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CORTE SUPREMA DE JUSTICIA

SALA DE CASACIÓN CIVIL


MAGISTRADO PONENTE:
CÉSAR JULIO VALENCIA COPETE

Bogotá, D.C., quince (15) de agosto de dos mil seis (2006).


Referencia: expediente número
08001-31-10-003-1995-9375-01.

Se decide el recurso de casación interpuesto por la parte demandante


contra la sentencia de 6 de diciembre de 2000, proferida por la Sala Civil-
Familia del Tribunal Superior del Distrito Judicial de Barranquilla, dentro
del proceso ordinario instaurado por J. de Lima de G., en nombre propio
y en el de la sucesión de su padre Emirto de Lima y S., frente a P.V.N.,
A.L.A., J.M.O., M. de L.Z., E.R., I.E. y J.E.M.S., Piedad de J.M. de E.,
L.L.S. de J., J.M.C.S. y V.O.R., al cual fue citada como litisconsorte por
pasiva L.B.J.S..
I. ANTECEDENTES
1. Solicitó la parte actora declarar nulos, de nulidad absoluta, los contratos de
compraventa contenidos en las escrituras 240 de 14 de agosto de 1972, de la
Notaría Única de S., 3619 de 3 de noviembre de 1972, 3886 de 27 de noviembre
de 1972, 2264 de 22 de septiembre de 1974, de la Notaría Cuarta de
Barranquilla, y 1001 de 23 de mayo de 1980, de la Notaría Segunda de la misma
ciudad; declarar que pertenecía a la sucesión de Emirto de Lima y S. el dominio
pleno y absoluto de los inmuebles ubicados en la calle 40 números 35-47, calle
60 números 45-44, calle 34 números 33-75 y calle 55 números 46-26, que en la
escritura 240 erradamente se identificó con el número 26-46, transferidos
mediante tales instrumentos públicos; condenar a los demandados a restituirle a
la mencionada sucesión los señalados predios, así: el de la calle 60 número 45-44
a J.E.M.S., Piedad de J.M. de E., L.L.S. de J. y J.M.C. de Sundhein; el de la calle
40 número 35-47 a V.O.R.; el de la calle 34 número 33-75 a J.M.O.; y el de la
calle 55 número 46-26 a P.V.N. y J.M.O.; condenar a los demandados, con
relación a los inmuebles de que cada uno era poseedor, a pagarle a la referida
sucesión los frutos que hubiera podido percibir; declarar que los demandados
P.V.N., A.L.A., J.M.O. y M. de L.Z. eran responsables de los perjuicios sufridos
por la parte actora "como consecuencia de las declaraciones de nulidad de las
ventas celebradas por ellos"; ordenar la cancelación del embargo que pesaba
sobre el inmueble de la calle 40 número 35-47 de Barranquilla, decretado por el
Juzgado Primero Civil del Circuito de esa ciudad en el proceso del Banco
Cafetero contra A. Losada A. y L.C. de Losada, así como la inscripción de la
sentencia.
2. Fundamentaron las pretensiones en los hechos que
seguidamente se compendian:
a) Emirto de Lima y S., quien falleció el 14 de agosto de 1972, mediante
escritura 4547 de 4 de noviembre de 1971 de la Notaría Cuarta de Barranquilla
otorgó poder general a P.V.N. sin facultarla "para vender en forma general o
especial alguno de los bienes inmuebles de su propiedad", pese a lo cual ésta,
actuando en representación de aquél, a través del instrumento público 240,
corrido en la Notaría Única de S. en la misma fecha de la muerte del nombrado
causante, enajenó a favor de A. Losada A. los inmuebles de la calle 40 número
35-47, por $35.000, y calle 60 número 45-44, por $65.000, así como a J.M.O. los
de la calle 34 número 33-75, por $28.000, y calle 55 número 46-26, por $26.000,
ubicados en Barranquilla, de propiedad del nombrado mandante. La transferencia
del último de los predios no se registró porque en la escritura se identificó
erradamente.
b) A. Losada A. vendió los inmuebles por él adquiridos, así: el de la calle 60
número 45-44 a M. de L.Z. y el de la calle 40 número 35-47 a V.O.R., mediante
las escrituras 3619 y 3886 de 3 y 27 de noviembre de 1972, respectivamente, de
la Notaría Cuarta de Barranquilla.
c) El inmueble de la calle 34 número 33-75 de Barranquilla se encuentra a
nombre y en posesión de J.M.O.; el de la calle 55 número 46-26 de la misma
ciudad, continúa inscrito bajo el dominio del causante y lo tiene en posesión
P.V.N..
d) A su turno, M. de L.Z. vendió el inmueble de la calle 60 número 45-44 a E.R.,
I.E. y J.E.M.S., Piedad de J.M. de E., J.M.C.S. y L.L.S. de J., mediante escritura
2264 de 22 de agosto de 1974 de la Notaría Cuarta de Barranquilla.
e) Por su parte, E.R. e I.E.M.S. vendieron las cuotas partes por ellos adquiridas
en el inmueble de que ahora se trata a L.L.S. de J., según el instrumento público
1001 de 23 de mayo de 1980 de la Notaría Segunda de la citada ciudad.
f) A más de que la escritura 240 se otorgó en la fecha en que falleció Emirto de
Lima y S., los paz y salvos de éste y de J.M.O., con base en los cuales se
autorizó dicho instrumento, resultaron falsos, como se desprendía del oficio de
13 de septiembre de 1973 de la Superintendencia de Notariado y Registro.
g) La demandante fue reconocida como hija del de cujus el 12 de agosto de
1980, razón por la cual, antes de promover este proceso, no pudo demandar la
nulidad de aquellos actos.
h) Las compraventas celebradas luego de la escritura 240, relativas a los
inmuebles transferidos mediante ésta, "también se encuentran viciadas de la
nulidad constituida con la primera venta, …, al tener el poder general facultades
específicas para determinados actos entre los cuales no se halla la de vender
inmuebles".
i) Los “actuales poseedores inscritos", quienes están en imposibilidad de ganar
por prescripción el dominio de los inmuebles, “derivan sus títulos de uno viciado
de nulidad absoluta”, como el contenido en la escritura 240, "siendo esta la causa
por la cual” se pretende la “reivindicación para la sucesión de Emirto de Lima y
S.".
j) La posesión de los demandados P.V.N. y J.M.O. es de mala fe, porque es nula
la compraventa de que trata la escritura 240 por falta de poder de la vendedora,
el segundo de ellos fue designado por el causante albacea con tenencia de bienes
y la primera ocupaba el inmueble de la calle 55 números 46-26 sin título.
3. Los demandados A. Losada A. y V.O.R., al contestar la demanda, se
opusieron a las pretensiones; y en cuanto a los hechos, dijeron que era cierto que
el causante le había otorgado a P.V. el poder aludido, así como los contratos a
que apuntaban las escrituras 240, 3886 y 3619 atrás citadas, y negaron los
restantes.
La demanda fue notificada a I.E. y J.E.M.S. a través de curador ad-litem, previo
emplazamiento, quien, al contestarla, se refirió sólo a los hechos; al respecto
admitió únicamente los tocantes con el poder otorgado por el causante a su
mandataria y con la escritura 240 de 14 de agosto de 1972, de los restantes dijo
que debían probarse, aunque señaló que algunos otros eran meros conceptos de
la actora.
Por su lado, los demandados J.M.O. y M. de L.Z. también se opusieron a las
pretensiones, aceptaron los hechos admitidos por los anteriores, respecto de
algunos otros supuestos fácticos manifestaron que se atenían a lo que se probara
y negaron los restantes.
L.L.S. de J., E.R.M.S., J.M.C.S. y P.J.M. de E. del mismo modo se opusieron a
las pretensiones y dijeron, en cuanto a los hechos, atenerse a las pruebas, aunque
aceptaron que el causante le había otorgado a P.V. el poder aludido, así como
los contratos a que apuntaban las escrituras 240, 3886 y 3619 ya aludidas.
Los opositores acabados de mencionar le denunciaron el pleito a M. de L.Z., en
los términos que recogen los escritos obrantes a folios 39, 42 y 45 del cuaderno
1.
M. de L.Z. y V.O.R., adicionalmente manifestaron, a manera de excepción, que
