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7. Así las cosas, de admitirse que el poder otorgado por Emirto de Lima y
S. a P.V.N. mediante el instrumento público pública 4547 de 4 de
noviembre de 1971, de la Notaría Cuarta de Barranquilla, obrante a folios
13 y 14 del cuaderno 1, no le concedió a ésta la facultad de vender sus
bienes, y menos los inmuebles que eran de su propiedad, tendría que
concluirse que esa circunstancia no permitiría declarar la nulidad
absoluta de los negocios contenidos en la escritura 240 de 14 de agosto de
1972, única militante en autos (fls.16 a 19,cd.1), sino, lo que es bien
diferente, podría conducir a colegir la inoponibilidad de dichas
enajenaciones al mandante, hoy a su sucesión.
Tomando como punto de partida lo anterior y teniendo en cuenta que la
actora, como ya se destacó, sujetó a la declaración de nulidad del
señalado acto no sólo la invalidez de las ventas posteriores sino la
restitución de los respectivos bienes, surge como obligado corolario que
esas súplicas, ante el fracaso de la que funge como basilar, están llamadas
a correr idéntica suerte, esto es, a ser despachadas desfavorablemente.
8. Ahora, conocida la manifiesta claridad que reside en la demanda inicial, tanto
en sus pretensiones como en la causa que se expuso para sustentarlas, no puede
aspirarse a que esa pieza procesal sea interpretada con el propósito de que de allí
se deduzca una declaración de inoponibilidad en relación con los actos
bilaterales a que se circunscribe, para que de esa manera afloren coherentes
dichas súplicas con los hechos, pues, de hacerse, conocida la diferencia evidente
entre la naturaleza de aquélla con la de la nulidad demandada, un entendimiento
tal significaría mutar las peticiones del mentado libelo, y acontece que hasta allá
no arriman las facultades que tiene el juez para interpretar tan cardinal pieza
procesal, ya que, como lo ha dicho la Corporación, “esa labor de hermenéutica,
dirigida exclusivamente con la intención de descubrir el propósito original de
quien acude a la jurisdicción, el juez la podrá adelantar en la medida en que el
escrito inicial de la controversia se lo permita sin desfigurar la realidad que por sí
sola allí se patentice, es decir, en aquellos eventos en que al hacerlo no
transforme la esencia de lo solicitado ni de las circunstancias fácticas en que el
actor hubiere fundamentado esas pretensiones; pues, para expresarlo en sentido
contrario, si el contenido integral de la mentada pieza ostenta claridad y
precisión meridianas o si, en cambio, su oscuridad y confusión es de tal
magnitud que objetivamente se hace imposible encontrar ese verdadero
horizonte, entonces el fallador no podrá más que atenerse a la literalidad que le
figure expuesta, con las consiguientes consecuencias para el
accionante”(sentencia 162 de 11 de julio de 2005, exp.#7725).
Deviene así palmario, como también lo ha señalado la Sala, que la
facultad que tiene para interpretar tan importante pieza el sentenciador
no la puede ejercer “de manera arbitraria o caprichosa, por cuanto la
misma comporta una operación sometida al imperio de la razón y del
sentido común y, sobre todo, subyugada a los hitos fundamentales
impuestos por el actor”, lo que se explica, entre otras razones, por el hecho
de que aquél, en aras de salvaguardar los derechos fundamentales del
opositor, tiene el deber “de no sacrificar su derecho de defensa y
contradicción, el cual sufriría evidente mengua ante un vasto e
incalculable poder hermenéutico del juez, ya que difícilmente podría el
demandado vislumbrar el sentido que, a la postre, aquél le diese a dicho
libelo, con el obvio estrago que ello le causa para efectos de orientar su
posición ante las reclamaciones que se le oponen”; es decir, con el
pretexto de interpretar lo que es claro y manifiesto el administrador de
justicia no puede darle a la demanda “un alcance distinto a la misma, o
hacerle decir lo que objetivamente no dice, o, en resumidas cuentas,
alterar ostensiblemente su contenido, aún por motivos que el intérprete
considere ‘justos’ o valederos”, habida consideración que la facultad-
deber que tiene en orden a comprenderla no llega al extremo de que
pueda “prescindir de su contenido, de modo que ..., sustituyendo al actor,
vea en ella lo que, a su guisa, debió éste pedir o invocar en sustento de su
petición”(sentencia número 150 de 1º de agosto de 2001, exp.#5875).
