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HISTORIA ANTIGUA
DE LA PENÍNSULA
IBÉRICA II
HISTORIA ANTIGUA DE LA PENÍNSULA IBÉRICA II:
ÉPOCAS TARDOIMPERIAL
Y VISIGODA
HISTORIA ANTIGUA DE LA PENÍNSULA IBÉRICA II:
ÉPOCAS TARDOIMPERIAL Y VISIGODA
Código 67013087
CONTENIDOS
UNIDAD DIDÁCTICA I: HISPANIA TARDORROMANA
Tema 1. El siglo III: una época de fluctuaciones.
a. El debate sobre la supuesta crisis.
b. Elementos de análisis.
c. Cambio social.
d. Balance.
Tema 4. Cristianización.
a. La Iglesia hispana.
b. Priscilianismo.
c. Difusión social del cristianismo hispano.
Teniendo presente la estructura temática a partir de las dos Unidades Didácticas descritas, el Equipo Docente considera
altamente recomendables los siguientes manuales:
- Para la UNIDAD DIDÁCTICA I: BRAVO, G., Nueva historia de la España antigua, Alianza Editorial, Madrid,
2011 (con bibliografía complementaria). ISBN: 978-84-206-8919-7 (pp. 213-280).
- Para la UNIDAD DIDÁCTICA II: GONZÁLEZ SALINERO, R., Introducción a la Hispania visigoda, UNED (Col.
Grado 6701308GR02A01), Madrid, 20182 (con bibliografía complementaria por temas). ISBN: 978-84-362-7178-
2.
Muchas de las tesis tradicionales se han cuestionado y rechazado en las últimas décadas: la del esclavismo
(Fernández Ubiña, 1982) al no existir documentación suficiente; la de los tesorillos (Bravo, 2001) dada su
distribución por toda la Península y sólo en las supuestas zonas de “invasión”; de las invasiones germanas
(Blázquez, 1978), reducidas ahora a pequeñas escaramuzas en las ciudades del litoral mediterráneo, y en
consecuencia la desaparición de las villae, parece no existir vinculación a las supuestas “invasiones”; la inflación,
que no se observa con los tesorillos estudiados; la decadencia urbana, que tampoco se corresponde con los
análisis de la arqueología urbana del período; las revueltas bagáudicas, que habrían surgido ahora, aunque en
realidad se confunden con simples protestas del campesinado galo e Hispánico (Bravo, 2001) y finalmente por las
repercusiones de los decretos persecutorios contra los cristianos, que en Hispania no fue importante, ni tan
siquiera en la época de Diocleciano. Estos datos han sido interpretados tradicionalmente como indicadores
negativos.
Esto no significa que se rechace in toto, la situación de crisis, sino que deben cuestionarse sus efectos a
nivel provincial o local, porque se ha demostrado que algunos “signos de crisis” a nivel imperial no son tan
evidentes a otros niveles. Por todo ello, se ha propuesto también ver la “otra cara de la crisis” (Bravo, 1993) al
valorar algunos datos en sentido positivo: militarización, promoción social y política de las elites, nuevas
familias aristocráticas, contribuyen a que el debate continúe abierto.
B) Elementos de análisis
El material epigráfico (inscripciones honoríficas, miliarios) tampoco nos permite pensar que los
hispánicos quedaran al margen del poder imperial en los años centrales de la crisis (Cepas, 1977), puesto que no
parce que el vínculo con el Gobierno central se hubiera roto, como así lo demuestran las inscripciones honoríficas
que no se dedican sólo a los augustos, sino incluso a sus cesares, mucho menos conocidos: Diadumediano (bajo
Macrino), Herennio Etrusco y Hostiliano (bajo Decio). Así nos lo atestigua la documentación epigráfica desde el
gobierno de Pértinax (193) al de Carino (283-285) a nivel provincia/emperador en lo que se refiere a “menciones
imperiales”.
En la Tarraconense: no hay inscripciones honoríficas dedicadas a los emperadores Macrino (217-218),
Maximino el Tracio (235-238) y Tácito (275-276), ni a Decio (250-251), pero sí miliarios a Máximo,
Póstumo y Tácito, sobre todo en la zona noroccidental de la provincia.
En Lusitania: no hay inscripciones honoríficas a Macrino, Maximino y Tácito, ni tampoco a Hiliogóbalo,
Alejandro Severo, Gordiano III, Filipo II, Decio, Galieno, Claudio II, Probo, Caro, Numeriano y Carino;
pero sí miliarios de Alejandro Severo, Maximino, Decio, Galieno, Tácito, Probo y Numeriano.
En la Bética: tampoco hay inscripciones honoríficas dedicadas a Macrino, Maximino, Tácito, Numeriano
y Carino, pero sí miliarios de Maximino, Póstumo y Treboniano (251-253).
Por otro lado, es cierto que se han hallado monedas emitidas por los usurpadores (especialmente de
Póstumo en la Tarraconense), pero la cantidad de monedas de los emperadores legítimos del mismo período es
siempre superior. Es significativo el hecho de que la epigrafía referida a los usurpadores galos (262-271),
solamente se halle en el territorio de la Citerior o Tarraconense, lo que podría indicar, solamente el control de esta
provincia y no de toda Hispania, como a veces, se ha pretendido.
Algo parecido podría desprenderse de los análisis de los otros tres elementos del debate: invasiones,
tesorillos y villae. Aunque supuestamente vinculados, no resiste el análisis histórico, ni en términos espaciales ni
temporales. La presencia germánica en Hispania está atestiguada por los escritores tardíos, aunque sin una precisa
identificación de los supuestos “invasores”. Mientras que Aurelio Víctor habla de los “francos”, Eutropio, Jerónimo
y Orosio se refieren a ellos como “germanos”, este último con una cronología entre el 260/262 a 272/274, (doce
años). La arqueología ha probado que los niveles de destrucción en ciudades costeras como Tarraco, concuerdan
con esa cronología. La cuestión es si estos grupos germánicos asentados en la costa, permanecieron en ella o
realizaron incursiones hacia el interior peninsular, para los defensores de las invasiones, los hallazgos de tesorillos
y la destrucción de las villae serían una consecuencia directa de ellas. Los detractores, por el contrario, proponen
otros argumentos, la principal dificultad estriba, en la distribución espacial y la datación cronológica de unos y de
otros. El hallazgo de tesorillos de la época, no se limita al área del litoral, sino que se extiende hacia el interior e
incluso hasta noroeste peninsular: Altafulla (Tarragona), Castellón, Liédana y Sangüesa (Navarra), Clunia, Bares
(Lugo), Santa Elena (Jaén), Ronda (Málaga), Gibraltar y los depositados en los Museos de Palencia, Lérida,
Granada y Sevilla, además de los de Lugo y Chantada, El Bierzo y el de Alicante, entre otros.
Esta distribución espacial atiende más a razones puramente económicas o monetarias que con el pretendido
temor de la población ante supuestas “invasiones”. Un ejemplo, en numismática, en una situación de crisis
monetaria, la moneda “mala” desplaza a la “buena”, puesto que esta se atesora, lo que podría explicar esta
distribución sin necesidad de recurrir a argumentos políticos.
Por otra parte, la distribución de la destrucción de villae, del período, tampoco se corresponde en exclusiva
con el área del litoral mediterráneo: villa de Can Sans, de Tossa de Mar, de Arraona, de Torre Llauder, de Adarró,
de Liédana, de Dueñas en Palencia, del Romeral en Lérida, de los Quintanares en Soria y la llamada villa de
Cardilius en Lusitania, entre otras.
Resulta evidente que todas estas destrucciones, no pueden ser consideradas todas ellas efecto de la
“invasión” o “invasiones” por ser un área muy extensa. Además, se puede comprobar que el mapa de los
“tesorillos” y el de las “destrucciones” no son coincidentes, es preferible atribuir las destrucciones a otras
causas. Es probable, que este fenómeno no fuese ajeno al éxodo sin precedentes, que los propietarios de las villae
se vieron obligados a modificar sus haciendas rurales y a modificar sus instalaciones para dar acogida tanto al
personal como a las modificaciones que tuvieron que realizar para una mejor adaptación a las cambiantes
condiciones de la economía agraria: ampliación de las explotaciones (fundi), sustitución de mano de obra
esclava (servi rustici, vilicus) por libres en situación de arrendamiento (coloni) o aparcería (inquilini) y sobre
todo, la nueva forma de vida de los propietarios (domini), que cambiaron su lugar de residencia habitual de la
ciudad al campo, por lo que la tradicional villa rústica se quedó pequeña teniendo que proceder a una progresiva
renovación. Este cambio se constata al inicio de la época bajoimperial, cuando los propietarios buscaron refugio en
sus propias haciendas para evadir sus obligaciones fiscales.
Dos nuevos argumentos han enriquecido el análisis de las “crisis” del siglo III en Hispania, uno referido
a la arqueología urbana, otro a la inflación. Tradicionalmente, se ha interpretado que numerosas ciudades
hispanorromanas se habrían visto afectadas por la inestabilidad política del momento: Baetulo (Badalona), Barcino
(Barcelona), Gerunda (Girona), Emporiae (Ampurias), Caesaraugusta (Zaragoza), Pompaelo (Pamplona),
Pallantia (Palencia), Saguntum (Sagunto), Castulo (Cazlona, Jaén), Italica (Santi Ponce, Sevilla), Malaca (Málaga)
y Emerita Augusta (Mérida, Badajoz) entre otras. Los que habría supuesto un panorama desolador si todas estas
destrucciones fueran atribuibles a la misma época.
En algunos casos, la arqueología, ha demostrado que estas aparentes destrucciones no son tales, sino
remodelaciones del hábitat urbano exigidas por la necesaria fortificación del recinto urbano, en otros casos
sin una datación exacta, pero que podrían ser atribuidas con posterioridad, ya en el siglo IV. En un estudio reciente
de la arqueología urbana de Hispania durante el siglo III, sobre 67 ciudades hispanorromanas se revela que más que
una crisis o decadencia, se aprecia continuidad en el ámbito urbano, no hay arquitectura monumental nueva, pero se
reproducen las estructuras arquitectónicas anteriores, se mantienen los foros, se construyen o amplían termas, se
levantan o refuerzan las murallas, se mantienen anfiteatros y teatros, se adornan las viviendas con mosaicos o se
reocupan áreas antes abandonadas (Cepas, 1997).
Una nueva interpretación sobre la crisis monetaria es el otro argumento. La evolución monetaria del
período podría resumirse así: desde Septimio Severo (193-211) con seguridad y probablemente ya desde el
gobierno de Cómodo (180-192), el denario de plata sufrió de forma sucesiva devaluaciones, que se vieron
obligadas a aumentar periódicamente el “sueldo militar” ante las exigencias de soldados y oficiales. Pero ni la
política agresiva de Caracala (211-217) con la introducción de una nueva pieza de plata (el antonianianus) en el
sistema monetario, fue capaz de frenar la inflación. Esta nueva moneda sancionaba en la práctica la devaluación del
denario ya efectuada por su padre Septimio Severo. Durante cuatro años (215-219) hubo emisiones de
“antoninianos”, suprimidos después hasta el 238 cuando fueron realizadas de nuevo por Gordiano III y sus
sucesores. Pero la inflación siguió acelerándose con las sucesivas devaluaciones del denario, llegando en la época
de Galieno (260-268), donde el antoniniano no contenía ya más de un 5% de plata, de hecho, ya sólo era una
moneda de bronce con un ligero baño de fino. En el 274 Aureliano (270-275) llevó una reforma monetaria que
afectó, además de las ratios monetales a la paridad en la equivalencia de valores establecida en el sistema
monetario, por la cual 1 áureo equivalía al valor de 25 denarios, mientras que 2 denarios equivalían al valor
de 1 antoniniano.
Abajo:
Gallienus (cobre 253-268),
Aureliano (plateado 270-275),
Monedas de dos bárbaros radiados (cobre) (imitaciones).
El análisis metalográfico de algunos tesorillos recientemente hallados arroja cantidades ínfimas de metal
noble en las piezas emitidas por Galieno y sus sucesores hasta el nummus de Aureliano (270-275), y aunque en
Hispania el volumen circulante fuera menor que en otras regiones como Italia, Galia o Britania, los efectos de la
inflación debieron ser similares, por lo que no parece razonable interpretar una ausencia de inflación en Hispania.
Finalmente, dos nuevos elementos de análisis han generado cierta confusión: la repercusión de las
persecuciones contra los cristianos, en época de Decio y Valeriano, y los supuestos bagaudas en tiempos de
Diocleciano, a últimos de siglo.
Las persecuciones han sido consideradas por algunos
historiadores como el resultado de la crisis religiosa de la
época, aunque hay que remontarse al gobierno de Nerón
(54-68). En lo referente a Hispania, los testimonios sobre la
difusión del cristianismo son muy escasos, al menos hasta el
siglo III, a mediados de este siglo, un nuevo proceso
persecutorio se saldó con la desaparición de algunos jerarcas
de la Iglesia de la época (González Salinero, 2005, 61). No
hay testimonio de ninguna víctima del edicto de persecución
de Decio en 250, pero sí en la posterior de Valeriano en 258,
entre los mártires de estas medidas se encuentran los
cristianos Fructuoso, obispo de Tarraco, Augurio y Eulogio,
sus dos presbíteros. Valeriano dirigió su persecución
contra las jerarquías eclesiásticas, pretendiendo con ello,
privar a la Iglesia de sus “cabezas” más eminentes.
Hay que referirse de manera especial a la bagauda galo-hispana de fines del siglo III, considerada
como un mero desiderátum por algunos historiadores debido a la falta de pruebas documentales. Perteneciente a
la época de Diocleciano (284-305), suele suponerse que la presencia bagáudica viene a constituir una especie de
corolario de la prolongada crisis política y social que venía arrastrando el Imperio, estas bagaudas de finales del
siglo III se identifican con las revueltas campesinas galo-hispánicas lideradas por Eliano y Amando, personajes
galos, según diversas fuentes que incluso llegaron a acuñar monedas con sus efigies y nombres (Sánchez León,
1986). Quedan pocas dudas de que estos supuestos líderes bagáudicos sólo son nuevos pretendientes al trono o
nuevos usurpadores que buscaron el apoyo del campesinado occidental descontento para alcanzar sus objetivos
políticos. Pero también hay razones para no considerarlos, según a historiografía, como representantes de la
bagauda galo-hispánica, puesto que ningún documento se refiere a ellos como bagaudas, si se menciona este este
término en los textos tardíos hasta mediados del siglo IV. Los defensores de la existencia de la bagauda, finales del
siglo III, se basan en la tesis del ocultamiento, por eso, dicen, que los bagaudas no se citan expresamente en los
textos. Pero el texto que menciona la revuelta campesina (Pan. Lat. II, 4) es ilustrativo por las imágenes retóricas
que contiene: los supuestos bagaudas aquí son denominados “monstruos biformes”, los soldados de infantería
(pedites), los campesinos (arator) y los supuestos soldados de cabellería (equites), aquí serían mencionados como
“pastor”.
El texto es rico en imágenes, pero deducir aquí la existencia de una bagauda, es desde luego, una osadía,
aunque se haya venido asumiendo de forma acrítica, quizás haya llegado el momento de revisar ciertas
reconstrucciones e interpretaciones que no resisten el reto de una teoría historiográfica como es la prueba
documental.
Para muchos historiadores carece de importancia que los bagaudas aparezcan mencionados o no en las
fuentes, en lo oculto ven una revuelta bagáudica, para otros, la razón de la no mención responde a la no existencia
por más que quieran justificar su posible presencia al comienzo de la época diocleciana.
C) Cambio social
Probablemente en el ámbito social los cambios que preconizaban el futuro son más claros que en cualquier
otro. Desde otra óptica diferente, que se podría denominar “la otra cara de la crisis” (Bravo, 1993).
En primer lugar, en el ámbito social, resulta indudable el es ascenso del grupo ecuestre en los cargos más
importantes, tanto políticos como militares. Este encumbramiento se inició ya con Augusto, en los inicios del
Imperio, impulsado posteriormente con el gobierno de Septimio Severo (193-211). Pero los ecuestres
reemplazaron a los senadores en el gobierno de las provincias bajo el mandato de Galieno (260-268), en virtud de
un decreto. Legalizando una situación de hecho, puesto que los jóvenes senadores se habían desentendido, salvo
excepciones, de la carrera militar en los primeros cargos de su cursus honorum. Muchas familias aristócratas
quedaron relegadas dando paso a otras familias “nuevas” (novi homines). Estos cambios, implicaron otros cambios
en la administración central, pero no de manera aislada, cambios menores a otros niveles de la administración:
provincial y local. En lo que se refiere a Hispania, de las veinte familias relevantes en la administración imperial,
provincial y local, sólo seis se mantuvieron en el siglo III, y de éstas, solamente una los Iulii, logró sobrevivir al
gobierno de Galieno (Bravo, 2001).
Estos cambios fueron más apreciables en unas provincias que en otras, se observan claramente en la Bética,
pero también en la Tarraconense. Este proceso de relevo de familias también implicó una progresiva sustitución de
unas familias dirigentes tradicionales por otras “nuevas” procedentes casi en exclusiva del orden ecuestre. A nivel
local, las élites tradicionales de algunas ciudades hispanorromanas, arruinadas, dejaron paso a nuevas familias que
se encargaron ahora de las obligaciones municipales.
D) Balance
¿Crisis o transformación? ¿Cambio o continuidad? Esta doble interrogante sobre la polémica
historiográfica sobre el siglo III, también se puede aplicar en Hispania.
Al final del análisis surge una cuestión esencial: pero de qué crisis se trata, ¿histórica o coyuntural? ¿O de
una crisis política, militar, ideológica, religiosa, social o económica?
Por crisis histórica se entiende una crisis estructural, bien por aspectos sociopolíticos, bien por que afecte a
los aspectos esenciales de su funcionamiento y reproducción, aspectos que difícilmente se pueden aplicar al
Imperio del siglo III y aún menos a las provincias de Hispania. A pesar de este período convulso, la autoridad
imperial se mantuvo sin que se produjera un vacío de poder, ni una anarquía propiamente dicha. No obstante, los
relevos en el poder fueron mucho más frecuentes y las usurpaciones más numerosas también. El relevo del
poder se efectuó de diversas formas, por electio, designatio, adoptio y sobre todo por acclamatio e incluso
nuncupatio (Bravo, 1980), pero siempre siguiendo procedimientos institucionales, incluso los usurpadores
intentaron legitimarse (Mazza, 1976). En lo referente a Hispania, el vínculo con el poder central, sólo
ocasionalmente se pudo ver roto, quizás durante los convulsos años del imperium Galliarum (260-272) y
probablemente no afectara a todas las provincias.
Las crisis coyunturales serán referidas sólo a un aspecto de la evolución histórica, sin que llegara a
generalizarse en el espacio ni en el tiempo (Bravo, 2001). Se suele hablar de modalidades de la crisis o de sus
aspectos: político, militar, económico, monetario, financiero, administrativo, ideológico, religioso, social, etc.
Causas que se remiten a situaciones históricas anteriores al siglo III, pero que forman parte del proceso histórico
que define a este periodo de la historia romana. En todos estos ámbitos, el siglo III, presenta un perfil diferente al
de los siglos anterior y posterior, lo que no significa que se trate necesariamente de una crisis.
Aún así, el análisis por niveles proporciona “imágenes” diferentes. A nivel de evolución imperial, es
más claro el balance negativo en unos aspectos que en otros, más en los aspectos político y económico, menos en lo
religioso y en lo social. Con la difusión del cristianismo y el desplazamiento del grupo senatorial en la
administración, señalan el comienzo de una nueva época, por lo que no deberían ser considerados aspectos
negativos del período. Sin embargo, a nivel de evolución provincial o regional, el panorama es algo diferente. En el
caso hispánico, la inestabilidad política sólo afectó de manera ocasional a la vida de las provincias, pero los hispani
no pudieron evitar los efectos económicos de la crisis monetaria. Ni la difusión del cristianismo en este siglo
supera, salvo excepción, los niveles inferiores de los medios urbanos, a pesar de las persecuciones y de la
existencia de sedes episcopales en ciudades como Emerita, Asturica y Tarraco.
A) Reforma Provincial
A finales del siglo III, el mapa administrativo hispánicos seguía siendo el diseñado por Augusto tres siglos
antes. No obstante, en torno al año 300, Diocleciano y los tetrarcas culminaron las reformas administrativas que se
habían ido poniendo en práctica los años anteriores, algo que afectaría al Ejército, a las provincias y a los cuadros
de la administración imperial.
El cambio administrativo más innovador de la Tetrarquía fue la progresiva sustitución de funcionarios
senatoriales por ecuestres, culminando un proceso cuyo origen se remonta a la época de Septimio Severo (193-
211). Los cambios de rango en el título personal de los gobernadores provinciales y otros funcionarios del período
vendrían a consolidar la progresiva importancia de los funcionarios ecuestres sobre los senatoriales en todos los
ámbitos de la administración imperial: vicarios, gobernadores, oficiales del ejército, funcionarios…
Estas reformas administrativas se completaron con otras medidas políticas como la separación de poderes
civiles y militares en la administración, de la que hay algunos ejemplos en las provincias hispánicas.
Los cambios administrativos operados en Hispania pueden considerarse como “momentos” de un largo
proceso que se inició con el gobierno de Diocleciano (284-305) y no concluyó hasta las últimas décadas del siglo
IV, por lo que conviene establecer tres momentos diferentes:
La división provincial dioclecianea.
La instauración de la dioecesis Hispaniarum.
La creación de nuevas provincias.
función (ecuestre o praeses). Debemos recordar que hasta el siglo III, el gobierno de las tres provincias hispánicas
había sido confiado a funcionarios senatoriales con el rango de viri clarissimi.
La reforma administrativa
Una de las reformas administrativas más importantes del Bajo Imperio fue, sin duda, la configuración de
las diócesis como agrupaciones de provincias, por dos razones fundamentales: una, por la novedad del sistema
diocesano; otra, por la eficacia en términos gubernativos. La política provincial del Imperio había evolucionado
hasta entonces en sentido inverso, es decir con tendencia a la formación de unidades provinciales cada vez más
pequeñas y, en consecuencia, más fácilmente gobernables.
La formación de la dioecesis se realiza a partir del agrupamiento de las unidades provinciales existentes
para constituir una nueva unidad administrativa, de entidad territorial, jurisdiccional y económica superior. A las
provincias hispánicas “viejas” (Bética, Lusitania) y “nuevas” se añadió, además, la norteafricana de Mauritania
Tingitania, rompiendo así la aparente unidad territorial que en teoría debía corresponder a una nueva unidad
administrativa. La razón de esta asociación se debe a que la diócesis se concibe como algo más que una mera
agrupación territorial.
El documento conocido como Laterculus Veronensis (o Lista de Verona), fechado entre el 303 y 314,
recoge los nombres de las doce diócesis en que fue dividido eI Imperio: Oriente, 16 provincia; Mesia, 10
provincias; Italia, 9 provincias; Asia, 9 provincias; Galia, 8 provincias; Panonia, 7 provincias; Ponto, 7
provincias; Vienennse, 7 provincias; Hispania, 6 provincias; África, 6 provincias; Tracia, 6 provincias; y
Britania, 4 provincias.
El vicarius enviado a ellas tenía jurisdicción sobre todos los provinciales, por encima de los gobernadores,
y en representación del propio emperador podía administrar justicia vice sacra. Era la quinta máxima autoridad
imperial en su circunscripción. En el caso de Hispania, la diócesis bajo-imperial incluyó en principio seis
provincias (cinco peninsulares y la norteafricana de Tingitana) a la que posteriormente se le añadiría una nueva
provincia insular (las Baleares, esta provincia aparecerá añadida ya en el Laterculus Provinciarum o Lista de
Polemius Silvus del 449 aunque recoge datos de finales del IV) en época de los valentinianos (370 aprox. con
Valentiniano I) y probablemente otra peninsular llamada Máxima (hacia el 383).
Que el número de provincias que formaban la diócesis variará desde su constitución a fines del siglo III o
comienzos del siglo IV no es nada extraño, por lo que la creación de una nueva provincia no significó en ningún
caso modificación de su estructura interna, sino la simple incorporación a la dinámica del nuevo sistema.
Que la diócesis hispánica incluyera bajo su jurisdicción la provincia africana de la Mauritania
occidental o Tingitana habrá que buscar tanto razones culturales como económicas: desde hacía siglos existía una
estrecha relación entre la Península y las poblaciones africanas del llamado “Círculo del Estrecho”; además, de
forma periódica se reproducía la amenaza de los grupos de mauri sobre las poblaciones del sur peninsular a las que
les unía una identidad cultural. Pero quizá, la razón máxima fuera romper con el tradicional esquema de gobierno y
crear unidades administrativas nuevas.
Estas provincias, pasaron a formar parte de una nueva unidad jurisdiccional, la prefectura de las Galias,
que incluía a todas las provincias al occidente de las itálicas, bajo el mando de un prefecto regional ubicado en
Arelatum (Arlés) primero y en colonia Augusta Treverorum (Tréveris) después. Esta reorganización intentaba
evitar el riesgo de secesión de algunas provincias occidentales del Imperio. La integración de todas las provincias y
diócesis occidentales en una sola prefectura las separaba administrativamente de las de Italia, África e Ilírico que
formaban a su vez otra prefectura regional. La otra prefectura regional fue la de Oriente, la de mayor entidad
territorial, que incluía a todas las provincias asiáticas y a las de Egipto y Cirenaica. Entre los principios que
enmarcaron el diseño administrativo de Diocleciano estaban estrechar los lazos de unión de las provincias con los
centros de poder y estabilizar las fronteras del imperio. Y en el desarrollo de estos principios el sistema de las
diócesis se mostraba como pieza fundamental.
B) Reformas Económicas
A finales del siglo III, Hispania necesitaba urgentes reformas económicas. El Estado precisaba contar con
los ingresos necesarios para hacer frente a los crecientes gastos de la administración imperial y del
mantenimiento del Ejército y, ante todo, necesitaba un plan de recuperación económica drástico.
Aunque las coyunturas de crisis no habían conseguido frenar la producción ni estrangular el comercio,
ambos sectores se vieron fuertemente mermados. Muchos campos habían quedado largo tiempo sin cultivar (agri
deserti); los circuitos comerciales se habían visto obstruidos por las guerras y la inseguridad; la producción
artesanal descendió al bajar la demanda y los recursos provinciales disminuyeron ante las periódicas requisas
ordenadas por el Gobierno central. Para mejorar la situación, el gobierno tetrárquico puso en marcha una reforma
fiscal para proporcionar al Estado los ingresos necesarios para afrontar los crecientes gastos de la administración
imperial y del Ejército.
Con este fin, la población fue censada de nuevo estableciéndose un nuevo sistema fiscal en especie, que
comprendía el impuesto de la capitación (capitatio, de capita “cabezas”) que pagaban los trabajadores y
empleados rurales, y el impuesto de la tierra (iugatio), que satisfacían los propietarios fundiarios. Las tierras
agrícolas se dividieron en unidades “referenciales”, cuyas dimensiones variaban en consonancia con su
productividad. La llamada iugatio-capitatio fue el nuevo sistema fiscal implantado en época de Diocleciano y
destinado a proveer de recursos al Estado para atender las necesidades de los provinciales.
C) Circulación Monetaria
En Hispania no hubo ninguna ceca de emisión monetaria durante el Bajo Imperio romano. En primer lugar,
fue por el interés del Gobierno imperial por controlar el proceso de circulación monetaria, restringiendo lo
máximo posible las acuñaciones y los tipos monetarios de circulación y, en segundo lugar, por la falta de
necesidad de numerario, al no existir en la diócesis un ejército al que remunerar ni abastecer.
Por tanto, la circulación monetaria de Hispania en este período tiene dos características básicas: las
monedas en circulación proceden de cecas de otras provincias occidentales u orientales y las monedas más
frecuentes son de bronce, siendo realmente escasas las piezas de plata u oro encontradas. Además, estas últimas
monedas apenas circularon en el Imperio hasta la emisión masiva de solidi por Constantino hacia el 330. Después,
las monedas de plata se mantuvieron en circulación, pero ahora como fracción (siliqua: 1/24) de un solidus de cuño
constantiniano (1/72 de 1 libra).
Las monedas predominantes en 232 Hispania romana los tesorillos encontrados son el aes 2 o maiorina y el
aes 4 o centionalis, que tuvieron una amplia difusión en época teodosiana. Durante la segunda mitad del siglo IV,
por tanto, la circulación monetaria en Hispania está condicionada por las emisiones y tipos acuñados en cecas
occidentales y orientales en función de los episodios políticos más destacados del período: las usurpaciones de
Magnencio y Máximo en la Galia en 350 y 383, respectivamente; el ascenso de Teodosio en Oriente en 379 o el
advenimiento de Honorio en Occidente en 395. En cualquier caso, los flujos monetarios son más densos en las
áreas próximas al litoral (Mediteráneo y Atlántico occidental) y más fluidos a medida que se avanza hacia el
interior y hacia la zona septentrional de la Península.
Diocleciano se esforzó en restablecer la confianza en la moneda, por lo que estableció una reforma en 294,
acuñando piezas de oro: los aurei. Creó una moneda de plata, los argenteus y el antoninianus dejó de acuñarse,
para introducir una moneda nueva de bronce, el nummus, que se utilizaría en las transacciones cotidianas y que
pretendía recordar los antiguos y desaparecidos sestercios. También crearía otras dos monedas divisionarias con
una producción muy escasa, tanto que en la Península no tenemos testimonio de haber sido encontradas más de una
decena. La escasez de metal precioso, produjo el acaparamiento de las monedas de oro y plata, incluidos los
primeros nummus, aumentando el valor del metal y disminuyendo el de la moneda.
Ante esto, Diocleciano intervino, septiembre de 301, fijando una nueva relación de valor entre las
monedas, atendiendo a los metales preciosos que contenían, lo que le obligó a promulgar un nuevo decreto
imperial fijando los precios máximos de toda clase de mercancías y salarios (Edictum de Maximiis Pretiis). Ante
una situación de carestía progresiva sólo había dos opciones: incrementar el número de monedas en la circulación
para poder acceder a la misma unidad de compra o, en caso contrario, aumentar el valor nominal del circulante para
compensar la pérdida de poder adquisitivo de los usuarios de estas monedas.
Los productos escasearon en los mercados y pasaron a manos de especuladores dispuestos a obtener el
máximo beneficio de esta situación. Según el Prefacio del Edicto del 301, los comerciantes (negotiatores)
especularon con la oferta de los productos y se enriquecieron. Pero los emperadores no perseguían sólo la avaritia
manifiesta de estos comerciantes. La subida continua de los precios impedía al Estado satisfacer las exigencias de
soldados y oficiales del ejército, que veían disminuido su poder adquisitivo. Tampoco los funcionarios de la
administración podían ser remunerados adecuadamente, dado el creciente capítulo de gastos del Estado. Además,
los soldados se habían convertido en el principal consumidor del Imperio. En similares circunstancias se hallaban
también los pequeños contribuyentes, acosados por las deudas y la pérdida de poder adquisitivo de la moneda.
Durante algún tiempo la situación monetaria parecía controlada, pero finalmente los tetrarcas debieron
actuar de forma drástica contra la inflación mediante dos medidas que aunque resultaron un fracaso, sentaron las
bases de los éxitos futuros. La primera medida fue la reforma de valor de las monedas de plata en circulación, a
las que se duplicó (geminata potentia) el valor nominal asignado, resultando así un “argenteo” por valor de 100
denarios (en lugar de los 50 anteriores) y un “radiado” de 25 (en lugar de los 12,5 anteriores). La segunda medida
fue la regulación de los precios estableciendo un maximum para cada tarifa atendiendo a la calidad y cantidad
del producto ofertado, estipulando severas penas para los infractores.
D) Sociedad
La definición tradicional de la sociedad bajoimperial romana ha sido en términos de bipolaridad atendiendo
a los dos grupos sociales de la época: los honestiores y humiliores.
Durante el Bajo Imperio, esta distinción se convirtió en una auténtica “división social” designando los
Honestiores a los ciudadanos de mayor honor (honestior) que a menudo, coinciden con los que tienen mayor
riqueza, estando exentos de la aplicación de la pena capital en los procesos seguidos contra ellos. Esta división, al
principio solo jurídica, pasó a ser una división de clases sociales a partir del siglo IV. Dentro de los Honestiores, no
solo estaban los grandes propietarios, sino también los altos funcionarios de los diversos ámbitos de la
administración, oficiales del Ejército, jerarquías eclesiásticas y profesionales de diversos tipos. Muchos se
encontraban vinculados a la administración imperial o provincial, con responsabilidades y cargos políticos que les
otorgaban los correspondientes títulos de status personal (o vir clarissimus, vir illustris, vir spectabilis, o rangos
como el de patricius, proximus o similares). Casi todos, vivían en las ciudades junto a las jerarquías eclesiásticas,
convertidas en nuevas autoridades locales o en sus lujosas villae rurales, cuando eran grandes propietarios.
Por su parte, los Humiliores designaban a los miembros de los grupos sociales inferiores,
independientemente de su status y cualesquiera que fuera su ocupación o extracción. Genéricamente, este grupo tan
heterogéneo recibía esta denominación en contraposición al anterior, hasta el punto de que humilior acabó
englobando a todo aquel que no era considerado honestior, cualquier que fuera su estatus jurídico (libre o esclavo)
o social (pobre, desocupado…). En general, las condiciones de vida de éstos eran difíciles y, desde luego, peores
que las de los honestiores, de quienes a menudo dependían en calidad de patroni o domini de los humiliores.
Por otra parte, la extensión del colonato bajo-imperial a partir del siglo IV hizo que la rusticitas desplazara
en cierto modo a la urbanitas como forma de vida característica de la época.
D) Economía
naves bordeaban la costa atlántica y mediterránea con cargas destinadas a Roma y otras ciudades de Oriente,
incluida Alejandría. Las producciones del interior de la Península eran evacuadas hacia los puertos portuarios
fluviales, establecidos en los cursos medio y bajo de los principales ríos hispánicos, dado que los grandes ríos eran
navegables en esta época.
Los productos destinados al comercio fueron sobre todo metales, procedentes de las cuencas mineras del
NO y SO principalmente; cereales, de ambas mesetas; vinos, de la Bética, Gallaecia, cuenca del Ebro y área
catalana; y hortícolas del área levantina. También entró en el circuito comercial la venta de caballos hispánicos,
célebres en todo el Imperio, sobre todo los procedentes de Lusitania, Bética y área pirenaica, atestiguados por los
escritos de Libanio en Oriente y Símaco en Occidente.
procedimientos: la construcción de instalaciones defensivas del tipo turris, castella o burgi; o bien, destinando al
área afectada nuevas unidades militares.
El análisis de los testimonios antiguos ha permitido a algunos historiadores y arqueólogos suponer la
existencia de un auténtico limes hispanus en torno a la Meseta norte hispánica durante el siglo IV. En el Nottitia
Dignitatum, de fines del siglo IV o comienzos del V, mencionan los cargos que diez personas estaban al mando de
las unidades militares (cohortes): un praefectus de la legión y cuatro “tribunos militares” al mando de sus
correspondientes cohortes, además del lugar en que se encontraban. Además, recoge las últimas unidades militares
romanas enviadas a Hispania (seguramente en 416) para combatir contra los grupos de bárbaros que habían
ocupado la Península en los años anteriores.
Se ha postulado, asimismo, que el supuesto limes estaba destinado a proteger a los hispanorromanos de los
belicosos pueblos del norte de la Península, pero para otros estaba destinada a reprimir una posible invasión por
mar mediante un sistema de defensa en retaguardia de tipo sajónico sin tener en cuenta que este supuesto limes
estaría demasiado alejado de la costa. Recientes excavaciones han demostrado que en el yacimiento de Julióbriga,
donde según este documento se encontraba ubicada una de las cohortes, no hay evidencias de asentamiento militar
más allá del siglo III. Finalmente, de haber existido tropas regulares en la Península entre 407 y 409, no se entiende
cómo no acudieron a impedir, a favor del emperador Honorio, la entrada de los grupos bárbaros por los pasos del
Pirineo Occidental y sí lo hicieron los “ejércitos privados” reclutados por los parientes del emperador en sus
posesiones del interior.
El avance de los miembros del orden ecuestre y el progresivo retroceso senatorial en la administración
imperial y provincial durante el siglo III cristalizó en el Edicto de Galieno en 262 que cerraba a los senadores las
puertas de los gobiernos de las provincias con tropas, gobiernos que fueron ocupados por praesides del orden
ecuestre. Diocleciano encargó a funcionarios del orden ecuestre el gobierno de las viejas y nuevas provincias
surgidas de la reforma administrativa.
Los praesides ocupaban un rango socio-político inmediatamente después de los correctores, pero durante el
mandato de Constantino se creó un nuevo cargo de gobierno provincial, intermedio entre corrector y el praeses: el
de gobernador consular (del orden senatorial), que se encargaba de la administración de una provincia consularis.
Esta división entre provincias consulares y presidiales se mantuvo hasta finales del IV.
Ninguna provincia hispana recibió la categoría de consularis en la reforma de Diocleciano. De hecho,
parece que la categoría de provincia consularis fue introducida en el Imperio durante el mandato de Constantino.
De hecho, existe un documento que especifica las provincias hispanas que tenían la categoría presidial y consular:
el Breviario de Festo (369-370). Este señala que la Bética y la Lusitana eran consulares y la Tarraconense,
Cartaginense, Gallaecia y Mauritania Tingitana, presidiales. La promoción de presidial a consultar de la Bética y de
la Lusitania pudo hacerse de forma simultánea.
B) Protagonismo Hispano
Desde la llegada al Gobierno imperial de Valentiniano I en 364, se observa un nuevo impulso de las
provincias occidentales. En Occidente, los diversos pueblos bárbaros que habían franqueado las fronteras
saqueaban Retia, Galia, Panonia, Britania y África y aunque Hispania queda al margen de la zona de conflicto, en
estos frentes destacó un oficial de origen hispano: Flavio Teodosio, padre del futuro emperador.
Hacia el 367, cuando Flavio Teodosio fue nombrado magíster equitum de Valentiniano I, Hispania pasaba
de nuevo al primer plano de la vida política y militar del Imperio, del que había quedado relegada desde hacía al
menos dos siglos. Pero en el último cuarto del siglo IV, dos generales hispanos y sus hijos vistieron el púrpura:
Teodosio (379-395) y Magno Máximo (383-388). De nuevo, Hispania adquiría el protagonismo político como
“cuna de emperadores”, que la había caracterizado en la historia del Imperio.
La diócesis Hispaniarum no puede ser considerada un “área marginal” durante el Bajo Imperio Romano
(Occidente tardorromano) sobre todo cuando, precisamente en este período, resulta evidente la proyección
hispánica en todo el mundo romano y en particular, en Oriente. A la luz de los testimonios disponibles, se puede
afirmar que las relaciones de Hispania con su entorno romano, durante el siglo IV, son superiores con seguridad a
las del siglo III y similares a las del V. Lo que ocurre es que, desde mediados del siglo IV, estas relaciones se
consolidaron y, en muchos casos, se afianzaron, especialmente en época teodosiana.
Estado a la religión romana tradicional y prohibió la "adoración pública" de los antiguos dioses (391 y 392). A
principios de su reinado, Teodosio era bastante tolerante con los paganos, pues necesitaba el apoyo de la influyente
clase dirigente pagana. Sin embargo, con el tiempo, erradicaría los últimos vestigios de paganismo con gran
severidad.
Su primer intento de dificultar el paganismo fue en 381 cuando reiteró la prohibición de Constantino del
sacrificio. De 388 a 391, durante su estancia en Italia mantuvo una ostensible rivalidad con Ambrosio, el
influyente obispo de Milán, a causa de dos hechos acaecidos en Oriente: 1) la destrucción de la sinagoga de
Callinicum y 2) la masacre del circo de Tesalónica. Por estas mismas fechas mantuvo un enfrentamiento en Roma a
propósito de la reposición del “Altar de la victoria” en la Curia, retirado por orden de Graciano. Por decreto de
391, Teodosio acabó también con los subsidios que aún se escurrían hacia algunos restos del paganismo civil
greco-romano. El fuego eterno del Templo de Vesta, en el Foro Romano, fue extinguido y las vírgenes vestales
fueron disueltas. Las personas que celebran algún auspicio y/o practicaran los ritos paganos serían castigadas.
Miembros paganos del Senado en Roma apelaron a Teodosio para restaurar el Altar de la Victoria en la Sede del
Senado, pero este se negó. Después de los últimos Juegos Olímpicos de 393, Teodosio canceló los juegos, por
tildarlos de paganos. Se acabó así con el cálculo de las fechas por las Olimpiadas. Ahora Teodosio se representó a
sí mismo en las monedas sosteniendo el lábaro.
Tema 4. Cristianización.
A) La Iglesia hispana
El conflicto religioso del siglo IV en Hispania tiene un perfil particular ya que es sobre todo un
enfrentamiento entre cristianos dentro de la Iglesia. Desde que se celebró el Concilio de Nicea en 325, las
comunidades cristianas hispánicas se dividieron en dos grupos claramente diferenciados:
1. los nicenos o defensores de la nueva doctrina.
2. los “rigoristas” o herejes, preservadores de la doctrina y costumbres tradicionales.
Esta oposición respecto a la disciplina eclesiástica, explica en gran medida los avatares de la Iglesia
hispánica durante gran parte del siglo IV.
De creer a Prudencio, escritor hispano de finales del siglo IV, las persecuciones habrían dejado un
importante número de mártires en muchas ciudades hispanorromanas ya a comienzos del siglo. Pero el culto a los
mártires locales debió de ser muy posterior, por lo que la lista debió ser incrementada. El testimonio de Prudencio
revela que el fenómeno de la cristianización había arraigado también en las comunidades cristianas urbanas de
Hispania. Otro indicador sería el Concilio de Iliberris que se reunió hacia el 305 y al que asistieron ya 19 obispos
hispánicos destacando entre estos Félix obispo de Acci (Guadix, Granada), quien lo presidió; además de Osio,
obispo de Corduba, quien impuso sus tesis en cuestiones de moral y disciplina. Las Actas del Concilio han sido
muy discutidas ya que tratan aspectos muy diversos como disciplina eclesiástica, virginidad, vida moral de clérigos
y laicos, costumbres sexuales de las mujeres, matrimonio entre paganos y cristianos e incluso sobre “flamines
cristianos”. Todo esto ha suscitado una reciente controversia llevando a proponer una nueva interpretación en la
composición de las Actas de Elvira.
