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I.

INTRODUCCIÓN
TEMA I A la llegada de los europeos a
América, la organización del territo-
LOS TERRITORIOS rio se repartía entre dos grandes com-
VIRREINALES. plejos de carácter político-militar. El
imperio azteca en el subcontinente
ANTECEDENTES Y
norte y el inca en el sur, conformaban
ORGANIZACIÓN la última etapa de un largo proceso de
conformación estatal que hundía sus
raíces en un rico pasado histórico.

Las dos grandes áreas, denominadas superáreas culturales, estaban integra-


das por dos sociedades que habían alcanzado un so!sticado grado de desarrollo, los
mexicas y los incas. La región azteca (mexica) fue denominada en el siglo XX como
Mesoamérica para re"ejar la unidad administrativa y cultural que habían logrado los se-
guidores de Huitzilopochtli a partir del siglo XIV, tras su llegada al Valle de México e ins-
talar su capital en el lago de Texcoco a la vista de los señoríos que poblaban sus orillas
desde antiguo. En los Andes, el Tiwantinsuyo inca, con capital en Cuzco (Qosqo), repre-
senta el mejor exponente de la articulación de una basta región que organizada en cua-
tro partes, permitía su gestión e!caz a partir de una infraestructura de caminos diseñada
y adaptada a unas condiciones geográ!cas extremas.

Debemos advertir que consideramos superárea cultural al ámbito en el que exis-


ten grupos humanos ligados por un conjunto complejo y heterogéneo de relaciones. A
lo largo de los milenios, estos vínculos se establecieron entre sociedades que vivían
en áreas contiguas, y que dieron como resultado tradiciones e historias compartidas.
Unas correspondencias que se generaron, entre otras formas, a partir de los intercam-
bios constantes de bienes, de los desplazamientos transitorios y permanentes de gru-
pos dentro de cada superárea; de los intereses comunes entre las elites que gobernaron
las diferentes entidades políticas; del dominio de unas sociedades sobre otras, de las
acciones bélicas tanto de alianza como de con"icto, etc. Más que como conjunto de ele-
mentos inmutables en el tiempo y en el espacio, las tradiciones que caracterizan una
superárea cultural deben concebirse como una peculiar corriente de concepciones y
prácticas en continua evolución multisecular y con notables particularidades regionales.

No obstante, las sociedades de una misma superárea cultural podían diferir en ni-
vel de desarrollo. Lo importante fue que las relaciones internas en cada una de ellas
se constituyeron en forma estructural y permanente. En cambio, dentro de ellas, los
meros vínculos comerciales o las simples copias de estilos artísticos no bastaron para
integrar a sus pueblos en una misma tradición. Por ejemplo, el intercambio entre Oasi-
samérica y Mesoamérica, aunque intenso, no uniformó los fundamentos culturales de
cada una de ellas.
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A partir del siglo XVI, esta estructuración territorial tuvo que ser adaptada a los
nuevos requerimientos de una organización política que debió insertarse y rediseñarse
para administrar e!cazmente nuevos y extensos territorios con una geografía diversa,
en los que había que poner en marcha todo un sistema e!caz que permitiera su funcio-
namiento regular. Los múltiples estudios realizados sobre ello hablan de una traslación
de los modelos peninsulares castellano-aragoneses de !nales del siglo XV, transmu-
tándose y adaptándose a la nueva realidad que había que gobernar. Este proceso im-
plicó una reorganización de los esquemas prehispánicos aunque se respetaron algunas
tradiciones organizativas internas de los grupos para garantizar el control inicial de sus
miembros.

En cualquier caso, el resultado fue la disolución de unos esquemas y la introducción


de otros, donde los componentes prehispánicos sirvieron de base a los europeos dando
lugar a una nueva realidad organizativa a partir del siglo XVI.

