed o r com o el su yo; C om o
la n acio n alid ad es un accidente irracio n al, lo m ism o que el
sexo o el carácter orgánico, la lealtad de u n h o m b re hacia
su país debe ser condicional, p o r lo m enos si es u n filósofo.
S u p a trio tism o tiene que su b o rd in arse a la lea lta d racional
a cosas com o la h u m a n id a d y la justicia.
M u y d istin ta era la situación en el caso de D a n te. P ara
él, el am o r al p ro p io p a ís p o d ía ser algo ab so lu to y, al m is­
m o tiem p o , algo razo n ab le, p rem ed itad o y v irtuoso. L o que
D a n te en co n tró exigiéndole lealtad fué u n cuerpo po lítico
casi ideal, provid en cial y universal. E ste cuerpo po lítico
tenía, com o el águila heráldica, dos cabezas; el E m p erad o r
y el P a p a . A m b o s eran de derecho potencias universales;
am bos d ebían tener su sede en R o m a y am bos ten ía n que
gobernar con la m ism a fin alid ad , si bien con d istin to s m e ­
d io s y en d istin ta s esferas. E l P a p a te n ía q u e vigilar la fe
y la disciplina de la Iglesia. D eb ía atestiguar ante to d o s los
países y en to d as las épocas que la vida en la tierra era m e­
ram ente un p relu d io de la existencia fu tu ra y tenía que ser
u n a p reparación p a ra ella. E l E m p erad o r, p o r o tro lado,
debía m an ten er en todas partes la p a z y la ju stic ia , dejando
a las ciudades libres o a los príncipes el g obierno de los
a su n to s locales. E sto s dos poderes h a b ía n sido establecidos
p o r D io s m ediante especiales m ilagros y m isiones. U n evi­
d en te designio p ro v id en cial, que culm in ab a en ellos, a tra ­
vesaba to d a la h isto ria.
Según ello, eng añ ar o d e fra u d a r esos derechos divinos,
así com o c o n fu n d irlo s, era u n pecado capital. L os males
su frid o s p o r la sociedad eran la consecuencia de tales tra n s ­
gresiones. E l P a p a h a b ía a d q u irid o u n p o d er tem poral
ajeno a su m isión p u ram en te1 espiritual. A dem ás, se h ab ía
co n v ertid o en in stru m e n to del R ey de F rancia, que estaba
(cosa que n o debería hacer n in g ú n R e y ) en guerra con el
E m p e ra d o r y en rebeldía c o n tra la sup rem a au to rid ad im ­
perial. E n realid ad , el P a p a h a b ía a b a n d o n a d o R o m a p o r
A v iñ ó n — acto que era u n a especie de sacram ento satánico,
el signo ex tern o de u n a d esh o n ra in te rn a . E l E m p erad o r, a
su vez, h a b ía olvid ad o que era R ey de los ro m an o s y César;
prefería vagar p o r su n a tiv a G erm ania entre sus bosques y
prin cip ad o s, com o si de derecho no fuera to d o el m u n d o su
rein ad o y el objeto de su preocupación.
E n este p u n to el am p lio p a trio tis m o teórico de D ante,
en ta n to que católico y ro m an o , se convertía en su más
ang o sto y actual p a trio tism o de flo re n tin o . ¿H abía F lo re n ­
cia sido fiel a sus deberes y d ig n a de sus privilegios b ajo la
doble a u to rid a d de la Iglesia y del Im p erio ? Florencia era
u n a colonia ro m an a. ¿H ab ía conservado la p u re z a de su
estirpe ro m an a y la sencillez y austeridad rom anas en sus
leyes? ¡A h ! L os in m ig ran tes etruscos h a b ía n co n tam in ad o
su sangre y a esta m an ch a se debía, según pen sab a D ante,
la co rru p ció n reinante de las costum bres. T o d o lo que ha
hecho a F lorencia grande en la h isto ria universal estaba
entonces sólo en sus com ienzos — su in d u stria, su cultura,
su lite ra tu ra y sus artes. M as p a ra D a n te era esa época en
germ inación u n a época de decadencia y ru in a m oral. Hace
que su an tepasado, el cru zad o C acciaguida, alabe los tie m ­
pos en que el más lim itad o c o n to rn o de las m urallas c o n ­
tenía só lo u n a q u in ta p a rte de los h a b itan tes que la ocupa­
ro n luego. “ D e n tro del a n tig u o cerco de sus m u ro s vivía
en p az Florencia, sobria y p ú d ica” J) . L as m ujeres h ila b a n
en la rueca o m ecían la cuna y n arrab an a sus hijos las
heroicas leyendas de T ro y a , Fiésole y R om a. U n a m u jer
p o d ía separarse del espejo sin te n e r p in ta d o el ro stro ; no
llevaba adornos que mereciesen m ás adm iración que su p r o ­
p ia persona. E l nacim iento de u n a h ija no asustaba a u n
b u e n ciu d ad an o ; su d o te n o era excesiva n i su m a trim o n io
prem atu ro . N o había casas vacías cuyos dueños estuvieran
en el destierro; n in g u n a su fría la ignom inia de incalificables
o r g ía s 2) . E sto n o era tod o , pues si p a ra F lorencia era la
lu ju ria u n a gran m ald ició n , la sedición era o tra m ayor.
Florencia, ciudad im perial, lejos de co n tribuir a que los
E m peradores fu eran restitu id o s en sus derechos universales,
h a b ía luch ad o co n tra ellos traid o ram en te, en alian za con el

1) Paradina, X V , 9 7 - 9 9:
F io ren za d en tro dalla cerchia a n tic a . ■ ■
S i stava in pace, sobria e púdica,

2) Ib íd ., 1 0 0 - 2 6 :
N o n avea catenella, n o n corona,
N o n d o n n e contigiate, n o n cin tu ra
C h e fo sse a veder p iú che la persona.
N o n faceva, nascendo, ancor paura
L a fig lia al padre, c h e l te m p o e la dote
N o fu g g ia n q u in c i e q u in d i la m isu ra .
N o n avea case d i fa m ig lia v o te ;
N o n v ’era g iu n to ancor Sardanapalo
A m o stra r cid che’in cam era si p u o t e . ■ -
in v aso r francés y el p o n tífice u su rp ad o r. H ab ía así soca­
v a d o el único fu n d a m e n to posible de su p ro p ia p az y d ig ­
nid ad .
É sto s eran los in fo rtu n io s teó rico s que asom aban tra s los
in fo rtu n io s personales de D a n te en su p o b re z a y en su des­
tierro. Le ay u d ab an a v erter la in ten sa am arg u ra de su co­
raz ó n m ediante la exhalación de invectivas proféticas. H a ­
cían que su odio hacia los actuales P ap as y hacia la actual
F lo ren cia se convirtiera en celo ferviente p o r lo que los P a ­
pas y F lo ren cia deberían h ab er sido. Sus pasiones y sus
esperanzas políticas estaban fu n d id a s en u n ideal p o lítico
sublim e. L a fu sió n las sublim aba y hacía posible que su
expresión se elevara h a sta la poesía.
A q u í h a y u n a cuerda que D a n te ta ñ ía y que daba u n a
trágica fu erza a su m úsica. D a n te registraba las vilezas de
lo s sacerdotes, príncipes y pueblos. L es reprochaba su in fi­
delidad a las tareas que D io s les había asignado — tareas
que D a n te concebía con precisión y sim plicidad bíblicas.
L am en tab a las consecuencias de esta in iq u id a d , las p ro v in ­
cias 'devastadas, las ciudades co rrom pidas, los cuerpos de los
héroes a rrastrad o s insep u lto s p o r sucias corrientes. E stos
detalles vigorosos eran ex altados p o r la inm ensa significa­
ción que D an te les atrib u ía. Su bien definido ideal, siempre
presente, aguzaba su m irada p ara el flu jo y re flu jo de las
cosas, hacía su experiencia in d iv id u alm en te m ás acerba y su

O fo r tú n a te ! G a s c u ñ a era certa
D elta sua sepoltura, ed ancor n u lla
E ra per F rancia nel le tto deserta.
L ’u n a veg g h ia va a s tu d io delta culta,
E c o n so la n d o usava l'i d ’i o m a
C h e p ria i p a d ri e le m a d r i trastutta;
L ’a ltra, traendo alia rocca la c h io m a ,
F avoteggiava con la su a fa m ig tia
D e’ T r o ia n i, e d i F ie so te, e d i R o m a 8) .
visión de c o n ju n to m ás p ro lo n g a d a y sostenida. D an te leía
e in te rp re ta b a la Ita lia contem p o rán ea co m o los profetas
hebreos leían e in te rp re ta b an lo s signos de su tiem p o , y
cualquiera q u e sea la tolerancia de n u estro juicio crítico
sobre las generosas ilusiones de to d o s ellos, n o puede haber
d u d a de que la in teg rid ad de su alm a y el carácter profético
ab so lu to de sus juicios hacían m u y vigorosa su visión de
los hechos particu lares y en teram ente su b y u g ad o ra su p e r­
cepción de las am enazas de dicha o in fo rtu n io .
N o parece que, en el fo n d o , la filosofía política de D a n ­
te, lo m ism o que la de los p ro fe ta s hebreos, pasara p o r alto
las grandes causas y los grandes p ro p ó sito s del progreso
h u m an o . T r a s sus m íticas y an g o stas concepciones de la
h isto ria, D a n te percibía lo s p rin cip io s m orales que condi­
cionan realm ente n u estro bienestar. U n a ciencia superior no
necesita elim in ar n ad a del conocim iento que h a ad q u irid o
acerca de la diferencia entre el bien y el m al político . L o
que en su época parecía u n sueño — que la h u m a n id a d se
a g ru p a ra en u n solo gran E sta d o — es actualm ente evidente
para el idealista, p ara el socialista, p ara el com erciante. L a
ciencia y el comercio p ro p o rc io n a n — desde luego, en fo rm a
m u y diferente— una realización p ráctica de ta l idea. Y la
o tra m itad de su teoría, la que se refiere a la Iglesia católica,
ha sido conservada literalm en te h a sta n u e stro s días p o r la
m ism a Iglesia. E l forastero o el e x tra ñ o a ella p o d ría n ,
pues, ver en tal idea de u n a sociedad esp iritual universal un
sím b o lo o p resen tim ien to de los derechos que tiene el espí­
ritu a lib ertarse de las coacciones legales, o de la com ún
lealtad de los esp íritu s h o n ra d o s hacia la ciencia y hacía su
com ú n herencia espiritual y destino.
P o r o tro lad o , el e stím u lo de los agravios p riv ad o s de
D a n te , así com o el entusiasm o de sus am ores privados, d a ­
b a n u n m arav illo so a rd o r y claridad a los grandes objetos
de su im aginación. C o n frecuencia dejam os de sentir a f o n ­
do grandes cosas por no poder asim ilarlas a las pequeñas
cosas que sen tim o s p ro fu n d a y sinceram ente. D a n te poseía
en este respecto el arte de u n am an te p la tó n ic o : p o d ía ag ra n ­
dar el o b jeto de su p asió n y conservar incólum e su ard o r y
entusiasm o. H a b ía sido in ju sta m e n te desterrado — F loren­
tin a s e x u l im m e ritu s solía decir de sí m ism o. E sta in ju sticia
excitaba, pero n o em p o n z o ñ a b a su co razó n , pues su in d ig ­
nación se ex ten d ía a to d o lo in ju sto , tro n a n d o c o n tra F lo ­
rencia, E u ro p a y la h u m a n id a d en cu a n to estab an co rro m ­
p id as y ad u lterad as. D a n te h a b ía am ad o . El recuerdo de
aquella p asió n persistía, pero no degeneraba en sen tim en ­
talism o, p ues s u ad o ració n se tra n s m itía a u n o b jeto m ás
grande y m enos accidental. Su a m o r h a b ía s id o u n a centella
de aquel “ am o r que m ueve el sol y las dem ás estrellas” 1) .
E n ta l revelación h a b ía conocido el secreto del universo.
Desde entonces las esferas, los ángeles, las ciencias ib an a
estar llenos de d u lz u ra , de. alegría y de lu z.
E n la V i t a N u o v a , de D a n te , poseem os u n a m aravillosa
versión de esta p la tó n ic a ex p an sió n em o tiv a que b añ a to d o
lo que merece ser in u n d a d o p o r ella. E n la superficie es
este lib ro u n a n arració n del encu en tro de D a n te , a la edad
de nueve años, con B eatriz, u n a n iñ a to d a v ía u n poco m ás
jo v en : de o tro en cu en tro con ella a la edad de dieciocho
años; de u n a ab ru m ad o ra p asió n m ística que el am ante de­
seaba g u ard ar en secreto hasta el p u n to de fin g ir o tro afecto;
del consiguiente desvío, y de la m uerte de B eatriz, después
de la cual el poeta decidió no h a b la r de nuevo públicam ente
acerca de ella h a sta que p u d ie ra ensalzarla en fo rm a que
n in g u n a m u jer h u b iera sido h a sta entonces ensalzada.

1) P aradiso, X X X III, 1 4 3 - 4 5 :

V o lg e v a il m ió disivo e’l velle


Si co m e ru o ta che ig u a lm e n te é m ossa,
L ’A m o c che m u o ü e il solé e l’a ltte stelle 9) .
E n la n arració n están disem inados diversos poem as de la
m ás ex q u isita fin u ra , ta n to en lo que se refiere al se n ti­
m ien to co m o a la versificación. S o n m editaciones musicales,
alegóricas, vagas, am biguas en sus encubiertas intenciones,
pero a b so lu ta m e n te claras y perfectas en su estructura ex ­
tern a, com o u n a o b ra de tracería y de vidrios de colores,
geom étrica, m ística y tiern a. U n a sin g u lar lim pidez de
acento y de im agen, una sin g u lar in g en u id ad se com b in a
ex trañ am en te en estas com posiciones con distinciones esco­
lásticas y con el deleite de o cu ltar e in sin u ar las cosas como
si se tra ta ra de u n a charada.
L o s eru d ito s seguirán d iscutiendo eternam ente el f u n ­
d a m en to y el significado ex acto s de estas confesiones de
D an te. L os eruditos n o son acaso los h o m b res m ás aptos
p a ra resolver el problem a. Es cuestión de tacto literario y
de im aginación a fín . D ebe confiarse a la delicada pene­
tración del lector, en el caso de que la posea. Si no es así,
D a n te n o desea abrirle su corazón. Sus enigm áticos adem a­
nes son ju sta m e n te su coraza p ro te c to ra c o n tra la in tru sió n
de los esp íritu s incapaces de com prenderle.
Sin ir m ás allá de la esfera de la crítica erudita, creo que
podem os decir esto: las diversas interpretaciones en este
asu n to n o se excluyen m u tu am en te. E n la época de D ante,
el sim bolism o y la ex actitu d literal so n sim ultáneos. P o r
ejem plo, en cualquier h isto ria de la filo so fía m edieval se
verá que u n o de los grandes tem as so b re los que se discu­
tía en aquellos días era el p ro b lem a de si los térm in o s u n i­
versales, tales com o el h o m b re o la h u m an id a d , existen
antes de los p articulares, en los particulares o después de
los particu lares p o r abstracció n de lo co m ú n a to d o s ellos.
A h o ra bien, in d u d ab lem en te se d iscu tió m ucho acerca de
esto, p ero h a y u n a solución a m p lia y o rto d o x a que repre­
senta el verdadero e sp íritu de la época m ás allá de las p a r­
ticulares preferencias o herejías de los in d iv id uos. E sta so lu ­
ción p roclam a que los térm in o s universales existen antes de
los particulares, y en los particulares, y después de los p a r­
ticulares, pues D io s sabía, an tes de hacer el m u n d o , cóm o
pensaba hacerlo, y te n ía etern am en te en su m ente las n o ­
ciones de u n h o m b re perfecto, de u n caballo perfecto, etc.,
seg ú n las cuales d eb ían ser m o d elad o s los hom bres y los
caballos particulares, o de acuerdo co n las cuales, en caso
de percance, d eb ían ser restablecidos, ya sea p o r la fuerza
curativa y recuperativa de la n atu raleza, ya p o r los auxilios
de la gracia. P e ro los té rm in o s o especies universales exis­
tía n tam b ién en los particulares, p o r cu an to los particulares
los ejem plificaban, p articip ab an de ellos y eran lo que eran
en v ir tu d de ta l p articipación. C o n to d o , los universales
existían tam b ién después de los particulares, pues la m ente
ra z o n a d o ra del ho m b re n o puede, al e x a m in a r la variedad
de las cosas naturales, d ejar de abstraer los tipos com unes
que frecuentem ente se repiten en ellas. Y esta idea ex p o st
fccto , residente en la m ente h u m a n a , es tam b ién u n u n i­
versal. N egar cualquiera de las tres teo rías y n o ad v ertir
su m u tu a co m p atib ilid ad significa o lv id a r el p u n to de
vista m edieval que es, en to d o s los sentidos de la p alabra,
u n p u n to de vista católico.
E s precisam ente ta l solución la que m e parece n atu ral
en el caso de B eatriz. Poseem os sobre él la evidencia, a p o ­
yada en docum entos, de que en la época de D a n te v iv ió en
Florencia cierta Bice P o rtin a ri. Y h a y en la VYfcr N u o v a
y en la C o m m e d ia m uchos incidentes que d ifícilm ente a d ­
m ite n u n a in terp retació n alegórica, tales com o el de la
m uerte de B e a triz y especialm ente la de su padre, con oca­
sión de la cual escribe D a n te u n com pasivo poem a 1) . N o
veo n in g u n a ra z ó n p o r la cual esta d am a n o h ay a p o d ido,

V i t a N u o v a , § 2 2 : S eco n d o V u sa n za delta so p ra d etta cittadc.


don n e con d o n n e, e u o m in i con u o m in i si a d u n in o a cotale tr is tiz ia ;
ta n fácilm ente com o cualquier otra persona, despertar la
do rm id a pasió n de n u estro poeta. Es cierto que D ante am ó
a alguna m ujer. L a m ay o r p arte de la gente lo h an hecho. Y
¿p o r qué encu b riría D a n te su filo so fía con el velo n a tu ra l
del lenguaje am oroso si este lenguaje y su pasión n o h u b ie ­
ra n sido su lengua m aterna'? E l lenguaje del am or es, sin
duda, h a b itu a l en las alegorías de los m ísticos, y era co­
rrie n te en la poesía convencional de la época de D an te.
P e ro los m ísticos m ism os son co m únm ente am antes p o te n ­
ciales o encubiertos, y los tro v ad o res ta ñ ía n la cuerda del
am o r sim plem ente p o rq u e era la cuerda m ás sensible a su
n atu ra le z a y la que m ás fácilm ente podía hacer v ib rar el
corazó n de sus oyentes. D a n te n o era m enos im presionable
q u e el p ro m ed io de su generación, y si siguió la m oda de
los tro v ad o res y de los m ísticos ñ ié p o rq u e p a rtic ip ab a de
su tendencia. L o herm oso, lo inaccesible, lo divino h ab ían
tra n s ita d o ante él en alg u n a fo rm a visible, sin im p o rta r
p ara el caso que esta v isión sobreviniera sólo una vez y
en la fo rm a de la verdadera B eatriz, o co n tin u am en te y en
to d as las fo rm as a través de las cuales parece que una divina
influencia alcanza a u n poeta. N ad ie m erecería este nom bre
de poeta — ¿y quién lo merece m ás que D an te?— si n o le
im p resio n aran n u n ca las escenas y los so n id o s reales. Y
tam p o co lo m erecería si tales escenas y son idos le im p resio ­
n a ra n só lo físicam ente y p o r lo que son en sí m ism os. L a
sensibilidad del poeta es la que crea su ideal.
Si n eg ar la existencia de u n a B e a triz histórica parece v io ­
le n to y g ra tu ito , m ás falso sería aún n o advertir que Bea­
tr iz es ta m b ién u n sím bolo. T a l com o leemos en la V ita

m o lte d o n n e s’a d u n a to cola, ove questa Bealrice piangea p ieto sa m en te.


etcétera.
T a m b i é n en P u rg a to rio , X X X I , 50, 51:
L e belle m em bra in c h ’io
R in c h iu sa f u i e che so n tetra sp a r te 10) .
N uoV a x) , D a n te se en co n tró en cierta ocasión en una
Iglesia en presencia de B eatriz. Sus ojos estaban in e v itab le ­
m ente fijo s en ella, pero com o deseaba ocultar su p ro fu n d a
p asió n al com adreo de la m u ltitu d , eligió otra dam a que
se encontraba precisam ente en tre él y B eatriz, y pretendió
m irarla con fijeza cuando, en realidad, estaba co n te m p lan ­
do, m ás a llá de ella, a B eatriz. E s ta d am a m ed iad o ra, la
d o n n a gentile, se co n v irtió en p a n ta lla de su verdadero
am o r 2) . P ero las atenciones que tu v o p o r ella eran tan
asiduas que fu ero n m al in terp retad as. L a p ro p ia B ea triz se
dió cuenta de ellas, y p en san d o que iba dem asiado lejos y
no con un p ro p ó sito h o n ra d o , m ostró su disgusto al n e ­
garse a saludarle cuando p asó p o r su la d o . E sto parece b a s­
tan te real y terrenal, pero n uestra sorpresa aum enta cuando
leemos expresam ente, en el C o n v ito , q ue la d o n n a gentile,
la p a n ta lla del v erdadero am or de D an te, es la filo so fía 8) .
Si la d o n n a gentile es la filo so fía, la d o n n a gentili&sitna,
B eatriz, ha de ser algo de la m ism a clase, bien que m ás n o ­
ble. H a de ser la teología, y B eatriz es in d u dablem ente la
teología. Su verdadero nom bre ha sido tra n sfig u ra d o para
significar q u e es lo que hace b ien av en tu rad o , lo que m uestra
el sendero de la salvación.

!) V ita N u o v a , § V .
2) S c h e rm o della veritade, — la filo s o f ía n a t u r a l .
3) C o n v ito , II, cap, 1 6 : Faccia c h e g li occhi d'e sta D o n n a m i l i ;
gli occhi d i q u esta D o n n a sono le sue d im o s t r a z i o n i , le q u a li d ritte
n e g li o cch i dello in te lle to in n a m o ra n o V anim a, libera nelle c o n d iz io n i.
O h dolcisa im i e d in e ffa b ili se m b ia n ti, e ru b a to ri su b ita n i d ella m e n te
u m a n a , che nelle d im o s tr a z io n i negli occhi della F ilo so fía apparite.
q u a n d o essa a llí su o i d r u d i ragiona! V e ra m e n te in v o i e la salute,
per la quale si fa beato c h i v i guarda, e sa lv o d a lla m o r te dvlla ¡a ñ o ­
r a n z a e delli v i z i . . . E co si, in fin e d i q a e s to seca n d o T r a tta to , dico
e a ffe rm o che la D o n n a , d i cu i ¡o in n a m o ra i appresso lo p rim o
a m o re, f u la bellissim a e o nestissim a fig lia d e llo Im p era d o re delV u n i ­
verso , a lia q u a le P itta g o r a pose n o m e F i l o s o f í a l x ) .
L a escena de la iglesia se convierte de este m odo en una
com pleta alegoría. Se n os da a entender que el joven D a n te
era en verdad u n alm a religiosa y devota, anhelosa de la m ás
alta sab id u ría. P ero interponiéndose entre su razó n h u m a n a
y la verd ad revelada (de la que estaba e n a m o rad o y quería
co n q u istar y co m p re n d e r), apareció la filo so fía o, com o h o y
diríam os, la ciencia. C oncedió a la ciencia sus p rim eras a te n ­
ciones, de suerte q u e los m isterios de la teología quedaron
m o m en tán eam en te oscurecidos en su esp íritu, y su fe, con
gran pena p o r su p arte, se negó a saludarle cuando pasaba.
H a b ía caído en errores m aterialistas; h ab ía in te rp reta d o las
m anchas de la lu n a com o si fu eran debid as a causas físicas
y n o a causas socráticas; su filo so fía religiosa h ab ía perdido
su entusiasm o, aun cuando su fe religiosa n o estuviera
co m p ro m etid a. E s cierto, pues, que B eatriz, adem ás de ser
u n a m ujer, era tam b ién un sím bolo.
P ero esto n o es el fin . Si B eatriz es u n sím b o lo que re­
p resen ta la teo lo g ía, la te o lo g ía m ism a n o es u n térm in o
ú ltim o . L os o jos de B eatriz reflejan una lu z so b ren atu ral.
E s la inefable v isió n de D ios, la v isió n beatífica, la única
que puede hacernos felices y c o n stitu ir la ra z ó n y la fin a ­
lid a d de nuestros am ores y de n u e stra s peregrinaciones.
U n su p re m o ideal de paz y perfección que pone en m o v i­
m ie n to al am an te y el cielo p u ed e ser m ás fácilm ente n o m ­
brad o que co m p ren d id o . E n el ú ltim o canto del Paraíso,
donde D a n te in te n ta describir la visión beatífica, repite
m uchas veces que n u estra noción de este ideal debe ser vaga
e inadecuada. E l v a lo r de u n a idea p ara u n poeta o u n f iló ­
sofo n o radica en lo que contiene p o sitiv am ente, sino en la
actitu d que le hace ad o p tar frente a la experiencia real. O
acaso sería m ejor decir que poseer un ideal no significa
ta n to tener la im agen de u n a fan tasía, de una u to p ía m ás
o m enos v ertebrad a, com o ad o p ta r una actitu d m oral co n ­
secuente fren te a todas las cosas de este m u ndo, ju zg ar y
co o rd in ar nuestros intereses, establecer u n a jera rq u ía de
bienes y de m ales, v a lo ra r los acontecim ientos y las perso­
nas, no m ediante el in s tin to o la im p resió n personal fo rtu i­
ta, sino de acuerdo con su verdadera n a tu ra le z a y tendencia.
A s í en ten d id o , u n ideal ú ltim o n o es u n a m era visión del
so ñ ad o r filosófico, sin o u n a fuerza apasionada y poderosa
del poeta y del o rad o r. Es la v o z de su am or o de su odio,
de su esperanza o de su pena, id ealizan d o , desafiando o
co n d en an d o al m u n d o .
Es en este aspecto com o le fué ú til al jo v en D a n te su febril
sensibilidad. Le dió a su v isió n m o ral u n in a u d ito vigor y
claridad; le co n v irtió en el poeta clásico del cielo y del in ­
fierno. A l m ism o tiem p o , p u d o hacer de él u n recto juez,
u n terrible acusador de la tierra. T o d a s las cosas y to dos
los h o m b res de su época y de su generación se convirtieron
para él, en v irtu d de su intensa lealtad a su visión in te rn a ,
en ejem plos de la gracia d iv in a o de la perversidad diabólica.
La penetración y agudeza de su alm a n o fu ero n , sin duda,
en teram ente debidas al d o n del a m o r; fu ero n debidas ta m ­
bién en p a rte al o rg u llo , al resentim iento, a los prejuicios
teóricos. P e ro fig u ras com o las de Francesca di R ím in í y
M anfred o , así com o la luz y el a rro b a m ie n to que vib ran a
través de to d o el Paraíso, difícilm ente p o d ía n ser evocados
p o r u n genio m eram ente irrita d o . E l tra sfo n d o y el p u n to
de p a rtid a de to d a s las cosas es en D a n te l ’in te lle tto d ’amore,
el n u m en del am or.
T o d o s h a n o íd o decir q u e D ios es am o r y que el am or
es lo que hace dar vueltas al m u n d o , y los que h a n seguido
la pista de esta ú ltim a idea h a sta su fu en te aristotélica p u e ­
den haber ten id o alg u n a noción de lo que significa. S ig n i­
fica, según vim os en los com ienzos, que n o debem os in te n ta r
explicar el m o v im ien to y la vida m ediante sus antece­
d entes naturales, pues éstos retroceden irt in fin itu m . D ebe­
ríam o s explicar el m ov im ien to y la vida más bien p o r su
p ro p ó sito o fin alid ad , p o r el ideal irrealizad o al cual parecen
asp irar las cosas que se m ueven y viven, el ideal que puede
decirse que am an. L o que se ju stifica a sí m ism o n o so n los
hechos o las leyes, pues ¿p o r qué n o h a b ría n p o d id o ser dife­
rentes? L o que se ju stifica y basta a sí m ism o es lo que es bue­
no, lo que es com o debería ser. P ero, com o com prendió A ris­
tóteles, las cosas que se m ueven revelan, p o r así decirlo, que
n o están satisfechas y que deberían encontrarse en algún es­
ta d o diferente. E speran u n a ú ltim a realización que en el
m o m e n to p resen te n o es sin o ideal. E sta realización o cu m ­
p lim ie n to de su ser p o d ría , de abarcar el m o v im ien to y la
vida, com prender solam ente su in te rio rid a d ; consistiría en
u n a actividad co n tin u a, jam ás d etenida o alterada. T a l acti­
vidad es la in m u ta b le m eta hacia la cual av an za la vida y
con arreglo a la cual se estim an y ju z g a n sus diferentes
fases. P e ro com o lo que explica las cosas es su fin alid ad y
n o sus causas n atu rales, p odem os lla m a r a esa actividad even­
tu al su ra z ó n de ser. Será así su m o to r in m óvil.
P ero , p o d em o s p re g u n ta rn o s, ¿cóm o lo in alterab le, lo
ideal, lo eventual p u ed en in iciar algo o d e term in a r la dis­
p osición y tendencia de lo que efectivam ente vive y se m u e­
ve? L a respuesta, o, m ás bien, la im p o sib ilid ad de d a r u n a
respuesta, puede expresarse en u n a sim ple p a la b ra : la m agia.
H a y m agia cu an d o se su p o n e que u n resu ltad o bueno o
atractiv o , sólo p o r ser bueno o atractiv o , determ ina las con­
diciones y evoca los seres que tienen que realizarlo o cu m ­
p lirlo . E s n a tu ra l que y o tenga h am bre y es n atu ra l que
haya cosas ap ro p iad as p ara com er, pues de lo co n trarío ya
n o ten d ría ham b re. P e ro si m i h am b re, en el caso de ser
b astan te ag uda, p udiera p o r sí m ism a p ro d u c ir los alim en­
to s q u e exige, esto sería u n a com pleta m agia. L a n atu rale za
sería evocada p o r los en can tam ien to s de la v o lu n tad .
N o o lv id o q u e A ristóteles, y después de él D an te , sostie­
nen que el fin ú ltim o de la vida es u n ser separado ya exis­
tente, esto es, el espíritu de D ios, que realiza eternam ente
lo que el m u n d o pretende. Sin em bargo, la influencia de
este esp íritu sobre el m u n d o n o es m enos m ágica que la que
p o d ría ejercer u n ideal inex isten te. Se reconoce, en efecto,
que su acción n o es tra n sitiv a o física. É l m ism o no cam bia
al in flu ir sobre las cosas. N o pierde n in g u n a de sus virtudes.
Según A ristóteles y P lo tin o , ni siquiera sabe que mueve las
cosas. E n realidad, m ueve las cosas sólo p o rq u e éstas se h a ­
lla n dispuestas a perseguirlo en ta n to que ideal. M ien tras
las cosas ten g an esta disposición, perseguirán y se fo rja rá n
su ideal ta n to si n o existe en p arte alg u n a com o si existe en
alguna p arte y está personificado. E l fin ú ltim o actúa sólo
en su capacidad de ideal; p o r lo ta n to , a u n en el caso de
existir, in flu y e sobre las cosas sólo m ágicam ente. La m ateria
inferio r siente el hechizo de su presencia y absorbe algo de
su im agen, al m o d o com o las olas del m a r reciben y reflejan
trém ulam ente la lu z d erram ad a p o r la lu n a . Según esto, el
m u n d o es m o v ido y vivificado en cada u n a de sus fibras p o r
la magia, p o r la m agia del fin ú ltim o al cual aspira.
P ero esta m agia tenía, al estar sobre la tierra, el nom bre
de am or. L a v id a del m u n d o era u n am o r pro d u cid o p o r
la m ágica atracción de u n bien que n u n ca poseyó y que,
m ien tras siguiera siendo m u n d o , n o sería capaz de poseer.
Las cosas reales eran únicam ente sugestiones de lo que debe­
rían ser los elem entos en aquella u lte rio r existencia: eran
m eros sím bolos. L a b e llo ta es u n a m era profecía — un sím ­
b o lo existente— del ro b le ideal, p o rq u e cuando la b ello ta
cae sobre u n a b u en a tie rra q u e d a rá co rro m p id a, pero la idea
del roble se le v a n ta rá y m an ifestará en su lugar. L a bellota
es u n a especie de relicario en el que se guarda el m ilagroso
p o d er de la idea. E n la vulgar caracterización de las causas
nos parecem os, com o A n ax ág o ras, a u n supersticioso a d o ­
ra d o r de reliquias, que o lv id a ra que la intercesión y m éritos
del san to son lo que realm ente hace el m ilagro, y lo a tr i­
buyera a la influencia m aterial de los huesos y de los vesti­
d o s. D e u n m o d o sim ilar, te n d ría m o s que a trib u ir el p o d er
que las cosas ejercen sob re n o so tro s, n o a la densidad o te ­
n u id a d de las sustancias, s in o a las ideas eternas que exis­
ten al expresarse y que existen p a ra expresarse. L as cosas
se lim ita n a lo calizar — com o las reliq u ias del san to — las
influencias que d im a n a n de lo alto . E n el m u n d o de los
valores so n m ero s sím bolos, cauces accidentales p o r los que
se vierte la energía divina. Y co m o la d iv in a energía, m e ­
dian te s u m ágica asim ilación de la m ateria, h a creado esas
cosas p a ra expresarse a sí m ism a, resu lta que so n sím bolos
no sólo en su uso, sin o tam b ién en su origen y n atu raleza.
U n e sp íritu persu ad id o de que vive entre cosas que, como
las p alab ras, son esencialm ente sig nificativas, convencido
de que las cosas significan la m ágica atracción llam ada
am o r, que a rra s tra tras él to d o s los objetos, es u n espí­
ritu poético en su in tu ició n , aun cuando el lenguaje que
emplee sea la p rosa. L a ciencia y la filosofía de D ante n o
te n ía n necesidad de ser puestas en verso p a ra convertirse
en poesía: eran fu n d a m e n ta l y esencialm ente poesía. C u an d o
P la tó n y A ristóteles, siguiendo el grave precepto de
Sócrates, d ecretaro n que la observación de la naturaleza
debía cesar y ser su b stitu id a p o r una in terp retació n m oral
de la m ism a, la n z a ro n al m u n d o una nueva m ito lo g ía
destinada a ocupar el lu g a r de la hom érica, la cual estaba
perd ien d o ya su a u to rid a d . E l p o d er que h ab ían perdido
los p oetas de p ro d u c ir ilusión, lo poseían en a lto grado
estos filósofos, y nadie h a estado m ás h e c h izad o p o r ellos
que D a n te . D a n te fué co n respecto al p la to n ism o y al
cristianism o, lo que H o m ero h a b ía sido co n respecto al p a g a ­
n ism o. Y sí el p la to n ism o y el cristianism o, lo m ism o que el
p ag an ism o , d ejaran u n día de ser defen d id os científicam ente,
D a n te conservaría viva su poesía y su sab id u ría, p u d ien d o
afirm arse con seguridad que las generaciones posteriores en-