el poder inicialmente otorgado por la actora tenía enmendaduras, las cuales no
debían entenderse superadas con el posterior escrito de mandato que ella
confirió, como quiera que éste no tenía efectos retroactivos.
La demandada Piedad de J.M. de E. formuló reconvención, en la que pidió
declarar a J. de Lima de G. civilmente responsable de los perjuicios ocasionados
con el registro de la demanda ordenado en el proceso de filiación que adelantó
ante el Juzgado Primero Civil del Circuito de Barranquilla; la contrademandada
se opuso a lo solicitado, aceptó el decreto de la medida cautelar y negó la
causación de perjuicios.
L.B.J.S., con quien se integró el litisconsorcio necesario, según proveído de 4 de
agosto de 1995(fl.224,cd.1), contestó la demanda oponiéndose a las
pretensiones; y en cuanto a los hechos, indicó, en términos generales, atenerse a
lo que se probara, aunque recalcó que algunos de ellos constituían un mero
criterio.
Propuso la excepción de "prescripción de los derechos pretendidos en la
demanda, por haber transcurrido más de 20 años desde el 14 de agosto de 1972,
fecha de las ventas que constan en la escritura 240 de la notaría de S., hasta el
día de la notificación". A la vez le denunció el pleito a M. de L.Z..
4. Por sentencia de 14 de julio de 1998 el Juzgado Tercero de Familia de
Barranquilla, culminó la primera instancia, en la que declaró no probada la
excepción de prescripción propuesta por L.B.J., accedió a las pretensiones de la
parte actora, a quien, por ende, absolvió de las súplicas elevadas en la
reconvención.
5. Al desatar la apelación interpuesta por los demandados, el tribunal,
mediante fallo de 6 de diciembre de 2000, revocó el del a-quo y, en su
defecto, declaró la prosperidad de la excepción de prescripción “a favor de
los demandados” y que, por tanto, “las pretensiones han quedado sin
acción civil”.
II. LA SENTENCIA DEL TRIBUNAL
1. Luego de conceptuar, con apoyo en un precedente
jurisprudencial, sobre el litisconsorcio necesario y de precisar, por un
lado, que fue oportuna la contestación que L.B.J.S. le dio a la demanda,
en la que formuló la excepción de prescripción, y, por el otro, que los
restantes demandados en el alegato de conclusión también habían
solicitado el reconocimiento de ese medio de defensa, con apoyo en el
inciso final del artículo 90 del Código de Procedimiento Civil el ad-
quem consideró que "si el auto admisorio de la demanda” se le notificó “al
último de los consortes en el litigio más allá de los 20 años contados
desde el 14 de agosto de 1972, fecha de la escritura 240”, significaba “que
se cumplió el término prescriptivo”, por lo que no era “posible acoger la
pretensión con respecto a este acto notarial"; agregó que tampoco era
“posible hacerlo” frente a los posteriores que dependían “de la vida
jurídica de aquel acto”. Fue así como llegó “a la conclusión final” en el
sentido de “que todas las pretensiones” quedaban “sin acción civil por el
transcurso del tiempo".
2. Apuntó, por último, que como la decisión tenía que
ser igual, no era “posible decretar la prescripción para un solo consorte,
puesto que la Corte, en palabras recogidas, enseña que la decisión es
inescindible”; agregó que, adicionalmente, el artículo 51 del Código de
Procedimiento Civil establecía que “‘cuando la cuestión litigiosa haya de
resolverse de manera uniforme para todos los litisconsortes, los recursos
y en general la actuación de cada cual favorecerá a los demás'. Así que,
según esta norma, si la preterida fuera la única recurrente y solo ella
hubiera propuesto la prescripción”, las consecuencias favorecían “a todos,
en armonía con el artículo 90 citado y la jurisprudencia invocada".
III. LA DEMANDA DE CASACIÓN
Con apoyo en la causal primera del artículo 368 del Código de
Procedimiento Civil, dos cargos se plantean contra la sentencia
combatida; en el primero se denuncia la violación directa de normas
sustanciales y, en el segundo, la infracción indirecta de esas
disposiciones. La Corte asumirá el estudio conjunto de las acusaciones,
por cuanto unas mismas razones servirán para despacharlas.
CARGO PRIMERO
Ataca la sentencia de infringir, en forma directa, los
artículos 2531 y 2535 del Código Civil, 51 y 90 del Código de
Procedimiento Civil, por aplicación indebida, 1602, 1740 y 1741 de aquel
estatuto, 28 y 99 del decreto 960 de 1970, por falta de aplicación.
1. Comienza la recurrente comentando los artículos 90,
inciso final, y 51 del Código de Procedimiento Civil, para sostener que si la
notificación del auto admisorio se surtía a uno de los litisconsortes
necesarios pasados 120 días desde cuando de tal proveído se enteró al
demandante por estado, no se producía la interrupción civil de la
prescripción y, por tanto, el beneficio que de ella se derivaba redundaba
"en provecho de todos los demás, incluso de aquellos a quienes en un
principio, y por el hecho de haber sido notificados dentro de los 120 días,
se les haya interrumpido dicha prescripción".
2. A vuelta de citar un antecedente jurisprudencial
referente a la temática del litis-consorte necesario, afirmó la acusadora que
armonizando ello con las normas antes aludidas, los efectos de la
notificación tenían que aplicarse a situaciones de hecho en las que
existiera una relación jurídica sustancial que fuera "‘una sola, única e
indivisible frente al conjunto de tales sujetos'; por lo que si este
presupuesto de hecho” no se daba, no era “posible aplicar los efectos, la
consecuencia jurídica contenida en tales preceptos, es decir, el beneficio
de la actuación de uno, redunda en los demás".
3. Luego de hacer referencia a los diferentes actos
jurídicos ajustados entre quienes integraban la parte demandada, recalcó
la casacionista que L.B.J.S. no fue parte inicial del proceso ya que su
intervención se produjo mucho tiempo después. Con esa precisión,
añadió que al habérsele notificado el auto admisorio en 1996, ella formuló
la excepción de prescripción extintiva no sólo del derecho que surgía a su
favor del contrato incorporado en la escritura 2264 de 22 de agosto de
1974 sino de los emanados de los otros negocios independientes y
aislados, como los contenidos en los instrumentos públicos 240 de 14 de
febrero de 1972, 3886 de 27 de noviembre de 1972, 3619 de 3 de
noviembre de 1972 y 1001 de 23 de mayo de 1980; mas como tal
prescripción no se extendía a estos contratos, dicha litisconsorte no
podía pretender la extinción de los derechos cuya fuente residía en los
actos jurídicos en que ella no fue parte.
4. Después de citar los artículos 1494, 1495, 1502 y 1602 del Código Civil,
de los que, según dice, se desprendía el principio de la relatividad de
los contratos, señala la censora que el tribunal dejó de aplicar este
último precepto, y que de haberlo hecho actuar, los terceros ajenos a la
escritura 2264 “jamás se hubieran beneficiado con la excepción de
prescripción alegada” por aquélla.
5. Menciona que la aplicación correcta de los artículos 51
y 90 aludidos era únicamente “respecto del litisconsorcio necesario
formado” entre quienes figuraron como adquirentes en la escritura 2264,
es decir, E.R., I.E. y J.E.M.S., Piedad de J.M. de E., J.M.C.S. y L.J.S., pero
no “en relación con los sujetos de los otros actos jurídicos a los cuales
indebidamente los hizo extensivos el ad quem".
6. Dice que el juez de segundo grado, en relación con la
falta de notificación oportuna a L.B.J.S., reconoció efectos jurídicos en