Pero lo que demuestra el fuerte arraigo del cristianismo en Hispania, hacia mediados del siglo IV, son las
frecuentes disputas internas entre los representantes de la jerarquía eclesiástica de unas sedes y otras. La
preeminencia de Osio de Corduba provocó reticencias en algunos obispos hispánicos como Gregorio de Iliberris ,
con quien mantuvo un claro enfrentamiento a propósito de la “ortodoxia arriana” dictada por el emperador
Constancio II. La trayectoria de Osio es excepcional:
Fue consagrado en 295, probablemente perseguido como confesor durante la persecución de Diocleciano.
Era consejero espiritual de Constantino en 313, asesorando al emperador en las medidas legales ordenadas
contra los donatistas del norte de África.
En 324 fue el emisario imperial de una carta para Arrio y Alejandro, obispo de Alejandría, instándole a
abandonar su actitud.
En 325 fue responsable del Concilio reunido en Nicea, auspiciado por el emperador Constantino,
proponiendo la aprobación del llamado “credo niceo” contra las propuestas de los arrianos.
En 343 es reclamado a Tréveris por el emperador Constante para presidir el Concilio de Sérdica, en el que
loa obispos orientales y los occidentales mantuvieron sesiones separadas.
En 354 es llamado a la corte de Milán por el emperador Constancio II.
Y en el 357, ya nonagenario y en el destierro, asistió a las sesiones del Concilio de Sirmio, en el que fue
obligado a firmar la fórmula de fe arriana a cambio de la libertad personal y su regreso a la Bética.
B) Priscilianismo
Hasta el último tercio de siglo IV el conflicto interno, en el seno de la Iglesia hispánica, no se manifestó en
toda su crudeza. Las comunidades cristianas católicas entraron en conflicto con las creencias rigoristas y ciertas
formas ascéticas practicadas por determinadas sectas religiosas que pronto se extendieron por toda la Península
alcanzando después las islas Baleares e incluso la parte meridional de la Galia.
Prisciliano pertenecería a una rica familia de la aristocracia hispánica, probablemente de la gallaecia,
provincia romana en la que sus ideas tuvieron mayor arraigo. Si es el autor de algunos opúsculos anónimos de la
época, revela una excelente formación jurídica, a la que a menudo recurrió para neutralizar las represalias de sus
adversarios eclesiásticos y civiles. El conflicto se inició a mediados del siglo IV, probablemente en la provincia de
la Lusitania y sólo después se denominarían priscilianistas a los seguidores de Prisciliano. El priscilianismo fue
perseguido por las autoridades eclesiásticas hispánicas incluso antes de que Prisciliano fuera nombrado obispo de la
sede de Abula en 381, algo que le impidió durante algún tiempo su autodefensa.
En el Sínodo de Caesaraugusta del 379, con la asistencia de doce obispos, el propio Prisciliano, principal
encausado, no pudo asistir a las sesiones puesto que aún no era obispo, ni tampoco está documentada la presencia
de ningún obispo de la Bética. En las decisiones del Sínodo los seguidores de Prisciliano fueron acusados de magia,
prácticas maléficas y maniqueísmo, acusación que los situaba al arbitrio del poder político imperial que, desde el
decreto de Diocleciano del 297, había perseguido con fuerza estas prácticas. Las prácticas denunciadas consistían
en andar descalzos, el celibato y las prácticas nocturnas de carácter mágico y maléfico. En 381 fue consagrado
Prisciliano obispo y los priscilianistas afianzaron su control sobre algunas sedes episcopales hispánicas,
especialmente las de Astorga-León y la de Córdoba provocando la apelación a la intervención imperial por parte de
otros obispos, principalmente Idacio de Mérida e Itacio de Ossonoba, que sentían temor ante la rápida difusión de
las ideas priscilianistas y la creciente influencia el nuevo grupo eclesiástico. En este momento la inicial disputa
religiosa había adquirido ya las connotaciones de un verdadero conflicto político, estando implicados algunos
funcionarios imperiales, primero, y el propio emperador después además de las autoridades eclesiásticas de la
época.
Su doctrina se difundió al principio entre las familias de las aristocracias hispánicas, particularmente entre
los representantes de las jerarquías eclesiásticas alcanzando más tarde al campesinado y divulgándose por todo el
territorio peninsular.
A menudo se ha especulado sobre el carácter aristocrático o no de este movimiento que transcendió en la
esfera religiosa derivando hacia la política y transformándose en un auténtico conflicto social en el que habrían
participado “muchos aristócratas y aun más gente humilde”. El certamen priscilianista debe ser considerado como
una disputa por el liderazgo entre las partes implicadas, que se expresó mediante las formas y mecanismos
religiosos de la época. El conflicto priscilianista fue algo mas que una disputa entre obispos ya que el trasfondo
político y social de estas actitudes es evidente. Entre los seguidores del presbítero galaico estaban Simposio de
Asturica, Instancio, Salviano, Higinio de Córdoba la gala Eucrocia. En el grupo del oponente se alinearon algunos
obispos hispánicos contrarios a Prisciliano, sobre todo Idacio de Mérida, Itacio de Ossonoba, Valerio de Zaragoza
y al principio Higinio de Córdoba entre otros. Pero pronto el movimiento transcendió al clero difundiéndose por
medios urbanos y rurales tanto entre la aristocracia como entre las clases bajas y particularmente entre mujeres.
Siendo proclamado obispo de Ávila en 381, Prisciliano y sus colaboradores recurrieron a Roma ante el papa
Dámaso, pero la intervención de Ambrosio, obispo de Milán, y de algunos funcionarios de la corte imperial
provocó que se celebrara un nuevo concilio en Burdigala (Burdeos) en 384 siendo presidido por Delfino, obispo de
la sede gala, en el que Prisciliano y sus seguidores fueron condenados como “herejes” en cuanto que el
priscilianismo, a los ojos de las jerarquías eclesiásticas, se mostraba como una clara desviación doctrinal del dogma
profesado por el cristianismo católico oficial.
El priscilianismo se había convertido en un auténtico conflicto social afectando a muchas regiones de
Hispania y la Galia. En Hispania, Prisciliano contó con el apoyo incondicional de algunos colegas obispos pero con
la oposición de otros que no cejaron en su empeño de reclamar sanciones contra Prisciliano y sus seguidores.
Los priscilianistas afianzaron su control sobre algunas sedes episcopales pero provocaron la fuerte
oposición de otras que se sumaron al conflicto. El enfrentamiento entre ambos grupos acabó por expreso deseo de
Prisciliano en manos de un tribunal civil de la prefectura del pretorio de las Galias con sede en Tréveris presidido
por el prefecto del pretorio en representación del propio emperador. Ante el tribunal actuó como acusador el obispo
Itacio de Ossonoba quien luego renunciaría al caso. No pudo evitar la aplicación de la sentencia civil en la que se
condenó a muerte a los encausados, acusados de magia, maniqueísmo y prácticas maléficas. Prisciliano y sus
seguidores fueron ejecutados por orden imperial a comienzos del 385.
La aristocracia
La difusión del cristianismo en la sociedad hispánica del siglo IV es un hecho evidente, pero no quiere
decir que hubieran desaparecido otras prácticas religiosas. Cuando en 379 Graciano decidió proclamar “augusto” al
hispano Teodosio, ya había en Hispania un sólido grupo de apoyo al nuevo valedor, además de un fuerte arraigo de
las comunidades cristianas católicas – o nicenas – a las que defenderá a ultranza el nuevo emperador, sin olvidar
que el obispo de Roma era un religioso hispano: el papa Dámaso. El padre del nuevo emperador el magister
equitum Flavio Teodosio pertenecía a una influyente familia cristiana de la aristocracia de la Meseta hispánica, que
había llegado a emparentar con algunos miembros de la poderosa aristocracia gala de la época.
El debate historiográfico actual se centra en la identificación de las familias que integraban la aristocracia
hispánica tardorromana, teniendo en cuenta que las élites hispánicas no desaparecieron en el siglo IV sino que se
renovaron. Asumir su “desaparición” significaría, además de negar la existencia de un auténtico “clan hispano”,
también la posibilidad de que existiera un grupo hispánico, capaz de presionar ante el poder imperial. El corpus
prosopográfico demuestra que, además de las relaciones familiares entre algunos miembros del grupo, hubo
razones políticas o determinadas estrategias de poder e intereses religiosos e ideológicos. En el grupo hispánico no
faltan miembros de otros orígenes como el probablemente oriental Materno Cynegio, el galo Flavio Syagrio o
Salvina, la hija del rebelde africano Gildo, casada con un Nebridio hispánico. Este grupo mixto se debió constituir
antes de que Teodosio llegara al poder en 379, aunque sólo más tarde llegó a controlar hasta un 70% de los cargos
relevantes de la administración en época teodosiana (379-395).
Las mujeres
Otros indicios de cristianización en la Hispania del siglo IV son más evidentes como el ascetismo de ambos
sexos, familias cristianas no pertenecientes a la aristocracia, culto a los mártires, incremento de las sedes
episcopales, transformación de la topografía urbana, etc.
Es apenas discutible que en las aristocracias de Occidente la mujer tuvo un papel destacable tanto en la vida
social como religiosa de su tiempo, y especialmente, las mujeres hispanas desplazadas a Oriente durante la época
teodosiana. El número de mujeres y religiosas de origen hispánico pertenecientes a la aristocracia de la época,
excluidas las de la familia imperial y las consortes de funcionarios hispánicos destacados en la corte teodosiana, no
es muy extensa: Poemenia, Egeria, Melania senior, Melania la joven, Terasia, Acantia. Otras son de dudoso origen
hispánico o de origen occidental.
Es significativo que durante este periodo el número de mujeres hispánicas desplazadas a Oriente o
vinculadas a miembros del grupo hispánico sea el mayor de los conocidos en toda la época romana. Pero aunque no
demasiadas, muestran una intensa actividad en los diversos ámbitos en que se ha conservado su testimonio, bien
como asesoras de sus padres y esposos, bien como protectoras de sus hijos e hijas, bien como emprendedores en el
ámbito productivo o ideológico. No cabe duda de que las mujeres de la aristocracia hispánica tardorromana fueron
un importante vehículo de cristianización siguiendo los “modelos” femeninos prevalecientes en este período. El
grupo femenino hispánico suele ser dividido en tres subgrupos:
1.- Las mujeres de la familia imperial: destaca la emperatriz Aelia Flavia Flaccilla, figura fundamental
en la corte teodosiana y que ejerció una enorme influencia en algunas de las medidas políticas adoptadas
por el emperador. Quizá por eso, en la numismática e la época se representa con todos los atributos
imperiales como “Augusta”, condición corroborada por Gregorio de Nisa, quien en su “oración fúnebre” la
hace partícipe de la basileia propia del emperador. Este dato es tanto más relevante cuanto que esta
costumbre se había perdido en la corte imperial desde la Tetrarquía o desde la época de Constantino, quien
concedió este título a su madre: Helena Augusta.
Junto con Flaccilla había en la corte oriental otras mujeres, parientes del emperador o de la emperatriz y de seguro
origen hispánico. Sobresalen las siguientes: Martina, su hermana, y María, cuñada del emperador, con sus hijas
Termancia y Serena. La primera emparentó con un alto funcionario de la corte con cargo militar, Serena se casó
con Estilicón, el general del emperador Honorio, su primo, en Occidente. Serena era hija de Honorio, hermano de
Teodosio, el emperador, y de María, perteneciente a una rica familia de las aristocracias hispánicas. Tras la muerte
de su padre se trasladó con su madrea a la corte de Constantinopla, junto a Teodosio, su trío, que la había adoptado.
Muerta la emperatriz Flaccilla de forma inesperada en Constantinopla en 386, Serena pasó a ejercer las funciones
de “madre” o al menos de “tutora” de los jóvenes hijos del emperador: Arcadio y Honorio. Teodosio la caso en
Oriente con uno de los oficiales más prestigiosos de la corte: el semivándalo Estilicón, que pronto fue nombrado
magister militium. De esta unión nació Euquerio, destinado a ser también uno de los pretendientes al trono imperial
en rivalidad con el joven Honorio, hijo de Teodosio, y con el futuro Teodosio II, hijo de Arcadio. Pero Estilicón,
Serena y Euquerio acompañaron a Honorio a Occidente cuando este trasladó su residencia a Milán en 394 ante la
inminente muerte de su padre. En Italia Serena recibió el “panegírico” o elogium del poeta oriental Claudiano, en el
que se le compara con las “heroínas” de la Antigüedad clásica grecorromana. Este documento también proporciona
muchos datos de la situación política, económica y social de la época. Una versión diferente de los acontecimientos
y del protagonismo de Serena la proporciona el historiador Zósimo criticando el fanatismo religioso cristiano de
Serena y su arrogancia frente a los dioses y cultos paganos. Serena intrigó en Milán buscando la promoción de su
hijo Euquerio y sus hijas María Termancia a quienes casó sucesivamente con Honorio sin demasiado éxito ya que
no lograron engendrar un heredero. Tras los acontecimientos del 408, que ocasionaron la muerte de Estilicón y
Euquerio, Serena fue ejecutada por orden del Senado romano por considerarla la responsable de “haber traído a
Alarico a Iralia”, decisión a la que no fue ajena la propia Gala Placidia, su prima, y también implicada en las
intrigas por garantizarse la sucesión imperial.
2.- Las esposas de altos funcionarios: destaca la figura de Therasia, de Complutum, esposa del galo
Paulino de Nola quienes recorrieron varios lugares de Hispania e Italia para hacer realidad su vocación
ascética. Un caso contrario es el de Achantia, esposa de Materno Cynegio, de dudoso origen hispánico; ella
estaba relacionada con la corte y los círculos de poder de la época, haciendo trasladar los restos de su
marido a Hispania a su muerte en 389.
3.- Las religiosas: sobresale la trayectoria de Melania senior. Vivió en Roma, casada con un miembro de la
familia de los Valerii pero enviudó con 22 años y se desplazó a Egipto para conocer personalmente la vida
de los anacoretas; permanecería en Oriente durante casi treinta años entregada a la vida religiosa en
estrecha colaboración con Jerónimo, establecido en Belén, como se recoge en la historia Lausiaca de
Paladio. Su nieta, Melania, la joven, se casó con Piniano y juntos viajaron a Egipto y a los Santos Lugares
entregados a la vida religiosa, a pesar de que su fortuna se estima como una de las mayores de la época. Su
ejemplar proceder, abandonando sus posesiones en Hispania y Sicilia, sirvió de modelo a otras mujeres
como Poemenia o Egeria quienes realizaron por la misma época viajes similares, desde Hispania o desde
Constantinopla.
Egeria era posiblemente de origen hispánico y que emprende el viaje “desde el océano”, según el autor
anónimo de la Peregrinatio Egeriae y la biografía de Valerio del Bierzo, un autor del siglo VII. Egeria fue
protagonista de un largo viaje a Jerusalén a finales del siglo IV que en el siglo VII el monje Valerio del Bierzo
tomaría como modelo para dirigirse a sus colegas hispánicos. Egeria pertenece a la época teodosiana y puede que el
viaje fuera auspiciado por la corte del emperador hispánico en Constantinopla. Era una religiosa de probada cultura,
con conocimientos del griego, la Biblia y de los escritos de los primeros Padres de la Iglesia.
Poemenia debía ser pariente del emperador Teodosio, residente en Constantinopla o alguna ciudad oriental,
desde la que emprendió después el viaje a Palestina.
territorio que quedaba en la antigua provincia de la Tarraconense, limitada por una estrecha franja, desde la costa
hacia el interior y a uno y otro lado del valle del Ebro.
Las relaciones entre bárbaros e hispanorromanos fueron fluctuantes en esta época. En virtud de la
hospitalitas, que regulaba las relaciones entre romanos y extranjeros, aquellos probablemente recibieron sortes
(parcelas de tierra) o tertia (un tercio de bienes o beneficios) de los hispanorromanos para su definitivo
asentamiento. Era natural que algunos provinciales acabaran rebelándose por sí solos o ayudados del personal a su
servicio para poner fin a esta injusta situación. Es indudable que las aristocracias hispanorromanas convivieron
durante décadas con los nuevos dirigentes bárbaros. Hacia 441 sólo la provincia de la Tarraconense permanecía
bajo control político romano, soportando las revueltas de grupos de guerreros locales o regionales (los bagaudas),
que aspiraban a independizarse gracias al debilitamiento militar del declinante Imperio occidental.
B) Los bagaudas
Se denominan así a las revueltas sociales protagonizadas por campesinos y notros grupos en algunas
regiones de la Galia, primero, y de Hispania, después, durante la primera mitad del siglo V. Algunos textos del
siglo IV como los de Aurelio Víctor y Eutropio aluden a los “bagaudas” pero puede ser un problema de
composición ya que los panegíricos de la época no los mencionan. Esto significaría que las revueltas campesinas
anteriores al siglo V en estas regiones no serían propiamente “bagáudicas”, sino levantamientos de rebeldes que,
como Eliano y Amando en la Galia a finales del siglo III, lograron la adhesión a su causa de una parte del
campesinado descontento.
Las revueltas bagáudicas del siglo V han perdido el carácter exclusivamente campesino originario y los
textos aluden a ellas como rebelles (“rebeldes”) y no siempre rustici, “agrestes” o similares como ocurría con las
primeras revueltas de este tipo. En cambio, en las revueltas participan campesinos y grupos urbanos que se suman a
los insurrectos, de tal modo que el grupo bagáudico lo forman además de campesinos gente perteneciente a los
estratos medios urbanos, que por razones de justicia, fiscalidad o defensa, se levantaron en rebelión. Son grupos
insurrectos de diversa extracción social: campesinos oprimidos, desocupados, perseguidos de la justicia, arruinados,
asalariados de las ciudades y excepcionalmente profesionales liberales. Estos movimientos surgen en un contexto
de presión fiscal, pero tienen cabida otras situaciones, aunque quizá el elemento común a todas ellas sea la
reivindicación de justicia social como la reclamaba el presbítero Salviano de Marsella en su obre De gubernatione
dei, hacia mediados del siglo V.
La peculiar situación de inestabilidad política que siguió a las penetraciones bárbaras de comienzos del
siglo V era terreno abonado para que surgieran o reemergieran conflictos sociales que enfrentaban a grupos sociales
diversos, radicados tanto “fuera” como “dentro” e incluso “al margen” del sistema social vigente en la Hispania
romana en este período. Unos y otros tienen como característica actuar como grupos de resistencia, cuando no de
lucha abierta contra un sistema jurídicamente periclitado, políticamente desintegrado, militarmente debilitado,
económicamente incontrolado e ideológicamente desvirtuado por los que tenían obligación de defenderlo: en el
ámbito rural, los potentes, domini y patroni, como beneficiarios del viejo sistema; en las ciudades, las autoridades
civiles y militares, y en
su defecto, las
jerarquías eclesiásticas
residentes en ellas. Los
primeros parece
haberse pertrechado en
sus villae, reforzando
su autonomía frente al
control de los
gobiernos imperial y
provincial; las
segundas,
representadas ante todo
por obispos y
enzarzadas en
sucesivas querellas
internas por razones de
dogma o diferencias de
disciplina, se
convirtieron también en
protagonistas de estos
conflictos. Los llamados “bagaudas”, considerados por los defensores de la “teoría social” un grupo armado de
extracción campesina organizado en rebelión contra la explotación y los abusos de los potentes provinciales, se han
identificado como brazo armado al servicio de aristócratas locales que aspiraban a aumentar su cuota de poder
aprovechando la peculiar debilidad político-militar de Occidente durante la primera mitad del siglo V. Salviano
describe l situación sociopolítica de las provincias occidentales del imperio pudiendo hablarse tanto de dos grupos
supuestamente enfrentados como también de la diferente identidad sociológica de los correligionarios.
Se observa una regionalización del conflicto, desde su aparición hacia el 407 en la región gala de la
Armórica hasta su eclosión en la Tarraconense hispana hacia el 441, cuyos momentos más relevantes fueron
registrados por el cronista hispano Hidacio.
Las revueltas galo-hispanas del siglo V tienen una localización concreta, ligada a algunos enclaves urbanos
como Aracillum (Álava), Turiaso (Zaragoza) o Ilerda (Lleida). El rasgo distintivo de estas revueltas es la
motivación sociopolítica que se atribuye a la actividad de determinados líderes que llegan controlar parte del
territorio provincial y a poner en apuros a las tropas imperiales o federadas movilizadas contra ellos. Cuentan los
bagaudas con armas suficientes y con una disciplina paramilitar capaz de oponer resistencia a los disciplinados
ejércitos regulares. Es un conflicto armado entre los defensores del orden institucional vigente y los que se oponen
a él, por ser “víctimas” de la injusticia social o por reivindicar el separatismo o independentismo del “yugo”
romano por parte de algunos jefes locales.
Los bagaudas fueron grupos de “guerreros” organizados, numerosos, capaces de oponer resistencia armada
y combatir en varios frentes: contra los abusos de los “potentes”, contra el debilitado ejército imperial o contra los
temibles ejércitos de federados germánicos al servicio del Gobierno central del Imperio. Existe un situación de
conflicto entre grupos, por más que se pretenda minimizar el problema considerando a la bagauda como “una forma
(de lucha) prepolítica” propia de grupos incontrolados, una forma más de latrocinio o de bandolerismo social. Es
necesario contrastar varios testimonios y evitar la generalización cuando se trata de definir la naturaleza y alcance o
transcendencia social de estos conflictos. estos movimientos sociales tenían el denominador común de manifestarse
como una lucha contra el poder establecido, ya se tratara de la Iglesia, el estado o las autoridades locales.
Dada su heterogénea composición social, la bagauda tenía como objetivo primordial minar las bases
institucionales y económicas del declinante Imperio romano occidental, de ahí que la lucha no se dirigiera solo
contra el ejército sino también contra la Iglesia, representada por el obispo local, no sólo contra las propiedades
rurales, sino también contra las ciudades. Se formó así un grupo cada vez más numeroso de insurgentes que se
unían a la bagauda, abandonaban sus casas y, a modo de bandidos o ladrones, se refugiaban en los bosques y
montañas para adiestrarse en el uso de la armas.
El término bagauda llegó a definir a un tipo social, cuya condición se sitúa a medio camino entre romanos
y bárbaros y cuyo principal objetivo parece haber sido sacudirse el opresivo control que el Gobierno central ejercía
sobre ellos. Estas revueltas expresaban las contradicciones propias de la sociedad tardorromana, en la que el clima
de descontento e injusticia social se unió a la confusión general ante la emergencia de nuevos centros de poder,
dentro y fuera de las ciudades: bárbaros, Iglesia, villae rurales.
Al menos en Occidente, el Gobierno central dejó de ser el referente legal para muchos ciudadanos que
buscaron la protección de los potentes en sus villae rusticae ante las insoportables exigencias de aquel. Cuando esta
organización de tipo señorial adquirió suficiente fuerza, se constituyó en un poder paralelo al del Estado, y los
grandes propietarios lograron cierta autonomía fiscal y militar respecto al inoperante control del poder central que
se encontraba desbordado por los numerosos frentes.
Respecto a Hispania, se conocen los hechos por la crónica de Hidacio, escrita en 469. Los bagaudas
aparecieron en Hispania hacia el 441, siendo reprimidos por Asturio, jefe militar romano. La revuelta se reprodujo
en 443 en Aracillum sofocada por Merobades. En 449, la revuelta bagáudica actuó en el valle medio del Ebro, con
hechos de armas en Turiaso, al mando de Basilio, muriendo el obispo local León. Gracias a la Chronica de Hidacio
se conoce con detalle esta revuelta, que ocurrió en Turiaso en julio del año 449, en el sector occidental de la
Tarraconense, la única provincia hispánica que se mantenía, en el momento, bajo dominio romano.
Al año siguiente los bagaudas devastaron la regio caesaraugustana antes de sitiar y asaltar la ciudad Ilerda
con el apoyo de los suevos. El balance de la lucha propició la alianza entre Basilio y Requiario, rey de los suevos.
Este rey, emulando las acciones de su padre y predecesor Requila hacia el sur de la Península, a comienzos de su
reinado invadió las ulteriores regiones en busca de botín. Esta colaboración resultaba amenazante para el
mantenimiento de la integridad territorial de la Tarraconense, por lo que la reacción del Gobierno imperial no se
hizo esperar. En 454, la revuelta bagáudica hispana fue totalmente sofocada, siendo necesario la intervención de un
ejercito federado visigodo al mando de Federico, hermano del rey visigodo Teodorico II.
Durante los treces años de revueltas, los bagaudas llegaron a controlar gran parte de la provincia romana de
la Tarraconense, es decir, lo que quedaba de ella.
Los visigodos
En 414, los visigodos dirigidos por Ataúlfo, tras su fracaso en doblegar la voluntad del emperador Honorio
para acceder a sus peticiones, decidieron dirigirse a Hispania desde el sur de la Galia, posiblemente desde
Burdigala (Burdeos), en la provincia de Aquitania, llevando como rehén a Gala Placidia, convertida en esposa del
rey visigodo Ataúlfo en Narbona. Éste fijó su sede en Barcino en 414 muriendo al año siguiente. La irrupción
visigoda se inscribe en un contexto de razzias bárbaras de carácter periódico protagonizadas en la Península por
otros grupos germánicos asentados temporalmente en las provincias de Hispania. La penetración visigoda no
suscitó recelo por parte del Gobierno romano del emperador Honorio ni del usurpador galo Constantino III ni de las
aristocracias provinciales que uso años antes habían intentado impedir la entrada de otros grupos bárbaros en la
Península a través de los Pirineos. Los visigodos llegarían a Hispania con el compromiso de apoyar la causa
imperial en los territorios ocupados por los grupos germánicos. La muerte inesperada de Ataúlfo y la elección final
de Walia facilitó el entendimiento entre el gobierno imperial y el rey visigodo, distanciados desde los días de
Alarico.
La situación cambió radicalmente mediante una nueva intervención diplomática del patricio Constancio en
defensa de los intereses imperiales. El nuevo rey visigodo Walia concertó con él un pacto (foedus) en 416, por el
que se rescataba a Galia Placidia a cambio de una cuantiosa entrega alimentaria, pero ante todo se concertaba la
actividad militar de los visigodos para su asentamiento. Fue unos años después cuando, a consecuencia de los
servicios militares prestados al Gobierno romano, los visigodos recibieron en 418 las tierras de la provincia romana
de Aquitania II y Novempopulania, en el sur de la Galia, para su definitivo asentamiento, donde durante casi un
siglo constituyeron el reino visigodo de Tolosa (418-507), primer reino bárbaro independiente en Occidente
reconocido por el Gobierno central romano. La implantación visigoda señala la desaparición del poder político
romano en Hispania al término de un largo proceso de descomposición interna, que propició el asentamiento de los
nuevos grupos bárbaros en Occidente.
La definitiva implantación visigoda en la Península a comienzos del siglo VI, tras la derrota de Alarico en
Vouillé en 507 frente a los francos, es el final de un largo proceso en el que los visigodos se establecieron primero
en Barcino, después actuaron militarmente como federados de los romanos contra sus correligionarios bárbaros en
la Península, se asentaron de forma estable en la provincia de Aquitania II y regresaron a la Península estableciendo
Toledo como sede regia.
Desde su llegada a su definitiva implantación en la Península con la instauración del reino visigodo de Toledo
transcurrió casi un siglo (415-507). De hecho, en el siglo V la sociedad tardorromana hispánica perdió muchos de
sus atributos tradicionales para transformarse poco a poco en una sociedad de tipo medieval: con reinos,
monarquías, servidumbre e instituciones feudo-vasalláticas.
estructura esclavista bajoimperial, en vez de detectar los cambios en la evolución del patrocinio que nada tiene que
ver con el esclavismo.
Estos cambios son más perceptibles en el ámbito ideológico que en el socioeconómico. La nueva sociedad
romano-germánica se configuró sobre una base de “raíces cristianas”, católica o arriana; los obispos, como
máximos representantes de las jerarquías eclesiásticas, aparecen bien arraigados en la estructura social; la cultura se
concentra en los monasterios; las instituciones políticas asociadas a la monarquía adquieren una relevancia
importante en el plano social. También se produjeron importantes cambios socioeconómicos. Desde mediados del
siglo V, la estructura de la propiedad de la tierra muestra cambios notables en Hispania, en gran parte por el
asentamiento de las aristocracias bárbaras, pero sobre todo por la configuración de las nuevas aristocracias
provinciales. Los coloni, tan frecuentes en los textos tardorromanos, desaparecen de casi todos los textos y de la
mayor parte de las provincias de Occidente, hasta el punto de que algunos historiadores pretenden verlos “ocultos”
en la mención a los servi, que aún se mantiene. Los esclavos continuaron existiendo en el Occidente medieval al
menos hasta el año 1000 ya que se asume que la 2esclavitud antigua” sobrevivió hasta fines del siglo X. Pero la
estructura de la propiedad y la forma de explotación habían cambiado esencialmente.
Al final del proceso había cambiado el modelo histórico, entendido como un conjunto de proposiciones o
interpretaciones globales, más o menos asumidas, que pretenden ilustrar las formas y modos por los que habría
pasado de una sociedad de corte antiguo a una de corte feudal. La primera se caracterizó por una esencial
homogeneidad en la estratificación social (aristocracia-hombres libres-esclavos); una esencial estabilidad en la
estructura económica (urbana o rural) y un modelo político dominado y determinado por el Estado, como
redistribuidor de las rentas e ingresos fiscales y mantenedor y reproductor de las jerarquías sociales. La segunda se
habría caracterizado por una esencial heterogeneidad en lo social (campesino frente a aristocracia), en lo
económico, relaciones de dependencia/señorío banal y territorial y, por último, heterogeneidad también en los
ideológico: los llamados “tres órdenes”.
Las nuevas relaciones sociales ya no se asentaron sobre la diferencia sociojurídica antigua entre “libres” y
“esclavos” sino entre “libres” y “dependientes” y las rentas feudales, procedentes de ingresos privados, acabarían
imponiéndose sobre los derivados de ingresos estatales. El proceso de formación del feudalismo es un fenómeno
complejo ya que según unos se llevaría a cabo entre los siglos IV y Xi y otros piensan que existe una clara inflexión
en época temprana mediante la llamada feudalización o protofeudalización de época visigoda; pero no delimitada
en términos de espacio, ya que la “génesis del feudalismo” parece haber sido diferente en cada caso y, a lo sumo,
sería posible establecer una periodización del proceso por áreas; tampoco definida en términos de estructura ya que
se presenta como el paralelismo, en unos casos, y la convergencia, en otros, de dos procesos históricos de
naturaleza opuesta: uno, de desestructuración o descomposición del sistema “viejo”, otro, de estructuración, génesis
del sistema “nuevo”; pero también se acusa en su evolución un proceso simultáneo de recomposición de elementos
de uno y otro sistema social para su adaptación a la nueva situación.
Los nuevos cambios contribuyeron a afianzar el distanciamiento progresivo entre las dos nuevas formas de
poder: la autónoma, de comunidades locales, representada por los señores feudales; la central, del Estado, con
escasos medios para imponer su autoridad política por vía fiscal, pero tampoco manu militari.
A) Los suevos.
Momentos de incertidumbre
En julio 458, Teodorico II volvería a enviar a su ejército a Hispania, es posible que en esta ocasión la
Bética fuese arrebatada a los suevos. Un año después, Teodorico II y el emperador Mayoriano (458-461)
establecen nuevo tratado de paz. De común acuerdo, sus máximos dignatarios, el comes Sunierico y el magister
militiae Nepotiano, enviaron embajadas a los galaicos informando del pacto.
Teodorico II pone al frente del gobierno a un cliens suyo: Agiulfo (456-457), pero éste deserta de las filas
visigodas para asentarse y asumir las riendas del reino como un tirano. A su muerte los suevos quedan divididos en
dos facciones: Los que reconocen como rey a Maldras y los que reconocen a Framtano, su prematura muerte deja
vía libre a Maldras que apenas asumido el trono impulso diversos saqueos en Lusitania, llegando hasta Lisboa. A
su muerte se abre un periodo de inestabilidad y de enfrentamientos entre facciones opuestas hasta que emergió
Remismundo o Requimundo (457/464-469), quien una vez elegido rey de los suevos se dirigió a Teodorico II en
busca de su aprobación, el cual ratificó y propició intercambio de embajadas, ya que, en esta época el rey visigodo
ejerció una especie de tutela sobre el reino suevo a través de numerosos emisarios. En una de ellas año 465/466
conversión de los suevos al arrianismo.
Un reino católico
A partir del 469, año en que concluye el Chronicon de Hidacio, la historia de los suevos se sumerge en un
periodo de oscuridad hasta la década del 550, momento en que disponemos de nuevas fuentes de información
como: Historia Francorum de Gregorio de Tours, la Historia Suevorum de Isidoro de Sevilla y algunos textos de
carácter eclesiástico como los concilios I y II de Braga, el Parochiale Suevum y las obras de Martín de Braga. En
esta época, el reino suevo consolidó su espacio territorial dentro de los límites configurados por el rey visigodo
Eurico (466-484) abarca: La mayor parte de Gallaecia y zona norta de la Lusitania. En este periodo la élite sueve
fue asimilándose a la aristocracia terrateniente romana favorecido por la tolerancia de la monarquía arriana hacia la
Iglesia católica.
Martín de Braga fue el artífice de la conversión de los suevos al catolicismo, llega a Gallaecia año 550 y
en 556 fue ordenado obispo en Dumio (Barrio de Braga), como obispo-abad de la corte, pudo ejercer gran
influencia. El primer concilio de Braga (561) emprendió la labor reformista con la unificación de la liturgia y
disciplina eclesiásticas. Abordó también el problema del priscilianismo. A la erradicación de ciertas prácticas de
origen pagano dedicó Martín su tratado De correctione rusticorum.
La implicación de la monarquía católica fue decisiva en este proceso: identificarse la dielidad a cristo
(cabeza de la Iglesia) con la debida al rey (protector de esta), todo avance en la cristianización de la población
redundaba en beneficio del control sobre los súbditos sometidos a la autoridad monárquica.
Aunque bajo el reinado de Teodomiro (561-570) se llevaron a cabo importantes cambios en la
organización territorial de la Iglesia no será hasta la celebración del segundo Concilio de Braga (572) cuando dicho
proceso se complete definitivamente. Quedando el reino suevo dividido en trece sedes episcopales que se
integraban en dos grandes provincias eclesiásticas: Sur con centro en Braga y Norte con centro en Lugo.
En 569 Martín sucedió al obispo Lucrecio en la sede de metropolitana de Braga. En 570 muere el rey
Teodomiro y le sustituye Mirón (570-583), entre sus primeras medidas fue convocar el mencionado segundo
concilio de Braga presidido por obispo Martín, se legisló acerca de las obligaciones de los obispos al mismo
tiempo se dotó a la iglesia sueva de una colección canónica extraída de la tradición conciliar de la Iglesia oriental,
Capitula Martine. Su conocimiento le permitiría a Martín componer su Formula Vitae Honestae, tratado político
que puso al servicio del rey Mirón, sin embargo, las ansias de grandeza que impulsaron a este monarca y sus
efímeros sucesores le llevaron a desarrollar una política expansiva que los llevaría a entrar en conflicto con el poder
visigodo.
La elección de Tolosa como sede regia permitió la conformación de una corte y una administración central
en las que se combinaban los servicios de carácter propiamente germánico con una cancillería burocrática de origen
romano.
Se unieron a los romanos para combatir contra los hunos a los que vencieron en la batalla de los Campos
Cataláunicos, muriendo el rey visigodo y sucediéndole allí mismo su hijo Turismundo, quien fue asesinado por
sus dos hermanos por defender criterio de distanciamiento del poder romano, le sustituye su hermano Teodorico II
(453-466).
Al cual, el clima de inestabilidad del Imperio romano le favoreció en su objetivo de consolidación y
expansión del reino visigodo en el sur de la Galia y en Hispania. En el 462 ocupó Narbona y su región, a la vez
continuó las guerras con los suevos en Hispania con finalización en tratado de paz con su rey Remismundo en
464.
Eurico, murió en el 484, le sucedió su hijo Alarico II (484-507), durante su reinado se acentuó la
penetración territorial de los godos en la Península Ibérica y en el norte de la Galia surgió con fuerza un nuevo
poder bárbaro, los francos salios, cuyo jefe Clodoveo (482-511) se convertiría pronto en el principal rival del rey
visigodo. Quien acabó con los últimos resquicios del poder romano en el norte de la Galia al vencer en el 486 a
Siagrio, hijo del magister militum Egidio.
Igual que su padre Alarico II fue un rey legislador. Su Lex Romana Visigothorum (Año 506), conocida
también como Breviarium, recoge un amplio conjunto de leyes romanas procedentes del Codex Theodosianus,
compilado en el 438, al que unirá otras constituciones emitidas por emperadores posteriores y una selección de
obras de jurisconsultos romanos que, a su vez, completó con interpretationes que actualizaban el significado de su
contenido primigenio. El nuevo código fue enviado a los condes (comites) de las ciudades prohibiendo que en su
lugar se aplicase cualquier otro libro de derecho. Se trataba de promover la convivencia pacífica entre la población
de origen romano y la de raigambre goda, cabe destacar que, en ese mismo año (506), los obispos católicos del
reino, algunos de los cuales ya habían regresado del destierro, celebraron con el consentimiento del rey visigodo un
concilio en Agatha (actual Agde) en el que se promovió abiertamente la concordia entre arrianos y católicos.
En ese mismo año se produjeron algunos acontecimientos violentos en la Tarraconense viéndose los
visigodos a tomar por asalto la ciudad de Tortosa. Pero el enfrentamiento que habría de ser decisivo para la historia
del reino visigodo de Tolosa, se produciría en el 507 con los francos de Clodoveo. El rey ostrogodo Teodorico el
Grande (493-526), asumiendo desde Italia el papel de árbitro como sucesor del poder imperial, venía desplegando
desde hacía algunos años una intensa actividad diplomática concertando alianzas matrimoniales con el fin de evitar
que la rivalidad entre visigodos y francos terminase en guerra abierta. Pero en el 507 se produjo la batalla decisiva
en el Campus Vogladensis o Vouillé (en las cercanías de Poitiers). El ejército franco contó con la ayuda de tropas
burgundias, mientras que el visigodo se reforzó con algunas comitivas armadas de los miembros de la nobleza
romana. Los godos sufrieron una aplastante derrota y su rey Alarico II murió durante el combate. Clodoveo tomó
inmediatamente las ciudades de Rodez, Clermont y Burdeos, y no encontró ningún impedimento en su avance hacia
Toulouse (Tolosa), la capital del reino, en la que se apoderó con facilidad de una parte considerable del célebre
tesoro real de los godos. Francos y burgundios se repartieron entonces la mayoría de los territorios visigodos de la
Galia. Sólo la intervención de Teodorico el Grande en el año 508 impidió que los francos hiciesen suya también la
región mediterránea de la Galia, donde se encontraban arrinconadas las fuerzas visigodas supervivientes, con
Narbona como su nueva capital. Un poderoso ejército al mando del dux Ibba ocupó pronto la ciudad de Marsella y
obligó a los francos a levantar el asedio de la importante ciudad de Arlés. Y otro cuerpo expedicionario,
comandado en esta ocasión por Mammo, atacó la región meridional del reino burgundio, impidiendo así que la
alianza franco-burgundia se apoderase de los territorios que aún conservaban los visigodos en la Narbonense.
El mando del ejército asentado en la parte visigoda de la Galia fue concedido a Ibba hasta que fue
sustituido por Tuluin. Emulando la antigua estructura administrativa romana, recuperó, a su vez, la Prefectura del
Pretorio para la Galia con sede en Arlés, la cual sería ocupada por Félix Liberio, un miembro de la aristocracia
senatorial romana, bajo cuyo mando situó a un vicario de origen romano llamado Gemelo. En los territorios
hispanos la máxima autoridad militar fue asumida por el ostrogodo Teudis.
La administración civil hispana fue confiada a los gobernadores Ampelio y Liuvirito, cuya autoridad se
extendía fundamentalmente a la Tarraconense, la meseta central (desde el Tajo hasta el límite septentrional del
reino suevo) y la región de Mérida. Teodorico se propuso extender también en los dominios visigodos el principio
de restauratio Romani nominis que había inspirado su actuación política en Italia. Con la intención de atraerse las
simpatías de la aristocracia galorromana, el rey ostrogodo envió entre los años 508 y 510 considerables sumas de
dinero para reparar los daños ocasionados durante las campañas militares por el avance de sus tropas a través de la
campiña meridional de la Galia que se encontraba bajo control visigodo, al mismo tiempo que abasteció con grano
itálico los mercados desprovistos debido al reciente conflicto. Condonó tributos a las poblaciones que más habían
sufrido los desastres de la guerra y favoreció la restitución a sus antiguos propietarios de los esclavos que, durante
los momentos de confusión, hubiesen aprovechado las circunstancias para huir o para cambiar ilegítimamente de
dueño. Promovió la restauración de las construcciones dañadas y obligó a la restitución de los bienes y derechos de
propiedad de aquellos possessores que, tras haberse aliado con los francos, hubiesen manifestado abiertamente su
arrepentimiento. Exhortó al ejército para que, a través de su moderado comportamiento, fuese percibido por la
población como un instrumento de liberación y no de opresión. Y, de igual forma, tomó medidas para que los
encargados de la administración civil actuasen conforme a derecho. Tomó también importantes medidas en el orden
económico y fiscal, como las relativas a los impuestos territoriales pagados en especie, para evitar que los
funcionarios de turno cometiesen fraude al utilizar pesas que no se ajustaban a los modelos oficiales. Asimismo,
castigó la acuñación de moneda a nivel particular, recordando que la fabricación de numerario y su puesta en
circulación debían ser un monopolio exclusivo del Estado conforme a la antigua práctica romana.
Este programa regenerador propiamente romano fue en detrimento de la aristocracia visigoda que fue
privada de los principales puestos de mando en la misma medida en que se frenó su rapacidad al limitar
considerablemente su libertad de acción y sus ingresos económicos. Generando tensiones ocasionales como el
ataque, entre los años 512 y 513, del praefectus Liberio a manos de guerreros visigodos.
