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enseñamos en esos cursos, osamos entregarnos completamente, más allá de
la mera transmisión de la información. La educación feminista por
concientización crítica está enraizada en la suposición de que el conocimiento y
el pensamiento crítico dados en el aula deberían orientar nuestros hábitos de
ser y modos de vivir fuera del aula. Una vez que la mayoría de nuestras clases
son seguidas casi exclusivamente por estudiantes mujeres, es más fácil para
nosotras no ser espíritus descorporizados en el aula. Al mismo tiempo, se
esperaba de nosotras un nivel de cariño y así mismo de “amor” para con
nuestras estudiantes. Eros estaba presente en nuestra aula, como una fuerza
motivadora. Como pedagogas críticas estábamos enseñando a nuestras
estudiantes modos de pensar diferente sobre el género, entendiendo
plenamente que este conocimiento también las llevaría a vivir de forma
diferente.
Para comprender el lugar de eros y del erotismo en el aula, precisamos
dejar de pensar esas fuerzas sólo en términos sexuales, ahora esa dimensión
no debe ser negada. Sam Keen, en su libro The passionate life, lleva a sus
lectoras y lectores a recordar que, en su concepción inicial, “la potencia erótica
no estaba confinada al poder sexual, pero incluía una fuerza motriz que hace
que cualquier forma de vida deje de ser mera potencialidad para alcanzar su
plena realización”. Dado que tal pedagogía crítica busca transformar
conciencias, dotar a las estudiantes de modos de conocimiento que las
capaciten para conocerse mejor así mismas y para vivir en el mundo más
plenamente, ella debe en alguna medida confiar en la presencia de lo erótico
en el aula como una contribución al proceso de aprendizaje. Keen continúa:
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realmente me preparó para observar como mis estudiantes se transformaban a
sí mismos.
Fue durante los años en que enseñé en el departamento de Estudios
Afro-americanos en Yale (en un curso sobre escritoras negras) que percibí
como la educación para la concientización crítica puede alterar
fundamentalmente nuestras percepciones de la realidad y nuestras acciones.
Durante uno de esos cursos, nosotras, colectivamente, exploramos el poder del
racismo internalizado en la ficción, viendo como él era descrito en la literatura y
también cuestionando críticamente nuestras experiencias. Una de las
estudiantes negras que siempre tenía el pelo alisado porque sentía que no
estaría con una buena apariencia si no lo hacía, se dejó el cabello en su forma
“natural”, sufrió un importante cambio. Volvió a la clase después de un período
de feriados y contó a todos que esa disciplina la había afectado
profundamente, tanto que cuando fue a hacerse el alisado usual alguna fuerza
dentro de ella dijo “no”. Recuerdo todavía el miedo que sentí cuando ella
testimonió que la disciplina la había transformado. Aunque yo afirmo
profundamente que la filosofía de la educación para la concientización crítica
fortalece nuestro poder, yo todavía no había unido, tranquilamente, teoría y
práctica. Una pequeña parte de mi todavía quería que permaneciésemos como
espíritus descorporizados. Y su cuerpo, y su presencia, su nueva forma de
verse era un desafío directo que yo tenía que enfrentar y confirmar. Ella me
estaba enseñando. Ahora, años más tarde, yo leo otra vez sus palabras finales
para el grupo y reconozco la pasión y la belleza de su deseo de conocer y de
actuar:
Las personas blancas nunca comprenderán la belleza del silencio, del vínculo y
de la reflexión. Usted nos enseña a hablar y a prestar atención a nuestras
señales del viento. Como una guía, usted camina silenciosamente a través de
la floresta en nuestra frente. En la floresta, todo tiene sonido, todo habla...
Usted también nos enseña a hablar, donde toda la vida habla en la floresta, no
sólo el hombre blanco. Eso no es parte de sentirse entera –la habilidad de ser
capaz de hablar, de no tener que quedar en silencio o tener que actuar todo el
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tiempo, la habilidad de ser capaz de ser crítica y honesta- abiertamente? Esta
es la verdad que usted nos enseñó: todas las personas merecen hablar.
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expanda y contenga a todos va contra la concepción privatizada de la pasión.
En los diarios de estudiantes de varios grupos en los que yo enseñé había
siempre reclamos sobre relaciones especiales percibidas entre mi y estudiantes
particulares. Ahora me doy cuenta de que mis alumnos y alumnas tenían dudas
sobre expresiones de cariño y amor en el aula, descubrí que era necesario
enseñar sobre el asunto. Pregunté una vez a los alumnos y alumnas: “¿Por qué
sienten ustedes que la mirada que yo dirijo a un/una estudiante en particular no
puede ser también extendida a cada uno/a de ustedes? ¿Por qué ustedes
piensan que no hay amor o cariño suficientes para todo el mundo?” Para
responder a esas cuestiones ellos y ellas tenían que pensar profundamente
sobre la sociedad en que nosotros vivimos, como somos enseñados a competir
unos con otros. Tenían que pensar sobre el capitalismo y como él forma el
modo como pensamos sobre el amor y el cariño, el modo como vivimos
nuestros cuerpos, el modo como intentamos separar la mente del cuerpo.
No hay mucha enseñanza o aprendizaje apasionado en la educación
superior hoy en día. Ahí mismo donde estudiantes están desesperadamente
deseando ser tocados por el conocimiento, profesores y profesoras aún tienen
miedo del desafío, todavía dejan que sus preocupaciones sobre la pérdida de
control prevalezcan sobre sus deseos de enseñar. Al mismo tiempo, aquellos y
aquellas de nosotros/as que enseñamos los mismos viejos asuntos de las
mismas viejas maneras estamos, muchas veces, íntimamente aborrecidos,
incapaces de reencender pasiones que un día podríamos haber sentido. Si,
como sugiere Thomas Merton, en su ensayo sobre pedagogía Aprendiendo a
vivir, el propósito de la educación es demostrar a los estudiantes como
definirse así mismos “auténtica y espontáneamente en relación” al mundo,
entonces profesores y profesoras pueden enseñar mejor si están auto
realizados. Merton nos recuerda que “la idea original y auténtica del paraíso,
tanto en el monasterio como en la universidad, envuelve no sólo una existencia
celestial de ideas teóricas para las cuales los Magíster y Doctores tienen la
llave, sino el yo íntimo de los estudiantes”, los cuales descubrirán el
fundamento de su ser en relación consigo mismos, con los altos poderes, con
la comunidad. Merton recuerda aún que el “fruto de la educación (...) está en la
activación de este centro máximo”. Para restaurar la pasión por el aula o para
estimularla en el aula, donde ella nunca estuvo, nosotros/as profesoras y
profesores, debemos descubrir nuevamente el lugar de eros dentro de nosotros
mismos y juntos permitir que la mente y el cuerpo sientan y conozcan el deseo.