una "hipótesis legal que no le es pertinente", puesto que aplicó la
consecuencia derivada de la misma "a otros demandados que no
son litisconsortes necesarios" de quien propuso la excepción de
prescripción, ocasionando así el quebranto de las normas señaladas en la
acusación.
7. No sin antes notar la censura que en este asunto no se aplicaron las normas
sobre la invalidez de los actos y contratos, contenidas en los
artículos 1740 y 1741 del Código Civil, 28 y 99 del decreto 960 de 1970, solicita
casar la sentencia recurrida para que seguidamente la Corte, como juzgador de
instancia, “confirme la de primer grado en la cual se declara la nulidad absoluta
del contrato de venta contenido en la escritura 240 del 14 de agosto de 1972...,
junto con las demás declaraciones contenidas en dicha providencia”.
Termina diciendo que, por ser viable, debe declararse probada la excepción de
prescripción propuesta por la referida L.J., respecto exclusivamente de la
escritura 2264 de 22 de agosto de 1974, por existir entre quienes la suscribieron
litisconsorcio necesario, condenando a los anteriores vendedores a pagar el
dinero recibido como precio.
CARGO SEGUNDO
Acusa al fallo de quebrantar, indirectamente, los
artículos 1602, 1740 y 1741 del Código Civil, 28 y 99 del decreto 960 de
1970, por falta de aplicación, 2531 y 2535 de aquella codificación, 51 y 90
del Código de Procedimiento Civil, por aplicación indebida, como
consecuencia de los errores de hecho en la valoración de las pruebas.
1. Aduce la impugnadora que el juzgador, al estudiar las
pruebas del proceso, confundió los sujetos de la relación jurídica-procesal
con los de la sustancial, pues apenas observó que había pluralidad de
sujetos en la parte demandada, para así concluir que existía un
litisconsorcio necesario entre todos ellos, pero no repasó el texto de la
escritura 240 de 14 de febrero de 1972, única aportada al proceso; fue así
como supuso que los sujetos de la relación procesal eran los mismos que
formaban la sustancial. De no haber hecho esta suposición se hubiera
percatado que estaba frente a diversas relaciones sustanciales.
Este error le hizo suponer que la totalidad de los demandados integraban
una sola unidad, cuando en realidad aquellos diversos vínculos
sustanciales eran susceptibles de escindirse.
2. Luego de hacer referencia a las distintas relaciones jurídicas
sustanciales involucradas en el proceso, independientes unas de otras, y
de puntualizar que de ellas sólo las escrituras 2264 de 22 de agosto de
1974 y 1001 de 23 de mayo de 1980 determinaban la presencia de un
litisconsorcio necesario por la pluralidad de intervinientes en uno de sus
extremos, expresa la recurrente que fue evidente y trascendente el yerro
en que incurrió el sentenciador al creer que la relación procesal de los
demandados era la misma relación sustancial de todos ellos; fue así como
supuso un litisconsorcio necesario entre ellos cuando no existía y, por
tanto, aplicó los efectos de la notificación extemporánea de uno de los
mismos a todos y no sólo a quienes realmente correspondía, es decir, a los
compradores en la escritura 2264, que sí formaban una unidad dentro de
ese contrato.
Comenta que el tribunal hizo extensiva la prescripción alegada por L.B. a
quienes no podía, ya que no se trataba de sujetos unidos por un vínculo
entre sí; ello dio lugar a que aplicara indebidamente los
artículos 51 y 90 del Código de Procedimiento
Civil y 2531 y 2535 del Código Civil y dejara de hacer actuar los artículos
1740 y 1741 de esta última codificación y 28 y 99 del decreto 960 de 1970
3. Asevera que al extender el alcance de la prescripción de los derechos
contenidos en la escritura 2264 a los otros contratos, el ad-quem cometió
yerro fáctico, ya que supuso que los demás negocios "quedaban incluidos"
dentro de aquél, pese a que eran “distintos e independientes, que ni
siquiera fueron consecuencia del primer contrato".
4. Expone la recurrente que el juez de segundo grado
supuso la existencia de las posteriores escrituras de venta, pues en el
proceso no se encuentra por lo menos una diferente a la 240 de 14 de
febrero de 1972, y de la mención que de ellas se hizo en la demanda, con
base en los certificados de tradición allegados, no se podía concluir su
existencia. Como dentro del proceso no obran los susodichos
documentos, no se debía pregonar que existía conexidad entre los
diferentes actos bilaterales celebrados después de aquel instrumento.
Afirma que de acuerdo con el artículo 1857 del Código Civil, los convenios
de compraventa sobre bienes raíces no se reputaban perfectos mientras
no se otorgara la respectiva escritura. De no haber incurrido en el
señalado error, el tribunal no hubiera concluido, como lo hizo, que los
diversos pactos de venta, celebrados mediante diferentes actos y
personas, “formaban una sola unidad”, y no hubiese derivado, por ende,
un litisconsorcio necesario entre todos los vendedores y compradores.
5. Puntualiza la acusadora que el juzgador cometió un
doble error por suposición, ya que, por un lado, al no existir en el proceso
la escritura 2264, supuso su existencia, y, por el otro, al dar por entendido
que ese mismo instrumento era prueba de los contratos contenidos en
las otras escrituras. De este modo supuso un litisconsorcio necesario
entre L.B. y la totalidad de los demandados, cuando ella sólo lo era de
E.R., I.E. y J.E.M.S., Piedad de J.M. de E. y J.M.C.S., quienes figuraban
en la escritura 2264.
6. Como en el cargo anterior, bajo el título “sustentación de la confirmación de la
sentencia de primera”, expone la casacionista que por haberse inaplicado las
normas mencionadas al inicio del cargo, se impone “la confirmación de la
totalidad de las pretensiones solicitadas en la demanda y que fueron despachadas
favorablemente en la sentencia del Juzgado Tercero de Familia...”, aunque
revocando aquellos numerales en orden a declarar probada la excepción de
prescripción formulada por L.J. a favor de quienes firmaron la escritura 2264 de
22 de agosto de 1974 y que se excluya dentro de los pronunciamientos
respectivos el contrato de venta contenido en el citado instrumento público, así
como el inmueble de la calle 60 número 45-44 de Barranquilla, con la
consecuente condena a los vendedores en el sentido de restituir el precio por
ellos recibido.
IV. CONSIDERACIONES DE LA CORTE
1. La doctrina jurisprudencial de la Corporación tiene sentado que la
infracción de la ley sustancial, que como motivo de casación prevé la causal
primera del artículo 368 del Código de Procedimiento Civil, para que tenga
la probabilidad de conducir al quiebre del fallo combatido, ha de ser
trascendente, esto es, que la violación a los preceptos normativos de
derecho material que se le enrostre al juzgador, ya por vía directa ora por la
indirecta, sea a tal punto influyente en las resultas del pleito que, de no
haber incurrido en ella, otra muy diferente habría sido la decisión final del
mismo; para expresarlo con otras palabras, es indispensable que el
quebrantamiento influya de manera directa en lo dispositivo de la
sentencia, pues, de no serlo, resultaría inane y, por ende, ningún fin
práctico tendría que el recurrente denunciara la falta de aplicación, la
aplicación indebida o la errónea interpretación de la ley, ni efecto
trascendente alguno produciría su reconocimiento si, en tal hipótesis, la
decisión final seguiría siendo la misma.