Aunque durante este período debieron de estrecharse mucho los vínculos entre los dos pueblos godos. Este
era el objetivo último que perseguía Teodorico el Grande y, por ello, trató de buscar un sucesor que pudiese ser
aceptado sin problemas por todos. En un primer momento, parece que lo encontró en la figura de Eutarico, un
joven noble de estirpe ostrogoda que, sin embargo, se había criado entre los visigodos. Su abuelo Beremudo había
llegado a la corte de Tolosa en época de Teodorico I convirtiéndose en consejero real y en miembro de la familia
gobernante por medio del matrimonio de su hijo con una nieta del rey visigodo, hija de Turismundo. Es muy
posible, no obstante, que la genealogía de Eutarico fuese intencionadamente manipulada por los consejeros de la
corte ostrogoda. En todo caso, Teodorico el Grande le casó en el 515 con su hija Amalasunta y consiguió que su
designación como heredero de la corona fuese reconocida por el emperador de Constantinopla, Justino, quien,
como era costumbre bárbara, le adoptó como hijo de armas, le concedió la ciudadanía romana e incluso le nombró
cónsul para el año 519 con el nombre romanizado de Flavius Eutharicus Cilliga. Sin embargo, la muerte
prematura de Eutarico desbarató todos estos planes, lo que permitió a Amalarico el acceso al trono con plenitud
de derechos tras la muerte de su abuelo, acaecida el 30 de agosto del año 526.
Desde un punto de vista político, el proceso pacífico de separación de ambos pueblos fue facilitado por el
hecho de que Teodorico mantuvo los territorios visigodos de Gallia e Hispania como una unidad completamente
independiente de sus dominios italianos que contaba con un aparato administrativo propio y una realeza sustentada
por una identidad de larga tradición. Amalarico llegó a un acuerdo por el que cedía a los ostrogodos la Provenza
(la frontera entre ambos reinos se establecería en el Ródano) a cambio de la devolución del tesoro regio visigodo y
de la renuncia del nuevo rey Atalarico (526-534), hijo de Eutarico y Amalasunta, a los aprovisionamientos
procedentes de Hispania, que hasta entonces habían sido considerados como una especie de tributo por el
«amparo» recibido. A su vez, se tuvo en cuenta que muchos visigodos y ostrogodos se habían unido en matrimonio
durante el período de «regencia», determinándose una completa libertad en la elección final de su nacionalidad.
La herencia recibida
Amalarico (526-531) situó a Narbona como capital del reino. En el año 529 designó a un patricio llamado
Esteban como praefectus Hispaniarum, al mismo tiempo destituía a Félix Liberio de su cargo de praefectus
Galliarum. Pero una ofensiva franca le obligó en el 531 a trasladar la capital a Barcelona, cerrándose
definitivamente el capítulo del reino visigodo radicado en la Galia, ya que, a pesar de que la provincia Narbonense
se mantuvo bajo control visigodo hasta el fin del reino, el centro político y el aparato administrativo se desplazaron
irremediablemente a Hispania.
Con el fin de favorecer las buenas relaciones con los francos y de esta forma poner fin a su reiterado
hostigamiento, Amalarico contrajo matrimonio con Clotilde, hija de Clodoveo. Sin embargo, esta unión se
convertiría pronto en un nuevo motivo de fricción (arrianismo vs catolicismo) así en la primavera del año 531 el
rey franco Childerico, hermano de Clotilde, penetró al frente de sus tropas en territorio visigodo derrotando a
Amalarico en las proximidades de Narbona y obteniendo un enorme botín. El rey franco «rescató» a la princesa,
quien moriría en el viaje de regreso a la corte de su hermano. Tras su derrota, Amalarico se refugió en Barcelona,
donde terminaría siendo asesinado en extrañas circunstancias. Con su fin, último descendiente de la casa de los
Baltos, se extinguió la línea familiar que durante más de un siglo había gobernado a los visigodos.
Bajo el reinado de Teudis (531-548), el dominio godo en la Península Ibérica llegaba ya hasta sus regiones
meridionales y levantinas (la Bética y las zonas costeras de la Carthaginensis). Esto le permitió establecer,
probablemente ya en el verano del año 533, su corte en Hispalis (Sevilla). Suprimió la prefectura de Hispania, pues
con el desplazamiento del
centro político a la Península, el
cargo era innecesario y respetó
la estructura administrativa
existente. A finales de su
reinado trasladó la sede regia a
Toledo, promulgó en el año 546
una ley sobre costas procesales
que ordenó incorporar al
Breviario de Alarico II. Resulta
muy significativo que dicha ley
estuviese dirigida tanto a los
iudices y rectores del reino
como a los principales
encargados de su aplicación.
Durante su reinado
comenzó a vislumbrarse otra
amenaza exterior aparte de la
que hasta ese momento había
supuesto siempre el reino
franco: El emperador
Justiniano (527-565) había
emprendido la conquista del
reino vándalo y la ocupación de
la ciudad de Ceuta (Septem) ya en el 534. Teudis murió violentamente en el año 548, sucediéndole Teudisclo
(548-549), también de origen ostrogodo. Su reinado fue breve pues fue víctima de una conjura que acabó con su
vida en Sevilla en el año 549. Su sucesor sería Agila.
que en el año 551 decidió levantarse en armas contra el rey, haciéndose fuerte en la ciudad de Sevilla. Se abrió
entonces un período de «guerra civil» cuyo desenlace no sería el deseado por ninguna de las partes contendientes.
La intervención bizantina
Atanagildo solicitó la ayuda del emperador Justiniano (527-565). La ayuda bizantina sirvió para quebrar
finalmente las fuerzas de Agila, pero no evitó que los enfrentamientos se prolongaran durante tres años, a lo largo
de los cuales la capacidad ambos bandos, quedó muy debilitada, beneficiándose los bizantinos. Al final, en la
primavera del año 555, Agila sería asesinado en Mérida por sus propios partidarios, quienes aceptaron como nuevo
monarca a su rival.
Una vez cumplido su objetivo, Atanagildo (555-567) pretendió que los bizantinos abandonasen la
Península Ibérica. Pero la intención de Justiniano era restaurar la antigua grandeza del Imperio romano, con su
programa de restauración del antiguo orden político (Recuperatio Imperii), que sería formalmente proclamado en el
año 536. Ciertamente, Atanagildo acudió nuevamente a las armas para expulsar a los bizantinos de los que
consideraba los legítimos dominios de su reino, pero apenas logró arrebatarles algunas ciudades. Las tropas
imperiales terminarían por controlar de forma más o menos estable una amplia zona de los territorios meridionales
de la Bética (alcanzando incluso Cádiz) y la mayor parte de la Carthaginensis costera hasta Valencia, junto con
algunos puntos en el interior como Basti (Baza) y Asidonia (Medina Sidonia), si bien sus dos principales ciudades
mediterráneas fueron Cartagena y Málaga. El valle del Guadalquivir, sin embargo, quedó fuera de sus dominios y
en manos de los visigodos, salvo la ciudad de Córdoba, que siguió bajo el control de los provinciales romanos hasta
que, en el año 572, Leovigildo acabó definitivamente con su independencia.
Es muy probable que, ante la necesidad imperiosa de la ayuda militar bizantina, Atanagildo hubiese
ofrecido temporalmente a los imperiales el derecho de ocupación sobre estos territorios, a los cuales, considerados
ahora como reconquista, Constantinopla no deseaba renunciar. De hecho, fueron integrados junto con las Baleares,
previamente ocupadas durante la guerra vándala, en una nueva provincia denominada Spania, que se encontraría
subordinada a la recientemente creada Prefectura del Pretorio de África, una vez que quedó completada la
conquista del reino vándalo en el año 534. Los límites de esta provincia, que parecen haberse fijado definitivamente
a través de un nuevo acuerdo entre Atanagildo y Justiniano, fueron reforzados por los imperiales con la
construcción de un duradero sistema defensivo que, a su vez, demarcaría en lo sucesivo las zonas de mutua
influencia. Una vez conjurado con este acuerdo el peligro del posible avance de las posiciones imperiales en la
Península, Atanagildo logró restablecer la autoridad visigoda en Bética.
Ahora bien, sus avances en el proceso de territorialización de la monarquía se fortalecerían con el traslado,
a finales ya de su reinado, de la corte a Toledo, cuya condición de capital del reino perduraría hasta la desaparición
de este con la invasión musulmana. Precisamente, la consolidación de dicho proceso exigiría a Atanagildo
mantener unas buenas relaciones con sus vecinos del norte, los francos, asentadas esta vez en una doble alianza
matrimonial con los nietos de Clodoveo.
En el 566, concertó la unión de una de sus hijas, Brunequilda, con Sigeberto I de Austrasia, y de la otra,
Galsvinda, con Chilperico de Neustria. Sin embargo, lejos de favorecer las buenas intenciones del rey visigodo,
que deseaba perpetuar la paz entre ambos reinos, estos matrimonios terminarían por convertirse indirectamente en
el origen de nuevas tensiones. En efecto, nada hacía presagiar que, instigado por su amante Fredegunda, el rey
Chilperico aprovechara el momentáneo vacío de poder producido con la muerte de su suegro en el año 567 para
ordenar el asesinato de su mujer, Galsvinda. La proyectada paz no vio, por ello, llegado su momento. Parece que
Atanagildo murió de forma natural. Al menos, no hay constancia de que se produjera ningún intento de
usurpación. Durante cinco meses el reino visigodo careció de monarca alguno hasta que, finalmente, la aristocracia
goda eligió en la Narbonense a Liuva I (567-572). Al no haber contado en su elección con consenso entre los
nobles godos, el nuevo rey fue consciente de la débil posición en que se encontraba su corona, razón por la que en
el segundo año de su reinado decidió asociar al trono a su hermano Leovigildo, quien, casi de forma simultánea,
contrajo matrimonio con Gosvinta, la reina viuda de Atanagildo. Con ello pretendía, sin duda, ganarse el favor de
la poderosa facción del rey difunto.
victorias. Al año siguiente tomó la ciudad de Asidona. Al mismo tiempo que se hacía con otras ciudades y
fortalezas (urbes et castella), en el 572 pudo reducir por fin a la ciudad y región de Córdoba, que hasta entonces se
había regido de manera independiente conforme a una estructura de poder heredada de las instituciones
provinciales romanas.
Una vez consolidada la situación en el sur peninsular, Leovigildo dirigió sus movimientos hacia las regiones
noroccidentales. En el año 573, en la Sabaria, (seguramente región en la comarca de Sanabria, al norte de la actual
provincia de Zamora). A continuación, tomó Amaya (574), al sur de la cordillera Cantábrica, sometió la provincia a
su autoridad. En el 575, los montes Aregenses (al sur de la provincia de Orense). Teniendo presente la situación
geográfica de todas estas regiones, muy próximas al reino de los suevos, y que las fuentes aluden a la
«restauración» de la autoridad visigoda, se comprende muy bien la intención que perseguía Leovigildo, que no era
otra que la de constreñir a dicho reino dentro de sus propios límites, disuadiendo a su rey de cualquier tentación
expansionista, pues éste había emprendido anteriormente una inquietante campaña contra el pueblo semi-
independiente de los runcones.
En el año 577 Leovigildo tuvo que hacer frente a un problema interior del sur surgido, en la Orospeda.
Desconocemos exactamente la ubicación de esta región. La teoría tradicional la sitúa en el sureste de la
Cartaginense o en el este de la Bética (suele identificarse con las sierras de Cazorla y Segura). El aplastante
sometimiento de esta provincia con la toma de diversas civitates atque castella abría un período de tranquilidad en
el reino. El rey visigodo pudo así completar su programa de estabilidad dentro de sus fronteras y, a la vez, reforzar
el poder monárquico eliminando cualquier elemento adverso.
La fortaleza que el poder visigodo fue adquiriendo a lo largo del reinado de Leovigildo solo podía
desembocar en una decidida política expansionista, manifestada ésta claramente en el año 585 con la definitiva
conquista del reino suevo. A la muerte de Mirón (570-583) subió al trono su hijo Eborico, quien fue depuesto
apenas un año después por su cuñado Audeca. A continuación, el nuevo rey tomó como esposa a la reina
Siseguntia, viuda de Mirón, para legitimar su ascenso al poder regio. Leovigildo intervino bruscamente arrasando
toda Gallaecia y deponiendo al usurpador Audeca. Apropiándose del tesoro regio y sometieron violentamente a la
«gente y patria de los suevos» (Suevorum gens et patria), transformando su reino en una nueva provincia goda.
francos y bizantinos interviniesen en el conflicto como aliados del príncipe rebelde. Ese mismo año combatió a los
primeros de forma victoriosa y fundó al sur de Vasconia la ciudad de Victoriacum (actual VitoriaGasteiz) con la
intención de contenerlos en eventuales futuras incursiones. A su vez, logró neutralizar la posible ayuda franca por
medio de una alianza con Chilperico de Neustria, tradicional enemigo de Brunequilda, reina regente en estos
momentos de Austrasia que, como madre de la princesa Ingunda, era una potencial aliada de los rebeldes. Además,
una vez iniciadas las hostilidades, compró la retirada del apoyo militar bizantino por 30.000 sueldos (solidi) de oro.
En el año 582 Leovigildo emprendió la campaña militar contra las fuerzas rebeldes encabezadas por su hijo
tomando la ciudad de Mérida. A continuación, se dirigió a la ciudad de Sevilla, a la que sometió a un prolongado
sitio. Al parecer, allí encontró la muerte el rey suevo Mirón, tras doblegarlo, el rey visigodo le obligó a unirse a su
ejército imponiéndole, además, un humillante juramento de fidelidad. Tras la caída de Sevilla en el 583,
Hermenegildo huyó a Córdoba, refugiándose en una iglesia a las afueras de la ciudad. Allí sería finalmente
convencido por su hermano Recaredo para que se entregase voluntariamente al rey legítimo, su padre, quien, tras
despojarle de sus vestiduras regias, signo ritual por el que se le desposeía legalmente de todos sus dominios, le
envió prisionero a Valencia en el año 584. Hermenegildo terminaría siendo ejecutado en Tarragona un año
después a manos de un godo llamado Sisberto, probablemente siguiendo las órdenes del propio Leovigildo,
alarmado por la firme intención de su hijo de conseguir a la desesperada el apoyo de los francos. Desconocemos
cómo la princesa Ingunda y el hijo de ambos, Atanagildo, lograron refugiarse entre los bizantinos, pero sabemos
que, a continuación, se dirigieron a Oriente. Al parecer, la madre murió durante el viaje. El rastro del hijo, sin
embargo, se pierde en Constantinopla. La rebelión de Hermenegildo ha sido objeto de un largo debate
historiográfico motivado por la visión divergente: la guerra civil tuvo una fuerte motivación religiosa y la muerte
del hijo rebelde fue considerada como una especie de martirio, los cronistas hispanos Juan de Bíclaro e Isidoro de
Sevilla calificaron a Hermenegildo como un tirano usurpador del poder legítimo que ostentaba su padre. De hecho,
tanto Hermenegildo como Leovigildo acuñaron monedas en las que proclamaban la ayuda divina en su propio
beneficio. Ambos, además, tomaron medidas de propaganda religiosa que dejaban bien a las claras cuál era la
doctrina que asumían y defendían.
emplazamiento en la vía que unía Toledo con Cartagena pudo haber perseguido una intención propagandística de
cara a los dignatarios imperiales que gobernaban la provincia bizantina de Spania.
Leovigildo influido por la recopilación legal bizantina impulsada por Justiniano (Corpus Iuris Civilis), su
Codex revisus supuso la renovación en muchos aspectos de la primitiva labor jurídica llevada a cabo por Eurico y
de la antigua Lex Romana Visigothorum. Con ello trató de anular definitivamente los rasgos diferenciadores que
mantenían separados en el interior de su reino a godos y romanos. De foma paralela, Leovigildo emprendió algunas
iniciativas en el terreno administrativo encaminadas a dotar al reino de una estructura estable más centralizada. Se
atribuye a su reinado la implantación generalizada de la figura del comes civitatis al frente del gobierno de las
ciudades, una magistratura heredada de la última época del Imperio romano y que se aproximaba cada vez más al
puesto privilegiado que habían ocupado tradicionalmente los antiguos miembros de la comitiva regia. Es posible
que la figura del dux provinciae como máxima autoridad en las diferentes circunscripciones territoriales en que se
dividía el reino se remonte también al período de gobierno de Leovigildo. A pesar de que este monarca dedicó
enormes esfuerzos a la unificación religiosa de su reino, fracasó en su empeño de adoptar como doctrina oficial el
credo arriano, minoritario y claramente distante de la confesión católica que profesaba la inmensa mayoría de sus
súbditos hispanorromanos.
La historiografía actual minimiza, por ello, el alcance de la presión ejercida por Leovigildo sobre el clero
católico. Es evidente que pudo haber momentos de colisión entre la corte visigoda y la jerarquía eclesiástica
católica, pero no se debieron tanto a un proceso programado de persecución como al interés del monarca en forzar,
quizás de una forma brusca, la superación de las diferencias religiosas que separaban a godos y romanos por medio
de fórmulas intermedias que no lograron dar plena satisfacción a ninguna de las partes en conflicto. En este sentido,
en el año 580, una vez estallada la rebelión de Hermenegildo, se convocó en Toledo un concilio arriano en el que
se aprobaron medidas tendentes a favorecer la integración de los católicos en la Iglesia del reino.
Pero ni las concesiones doctrinales aprobadas en el mencionado concilio ni las medidas adicionales
aprobadas por Leovigildo (entre las que presumiblemente se encontrarían ciertos incentivos materiales para los
nuevos conversos) fueron suficientes para alcanzar la ansiada unificación religiosa del reino. Ésta tendrá que
esperar al reinado de su hijo y sucesor Recaredo, pero en esa ocasión bajo la adopción de un credo diferente, el
católico.
Todas estas rebeliones fueron sofocadas, que una vez contenida la amenaza franca y controlada la situación
interna del reino, permitió dar mayor solidez a la nueva monarquía católica, pudiendo Recaredo culminar la
política de unificación religiosa heredada de su padre Leovigildo e impulsada ahora por él mismo bajo el signo de
la confesión católica, con la
celebración en el 589 del Concilio
III de Toledo, poniendo fin a la
herejía arriana. Pudo ser entonces
cuando Recaredo reuniese al clero
arriano en un concilio parecido al
que su padre había convocado
siete años antes, para perfilar las
posturas semiarrianas que
facilitasen la integración de los
católicos. Presidido por Leandro
de Sevilla, el concilio reunió en la
sede regia a 62 obispos, a otros
diversos representantes del clero
católico y a varios nobles godos
que acudieron a Toledo de todas
las partes del reino. En su discurso
de apertura, Recaredo relató su
propia conversión y presentó un documento, leído por el notario regio a la asamblea, con una profesión de fe
firmada también por la reina Baddo. Los obispos declararon entonces falsa la doctrina arriana y recordaron los
anatemas pronunciados en los cuatro primeros concilios ecuménicos:
B) Sublevaciones y titubeos.
Recaredo murió en Toledo en el 601, sucediéndole su hijo Liuva II (601-603), el cual se mantuvo en el
mismo apenas dos años. Una conjura encabezada por Witerico, personaje de la alta nobleza que había formado
parte de la revuelta arriana de Mérida contra Recaredo y que había logrado entonces salvar su vida a condición de
delatar a sus cómplices, acabó violentamente con su efímero reinado. El rey depuesto fue primero amputado,
después desterrado y, finalmente, asesinado. Witerico puso así fin a una dinastía que detentó con firmeza el poder
entre los visigodos durante 35 años seguidos.
Su llegada al trono pudo ser consecuencia del triunfo de la facción aristocrática dirigida por él contraria a
Leovigildo que se mostraba reacia a la sucesión hereditaria de la corona. Dirigió con escaso éxito algunas
campañas militares contra los bizantinos. Sus relaciones con los francos no sufrieron deterioro aparente,
manteniendo la tradicional alianza con la casa de Austrasia, que desde la muerte de Gontran (592) dominaba
también en Burgundia, su vecino y sempiterno enemigo en la Septimania. Esta circunstancia fue aprovechada por
Witerico para llegar a un acercamiento cordial con los francos burgundios por medio de la unión matrimonial de
una hija suya, Ermenberga, con Teodorico II de Burgundia (587-613), aunque la boda no llegó a celebrarse.
Witerico trató de compensar este fracaso diplomático buscando nuevas alianzas con otros reyes francos e incluso
con el reino lombardo del norte de Italia gobernado por el rey Agiulfo (590-616). Murió víctima de una conjura
nobiliaria.
Durante el breve reinado de Gundemaro (610-612) continuaron los enfrentamientos contra vascones y
bizantinos. Sabemos que sometió a estos últimos a un prolongado de dicha provincia a Toledo, arrebatando así
totalmente la primacía a la sede de Cartagena, que seguiría bajo el dominio político bizantino. Gracias a la
correspondencia conservada del conde Búlgar, referida toda ella a las relaciones diplomáticas mantenidas con los
francos, es posible señalar que la alianza con Austrasia permaneció inalterada, mientras que los conflictos con
Burgundia no encontraron ninguna vía factible de solución. Los desencuentros entre ambos reinos ocasionaron
frecuentes incidentes diplomáticos y militares. El apresamiento por parte de los burgundios de los legados
visigodos (Tátila y Guldrimiro) que Gundemaro había enviado al reino de Austrasia provocó la intervención
militar de Búlgar, quien llegaría a ocupar por la fuerza dos ciudades (Juvignac y Corneilham) que se encontraban
bajo soberanía de Teodorico II. El protagonismo adquirido en estos momentos por este conde, que había sufrido el
destierro en tiempos de Witerico, permite presuponer la rehabilitación durante el reinado de Gundemaro de los
sectores aristocráticos visigodos que se habían mantenido fieles a la dinastía de Leovigildo. A diferencia de su
antecesor, la autoridad del monarca parecía finalmente haberse fortalecido y encontrado una posición estable dentro
de la corte visigoda de Toledo con el apoyo incondicional de estos poderosos sectores nobiliarios. Su fallecimiento
de muerte natural y la ausencia de toda contienda política en el proceso electivo que conducirá a su sucesor
Sisebuto al trono parecen corroborarlo.
un pueblo que fuese fiel a la verdadera doctrina cristiana, decretó hacia el año 616 la conversión forzosa de todos
los judíos de su reino al catolicismo. Sólo esta minoría impedía la completa identificación de la fides catholica con
el regnum gothorum. Sin embargo, los fenómenos de la falsa conversio y del consiguiente cripto-judaísmo
supondrían a partir de entonces un problema irresoluble para el reino visigodo, no sólo en el orden teológico, sino
también en el ámbito social.
Actividad militar y política exterior Sisebuto fue también un rey guerrero. Dirigió personalmente varias
campañas militares contra los bizantinos y los pueblos semi-independientes del norte peninsular. Los territorios que
los imperiales lograron conservar se limitaban únicamente a la ciudad de Cartagena y a algunos enclaves de menor
importancia ubicados en la costa. Los pueblos semi-independientes del noroeste peninsular contra los que Sisebuto
envió a sus generales: Los «roccones», pueblo montañoso que ya había sido combatido por los suevos en el año
572, justo antes de que Leovigildo decidiese invadir su reino, ahora serían definitivamente sometidos por el dux
Suintila. En el norte, la rebelión de los astures sería aplastada por el dux Riquila.
No poseemos noticias sobre las relaciones con los francos durante su reinado, pero podemos intuir que
seguirían siendo muy tensas. La obra escrita por Sisebuto, la Vita sancti Desiderii, puede considerarse como un
escrito de propaganda política contra la poderosa reina Brunequilda. La obra fue escrita tras la trágica muerte de la
soberana en el 613, la cual es interpretada como un severo castigo divino a ésta.
Según el cronista Isidoro de Sevilla la muerte de Sisebuto puede ser debida a una conjura palaciega que,
junto con la temprana muerte de su hijo y sucesor, Recaredo II (621), a los pocos días de haber accedido al trono,
abonarían la hipótesis de una conjura urdida probablemente por la nobleza contraria a la facción próxima a la
dinastía de Leovigildo, a la que presumiblemente habría pertenecido el propio Sisebuto. Aunque si bien es cierto
que cuando Sisebuto llegó al trono se mostró favorable a la participación de los sectores aristocráticos en las
iniciativas políticas del reino, con el paso del tiempo esta actitud fue cambiando en detrimento del contrapeso que
representaba siempre la nobleza frente al poder monárquico. Y, en todo caso, la asociación al trono, fórmula
inspirada en el modelo tardorromano y bizantino, suponía en estos momentos una clara afrenta incluso para los
nobles más cercanos al monarca.
legitimó la exitosa rebelión de Sisenando y se acusó al rey derrocado de todo tipo de iniquidades y crímenes,
haciendo ver que, por el temor al esperado castigo divino, él mismo había renunciado a la corona. Suintila no
perdió la vida, pero tanto él como toda su familia fueron excomulgados y condenados al destierro, al tiempo que
sus bienes fueron confiscados: una parte de estos fue a parar a manos de los «pobres», es decir, a la Iglesia.
La deposición de Suintila podría
interpretarse como una demostración de fuerza
de la nobleza visigoda, su indefensión ante
posibles levantamientos que tuviesen como
objetivo su derrocamiento quedó evidenciada
con la facilidad con que Sisenando (631-636)
se apoderó del trono visigodo. Sin embargo, no
parece que la forma en que el nuevo rey accedió
al gobierno lograse inspirar en el resto de la
nobleza ni el respeto ni el temor necesarios
como para someterse sin resistencia a la
autoridad regia. Inseguro de sus propias fuerzas
y del apoyo unánime del resto de la aristocracia
goda, Sisenando tuvo que recurrir a la ayuda de
un ejército franco para afianzar su rebelión. Es
posible que esta debilidad fuese aprovechada
por sus adversarios naturales para tratar de
minar su autoridad desde el mismo instante en
que fue proclamado rey en la ciudad de
Zaragoza.
El acontecimiento más importante que
se produjo durante el reinado de Sisenando fue
la celebración del Concilio IV de Toledo, abierto solemnemente por el monarca el 5 de diciembre del 633 con una
gran representación episcopal (sesenta y dos obispos y siete presbíteros). Isidoro de Sevilla fue el encargado de
presidirlo y a él cabe atribuirle toda la doctrina política y las medidas religiosas aprobadas en sus sesiones. Los
padres conciliares atendieron a cuestiones disciplinarias y a diversos aspectos relacionados con la administración
eclesiástica. Prestaron también atención al problema judaico, pronunciándose sobre el criterio que a partir de esos
momentos habría de adoptar la Iglesia frente a los judíos convertidos por la fuerza en tiempos de Sisebuto que
habían vuelto a sus antiguas prácticas, que no fue otro que el de obligarlos a permanecer en la fe cristiana a pesar
de que ésta no se hubiera adquirido, como habría sido deseable, por medio de la persuasión. A instancias del propio
monarca, abordaron igualmente asuntos de doctrina política, dando prioridad a aquellos relacionados con la
inviolabilidad de la figura regia y la preservación de la unidad del reino.
Resulta paradójico que uno de los principales objetivos del concilio fuese la legitimación de la rebeldía y el
acceso irregular al poder de Sisenando cuando precisamente los padres conciliares aprobaron al mismo tiempo en
sus sesiones medidas tendentes a evitar nuevos actos de violencia que pusiesen en peligro el poder de los reyes y
dañasen gravemente la estabilidad del reino. El canon 75 comienza reafirmando el carácter sagrado del juramento
de fidelidad (sacramentum) debido al rey. Dado que su violación equivaldría a una traición a Dios conllevaría
automáticamente la pena de excomunión. El carácter sagrado de la realeza venía determinado por la elección divina
del monarca, razón por la que los obispos conciliares insistieron en el carácter inviolable del monarca: «no toquéis
a mis ungidos» (nolite tangere Christos meos) sentenciaron los padres de este concilio, evocando las palabras
bíblicas reservadas a David y a los otros reyes de Israel. De hecho, es probable que el acto ritual de la unción regia
por el que la Iglesia sancionaba la elección divina se instituyera entonces por primera vez como parte central de la
ceremonia de coronación de los reyes visigodos. El mismo canon establecía, además, que estos debían morir de
forma natural y que sus sucesores habrían de ser elegidos por el conjunto del pueblo, es decir, por la nobleza y los
obispos. En las actas del concilio subyacen ciertas tensiones sociales provocadas por la corrupta aplicación de la ley
en los tribunales de justicia y la subyugación insoportable a la que muchos poderosos sometían a las clases sociales
más desfavorecidas. Convertidos una vez más en los protectores de los pobres, los obispos adquieron entonces la
facultad de amonestar a los nobles que abusaban impunemente de su autoridad, y de acudir a la del rey en caso de
que estos no mostrasen signo alguno de suavizar su severidad.
Aunque no poseemos muchos más datos sobre su reinado, parece que a lo largo del mismo Sisenando fue
tensando cada vez más sus relaciones con la Iglesia. Si bien es cierto que plegó su voluntad a la de los padres
conciliares en cuanto a los asuntos religiosos que resultaron prioritarios para aquéllos en los debates del concilio,
no puede ignorarse el hecho de que se inmiscuyó con frecuencia en el nombramiento de los propios obispos, a
pesar de que el canon 19 de dicho concilio establecía claramente que esa función correspondía exclusivamente al
clero, al pueblo cristiano y a los demás obispos de la provincia.
Sisenando murió el 12 de marzo del 636. Aunque parece que su sucesor Chintila (636-639) fue elegido sin
mayores problemas con el consenso de nobles y obispos conforme al reciente procedimiento establecido en el
Concilio IV de Toledo, la inmediata convocatoria de uno nuevo dedicado casi exclusivamente al establecimiento
del correcto procedimiento sucesorio denotaría una evidente falta de seguridad en el nuevo monarca.
Los obispos aprobaron en el Concilio V de Toledo (636) varias disposiciones para evitar en el futuro la
usurpación del poder legalmente establecido y preparar la promoción de los candidatos a la sucesión regia de forma
que las decisiones tomadas y las concesiones otorgadas por el monarca no fuesen inmediatamente revocadas a su
muerte por su sucesor y, en concreto, para que sus herederos no fuesen después despojados de los bienes adquiridos
de forma legítima. Con la intención de reforzar estas decisiones, se determinó que en los concilios venideros se
leyese obligatoriamente el canon 75 del Concilio IV de Toledo. Asimismo, se recordó que sólo los nobles godos
podían ser elegidos para subir al trono, cerrando así cualquier eventual aspiración que pudiese surgir entre los
miembros de la aristocracia hispanorromana. Dos años después, Chintila volvió a reunir a los obispos del reino en
un nuevo concilio, el VI de Toledo (638). En esta ocasión estuvieron representadas 53 sedes episcopales. A pesar
de que se aprobó un número mayor de cánones relacionados con aspectos estrictamente religiosos, organizativos y
disciplinarios que afectaban particularmente a la Iglesia visigoda, como la tajante condena de la simonía, la
confirmación de las precedentes medidas antijudías o la proclamación de un símbolo de fe de profundo alcance
teológico, se volvieron a repetir, aunque esta vez de una forma más desarrollada, las disposiciones de protección a
la figura del rey y su familia que ya habían sido dictadas en la asamblea eclesiástica anterior del 636. Capítulo
aparte merecen las decisiones tomadas por los padres conciliares sobre los bienes de la Iglesia concedidos por los
príncipes: se afirma que son intocables porque incluso es más justo que las «iglesias de Dios» conserven sus
riquezas antes que aquellos súbditos que fielmente han servido a los reyes. Su justificación se hallaba en el hecho
de que los bienes otorgados a las iglesias servían para alimentar a los pobres y no para su propio provecho como
sucedía con los bienes que poseían los individuos particulares por muy fieles que hubiesen sido al monarca
reinante. Otros cánones, sin embargo, fueron redactados expresamente para revalidar, una vez más, el carácter
inviolable de la figura regia y de su descendencia, así como la debida preservación de sus riquezas. Se estableció
además que cualquier atentado contra la vida del rey fuese obligatoriamente vengado por su sucesor, ya que, en
caso contrario, éste sería considerado cómplice del magnicidio. Por último, los obispos trataron, de nuevo, el
controvertido tema de la sucesión, añadiendo impedimentos para alcanzar el trono como haberlo usurpado
tiránicamente, haber sido tonsurado bajo hábito religioso o haber sido vergonzosamente decalvado (castigo que,
dependiendo de la gravedad del delito, consistía en el rasurado completo de la cabeza o incluso en la sangrienta
operación de arrancar el cuero cabelludo) y tener, naturalmente, origen servil o extranjero (c. 17). Al igual que su
predecesor, Chintila se mostró autoritario con los obispos de la sede regia, imponiéndoles la ordenación de
ministros que sus colegas consideraban indignos del oficio.
Durante su reinado los conatos de usurpación y las rebeliones fuesen constantes. Al menos esta es la
impresión que ofrece el canon 12 del último concilio, el VI de Toledo, en el que aparecen mencionados los
expatriados y reos de alta traición que, con perverso corazón, habían causado graves daños a la patria y al pueblo de
los visigodos. A pesar de que los dos concilios celebrados durante su reinado habían decretado la forma electiva de
acceder al trono y aprobado medidas restrictivas para salvaguardar dicho procedimiento, Chintila las ignora y
propone como sucesor a su hijo Tulga (639/640-642). Quien, a la muerte de su padre, siendo aún un niño, fue
aceptado por la nobleza y la jerarquía eclesiástica; sin embargo, iniciado el tercer año de su reinado, fue depuesto
por Chindasvinto y tonsurado como clérigo para apartarlo definitivamente del trono según se había prescrito en el
último concilio toledano.
El nuevo rey contaba con el apoyo de uno de los sectores más poderosos de la nobleza goda. No obstante,
según cuenta la Crónica del Pseudo-Fredegario, su reinado se inauguró con la purga de todos aquellos altos
dignatarios (primates) y nobles de menor rango (mediocres) que habían mostrado alguna reticencia a su llegada al
trono. Según esta fuente, mandó ejecutar a doscientos miembros de la alta nobleza y a quinientos individuos
pertenecientes a un rango social inferior. Además, desterró y confiscó los bienes a algunos otros elementos
incómodos para su régimen. Tales riquezas fueron entregadas, junto con las mujeres e hijos de los caídos en
desgracia, a los fideles al monarca. Comenzaba así una nueva etapa en el reino visigodo de Toledo.
Un reinado autoritario
Fuera del trono Tulga, Chindasvinto (642-653) es elegido rey en Pampalica (posiblemente la actual
Pampliega). Su proclamación oficial fue pocos días después en Toledo. La dura represión por parte de
Chindasvinto al comenzar su reinado, al que había accedido casi con ochenta años, hace pensar pensar que tuvo que
enfrentarse a alguna conspiración. Parece que resultó eficaz, ya que en los siguientes treinta años apenas hay
noticias, salvo las del intento de usurpación de Froya, en tiempos de su hijo Recesvinto, sobre insurrecciones que
fueran una amenaza para la estabilidad del trono. Estas medidas tan severas ayudaron a eliminar a una parte de la
nobleza que pudiera tener origen germánico, condición para alcanzar el trono, y para asegurar la adhesión
incondicional de todos los notables que le habían sido fieles.
Esta exhibición de fuerza requería cierta cobertura legal. Antes de los dos años, Chindasvinto decretó la
persecución de quienes conspirasen o se alzasen en armas contra el rey con una ley retroactiva, que castigaba con la
muerte y a la confiscación de bienes (Lex Visig., II, 1, 8). La seriedad de la norma impedía el perdón para los
castigados de conspiración condenados en firme, existiendo el indulto a costa de la pena de ceguera solamente al
rey, obispos y dignatarios de palacio. Para asegurar el cumplimiento de la ley, el monarca exigió juramento a los
altos mandatarios del Officium Palatinum, así como a la nobleza, jueces y jerarquía eclesiástica, existiendo obispos
de los que se sospechaba de estar presentes en las conspiraciones. A pesar de que algunos prelados no habían
realizado juramento, la Iglesia consintió esta norma en el Concilio VII de Toledo (646).
Los obispos decretaron la privación del cargo y la excomunión de los clérigos que cometieran crímenes que
penaba la ley, recordando la obligación de respetar el juramento de fidelidad al monarca. La ausencia regia en este
concilio hizo a pensar que Chindasvinto no daba valor a las decisiones político-religiosas de las asambleas
eclesiásticas, confiando más en la legislación civil. Este comportamiento, respondía a una “laicización” de su
política, habiendo tensiones con la Iglesia, ya que intentó imponerse con la utilización de la legalidad. Así, se creó
ley que sancionaba a los obispos que no fueran a las citaciones judiciales (Lex Visig., II, 1, 19) y otra que negaba el
derecho de asilo a la Iglesia en caso de homicidio o prácticas mágicas (Lex Visig., VI, 5, 16). En ocasiones mostró
su firmeza ante la jerarquía eclesiástica, interviniendo incluso en los nombramientos episcopales. Tuvo precaución
en el nombramiento de obispos que ocuparían las sedes metropolitanas (sobre todo la toledana), lo que le
enfrentaría con Eugenio I de Toledo, obispo que él había nombrado. Parecía que Chindasvinto quería controlar los
puestos eclesiásticos de más autoridad, a la vez que limitaba el poder del alto clero toledano, sobre todo el
adquirido en los últimos tiempos el monasterio de Agali, de donde venían destacados obispos de la sede regia. El
sucesor de esta sede, Eugenio II de Toledo, compuso un poema en forma de epitafio que recogía los principales
vicios que Isidoro atribuía al “tirano”, acusando al de ser impío, injusto e inmoral.
Algunas leyes de Chindasvinto, impulsaron una política de saneamiento de la hacienda regia,
beneficiándose de las confiscaciones a la nobleza levantisca al comienzo de su reinado y de un mayor control en la
recaudación de impuestos. Un ejemplo es la calidad del numerario acuñado durante su reinado, que mejoró en la
ley y peso de las monedas en comparación con épocas anteriores. Con la intención de mejorar el fisco,
Chindasvinto trató de evitar la enajenación del patrimonio regio, frenando la emancipación de siervos por parte de
los funcionarios (vilici) que administraban propiedades de la corona (Lex Visig., V, 7, 15-16), mejorando la
burocracia patrimonial y dando a los esclavos y libertos con cargos de responsabilidad en palacio, equiparable a la
de los hombres libres, testificando en juicios (Lex Visig., II, 4, 4), en beneficio de la monarquía.
Con el poder que la función legislativa daba a la autoridad real, Chindasvinto emitió durante su reinado 98
leyes, que se irían incluyendo en el nuevo código que, a partir de la revisión de los anteriores (principalmente el
Breviarium de Alarico II y el Codex revisus de Leovigildo), redactó Braulio de Zaragoza, prelado convertido en fiel
consejero. Estructuró el borrador de la nueva compilación legal en títulos, pero no lo finalizó, dado que murió en el
651, siendo dicha tarea acabada por los juristas de Recesvinto con la publicación del Liber Iudiciorum. Destaca que
fuera este obispo junto con la nobleza cortesana y parte de la jerarquía eclesiástica de su influencia, quien
aconsejase al rey en el año 649 la asociación de su hijo Recesvinto al trono. En la epístola que Braulio dirigió al
monarca, la razón por la que le manifestó la adopción de esta medida era la de la ayuda que su hijo podía darle
dirigiendo sus ejércitos a modo disuasorio frente a sus enemigos y en defensa de la paz del reino.
era la aprobación de unos decretos que castigaban el mal comportamiento de dos obispos de la provincia. Uno era
Potamio de Braga, siendo depuesto de su dignidad al reconocerse autor de un delito de fornicación. El otro sería
Ricimiro de Dumio, al cual los obispos le acusaban de realizar una mala gestión de los bienes de su iglesia, al haber
sido generoso con las donaciones a los pobres o con la entrega de esclavos y bienes, sin haber solicitado
compensación ello. El concilio derogó estas iniciativas.
Este sería el último de los concilios nacionales durante el reinado de Recesvinto, llegando su gobierno
hasta el año 672, observando el alejamiento entre el rey y la Iglesia conforme el monarca se afianzaba en el trono.
Ni siquiera la legislación antijudía, acercó a ambos. La legislación fue motivada por razones ideológicas y
religiosas. El rey incluiría en su código medidas más severas que las aprobadas por los obispos, eliminando las
causas que le dieran un respiro a los judeoconversos. No había dudas de la piedad del monarca, como en el año
661, que mandó construir en sus propiedades cerca de Palencia, una iglesia consagrada a Juan Bautista, no
ayudando esto para volver a ganar el favor de la Iglesia. Tres años después de su muerte, los obispos reunidos en el
Concilio XI de Toledo (675) lamentaron no celebrar alguna asamblea desde hacía dieciocho años por no disponer
de permiso regio. Es probable que como castigo por la pérdida de su apoyo, Recesvinto prohibiera a la Iglesia
reunirse en concilio en Toledo, ya que en el año 666, permitió que los obispos de Lusitania celebrasen un sínodo en
Mérida, donde se aprobaron cánones del agrado del monarca, como el que permitía que en las iglesias hubieran
oficios velando por su seguridad cuando saliese de campaña con el ejército (canon 3) o el que se le agradecía que
su gobierno se preocupaba de los asuntos civiles y eclesiásticos (canon 23).
La rebelión de Paulo
Al inicio de su reinado, Wamba tuvo que enfrentarse a los vascones en tierras cántabras en la primavera del
año 673. Mientras se dirigía al combate con sus tropas, tuvo conocimiento de una revuelta nobiliaria en la
Narbonense liderada por Ilderico, comes de la ciudad de Nimes, así como el obispo de Magalona, Gumildo, y un
abad llamado Ranimiro. Se hizo ordenar obispo de Nimes usurpando la autoridad del titular, Aregio, que no había
apoyado a los rebeldes, que se hicieron con el control de la región oriental de la provincia. No pudiendo abandonar
el combate en el norte peninsular, Wamba envió al dux Paulo a combatir con los rebeldes, teniendo como resultado
una rebelión en su contra del poder regio. Se dirigió lentamente hacia la Narbonense, ganándose el apoyo del
nobiliario de la Tarraconense. Tales fueron los casos del dux de la provincia, Ranosindo, y de un gardingo llamado
Hildigiso, que dieron ropas al ejército de Paulo. Tras ocupar Narbona, Ilderico y sus aliados se sumaron al caudillo
rebelde, que se proclamaría rey en esta ciudad en una ceremonia que incluía su unción a cargo. Se coronó
utilizando la corona votiva ofrecida por Recaredo a la iglesia de San Félix. Paulo se apoderó de la Narbonense y
parte de la Tarraconense. Reconociéndole como rey, los aristócratas le prometieron fidelidad, iniciándose una
secesion. En la carta desafiante que envió a Wamba, se declaraba como “ungido rey oriental” (Flavius Paulus
unctus rex orientalis), refiriéndose a la narbonense. Posteriormente, Paulo reforzó su posición con acuerdos con los
francos y vascones, que en esos momentos combatían Wamba.
