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LA AMABILIDAD DEL CRISTIANO

Hay un refrán que dice: “Se atraen más moscas con una gota de miel que con tres barriles de
vinagre”. Con esto se quiere afirmar que la amabilidad y la dulzura son atrayentes, muchísimo más
que las palabras duras y la hosquedad. Esto es muy importante si queremos llevar a Cristo a los
demás. Porque de la manera en que nos comportamos con los demás es cómo verán el ser discípulo
de Jesús.

Quisiera que consideremos juntos si estamos mostrando estos rasgos, y de esta manera aprender
cómo podemos orar para tenerlos en una mayor medida. Hoy vamos a ver lo que significa para cada
cristiano ser amable.

Pablo escribe a Timoteo que el anciano debe ser “no pendenciero, sino amable” (1 Timoteo 3:2-3).
De manera similar, le dice a Tito que el anciano no debe ser “pendenciero” (Tito 1:7). La
característica positiva aquí es la amabilidad y se opone a dos características negativas como el
ser pendenciero o violento. El anciano y cada cristiano maduro busca la amabilidad y huye de la
violencia.

Ser amable es ser tierno, humilde y sensible; conocer qué postura y respuesta se adecua para
cada ocasión. Indica amabilidad y el deseo de extender misericordia a otros, y un deseo de
someterse tanto a la voluntad de Dios como a las preferencias de otras personas. Tal amabilidad
será expresada primero en el hogar y sólo después de esto subsecuentemente en la iglesia. Es un
rasgo poco común, pero uno que conocemos y amamos cuando lo vemos y lo experimentamos.

Alexander Strauch resalta que perseguir la amabilidad es imitar a Jesús. El escribe, “Jesús nos dice
quién es como persona: es manso y humilde. Sin embargo, demasiados líderes religiosos no son
mansos ni humildes. Ellos son controladores y orgullosos. Utilizan a la gente para satisfacer sus
crecientes egos. Pero Jesús es refrescantemente diferente. Él realmente ama a la gente, sirviendo
desinteresadamente y dando Su vida por ellos. Él espera que sus seguidores -especialmente los
ancianos que dirigen a Su pueblo- sean humildes y mansos como Él”. De manera similar, John
Piper escribe: “Esta [amabilidad] es lo opuesto de ser belicoso o beligerante. No debe ser
áspero o mezquino. Debe estar inclinado a la ternura y recurrir a la dureza sólo cuando las
circunstancias recomiendan esta forma de amor. Sus palabras no deben ser ácidas o divisivas,
sino útiles y alentadoras “.

El anciano, entonces, debe ser amable, capaz de controlar su temperamento y su respuesta a los
demás cuando es atacado, calumniado y cuando se encuentra en situaciones tensas o difíciles. Está
marcado en todo momento por la paciencia, la ternura y un espíritu dulce. Negativamente, no
debe perder el control ni física ni verbalmente. No debe responder a otros con fuerza física o
amenazas de violencia. Cuando se trata de sus palabras, no debe pelear ni altercar ni ser uno que
ama discutir. Incluso cuando es empujado y exasperado no arremete con sus palabras, no aplastará
una caña magullada ni apagará un pábilo humeante.
Estoy seguro de que ustedes se dan cuenta de que Dios llama a todos los cristianos -no sólo a los
ancianos- a ser amables. Los ancianos deben servir como ejemplos de mansedumbre, pero cada uno
de nosotros debe mostrar este rasgo si queremos imitar a nuestro Salvador. Hay muchos textos a los
que podemos recurrir, entre ellos este que nos dice que la mansedumbre es un fruto necesario del
Espíritu: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad,
fidelidad, mansedumbre, dominio propio” (Gálatas 5: 22-23). Poco después Pablo dice:
“Hermanos, aun si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales,
restauradlo en un espíritu de mansedumbre” (Gálatas 6: 1).

El exhorta a los cristianos de Éfeso a caminar de una manera digna de la vocación a la que han sido
llamados y dice que esto implica vivir “con toda humildad y mansedumbre, con paciencia,
soportándose unos con otros en amor, deseosos de mantener la unidad del Espíritu en el
vínculo de la paz “(Efesios 4: 1-3). Al hablar de la congregación bajo el cuidado de Tito dice:
“Recuérdales que estén sujetos a los gobernantes, a las autoridades; que sean obedientes, que
estén preparados para toda buena obra; que no injurien a nadie, que no sean contenciosos,
sino amables, mostrando toda consideración para con todos los hombres.”(Tito 3: 1-2). La
evidencia es clara: debemos ser amables para que podamos servir como una muestra de quien
se ocupa tan amablemente con nosotros.

Autoevaluación
Así que, ¿qué de ti? ¿Tu vida refleja la mansedumbre y humildad de la amabilidad? Te animo a
hacerte en oración preguntas como estas:

Cuando alguien te hace daño, ¿eres propenso a atacar con ira? Si es así, ¿se expresa ese enojo
físicamente, verbalmente o ambos?
¿Están las personas temerosas de enfrentar el pecado en tu vida porque temen tu ira o tus palabras
cortantes? ¿Te temen tu esposa y tus hijos?
¿Tus amigos y familiares dirían que eres amable? ¿Dirían que los tratas con ternura?
¿Te gusta jugar al abogado del diablo? ¿Te gusta un buen argumento? ¿Qué indicaría tu presencia en
los medios sociales?

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