Está en la página 1de 9

Un poder encerrado entre dientes

Con las palabras declaramos nuestro amor, constamos historias, informamos noticias
y, cuando somos niños, somos capaces de inventar que somos astronautas o princesas.
Aunque parezca exagerado llamarlo una “maravilla”, el lenguaje humano lo es.

La expresión del lenguaje mediante la articulación de sonidos (palabras), viene a ser un


maravilloso mecanismo que nos permite comunicar ideas que van más allá del aquí y
ahora. Algunas palabras, o combinaciones de palabras, poseen un poder extraordinario
capaz de marcar la vida de los demás, ya sea para bien o para mal.

Hay poder en las palabras


La Gripe Española de 1918-1919, que causó más muertes que la Primera Guerra
Mundial, fue ocasionada por un pequeño microbio. La Biblia habla de otra cosa
pequeña capaz de ocasionar daños incalculables: ese “pequeño miembro” conocido
como la lengua. Y desafortunadamente, ¡no hay vacuna para neutralizar sus efectos!
(Stg 3.5–8).

La mayoría de nosotros quizás ya no usamos un lenguaje obsceno y vulgar, pero


muchos todavía decimos algunas cosas que más tarde lamentamos haber dicho y
desearíamos poder borrar. A veces, hablamos con dureza a nuestros hijos, cónyuge,
padres, amigos o compañeros de estudio o de trabajo. Nos enojamos por algo, y antes
de darnos cuenta decimos cosas que hieren y lastiman a los demás.

Malos usos de las palabras


Un refrán afirma que “un problema bien definido es un problema medio resuel-to”, así
que vamos a definir y analizar algunas formas en que lastimamos a otras personas con
nuestras palabras.

1. Sarcasmo
“Como loco que dispara mortíferas flechas encendidas, es quien engaña a su amigo y
explica: ‘¡Tan solo estaba bromeando!’” (Pr 26.18-19).

Después de engañar a su amigo, esta persona trata de disculparse diciendo que “tan
solo estaba bromeando”. Pero su engaño, como una flecha mortal, ya causó la herida.
Algunos tenemos la ten- dencia a bromear demasiado, o de ser demasiado pesados en
nuestras bromas. Los comentarios sarcásticos realmente pueden doler.
2. Comentarios ligeros o sin cuidado
Un hombre relata: “Mi esposa solo tenía 59 años cuando murió. A pesar de tener
problemas cardíacos y diabetes severa, estaba animada y activa hasta el último día.
Ella realmente amaba la vida. En el funeral, algunas personas se me acercaron a
decirme: ‘Silvia tenía mucho por vivir, es una pena que no haya podido cuidarse
mejor’. La sugerencia era que ella podría haber evitado su muerte, y que yo tenía parte
de la culpa al no haber hecho más por ella”.

¿Alguna vez te ha pasado que alguien te dice algo que realmente duele, porque no
supo escoger mejor sus palabras, o el momento más adecuado?

“El charlatán hiere con la lengua como con una espada, pero la lengua del sabio brinda
alivio” (Pr 12.18).

3. Quejas
“Háganlo todo sin quejas ni contiendas” (Fil 2.14).

Es horrible vivir con alguien que se queja por todo. Es horrible trabajar con o para
alguien que se queja por todo. Haces algo bien, no dicen nada; cometes un pequeño
error, ¡y la canción nunca termina!

Tal vez no hayas pensado que podrías herir a los demás con tus quejas, pero
ciertamente lo haces. Además, a menudo nuestras quejas contribuyen a poner a las
personas unas contra otras. Como en el versículo, las quejas y las contiendas casi
siempre van de la mano.

4. Chismes y calumnias
“¿Quién, Señor, puede habitar en tu santuario? ¿Quién puede vivir en tu santo monte?
Solo el de conducta intachable, que practica la justicia y de corazón dice la verdad; que
no calumnia con la lengua, que no le hace mal a su prójimo ni le acarrea desgracias a
su vecino” (Sal 15.1-3).

Los chismes son tan naturales y “parte del paisaje” en la sociedad, que fluyen con
demasiada libertad. Es casi seguro que tú también hayas sido víctima de las “malas
lenguas” alguna vez. Es una sensación terrible descubrir que alguien ha dicho cosas
feas, hirientes (y muchas veces falsas) de ti, o que tergiversen tus palabras para
hacerte quedar mal.

Pero, por otro lado, todos hemos participado también en esparcir palabras que
sabíamos que eran perjudiciales para alguien. El salmista sabía que ese tipo de cosas
defraudan y entristecen a Dios, y obstaculizan la comunión con Él.
5. Mentiras
“Hay seis cosas que el Señor aborrece, y siete que le son detestables: los ojos que se
enaltecen, la lengua que miente, las manos que derraman sangre inocen- te” (Pr 6.16-
17).

Piensa en eso por un momento. En palabras más, palabras menos, Dios dice: “Odio tus
mentiras. Odio tus engaños. Odio tus medias verdades. Odio tus exageraciones. Odio
cuando no hablas la verdad”.

La verdad es esencial a los atributos y carácter de Dios, y por eso Él odia la mentira y
espera que seamos sinceros los unos con los otros (Ef 4.25). Sin embargo, los
vendedores les mienten a los clientes, los jefes les mienten a sus empleados, los
empleados les mienten a sus jefes, los niños les mienten a sus padres... los mecánicos
mienten, los políticos mienten, y todos alguna vez hemos torcido la verdad un poco...
“adornado la historia para hacerla mejor”... exagerado aquí o allá para nuestro
beneficio.
El hecho es que mentir desagrada a Dios, socava nuestra integridad y lastima
profundamente a otras personas.