Desde luego que si con fundamento en hechos que el actor no planteó en
la demanda se acogiera la pretensión de nulidad de los negocios jurídicos
allí involucrados, o si se declarara la inoponibilidad, que no fue
deprecada, en lugar de la invalidez absoluta, que en forma diáfana sí se
pidió, se incurriría “en reprochable vicio de procedimiento, tanto porque
desborda los límites de su actividad, regularmente trazados por la
demanda y su contestación, como porque vulnera el derecho de defensa
del demandado, ya que en esa vía de ejemplo lo estaría juzgado por unas
circunstancias fácticas que éste, por no haberlas tenido en traslado en su
momento, no pudo controvertir”(sentencia número 123 de 27 de
septiembre de 2004, exp.#7479).
9. S. a lo expresado, en lo que hace a los contratos materia del litigio
distintos del consignado en la citada escritura 240, que la parte actora se
sustrajo al deber de demostrar su celebración, como quiera que omitió la
aportación de copia de los instrumentos públicos números 3619, 3886,
2264 y 1001 de 3 y 27 de noviembre de 1972, 22 de septiembre de 1974 y
23 de mayo de 1980, que los contienen, las tres primeras de la notaría
cuarta y la última de la segunda de Barranquilla, respectivamente, única
forma como podía, al tenor de los artículos 1760 y 1857 del Código Civil,
acreditarse la compraventa de bienes inmuebles, evidenciándose así el
incumplimiento del primero de los presupuestos de la acción de nulidad
intentada, como es la celebración de los correspondientes contratos,
eventualidad que por sí impedía el acogimiento de las pretensiones en
relación con dichas enajenaciones.
10. Pese a que, como se deja consignado, los cargos que ocupan la
atención de la Sala, por intrascendentes, no están llamados a abrirse
paso, se impone, de todas maneras, advertir el desacierto en que el ad-
quem incurrió cuando reconoció que la totalidad de los demandados
conforman entre sí un litisconsorcio necesario, análisis que, por tanto,
sólo tendrá por fin, con sujeción al inciso 4° del artículo 375 del Código de
Procedimiento Civil, efectuar la correspondiente rectificación doctrinaria.
En efecto, el tribunal para declarar próspera la excepción de prescripción
extintiva en favor de todos los demandados y, consiguientemente, “sin
acción civil” las pretensiones del acto introductorio del proceso, en
esencia, consideró que los opositores entre sí conforman un litisconsorcio
necesario, que fue oportuna la proposición por parte de L.B.J.S. de la
excepción de prescripción extintiva, que los restantes demandados al
alegar de conclusión en la primera instancia también reclamaron en su
favor el reconocimiento de dicho mecanismo defensivo, que desde el 14
de febrero de 1972, fecha de otorgamiento de la escritura 240 de la
Notaría Única de S., hasta cuando se tuvo a la nombrada por notificada,
por conducta concluyente, del proveído admisorio de la demanda -auto
de 1° de febrero de 1996- transcurrieron más de veinte años y que no
operó la interrupción civil del término prescriptivo.
Para reconocerle a la prescripción extintiva que halló probada el efecto de
beneficiar a todos los demandados por igual, el juez de segundo grado
partió del hecho de ser necesario el litisconsorcio formado por las
personas que integran la parte demandada, pues fue con base en tal
apreciación que coligió, por un lado, que la notificación surtida por fuera
del término previsto en el artículo 90 del Código de Procedimiento Civil a
L.B.J.S. tradujo que el término prescriptivo no se interrumpió civilmente,
por el otro, que la decisión en torno de la mencionada excepción tenía que
ser uniforme para todos los demandados y, por último, que así la citada
interviniente hubiese sido la única proponente de dicho medio de
defensa, el reconocimiento del mismo forzosamente debía comprender a
todas las personas contra quienes se dirigió la acción.