II. EL CONTEXTO MEXICA


La zona nuclear que llegaron a controlar los mexicas viene a coincidir actualmente
con la mitad sur de México, tomando como referencia la ciudad de Tula y englobando
además los territorios meridionales integrados por las naciones centroamericanas de
Belice, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica. Ese ámbito tenía en
el Valle de México la zona más densamente poblada y de mayor índice de desarrollo,
desde la que se irradiaban in"uencias y procesos de control hacia el resto del territorio.
Al norte, el desierto apenas si había permitido un desarrollo tan contundente como en
el sur, por lo que los grupos que se ubicaban en él, apenas si habían alcanzado grados
complejos de relación y evolución. Ese otro sector vendría a coincidir actualmente con la
mitad norte de México, además de con los estados norteamericanos de California, Colo-
rado, Arizona, Nuevo México, Texas y Luisiana.

En la antigüedad hubo en este territorio tres superáreas culturales integradas por


sociedades que no constituían una unidad política, pero que llegaron a articular desarro-
llos históricos coherentes. Éstas serían, al noreste Aridamérica y la Península de Baja
California; Oasisamérica, compartiendo espacio en el mismo contexto, y !nalmente Me-
soamérica en el ámbito meridional del actual México. Las dos primeras ocupaban parte
de los estados anteriormente mencionados del sur de los Estados Unidos, mientras que
la última se extendía por América Central, como hemos señalado, hasta Costa Rica.

II.1. El agua en los procesos biológicos


El término Aridamérica fue acuñado en 1954. Hace referencia a un territorio que se
caracterizaba por la existencia de sociedades que vivían principalmente en regiones ári-
das y semiráridas y que tenían una economía en la que predominaba la recolección de
vegetales sobre la cacería. Se incluían también dentro de dicha superárea, pescadores
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y recolectores que cultivaban de manera incipiente. Con base en estos criterios econó-
micos, se distinguen a los aridamericanos de otras sociedades del norte de América, por
ejemplo los cazadores avanzados de las praderas cuyo recurso principal era el bisonte.
Se diferencian dentro de esta área los siguientes contextos: Centro de California, Sur de
California, Gran Cuenca, Noreste de Arizona, Apachería, Baja California, Costa de So-
nora y Sinaloa, Norte de México y Sur de Texas.

Este contexto abarca unas regiones septentrionales respecto a la zona nuclear del
Valle de México, donde la aridez no permitió la transformación protoeneolítica hacia la
agricultura y los recolectores-cazadores continuaron con su antigua forma de vida du-
rante milenios. Con la separación en el 2500 a.C. entre las sociedades nómadas y las
agrícolas sedentarias se marca convencionalmente el nacimiento de Aridamérica y Me-
soamérica. Dos mil años después el vasto territorio aridamericano se verá disminuido
probablemente por las avanzadas de los agricultores que penetran desde el sur a los ac-
tuales territorios de Chihuahua, Sonora, Nuevo México y Arizona. Surgirá así en el cora-
zón mismo de Aridamérica una nueva superárea cultural: Oasisamérica.

Su territorio es un mosaico geográ!co. Pese a que la aridez es su rasgo dominante,


los paisajes de esta superárea comprenden montañas, mesetas, estepas, desiertos y
costas. En términos generales, la vegetación oscila entre pastos bajos, xeró!las, cactá-
ceas y coníferas. La variedad y riqueza de recursos cambia diametralmente de región
en región. Socialmente colindaba con grupos pertenecientes a seis diferentes supe-
ráreas culturales: en el sur con las civilizaciones mesoamericanas; en el oriente, en una
pequeña franja, con los pueblos del Sureste de los Estados Unidos y, en un larguísimo
corredor con los cazadores de las Praderas; en el septentrión con los pueblos de la Alti-
planicie y con los pescadores de la Costa Noroeste; y en su porción central con los culti-
vadores mesoamericanos. Sus costas eran muy extensas en el Océano Pací!co y en el
Golfo de California; en cambio era reducido su litoral en el Golfo de México.