El éxito de Paulo entre los dignatarios visigodos, sobre todo en la parte septentrional del reino, se debió a
su capacidad para aunar voluntades y a su prestigio entre la aristocracia, además de su proximidad al poder en la
corte toledana. Ostentaba el cargo de dux. Existe la posibilidad de identificarlo con el Paulo que asiste a los
Concilios VIII (653) y IX de Toledo (655), distinguido como vir illuster y como miembro del Officium Palatinum,
ocupando el cargo de comes notariarum. Formaría parte del grupo de confianza de Wamba.
Con la rápida victoria sobre los vascones, el rey se dirigió hacia los Pirineos, conquistando Barcelona y
Gerona. En Barcelona derrotó a parte de los dirigentes de la revuelta, entre ellos clérigos y un tal Euredo, quizá el
mismo que en calidad de comes y miembro del Officium Palatinum, asistió al Concilio VIII de Toledo (653). Las
siguientes operaciones de Wamba, que incluían actos de rapiña, fueron rápidas, tomando Narbona, Béziers, Agde y
Maguelonne. Tras los combates, Nimes cayó en manos del ejército de Wamba. A petición del obispo de Narbona,
los cabecillas de la sedición no fueron ajusticiados en ese momento, siendo juzgados por faltar al juramento de
fidelidad y condenados como traidores con penas (exceptuando la ceguera) que, según el canon 75 del Concilio IV
de Toledo (633) y la ley de Chindasvinto sobre los usurpadores y sediciosos (Lex Visig., II, 1, 8), implicaban la
decalvación, la pérdida de derechos, la confiscación bienes y el sometimiento a la servidumbre regia.
Con el regreso de Wamba a Toledo, adoptó el comportamiento de los emperadores romanos que habían
obtenido la victoria en el campo de batalla. Accedió a la ciudad regia majestuosamente, apareciendo sus enemigos
en la procesión de su triunfo: encadenados, decalvados, afeitados, descalzos, sucios, etc. El desfile lo abría Paulo,
que llevaba una cinta de cuero negro en la cabeza, a modo de diadema real que había intentado usurpar. La
celebración del triunfo sirvió al rey para afianzar su posición y para advertir de futuras conspiraciones y conjuras.
Regulación militar
Tras la rebelión de Paulo, Wamba promulgó el 1 de noviembre del año 673 una ley para reforzar la
estructura militar del reino al servicio de la corona y frente a los enemigos (Lex Visig., IX, 2, 8). La primera parte
del texto iba dirigida a la obligada participación en la defensa del reino frente a los enemigos de los jefes militares
—duces, comites, thiufadi, vicarii y de los obispos y clérigos, así como personas libres, ya fueran nobiles,
mediocriores o viliores, que residieran en regiones amenazadas, con diversas penas para los mismos. La segunda
parte del texto habla de las rebeliones internas, estableciendo obligaciones y penas para quienes ignorasen el
mandato real, con el destierro y de confiscación de bienes también para obispos. Los nobles y eclesiásticos se
dirigían al rey con sus comitivas privadas, lo que muestra que en estos momentos el ejército al servicio del monarca
no podía enfrentarse en solitario a agresiones de tamaño medio. La salvaguarda del trono y del reino dependían de
tropas formadas por gentes que estaban bajo la autoridad de los potentiores.
Esta ley militar de Wamba, como la posterior de Ervigio, aclaraba que el ejército visigodo se componía
sobre todo de unidades próximas al monarca, además de las dependientes de los grandes propietarios laicos y
eclesiásticos, que respondían a los intereses particulares de quienes las dirigían.
ratificado rápidamente en el Concilio XII de Toledo (681). En este concilio se redujo las penas a los condenados de
incumplir la anterior ley militar, entregándoles sus antiguos derechos y dignidades (cánones 3 y 7). A comienzos
del reinado de Ervigio, promulgó una nueva ley militar, similar a la de Wamba, pero que disminuía las
obligaciones exigidas a los nobles, así como los castigos para quien lo incumpliese (Lex Visig., IX, 2, 9). Sabiendo
que los señores aportaban pocos efectivos al ejército del rey, Ervigio estableció la exigencia de al menos una
décima parte de sus servi, término que designaba a esclavos y libertos y dependientes libres de inferior condición
que estaban bajo patrocinio de los nobles. La ley, también excluía a los eclesiásticos del servicio militar.
En el reinado de Ervigio, la Iglesia se recupera del autoritario gobierno de Wamba. Ervigio reconoce el
derecho de asilo para las iglesias, consolidando la legislación antijudía anterior (canon 9), que Wamba no le prestó
atención, reforzándose con nuevas leyes, en las que se tenía intención de colaborar en la lucha contra la religión
judía y los judeoconversos, que traicionaban la fe cristiana. Los obispos vigilaron el comportamiento de las
autoridades civiles, sobre todo de los jueces. La figura episcopal recuperaba poder, que había decrecido en los
últimos tiempos. Por el contrario, padres conciliares legitimaron el acceso de Ervigio al trono, a la vez que daban
por bueno el procedimiento por el que Wamba era apartado de este. no existía ningún impedimento para que el
nuevo monarca fuese ungido.
En el Concilio XIII de Toledo (683) el rey se sirve de los obispos para completar la reconciliación con la
nobleza y la Iglesia. Su primer canon recuperaba la capacidad de testificar como la dignitas a los participantes de la
rebelión de Paulo, e incluso a los declarados reos de alta traición desde la época de Chintila. Los obispos aprobaron
la devolución a los rebeldes de los bienes confiscados que aún pertenecían al fisco real o a la corona, siempre que
no fueran donados a terceros, ni cedidos en estipendio como recompensa. Con un nuevo decreto recogido en el
segundo canon, el concilio daba garantías procesales para evitar que los grandes del reino fuesen relevados de sus
cargos y bienes cuando se dieran acusaciones de alta traición; los juicios serían públicos ante tribunales formados
por individuos con el mismo rango que el acusado, el cual no podía ser encarcelado ni torturado para que confesara.
Si el rey no cumplía esta norma, sería anatematizado y la sentencia sería invalidada.
Los obispos prohibieron a los siervos o libertos de origen privado, ocupar cargos en el Officium Palatinum,
ya que era una deshonra para la nobleza que los que habían sido siervos, tuvieran cierta autoridad en sus señores.
Se quería frenar la “profesionalización” de la burocracia del reino. Estas medidas serían impuestas por la asamblea
conciliar a la corona, no figurando en el tomo regio que Ervigio presentó a los obispos. Otras disposiciones que
beneficiaban a los miembros de la aristocracia visigoda serían iniciativa del monarca, siendo un ejemplo la
condonación de los impuestos no pagados con anterioridad al primer año del reinado de Ervigio (canon 3). A
cambio, el concilio compensaba esto con una sanción canónica, extendiendo la inviolabilidad regia a toda la familia
del monarca y sus bienes, prohibiendo el destierro o la tonsura a los varones para excluirlos de la sucesión, además
de la imposición del hábito religioso a la reina viuda, hijas o nueras (canon 4).
los rebeldes llegaran a controlar la sede regia, dado que se conserva una moneda acuñada en la ciudad de Toledo
por un tal rey Suniefredo, quizás el mismo comes scanciarum et dux que firmó las actas del Concilio XIII de
Toledo. La rebelión se sofocó dos años después. El Concilio XVI de Toledo (693) juzgó a Sisberto, siendo privado
de sus bienes y castigado con el exilio. Esta condena afectó a otras sedes episcopales, obligando al traslado de
miembros de la jerarquía eclesiástica. Egica, ordenó llamar a Félix, obispo de Sevilla, para ocupar la sede de
Toledo, siendo el metropolitano de Braga trasladado a la capital hispalense y el de Oporto ocuparía la sede de
Gallaecia.
Los obispos ratificaron en este concilio las penas decretadas por el rey a los participantes en la revuelta,
reiterando la inviolabilidad de la figura regia, elegida por Dios y ungida por la Iglesia y el respeto al juramento de
fidelidad (cánones 9 y 10). El monarca utilizó al concilio para reforzar su posición, creando una norma que
excluyera de todo cargo y la privación de los bienes al que intentara acceder al trono ilícitamente, urdir un complot
o atentar contra la vida del rey. Los obispos sometieron a los culpables a la hacienda regia en servidumbre,
facultando Egica para dictar medidas de gracia. Ningún descendiente de los traidores podría recuperar bienes
confiscados por este delito. La infidelidad contra el rey y la patria sería castigada con sanciones religiosas. Nobles y
obispos, fueron obligados a jurar protección a la familia del rey, mencionándose a la reina Cixilo, con la que el
monarca pudo haberse reconciliado para recuperar apoyos tras la revuelta de Sisberto.
Esta tentativa de conjura permitió a Egica publicar dos importantes leyes para afianzar su autoridad. En la
primera prohibía realizar juramentos a personas que no fueran el rey, castigando a los que no respetaran esta norma,
con penas similares a las de crímenes de alta traición (Lex Visig., II, 5, 19). Por la Crónica mozárabe del año 754 se
sabe que Egica persiguió a nobles por no cumplir la ley, siendo algunos condenados a muerte, enviados al exilio,
perdiendo sus bienes, rango y cargos en el Officium Palatinum. El Concilio XVI de Toledo (693) presenta una lista
de dignatarios renovada, lo que habla de la purga. La segunda ley trataba sobre una regulación de la forma de
prestarse en el juramento de fidelidad debido al monarca. Los dignatarios palatinos (gardingi, duces y comites)
debían jurar ante el rey, mientras que el resto de los hombres libres, ante funcionarios, discussores iuramenti,
recorriendo el territorio con este fin. Quienes incumpliesen la ley serían castigados con la confiscación de bienes,
que pasarían a disposición del monarca (Lex Visig., II, 1, 7).
El Concilio XVII de Toledo (694) volvió a hablar sobre la necesidad de garantizar la protección de la
descendencia regia, sobre todo el patrimonio. El reconocimiento del disfrute de las riquezas donadas al rey, hacia
inservible la distinción establecida en época de Recesvinto entre los bienes de la corona y los del monarca. Egica
dio mayor poder económico a la familia reinante frente al resto de la aristocracia, tratando de que la corona no
saliese de la misma. Para asegurar esto, el rey asoció al trono a su hijo Witiza (698/702-710) en el año 698, siendo
ungido dos años después, algo insólito. La unción tenía la misma sacralidad a la figura regia asociada al trono que
la del monarca, haciendo que la gratia Dei se perpetuara de forma hereditaria.
A partir del 694 no se dispone de actas conciliares, y la corregencia (ca. 698-702) no se presenta ante
nuestros ojos con tanta nitidez. Según la Crónica mozárabe del año 754, los reyes tuvieron situaciones críticas
debido a la aparición de pestes y hambrunas, dificultando el orden social. Al poco tiempo de haber sido asociado al
trono, Witiza fue enviado a Gallaecia, estableciéndose en Tuy. Se desconoce la razón de esto, pero es probable que
tuviera relación con alguna protesta social o problema surgido en la región noroeste del reino. En el año 701,
ambos monarcas abandonan el palacio huyendo de la peste (Chron. Muz., 41) y una ley sobre esclavos fugitivos
promulgada en Córdoba antes de la muerte de Egica a finales del año 702, sabemos que ambos se encontraban en
dicha ciudad (Lex Visig., IX, 1, 21). Esa ley habla de la mala situación que atravesaba el reino: la huida de esclavos,
favorecida por la solidaridad campesina con los fugados, parecía algo generalizado.
El desdichado Rodrigo
Con la muerte de Witiza en el año 710, la elección de Rodrigo (710-711) como nuevo monarca respetó el
procedimiento legal. Los parientes de Witiza querían continuar la dinastía con sus hijos y retener el patrimonio de
la corona, ofreciendo cierta resistencia que llevaría a una guerra civil.
En la Crónica mozárabe del año 754, se hace referencia con la expresión intestino furore confligetur
(Chron. Muz., 54), en el que se produjo la invasión musulmana. Los árabes, que a finales del siglo VII habían
vencido a los bizantinos y sometido a los bereberes del norte de África, vieron en la guerra civil visigoda la
oportunidad de seguir su expansión en el Mediterráneo occidental.
En julio del año 710, se produjo una incursión en la península, dirigida por un tal Tarif, que parece ser una
especie de exploración para ver el éxito que pudiera tener una acción bélica. En la primavera del año 711, Tariq
ibn Ziyad, invadió Hispania al frente de numerosas tropas, estando el rey Rodrigo combatiendo a los vascones en
el norte de la Península Ibérica. Al conocer la noticia de la invasión musulmana, reunió un ejército y se dirigió
hacia a su encuentro. La batalla decisiva tuvo lugar, según las fuentes árabes, en wadi Lakka, topónimo identificado
con los ríos Guadalete o Barbate, actual Cádiz.
Según la Crónica mozárabe, Rodrigo, fue abandonado por sus tropas, siendo derrotado y muerto en el
combate. Además de la traición, el ejército, formado por comitivas privadas guiadas por señores con sus propios
intereses, no pudo dar resistencia a las tropas musulmanas, lo que no significa que los invasores encontrasen un
reino debilitado. La representación pictórica de Rodrigo (Roderikos), junto a otros reyes vencidos en actitud
suplicante, en Qusayr ‘Amra (Jordania), construidos entre los años 720 y 724, hacen ver esta conquista por los
musulmanes como una gran gesta, sobre todo con la conquista del thesaurus. La pérdida de este tesoro, símbolo del
regnum y fundamento de la fuerza política sobre la que se asentaba la monarquía, no posibilitó restablecer el poder
visigodo, lo que se observa en los fallidos intentos de la aristocracia que sobrevivió a la batalla de Guadalete.
Con la muerte de Rodrigo, un tal Agila, acuñó moneda como rey visigodo en la región nororiental del
reino. Es posible que dicha zona se fraccionara en dos durante el reinado de Rodrigo, o que Agila fuera elegido en
dicho lugar, tras conocerse la derrota y muerte del legítimo rey. Su reinado fue efímero, ya que los musulmanes
llegan a la Narbonense en el 714, cerrando historia política del reino visigodo.
El proceso de conquista
Los invasores avanzaron rápido, y una vez que acabaron con el ejército visigodo en la batalla de Guadalete,
Tariq se hizo con las principales ciudades béticas. La sede regia fue ocupada sin resistencia, colaborando en ello un
tal Oppas, obispo de Sevilla
y hermano de Witiza
(Chron. Muz., 54). No era
la primera vez que la
facción nobiliaria ayudaba
a los musulmanes, como
con la toma de como
Sevilla, Córdoba o Mérida,
ofreciendo gran resistencia
esta última, siendo tomada
tras un duro y largo asedio.
Sus habitantes conservaron
sus leyes, religión y
propiedades, así como sus
magistraturas locales. Se
confiscaron las posesiones
de los huidos a Gallaecia y
las de la Iglesia. Sus
habitantes pagaron tributos
impuestos sin excepción al
ser población no
musulmana. La conquista
del reino visigodo en poco
más de dos años se debió
sobre todo a los éxitos militares de un ejército muy superior al formado por comitivas privadas. La política de
pactos que impulsaron los musulmanes con aristócratas godos que tenían importantes cargos militares y
administrativos, favoreció el dominio musulmán en la Península y la rápida asimilación de la población tras la
desaparición del poder central visigodo.
Además de las referencias de pactos en nuestras fuentes, se cuenta con el texto conservado de uno de ellos.
Es un pacto de buena vecindad firmado en el año 713 por el noble visigodo Teodomiro, comes o dux que
controlaba un amplio territorio en el sudeste peninsular, con ‘Abd al-Azîz, lugarteniente de su padre, que se
encontraba ocupado con el sitio de Mérida. Con este pacto, el dignatario visigodo mantuvo su autoridad sobre una
extensa área territorial con centro Aurariola (Orihuela) y que comprendía a otras cinco ciudades: Lucentum (Alica
nte); Eliocroca (Lorca); Valentila, Mula, Elotana (Hellín o Elda), Bigastrum (Cehegín) e Ilici (Elche). Es probable
que se trate del mismo territorio que habla una fuente del siglo VII, Cosmógrafo de Rávena identifica con una
provincia llamada Aurariola. Teodomiro ocupó un cargo territorial en esta región desde la época de Witiza, siendo
él quien rechazó en el 698 una incursión de bizantinos procedentes de Cartago, de donde los habían expulsados los
musulmanes.
Las cláusulas del pacto son transmitidas por fuentes árabes, aunque el anónimo autor de la Crónica
mozárabe conocía también su existencia. Era un tratado de sumisión en el que la parte conquistada se colocaba en
una situación clientelar a la autoridad musulmana, comprometiéndose esta a respetar la organización político-
territorial existente en la zona al amparo de Alá y el Profeta. A cambio, reconocida su “autonomía”, Teodomiro y
los habitantes del territorio eran sujetos a una tributación anual, en dinero y en especie, además de una serie de
condiciones, como la obligación de asumir como propios los enemigos de los musulmanes, denunciando a quienes
en ese territorio se opusieran a su autoridad, además de ayudar a la conversión de sus habitantes al islam. Existe la
posibilidad que los términos del pacto tuvieran una promesa de fidelidad hacia los invasores con una posible
renovación para las siguientes generaciones. Teodomiro transmitió a su hijo Atanagildo el cargo con estas
condiciones pactadas, pero el paso del tiempo hizo que las circunstancias cambiaran y que estos pactos perdieran su
utilidad para las autoridades musulmanas, no impidiendo que las antiguas familias nobiliarias visigodas se
adaptarán a las nuevas estructuras de poder, e incluso se convirtieran al islam. Un ejemplo de esas familias que,
asentada en el valle del Ebro, llegó a formar una dinastía: la de los Banû Casi.
En la expansión por la Península no se pudo establecer pactos, debido a la resistencia de muchas ciudades,
por lo que los conquistadores impusieron duras condiciones a las poblaciones sometidas, como Zaragoza o
Córdoba, donde los hombres que defendieron la ciudad fueron ejecutados y sus mujeres e hijos esclavizados. La
información de las fuentes de origen cristiano y árabe, en relación a la penetración musulmana en el norte y
noroeste peninsular es imprecisa. La resistencia de la población goda en zonas alejadas del epicentro del poder
invasor fue más dura. Tras las primeras acciones militares, sus habitantes se organizaron formando el núcleo de los
futuros reinos cristianos.
La población visigoda que quedó en el territorio dominado por los musulmanes sería sometida a un
impuesto de capitación (gizya) para mantener sus costumbres y religión. Las “gentes del libro”, cristianos y judíos,
pasaron a ser dimmíes o protegidos por Alá. Parte de la jerarquía eclesiástica se exilió para no soportar el yugo
musulmán, como Sinderedo, obispo de Toledo que huyó a Roma en el año 712, Otros obispos como Oppas,
ayudaron al invasor a negociar una convivencia pacífica, o se adaptaron sin renunciar a su ministerio pastoral. Las
comunidades mozárabes mantuvieron el cuerpo legislativo visigodo, así como la cultura eclesiástica a través de la
liturgia y la literatura teológica. Los textos latinos mozárabes (Corpus Scriptorum Muzarabicorum) fueron de
importancia en la cultura latino-goda con la tradición posterior de carácter medieval.
La inestabilidad social, reflejada en la ley de Egica y Witiza del año 702 contra la huida de esclavos, ayudó
a desestabilizar la estructura social con las relaciones de dependencia entre población servil y sus señores. En el
siglo VII, los obispos reunidos en el Concilio VIII de Toledo (653) señalaron la necesidad de evitar rebeliones
políticas que perjudicaban al reino. La población servil se mostró indiferente a las circunstancias políticas
provocadas por la invasión, no queriendo colaborar en la defensa del reino. La minoría judía tampoco tenía motivos
para ayudar al Estado, existiendo la posibilidad de que colaboraran con los invasores. Incluso, hay fuentes
musulmanas hablando de los judíos en guarniciones de vigilancia de las ciudades recién conquistadas.
A) El Poder Regio
(636), Chintila fue elegido según la reciente norma aprobada. Pero entre los siguientes reyes, solo se repite la
elección con Wamba (672), ya que los demás legarían el poder regio a través de su antecesor.
La unción regia
El proceso de sacralización de la realeza visigoda, iniciado con la conversión de Recaredo, llegó de forma
definitiva en la ceremonia de la unción regia. Era un acto sacramental en el que se aplicaban los santos óleos sobre
el nuevo rey nombrado por la voluntad divina (electum a Deo, según Lex Visig., III, 5, 2). Su origen estaría en el
modelo bíblico de la unción de los reyes del Antiguo Testamento, aunque su aparición en el mundo visigodo fuera
herencia tardorromana, en la que el gobernante actuaba como depositario del poder ante su pueblo por voluntad
divina. La unción real era un rasgo peculiar de la monarquía visigoda y la evidencia de la influencia de la Iglesia en
el ámbito político. Sería imitada en otros reinos, como los francos.
Se desconoce el momento en que la unción regia se impuso en la ceremonia de “coronación” del monarca
visigodo. Es posible que se introdujera cuando fue entronizado Sisenando (631), en la ceremonia. El canon 75 del
Concilio IV de Toledo (633), primera referencia expresa en las fuentes a la unción real, manifiesta que la
ceremonia ya existía antes. Al ser revestido el rey de sacralidad, los padres conciliares asumen la obligación de
protegerle, amenazando con la excomunión a los que intentaran quitarle la corona, estando las Sagradas Escrituras
para reforzar su advertencia a través de la palabra divina: “No toquéis a mis ungidos” (Nolite tangere christos
meos) y “¿Quién extenderá la mano contra el ungido del Señor y será inocente” (Quis extendet manum suam in
christum Domini et innocens erit?). Los atentados contra el monarca y la Providencia, despertaría la ira de Dios.
Julián de Toledo (679-690) habla de la ceremonia de la unción regia en el rey Wamba (672-680). Se
realizaba en Toledo, con el pueblo y de altos dignatarios civiles y eclesiásticos. Investido con la indumentaria regia,
el nuevo monarca, de rodillas, recibió del obispo Quirico (667-680) el sagrado óleo, el cual fue derramado sobre su
cabeza, a la vez que se bendecía, quedando protegida la dignidad real. Con la falta de las virtudes exigibles en un
buen gobernante (humilitas, moderatio, iustitia, pietas erga subditos e indulgentia) o, si a juicio de los obispos, el
rey incurría en despotismo o perjudicaba a la Iglesia, quebrando el consenso obtenido, la unción regia podía ser
revocada por el concilio. La jerarquía eclesiástica podía participar para derrocar al monarca, retirándole su apoyo y
legitimando a otro candidato más conveniente. Esto es lo que parece que sucedió con Ervigio, el sucesor de
Wamba.
Juramento de fidelidad
El juramento, obtuvo su fuerza vinculante del carácter sagrado que lo envolvía. No hubiera tenido valor si
no hubiese encontrado su fundamento en la fides cristiana. El juramento aparece en las fuentes como prueba
jurídico-religioso en la que una persona garantizaba una declaración, probaba la existencia o inexistencia de un
acontecimiento, o la verdad o falsedad de una acusación, sometiéndose a penas judiciales y al castigo divino.
Considerado como sacramentum, la fuerza del juramento tenía gran autoridad espiritual. Como figura en el
Concilio IV de Toledo (633), no es extraño que los monarcas hiciesen uso del juramento de fidelidad para reafirmar
su poder mediante un vínculo de carácter sagrado. Este vínculo, relacionado con el concepto de fides cristiana,
evocaba el compromiso bautismal y convertía al juramento en signo de adhesión y pertenencia a la Iglesia. Con el
perjurio, se cometía sacrilegio, además de profanarse la Iglesia (quam periurio profanauerit). El juramento de
fidelidad creaba una unidad entre la fides religiosa y la fides política, la ruptura del mismo conllevaba para el
infidelis la excomunión y la exclusión de la iustitia y de los derechos civiles, reservados a los fideles, a los que
vivían según la fe cristiana.
Antes del siglo VII no hay información segura sobre la exigencia del juramento de fidelidad al rey entre los
visigodos, pero por Jordanes, se sabe que antes de morir, Teodorico el Grande obligó a los jefes ostrogodos a
prestar juramento a su nieto y sucesor Atalarico (526-534). La noticia es de una época de afinidad entre ostrogodos
y visigodos, el hecho del juramento no parece extraño para ninguno de los dos pueblos. Con Gregorio de Tours, se
sabe que, una vez doblegado, el rey suevo Mirón fue obligado por Leovigildo a prestarle juramento de fidelidad. La
mención del compromiso de fidelidad al rey como sacramentum en el Concilio IV de Toledo hace pensar que se
trataba de una costumbre entre los visigodos. Los padres conciliares advirtieron de consecuencias que tendría para
el reino la falta de la fidelidad prometida al rey mediante juramento, insistiendo en la consideración del perjurio
como sacrilegio, pues quien lo cometía, rompía el pacto con el rey y con Dios. El juramento obligaba a respetar al
monarca, favoreciendo la “prosperidad de la patria y del pueblo de los godos” (pro patriae gentisque Gotorum
statu). En los siguientes concilios toledanos V (636) y VI (638), durante el reinado de Chintila, se repite la doctrina
del canon 75 del Concilio IV de Toledo, añadiéndose al juramento de los fideles regum el compromiso de
protección de la vida y bienes de la familia real. La novedad en la postura de los padres conciliares es que al tiempo
que se determina el castigo para los infractores del juramento de fidelidad, se recompensa a los súbditos que lo
hubiesen cumplido.
El juramento de fidelidad tendría la atención preferente de los reyes visigodos. Según la Historia Wambae
regis, el juramento en nombre de Dios era una promesa de fidelidad al rey por medio de escritos, conditiones,
firmados por los fideles regum para que no atentaran contra su persona ni su poder. Los dignatarios palatinos
(gardingi, duces y comites) juraban ante el rey, mientras que el resto de los hombres libres, ante los funcionarios
territoriales, discussores iuramenti, repartidos por el reino. Los que se negaban a realizar el juramento eran
castigados con la confiscación de bienes (Lex Visig., II, 1, 7). Según el primer canon del Concilio VII de Toledo
(646), los eclesiásticos estaban obligados, como el resto de los fideles, a prestar juramento de fidelidad al rey,
aunque su incumplimiento estaba penado con la excomunión y pérdida de su honor o de su cargo.
Hay que mencionar que la fidelidad al rey obligaba a los nobles facilitar tropas de sus dominios al monarca
que se lo requiriese.
nominis ipse tui. En el 618, Sisebuto, construyó in suburbio toletano, a extramuros de la ciudad, la iglesia más
importante de Toledo, consagrada a Santa Leocadia.
Los monarcas tenían el título de rex, reservando para el emperador de Constantinopla el de imperator. Este
título aparecía en las monedas y documentos oficiales. Siguiendo la tradición romana, los años se contaban a partir
del acceso al trono del rey, tomando el monarca el título de Dominus Noster, también de origen romano,
reconociendo sus poderes sobre el pueblo y los ministros de la Iglesia. La adopción del cognomen Flavius por reyes
como Recaredo, Recesvinto, Ervigio o Egica, expresaba el deseo de continuidad dinástica de los “segundos
Flavios”, inaugurada por Constantino, primer emperador cristiano. El título princeps, victor, invictus y triumphator,
también de tradición romana, se usaban para los los reyes visigodos, así como las virtudes personales (clementia,
serenitas, amabilitas...) que iban dirigidas al buen gobernante. En cuanto al componente religioso, nacido de la
devoción a la Iglesia y a Cristo (piissimus, gloriosissimus, religiosissimus, amator verae fidei, filius ecclesiae
Christi...), que formaba parte de las titulaciones regias.
Según Isidoro de Sevilla, admirador del gobierno “unificado y romanizado” de Leovigildo, fue este quien
introdujo en la corte la ceremonia que imitaba a la de Constantinopla. A pesar de la importancia que tenía en la
corte bizantina el ritual de la proskýnesis, que se arrodillaba ante el emperador para besar sus zapatos o la orla de su
paludamentum (adoratio purpurae), no hay constancia de que esta reverencia formara parte del protocolo de la
corte. El rey visigodo adoptó rasgos externos de la imagen de un emperador romano, en detrimento de las
tradiciones germánicas, no estando demostrado que fuese por influencia bizantina. La imitatio imperii estuvo
presente en la esfera palatina visigoda, ni que el monarca adoptara formas ceremoniales imperiales, pero posible
que procediesen de la tradición tardorromana y de la influencia de la Iglesia, vinculada a dicha tradición, a través
de rituales litúrgicos del orden episcopal en la corte.
[Nota] [Ver en Anexos las Titulaciones regias en el reino visigodo]
Las reinas
En el Concilio III de Toledo (589), la reina Baddo está junto a Recaredo firmando la declaración de
conversión al catolicismo. La asociación de la gloriosa regina a este acto daba cierta igualdad entre los cónyuges
en el compromiso de fe asumido ante los obispos y la corte. Es probable que Baddo, de confesión católica,
estuviese detrás de la abjuración regia del arrianismo; en las actas figura de su puño y letra la frase: “esta fe que
creí y admití” (fidem quam credidi et suscepi). La reina no estaba habilitada para el ejercicio del poder. La
importancia de las reinas y de las hijas del monarca se limitaba a su participación en políticas de alianzas
matrimoniales. En ocasiones las princesas servían para unir lazos de amistad con reinos vecinos o para que las
reinas viudas dieran “legitimidad” al monarca que accedía de forma dudosa o sin suficientes apoyos. Leovigildo
reforzó su posición tras su matrimonio con la reina viuda de Atanagildo.
El quinto canon del Concilio III de Zaragoza (691) reconoce que las reinas estaban en “el puesto más
elevado del reino desde donde gobernaban sobre todos” (pro apice regni, quem regendo in cunctis tenuerunt), para
corroborar las medidas conciliares que tomaba con anterioridad en caso de que enviudasen. Dado que domina
gentis, había compartido el lecho con el rey, una vez fallecido, los padres conciliares aprobaban medidas para
proteger su vida y la de sus hijos, pero también prohibían volver a contraer matrimonio, recomendándole retirarse a
un monasterio de vírgenes.
B) El Oficio Palatino
Toledo (681) destaca que estos poderosos eran los únicos que podían compartir la mesa con su señor: son los
participes mensae sue (regis). Los miembros del Officium Palatinum actuaban como consejeros áulicos. El rey
Wamba planeaba acciones bélicas con ellos, para acabar con la insurrección de Paulo. Estos consejeros, llamados
optimates y seniores palatii por Julián de Toledo, asisten al rey con su consilium, pudiendo formar parte del
tribunal regio. En otras ocasiones, tienen un papel jurídico relevante, sobre todo en la legislación antijudía. El rey
Sisebuto reconoce en una de sus leyes (Lex Visig., XII, 2, 14) que había sido promulgada omni cum palatino officio
(“juntamente con todo el oficio palatino”).
Normalmente, los nuevos monarcas y los usurpadores procedían del Oficio Palatino. Es probable que
Wamba fuera uno de sus miembros, ya que figura como vir inlustris en el decreto de Recesvinto que se incluyó en
el Concilio X de Toledo (656), sabiendo también que Egica formó parte del Officium Palatinum de Ervigio (680-
687). Uno de los dignatarios firmantes como comites scanciarum et duces (officii palatini) de las actas del Concilio
XIII de Toledo (683), llamado Suniefredo, se sublevaría contra Egica (687-702).
Los más altos cargos del Oficio Palatino del círculo regio poseían el título de comites, no debiendo
confundirse con los comites territoriales. Como se ve en el Concilio XIII de Toledo (683), el comes Toletanus
(conde responsable de la capital regia) también pertenecería al Officium Palatinum.
Los comites officii palatini tenían diversas funciones en el gobierno central. Según el décimo canon del
Concilio VIII de Toledo (653), junto con los obispos, controlaban la promoción regia, la elección de nuevos reyes.
El Concilio IV de Toledo (633), presidido por Isidoro de Sevilla, reconoce la autoridad del rey sobre los
asuntos humanos y divinos (non solum in rebus humanis sed etiam in causis diuinis). El ejercicio del poder en
ambos ámbitos exigía la investidura del monarca con los signos de la majestad regia, además de los que conferían
sacralidad a su persona, como la unción de la Iglesia. Esto llevó a que, desde la época de Recaredo, los obispos no
dejarán al rey gobernar sin que sus decisiones más importantes sean sometidas a la sanción eclesiástica con los
concilios. Esto condicionaba la capacidad de reinar con libertad, añadiendo la influencia y el dominio ideológico y
espiritual, que sobre el monarca ejercían obispos como Isidoro de Sevilla, Braulio de Zaragoza, Ildefonso de
Toledo o Julián de Toledo.
Hay que destacar la imagen de un rey como Sisenando (631-636) presentándose, junto con sus próceres
palatinos, en la iglesia de Santa Leocadia y postrándose en tierra ante la jerarquía eclesiástica para solicitar que
rogase a Dios por él. Así, se sometía a la aprobación de los obispos, normas eclesiásticas que fueron confirmadas y
transformadas en cánones conciliares. Los padres allí presentes advirtieron al pueblo para que no pecase contra sus
reyes: era complicado encontrar colaboración de gobierno más estrecha entre la Iglesia y la monarquía.
Desde el Concilio III de Toledo (589) y hasta el XVIII (702), en tiempos de Witiza, es habitual la
participación en sus sesiones de dignatarios seglares, así como la regulación de asuntos no eclesiásticos que
pudieran interesar a la Iglesia. Las asambleas tuvieron gran importancia política, convirtiéndose en el segundo pilar
del Estado visigodo. En los concilios confluían la potestad del rey y la autoridad moral de la Iglesia. Se le dieron
las más altas funciones normativas del reino, interviniendo en aspectos de ámbito político. Según las actas, los
padres conciliares regularon la sucesión regia con el procedimiento electivo; legalizaron destronamientos y
usurpaciones irregulares de la “corona”; establecieron garantías judiciales para los nobles y jerarcas eclesiásticos;
velaron por la protección de la familia real; instaron al cumplimiento de los juramentos de fidelidad; dictaron
anatemas contra los conspiradores; regularon la condición de los jueces; protegieron los derechos de las personas
(sobre todo de los optimates) frente al monarca; etc.
Estas disposiciones fueron consideradas como leges del reino, siendo insertadas en los cánones conciliares,
pasando muchas a códigos legales. El rey podía sancionar otras normas de gobierno (a veces llamadas edicta), pero
su autoridad era inferior a la de las leges. Los reyes reforzaron la validez de sus normas presentando al Concilio las
de mayor importancia, lo que convertía a la institución conciliar en un instrumento de control político. A esto se
debe la intervención eclesiástica en las revisiones del cuerpo legislativo más importante del reino visigodo: el Liber
Iudiciorum.
Con este sistema legalista, el rey y la Iglesia gobernaron conjuntamente, en el que poder civil de la
monarquía no se entendería sin la autoridad de los obispos. Hay calificar al modelo de gobierno visigodo como
“regnum eclesiástico”. Es significativo que, como dice un documento epistolar de finales del siglo VI conocido
como De fisco Barcinonensi, fuesen los obispos los que nombraron a los numerarii locales encargados de la
recaudación de tributos y fijasen las cantidades en sus circunscripciones. El comes patrimonii se limitaba a
confirmar como válidas las decisiones de dicho procedimiento.
Existieron desajustes en el desarrollo de este modelo. Como hombres poderosos por su condición social,
los obispos compartían con la nobleza las más altas dignidades del reino. Esto llevó a que algunos laicos con cierta
responsabilidad quisieran tener una posición preeminente, ingresando en el alto clero. La Iglesia era contraria a
esto, viendo que las dificultades de la remoción de los que habían alcanzado el episcopado a través de estas
argucias. Era costumbre entre el clero, en la que la desautorización de nombramientos habría provocado un
conflicto en la Iglesia. Algunas de estas personas pertenecían a la nobilitas, y que al prestigio que proporcionaba la
dignidad eclesiástica, unían su condición social privilegiada. Estos jerarcas intervenían en la política, usando la
influencia que les daba el poder episcopal. Actuando como señores territoriales, hubo obispos que participaron en
rebeliones para usurpar el poder regio (Concilio VII de Toledo, c. 1). No sirvió que se exigiera a los miembros de la
Iglesia el juramento de fidelidad al rey.
La participación del obispo Gumildo y del abad Ranimiro en la revuelta del dux Paulo fue significativa. Se
unieron a la insurrección contra Wamba, prestando ayuda militar para reforzar la defensa de Magalona. Además de
los recursos económicos que tenían, la alta jerarquía eclesiástica tenía capacidad de control social que se podía
canalizar en la hacia donde le fuera más favorable. La Iglesia no fue ajena a la dinámica establecida en los vínculos
de dependencia social, reproduciendo las relaciones de poder basadas en el patrocinio que existían en la sociedad
visigoda.
D) Administración Territorial
La división provincial
Aunque no hay documentación específica sobre la organización provincial de la Hispania visigoda, hay
indicios para asegurar que la organización eclesiástica, tomaba como base la división administrativa del reino,
según las demarcaciones provinciales romanas de la dioecesis Hispaniarum. El reino visigodo estaría conformado
por las provincias Carthaginensis, Baetica, Lusitania, Gallaecia, Tarraconensis y Narbonensis (esta última en la
Galia). Las ciudades que habían sido capitales de provincia conservaron en su mayoría, la condición de sedes
metropolitanas.
En las fuentes hay referencias a duces que se encontraban al frente de demarcaciones territoriales que no
correspondían a estas provincias de tradición romana. Serían los casos de Dogilano, dux Lucensis, y de Pedro, dux
Cantabriae. El primero, es nombrado en un manuscrito de la biografía de Fructuoso (cap. 7), pudo ejercer su
autoridad sobre un amplio territorio al norte de la provincia de la Gallaecia, cuyo centro sería la ciudad de Lugo. El
Concilio II de Braga (572) mencionaba la existencia de dos distritos o provincias eclesiásticas en Gallaecia, una
con capital en Braga y otra en Lugo, con sus respectivos obispos. Es posible que, tras la anexión del reino suevo,
esta división se conservara durante todo el siglo siguiente. Respecto al dux Cantabriae, Pedro, personaje coetáneo a
la invasión árabe que aparece citado en las crónicas del ciclo de Alfonso III, pudo tener el control sobre el territorio
fronterizo entre el sur de las regiones cántabra y vascona. Por las fuentes se sabe que existió un distrito provincial
conocido como “Cantabria”, desde el que Wamba combatió a los vascones y cuyo territorio se extendía desde el río
Pisuerga hasta La Rioja. Es posible que la provincia Carthaginensis apareciese dividida administrativamente, al
menos durante el siglo VI, en la Cartaginense y la Carpetana (o Celtiberia), actuando como capital de esta última la
ciudad de Toledo.
[Nota] [Ver en Anexos la division politico-administrativa del reino visigodo]
Cargos provinciales y locales
El dux provinciae era el dignatario de mayor rango en la administración territorial visigoda. Al principio,
sus competencias eran de carácter militar, pero los duces provinciae fueron desplazando a los rectores provinciae,
funcionarios de tradición romana con autoridad civil y judicial. Al partir de la época de Chindasvinto, o incluso
antes, el dux ya asumía las máximas competencias en el terreno civil, judicial y fiscal en la provincia que ejercía su
autoridad, lo que habla del proceso de militarización de la administración visigoda. Algunos nobles de origen
romano a la categoría de dux. Por ejemplo, el caso de Claudius, dux Lusitanae que en época de Recaredo se
enfrentó con sus tropas a los francos (año 589). También se sabe la identidad de otros duces por su participación en
insurrecciones: la Historia Wambae regis hace referencia a Ranosindo, dux provinciae Tarraconensis, que se unió
a la revuelta del también dux Paulo.
Cargos de la administración provincial y local
PROVINCIAE CIVITATES
comes civitatis
vicarius
rector provinciae numerarius civitatis
dux provinciae vilicus
numerarius provinciae thiufadus
tabularius defensor civitatis
iudex loci
curiales
Por debajo del dux se encontraba el iudex o comes civitatis, que se encargaba del gobierno de la ciudad y su
territorio. A nivel local tenía todas las competencias para ejercer su autoridad en la administración de justicia y
recaudación de impuestos, además de funciones de orden público. Contaba con hombres acuartelados en su
praetorium. Los comités civitatum eran nombrados y pagados por el rey. Con el tiempo, este cargo fue haciéndose
hereditario, produciéndose la confusión en la titularidad efectiva del mismo. Algunos comites, excedían sus
competencias para su beneficio: una ley de Recaredo les prohibía apropiarse de una parte de los impuestos que
recababan de la población (Lex Visig., XII, 1, 2).
El comes civitatis era asistido por delegados que actuaban bajo sus órdenes. La documentación oficial
menciona a los vicarii (los funcionarios delegados más cercanos al comes), a los numerarii (funcionarios fiscales),
a los vilici (administradores de fundi), a los thiufadi (que tenían a su cargo la fuerza militar local) y a los defensores
civitatum, una figura de origen tardorromano por la que se canalizaba la defensa de los intereses del pueblo frente a
los poderosos que fueron desapareciendo o perdiendo poder judicial. Los iudices loci (junto con los vilici)
controlaban el territorium adscrito a la ciudad. La institución curial perdió su peso político en el gobierno de las
ciudades. Fueron sustituidos por colaboradores dependientes del comes civitatis, los curiales desempeñaron
funciones menores.
A) Hacienda y fiscalidad
Thesaurus regis visigothorum, tesoro obtenido por los visigodos de su actividad de saqueo en el interior de
las fronteras romanas, incluida la propia Roma (410 d.C.). La parte que no fue perdida tras la batalla de Vouille
(507 d.C.) y el saqueo del palacio de Tolosa, fue conservada por los ostrogodos de Teodorico (reinado 474-526
d.C.) que lo conservaron para cuando reinase Amalarico (reinado 511-531 d.C.), este lo incorporó a su patrimonio
personal, res privata, hasta que a su muerte pasa a considerarse patrimonio de la corona.