A este respecto ha dicho la Sala que “para que la
violación de la ley adquiera real incidencia en casación, de suerte que
conduzca al quiebre de la sentencia acusada, es menester que tenga
consecuencia directa en la parte resolutiva del fallo, por lo que aquellos
errores que apenas aparezcan en las motivaciones o razonamientos de la
providencia, sin esa forzosa trascendencia en la conclusión final, no
alcanzan a obtener la prosperidad del recurso, en cuyo caso, por encima
de otros intereses, la misión primordial de la Corte de unificar la
jurisprudencia nacional, acorde con lo pregonado por el artículo
365 del Código de Procedimiento Civil, habrá quedado cumplida a
cabalidad mediante la rectificación de la doctrina del fallador de instancia
y el restablecimiento de la recta aplicación de las normas
quebrantadas”(sentencia 046 de 19 de mayo de 2004, exp.#7145).
2. Pues bien, es justamente la doctrina que se deja comentada, esto es, la
de la trascendencia del error, la que en esta ocasión impone, por un lado,
el estudio conjunto de las acusaciones planteadas y, por el otro, colegir la
improsperidad de las mismas, dada su manifiesta intrascendencia, puesto
que así se quebrara el fallo combatido la Corte, al dictar el de reemplazo,
estaría avocada, aunque por razones diferentes a las aducidas por el ad-
quem, a desestimar las pretensiones de la demanda inicial, conforme pasa
a verse.
3. Como surge palmario de las pretensiones y hechos indicados en la
demanda, se solicitó la nulidad de los distintos contratos de
compraventa relacionados tanto en las pretensiones como en los hechos
de la misma y que, como consecuencia de ello, se declarara que los
inmuebles transferidos mediante tales instrumentos eran de propiedad
de la sucesión de Emirto de Lima y S., se ordenara a quienes los
poseyeran que los restituyeran materialmente con sus frutos, se
condenara a algunos de los demandados al pago de los perjuicios
causados a la mencionada sucesión y se dispusiera la cancelación del
embargo que pesaba sobre uno de esos bienes, todo con respaldo en una
única causa, concretamente en que P.V.N. no tenía poder para enajenar
bienes del citado causante.
Ciertamente, aparte de que así lo precisó la demandante en el poder que
otorgó a la apoderada que la representó en el proceso al señalar que dicho
mandato judicial tenía por fin que "mediante los trámites propios del
proceso ordinario de mayor cuantía” se declararan “nulas las ventas
realizadas por carencia de poder de la vendedora para hacerlas"(fl.1,
cd.1), se ratificó luego, con idénticos términos, en el mandato que corre
folio 49 del cuaderno 1.
Ello igualmente se infiere del libelo, en donde palmariamente se expuso,
en el hecho segundo, que del "texto del poder general” que constaba “en
la escritura anotada en el hecho anterior”, esto es, la 4547 de 4 de
noviembre de 1971 de la Notaría Cuarta de Barranquilla, se desprendía
“que en ningún momento el poderdante ... Emirto de Lima y S.” hubiera
dado poder a “P.V.N. para vender en forma general o especial alguno de
los bienes inmuebles de su propiedad"(fl.24,cd.1); en el hecho catorce,
que las "ventas realizadas posteriormente” a la escritura 240 de 14 de
agosto de 1972 de la Notaría Única de S., también se encontraban
“viciadas de la nulidad constituida con la primera venta, o sea la realizada
por...P.V.N., al tener en el poder general facultades especificas para
determinados actos”, entre los cuales no se hallaba “la de vender
inmuebles"(fl.25); en el hecho diecinueve, que la "posesión expresada la
mantuvo el causante” hasta el 14 de agosto de 1972 cuando murió, en la
cual “P.V.N., sin poder específico alguno y diciendo actuar en
representación de Emirto de Lima y S., vendió mediante la escritura 240”
ya aludida “tales bienes"; y en el hecho veintiuno, que los "inmuebles
vendidos mediante la escritura viciada de nulidad absoluta”, pertenecían
“ahora a la sucesión de Emirto de Lima y S.”, que cursaba en el Juzgado
12 Civil del Circuito de Barranquilla, y, por consiguiente, “las demás
escrituras de venta realizadas, también mantienen la nulidad aquí
expresada, y los actuales poseedores relacionados en cada uno de los
certificados de tradición adjuntos a la demanda” se encontraban “en
igualdad de condiciones legales, ya que al decretarse la nulidad de la
primera venta, quedarán sin efecto las posteriores"(fl.26vto.).
Traduce lo anterior que, a términos de la aludida demanda,
los contratos contenidos en la escritura 240 de 14 de agosto de 1972, de
la Notaría Única de S., eran nulos por cuanto P.V.N. carecía de poder para
efectuarlas en nombre y representación de Emirto de Lima y S. y,
adicionalmente, que las transferencias ulteriores de los mismos bienes
realizadas por quienes en ese acto los habían adquirido y, en algunos
casos, por quienes se los compraron a éstos, adolecían del mismo vicio,
como consecuencia de la invalidez del la referida venta primigenia.
4. Siendo esos, en esencia, los planteamientos del citado acto iniciador del
proceso, es de observarse que, en tratándose de la sanción jurídica de
nulidad consagrada en el artículo 1740 del Código Civil, debe distinguirse
la absoluta y la relativa, entendiéndose, según las voces del artículo 1741
de esa codificación, por la primera la "producida por un objeto o causa
ilícita, y la nulidad producida por la omisión de algún requisito o
formalidad que las leyes prescriben para el valor de ciertos actos
o contratos en consideración a la naturaleza de ellos, y no a la calidad o
estado de las personas que los ejecutan o acuerdan", así como la derivada
de su celebración por parte "de personas absolutamente incapaces", en
tanto que "cualquier otra especie de vicio produce nulidad relativa, y da
derecho a la rescisión del acto o contrato".
S., pues, que son taxativos los motivos determinantes de la nulidad
absoluta y que, por tanto, fuera de los expresamente previstos en la ley,
ninguna anomalía contractual tiene la virtud de provocar tal sanción del
negocio jurídico sino un efecto diferente, como podría ser la nulidad
relativa o su inoponibilidad.
5. En tal orden de ideas, resulta palmario que la falta de poder bastante
para celebrar en nombre de otro una compraventa no es una eventualidad
de las contempladas en el transcrito artículo 1741 del Código Civil como
generador de nulidad absoluta, más cuando esa disposición puntualiza
que la omisión de requisitos formales prescritos por la ley para el valor
del acto o contrato necesariamente debe atañer "a la naturaleza de ellos, y
no a la calidad o estado de las personas que los ejecutan o acuerdan",
tópico sobre el que la Corte ya tuvo oportunidad se expresar que no "se
trata entonces de la ausencia de cualquier formalidad, sino de aquella que
la propia ley consideró como un complemento necesario de la voluntad, al
estimar que ésta por si sola no era idónea o suficiente para producir el
correspondiente efecto jurídico. De manera que esa formalidad tiene que
ser exigida por la propia ley, que además debe asignarle el carácter ad
sustantiam actus, pues sólo así se estaría frente a un requisito cuya
desatención generaría la nulidad absoluta del acto o contrato, dado el
régimen de reserva y taxatividad que en materia de nulidades consagra
el Código Civil. La omisión de otros requisitos y formalidades que no
estén prescritos por la ley 'para el valor' del acto o contrato, genera
consecuencias distintas, pero no la nulidad absoluta que se examina en