Es sólo con base en la ponderación de las relaciones o actos jurídicos
sobre los que verse el litigio y de las pretensiones formuladas que puede
establecerse el hecho de existir o no un litisconsorcio necesario, es decir, lo
que se impone es hacer un cuidadoso examen de la demanda a fin de
verificar exactamente, con vista en ella, cuál es la naturaleza y el alcance
personal de la relación sustancial sometida a controversia, para deducir
de allí si la pluralidad de sujetos en el extremo opositor es o no necesaria.
Retomando lo expresado ya en cuanto hace a las súplicas demandatorias
y la causa de tales pedimentos, se establece que en el documento con el
que se inició la contienda se planteó un típico caso de acumulación de
pretensiones, autorizado por el inciso segundo del artículo 82 del Código
de Procedimiento Civil cuando habilita su formulación por varios actores
o contra varios demandados siempre que "provengan de la misma causa,
o versen sobre el mismo objeto, o se hallen entre sí en relación de
dependencia, o deban servirse de unas mismas pruebas", sin que importe
que el interés de unos y otros sea diferente.
Dicha acumulación de pretensiones puede implicar, cual acontece en la
demanda del proceso, traer al litigio diferentes relaciones jurídicas,
supuesto en el que cada una de ellas no pierde su independencia y
autonomía sustanciales, requiriéndose, ante la pluralidad de
demandantes o demandados, o de unos y otros, que se presenta en la
hipótesis de la acumulación en estudio, un examen más detenido a fin de
establecer la naturaleza de las relaciones litisconsorciales que se deriven
de esa situación.
En este asunto de naturaleza civil es ostensible que la actora sometió al
escrutinio judicial, con miras a que se declararan absolutamente nulos
distintos negocios jurídicos, respecto de cada uno de los cuales se
identificaron las condiciones de independencia y autonomía aludidas,
como son las compraventas efectuadas por P.V.N., diciendo actuar en
nombre de Emirto de Lima y S., por un lado, a A.L.A. y, por el otro, a
J.M.O., respecto de las cuales se allegó la copia de la escritura que las
contenía, y las realizadas por L.A. a B.O.R. y, por otra parte, a M. de L.Z.;
por éste último a E.R., I.E., J.E.M.S., Piedad de J.M. de E., J.M.C.S. y
L.J.S.; y por los citados E.R. e I.E.M.S. a L.L.S. de J., que simplemente
mencionan.
Vistos tales negocios, las pretensiones elevadas, de las que se destaca que
la principal es la de la nulidad deprecada y que las restantes son
consecuentes a ella, y la causa para pedir, ya comentada, se imponía
colegir que en verdad no existía una relación propiamente dicha entre las
personas que celebraron cada compraventa con los partícipes en las
demás, justamente por tratarse de contratos individuales y autónomos,
siendo viable pensar que la actora podía demandar su invalidación en
procesos separados.
Lo anterior conducía, al tiempo, a deducir que entre los distintos grupos
de contratantes, considerada aisladamente cada enajenación, no había
un litisconsorcio necesario, el que, eventualmente, solo sería predicable
respecto de los dos últimos actos bilaterales atrás relacionados, habida
cuenta de la pluralidad de sujetos que en uno de sus extremos
intervinieron.
Es notorio, por tanto, que fue errada la apreciación que el tribunal hizo de
la demanda, por cuanto dejó de lado la verdadera naturaleza de las
pretensiones incoadas así como la diversidad de las negociaciones objeto
de las mismas y, por sobre todo, porque omitió el examen conjunto de
unas y otras, labor ponderativa que de haber realizado le hubiese
permitido establecer la independencia de cada acto negocial y, por
consiguiente, la inexistencia del litisconsorcio necesario que predicó
respecto de todos los demandados.
La corrección doctrinal efectuada en los términos precedentes determina
que la impugnadora no sea condenada en costas por virtud del recurso
extraordinario.