II.2. Oasiamérica
De las tres superáreas de las que estamos hablando, ésta es la última en formarse.
Su origen habría que situarlo 2000 años después de la separación de las otras dos, Me-
soamérica y Aridamérica, en torno al 500 a.C.

En el momento de máxima expansión esta superárea ocupaba lo que hoy en día es


el suroeste de los Estados Unidos y Noreste de México, es decir, la mayor parte de Utah,
Arizona y Nuevo México, Colorado, Sonora y Chihuahua, y parte de California, Baja Ca-
lifornia y Texas. Un contexto semiárido de clima extremo, con escasas precipitaciones
que cuando aparecen lo hacen de manera torrencial. Se bautizó a partir de la existencia
de pequeños oasis donde se concentraban las poblaciones.
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II.3. Mesoamérica
Mesoamérica ya fue percibida desde el siglo XVI cuando se señalaban e identi!-
caban las relaciones de la región guatemalteca con otras del norte por sus similitudes
religiosas.

En 1939 se identi!có por primera vez esta superárea cuyos límites a la llegada de
los europeos eran: una frontera norte (25o de latitud norte), formada por los ríos Sinaloa,
Lerma, Pánuco; la frontera sur (10o de latitud sur) en una franja que iba del río Motagua
al Golfo de Nicoya y al este y oeste, de mar a mar. Un área que socialmente estaba in-
tegrada por inmigrantes diferentes entre sí, que ingresaron en el territorio en diversas
épocas y que conforme se iban integrando en ella se incorporaban a una historia común.
Fue en 1943, cuando se aceptó su término de una forma generalizada.

Mesoamérica, por la densidad y desarrollo cultural de los grupos que la habita-


ron conformó una realidad muy compleja, tanto por la diversidad de las sociedades que
crearon este proceso histórico milenario, como por los diferentes caminos que siguieron
en su devenir, las proporciones de su transformación social y política, por la magnitud de
la temporalidad y su territorio. Olmecas, teotihuacanos, mayas, zapotecas, mixtecas, to-
tonacas, aztecas, protagonizaron un proceso acumulativo de más de 3000 años.

Con el transcurso de los siglos, estos pueblos de tan distinto origen fueron capaces
de crear una unidad cultural fundada en torno al cultivo del maíz. Unos primeros agri-
cultores descendientes de los nómadas recolectores-cazadores que habían habitado el
mismo territorio durante milenios. El cultivo de maíz, frijol, calabaza y chile constituyó
la base de una alimentación mesoamericana que permitió a sus cultivadores desarro-
llar una tradición compartida independiente de in"uencias de otras áreas continentales
hasta el siglo XVI. Esto hace de ambos hitos, el sedentarismo agrícola y la irrupción eu-
ropea, los límites temporales de Mesoamérica, y que en fechas se pueden hablar de un
período que va entre el 2500 a. C y el siglo XVI.

Era un basto territorio que incluía valles fríos y elevados, bosque tropicales y lluvio-
sos, amplias planicies costeras, llanuras extensas, tierras áridas unas y otras ricas en
corrientes y depósitos de agua. Su capital, México-Tenochtitlan llamó la atención de los
europeos por su traza y edi!cios, además de por sus plazas y mercados en los que se
re"ejada la riqueza y diversidad de tierras que estaban bajo el gobierno azteca y cuyos
productos se podían encontrar en los tianguis.

En resumen, la de!nición de Mesoamérica debe partir de tres elementos entrelaza-


dos: a) un patrón de subsistencia basado principalmente en las técnicas de cultivo del
maíz; b) una tradición compartida creada por los agricultores en el territorio estudiado;
y c) una historia también común, que hizo posible que dicha tradición de agricultores se
fuera formando y transformando a lo largo de los siglos.
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III. LA REGIÓN ANDINA


De todos los escenarios donde se desarrollaron las primeras civilizaciones, el área
central andina es uno de los más espectaculares y extremos. Las culturas que se ubica-
ron en ella ocuparon una extensión de más de 926.000 km2, en una región donde las al-
turas llegan a sobrepasar los 5200 metros, entre las que los valles serranos se prestan
a la ocupación humana.