T re s poetas filósofos.— 7.
v id ian m ás que desprecian su filo so fía. U n a vez desapareci­
das las absurdas controversias y las violentas pasiones que en
alguna m edida oscurecen la n a tu ra le z a de su sistem a, nadie
piensa en acusar a D a n te p o r esta m ala ciencia, p o r esta m ala
histo ria y p o r esta teología de m in u cias. E stas cosas n o
parecerán e m p añ ar su poesía, sin o c o n stitu ir partes in te ­
grantes de ella.
M il años después de H o m ero , los críticos alejan d rin o s
ex p o n ía n sus encantadores m ito s com o si fu eran u n tr a ­
ta d o de física y de m o ra l. M il años después de D an te,
podem os esperar que su escrupulosa v isión del universo,
en la cual to d o es am o r, m agia y sim b o lism o, hechice a
la h u m a n id a d exclusivam ente p o r su calidad poética. A sí
concebida, la D iv in a C o m e d ia señala el apogeo del largo
sueño d iu rn o en el que los d iálo g o s p latónicos m arcan
el com ienzo: u n a p au sa de dos m il años en la o b ra de
la ra z ó n p o lítica, d u ra n te los cuales la im aginación m oral
ex tra jo de sí m ism a u n a filo so fía alegórica, com o u n m u ­
chacho, recluido en casa d u ra n te u n día llu vioso y ten ien ­
do a su alcance lib ro s dem asiado difíciles para sus años,
pu ede tejer su p ro p ia ficción a base de los cuentos p a te r­
nales y d efin ir, con in fa n til precisión, su am ada ideal, las
b atallas y los reinos. L a edad m edia vió el bien en u n a
visión. C orresp o n d e a la nueva época co nvertir estos deli­
ciosos sím bolos en o b jetiv o s de la n a tu ra le za h u m an a .

E n u n a carta que la tra d ic ió n a trib u y e a D a n te y que fué


d irig id a a su p ro te c to r, C an g ran d e della Scala, señor de
V ero n a y V icenza, se encu en tran estas p alab ras acerca de
la D iv in a C o m e d ia : “ E l tem a de la o b ra entera, to m a d o
m eram ente en su sen tid o literal, es el estado de las alm as
después de la m uerte, co nsiderado sim plem ente com o u n
hecho. P e ro si se entiende la o b ra en su intención alegórica,
su tem a es el h o m b re en ta n to que, p o r sus m éritos y culpas
en el uso de su libre v o lu n ta d , está expuesto a recom pen­
sas y castigos” . Sin em bargo, esto n o ago ta los significa­
dos q u e pod em o s buscar en u n a o b ra de D an te. L a m u lti­
plicidad de estos significados es señalada en la m ism a caria,
p o n ie n d o com o ejem p lo el com ienzo del S alm o 1 1 4 :
"C u a n d o Israel salió de E g ip to , cu an d o la casa de Jaco b se
alejó de u n p u eb lo de lengua e x tra ñ a , J u d á se co n v irtió
en su sa n tu a rio e Israel fué su d o m in io ” . A q u í nos dice
D ante, que “ si consideram os so lam ente la letra, se nos h a ­
bla de la liberación de los h ijo s, de Israel de la tira n ía de
E g ip to en la época de M oisés; si consideram os la alegoría,
se nos da a entender n u estra redención a través de C risto ; si
consideram os el sen tid o m oral, quiere decir el traspaso del
alm a, de su presente aflicción y desdicha, a u n estado de
gracia; si consideram os el sen tid o anagógico (esto es, la
revelación co ntenida acerca de n u estro su p erio r d e s tin o ) ,
significa el paso del alm a santificada desde la servidum bre
de la corrupción terrenal a la libertad de la gloria e te rn a ” .
C u a n d o lo s h o m b res cavilaban ta n to sobre u n sencillo
tex to h asta en co n trar en él to d o s esos significados, podem os
supo n er que sus p ro p ia s obras estaban repletas, siem pre que
fuesen p ro fu n d a s, de signos alegóricos. A sí, p o r ejem plo,
en el p rim er can to del In fie r n o en co n tram o s a u n león que
m an tien e a D an te lejos de una deleitable m o n ta ñ a . Y este
león, adem ás de lo que es en el p aisaje del poem a, represen­
ta u n sím bolo del o rg u llo o del p o d er en general, del rey de
F ran cia en p a rtic u la r y de to d as las am biciones políticas que
h a n ro b a d o a D a n te su felicidad o le h a n d istraíd o de la
piedad y de la fe. A través de to d a la D iv in a C om edia ace­
chan, tras las lu m in o sa s descripciones, los ocultos significa­
dos. Y el p oem a, adem ás de ser u n a descripción del o tro
m u n d o y de las recom pensas y los castigos destinados a las
alm as, es u n a d ram ática visión de las pasiones h u m a n a s en
esta vida, una h isto ria de Ita lia y del m u n d o , u n a teoría de
la Iglesia y del E stad o , la au to b io g ra fía de un desterrado,
y la confesión de u n cristiano y de u n am ante, consciente de
sus pecados y del m ilag ro de la d iv in a gracia que interviene
para salvarle.
E l tem a p rin cip al de la D iv in a C om edia es, p o r consi­
guiente, el universo m o ral en to d o s su s p la n o s: el ro m á n ­
tico, el p o lítico , el religioso. C o n el fin de presentar g rá­
ficam ente estos hechos m orales, el p o eta llevó a cabo u n a
doble o b ra im ag in ativ a. E n p rim e r lu g ar, escogió algún
personaje h istórico q u e p u d iera ilu s tra r p lausiblem ente cada
condición del alm a. L u eg o , describió el m ism o personaje
en una actitud característica y sim bólica de cuerpo y de
espíritu, y con u n m edio am biente sim bólico y apropiado.
P erso n ificar de ta l suerte las ideas m orales sería en nuestros
días algo m u y artificioso y acaso im posible, pero en la
época de D an te to d o era favorable a esta ten tativ a. N o so ­
tro s estam os h a b itu a d o s a p ensar en los bienes y en los
m ales en cu an to fu n cio n es de u n a v id a n a tu ra l, com o cen­
tellas que surgen en el e n c u e n tro casual de los hom bres con
las cosas o con sus sem ejantes. P a ra D an te, era n a tu ra l que
fueran percibidas las distinciones m orales, n o sólo ta l com o
b ro ta n incid en talm en te en la experiencia h u m a n a , sino ta m ­
bién, y m ás auténticam ente, ta l com o están dispuestas en
el ord en de la creación. E l C read o r m ism o era, según esta
visión, u n p o eta p ro d u c to r de alegorías. E l m u n d o m aterial
era u n a p a rá b o la q u e h a b ía edificado en el espacio y que
h a b ía dispuesto p a ra la representación. L a h isto ria era una
g ra n charada. L o s sím bolos de los p o etas terrenales so n
p a la b ra s o im ágenes; los sím b o lo s del p o eta div in o eran
cosas n atu rales y acontecim ientos h u m an o s. H a b ía n sido
ideados p ara u n a fin a lid a d , y esta fin a lid a d , como tam bién
declara el C o rán , h a b ía sid o precisam ente la de p o n e r de
m an ifiesto la g ran diferencia existente en el parecer de
D io s entre el bien y el m al.
E n la cosm ología p lató n ica, las esferas concéntricas eran
cuerpos fo rm a d o s y an im ad o s p o r inteligencias de diversos
órdenes. C u a n to m ás noble era u n a inteligencia, ta n to m ás
veloz, extern a o elevada era la esfera que m ovía. D e ahí la
identificación de lo “ m ás a lto ” con lo m e jo r que ha sobre­
viv id o absurd am en te hasta n u estro s días. Y aunque D a n te
n o p o d ía a trib u ir u n a verdad literal a sus fan tasías acerca
del in fiern o , del p u rg a to rio y del cielo, creía que u n cielo,
u n p u rg a to rio y u n in fie rn o h a b ía n sido efectivam ente idea­
dos p o r D ios con el fin de albergar a las alm as poseedoras
de diferentes m érito s y n a tu ra le z a, de suerte que aunque
la im aginación del poeta, excepto cu ando se hacía eco de
la revelación d iv in a, era só lo h u m a n a y n o profética, se
tratab a, con to d o , de una im aginación auténtica y p la u ­
sible que seguía las v ía s de la n atu ra le z a y anticipaba cosas
que la experiencia p o d ría p erfectam ente co m probar. L a o b ­
jetivación de la m oralid ad p o r D ante, su arte de dar fo rm a s
visibles y m o rad a espacial a las v irtu d es y vicios ideales,
era p ara él u n ejercicio com pletam ente serio y filosófico.
D io s h a b ía creado la n atu raleza y la v id a sobre el m ism o
p rin cip io . E l m éto d o del p o eta repetía la magia del G éne­
sis. Su im aginación sim bólica reflejaba este m u n d o sim ­
bólico; era una sincera an ticipación del h echo y n o una
alegoría sim p lem en te elaborada y prem editada.
E sta situ ació n tiene una curiosa consecuencia. P ro b a b le ­
m ente p o r p rim era y ú ltim a vez en la h isto ria del m u n d o ,
guió la v isión de u n gran poeta u n a clasificación establecida
p o r u n m oralista sistem ático. A ristó teles h a b ía d istin g u id o ,
n o m b ra d o y clasificado las diversas v irtu d e s y sus c o n tra ­
rios. P ero obsérvese: si el o tro m u n d o fué hecho — como
así o currió— p a ra expresar y hacer p alp ab les estas d is tin ­
ciones m orales eternas, p ara expresarlas y hacerlas p a lp a ­
bles con to d o detalle y con to d o s sus posibles m atices y
variedades; y si A ristó teles h a b ía clasificado correctam ente
— com o así lo h iz o — las cualidades m orales, se sigue que
A ristóteles p ro p o rc io n ó (sin saberlo) el p la n fu n d am en ­
tal, p o r así decirlo, del in fie rn o y del cielo. T a l fué la
idea de D an te. C o n la É tica de A ristóteles siem pre abierta
ante él, con alguna que o tra insinuación ex traíd a del cate­
cism o, y con u n a c o n sta n te preferencia (piadosa y casi
filo só fica) p o r el n ú m ero tres y sus m ú ltip lo s, n o nece­
sita b a navegar sin carta. E l m ás v isio n ario de los tem as
— la vida después de la m uerte— p o d ría ser tra ta d o con
so b ried ad científica y p ro fu n d a sinceridad. L a v isió n n o
ten ía que ser u n su eñ o ex trav ag an te. T e n ía que ser u n a
m editación sobria, u n a profecía filosófica, u n d ram a p r o ­
bable — la m ás acerba, terrible y consoladora de to d as las
posibles verdades.
E l bien — ésta fué la idea fu n d a m e n ta l de A ristó teles y
de to d a la ética griega— , el bien es el fin al que aspira la
n atu raleza. L as exigencias de la vida no pueden ser ra d i­
calm ente perversas p o r cu an to so n jueces de to d a excelen­
cia. C o m o D a n te dice, nadie p o d ría o diar su p ro p ia alm a;
nadie p o d ría a la vez ser y contradecir la voz de sus in s­
tin to s y em ociones. U n h o m b re n o p o d ría ta m p o co odiar
a D ios, p u es si este h o m b re se conociera a sí m ism o vería
que D io s es, p o r definición, su bien n a tu ra l, el blanco ú l­
tim o de su s aspiraciones * ). C o m o era im posible, según esta
visión, que n u estras facultades fueran intrínsecam ente m a-

P u rg a to rio , X V I I , 106-11:

O r perché m a i n o n p u ó d a lla salute


A m o r del suo su b ie tto vo lg er viso ,
D a ll’o d io p ro p rio so n le cose tu te ;
E p erch é'n ten d er n o n si p u ó d iv iso ,
N i per sé sta n te , a lc u n o esser dal p r im o ;
D a q u e llo odiare o g n i a ffe to é deciso 12) .
las, to d o m a l tenía que surgir del desorden en que estas fa ­
cultades se su m ían , de su excesiva d ebilidad o fo rta le z a en
su relación m u tu a . Si la p a rte a n im a l del ho m b re era de­
m asiado fuerte p a ra su razó n , caía en la incontinencia, esto
es, en la concupiscencia, la gula, la avaricia, la ira o el o r­
g u llo . L a inco n tin en cia procedía así de u n a persecución ex ­
cesiva o a destiem po de a lg ú n b ien , de u n a parte de lo que
la n atu raleza pretende, p u es los alim entos, los niños, las
propiedades y la fa m a son bienes naturales. S egún ello,
tales pecados so n los m ás excusables y los m enos odiosos.
D a n te coloca a los qu e h a n pecado p o r el am or en el p r i­
m er círculo del in fiern o , en el lugar m ás p ró x im o a la lu z
del sol, o en la esfera superior del p u rg a to rio , en el lugar
m ás cercano al p a ra íso terrestre. D e b a jo de los am antes hay
los glotones, en u n lugar don d e u n p o eta n ó rd ic o se h a b ría
v isto o b lig ad o a colocar a los borrachínes. T o d a v ía más
ab ajo se en cu en tran los avaros, que son gentes peores porque
son m enos susceptibles de presentar la excusa de una falta
m eram ente p u e ril de d o m in io de sí m ism o.
Sin em bargo, el desorden de las facultades puede p ro ­
ceder de o tra fuente. Puede ocurrir que, m ás bien que1 los
sentidos, salga de su cauce el elem ento b rio so o com bativo,
conduciendo a los crím enes de la violencia. L a violencia,
lo m ism o que la incontinencia, es b astan te espontánea en su
origen personal, y n o sería odiosa si no infligiera e in te n ­
ta ra in flig ir d a ñ o a los o tro s, de suerte que, adem ás de
incontinencia, h ay en ella m alig n id ad . L a m alevolencia
puede tener su origen en el o rg u llo , p o r creerse u n o supe­
rio r a los dem ás, o en la envidia, po r detestar que los d e­
m ás parezcan superiores a u n o m ism o. Puede originarse
tam b ién en el deseo de venganza, p o r el resquem or su frid o
an te u n a ofensa. L o s pecados de esta clase son más graves
que los de la d isp aratad a in continencia. In tro d u ce n m ay o r
com plicación en el m u n d o m o ra l; in tro d u cen u n a in term í-
nable oposición de intereses, así com o crím enes perpetuos
y que clam an v enganza. Son odiosos. D a n te siente m enos
piedad p o r los que sufren a causa de ellos; recuerda los
sufrim ien to s que estos m alhechores h a n causado y ex peri­
m en ta u n a especie de alegría al unirse a la justicia divina,
pareciendo que él m ism o estaría dispuesto a azotarles.
N o ob stan te, peor aun que la violencia es el engaño, el
pecado de los que, al servicio de su intem perancia o de su
m alig n id ad , h a n abusado del d o n de la ra z ó n . C o rru p tio
optirn i pessima. Y con v ertir la ra z ó n , la facu ltad que esta­
blece el orden, en u n m edio de o rg a n iz a r el desorden, cons­
titu y e u n a perversidad en teram ente satánica; hace del m al
u n arte. P ero inclusive esta perversidad tiene diferentes gra­
dos, y D a n te d istingue entre diez clases de dolo o sim ple
fraude, así com o entre tres clases de perfidia.
A dem ás de estas transgresiones po sitiv as, hay u n a p o si­
bilid ad de indiferencia y pereza m o ral. C on su ardiente
n atu raleza, D a n te las odia de u n m o d o p a rtic u lar. C o l°ca a
los indiferentes en el b o rd e de su in fie rn o ; d en tro de la
p u erta p a ra que n o te n g a n esperanza, p ero fuera del lim ­
b o , p ara que te n g a n que s u frir to rm e n to s y sean e stim u ­
lados a u n a actividad ta rd ía p o r el ag u ijó n de avispas y
avispones 1) .
A estos vicios, conocidos de A ristóteles, el m o ralista ca­
tólico se veía oblig ad o a a ñ a d ir o tro s d o s; el pecado o rig i­
nal, u n a de cuyas consecuencias es la incredulidad esp o n ­
tánea, y la herejía o error, después de haber sido dada y
aceptada u n a revelación. E l pecado orig in al, y el paganism o
que lo acom paña, si no conducen a n ad a peor son u n a mera

l) I n fe r n o , III, 64 -6 6:
Q u e sti sciaurati che m a i n o n f u r v iv í
E ra n o íg n u d i, e s tim o la ti m o lto
D a m o sc o n i e da vespe ch’eran iv i 13) .
privación de lo superior e im p lican p ara la eternidad m e­
ram ente u n a p riv ació n de goce. Son castigados en el lim bo.
H ay allí suspiros, pero n o lam entos, y la única pena co n ­
siste en v iv ir en deseo sin esperanza. E ste destino corres­
pon d e sobre to d o a los h om bres nobles y clarividentes en
quienes es ta n frecuente su experiencia en esta esfera. D an te
no ha sido n u nca m ás ju sto que en esta pincelada x) . P o r
o tro lado, la herejía es u n a especie de p asión cuando es h o n ­
rada o u n a especie de fraude cu an d o es astu ta, siendo cas­
tigada, com o el org u llo , en tu m b as ardientes 2) , o, com o
la sedición, p ro d u cien d o co n tin u as h eridas y horribles m u ti­
laciones 3) .
E x c e p tu a n d o u n a s ligeras adiciones, D a n te sigue h asta
aq u í a A ristóteles, pero desde este m o m en to sobreviene u n a
gran divergencia. Si u n poeta p ag an o h u b iera concebido
la idea de describir los vicios y las v irtu d es a través de es­
cenas poéticas, h a b ría elegido episodios adecuados a la vida
h u m a n a y h a b ría p in ta d o los caracteres típ icos que fig u ra n
en ellos con su m edio am b ien te terren al, pues la m o ralid ad

1) I n fe r n o , I V , 4 1 , 4 2 :
S e m o p e r d u ti; e sol d i ta n to o ffe si,
C h e sen za spem e, v iv e m o in desio.
C f r . P u rg a to rio , III, 3 7 - 4 5 , d o n d e V i r g i li o dice:
" S ta te c o n te n ti, u m a n a gente, al quia.
C h e se p o tu to aveste veder t u t to ,
M e stie r n o n era p a rto r ir M a ria .
E dis'iar vedeste senza f r u t t o
T a i, che sarebbe lo r d isio q u e ta to ,
C h ’e tern a m en te é d a to lo r p er lu tto .
l ’dico d ’A r is to te le e d i P la to ,
E d i m o lt ’a ltri” , — E q u i c h in o la fr o n te ,
E p ia n o n disse; e rim ase tu rb a to 14) .
2) I n fe r n o , I X , 1 0 6 - 3 3 , y X .
s) Ib id ., X X V III.
pag an a es un a p la n ta que b ro ta de la tierra. N o ocurre
así en D an te. Su poem a describe este m u n d o de u n a m a ­
nera sim plem ente retrospectiva. E l prim er p la n o está o cu ­
p ad o p o r las eternas consecuencias de lo que h a pro d u cid o
el tiem po. E stas consecuencias son nuevos hechos, y no
m eram ente, com o p a ra el racionalista, los an tig u o s hechos
concebidos en su verdad. C on frecuencia tra sto rn a n en su
calidad em ocional los acontecim ientos que representan. T a l
inversión es posible p o r la teoría de que la justicia es en
cierto m o d o re trib u tiv a , de que la v irtu d n o es u n a recom ­
pensa suficiente n i el vicio u n suficiente castigo. Según
dicha teoría, esta vida contiene sólo u n a p arte de nuestra
experiencia, pero d eterm in a el resto. L a o tra v ida es una
segunda experiencia, pero n o contiene nuevas aventuras.
Se h alla enteram en te d eterm in ad a p o r lo que hem os hecho
en n u estro paso p o r la tierra, de ta l suerte que las alm as
no tienen después de la m uerte n in g u n a iniciativa.
L a teoría a d o p ta d a p o r D a n te representa u n a m ediación
entre dos anteriores concepciones. E n ta n to que griega, c o n ­
cibe la in m o rta lid a d idealm ente, com o algo intem p o ral.
P ero en ta n to que hebraica, concibe u n a nueva ex;stencia y
un segundo y diferente saboreo de la vida. D a n te piensa
en u n a segunda experiencia, pero en u n a experiencia que es
com pletam ente retrospectiva e in m u ta b le . Es un epílogo que
resum e el d ram a y es su ú ltim o episodio. L a finalidad de
este epílogo n o consiste en p roseguir in d efin id am en te la re­
presentación; ta l n oción ro m á n tic a de la in m o rta lid a d no
pen etró n u n c a en la m en te de D a n te . L a fin a lid ad del ep í­
logo consiste m eram ente en v in d icar (d e u n a m anera más
inequívoca de lo que p o d ría hacerlo el d ram a m ism o, m al
rep resen tad o ) la excelencia de la b o n d a d y Ia m iseria del
vicio. Si esta v id a lo fuera tod o , el m alv a d o p o d ría reírse
de ella. Si n o enteram en te feliz, p o d ría , p o r lo m enos, jac­
tarse de que su destino no es peor que el de m uchos h o m -
bres buenos. N a d a in tro d u c iría entre ellos u n a ab ru m ad o ra
diferencia. L o s juicios m orales serían sum am ente im p e rti­
nentes y n o tab lem en te confusos. Si yo fuera u n sim ple a m a n ­
te de la b o n d ad , p o d ría acaso acom odarm e a esta situación.
P o d ría decir de las cosas qu e aprecio, lo m ism o que W o rd s ­
w o rth dice de L u c ía : puede n o h ab er nadie que la alabe
y pocos que la am en, pero ellos son los únicos que me
im p o rta n .
Sin em bargo, D a n te n o era m eram ente u n sim ple am ante
de las cosas b u enas: era tam b ién u n enem igo vehem ente de
la perversidad, alguien que to m a b a el m u n d o m oral por el
lado trágico y deseaba elevar sus juicios a lo ab so lu to e in f i­
n ito . A h o ra bien, cu alq u ier h o m b re vehem ente en sus p re ­
ferencias d irá p ro b a b le m e n te , con M ah o m a, T e rtu lia n o y
C alvino, que el bien queda desh o n rad o si quienes lo des­
precian resu ltan sanos y salvos y n o se arrepienten nunca
de su ab a n d o n o ; que cuan to m ás horrib les son las conse­
cuencias del m al, m ás tolerable es su presencia en el m u n d o ;
que sólo los gritos y contorsiones sem piternos de los co n ­
denados hacen posible que los san to s estén tra n q u ilo s y
convencidos de que h a y en el u niverso u n a a rm o n ía per-
ferta. E n este p rin c ip io se basa la fam osa inscripción que
D a n te p o n e en la p u e rta del in fiern o , en la cual leemos que
esta m an sió n de to rtu ra fué establecida p o r el prim er am cr,
así com o p o r la ju sticia y el poder. P rim e r am or, es decir,
am or hacia aquel bien que, m ediante el severo castigo de
quienes lo desprecian, es h o n ra d o , v indicado y a lu m b rad o
con u n resp lan d o r parecido al del sol. L o s condenados son
condenados p o r la glo ria de D ios.
N o p u ed o d ejar de p en sar que esta d o c trin a constituye
u n a gran ig n o m in ia p a ra la n a tu ra le z a h u m a n a . M uestra
cuán desesperada es, en el fo n d o , la locura de u n a filosofía
a n tro p o cén trica o egotista. E sta filo so fía com ienza p o r ase­
g u rarn o s q u e to d as las cosas h a n sido evidentem ente creadas
para su b v en ir a n uestras necesidades. Sostiene luego que
todas las cosas sirven a n uestros ideales, y revela, fin a lm en ­
te, que todas las cosas están al servicio de nuestros ciegos
odios y escrúpulos supersticiosos. P o rq u e mis in stin to s de­
claran algo ta b ú , to d o el u n iv erso , con insana violencia,
será declarado p a ra siem pre ta b ú . D a n te heredó este ap asio ­
n a m ie n to , n o in co m p atib le con su am argo y desm edido
rencor. Sin em bargo, vió algu n as veces más allá de él. C om o
m uchos o tro s videntes cristianos, deja traslu cir de vez en
cuan d o u n a concepción esotérica de las recom pensas y de los
castigos, que convierte en m eros sím b o lo s de la calidad in ­
trínseca del bien y del m al. E l castigo, parece entonces decir,
no es n ad a que se agrega al m a l: es¡ lo que la pasión m ism a
persigue: es el c u m p lim ien to de algo que h o rro riz a al alm a
que lo deseó.
P o r ejem plo, los esp íritu s recién llegados al in fiern o no
tienen necesidad de n in g ú n dem o n io que con su trid en te les
conduzca h a sta el lu g a r del castigo. Se dirigen hacia él p o r
p ro p ia v o lu n ta d 1) . D e m o d o sim ilar, las alm as del p u rg a ­
to rio se m an tien en p o r p ro p ia v o lu n ta d en la penitencia que
están cum pliendo. N in g u n a fuerza extern a las retiene, pero
h a sta que están com pletam ente p u rificadas n o pueden, p o r­
que n o quieren, absolverse a sí m ism as 2) . N o s dice allí que

!) In fe rn o , III, 1 2 4 -2 6 :

E p r o n ti so n o al trapassar del rio ,


C h e la d iv in a C iu s tiz ia g li sp ro n a
S i che la tem a si volge in disio 15) .
2) P u rg a to rio , X X L 6 1 - 6 9 :
D ella m o n d iz ia il so l vo lér fa p ro v a ,
C h e , tu tto lib ero , a m u ta r c o n v e n to
L ’alm a so rp ren d e; e d i volér le g i o v a . . .
E d io che so n giaciuto a q u esta d o glia
C in q u e n c e n t’a n n i e p i ú ; p u r m o se n tii
L ib era v o lo n tá d i m ig lio r soglia .
to d a m o n ta ñ a se estremece y p ro rru m p e en salm odias cuan­
do alg u n a alm a se lib erta y llega h a sta el cielo. ¿Es d em a­
siado p ara u n com entario decir que estas alm as cam bian de
prisió n cu an d o cam bian de ideal, y que u n estado inferior
del alm a co n stitu y e su p ro p io p u rg a to rio y determ ina su
p ro p ia duració n ? E n to d o caso, D a n te pro clam a en u n p a ­
saje de u n m o d o expreso el carácter in trín seco del castigo.
E n tre los blasfem os h a y cierto rey de T e b a s que desafió los
rayos de Jú p ite r. E ste rey se m uestra indiferente a su castigo
y dice: “ T a l com o v iv í estoy m u e rto ” . A lo que V irg ilio
responde, con u n a fuerza que D a n te n o h a b ía en co ntrado
h a sta entonces en su v o z : " ¡ O h C apaneo! es m ayor tu cas­
tig o p o r la n o extin ció n de tu soberbia. N in g ú n to rm en to ,
excepto el de tu cólera, sería para tu fu ro r pena adecua­
d a ” x) . Y ciertam ente, la im aginación de D an te no puede
exceder, n i siquiera igualar, los h o rro res que los hom bres
se h a n a tra íd o en este m u n d o . Si tu v iéram os que elegir la
m ás espantosa de las escenas del In fie rn o , ten d ríam o s que
escoger la h is to ria de U g o lin o , pero ésta n o es sin o u n a
p á lid a n a rra c ió n de lo que h a b ía realm ente presenciado Pisa.
U n caso m ás su til e in teresante, bien que m enos obvio,
puede encontrarse en el castigo de P a o lo y Francesca di
R im in i. ¿Q ué es lo que hace ta n desdichados en el in fiern o
a estos am antes? E stá n to d a v ía ju n to s . ¿Puede co n stitu ir
u n castigo p a ra los am antes el ser eternam ente arrastrados
p o r los vientos u n o en b razo s de o tro ? E s ju stam en te lo
que, de pod er h a b la r, h a b ría escogido su p a sió n . E s lo que
la p a sió n busca y quisiera p ro lo n g a r p ara siempre. L a sen­
tencia d iv in a la h a to m a d o sólo de u n m o d o literal. E l des-

l) In fe rn o , X I V , 63-66:
" O C apaneo, in ció che n o n s a m m o r za
L a tu a superbia, se' fu p iú p u n ito .
N u i l o m a rtirio , fu or che la tua rabbia,
Sarebbe al tu o fu r o r d o lo r c o m p ito “ 17) .
tino m encionado es precisam ente el que, en la bien conocida
narración, desea A ucassin p ara sí m ism o y p a ra su am ante
N icolette : n o u n cielo g anado m ediante la renuncia, sino
la posesión, au n q u e sea en el in fiern o , de lo que am a e im a ­
gin a. Y u n g ra n p o e ta ro m án tico , A lfre d de M usset, ha
echado en cara a D a n te el n o haber; visto que el eterno des­
tin o que h a correspondido a P a o lo y Francesca sería, no la
ru in a de su am o r 2) , sin o su p erfecto cu m p lim iento. E sto
ú ltim o parece ser m u y cierto, p ero , ¿olvidó D an te esta v e r­
dad'? Si así fu era, ¿qué in s tin to le guió en la elección para
dichos am antes del m ism o destino que ellos h ab rían es­
cogido?
H a y g ra n diferencia entre los aprendices de la vida y los
m aestros. A ucassin y A lfred de M usset pertenecían a los
aprendices; D an te era u n o de los m aestros. P o d ía e x p eri­
m en ta r ta n p ro fu n d a m e n te com o cualq u ier m ozalb ete o
cualquier ro m án tico los nuevos estím ulos de la vida, pero
hab ía v ivido estas cosas, conocía sus posibles e im posibles

