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Dios de vivos que da vida

Por Millys Sánchez


21 de diciembre de 2020

Siempre ha muerto gente, esto es algo evidente. Sin embargo, este año, por desgracia,
estamos siendo más conscientes de este hecho de lo que nos gustaría, y muchos de nosotros
buscamos refugio en Dios y en nuestras creencias para nuestras lágrimas y dolor, y a veces
para nuestra impotencia y nuestra rabia humanas, totalmente justificables, cuando nos toca la
“lotería” de tener que perder a seres queridos… y entonces, haciéndolo, llegas a un texto como
este del Evangelio de Lucas 21:38:

“porque Dios es un Dios de vivos y no de muertos…”

Y te quedas de piedra…

¿Cómo puede ser? Te preguntas, ¿entonces a Dios no le importa ya más, mi madre, mi padre,
mi esposo, mi tío, mi hermano, mi amigo, que ya no está, que lo acabo de perder por el COVID,
por un accidente, por el cáncer, por, por, por…? Entonces ¿es esto y ya está? ¿Mientras estoy
vivo le importo a Jesús, y a partir de ahí se acabó? ¡Pues vaya refugio el que tengo! Podríamos
decir ¿no? Si Dios no es un Dios de muertos, parecería que ese refugio que buscamos en sus
brazos, es infructuoso, vano, y podríamos pensar que hasta inservible, porque me entiende a
mí que estoy viva y sufro el dolor de la ausencia y la partida, pero no siente como yo la pérdida
de mi ser querido porque simplemente ya murió y para él ya no es importante.

Amigo y amiga mía, te tengo una buena noticia, más bien Dios la tiene. Este texto que te he
invitado a leer hoy, no se queda ahí, sigue diciendo: “…ya que para Él, todos viven”. Te lo
repito completo: “porque Dios es un Dios de vivos y no de muertos, ya que para Él, todos
viven”. Y aquí está la respuesta, la promesa y la maravillosa noticia. Claro que Dios no es un
Dios de muertos, y no lo es porque para él, tu padre, madre, esposo, hijo, etc., que ha bajado
al descanso para tus ojos finitos, que descansa frío en una tumba para ti o para mí que no
podemos ver más allá de nuestra cortina del dolor, que somos sencillamente seres humanos
limitados por el espacio y el tiempo, para él, para Dios… ¡Vive! Cuando he podido comprender
el contenido de este texto, se ha abierto un mundo de esperanza, de alegría y de paz que no
puedo describir.

Dios no está limitado por el espacio y el tiempo, Dios ve ya vivos, a aquellos que tú has
despedido a través del dolor, Dios que está, sin tener que desplazarse, en el pasado, en el
presente y en el futuro, y que inexplicablemente no necesita de estos términos para ser, les
sigue viendo como tú y yo le veremos. ¿No te parece increíble que en alguna dimensión
natural que nosotros no podemos explicar ni trascender, ya Dios disfruta con tu ser querido, lo
que para ti es el futuro? A mí desde luego me sobrecoge esta idea y me emociona, y por
supuesto explica la frase de que él no es un Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos
viven. Claro que Dios comprende tus lágrimas y tu dolor, claro que en Dios puedes encontrar
refugio, claro que Dios entiende la tristeza de la separación, si lo sabrá él cuando perdió a
Jesús en la cruz del calvario por unos días, pero que te quede claro que para él, “no hay
muertos”, porque todos viven. Y esa es la esperanza que él nos invita a tener y es el futuro
humano que nos invita a disfrutar. Eso que él ya disfruta, vernos a todos vivos, los del presente
y los del pasado, es lo que quiere compartir contigo en ese momento inefable, que llamamos
“eternidad”, y que eso sí, solo está reservado para aquellos que acepten este don como un
regalo especial, mientras estamos vivos.

Alégrate hoy en la esperanza de poder disfrutar junto a Dios, la maravilla de una vida donde no
hay muerte, porque el espacio tiempo ya no nos podrá impedir ver a cada ser querido ocultado
por nuestra limitación humana aquí, pero por el poder de la atemporalidad y omnipresencia de
Dios, vivo para siempre allá.

Con él y junto a él, seguro que llegaremos.

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