este evento"(sentencia 062 de 24 de mayo de 2000, exp.#5267).
Específicamente sobre el particular se hace necesario transcribir a
espacio lo expresado por esta Corporación en fallo de 30 de noviembre de
1994, ocasión en la que reiteró que la "falta de poder en quien se dice ser
mandatario de un tercero, no genera la nulidad del acto o contrato en el
que intervenga aduciendo tal calidad, ni cualquier otro vicio cuyo estudio
el juez deba, de oficio, abordar ab-initio, sino que da lugar a un fenómeno
bien distinto como lo es el de la inoponibilidad del negocio frente al
supuesto mandante, inoponibilidad que, entonces, debió ser alegada
acá por la afectada. Dijo en efecto:
"‘...Hasta hoy se había tenido como doctrina jurídica en Colombia la
solución de que la extralimitación de poderes del mandatario vicia los
actos respectivos de nulidad relativa, saneables por ratificación expresa o
tácita del mandante, o por la prescripción de 4 años, del artículo
1750 del Código Civil, que es el plazo para demandar la rescisión de
los contratos heridos de nulidad relativa.
"‘... Pero esa doctrina debe ser rectificada porque se basa en una
interpretación dislocada del artículo 2186 del mismo código, cuando
habla de que los actos excesivos del mandatario se pueden cubrir por la
ratificación.
"‘...En efecto. Es principio legislativo deducido a contrario
sensu del artículo 1505 del Código Civil, que lo que una persona ejecuta en
nombre de otra no teniendo poder de ella ni de la ley para representarla,
carece de efectos contra el representado. Este principio, aún de simple
razón natural, es apenas una de las primeras aplicaciones lógicas de aquel
otro consagrado por el artículo 1502, ibídem, básico de toda la teoría de las
obligaciones, según el cual uno de los cuatro elementos esenciales para
que una persona se obligue a otra por un acto de declaración de voluntad,
consiste en el consentimiento del obligado.
"‘...El consentimiento es, pues, condición indispensable, la primera y la
principal de todas, para que un acto o contrato tenga existencia jurídica.
"‘...En el mandato, el consentimiento del mandante se expresa a través
del mandatario, de suerte que en esta forma los derechos y las
obligaciones que nacen de las convenciones celebradas por éste los
adquiere directamente aquél y lo ligan personalmente con los terceros
con quienes ha contratado el mandatario, porque el mandatario obra para
tales efectos reemplazando y sirviéndole de instrumento al mandante...'.
"Más adelante agrega:
"‘...Dado que el consentimiento expreso o presunto del mandante a los
actos llevados a cabo en nombre de éste por el mandatario, es lo que crea
el vínculo jurídico del primero ante los terceros y lo que en esencia
singulariza la noción del mandato, infiérese sin esfuerzo, que las
gestiones del mandatario verificadas con extralimitación de sus poderes
no caben dentro de la citada noción. Por faltarles a los actos excesivos el
consentimiento del dueño, necesariamente tienen que desplazarse a otra
construcción jurídica, porque ya no son negocios o gestiones, como los
llama la ley, que el mandante haya confiado al mandatario. Constituyen
con propiedad una verdadera administración de negocios ajenos sin
mandato, figura que en el lenguaje legal llámase 'agencia oficiosa'
(Artículo 2304, ibídem)...'.
"Tras desarrollar tal aserto, afirma la Corte que, ‘... El agente oficioso sólo
obliga al interesado ante terceros cuando la gestión redunda en provecho
de este, o ha sido ratificada. En los demás casos, trátase de actos
inoponibles al dueño; es decir, de actos que en relación con él son
ineficaces o inexistentes. En manera alguna nulos, como quiera que la
nulidad, aún la radical, exige siquiera un principio de existencia del acto
jurídico. Mal puede ser nulo lo que no ha nacido, lo que carece de vida,
así sea aparente ante la ley. El acto jurídico que se ha creado sin mi
consentimiento ni mi intervención, relativo a mis bienes, es para mi como
si no existiera; no es un acto nulo de nulidad absoluta, sino un acto que
nadie me puede oponer para que yo lo cumpla. Siendo para mi ese
negocio concerniente a mi patrimonio res inter alios acta, no tengo
necesidad de romper el vínculo jurídico que contra mi pretenda
deducírseme, porque no habiendo vínculo por ausencia total de mi
consentimiento, nada hay que romper.
"‘...Por esta razón el mandante no esta obligado a demandar la nulidad
absoluta, mucho menos relativa de los negocios llevados a cabo por el
mandatario fuera de las pautas del respectivo poder. Le basta no
prestarles su consentimiento...' (G.J.X.. pag. 81 y ss.).
"En sentencia posterior se reafirmó la Corte en el punto y expresó que
'...sólo resta agregar, en relación con el presente cargo, ya que la sentencia
declara la nulidad de la venta del predio, que, de conformidad con la
doctrina general, consagrada por la Corte, la acción de nulidad no es el
medio necesario para recuperar los bienes transferidos en virtud de
contrato celebrado por los órganos o representantes de la persona
jurídica, extralimitando sus poderes, porque se trata de algo más simple:
de un fenómeno de inoponibilidad, ya que el ente moral es
absolutamente extraño al acto o contrato...'(Negrilla textual, G.J.L..
Pag.852).
"No es que la inoponibilidad sea asimilable a la inexistencia, puesto
que la última no es una sanción que se impone al negocio, o sea, que éste,
en sí mismo existe o no existe, tanto frente a las partes, como frente a
terceros, mientras que en aquella el negocio existe, sólo que no produce
efectos respecto de otros. Lo que se desea poner de relieve es cómo ante el
representado, el acto que excede los poderes que ha otorgado, no lo
afecta. Por el contrario, la aptitud vinculante del contrato sólo recae sobre
el representante, quien por ende se legitima para alegar cualquier vicio de
los que la ley sanciona con nulidad relativa, comoquiera que es él quien lo
viene a sufrir"(G.J., t. CCXXXI, V.I., pag.1152).
Reiterando su doctrina, de manera similar se expresó la Corte en
sentencia de 26 de abril de 1995(G.J., t. CCXXXIV, pag.597).
6. En este mismo propósito no está de más agregar que si bien es verdad
la inoponibilidad no se encuentra debidamente sistematizada en el derecho
positivo patrio, como sí lo está, por ejemplo, la nulidad de los negocios jurídicos,
respecto de la cual el Código Civil en particular dedica toda una estructura
normativa a regularla en su doble faceta, no lo es menos que ninguna duda existe
acerca de su consagración legal, pues, así sea de manera diseminada, existen en
el concierto jurídico colombiano diversas disposiciones a través de las cuales
emerge su regulación legal, como lo son, verbi gratia, los
artículos 640, 1505, 1871, 2105 del Código Civil y 833 del Código de Comercio,
entre otros, en los cuales se prevén algunos de los eventos en que el acto o
contrato deviene inoponible haciendo que el mismo se torne ineficaz frente a
quien en un momento dado ostentare la condición de tercero. Alrededor de esta
específica y puntual temática ha de reiterarse que sin desconocer que “el
legislador, normalmente, como ocurre en nuestro Código, no establece una teoría
general de la inoponibilidad”, cual efectivamente “lo hace con la nulidad”, lo
cierto es que dicha institución sí “está establecida en numerosos preceptos, y su
existencia está reconocida por todos los autores y la jurisprudencia” .
[1]