] ) La narración A ucassin et N ic o le tte es una de las composiciones,


mezcla de prosa y verso, llamadas c h a n te -fa b le , de auto¡r desconocido.
Procede del siglo X V I y narra los amores entre N icolette, cautiva
comprada a los sarracenos, y Aucassin, hijo del conde Garin (N .
del T . ) .
2) Alfred DE M usset, P oésies N o u v e lle 5, S o u v e n ir :
D a n te, p o u r q u o i d is - tu q u ’il n ’est pire m iséte
Q u ’u n so u v e n ir hereu x dans les jo u r s de d o u leu r?
Q u e l chagrín t ’a d ic té cette p a ro le am ere,
C ette o ffe n s e au m a lh e u r í
. . C e b la sp h ém e v a n té n e u ie n t p a s d e to n coeur.
U n so u v e n ir h e r e u x est p e u t-é tre sur ierre
P lu s vra i que le b o n h e u r . . .
E t c’est á ta F ran^oise, á to n ange de gloire,
Q u e tu p o u v a is d o n n e r ces m o ts á p ro n o n c er,
E lle q u i s ’in te r r o m p t, p o u r conter son histoire,
D ’u n éternel baiser! 18) .
consecuencias, h a b ía visto su relación co n respecto al resto
de la n atu ra le z a h u m a n a y a u n ideal de p a z y felicidad
definitivas. H a b ía descubierto la necesidad de decirse co n ti­
nuam ente a sí m ism o : debes renunciar. Y p o r esta ra z ó n
n o necesitaba p a ra el in fie rn o m ás a d o rn o s que los ideales
y realizaciones literales de nuestras pequeñas pasiones ab so ­
lutas. E l alm a poseída p o r alg u n a de estas pasiones tiene,
sin em bargo, o tra s esperanzas. E l am o r m ism o sueña con
algo m ás que con la m era posesión. P a ra concebir la feli­
cidad, debe concebir u n a v id a en u n m u n d o variado, lleno
de acontecim ientos y actividades que co n stitu y an entre los
am antes vínculos nuevos e ideales. Pero el am or ilícito no
puede alcanzar esta m anifestación pública. E stá condenado
a la m era posesión — posesión en la oscuridad, sin un am ­
biente, sin u n fu tu ro . Es am o r entre ruinas. Y es precisa­
m ente éste el to rm e n to de P ao lo y Francesca — am or entre
las ru in as de ellos m ism os y de to d o lo que h u b ieran p o d id o
poseer p a ra entregarse. E ntrég ate, nos diría D ante, entrégate
co m p letam en te a u n am o r que n o sea m ás que am or, y
estarás ya en el infierno. Sólo un p oeta in spirado p o d ría
ser u n ta n p e n e tra n te m oralista. Sólo u n p ro fu n d o m o ra ­
lista p o d ría ser u n ta n trág ico poeta.
E l m ism o tie n to y fin a sensibilidad que aparecen en estos
pequeños d ram as m orales, aparecen tam bién en el paisaje sen­
tim en talm en te afín en q u e cada episodio se desarrolla. E l
p o e ta lleva a cabo la h a z a ñ a que atrib u y e al C reador; evoca
u n m u n d o m aterial p a ra que sea escenario de las actitudes
m orales. L a im aginación p o p u la r y los precedentes de H o ­
m ero y V irg ilio le h a b ía n conducido, ciertam ente, h a sta la
m ita d del cam ino en esta la b o r sim bólica, com o hace siem ­
pre la trad ició n con u n p oeta a fo rtu n a d o . Desde la m ás
rem o ta an tig ü ed ad , la h u m a n id a d h a b ía concebido u n os­
curo in fie rn o subterráneo h a b ita d o p o r desdichados espec­
tros. E n los tiem pos cristianos, estas som bras se h a b ía n
co n v ertid o en alm as p erdidas, a to rm e n ta d a s p o r espantosos
dem onios. P ero D ante, que tenía d ela n te de él la carta aris­
totélica de los vicios, h iz o de esas vagas cavernas b o rras-
cosas, u n la b e rin to sim étrico. Siete terraplenes descendían,
u n o tras o tro , hacia las aguas de la lag u n a E stigia, la cual
ro d eab a a su vez los fuertes m u ro s de la C iu d ad de D ios, o
P lu tó n . D e n tro de estos m u ro s o tro s dos terraplenes con­
ducían al b o rd e de u n precipicio p ro d ig io so — tal vez de
una p ro fu n d id a d de m il m illas— q u e fo rm ab a el foso del
infiern o . E n el fo n d o de éste, descendiendo to d av ía suave­
m ente hacia el centro, h ab ía diez z a n ja s o surcos concéntri­
cos que encerraban diez clases de m alv ad o s. Y , fin alm en te,
u n ú ltim o escarpado precipicio conducía al lago helad o de
C ocito, en el m ism o centro de la tierra, en m edio del cual
L u cifer se h elab a entre los m ás bajos traidores.
L a precisión y el h o rro r, la representación gráfica y la
verdad m o ral n o h a n estado nunca ta n m aravillosam ente
com binadas com o en la descripción de este infierno. C on
to d o , la concepción del p u rg a to rio es m ás o riginal y acaso
m ás poética. E l acceso al lu g a r es encan tad o r. T en em o s por
vez prim era noticias de él m ed ian te la fa ta l av en tu ra a tri­
b u id a p o r D a n te a U lises. Im p acien te en Itaca después de
su regreso de T r o y a , el héroe h a b ía convocado a sus com ­
p a ñ e ro s sobrevivientes p a ra u n ú ltim o v iaje de exploración.
N avegó con ellos h a sta m ás allá de las colum nas de H é r­
cules, b o rd ean d o la costa africana, y después de tres meses
de perm anencia en alta m a r v ió u n a m o n ta ñ a descom unal,
u n g ra n co n o tru n c a d o q u e su rg ía d e la n te de él. E ra la isla
y la m o n ta ñ a del p u rg a to rio , en los m ism os an típ o d as de
Jeru salén . A n tes de que U lises p u d ie ra desem barcar allí, lo
a rra stró u n a borrasca, y su galera se h u n d ió p o r la p ro a en
aquel m ar ag itad o y a la v ista de u n n u ev o m u n d o . A sí, la
ausencia p ag an a de salvación debe conducir, p o r alg ú n f a tí­
dico im pulso, cerca de la m eta.
i C u á n fácil es, p o r o tro lado, el é x ito p a ra los bendecidos
p o r la gracia! D esde las bocas del T íb e r, donde se congre­
gan las alm as de los cristianos después de la m uerte, un li­
gero esquife p ilo te a d o p o r u n ángel e im p u lsa d o únicam ente
p o r su s blancas alm as, surca v e lo z el m a r hacia la m o n ta ñ a
del p u rg a to rio , deposita a llí los espíritu s que conduce y re­
gresa el m ism o d ía a la desem bocadura del río. E so en lo
que se refiere a la llegada al p u rg a to rio . C u a n d o u n esp íritu
desem barca en él encuentra am p lias y suaves las faldas de
la m o n ta ñ a . P e ro la cuesta se hace m u y p ro n to dura y escar­
pada, D espués de h ab er atravesado la estrecha p u e rta del
arrep en tim ien to , debe colocarse sob re cada u n o de lo s bordes
que rod ean la m o n ta ñ a a diferentes a ltu ra s h asta que sea
p u rific a d o cada u n o de sus pecados, p a sa n d o al borde m ás
a lto si es culpable de los pecados q u e en el m ism o se expían.
L a m o n ta ñ a es ta n alta que su cim a p e n e tra en la esfera de
la lu n a , p o r encim a del alcance de las tem pestades de la
tierra. E sta cim a, consistente en u n a ancha, lla n u ra circular,
contiene el ja rd ín del E dén, regado p o r los ríos L eteo y
E u n o e : el p rim e ro p a ra b o rra r to d o s los recuerdos penosos;
el segundo, para ilu m in a r y aclarar todos los buenos p ensa­
m ientos. D esde este lugar, que ro z a literalm ente la p arte
in fe rio r del cielo, es fácil v o la r desde u n a esfera a otra.
L a a stro n o m ía de la época de D a n te estaba bellam ente de
acuerdo con su tarea poética. D escribía y m edía u n firm a ­
m e n to que era id en tificad o con el cielo p o stu m o de los san­
tos. L as invisibles esferas de esta a stro n o m ía ten ían com o
centro de sus rotaciones la tierra. L as su b lim es com plicacio­
nes de este sistem a ptolem aico se h a lla b a n día y noche p re ­
sentes al esp íritu de D a n te . Éste se complace en decirnos en
q u é constelación sale o se p o n e el sol, y q u é p o rció n del cielo
se halla entonces en los an típ o d a s. T ie n e en su m ente un
p la n e ta rio que le m u estra en cada m o m e n to dad o la p o si­
ción de cada estrella.

Tres poetas filósofos.— 8.


T a l constante exhibición de la erudición astronóm ica
puede parecem os p u eril o pedante, m as la situación a stro ­
nóm ica ten ía p ara D a n te el en can to de u n paisaje, lite ra l­
m en te repleto de las m ás m aravillosas luces y som bras.
T e n ía tam b ién el encanto de u n penoso descubrim iento que
develaba los secretos de la n a tu ra le z a. P e n sar rectam ente,
ver las cosas ta l com o son o ta l com o deberían n atu ralm en te
ser, le interesaba m ás que im a g in a r cosas im posibles, y en
esto m uestra n o falta de im aginación, sino verdadero poder
y m ad u rez im a g in a tiv a . S ó lo aquellos de n o so tro s que so­
m os dem asiado débiles p a ra concebir a fo n d o el m u n d o real
o dem asiado cobardes p a ra e n fre n ta rn o s con él h u im o s hacia
las vulgares ficciones que nos parecen suficientem ente puras
para la relig ió n o la poesía. E l capricho no es en D an te
vacío o a rb itra rio ; es serio, basado en el estudio de las cosas
reales. A d o p ta su m ism a tendencia y ad iv in a su verdadero
destino. S u arte es, en el sentido griego o rig in ario , u n a im i­
tación o reproducción de la n a tu ra le z a, u n a anticipación, del
d estin o . P o r esta ra z ó n se in co rp o ran a sus versos curiosos
detalles de la ciencia o de la teología. C o n la h o n ra d a fe y
sim plicidad de su época devora estas interesantes im ágenes
que le ayudan a aclarar los m isterios de este m u ndo.
C ierta especie de sensualism o o de esteticism o h a decre­
ta d o en nuestros días que la teoría n o es poética, como si
to d as las imágenes y emociones que sacuden u n a m ente cul­
tiv a d a n o estuvieran satu rad as de teoría. E l predom inio de
tal sensualism o o esteticism o sería suficiente p ara explicar
la im potencia de las artes. L a vida de la teoría n o es m enos
h u m a n a o m enos em ocional que la v id a de los sentidos; es
m ás típicam ente h u m a n a y m ás p ro fu n d a m e n te em ocional.
L a filo so fía es u n a especie de experiencia m ás intensa que la
vida cotidiana, del m ism o m o d o que la m úsica p u ra y sutil,
oída en estado de recogim iento, es algo más p ro fu n d o y
m ás intenso que el rugido de las to rm e n ta s o el alb o ro to de
las ciudades. P o r esta razó n , cuando u n poeta no es insen­
sato, la filo so fía se in co rp o ra de m o d o inevitable a su poe­
sía, p o r cuanto se ha in co rp o rad o antes a su vida. O , m ejor
dicho, el detalle de las cosas y el detalle de las ideas se' in ­
corporan igualm en te a sus versos cuando am bos se encuen­
tran en el sendero q u e le h a conducido a su ideal. P oner en
poesía objeciones a la teo ría sería com o p o n er objeciones a
las p alabras, pues las p alab ras son tam b ién sím bolos que
carecen del carácter sensual de las cosas que representan. Y ,
sin em bargo, es só lo p o r la red que las p a la b ra s tienden
sobre las cosas al evocarlas que la poesía surge. L a poesía
es u n a atenuación, u n retoque, u n eco de la cruda expe­
riencia; es p o r sí m ism a u n a v isión teórica de las cosas a
u n a p ru d e n te distancia.
H asta entonces o desde entonces n o h a v iv ido u n poeta
en u n paisaje ta n a m p lio com o aquel en que v ivió D an te ,
pues n u estro s tiem pos y distancias in fin ito s son de poco
valo r poético m ien tras no tengam os u n a im agen gráfica con
que llenarlos. L o s espacios de D a n te estaban llenos; a m ­
pliaban hasta los lím ites de la im aginación h u m a n a las m o ­
radas y destinos de la h u m a n id a d . A u n q u e los santos no
h a b ita b a n literalm ente en las esferas, sin o en el em píreo,
cada esp íritu podía m anifestarse en aquella esfera cuyo ge­
n io fuese m ás a fín al suyo. E n la v isión de D an te , los
espíritu s aparecen com o p u n to s lu m in o so s de los cuales p r o ­
ceden las voces, así com o cierto resp lan d o r. E xcepto re p ro d u ­
cirnos sus p alab ras (q u e versan u su alm en te sobre las cosas
de la tie r r a ) , D a n te n os dice poco acerca de ellos. C ierto es
que al fin al nos da u n a visión de la esfera celestial: filas y
más filas de san to s están sentados como en u n a n fite atro y
la d iv in id ad los abarca en form a de u n trip le arco iris con
u n a apariencia h u m a n a en el cen tro . P ero esto es, según se
confiesa ya, u n m e ro sím b o lo , u n a p in tu r a algo convencio­
nal a la cual D a n te recurre de m ala gana a falta de u n a
m ejor im agen que reproduzca su in ten ció n m ística. L o que
no s puede acaso a y u d a r a ad iv in ar esta in ten ción es el hecho,
ya m encionado, de que, según él, las esferas celestiales no
co n stitu y en la sede verdadera de n in g u n a alm a h u m a n a ; de
que las alm as p u ra s las atraviesan con velocidad y facilidad
cada vez m ayores a m edida que se a p ro x im a n a D ios, y de
que los o jo s de B e a triz — la revelación de D io s al h o m b re —
son solam ente espejos que devuelven, m eram ente reflejadas,
la belleza y la lu z.
E stas insinuaciones sugieren la d o ctrin a de que1 la fin a li­
dad de la vida n o es sin o el seno de D io s, es decir, no cu al­
quiera fo rm a fin ita de la existencia, p o r excelente y su p e­
rio r que sea, sino u n a com pleta desaparición y absorción en
la d iv in id a d . A sí lo h a b ía n p e n sa d o los neoplatónicos, de
quienes procede to d o este paisaje celestial, y las reservas que
a ta l visión opone la o rto d o x ia cristiana n o h a n estado
siem pre presentes al esp íritu de los m ísticos y de los poetas
cristianos. D a n te ro za ju sta m e n te esta m ism a cuestión en la
m em orable en trev ista que tiene con el esp íritu de Piccarda
en el tercer canto del Paraíso. Piccarda se encuentra en la
esfera in ferio r del cielo, la esfera de la lu n a in co n stan te-, p o r ­
que después de h a b e r sido ra p ta d a de su co n vento y casada
a la fuerza n o se sin tió im p u lsad a a re n o v a r sus anteriores
votos. D a n te le p re g u n ta si n o an hela alguna vez u n estadio
m ás elevado del paraíso, m ás p ró x im o a D io s, el fin de to d a
aspiración. E lla le responde que p a rtic ip a r de la v o lu n ta d
de D ios, que ha fu n d a d o en su casa m uchas d iferentes m a n ­
siones, significa ser verdaderam ente u n o y m ism o con Él.
D esear estar m ás cerca de D io s a rra stra ría al alm a m ás lejos
de lo debido, pues se o p o n d ría al o rden establecido *).
3) P aradiso, III, 7 3 - 9 0 :
“Se d isiassim o esser p iü superne,
F ó ra n d isco rd i gli n o stri d isiri
D a l voler d i C o tu i che q u i n e ce rn e . . .
P o r lo ta n to , el sa n to cristiano ten ía que conservar, i n ­
clusive en el cielo, su esencial fidelidad, su separación y su
h u m ild a d . T e n ía que sentirse to d av ía desvalido y p erdido
en sí m ism o, com o T o b ía s , siendo feliz solam ente en ta n to
que el Á ngel del Señor fe sostenía p o r la m an o . Para Pic-
carda, decir que acepta la v o lu n ta d de D io s significa, no
que p articip a de ella, sin o que se som ete a ella. E sta ría d is­
puesta a ir gustosam ente m ás allá, pues su n atu ralez a m oral
lo exige, como D a n te — incorregible p la tó n ic o — h a perci­
b id o perfectam ente. P e ro n o se atreve a m encionarlo, pues
sabe que D ios, cuyos p en sam ien to s n o son los de ella, lo
h a p ro h ib id o . L a esfera in co n stan te de la lu n a n o le p r o ­
p o rcio n a u n a perfecta felicidad, p e ro c o m o es virtu o sa dice
que le o to rg a u n a felicidad suficiente, to d a la que tiene el
coraje de esperar u n corazó n aflig id o y co n trito .
T a le s so n las inspiraciones antagónicas q u e se encuentran
b a jo las a tractiv as a rm o n ía s del Paraíso. L o que estaba aq u í
en conflicto n o era el alm a del p o eta; eran sólo sus trad ic io ­
nes. L o s conflictos de su p ro p io esp íritu h a b ía n sido relega­
dos a o tras regiones, a la era de la tierra que contem plaba
m arav illad o desde las a ltu ra s del cielo *), so rp ren d id o de

E la sua v o lo n ta d e é n o stra pace.


E lla é q u el m a te al qual tu t to si m u o v e
C ió c h ’ella cria, o che natura face. —
C h ia r o m i f u allor c o m ’o g n i d o ve
I n cielo é P aradiso, etsi la grazia
D el S o m m o B en d ’u n m o d o non v i p io v e 19) .

*) P aradiso, X X I I , 1 3 3 - 3 9:
C o l viso rito rn a i per tu n e q u a n te
L e sette spere: e v id i q a esto g lo b o
T a l, c h ’io sorrisi d e l su o v i l sem b la n te.
E q u e l co n sig lio per m ig lio re a p p ró b o
C h e l’ha per m e n o : e chi ad ,altro pensa,
C h ia m a r si p u o te vera m en te p r o b o 20) .
que los h o m b res abracen tan ap asionadam ente esas tr ib u ­
laciones de h o rm ig as cuando los m ejores son, según dice
D an te, los que m enos piensan en ellas.
E n esta frase el p o eta tiene acaso conciencia de u n a fa lta
p erso n al, pues D a n te estaba lejos de la perfección, inclusive
com o poeta. E ra dem asiado u n h o m b re de su tiem po y con
frecuencia escribía con una pasión no depurada p o r el juicio.
E s ta n to lo que nos d o m in a el interés p u ram en te p ersonal
y d ram ático cu an d o leem os los pasajes referentes a u n B o n i­
facio o a u n U g o lin o , que nos o lv id am o s de que estas fig u ­
ras históricas h an sido convertidas en fig u ras eternas y co n s­
titu y e n m eros frag m en to s en el m osaico de las esencias
plató n icas. E l p ro p io D a n te casi lo olvida. E l lector m oder­
no, aco stu m b rad o a las ficciones carentes de significación y
de sentido, deseoso de ser en treten id o p o r im ágenes sin p e n ­
sam ientos, puede n o ad v ertir esta fa lta de perspectiva o p u e ­
de alegrarse de ella. P ero si es ho m b re sensato, no se ale­
g ra rá m ucho tiem po. L os B onifacios y lo s U g o lin o s no son
las fig u ras v erdaderam ente p ro fu n d a s y verdaderam ente
atractiv as de la D iv in a C om edia. Son, en u n sen tid o re la ti­
vo, v u lg arid ad es que se en cu en tran en la m ism a. E n estos
casos sentim os dem asiado la vehem encia de los prejuicios o
de la ind ig n ació n del poeta. N o es, como le ocurre h a b itu a l­
m ente, ju s to ; n o se detiene a pensar, com o lo hace casi siem ­
pre. O lv id a que se h a lla en el m u n d o eterno y se sum erge
d u ran te u n o s m o m en to s en el a lb o ro to de cualquier m ercado
italian o o en la sala de consejos de cualquier faccioso con-
dottiere. L os pasajes que D a n te escribe de ta l m anera —
com o los dedicados a B onifacio y U g o lin o — son p o d e ro ­
sos y vehem entes, p ero n o son herm osos. In fa m an m ás que
descubren el o b je to de sus invectivas; sorprenden m ás que
conm ueven al lector.
Este género inferior de éxito — pues es todavía u n éxito
en retó rica— envuelve al poeta p o rq u e ha a b a n d o n a d o el
aspecto p lató n ico de su inspiración y se h a convertido p o r
unos m o m e n to s en u n ser en teram en te h istórico, en teram en­
te hebraico o ro m an o . H u b iera sido u n esp íritu in ferio r si
hubiese perm anecido siem pre en este nivel. S u p rim id as las
esferas p lató n icas y la ética aristotélica, su C om edia n o h a ­
b ría sid o divina. P a ra q u e sean verdaderam ente d ig n as de
recordación, las personas y los incidentes h a n de tener un
sentido, h an de e n co n trar su puesto en el m u n d o m oral,
h a n de ser ju zg ad o s, y ju z g a d o s rectam ente, en, su d ig n id ad
y valor. U n sen tim ien to casual perso n al hacia ellos, p o r
apasio n ad o que sea, no puede ocupar el lu g ar que corres­
ponde a la penetración afectiva que com prende y a la am plia
experiencia que ju zg a.
U n a vez m ás Cy esto es fu n d a m e n ta l en D a n te ) : el am or,
tal com o lo siente y lo expresa, n o es u n am or n o rm al o
sano. Es, sin d u d a, b a sta n te real, pero dem asiado lim ita ­
do y expresado dem asiado caprichosam ente, de suerte que
cuando se a m p lía p lató n icam en te y se id en tifica con la g ra­
cia de D io s y con la sa b id u ría revelada, sospecham os que
si h u b ie ra sido n a tu ra l y v iril, h a b ría ofrecido m ás resisten­
cia a u n a tra n sfo rm a c ió n ta n m ística. E l poeta que desea
pasar convincentem ente del am o r a la filosofía (y esto p a ­
rece u n progreso n a tu ra l p ara u n p oeta) debe ser u n am ante
cordial y com pleto — u n a m an te com o G oethe y su F a u s­
to — m ás bien que com o P la tó n y D a n te . T a m b ié n F a u sto
pasa de G retchen a H elena y regresa de nuevo, y G oethe
tran sitó todavía más de u n lugar a o tro . Si alguno de estos
trán sito s hubiera conducido a algo que n o solam ente fuera
am ado, sino que m ereciera serlo, que n o so lam ente p u d iera
in sp irar to d a u n a vida, sin o que ta m b ié n debiera in sp irarla,
h a b ría m o s tenido entonces u n au tén tico progreso.
A dem ás, D an te h a b la dem asiado acerca de sí m ism o. E n
cierto sentido, este eg o tism o es u n m érito o, cuando m enos,
u n m o tiv o de interés p ara n o so tro s, los m odernos, pues el
egotism o es la actitu d característica de la filo so fía m oderna
y del sen tim ien to rom ántico x) . A l ser egotista, D a n te se
ad elan tó a su época. Su filo so fía h u b iera p erdido u n a d i­
m ensión p ro fu n d a y su poesía un elem ento patético si no
se h u b iera colocado a sí m ism o en el centro del escenario y
si n o h u b iera descrito todas las cosas como experiencias
p ro p ias o com o revelaciones que se le hicieran con vistas a
su salvación personal. P ero el egotism o de D ante va m ás
allá de lo necesario p a ra que la com prensión trascendental
esté ausente de su filosofía. Se extiende ta n lejos que p r o ­
yecta la so m b ra de su p erso n a n o sólo sobre las galerías del
p u rg a to rio (com o n os anuncia re p e tid a m e n te), sin o ta m ­
bién sobre to d a Ita lia y to d a E u ro p a , las cuales contem pló
y ju z g ó b a jo la evidente influencia de los resentim ientos y
pasiones privadas.
A dem ás, u n a p ersonalidad pro y ectad a de m odo tan i n ­
sistente n o es siem pre d ig n a de contem plación. D a n te es
m u y o rg u llo so y m u y severo. A l m ism o tiem po, es curiosa­
m ente tím id o , y el lector puede cansarse algunas veces de sus
p erp etu o s tem blores y lágrim as, de sus arran ques y co m p li­
cadas dudas. U n h o m b re que se sabe b a jo la especial p ro ­
tección de D io s y de tres celestiales dam as, que tiene com o
guía a u n sabio y a u n m ago de la ta lla de V irg ilio hubiera
po d id o considerar inclusive el in fiern o con u n poco m ás de
confianza. ¡C u án lejos se h a lla este estrem ecido y pasm ado
filó so fo del risueño coraje de F a u sto que, al ver1su p erro de
aguas convertirse en m o n stru o , luego en n ube y, finalm ente,
en M efistófeles, dice en seguida: E s to era, pues, la esencia
del perro, D as also w ar des P u d els K ern. D a n te era, sin
d u d a, u n h o m b re m edieval, y la co ntrición, la h u m ild ad

! ) E g o t i s m o se e m p l e a a q u í en u n se n tid o t o d a v í a m i s p ey o r a t i v o
que egoísmo, el cual puede ten er m u ch as veces u n aspecto noble, tal
com o G oethe p o n e de m an if ie sto en los A ñ o s de viaje de W ilh e lm
M eister (N. del T . ) .
y el tem o r al d iab lo eran en aquellos d ías grandes virtudes.
Pero la conclusión a que debem os llegar es precisam ente la
de que las virtudes de aquellos días n o son las m ejores
v irtu d es y de que u n p o e ta que represente tal época no p u e­
de ser u n vocero leal n i d efin itiv o de la h u m a n id a d .
A caso hem os ya p asad o a h o ra revista a los objetos p rin c i­
pales que p o b la ro n la im aginación de D a n te , a los p rin c ip a ­
les o b jeto s en el cen tro de los cuales n o s tra n s p o rta su poesía,
Y sí el genio de u n poeta nos conduce h a sta su m u n d o en­
can tad o , el carácter de este m u n d o d eterm in ará la calidad
y la d ig n id a d de su poesía. D a n te nos tra n sp o rta , con evi­
dente fuerza, p rim ero hacia la atm ó sfera de u n am o r v isio ­
nario, y luego hacia la h isto ria de su conversión, afectada
p o r este am or o po r la div in a gracia que con él se identifica.
E l su p rem o ideal a que le c o n d u jo su conversión es expre­
sado p o r él m ediante la n atu ra le z a u n iv ersal y es encarnado
entre los h o m b res p o r la doble in stitu c ió n de u n a religión
revelada y de u n im perio p rovidencial. P a ra rastrear el
destino de estas institu cio n es se nos conduce1 h asta el p a n o ­
ram a de la h isto ria entera, con sus g ran d es crisis y grandes
hom b res, y especialm ente h a sta el p a n o ra m a de la Ita lia de
su tiem po, donde contem p lam o s los crím enes, las virtudes y
los in fo rtu n io s de los hom bres p ro m in en tes ta n to en fo m e n ­
tar como en o b stacu lizar el ideal de la cristiandad. T o d a s es­
tas p erso n as son colocadas ante n o so tro s con la sim p a tía y
la sencillez de un d ra m a tu rg o , pero n o se tra ta de un m ero
carnaval, de una d a n z a m acabra, pues por encim a de la
confusa refriega de los p artid ism o s y de las pasiones escu­
cham os la v o z firm e, la im placable sentencia del p ro feta
que los ju zg a.
D o ta d o así del m ás delicado sentido del color y del m ás
firm e arte del d ib u jo , D a n te ha colocado en su lienzo el
m u n d o entero. E ste m u n d o se m an ifiesta allí com pleto,
claro, h erm o so y trágico. E s v iv id o y veraz en sus detalles,
sublim e en su m archa y en su arm o n ía. N o es una poesía
en la que las partes son m ejores que el to d o . A q u í, como
en u n a g ran sin fo n ía , to d o se integra y ap o y a : el com pás
se guarda, la ten sió n au m en ta, el v o lu m en redobla, la fin a
m elodía se re m o n ta cada v ez m ás alta, y to d o term ina, no
con u n estrépito rep en tin o , n o con un incidente casual, sino
m ediante un reflejo so stenido en el sentido de que n o ha
term in ad o , sino de que perm anece p a ra n o so tro s en su inre-
gridad co m o u n a revelación y u n recurso eternos. N os ha
enseñado a am ar y a ren u n ciar, a ju z g a r y a adorar. ¿Q ué
m ás p o d ía hacer u n poeta? D a n te p o etizó la vida y la n a tu ­
raleza ta l com o las en co n tró . Su im aginación d o m in ab a y
abarcaba el m u n d o entero. P o r ello alcanzó la ú ltim a m eta
a que puede aspirar u n p o e ta : dejó establecida la n o rm a de
to d a posible h a z a ñ a poética, se co n v irtió en el tip o del poe­
ta suprem o. E sto n o quiere decir que sea el “ m ás g rande”
de los poetas. E l m érito relativ o de los poetas es u n tem a
de estériles discusiones. E l p ro b lem a puede constantem ente
plantearse siem pre que surja u n crítico de tem peram ento
original o con u n nuevo criterio. M enos a u n necesitam os
decir que n o puede ya aparecer jam ás un p o eta m ás g ra n ­
de. P odem os co n fiar en que o cu rrirá lo contrario. P ero
D an te nos p ro p o rc io n a u n a fo rtu n a d o ejem plo de la más
alta especie de poesía. Su poesía abarca to d o el cam po de
que puede extraerse lo poético y al cual puede aplicarse lo
poético, desde los m ás recó n d ito s lugares del corazón h asta
los lím ites m ás extrem os de la n a tu ra le z a y del destino. Si
d ar v a lo r im ag in ativ o a algo es la tarea m ín im a de u n
poeta, d a r valo r im ag in ativ o a to d as las cosas y a l sistem a
de las cosas es evidentem ente su m á x im a faena.
D a n te realizó esta tarea, desde luego b a jo especiales lim i­
taciones y condiciones de tip o perso n al y social. P ero la
realizó y con ello cu m p lió las condiciones de la suprem a
poesía. E l p ro p io H o m ero , com o actualm ente em pezam os a
com prender, padecía de cierto convencionalism o y un ilate-
ralid ad . Su arte ig n o ró m uchas cosas de la v ida y de la reli­
g ió n de su época. E ra u n arte a d u la d o r y eufem ístíco. T e ­
n ía u n a especie de su av id ad penetran te, com o la que a ctu al­
m ente asociam os con un elegante serm ón. E ra tina poesía
que se dirigía a la casta superior, a los conquistadores, y
exten d ía u n in ten cio n ad o hechizo p o r encim a de sus pasadas
b ru talid ad es y de sus presentes decepciones. E n D a n te no
encon tram o s ta l p arcialid ad ; p in ta lo que odia con ta n ta
fra n q u e z a com o lo que am a, y es en to d as las cosas com ­
pleto y sincero. Si ta l sen tid o de las proporciones es alcan­
za d o nuevam ente p o r u n poeta, n o lo será sin duda por
un p oeta de lo so b ren atu ral. D esde ah o ra en adelante, lo
so b re n a tu ra l h a de fig u rar p ara cualquier im aginación a m ­
plía y h o n ra d a com o u n a idea de la m ente h u m a n a — com o
un a parte de lo n a tu ra l. C oncebirlo de otra m anera eq u iv al­
d ría a ig n o ra r las tendencias de la época, a no expresarlas o
com pletarlas. Sin em bargo, p o r esta m ism a ra z ó n puede
esperarse que D a n te seguirá siendo el suprem o poeta de lo
so b ren atu ral, el ex p o n en te sin rival, después de P la tó n , de
aquella fase del pensam iento y del sen tim ien to en la cual lo
so b ren atu ral pareció ser la clave de la n a tu ra le z a y de la
felicidad. É sta es la hipótesis m ed ian te la cual m ejor se h a
alcan zad o h asta ah o ra la u n id a d m o ra l en este m u n d o . A q u í
tenem os, pues, la m ás com pleta idealización y com prensión
de las cosas realizada hasta ah o ra p o r la h u m a n id a d . D a n ­
te es el tip o del perfecto poeta.
EL F A U S T O DE G O E T H E
EL F A U S T O D E G O E T H E

