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HEGEL Y MARX: LA DIALECTICA DEL AMO Y EL ESCLAVO.

La dialéctica del amo y del esclavo es una de las páginas más célebres de La fenomenología del
espíritu, una de las obras mayores de Hegel, quien es considerado como uno de los filósofos más
influyentes de los últimos doscientos años. La dialéctica del amo y del esclavo constituye uno de
los mayores aportes y de mayor trascendencia de la filosofía hegeliana a la filosofía
contemporánea; sobre todo si tenemos en mente la versión que de la misma hizo Marx a la luz de
las categorías epistemológicas que sustenta el materialismo histórico. Por eso resulta difícil, por no
decir imposible, separar una versión de la otra, si bien es indispensable hacer este intento para
mejor sopesar y valorar el aporte de una u otra versión. Para Hegel, la dialéctica del amo y del
esclavo caracteriza una de las “figuras de la conciencia” histórica: la antigüedad clásica, que Hegel
analiza particularmente a propósito del Imperio Romano.

En concreto, para Hegel se trata de comprender la historia como vivencia existencial colectiva,
tomando en cuenta una ética de la alteridad, basada en una concepción integral de la sociedad y
de la confrontación de los sectores que la componen. Eso da un enfoque político a los procesos
históricos, entendiendo por “política” el ámbito social donde se libra la lucha por el poder y su
resultante como ejercicio del mismo en el Estado. Para ello, se requiere asumir un punto de vista
epistemológica, a tenor del cual se analizan los hechos no solo como realidades objetivas como
hace el historiador, sino desde la conciencia vivida de los principales protagonistas de la historia.
Ello porque lo importante para nuestro filósofo en la historia, más que los hechos tomados como
eventos aislados o, más exactamente, a partir de los hechos fácticamente tomados, aquí se busca
explicar la racionalidad que rige, no tanto los hechos individualmente tomados, sino los procesos
históricos que los rigen y explican; por lo que se reflejan en las instituciones que en esos períodos
históricos se crearon.

En este caso concreto, el aporte más significativo de la Roma clásica a la cultura universal fue la
creación del primer Estado propiamente dicho (Maquiavelo) y su justificación racional mediante el
derecho. En la historia, tal como la solemos estudiar, se caracteriza a la sociedad y al Estado de la
Roma Imperial, organizada como una sociedad “esclavista”. Desde un enfoque epistemológico, la
sociedad romana debe verse como un todo sociocultural, donde amos y esclavos son por igual
(aunque con roles diametralmente diferentes) sus artífices; en una sociedad esclavista unos y
otros son indispensables. Al analizar la conciencia del hombre romano, Hegel señala que uno de
sus componentes es el esclavo, tan imprescindible como el señor, si bien con un rol
irreconciliablemente antagónico. En consecuencia, si caracterizamos la conciencia del romano, sea
amo o sea esclavo, estamos ante una conciencia alienada, dado que una de las partes que la
componen, es negada por la otra; estamos ante una conciencia en conflicto, en lucha contra sí
misma. El esclavo es la negación del amo; por su parte, el amo se niega a sí mismo, al negarse a
reconocer uno de los elementos constitutivos de su propia conciencia. Ese elemento, que es el
esclavo, es la parte material de la conciencia del amo, y el amo es la parte pseudoespiritual o
trascendente de la conciencia del esclavo; por lo que este lleva a su dominador dentro de sí
mismo; su conciencia también está enajenada.
El amo solo sueña en ser conquistador por la violencia, por lo que desprecia al esclavo a quien ha
vencido obligándolo a producir lo necesario para satisfacer las necesidades materiales, es decir, la
vida mediante el trabajo. Dentro de este contexto político y cultural, el esclavo no es una persona,
no es un sujeto de deberes y derechos sino un instrumento o herramienta de trabajo; su vida, a los
ojos del señor, no se justifica más que por la producción de bienes materiales; razón por la cual
justifica su existencia objetivando su esencia de esclavo mediante el producto de su músculo,
aunque no le pertenece sino al amo, es él –el esclavo– el que produce la riqueza; esta es la razón
por la que el amo le perdona la vida. Lo que el amo olvida es que, si bien el esclavo necesita del
amo para sobrevivir, el amo también necesita del esclavo, porque sin su trabajo se moriría de
hambre. No hay amo sin esclavo; el amo necesita del esclavo para afirmar su libertad y justificar su
condición de amo; el esclavo le es imprescindible, por lo que el esclavo se convierte en su destino
inexorable; hasta el punto de que el amo termina por depender de la existencia misma del
esclavo.

Por eso el esclavo se libera, es decir, produce su propia libertad al objetivar la conciencia alienada
mediante el trabajo material, mientras el amo destruye su propio ser en el goce o disfrute del
trabajo ajeno. Más que el esclavo del amo, es el amo quien necesita del esclavo para su propia
sobrevivencia. El amo está más lejos de su liberación que el esclavo; el amo solo podrá lograr su
libertad, es decir, desenajenar su conciencia de esclavista, mediante la reconciliación con el
esclavo; lo que equivale a reconocer la condición de persona del esclavo y, con ello, su condición
de sujeto de derechos y deberes. Eso significa que el amo debe negarse a sí mismo, vivir su propia
contradicción intrínseca como su destino inexorable como individuo (Hegel) y el fin de su clase
social como destino histórico (Marx).

Finalmente, si vemos este proceso dialéctico a más largo plazo, es decir, desde el punto de vista
de una filosofía de la historia de Occidente, como lo hace Hegel en la obra mencionada, el hombre
medieval —período que sigue a la época clásica esclavista— se caracteriza por asumir su
existencia como “conciencia desdichada” o conciencia desgarrada, que ya en sus escritos de
juventud Hegel caracterizaba como lo propio del cristianismo; tal es la conciencia de culpabilidad
por considerarse un pecador. Esa concepción teológica llega al paroxismo con los reformadores,
de donde proviene el propio Hegel.

Por su parte, el reconocimiento de los derechos y deberes del esclavo, es decir, de las clases
sociales subalternas, implica una revolución, no solo política, sino también cultural. Para Marx,
esto solo se da con un cambio en la clase social dominante, cosa que, históricamente, se logra
gracias al advenimiento del modo de producción feudal y la cultura medieval básicamente
teológica, “metafísico”, diría Comte. Con ello la contradicción interna y existencial del hombre
medieval se traslada al más allá, con lo que la vida aquí en la tierra se ve tan solo como un tránsito
a la otra vida, la que es considerada como la definitiva y plena; el más allá es la razón de ser del
más acá. Las grandes peregrinaciones religiosas son la más evidente expresión de esa cultura, dirá
Hegel.

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