Lo acabado de exponer es tan evidente que la doctrina no ha dudado en


[2]

nominar, casi de manera uniforme, los motivos más recurrentes que


engendran el fenómeno jurídico que se viene comentado, al extremo de
considerar que precisamente por su diversa naturaleza “no puede decirse
que los distintos casos de inoponibilidad diseminados por el Código
puedan agruparse en una sola categoría”, como que siendo muchos
“admiten diversas clasificaciones”, al punto que el comentado fenómeno
“en ciertos casos ... resulta como consecuencia de haberse omitido ciertas
formalidades, ciertos requisitos de forma, y en otros resulta por la
omisión en el contrato de requisitos de fondo” . [3]

7. Así las cosas, de admitirse que el poder otorgado por Emirto de Lima y
S. a P.V.N. mediante el instrumento público pública 4547 de 4 de
noviembre de 1971, de la Notaría Cuarta de Barranquilla, obrante a folios
13 y 14 del cuaderno 1, no le concedió a ésta la facultad de vender sus
bienes, y menos los inmuebles que eran de su propiedad, tendría que
concluirse que esa circunstancia no permitiría declarar la nulidad
absoluta de los negocios contenidos en la escritura 240 de 14 de agosto de
1972, única militante en autos (fls.16 a 19,cd.1), sino, lo que es bien
diferente, podría conducir a colegir la inoponibilidad de dichas
enajenaciones al mandante, hoy a su sucesión.
Tomando como punto de partida lo anterior y teniendo en cuenta que la
actora, como ya se destacó, sujetó a la declaración de nulidad del
señalado acto no sólo la invalidez de las ventas posteriores sino la
restitución de los respectivos bienes, surge como obligado corolario que
esas súplicas, ante el fracaso de la que funge como basilar, están llamadas
a correr idéntica suerte, esto es, a ser despachadas desfavorablemente.
8. Ahora, conocida la manifiesta claridad que reside en la demanda inicial, tanto
en sus pretensiones como en la causa que se expuso para sustentarlas, no puede
aspirarse a que esa pieza procesal sea interpretada con el propósito de que de allí
se deduzca una declaración de inoponibilidad en relación con los actos
bilaterales a que se circunscribe, para que de esa manera afloren coherentes
dichas súplicas con los hechos, pues, de hacerse, conocida la diferencia evidente
entre la naturaleza de aquélla con la de la nulidad demandada, un entendimiento
tal significaría mutar las peticiones del mentado libelo, y acontece que hasta allá
no arriman las facultades que tiene el juez para interpretar tan cardinal pieza
procesal, ya que, como lo ha dicho la Corporación, “esa labor de hermenéutica,
dirigida exclusivamente con la intención de descubrir el propósito original de
quien acude a la jurisdicción, el juez la podrá adelantar en la medida en que el
escrito inicial de la controversia se lo permita sin desfigurar la realidad que por sí
sola allí se patentice, es decir, en aquellos eventos en que al hacerlo no
transforme la esencia de lo solicitado ni de las circunstancias fácticas en que el
actor hubiere fundamentado esas pretensiones; pues, para expresarlo en sentido
contrario, si el contenido integral de la mentada pieza ostenta claridad y
precisión meridianas o si, en cambio, su oscuridad y confusión es de tal
magnitud que objetivamente se hace imposible encontrar ese verdadero
horizonte, entonces el fallador no podrá más que atenerse a la literalidad que le
figure expuesta, con las consiguientes consecuencias para el
accionante”(sentencia 162 de 11 de julio de 2005, exp.#7725).
Deviene así palmario, como también lo ha señalado la Sala, que la
facultad que tiene para interpretar tan importante pieza el sentenciador
no la puede ejercer “de manera arbitraria o caprichosa, por cuanto la
misma comporta una operación sometida al imperio de la razón y del
sentido común y, sobre todo, subyugada a los hitos fundamentales
impuestos por el actor”, lo que se explica, entre otras razones, por el hecho
de que aquél, en aras de salvaguardar los derechos fundamentales del
opositor, tiene el deber “de no sacrificar su derecho de defensa y
contradicción, el cual sufriría evidente mengua ante un vasto e
incalculable poder hermenéutico del juez, ya que difícilmente podría el
demandado vislumbrar el sentido que, a la postre, aquél le diese a dicho
libelo, con el obvio estrago que ello le causa para efectos de orientar su
posición ante las reclamaciones que se le oponen”; es decir, con el
pretexto de interpretar lo que es claro y manifiesto el administrador de
justicia no puede darle a la demanda “un alcance distinto a la misma, o
hacerle decir lo que objetivamente no dice, o, en resumidas cuentas,
alterar ostensiblemente su contenido, aún por motivos que el intérprete
considere ‘justos’ o valederos”, habida consideración que la facultad-
deber que tiene en orden a comprenderla no llega al extremo de que
pueda “prescindir de su contenido, de modo que ..., sustituyendo al actor,
vea en ella lo que, a su guisa, debió éste pedir o invocar en sustento de su
petición”(sentencia número 150 de 1º de agosto de 2001, exp.#5875).
Desde luego que si con fundamento en hechos que el actor no planteó en
la demanda se acogiera la pretensión de nulidad de los negocios jurídicos
allí involucrados, o si se declarara la inoponibilidad, que no fue
deprecada, en lugar de la invalidez absoluta, que en forma diáfana sí se
pidió, se incurriría “en reprochable vicio de procedimiento, tanto porque
desborda los límites de su actividad, regularmente trazados por la
demanda y su contestación, como porque vulnera el derecho de defensa
del demandado, ya que en esa vía de ejemplo lo estaría juzgado por unas
circunstancias fácticas que éste, por no haberlas tenido en traslado en su
momento, no pudo controvertir”(sentencia número 123 de 27 de
septiembre de 2004, exp.#7479).
9. S. a lo expresado, en lo que hace a los contratos materia del litigio
distintos del consignado en la citada escritura 240, que la parte actora se
sustrajo al deber de demostrar su celebración, como quiera que omitió la
aportación de copia de los instrumentos públicos números 3619, 3886,
2264 y 1001 de 3 y 27 de noviembre de 1972, 22 de septiembre de 1974 y
23 de mayo de 1980, que los contienen, las tres primeras de la notaría
cuarta y la última de la segunda de Barranquilla, respectivamente, única
forma como podía, al tenor de los artículos 1760 y 1857 del Código Civil,
acreditarse la compraventa de bienes inmuebles, evidenciándose así el
incumplimiento del primero de los presupuestos de la acción de nulidad
intentada, como es la celebración de los correspondientes contratos,
eventualidad que por sí impedía el acogimiento de las pretensiones en
relación con dichas enajenaciones.
10. Pese a que, como se deja consignado, los cargos que ocupan la
atención de la Sala, por intrascendentes, no están llamados a abrirse
paso, se impone, de todas maneras, advertir el desacierto en que el ad-
quem incurrió cuando reconoció que la totalidad de los demandados
conforman entre sí un litisconsorcio necesario, análisis que, por tanto,
sólo tendrá por fin, con sujeción al inciso 4° del artículo 375 del Código de
Procedimiento Civil, efectuar la correspondiente rectificación doctrinaria.
En efecto, el tribunal para declarar próspera la excepción de prescripción
extintiva en favor de todos los demandados y, consiguientemente, “sin
acción civil” las pretensiones del acto introductorio del proceso, en
esencia, consideró que los opositores entre sí conforman un litisconsorcio
necesario, que fue oportuna la proposición por parte de L.B.J.S. de la
excepción de prescripción extintiva, que los restantes demandados al
alegar de conclusión en la primera instancia también reclamaron en su
favor el reconocimiento de dicho mecanismo defensivo, que desde el 14
de febrero de 1972, fecha de otorgamiento de la escritura 240 de la
Notaría Única de S., hasta cuando se tuvo a la nombrada por notificada,
por conducta concluyente, del proveído admisorio de la demanda -auto
de 1° de febrero de 1996- transcurrieron más de veinte años y que no
operó la interrupción civil del término prescriptivo.
Para reconocerle a la prescripción extintiva que halló probada el efecto de
beneficiar a todos los demandados por igual, el juez de segundo grado
partió del hecho de ser necesario el litisconsorcio formado por las
personas que integran la parte demandada, pues fue con base en tal
apreciación que coligió, por un lado, que la notificación surtida por fuera
del término previsto en el artículo 90 del Código de Procedimiento Civil a
L.B.J.S. tradujo que el término prescriptivo no se interrumpió civilmente,
por el otro, que la decisión en torno de la mencionada excepción tenía que
ser uniforme para todos los demandados y, por último, que así la citada
interviniente hubiese sido la única proponente de dicho medio de
defensa, el reconocimiento del mismo forzosamente debía comprender a
todas las personas contra quienes se dirigió la acción.
Es sólo con base en la ponderación de las relaciones o actos jurídicos
sobre los que verse el litigio y de las pretensiones formuladas que puede
establecerse el hecho de existir o no un litisconsorcio necesario, es decir, lo
que se impone es hacer un cuidadoso examen de la demanda a fin de
verificar exactamente, con vista en ella, cuál es la naturaleza y el alcance
personal de la relación sustancial sometida a controversia, para deducir
de allí si la pluralidad de sujetos en el extremo opositor es o no necesaria.
Retomando lo expresado ya en cuanto hace a las súplicas demandatorias
y la causa de tales pedimentos, se establece que en el documento con el
que se inició la contienda se planteó un típico caso de acumulación de
pretensiones, autorizado por el inciso segundo del artículo 82 del Código
de Procedimiento Civil cuando habilita su formulación por varios actores
o contra varios demandados siempre que "provengan de la misma causa,
o versen sobre el mismo objeto, o se hallen entre sí en relación de
dependencia, o deban servirse de unas mismas pruebas", sin que importe
que el interés de unos y otros sea diferente.
Dicha acumulación de pretensiones puede implicar, cual acontece en la
demanda del proceso, traer al litigio diferentes relaciones jurídicas,
supuesto en el que cada una de ellas no pierde su independencia y
autonomía sustanciales, requiriéndose, ante la pluralidad de
demandantes o demandados, o de unos y otros, que se presenta en la
hipótesis de la acumulación en estudio, un examen más detenido a fin de
establecer la naturaleza de las relaciones litisconsorciales que se deriven
de esa situación.
En este asunto de naturaleza civil es ostensible que la actora sometió al
escrutinio judicial, con miras a que se declararan absolutamente nulos
distintos negocios jurídicos, respecto de cada uno de los cuales se
identificaron las condiciones de independencia y autonomía aludidas,
como son las compraventas efectuadas por P.V.N., diciendo actuar en
nombre de Emirto de Lima y S., por un lado, a A.L.A. y, por el otro, a
J.M.O., respecto de las cuales se allegó la copia de la escritura que las
contenía, y las realizadas por L.A. a B.O.R. y, por otra parte, a M. de L.Z.;
por éste último a E.R., I.E., J.E.M.S., Piedad de J.M. de E., J.M.C.S. y
L.J.S.; y por los citados E.R. e I.E.M.S. a L.L.S. de J., que simplemente
mencionan.
Vistos tales negocios, las pretensiones elevadas, de las que se destaca que
la principal es la de la nulidad deprecada y que las restantes son
consecuentes a ella, y la causa para pedir, ya comentada, se imponía
colegir que en verdad no existía una relación propiamente dicha entre las
personas que celebraron cada compraventa con los partícipes en las
demás, justamente por tratarse de contratos individuales y autónomos,
siendo viable pensar que la actora podía demandar su invalidación en
procesos separados.
Lo anterior conducía, al tiempo, a deducir que entre los distintos grupos
de contratantes, considerada aisladamente cada enajenación, no había
un litisconsorcio necesario, el que, eventualmente, solo sería predicable
respecto de los dos últimos actos bilaterales atrás relacionados, habida
cuenta de la pluralidad de sujetos que en uno de sus extremos
intervinieron.
Es notorio, por tanto, que fue errada la apreciación que el tribunal hizo de
la demanda, por cuanto dejó de lado la verdadera naturaleza de las
pretensiones incoadas así como la diversidad de las negociaciones objeto
de las mismas y, por sobre todo, porque omitió el examen conjunto de
unas y otras, labor ponderativa que de haber realizado le hubiese
permitido establecer la independencia de cada acto negocial y, por
consiguiente, la inexistencia del litisconsorcio necesario que predicó
respecto de todos los demandados.
La corrección doctrinal efectuada en los términos precedentes determina
que la impugnadora no sea condenada en costas por virtud del recurso
extraordinario.
11. Los cargos no prosperan.
V. DECISIÓN
En armonía con lo expuesto, la Corte Suprema de
Justicia, en Sala de Casación Civil, administrando justicia en nombre de
la República, y por autoridad de la ley, NO CASA la sentencia de 6 de
diciembre de 2000, pronunciada por la Sala Civil-Familia del Tribunal
Superior del Distrito Judicial de Barranquilla, dentro del proceso
ordinario identificado en esta providencia.
Sin costas en casación.
CÓPIESE, NOTIFÍQUESE, Y OPORTUNAMENTE DEVUÉLVASE EL
EXPEDIENTE AL TRIBUNAL DE ORIGEN.
J.A.A.P.
MANUEL ISIDRO ARDILA VELÁSQUEZ
CARLOS IGNACIO JARAMILLO JARAMILLO
PEDRO OCTAVIO MUNAR CADENA
SILVIO FERNANDO TREJOS BUENO
CÉSAR JULIO VALENCIA COPETE
EDGARDO VILLAMIL PORTILLA