A l acercarnos al tercero de n uestros p o etas filósofos puede


interponerse un escrúpulo en nuestro esp íritu. Lucrecio fué
in d u d ab lem en te un poeta filó so fo ; to d o su poem a está
dedicado a exponer y a defender u n sistema de filosofía.
E n D a n te el caso es a p ro x im a d a m e n te ta n evidente. L a
D iv in a C om edia es u n poem a p e rso n a l y m o ral, p ero n o
só lo h a y m u ch o s pasajes explícitam ente filosóficos, sino
que el c o n ju n to es in sp irad o y d irig id o p o r el m ás preciso
de los sistem as religiosos y de los códigos m orales. D a n te es
tam bién inequívocam ente u n poeta filó sofo. Pero, ¿fué
G oethe u n filósofo? ¿Y es el F austo u n poem a filosófico?
Si asentim os a ello, debe ser d a n d o cierta a m p litu d a
nuestras p alab ras. G oethe fué el h o m b re más ilu stra d o de
la h u m a n id a d ; dem asiado ilu stra d o acaso p a ra ser u n filó ­
sofo en el sen tid o técnico del vocab lo o p a ra som eter este
m u n d o salvaje a la o rto p e d ia de u n a term in o lo g ía s u til­
m ente cerebral. E s cierto q u e fué d u ra n te to d a su vida un
p a rtid a rio de S p in o za y que puede ser lla m ad o sin vacila­
ción u n n a tu ra lista en filo so fía y u n pan teísta. Su
ad h esió n a la a c titu d general de S p in o z a n o excluía, sin
em bargo, u n a g ran p la stic id a d y lib e rta d en sus p ro p ia s
concepciones, inclusive en los p u n to s m ás fundam entales.
G oethe no a d m itió así la in terp retació n m ecánica de la
n atu ra le z a p ro p u g n a d a p o r S p in o za. A trib u y ó tam bién,
p o r lo m enos a las alm as p riv ileg iad as, com o la suya, una
especie m ás p ersonal de in m o rta lid a d que la que S p in o za
h a b ía concedido. A dem ás, p ro fesó una generosa sim patía
hacia las explicaciones dram áticas de la n a tu ra le z a y de la
h isto ria h a b itu a le s en la A lem ania de su tiem p o . M as tal
idealism o trascendental, que hacía del m u n d o la expresión
de u n em peño del espíritu, era una in versión to ta l de aque­
lla convicción, tan p ro fu n d a en S pinoza, según la cual todas
las energías m orales residen en p articu lares criaturas, cente­
llas de u n m u n d o ab so lu tam en te in fin ito y sin una fin alid ad
determ inada. E n u n a p a la b ra : G o eth e no fué u n filósofo
sistem ático. Sus o piniones acerca de la m archa de las cosas y
de la significación de los grandes personajes y de las g ra n ­
des ideas fueron, realm ente, filosóficas, aunque m ás ro m á n ­
ticas que científicas. Sus ideas sobre la v id a eran nuevas
y variadas. In te rp re ta b a n el genio y la ciencia de su época.
N o expresaban u n a firm e a ctitu d p erso n al, radical, u n ifi­
cada y tran sm isible a o tro s tiem p o s y personas. Pues, des­
pués de to d o , los filó so fo s tienen sobre los literato s esta
v en ta ja : que siendo sus e sp íritu s m ás orgánicos, pueden
propagarse más fácilm ente. E sparcen m enos influencia, pero
m ás semillas.
Si de G oethe pasam os al F a u sto — y es sólo com o au to r
del F austo que lo considerarem os— la situación n o será
m enos am bigua. T a l com o lo redactó p rim ero el joven
G oethe, la filo so fía aparecía en la o b ra en prim er plan o ,
— H ab nun> ach d ie P h ilo so p h e y — , p ero aparecía allí y en
to d a la pieza m eram ente com o u n a experiencia h u m an a ,
u n a pasió n o u n a ilu sió n , u n acopio de im ágenes o u n arte
am bicioso. C ierto es que, m ás tarde, b ajo el hechizo de la
m o d a y de Schiller, G o eth e circundó sus escenas originarias
con otras, com o el p ró lo g o en el cielo, o la apoteosis de
F a u sto en la que se in sin u ab a u n a filo so fía de la v id a: la
de que quien se esfuerza y opone se ex trav ía, pero encuentra
en este ex trav ío su salvación. E sta idea cim entó to d a esa
sab id u ría satírica y m efistofélica ta n ab u n d an te en to d o el
poem a, en las partes ú ltim a s ta n to com o en las prim eras.
E ra u n a m oral que ad o rn ab a la h isto ria sin co n stitu ir su
fu n d a m e n to y sin expresar siquiera lealm ente el espíritu que
respira. El F a u sto seguía siendo u n poem a esencialm ente
rom ántico, escrito p a ra p erm itir u n desahogo a u n genio
fecundo y activo, p a ra conm over el corazón, a tu rd ir la
m ente con u n carnaval de imágenes, d iv ertir, sorprender,
h u m a n iz a r. Y si tenem os que h a b la r de filo so fía hab ía
m u c h a s m áx im as adecuadas en el p o em a, m uchas observ a­
ciones m edio ocultas que excedían en v a lo r filosófico a la
m o ra l oficial y trasn o ch ad a con q u e el a u to r lo recubría y
que ya nos ad v ertía inclusive n o to m a r dem asiado en serio J) .
E l F austo n o es, pues, u n poem a filosófico escrito en
fo rm a sincera y deliberada, pero ofrece u n a solución al p r o ­
blem a m o ral de la existencia ta n to com o los poem as de
Lucrecio y D a n te . L as filo so fías conocidas son dulces, pero
las desconocidas pueden ser m ás dulces todavía. Pueden
ser m ás p u ra s y m ás p ro fu n d a s ju sta m e n te p o r ser ado p tad as
inconscientem ente, p o r ser m ás bien v iv id as que enseñadas.
E sto n o equivale m eram ente a decir lo que p o d ría decir­
se de to d a o b ra de arte y de to d o o b je to n a tu ra l: que p o ­
d ría convertirse en el p u n to de arran q u e de u n a serie de
inferencias que n os revelarían el universo entero, com o la
flo r en el m u ro agrietado. Q uiere decir m á s bien que la
ascensión v ital hacia u n ideal preciso p e ro latente, puede
expresar este ideal, cu an d o d o m in a a una vida entera, de

!) ECKERMANN, Conversación del 6 de m ayo de 1 8 2 7 : " D a s ist


zw a c ein w icksa m ec, m anches erklárender, gatee G ed a n ke , abec es ist
ke in e Id ee die d etn G a n z e n . . . zu g r u n d e liege" 21) .

Tres poetas filósofos.— 9.


u n m odo m ás com pleto que las p alab ras m ás cuidadosa­
m ente seleccionadas.
A h o ra bien, F a u sto es la espum a en la cresta de dos g ra n ­
des olas de la aspiración h u m a n a , olas q u e se fu n d en y com ­
pen etran m u tu a m e n te : la o la del ro m an ticism o, procedente
de las p ro fu n d id a d e s del genio y de las tradiciones nórdicas,
y la ola de u n n eopaganism o, ven id o de Grecia a través de
Ita lia . N o son filo so fías que el crítico pueda leer en el
F au sto ; s o n pasiones que h ierven en el dram a. E s el d ram a
de u n a a v e n tu ra filosófica, de u n a rebelión c o n tra el conven­
cionalism o, de u n a ascensión hacia la n atu raleza, la sensibi­
lidad y la belleza, y de u n regreso a lo convencional con el
sen tim ie n to de que la n atu raleza, la sensibilidad y la belleza,
a m enos que se h a y a n e n c o n tra d o allí, n o se en contrarán
ya en absoluto. G oethe n o describe nunca, como D ante,
lo que su héroe persigue; se lim ita a describir la persecu­
ción. C o m o en el fam o so apólogo de Lessing, prefiere la
persecución del ideal al ideal m ism o, ta l vez porque, com o
en el caso de L essing, la esperanza de realizar el ideal y el
interés en realizarlo com enzaban a ab a n d o n a rlo .
E l caso se parece a lo q u e h u b iera o cu rrid o si D a n te,
en vez de reconocer y de am ar a B eatriz a p rim era vista y
de elevarse a u n a visión del m u n d o eterno ya hecho y p e r­
fectam ente dispuesto, h u b ie ra p asad o de u n am o r a o tro , de
u n a don n a gentile a o tra donna gentile, su sp ira n d o siem pre
por los o jo s de B e a triz sin encontrarse jam ás con ellos. L a
D ivin a C om edia h ubiera sido entonces solam ente h u m an a,
pero h ab ría sugerido y req u erid o la m ism a perfección que
describe. Y sin expresar esta perfección, n u estra com edia
h u m a n a h a b ría p o d id o p ro p o rc io n a r m ateriales e im pulsos
para ella, de suerte que si se hubiese expresado la perfec­
ción de referencia, h a b ría sido sentida con m ás p ro fu n d id a d
y com prendida m ás adecuadam ente. D a n te nos ofrece u n a
m eta filosófica y n o so tro s tenem os que evocar y rastrear el
viaje; G oethe nos d a u n viaje filosófico y n o so tro s tene­
m os que a d iv in a r su m eta.
G oethe es u n p o eta ro m án tico , u n n o velista que escribe
en verso. E s u n filó so fo de la experiencia ta l com o se o fre­
ce al in d iv id u o . E s el filó so fo de la vida, en ta n to que la
acción, el recuerdo o el so lilo q u io pueden p o n er delante de
no so tro s sucesivam ente la vida. A h o ra bien, la sustancia del
rom an ticism o consiste en to m a r lo que se sabe es u n m u n d o
a n tig u o y lejan o com o algo esencial p a ra satisfacer las em o­
ciones p articu lares de cada u n o ; E l salvaje o el anim al des­
conocedores de la n a tu ra le z a o de la h isto ria n o p o d ría n ser
en m odo a lg u n o ro m án tico s. Serían suavem ente idio tas y
aceptarían todas las cosas sin sospechar lo que h a b ía d en tro
de ellas. E l ro m á n tic o tiene que ser, pues, u n h o m b re civ i­
lizado, con el fin de que su egotism o y su p rim itiv ism o se
h agan conscientes, de que su v ida conten g a u n a rica expe­
riencia y de que su reflex ió n recorra to d as las variedades del
sentim ien to y del pensam ien to . A l m ism o tiem po, debe ser,
en su genio ín tim o , u n b árb aro , u n n iñ o y u n trascendenta-
lista, con el fin de que su v id a le parezca absolutam ente
nueva, libre, im p rev ista e im previsible. C o n stitu y e u n a
parte de su inspiración su p o n er que está creando u n nuevo
cielo y u n a nueva tierra cada vez que experim enta u n a
revolución en su tem p eram en to o en sus p ro p ó sito s. I g n o ­
ra o finge ig n o rar to d as las co ndiciones de la v id a h asta
que acaso v iv ien d o las descubre 2) . C o m o F au sto , escar-
2) F a u s t, P a r t e II, A c t o V , 3 7 5 - 8 2 :
Ich b in n u r ducch die W e lt g era n n t;
E in je d ' C e lü s t e r g r iff ich bei den H aaren,
W as n ich t g en ü g te, liess ich fa h re n ,
W as m ir entw isch te, liess ich z ie h n .
Ic h habe n u r begehrt a n d n u r v o llb ra c h t
U n d ab-ermals g e w ü n sc h t, a n d sq m it M a c h t
M e in L eb en d u r c h g e stü r m t; erst gross u n d m iich tig ,
N u n aber geht es w eise, g e h t bedachtig 22) .
nece la ciencia y está dispuesto a p ro b a r la m agía, la cual
hace de la v o lu n ta d de u n h o m b re la d u eña del universo en
que vive. R ep u d ia to d a a u to rid a d , excepto la que se ejer­
ce m isteriosam ente sobre él p o r su p ro fu n d a fe en sí m ism o.
Es siem pre h o n ra d o y valiente, pero v a ría de u n m o d o co n s­
ta n te y se absuelve de su pasado tan p ro n to com o lo ha
viv id o u o lv id ad o . T ie n e p ro p en sió n a ser díscolo y tem e­
rario , ju stificán d o se a sí m ism o m ediante la ra z ó n de que
to d a experiencia es interesante, de q u e sus fuentes son in ­
agotables y siem pre puras y de que el fu tu ro del alm a es
in fin ito . E n el héroe ro m á n tic o deben com binarse el h o m ­
bre civilizado y el bárb aro . D ebe ser el heredero de to d a
civilización y, n o o b stan te, debe aceptar la vida de u n m o d o
a rro g an te y eg o tista, com o si se tra ta ra de u n experim ento
ab so lu tam en te personal.
E sta singular com b in ació n quedaba n o tablem ente ejem ­
plificada en el D o c to r F a u sto , u n a fig u ra m edio histórica,
m edio legendaria, fam iliar a G oethe en su m ocedad a tr a ­
vés de lib ro s viejos y de fu n cio n es de títeres. A v en tu rero
en el sentido ro m á n tic o ta n to com o en el sentido vulgar de
la palabra, algo parecido a Paracelso o a G io rd a n o B runo,
el D o c to r F a u sto h abía ex p erim en tad o el m isterio de la
n atu raleza, h ab ía despreciado la a u to rid a d , dado crédito a
la m agia, v iv id o en la im p o stu ra y h u id o de to d a prudencia.
Sus alardes blasfem os y su ru in conducta, ju n to con sus
artes mágicas, h a b ía n hecho de él, aun d urante el tiem po
de su vida, u n personaje escandaloso e interesante. A penas
h a b ía m u erto que ya innu m erab les leyendas se recogían acer­
ca de su v ida. Se d ijo que h a b ía v en d id o su alm a al diablo
a cam bio de v e in tic u a tro años de alocados placeres sobre
la tierra.
E sta leyenda im plicaba u n ejem p lo terrible y edificante,
u n a advertencia a to d o s los cristianos p ara que evitaran las
celadas de la ciencia, del placer y de la am bición. T o d o esto
h ab ía enviado al D o c to r F a u sto al fuego del in fiern o ; su
cadáver, en co n trad o con el ro stro pegado al suelo, no p u d o
ser v u elto de espaldas a la tierra. Sin em bargo, debem os
sospechar que au n en los com ienzos la gente reconoció en
el D o c to r F a u sto u n colega valiente, u n re p ro b ad o algo
envidiable que se h ab ía atrevido a saborear las buenas cosas
de esta vida p o r encim a de las tristes alegrías vagam ente
p ro m etid as para la o tra. T o d o lo que el R enacim iento esti­
m aba q u ed ab a representado en él com o u n a dádiva del
diablo. Y el h o m b re m edio p o d ía m u y bien d u d ar de si
era la religión o la v ida h u m a n a lo que se hacía con ello
m enos am able. L o s autores lu teran o s del p rim sr lib ro
sobre el p a rtic u la r com prendieron, co m prendieron rectam en­
te, que todas esas cosas herm osas que h a b ía n te n ta d o a F au sto
eran poco evangélicas, paganas y papistas, pero no p o d ía n
d ejar de ad m irarlas e inclusive de codiciarlas, especialm ente
después de que los prim eros ardores de la restauración del
a n tig u o cristian ism o h a b ía n ten id o tiem p o de enfriarse.
M arlow e, que escribió sólo u n o s años m ás tarde, em pezó
la rehabilitación del héroe. Su F a u sto se condena todavía,
pero se tra n sfo rm a en la clase de p ersonaje que A ristóteles
cree representativo del héroe trágico, esencialm ente h u m an o
y noble, pero descarriado p o r algún vicio o error excusables.
E l pú b lico de M a rlo w e p o d ía ver en el D o c to r F a u sto u n
h o m b re y u n cristiano com o cualquiera de ellos, llevado
dem asiado lejos p o r la am bición y p o r el am or al placer.
N o era u n in créd u lo radical, u n com pañero n a tu ra l del d ia ­
blo, sin conciencia y p a g an o , com o el v illa n o típ ico del
R enacim iento. P o r el co n trario , h a b ía llegado a ser u n buen
p ro testan te q u e creía v aro n ilm en te en to d as las p artes del
credo que expresaban sus afecciones espontáneas. U n ángel
está con frecuencia su su rra n d o en sus o íd o s, y si es el m al
ángel el que fin a lm e n te p red o m in a, ello acontece a pesar de
los co n tin u o s rem o rd im ien to s y vacilaciones de F austo.
E ste excelente F a u s to resulta co n d en ad o p o r accidente ó
p o r predestinación; ha sido in tim id a d o p o r el diab lo y se
le ha im pedido arrepentirse cu an d o realm ente se h a arrepen­
tido. C o n ello se ex alta el te rro r de la conclusión; vemos
que p o r h a b e r p ro m e tid o en treg ar el alm a en u n m o m en to
apasionado, u n h o m b re esencialm ente b u en o es arrastrado,
co n tra su v o lu n ta d , a la condenación y a la desesperación.
L a a ltern ativ a de u n a solución feliz es casi in m in en te y es
sólo el m o ro so placer de lo esp elu zn an te y de lo horrible,
de que está im p reg n ad a esta especie de m elodram a, lo que
lo envía, la n z a n d o agudos gritos, al in fiern o .
L o que hace de la conclusión de M a rlo w e la más v io len ­
ta y la m enos filosófica es el hecho de que para cualquier
persona n o d o m in a d a p o r el convencionalism o, el buen ánsel
narece llevar en el diálogo la p a rte p eo r del argum ento.
T o d o lo que tiene p a ra ofrecer es u n a agria adm onición
y u n a advertencia superficial:

¡O h F a u sto ! p o n aparte este libro condenado


u d e ja de m ira rlo para que n o tien te tu alm a
despertando la pesada ira de D io s sobre tu cabeza.
Lee, lee las E scrituras; a quello es bla sfem ia .
D ulce F austo, piensa en el cielo y en tas cosas celestiales.

A lo que replica el ángel m alo :

N o , F austo, piensa en la fa m a y en las riquezas.

Y en o tro pasaje:

Penetra, F austo, en este arte fa m o so


en que está co n ten id o to d o el tesoro de la naturaleza,
Has de ser e n la tierra lo que es J ú p ite r en el cielo,
Señor y d u eñ o de estos elem entos.


N o h a y n in g u n a d u d a de que el d iab lo representa aquí
el ideal n a tu ra l de F a u s to o de cualq u ier o tro h ijo del
R enacim iento. Invoca las vagas, pero sanas am biciones de
u n alm a joven que se esfuerza p o r d o m in a r el m undo.
E n o tro s térm inos, este d em onio representa el verdadero
bien, y n o es sorp ren d en te que el h o n ra d o F a u sto n o pueda
resistir a sus sugestiones. N o s gusta p o r su a m o r a la vida,
p o r su co n fian za en la n atu raleza, p o r su entusiasm o p o r
la belleza. H ab la p o r todos n o so tro s cuando g rita:

¿Era éste el ro stro que b o tó al m a r m il naves


y m a n d ó incendiar las torres sin corona de Ilio n ?

Sus m ism as irreverentes travesuras c o n tra el P apa le h a ­


cen m ás querido de u n p ú b lico anticlerical. F a u sto atrae a
los cortesanos y a los caballeros p o r su altivo desprecio
poético hacia profesiones ta n ásperas com o las leyes, la m e­
dicina o la teología. E n una p alab ra, el F a u sto de M arlo -
we es u n m á rtir de to d as las cosas que el R enacim iento
alab ab a: p oder, conocim iento curioso, esp íritu de em presa,
riqueza y belleza.
C u á n p ro fu n d a m e n te coinciden M arlo w e y G oethe en
el m ism o cam ino de tra s to rn a r la filosofía cristiana de la
vida podem os ad v ertirlo si com param os p o r u n m o m en to
(com o se h a hecho con frecuencia para o tro s aspectos) el
F austo con E l M ágico p rodigioso, de C ald erón. E ste más
an tig u o héroe, San C ip ria n o de A n tio q u ía , es com o F a u sto
u n e ru d ito que pro m ete entregar su alm a al diablo, que
practica la m agia, a b ra z a el fan tasm a de la belleza y es,
últim am en te, salvado. A quí te rm in a la analogía. L ejos
de aborrecer to d a teo ría y p a rtic u la rm en te la teología, C i­
p rian o es u n filóso fo p a g a n o que b u sca anhelosam ente a
D ios y está desbrozándose el cam ino, con entera fe en su
m étodo, hacia la o rto d o x ia cristiana, C ip ria n o ab ru m a al
d iab lo con arg u m en to s escolásticos acerca de la u n id a d , p o ­
der, sab id u ría y b o n d a d de D io s. Se enam ora y ven d e su
alm a sólo con la esperanza de satisfacer su pasión. E studia
m agia p rin cip alm en te p o r el m ism o m o tiv o . P ero la mactia
n o consigue d o m eñ ar la v o lu n ta d de la dam a cristia n a a la
cual am a (u n a d am a m od ern a y m u y española, aunque la
acción se supone desarrollada en A n tio q u ía ) . E l diablo
puede facilitar sólo u n falso fan tasm a de su p ersona y cu an ­
do C ip ria n o se acerca a ella y lev an ta su velo no encuentra
b a jo él m ás que u n a espantosa calavera, pues D ios puede
hacer m ilagros que so b rep u jan los de cualquier m ago y v en ­
cer al d iab lo en su p ro p io juego. E stu p efacto p o r este
p o rte n to , C ip ria n o se convierte al cristianism o. Sem idesnu-
do, extático, to m a d o p o r loco, testim o n ia recia y persisten­
tem ente el poder, sa b id u ría y b o n d a d del único D io s ver­
dadero. Y com o la persecución de D ecio está arreciando en
aquellos m om en to s, ingresa p recip itad am en te en el m a rtiro ­
logio. Su dam a, sentenciada ta m b ié n p o r la m ism a causa,
lo alienta con su heroica a c titu d y sus heroicas palabras.
Su p a sió n terrenal h a m uerto , pero sus alm as están u n id a s
en la m uerte y en la in m o rta lid a d .
V em os en este d ra m a que la m agia h a sido d erro tad a ñor
los m ilagros, que la d u d a es su stitu id a p o r la fe, crue la
pureza resiste a la ten tació n , que la p asión se tran sfo rm a
en fervor y que to d a s las g lo rias del m u n d o se desvanecen
ante la desilusión y el ascetism o. E stas glorias n o son, dice
el p o eta, sin o p o lv o , ceniza, h u m o y aire.
E l con traste con el F austo d e G oethe n o puede ser m ás
com pleto. A m b o s poetas se to m a n grandes libertades en lo
que respecta a sus cronologías, pero el esp íritu de sus d r a ­
m as es n o tab lem en te conform e con el de la s épocas corres­
po n d ien tes en que se su p o n en los hechos. C alderón g lo ri­
fica el trá n s ito del p ag an ism o al cristianism o. L a filosofía
en que cu lm in ó ese trá n s ito — la o rto d o x ia católica— d o ­
m ina to d a v ía !a m ente del poeta, n o de u n m o d o superficial,
sino hasta el p u n to de enardecer su im aginación y hacer
sublim es sus personajes y arreb atad o s sus versos. E l Fausto
de G oethe, p o r el co n trario , glorifica la vuelta del cristia­
nism o al paganism o. M u estra el e sp íritu del R enacim iento
que libera a las alm as y ro m p e las cadenas de la fe tra d i­
cional y de la m oral trad icio n al. D espués de m anifestarse
b rillan te m e n te en la época del F a u sto h istórico, ese espí­
ritu pareció quedar sofocado en el g ran m u n d o d u ra n te el
siglo X V I I . L as personas y las leyes h ab ía n reafirm ado
su a n tig u a vincu lació n al cristianism o y el R enacim iento
sobrevivía sólo de u n m o d o abstracto, en la erudición Y
en las bellas artes, a las cuales seguía p re sta n d o cierta ele­
gancia clásica o pseudo-clásica. S in em bargo, en la época
de G oethe p en etrab a en las alm as h u m a n a s u n segundo
R enacim iento. E l am o r a la vida, au d a z y valiente, a rra i­
gaba en m ás de u n in d iv id u o . E n el m o v im ie n to rom án tico
V en la R ev o lu ció n Francesa se separó este am or a la vida
de los com prom isos políticos y de las convenciones que lo
h a b ía n estado ah o g a n d o d u ra n te dos siglos. E l héroe de
G oethe encarna esta segunda em ancipación ro m án tica del
espíritu, que h a b ía sido d u ran te dem asiado tiem po u n m al
dispuesto discípulo de la trad ició n cristiana. E ste espíritu
com ienza a p ed ir aire, n atu ra le z a y experiencia. C ip rian o ,
u n mal dispuesto discípulo del pag an ism o , h a b ía a su vez
suspirado p o r la verdad, p o r la soledad y p o r el cielo.
T a l fué la leyenda que, p ara la m a y o r suerte de la h u m a ­
n id ad , fascinó al joven G oethe y a rra ig ó en su fantasía. E n
to rn o a ella se acu m u lab an las experiencias y las ideas de
sesenta años bien henchidos. E l F austo se co n virtió en la
au to b io g ra fía poética y en el testam en to filosófico de
G oethe. E n él in sertó to d o s los entusiasm os que diversi­
ficaban su p ro p ia vida, la g ran a lte rn a tiv a entre el arte clá­
sico y el ro m án tico , inclusive la controversia entre el nep-
tu n ísm o y el v ulcanism o geológicos y su p atern al a d m ira ­
ción p o r L o rd B y ro n . P e ro a p esar de las libertades que se
p e rm itió con la leyenda, y el giro p erso n al que dió a la
m ism a, n ad a o m itió de sus asociaciones históricas. Su vida
en F ra n c fo rt y en E stra sb u rg o h a b ía hecho fam iliar a su
fan tasía la v ida m edieval. H e rd e r le 'h a b ía tra n sm itid o u n
culto im ag in ativ o hacia to d o lo que era nacional y caracte­
rístico ta n to en las artes com o en las costum bres. Sobre
él cayó el hechizo de la arq u itectu ra gótica, y en Shakespeare
h ab ía a p ren d id o a sentir la fu erza in fin ita de la sugestión
m ediante detalles, v islum bres in n u m erab les, mezclas n a tu ­
rales de jú b ilo y tristeza, h u m ild e realism o en las cosas
externas en m edio de efusiones líricas y m etafísicas de las
pasiones. E l sentid o de la belleza clásica que h ab ía in sp i­
rad o a M arlo w e sus versos in m o rtales y que debía m ás tarde
in sp ira r a G oethe su p ro p ia E len a , estaba to d a v ía latente,
p ero en vez de ello a d o p tó el fu ro r h u m a n ita rio , entonces
p red o m in an te, de defender e id ealizar las víctim as de la
ley y de la sociedad, y entre ellas la p o b re m uchacha que
para escapar a la desh o n ra se desprende de su h ijo recién
nacido. T a l víctim a de u n seductor egoísta y de u n p ú ­
blico farisaico agregaba u n rasgo conveniente de fem inidad
y de em oción patética a la h isto ria de F a u sto . C u a n d o m enos
para la actualidad, G retchen ocupaba el lu g a r de la codi­
ciada E lena.
E sta G retchen n o era u n ser co m ú n , sin o u n a criatura
d o ta d a de to d a la inocencia, d u lz u ra , inteligencia, a rd o r y
fortaleza que G oethe e n co n trab a o creía en co n trar en sus
p ro p ias G retchens, K atchens y Frederickes. Pues el jo v en
G oethe, au n q u e m u y eru d ito , no era u n m ero estudiante
de libros. A su p o d er y com petencia h u m a n a s p a ra alcanzar
éxito agregaba los arrebatos del sen tim ien to , los irresp o n ­
sables éxtasis, los repentinos pesares de u n p oeta auténtico.
E ra u n am ante verdadero y u n am an te díscolo. P o d ía a h o n ­
d a r con p a v o r en la m agia, con u n esp íritu de aventura
análo g o al de F a u sto ; p o d ía ofrecer en su desván sac rifi­
cios en h o n o r de la salida del sol; p o d ía sum ergirse en el
m isticism o cristian o y a veces p o d ía n m a n a r desde las zonas
p ro fu n d a s de su inconsciente ch orros de p a la b ra s, de im á­
genes y de lágrim as. E ra u n genio si es que alguna vez lo
h a h a b id o . Y este genio se volcó en to d a su lo zan ía sobre
la com posición del F austo — el más afín de los temas, la
m ás pintoresca y m ágica de las ficciones.
E n la p rim era versión del poem a, antes de la h isto ria
de G retchen, en co n tram o s, com o en M arlo w e, al estudioso
F a u sto en u n soliloquio sobre la vanidad de las ciencias.
L as ciencias n o cap tan n ad a de la au téntica verdad: so n fic­
ciones verbales. N i siquiera h an p ro p o rc io n a d o a F a u sto
renom b re o riquezas. A caso sería m ejo r la m agia. E l aire
está llen o de esp íritu s; sí p u d iera conseguirse su ayu d a
q u ed a ría n posiblem ente desvelados los secretos de la n a tu ­
raleza. P o d ría m o s a lc a n z ar la verdadera ciencia y con ella
u n p o d e r n o so ñ a d o sobre el m u n d o m aterial. Pues, según
G oethe, la n a tu ra le z a tiene realm en te secretos. N o se revela
enteram ente m ed ian te u n exam en fo rtu ito ; n o es u n sim ple
m ecanism o de partes sim ples y de leyes determ inables. N u e s­
tra ú ltim a v isió n de ella, lo m ism o que n u estra prim era
ojeada, debe ser in terp retad a. H em os de ad iv in ar su alm a
a través de la sum a de sus m anifestaciones. P o r lo ta n to ,
sólo un arte retórico y poético, com o la m agia, tiene alguna
p ro b a b ilid a d de desvelárnosla y de p o n ern o s cara a cara
fren te a la verdad.
E n esta invocación de los espíritus, ta l com o la hace el
F a u s to de G oethe, n o se tra ta de vender ni siquiera de
arriesgar el alm a. A l revés del F a u sto de M arlo w e, el de
G oethe n o tiene fe ni tem or. D esde el p u n to de vista de
la Iglesia, está ya condenado com o incrédulo, pero en ta n to
que in créd u lo busca la salvación en o tra esfera. C om o los
arro jad o s espíritus del R enacim iento, espera en c o n trar en
la n atu ra le z a u niversal, in fin ita , apacible y am plia un es­
cape de la cárcel de la d o c trin a y de la ley cristianas. Sus
artes m ágicas son el sacram ento que le in iciarán en su nueva
religión, en la religión de la n a tu ra le z a. R ecurre a la n a tu ­
raleza tam b ién en o tro sen tid o , m ás p ro p io de la época de
G oethe que de la de F a u sto . A n h ela las soledades g ra n ­
diosas. Siente que la lu z de la lu n a, las cuevas, las m o n ­
tañas, las n u b es serían su m e jo r m edicina y su m e jo r con­
sejero. L a s alm as de R ousseau, de B y ro n y de Shelley están
preencarnadas en este F au sto , resum en de todas las rebe­
liones rom ánticas. A llí coexisten con las alm as de Paracel-
so y de G io rd an o B ru n o . P iensa que los aspectos salvajes
de la n a tu ra le z a d erretirán y re n o v a rá n su co raz ó n en ta n to
que la m agia le revelará los m isterios de las leyes cósmicas
y le ay u d ará a ex p lo tarlo s.
L len o de estas esperanzas, F a u sto abre su lib ro de m agia
en el signo del M acrocosm os. E ste lib ro le m uestra el m eca­
nism o del m u n d o donde to d o s los h echos y las fu erza s se
entretejen y fo rm a n u n a cadena in fin ita . E l espectáculo
le fascina; parece h ab er alcan zad o con él u n a de sus más
caras ambiciones. P ero in m ed iatam en te llega al o tro aspecto
o, com o H egel d iría, al o tro m om ento de la vida ro m á n ­
tica. Sin im p o rta r lo alcanzado, n u estra insatisfacción debe
ser p erpetua. A sí, la v isió n del u n iv erso que tiene F au sto
ante sí es, com o él m ism o indica, sólo u n a visión, u n a
teoría o concepción 1) . N o se tra ta de u n a in terpretación
de la vida in te rn a del m u n d o tal com o Shakespeare, p o r
ejem plo, la siente e interpreta. L a experiencia, tal com o

!) F a a st, P a r te I. E n el g ab in ete de e s tu d io , I:

W e lc h S ch a u sp iel! aber, ach! ein S ch a u sp iel n u r !