11. Los cargos no prosperan.
V. DECISIÓN
En armonía con lo expuesto, la Corte Suprema de
Justicia, en Sala de Casación Civil, administrando justicia en nombre de
la República, y por autoridad de la ley, NO CASA la sentencia de 6 de
diciembre de 2000, pronunciada por la Sala Civil-Familia del Tribunal
Superior del Distrito Judicial de Barranquilla, dentro del proceso
ordinario identificado en esta providencia.
Sin costas en casación.
CÓPIESE, NOTIFÍQUESE, Y OPORTUNAMENTE DEVUÉLVASE EL
EXPEDIENTE AL TRIBUNAL DE ORIGEN.
J.A.A.P.
MANUEL ISIDRO ARDILA VELÁSQUEZ
CARLOS IGNACIO JARAMILLO JARAMILLO
PEDRO OCTAVIO MUNAR CADENA
SILVIO FERNANDO TREJOS BUENO
CÉSAR JULIO VALENCIA COPETE
EDGARDO VILLAMIL PORTILLA
de vista del tercero, el acto será inoponible cuando éste pueda actuar
jurídicamente como si el acto no se hubiese realizado".
Podemos decir como conclusión que el acto inoponible es aquel ineficaz
frente a los terceros, por no haber cumplido con los requisitos de
publicidad que establece la ley.
Así las cosas, el fundamento de la inoponibilidad como sanción al negocio
jurídico, no puede ser otro que la protección a los terceros interesados.
El Código de Comercio consagra esta categoría en la siguiente forma: art.
901. "Será inoponible a terceros el negocio jurídico celebrado sin cumplir
con los requisitos de publicidad que la ley exija".
Se advierten en el Código de Comercio muchos eventos de inoponibilidad;
a manera de ejemplo señalamos algunos:
El art, 953, sobre reserva de dominio; el art. 1320, refiriéndose al contrato
de agencia mercantil; el art. 1335, refiriéndose a factores de comercio; el
art. 300, sobre la prenda del interés social; el art. 190 sobre decisiones
que tome la asamblea o junta de socios.
La inoponibilidad que se presenta en materia mercantil tiene lugar
solamente cuando el acto no ha cumplido con los requisitos de publicidad.
Sin embargo, se viene abriendo camino una tesis que crea otro tipo de
inoponibilidad, que algunos la han denominado "inoponibilidad material o
de fondo". Para esta creación, se fundamentan en algunos textos
del Código Civil, tales como el art. 2186, 766 y 1871, donde observan que
la sanción no puede ser otra que la inoponibilidad. Estos argumentos se
exportan a actos y negocios mercantiles y allí han querido ver la llamada
inoponibilidad material, por ejemplo, cuando un representante legal
celebra actos por fuera de sus atribuciones legales o estatutarias.
En nuestra opinión, la inoponibilidad material como sanción negativa al
acto jurídico, tanto el civil como el mercantil, no existe, y es un error darle
cabida en el ordenamiento jurídico colombiano, en razón de que no puede
existir ninguna sanción negativa del negocio jurídico, sin un texto claro
que la consagre previa y expresamente, precisamente por la aplicación del
principio nulla poena sine lege; además las hipótesis que darían lugar a
ella están previstas como tales para sanciones que sí están expresamente
consagradas.
Pero esta postura no se opone a que en un sentido gramatical y también
como aplicación del principio de la relatividad de los efectos de los
contratos, se hable de inoponibilidad, para querer resaltar con ello, la no
producción de efectos con relación a un tercero. Una cosa es la supresión
de efectos, otra muy distinta la aniquilación del acto.
Ahora, la inoponibilidad así entendida destaca la no producción de efectos
de un acto realizado por el tercero, frente a quién no dio, por
ejemplo, poder para ello. Pero la situación varía, como en el presente
caso, cuando los actos cumplidos por el aparente representante sin
facultades, afectan a esos terceros, puesto que los negocios de disposición
patrimonial se solemnizaron y lo que es más, se registraron en las
respectivas oficinas de instrumentos públicos, cambiando la titularidad del
derecho real sobre los mismos, despareciendo el causante como dueño y
castigando por tanto el haber de la herencia. No es útil dejar los
herederos desheredados por esta irregular vía, con el dicho teórico de que
esos actos les son inoponibles, cuando es necesario que se enerven los
efectos producidos por esos actos, para que regresen a la masa herencial.
