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Maite Madinabeitia Dorado

Teorías y Métodos Avanzados de Investigación en Humanidades


Reseña académica: 1500-2000 palabras
25/03/2014

MITOCRÍTICA, MITOANÁLISIS, MITODOLOGÍA


Durand, Gilbert. De la mitocrítica al mitoanálisis: figuras míticas y aspectos de la obra.
Barcelona: Anthropos Editorial, 2013. 366 pp. 21 €

Treinta y cinco años después de su primera edición en francés, los escritos metodológicos de Gilbert
Durand atraen una vez más la atención de la editorial Anthropos. Traducida por primera vez al
castellano en 1993, esta obra esencial para el estudio de la mitocrítica vuelve a estar disponible, con
prefacio de Blanca Solares, en la colección Siglo Clave de la editorial: una línea de reciente
creación que reúne a autores como Husserl, Derrida o Merleu-Ponty bajo el común denominador de
de haber contribuido con avances decisivos a la definición contemporánea de sus respectivas
disciplinas. Tras varias décadas de pasar desapercibido, esta recuperación de las ideas de Gilbert
Durand coincide con un nuevo interés por las posibilidades de la mitocrítica y su aplicación a
campos como el marketing y el análisis de la cultura popular.
Las páginas de Blanca Solares, con las que se da inicio al volumen, tienen por objeto
resumir las bases teóricas en las que Durand apoyaría su investigación durante más de medio siglo y
que puden encontrarse elaboradas con todo lujo de detalles en Las estructuras antropológicas del
imaginario (editado en castellano por Fondo de Cultura Económica de España, 2005). Junto con la
habitual defensa de la loca de la casa, este prólogo realiza un breve repaso a los conceptos básicos
de la mitocrítica (arquetipos, regímenes, estructuras) y a sus relaciones disciplinares con el trabajo
de autores como C. G. Jung, M. Eliade, G. Lévi-Strauss o H. G. Gadamer. No obstante, debido a la
complejidad terminológica propia de la mitocrítica y las frecuentes referencias a diversas
disciplinas, el bienintencionado prólogo no es suficiente y la comprensión del texto sigue estando
supeditada a la lectura previa de otras obras en las que estos conceptos se desarrollan con una
mayor profundidad.
Esta necesidad de antecedentes teóricos salta a la vista desde la primera parte de la obra, en
la que el autor se sumerge sin prolegómenos en una detallada exposición del lenguaje del mito y las
definiciones operativas esenciales para su comprensión. Los conceptos clave se introducen