Los frutos amargos


Ya se trate de chismes, sarcasmo, calumnias, críticas, bromas pesadas, comentarios
descuidados, quejas... ¡las palabras tienen poder! Por eso, necesitamos orar
constantemente la oración que David oró: “Señor, ponme en la boca un centinela; un
guardia a la puerta de mis labios” (Sal 141.3). La oración de David, en concreto, era que
el Señor dirigiera sus palabras correctamente. Él quería que Dios pusiera un guardia en
sus labios para evitar las palabras equivocadas.

Ahora bien, ¿qué consecuencias negativas puede traer a nuestras vidas el mal uso del
poder de las palabras?

1. Relaciones dañadas
“El perverso provoca contiendas, y el chismoso divide a los buenos amigos” (Pr 16.28).

Hay personas que llevan años sin dirigirse una palabra porque un día se dijeron cosas
duras y nunca lo arreglaron. La mayoría de las personas podrán pasar por alto si tu
gramática no es perfecta, o si tus chistes no son tan graciosos, pero si tus palabras
suelen lastimar, verás cómo muy pronto tu círculo de amigos se va encogiendo,
¡porque a la gente no le gusta que les lastimen!

El resultado es que terminas aislado, porque la gente normalmente evita las cosas —y
las personas— que les lastiman. Es difícil que una relación sobreviva a demasiadas
palabras hirientes.

2. Perjuicio a uno mismo

“El que refrena su lengua protege su vida, pero el ligero de labios provoca su ruina” (Pr
13.3).

El Dr. David Fink, psiquiatra estadouni- dense, realizó un estudio sobre “tensión
nerviosa”. Estudió unos 10 000 casos, y descubrió que casi todos los pacientes que
sufrían de este mal tenían un rasgo en común: eran personas que habitualmente
buscaban fallas y eran críticos con las personas y cosas a su alrededor.

La crítica, el negativismo y la queja son como un ácido que corroe todo lo que toca,
¡comenzando por ti mismo!
3. Tristeza y deshonor a Dios
Jesús dijo que los demás sabrían que somos Sus discípulos por el amor con que nos
amamos unos a otros. Él se entristece cuando las palabras negativas amenazan con
destruir la unidad en Su iglesia.

Y ya sabes lo que piensan las personas que no son de la iglesia cuando oyen hablar de
cristianos que se pelean, se muerden y no se llevan bien entre sí. Los creyentes
genuinos deben caracterizarse por el amor y la amabilidad en su trato mutuo.

Cómo controlar este poder


La buena noticia es que hay “redención” para la lengua. El mal uso del poder de las
palabras puede ser revertido para bien por medio del evangelio del Señor Jesús, ya que
“de lo que abunda en el corazón habla la boca” (Lc 6.45) ¡y el evangelio cambia el
corazón!

Por otro lado, una lengua descontrolada revela un problema espiritual muy serio: “Si
alguien se cree religioso, pero no le pone freno a su lengua, se engaña a sí mismo, y su
religión no sirve para nada” (Stg 1.26).

Entonces, aquí hay algunas sugerencias prácticas para superar la tendencia a usar
negativamente el poder de nuestras palabras.

ESTE ARTÍCULOS SE PUBlCÓ EN LA EDICIÓN Nr. 144

1. Habla menos
Ante todo, toma la determinación de no hablar tanto. Haz un esfuerzo por permanecer
en silencio. Santiago decía a sus lectores, propensos a herirse unos a otros con sus
palabras, que todos deberían “ser lentos para hablar” (Stg 1:19).

“El corazón del justo medita sus respuestas, pero la boca del malvado rebosa de
maldad” (Pr 15.28).

Muchos de nosotros necesitamos aprender a pensar antes de hablar, y practicar la


disciplina de hablar con menos frecuencia.
2. Evita a las personas críticas
Si siempre estás rodeado de personas que son críticas y tóxicas, hay mucha posibilidad
de que también te arrastren. Por eso es preferible alejarse de algunas personas para
no tener que escuchar- las. Tú ya tienes un problema con tu propia lengua, y no
necesitas ser “alentado” por las de otros.

3. Pregúntate: “¿Qué diría Jesús?”


Es verdad que Jesús usó palabras fuertes en algunas ocasiones, pero Él nunca lo hacía
con la simple intención de lastimar a la gente, sino para despertar sus conciencias.
Nunca digas nada de lo que te avergonzarías si Jesús estuviera presente, ¡porque lo
está!

4. Sé corregible
A veces tenemos “puntos ciegos” cuando luchamos con este tipo de problemas.
Decimos cosas inapropiadas, y ni siquiera nos damos cuenta. Entonces pídele a un
amigo de confianza que te ayude:

“Mira, creo que tengo una tendencia a decir sin querer cosas que ofenden a los demás.
Cada vez que me escuches decir algo fuera de lugar, por favor llámame aparte y
házmelo saber”.

¿Tienes el coraje de ser corregible?

5. Pídele ayuda a Dios


Alguien ha dicho que un hábito es como un cable: Se teje una hebra por día hasta que
se vuelve casi irrompible. Dios tiene el poder de ayudarte a romper los malos hábitos
que has desarrollado con tu lengua.

Todos tendríamos que orar esa oración que oró David: “Sean, pues, aceptables ante ti
mis palabras y mis pensamientos, oh SEÑOR, roca mía y redentor mío” (Sal 19.14).

Debemos recordar que las palabras tienen un gran peso y que podemos usarlas para
construir o destruir una vida. Todos afrontemos el desafío de hablar con gracia y poner
fin a las palabras que destruyen. Habiendo conocido el evangelio transformador de
Jesús, ¡no es imposible!

“Que su conversación sea siempre amena y de buen gusto” (Col 4.6).

También podría gustarte