De otro lado, la jurisprudencia que se cita como precedente en el fallo se
refiere a la representación legal de los representantes de los entes
sociales. No es lo mismo referirse a la extralimitación del representante,
en la representación voluntaria, que a la extralimitación del representante
en la representación legal. Observemos otro aparte de la misma sentencia
que dice: “Si las cosas son como se ha dicho, y si en el caso sometido
ahora a consideración de la corte se discuten las atribuciones del
representante para celebrar el acto impugnado, mas no aspectos
relacionados con la capacidad misma del ente colectivo, debe concluirse
que se está ante un fenómeno de inoponiblidad de tal negocio respecto de
la demandante, pero no de su nulidad relativa”. No es la misma situación
del caso debatido; la jurisprudencia se refiere a una hipótesis diferente.
No obstante, observando otro aparte de la misma jurisprudencia tenemos
lo siguiente:
“Con mayor aproximación, mientras la invalidez es un juicio negativo de
valor del contrato “…al que le falta alguno de los requisitos que la ley
prescribe para el valor del mismo acto o contrato según su especie o
calidad o estado de las partes”… (art. 1740 ejusdem), que acarrea como
consecuencia su extinción frente a las partes y a terceros, de manera tal
que, una vez declarada judicialmente se reputa como si nunca hubiese
existido, la inoponiblidad no conduce a la desaparición del negocio, sino
que neutraliza su producción de los efectos del mismo en frente de
alguien, todo bajo el entendido de que su validez entre las partes
es incontrovertible. En este caso, el negocio es, en sí mismo, válido,
pero es la expansión de sus efectos propios la que se ve disminuida ante
quienes de otro modo, serían sus destinatarios naturales. O lo que es
igual, la inoponibilidad hace siempre relación a alguien que, por
determinadas circunstancias, suscitadas en su propia génesis, no
es afectado por el negocio. Pero como este, entre quines le dieron
origen, no tiene ningún reproche sigue, siendo válido y por ende eficaz. La
declaratoria de nulidad, en cambio, sea relativa o absoluta, genera
extinción del negocio y de sus efectos, no solo frente a las partes, sino
también frente a terceros” (Negrillas Nuestras).
Supone la Jurisprudencia en cita, para que sea viable la llamada
inoponiblidad, dos condiciones: la primera que la validez del negocio entre
las partes sea incontrovertible y segunda que el tercero no esté afectado
con el negocio.
En el presente caso, no se cumple ninguna de las dos situaciones: Por un
lado el negocio carece de consentimiento, el fallecido poderdante, dio su
consentimiento para un mandato general, sin facultades para disponer y la
mandataria dispuso. En segundo lugar, los herederos extramatrimoniales
del causante están perjudicados con los actos dispositivos, porque con
ellos se extrajeron los bienes de la herencia.
Pero es más, esos herederos acreditaron en juicio su calidad de tales, y
pidieron la nulidad de los actos para que los bienes se incorporaran a la
sucesión; por tanto no eran tan terceros y podía perfectamente entenderse
que actuaban por el causante y en tal hipótesis impugnaban los actos
proferidos sin su consentimiento.
Por todo lo anterior, en nuestro sentir, debió prosperar el cargo segundo,
aniquilando frente a los demandadantes, los negocios cumplidos por la
apoderada sin poder para ello.
Fecha ut supra.
J.A.A.P.
[1]
A.M., R., Las obligaciones, E.E.L., S. de Chile, 1983, pag.134.
[2]
O.F., G., Teoría General del Contrato y del Negocio Jurídico, 5ª Edición, Editorial Temis S. A., Bogotá, 1998, pags.399 a 403.
[3]
A.R., A., Derecho Civil, Contratos, Tomo I, Imprenta Universal, S. de Chile, 1988, pag.286.
[4]
L. de Resk, M.E.. Tratado teórico - práctico de las nulidades. Depalma, Buenos Aires, 1985. P..14.
[5]
L.. Ob. cit. P.. 21.
[6]
L.. Ob. cit. P.. 21.