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20:30–31. Juan explicó su propósito al escribir este evangelio: que las personas pudieran contemplar
y percibir la importancia teológica de los milagros de Jesús (semeia, “señales”). Mucha gente de
nuestros días ignora, niega, o racionaliza los milagros de Jesús. Aun en los días del Señor, algunos
los atribuían a Dios, mientras que otros, a Satanás (3:2; 9:33; Mt. 12:24). En aquel tiempo,
ignorarlos, negarlos o racionalizarlos, era imposible, porque los milagros eran muy variados y
evidentes. Juan indicó que él estaba consciente de los milagros que aparecen en los sinópticos: Hizo
además Jesús muchas otras señales. De hecho, en los cuatro evangelios se registran 35 milagros
diferentes (V. “Milagros de Jesús” en el Apéndice, pág. 340). Juan seleccionó siete para
considerarlos de manera especial, de tal forma que las personas llegaran a creer que Jesús es el
Cristo, el Mesías prometido, y el Hijo de Dios.
30Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están
escritas en este libro.
Jesús hizo muchas otras señales. “Muchas otras” se refiere no sólo a las mencionadas en los
evangelios sinópticos sino a las que Juan ya había mencionado en 2:23; 4:45 y 12:37.
Lo que nosotros llamamos “milagros de Jesús”, él los llamaba señales. Este término es utilizado
respecto de las cosas indicativas de algo más allá del mero hecho de que sucedieron (por más
milagroso que haya sido ese hecho).
Los milagros no fueron hechos simplemente para agradar al oído o impresionar a los demás; ni
siquiera los hizo sólo para que creyeran en él. Jesucristo hizo estos milagros como una señal de
que era Dios encarnado, de que era el Mesías, como señal de su poder y autoridad.
Jesucristo hizo muchas señales, y no todas están escritas en este libro. Juan hizo una selección de
acuerdo al propósito que tenía en mente. Mucho de lo que sucedió fue omitido. Dios escogió
incluir aquí aquellas señales que creyó convenientes, de entre los centenares y quizás millares
que el Señor Jesús llevó a cabo en su vida terrenal.
Jesucristo realizó dichas señales en presencia de sus discípulos, a quienes escogió como testigos.
Después de resucitado el Señor les dio una serie de pruebas indubitables (Hch. 1:2–9), y se presentó
a los testigos escogidos por él, a sus verdaderos y sinceros discípulos.
El estudio de un libro como este no tiene como propósito satisfacer curiosidades intelectuales ya
que, aunque proporciona información histórica y biográfica, es esencialmente un documento de
fe.
El evangelio de Juan fue escrito con un doble propósito que él hace claro:
1. Que creamos que Jesús es el Cristo, el Salvador del mundo, el Mesías. La combinación y
riqueza de títulos es muy significativa: Jesús, Cristo, Hijo de Dios. Jesús quiere decir Salvador.
Cristo es el Mesías, el prometido, el esperado, el que sería Salvador del mundo. El Hijo del Dios
viviente habla de su carácter eterno, su carácter de Creador. Su mero nombre da vida.
El primer paso es creer. La consecuencia es: tener vida. La fuente de esa vida es el nombre de
Cristo o sea la persona del Señor Jesús, ya que el nombre siempre nos habla de la persona.
Este capítulo sería un final muy apropiado para el Evangelio, y tal vez ésa haya sido la intención
original de Juan. Sin embargo, antes de que el trabajo se publicara el apóstol Juan agregó el
epílogo1 (capítulo 21), que está escrito en el mismo estilo y presenta un magnífico cuadro del Cristo
resucitado.