CORTE SUPREMA DE JUSTICIA


SALA DE CASACIÓN CIVIL
SALVAMENTO DE VOTO
EXPEDIENTE No. 9375-01
Con el debido respeto por la decisión mayoritaria, expongo las razones que
motivan mi salvedad de voto.
En el presente caso, con un poder general, sin facultades especiales para
disponer de los bienes, la cónyuge apoderada, el mismo día de la muerte
de su marido, dispone de los bienes raíces, en perjuicio de la estirpe
extramatrimonial de aquel. Indudablemente el cónyuge fallecido ese
mismo día no dio consentimiento para tales actos.
Los hijos extramatrimoniales cuentan lo sucedido en los hechos de la
demanda y solicitan como pretensión que se declaren nulos dichos actos
por no haber sido consentidos por su progenitor. Después de muchos años
de litigio, la respuesta que obtienen es que han debido pedir
la inoponibilidad y no la nulidad como lo hicieron.
En primer lugar considero que, aparte del entendimiento que se tenga
sobre si hay lugar o no al fenómeno de la inoponibilidad, como sanción
negativa al negocio jurídico en el sistema jurídico colombiano, la demanda
era perfectamente susceptible de una interpretación, conjugando lo
expresado en la causa petendi, con las pretensiones de la misma, llegando
a la ineludible conclusión de que era lo que querían los herederos
despojados, aparte de las formulas sacramentales usadas en sus
pretensiones. Debió por tanto prosperar el cargo sin observarse una
intrascendencia, pues una mínima labor interpretativa del juez, habría
superado tan sutil obstáculo.
Pero más aún, no estaban tan equivocados los herederos que solicitaron la
nulidad, pues ello es lo que permite el artículo 838 del Código de
Comercio Colombiano ante el evento de la extralimitación del
apoderado que perjudica o afecta al poderdante, en este caso a sus
herederos.
Señala la norma advertida:
“El negocio jurídico concluido por el representante en manifiesta
contraposición con los intereses del representado, podrá ser rescindido
a petición de éste, cuando tal contraposición sea o pueda ser conocida
por el tercero con mediana diligencia y cuidado”.
Si la inoponibilidad es una sanción contemplada o no en materia civil es
una discusión que no tienen porqué padecer quienes ejercitan su derecho
de acción frente a la jurisdicción.
En la doctrina contemporánea se advierte la inoponibilidad como otra
especie más de ineficacia del negocio jurídico.
El Código Civil Colombiano, al igual que el Código de N., no establece una
regulación especial para la inoponibilidad. Apenas menciona algunos casos
aislados y asistemáticos, donde algunos quieren observar la consagración
de la categoría.
El concepto de inoponibilidad en el derecho civil colombiano no pasa de ser
el resultado de una elaboración doctrinal y jurisprudencial; en cambio en el
derecho mercantil es toda una sanción al negocio jurídico mercantil
consagrada y estructurada en la misma ley mercantil.
Los antecedentes de la inoponibilidad como institución jurídica se
encuentran en la tesis de Japiot aparecida en 1909, en su libro des nullites
en matiére d'áctes juridiques, siendo el primero en señalar una categoría
diferente a la de los actos nulos, que es el acto inoponible, señalando
además las bases para la distinción entre unos y otro.
[4]

Para algunos doctrinantes, la inoponibilidad no es más que una especie de


nulidad caracterizada precisamente por los sujetos que puedan invocarla
que son solamente los terceros. El acto es ineficaz frente a los terceros
pero eficaz entre las partes. La nulidad deja el acto sin efectos entre las
partes y consecuentemente frente a todo el mundo, mientras la
inoponibilidad deja subsistiendo los efectos del acto entre las partes.
También se ha querido observar como fundamento de la inoponibilidad el
principio de la relatividad de los efectos de los contratos consagrado por
las leyes civiles, desarrollando con este criterio las tesis de Jaipot. Se
dice: "De una manera general la inoponibilidad es la ineficacia a la mirada
de los terceros, en tanto que la nulidad es la ineficacia a la mirada de las
partes" .
[5]