W o fa ss’ich d ich , u n en d lich e N a tu r ?
E u c h , B ciiste, w o ? 2 3 ).
se ofrece al que vive y tra b a ja , n o es n ad a p o r dicha v i­
sión teórica. L a experiencia se convierte en la ciencia sn
m ú ltip les hechos an alizad o s, en el paso de u n a sustancia
p o r m ú ltip les fo rm as. P ero F a u sto no p reten d e u n a im a ­
gen o descripción de la realid ad ; anh ela decretar y ser la
m ism a realidad.
E n esta nueva ex p lo ra c ió n fija sus o jo s sobre el signo
del E s p íritu de la T ie rra , q u e parece m ás ap ro p ia d o a su
nuevo deseo. E ste signo constituye la clave de to d a expe­
riencia. T o d a s las experiencias tie n ta n a F au sto , quien no
retrocede an te n a d a de lo que cualquier m o rta l h a vivido.
F au sto está dispuesto a acom eter to d as las cosas realizadas
p o r cualquiera de los m ortales. Q uiere v iv ir en to dos los
hom b res y estará satisfecho de m o rir con el ú ltim o h o m ­
b re x) . T a n p o ten te es su anhelo de nuevas experiencias,
que el E s p íritu de la T ie r r a se ablanda y aparece ta n p ro n to
como es invocado. D e n tro de u n a ro ja llam arad a co n tem ­
pla su m o n stru o so ro s tro y su entusiasm o se convierte en
ho rro r. A nte F a u sto se despliega la fu rio sa e in d istin ta ca­
ta ra ta de la vida, su despiadada corriente, su in fin ita v a ­
riedad y ab so lu ta in constancia. E sta v id a universal no puede
ser repetida p o r n in g ú n in d iv id u o , pues trasciende to d o s
los lím ites de la personalidad. C ada h o m b re puede asi­
m ilarse sólo la p a rte que cae d e n tro de su com prensión,
sólo el aspecto q u e ofrecen las cosas desde su p articu lar
p u n to de vista y su s particu lares intereses. D u gleichst, le

x) F a u st, P a rte I. E n el g a b in e te de e s tu d io :

D u , C eist der E rde, bist m ir naher;


S c h o n fü h l'ic h m e in e K r a fte h dher,
S c h o n g lü h 'ic h w ie v o n neu em W e in ;
Ic h fü h le M u t, m ic h in die XVelt z u w agen,
D er E rd e W e h , der E rd e G lü ch z u tr a g e n . . ,
M it S tü r m e n m ic h h e ru m zu sc h la g e n
U n d in des S c h iffb r u c h s K n irsch e n n ic h t z u za g e n 24) .
grita el E sp íritu de la T ie rra , du gíeichst dem G eist den
du b egreifst, nicht m ir.
E sta sentencia — que la única v ida p o sib le y buena para
el hom b re es la v id a de la razón y n o la v id a de la n a tu ­
raleza— es m u y áspera p a ra el ro m á n tic o , po co intelectual
e insaciable F a u s to . Cree, com o m u ch o s o tro s filósofos del
sen tim ien to , que siendo u n a p a rte del c o n ju n to de las e x ­
periencias, este c o n ju n to o to ta lid a d seiá an á lo g o a él. Pero,
en rig o r, está m u c h o m ás cerca de la v e rd ad lo opuesto.
El h o m b re está co n stitu id o p o r sus lim itaciones, p o r su
condición fren te a to d as las dem ás condiciones, p o r sus
designios elegidos entre to d o s los designios. T o d o s los
grandes o b jetiv o s que p u ed e alcan zar se deben a su fu e r­
za de im ag in ació n . Su en te n d im ie n to puede hacerle u n i­
versal; n o p u ede hacerle u n iv ersal su v ida. A l o ír esta
sentencia de labios del E s p íritu de la T ie rra , F a u sto queda
p o stra d o . Se siente im p o te n te p a ra negar lo que p ro cla ­
m a el e sp íritu del m u n d o , p ero n o quiere aceptar p o r
m era a u to rid a d u n a verdad ta n im p o rtu n a y desagradable.
T o d a su la rg a experiencia fu tu ra b a s ta rá apenas p a ra co n ­
vencerle de ella.
É stas son las principales ideas filosóficas que aparecen
en las dos p rim itiv a s versiones del F austo — el U cfaust
y el F ra g m en t. L o que dice- M efistófeles al jo v en estudiante
es sólo u n a h áb il p ro lo n g ació n de lo que F a u sto h a dicho
en su p rim er m o n ó lo g o acerca de la v a n id a d de la ciencia
y de las profesiones eruditas. M efistófeles encuentra ta m ­
bién cenicienta la teo ría y verde y lleno de d o rad o fru to el
árbol de la v ida, pero com o tiene m ás experiencia que
F au sto del segundo m o m e n to de desilusión en la dialéc­
tica ro m án tica, p rev é que este f r u to d o ra d o se convertirá
tam b ién en cenizas al ser m o rd id o , com o o currió en el j a r ­
d ín del E dén. L a ciencia es locura, pero la vida no es m e­
jo r, pues, después de to d o , ¿n o es la ciencia u n a parte de
la vida?
C uan d o nos d irig im o s a la prim era p arte en su fo rm a
definitiv a o al d ram a entero en co n tram o s m u ch os cam bios
y adiciones que parecen tra n sfo rm a r la ro m á n tica p in tu ra
de la p rim e ra escena y ofrecernos u n a filo so fía com pleta.
Sin em bargo, estos cam bios se refieren m ás a la expresión
que al co n ten id o ú ltim o , y las adiciones son p rin cip a lm e n ­
te nuev as ilustraciones del a n tig u o tem a. L os críticos que
estudian la E ntsteh u n g sg esch ich te o h is to ria del origen de
las ob ras de arte nos a y u d a n a a n a liz a rlas m ás inteligente­
m ente y a rep ro d u cir m ás exactam ente lo que en diferentes
m o m en to s p u ed e h ab er sido la in ten ció n de sus autores.
P e ro estos pequeños frag m en to s in fo rm a tiv o s serían com ­
prad o s a m u y a lto precio si nos d istra je ra n de lo que da
v alo r poético y carácter in d iv id u a l al resultado — su id io ­
sincrasia to ta l, su p u esto d e n tro del m u n d o m o ral. E l p u es­
to que ocu p a en el m u n d o m oral el F austo de G oethe es
ju sta m e n te el m ism o p u esto que corresponde a la prim era
escena. E n su c o n ju n to llena m ás espacio y se refiere a m u ­
chos m ás tem as históricos y poéticos, pero su centro es el
a n tig u o centro y su resu ltad o el a n tig u o resu ltado. Sigue
siendo ro m á n tic o en sus descripciones y en su filosofía.
L a p rim e ra adición que p ro m ete a rro ja r n u eva lu z sobre
la idea del d ra m a es el P ró lo g o en el cielo. A im itación del
L ib ro de J o b , em pieza con el can to de las estrellas de la
m añ a n a — los tres arcángeles— , siguiendo luego una con­
versación m u y agradable y llena de d onaire entre el Señor
y M efistófeles. L a escena tiene el estilo de las representa­
ciones religiosas m edievales y esta circunstancia puede h a ­
cernos sup o n er q u e su p u n to de p a rtid a era la salvación
del alm a de F au sto . P ero , en u n sen tid o literal, el caso es
m u y d istin to . C o m o en Jo b , la cuestión consiste en saber
lo qu e pensará y se n tirá el m o rta l so m etid o a tentación
d u ran te esta v id a y n o el destino reservado luego a su espí­
ritu separado del cuerpo. L os h o m b res m uertos, observa
M efistófeles, n o le interesan. N o es u n d iab lo de u n in fie rn o
su b terrán eo o cu p ad o , p o r resen tim ien to o p o r am bición,
en au m en tar la p o b la c ió n de so m b ras to rtu ra d a s en aquella
re g ió n fabulosa. H a b ita en la atm ó sfera de la tierra; nada
sabe de los soles o de los m u n d o s — su elem ento es la v id a
h u m a n a 1) . Sigue siendo — com o en las p rim eras versiones
de la o b ra— u n a p arte del E s p íritu de la T ie rra , u n a de
sus encarnaciones. S u m isión p a rtic u la r es, com o verem os
inm ediatam ente, la de acelerar la c o n tin u a destrucción im ­
p licada en la co n tin u a renovación de la v id a. E n c u en tra
m u y d isp aratad o p o r p a rte de F a u sto p ed irlo to d o y no
estar satisfecho de n a d a , y su em p eñ o radica en que F a u sto
llegue a n o p ed ir n ad a y a estar satisfecho con lo que el
a z a r le depare, q u e llegue a m o rd er el p o lv o y a m o rd erlo
con g u sto 2) , q u e renuncie a la d ig n id ad de querer lo que
n o existe y n o puede existir y se arrastre, com o la serpiente,
g o zan d o de las com odidades del m o m e n to .
C o n tra esto, el Señor p ro clam a que F a u sto es su sirv ie n ­
te — es decir, el sirviente de u n ideal— y declara que to d o
el que persigue u n ideal necesita extraviarse, pero que en sus
errores necesarios el h o m b re b u en o n o o lv id a jam ás el recto

J) F a u st, P ró lo g o en el cíelo:

M it den T o te n
H a b 'ic h m ic h n iem a ls g ern b efa n g en .
A m m eisten lieb ’ich m ir d ie v o lle n , fcischen W a n g e n .
F ü c ein en L e ic h n a m b in ich n ic h t z u H a u s;
M ir g eh t es, w ie d e r K a tz e m it d e r M a u s . . .
V o n S o n n ’u n d W e lte n w eiss ich n ic h ts z u za g e n ,
I c h sehe n u r , w ie sich die M en sch e n plagen 25) .

2) F aust, P ró lo g o en el cielo:
S ta u b so lí er fressen, u n d m it L u s t 26) .
sendero x) . E n o tro s térm inos, tener u n ideal al que asp i­
rar y, como F au sto , estar siem pre insatisfecho, es p o r sí
m ism o la salvación del h o m b re. F a u s to n o sabe to d av ía
esto. Cree m ás o m enos que h a y en el ú ltim o fo n d o un
bien concreto y d efin itiv o , y p o r esto es am argo y v io len to
en su insatisfacción. P ero a su debido tie m p o llegará a
ponerse en claro este p ro b lem a y com prenderá que sólo
merece lib ertad y vida el que las reco n q u ista incesantem en­
te 2) . E l p ro p io M efistófeles, con sus b urlas y seducciones,
ayuda a sostener el m o v im ien to del m u n d o y a m antener
despiertos a los hom bres 3) . L a im p erf ección es to d o lo
que es p o sib le en el m u n d o de la acción, p e ro los ángeles
p u e d e n recoger y f ija r en el p en sam ien to las fo rm as p er­
fectas que la existencia sugiere o ro z a 4) .
E n las dos p rim eras versiones del F a u sto aparece M efis-

1) I b íd .i
E s irrt der M en sch, so lang’er streb t.
E in g u te r M en sc h in se in em d u n k e ln D ra n g e
I s t sich des rechten W eg es w o h l b ew u sst 27) .

2) F a u st, P a r te II, A c to V :
Ja! diesem S in n e b in ich g a n z ergeben,
D as ist der W e ish e it le tzte c S ch lu ss:
Nur der verd ien t sich F reih eit w ie das L e b en ,
D er tá g lich sie erobern m u s s 2 8 ) ,

3) I b id ., P a rte I. P ró lo g o en el cielo:
D es M en sch en T h iitig k e it k a n n a llzu leicht ecschlaffen,
E r lieb t sich bald die u n b e d in g te R u h ;
D c u m g eb 'ich gern ifím d e n G esellen z u ,
D e r re iz t u n d w i r k t u n d m u s s a is T e u fe l sc h a ffe n 2!l) .

*) I b íd r .
D as W e rd en d e , das e w ig w ir k t u n d leb t,
U m fa s s ’eu ch m i t der L ie b e h o ld e n S c h ra n k e n ,
U n d w a s in sc h w a n k e n d e c E vsch ein u n g sc h w e b t,
B e fe s tig e t m i t d a u ern d en G e d a n k e n ! 30) .

T res poetas filó so fo s.— 10.


tóíeles sin n in g u n a in tro d u cció n . Lo encontram os d iv ir­
tiéndose d a n d o consejos am b ig u o s a u n inocente e ru d ito y
ac o m p añ an d o a F au sto en sus peregrinaciones. Su to n o
b u rló n y sus poderes m ilagrosos lo señalan inm ediatam ente
com o el diablo de la leyenda, p ero diversos pasajes dem ues­
tra n que es u n rep resentante del E s p íritu de la T ie rra evo­
cad o p o r F a u sto en lo s com ienzos. N o debería sorprender
al h o m b re docto el hecho de que M efistófeles fuera al m is­
m o tie m p o d iab lo y d e m o n io del m u n d o x) . L os diablos
de la religión p o p u la r m edieval n o estab an cortados p o r el
m ism o p a tró n : eran sim plem ente los d em onios n eo p lató n i-
eos del aire, j u n to con los dioses del O lim p o y las m ás
an tig u as d iv in id ad es célticas, d enigradas p o r el fervor sec­
ta rio y d egradadas p o r u n a im aginación tím id a y basta.
C ierto es que m uchos de estos esp íritu s p a g a n o s h a b ía n sido
o rig in ariam en te m alos y d añ in o s, por c u a n to n o so n fa v o
rabies n i atractivos to d o s los aspectos de la n atu ra le z a ni
to d o s los sueños de los h o m b re s. P e ro en c o n ju n to n o
poseían n in g ú n carácter m a lig n o en s u v id a elem ental e
irresponsable; eran p o tencias aladas que d a n z a b a n por el
espacio entre la tierra y la luna. N o eran h ab itan tes de u n
in fie rn o su b te rrá n e o ; n o eran a to rm e n ta d o res n i a to rm e n ­
tad o s. C o n frecuencia p u lu la b a n y ca n ta b a n alegrem ente,

!) F a u st, P a r te I. B o sq u e y cav e rn a :
E th a b n e t G eist, d u gabst m ir , g abst m ir alies,
W a r u m ich bat. D u hast m ir n ich t u m s o n st
D e in A n g e sic b t im Feuer z u g e w e n d e t. . .
O , dass d em M en scb e n m c b ts V o llk o m m n e s w icd ,
E m p f i n d ’ich n u n . D u g a b st z u dieser W o n n e ,
D ie m ic h den G ó tte c n n a b u n d n aher b r in g t,
M ir den G e fa h rie n , etc.
T a m b ié n ib id ., D ía n u b la d o : G rosser herrlicher G eist, der d u m ir
z u erscheinen w ü v d ig te s t, der d u m e in H e r z k e n n e st u n d m ein e Seele,
w a r u m an den S cbandgesellen m ic h se b m ie d e n , der sich a m Scbaden
w e id e t u n d a m V erd erb en sich le tzt? 31) .
com o lo hacen en el F a u sto e inclusive en E l m ágico p r o ­
digioso, y si en o tro s m o m e n to s g ru ñ ía n o u lu la b a n lo
h acían com o ra n a s y b u h o s, criatu ras m enos atractiv as,
p e ro n o m en o s natu rales que los colibrís.
E l M efistófeles de G oethe es u n o de estos esp íritu s m enos
agradables de la atm ósfera, especialm ente del fu e g o que la
envuelve. É l m ism o ex p lica de u n m o d o in g en io so y p r o ­
fu n d o el m o tiv o de su com placencia en el m al en vez del
bien. L a oscuridad o la n a d a , dice, existieron antes del n aci­
m ie n to de la lu z . L a n ad a o la oscuridad siguen sien d o ía
p a rte fu n d a m e n ta l y, a su en ten d er, la p a rte m e jo r de esa
m ezcla de ser y de privación que llam am o s la existencia.
N a d a de lo que existe pued e ser conservado ni merece serlo;
por lo ta n to , m ejo r sería que n o hubiese ex istid o jam ás
n a d a x) . N e g a r el v a lo r de to d a s las cosas y, de acuerdo
con ello, desear d estru irlas es la única am bición racional.
M efistófeles es el esp íritu que niega co n tin u am e n te, es el
sem p itern o “ n o ” . E ste esp íritu — que p o d ría com pararse
con el M arte de Lucrecio— tiene u n g ran p o d er en el
m u n d o ; cada cam bio lo revela en cierto m odo, pues en
cierto m o d o es cada cam b io la destrucción de algo. Este

1) F a u st. P a r te I, E n «1 gabinete de e s tu d io , I :
Ic h b in dec G eist, dec ste ts vec n e in t!
U n d das m it R e c h t; d e n n alies w a s e n ts te h t,
I s t w e rt, dass es Z u 'C cunde g e h t;
D r u m bessec w iir’s, dass n ic h ts e n ts ta n d e . . .
Ich b in ein T e il des T e ils , dec a n fa n g s alies w ac,
E in T e i l dec F in stecn is, die sich das L ic h t g e b a t. .
W a s sich d e m N ic h ts en tg eg en stellt,
D as E tw a s , diese p lu m p e W e lt,
S o v ie l ais ich schon u n te r n o m m e n ,
Ic h w u sste n ic h t ihc b e iz u k o m m e n . . .
W ie viele h a b ’ich sc h o n b eg ta b en !
U n d im m e c c ir k u lie tt e in neues, fcisches B lu t,
S o g e h t es fo c t, m a n m o c h te casend W etd en ! 3 2 ).
esp íritu quiere siem pre el m al, pues quiere la m uerte, con
to d a la locura, crim en y desesperación que co n trib u y en a
la m uerte. P e ro al querer el m al está re alizan d o siem pre el
bien, pues estos m ales conducen a la n ad a y la n ad a es el
bien verdadero. E l fam oso p aread o :

. . .E in T e il o o n jener K ra ft
Die stets das Bóse w ill und stets das Cute schafft. . . 33),

está m u y lejos de expresar el lu g a r co m ú n hegeliano con


el que es u sualm ente identificado. N o significa que la des­
trucción esté al servicio de u n b uen p ro p ó sito po rq u e, des­
pués de todo, desbroza el cam ino para "algo su p erio r” .
M efistófeles n o es u n o de esos filósofos p a ra quienes el
cam bio y la evolución son u n bien p o r sí m ism os. N o a d ­
m ite que su actividad, d irig id a al m al, co n trib u y e in in ten -
cionadam ente al bien. C o n trib u y e al bien in ten c io n ad a ­
m ente, p o rq u e el m al que hace es, en su o p in ió n , m enor
que el que cura. M efistófeles es el cruel ciru jan o de la en ­
ferm edad de la vida.
Si ad m itiera la in terp retació n co n traria, a d o p ta ría ipso
facto la o p in ió n sostenida por el S eñor en el P rólogo. Su
m ald ad se co n v ertiría a sus p ro p io s ojos en u n ú til servicio
a la causa de la vida, en u n a condición para que la vida
fuera realm ente v ital y digna de vivirse. P o d ría entonces
seguir com etiendo sus taim ad as acciones y seguir expresando
sus m ordaces iro n ía s sin u n a p a rtíc u la m ás de b o n d a d y,
a pesar de ello, ser sancionado en to d o p o r el Ser ab so lu to
y a d o p ta r la son risa y la aureola del o p tim ista. H a b ría
com prendido que él era el p ican te de la vida, la levadura y
el p im e n tó n del m u n d o necesarios p ara que la m ezcla p r o ­
videncial a lcan zara u n sab o r perfecto. P ero M efistófeles es
en realidad m u ch o m ás m odesto. Dice que quiere el m al,
po rq u e lo que quiere es lo co n trario de lo que desean sus
victim as. E s el g ran co n trad icto r, el m arch itad o r de to d a
esperanza. P ero realiza el bien, p o rq u e si estas esperanzas
fueran aban d o n ad as a sí m ism as co n d u c iría n a la desgracia
y a lo absurdo. Su contradicción corta en flor la locura
de la vida. C om o él m ism o llega a reconocer, el poder des­
tru c to r n o alcanza n u nca u n a victo ria decisiva. M ientras
las cosas van cayendo sucesivam ente b a jo su h o z , las sem i­
llas de la v id a siguen esparciéndose a sus espaldas. L a V e ­
nu s de Lucrecio tiene, lo m ism o que M arte, sus épocas de
m an d o . E l vaivén eterno, la a n tig u a corriente, prosigue su
curso sin fin y sin fatiga.
M efistófeles posee así u n a filo so fía y se h alla ju stificad o
y consecuente a sus propios ojos. P ero en el curso del d ra ­
m a lleva varias m áscaras y adopta diversos gestos. N o to d o
lo que dice y hace es enteram ente com patible con la esen­
cia de su carácter, com o G oethe llegó a com prender fin a l­
m ente. L a dram ática fig u ra de M efistófeles había sido d i­
b u ja d a desde m ucho tiem po antes con to d as sus caracterís­
ticas. M efistófeles, p o r ejem plo, es extrem adam ente viejo;
5e siente m ás viejo que el universo. N o h a y nada nuevo
para él; n o tiene ilusiones. Su afección p o r u n in d iv id u o
determ in ad o queda ahogada, como les ocurre a las personas
viejas, por la afección hacia el in fin ito nú m ero de personas
que recuerda. Es em pedernido, p orque es im p ersonal y u n i­
versal. Es enteram ente in h u m a n o ; n o tiene n i la vergüenza
ni las inclinaciones de los h om bres. C o n frecuencia adopta
la fo rm a de u n p erro — su m áscara fa v o rita en este carna­
val terrestre. N o m ira con repugnancia los la b o rato rio s de
b ru je ría con su obscenidad y necio estrépito. Se a d a p ta am a­
blem ente a la grotesca etiq u eta del m u n d o de los espíritus,
observa to d a s las reglas acerca de la rúbrica de co n trato s
con sangre, g olpeando tres veces y acatando los p e n ta g ra ­
m as. ¿P o r qué no? L os perros y los dem onios del aire
son form as del E s p íritu de la T ie r r a ta n to com o el h o m ­
bre. E l h o m b re no tiene n in g u n a d ig n id a d especial que M e­
fistófeles h a y a de respetar. La m o ra lid a d h u m a n a es una
de las m oralidades; sus convenciones n o son m enos absur^
das que las convenciones de o tro s m onos. M efistófeles no
tiene n in g ú n prejuicio co n tra la serpiente; com prende y
desprecia tam bién a su p rim a herm an a. Se com prende y des­
precia a sí m ism o. H a ten id o tiem p o de conocerse bien.
S in em bargo, su e n ten d im ien to n o es im parcial, pues es
el defensor de la m uerte. N o puede sim p a tiz a r con la o tra
m ita d del E s p íritu de la T ie rra , que él n o representa — la
m ita d creadora, im pulsiva, enam orada, la m ita d que rinde
culto al ideal, que ama lo que hace d a r vueltas al m u n d o .
L o que hechiza a u n alm a ingenua sólo puede d iv e rtir a
M efistófeles: lo que la a to rm e n ta , le produce u n a satisfac­
ción sardónica. A sí llega a convertirse en u n diab lo h u ra ñ o
y b u rló n . E n otras ocasiones, cuando se o p o n e a la nece­
dad y al ro m an ticism o de F a u sto , parece ser el vocero de
to d a ra z ó n y experiencia, como cuando advierte a F a u sto
que p a ra ser h a y que ser algo d eterm in ad o . P ero aun esto
lo dice con el fin de detener y negar la pasió n fáustica p o r
lo in fin ito . C u a n d o la más cuerda verdad es im p o rtu n a
le parece al h o m b re sen tim en tal tan diabólica com o la m ás
cínica m en tira. A sí, a pesar de la desigual reg u laridad de
sus v ariados sentim ientos, M efistófeles conserva su u n id ad
dram ática. R econocem os siem pre el to n o de su v o z y bajo
cualquier m áscara que se presente lo ju z g a m o s un bellaco y
lo en co n tram o s encan tad o r.
T a l es el e sp íritu y tales son las condiciones desde los
cuales em prende F a u s to sus av en tu ras. E stá sediento de
toda clase de experiencias, incluyendo la experiencia del
mal. N o tem e el in fiern o y no espera n in g u n a felicidad.
C o n fía en la m agia, es decir, cree o está dispuesto a hacer
creer que, aparte cualesquiera condiciones establecidas p o r
la n a tu ra le z a o p o r D io s, la v o lu n ta d p erso nal puede evc-
car la experiencia que anhela e n v irtu d d e s u p u ra fuerza
v confianza. Su vinculación con M efistófeles es u n a exore-
sión de esta fe ro m án tica. N o es n in g u n a v en taja com prar
placeres en la tierra a costa de to rm e n to s futuros, pues ni
G oethe ni F a u sto n i M efistófeles creen que tales placeres
valen la p en a o que tales to rm e n to s son posibles.
F a u sto saborea p o r v e z p rim era el m u n d o en la bodega
de A uerbach y encuentra in m ed iatam en te desagradable su
sabor. Su espíritu desdeñoso y m a d u ro n o puede divertirse
con el jú b ilo que a llí contem pla. Carece de la sencillez y
cordialidad que llegan a e n c o n tra r atractiv a inclusive la
alegría de los b orrachos. P a ra estar de acuerdo con tales
desatinos h a y q u e ig n o ra rlo to d o , co m o B ran der, o saberlo
todo, com o M efistófeles. F a u sto siente to d a v ía el “ p a th o s
de la d istan cia” ; tiene conciencia aguda de algo incom ora-
blem ente n o b le que está fuera de su alcance. E n el la b o ra ­
to rio de b ru je ría que v isita luego, el placer es to d av ía m ás
repu g n an te y superficial. E l estrépito es a q u í to d av ía m ás
ab su rd o y el g usto m ás obsceno. P ero F a u sto gana d o s p u n ­
to s en su reh ab ilitació n ro m á n tic a : h a to m a d o el e lix ir de
ju v e n tu d y h a visto en un espejo la im agen de Elena.
Desde ah o ra estará en am o rad o de la belleza ideal, y com o
será de nuevo joven p o d rá en c o n tra r esta belleza en la p r i­
m era m u je r q u e vea.
Sigue a esto el g ran episodio de G retchen. Y cuando la
deja (después del duelo con su h e rm a n o ) p a ra contem plar
la salvaje algazara de la noche de W a lp u rg is, su ju v e n tu d
queda d u ra n te un m o m e n to contag iad a p o r ta l orgía. P ero
su am o r insatisfecho a la belleza ideal le salv a de to d a ilu ­
sión perdu rab le. F a u sto ve que u n ra tó n ro jo se escapa de
la boca de u n a n in fa a la que está persiguiendo, de ta l
suerte que su inclinación m o m en tán ea se convierte en aver­
sión. C u a n d o regresa al lado de G retchen en su p risió n , ya
es dem asiado tarde p a ra hacer algo m ás que reconocer la

in
ru in a que h a p ro d u c id o : G retchen desh o n rada, su m adre
envenenada, su h erm a n o asesinado, su h ijo ah o gado p o r
ella en u n a la g u n a y ella m ism a a p u n to de ser ejecutada.
G retchen, el único verdadero p ersonaje cristiano en este
poem a, rehúsa ser lib ertad a p o rq u e desea ofrecer su m uerte
v o lu n ta ria com o redención de sus graves bien que in in te n -
cionadas culpas.
É ste es el fin a l de la carrera de F a u sto a través del m u n ­
do de los intereses p riv a d o s — el peq u eñ o m u n d o — , v
nod em o s m u y bien p re g u n ta rn o s cuál ha sido el fru to de
to d a s estas experiencias. ¿Q ué fo rta le z a o qué experiencia
h a a m o n to n a d o p a ra sus u lterio res aventuras? E n co n tram o s
la resouesta en la p rim e ra escena de la segunda parte, donde
G o e th e llega a su m ás alta cim a com o p o eta y com o f iló ­
sofo. N o s sentim os tra n s p o rta d o s a u n país rem oto, m ag­
nífico v virgen. E s la h o ra de la tard e y F a u sto está echado,
fatiV ado pero in q u ieto , sobre la ladera de una colina llena
de flores. Los pro p icio s esp íritu s de la n a tu ralez a re v o lo ­
tean encim a de su cabeza. E l adalid de estos espíritus, A riel,
les in v ita a so la z a r al p e rtu rb a d o héroe. B asta saber p a ra
ello que es desdichado; n o im p o rta saber si h a sido un
san to o u n pecador 1) . L o s esp íritu s can tan en coro cua­
tro bellas estrofas, u n a p ara cada cuarto de la noche. L a
n rím era invoca la p a z , el olv id o , la entrega a la saludable
influ en cia del sueño. L a piedad y el rem o rd im iento, parece
decir, con las m ism as p alab ras de S p in o za, son m alos y
v an o s: la culpa es casual; el e rro r es inocente. L a n a tu r a ­
leza no tiene m em o ria; o lv id a y serás o lv id ado. E l canto

1) F a u s t, P a rte II, acto I, P a ís am eno'.