Patrimonium, conjunto de bienes públicos de la monarquía procedentes de la incorporación de los
dominios territoriales que con anterioridad al 476 d.C. pertenecieron al Fisco imperial y al patrimonio privado del
emperador, incluye también las tierras abandonadas (bona vacantia) y las expropiadas (bona damnatorum). El
elenco de estos bienes y su regulación quedaron establecidos en las interpretationes introducidas en el Breviarium
de Alarico (elaborado durante el reinado de Alarico II 484–507 d. C.). La distinción entre el Patrimonium y la res
privata del monarca durante el periodo tolosano tendrá apenas relevancia durante el periodo tolesano, mientras que
durante el periodo toledano sería fuente de agrias controversias.
Ingresos y tributación
El soberano del regnum de Toledo, igual que el emperador en el Imperio romano, era el máximo
responsable de todos los ámbitos de la organización estatal, incluido el sistema tributario y es a partir de los
reinados de Leovigildo (569-586) y Recaredo (586-601) cuando se constata que los reyes poseen competencias en
materia fiscal [Nota 1]. Los ingresos eran necesarios para: financiar de las operaciones militares, remuneración de
los funcionarios, sostenimiento de la corte y necesidades suntuarias del ceremonial regio, munificencia y
donaciones en favor de la iglesia.
Ingresos ordinarios
Rentas de los servi fiscales, estos siervos cultivaban las tierras pertenecientes al Patrimonium o a la res privata del
monarca y pagaban un gravamen de naturaleza privada en concepto de cesión para su aprovechamiento.
Impuestos, su tarifación permaneció prácticamente invariable, al desaparecer las indictiones. Si bien las cantidades
venían fijadas en especie podían ser pagadas por su equivalencia en numerario, aederatio, fruto de grandes abusos
pues las cantidades que debían pagarse en especie al Fisco excedían con creces a los precios de mercado.
Impuestos Directos
Capitatio terrena (antigua iguatio o tributum soli), contribución cargada a los pequeños propietarios
(privati possesores) romanos o visigodos de tierras de cultivo, viñedos, casas y esclavos. Como ya sucede
en época tardorromana solían encontrarse bajo el patrocinio de algún senior o de algún alto funcionario, a
quien junto con las cantidades en metálico o especie que le hacían llegar a titulo privado, entregaban el
importe de este impuesto para que llegara a través de estos al Fisco. También se le exigía a los servi que
pagaban por un lado por la cesión de tierras y por otro lado la capitatio terrena. Por tanto, la oligarquía,
goda e hispanorromana, no pagaba, al menos de facto, este tributo.
Capitatio humana, grava a todas las personas, con independencia de la capitatio terrena.
Impuestos indirectos
Tasas aduaneras, (portoria), interiores y marítimas.
Cánones o vectigalia, tasas al tráfico de mercancías
Operae o angariae, prestaciones personales de carácter obligatorio (antiguamente conocidas como munera
personalia) con la que pagaban los possesores para mantener el servicio de postas (cursus publicus).
Penas pecunarias, multas y confiscaciones, que sancionaban los delitos.
Impuesto especial a la comunidad judía, pagada también por los judeoconversos tras la conversión forzosa de
Sisebuto (ca. 616 d.C.). Desde el Concilio de Toledo XVII (694), los bienes judíos pasarían a sus siervos cristianos
si estos se hacen cargo de los impuestos a los que estaban sometidos hasta ese mismo momento.
Otros medios de obtención de riqueza por el estado: Coemptio: Venta obligatoria de determinada
producción al Estado por un precio fijado, generalmente inferior al de mercado.
Impuestos y circulación monetaria
La acuñación es un derecho exclusivo del rey y signo de su poder, prohibido con duras penas la acuñación
de numerario a particulares [Nota 2]. A partir de Leovigildo (reinado 568-586 d.C.) solo se acuñaron piezas
fraccionarias de oro, tremisses o trientes que se usaban para hacer frente a gastos de tipo suntuario y como
atesoramiento entre las clases dirigentes y acomodadas del reino. Ausencia de monedas de plata y de cobre,
abandonada su acuñación progresivamente en la segunda mitad del siglo V, solamente se mantendría de manera
marginal en los territorios bizantinos. Curiosamente para la adaeratio se valoraba el impuesto en siliquae, moneda
de plata que no se acuñaba, transformándose paulatinamente en una unidad de cuenta independiente de la moneda
en sí y cuyo valor nominal fue establecido en relación con su equivalencia en oro a partir de determinados pesos y
medidas.
Pizarras visigodas, sirven de testimonio de la actividad económica rural, en la que no es necesaria la
moneda para hacer transacciones, pagos y satisfacer cargas fiscales. Todo ello se realizaba con pagos en especie
tasándose en sextarios [Nota 3] y modios [Nota 4], predios y campos, o numero de animales clasificados según su
edad y sexo, solo en ocasiones son citados términos que aluden directamente a unidades contables del sistema
monetario (solidi áureos, tremisses o uncia de oro) que son referencia contable para tasar los bienes (merces).
B) Derecho y justicia
hace tiempo debido a la constatada romanización del pueblo visigodo, ya desde época muy temprana, y que las
fuentes no hacen referencia alguna a este derecho basado en la costumbre.
Derecho consuetudinario germánico: Los pueblos germánicos no poseían un sistema jurídico como tal, se
guiaban por su derecho consuetudinario conservado por sacerdotes y luego por los ancianos, carente de
sistematización. En el derecho germánico más antiguo encontramos realidades muy específicas: Sippe,
lage, redja, etc. Se trataba de una asociación agnaticia edificada sobre la autoridad patena, comprendía a
todos los descendientes masculinos de un tronco paterno común. Se basaba en la igualdad de derechos de
sus miembros, excluyendo toda enemistad u hostilidad entre ellos, y asegurándoles la venganza y
protección del grupo ante las agresiones externas.
Derecho romano, de su importancia en el derecho visigodo es el Código de Eurico una manifestación
perfecta del Derecho romano vulgar. Es muy probable que la avanzada legislación romana mantuvo su
valor normativo durante gran parte de la época visigoda, esto lo deducimos de por ejemplo una ley de
Recesvinto de mediados del siglo VII que prohibía la aplicación del Derecho romano (Lex visig., II, 1, 10).
De hecho, la influencia del derecho romano será la más importante de las que se vertieron en el
ordenamiento jurídico visigodo, sin olvidar las aportaciones de tipo germánicas que en menor medida
configuraron el derecho visigodo.
Derecho canónico, consecuencia de la intervención de los órganos eclesiásticos en el proceso de
elaboración de la normativa visigoda. Los cánones conciliares adquirieron valor de ley, especialmente
cuando eran confirmados por el monarca a través de una lex in cofirmatione concilii [Nota 7], de la misma
manera era frecuente que las disposiciones civiles redactadas en el Officium Palatinum fueran remitidas a
la asamblea conciliar o que se presentase un tomus regii para que recibiesen la correspondiente sanción
eclesiástica. El derecho canónico visigodo se haya recopilado en la Hispana. Disponemos de varias
versiones, la primera y más importante la Isidoriana realizada por San Isidoro de Sevilla teniendo a la vista
textos de concilios griegos, africanos, galicanos y españoles. Posteriormente aparece la juliana en la que
Julián de Toledo completa la anterior con los cánones de los concilios visigodos posteriores. La última
revisión conocida, la más difundida es la vulgata.
propio texto: aclarar o corregir aquellos puntos oscuros de la legislación que podían ocasionar trabas al desarrollo
de la justicia. Sin embargo, las verdaderas motivaciones del monarca eran de tipo político. Desde el momento en
que comprendió que la población no visigoda de las Galias, galorromana por su origen y católica por su religión,
tendía a anexionarse a los francos, también católicos, trató de atraérsela ofreciéndole una buena compilación de
Derecho romano. El Breviario coexistió con el Código de Eurico en condición de ordenamiento subsidiario, es
decir, aplicable sólo en las materias no reguladas por el texto euriciano. En Hispania, parece que estuvo en vigor
hasta la publicación del Liber Iudiciorum en el año 654.
Los Fragmentos gaudenzianos [Nota 13] .Vigentes 510-536 d.C. Tratan de cuestiones de derecho procesal y
privado, quizás un complemento de una obra legislativa anterior y más extensa. Claro testimonio de la continuidad
del Derecho visigodo en la Galia incluso después de la caída del reino de Tolosa 507 d.C.
Ley de Teudis [Nota 14]. Promulgado el 546 por el rey Teudis (531-548 d.C). Legisla sobre las costas procesales
agregada al Breviario de Alarico.
Codex revisus de Leovigildo. Reformo y modifico la compilación euriciana, suprimiendo leyes en desusos y
corrigiendo otras muchas. No se ha conservado ningún ejemplar de este código, pero conocemos muchas de sus
leyes porque nos llegaron a través de las leyes del Liber iudiciorum con la nota antiqua otras nos llegaron a través
de la Vulgata [Nota 15]. El Codex revisus se acerca a las soluciones romanas, sobre todo en materia de derecho
privado, posiblemente influencia bizantina del sudeste peninsular conserva e incluso incrementa el carácter
germánico de su código, especialmente en lo relativo a las medidas represivas.
Legislación entre el periodo del Codex Revisus de Leovigildo (reinado 572-586 d.C.) y el Liber Iudiciorum (654
d.C.) de Recesvinto (reinado 653-672 d.C.). No se realizó ninguna gran reforma legislativa. Recaredo, Sisebuto y
Chindasvinto promulgaron algunas leyes avaladas por los concilios toledanos.
Recaredo (586-601 d.C.) periodo legislativo confesional católico (589) en el que los concilios
jugaran un papel fundamental en la elaboración de las leyes. Se conservan tres normas:
o Sobre judíos
o Infanticidio
o Recuerdo a los jueces de la obligación de gravar al pueblo con nuevos impuestos
Sisebuto, conocemos dos leyes referentes a la comunidad judía
Chindasvinto, emitió 98 leyes sobre cuestiones diversas, entre las que destaca una NUEVA
[Nota 16] derogación de la ley que impedía el matrimonio entre visigodos y romanos.
Liber Iudiciorum de Recesvinto. Culmina la labor realizada por Braulio de Zaragoza a instancias de Chindasvinto.
Intenta ordenar la legislación visigoda hasta la fecha. Fue encargada al Concilio VIII de Toledo (653) que nombro
una comisión de juristas. Finalizada en el año 654. Recopila las leyes promulgadas hasta ese año por los monarcas
visigodos, incluyendo nuevas leyes del propio Recesvinto. Aquellas provenientes del Código de Leovigildo vienen
precedidas de la palabra antiqua o antiqua enmendata, incluyendo un total de 319 leyes previas a Recaredo, 3 de
Recaredo, 2 de Sisebuto, 98 de Chindasvinto, 89 de Recesvinto y por último 15 capítulos de filosofía política
tomados de las Etimologiae de Isidro de Sevilla. Técnicamente s considerada una obra casi perfecta, con una clara
base romanista, pero también tienen una clara vertiente nacionalista y territorialista, con un marcado carácter
totalitario, pues todo debe juzgarse con arreglo a este libro.
Lex renovata de Ervigio. Ervigio (680-687 d.C.) presento ante el Conclio XII de Toledo su proyecto legislativo.
Profunda revisión del Liber Iudiciorum, al que añade un titulo nuevo formado por 28 leyes dirigidas contra los
judíos, 3 leyes de Wamba y 6 del propio Ervigio, se eliminaron unas pocas normas se corrigieron otras. Objetivo:
aclarar algunas disposiciones oscuras, verdadera motivación favorecer a la iglesia católica, como recompensa por el
apoyo de la iglesia al ascenso de Ervigio.
Modificaciones de los últimos años. El Concilio XVI de Toledo, Égica (687-702 d.C.) planifico una nueva revisión
de la que se desconoce si llego a llevarse a cabo, se añadieron 15 leyes de Égica, algunas de las cuales podrían ser
realmente de Witiza (702-710 d.C.).
Vulgata del Liber.También existieron alteraciones introducidas de manera privada por juristas desconocidos que
modificaron las leyes y añadieron un titulo preliminar sobre el derecho público. El resultado se conoce como la
vulgata del Liber.
su Breviario que sería la aplicación exclusiva para esta población no germánica. Coexistiendo el Código Eurico y el
Breviario hasta el año 654 cuando se establece el Liber Iudiciorum. De acuerdo con esta tesis las leyes visigodas
serian leyes de raza, una legislación propia para su pueblo.
Tesis territorialista. Sostiene que esta legislación era valida para toda la población, resaltan sus defensores la
romanización del Derecho visigodo. El código Eurico por ejemplo, escrito en latín no reconoce ninguna
superioridad de la población goda y esta claramente influenciado por el derecho romano. Existen atices dentro de
esta tesis, para algunos pudieron coexistieron dos realidades jurídicas diferentes en un inicio, pero que rápidamente
cambiaria al fundirse ambas comunidades y legislar los reyes visigodos sobre todos sus súbditos. Otros consideran
que fue así desde un inicio.
Tesis intermedia. Una tercera vía seria la teoría intermedia, el derecho visigodo no tiene carácter territorial ni
persona de una manera rígida, es decir se aplicaría a a la población visigoda ya todos los asuntos surgidos entre los
visigodos y la población latina mientras que el Derecho romano regiría exclusivamente para los hispanorromanos.
No se trataría de un derecho propio de los visigodos, ni de un privilegio del que gozaron ellos pues no tenían
inconveniente en hacer participes de él a los hispanorromanos en los asuntos que incumbían a ambos.
La excepción de los mercaderes. El rey Ervigio en el 681 d.C incluyó en su Codex las leges antiquae que se
aplicaban a los comerciantes de ultramar, estos estaban sometidos a la legislación visigoda cuando había problemas
con los visigodos o hispanorromanos, pero no en el caso de que las disputas se dieran entre ellas, en ese caso se les
aplicaba su propia ley a través de unos funcionarios conocidos con el nombre de telonariii que posiblemente
actuasen como recaudadores de derechos de aduana.
fuesen los del Estado escribiesen o modificasen las normas emanadas del monarca (Liber Iudiciorum, VII, 5, 9).
Por otro lado, su trabajo era esencial también a la hora de dar fe y levantar las actas oficiales de los juicios.
Comes spathariarum
Oficium palatinum
(leg Vis. XII, 2, 4)
gardingos (gardingi)
Tropas
Permanentes
(ejercito
profesional) Comes civitatis (guarniciones de las ciudades y fortalezas
principales)
Comes exercitus o
bien Praepositus
hostis
Comes (contingentes fronterizos)
REX
Dux exercitus Domini regni o nobilis
Hispaniae territoriales (principales
(Vita S. Fructuosi, terratenientes del reino, Thiufadus (Thiufa: 1000
2) tanto laicos como hombres, Leg. Visg. IX,
eclesiásticos) 2,1.4,5,6)2
[NOTA 1]
C) Ejército
Dirección de la actividad militar. El monarca no siempre se ponía al frente de sus huestes ni dirigía
personalmente, en ocasiones siguiendo la tradición romana se delego la responsabilidad de la guerra en hábiles
generales o en sus asociados al trono, consors regni [Nota 18].El triumphus gozo de gran significado en la sociedad
visigoda, exaltación del guerrero vencedor ante un pueblo [Nota 10].
Modelo del ejército visigodo. El ejercito godo en su primera etapa, en la que actuaron como comitatenses
al servicio del imperio frente a vándalos y alanos trataba de seguir el modelo romano, sin embargo, pasados estos
momentos iniciales como foederati ya no estaba configurado por un sistema de tropas organizado, estable, ni
profesionalizado, era dependiente del reclutamiento. De hecho, tras la derrota en Voillé ya no existía ningún
ejercito regular godo, Alarico II se vio obligado a recurrir a su guardia personal. Desde el fin de la regencia de
Teodorico será el rey quien solicite a los señores, fideles, su colaboración para formar cuando fuese necesario un
exercitus con la incorporación de sus dependientes. Leovigildo parece que impuso la costumbre de realizar levas
cada año en primavera, los domini están obligados a contribuir en la formación de tropas reclutadas entre sus
gentes. Una vez constituido el ejército los hombres convertidos en soldados (saiones y buccellari) eran distribuidos
en amplios pelotones.
Organización. La unidad básica era llamada thiufa, la cual era comandada por el thiufadus (similar al
millenarius romano), bajo cuyas órdenes se encontraban el quingentenarius, el centenarius y el decanus. El mando
superior en cada una de las provincias correspondía al dux exercitus provinciae. Ciertamente, en algunas ciudades o
lugares de defensa estratégicos (castra, castella) hubo instaladas guarniciones cuyo aprovisionamiento (annonae)
corría a cargo del comes civitatis, quien estaba obligado a proporcionar cuanto le era solicitado por los annonarii,
erogatores o dispensatores annonarum. Todas estas tropas locales estaban sujetas a la autoridad del comes
exercitus o praepositus hostis, el cual tenía acceso directo al palatium para comunicar al rey cualquier incidencia
desfavorable en el suministro de las raciones estipuladas, de forma que, una vez comprobada la irregularidad, el
comes o el annonarius correspondiente pudiera ser convenientemente sancionado. año 673), se exigía a todos los
súbditos, ya fuesen clérigos o laicos, que se encontrasen dentro de un radio de cien millas (unos ciento cincuenta
kilómetros) del lugar en que se preveía la intervención militar del monarca, acudir rápidamente al combate
acompañados del mayor número posible de sus dependientes, muchos de ellos simples esclavos (Lex Visig., IX, 2,
8).
Reclutamiento. La ley de Ervigio del año 681 complementaba la anterior concretando que todos los duces,
comités y gardingos, ya fueran de origen romano o godo, debían cooperar con el reclutamiento ordenado por el rey
aportando, al menos, una décima parte de sus esclavos convenientemente armados (Lex Visig., IX, 2, 9). No puede
olvidarse, a este respecto, que este tipo de obligaciones militares impuestas a los domini formaba parte de su
juramento «por la salud del rey, del pueblo o de la patria» (in salutem regiam gentisque aut patriae, según
expresión del segundo canon del Concilio X de Toledo del año 656).
[Nota 1] Valverde Castro, M. (2007). Monarquía y tributación en la “Hispania” visigoda: el marco teórico. Hispania Antiqua, (31), 235–252.
[Nota 2] Los usurpadores acuñaron su moneda para otorgarse legitimidad, Hermenegildo durante 580-584 d.C. (contra Leovigildo 568-586
d.C.) o Suniefredo 692-693 d.C. (contra Egica reinado 687 – 702 d.C.)
[Nota 3] Medida antigua de capacidad para líquidos y para áridos, sexta parte del congio y decimosexta del modio.
[Nota 4] Medida para áridos que usaron los romanos y equivalía aproximadamente a 8,75 l.
[Nota 5] Heredero del antiguo comes sacrarum largitionum.
[Nota 6] De fisco Barcinonensi («Concerniente al fisco Barcelonés») es una carta (epístola) de un grupo de obispos de la provincia de
Tarraconensis en el Reino visigodo a los agentes del tesoro en Barcelona. Fecha desconocida en torno al 592 d.C.
[Nota 7] Sería el caso de los Concilios III, XII, XIII, XV, XVI y XVII de Toledo, no nos consta que gozasen expresamente de dicha
confirmación real los Concilios IV, VI, VII, VIII y X de Toledo, como tampoco los que tenían carácter provincial. A pesar de eso por su
importancia política las normas canónicas emanadas de los concilios toledados siempre adquirieron rango legal.
[Nota 8] Se trataría realmente de un edicto, solo los emperadores podían redactar un código.
[Nota 9] No fue derogado por el Breviario de Alárico contrariamente a lo que se suele pensar.
[Nota 10] «en su reinado, los godos empezaban a tener leyes escritas, pues anteriormente se regían sólo según sus usos y costumbres»
(Historia Gothorum, 35: sub hoc rege Gothi legum instituta scriptis habere coeperunt, nam antea tantum moribus et consuetudine tenebantur)
[Nota 11] Versión vulgar extractada de sus instituciones
[Nota 12] Estas interpretaciones constituyen una de las fuentes más importantes y fidedignas para el conocimiento del Derecho romano
vulgar, especialmente el civil.
[Nota 13] Encontrados por A. Gaudenzi, en un manuscrito de la Biblioteca Holkham y posteriormente aparecieron en otro de la
Vallicelliana, en Roma.
[Nota 14] Descubierta por R. Beer en 1887 en un Codex Palimpsesto de la Catedral de León.
[Nota 15] Versión alterada del Liber que comenzaron a componer juristas anónimos a partir de finales del siglo VII.
[Nota 16] Ya había sido despenalizado por Leovigildo
[Nota 17] En origen del Dux y del Comes eran cargos estrictamente militares, pero con el tiempo adquirieron funciones de carácter civil, sin
llegar a abandonar su primitiva jurisdicción militar.
[Nota 18] Es por ejemplo el caso del dux Teudisclo futuro sucesor del rey Teudis que recibió el encargo de enfrentarse a los francos en el
año para frenar su incursión sobre Zaragoza. También el de Leovigildo que confiaría el mando de sus tropas a su hijo Recaredo. Recaredo
haría lo propio con el Dux Claudio. También de Chindasvinto que convencido por los obispos colocaría a su hijo Recesvinto como sucesor y
al mando de las tropas. También es el caso Wamba que coloco a su sucesor, el dux Paulo, al frente de sus tropas.
[Nota 19] Normalmente representado ante su enemigo humillado, en harapos y sometido a la decalvatio, caso de Wamba derrotando al dux
Paulo, subyugado por quien era superior en fuerza y dignidad, rodeado de los términos victor o victoria.
A) Sociedad Hispano-visigoda
Hispanorromanos. Se estiman en torno a los ocho y doce millones, la mayor densidad hispanorromana se
localizaría en las provincias hispanas más romanizadas, especialmente en la bética, la pervivencia de las grandes
familias hispanorromanas aparece reflejada en el mantenimiento de términos como senatores u honorati e la
legislación visigoda que designaban a los consejeros de las ciudades en el Breviario alariciano (506 d.C.). La
aristocracia romana se adaptó a la ocupación visigoda, ya en la segunda mitad del siglo VI asumen tareas en cargos
gubernamentales e incluso militares [Nota 1].
Ascendencia visigoda. Se estiman unos 100.000-200.000 individuos. Se asentaron inicialmente en el área central
de la Meseta castellana, la distribución de la mayor parte de la población visigoda en torno al centro peninsular y a
la Meseta septentrional debe ponerse en relación sobre por el abandono progresivo de la vestimenta propiamente
goda y la paulatina adaptación a una nueva indumentaria, que se acompañaba de otros diferentes objetos de adorno
personal. También en otras regiones hispanas tenemos noticia de población goda, como atestiguan los
enterramientos, como la Bética (entre Brácana y Marugán, Granada) [Nota 2].
Comunidades orientales. Compuesta fundamentalmente por individuos y familias de origen sirio y griego. Estas
comunidades vivían sobre todo en centros urbanos con puerto marítimo o fluvial que posibilitara la actividad
comercial internacional a la que mayoritariamente se dedicaban. Por sus manos pasaban las suntuosas mercancías
(sedas, lino, marfiles, papiros, algodón, vidrios, púrpura, especias, etc.) procedentes del Oriente mediterráneo y del
norte de África destinadas a satisfacer la constante demanda de la corte real y de los miembros de la aristocracia y
altas jerarquías eclesiásticas del reino. Ciudades de la Bética como Hispalis, Astigi (Écija) o Corduba, favorecidas
por el intenso tráfico fluvial del Guadalquivir, contaban con prósperas comunidades de orientales.
Población africana. En determinados momentos el reino visigodo recibía flujos de población africana, incluso en
la época en que aquella región se encontraba bajo el dominio bizantino. Como consecuencia del paulatino aumento
de la presión musulmana en el norte de África tales flujos parecen haberse intensificado especialmente a partir de
mediados del siglo VII. es probable que la mayoría de ellos se instalase en los núcleos urbanos donde la pluralidad
de los grupos étnicos era más acusada. [Nota 3]
Judíos. Si bien la dedicación a la actividad comercial era muy importante su arraigo en Hispania desde época
inmemorial y su perfecta adaptación a las costumbres y comportamientos propios de la sociedad tardorromana,
habían favorecido la diversificación de sus ocupaciones y, sobre todo, su condición de miembros de una sociedad
que, salvo por sus peculiares creencias religiosas, en nada se diferenciaban del resto de la comunidad ciudadana en
la que se encontraban integrados. A pesar de ello, fueron objeto de discriminación y persecución constante a lo
largo de toda la época visigoda tomándose drásticas medidas que en vano fueron tomadas contra ellos, merecerán
una atención especial en capítulo aparte.
Idioma. Después de tanto tiempo viviendo en estrecha relación con los romanos, al menos desde la época de sus
primeros avances sobre las fronteras danubianas y tras su posterior asentamiento en la Gallia, los godos que
llegaron a Hispania probablemente apenas conservaban unas pocas palabras de su lengua original. De hecho, su
nivel de aculturación romana era ya muy acusado en el momento en que se produjo la redacción latina del Código
de Eurico. En este sentido, la lengua constituyó un instrumento de aproximación y asimilación que favoreció
extraordinariamente la convivencia entre romanos y visigodos.
Difuminación de las diferencias étnicas. Las diferencias entre estos grupos tendieron a difuminarse a medida que
avanzaba el proceso de organización del reino y de convergencia entre la mayoría hispanorromana y la minoría
visigoda en el poder, especialmente en tiempos de Leovigildo (reinado 568-586 d.C.) de con la supresión de la ley
que impedía los matrimonios entre romanos y godos [Nota 4]. Los matrimonios mixtos aceleraron la aculturización
e integración de los visigodos entre los hispanorromanos y se convirtieron en un símbolo de unidad, esto es
perceptible en los restos arqueológicos [Nota 5].
Conflicto religioso. La religión fue un elemento diferenciador entre hispanorromanos y visigodos. A pesar de las
pervivencias paganas y de la presencia, especialmente en las regiones occidentales, de grupos heréticos como los
priscilianistas, cuando los godos llegaron a la Península Ibérica se encontraron con una inmensa mayoría de
población hispana de confesión católica. Salvo los suevos, que en un principio eran paganos y poco después
católicos, los otros pueblos «bárbaros» que se habían asentado en el interior de los territorios imperiales habían
abrazado el cristianismo de confesión arriana, que defendía la unicidad de Dios negando la igualdad en la
naturaleza de las tres personas de la Trinidad al suponer que el Hijo había sido creado por el Padre desde toda la
eternidad y que el Espíritu Santo no procedía de ambos. La confrontación religiosa era, pues, inevitable. A pesar de
que Leovigildo impulsó un acercamiento de posiciones rebajando los principios que conformaban la doctrina
arriana en pos de la unidad territorial del reino, el entendimiento no fue posible. Hubo casos, sin embargo, en que
miembros de ambas confesiones cambiaron de creencia, bien por convicción o, más bien, por conveniencia godos
Masona (posteriormente obispo de Mérida) y Juan de Bíclaro (luego obispo de Gerona) no dudaron en abrazar el
catolicismo, mientras que Vicente de Zaragoza se pasó al arrianismo. Con la conversión oficial al credo católico a
partir del reinado de Recaredo, el factor religioso dejó de ser un elemento de confrontación en la sociedad visigoda,
a pesar de que pudieran surgir ciertos rebrotes en tiempos de Witerico o en algunos nobles sediciosos que acudieron
al argumento de la defensa del arrianismo como forma artificial de reforzar sus intentos de rebelión.
Conflicto territorial. Profunda desestabilización de las estructuras de la propiedad, especialmente ámbito rural con
la irrupción de los godos. En calidad de foederati, las autoridades romanas consintieron el reparto de tierras entre la
nobleza goda y los grandes propietarios hispanorromanos a partir del modelo de las sortes gothicae y las tertiae
romanas (al parecer, dicho reparto de tierras no afectó a las pequeñas propiedades). Según una ley antiqua (Lex
Visig., X, 1, 8). 2/3 de las tierras para los godos romanos conservarían el otro tercio restante. En el contrato de
hospitalidad (hospitalitas) establecido, los visigodos fueron considerados hospites libres de toda carga tributaria,
una situación que se mantendrá inalterable al menos hasta la celebración del Concilio III de Toledo (589), momento
a partir del cual la exención del pago de impuestos se restringirá extraordinariamente. Consors, hubo también
algunas tierras y bosques compartidos que se cultivaban o utilizaban de manera conjunta. En todo caso, con el
tiempo, se constata la movilidad de la propiedad en función de las herencias y, sobre todo, de la venta de tierras o
de una parte de las mismas.
Reconocimiento legal de las relaciones de patrocinio. El código Eurico (redactado poco antes del año 476) las
establece, algunas de sus normas insisten en la condición hereditaria de la unión establecida entre los dependientes
y sus patroni, así como en las obligaciones y prestaciones personales a las que estaban sujetos sus protegidos,
romper el vínculo con el patrono implicaba devolverle todo lo que este hubiera entregado más la mitad de las
ganancias generadas durante el tiempo que duró el vínculo. Esta figura de patrono va afianzando su poder e
influencia en la corte real y la legislación. Leyes elaboradas en tiempos de Leovigildo (reinado 568-586 d.C.)
estipulaban la obligación del nuevo patrono de entregar tierras que trabajar a los encomendados que procedían de
otro vínculo de patrocinio que se hubiese roto. El vínculo, que inicialmente tenía sobre todo un carácter económico,
adquirió la categoría de compromiso personal.
Libertos. Aunque la división básica entre personas libres y no libres no llegó a anularse jurídicamente, la categoría
social de dependientes o encomendados surgida de las relaciones de patrocinio desdibujó de alguna forma los
antiguos límites que servían para definir el status de libertad. En consecuencia, el patrocinio tampoco cancelaría la
importancia que, desde hacía mucho tiempo, había adquirido la figura del liberto dentro del sistema tardoantiguo de
sumisión económica, pero ahora se asociaría a su condición un compromiso firme de fidelidad personal.
Ampliamente presentes en las fuentes visigodas, los libertos mantuvieron una relación de dependencia con su
antiguo dueño equiparable a la que tenía un hombre libre que se encontrase bajo la encomienda de un patrono. De
hecho, si abandonaban su tutela, estarían sometidos a las mismas normas que decretaban la devolución de los
bienes entregados a la persona dependiente por el legítimo propietario en el momento de asumirse la relación de
patrocinio, más la mitad de los beneficios obtenidos durante todo el período que hubiera durado dicha relación. En
los momentos finales del reino, una ley de Egica y Witiza (Lex Visig., V, 7, 20) estableció incluso la prohibición,
tanto a los libertos como a sus hijos y descendientes, de abandonar a sus antiguos dueños y herederos, con el fin de
que el patrocinio se transformase en una relación de sumisión a perpetuidad y dejase de ser un compromiso que
afectara teóricamente sólo a la primera generación que lo había suscrito. El eventual quebranto de la norma
supondría la vuelta inmediata del liberto a la condición servil.
Los concilios y el patronazgo. Los mecanismos de sujeción a la institución de los libertos y sus descendientes
hasta llegar a obligarlos a prestar obsequium y obedientia al obispo a través de una professio que, eventualmente,
debían renovar en el plazo de un año ante su sucesor en la silla episcopal bajo la amenaza de la pérdida de su
libertad en caso de incumplimiento.
Servi. Omnipresentes en la legislación visigoda, ocupando un lugar central en la producción agraria, muchos
explotaban sus propias unidades autónomas. [Nota 6]
Colonus y servus en las fuentes. Es bien sabido que el término colonus apenas aparece mencionado en las fuentes
hispano-visigodas. Además de encontrarse citado en dos fórmulas notariales transmitidas dentro de la llamada
colección de Formulae Wisigothicae, cuya primera redacción cabría situar en una época muy anterior (en torno al
año 400), la palabra reaparece, vinculada esta vez al vocablo servus (colonus vel servus), en el testamento del
monje Vicente de Huesca a mediados del siglo VI y, posteriormente, en el tercer canon del Concilio II de Sevilla
(619). Sin embargo, el análisis del contexto en el que aparecen estas dos últimas y únicas referencias al «colonato»
en época visigoda ha llevado a pensar con buen criterio que colonus fue usado como un arcaísmo y que, como tal,
no respondía ya a la realidad del momento en que dichos textos fueron redactados. Considerada como una categoría
legal y social, parece innegable que la figura del colono no sobrevivió a la época tardorromana. De hecho, su
vínculo con la tierra se transformaría muy pronto en una relación personal con el propietario de la misma, lo que
ocasionó de facto la equiparación de su situación a la servidumbre y la aproximación de su status jurídico al del
propio servus. Los colonos no formaban parte de la mano de obra empleada en los grandes dominios de la Hispania
visigoda, estos eran trabajados por esclavos y libertos a cambio del pago de una renta o canon y de ciertas
prestaciones personales.
Fuga de esclavos. Creció a medida que avanzaba el siglo VII, preocupó especialmente a las autoridades, tanto
civiles como eclesiásticas. A pesar de su carácter reiterativo, parece que las medidas legislativas adoptadas contra
esta alarmante tendencia no fueron muy efectivas (el título I del libro IX del Liber Iudiciorum está dedicado en
exclusiva al problema de los esclavos fugitivos). En una ley que Egica emitió en el año 702 (Lex Visig., IX, 1, 21)
se reconocía la gravedad del fenómeno con la significativa expresión de increcens vitium («vicio en aumento»). La
huida de siervos se producía indistintamente de las tierras pertenecientes al fisco, a la Iglesia y, en general, a los
grandes possessores del reino. Ahora bien, según se deduce de la mencionada ley de Egica, a veces la deserción de
esclavos de sus tierras de origen fue propiciada, e incluso fomentada, por otros grandes propietarios con el afán de
acoger a un mayor número de dependientes que trabajaran sus tierras, ignorando deliberadamente, tal y como
hicieron también algunos obispos, estos hechos considerados tan perjudiciales para el bienestar del reino. No habría
que olvidar que el mundo visigodo, aquejado de una debilidad demográfica casi congénita, sufrió siempre un
enorme déficit de población campesina, que se convirtió en una de las principales causas de los problemas
generados en el ámbito productivo, fiscal y militar. El bajo índice demográfico incidió en las precarias condiciones
de vida de un campesinado sometido a todo tipo de gravámenes y a una indefensión generalizada en períodos de
carestía que desembocaban normalmente en hambrunas y epidemias. De hecho, hubo momentos en que las malas
cosechas obligaron a los domini a disminuir la presión ejercida sobre sus dependientes, y a los reyes a relajar las
cargas tributarias, llegando incluso a condonar los pagos atrasados. En esos momentos se hizo notar
extraordinariamente la labor de asistencia social ejercida por los obispos en sus diócesis. Esa misma caridad
cristiana inspiró al Concilio XVII de Toledo (694) en su prescripción de no confiscar excepcionalmente los bienes
de los judíos de la Narbonense debido a que aquella región había sufrido una gran mortandad provocada por la
propagación de la peste inguinal.
Libertus. Sustituyeron de alguna forma a los colonos de época tardoimperial. De hecho, alcanzaron un status legal
claramente diferenciado en la legislación visigoda (Lex Visig., VI, 4, 3; VIII, 4, 16), lo que, en todo caso, no
impidió que a menudo se les relacionara directamente con los servi, tal y como se verifica en el canon sexto del
Concilio III de Toledo, donde se les incluye dentro del grupo genérico de servitus. De hecho, los grandes
propietarios trataron siempre de minimizar los escasos beneficios que proporcionaría la libertad identificando, a
través de la coerción ejercida mediante el patrocinio, a los campesinos con los servi y obligando a los ingenui ad
servitium (Lex. Visig., V, 7, 7-8).
La progresiva nivelación entre los esclavos y aquellos englobados en el colonato se refuerza en el propio
vocabulario, cuando se denominan como peculia las pertenencias de ambos o se habla de contubernia para designar
las uniones tanto de siervos como de mujeres libres con colonos que han abandonado sus tierras, que por esta razón
son claramente encuadrados en el grupo servil en una evidente muestra de su falta de libertad. [Nota 7]
Patronazgo y responsabilidad penal. La indiscutible autoridad ejercida por el dominus o patronus sobre la
población sometida a su patrocinio llegó incluso a anular todo tipo de responsabilidad penal de los dependientes
que hubiesen actuado ilícitamente bajo el mandato de su señor. El vínculo existente y las obligaciones contraídas
eran tan fuertes que el compromiso de fidelidad a partir del que se configuraba la relación de patrocinio se
identificaba con la idea de obedientia, término éste que explicaba perfectamente el sistema de subordinación
existente en la sociedad visigoda, un sistema que cancelaba la sanción punible para cualquier acción delictiva
cometida por un ingenuus o servus que obrara bajo la orden expresa de su dominus. Parece evidente, pues, que en
el mundo visigodo se produce ya la adscripción vitalicia y hereditaria del campesinado a la tierra, lo que explicaría
la permanencia de la mano de obra en la propiedad incluso aunque se registrara un cambio en la titularidad de la
misma. Independientemente de su status jurídico, la principal obligación de los rústicos dependientes o
encomendados por medio de una relación de patrocinio consistía en «servir» a su señor a través de la prestación de
una serie de servicios de carácter económico y extraeconómico que implicaba la satisfacción de tributos y
prestaciones personales. En función del grado de las condiciones desfavorables en que se encontraban muchos de
estos dependientes, no era infrecuente que se produjeran huidas de servi hacia las tierras de otros propietarios,
quizás con fama de ser más benévolos, o buscando el amparo de alguna congregación monástica. En todo caso, nos
hallaríamos, sin duda, ante el «nexo de unión» entre la estructura resultante de las relaciones de dependencia
establecidas a finales de la Antigüedad y el sistema feudal que definirá a la sociedad propiamente medieval.
El elemento fundamental de las relaciones sociales y económicas reside en la vinculación de los trabajadores a la
tierra, lo que configura una servidumbre o esclavitud de la tierra que ilustra las limitaciones de la libertad en
relación con la subordinación de hecho y la progresiva confusión e igualación que esta realidad produce entre
distintas categorías jurídicas, igualación registrada entre la población libre y esclava tiene carácter general por la
sujeción a la tierra y por el carácter idéntico de su relación con el señor de la misma [Nota 7].
La nobleza
Divisiones sociales. Sociedad dividida entre maiores y minores personae, los primeros serían nobles (ex nobilibus
idoneisque personae, según Lex Visig., II, 1, 9) y los segundos plebeyos (los viliores, inferiores o humiliores, clara
reminiscencia de la distinción tardorromana entre honestiores y humiliores). Esta diferenciación discriminaba
socialmente y jurídicamente esencial, en función de la adscripción se aplicaba en las causas judiciales un
procedimiento determinado (con o sin torturas) así como, en caso de recibir una sentencia condenatoria, un castigo
también diverso (indemnización monetaria, azotes, amputaciones, decalvatio, destierro, muerte en la hoguera o por
decapitación, etc.).
Los domini. Aparecían ensalzados en las leyes del Liber Iudiciorum y estaban caracterizados por su claritas
generis en total oposición con la abiecta conditio de sus dependientes, no podía una persona de condición inferior
«mezclarse» con la clase social a la que pertenecía su patronus, Recesvinto prohibía tajantemente que los libertos y
su descendencia pudieran contraer matrimonio con la familia del manumisor o que se mostrasen insolentes con ella
nobleza se manchaba con la inferioridad social.
Ordo palatinus. La aristocracia dominante. Aunque en un principio pudo haber existido una clara distinción entre
la nobleza de origen godo y la que poseía ascendencia hispanorromana, a partir de finales del siglo VI las alianzas
matrimoniales y la confluencia de intereses hicieron prácticamente inapreciable cualquier rastro de antiguas
disimilitudes. En virtud de su status privilegiado, sus miembros formaban parte de la élite política y económica que
se encontraba situada en los más altos peldaños de la sociedad visigoda. Muchos de ellos ocupaban importantes
cargos y dignidades dentro del Oficio Palatino o eran descendientes de quienes alguna vez habían pertenecido a
este órgano de gobierno tan cercano a la institución monárquica. Ahora bien, por una ley de Recesvinto (Lex Visig.,
XII, 2, 15) sabemos que los palatini se subdividían, a su vez, en primi y mediocres, dependiendo de la categoría de
su ascendencia nobiliaria, de la distinción de su linaje o de la preeminencia económica alcanzada por su familia
establecido con claridad que la categoría superior de la sociedad hispanovisigoda disposición legald e Chindasvinto
establecia que esta categoría superior de la sociedad estaba formada por los primates palatii y los seniores gentis
Gotorum (Lex Visig., III, 1, 5), es decir, por aquellos miembros no palatinos de la alta nobleza que poseían fortunas
superiores a los diez mil sueldos de oro y que se identificarían con los potentiores o grandes propietarios de tierra
del reino la alta jerarquía de la iglesia se encontraría dentro de la clase dirigente y privilegiada.
Domini vel Patroni. Todos estos magnates, ya fuesen primates, seniores o mediocres, configurarían este grupo
privilegiado, todos ellos tendrían bajo su autoridad y patrocinio a numerosos dependientes destinados al trabajo y
explotación de sus extensas propiedades agrarias reclutables para comisiones armadas. Los magnates o potentiores
tenderían a agrupar a la población de sus latifundios bajo un mismo estatus, sustrayéndola a la práctica de la justicia
oficial, para someterla a sus propias propias facultades punitivas como domini vel patroni [Nota 7].
Lealtad al rey. Los propios nobles y potentiores del reino tampoco escapaban al complejo sistema de
interdependencias personales que caracterizaba al mundo visigodo. El rey exigía igualmente de ellos una promesa
inquebrantable de fidelidad que se traducía en un vínculo de carácter político basado en el concepto de fidelitas.
Considerado como el dominus vel patronus más importante del reino, el monarca establecía un nexo político con su
entorno más inmediato a través de la concesión de cargos públicos y dignidades a los miembros más destacados de
la nobilitas. De ahí que la ruptura de este vínculo por medio de la infidelitas supusiera la pérdida inmediata del
cargo político o de la dignidad eclesiástica que habían sido otorgados en su día como compensación por el firme
compromiso adquirido con el soberano.
B) ACTIVIDADES ECONÓMICAS
El sector agropecuario.
La inmensa mayoría de la población servil o semiservil, rustici, se dedicados a la producción en los grandes
dominios de los possessores, tanto laicos como eclesiásticos, conforme al sistema de patrocinio imperante en la
sociedad visigoda. Uno de los procedimientos por los que iglesias y monasterios se convirtieron en grandes
propietarios de tierras fue la acumulación de donaciones.
