Solo el Espíritu Santo puede crear la comunión verdadera entre los creyentes, pero la cultiva con
las elecciones que hagamos y los compromisos que asumamos. Pablo señala esta doble
responsabilidad: “Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la
paz”.(Ef. 4:3).
Para producir una comunidad cristiana que perpetúa el amor se necesita tanto el poder de Dios
como nuestro esfuerzo.
Debes estar lo suficientemente interesado para decir la verdad fraternalmente incluso cuando
prefieras pasar por alto un problema o un asunto muy espinoso. Si bien es más fácil permanecer
en silencio cuando las personas alrededor tienen un patrón de pecado que les duele o lastima a
otros, no es lo que el afecto nos manda a hacer.
La mayoría de las personas no tiene a nadie que lo ame lo suficiente como para decirles la
verdad (aunque duela), por lo cual persisten en sus conductas autodestructivas. Por lo general
sabemos lo que es necesario decirle a esa personas pero nuestros temores nos impiden abrir la
boca. Muchas relaciones han sido perjudicadas por el temor. La palabra de Dios nos ordena:
“hablando la verdad con amor” (Ef.4:15), porque no podemos formar una comunidad sin
franqueza. Pablo dijo: Hermanos, si ven que alguien ha caído en algún pecado, ustedes que
son espirituales deben ayudarlo a corregirse. Pero háganlo amablemente; y que cada cual
tenga mucho cuidado, no suceda que él también sea puesto a prueba” (Gál. 6:1-2)
La comunión verdadera depende de la franqueza, ya se trate de un matrimonio, una amistad o tu
iglesia. Hasta que no nos importe lo suficiente como para enfrentar y solucionar obstáculos
subyacentes, nunca podremos tener una relación más estrecha. La franqueza no debe ser
licencia para decir lo que a uno se le antoja, dondequiera y cuando quiera. Eso es impertinencia.
La palabras irreflexivas dejan cicatrices profundas. Dios nos manda a hablarnos unos a otros
como miembros afables de la familia. “No reprendas con dureza al anciano, sino aconséjalo
como si fuera tu padre. Trata a los jóvenes como a hermanos, a las ancianas como a madre
y a las jóvenes como a hermanas. (1º Tim. 5:1-2)
La cortesía o amabilidad consiste en respetar nuestras diferencias, tener consideración por los
sentimientos de otras personas y ser tolerantes con los que nos molestan. En todas las iglesias y
en todos los grupos pequeños, siempre habrá por lo menos una persona difícil, a veces más de
una. Estas pueden tener necesidades especiales, profundas inseguridades, costumbres irritantes
o hábitos sociales no desarrollados.
Dios puso a esas personas al lado de nosotros tanto para nuestro beneficio como para el de ellas.
Son una oportunidad para el crecimiento y poner a prueba la comunión. ¿Los amaremos como
hermanos y hermanas y los trataremos con dignidad?
Los miembros de una familia no se aceptan porque sean inteligentes, hermosos o talentosos. Se
aceptan porque pertenecen a la misma familia. Defendemos y protegemos a la familia. De la
misma manera, la Biblia dice: “amense los unos a otros con amor fraternal, respetándose y
honrándose mutuamente”. (Rom. 12:10)
Para que las personas sean sinceras y expresen sus profundas penas, necesidades y errores, se
requiere una condición: una atmósfera segura que las haga sentirse cálidamente aceptadas y
donde puedan desahogarse con confianza.
Dios odia los chismes, sobretodo cuando se los disfraza como “pedidos de oración”. Él afirma: el
perverso provoca contiendas y el chismoso divide a los amigos”. (Prov. 16:28).
Los chismes provocan sufrimiento y divisiones y destruyen la comunión.
Debes tener contacto frecuente y regular con tu grupo para construir una comunión genuina.
Para cultivar una relación se requiere tiempo.
La Biblia nos dice: No dejemos de congregarnos, como acostumbran a hacerlo algunos, sino
animémonos unos a otros”. (Hb. 10:25)
Debemos desarrollar el hábito de reunirnos. Un hábito es algo que hacemos con frecuencia y
regularidad, no ocasionalmente. Debemos pasar tiempo juntos para construir relaciones sólidas.
Si deseas cultivar una comunión verdadera, eso implicará reunirte incluso cuando no tengas
ganas, porque estás convencido de que es importante.