R le in e t E tfe n G eistergrosse
E ile t, w o sie h e lfe n k a n n ;
O b e t h eilig, ob e t bose,
J a m m e tt sie d e t U n g lü c k s m a n n 34) .

m
del segundo cu arto hace sum ergir de nuevo el alm a infeliz
en la in fin ita e in c o rru p tib le sustancia de la naturaleza.
L ss pstrellas, grandes o pequeñas, centelleantes o tra n o u i-
las, llenan el cielo con su b ien dispuesta p az, y el m ar
con su re fle jo tem b lo ro so . E n esta universal circulación
n o h a y v o lu n ta d p riv ad a ni d iv isió n perm anente. E n el
p ró x im o cu arto de la noche vem os que la fu erza plástica
de la n a tu ra le z a com ienza a reafirm arse; las sem illas se
h ín ch an , la savia asciende p o r los árboles, surgen los capu­
llos y to d o recobra u n a nueva in d iv id u a lid ad y una v o ­
lu n ta d tiern a y n o usada. F in alm en te, la canción del ú l t i ­
m o cuarto in v ita a las flores a q u e a b ra n sus pétalos y
a F a u sto a que abra sus ojos. L a s fu erzas latentes re n o ­
vadas h a n de em prender u n n uevo curso. L a n atu ralez a sa
entrega al v aliente y al inteligente; to d o será noble para
el que se atreva a serlo 1) .
A liv iad o p o r estos exorcism os, F a u sto despierta lleno de
nueva fuerza y am bición. C o n arro b o contem pla la lu z
del sol ro z a n d o las crestas de las m o n ta ñ a s y descendiendo
grad u alm en te hacia los valles. C u a n d o llega hasta él, da
la v u elta p ara co n tem p larlo cara a cara, pero queda des­
lu m b ra d o . Parece recordar al E s p íritu de la T ie rra que le
sedujo p ara luego a b a n d o n arlo . D eseam os, dice, p render la
a n to rc h a de la vida y p ro d u cim o s con ello u n a co n fla­
gración, una m o n stru o sa confu sió n de alegría y dolor, de
am o r y odio. D em o s la espalda al sol, a la fuerza y a
la existencia in fin ito s. In te rp o n g a m o s en tre ellos y nuestros
ojos la cascada, el to rre n te de los negocios hum anos, d iv i­
d id o en in n um erab les riachuelos. D el v ah o que de ellos

J) F a u st, P a rte II, A c to I, I d . :


A lte s hartn dec E d le leisten,
D e r o e r s te h t u n d rasch e r g re ift 3B) .
L a escena entera es digna de ser a te n ta m e n te estu d ia d a.
surge fo rm a el sol u n arco-iris, que co n tin uam ente se des­
vanece y reconstruye. É sta es la verdadera im agen de las
posibilidades racionales y h u m an as. N u estra vida se e n ­
cuentra en el to rn aso l del m u n d o x) . O , com o Shelley ha
dich o :

L a vida, co m o una cúpula de m ultico lores cristalesr


tiñe el blanco resplandor de la eternidad
hasta que es destruida por la m uerte.

Sin em bargo, esta m uerte es tam b ién inestable. Al m o ­


delar de n u e v o n u estro s sentidos e in stin to s, la V enus de
Lucrecio construye u n a vez m ás la ab ig arrad a cúpula. El
arco-iris se rehace ta n p ro n to com o la neblina surge o el
v ien to cesa, y la creación es ta n m agnífica com o en su
prim er día.
É sta es la teo ría g o ethiana del rejuvenecim iento y la i n ­
m o rta lid a d . E s u n a teo ría com pletam ente n a tu ra lista . H a y
un a vida tras la m uerte, pero sólo p a ra las almas que
tienen suficiente penetración p a ra identificarse con las fo r­
m as que la n atu raleza, en sus inciertas oscilaciones, tiende
siem pre a reproducir. U n esp íritu p ro fu n d o arraiga p r o f u n ­
dam ente en la n a tu ra le z a y florece incesantem ente. P ero lo
q u e u n esp íritu p ro fu n d o conserva en sus reencarnaciones
— acaso en alguna rem o ta esfera— no son sus m é rito s y

1) F a u st, P a rte II, A cto I, I d .:


D es L eb e n s F achet w o llte n w ir e n tz ü n d e n ,
E in F eu erm e er u m s c h lin g t a n s, w elch e in F e u e r t .
S o bleibe denn d ie S o n n e m i t i m R ü c k e n !
D e r W a ss e rs tu rz , das F e ls e n tiff d u rch b ra u sen d .
I h n schau’ic h an m it w a c h sen d em E n tz ü c h e n . . .
A lle in w ie h e ttlic h , diesem S l u r m etsp tiessen d ,
W o l b t sich des b u n te n Bogens W echseldauer,
D e r spiegelt ab das m enschliche B e str e b e n . . .
A m fa tb ig e n A b g la n z haben i v i t das L eben *6) .
culpas convencionales, su carga de resentim iento o sus re­
cuerdos sórdidos. T o d o s ellos son lavados p o r el nuevo
bautism o. L o que perm anece es sólo lo que h a sido p ro ­
fu n d o en to d o p ro fu n d o espíritu, con u n a ta l p ro fu n d id a d
que las nuevas situaciones p uedan de nuevo im plicarlo y
ad m itirlo .
C u an d o , después de la escena con el E sp íritu de la T ie ­
rra, F a u sto pensó en el suicidio, lo consideró com o u n
m edio de escapar a las condiciones opresoras y de em pezar
una nueva vida en u n estado com pletam ente diferente y
desconocido. E ra com o si un h o m b re de edad m adura,
disgustado de su profesión, la ab an d o n a ra para em prender
otra. T a l resolución es grave. E x presa u n a gran in satis­
facción hacia las cosas tal com o son, p ero expresa tam bién
u n a g ran esperanza. L a m uerte es p a ra F a u sto una aven­
tu ra com o cualquier o tra . Y si, co n trariam ente a su p re ­
sunción, esta av en tu ra resu ltara ser la ú ltim a , estaría ta m ­
bién dispuesto a correr este riesgo. P o r eso, al acercar el
veneno a sus labios, b eb ió p o r el am anecer, p o r u n a nueva
prim avera de la existencia. N o fué en m anera alguna ni
el m o m en to m á s triste n i el m á s débil de su vida *).
A u n q u e le detu v o el can to de u n h im n o pascual, e v o ­
cando en él recuerdos sentim entales de u n a relig ió n en la
que ya n o creía, fué sólo ap lazad a la tran sfo rm ació n que
buscaba. N o h a y g ran diferencia entre m o rir como había
pensado m o rir y v iv ir como estaba a p u n to de v iv ir. Las
sustancias p o n zo ñ o sas, artificialm en te elaboradas, n o eran

*) F a u st, P a r te I, E n el gabinete de e s tu d io :
I n s h o h e M eer w e td ’ich h in a u sg e w ie se n ,. . .
2.U neuen Sph'dten reiner T h a t i g h e i t . . .
H ier ist es Z e it, d u tc h T h a te n z u bew eisen,
D ass M a n n e s w ü td e n ic h t d e t G o tte r h o h e w e ic h t,.
2.U d ie se m S c h r itt sich h e ite t zu entschliessen
U n d w iir’es m it G e fa h t, ins N ic h ts d a h in z u fliessen S7) .
apenas necesarias p ara p ro p o rcio n arle una nueva vida. Las
av en tu ras que em prendía era n suficientem ente suicidas, pues
iba a esforzarse sin esperanza de alcanzar lo pretendido, y
a o b rar con apasionada terq u ed ad sin aceptar la disciplina
del arte o de la ra z ó n . A h o ra bien, al term inar la prim era
parte h ab ía ap u ra d o h asta las heces esta vida em ponzoñada,
y la fiebre q u e le atacó fue suficiente p a ra llevarle a una
nueva existencia. R etu v o , sin em bargo, la parte fu n d a ­
m en tal de su carácter. Su v o lu n ta d perm aneció descarriada,
pero in d o m ab le, y sus h azañ as re su lta ro n infecundas. D es­
de entonces q u iso ser ro m á n tic o en u n estadio m ás vasto,
el de la h isto ria y el de la civilización, y su m agia invocó
ilusiones algo m ás intelectuales, im itaciones del poder y
de la belleza. S us an tig u o s am ores h a b ía n sido b arrid o s
com o las tem pestades de u n añ o ya tran scu rrid o , y sólo
con el recuerdo vago de sus p asados errores se dirigió al
encuentro de u n nuev o d ía.

E n tre las tentaciones q ue, seg ú n la vieja leyenda, in ci­


ta ro n a F a u sto a vender su alm a al diab lo, u n a de ellas
era la belleza fem enina. E l p o b re so litario , envejecido entre
sus pergam inos, n o h a b ía rep arad o n u n ca en m ujeres ver­
daderas o n o las h ab ía en co n trad o herm osas. P edante com o
era, al pensar en la belleza fem enina pensaba sólo en Elena
de T ro y a . Y E lena era sim plem ente p a ra el F a u sto legen­
dario lo que p o d ía ser V en u s p ara T a n n h á u s e r: una m ujer
m ás e n can tad o ra que las dem ás m ujeres encantadoras. E sta
m u jer era el ejem plo suprem o de algo vulgar. N o o b sta n ­
te, el jov en G oethe, que era u n p o eta y u n verdadero ale­
m án, que am ab a con su alm a, n o fu e seducido p o r esta
idea. D íó a su F a u sto u n am o r m ás delicado, un am or del
corazón ta n to com o de los sentidos. T a m b ié n m ás tarde,
cuan d o G oethe volvió a d ar a la vieja leyenda u n espíritu
más an ticu ario y colocó de nuevo a E lena en su lugar,
la tra n sfo rm ó de u n sím b o lo de la m era b elleza fem enina
en sím b o lo de to d a belleza y especialm ente de la m ás alta
belleza: la de G recia. E l segu n d o am or de F au sto es la
p a sió n p o r el clasicism o.
E sta p asió n n o es tan p arad ó jica com o puede parecerlo
en u n a época ro m án tica. W in c k e lm a n n y los filólogos res­
ta u ra b a n algo an tig u o . L o que c o n stitu ía p ara ellos la p o e­
sía y el encanto de la an tig ü ed ad era la p asión rom ántica
po r to d a experiencia — tam b ién p o r la m arch itad a expe­
riencia de los antig u o s. ¡Q ué d ig n o era to d o en aquellos
heroicos días! ¡Q ué noble, sencillo y sereno! ¡Qué p u to s
los ciegos o jo s de las estatuas, qué castos los blancos p lie­
gues de las túnicas de m á rm o l! Grecia era u n a visión fasti
nadora y rem ota, lo más ro m á n tic o en la histo ria de la
h u m an id ad . L a triste y deliciosa em oción que aquellos
hom bres sen tían ante las ru in a s de u n tem p lo era ta n sen­
tim e n ta l com o la que ex p erim en tab an ante las ru in a s dz
un castillo, pero más elegante y escogida. E ra u n a sentí-
m en talid ad m arm órea. Los héroes de la Ilíada eran ideali­
zados de la m ism a m anera que los salvajes de R ousseau o
que los b a n d id o s de Schiller.
El clasicism o ro m á n tic o de la época napoleónica se h alla
entre el cortés clasicism o del siglo X V II francés y el clasi­
cism o arqueológico de nuestros actuales helenistas. E l c la ­
sicism o francés h a b ía perm anecido com pletam ente indife
ren te a los aspectos p intorescos de la vida an tig u a. P o d ía
to le ra r en el escenario u n A qu iles con peluca y encaje. L o
que los trágicos franceses ad o p ta ro n de los an tig u o s fue'
alg o in tern o , un m o d elo de carácter y de a su n to o un cri­
terio de gusto. E stu d ia ro n la a rm o n ía y la delim itación,
n o p o rq u e hubiesen sid o cualidades griegas, sino po rq u e
eran cualidades esencialm ente razo n ab les y herm osas, p er­
tenecientes de u n m o d o n a tu ra l y espontáneo, au n en la
época m o d ern a, a una sociedad cu ltiv ad a y a u n poeta
culto. A dem ás, la adm iración p o r Grecia, com ún en nuestra
época entre la gente de b uen juicio, difiere de la de G oethe
y su tiem p o , pues si n o so tro s ad m iram o s la expresión a r­
tística de la v id a a n tig u a en la poesía o en la escultura,
sabemos tam bién que estas m anifestaciones nacieron de u n a
la rg a disciplina p o lític a y m o ra l, y que, a pesar de tal
d isciplina, el a rte a n tig u o h a q u e d a d o m u y m ezclado y con
frecuencia ha sido grotesco e im p u ro .
P a ra G oethe, s in em bargo, lo m ism o q u e p a ra B y ro n ,
G recia era m en o s u n a p asad a civilización d ig n a de estudio
científico que u n a idea viviente, u n a incitación a ad o p ta r
nuevas fo rm a s artísticas y sentim entales. G oethe n o fué
n u n ca ta n ro m án tico com o cu an d o fué clásico. Sus dísticos
son com o adem anes teatrales; su toga barre el escenario a
m edida que lo s desarrolla. Su Ifigenia es u n su eñ o sen ti­
m ental -— v e rflu c h t h u m a n , com o alg u n a vez el m ism o
G oethe ha co m p ren d id o , y su E lena es u n a evocación de la
m agia, n o sólo de u n m o d o accidental y novelesco, sino
tam b ién de u n m o d o esencial, en su espectral semiconscien-
cia y cristalin a belleza. L a ap aren te in congruencia de las
escenas en que aparece, ro d ead a de caballeros germ anos en
el p a tio de u n castillo feu d al, n o es u n a incongruencia
verdadera. P ues esta E len a n o es algo perteneciente al p a ­
sad o ; es u n su eñ o actual y una asim ilación de asuntos clá­
sicos en u n a era ro m án tica. F a u s to y sus v asallos ofrecen a
E len a el m ás caballeresco y exagerado h o m en aje; la ad m iten
en su sociedad com o u n a reina teatral. F a u sto se retira
con ella a la A rcadia, la tierra del ocio estival. A llí les nace
u n h ijo , E u fo rió n , u n jo v e n g en io clásico en su figura,
pero salvajem ente ro m á n tic o e in g o b ern ab le en su carácter.
Este genio escala las m ás altas cim as, persigue sobre to d o
a las n in fa s que h u y e n de él, am a la violencia y la sin razó n ,
y, fin alm en te, al in te n ta r volar, se precip ita tem erariam ente,
como íc a ro , y perece. E n sus ú ltim a s p alab ras llam a a su
m adre, y ésta atiende a la llam ada, ab an d o n a n d o su velo
y su m a n to com o E u fo rió n h a b ía a b a n d o n a d o su lira.
Sobre el m a n to de E len a, co n v ertid o en n u b e , F a u sto regresa
a su n a tiv a G erm ania. Su v irtu d consiste en levantarle p o r
encim a de to d a v u lg arid ad . E sta larga alegoría es b astante
e n ca n tad o ra — com o u n a serie de cuadros y m elodías— ,
h a sta el p u n to de d ejar al lector satisfecho sin necesidad de
in te rp re ta rla , pero la inten ció n del poeta es clara si nos
p ro p o n e m o s d esen trañ arla. A l descender h asta las entrañ as
de la n a tu ra le z a , donde m o ra n los dioses de la tierra —
las diosas fu n d am en tales de toda vida y de toda civiliza­
ción— , p o d em o s llegar a com prender inclusive la m ás ex ­
traña existencia. D espués de tal regresión a la v o lu n ta d
elem ental, G recia aparece ante n o so tro s con su sencillez y
belleza únicas. C onseguim os esta v isió n aunque el o b jeto
v isto pertenezca a u n p asad o rem o to . Y si n u estro e n tu ­
siasm o es, com o el de F a u sto , ap asio n ad o e indom able, p o ­
d rem os p ersu ad ir a la reina de la m uerte de que n o s entregue
a E len a p a ra casarnos con ella. N u e s tra erudición y nuestra
filo so fía, n u e stra fiel im itació n de la lite ra tu ra y el arte
griegos, pueden hacernos actu alm en te fam iliares los p a i­
sajes helénicos. P e ro la decoración que sirve de fo n d o a
este g en io rescatado seguirá sien d o m o d ern a. L legará a ser
p o r sí m ism a sem i-m o d ern a y ten d rem o s q u e enseñar a
E len a a a rm o n iz a r con ella. E l p ro d u cto de esta h ib rid a
in sp iració n será u n alm a ro m á n tic a con ro p aje clásico. U n a
cosa salvaje y deliciosa d estin ad a a m o rir jov en . C u an d o
este en tu siasm o se h ay a desvanecido fren te a las duras
condiciones de la vida, la belleza de Grecia que le d ió o ri­
gen palidecerá tam b ién ante n uestros ojos. F o rzosam ente
quedarem os satisfechos al verla regresar al rein o del pasado
irrevocable. S ólo sus adornos, los m o n u m e n to s de su arte
y de su p en sam ien to , seguirán elevándonos, si los hemos
am ado, p o r encim a de to d a v u lg arid ad en el gusto y con
entera fidelidad m o ral.
U n a d em ostración de la g ran sab id u ría de G oethe es el
hecho de h a b e r co m p ren d id o que el clasicismo ro m án tico
debe ser su b o rd in ad o a o tra cosa o ser a b an d o n ad o , que
E len a debe desvanecerse m ien tras F austo regresa a G erm ania
y a d m ite de nuevo que, después de to d o , G retchen era su
am o r v erd ad ero x) . A I m ism o tie m p o , el desenlace de este
m arav illo so episodio d e fra u d a u n poco. E n el com ienzo, la
visión de E len a en u n espejo in sp iró a F a u sto un nuevo
entusiasm o. Su nueva aparición en la representación mágica
lo h a b ía a rre b a tad o y a n o n a d a d o p o r entero. E sta in sp ira ­
ción su rg ió cuando, tras la m uerte de G retchen, había deci­
did o perseguir, n o , com o al p rin cip io , to d a experiencia,
sino únicam ente la m e jo r experiencia 2) , dem ostración de
que las tran sfo rm acio n es de la v o lu n ta d fáustica eran con­
sideradas de alguna m anera com o u n v erd ad ero progreso.
E n realidad, h a b ía entre los m o rtales tal in fin ita necesi­
dad de esta in co m p arab le y sim bólica E lena, que p o d ía
m over a m isericordia y p iedad a los m ism os guardianes de
los m uertos. C u a n d o recordam os to d o esto, tenem os alguna
ra z ó n p ara esperar que, después de una ta n rara gracia, ha
de tener lu g a r u n grande y p erm an en te prog reso en la vida
y en el corazón de n u e stro héroe. M as para vivir en A r ­
cadia n o se necesitaba E le n a ; cualquier Filis habría p re s­
tad o el m ism o servicio.
E lena deja sin d u d a detrás de sí a lg u n o s viudos p o r los
cuales p odem os com prender q u e la influencia de la historia,
de la lite ra tu ra y de la escultura griegas pueden to d a v ía

!) Faust, Parte II, A cto I V : primer m onólogo.


2) Faust, Parte I, A cto II:
D u , E td e , . - regst un d tii h ts t ein k ra ftig e s Beschliessen
Z u m h o ch sten D a sein im m e r fo r t z u streben 3S) .
aprovechar al esp íritu y darle u n aire de distinción. T a l
vez en la R epública que está a p u n to de fu n d ar, F au sto
desee establecer no sólo diques y lib ertad , mas tam bién
cátedras de griego y m useos arqueológicos. Y la lira de
E u fo rió n , que tam b ién n o s es tra n sm itid a , puede significar
que poem as com o L a s islas de Grecia, de B y ro n , L a urna
griega, de K eats, y L o s dioses griegos, de Schiller, así com o
las piezas clásicas del p ro p io G oethe, seguirán enriqueciendo
la lite ra tu ra europea. E sto es algo, p ero n o es suficiente
para elevar el inm en so en tu siasm o de F a u sto hacia E lena
p o r encim a de u n a b a sta ilusión. E ste sueño de u n a p e r ­
fecta belleza posible, de u n a v id a perfecta v ivida de acuer­
do con la ra z ó n y la n a tu ra le z a, h a b ría term in ad o en u n
poco de erudición y en u n poco de p ed an tería. F austo h a ­
bría co n q u istad o a E lena con el fin de entregarla a W agner.
E lena era reina de E sp arta, y, aunque, desde luego, la
E sp a rta dórica de L icu rg o era algo m u y p o sterio r y n ad a
tenía que ver con la E sp a rta de H o m ero , es, desde el p u n to
de v ísta sim bólico, u n hech o sobrem anera feliz que Elena,
el tip o de la perfección griega en la belleza, h a y a sido reina
de E sp arta, el tip o de la perfección griega en la disciplina.
U n F a u sto que h u b iera verdaderam ente m erecido y com ­
p re n d id o a E len a h a b ría co n stru id o p a ra ella una ciudad
helénica; h ab ría llegado a ser u n co nductor de hom bres,
u n o de esos poetas de las cosas, de esos fo rjad o res de gene­
raciones bien educadas y sabias leyes de que nos h ab la
P la tó n , al revés de H om ero y de o tro s poetas de la p a la ­
bra. Pues la belleza del cuerpo y del esp íritu que fascina
al d asicista ro m á n tic o y que in sp iró a los m ism os poe­
tas an tig u o s, n o era u n resu ltad o de la sentim entalidad
y el ocio n i de la actividad m aterial y fo rz a d a ; era un re­
su lta d o de la guerra, de la religión, del ejercicio m etódico
y del im perio consciente sobre sí m ism o.

T re s p o eta s filósofos.— 11
L a nueva tra n sfo rm a c ió n de F a u sto lo representa com o
u n com erciante, u n estadista o u n co n stru ctor de im perios,
y si tal canto ro d ad o pudiese recoger to d av ía algún m usgo,
veríam os en él los fru to s de aquella “ educación estética de
la h u m a n id a d ” que representó E lena. P o d ríam o s esperar
que F au sto , d o rm id o en el regazo de la belleza absoluta,
co m prendiera su n a tu ra le z a. P o d ría m o s esperar que, m e­
d ian te u n a anhelosa busca de la perfección, se m anifestara
acerca de la d istin ció n entre lo m ejo r y lo peor, u n a d is­
tin ció n q u e n u n ca p o d rá ser su p rim id a o d isfraza d a p o r to d o
el que haya am ad o la belleza. E n o tro s térm inos, F a u sto
p o d ría h ab er edificado u n a sociedad m o ra l fu n d a d a en
grandes renuncias y esclarecidos h eroísm os, de suerte que
la suprem a belleza p u d iera realm ente descender y m o ra r en
ella. P ero n o en co n tram o s n ad a de esta especie. F a u s to f u n ­
d a su re in o p o rq u e tiene que hacer algo, y su único ideal
de lo que espera p ro p o rc io n a r a sus sú b d ito s es el de que
te n g a n siem pre algo en que ocuparse. A s í, la v o lu n ta d de
v iv ir n o es en F a u sto de n in g u n a m an era educada y ende­
rezada p o r su experiencia. T ra n s fo rm a sus o b jeto s p o rq u e
debe hacerlo. L as p asiones de la ju v e n tu d ceden a las de
la m ad u rez, y e n tre to d a s las ilusiones de su vida es la
m ás insensata la ilu sió n del progreso.
C aracterístico d el ep írítu ro m án tico a b so lu to es el hecho
de q u e cuando h a term in ad o de hacer algo debe in v en tar
u n a nuev a em presa. D e sb ro z a el cam ino p a ra u n a nueva
caza; está siem pre a p u n to de aburrirse m o rtalm en te. C u a n ­
do Elena se h a desvanecido, M efistófeles debe, com o u n a
am able n o d riz a , em prender el rescate y p ro p o n e r to d a clase
de pasatiem pos. F ra n c fo rt, L eipzig, P a rís, V ersalles son
descritos con to d as las diversiones que la vida puede p r o ­
p o rc io n a r, pero F au sto , que h a sido siem pre difficile, lo
es to d a v ía m ás a causa de sus recientes y espléndidas av en ­
turas. Sin em bargo, u n n u e v o im p u lso surge repentínam en-
te en su pecho. Desde la cima de la m o n tañ a a d o n d e le
co n d u jo el m a n to de E len a puede ver el Océano germ ánico
con sus m areas que cubren diariam ente grandes extensiones
de las riberas, haciéndolas salobres e in h ab itab les. Sería a d ­
m irab le reclam ar esos eriales y establecer a llí u n a p o b lació n
próspera. D espués de Grecia, F a u sto tiene u n a v isió n da
H o la n d a .
E sta ú ltim a am b ició n de F a u sto es ta n ro m á n tica como
las demás. F a u sto se siente in clin ad o a la p o lítica com o se
h a sentido in clin ad o al am or o a la belleza . Le fascina
la tra n sfo rm a c ió n de las cosas m edíante su v o lu n ta d , la im ­
presión de sus huellas d u ra n te épocas enteras sobre la n a tu ­
ra le z a y sobre la sociedad h u m a n a 2) . P ero su p a sió n p o r
la activ id ad y el poder, que alg u n o s co m entaristas cándidos
dignifican con el n o m b re de a ltru ism o y de sacrificio p o r
los demás, n o tiene n in g ú n p ro p ó s ito fijo o n o rm a co n s­
ta n te 3) . G oethe es especialm ente p ró d ig o en detalles para
d em o strar este rasgo. L a m agia, el ejercicio de u n a v o lu n ­
ta d n o educable, sigue siendo el in stru m e n to de F austo.

F aust, P a rte II, A c to IV , A lta m o n ta ñ a ;


E rsta u n e n sw ü rd ig e s solí geraten,
Ic h fü h le K r a ft z u h ü h n e m Fleiss.
H eccsch aft g e w in n ’ich , E ig e n tu m l
D ie T h a t ist alies, n ic h ts der R u h m .
D a xvagt m e in C e ist, sich selbst z u ü b erflieg e n ;
H ie r m ó c h t’ich k a m p íe n , dies m ó c h t'ic h besiegen S9) .

2) Id ., A c to V , G ran p a tio del p a la c io :


E s k a n n die S p u r v o n m ein en E rdetagen
N ic h t in A e o n e n u n te rg e h n 40) .

8) F a u sf, P a r te II, A c to IV , A lta m o n ta ñ a :


W er befchlen so lí
M u ss im B efeh len S e lig k e it e m p fin d e n .
I h m ist die B r u s t v o n h o h e m XVillen vo ll,
D o c h ivas er w ill, es d a r f’s k e in M en sc h e rg rü n d e n 41) .
M ed ian te varias artes de ilusión, M efistófeles asegura el
triu n fo del em perador en u n a guerra v io len ta c o n tra u n a
insurrección justificable. C om o recom pensa p o r la ay u d a re­
cibida, F a u sto obtiene en feu d o las rib eras del país. L os
canales y diques necesarios son co n stru id o s por la m agia.
Los espíritus dirigidos p o r M efistófeles los excavan y cons­
tru y en m ediante ex trañ as encantaciones. E l com ercio que
se desarrolla es tam b ién ilegal y en él está in clu id a la
p iratería.
E sto n o es to d o . E n alg u n as d u n a s de arena que d iv idían
la an tig u a costa, u n hom bre viejo y su m u jer, F ílem ón y
Baucis, v ivían antes de la llegada de F a u sto y sus adelantos.
Sobre la lom a, al lado de su choza, se lev antaba u n a p e­
queña capilla que m olestaba a F a u sto en su palacio recién
co n stru id o , en p a rte p o r su so n id o insistente, en p arte p o r
sus sugestiones cristianas y en parte por recordarle que n o
era en teram ente d u eñ o del p a ís y que algo existía en éste
que n o era p ro d u cto de su v o lu n ta d m ágica. E l a n tig u o
p u eb lo n o quería venderse, y en u n acceso de im paciencia
F a u sto ordena que los h a b ita n te s sean desalojados de sus
casas y traslad ad o s a u n a m an sió n m ejo r en cualquier o tra
parte. M efistófeles y sus esbirros ejecutan esas órdenes algo
bruscam ente. L a choza y la capilla son incendiadas, y File-
m ón y B aucis se consum en en las llam as o quedan en te­
rra d o s entre las ru in as.
F a u sto lam en ta este incidente, pero se tra ta de una de
las inevitables consecuencias de la acción que u n h om bre
valiente debe a rro stra r y o lv id a r lo antes posible. D e la
m ism a m anera h a la m en tad o la desgracia de G retchen y
seguram ente la m uerte de E u fo rió n . P ero así es la vida
rom án tica. A u n q u e sacudida, su v o lu n ta d no queda e x tin ­
guida por tales desventuras. M ien tras la v ida dure, F au sto
seguirá h aciendo cosas q u e, de alg u n a m anera, estará o b li­
gado a lam en tar. D e o tra suerte, n o h a b ría p a rticip a d o en
la experiencia to ta l de la h u m a n id a d , pues h a b ría echado
de m en o s la im p o rta n te experiencia de la autoacusación y
del rescate de sí m ism o.
E s im posible supo n er que los ciudadanos que instala tras
los diques perm eables con el fin de que te n g a n siem pre algo
en que ocuparse, le p u ed an p ro p o rc io n a r una satisfacción
p u ra sí h a p o d id o realm ente prever el curso de sus vidas en
sus detalles concretos. H o la n d a es u n país interesante, pero
apenas puede c o n stitu ir u n espectáculo que arrebate durante
largo tiem po a un idealista tan exigente como F a u sto , el
cual h a en co n trad o com pletam ente van as las artes y las cien­
cias, im posible la vida dom éstica e in d ig n a s de considera­
ción las b ru je ría s y tabernas. L a v id a del p ro p io F a u sto ha
sido m ucho m ás líbre y activa de lo que p o d ía n esperar sus
in d u strio so s conciudadanos. Su interés en in sta larlo s es un
interés d o m in a n te e irresponsable. E s o tra pasión a rb itraria,
o tra ilusión egoísta. A sí com o n o h a ten id o conciencia m o ­
ra l en su am o r y n o h a buscado y p ro cu rad o la felicidad de
nadie, ta m p o c o tiene conciencia m o ral en su am bición y en
sus em presas políticas. C o n tal que se cum pla su v o lu n ta d ,
n o p re g u n ta si, ju z g a d o p o r sus fru to s, merece la pena haber
hecho lo que ha hecho. Y así com o to d a su inm ensa m elan ­
colía en el com ienzo, cu an d o era u n sab io en su lab o rato rio ,
n o se basaba en n in g u n a desdicha real, sino en el desaso­
siego y en u n a vaga am bición in fin ita, tam p o co su d e fin i­
tiva satisfacción se basa en u n a inten ció n buena, sino en
u n a in ten ció n apasionada. L la m a b u en as a las cosas que
desea para los dem ás, p o rq u e desea conferirlas y n o po rq u e
los o tro s las necesiten. In cap az de com pasión, se com place
m o m en tán eam en te en la po lítica, y en la ú ltim a y “ m ás
elevada” expresión de su v o lu n ta d , en su labor de estadista
y su p u esto espíritu p a trió tic o sigue siendo ro m án tico y, en
caso necesario, crim inal y agresivo.
E n tre ta n to , su fin se ap ro x im a. El h u m o p ro d u cid o p o r
aquella insign ifican te conflagración se convierte en som brías
figuras que representan la privación, la culpa, la in q u ietu d
y la m uerte que revolotean en to rn o a él. L a priv ació n es
d etenida p o r su riq u eza, y la culpa es superada p o r su de­
n u ed o rom ántico. M as la in q u ie tu d se desliza p o r el o jo de
la cerradura, dejándole ciego y sin aliento, m ien tras la
m uerte le pisa los talones sin ad v ertirlo . Sin em bargo, el
viejo F a u sto — tiene ya cien años— perm anece im pávido,
y to d o s sus p en sam ien to s se dirigen al fu tu ro , a la obra
que h a em prendido. O rdena que prosiga la excavación de
los canales que está co n stru y en d o , p ero los espíritus que
parecen obedecerle se le escapan y excavan en su lu gar su
sep u ltu ra.
C u a n d o siente la m uerte cernirse so b re él, F a u sto revela
u n o de sus m ás espléndidos m o m en to s de afirm ación de sí
m ism o. H a recorrido el m u n d o , dice, aceptando igualm ente
los em bates y los dones de la fo rtu n a l ) , y la ú ltim a p a la ­
b ra de la sab id u ría que ha a p ren d id o es que n o merece la
vida o la lib ertad quien diariam ente n o las reconquiste.
A b a n d o n a los diques que h a le v a n ta d o con el fin de p ro ­
teger a la nación que fu n d ó — sím bolo de que la libertad
y salvación de cada uno de sus h a b ita n te s debe consistir en
la p erp etu a lucha contra u n in d o m ab le enem igo. L a idea de
m uchas generaciones viviendo en m ed io del peligro y del
tra b a jo le llena de satisfacción. E n el m o m e n to en que esta
perspectiva se le ofrece puede casi decir: “ D etente, pues