Su complejidad hace que los desiertos costeros y las elevaciones andinas gene-
ren un sistema interconectado que obliga a su valoración conjunta, a los que se unen
otros factores como la Corriente de Humboldt, para explicar algunas de sus característi-
cas. Con una su!ciente inversión de tiempo y trabajo, los valles serranos de orientación
norte-sur fueron ocupados, junto a la adaptación de las fuertes pendientes con ande-
nes, para una explotación agro-ganadera con la que se aseguraba el alimento durante
todo el año.

En la costa, los desiertos se distribuyen a lo largo del litoral pací!co, solamente in-
terrumpidos por una cincuentena de ríos que desde la cordillera andina desembocan en
el mar. Ríos que generaron oasis que fueron cultivados e irrigados desde tiempos an-
tiguos. Su clima se hace más extremo conforme descendemos hacia el sur. Un paisaje
desértico que está sujeto a la rápida erosión causada por las riadas y la falta de vegeta-
ción estabilizadora fuera de las áreas irrigadas, donde también participan los movimien-
tos sísmicos. La vertiente oriental de la cordillera vierte sus aguas hacia la Amazonía, a
través de un paisaje abrupto que se derrama hacia la planicie tropical.

En este contexto juegan un papel fundamental las aguas marinas. A través de la


Corriente de Humboldt, los vientos que soplan desde el Pací!co se ven impedidos en su
acceso a tierra !rme por una corriente de agua fría que de sur a norte recorre la costa in-
terrumpiendo, con la sequedad de los aires que la acompañan, la entrada de humedad.
En contrapartida, las aportaciones de especies marinas que provoca, propicia el creci-
miento de una cadena alimentaria de inmensa productividad.

Fue en este escenario en el que se desarrollaron un conjunto de sociedades que


bascularon entre la montaña y la costa, en una suerte de sucesión de períodos caracte-
rizados por la unidad política-religiosa de cada uno de ellos.

El área andina se puede dividir en las siguiente subáreas: septentrional, central,


centro-sur y meridional con dos zonas extremas, norte y sur. El extremo norte del área
andina comprendería los valles del Cauca y el Magdalena y la Sabana de Bogotá; el
área andina septentrional, el sur de Colombia, la totalidad de Ecuador y el norte del
Perú; el área andina central, comprendería la mayor parte del territorio peruano y se
suele dividir en dos grandes franjas, costa y sierra, donde se desarrollaron algunas de
las grandes culturas del Perú prehispánico como son la mochica, chavín, nazca, chimú,
ica, recuay, inca, etc. El área centro-sur o circum-titicaca viene a ser un área bisagra
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que enlaza los Andes centrales con el área meridional, donde la región nuclear es la que
se desenvuelve en torno al lago Titicaca. Por último el área andina sur incluye territorios
chilenos y del noreste argentino, prolongándose hasta la región central de Chile.

En este contexto, la cultura inca consiguió articular todo un territorio que en su ma-
yor expansión superó con creces el ámbito que controló el Imperio Romano en torno al
Mediterráneo. El nombre que el inca dio a su imperio, el Tiwantinsuyo, hacía referencia
a la concepción integral de ese dominio ya que signi!caba literalmente “las cuatro partes
del mundo”. El Tiwantinsuyo estaba dividido en cuatro regiones, el Antisuyo al Norte, el
Collasuyo al Este, el Contisuyo al Sur y el Chinchaysuyo al Oeste. Cada una de ellas se
subdividía al !nal en provincias que correspondían aproximadamente con los grupos ét-
nicos y los estados independientes que fueron progresivamente conquistados y anexio-
nados al imperio. Cada provincia estaba dividida en dos secciones y cada una de ellas
se dividía en ayllus, un elemento estructural que integraba de forma efectiva los siste-
mas políticos y de parentesco.