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paulatinamente a medida que Durand recapitula sobre el estado del estructuralismo figurativo,
centrándose en aspectos como la dimensión mecánica del símbolo y la dimensión dinámica del
mito. Una vez asentadas estas bases, se procede a realizar una dura crítica a la estrechez de miras
del estructuralismo formal: en primer lugar a través de una argumentación centrada exclusivamente
en la lingüística teórica ―sobre la que Durand demuestra un altísimo grado de erudición, casi
rozando el oscurantismo― y, a continuación, a través de un caso práctico extraído de Las flores del
mal con el que se dejan al descubierto los peligros y los sinsentidos en los que pueden incurrir las
posturas reduccionistas.
Tras esta crítica, más dirigida a los detractores de corte estructuralista que al propio lector,
Durand finalmente se concentra en lo que constituirá el núcleo de la obra: la exposición de cuatro
críticas artístico-literarias que bucean a distintas profundidades en torno a la obra de El Bosco,
Durero, Xavier de Maistre, Stendhal y otros varios autores. Al contrario de lo que pudiera parecer,
la selección de estos textos, originalmente concebidos a modo de artículos independientes, no pone
en entredicho la unidad de la monografía. Antes bien, su diversidad ofrece un abanico de
aplicaciones prácticas a todas las posibilidades que ya se presentían en Las estructuras
antropológicas del imaginario y que, sin embargo, un libro de carácter teórico no tiene espacio de
analizar.
A este respecto, la oposición entre El Bosco y Durero que abarca gran parte del Capítulo 4
merece especial atención debido a su claridad. La contraposición entre el régimen nocturno del
primero y el diurno del segundo, así como los numerosos ejemplos que se aportan en ambos casos,
contribuye por una parte a la apreciación gráfica de conceptos como «diurnidad», «nocturnidad»,
«gulliverización» o «encaje» que tan complejos se vuelven durante la lectura de Durand. Por la otra,
esta comparativa consigue elaborar una descripción coherente y accesible de las concepciones
antagónicas sobre las que germinaría la obra de estos dos grandes artistas. A partir de un riguroso
estudio del contexto histórico, el estilo y los símbolos más empleados a lo largo de las carreras
artísticas de El Bosco y Durero, Durand elabora una prueba de primer orden en cuanto a las
posibilidades y las aplicaciones de su mitocrítica.
La reflexión final del mitólogo francés, desarrollada en los capítulos 8 y 9 del libro, va un
paso más allá del estudio de la obra de arte y se concentra en el mitoanálisis de los motivos
dominantes en la cultura europea del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Apoyándose en la obra
de Shelley, Baudelaire, Zola, Hesse, Proust y Meyrink, Durand recorre el camino que lleva desde la
caída de las concepciones prometeicas del Romanticismo, con su subsiguiente desilusión, hasta el
afán hermeneuta e integrador del siglo XX. Huelga decir que esta tesis podría tacharse de ambiciosa
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y sesgada, ya que la elección de las obras analizadas puede modificar considerablemente su
resultado. No obstante, el sentido común que exhiben las reflexiones del autor y la diversidad de
ejemplos que pueblan sus páginas parece llevar la exposición a buen puerto o, al menos, lo alejan de
las hipótesis descabelladas. En favor de Durand se puede decir que, entre otros, también la filósofa
española María Zambrano había llegado a una conclusión similar con la redacción de Filosofía y
poesía (1939) al afirmar, con imágenes muy afines a las de Durand, que «el hombre entre las nubes
de fuego desciende a la tierra y abre los ojos y se encuentra siendo hombre» (p. 88) en referencia al
crepúsculo del Romanticismo.
Llegado a este punto, se debe añadir que las aplicaciones prácticas de la mitocrítica no son la
única aportación que Gilbert Durand realiza a la disciplina con la redacción de esta obra.
Aportación, por cierto, que tampoco se agota con la hoja de ruta metodológica trazada en el capítulo
final y que trata de guiar al investigador en el estudio de la obra de arte por medio de una sucesión
de tablas e instrucciones especialmente diseñadas para recoger los mitemas y las variaciones míticas
de la obra de arte. Aunque tangencial, hay todavía un tercer elemento digno de consideración en la
prosa ensayística de Durand: su concepción de las producciones culturales y la validez de la
imaginación como objeto de estudio.
A través de las páginas de De la mitocrítica al mitoanálisis, el antropólogo desgrana una
serie de ideas intermitentes que ponen en relación las antiguas mitologías y las expresiones
culturales modernas. Los mitos, en la línea de M. Eliade y C. G. Jung, no constituyen ya una
explicación del universo o unas creencias religiosas originales. En su lugar, evocan una serie de
realidades y conflictos psicológicos inherentes a la condición del ser humano que mutan, se
intensifican o se relajan de acuerdo con las particularidades propias del individuo y del contexto
socio-cultural que lo rodea. La estructura mítica es capaz de captar estas inquietudes gracias a su
versatilidad y su estrecha ligazón con la psique humana, por lo que funciona a modo de catalizador
para expresarlas a través de cualquier manifestación cultural, independientemente del medio
empleado (literatura, artes visuales, música, videojuegos, moda, marketing, etc.). Esta concepción
unitaria de la cultura no es exclusiva de Durand, ya que es posible encontrarla en el campo de los
estudios culturales mediante la teoría de los polisistemas que por esas mismas fechas formularía el
académico israelí Itamar Even-Zohar. No obstante, será la relación de la cultura con el mito lo que
permita a la mitocrítica aplicar una misma metodología a los distintos medios de expresión e
incluso establecer una relación directa entre la denominada alta cultura y las manifestaciones de la
cultura popular.
El acto creador se entiende en este contexto como un acto de singularidad que excluye toda
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posible generalización de su interpretación, bien sea a partir de las panaceas explicativas del
estructuralismo formalista o a partir de cualquier otro método reduccionista como el psicoanálisis
freudiano. Las ciencias de la cultura son para Durand «ciencias de lo singular, es decir, de la
diferencia, del matiz» (p. 170). Por lo tanto, solo es posible acceder a ellas cuando el receptor «da
cuenta de las diferencias singularizantes» (p. 170) que definen su carácter único. ¡Qué lejos quedan
de esto las teorías absolutas de El héroe de las mil caras (1949) de Joseph Campbell o la
Morfología del cuento (1928) de Vladímir Propp! Las respuestas redondas, hijas de un sistema
científico sin margen de error, son sustituidas ahora por la singularidad de la obra y la singularidad
del acto humano durante su recepción. La manifestación cultural no oculta un significado absoluto
como el que se esconde tras una compleja ecuación matemática, sino que al tratarse de un acto
humano —acaso el acto más humano que podamos imaginar— solo es posible acceder a ellas a
través de una suerte de círculo hermenéutico. Como bien se afirma en varias ocasiones a lo largo de
esta instructiva monografía, el objetivo de la mitocrítica no consiste en rechazar la diversidad de
métodos empleados en la crítica artístico-literaria. En su lugar, propone un sistema «capaz de
conciliar las adquisiciones de métodos a menudo conflictivos» (p. 225) para que las complejidades
y paradojas que separan al ser humano de la perfección de las leyes naturales no se pierdan en el
camino del análisis.
Sin duda, son pocos los académicos que han tratado de poner orden en los dominios de la
loca de la casa. De hecho, a día de hoy, la imaginación sigue siendo la gran desconocida que escapa
de toda estructura firme y reglamentada que facilite su comprensión. Los escasos intentos en este
ámbito, generalmente centrados en los estudios de ficción, son incapaces de elaborar una
metodología firme con un soporte teórico que aleje los prejuicios de falta de seriedad que rodean
este campo. La propuesta de Durand adopta un enfoque óptimo ante la problemática de la
imaginación, asociándola directamente a las facultades del espíritu por medio de una serie de teorías
antropológicas, psicológicas y biológicas. En este contexto, la mitocrítica y el mitoanálisis pueden
contemplarse como una opción metodológica que rehuye los peligros más frecuentes en los estudios
de este campo. No obstante, también la mitodología tiene sus propios monstruos, que el propio
Durand hace notar entre líneas en diversas ocasiones. Al basar la interpretación de la obra en la
percepción humana, es imposible desprenderse de la subjetividad del análisis. Sin embargo, sin
percepción humana tampoco hay significación de la obra. Las consecuencias de esta paradoja se
diluyen gracias al método expuesto, pero aun así es posible caer en conclusiones precipitadas y
asociaciones espontáneas arrastrado por la apreciación subjetiva de una obra —como, hasta cierto
punto, sucede con Durand en algunas secciones del libro—. ¿El remedio? Conocimiento, sentido
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común, criterio y aceptar que, del mismo modo que cada obra es singular, también lo es la
comprensión de cada sujeto dentro de unos límites. Puede que de este modo la lectura de la
producción cultural no tenga una única y absoluta respuesta, pero a fin de cuentas la vida a través de
los ojos humanos tampoco la tiene.

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