1) F a u st, P a r t e II, A cto V , M ed ia n o ch e:

]ch b in n u r d u c h d ie W e l t g era n n t:
E in j e d ’G e lü st e r g r iff ich bei den H a a ten ,
W a s n ic h t g e n ü g te , Hess ich fa h ren ,
W a s m ir e n tw is c h te , Hess ich z ie h n 42) .
¡eres ta n h e rm o sa !” J) . Y tras estas p alab ras — un ú ltim o
re to y b u rlo n a rendición a M efistófeles— cae en el sepulcro
abierto a sus pies.
¿Q uién ha g an ad o la apuesta? A u n q u e n o enteram ente,
F a u s to ha p ro n u n c ia d o casi las m ism as p alab ras que ten ía n
que d ar la v ictoria a M efistófeles, pero su sentido es nuevo
y M efistófeles n o h a lo g ra d o que F a u sto entregara de buen
g rad o su v o lu n ta d , su v ag o idealism o. L o que satisface a
F a u s to es, u n a vez m ás, la conciencia de que esta v o lu n ta d
h a de ser m a n ten id a y de que n i él n i los colonos a que ha
dad o origen h an de m order n u n ca el p o lv o y complacerse,
sin o tra aspiración, en los casuales placeres del m om ento.
F a u sto ha m a n te n id o su entu siasm o p o r u n a vida tem pes­
tuosa, difícil e in term in ab le. H a sido fiel a su filosofía
rom ántica.
P o r lo ta n to , h a sid o salv ad o en el sen tido en que la
salvación es defin id a en el P rólogo en el cielo, y n u eva­
m ente en la canción de los ángeles que acogen su alm a,
cuando dicen: “ P o d em o s red im ir al que infatigablem ente
se esfuerza” 2) . E sta salvación no in tro d u ce n in g u n a m e­
jo ra en el carácter de F a u sto — que ha sido pecador h a sta
el fin y h a sid o desde el com ienzo el inconsciente servidor
de D ios— ni representa n in g u n a revolución en su fo rtu n a ,
com o sí h u b iera de tener en el cielo u n em pleo d istin to que
en la tierra. V a a in stru ir en la vida a las alm as de los m u ­

*) F a u st, P a rte II, A cto V , G ra n p a tia de! p a la c io :


S otch ein G e w im m e l m o c h t ich sehn,
A u f fre ie m G tu n d m i t fre ie m V o tk e ste h n .
Z u m A u g e n b lic k e d ü r f t ’ich sagen:
V e tw e iíe d o c h , d u b ist so s c h o n ! 43) ,

s) F a u s t, P a r te II, A c to V , C ielo:
W e r im m e r strebend sich b e m ü h t,
D e n k ó n n e n w ie erlósen.
chachos jóvenes que h an m u erto dem asiado p ro n to para
tener u n a experiencia p ersonal de las tabernas, Gretchens,
Elenas y noches de W a lp u rg ís *). A u n q u e n o exactam ente
en estos tem as, la enseñanza h ab ía sido la p rim itiv a p ro fe ­
sión de F a u sto , y el cansancio de ella fué lo que le co n d u jo
a la m agia y casi al suicidio h a sta el m o m e n to de asomarse
al g ran m u n d o de la av en tu ra. C iertam ente, no estará m ás
satisfecho con sus nuevos alu m n o s. Su in q u ie tu d rom ántica
no le ab a n d o n a rá ni siquiera en el cielo. A lg ú n bello día
arro ja rá p o r la v e n tan a los tex to s celestiales y con los a lu m ­
nos detrás de él sald rá p ara saborear la v id a en alguna m ás
aireada región de las nubes.
N o , F a u s to n o está salv ad o en el sen tid o de estar sa n ti­
ficado o conducido a u n estado fin al y eterno de bienaven­
tu ra n z a . E l único progreso experim en tad o p o r su n a tu ra ­
leza h a sido el paso, al com ienzo de la segunda p arte, de
las actividades p riv ad as a las públicas. Si, al fin a l de esta
parte, expresa el deseo de a b a n d o n a r la m agia y de vivir
com o u n h o m b re entre los h o m b res, en el seno de la n a tu ­
raleza v erd ad era, se tra ta de u n deseo m eram ente p la tó ­
nico 2) . D u r a n te su larg a v id a se le o cu rrió con frecuencia
a G oethe la idea de que es inh eren te a la sa b id u ría aceptar
la v ida en sus circunstancias o rd in arias y n atu rales en vez

1) I b td .:
W ie w u rd e n fr iih e n tfe r n t
V o n L eb ech o ren ;
D o ch dieser h a t gelernt,
E r w it'd uns lehven 44) .

2) F a u st, P a tte II, A cto V , M e d ia n o c h e :


N o c h h a b ’ich m ic h ins Freie n ic h t g e k a m p ft.
K o n n t ’ich M a g ie Von m e im m P fa d e n tfe r n e n ,
D ie Z a u b ersp riich e g a n z u n d gar verlernen,
S t ü n d ’ich , N a tu r , v o r d ir ein M a n n allein,
D a w a r ’s der M ü h e w e rt, ein M en sch z u sein 4 5 ),
de pretender evocar las condiciones de la existencia según
la v o lu n ta d de vivir. Si esta idea fuera ad m itid a de un m odo
constante, representaría el paso del trascendentalism o al na-
tu ralism o . P e ro el esp íritu n a tu ra l es ya p o r sí m ism o ro ­
m á n tico . Vive espontánea y valerosam ente, sin p rem ed ita ­
ción; vive p o r v iv ir m ás que p o r alcan zar o saborear un
fin . Y au n en las circunstancias ord in arias, serían m uchas
las vicisitudes de una v ida in term in ab le. N o se tra ta ría de
alcanzar u n fin ú til n i siquiera de u n progreso in d efin id o
en un sentido determ in ad o . E l cam bio de ru m b o en la vida
es u n a p arte de su v italid ad . E s esencial p a ra la iro n ía y el
v a lo r rom án tico .
El secreto de lo que hay de serio en la m oral de F austo
debe ser buscado en S p in o za — la fu en te de to d o lo serio en
la filo so fía de G oethe. S p in o za tiene u na adm irable d o c­
trin a o,' m ás b ien, una adm irab le in tu ició n , que consiste en
v er las cosas b a jo el aspecto de la etern idad. E sta facultad
es fu n d a m e n ta l en la m ente h u m a n a ; la percepción y la
m em oria o rd in a ria s son ejem plos de ella. P o r lo ta n to ,
cuando la u tiliz a m o s p ara tra ta r pro b lem as fundam entales
n o nos alejam os de la experiencia, sino que, p o r el c o n tra ­
rio, nos fu n d a m o s en la experiencia y en sus fru to s. Se ve
u n a cosa b a jo el aspecto de la etern id ad cuando to d as sus
partes o m om en to s son concebidos en sus verdaderas rela­
ciones y, p o r consiguiente, de u n m o d o co n tin u o . L a b io ­
g rafía com pleta de C ésar es el m ism o César visto desde el
aspecto de la eternidad. A h o ra bien, la bio g rafía com pleta
de F au sto — F au sto visto desde el p u n to de vista de la e ter­
n id a d — m uestra su salvación. D io s y el p ro p io F a u sto , en
su ú ltim o m o m en to de lucidez, ven que el haber v iv id o tal
vida de tal m anera requería la salvación, es decir, que F au sto
iba a ser la clase de h o m b re que un h o m b re debería ser. L o s
b orro n es de aquella vida eran útiles y necesarios; sus p a ­
siones eran necesarias y creadoras. H ab er experim entado u n a
insatisfacción p erp etu a es algo enteram ente satisfactorio; el
deseo de la experiencia universal es la verdadera experiencia.
U n h om bre se salva en ta n to que h a v iv id o de u n m odo
conveniente; se salva n o después de haber cesado de vivir
de este m odo, sino duran te to d o el proceso. E l destino del
ho m b re es el de ser siervo de D ios. L a verdadera salvación
del h o m b re consiste en que D io s y su p ro p ia conciencia p ro ­
nuncien tal fallo. C o n ello queda fu n d a d a la d ig n id ad del
hom bre b a jo el aspecto de la eternidad.
E n su desarro llo filosófico, la obra te rm in a aquí, pero
Goethe agregó diversos o tro s detalles y escenas con esa a b u n ­
dancia y ese am or a las descripciones sim b ó licas y a los ep i­
gram as poéticos q u e caracteriza to d a la segunda p arte. T a n
p ro n to com o F a u sto expira o, m ás b ien , antes de que lo
haga, M efistófeles coloca u n o de su pequeños dem onios en
cada orificio del cuerpo del héroe, con el f in de que el alm a
salga sin ser apresada. A l m ism o tiem po, desciende una b a n ­
dad a de ángeles esparciendo las rosas ro ja s del am o r y ca n ­
ta n d o sus alab an zas. C u a n d o estas rosas alcanzan a M efis­
tófeles y a sus dem o n io s se convierten en bolas de fuego.
Y aun q u e el fuego es su elem ento fa m ilia r, quedan ch am u s­
cados y h u y e n llenos de sobresalto. L o s ángeles pueden así
recoger fácilm ente el alm a de F a u sto y llevársela en triu n fo .
N o hace fa lta decir que esta lucha en to rn o a una m ari­
posa a tu rd id a no puede ser lo que realm ente determ ina el
resultado de la apuesta, la salvación de F au sto . P ero Goethe,
en sus C onversaciones con E ckerm a n n , justifica esta inter­
vención de un a especie de accidente m ecánico p o r la analogía
con la d o ctrin a cristiana. A dem ás de la v irtu d , se necesita
la gracia, y la intercesión de G retchen y de la V irg en M aría
— com o la de la V irg en M aría, L ucía y B eatriz en el caso
de D a n te — , lo m ism o que la estratagem a de1 las bolas de
fuego, representan esta co n d ició n ex tern a de la salvación.
E sta in terv en ció n de la gracia es, en el fondo, sólo u n
nuevo sím b o lo de la esencial justificación b ajo el aspecto
de la eternidad, de lo im perfecto e insuficiente en el tiem po.
L a variad a y o b stinada vida de F a u sto no es v irtu o sa en
n in g u n a de sus p artes, pero el carácter v irtu o so es adscrito
a ella en su co n ju n to . E l am or d iv in o la acepta com o su fi­
ciente. L a ra z ó n especulativa declara que es la m ejor vida
posible, a u n q u e p ara el en ten d im ien to m o n ó to n o parezca
u n a serie de fa lta s y tro p iezo s. Si el goce an ticip ad o de su
nueva H o la n d a llena de satisfacción a F a u sto agonizante,
¡cu án to m ás merece ser aceptada y envidiada la m aravillosa
existencia del p ro p io F a u sto , p ro c la m á n d o la su m ism a r a ­
z ó n de ser! L as culpas de F au sto en el tiem p o no le son
contadas en la eternidad. Sus crím enes y locuras son b en ­
diciones disfrazadas. ¿N o h icieron su v id a interesante y
digna de c o n stitu ir el o b jeto de un poem a? ¿N o fueron
estas culpas y su redención las que hicieron que F austo
fuera F au sto ? E sta idea es la más alta ra z ó n , el am or d i­
vino, que interviene p a ra salvarle. L o que debería ser im p er­
fecto en el tiem p o es, a causa de su m ism a im perfección
contingente, perfecto desde el p u n to de vista de la eternidad.
V iv ir, v iv ir ex actam ente ta l com o lo hacem os, es precisa­
m ente la fin alid ad y el g alard ó n de la existencia. D ebem os
buscar las m ejo ras; debem os estar insatisfechos con nosotros
m ism os. Seguir haciendo correr la b o la es la actitu d asig­
nada, la p o s tu ra histriónica. P ero m ien tras sentim os esta
insatisfacción, som os perfectam ente satisfactorios. Y m ien ­
tras hacem os n u estro juego y constan tem en te lo perdem os,
estam os ganando el juego p a ra D ios.
Sin em bargo, ni siquiera esta escena satisfizo la prolífica
fa n ta sía del poeta, de suerte que le agregó un a escena fin a l:
la apoteosis o H im m e lfa h rt de F au sto . G oethe h ab ía visto
en el cam p o san to de P isa un fresco que representaba varios
anacoretas viviendo en las faldas de alguna m o n tañ a sagra­
da — Sinaí, C arm elo o A th o s— , cada u n o en su pequeña
cueva o erm ita. P o r encim a de ellos, en el ancho espacio de
cielo, b an d ad as de ángeles se re m o n ta b a n hacia la M adonna.
E l poeta nos m uestra a través de ta l paisaje el alm a de
F a u sto len tam en te llevada hacia lo alto.
Se h a considerado que esta escena está in sp irad a en ideas
católicas, en ta n to que el P rólogo en el cielo es bíblico y
p ro testan te, y el p ro p io G oethe dice que su “ intención p o é ­
tica” p o d ría traducirse m ejo r p o r m edio de im ágenes p r o ­
cedentes de la trad ició n eclesiástica m edieval. Pero, en v er­
dad , n o h a y en la escena n ad a católico excepto los nom bres
o títu lo s de los personajes. L o que éstos dicen se reduce a
u n a descripción sen tim en tal de paisajes o a un vago misci-
cismo, acorde con alg u n a piedad algo n ebulosa. M uchas
cosas proceden, en realidad, de S w edenborg. N o o b stan te,
lo que es sw ed en b o rg ian o — ta l com o la n o ción del saber
celestial, el paso de u n a esfera a o tra y la in terp retació n de
la m irad a ajen a— , es a su vez u n a m era fo rm a de expresión.
L a “ intención p o ética” del a u to r es, com o hem os visto,
com pletam ente sp ín o zian a. In d u d a b le m e n te , concibe que el
alm a de F a u sto h a de pasar a otro m u n d o a través de alguna
nueva serie de experiencias. P ero este destino n o es su sa l­
vación; es la co n tin u ació n de su esfuerzo. E l fam oso coro
al final de la o b ra repite, con u n a v ariación interesante, el
m ism o contraste que hem os v isto entre el p u n to de vista del
tiem p o y el de la eternidad. T o d o lo tra n sito rio , dice el
coro m ís tic o 1) , es sólo u n a -imagen; aquí (es decir, desde

*) F a u st, P a rte II, A c to V , C ielo :


A lie s V ergangliche
Ist nu r ein C leich n is;
D as U n zu la n g lic h e ,
H ie r w ir d 's E ceig n is;
D a s U nbeschreibliche,
H ie r ist es g eth a n ;
D a s E w ig -W e ib lic h e
Z i e h t u n s h in a n 48) .
el p u n to de v ista de la etern id ad ) lo insuficiente se co n ­
vierte en algo actual y com pleto, y lo que en la experiencia
parecía u n a busca in term in ab le es p a ra la especulación una
realización perfecta. E l ideal de algo in fin ita m e n te atractivo
y esencialm ente in ag o tab le — lo eterno fem enino, com o
G oethe lo llam a— eleva la v ida de u n estadio a o tro .
G retchen y E len a h a b ía n sid o sím b o lo s de este ideal. L a
lo za n a m ad u rez de G o eth e h ab ía sen tid o h a sta el fin al el
encanto de la m u je r, la d u lz u ra y la pena de am ar lo que
no p o d ía esperar poseer, y lo que en su perfección ideal
necesariam ente elude la posesión. Se h ab ía reconciliado, no
sin lágrim as, con este deseo sin esperanza, y com o Piccarda
en el Paraíso, h ab ía bendecido la m an o que concedió y d e­
negó la felicidad 1) . A sí, so ñ an d o en u n a satisfacción y
ren u n cian d o a ella, en co n tró u n a satisfacción de otra espe­
cie. E l F austo term in a en el m ism o nivel filosófico en que
em pezó: el nivel del ro m an ticism o . E l v a lo r de la vida
radica en la persecución y n o en el lo g ro del fin perseguido;
p o r lo ta n to , to d o es d ig n o de ser perseguido y nada p r o ­
duce satisfacción, excepto este m ism o d e stin o interm inable.
T a l es la m o ra l oficial del F austo y lo que podem os lla ­
m ar su filo so fía general. Pero, como acabam os de ver, esta
m o ral es só lo u n a idea ta rd ía y está lejos de agotar las ideas
filosóficas que contiene el poem a. Se encuentra a q u í u n
esquem a de la experiencia, pero cuando la experiencia lo
realiza n o s abre m uchas perspectivas, algunas de las cuales
revelan cosas m ás p ro fu n d a s y elevadas que la experiencia

*) C fr. T r ilo g ía d e la p a sió n , 1 8 2 3 :


M ic h xreikt um ber ein u n b e z w in g lic h S e h n e n ;
D a b teib t k e ín R a t ais g re n zen lo se T h r iin e n . . .
U n d so das H e r z erleíchtert m e r k t behende
D ass es n o ch lebt u n d schliigt u n d m o c h te schlagen, . .
D a f ü h lte sich — o, dass es e w ig b lie b e !—
D as D o p p e tg lü c k d e r T o n e w i e d e r L ie b e ÍT) .
m ism a. L a senda del p eregrino y las posad as en que se de­
tiene n o son ni el p aisaje e n te ro que ve m ien tras v ia ja ni el
verdadero a lta r ante el que se inclina. Y la filosofía o filo ­
sofías in cid en tales del F austo de G oethe son, a m i entender,
frecuentem ente m ejores que su filo so fía fu n d am en tal. La
prim era escena de la segunda p arte, p o r ejem plo, es m ejor,
poética y filosóficam ente, que la ú ltim a. M u estra u n a com ­
pren sió n m ás p ro fu n d a de las realidades de la n atu raleza y
del alm a, y es m ás sincera. G oethe in te rp re ta a llí la n a tu ­
raleza según S p in o z a ; n o sueña con Sw edenborg ni la n z a j
con H egel, equívocas p arad o jas.
E n realidad el g ran m érito de la actitu d ro m án tica en la
poesía y del m éto d o trascendental en la filo so fía consiste en
hacernos retroceder a los com ienzos de n u estra experiencia.
D isuelven lo convencional, que es frecuentem ente pesado y
confuso, y restau ran n u estra percepción in m ediata y nues­
tra v o lu n ta d p rim o rd ia l. Éste es el verdad ero e inevitable
p u n to de p a rtid a . Si n o h u b ié ra m o s nacido, si no nos h u ­
biéram o s asom ado al m u n d o , cada u n o fuera de nuestro
cascarón personal, este m u n d o p o d ría h ab er ex istid o sin
no so tro s, com o p u ed en existir actu alm en te m il m u n d o s p o r
descubrir. M as p a ra n o so tro s n o h u b ie ra existido. N o h a ­
b ría necesidad de in sistir en esta verd ad evidente, p o r dos
razones. U n a de ellas es la de que el conocim iento convencio­
nal, tal com o lo p ro p o rc io n a n n uestras nociones de la cien­
cia y de la m o ralid ad , es con frecuencia dem asiado pesado;
hace valer e im pone m ucho m ás de lo que ju stifica nuestra
experiencia, la cual es n u estro único acceso a la realidad. La
o tra razó n es el reverso o c o n tra p a rtid a de la prim era, pues
el conocim iento convencional frecuentem ente ignora y p a ­
rece su p rim ir partes de la experiencia no m enos verdaderas
e im p o rta n te s p ara n o so tro s que aquellas en que se basa el
conocim iento convencional m ism o. E l m u n d o com ún es
p a ra el alm a dem asiado angosto, así com o dem asiado m í t i ­
co y fab u lo so . D e aquí la doble la b o r crítica e in citad o ra
que representa la reflexión ro m á n tic a : co rtar las ram as
m u ertas y alim en tar los re to ñ o s ag onizantes. C om o K a n t
dijo, esta filo so fía es u n catártico ; es d e p u rad o ra y lib er­
tad o ra. Se p ro p o n e hacernos em p ezar de nuevo y em pezar
bien.
D e ello se sigue que el que no sim p atiza con ta l filo so ­
fía es una p erso n a relativam ente convencional. T ien e u n a
m en te de segunda m an o . F a u sto tiene u n a m ente de p r i­
m era m ano, u n alm a enteram ente libre, sincera y valerosa.
N o obstante, se sigue de ello tam b ién que el que no tiene
o tra filo so fía n o tiene ta m p o c o n in g u n a sabiduría. N o p u e ­
de decir que algo es d ig n o de arrebatarle, pues todo en él
es a ctitu d y n a d a es logro. F au sto , y especialmente M e fistó ­
feles, tienen o tra s filo so fías p o r encim a de su trascendenta-
lism o, pues éste es sólo u n m éto d o p a ra alcanzar conclusiones
que deben ser críticam ente salv ag u ard ad as y em píricam ente
fu nd ad as. T ales aspectos y perspectivas de la naturaleza son
liberalm ente esparcidos en las p á g in a s del F austo. C uerdas
p alabras m odifican esta carrera de locura, com o escenas e x ­
q u isitas llenan este to rtu o so y sobrecargado dram a. La
m ente h a llegado a ser libre y sincera, p ero h a perm anecido
atu rd id a.
L o s m érito s literario s del F a u sto de G oethe corresponden
exactam ente a sus excelencias filosóficas. E l p ro p io G oethe
los h a descrito en el P ró lo g o en el teatro : m ucha decoración,
m ucha cordura, alg u n a locura, gran riq u eza de incidentes y
descripciones y, detrás de ello, el alm a de un poeta cantando
sincera y fervorosam ente las visiones de su vida. H a y aquí
p ro fu n d id a d , riq u e z a in terio r, h o n ra d e z e indocilidad. H ay
aquí los m ás conm ovedores acentos de la n atu raleza y el
m ás v ariad o su rtid o de erudición curiosa y grotescas fa n ta ­
sías. E sta ob ra, dice G o eth e (en u n cuarteto com puesto
p rim itiv am en te a guisa de epílogo, pero n o insertado fin a l­
m ente en el d ra m a ), esta o b ra es como la vida h u m a n a :
tiene u n p rin c ip io y u n fin , pero n o es u n a to talid ad , n o es
un c o n ju n to a) . Pues, ¿cóm o p o d ría m o s describir el co n ­
ju n to de u n a experiencia in fin ita sin circunstancias para
determ in arla y sin ú ltim o s fines? T o d o lo que u n poeta
de la experiencia p u ra puede hacer es, evidentem ente, presen­
ta r algunos fragm entos más o m enos p ro lo n g ad o s. Y c u an ­
to m ás p ro lo n g a d a sea la experiencia presentada, ta n to m ás
será u n a colección de fra g m e n to s y ta n to m enos su ú ltim a
p a rte ten d rá que ver con la prim era. C ualq u ier carácter que
pud iéram o s a trib u ir al c o n ju n to de lo que hem os ya ex a­
m in a d o , n o p o d ría ciertam ente d o m in a rlo sí ta l c o n ju n to
hub iera sido m ay o r y si h u b ié ra m o s ten id o suficiente m e­
m o ria o perspicacia p ara in clu ir o tra s partes de la experien­
cia enteram ente diferentes en su género de los episodios
vividos. Ser diverso, ser in d efin id o e inacabado es algo esen­
cial a la vida ro m án tica. ¿P odem os n o decir que es esencial
a to d a v ida en su in m ed iata presencia? ¿P odem os n o decir
que sólo con respecto a lo in a n im a d o — a los objetos, idea­
les y fó rm u la s que n o pueden ser experim entados, sin o ú n i­
cam ente concebidos— p u ede la v id a llegar a ser racional y
verdaderam ente progresiva? A q u í en co n tram os la radical e
in tran sferib le excelencia del ro m an ticism o , su sinceridad, li­
bertad, riq u e z a e in fin itu d . A q u í tam b ién encontram os sus
lim itaciones en el se n tid o de que n o le es p o sib le asegurar
n in g u n o de sus ideales y de que cree ciegamente que el u n i­
verso es ta n in d ó c il com o él m ism o, de ta l suerte que la
n atu raleza y el arte se escabullen siem pre de sus dedos. E s
o b stin ad am en te em pírico y ja m á s aprenderá nada de la e x ­
periencia.
!) D e la s o b ra s p o s tu m a s :
D e s M enschen L e b e n ist ein ahnliches G e d ic h t;
E s h a t w o h l einen A n fa n g , h a t e¡r¡ E n d e,
A lle in ein C a r n e s ist es n ic h t “*8) .
CONCLUSIÓN

Tres poetas filósofos,-—12.