IV. EL ÁREA INTERMEDIA Y TERRITORIOS MARGINALES


Más allá de esta América nuclear encontramos otros territorios en los que el desa-
rrollo cultural no alcanzó los niveles que se han identi!cado en las anteriores, pero cuya
importancia radica en haber sido escenario de procesos que en un modo y otro han afec-
tado a los centros más importantes.

En este contexto podemos identi!car dos ámbitos. La denominada Área Intermedia,


localizada entre las dos grandes superáreas mesoamericana y andina y un complejo y
vastísimo territorio, considerado en la historiografía como marginal y que se extendería
al Norte, Este y Sur de la que hemos denominado América Nuclear.

En el caso del primero de ellos, el Área Intermedia, abarca el corredor centroame-


ricano que ha funcionado siempre como puente de unión más que como separador en-
tre Mesoamérica y la región andina. Aunque su terminología no está clara, lo que re"eja
las dudas en la de!nición de sus fronteras, este territorio estaría comprendido por toda
la América Central desde la frontera sur de Mesoamérica, hasta parte de los territorios
septentrionales de Colombia y Ecuador, incluyendo un sector de Venezuela.

Por lo que respecta al Área Marginal, englobaría al menos cuatro regiones o áreas:
Llanuras norteamericanas, Caribe, Amazonía y Cono Sur. La primera de ellas com-
prende básicamente los extensos territorios que riegan los ríos San Lorenzo y Missis-
sippi, con una prolongación hacia el oeste, al norte de los territorios de Aridamérica. La
segunda de las áreas es el de las Antillas, mayores y menores, que se integraría con
la región norte de Sudamérica, es decir, la cuenca del Orinoco y las Guayanas pudién-
dose extender hasta el sur de Florida. Toda esta región es la que algunos autores deno-
minan como Circuncaribe.
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El tercer contexto es el área amazónica, de la que todavía se conoce muy poco


desde el punto de vista de la arqueología. Comprende todo el territorio que se extiende
desde la zona conocida bajo el nombre de “montaña”, en el Ecuador y Perú, hasta la
desembocadura del río Amazonas y la costa atlántica del Brasil.

Finalmente, lo que denominados Cono Sur, es una región suramericana muy va-
riada que incluye las grandes llanuras pampeanas, Patagonia y las costas recortadas
del Chile meridional.

V. A PARTIR DEL SIGLO XVI


Con una articulación territorial previa de!nida por las características que hemos se-
ñalado, uno de los hechos que más llama la atención a la hora de estudiar América a
partir del siglo XVI, es la rapidez con la que se produjo la expansión europea por un es-
pacio desconocido, a tal grado que su percepción fue construyéndose conforme avan-
zaban las expediciones encargadas de internarse en los ámbitos colindantes a los que
se iban ocupando.

Los cambios que se impusieron en las tradiciones indígenas son claros. Por rese-
ñar alguno de ellos, a partir del quinientos la ocupación europea afectaría seriamente
a los aridamericanos. Dicho proceso signi!có la imposición del sedentarismo a algunos
grupos nómadas; el acoso que llevó a otros a regiones inhóspitas de refugio; el hostiga-
miento militar, etc. Los gobiernos de México y los Estados Unidos continuarían con estas
prácticas extremas, declarando una guerra abierta a los recolectores-cazadores. A pe-
sar de ello, a principios del siglo XX el nomadismo no había desaparecido por completo.

