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Los conflictos se encuentran presentes en la vida cotidiana de las personas y de los grupos, son una
realidad tangible. También están presentes en la tarea cotidiana del docente, se manifiestan en
escenarios diversos: en el autobús escolar, a la entrada, en el aula, en la sala de profesores, en la
conserjería, en la reunión de tutores, en el patio, en el comedor escolar, en la entrevista con los
padres, en la visita del inspector, en la relación con la Administración, etc. La forma como se
abordan y se resuelven constituye un elemento clave para entender la evolución del grupo, para
comprender la complejidad de las relaciones humanas que se dan en su seno, para efectuar un
diagnóstico de los aspectos ocultos que atesora: camarillas, grupos de presión, amistades y ene-
mistades, relaciones, formación de equipos, grado de cohesión e implicación ante las tareas
escolares, etc.
Los conflictos constituyen algo natural, dado que son el reflejo de las diferencias de pareceres, de
intereses, etc. en relación a cuestiones que son de interés común. En la escuela convergen personas
(docentes, alumnos, familias, personal de administración y servicios, personal contratado, etc.) que
se encuentra en momentos vitales distintos, con historias de vida e itinerarios
personales/profesionales divergentes y, por tanto, no es sorprendente que sean también distintos sus
comportamientos, objetivos, opiniones, necesidades, intereses, discos, preocupaciones y temores.
La forma como las personas actúan ante el conflicto se encuentra mediatizada por su percepción
mental, es decir, por la manera como los conciben. Parece razonable la adopción de una perspectiva
ecléctica ante el conflicto, alejada de posturas extremas. No deben considerarse como algo
necesariamente negativo, que debe erradicarse a toda costa, pero tampoco podemos considerarlo
algo positivo.
Desde una perspectiva teórica (Jares, J., 1996: 237) puede señalarse la existencia de tres maneras de
percibir el conflicto. La posición tradicional o técnico-racional lo considera algo negativo, que es el
resultado de errores o disfunciones técnicas. Las actuaciones se dirigen a evitarlo para lo cual se
fijan normas, se delimita con mayor claridad lo que puede hacerse y lo que no, se establecen
mecanismos de control (registros de conducta) o de información (a los padres, al profesorado); se
llevan a cabo programas preventivos o formativos, se sancionan los incumplimientos o agravios,
etc. En definitiva, el docente orienta su intervención a evitar y erradicar las situaciones de conflicto
para que no perjudique el aprendizaje para lo cual utiliza los recursos técnicos que tiene a su
alcance.
La intervención ante el conflicto se caracteriza por la complejidad, esencialmente por dos razones.
Por un lado, porque son múltiples los factores a tener en cuenta a la hora de decidir qué rumbo
tomar, la integración de los cuales debe realizarse simultáneamente al desarrollo de la acción, en un
contexto turbulento. Por otro lado, porque la persona debe poseer las habilidades comunicativas
adecuadas y debe ponerlas en acción en el momento oportuno. Vamos a centrar nuestra atención en
el primero de los aspectos a citados. Para ello nos basaremos en las aportaciones de Lederach
(2000) quien considera que en el análisis del conflicto deben tenerse en cuenta aspectos referidos a
las personas, al proceso y al problema. Las principales cuestiones a analizar que hacen referencia a
las personas se concretan en los siguientes ámbitos:
a) Los protagonistas. Se trata de identificar a las partes que intervienen en el conflicto. Deben
diferenciarse los protagonistas principales, directamente afectados por el conflicto, y los
secundarios.
b) El poder, es decir, la capacidad de influencia sobre los demás de los protagonistas, Deben
explorarse las fuentes del poder-posición, conocimiento, creencias, etc.-, las personas a quienes
afecta, las bases de posibles coaliciones, etc.
c) La percepción del conflicto, es decir, la manera como cada persona lo interpreta, lo concibe. Para
unos, es algo traumático; para otros, algo natural; otros, ni tan siquiera son conscientes de su
existencia.
d) Las emociones y sentimientos. Deben tenerse en cuenta los sentimientos que despierta el
conflicto en cada persona-cómo lo vive, y también la percepción que tiene de los sentimientos y
emociones de los demás.
f) Los intereses o los beneficios que cada una de las partes espera obtener a través del conflicto.
g) Los valores o principios que se encuentran en la base de las posiciones o los intereses de los
protagonistas.
El dilema fundamental que plantea la aparición de un conflicto reside en el paso a la acción. ¿Qué
debo hacer? ¿Cómo lo hago? ¿Sabré hacerlo en el momento oportuno? ¿Cómo reaccionarán los
demás?, etc. Al tratar estas cuestiones a menudo nos encontramos ante expresiones como
"resolución funcional" o "gestión positiva de conflictos que, si bien ponen de manifiesto la
importancia de lograr avances, admiten múltiples concreciones: Tal vez se ha logrado un acuerdo de
no agresión; es posible que se haya dejado en un segundo plano el conflicto, porque ha aparecido
otro de mayor envergadura: quizá se ha adoptado una solución provisional; o tal vez se han logrado
acuerdos parciales o se ha reestablecido la comunicación entre las partes. También es posible que se
haya abordado la raíz del conflicto y se haya construido colectivamente una nueva forma de
afrontarlo. En definitiva, son múltiples las posibilidades de actuación ante el conflicto y, asimismo,
son diversas las posibilidades de avance. La elección de una u otra dependerá de las circunstancias
singulares de cada caso. De ahí la importancia de analizar los elementos concurrentes.