CONCLUSIÓN

D espués de estudiar estos tres p o etas filósofos, puede


establecerse alg u n a com paración entre ellos. P o r com p ara­
ción n o entendem os u n a discusión acerca de cuál es el m ejor.
C ada u n o es el m ejo r a su m anera, y n in g u n o es el m ejor
de u n m o d o a b so lu to . E x p resar u n a preferencia p o r cual­
quiera de ellos n o es ta n to u n a crítica com o u n a confesión
personal. Si se tra ta ra del placer relativ o que u n h o m bre
puede o b ten er de cada p oeta, este placer d iferiría según el
tem p eram en to del h o m b re, el m o m e n to de su vida, el id io ­
m a m ejo r conocido y la d o c trin a m ás fam iliar. P o r com pa­
ración entendem os u n exam en su m ario del análisis que ya
hem os hecho acerca del tip o im a g in a tiv o y filosófico en ­
carn ad o en cada u n o de n u estro s poetas, con el fin de ver
lo que tienen en com ún, aqu ello en que difieren o el orden
en que pueden colocarse desde diferentes p u n to s de vista.
A sí, acabam os de ver que G oethe, en su F a u sto , presenta la
experiencia en su inm ediatez, variedad y aparente sin razó n ,
y que la p resenta com o u n episodio antes y después del
cual pueden concebirse o tro s episodios d istin to s del p r i­
m ero en la m ism a p ro p o rc ió n en que de él se aleja el espec­
tad o r. N o hay en esto n in g u n a to ta lid a d posible, p o r
cu an to n o h a y n in g ú n fu n d a m e n to conocido. V o lv a m o s a
Lucrecio, y la diferencia es sorpren d en te. Lucrecio es el poeta
de la m ateria. E l fu n d a m e n to es precisam ente lo que ve en
tod as p artes, y al ver el fu n d a m e n to ve tam b ién sus p o si­
bles p ro d u c to s. L a experiencia aparece en Lucrecio, n o
com o la encuentra cada h o m b re en sí m ism o, sino com o la
exam in a el observador científico haciendo abstracción de su
p ro p ia persona. L a experiencia es p a ra él u n círculo n a tu ra l,
inevitable y m o n ó to n o , de sensaciones im plicadas en las
acciones de la n atu raleza. E l fu n d a m e n to y los. lím ites de la
experiencia llegan a ser en L ucrecio in m ediatam ente evi­
dentes.
E n D a n te tenem os tam b ién , p o r o tro lado, u n a visión de
la experiencia en su to ta lid a d , desde arriba y, en cierto sen­
tid o , desde fuera. P ero el p u n to de referencia externo no
es físico, sino m oral, y lo que interesa al poeta es saber
cuál es la m ejor experiencia y cuál es el proceso que con­
duce a u n a existencia suprem a, re d e n to ra e indestructible.
Goethe es el p o eta de la v id a ; L ucrecio, el p o eta de la n a tu ­
raleza; D a n te , el p o eta de la salvación. G oethe nos da lo
m ás fu n d a m e n ta l — el tu rb io flu jo de los sentidos, el g rito
del co razó n , el ta n te o de las p rim eras nociones del arte y
de la ciencia que pueden p ro p o rc io n a r la m agia o la astucia.
Lucrecio nos conduce m ás allá. N uestro saber deja de ser
im presionista y casual. Perm anece atento a la com prensión
de las cosas, de suerte que la felicidad que nos corresponde
no nos engaña y p odem os poseerla con p a z y dignidad. El
conocim iento de lo posible es el com ienzo de la felicidad.
D a n te , sin em bargo, nos conduce m ucho m ás lejos. T a m ­
bién él tiene el conocim iento de lo posible y lo im posible.
H a recopilado los preceptos de an tig u o s filósofos y santos,
así com o los m ás recientes ejem plos de la sociedad de su
época, y con ay u d a de ellos h a establecido una distinción
entre las am biciones que p ueden perm itirse cuerdam ente en
esta v id a y aquellas cuyo fom ento es una locura, llam an d o
a las prim eras v irtu d y piedad, y a las segundas desatino y
pecado. L o que hace precioso tal conocim iento no es sólo
el hecho de que b o sq u e ja en general el fin y el resultado
de la vida, sino tam b ién el hecho de que p in ta el detalle
— el detalle de lo posible n o m enos que el detalle (m ás
fa m ilia r a los p o etas trágicos) de lo im posible.
L a n oción de Lucrecio acerca de lo que es p o sitivam ente
d ign o de ser a lcan zad o es, p o r ejem plo, m u y po b re: libera­
ción de las supersticiones, con la ciencia n a tu ra l necesaria
p a ra asegurarla, la am istad y unos cu an to s fáciles y sa lu ­
dables placeres anim ales. N o h a y allí a m o r, p a trio tism o ,
religión o espíritu de em presa. A sí tam b ién, Lucrecio ve
sólo generalidades en lo que se nos p ro h íb e : la locura de la
pasión o la plaga de la superstición. D a n te , p o r el c o n tra ­
rio, ve con g ra n p recisió n las diversas tra m p as de la vida.
Y como las ve claram ente y com prende el carácter fatal de
cada una, ve tam b ién la ra z ó n p o r la cual los hom bres caen
en ellas, los ensueños que les seducen y la d u lz u ra de los
b ienes im posibles. S in tien d o , inclusive en lo que debem os
lla m a r en d e fin itiv a m al, el alm a del bien que nos atrae,
exp erim en ta to d o el encanto y variedad del bien m ism o.
¿D ónde, excepto en D a n te , p o d e m o s e n c o n tra r ta n ta s estre­
llas d istin ta s en gloria de otras, ta n ta s deliciosas m oradas
para las alm as superiores, tan tas diferentes bellezas de form a,
acento, p en sam ien to e inten ció n , ta n ta s tern u ras y hero ís­
m os? D a n te es el m aestro de los que saben p o r la experien­
cia lo que es digno de ser conocido p o r la experiencia; es
el m aestro de la d istinción.
A q u í, pues, están n u estro s tres poetas y sus m ensajes:
G oethe, con la vida h u m a n a ofrecida en su inm ediatez y
tratad a ro m án ticam en te; Lucrecio, con la v isión de la n a tu ­
raleza y de los lím ites de la v ida h u m a n a ; D ante, con la
espiritu al m aestría sobre esta v ida y u n perfecto conoci­
m ie n to del bien y del, m al.
C ada u n o p o d rá detenerse en el estadio que prefiera de
acuerdo con su sentido de lo q u e es real e im p o rtan te , pues
lo que u n o llam a superior es calificado de irreal por otro,
y lo que u n o considera lo z a n o es estim ado p o r o tro com o
fétido. E n fin de cuentas, n o nos satisfará n in g u n o de
nuestros p oetas si tenem os que renunciar a los o tro s dos.
C ierto es que, desde el p u n to de v ista fo rm a l y con respecto
a su tip o de filosofía e im aginación, D ante está en un p la ­
no superior a Lucrecio, y L ucrecio en u n p la n o superior a
G oethe. P ero el p la n o en que u n poeta se mueve no lo es
to d o ; m uchas cosas dependen de lo que cada cual arrastra
consigo h asta el nivel en que m o ra. A h o ra bien, h a y m u ­
chas cosas, m uchísim as cosas en G oethe que Lucrecio des­
conoce. D esconociéndolas, Lucrecio n o puede acarrear tal
acopio de experiencias h asta el nivel in telectu al y n a tu ra ­
lista; no puede tra n sm u ta r esta a b u n d a n te m ateria em pleada
p o r G oethe m ediante su m ás elevada p enetración y m ás
clara fe; no puede tejer ta n to s elem entos en su poem a. A sí,
aunque la visión de la n atu raleza p o r Lucrecio constituye
u n a p roeza m ás grande q u e la m era vida esforzada al m odo
ro m án tico y produce u n poem a más p u ro y sublim e que
la mezcla m ágica de G oethe, esta ú ltim a está llena de im á ­
genes, pasiones, recuerdos y saberes introspectivos que L u ­
crecio no p o d ía siq u iera h a b e r soñad o . L a inteligencia de
Lucrecio se rem o n ta, pero de u n m odo relativam ente ig n o ­
rante. Su visión contem pla las cosas en su to ta lid a d y en
el lug ar que a cada u n a corresponde, pero ve m u y poco de
ellas. Lucrecio es enteram ente sordo p ara su com plicación,
para sus pequeñas alm as m u ltifo rm es y sem ejantes a p á ja ­
ros. E sto es precisam ente lo que G oethe conoce de u n m odo
adm irab le; con ello realiza u n acorde n a tu ra l, ta n to más
n a tu ra l cuanto que es a veces d iscordante, recargado y so m ­
brío . E s necesario pasar de L ucrecio a G oethe para co m ­
pren d er el caudal de la vida.
Así tam bién, si p asam os de L ucrecio a D a n te encontrare-
m os ab an d o n ad as m uchas cosas que no nos conviene p e r­
der. A p rim e ra vista, puede parecer que D a n te posee una
visió n de la n a tu ra le z a n o m enos co m p leta y clara que
la de Lucrecio, u n a visión to d av ía más eficaz que la del
m aterialism o p a ra fija r los lím ites del destino h u m a n o y
señalar el sendero de la felicidad. Pero h a y aquí u n a ilu ­
sión. L a idea que tie n e D a n te de la n atu raleza no es a u té n ­
tica; n o procede de u n m o d o sincero de la observación ra z o ­
nada. E s u n a visión de la n atu ra le z a in terceptada p o r m itos
y elaborada dialécticam ente. P o r consiguiente, D a n te no
tiene u n a idea verd ad era ni del sendero que conduce a la
felicidad n i de sus condiciones reales. Su noción de la
n a tu ra le z a es u n a im agen in v ertid a del m u n d o m o ral; p r o ­
yecta com o u n a gigantesca som bra sobre el cielo. E s un
espejism o.
A h o ra bien, aunque conocer el m al, y especialmente el
bien, en to d as sus fo rm a s y secretas im plicaciones, es algo
m u y sup erio r a conocer las condiciones natu rales del bien
y del m al o su d istrib u ció n real en el espacio y el tiem po,
la filosofía superior n o está a salvo si la in fe rio r es defec­
tuosa o falsa. D esde luego, no está a salvo prácticam ente,
pero ta m p o co poéticam ente. H ay en la D iv in a C om edia una
c o n te x tu ra y u n a im aginación atenuadas. L a v o z que la
canta es, desde el prin cip io h a sta el fin , u n a fina v o z a ti­
p lad a , to d a sorpresa e in g en u id ad . E ste arte no tiene sab o r
de v id a, sino de so n am b u lism o . L a ra z ó n de ello consiste
en que la inteligencia h a sido h ip n o tiz a d a p or una filo so ­
fía legendaria y oral. H a sido acobardada de m odo sin g u ­
lar p o r u n exceso de h u m an ism o , p o r la acariciada ilu sió n
de que el h o m b re y su n a tu ra le z a m o ra l se encu en tran en
el cen tro del universo. D a n te piensa constantem ente en el
divin o o rd en de la h is to ria y de las esferas; cree en la posi-
b ílid a d de d o m in a r y corregir el alm a in d iv id u al, de suerte
que parece ser u n poeta cósm ico y haber escapado a la p re ­
sunción an tro p o cén trica del ro m an ticism o . Pero n o ha esca­
pad o a ella. Pues, com o hem os visto, la jaula d o rada den tro
de la cual canta su alm a es artificial; h a sido co n stru id a para
satisfacer y g lo rificar las distinciones y preferencias h u m a ­
nas. E l p á ja ro n o se h alla en sus bosques n a tiv o s; el h o m ­
bre n o se encuentra en el seno de la n a tu ra le z a . Se encuentra,
en u n se n tid o m o ral, to d a v ía en el centro del universo; su
ideal es la causa de to d as las cosas. H a sido elegido señor
de la tierra, predilecto del cielo, y la h isto ria es u n dram a
breve d isp u esto de an tem an o que tiene a Ju d e a y a R o m a
p o r principales escenarios.
A lg u n as de estas ilusiones están ya ab an d o n ad as y todas
h an sid o socavadas. A veces, en los m o m en to s en que esta­
m os desalentados y fa lto s de in sp iració n , p o d em o s lam en ­
ta r la facilidad con que D a n te p u d o reconciliarse con un
m u n d o im ag in ad o p ara acom odarse a la fan tasía h u m an a
y h alag ar la h u m a n a v o lu n ta d . P o d em o s en v id iar a D an te
su ignorancia de la n atu raleza, que le p e rm itió suponer
que la d o m in ab a, pues una n a tu ra le z a ex uberante e in fin i­
ta n o puede ser d o m in a d a en n in g u n a de sus partes. Sin
em bargo, el conocim iento es, en ú ltim a instancia, b u en o para
la im aginación. E l p ro p io D a n te lo creía así, y su obra
d em o stró que tenía ra z ó n al a v en tajar in fin ita m e n te la de
todos los ig n o ran tes poetas de su tiem po. L a ilu sió n del
conocim iento es, p ara u n poeta, m e jo r que la ignorancia,
pero la realidad del conocim iento sería m e jo r que su ilusión;
conduciría al esp íritu a un escenario m ás v asto y estim u ­
lante; concentraría la v o lu n ta d sobre u n a felicidad m ás
asequible, precisa y afín . E l d esarro llo de lo conocido
au m en ta la exten sió n de lo que puede ser im aginado y es­
perado. A b ram o s de p a r en p a r al jo v en poeta la in fin itu d
de la n a tu ra le z a; hagám osle se n tir el carácter precario de la
vida, la variedad de objetivos, civilizaciones y religiones
au n en este p eq ueñ o p la n e ta ; hagám osle seguir las huellas
de los triu n fo s y locuras del arte y de la filo sofía, así com o
sus perp etu as resurrecciones, de m o d o sem ejante a la del
ab a tid o F au sto . Si b ajo el estím ulo de tal escenario no
com pone alg ú n d ía una com edia n a tu ra l que sobrepase ta n ­
to a la d iv in a de D a n te en s u b lim id a d y riqueza com o la
sobrepasará en v erd ad , la culpa n o rad icará en el tem a, que
es in citan te y m ag n ífico , sino en el genio im perfecto, in ca­
p az de tr a ta r lo d ignam ente.
U n u n iv erso com o el antes descrito n o carecería, sin
d ud a, de oscuras som bras y p erpetuas tragedias. E sto ra d i­
ca en la n a tu ra le z a de las cosas. A p esar de to d o su idea­
lism o m ístico, el cosm os de D a n te n o era ta n falso que no
tuviera u n in fie rn o . L as esferas ro d a n te s, con to d a s sus luces
y m úsicas, daban vueltas eternam ente alrededor del in fiern o .
A caso en la v id a real de la n a tu ra le z a el m al n o esté coloca­
do en u n lu g ar ta n central. Parece m ás bien trata rse de una
especie de fricció n in ev itab le, p ero incid en tal, capaz de ser
elim inada in d efin id am en te a m edida que el m u n d o sea m e­
jo r conocido y la v o lu n ta d m ejo r educada. E n las esferas
de D a n te n o p o d ía haber n in g ú n desacuerdo, pero en su cen­
tr o h ab ía u n a “ fricció n ” eterna. E n el p o lv o estelar de n u es­
tra física h a y desacuerdos en to d a s partes y la a rm o n ía es,
com o en la m e jo r v id a terrestre, sólo cercana y aproxim ada.
P ero en su centro n o h a y n ad a siniestro; sólo lib ertad , in o ­
cencia, inagotables posibilidades de to d a s clases de felici­
dad. L a descripción de esas posibilidades puede seducir a
los fu tu ro s poetas, pero en tre ta n to , si deseam os poseer u n a
visió n de la n atu ra le z a que n o sea fu n d a m e n talm en te falsa,
debem os retroceder de D a n te a Lucrecio.
L o que sería deseable, lo que c o n stitu iría u n verdadero
poeta filosófico, sería la u n ió n de las intuiciones y los dones
poseídos p o r n u e stro s tres poetas. E sta u n ió n n o es im p o ­
sible. L as intuiciones pueden superponerse. L a experiencia
en to d a su extensión, lo que G oethe representa, ten d ría que
estar en la base, pero com o la exten sió n de la experiencia es
po ten cialm en te in fin ita , com o h a y to d a clase de palabras
posibles y de h á b ito s de p en sam ien to , la m ás am plia visión
dejaría to d a v ía al poeta d o n d e G oethe nos d eja: con la
sensación de una in fin itu d detrás de él. T e n d ría la libertad
de evocar del lim bo de lo potencial cualquier fo rm a que le
interesara. L a poesía y el arte reco b rarían su lib ertad p r i­
m itiv a ; n o h a b ría bellezas p ro h ib id a s n i bellezas prescritas.
Pues es algo sub lim e y re d e n to r evocar, com o F au sto , la
im agen de to d a experiencia. A m enos que esto se haga,
dejarem os al enem igo en n u estra retag u ard ia. T o d a s las
interpretaciones que dem os de la experiencia serán im p erti­
nentes y despreciables si n o tenem os ya a m an o la m ism a
experiencia que elaboram os. N in g u n a construcción, p o r
am p lio que sea su fu n d a m e n to , ten d rá tam p oco u n a a u to ­
rid a d absoluta. P a ra que la in d o m ab le lib ertad de la vida
aum ente, p a ra que sea nueva, p a ra que sea lo que n o h a
pen etrad o h a sta ah o ra en el c o razó n del h o m b re, debe siem ­
pre perm anecer constante. A co m p añ a a esta lib ertad , ta n to
en física com o en m o ral, la m odestia de la razó n , que puede
preten d er sólo u n conocim iento parcial y la ordenación de
u n alm a, de u n a ciudad o de u n a civilización determ inadas.
N o o b stan te, la poesía y la filo so fía son artes civilizadas;
son p ro p ias de u n genio p a rtic u la r que ha lo g rad o florecer
en u n lu g ar y u n a época. U n p oeta que m eram ente sobre­
nade en el m ar de la sensibilidad e in ten te describir todas
las cosas posibles, reales e irreales, h u m a n a s o in h u m an as,
sólo acarreará m ateriales al ta lle r del arte, p e ro n o será un
artista. A l genio de G oethe deberá añ ad ir el de Lucrecio
y D a n te .
H ay dos direcciones que parecen convenientes para el arte
racional fu n d a d o en una lim itad a experiencia. E l arte pue­
de llegar a sostener u n a fo rm a determ in ad a de vida o puede
llegar a expresarla. T o d o lo que llam am os in d u stria, cien­
cia, tra b a jo , m o ralid a d , sostiene n u estra v id a. N o s in fo rm a
acerca de n uestras condiciones y nos a d a p ta a ellas; n o s h a ­
b ilita p ara la v id a ; n o s p ro p o rcio n a la base necesaria para
el juego que estam os ju g a n d o . Sin em bargo, esta la b o r p re ­
lim in a r n o debe ser servil. R ealizarla significa tam b ién
ejercer nuestras facultades, y en este ejercicio pueden n u es­
tra s facultades liberarse — com o la im aginación de L ucre­
cio, al describir el curso de los átom os, brinca y se rem o n ta
del m o d o m ás a fín posible. A sí, u n a de las dim ensiones
del arte consistiría en hacer artística, alegre y sim páticam en­
te to d o lo que tenem os q u e hacer. La lite ra tu ra (que está
im plicada en la h isto ria, en la p o lítica, en la ciencia y en la
acción) p o d ría en p a rtic u la r ser en teram ente u n a o b ra de
arte. L legaría a serlo, n o p o r sus adorn o s, sino p o r la p o si­
bilid ad de su asim ilación; y el sen tid o de u n a gran precisión
y ex actitu d se ap o d eraría de noso tro s siem pre que leyéram os
o escribiéram os. N os d eleitaría; nos h a ría ver cuán herm oso
y satisfacto rio es el arte de ser observador, sobrio y sincero.
E l p o eta filósofo, com o H o m e ro o Shakespeare, sería u n
poeta de las acciones. Saborearía el m u n d o en el cual viviera
y te n d ría de él u n a lim p ia visión.
H a y o tra fo rm a del arte racio n al: la de expresar el ideal
hacia el cual nos d irig iríam o s en estas condiciones m e jo ­
radas. Pues, cuando reaccionam os, m an ifestam os un p rin c i­
p io in te rn o expresado en esta reacción. Poseem os u n a
n a tu ra le z a que selecciona su p ro p ia dirección y la dirección
d e n tro de la cual las artes prácticas h a n de tra n sfo rm a r el
m u n d o . L a v id a extern a existe en v irtu d de la in te rn a ; la
disciplina, en v irtu d de la lib e rta d ; la co n q uista, en v irtu d
de la serenidad. Esta vida in te rn a es m aravillosam ente re­
du n d an te. H a y en ella especialm ente m ucho m ás que una
conciencia de los actos m ediante los cuales el cuerpo se a d a p ­
ta a su m edio. A m farb ig en A b g ía n z haben w ir das Leben.
Cada sensación posee su cualidad a rb itra ria ; cada lenguaje,
su a rb itra ria eu fo n ía y p ro so d ia; cada juego sus leyes crea­
doras; cada alm a, sus p ro p ias delicadas reverberaciones y
secretos ensueños. La v ida tiene un m arg en de juego que
p o d ría ser cada vez m ay o r si el núcleo que la sustentara
estuviera m ás firm em ente establecido en el m undo. A l arte
de tra b a ja r bien, una raza civilizada agregaría el arte de
jugar bien. J u g a r con la n a tu ra le z a y hacerla decorativa,
ju g a r con las a rm o n ía s de la v id a y hacerlas deliciosas, es
un a especie de arte. E s la clase de arte m ás artístico, m ás
perfecto, pero nun ca p o d rá ser practicado con éxito m ien ­
tras la o tra clase se h a lle en u n estado atrasado, pues si des­
conocem os nuestro m edio am biente to m arem o s nuestros e n ­
sueños p o r u n a p arte de él y echarem os a perder nuestra
ciencia haciéndola fantástica, y n uestros ensueños hacién ­
d o lo s obligatorios. E l arte y la religión del p asad o , com o
vem os claram ente en D a n te , h a n in c u rrid o en este error.
C orreg irlo significaría fun d ar una nueva religión y un n u e ­
vo arte basados en la lib e rta d y en el coraje m orales.
¿Q uién será el poeta de esta nueva visión? N o ha existido
nunca, pero es sin duda, necesario. H a llegado el m o m en to
de q u e aparezca alg ú n genio que reco n stitu y a la d estrozada
imagen del orbe. E ste genio h ab ría de v iv ir, respetándola,
en presencia c o n tin u a de to d a experiencia; h a b ría de com ­
prender, al m ism o tiem po, la n atu raleza, el fu n d a m e n to de
tal experiencia, y ten d ría que poseer tam b ién u n delicado
sentid o de las resonancias ideales de sus p ro p ias pasiones y
de to d o s los m atices de su felicidad posible. T o d o lo que
puede in sp ira r a u n p o eta está co n ten id o en esta tarea. Y
só lo esta tarea consum irá su inspiración. P odem os saludar
desde lejos este genio que necesitam os. C om o los poetas
en el lim b o de D a n te , cuando V irg ilio reaparece entre ellos,
p od em o s salu d arle d iciendo: O norate l ’altissim o poeta.
H o n ra d al m ás alto p oeta, h o n ra d al m ás alto poeta posible.
P ero este suprem o poeta está to d av ía en el lim bo.
APÉNDICE
La traducción de los versos de Lucrecio procede de la de José M archena; la de los
versos de D ante, de Cayetano Rosell.

*) Luego ningunos cuerpos se aniquilan;


Pues la naturaleza los rehace,
Y con la muerte de unos o tro engendra.

2) Engendradora del rom ano pueblo,


Placer de hombres y dioses, alma V enus:
D ebajo de la bóveda del cielo.
Por do giran los astros resbalando,
Haces poblado el mar, que lleva nave»,
Y las tierras fructíferas fecundas;
P or ti todo animal es concebido
Y a la lum bre del sol abre sus ojos;
D e ti, diosa, de ti los vientos huyen;
Cuando tú llegas, hu y en los nublados;
T e da suaves flores varia tierra;
Las llanuras del mar contigo ríen,
Y b rilla en larga luz el claro cielo.,
Al punto que galana prim avera
La faz descubre y su fecundo aliento
Robustece F avonio desatado.
Prim ero las ligeras aves cantan
T u bienvenida, diosa, porque al punto
Con el am or sus pechos traspasaste.

3) V ivam ente deseo me acompañes


En el poema que escribir in ten to . . .
D a gracia eterna, diosa, a mis acentos
H az que entretanto el bélico tum ulto
Y las fatigas de espantosa guerra
Se suspendan por tierras y por m ares,. . .
Porque no puedo consagrarme al canto
E ntre las guerras de la patria m ía
N i pu ed o yo sufrir que el noble M emm io
Su defensa abandone por o ír le . - ,

Tf q s poetas filósofos.— 13.


P ero tu virtud, Memmio, sin embargo,
Y el placer cierto de am istad suave
Me inducen a sufrir cualquier trabajo
Y a velar en la calma de las noches.
Buscando de qué modo y de qué verso
P ueda en tu m ente derram ar las luces.

i ) Porque todos los cuerpos necesitan


Ser con los alim entos reparados,
Renovados tam bién, y sostenidos:
E n vano es to d o ,. . ,
A sí tam bién los cercos del gran todo
P o r todas partes se vendrán abajo
Reducidos a pútridas ruinas; . . .
Y a cuántas veces labrador anciano
Suspira meneando la cabeza
Al ver frustrados todos sus afanes;
Y si el pasado tiem po parangona
Con el presente, alaba de ordinario
La suerte venturosa de sus padres. . .
N o ve que poco a poco todo cuerpo
Se va menoscabando, y que se estrellan
C ontra el tiem po los seres fatigados.

6) . . . No obstante, allá tendidos


En tierra gram a, cerca de un arroyo
D e algún árbol copudo sombreados,
A cuyo píe disfrutan los placeres
Que cuestan poco; señaladamente
Si el tiem po ríe y prim avera esparce
Flores en la verdura de los campos.

e) N i la crédula esperanza de un corazón recíproco. . . M as, ¿p o r qué, ay de m í,


por q ué, ligurino, corren p o r m is m ejillas estas furtivas lágrim as?

7) H ay que considerar com o fundam ento la verdad de la historia y edificar encima


de ella las interpretaciones espirituales.

s) N o tenía aderezos, ni coronas, n i m ujeres caprichosam ente engalanadas, ni ceñi­


dores que fuesen de ver más que la persona quelos llevaba. N i el nacim iento de una
h ija era todavía una calamidad para el padre, porque la sazón en que h ab ía que ca­
sarla n i el do te excedían en poco ni en m ucho de los térm inos razonables. N o h ab ía
casas holgadas por dem ás para la fam ilia, n i Sardanápalos que viniesen a acomodar
una vivienda a sus torpes gustos. . . ¡D ichosas ellas! T odas sabían donde ten ían su
sepultura, y ninguna se veía sola en su lecho porque el marido se fuese a Francia.
Una te n ía sus ojos puestos en la cuna, y acallaba al niño hablándole en la lengua que
t a n to encanta a los padres y a las madres; o tr a repelaba el lin o de su rueca, discu­
rriendo con su fam ilia sobre los T royanos, scbre Fiésoli y sobre Roma,

®) . . . D aba im pulso a m i anhelo y mi voluntad, como a una rueda quegira por


igual, el A m or que mueve el Sol y las demás estrellas.

10) Según la costumbre de la mencionada ciudad,mujeres con mujer


con hombres se reúnen cuando hay un acontecim iento luctuoso; muchas m ujeres se
reunieron allí donde B eatriz se quejaba con lamentos, etc.

. . .lo s hermosos miembros en que encerré mi ser, y que hoy son despojos de la tierra,

11) i . . que haga ver los ojos de esta m ujer; los ojos de esta m u jer son sus demos­
traciones, que* dirigidas a los ojos del intelecto, enamoran el alma, libre de todas las
condiciones. lO h dulcísim os e inefables semblantes', súbitos robadores de la mente
humana*, que aparecéis en las dem ostraciones en ojos de la filosofía cuando ésta habla
a sus amantes! En vosotros está verdaderam ente la salvación por la cual el que os
contem pla llega a la bienaventuranza y queda a salvo de la m uerte, de la ignorancia y
de los vicios . . Y así, al final de este segundo tratado, digo y afirm o que la M ujer
de la cual me enam oré después del prim er am or fué la bellísim a y h o nestísim a hija
del Em perador del U niverso a la cual dió P itá g o ras el nom bre de Filosofía.

12) . . . y como no puede oponerse al bienestar de aquel en quien reside, nadie hay
que esté expuesto a su propio odio, y como tampoco se concibe ser alguno que pueda
estar separado de su Hacedor, o que exista por sí solo, se hace im posible también todo
afecto de aborrecim iento a él.

a3) Estos menguados, que jam ás gozaron de la vida, iban desnudos, y se sentían
aguijoneados p o r las moscas y avispas que allí había.

lá) . , .E stam os condenados, y n uestra única pena es Vivir con un deseo, sin
esperanza de conseguirlo,

"Y así contentaos, hombres, con lo que los efectos os dem uestran; pues si os
hubiera sido posible verlo todo, no era necesario el p arto de M aría, y no lucharían
con inútiles deseos tantos que hubieran v isto satisfechos los que llevan eternam ente
consigo com o un suplicio. H ablo de A ristóteles, de P la tó n y de o tro s m u ch o s", - .
*— Y en esto, inclinó la frente, y no dijo m ás, y quedó turbado,

15) . . . y se dan priesa a cruzar el río; porque la D ivina justicia de ta l modo


los estim ula, que su temor se trueca en anhelo.

16) Prueba de la purificación es únicamente la voluntad, que libre ya para trocar


de morada, excita el alma y la ayuda con su deseo. , . Y yo que he gemido en esta
pena quinientos y m ás años, no he sentido h asta este instante libre la voluntad para
m ejorar de estado.

17) “ ¡O h Capancol En no amansar tu soberbia, recibes m ayor castigo: ningún


suplicio sería pena tan proporcionada a tus furores como esa rabia” .

18) D ante, ¿por qué dices que no hay peor desdicha - que un recuerdo dichoso
en los días dolorosos? - ¿Q ué pena te dictó esta am arga frase - esta ofensa a la
desgracia?

. , .E sta loada blasfemia no procede de tu corazón. - U n recuerdo dichoso es q u izás


en esta tierra - más verdadero que la d icha. . .

jY es precisamente a tu Francesca, a tu ángel de gloria - que haces pronunciar


estas palabras! - i A ella que se detiene para contar su historia - de un beso eterno!

19) . . . “ y si pretendiéramos elevarnos más, no se aju starían nuestros deseos a la


voluntad del que nos destina a esta m ansión; . . . En su querer se cifra nuestra v en ­
tu ra ; es como el m ar a que afluye todo, así lo que él crió como lo que produce la
naturaleza” . C laram ente v i entonces que todo lo del cíelo es paraíso, aunque no se
comunique d el mismo modo la gracia del bien supremo.

20
) Pasé la vista por todas las siete esferas, y v i este mundo ta l, que me causó
risa su m iserable aspecto; y así apruebo com o m ejor la o p in ió n que le tiene en menos,
y el que piensa en el o tro puede llamarse verdaderam ente bueno.

21) Se tra ta de una idea excelente, ú til y que explica muchías cosas, pero que no
constituye su fundam ento.

32) N o he hecho más que recorrer el m undo y que coger p o r los pelos cada u n o de
mis antojos. He abandonado lo que no me satisfacía; no he retenido lo que se me
escapaba. Sólo he deseado y he realizado, y he deseado de nuevo, y con violencia he
abierto paso a m i vida, potente y grande en sus comienzos,prudente y circunspecta
luego.

23) íQ ué espectáculo, mas, ia y !, tan sólo un espectáculo! ¿C óm o podré abar­


carte, naturaleza infinita? ¿C óm o podré abarcar tu seno?. . .

[O h E sp íritu de la T ierra, estás cerca de m í! Siento ya que m is fuerzas a u ­


m entan y que m e abraso como sí hubiera bebido un vino nuevo. Siento el v alor de
aventurarm e en el m undo, de afrontar las penas y las dichas de la tie rra . . . Siento el
valor de lu c h ar contra la tem pestad y no vacilo ante el c ru jir del buque.

25) . . . Jam ás me han preocupado los muertos. P refiero las ro jas y frescas mejillas.
Estoy ausente si un cadáver llama. Me ocurre en esto como al gato con el r a t ó n . ,
Nada sé decir del sol y de los m undos; sólo veo las penas de los hombres.

Q ue muerda el polvo y que lo muerda con gusto.

27) En ta n to que se esfuerza, el hombre se d e sv ía . , U n hom bre bueno ha recor


dado, en medio de sus oscuros afanes, el ju sto sendero,

2S) Estoy de com pleto acuerdo con ello, pues es la últim a conclusión de la sab i­
d u ría : sólo merece la libertad y la vida el que las reconquista, incesantemente.

2ft) La actividad del hom bre puede fácilm ente relajarse, pues p ro n to aspira al re­
poso absoluto. P o r eso me gusta darle un compañero que le incite a o b rar, aunque
sea el diablo.

30) i Que lo que deviene, que eternam ente obra y vive, os rodee con los dulces
lazo s del amor, y que lo aparente que 'vacila sea afirm ado con pensam ientos duraderos!

3l) ¡E sp íritu sublime, me has dado, me has dado todo lo que te he pedido! ¡no
en vano me has dirigido en et fuego tu m irad a!. . . ¡O h cóm o comprendo ahora que
nada perfecto es dado al hombre! P ara esta fruición que me va acercando a los dioses
me has dado un com pañero, etc.
D ía nublado. Grande y magnífico espíritu que te has dignado aparecer ante m í.
q u e conoces mi corazón y mi alma, ¿por qué tienes figura de s er siniestro q u e se
deleita con las penas y se recrea con los males?

S3) S oy el e s p íritu que constantem ente niega, y ello con ra z ó n , pues to d o lo que
*1
nace no es sino digno de que perezca. Sería pues, m e jo r que nada naciera. . . S oy una
parte de la p a rte que era en sus comienzos el to d o , una parte de las tinieblas que
dieron origen a la lu z . . . A pesar de mis esfuerzos, no he podido d estruir en lo m ás
m ínim o lo que a la nada se opone, el algo, este grosero m u n d o .. . ¡C u án tas cosas no
habré enterrado! Y , a pesar de ello, circula siem pre u n a sangre, joven y nueva. A si las
cosas van; ¡ es para desesperarse!

33) U na parte de aquella fuerza, que quiere siempre el m al y hace siem pre el bien.

34) Los pequeños elfos s:e dirigen allí donde pueden ser útiles. T a n to si es bueno
com o si es culpable, lo s invoca el desdichado coa acentos quejumbrosos.

;!S) Puede realizarlo todo el que entiende y comprende con rapidez.

3G) Queríamos encender la antorcha de la 'vida. U n to rren te de fuego nos rodea,


I y qué fu eg o !. . . ¡ Que el sol siga, pues, a m is espaldas! Cada v ez más m aravillado
contemplo las aguas que con estrépito chocan contra los arrecifes. . . jC on que m agni­
ficencia se comba, surgiendo de este torbellino, la línea del arco de abigarrados co­
lores!. . E sto refleja la aspiración hum ana. . . La vida es este reflejo m atizado.

ST) Me dirigiré a la alta m a r. a las nuevas esferas de la pu ra activ id ad .


H a llegado el mom ento de m ostrar con actos que la dignidadi hum ana no es menor que
la grandeza div in a. . , H a llegado el momento de decidirse a dar este paso, aunque
ello represente hundirnos en la nada,

S8) T ie rra ,. . tú agitas y mueves una enérgica resolución de aspirar siem pre a la
suprema existencia.

Debe alcanzar éxito lo que es digno de adm iración. Siento que mi fuerza se
eleva h a s ta la tem eraria actividad y que alcanzo la dom inación. La acción lo es todo,
la gloria no es nada. Mi espíritu se arriesga a cruzar por sí solo este océano, aquí
debo luchar y aquí debo vencer.

4n) La huella de m is días terrestres no puede desaparecer en los eones.


41) Quien debe m andar h a de encontrar su dicha en el m andato. Su pecho está
lleno de la m ás elevada voluntad, p e ro ningún hom bre debe ahondar en ella.

42) N o he hecho más que recorrer el m undo y que coger p o r los pelos cada uno
de mis antojos. He abandonado lo que no me satisfacía; no he retenido lo que se
me escapaba.

43) i O ja lá pueda ver ta l horm igueo en un suelo libre y con un pueblo libre!
Entonces d iría al m om ento: D etente, pues ¡eres tan bello!

44) P ronto nos apartam os de los coros de la vida, y el que mucho h a aprendido
nos va a instruir.

45) N o he podido todavía recobrarme. ¡Si pudiera alejar la magia de mi camino


y olvidar enteram ente los exorcismos! A nte ti no hay, N aturaleza, más que un hom ­
bre; valdría entonces la pena ser un hombre.

4fl) T o d o lo perecedero es sólo un símbolo. L o insuficiente lleg a aq u í a com ple­


tarse. Lo inexplicable aquí tiene lugar. Lo eterno femenino nos arrastra.

47) M e em puja un anhelo invencible; ninguna resolución tien e lugar sin lágrim as
in fin ita s. . . Y así el corazón se aligera rápidam ente a medida que vive y que la te . . .
Y así sentí — ■'! o ja lá durara eternam ente!— la doble dicha del canto y del amor.

4S) ’ TTa vida hum ana es como un poema: tiene un principio y un fin, pero no es
On conjunto orgánico.
INDICE
pfig.
P r e f a c i o ..................................................................................................................... 9

I n t r o d u c c i ó n ........................ 11
L u c r e c i o ..................................................................................................................... 25
D a n t e .......................................................................................................................... 71
E l F a u s to de G o eth e . - ...................................................... 125
C o n c l u s i ó n .............................................................................................................. 177
A p é n d ic e . . , .............................................................................. 19 1

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