El régimen indiano que se de!nió para controlar los nuevos territorios tenía una
serie de objetivos vagamente de!nidos en los primeros momentos: difusión religiosa o
evangelización, la buena gobernación o administración de justicia y el buen trato a los
indígenas. A lo anterior se implementaban las funciones del Estado, que fueron varias:
gobierno espiritual y temporal, funciones de justicia, de guerra y de hacienda. Todo ello
en un contexto de!nido inicialmente por un régimen en el que estuvo muy presente un
cierto centralismo, la existencia de una jerarquía "exiblemente estructurada y la colabo-
ración y control entre las distintas autoridades.

La implantación de la nueva organización se hizo en parte a partir de los esquemas


prehispánicos, distinguiéndose varias etapas. Un primer período, entre 1492 y 1524 en
que se de!nió la personalidad política y jurídica de las Indias. Es por ejemplo la etapa del
primer virreinato de América que se organizó en torno a la !gura de Colón, además de ser
el momento de creación de la Casa de Contratación y de entrada en los territorios conti-
nentales, con lo que ello supuso de contacto con grupos como los mayas y los mexicas.

Un segundo periodo, que iría de 1525 al siglo XVIII, es cuando se amplían los te-
rritorios ocupados, además de organizar y consolidar lo que se ha ganado. Nacen los
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primeros virreinatos, se han establecido las audiencias, se reconocen las !guras de los
reinos indianos y surgen los organismos que gobernarán las Indias, lo que supone la de-
limitación de las funciones y los espacios a controlar.

Finalmente, la tercera etapa, propia del siglo XVIII, viene a coincidir con las refor-
mas borbónicas que se llevan a cabo en todos los territorios.

En líneas generales podemos decir que el origen de las instituciones americanas es


netamente castellano, de tal forma que los órganos de gobierno territorial, Virreyes, Go-
bernadores, Adelantados; y los de orden local, Cabildos, Regidores, etc., modi!cadas en
el tiempo en función de las nuevas realidades a las que debieron adaptarse, constituye-
ron el armazón a partir del cual se organizó la administración americana.

Desde el punto de vista del gobierno, las provincias o Gobernaciones fueron las
unidades fundamentales de organización en los primeros decenios del siglo XVI, cuyo
control estaba con!ado a un gobernador. Al mismo tiempo aparecieron las diócesis ecle-
siásticas, con los obispos cuidadosamente elegidos por los Reyes en virtud de su privi-
legio de Patronato. Esos prelados, en su mayoría inicialmente dominicos, funcionaron
como instrumento e!caz para informar de los abusos de los gobernadores y defender a
los indígenas.

El cada vez mayor número de pleitos va a determinar la creación de las audiencias,


apareciendo la primera de ellas en 1511, la de Santo Domingo, que fue la única hasta
1527. Las audiencias americanas van a ser importantes organismos, tribunales de jus-
ticia con funciones también de gobierno y de hacienda, encargadas de controlar los ex-
cesos que se cometían, como remediar la ine!cacia de las Encomiendas o con!ar a sus
oidores, cuando las circunstancias lo requerían, el gobierno colegiado de los territorios
indianos. Así ocurrió con la de Santo Domingo, de 1523 a 1583; México, de 1527 a 1535;
Panamá, de 1538 a 1543 y de 1564 a 1571; Guatemala (Audiencia conocida como de
los Con!nes), de 1543 a 1560; Santa Fe, de 1550 a 1563; Nueva Galicia (Guadalajara)
de 1548 a 1572 y luego, de 1580 a 1588 y de 1592 a 1602; y Chile, de 1573 a 1574.

Es durante este período cuando paralelamente se pone en marcha otra de las !-


guras de gobierno que tendría larga vigencia e importancia, los virreinatos, que de una
forma estable, la corona española había venido estableciendo en otros territorios eu-
ropeos como Nápoles, Sicilia y Países Bajos; o peninsulares como Aragón, Cataluña,
Valencia, Mallorca o Navarra. Las funciones virreinales estaban perfectamente estable-
cidas, conceder perdones, disponer libremente de la Real Hacienda en caso de peligro y
hacer lo que haría el Rey “de cualquier calidad o condición que sea o pueda ser”.