Estructura de la Gran propiedad Laica. La gran propiedad tuvo en general un carácter disperso, esquema
descentralizado de las unidades agrícolas. Sin duda, una parte de la finca sería directamente administrada por el
dominus, especialmente aquella que se encontraba estrechamente vinculada a su residencia central, la villa o
castellum, y que era trabajada por la familia servorum bajo la supervisión de un vilicus o actor. El resto de sus
posesiones, dispersas por diversos territorios, eran explotadas por servi y libertos dependientes que pagaban una
renta y prestaban diversos servicios personales al propietario o patronus. Era habitual que, debido a la proximidad
de muchas de estas propiedades, surgieran asentamientos campesinos que, dependiendo de sus propias
características, recibían en las fuentes los nombres de civitates, castella, vici e incluso villae (Lex Visig., III, 4, 17 y
IX, 1, 21). En las pizarras de la Meseta central aparece también el término locum como sinónimo de villa en su
acepción de «aldea».
Estructura de la Gran propiedad Laica. Las grandes propiedades eclesiásticas respondían a un esquema
organizativo y funcional muy semejante al de los dominios de los possessores laicos. De igual forma que sucedía
con la residencia o villa del dominus, el monasterio constituiría la parte central de la explotación, mientras que en
su entorno inmediato se situarían las extensiones fundiarias, igualmente trabajadas por servi, de las cuales se
obtendrían los productos agropecuarios necesarios para su abastecimiento. De sus dominios más alejados, también
dispersos por diferentes territorios, conseguirían además importantes rentas que contribuirían al sostenimiento de la
propia estructura monacal, así como de las diversas formas de asistencia social vinculadas a la caridad cristiana.
Productos agrícolas. La explotación de estas tierras pudo dedicarse prácticamente a los mismos productos que en
época tardorromana, es decir, cereal, vid y olivo. Por las fuentes escritas y los documentos sobre pizarras sabemos
que el trigo fue el cultivo más ampliamente extendido y, por tanto, constituyó la base alimenticia de la mayoría de
la población visigoda. La cebada y la escanda también eran frecuentes. Correspondencia conservada por Teodorico
el Grande con sus gobernadores de Hispania indica importancia que tenía a comienzos del siglo VI la producción
de cereales, parte de la cual, sin duda excedentaria, estaba destinada al aprovisionamiento de la ciudad de Roma. En
las regiones meridionales y de clima marcadamente mediterráneo la siembra del cereal se alternaba con el cultivo
de la vid y el olivo. Pacto firmado por Teodomiro con los musulmanes en el año 713, constata presencia de estos
productos tradicionales en los pagos estipulados en especie. Isidoro de Sevilla alude con frecuencia a los diferentes
tipos de aceite en función de las múltiples variedades de aceitunas que eran producidos en la Baetica: las olivas
negras daban un aceite común, las verdes no maduradas originaban uno de tono verdoso muy apreciado y, por
último, de las aceitunas blancas se extraía el zumo que daba lugar al denominado aceite hispano de extrema
calidad. Una ley antiqua testimonia la enorme importancia concedida al olivo. Textos de la época nos permiten
deducir que el cultivo de la vid estuvo también muy extendido. La legislación visigoda, como el Edicto de remisión
de tributos de Ervigio, presta cierta atención a las viñas, asociadas generalmente a las tierras de labor. Donde se
ordenaba restituir las que hubiesen sido requisadas por el impago de los tributos posteriormente condonados (edicto
recogido al final de las actas del Concilio XIII de Toledo del año 683). Las pizarras de la Meseta castellana
testimonian también el cultivo de fresas, así como la producción de sidra que, al parecer, formaba parte de la dieta
de temporada propia de la población campesina.
Regadíos artificiales. Las fuentes escritas y los datos proporcionados por la arqueología documentan, a su vez, la
existencia de regadíos artificiales que propiciaba el cultivo de árboles frutales y de productos frescos procedentes
de las numerosas huertas que se localizaban en la zona levantina de la Cartaginense. Recesvinto legisló para
impedir que se robara agua de acequias ajenas, estableciendo diferentes multas y castigos corporales según el
caudal desviado fraudulentamente (Lex Visig., VIII, 4, 31). Los cursos de agua, muchos de ellos controlados
mediante presas, también fueron aprovechados para la instalación de molinos hidráulicos empleados en la molienda
del grano. Las leyes visigodas reflejan el aprecio que se tenía por estos ingenios mecánicos y, naturalmente,
protegían su conservación exigiendo, en caso de deterioro, daño o rotura, su inmediata reparación (Lex Visig., VII,
2, 12; VIII, 4, 30).
Ganadería. La actividad en el sector ganadero estuvo favorecida por la existencia de grandes pastizales. Pizarras
visigodas revelan la importancia de la cría de terneras, vacas, novillos, corderos, ovejas, puercas, cerdos y carneros.
La presencia de amplios rebaños de ovinos presupondría la obtención de lana y la labor del hilado, así como su
manufactura y comercialización en los núcleos urbanos más cercanos. Es muy significativo, por otro lado, que la
llamada Regula communis dedique su capítulo noveno a los monjes encargados de los rebaños del monasterio
resaltando la relevancia de las ovejas para el sustento de toda la comunidad monacal, además de sus siervos y
protegidos. Las diversas leyes que regulaban el aprovechamiento de los recursos del monte para el mantenimiento
de las piaras de cerdos pueden servir como indicio de su abundancia y, en consecuencia, de su importancia en la
dieta de la mayoría de la población. Y, en fin, entre los restantes animales domésticos destacaron especialmente los
caballos. La larga tradición hispana de la cría caballar, establecida desde antiguo sobre todo en la Baetica y la
Lusitania, fue mantenida de manera preferente en época visigoda. Los numerosos hallazgos de elementos de
guarniciones de frenos de caballos (instrumenta equorum) indicarían no sólo el aprecio que se tenía por estos
animales, sino también la intensa actividad desarrollada en torno a su cría y adiestramiento. De hecho, su diversa
utilización para la trilla, el transporte de mercancías y personas, así como para la guerra convertía al caballo en un
animal extremadamente valioso.
Manufacturas y construcción
A diferencia de los productos artesanos de primera necesidad como los utensilios de cerámica, que fueron
elaborados en el ámbito de la gran propiedad o en las ciudades para el uso cotidiano de la mayoría de la población,
hubo otros objetos fabricados con gran refinamiento que estaban destinados a satisfacer la demanda de personas
con alto poder adquisitivo.
Orfebreria. Sin duda alguna, los orfebres se encontrarían entre los artesanos especializados en la creación de
dichos objetos. Muchos de ellos trabajaron en los talleres reales, a los que solían llegar con mayor rapidez las
corrientes artísticas procedentes del mundo bizantino. Por una ley del Liber Iudiciorum (Lex Visig., II, 4, 4),
conocemos la existencia de un praepositus argentariorum bajo cuyas órdenes trabajarían los llamados argentarii:
de sus manos salieron, por ejemplo, las espléndidas piezas que componían los tesoros de Guarrazar y de
Torredonjimeno.
Escultura y construcción. Hubo también operarios cualificados que estuvieron especializados en el trabajo
escultórico y en la construcción de estructuras arquitectónicas de cierta envergadura. Sus principales clientes fueron
los reyes y nobles del reino y, sobre todo, la Iglesia. Unos y otros solicitaban los servicios de los constructores y
escultores mejor capacitados para realizar sus ambiciosos encargos y levantar con garantías grandes edificios
residenciales y, especialmente, basílicas y complejos monacales. A través de la promoción de esta actividad
edilicia, tanto los potentiores como el alto clero perseguían obtener un prestigio con el que destacar dentro de la
élite social del reino, al mismo tiempo que, en el ámbito religioso, se reafirmaba la presencia y poder de la Iglesia,
tanto en las grandes ciudades como en las zonas rurales, que, con frecuencia, estaban tímidamente cristianizadas.
Iglesias como San Juan de Baños (Palencia), Quintanilla de las Viñas (Burgos), Santa Comba de Bande (Orense),
San Pedro de la Nave (Zamora), la cripta de San Antolín en la catedral de Palencia, o el monasterio e iglesia de San
Fructuoso de Montelios (Braga) constituyen ejemplos significativos de este afán constructivo de edificios de uso
religioso en la Hispania visigoda del siglo VII.
Monetarii. Acuñaban moneda de oro bajo el mandato y supervisión de la Corona, ya que sólo los monarcas tenían
la potestad oficial de emitir numerario. Como ya ha sido indicado, la única moneda acuñada en el reino visigodo
será el triente o tremis, que equivalía aproximadamente a un tercio del solidus creado por el emperador
Constantino, y que tenía un peso en torno a 1,50 gramos. También ha sido destacado el carácter propagandístico y
legitimador asumido por la moneda, origen mismo de los conflictos surgidos eventualmente entre los reyes y los
magnates del reino en relación con el curso oficial o impostado de sus emisiones. Además, su función militar
quedaría suficientemente evidenciada en el elevado número de cecas móviles atestiguadas (cerca de ochenta) con el
fin de atender de forma inmediata y urgente a las necesidades surgidas en los lugares próximos a los conflictos
bélicos o en los que existían ocasionales contingentes militares. El curso de la moneda oficial impuesto
obligatoriamente en todos los territorios del reino visigodo quedó establecido por una ley antiqua (Lex Visig., VII,
6, 5) en la que se obligaba a los terratenientes a aceptar su circulación y uso, combatiendo con la amenaza de
severas multas la profusión de emisiones realizadas ilícitamente por particulares. Al considerarse como un bien de
valor intrínseco y al otorgar poder y prestigio a quienes la poseían en abundancia, la moneda fue objeto preferente
de atesoramiento entre los nobles del reino, tal y como demostraron las confiscaciones impulsadas por el rey
Suintila, medida imprudente que causaría en última instancia su posterior derrocamiento.
Comercio
Productos de uso cotidiano. Ligado a la explotación de las grandes extensiones de tierra y, por tanto, su radio de
acción era muy limitado. Una ley antiqua (Lex Visig., IX, 2, 4) alude a la existencia del conventus mercantium, es
decir, al lugar, normalmente de cierta amplitud, dentro de la ciudad o aldea (a veces traducido como plaza)
destinado o habilitado para la celebración períodica del mercado de productos locales. Dentro de este ámbito el uso
de moneda sería muy restringido, siendo sustituido por la práctica del trueque.
Bienes suntuarios y de lujo. Su tráfico comercial seguía otros cauces muy diferentes. La utilización de la moneda
como medio de pago en estos casos sería habitual. Los textos legales nos informan de la existencia de transmarini
negotiatores que se encargaban de realizar los intercambios de carácter internacional desde sus propias
dependencias situadas en el llamado cataplus, una especie de centro de trabajo y contratación, ubicado en las
ciudades con puerto marítimo o fluvial, que servía también como aduana y lugar provisional de almacenaje. Ya se
ha mencionado que muchos de estos negotiatores tenían un origen oriental (griegos, sirios) y que estaban
sometidos al teloneum, un impuesto especial que gravaba este tipo de comercio internacional de carácter elitista. El
Liber Iudiciorum les dedica un título con cuatro leyes consideradas antiquae atribuibles a la época de Eurico.
Relaciones comerciales internacionales. Las relaciones comerciales mantenidas con el reino merovingio no
fueron ocasionales. Existe constatación documental de la exportación de objetos de piel manufacturados que
procedían de la Bética y eran conocidos con el nombre de «cordobanes». Parece que su transporte se realizaba a
través de la misma ruta terrestre que siguió el rey Wamba cuando se dirigía hacia la Galia a aplastar la rebelión de
Paulo, y que después continuaba por Tolosa hasta llegar al norte del reino franco tras su paso por París. Fructuoso
mismo nos informa, a su vez, de la presencia de comerciantes francos en Gallaecia, con los que precisamente tenía
intención de viajar por mar a la Gallia. Se han detectado también relaciones comerciales con las Islas Británicas,
cuyos mercaderes utilizaban las costas atlánticas como escala en sus viajes a Oriente, dando lugar a la llamada
«ruta del estaño». Algunas noticias dispersas en las fuentes escritas nos inducen a pensar que la importación de
manuscritos, especialmente apreciados por los miembros del alto clero, adquirió una considerable relevancia a lo
largo del siglo VII.
El comercio interior a través de las vías terrestres. Más lento. A pesar de que las antiguas calzadas y caminos
romanos aún estaban en uso, su utilización prioritaria para el mejor y más rápido desplazamiento de las tropas que
se dirigían a las zonas de conflicto dificultaba a veces el traslado de mercancías privadas. Y no habría que olvidar
tampoco que estas vías de comunicación estaban muy expuestas al bandidaje acciones depredadoras de los
latrones.
[Nota 1] [Será el caso de Claudio, romano nombrado por Recaredo dux de la Lusitania que dirigió el ejercito visigodo].
[Nota 2] [Estas necrópolis se podrían poner en relación con la presencia de contingentes militares, normalmente acompañados de población
civil, que desde mediados del siglo VI fueron destinados a permanecer en la amplia zona fronteriza con los dominios bizantinos y quizás
también en aquellos lugares en que resultaba más difícil imponer el control visigodo frente a la resistencia de las aristocracias locales]
[Nota 3] [Nuestras fuentes mencionan de forma directa al menos dos casos. En las Vidas de los santos padres de Mérida aparece citado un
tal Nanctus, que viaja desde África a Lusitania y termina presentándose en la basílica de Santa Eulalia. Por su parte, Ildefonso de Toledo
hace referencia a un abad africano llamado Donato que decidió trasladarse a la Península Ibérica en compañía de todos los monjes de su
comunidad (De viris illustribus, 3)]
[Nota 4] [Ley publicada por los emperadores Valentiniano y Valente (370 o 373) y que había sido incluida en el Breviarium de Alarico II
(publicado año 506 d.C.)]
[Nota 5] [En la necrópolis de El Carpio de Tajo (Toledo) que cubre finales del siglo V a postrimerías del VI resulta cada vez menos evidente
la diferenciación entre ambas poblaciones, una comunidad integrada con elementos mixtos].
[Nota 6] [Lo deducimos de la información proporcionada por el testamento del monje Vicente de Huesca a mediados del siglo VI]
[Nota 7] [Fuentes Hinojo, P., Loring García, M. I., & Pérez Sánchez, D. (2007). La Hispania Tardorromana y visigoda siglos V-VIII]]
A) Organización eclesiástica.
En Hispania el cristianismo fue una religión mayoritariamente urbana, hasta el siglo V. La cristianización
en el medio rural no comenzaría con fuerza hasta más tarde, coincidiendo la pérdida de relevancia de la ciudad. Los
obispos necesitaron imponer en los concilios su autoridad sobre la autonomía patrimonial de las iglesias diocesanas
- de origen parroquial o particular-, que frecuentemente evitaban el control jurisdiccional ejercido desde la ciudad
por la autoridad episcopal. Aunque este fenómeno se produjo posteriormente.
A mediados del siglo VI por la información que nos dejaron algunas figuras eclesiásticas conocemos el
proceso cristianizador en el rural -especialmente en el noroeste hispano-. Uno de los que hicieron posible la
conversión de los suevos al catolicismo niceno, fue Martín de Braga, reflejada en su obra De correctione
rusticorum. En el dice que el campesinado de la Gallaecia conservaba todavía algunas de sus antiguas tradiciones y
prácticas religiosas. La acción evangelizador surgió a partir de la implantación de las parroquias rurales en la
región, pero no fue suficiente para evitar el surgimiento de una «sincretismo religioso», -tambien en otras fuentes-
que Martín de Braga trató de erradicar. Sabemos por la Vita sancti Emiliani, redactada por Braulio de Zaragoza,
que san Millán, contemporáneo de Martín, predicó a los cántabros, y que el ataque que Leovigildo dirigió contra
ellos en el año 574 fue interpretado como un castigo divino por la persistencia entre estos pueblos de antiguas
costumbres y rituales paganos calificados de «crímenes », «incestos» y «violencias»; también nos relata que en la
segunda mitad del siglo VI, los cántabros comenzarón a recibir misiones evangelizadoras, como la del propio
Millán. El paganismo de los vascones era más acentuado, su proceso de cristianización fue mucho más tardío,
comenzando en la primera mitad del siglo V. Sabemos que el rebelde Froya hostigó a la ciudad de Zaragoza con un
ejército formado por vascones, descritos por Tajón, obispo de la ciudad, como unas gentes todavía sin cristianizar
que asaltaban de forma impía las iglesias y provocaban matanzas de clérigos. Otros pueblos hispanos citados por
las fuentes, como los roccones o rucones y los astures, tuvieron una evolución similar.
La época arriana
Recaredo ordenó al clero que había pertenecido a la Iglesia arriana que destruyera todos sus libros, por ello
la falta d einformacion. Algunas fuentes, como las Vitas sanctorum patrum Emeretensium, de autor anónimo,
indica que en las ciudades más importantes del reino visigodo, como Mérida, convivían dos obispos, uno arriano y
otro católico y dos estructuras eclesiásticas diferentes. Algo parecido en el reino suevo que con anterioridad a su
conversión oficial al catolicismo y durante la primera mitad del siglo VI, Braga contaba con un obispo católico de
nombre Profuturo, al que dirigió una carta el papa Vigilio, junto al que presumiblemente habría otro prelado
arriano.
Esto dio lugar a conflictos entre las dos Iglesias, especialmente por el control de los lugares de culto y,
entre ellos, de los dedicados a los mártires locales. En época de Leovigildo, en la ciudad de Mérida, el obispo
católico Masona como el arriano Sunna reivindicaban para sí la basílica de la mártir Eulalia. La mayoría de los
lugares de culto martirial, pertenecía a la Iglesia católica, en época de Leovigildo, -para superar los conflictos
generados con la Ecclesia que defendía la confesión oficial del reino- se permitió a los arrianos venerar a sus
mártires en el interior de los templos católicos (Gregorio de Tours, Historia Francorum, VI, 18). Por esto sabemos
que la influencia y prestigio sociales de la Iglesia arriana eran mucho menores que los de la católica, pues
necesitaba «protección» de los santos mártires –como la iglesia de Santa Eulalia de Mérida-. Las fuentes reflejan la
celebración de un único concilio arriano -reunido por Leovigildo para lograr el entendimiento entre ambas
confesiones- y que antes de la conversión de Recaredo, la Iglesia católica tuvo al menos siete concilios
provinciales: Agde (con anterioridad a la caída de Tolosa), Tarragona, Gerona, Toledo, Barcelona, Lérida y
Valencia.
La organización episcopal
La Iglesia visigoda, después de Recaredo, tendió a identificarse con el regnum, adquiriendo carácter
nacional. Las diversas circunscripciones eclesiásticas derivaban de la distribución provincial tardorromana, así los
obispados, cuyo nombre coincidía con el de la ciudad sobre la que, incluido su territorio, ejercía su autoridad el
obispo, estaban agrupados por provincias. El que ocupaba la silla episcopal de la ciudad principal o metrópoli tenia
cierta primacía sobre el resto de los colegas de la misma provincia, siendo así designado como obispo
metropolitano.
Durante el siglo VI, algunas provincias eclesiásticas sufrieron modificaciones por circunstancias políticas y
religiosas. Tras su conversión, el reino suevo estaba dividido en dos distritos eclesiásticos con sus respectivos
metropolitanos: Braga y Lugo. Braga reunía a los obispados del sur de Gallaecia y a los del norte de la Lusitania
que formaba parte del reino suevo. Con la anexión de todo su territorio al reino visigodo dio lugar a la restitución a
la Lusitania de los obispados que habían sido temporalmente separados de ella. La Gallaecia volvería entonces a
ser una sola provincia eclesiástica con Braga como sede metropolitana. Al conseguir la expulsión definitiva de los
bizantinos del territorio peninsular por el rey Suintila se restablecio los antiguos límites provinciales de la Bética y
de la Cartaginense, deshaciendo la división de esta última en dos provincias (la Carpetana-Celtibérica con capital
en Toledo, y la parte de la Cartaginense que coincidía con los territorios que se encontraban bajo la administración
bizantina). Cartagena no volvería a tener la categoría de sede metropolitana, que pasó a Toledo. El reino consiguió,
a partir del segundo cuarto del siglo VII, su máxima expansión territorial y la Iglesia visigoda quedo dividida en las
provincias: Tarraconensis, Carthaginensis, Baetica, Lusitania, Gallaecia y Narbonensis.
Por la importancia que se daba al obispo, era de suma importancia la elección episcopal; la Iglesia visigoda
usaba las antiguas disposiciones de concilios y decretales pontificias de los procesos de designación de los nuevos
obispos para las sedes vacantes, que no siempre fueron tenidas en cuenta. El tercer canon del concilio provincial
tarraconense, -Barcelona 599-, nos informa que la elección podía producirse por decisión real, por aclamación del
clero y del pueblo, y por el acuerdo de los obispos de la provincia. Como quedo establecido en el Concilio
ecuménico de Nicea (325), los padres reunidos en Barcelona determinaron que las designaciones episcopales
fuesen llevadas a cabo por el metropolitano y los otros obispos provinciales entre dos o tres candidatos propuestos
por el clero y el pueblo de la sede vacante. Decisión ratificada posteriormente en el Concilio IV de Toledo (633),
donde además se detallaban los impedimentos para acceder al episcopado, entre los que figuraban la improcedente
voluntad del antecesor en el cargo, la simonía, las intrigas y los regalos o sobornos.
Pese a esto, en el Concilio XII de Toledo (681) presento irregularidades en la elección y, de forma repetida,
se convirtió en una costumbre asumida de facto por la jerarquía eclesiástica. En su canon sexto se reconocía al
metropolitano de Toledo el derecho a consagrar obispos pertenecientes a otras provincias distintas de la
Cartaginense, siempre que hubiesen sido elegidos previamente por el monarca y que contasen con su aprobación.
Es decir, se había sustituido la antigua elección del obispo por parte del clero y el pueblo de cada ciudad, así como
la sanción del metropolitano correspondiente y de los obispos de la provincia, por su designación real y la oportuna
ratificación del titular de la «sede primada» del reino visigodo. Además de la participación del monarca y los
máximos dignatarios palatinos en los concilios toledanos, se identifica la relación, desde la época de Recaredo,
entre la ecclesia y el regnum.
En medios rurales por esta época, aparecieron martyria, lugares en los que se rendía culto a los mártires
con el propósito de recordar su «gloriosa victoria» en el día de su natalicio (Isidoro de Sevilla, Etymologiae, XV, 4,
12); esto favoreció la cristianización de zonas rurales. La presencia de iglesias en el rural e incluso en villae
rústicas, presupone la existencia de una comunidad cristiana y de una serie de benefactores (muchos de ellos,
grandes propietarios) que promovían su construcción a lo largo de todo el siglo VII, a partir de las disposiciones del
Concilio II de Braga (572) y en el canon 19 del sínodo celebrado en Mérida (666) sobre la promoción eclesiástica
de este tipo de iniciativas privadas. La construcción de un templo, o la colaboración económica que lo posibilitara,
fue considerada por el «donante» como una ofrenda personal de la que se esperaba una recompensa en el más allá y
sobre todo un reconocimiento por el que su prestigio se viese ensalzado. esperando con ello alcanzar el perdón de
sus pecados o lucrarse al reservarse la mitad de cuanto se recogía en la ofrenda del pueblo (Concilio IV de Toledo,
c. 33: multi enim fidelium in amore Christi et martyrum in parrochiis episcoporum basilicas construunt, oblaciones
conscribunt),
Estas «iglesias propias» o «privadas» fueron fuente de conflictos entre los fundadores y la potestad
jurisdiccional de los obispos. Los primeros consideraban a las iglesias construidas en sus propiedades como parte
de las mismas y defendían el uso de sus prerrogativas en la designación del clero destinado a su cuidado. Los
obispos defendian su autoridad, sobre el clero y sobre los lugares de culto, a través de las normas aprobadas en las
asambleas conciliares. Las normas canónicas reconocían ciertos derechos a los fundadores y a sus parientes,
otorgándoles la condición de patronos protectores, pero guardando la potestad del obispo como máxima autoridad
de la organización diocesana. El Concilio II de Braga (572) se decidió que ningún obispo accediera a consagrar una
iglesia privada sin que el fundador la hubiese dotado previamente y registrado la donación por escrito, de forma
que contase con las garantías suficientes para asegurar su mantenimiento, para así, afianzar la independencia
económica de la nueva iglesia respecto de su fundador y subordinarla a la jurisdicción episcopal.
Por el Concilio III de Toledo (589), la dote de todas las iglesias de fundación privada quedaba bajo la
administración de los obispos (c. 19); éstos tenían ya el derecho a percibir una parte de las rentas de las iglesias
parroquiales, en el concilio de Tarragona (516) dicto la entrega de un tercio de los ingresos y repetidamente
ratificado por los concilios visigodos posteriores. Los concilios nos informan también de los abusos de obispos al
exigir cantidades superiores a la «tercia canónica», que fueron prohibidas y se declaró contraria al Derecho
canónico la transformación de más de una iglesia rural en monasterio, o la libre disposición de los bienes
parroquiales para satisfacer el pago de los tributos debidos al fisco.
A finales del siglo VII, el rey Egica en el tomus regius presentado en el Concilio XVI de Toledo (693) se
lamentaba del abandono que sufrían muchas iglesias rurales en todas las diócesis, sin culto e incluso sin techo, en
casi ruina total; pues algunas se construían y se consagraban sin contar con la necesaria dotación para su
mantenimiento y el del clero que las debía atender. El rey reprochó también a los propios obispos que por avaricia,
hubiesen cometido verdaderos atropellos esquilmando los recursos de las iglesias de sus diócesis.
Las más conocidas son la de San Juan de Baños (construida por orden de Recesvinto), San Pedro de la
Nave, Santa Comba de Bande, San Fructuoso de Montelios (fundada, al parecer, por el propio Fructuoso) y
Quintanilla de las Viñas. Por su ubicación y dimensiones ciertamente modestas, podríamos suponer que fueron
erigidas en dominios privados y fiscales, o en pequeños poblados campesinos o vici. Por fuentes de la época
sabemos de la existencia de imponentes basílicas de titularidad episcopal en las grandes ciudades del reino, de cuya
magnificencia apenas han quedado restos; como serian las iglesias de Santa Eulalia de Mérida; San Pedro y San
Pablo, junto con Santa Leocadia, en Toledo; San Vicente de Córdoba; o la catedral, llamada «de Jerusalén», de
Sevilla.
El patrimonio eclesiástico
La Iglesia católica se convirtió en uno de los principales poderes económicos del reino, si no en el mayor
después de la institución monárquica. El sistema de explotación era el mismo de los grandes terratenientes civiles,
aunque las tierras de la Iglesia eran más extensas y numerosas con igual concepto de fidelidad en las relaciones de
patrocinio de los dependientes de las propiedades eclesiásticas. La figura del obispo adquiere, la condición de
patronus, sin poder disponer a su antojo de las riquezas que estaban bajo su custodia y administración, además las
propiedades de la Iglesia (bienes muebles como inmuebles) eran absolutamente inalienables, protegidas por la
legislación civil y la canónica; así se constata en el propio Código de Eurico y en el Concilio de Agde (506), al
igual que en los diversos sínodos celebrados, tanto en el reino suevo como en el visigodo, a lo largo del siglo VI.
Desde un principio se distinguió entre los bienes personales del obispo, no afectados por este impedimento, y los
propiamente eclesiásticos.
En el Concilio VI de Toledo (638) justificaría en su canon 15 el carácter inalienable del patrimonio
eclesiástico aduciendo que constituía el «alimento de los pobres» (pauperum alimenta).
Los siervos de la Iglesia formaban parte integrante de su patrimonio, razón por la que tampoco podían ser
liberados de manera discrecional. El concilio sevillano del año 590 exigió a los obispos que compensaran con su
patrimonio personal las manumisiones y donaciones de los servi eclesiásticos que realizaran por voluntad propia;
en caso contrario, serían inmediatamente anuladas. Cuando se producían, las manumisiones eran siempre en
obsequio, de forma que los libertos quedasen sujetos de manera perpetua y hereditaria al patrocinio de la Iglesia.
A pesar de que los bienes de los monasterios no formaban parte de las propiedades de la diócesis, ya que
eran económicamente autónomos, su administración adoptaba las mismas formas que las empleadas por los
obispados. Según las reglas que han llegado hasta nosotros, el prepósito, cuya autoridad sólo era inferior a la del
abad, era la figura monacal que se encargaba de la gestión patrimonial.
La Iglesia acumulaba valiosos tesoros de oro, plata y piedras preciosas, que han sido descubiertos en
importantes hallazgos arqueológicos –como los tesoros de Guarrazar (Toledo) y Torredonjimeno (Jaén)-. Parte de
las riquezas y recursos económicos de la Iglesia estaba destinada a la labor caritativa. El autor de las Vitas
sanctorum patrum Emeretensium no da algunas noticias sobre las donaciones que ya en época arriana recibía la
iglesia emeritense, muchas de las cuales, junto con las rentas obtenidas de la explotación de sus enormes dominios,
posibilitaron la construcción de basílicas u hospitales, como el xenodochium fundado por el obispo católico Masona
en la segunda mitad del siglo VI para el auxilio de los peregrinos y enfermos de la ciudad.
Con el reparto de limosnas se obtuvieron grandes caudales de dinero. Todos estos bienes se verían
incrementados tras la conversión y la consiguiente integración en la Iglesia oficial de la mayoría del clero arriano,
que aportaría igualmente su patrimonio al ya acumulado por la jerarquía católica.
C) EL MONACATO
A partir del siglo VI número de monjes clérigos debió de experimentar un aumento considerable en esta
época, dado que el Concilio de Tarragona del año 516 les prohibía ejercer el ministerio eclesiástico fuera de sus
propios monasterios, salvo que lo hiciesen por orden y mandato del abad. En el Concilio de Lérida (546)
recomendara ordenar clérigos entre los monjes que tuvieran el permiso del abad o del obispo de la diócesis en que
se encontraba ubicado el monasterio. Victoriano, a cuya muerte en el año 568 le dedicaría un poema Venancio
Fortunato, fundó monasterios en la región pirenaica, como San Martín de Asán (Huesca).
Martín de Dumio o de Braga, originario de Panonia, viajó por Oriente y a mediados del siglo VI a la
Gallaecia, fundando un monasterio en Dumio, del que fue su primer abad; sería nombrado obispo y luego en
metropolitano llegando a presidir el Concilio II de Braga (572). San Millán era anacoreta y coetáneo del anterior; se
transformo su oratorio en monasterio –algo que seria frecuente- y no conseguían vivir de forma aislada, pues
surgían en torno a ellos imitadores y discípulos, y su retiro espiritual era centro de peregrinación. Monjes llegados
del norte de África como el abad Donato, huyendo de los bárbaros (bereberes), a mediados siglo VI, llego con un
grupo de monjes y una importante biblioteca, y fundó en el Levante el monasterio Servitano. Su sucesor como
abad, Eutropio, llegaría a ocupar la sede episcopal de Valencia, era obispo de esa ciudad en el Concilio III de
Toledo (589). Leandro, hermano mayor de Isidoro, fue monje antes de convertirse en el metropolitano de la sede
hispalense y redactó el De institutione virginis (dedicado a su hermana, la monja Florentina) con una serie de
normas, inspiradas en los padres de la Iglesia, para orientar la vida monacal de las religiosas. Isidoro, escribió
Regula monachorum que se basaba en las de Pacomio, Macario, Casiano, Jerónimo y Cesáreo de Arlés; dirigída a
los monjes del monasterio honoranense, -el cual fundó-, siendo el monacato impulsado por los obispos. Siendo aún
época arriana, Masona de Mérida llevó a cabo una importante labor fundacional dentro de los límites territoriales
de su diócesis.
Uno de los cánones del Concilio IV de Toledo (633), presidido por Isidoro, recomendaba a los obispos que
concediesen a sus clérigos la autorización para ingresar en los monasterios si tales eran sus deseos. El obispo podría
ejercer cierto control sobre los cenobios ubicados en el territorio de su diócesis. Toledo era el obispado más
importante del reino, mantuvo estrechas relaciones con el cercano monasterio de Agali, y monjes, a lo largo del
siglo VII, ocuparon su sede episcopal. Después de un período de ascetismo anacorético, el noble godo Fructuoso
(emparentado con el rey Sisenando) impulsó el monacato en la Gallaecia, con varias fundaciones monásticas como
son Complutum o Compluda y Rufiana en el Bierzo (León), fue antes del año 650 obispo-abad de Dumio, y
metropolitano de Braga (a partir del 656); autor de una regla monástica influida por la isidoriana, con un carácter
más rigorista. Se llego a pensar que también era suya una segunda regla, la Regula communis, lo fueron sus
colaboradores y discípulos: fue la que usaron como norma común varios monasterios asociados en una especie de
congregación múltiple y dirigidos por diferentes abades mediante asambleas periódicas.
Existía la posibilidad de integrar en los centros monásticos a grupos familiares, constituidos por padres,
madres e hijos pequeños, sometidos a la autoridad del abad, y desarrollando la instrucción de los niños y niñas,
encaminados a seguir la vida monástica. Mediante un llamado pacto, recogido en esta regla, los monjes se
comprometían a seguir los pasos de Cristo conforme a las enseñanzas y lecciones del abad, aceptando
voluntariamente su autoridad. Valerio del Bierzo fue discípulo de Fructuoso, autor de obras entre los años 675 y
690; inicialmente seguidor de prácticas eremíticas de soledad en los lugares naturales de difícil acceso, pasó casi
toda su vida en continua penitencia; creía que le acechaba el diablo, dirigió espiritualmente de algunos discípulos y
monjes, muy numerosos en la región del Bierzo. Murió después del año 691.
La profesión monacal estaba exenta de los servicios militares lo que dificultaba a los duces de reunir
ejércitos por la huida de campesinos a los cenobios y muchos monjes que posteriormente deseaban abandonar esa
vida, no encontraron ninguna vía legal que se lo permitiera; pues, como los siervos, se mantenían en una situación
de patrocinio y subordinación respecto a sus superiores, hubo casos en que la única forma de liberación fue la
huida. El Concilio IV de Toledo trato este problema de los monjes «errabundos», a los que obligó a regresar a sus
monasterios (c. 52). El Concilio XIII de Toledo (683) los amenazo con castigos reservados a los fugitivos y
estableciendo penas de excomunión a quienes les ofrecieran refugio.
Cultura eclesiástica
Acorde con la progresiva cristianización de la sociedad visigoda, la vida cultural y la actividad intelectual
de la época estaban dominadas por la ideología eclesiástica y los dogmas establecidos, desde la conversión oficial
del reino, por la doctrina católica. A partir de finales del siglo VI, las instituciones religiosas estarán presentes en
todos los órdenes de la vida social. Los hombres de Iglesia irán conformando un código de comportamiento
condicionado por un mensaje escriturario moldeado por el pensamiento patrístico occidental. Isidoro de Sevilla
adapto y tamizo el conjunto de saberes de la cultura clásica. Los valores tradicionales eran importantes en la
formación de los obispos, como en el caso de Masona de Mérida –godo de nacimiento-, en el enfrentamiento con
Sunna se alzó como el verdadero defensor de la civilitas.
Siguiendo el Derecho Romano, las normas sociales se sustentaron en un ordenamiento jurídico de los
cánones aprobados en concilios visigodos, pero mientras una buena parte de la jerarquía eclesiástica poseía un
profundo conocimiento de la tradición cultural, -sagrada y profana-, los clérigos apenas sabían leer y escribir. La
formación religiosa del clero por parte de las autoridades de la Iglesia, trato de solventarlo partir del siglo VI. En el
año 517 el papa Hormisdas pedía a los obispos hispanos que no admitieran en sus filas a quien no contara con
suficientes conocimientos religiosos ni a aquellos cuya conducta no fuera ejemplar; en el Concilio II de Toledo
(527) trato de establecer una férrea disciplina sacerdotal y una adecuada instrucción eclesiástica. El Concilio I de
Braga (561) y los Capitula Martini (Capitula ex Orientalium Patrum Synodis), obra compilada por Martín de
Braga nos sirve de fuentes de esta ignorancia del clero hispano. El Concilio II de Braga (572) ordenaba a los
obispos visitar las iglesias de sus diócesis para comprobar que los conocimientos de sus sacerdotes eran suficientes
o fuesen adecuadamente adoctrinados (c. 1). En el Concilio de Narbona, (589), prohibía ordenar a diáconos y a
presbíteros que fuesen ignorantes (c. 11). Hemos de suponer que en el resto de Hispania la situación de incultura
del bajo clero descrita por Liciniano de Cartagena a finales del siglo VI era exactamente la misma. El
metropolitano de la parte de la Cartaginense bizantina se quejaba al papa Gregorio Magno de las dificultades de
encontrar hombres preparados para cargos sacerdotales, y algunas veces se veía obligado a recurrir a individuos
con lacras jurídicas graves como la bigamia (Epist., I, 5).
Isidoro de Sevilla decia que para el hombre de Iglesia no era suficiente saber rezar: debía, además, ser
capaz de leer las Sagradas Escrituras y meditar acerca de su significado para, después, poder predicar a través de la
palabra y el ejemplo (De eccl. off., II, 11, 1-2). En el Concilio VIII de Toledo (653) se aludía a algunos encargados
de los oficios divinos que habían recibido una escasa o nula formación que les hacía incapaces de asumir «las
órdenes que diariamente tenían que practicar» (c. 8).
Pero una parte importante del alto clero si tenia una alta preparación cultural, como son Isidoro de Sevilla,
Braulio de Zaragoza, Ildefonso de Toledo, Tajón de Zaragoza o Julián de Toledo. Había familias en ciertas sedes -
normalmente las más «romanizadas»- conocedoras de las «ciencias eclesiásticas», que detentaron el poder
episcopal durante más de una generación; en la Tarraconense la familia formada por los obispos Justo de Urgel,
Nebridio de Égara y Justiniano de Valencia; en la Bética los hermanos Leandro e Isidoro de Sevilla y Fulgencio de
Écija: el obispo Braulio sucedió en Zaragoza a su hermano Juan, y antes había sido ocupada por el padre de ambos,
Gregorio. Estas familias formaban grupos de poder que lo preservaban a través de alianzas y a través de las
escuelas episcopales y monásticas. Conocemos una escuela dependiente de Santa Eulalia de Mérida y, vinculadas
con las sedes de Sevilla y Toledo, las escolanías de los monasterios honoracense y agaliense, respectivamente; de
ellas eran Justo de Toledo, Eugenio I, Eugenio II o Ildefonso de Toledo. Juan y Braulio de Zaragoza se formaron en
la escuela monástica dependiente de la iglesia de Santa Engracia de dicha ciudad. Los libros (y las bibliotecas) eran
apreciados en los ambientes eclesiásticos y objeto de atracción en el ámbito cortesano y de los poderosos del reino -
monarcas y nobles-. Sisebuto, Chindasvinto, el conde Búlgar o Braulio de Zaragoza, tenían interés por poseer
ciertos volúmenes. Para disponer de copias de manuscritos de uso personal, el propio Braulio creó ex profeso un
scriptorium enriquecer la biblioteca episcopal de Zaragoza, -450 volúmenes-. Los escritores hispano-visigodos
hacian referencias a autores clásicos como Virgilio, Ovidio y Juvenal (pero pasando por Agustín o Jerónimo),
centrados casi exclusivamente en temas de carácter eclesiástico. Las escuelas catedralicias y monásticas querían
hacerse con los escritos de los más importantes autores cristianos, lo que llevó a Tajón, sucesor de Braulio en la
sede caesaraugustana, a viajar a Roma cuando aún era abad para traerse consigo las obras de Gregorio Magno que
faltaban en el reino toledano.
obispo debía estar instruido en las Sagradas Escrituras y en la doctrina de la Iglesia por lo que en el Concilio IV de
Toledo (633) se ordenaba que los obispos conociesen suficientemente los textos bíblicos y los cánones (c. 25). Los
presbíteros y los diáconos colaborarban, aunque de forma subordinada, en la predicación: el Concilio II de Sevilla
(619) pero solo en ausencia del obispo (c. 7). Isidoro de Sevilla nos informa de que el pleno ejercicio del sacerdocio
correspondía al obispo, quien poseía de forma perfecta el triple poder de predicar, santificar y gobernar al pueblo de
Dios que presidía. Los presbíteros no gozaban de la plenitud de esa autoridad tripartita si no era por delegación del
obispo. Según la epistula pseudo-isidoriana ad Leudefredum episcopum (cap. 8), a ellos les correspondía
praedicare Euangelium et Apostolum; a los lectores el Antiguo Testamento, y a los diáconos el Nuevo. Por la
incultura de algunos integrantes del clero inferior, esta circunstancia suponía un gran inconveniente para la correcta
instrucción a los fieles. Teniendo presente el carácter principalmente litúrgico que había adquirido a partir del siglo
VI la producción homilética como medio de prevención y recurso contra las posturas heterodoxas, paganas o
judaizantes, los padres visigodos prestaron gran atención a la labor pastoral, a la pertinencia de los libros litúrgicos
y a la predicación dirigida a los diferentes grupos de la comunidad (catechumeni o fideles).
Se recogían en colecciones de discursos homiléticos –algunos de menor importancia no se guardaban- de
reconocidos padres de la Iglesia adaptados por temas al calendario litúrgico visigodo para facilitar las labores
pastorales. Del siglo VII data la Homiliae Toletanae, cuyo artífice pudo haber sido Ildefonso o Julián de Toledo;
organizado en virtud de dicho calendario, con ciclos, de carácter temático (como los relacionados con las
festividades que conmemoraban a determinados santos de origen hispano o que poseían cierta trascendencia en
Hispania), o de orientación litúrgica -Epifanía, Cuaresma o Pascua-.
Escritores eclesiásticos compusieron oraciones e himnos destinados a nutrir los diversos oficios y
ceremonias. como Isidoro y su hermano Leandro, de los obispos toledanos Eugenio, Ildefonso y Julián, de Braulio
de Zaragoza y de algunos otros de menor relieve como Pedro de Lérida, Juan de Zaragoza y Comancio de Palencia.
En el Concilio III de Toledo (589) estableció la obligación de recitar el credo en todas las iglesias del reino
durante el oficio dominical; y en el Concilio IV de Toledo (633) se expresó, el interés de la jerarquía por que se
equipararan en todas las iglesias los servicios y oficios sagrados (c. 2). Se contaban ya con obras como el De
ecclesiasticis officiis de Isidoro de Sevilla. La liturgia quedó firmemente fijada en todo el reino: la labor
emprendida en gran medida por Ildefonso de Toledo, con el primer canon aprobado en el Concilio X de Toledo
(656) mediante el que se instituyó que la festividad de Santa María habría de celebrarse el 18 de diciembre. La
mayoría de los textos litúrgicos visigodos forman la base del rito mozárabe que conocemos por el Liber ordinum.