Es bien manifiesta la distinción con relación a los terceros. Hay terceros en


sentido amplio, que son todas aquellas personas que no tienen ningún
vínculo con los contratantes y por consiguiente son extraños al acto
jurídico que celebran. Para estos terceros se establece el principio de la
relatividad de los efectos de los contratos. Pero sucede que hay otros
terceros en un sentido más estricto que no son parte de la relación jurídica
que celebran los contratantes pero que sí intervienen en otra, la cual
puede verse afectada sustancialmente por la primera. Un ejemplo sería
quien compra un bien que es objeto de una prenda anterior o de una
reserva de dominio. Para estos terceros interesados se establece la
protección legislativa pretendida con la inoponibilidad.
La protección del tercero la hace real el legislador de dos maneras:
La primera establece un requisito adicional para que el acto pueda producir
los efectos frente a los terceros, que generalmente es la publicidad que se
logra mediante su registro; y la segunda es permitirle actuar al tercero,
como si el negocio no se hubiese celebrado, cuando no se ha cumplido con
ese requisito de publicidad. Por esto afirma la doctrina : "desde el punto
[6]

de vista del tercero, el acto será inoponible cuando éste pueda actuar
jurídicamente como si el acto no se hubiese realizado".
Podemos decir como conclusión que el acto inoponible es aquel ineficaz
frente a los terceros, por no haber cumplido con los requisitos de
publicidad que establece la ley.
Así las cosas, el fundamento de la inoponibilidad como sanción al negocio
jurídico, no puede ser otro que la protección a los terceros interesados.
El Código de Comercio consagra esta categoría en la siguiente forma: art.
901. "Será inoponible a terceros el negocio jurídico celebrado sin cumplir
con los requisitos de publicidad que la ley exija".
Se advierten en el Código de Comercio muchos eventos de inoponibilidad;
a manera de ejemplo señalamos algunos:
El art, 953, sobre reserva de dominio; el art. 1320, refiriéndose al contrato
de agencia mercantil; el art. 1335, refiriéndose a factores de comercio; el
art. 300, sobre la prenda del interés social; el art. 190 sobre decisiones
que tome la asamblea o junta de socios.
La inoponibilidad que se presenta en materia mercantil tiene lugar
solamente cuando el acto no ha cumplido con los requisitos de publicidad.
Sin embargo, se viene abriendo camino una tesis que crea otro tipo de
inoponibilidad, que algunos la han denominado "inoponibilidad material o
de fondo". Para esta creación, se fundamentan en algunos textos
del Código Civil, tales como el art. 2186, 766 y 1871, donde observan que
la sanción no puede ser otra que la inoponibilidad. Estos argumentos se
exportan a actos y negocios mercantiles y allí han querido ver la llamada
inoponibilidad material, por ejemplo, cuando un representante legal
celebra actos por fuera de sus atribuciones legales o estatutarias.
En nuestra opinión, la inoponibilidad material como sanción negativa al
acto jurídico, tanto el civil como el mercantil, no existe, y es un error darle
cabida en el ordenamiento jurídico colombiano, en razón de que no puede
existir ninguna sanción negativa del negocio jurídico, sin un texto claro
que la consagre previa y expresamente, precisamente por la aplicación del
principio nulla poena sine lege; además las hipótesis que darían lugar a
ella están previstas como tales para sanciones que sí están expresamente
consagradas.
Pero esta postura no se opone a que en un sentido gramatical y también
como aplicación del principio de la relatividad de los efectos de los
contratos, se hable de inoponibilidad, para querer resaltar con ello, la no
producción de efectos con relación a un tercero. Una cosa es la supresión
de efectos, otra muy distinta la aniquilación del acto.
Ahora, la inoponibilidad así entendida destaca la no producción de efectos
de un acto realizado por el tercero, frente a quién no dio, por
ejemplo, poder para ello. Pero la situación varía, como en el presente
caso, cuando los actos cumplidos por el aparente representante sin
facultades, afectan a esos terceros, puesto que los negocios de disposición
patrimonial se solemnizaron y lo que es más, se registraron en las
respectivas oficinas de instrumentos públicos, cambiando la titularidad del
derecho real sobre los mismos, despareciendo el causante como dueño y
castigando por tanto el haber de la herencia. No es útil dejar los
herederos desheredados por esta irregular vía, con el dicho teórico de que
esos actos les son inoponibles, cuando es necesario que se enerven los
efectos producidos por esos actos, para que regresen a la masa herencial.
De otro lado, la jurisprudencia que se cita como precedente en el fallo se
refiere a la representación legal de los representantes de los entes
sociales. No es lo mismo referirse a la extralimitación del representante,
en la representación voluntaria, que a la extralimitación del representante
en la representación legal. Observemos otro aparte de la misma sentencia
que dice: “Si las cosas son como se ha dicho, y si en el caso sometido
ahora a consideración de la corte se discuten las atribuciones del
representante para celebrar el acto impugnado, mas no aspectos
relacionados con la capacidad misma del ente colectivo, debe concluirse
que se está ante un fenómeno de inoponiblidad de tal negocio respecto de
la demandante, pero no de su nulidad relativa”. No es la misma situación
del caso debatido; la jurisprudencia se refiere a una hipótesis diferente.
No obstante, observando otro aparte de la misma jurisprudencia tenemos
lo siguiente:
“Con mayor aproximación, mientras la invalidez es un juicio negativo de
valor del contrato “…al que le falta alguno de los requisitos que la ley
prescribe para el valor del mismo acto o contrato según su especie o
calidad o estado de las partes”… (art. 1740 ejusdem), que acarrea como
consecuencia su extinción frente a las partes y a terceros, de manera tal
que, una vez declarada judicialmente se reputa como si nunca hubiese
existido, la inoponiblidad no conduce a la desaparición del negocio, sino
que neutraliza su producción de los efectos del mismo en frente de
alguien, todo bajo el entendido de que su validez entre las partes
es incontrovertible. En este caso, el negocio es, en sí mismo, válido,
pero es la expansión de sus efectos propios la que se ve disminuida ante
quienes de otro modo, serían sus destinatarios naturales. O lo que es
igual, la inoponibilidad hace siempre relación a alguien que, por
determinadas circunstancias, suscitadas en su propia génesis, no
es afectado por el negocio. Pero como este, entre quines le dieron
origen, no tiene ningún reproche sigue, siendo válido y por ende eficaz. La
declaratoria de nulidad, en cambio, sea relativa o absoluta, genera
extinción del negocio y de sus efectos, no solo frente a las partes, sino
también frente a terceros” (Negrillas Nuestras).
Supone la Jurisprudencia en cita, para que sea viable la llamada
inoponiblidad, dos condiciones: la primera que la validez del negocio entre
las partes sea incontrovertible y segunda que el tercero no esté afectado
con el negocio.
En el presente caso, no se cumple ninguna de las dos situaciones: Por un
lado el negocio carece de consentimiento, el fallecido poderdante, dio su
consentimiento para un mandato general, sin facultades para disponer y la
mandataria dispuso. En segundo lugar, los herederos extramatrimoniales
del causante están perjudicados con los actos dispositivos, porque con
ellos se extrajeron los bienes de la herencia.
Pero es más, esos herederos acreditaron en juicio su calidad de tales, y
pidieron la nulidad de los actos para que los bienes se incorporaran a la
sucesión; por tanto no eran tan terceros y podía perfectamente entenderse
que actuaban por el causante y en tal hipótesis impugnaban los actos
proferidos sin su consentimiento.
Por todo lo anterior, en nuestro sentir, debió prosperar el cargo segundo,
aniquilando frente a los demandadantes, los negocios cumplidos por la
apoderada sin poder para ello.
Fecha ut supra.
J.A.A.P.
[1]
A.M., R., Las obligaciones, E.E.L., S. de Chile, 1983, pag.134.
[2]
O.F., G., Teoría General del Contrato y del Negocio Jurídico, 5ª Edición, Editorial Temis S. A., Bogotá, 1998, pags.399 a 403.
[3]
A.R., A., Derecho Civil, Contratos, Tomo I, Imprenta Universal, S. de Chile, 1988, pag.286.
[4]
L. de Resk, M.E.. Tratado teórico - práctico de las nulidades. Depalma, Buenos Aires, 1985. P..14.
[5]
L.. Ob. cit. P.. 21.
[6]
L.. Ob. cit. P.. 21.

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