La propuesta para utilizar esta !gura de los virreinatos surgió hacia 1529 en el
Consejo de Indias por varios motivos. Por un lado, ante las de!ciencias detectadas
en el gobierno de México, pero a esta circunstancias se unían otras como la necesi-
dad de erradicar las pretensiones señoriales de los conquistadores o la implantación de
una fórmula política duradera que solventara el problema de la gobernabilidad desde
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TEMA I LOS TERRITORIOS VIRREINALES. ANTECEDENTES Y ORGANIZACIÓN

la distancia de unos territorios que los monarcas españoles nunca visitaron. A todo ello
habría que añadir el hecho, de que la población de los territorios mesoamericanos y
andinos estaba constituida por masas de indígenas de un nivel cultural superior a las an-
tillanas, descendientes de unas estructuraciones de gobierno complejas, lo que exigía
de fórmulas de control más complejas.

Los virreinatos acabaron siendo una pieza fundamental de la nueva organización


americana y ya en el siglo XVI agruparon las gobernaciones, las alcaldías mayores o co-
rregimientos y los municipios o cabildos. Como hemos señalado, el primer virrey efímero
fue Cristóbal Colón y su virreinato abarcó las Antillas.

La puesta en marcha de esta nueva organización político-administrativa se retrasó


hasta 1535 con el nombramiento del primer Virrey y Gobernador de la Nueva España,
Antonio de Mendoza que pasó también a presidir la Audiencia. Cuando fue creado, este
virreinato abarcaba la casi totalidad de lo anexionado hasta entonces, quedando fuera
los ámbitos suramericanos del Perú y el Río de la Plata, pero englobando las Antillas, la
Nueva España propiamente dicha, América Central y Tierra Firme, y parte de las actua-
les Colombia y Venezuela.

En 1543 se crearía el segundo virreinato en Lima. Su virrey gobernaba directa-


mente el territorio de las Audiencias de Lima, Charcas y Quito; y sobre Panamá, Chile y
Buenos Aires a pesar de que contaban con un Presidente-Gobernador.

El siglo XVIII fue un momento de reestructuración administrativa. Se crearon dos


nuevos virreinatos: el de Nueva Granada con sede en Santa Fe de Bogotá (1717, res-
tablecido en 1739) y el del Río de la Plata (1776). Junto a ellos, Guatemala, Venezuela,
Chile y Filipinas pasaron a depender de una Capitán General. El primero de los nuevos
virreinatos se estructuró integrando las audiencias de Panamá, de la que dependían los
gobiernos de Cartagena, Santa Marta, Antioquia, El Chocó, Los Llanos, San Juan Girón
y Neiva; la audiencia de Quito con sus gobiernos de Quixos y Macas, Mainas, Bracamo-
ros, Atacames y Popayán; y las provincias de Caracas o Venezuela, Cumaná y Margarita.

Por lo que respecta al virreinato del Río de la Plata, se formó a partir de la antigua
gobernación de Buenos Aires que comprendía también las gobernaciones de Paraguay,
Córdoba de Tucumán, Salta, La Paz, Potosí, Cochabamba, Charcas y Cuyo.

También en el siglo XVIII se creó en el Norte de México una Comandancia Gene-


ral, llamada de las Provincias Internas, que estaba regida por un Comandante General.
Ésta comprendió los territorios de los actuales estados mexicanos de Coahuila, Sonora
y Sinaloa y los norteamericanos de Texas, Nuevo México y California.

Esta estructura territorial permaneció así prácticamente hasta el siglo XIX, cuando
con las declaraciones de independencia de las distintas naciones iberoamericanas y los
reajustes fronterizos internos, se inició un proceso inexorable que llevó al desmantela-
miento de la estructura virreinal.

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