A) LA ÉPOCA ARRIANA
La Lex Romana Visigothorum, es una selección de normas contenidas en el Codex Theodosianus, publicada
el 2 de febrero del año 506; sigue la duda de a quienes se les aplicaba este Código –a todos, tanto hispanorromanos
como godos, o solamente a los hispanorromanos-, es la única fuente de que disponemos para conocer la normativa
jurídica que afectó a los judíos en el siglo VI, pues éstos eran considerados cives romani y si estas leyes fueron de
rigurosa aplicación. Pero si sabemos que los judíos de esta época estuvieron sometidos jurídicamente a las
disposiciones del Breviarium hasta el año 654, en que Recesvinto lo abolió. La legislación alariciana, según la
historiografía, presenta una tolerancia arriana hacia los judíos durante el siglo VI. Las normas del Breviarium
indican una continuidad de la legislación y la actitud antijudías del Imperio romano de época cristiana y una
gradación en la resolución y gravedad de las medidas adoptadas en contra del judaísmo.
El Breviario reduce las cincuenta y tres leyes referentes a los judíos procedentes del Codex Theodosianus a
sólo diez, debido a que evita repeticiones, contradicciones e incongruencias en ciertas leyes, debido al cambio,
inútiles, improcedentes, e incluso inconvenientes. El monarca visigodo añadió una interpretatio a cada una de las
disposiciones imperiales y tres reglamentaciones procedentes de la Novella III de Teodosio II (del año 438) y de las
Sententiae del jurista Paulo. Fue con el propósito de hostilidad hacia los judíos, como las leyes que concedían
algunos privilegios a los rabinos, que regulaban la prerrogativa judía de la autonomía de mercado, o que permitían
al judío regresar a su antigua religión después de haber abrazado, por conveniencia u obligación, el cristianismo.
El Código de Alarico II recogió, heredado del Imperio tardorromano, el reconocimiento del status jurídico
del judaísmo por el cual se garantizaba cierta libertad religiosa a quienes profesaban este credo. Se seguía con la
prohibición de emprender acciones judiciales contra los judíos, así como la de obligarles a realizar ningún tipo de
labor en sábado o en el resto de las fiestas señaladas por la religión judía; y de sus propios tribunales para dirimir
causas de orden religioso o de carácter civil, siempre que los litigantes fuesen judíos y estuviesen de acuerdo.
Las restantes leyes referidas a los judíos que fueron reunidas en el Breviario eran:.se restauró la prohibición
de poseer esclavos cristianos mediante procedimientos que no fuesen la sucesión y el fideicomiso, a no comerciar
con ellos; se les impidió acceder a cargos públicos -exceptuando los de la curia-, a la carrera militar y a la profesión
de la abogacía; se prohibieron los matrimonios mixtos -a los transgresores se les aplicaba las misma pena que a los
adúlteros: la muerte-; se castigó con la deportación y confiscación de todos los bienes, la práctica de la circuncisión
entre quienes no fueran judíos de nacimiento y pena de muerte para el médico que la practicara y al judío que
consintiera o promoviera llevarla a cabo en su esclavo cristiano –que obtiene la libertad inmediata-; se impidió la
conversión de cristianos a la religión judía, ordenando la pérdida de los bienes y de los derechos de testar y
testificar para los transgresores; y se prohibía a los judíos molestar a los antiguos correligionarios que hubiesen
decidido abrazar el cristianismo; se prohibió edificar nuevas sinagogas, con multa de cincuenta libras de oro a los
infractores y decretando en la interpretatio la transformación en iglesia cristiana del edificio ilegalmente
construido: solo existía el derecho a realizar las reparaciones que exigiese la antigua construcción, sin
embellecimiento.
El mito de la supuesta afinidad religiosa existente entre arrianismo y judaísmo, surgido ya en la Antigüedad
tardía dentro del contexto de la controversia antiarriana, enraizó con fuerza en la historiografía; pero no existe base
histórica alguna que confirme esta teoría.
La falta de información más allá de la que nos llegó por las leyes alaricianas, y la «marginalidad» del
problema judío respecto al principal conflicto del siglo VI, que enfrentaba a católicos y arrianos, impiden
contrarrestar de forma inmediata esta falsa apreciación. La herencia del antijudaísmo del Imperio cristiano recogida
por los monarcas visigodos de credo arriano, niega la tolerancia hacia la minoría judía. Algún autor ha considerado
que la «actitud defensiva» respecto a los judíos se inició precisamente con el Breviario y que Alarico II recupero
las leyes para salvaguardar la doctrina cristiana ante la judía. Ambas épocas se diferencian en un mayor grado de
represión y evidencia un sentido antijudío.
Los judíos gozaban de simpatía entre los cristianos, de ahí el peligro de la judaización. Tampoco una
manera de lucrarse los reyes visigodos, pues desde Recaredo en adelante, las sanciones pecuniarias sólo recaían en
los infractores de las leyes. Con la conversión al cristianismo los judíos, se pretendía que gozaran de la misma
situación que los cristianos y si la motivación hubiera sido económica, no se habría ofrecido ni forzado la
posibilidad de dicha conversión. La teoría según la cual monarca trataba a los judíos por su apoyo prestado en el
momento de su ascensión al trono, no se cumplirse con los reyes Recesvinto, Wamba o Witiza. La motivación
principal del antijudaísmo de las fuentes es la discordia y rivalidad puramente religiosas, con la confutación de la
doctrina y lucha contra las tradiciones religiosas judías, antagonistas del cristianismo, para evitar la judaización, así
expresado en el tomus del Concilio XVII de Toledo y en las Leges Visigothorum (XII, 3, 2 y 5), al que se le añade
el deseo de monarquía y clero de lograr una unidad religiosa; todo ello hace que los judíos constituían un elemento
distorsionador.
El antijudaísmo visigodo fue producto de una unión entre el Estado y la Iglesia, para lograr erradicar el
problema, las penas impuestas en cuestión judía no era distinta entre ambos estados. Sisebuto no llegó a expresar
sus en un concilio, pues la Iglesia todavía no disponía de un modo de participación, ya que los concilios nacionales
no se iniciaron hasta el Concilio IV de Toledo, con Sisenando y la Iglesia no se opuso a estas disposiciones
antijudías. La legislación de Sisenando se fija en el Concilio IV de Toledo (633), con carácter de ley; el Concilio VI
de Toledo (638) felicitó al rey Chintila por su dura política antijudía, por el obispo Braulio y demás prelados; la
legislación de Recesvinto adoptada en el Concilio VIII de Toledo (653); y el Concilio XII de Toledo (681) respalda
y subscribe las leyes civiles de Ervigio.
Padres eclesiásticos ensalzaban virtudes de los monarcas y existía una literatura de educación religiosa que
defendía una monarquía a unificada y cristiana, claramente antijudía –ejemplos son Braulio de Zaragoza e
Ildefonso de Toledo con Recesvinto, y de Julián de Toledo con Ervigio-.
Los judíos obstaculizaban la identificación entre regnum y ecclesia (Concilio VI de Toledo, c. 3 y VIII de
Toledo, c. 12); parece que la Iglesia fue la principal inspiradora de estas medidas antijudías yel monarca -vinculado
a las sugerencias de los obispos- se veía obligado a defender los intereses de la religión católica -los soberanos que
ascendieron al trono sin el apoyo del clero no urgieron las leyes antijudías existentes ni promulgaron otras nuevas-.
En los escritos de los padres visigodos se hacen referencia al deseo de una sociedad totalmente cristiana,
sin la presencia de los judíos. En el anónimo Liber de variis quaestionibus adversus Iudaeos (55, 5-13) define los
grupos que conforman una sociedad de clérigos, monjes y laicos o «populares» y que no hay sitio para los judíos.
Julián de Toledo -por la actuación de Ervigio-, sostenía que el judaísmo «tenía que ser amputado como la parte
cancerígena del cuerpo» (De compr., praef., 5-7). La represión contra los judíos en el reino visigodo nace por las
ideas antijudías de la alta jerarquía eclesiástica y permiten una legislación antijudía de la colaboración entre Iglesia
y Estado, así, el control sobre una sociedad completamente cristiana forma la identificación entre regnum y
ecclesia.
C) CONVERSIONES FORZOSAS Y
CRIPTOJUDAÍSMO
Recaredo
Recaredo (586-601) cambio la religión del reino visigodo al catolicismo y adoptó una política contra los
judíos menos dura que la de muchos de sus sucesores. Sus medidas antijudías siguieron el estilo de la legislación
anterior -civil y eclesiástica-. El canon 14 (De Iudeis) del Concilio III de Toledo (589), fue redactado a petición del
rey, así como una Lex antiqua de la Lex Visigothorum (XII, 2, 12), de su reinado, actualizan una parte de las leyes
tardoimperiales incorporadas ya al Breviario y algunos cánones del Concilio de Elvira (principios del siglo IV) en
contra de la influencia ejercida por la religión judía sobre los fieles católicos: se prohíbe a los judíos tener esposas o
concubinas cristianas, adquirir esclavos cristianos para usos propios y acceder a cargos públicos; se les ordena la
inmediata liberación del esclavo cristiano que haya sufrido la vejación de la circuncisión, sin pago de precio
alguno. Una novedad: se preceptúa el bautismo obligatorio para los hijos nacidos de los matrimonios o
concubinatos mixtos entre judíos y cristianas, para reforzar la prohibición de uniones ilícitas.
Los judíos intentaron sobornar al monarca para que revocara las medidas en su contra. No sabemos si era
una práctica habitual, la legislación del soberano no era distinta de la que ya existía contra los judíos. El papa
Gregorio por carta fechada en agosto del 599 le felicitaba por haberse resistido a dicha tentación, precisamente por
la excepcionalidad del comportamiento ejemplar de Recaredo en el asunto, nos indica que era algo habitual con
anterioridad.
Sisebuto
Sisebuto (612-621) ratifico las disposiciones del Concilio III de Toledo contra la comunidad hebrea, a
través de dos nuevas leyes (Lex Visig., XII, 2, 13 y 14), que incide en la prohibición para los judíos de la posesión
de esclavos (y dependientes libres) cristianos, decretando la libertad inmediata de quienes padecieran esta injusta
situación. Los matrimonios mixtos no sólo se declaraban ilegítimos, sino que debían erradicarse por completo de la
sociedad., obligando a la separación de los cónyuges si la parte infidelis de la pareja rehusaba convertirse al
catolicismo y pena de exilio perpetuo, junto con la confiscación de todos sus bienes.
Al final de su segunda ley, advertía que debían ser vinculantes para sus sucesores, haciendo recaer una
maldición sobre aquellos reyes que no exigiesen su total cumplimiento en el futuro. No parece que surtieran efecto
y hacia el año 616 decretaría finalmente la primera conversión general de todos los judíos de su reino al
catolicismo, sin que se conserve el texto original, pero sí las noticias seguras de su existencia -Isidoro de Sevilla
afirma en sus Etymologiae que «durante el cuarto y quinto año de gobierno del piadosísimo príncipe Sisebuto en
Hispania se convierten al cristianismo los judíos» (Etym., V, 39, 42: huius quinto et cuarto religiosissimi principis
Sisebuti Iudaei in Hispania Christiani efficiuntur) y en su Historia rerum gothorum suevorum et vandalorum que
este rey llevó por la fuerza a los judíos a la fe católica, mostrando en ello gran celo, pero no según la sabiduría,
pues obligó por el poder a los que debió atraer por la razón de la fe (Hist. goth., 60).
Contó con la aquiescencia del clero y su apoyo incondicionales: después de su muerte, la Iglesia mantuvo
una posición contraria a su actuación por el método empleado y no a su propósito final. La Iglesia se mostraba
todavía favorable al decreto real de conversión forzosa de los judíos y mediante una decisión conciliar en la que se
justificaba expresamente su drástica medida. El único canon conservado de un desaparecido concilio sevillano (el
tercero), (619-624) presidido por Isidoro, que formaba parte de una colección incrustada entre los concilios VIII y
IX de Toledo en la Recensión Juliana de la Hispana, alababa la política de conversiones forzosas desarrollada por
Sisebuto y obligaba a los judíos a llevar a cabo el bautismo efectivo de sus hijos, denunciando y prohibiendo la
práctica frecuente de sustituirlos en la ceremonia bautismal por niños ajenos (Concilio III de Sevilla, c. 10). Nos
revela el método que usaba el criptojudaísmo ante el bautismo forzoso por medio de argucias y que la Iglesia era
favorable a la política del rey. Isidoro de Sevilla llegó a expresar sus reservas, respecto al modo en que los judíos
fueron obligados a convertirse, después de la muerte de Sisebuto: pero usando las palabras del Apóstol Pablo en
Filipenses, 1, 18 («ya por la ocasión, ya por la verdad, con tal de que Cristo sea anunciado») de que cualquier
método sería válido para extender la fe cristiana.
El empleo de la fuerza estaría justificado cuando la prosecución de un alto fin así lo requiriese, como para
mantener la disciplina eclesiástica u obligar al pueblo (incluso por medio del terror) a obedecer las leyes y evitar el
mal comportamiento (Sent., III, 51, 5 y III, 47, 1). Isidoro no consideró este método como el más adecuado, pero
cuestionó sus resultados. El surgimiento del criptojudaísmo convencerá al obispo sevillano de la necesidad de
utilizar únicamente la persuasión como vía de acercamiento de los judíos a la fe cristiana. El papa Gregorio Magno,
decía que empleo de la razón en la atracción de los judíos al cristianismo era más conveniente que el de la fuerza,
pues esta generaba sólo conversiones aparentes que llevaban el deseo de regreso a las prácticas de la antigua
religión y males aún mayores (Epist., I, 34; I, 45; IX, 196).
El Concilio IV de Toledo
El rey Suintila se desentendió de la aplicación de las medidas de su antecesor, el Concilio IV de Toledo
(633), también presidido por Isidoro de Sevilla, se mostraría, en su canon 57, contrario al uso de la fuerza para
conducir a los judíos a la fe católica. Los obispos allí reunidos parecieron aceptar la teoría isidoriana de la
persuasión como camino más correcto para convertirlos al cristianismo. A los judíos que, después de haber
recibido el bautismo en contra de su voluntad, habían vuelto de nuevo a su antigua religión: se les obligaba a
permanecer en la fe que forzadamente habían admitido, para que «el nombre del Señor no sea blasfemado y se
tenga por vil y despreciable la fe que aceptaron» (ne nomen Domini blasphemetur et fidem quam susceperunt uilis
ac contemptibilis habeatur).
Los obispos conciliares tomaron una opción teológica rigorista; el «realismo sacramental» el bautismo
debía prevalecer por encima de la libertad del individuo, ya que en los asuntos en que estuvieran implicados el
derecho divino y el humano, el primero debía imponerse sobre el segundo: por lo los bautismos recibidos por la
fuerza tenían para la Iglesia plena validez, en caso contrario perdería su eficacia; su renuncia conllevaba
implícitamente un delito de perjurio, una traición a los juramentos pronunciados ante la pila bautismal. El
juramento era un acto importante y extendido en la sociedad visigoda, con fuerza vinculante por su carácter
sagrado; si se cometia perjurio, se incurría en sacrilegio y se profanaba a la Iglesia.
El Concilio IV de Toledo, la Iglesia remarco que no se estaba dispuesto a renunciar a las conversiones
forzadas: se obliga a volver a la religión cristiana, si es necesario por medio de la fuerza, a aquellos judíos que
hubiesen regresado a sus antiguas prácticas (c. 59); se les acusa de apostasía y, por tanto, se les somete a las penas
previstas para este delito (cc. 59 y 61); se prohíben de nuevo los matrimonios mixtos (salvo que se produzca la
conversión de la parte infiel) y se obliga a que los hijos nacidos de dichas uniones reciban el bautismo y se eduquen
en la fe cristiana (c. 63).
Chintila
Transcurridos cinco años desde el último concilio toledano, el rey Chintila convoco uno para que los
obispos tomaran la resolución más conveniente para acabar con la «perfidia» judaica. Determinó reunir en Toledo a
todos los hebreos bautizados de la ciudad, que por medio de una profesión de fe o placitum, quedasen obligados
por compromiso expreso y formal a permanecer en la fe cristiana, renunciar a las prácticas judaicas y evitar todo
contacto con criptojudíos. Documento conocido como Confessio vel professio Iudaeorum civitatis Toledanae, en el
Concilio VI de Toledo (638), siguiendo las directrices de Braulio de Zaragoza, estuvo a favor de la conversión
forzosa de los judíos: la asamblea episcopal confirmó los cánones relativos a los judeoconversos establecidos en el
Concilio IV de Toledo, para que continuasen en vigencia «aquellas medidas que eran necesarias para su salvación
»; y la nueva decisión del soberano, tomada de acuerdo con ellos (cum regni sui sacerdotibus), en la que no se
permitiría que siguiesen viviendo en su reino aquellos súbditos que no fuesen católicos (c. 3).
Chindasvinto y Recesvinto
Para las autoridades, civiles y eclesiásticas, los judíos bautizados se habían convertido en sospechosos de
traición a la religión cristiana. La única ley que decretó Chindasvinto (642-653) respecto al problema judío
reflejaba esto y conminaba a los «verdaderos fieles» a alejarse del peligro judaizante (Lex Visig., XII, 2, 16).
Su hijo Recesvinto (653-672) actuo con mas fuerza por el alarmante número de hebreos relapsos, había
sido asociado al trono por su padre en el 649, convocó un nuevo concilio (el VIII toledano) para acabar con la
apostasía de los judíos que habían sido bautizados. La respuesta del concilio no fue la que Recesvinto esperaba,
sólo reivindico el lo dispuesto en el Concilio IV de Toledo y a confirmar el compromiso que habrían de adquirir los
futuros reyes de defender la fe católica de la «amenazadora infidelidad de los judíos y de las ofensas de todas las
herejías» (Concilio VIII de Toledo, c. 10). El monarca afronto la tarea creando un cuerpo de leyes que, sin
mencionar la conversión forzosa, impedía jurídicamente a los judíos, bautizados o no, continuar con su detestanda
fides et consuetudo (Lex Visig., XII, 2, 15), imposibilitándoles llevar a cabo con normalidad las ceremonias y
costumbres propias de su religión mediante la privación de sus derechos civiles y religiosos. Además de obligar a
los judeoconversos toledanos a con otro placitum por el que se comprometían a comportarse como verdaderos
cristianos (Lex Visig., XII, 2, 17), el monarca prohibió la existencia de relapsos y criptojudíos y cualquier tipo de
actividad contra la fe cristiana.
También impidió la celebración de la Pascua y el resto de las fiestas judías, del mismo modo que la
observancia del sábado y todos sus ritos y prácticas religiosas, incluido el matrimonio entre parientes hasta el sexto
grado de consanguinidad. No permitió a los hebreos entablar pleitos contra cristianos o testificar contra ellos, salvo
los conversos de segunda generación que hubiesen presentado pruebas suficientes para ser excluidos de dicha
prohibición. Recesvinto institucionalizaba el fenómeno que se conocerá como «marranismo» y fue consciente de
que ninguna iniciativa jurídica podría ser verdaderamente eficaz sin la total erradicación de la cooperación cristiana
que, a cambio de dinero o de cualquier otro servicio, recibían los judíos para poder sustraerse a las prohibiciones o,
en su caso, a los deberes que les imponía la legislación. El Concilio IV de Toledo había actuado contra esta
inquietante situación estableciendo que cualquier obispo, clérigo o seglar que prestase ayuda a los judíos,
convirtiéndose de facto en patrono de los «enemigos de Cristo», sería excomulgado (c. 58). Con el tiempo esta
disposición conciliar perdió fuerza, por lo que Recesvinto la rescato introduciendo una prohibición y sanción
parecidas en su nuevo Código.
Ervigio
El rey Ervigio legisló de nuevo contra los cristianos sobornados por judíos o que estuvieran bajo su
patrocinio, y que impedían la normal vigilancia de la Iglesia sobre ellos, pues el canon 17 del Concilio IX de
Toledo (655) celebrado en época de Recesvinto, designó a los obispos como responsables últimos del control de los
judeoconversos en los días festivos cristianos y en las suprimidas fiestas de la Ley judía.
Ervigio logró perfeccionar y ampliar esas medidas de prevención, ordenando que los judeoconversos se
presentasen ante el obispo, sacerdote o funcionario civil de su lugar de residencia todos los sábados y días de fiesta
judíos y cristianos, bajo amenaza de decalvación y cien azotes para los transgresores, para evitar la observancia de
los preceptos judaicos; en cuanto a las mujeres judías, estableció que fuesen acompañadas durante esos días por
matronas cristianas de manifiesta honestidad, para impedir que los clérigos pudiesen cometer con ellas actos
deshonestos, aprovechando la vigilancia obligada y movidos por la lujuria (Lex Visig., XII, 3, 21).
En el discurso de apertura del Concilio XII de Toledo (681) Ervigio expuso, como hizo Recesvinto, los
principios que le impulsaron a una política que erradicara la «peste judaica», solicitando de los obispos cuidar de la
amplia legislación antijudía (nada menos que 28 leyes) que acababa de promulgar, así como la redacción de un
canon para confirmarla.
En su primera ley, el rey ratificaba (igual que Recesvinto) la aplicación de las leyes contra los judíos
dictadas por reyes anteriores y anunciaba el contenido de las disposiciones que iba a promulgar. De todas las leyes
antijudías que finalmente aprobó y confirmó el concilio, destaca especialmente la que volvía a exigir la conversión
forzosa, estableciendo bajo penas muy duras que todos los judíos del reino, junto a sus hijos y siervos, debían
recibir el bautismo en un plazo máximo de un año, es decir, a partir del 27 de enero del 681. Además, se ordenaba
un nuevo placitum, el tercero, con juramento personal sólo ante el obispo. Se extreman la tutela y vigilancia de los
conversos y se habilita a los jueces para que colaboren también en ello; se aumentan las penas para los criptojudíos
y se vuelve a prohibir a los Iudaei (judeoconversos) la posesión de esclavos cristianos.
Egica
Egica será quien publicará la decisión más drástica tomada jamás en el reino visigodo contra los judíos.
Antes intentó reconvertir a los ya bautizados gracias a una serie de ventajas económicas, siempre que demostrasen
su sincera adhesión a la fe cristiana.
Apenas aceptadas las condiciones del rey, muchos de los conversos volvieron a sus antiguas prácticas
judías, por lo que al año y medio, tanto rey como obispos optasen por lo que algún historiador ha denominado la
«solución final»: el Concilio XVII de Toledo (c. 8) castigó a todos los judíos con la confiscación de sus bienes, la
esclavitud perpetua y la disgregación de sus familias, pues conversos ya la inmensa mayoría, no sólo habían
traicionado sus compromisos y juramentos al volver a la práctica de sus ritos, sino que además (según el falso
argumento del propio Egica en el tomus regius) habían conspirado junto con judíos de ultramar para combatir al
pueblo cristiano y usurpar el trono real.
D) REPRESIÓN ANTIJUDÍA
A través de la legislación civil, Recesvinto y Ervigio establecen que las uniones matrimoniales sólo han de
celebrarse entre cristianos y según las costumbres cristianas. En los cánones eclesiásticos se establecía que el
cónyuge no bautizado debía bautizarse y que los hijos debían ser obligatoriamente educados en el cristianismo.
Obispos como Braulio de Zaragoza tratan de romper las relaciones entre los cristianos y los hebreos; por ello, en la
Confessio que parece que redacta para el Concilio VI de Toledo (638) para que fuera jurada y cumplida por los
judíos toledanos, exige la incomunicación entre ambas comunidades y el rechazo del matrimonio con judíos no
bautizados.
La actitud del clero y la legislación antijudía de la época definen un marco ideológico y jurídico de una
política de exclusión social de los judíos, reduciéndose considerablemente sus derechos civiles como: la negación
del derecho de reunión; incapacidad jurídica para testificar en juicio y para llevar una acusación contra cristianos;
inhabilitación para ocupar cargos públicos; discriminación fiscal. Se produce una segregación social prohibiendo
los matrimonios mixtos y la ruptura de todo tipo de relaciones judeo-cristianas.
Influencias judaizantes
Algunas de las prácticas de la religión judía eran muy similares a las cristianas o eran susceptibles de
confusión en los fieles; la Iglesia oficial temía la contaminación judaizante que se veía en la comunidad cristiana y
por ello trata de separar algunas celebraciones judías de las cristianas. Se extendió la costumbre de celebrar la
Pascua judía entre los cristianos, dandose advertencias y disposiciones legales que lo prohibían expresamente
(Braulio de Zaragoza, Epist., XXII, 18-26; Lex Visig., XII, 2, 5; Concilio X de Toledo, c. 1). Las influencias
judaizantes estaban presentes en la sociedad visigoda como lo había estado antes, no sólo a través del culto
sinagogal, también por personajes poderosos que tenían una posición social preeminente; existían algunos
potentiores judíos propietarios de tierras -legislación visigoda y en la fuente hagiográfica de finales del siglo VII, la
Passio Mantii-, que utilizaban su posición de poder para imponer por la fuerza a sus servi y dependientes sus
creencias judías.
Las acciones contra las influencias judaizantes aparecieron ya en época arriana. Algunas leyes de Alarico
trataron de evitar la conversión de cristianos libres al judaísmo, que en época católica fue problematico para
mantener la unidad religiosa del reino y considerado como crimen laesae maiestatis, con medidas muy severas.
Si el prosélito era un hombre libre y cristiano, sin importar sexo, incurría a partir de Chindasvinto en pena
de muerte y confiscación de bienes. Ervigio mantuvo la prohibición, modificando la sanción con la amputación del
pene para el hombre y de la nariz para la mujer (Lex Visig., XII, 3, 4). Si el prosélito era esclavo de un hebreo,
obtenía la libertad con la obligación de hacerse cristiano (Concilio III de Toledo, c. 14). Con Sisebuto, el judío que
convertía a algún cristiano a su religión era castigado con la muerte. Ervigio incluso penaba el intento de
proselitismo con la confiscación de bienes y el exilio, y llegó a prohibir la apología del judaísmo.; estableció un
castigo idéntico para quien atacase o criticase públicamente al cristianismo. Todo era poco, sobre todo si se trataba
de judíos recientemente convertidos al cristianismo, que corrían el peligro de volver a abrazar su antigua religión.
El Concilio IV de Toledo impide toda relación entre judeoconversos y judíos todavía no bautizados, incluso con
efectos retroactivos en caso de matrimonios ya celebrados (c. 62).
obsequium de sus manumitidos, se les dejaba irremediablemente fuera de las relaciones de patrocinio y de
dependencia personal que, como se ha visto, caracterizaban a toda la sociedad visigoda. El Concilio IV de Toledo
(c. 66) declara que ningún judío debía tener esclavos cristianos: «sería criminal que los siervos de Cristo sirvan a
los ministros del Anticristo» (nefas est enim ut membra Christi seruiant Antichristi ministris). Isidoro vuelve a
incurrir en una contradicción: justifica espiritualmente la existencia de la esclavitud y la legitimidad de la posesión
de esclavos entre los hombres (Sent., III, 47) y niega a los judíos dicha facultad cuando firma y acepta el canon de
este concilio. En el Concilio X de Toledo (656) prohibiría la venta de esclavos cristianos a judíos o a gentiles,
hecho frecuente entre eclesiásticos y laicos (c. 7). Ervigio vuelve a establecer que los judíos no podían tener siervos
cristianos, pero sus normas son confusas respecto al modo en que los hebreos debían librarse de ellos. En una de
sus leyes, obliga a los judíos a vender sus esclavos cristianos bajo la supervisión de los clérigos si antes de sesenta
días (contando a partir del 1 de febrero del 681) el judío no hacía profesión de fe católica bajo la pena de pérdida de
la mitad de sus bienes o, en caso de pobreza o insolvencia, de decalvatio y cien azotes; pero en otra ley, establece
que los esclavos judíos que deseasen convertirse al cristianismo debían ser liberados sin más preámbulo.
La conversión de cristianos libres a la religión judía se castigaba con penas muy severas, no sólo para el
convertido, sino también para el hebreo que había propiciado dicha conversión y los padres visigodos escribieron
sobre las precauciones que los fieles cristianos debían tomar contra las influencias judaizantes.
Los ataques a la religión judía por parte de todos estos padres visigodos comenzaban, con el rechazo a los
preceptos de la Ley, a los que consideraban temporales y absolutamente carentes de vigencia. Para Isidoro, la
circuncisión carnal de los judíos no era más que un signo distintivo que carecía de todo valor salvífico. El bautismo
-o circuncisión espiritual- limpiaba todos los pecados y ofrecía la salvación eterna al pueblo cristiano (De fide, II,
24, 1 y II, 24, 10). Esta pérdida de todo su valor religioso convertía a la circuncisión en una marca despreciable e
indigna y su prohibición fue objeto de numerosas leyes. Si en época arriana se castigaba con el exilio y la
confiscación de bienes a quien la practicara en hombres libres que no fuesen judíos, bajo Chindasvinto y sus
sucesores se decretó la pena de muerte (Lex Visig., XII, 2, 16). Recesvinto prohibió la circuncisión a todos los
judíos, bautizados o no, bajo pena de muerte por lapidación u hoguera (Lex. Visig., XII, 2, 7) y, como ya ha sido
mencionado, Ervigio sancionó con la confiscación de bienes y la amputación total del miembro viril a todo hombre
que la practicara y con la mutilación de la nariz a las mujeres que se atreviesen a efectuarla o indujesen a otros a
ello (Lex Visig., XII, 3, 4).
En el único canon conservado del ya citado Concilio III de Sevilla (619 y 624), se estipulaba la obligación
para todo judío de bautizar a sus hijos y se proscribía la práctica de sustituirlos en la ceremonia por hijos ajenos
(Conc. III Sevilla, c. 10). Ésta parece ser la primera medida de interferencia religiosa dentro del seno de las familias
judías. En los Concilios IV (c. 60) y XVII de Toledo (c. 8) se determina la separación de los hijos judíos -en el
segundo se especifica que sean menores de siete años- de los padres no conversos o relapsos para que fueran
educados cristianamente por instituciones eclesiásticas o por leales cristianos.
Estos cánones pretenden romper los lazos que permitían la unión de las familias judías, usando como
instrumento legal una antigua tradición del Derecho romano, por la que era conveniente quebrar el vínculo paterno-
filial por falta de garantías suficientes en los padres, lo que exigiría una «alta tutela» a cargo del Estado. Para las
autoridades, la educación de los padres perjudicaba extraordinariamente a sus hijos, ya que les transmitían el error
y la «perfidia judaica».
Se ataco la cohesión social de las comunidades judías: en el ámbito familiar prohibiendo la endogamia
(hasta el sexto grado) practicada por los judíos, el fundamento de todos los vínculos existentes entre los grupos de
la judería; se impedía a todo judío, bautizado o no, leer y tener libros judíos, especialmente el Talmud, así como su
enseñanza a niños y jóvenes, bajo pena de decalvatio, cien latigazos, confiscación de bienes y exilio (Lex Visig.,
XII, 3, 11). Mediante estas dos formulas se trataba de acabar con las escuelas rabínicas clandestinas y con la
enseñanza privada de los padres judíos, esenciales ambas para la unidad, la identidad y la reproducción ideológica
dentro de las comunidades judías. En época de Chintila y Ervigio se tomaron duras medidas contra la lectura y
posesión de libros judíos, y fueron requisadas sus bibliotecas. A partir de finales del siglo VII, el silencio de los
legisladores permite suponer que tales bibliotecas ya no existían y que las disposiciones para acabar con el legado
literario judío habían surtido el efecto deseado (algo similar había sucedido con los arrianos tras la conversión de
Recaredo). Parece que la tradición intelectual y el legado cultural de los judíos de época visigoda no sobrevivió al
propio siglo VII porque las autoridades visigodas consiguieron erradicar cualquier traza de dicha herencia.
Los visigodos querían acabar con la cohesión de las comunidades judías, acabando con las solidaridades y
las dependencias jerárquicas y verticales de las aljamas. Mediante la vigilancia y la tutela de los obispos, se
intentaron crear nuevas redes jerárquicas de dependencia entre éstos y los nuevos judíos conversos por medio del
patrocinio.
Las profesiones de fe buscaban asegurar una relación de fidelitas entre los representantes más poderosos de
los judíos, y el rey, el concilio y los obispos. Isidoro llega incluso a acusar a los judíos de usurpar el nombre del
Sábado al considerarlo de forma no espiritual, pues el verdadero descanso sabático era el que afectaba al alma y no
el que respetaban los hebreos, que no tenía justificación alguna (De fide, II, 15, 1-2) sigue menospreciando el
sabbat, al afirmar se empleaba para dar rienda suelta a la lujuria, a la bebida y a la vida terrenal. Isidoro trató igual
a las restantes fiestas judías, al ignorar el hebreo, tenía poco conocimiento de las creencias y observancias judaicas;
y no se esforzó en conocerlas, ni creyó necesitarlo para sus pretensiones –de aquí su imprecision y superficialidad,
cometiendo errores en la datación exacta de las fiestas judías, pero de sobra para despreciarlas.
Los reyes prohibieron celebrar el sábado, la Pascua judía, los Tabernáculos, las festividades lunares y todas
las restantes que señalaba el calendario religioso judío, bajo las penas de cien latigazos, destierro y confiscación de
bienes (Lex Visig., XII, 3, 5). Ervigio concedió a los judíos un año para abjurar de su religión y no les permitió
mientras tanto la celebración de sus ritos religiosos, obligándolos a observar las fiestas cristianas, como se ordenaba
desde el cuarto canon del Concilio IV de Carbona (589).
Isidoro vuelve a protestar contra los sacrificios carnales (De fide, II, 17, 3) y manifestar su repugnancia
hacia las distinciones y restricciones alimenticias de los judíos, -expresión de la maldad de la vida antigua, cuya
observancia sería tremendamente perniciosa para los que siguen el camino recto del cristianismo-. La legislación
condena la discriminación judía de los alimentos y sólo permite que los conversos puedan abstenerse del cerdo por
considerar que les resulta algo repulsivo por naturaleza (Lex Visig., XII, 2, 17 y placitum de Recesvinto del 654).
Recesvinto mantuvo las mismas prohibiciones e impuso la pena de muerte por fuego o lapidación a todos los que
respetaran estos preceptos judaicos. Ervigio, sólo permitió abstenerse de la carne de cerdo a los judíos bautizados
cuya ortodoxia estuviera fuera de toda duda.
Todas las ceremonias y costumbres judías fueron prohibidas, incluso durante los reinados en los que no se
había planteado a los judíos la disyuntiva entre el bautismo o el exilio; con castigos de: pena de muerte en la
hoguera o por lapidación y, en caso de gracia real, la esclavitud perpetua y la confiscación de los bienes. Según los
autores visigodos, la incredulidad ante la mesianidad de Jesuscristo, descubría la verdadera intención del pueblo
judío, que no era otra que la impaciente espera del Anticristo, a cuyo linaje pertenecía.
Los judíos catalogados como herejes y objeto de insultos; Julián e Ildefonso de Toledo les acusan de falsos
y blasfemos; Ildefonso también consideraba que su corazón malvado y su mente infiel les impedían creer en el
dogma de la virginidad de María y en el Señor (De virg., IV, 359-397). En comparación con la Iglesia que es “una
convocatoria de fieles propia de los hombres racionales”, la Sinagoga tenia la categoría de una congregación propia
de animales. El discurso de inauguración del Concilio XII de Toledo (680) se dieron expresiones de contenido
peyorativo como la del rey Recesvinto de «extirpar de raíz la peste judaica».
Se degrada la institución sinagogal que el propio Egica afirma en el tomo regio que presentó al Concilio
XVI de Toledo (693), que en ningún momento anterior a su reinado se emitió alguna disposición legal decretando
la destrucción de las sinagogas que, a pesar de la cada vez más desfavorable situación jurídica que venía
soportando la minoría judía, todavía subsistían en el reino visigodo. Desconocemos la fecha y el contenido de esa
norma, pues no se ha conservado entre las Leges Visigothorum pero parece que fue extremadamente efectiva. El
monarca recrimina a los obispos el deplorable estado de abandono en que se encontraban muchas iglesias rurales en
las que, sin contar con un presbítero, se habían dejado de ofrecer sacrificios por carecer de tejado e incluso
amenazar ruina y según el monarca, propiciaba la alegría y sorna de los judíos.
Destaca el concepto de perfidia judaica aplicado al pueblo judío en su conjunto. Ildefonso de Toledo
afirmaba que esta perfidia había apartado a los hebreos del buen camino (De virg., III, 280); Isidoro declaraba que
todo esfuerzo era poco para rechazar la pernitiosa Iudaeorum perfidia (De fide, I, 1, 2; I, 4, 12) y en la Confessio
vel professio Iudaeorum civitatisToletanae se insistía en el reconocimiento judío de su connatural prevaricación y
perfidia.
El ambiguo concepto de perfidia judaica -de la polémica cristiana Adversus Iudaeos- adquirió un
significado político, a la espera de traición inherente a los judíos dentro de la monarquía visigoda, que dio a
conocer el rey Egica, permanecerá casi inalterable a lo largo de toda la Edad Media. Este rey visigodo acusó
falsamente a los judíos de haber conspirado contra el pueblo cristiano junto con otros correligionarios de ultramar,
solicitando al Concilio la aprobación de una medida definitiva para acabar con esta «peligrosa » minoría. Los
obispos lanzaron entonces contra los hebreos la acusación de alta traición y establecieron la condena de la
confiscación de todos sus bienes, la servidumbre perpetua y la dispersión de sus familias por todo el reino (Concilio
XVII de Toledo, c. 8).
Glosario
Abrogación es la derogación total de una ley por una disposición de igual o mayor jerarquía que la sustituya
Confutación de confutar: argumentar en contra de una opinión de modo convincente
Criptojudaísmo es la adhesión confidencial al judaísmo mientras se declara públicamente ser de otra fe, comúnmente el
cristianismo.
Exegético dicho de un método interpretativo de las leyes, el cual se apoya en el sentido de las palabras de estas.
Gentil entre los judíos, se dice de la persona o comunidad que profesa otra religión.
Imprecaciones expresión con que se evidencia que se desea que ocurra algo malo o que alguien reciba un daño
Mesianidad Es todo lo relacionado con un Mesías o un Redentor. Todo lo relacionado con un personaje real o imaginario del
que se espera llega a solucionar los problemas que padece una comunidad.
Oneroso contrato que implica alguna contraprestación.
Preposito Persona que preside o manda en algunas religiones o comunidades religiosas, no es un termino en latin, vendria del
lat. praepositus, puesto al frente
Proselitismo afán con que una persona o una institución tratan de convencer y ganar seguidores o partidarios para una causa o
una doctrina.
Relapsos que reincide en un pecado del que ya había hecho penitencia, o en una herejía de la que había abjurado
Talmúdicas perteneciente o relativo al Talmud, libro que contiene la tradición, doctrinas, ceremonias y preceptos de la
religión judía.
Alarico I (395-410)
Ataúlfo (410-415)
Sigérico (415)
Walia (415-418)
Teodorico (418-451)
Turismundo (451-453)
Teodorico II (453-466)
Eurico (466-484)
Alarico II (484-507)
Gesaleico (507-510)
Amalarico (510-531)
Theudis (531-548)
Theudisclo (548-549)
Agila I (549-551)
Atanagildo (551-567)
Liuva I (567-572)
Leovigildo (572-586)
Recaredo (586-601)
Liuva II (601-603)
Witérico (603-610)
Gundemaro (610-612)
Sisebuto (612-621)
Recaredo II (621)
Suíntila (621-631)
Sisenando (631-636)
Khíntila (636-639)
Tulga (639-642)
Khindasvinto (642-653)
Recesvinto (653-672)
Wamba (672-680)
Ervigio (680-687)
Egica (687-700)
Witiza (700-710)
Rodrigo (710-711)
UNED Radio, Raúl González Salinero, El reinado del rey visigodo Sisebuto
https://canal.uned.es/video/5a6f31c1b1111fb50f8b485c
UNED Radio, Preguntas a la Historia ¿Qué sabemos de la Organización Territorial de la Hispania Visigoda?
https://canal.uned.es/video/5a6f2aa2b1111f57648b46a7?track_id=5a6f2aa2b1111f57648b46aa
Exámenes
2012
Las sacrae largitiones NOTA: las sacrae largitiones no entran en temario a partir 2017].]
1ªJun El reinado de Sisebuto, sus campañas militares y su política religiosa (VIII)
Comentario: Código Teodosiano, XII . Mapa: las provincias de Hispania en el Bajo Imperio.
El Imperio nuevo de Diocleciano. Reparto territorial y reformas (II)
La sociedad hispano visigoda: la aristocracia visigoda. La nobleza hispanorromana. Clase dirigente y
2ªJun aristocracia de servicios.
Comentario: Texto latino y traducción en F.H.A. Mapa: La situación en la Península Ibérica en el año 586.
El Imperio nuevo de Diocleciano. Reparto territorial y reformas (II)
Otras minorías étnicas: bretones, africanos, bizantinos y orientales, y judíos.
Sep-O Comentario: texto tomado de la obra de Julián de Toledo. Mapa: las provincias de Hispania en el Bajo
Imperio.
Visión de la crisis del siglo III y la repercusión de los problemas del Imperio en Hispania.
Sep-R Sublevación y reinado de Atanagildo.
Comentario: Lactancio, de mortibus persecutorum. Mapa: La situación de la Península Ibérica en el año 586.
2013
El Imperio nuevo de Diocleciano y sus reformas (II)
1ªJun La administración del reino visigodo (XI)
Comentario: texto tomado de la obra de Julián de Toledo. Mapa: el reino visigodo a finales del siglo VI.
Los grandes autores hispanos: Orosio (III)
El reinado de Sisebuto, sus campañas militares y su política religiosa (VIII)
2ªJun Comentario: Lactancio, de mortibus persecutorum. Mapa: La ocupación bizantina en la Península Ibérica
durante el año 589.
Prisciliano y el Priscilianismo (III)
Sep-O El reinado de Recesvinto (IX)
Comentario: Hidacio, Chron. 128 (año 443). Mapa: el reino visigodo en época de Recaredo.
Organización económica y administrativa de la Diócesis Hispaniarum (IV)
El reino suevo (VII)
Sep-R Comentario: Aurelio Victor, Liber de Caesaribus, sobre Galieno. Mapa: el reino visigodo en época de
Sisenando.
2014
2015
2016
Hispania visigoda bajo influencia ostrogoda.
Códigos de derecho visigodo: autoría, vigencia y características.
1ªJun Comentario: Orosio: historiarum adversus paganum libri. Mapa: organización territorial y administrativa de
la Diócesis Hispaniarum a finales del siglo IV.
2017
El siglo III en Hispania
El reino suevo (VII)
1ªJun Comentario: Isidoro de Sevilla, Setentiarium. Mapa: organización territorial y administrativa de la Diócesis
Hispaniarum a finales del siglo IV.
Sociedad y economía en la Hispania tardorromana.
2ªJun Chindasvinto y Recesvinto.
Comentario: Lex visigothorum, II. Mapa: el reino visigodo en época de Recaredo.
2018
Hispania visigoda bajo influencia ostrogoda.
El reinado de Wamba.
1ªJun Comentario: Notitia Dignitatum Occidentis. Mapa: la evolución de la conquista musulmana en la Península
Ibérica.
Hacienda y fiscalidad en el reino visigodo.
2ªJun El ejército visigodo.
Comentario: Sulpicio Severo, Chronica. Mapa: el reino visigodo en época de Recaredo.
2019
Las villae en la Hispania tardorromana
1ªJun Los concilios visigodos.
Comentario: Concilio XII de Toledo (681). Mapa: Hispania durante el reinado de Wamba.
La circulación monetaria en la Hispania tardorromana
Chindasvinto.
2ªJun Comentario: Isidoro de Sevilla, Historia Rerum gothorum, suevorum et vandalorum, 91. Mapa: reino visigodo
en época de Recaredo
Sociedad y economía en la Hispania tardorromana.
Las conversiones forzosas de los judios en el reino visigoda.
Sep-O Comentario: Concilio XII de Toledo (681), c. 1. Mapa: La organización territorial de las diócesis
Hispaniorum a finales del siglo IV.
El ejercito en la Hispania tardorromana.
El Priscilianismo.
Sep-R Comentario: Juan de Toledo, Historia Wambae regis, Iudicium, 1. Mapa: reino visigodo en época de
Recaredo.
Glosario Latino
Singular Plural Género Significado
angaria angariae f angaria, servidumbre
antiqua antiquae f antigua
barbarus barbari m bárbaro, extranjero
civilitas civilitates f política, arte de gobernar
civitas civitates f ciudad
civis cives m ciudadano
cliens clientes m cliente, protegido
codex codices m código, códice
colonus coloni m colono, campesino libre
comes comites m conde, compañero
comitatus comitatus m comitiva, condado
conversio conversiones f conversión
corpus corpora n cuerpo
defensor defensores m defensor, protector
dignitas dignitates f dignidad, prestigio, rango elevado
dominus domini m señor, dueño
domus domus f casa
dux duces m duque, guía, jefe militar
ecclesia ecclesiae f Iglesia, basílica
edictum edicta n edicto, decreto
fidelis fideles m/f fiel, leal
fidelitas fidelitates f fidelidad
fides fides f fe, creencia
foederatus foederati m aliado, confederado
foedus foedera n tratado, pacto, alianza
gens gentes f raza, estirpe, población
hospitalitas hospitalitates f hospitalidad
hospitis hospites m/f huésped
hostis hostes m enemigo
illuster o inluster illustres o inlustres m/f ilustre, noble, insigne
imperator imperatores m emperador
infidelis infideles m/f infiel
ingenuus ingenui m hombre libre
iudex iudices m juez
laus laudes f alabanza, elogio
lex leges f ley, precepto
limes limites m frontera
locum loca n lugar, sitio de asentamiento
magister magistri m jefe, maestro
mancipium mancipia n esclavo
merx merces f mercancía, bienes
Cronología
214 Reorganización territorial de la Península Ibérica, aparece la provincia Nova Citerior,
252 Una epidemia de Peste asola Hispania,
258 al 268 Póstumo forma un Imperio independiente en la Galia e Hispania,
258 al 268 Rebelión de Póstumo, apoyada por los hispanos,
259 Incursión de Francos y Germanos en la Terraconense,
262 Incursión de los Francos en la Terraconense,
276 al 296 Saqueo de Pamplona, Zaragoza, Clunía y Mérida por los Francos,
296 El Emperador Maximiano expulsa a los Francos de Hispania,
297 La Diócesis Hispaniarum es creada por Diocleciano,
298 Reforma de Diocleciano, aparecen las provincias de Gallaecia y Carthaginensis,
313 Edicto de Milán, el Cristianismo es religión oficial del Imperio Romano,
314 Primer Concilio Hispánico, celebrado en Elvira,
332 Foedus de Atanarico con el emperador Constantino.
350 al 354 Campaña de Magencio contra los piratas en las costas hispanas,
379 Teodosio, nacido en Hispania, es nombrado Emperador de Roma,
381 Nuevo foedus. Muerte de Atanarico en Constantinopla.
395 Muerte del emperador Teodosio.
398 Alarico I es elegido rex gothorum (rey de los visigodos), tras un interregno.
399 y el 400 El I Concilio de Toledo se celebra
406 Incursión de tribus germanas, contenida por los hispanos en los Pirineos,
406/409-438 Hermerico, rey de los suevos.
409 Tribus de Suevos, Vándalos y Alanos atraviesan los Pirineos,
410 y el 420 Los Suevos se asientan en la Gálica y los Alanos en la Lusitana,
410 al 507 El Reino Visigodo Tolosano,
410 Alarico toma la ciudad de Roma. Insurrección del ejército en Hispania contra Constantino III.
410-416 Ataúlfo, rey de los visigodos. Paso de los visigodos a la Gallia.
411 Vándalos, alanos y suevos se establecen en Hispania como federados.
Los Visigodos cruzan los Pirineos y ocupan la Cartaginense Ataulfo funda el Reino Visigodo hispano-galo
414 con capital en Tolouse o Tolosa, Matrimonio de Ataúlfo con Gala Placidia en Narbona- Barcelona es
capital del reino visigodo
Enfrentamientos de los visigodos con suevos y vándalos.Sigérico; Rey de los Visigodos Los Alanos de
415
Adax derrotan a los Vándalos de Fredbal en la Bética,
415-418 Walia; Rey de los Visigodos
417 Lucha de los visigodos en Hispania como federados de Roma.
418 al 475 Roma reconoce el reino visigodo como aliado federado,
Establecimiento mediante un foedus de los visigodos en Aquitania: creación del reino visigodo en la Gallia
418
con capital en Tolosa.
418-429 Los vándalos asdingos ejercen el poder dominante en Hispania.
418-451 Teodorico I; Rey de los Visigodos instaura la dinastía de los Balthos
421 Los Vándalos de Genserico derrotan al ejército romano de Cástulo,
422 Los vándalos derrotan a los romanos en el sur de Hispania.
423 Muere el emperador Honorio.
425. Saqueo de Menorca por los Vándalos,
Batalla de Vouillé, Los Francos, católicos romanos, persiguen a los Visigodos, cristianos arrianos, - Los
507 Ostrogodos contienen a los Francos en la Galia Narbonense, - Los Visigodos pierden su parte de la Galia;
comparten Hispania con Suevos y Cántabros
507-508. Gesaleico; Rey de los Visigodos
507-511 Gesaleico, primer rey visigodo en Hispania.
508 al 526 El reino visigodo hispano es vasallo del reino ostrogodo de Italia,
508-526; Teodorico; Rey de los Ostrogodos y los Visigodos tiene bajo su regencia al siguiente.
511-526 Regencia de Teodorico, rey de los ostrogodos, sobre la Hispania visigoda.
519 Muerte de Eutarico, casado con Amalasunta, hija de Teodorico el Grande.
520 Construcción del mausoleo de Teodorico en Rávena.
526 El tesoro visigodo es llevado a Rávena, y devuelto
526-531 Reinado independiente de Amalarico.
526-534. Amalarico, Regente de los Visigodos del 510 al 526; Rey único
527 II Concilio de Toledo, ordenando la construcciones de seminarios,
527-565 Gobierno de Justiniano I.
529 Código de Justiniano.
531 Concilio II de Toledo. Ataque franco a la Septimania y derrota de Amalarico.
531-548 Reinado de Teudis.
533 Conquista bizantina del norte de África.
534 Redacción de la Regla de San Benito.
534-548. Theudis; caudillo ostrogodo, Rey de los Visigodos
536 Toma de Nápoles por el conde Belisario.
540 Belisario toma Rávena. Los hunos invaden Tracia, el Ilírico y Grecia. Los persas toman Antioquía.
542 Saqueo de Pamplona y Sitio de Zaragoza por los Francos,
548-549 Reinado de Teudisclo o Teudiselo caudillo ostrogodo, Rey de los Visigodos.
549-555. Agila; Rey de los Visigodos
552 al 572 Sublevación de la nobleza hispano-romana en la Bética,
552 Batalla de Córdoba, Los Bizantinos desembarcan en la Bética para apoyar a los rebeldes,
554 al 625 La Spaniae, al sur de Hispania, provincia del Imperio Bizantino
554 Los Bizantinos ocupan el sureste de la Península Ibérica
Atanagildo; Rey de los Visigodos Toledo, nueva capital del Reino Visigodo Guerra entre Visigodos y
555-567.
Bizantinos
556 Martín, abad de Dumio.
561 Concilio I de Braga y reino católico suevo por influencia de Martín de Braga.
567-569 Reinado de Liuva I.
568 al 572 Liuva I, Rey único del 567 al 568; reina junto al siguiente
568 Asentamiento de los longobardos en Italia.
569 Fecha inicial de los acontecimientos relatados en la Crónica de Juan de Bíclaro. Martín, obispo de Braga.
569-571/2 Reinado de Liuva I junto con Leovigildo.
570 y el 571 Toma de Baza y Medina Sidonia por los Visigodos,
570 Nacimiento de Mahoma.
571/2-586 Reinado de Leovigildo.
572 al 586 Leovigildo, Reina con el anterior del 568 al 572; es Rey único
572 Toma de Córdoba por los Visigodos,
573-579 Ataques contra las autonomías locales y contra los pueblos semi-independientes del norte peninsular.
621-631 Suínthila; Rey de los Visigodos Sometimiento de los Vascones, durante su reinado.
623-625 Expulsión definitiva de los bizantinos de la Península Ibérica.
El Reino Visigodo comprende toda la Península Ibérica, - Los Visigodos expulsan a los Bizantinos, - Toma
625
de Cartagena por los Visigodos,
629-639 Reinado del franco Dagoberto I.
Deposición de Suintila.Incursión de los Francos hasta Zaragoza, Rebelión de Sisenado apoyada por los
631
Francos Usurpación del trono de Sisenando el 26 de marzo.
631-636. Sisenando; Rey de los Visigodos
632 Muerte de Mahoma.
Concilio IV de Toledo reforzando el poder de obispos y nobles. Restitución a Marciano de Écija de su
633
dignidad episcopal.
Muerte en Toledo del rey Sisenando. Muerte de Isidoro de Sevilla. Concilio V de Toledo. Carta del papa
636
Honorio I contestada por Braulio de Zaragoza.
636-639 Reinado de Chintila.
Concilio VI de Toledo. Primer placitum (conocido como Confessio vel professio Iudaeorum civitatis
638 Toledanae) firmado en la ciudad regia el uno de diciembre por los judíos conversos por el que éstos se
comprometían a preseverar en la fe católica.
639 Muerte de Chintila en el mes de noviembre.
639-642. Tulga; Rey de los Visigodos
642 Rebelión de los nobles visigodos,
642-649 Gobierno de Chindasvinto como rey único.
646 Concilio VII de Toledo.
649-653 Asociación de Recesvinto al trono.
651 Muere Braulio de Zaragoza.- Levantamiento de los Vascones,
653 Muerte de Chindasvinto en el mes de septiembre.Conversión de los longobardos al catolicismo.
653-672 Reinado de Recesvinto como rey único.
Promulgación del Liber Iudiciorum o Lex Visigothorum. Expediciones de saqueo de los vascones en el valle
654
del Ebro.
655 Concilio IX de Toledo.
656 Concilio X de Toledo.
657 Reorganización de las provincias bizantinas en Occidente.
657-667 Episcopado de Ildefonso de Toledo.
660 Construcción de la iglesia de San Fructuoso de Montelios (Braga).
661 Construcción de la iglesia de San Juan de Baños (Palencia).
666 Concilio provincial de Mérida.
670 c. Construcción de la cripta de San Antolín en la catedral de Palencia.
672 al 673 Rebelión de Paulo en la Septimana y la Narbonense,
Levantamiento de los Vascones, Muerte de Recesvinto en la finca de Gérticos. Campañas de Wamba contra
672
los vascones.
672-680. Wamba; Rey de los Visigodos
Primer sitio de Constantinopla por los árabes.Rebelión contra Wamba en la Narbonense. Rendición de
673
Paulo y sus seguidores en el mes de septiembre. Promulgación de la ley militar.
675 c. Muere Fructuoso de Braga.
675 Batalla naval contra invasores musulmanes, Concilio III de Braga. Concilio XI de Toledo.
680 Medidas legislativas contra los judíos.
680-687. Ervigio; Rey de los Visigodos
680-690 Episcopado de Julián de Toledo.
681 Concilio XII de Toledo. Entrada en vigor del nuevo Código de Ervigio (Lex renovata).
683 Concilio XIII de Toledo. Amnistía a los condenados que participaron en la revuelta de Paulo.
684 Concilio XIV de Toledo.
685-711 Reino de Justiniano II.
687 Se recrudece el enfrentamiento entre el poder real y la nobleza.
687-698/700 Reinado de Egica como rey único.
688 Concilio XV de Toledo.
691 Concilio III de Zaragoza.
693 Conjura y deposición de Sisberto, obispo de Toledo. Concilio XVI de Toledo.
694 XVII Concilio de Toledo, reduciendo a los Judíos hispanos a la esclavitud,
695 Pipino se impone a los frisones.
698 al 702 Comienzan las disputas nobiliarias, Egica, Rey único 687-698; reina con el siguiente
698 Los árabes toman Cartago.
698-700/702 Reinado de Égica y Witiza.
Hispania tiene mas de 3.000.000 de habitantes, - Comienza la crisis entre la iglesia y la monarquía visigoda.
700
XVIII y último Concilio de Toledo, consintiendo la poligamia sacerdotal,
702-709. Witiza, reina con el anterior del 698 al 702; Rey único
709 al 710 Agila II, Rey de los Visigodos
710 al 711 Insurrección de los Vascones y Guerra Civil,
710 El Senatus elige a Rodrigo como rey, Guerra civil entre Witiza y Rodrigo
710-711. Rodrigo; Rey de los Visigodos
711 Agila II; Rey en la Septimana es un usurpador
S. IV d.C.
Año 305 d.C. Con las reformas administrativas llevadas a cabo por el emperador Diocleciano en todo el Imperio,
Augusta Emerita se convierte en una de las ciudades españolas, junto a Sevilla y Tarragona, a la que se le confiere la
dignidad metropolitana y, en una de las ciudades más señeras del mismo, residencia de la máxima autoridad política
de la península (Vicarius), y nudo de calzadas que forjaban el poder de Roma.
Año 313 d.C. Tras el edicto de Milán (313), promulgado por el emperador Constantino, se celebra el concilio de
Iliberis, primero de la Iglesia hispana, donde se tiene constancia de la participación del metropolitano de Mérida
(Liberio), junto a otros obispos de la Tarraconense y la Bética.
Año 333-335 d.C. Se lleva a cabo la última restauración del Teatro romano de Mérida en plena época constantiniana.
Año 337-340 d.C. el 9 de septiembre del 337 y marzo/abril del 340. Aparición de una lápida que recuerda la
restauración del Circo de Mérida bajo T. Flavius Laetus, comes Hispaniarum, cargo administrativo equiparable al
vicarius en algunos aspectos. Esta restauración en fecha tan tardía es buena muestra del favor de los habitantes de la
ciudad y su territorio por este tipo de espectáculos.
Año 380 d.C. El obispo de Mérida, Hydacio, asiste al concilio de Caesaraugusta para ocuparse de la herejía
priscilianista, muy extendida por el territorio emeritense; teniendo al final de esta centuria un papel muy destacado en
la lucha entre ortodoxos y herejes.
Año 381 d.C. Aparece por primera vez en Augusta Emerita la era hispánica en inscripciones abiertamente cristianas,
siendo uno de los primeros conuentus hispanos en producirse hallazgos de este tipo.
Año 395 d.C. Por esta fecha se pueden datar los restos de una bandeja conmemorativa de plata maciza (missorium),
aparecido en el término municipal de Almendralejo (Badajoz) a finales del siglo XIX, donde se representa la corte de
Teodosio. Se trata seguramente de un presente del emperador al vicarius de la diócesis Hispaniarum.
S. V d.C.
Año 409 d.C. En esta fecha hacen su aparición en la Lusitania los pueblos bárbaros del Norte: Suevos, Vándalos y
Alanos, que en sucesivas oleadas se presentarán a las puertas de Augusta Emerita.
Año 429 d.C. El rey Suevo Hermegario invade la ciudad en este año, llevando a cabo la profanación del tumulus de
Eulalia.
Año 442 d.C. El suevo Rechila ocupa Mérida después de derrotar al ejercito imperial, fijando en la ciudad su capital y
afianzando su poderío al derrotar a los visigodos años más tarde cuando intentaban recuperar la ciudad para la
administración romana.
Año 450 d.C. Por los restos epigráficos hallados y estudiados en la ciudad, se tiende a generalizar desde este año el
formulario cristiano que aparece en las inscripciones funerarias, y que denominamos típico de Mérida y su territorio: “
N....famulus Dei, uixit annos (o annis) tot requiuit in pace die tot, era tot”
Año 456 d.C. El rey godo Teodorico elige la ciudad de Mérida para invernar en Hispania, donde seguiría hasta la
primavera del 457.
Año 468 d.C. Por Hydacio sabemos de la presencia en la ciudad de elementos visigodos, una vez desaparecida
completamente la autoridad romana, aunque no sabemos ni en que número, ni si terminaron de instalarse
definitivamente en la capital lusitana.
Año 483 d.C. Inscripción que fecha la reconstrucción del puente romano de Mérida sobre el Guadiana, bajo los
auspicios del obispo Zenón y del dux de la Lusitania Salla, durante el reinado del visigodo Eurico. También se llevan
a cabo la restauración de las murallas de la ciudad, como han puesto de manifiesto las últimas excavaciones en la
Zona arqueológica de Morería, cercana a la Alcazaba islámica, y en el mismo recinto de la fortaleza maridí.
S. VI-VII d.C.:
durante estas dos centurias, concretamente entre los años 530-630, se pueden considerar los cien años más relevantes de
Mérida durante la Antigüedad Tardía, período del pontificado de Paulo, Fidel, Masona y Renovato.
Año 530 d.C. Obispado de Paulo, médico de origen griego, en la metrópolis emeritense. Momento en el que da
comienzo la etapa de esplendor de la iglesia lusitana.
Año 549-555 d.C. Durante tres años el rey visigodo Agila convierte la ciudad emeritense en su plaza fuerte, viéndose
involucrado en continuas sublevaciones contra los cordobeses, siendo posteriormente asesinado por sus propios
seguidores en la ciudad de Mérida.
Año 560-571 d.C. Obispado de Fidel, considerado el período más floreciente del edificio basilical de Santa Eulalia,
que se ve ampliado siguiendo modelos estilísticos de claras connotaciones orientales. Este tipo de arquitectura y
escultura religiosa es un ejemplo único implantado en la península.
Año 582 d.C. Leovigildo toma la ciudad de Mérida en la lucha mantenida contra su hijo Hermenegildo, que se
encontraba en ese momento en poder del príncipe cristiano trinitario.
Año 589 d.C. Triunfo definitivo de la iglesia cristiana trinitaria en el III Concilio de Toledo, en el que estuvo presente
el metropolitano de Mérida, Masona. Acuñación de moneda en Mérida, trientes de Recaredo.
Año 571-605 d.C. Durante este período tiene lugar el obispado de Masona, luchador infatigable por el mantenimiento
de la ortodoxia cristiana trinitaria frente a la cristiana unitaria arriana, enfrentándose a las pretensiones de Leovigildo
de que abrazara la causa arriana al frente de la iglesia lusitana. Durante este período se llevan a cabo obras de
remodelación de la ciudad, como las edificaciones del xenodochium (hospital y albergue de peregrinos), basílicas
repartidas por el entorno urbano, monasterios, etc., que conferirán al escenario de la ciudad un definitivo aspecto
cristiano.
Año 653 d.C. División diocesana de la Iglesia hispánica después de las últimas rectificaciones habidas tras la
incorporación del reino suevo. La provincia Lusitana quedaría de este modo: metrópoli, Augusta Emerita (Mérida);
sufragáneas: Pax Iulia (Beja), Olissipo (Lisboa), Ossonoba (Faro, Olhao ?), Egitania (Idanha), Coimbra, Viseo,
Lammego, Caliabria, Salamanca, Ávila, Evora, Coria; total 13.
Año 630-680 d.C. Se concluye durante este intervalo de tiempo la obra cumbre de la hagiografía hispana
tardoantigua, La Vitas Sanctorum Patrum Emeritensium, documento de inigualable interés para el conocimiento de la
vida política y eclesiástica de la ciudad, y en general de la monarquía visigoda.
Año 666 d.C. El 6 de noviembre de este año tiene lugar el concilio provincial celebrado en la iglesia metropolitana de
Santa María de Jerusalén, donde se manifiesta la preocupación por constituir en torno al obispo una serie de clérigos
vinculados a él por lazos de carácter feudal. Muchos de los cánones descritos en este concilio, tendrán su repercusión
en los sucesivos concilios celebrados a nivel nacional por la iglesia hispana.
I Concilio de Toledo (397): convocado el 7 de septiembre de 397, finalizando en 400, en Toledo, con la
asistencia de diecinueve obispos hispanos, durante la época de los emperadores Arcadio y Honorio. La misión
principal del concilio fue condenar todas las herejías, sobre todo el priscilianismo, reafirmar la fe de Nicea y se
establecieron un conjunto de cánones respecto al comportamiento de los clérigos. Los obispos Cartaginenses,
Tarraconenses, Lusitanos y Béticos, redactaron veinte cánones y XVIII artículos de fe contra las herejías.
II Concilio de Toledo (527): celebrado el 17 de mayo del año 527, durante el reinado de Amalarico.
Estuvo presidido por el obispo de Toledo Montano. Fueron acordados cinco cánones relativos a cuestiones de
disciplina eclesiástica: la edad a la que los clérigos podían recibir las órdenes menores, la obligación de estos de
dejar a la iglesia como heredera de sus bienes y la prohibición de cambiar de iglesia, cohabitar con mujeres
extrañas o contraer matrimonio con mujeres de la familia.
III Concilio de Toledo (589) (presidido por Leandro de Sevilla): comenzó el 7 de abril del 589 y en el
cual quedó sellada la unidad espiritual y territorial del reino visigodo en su etapa del reino de Toledo, que dejó
oficialmente de ser arriano y se convirtió al catolicismo, que era la religión que profesaban los hispanorromanos.1
El rey Recaredo hizo profesión de fe católica y anatematizó a Arrio y sus doctrinas; se atribuyó la conversión del
pueblo godo y suevo al catolicismo. Varios obispos arrianos abjuraron de su herejía. Los reyes sucesores fueron los
protectores de la nueva religión oficial. Este concilio sería considerado en época contemporánea por la
historiografía nacionalista española como el inicio de la unidad católica de España e incluso se llegaría a identificar
con el nacimiento de la nación española. Es de atribución a este concilio de la añadidura de la cláusula Filioque
(traducible como «y del Hijo») en el rezo del Símbolo Niceno-Constantinopolitano, por lo que el Credo pasaba a
declarar que el Espíritu Santo procede no simplemente del Padre como decía (sin añadir ni «únicamente» ni «y del
Hijo») el Concilio de Constantinopla I, sino del Padre y del Hijo:
IV Concilio de Toledo (633) (presidido por Isidoro de Sevilla): fue iniciado en Toledo el 5 de diciembre
del 633, en presencia del rey Sisenando. Se celebró en la iglesia de Santa Leocadia, construida por orden del
anterior rey Suintila. Asistieron sesenta y nueve obispos. Parece que por primera vez asistieron a las sesiones
algunos Viri Illustris pero no firmaron las actas y por tanto no debían tener voz ni voto y desde entonces su
asistencia se convirtió en costumbre. En la sesión se tomaron algunas decisiones sobre creencias religiosas,
disciplina y administración de la Iglesia, sobre monjes y penitentes, sobre el trato a los judíos y sobre esclavos de la
Iglesia, pero también hubo decisiones políticas. El derrocado rey Suintila fue calificado de criminal y se mencionó
su iniquidad y su enriquecimiento a costa de los pobres. Su suerte fue decidida en el concilio. Geila también fue
desterrado y sus bienes confiscados. Se aprobó setenta y cinco cánones. Cuarenta y ocho sobre creencias religiosas,
disciplina y administración de la Iglesia, ocho sobre monjes y penitentes, diez sobre los judíos, ocho sobre esclavos
de la Iglesia manumitidos (el canon 75 ya comentado, fue de tipo político).
V Concilio de Toledo (636) (presidido por Isidoro de Sevilla): se inició en la Santa Leocadia de Toledo el
30 de junio de 636. Fue convocado por Chintila, que había sucedido al rey Sisenando tras un corto interregno. No
asistió el obispo de la Narbonense por desavenencias de tipo político. Todas las decisiones importantes del Concilio
fueron de carácter político. En primer lugar se trató de la seguridad del rey, y después de la cuestión sucesoria. Se
apoyó el acceso de Chintila al trono y se pidió una protección especial para el rey y su familia, protección que
debía continuar después de su muerte o derrocamiento si lo hubiere. Chintila pasó gran parte de su reinado
luchando contra enemigos internos (los externos, francos y bizantinos, no eran un peligro en aquellos momentos) y
en enero de 638 se vio obligado a convocar el VI Concilio de Toledo.
VI Concilio de Toledo (638): Fue convocado por el rey visigodo Chintila, para reafirmar lo convenido en
el concilio anterior y conseguir más apoyo y la paz interna que hasta la fecha parecía imposible de mantener. Se
inició el 9 de enero del 638 y en él estuvieron presentes cincuenta y tres obispos (más del doble que en el anterior).
De los diecinueve cánones del concilio, cuatro estuvieron dedicados a cuestiones políticas, mientras los otros
quince se dedicaron a los judíos, monjes, penitentes, libertos, órdenes sagradas, beneficios y bienes de la Iglesia. El
Concilio restableció a Marciano como Obispo de Écija, de cuya sede fue depuesto su rival Habencio, que le había
depuesto antes mediante intrigas (una primera apelación ya había sido tratada en el IV Concilio). Se adoptaron
medidas contra los judíos, que al parecer se promulgaron para contentar al Papa que así lo exigía en una carta. Se
reformaron las disciplinas eclesiásticas reconociéndose a las Iglesias y conventos el dominio absoluto y perpetuo de
los bienes obtenidos por donación real o de los fieles. La obtención de un obispado por simonía se castigaría con la
pérdida de bienes del culpable y su excomunión.
VII Concilio de Toledo (646): comenzó el 18 de octubre de 646. En el canon primero del Concilio los
Obispos declaraban que si un laico se rebelaba y se proclamaba rey, todo obispo y sacerdote que le hubiere
ayudado sería excomulgado. Si el usurpador conseguía alcanzar el trono y por tanto no podía castigarse a los
clérigos que le ayudaron, serían castigados cuando el usurpador muriera. En este Concilio fue nombrado Arzobispo
de Braga a Fructuoso, que era Obispo de Dumium. Otro nombramiento del mismo año es el de Eugenio II (+657),
archidiácono de Zaragoza, como Obispo metropolitano de Toledo. Una norma del Concilio establecía que los
Obispos de las sedes cercanas a la capital del Reino, deberían pasar un mes al año en Toledo. En el concilio se tocó
el tema de la conducta irregular que observaban los ermitaños vagabundos. Se decidió que deberían recluirse en los
conventos de su orden para evitar los atropellos que cometían y las quejas a que daban lugar. El Concilio estableció
que los obispos de Galicia no podrían percibir más de dos sueldos por los derechos de visita a cada parroquia, y las
iglesias monásticas estarían exentas de pago. En sus visitas anuales el obispo no podría llevar un séquito de más de
cincuenta personas ni permanecer más de un día en cada parroquia.
VIII Concilio de Toledo (653): Comenzó sus trabajos el 16 de diciembre del 653, con asistencia del rey.
También asistieron personalidades seculares con voz y voto por primera vez, concretamente dieciséis condes
palatinos. Entre los asistentes figuraba el obispo de Calahorra, Gavinio, que ya había asistido al IV Concilio. El
concilio decidió también redactar un código legal y que solo los bienes que Chindasvinto hubiera poseído antes de
su acceso al trono debían conservarse como propiedad de su hijo Recesvinto o de sus hermanos, con facultad de
libre disposición. El acceso al trono debía efectuarse en Toledo o, en su defecto, en el lugar donde hubiera muerto
el rey anterior. La elección debería ser hecha por los obispos y los maiores palatii. El rey debería ser un defensor
de la fe católica frente a herejes y judíos.
IX Concilio de Toledo (655): Tuvo lugar entre el 2 de noviembre de 655 y el 24 de noviembre del 655. Se
promulgaron diecisiete cánones relativos a la honestidad del clero, los bienes de la Iglesia y el celibato eclesiástico.
Se estudió de nuevo la apropiación de bienes de la Iglesia por parte de algunos Obispos y clérigos y la cuestión del
celibato eclesiástico. Se autorizó a los obispos a entregar a cualquier Iglesia de su elección una tercera parte de las
rentas de otra Iglesia de su diócesis. Se aprobó que si un clérigo (desde obispo a subdiácono) tuviera un hijo con
una mujer libre o esclava, este hijo se convertiría perpetuamente en esclavo de la Iglesia en la que servía el padre.
Ningún hombre o mujer liberto eclesiástico podría casarse con un hombre libre (romano o godo); en caso de
hacerlo los hijos del matrimonio serían esclavos de la Iglesia. Asimismo en dicho Sínodo se estableció que los
judíos bautizados deberían pasar las fiestas cristianas en compañía del obispo local para que este diera fe de la
veracidad de su conversión. La pena por incumplimiento sería de azotes o ayuno, según la edad.
X Concilio de Toledo (656): El X Concilio de Toledo fue convocado por el rey Recesvinto en el año 656.
Se inicio el 1 de diciembre de 656, octavo año de Recesvinto, rey, con la asistencia de 20 obispos, entre ellos los
metropolitanos, el de Toledo, Eugenio II, el de Braga, Fructuoso y el de Sevilla, Fugitivo), no asistieron obispos
de la Narbonense y Tarraconense. Se trataron diversos temas, entre ellos las penas por el quebrantamiento del
juramento de lealtad al rey por clérigos y laicos, estableciéndose que el culpable sería secularizado o exilado. En
otro canon se hace referencia al alto precio injustificado de las ventas efectuadas por sacerdotes, de esclavos
cristianos a los judíos. Los obispos declararon que los clérigos que en el futuro se dedicaran al comercio de
esclavos cristianos con los judíos serían expulsados de la Iglesia. Se redactaron cánones relativos a la disciplina
eclesiástica y se trataron dos asuntos internos de la Iglesia: la destitución del obispo de Braga Potamio, que había
violado el voto de castidad, y la anulación del testamento del obispo de Dumio Ricimiro, por dar la libertad a los
esclavos de la Iglesia y haber repartido entre los pobres los bienes y rentas del obispado o haberlas vendido a un
precio muy bajo.
XI Concilio de Toledo (675): iniciado el 7 de noviembre en la Iglesia de Santa María bajo el obispo
anfitrión Quirico. En este concilio se reunieron después de tres días de penitencia y meditaron un texto que
resumiría toda la patrística relacionada con la Trinidad y la Encarnanción principalmente. Una vez más se trató el
tema de la simonía, que no había podido controlarse: el obispo, al ser consagrado, debería prestar juramento de que
no había pagado ni prometido pagar para acceder al cargo; si no lo juraba no podía ser consagrado; el culpable de
simonía sería exilado y excomulgado durante dos años, pero al término de ellos sería restituido a su sede (castigo
más leve que el antes vigente, tal vez porque la simonía estaba en retroceso). El concilio también trató el tema de
los obispos que habían seducido a viudas, hijas, sobrinas y otros parientes de los magnates, los cuales serían
destituidos, exiliados y excomulgados hasta unos días antes de morir. El concilio recordó a obispos y sacerdotes
que el clero no debía derramar sangre y por tanto no podían matar ni mutilar, ni ordenar a otro que lo hiciera,
norma dirigida tanto a los hombres libres como a los esclavos.
XII Concilio de Toledo (681): Se celebró en la iglesia de los Santos Apóstoles entre el 9 de enero y el 25
de enero del año 681. El concilio liberó a la población del juramento a Wamba y reconoció a Ervigio como Rey de
los Visigodos, declarando el anatema para todo el que se le opusiera. En el concilio el rey solicitó también que se
revisara el Código de Recesvinto, que contenía contradicciones y leyes contrarias a la justicia. La revisión se hizo y
entró en vigor el 21 de octubre de 681. Del Código se suprimieron las leyes que castigaban a quienes causaban
graves daños a sus esclavos. Se suprimieron los obispados creados por Wamba. Se sancionó a algunos sacerdotes
de Galicia por el trato a los esclavos y se condenaron las prácticas paganas.
XIII Concilio de Toledo (683): iniciada en Toledo el 4 de noviembre del 683. El concilio terminó el 13 de
noviembre del 683. El rey pidió a los obispos el perdón y la rehabilitación de los rebeldes del 673 contra Wamba.
Los Obispos accedieron a restablecer en sus cargos y posición a los nobles rebelados y a sus descendientes, y a que
se les devolvieran las tierras que permanecían en poder de la corona; el perdón se haría extensivo a todos aquellos
que habían caído en desgracia por iguales motivos desde los tiempos de Chintila, cuarenta años antes. El rey
Ervigio no quería que los lazos de sangre y las venganzas familiares provocaran nuevas rebeliones y adoptó una
prudente política de reconciliación que terminara con las facciones. El concilio estableció una serie de
disposiciones destinadas a favorecer al clero y la nobleza ambos tendrían derecho a no ser encarcelados, así como a
ser juzgados por sus iguales. Los Obispos condenaron las confesiones forzadas, restableciendo la necesidad de
juicio sin tortura para establecer la culpabilidad. Igualmente se reguló un límite máximo de detención.
XIV Concilio de Toledo (684): El XIII Concilio de Toledo se clausuró el 13 de noviembre del 683 y poco
después llegó a la ciudad un enviado del Papa León II con sendas cartas para el rey, para el conde Simplicio, para
todos los Obispos y para el metropolitano, en las cuales invitaba a reconocer las resoluciones del III Concilio
constantinopolitano (IV Concilio Ecuménico) que había condenado el monotelismo. Debía celebrarse un nuevo
Concilio, pero tan reciente el anterior se convocó un Sínodo de Obispos de la Cartaginesa. El Sínodo fue conocido
como XIV Concilio de Toledo y se celebró del 4 al 20 de noviembre del 684. Asistieron todos los Obispos de la
Cartaginense y los metropolitanos de las otras provincias, y además un obispo de la Tarraconense, otro de la
Narbonense y otro de Galicia. Los respectivos Sínodos provinciales habían aprobado las resoluciones del VI
Concilio Ecuménico, y así también se aprobó por este XIV Concilio.
XV Concilio de Toledo (688): el 11 de mayo del 688. l Concilio confirmó la posición teológica de Julián
de Toledo en el tema conocido por “las dos Voluntades” de Cristo, a lo que se dedicaron diecisiete cánones. Pero la
principal razón del Concilio era que el rey Égica había prestado a su suegro el juramento de defender la familia real
y la justicia al pueblo, y consideraba tal deber incompatible por ser necesario reponer a los ciudadanos de las
usurpaciones del anterior monarca, por lo que pedía la liberación del juramento. Lo obispos entendieron que el bien
público estaba por encima de los deseos reales, aunque trataron de proteger a la familia de Ervigio declarando que
debía demostrarse la culpabilidad en la apropiación para ser castigados y desposeídos.
XVI Concilio de Toledo (693): La rebelión de Suniefredo contra el rey Égica estalló en la segunda mitad
del año 692. Nada más regresar a Toledo el rey convocó el XVI Concilio, que comenzó el 25 de abril del 693 y
concluyó el 2 de mayo. Se aprobaron 11 cánones. En ellos se trató de los judíos; la idolatría pagana; la sodomía; el
suicidio; los tributos que los obispos pueden exigir a las parroquias; la realización de reparaciones en ellas; la
agregación a otra parroquia de las que tengan menos de diez esclavos; la elaboración del pan de la misa; la
obligación de informar al clero y a los fieles de lo aprobado en el Concilio; la protección a la familia del rey; la
excomunión y destierro del obispo conspirador Sisberto y su substitución; y el castigo a quienes violen el
juramento de fidelidad al rey.
XVII Concilio de Toledo (694): en el año 694. Insatisfecho el rey Égica con las decisiones del Concilio
anterior contra los judíos y de la falta de entusiasmo de los obispos, convocó uno nuevo que se inició el 9 de, sin
que se haya podido establecer cuantos obispos asistieron. El rey justificó la convocatoria sobre la base de un
complot de los judíos contra los reyes de todo el orbe, e incluso aseguró que en algunos territorios los judíos se
habían rebelado y puesto de acuerdo con los judíos marroquíes para hacer de España un estado mosaico. El rey
indicó que sabía por confesiones de judíos conversos que los hebreos hispanos habían conspirado con los de otros
lugares para rebelarse juntos contra los cristianos. Égica aludía a su piedad para con los judíos y exhibía como
prueba que les había permitido conservar sus esclavos cristianos si ellos se convertían al cristianismo. Aseguraba
que los judíos conversos habían continuado en sus creencias secretamente, y proponía terminar con ellos
convirtiéndolos en esclavos, excepto en la Narbonense, donde la epidemia de cólera que asolaba la provincia había
provocado un descenso alarmante de población y donde los judíos solo serían condenados a entregar sus
propiedades.
XVIII Concilio de Toledo (h. 702); Las actas de este concilio están perdidas desde siempre, por lo cual se
desconoce la fecha exacta de su celebración, los prelados que participaron y las cuestiones tratadas. Algunos
autores1lo mencionan como celebrado durante el reinado conjunto de Égica y Witiza, esto es, entre los años 698 y
702, presidido por el obispo de Toledo Félix. Historiadores modernos sugirieron que al producirse la invasión
musulmana poco tiempo después de la celebración del concilio, no hubo tiempo material para recoger sus
contenidos en la recopilación conciliar hispana, que en el concilio no se trató de asuntos eclesiásticos, sino civiles.
Orthodoxus et serenissimus Dominus Noster Ervigius Rex: Concilio XII de Toledo (681).
Flavius Ervigius Rex sanctissimus: Concilio XII de Toledo (681).
Gloriosus Flavius Ervigius: Concilio XII de Toledo (681).
Serenissimus Dominus Noster amator Christi atque amantissimus princeps: Concilio XII
deToledo (681).
Invictus victor hostium semper Ervigius: Concilio XII de Toledo (681).
Flavius Ervigius Rex: Concilio XII deToledo (681).
Ervigio Ervigius Excellentisimus princeps Ervigius: Concilio XIII de Toledo (683).
Serenissimus princeps Ervigius: Concilio XIII de Toledo (683).
Gloriosus et religiosissimus princeps Ervigius: Concilio XIII de Toledo (683).
Invictissimus et religiosissimus Ervigius Rex: Concilio XIII de Toledo (683).
Gloriosus princeps Ervigius: Concilio XIV de Toledo (684).
Serenissimus et prescipicuus princeps Ervigius: Concilio XIV de Toledo (684).
Amator verae fidei filius ecclesiae Christi Ervigius: Concilio XIV de Toledo (684).
Gloriosus princeps Ervigius Rex: X Concilio XIV de Toledo (684).
Acci (Guadix)
Oretum (Granátula)
Arcavica (Cañaveruelas)
Oxoma (Osma)
Basti (Baza)
Palentia (Palencia)
Carthaginensis
(22 obispados)
Beatia (Baeza)
Setabi (Játiva)
Bigastrum (Cehegín)
Toletum Segobriga (Saelices)
Castulo (Cazlona)
(Toledo) Segobia (Segovia)
Complutum (Alcalá de Henares)
Segontia (Sigüenza)
Dianium (Denia)
Valentia (Valencia)
Elo (Montealegre)
Valeria (Las Valeras)
Illici (Elche)
Urci (Torre de Villaricos)
Mentesa (La Guardia)
(10 obispados)
Asturica (Astorga)
Laniobrensis (Lañobre)
Gallaecia
Auria (Orense)
Bracara Lucus (Lugo)
Britonia (Mondoñedo)
(Braga) Portucale (Oporto)
Dumio
Tude (Tuy)
Iria Flavia (Padrón)
Agatha (Agde)
Luteba (Lodeve)
Narbo Beterris (Béziers)
Maguelon (Magalona)
(Narbona) Carcasa (Carcasona)
Neumasus (Nimes)
Elna
Mapas
[Estan ordenados por temas]
La Península Ibérica a mediados del siglo VI. Mapa elaborado a partir del Atlas Cronológico de Historia de España, Real Academia de la Historia, Madrid,
2008, p. 48.
La Península Ibérica a finales del siglo VI. Mapa elaborado a partir de: G. Ripoll e I. Velázquez, Historia de España, 6. La Hispania visigoda.
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Spania bizantina. Mapa elaborado a partir de: G. Ripoll e I. Velázquez, Historia de España, 6. La Hispania visigoda. Del rey Ataúlfo a Don Rodrigo, Historia
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Conquista musulmana de la Península Ibérica (711-714). Mapa elaborado a partir del Atlas Cronológico de Historia de España, Real Academia de la Historia,
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División eclesiástica del reino visigodo (siglo VII). Mapa elaborado a partir de: G. Ripoll e I. Velázquez, Historia de España, 6. La Hispania visigoda. Del rey
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Lugares con testimonios de población judía en el Reino visigodo (siglo VII). Mapa elaborado a partir de: R. González Salinero, «Los judíos en la Hispania
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El cristianismo en Hispania
Las Invasiones Barbaras. Suevos, vandalos, alanos y visigodos en Hispania (409 – 414)