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Trabajo Práctico

Alumno: Juárez Lucas

Catedra: Solari/montalto

Comisión: 9360

1) La conmoriencia se configura cuando dos o más personas fallecen en el mismo


instante, de modo que no puede determinarse en qué orden han fallecido cada una de
ellas, en cuyo caso se presume que dichas personas han fallecido, todas, al mismo
tiempo.

De esta manera, lo esencial de la figura consiste en que dos o más personas fallezcan en
el mismo instante, sin que pueda determinarse el orden de dicho fallecimiento. De lo se
colige que si, por el contrario, puede determinarse el orden del fallecimiento no habrá
conmoriencia.

No resulta imprescindible que dichas personas hayan fallecido en un accidente común,


sino que, por cualquier circunstancia, las personas hayan fallecido en el mismo instante.
Ciertamente, que, desde el punto de vista práctico, tales circunstancias se configuran
cuando hay algún accidente común, produciéndose el fallecido de más de una persona.
Aunque, la exigencia del accidente común no resulta imprescindible a tales efectos.

La situación derivada de la conmoriencia resulta trascendente en materia de derecho


sucesorio en virtud de que la ley debe precisar qué sucede en las respectivas sucesiones,
esto es, si los fallecidos en el mismo instante se heredan entre sí, originándose la
consecuente problemática de las transmisiones sucesorias ante dicha circunstancia. no
es necesario que haya existido un desastre común. Por lo que, si dos personas
fallecieron por circunstancias naturales u otras, en el mismo instante, habrá
conmoriencia. Sin perjuicio que, desde el punto de vista práctico, será ante
circunstancias comunes que normalmente puede presentarse esta situación.

Es, por ello, que cuando se define o se caracteriza a la conmoriencia se hace referencia a
un desastre común, en virtud de que las hipótesis prácticas se encuentran vinculadas a la
existencia.
2) En el derecho argentino se planteaba la duda acerca del reconocimiento post mortem,
habiéndose sostenido al respecto ambas soluciones posibles: aquellos que negaban el
reconocimiento y otros que lo admitían.

Luego del dictado de la ley 23.264, de Filiación y Patria Potestad, en el año 1985. se dio
una respuesta concreta a la cuestión derivada del derecho hereditario, cuando el padre
hace el reconocimiento de su hijo post mortem.

En efecto, dicha ley modificó el texto del art. 249Cód. Civil derogado, al señalar: "El
reconocimiento del hijo ya fallecido no atribuye derechos en su sucesión a quien lo
formula, ni a los demás ascendientes de su rama".

La ley permitía el reconocimiento del progenitor una vez fallecido el hijo, como
posibilidad de emplazarse en la calidad de tal y alcanzar el correspondiente estado de
familia. Sin embargo, el vínculo paterno-filial no producirá uno de los efectos propios
del mismo, esto es, el derecho hereditario del padre en la sucesión de su hijo premuerto.
Ni tampoco a los demás ascendientes de su rama.

De acuerdo con la misma, entonces, se permitía que el padre o la madre puedan


reconocer al hijo ya fallecido, quedando emplazado en el vínculo filial correspondiente.
Con una limitación: no tendrán vocación hereditaria en la sucesión del reconocido. En
tales hipótesis, carecían de derechos hereditarios tanto el reconociente (padre o madre)
como los ascendientes de su rama, en la sucesión del hijo reconocido.

El reconocimiento del hijo, en las condiciones de la disposición legal, generaba, en


punto al derecho hereditario, una especie de sanción como consecuencia del
reconocimiento post mortem. Por lo que se contemplaba un nuevo caso de exclusión de
la vocación sucesoria en el derecho hereditario.

La solución legal era adecuada, al permitirse el reconocimiento post mortem y, a la vez,


impedir el llamamiento a la sucesión del reconocido.

La exclusión de la vocación sucesoria, se decía, estaba bien que así sea, porque estos
reconocimientos post mortem son sospechosos de hacerse con fines interesados, es
decir, para heredar al hijo. Eliminado por la ley este móvil, no había inconveniente
alguno en que pueda reconocerse un hijo después de su muerte.

Por ello, el fundamento ético de la norma era indudable, porque no resultaba adecuado
que el reconocimiento se haga para obtener una vocación hereditaria con base en un
vínculo que no se había establecido durante la vida del reconocido

De ahí que sea la solución sea justa. El interés moral que puede motivar el
reconocimiento del hijo ya fallecido por su padre o su madre no ha de servir en ningún
caso para atribuir expectativas patrimoniales de orden sucesorio

En el régimen actual el art. 573 Cód. Civ. y Com. en su párr. 2o consagra: "El
reconocimiento del hijo ya fallecido no atribuye derechos en su sucesión a quien lo
formula, ni a los demás ascendientes de su rama, excepto que haya habido posesión de
estado de hijo".

En virtud de ello, se pronuncia por otorgar vocación sucesoria cuando no habiendo


habido reconocimiento en vida demuestra que ha habido posesión de estado.

Otorga, aquí a la posesión de estado, una suerte de justificación para que no rija la
sanción —consistente en el derecho hereditario emergente del vínculo— cuando haya
existido reconocimiento post mortem.

Ciertamente que la posesión de estado es una circunstancia que ha servido como fuente
y justificación del otorgamiento de derechos, en materia filial, lo que resulta
indiscutible, en atención a las proyecciones derivadas del vínculo socioafectivo.

3) La capacidad para suceder es la aptitud para ser sujeto pasivo de la transmisión de la


herencia, es decir, la posibilidad de que una persona pueda ser beneficiaria de una
transmisión por causa de muerte.

El art. 2279 del Cód. Civ. y Com. Establece quiénes pueden suceder al causante. Ellos
son: personas ya existentes; los concebidos que nazcan con vida; los nacidos por
técnicas de reproducción humana asistida; las personas jurídicas. Además, hay otras
situaciones que requieren un tratamiento especial

La vocación sucesoria es el llamamiento a una herencia determinada, cuyas fuentes


pueden ser la ley o el testamento. En tal sentido, así como cualquier persona, por el
hecho de tal, tiene capacidad para recibir cualquier sucesión, no todas tienen vocación
sucesoria, porque para ello hay que tener un llamamiento determinado, ya fuere por ley
o por voluntad del testador, en su respectivo testamento. Por aplicación del mismo, si
bien toda persona tiene capacidad para suceder, no toda persona tiene vocación
sucesoria.

Es necesario distinguir la vocación sucesoria con la capacidad para suceder. La


capacidad para suceder es el conjunto de requisitos exigidos por la ley para que una
persona pueda ser sujeto pasivo de una transmisión hereditaria.

La capacidad puede ser de derecho o de ejercicio. La capacidad de derecho es la aptitud


para ser titular de derechos y obligaciones

Esta capacidad hace referencia a la "titularidad" de un derecho. Constituye el aspecto


estático de la capacidad.

Mientras que la capacidad de ejercicio es la aptitud que tiene una persona para ejercer
por sí mismo sus derechos Se hace referencia al "ejercicio" de un derecho. Constituye
el aspecto dinámico de la capacidad.
Por aplicación del mismo, la capacidad para suceder es una capacidad de derecho, pues
tiene que ver con el goce o titularidad del derecho sucesorio y comprende la aptitud para
recibir una sucesión, es decir, ser sujeto pasivo de una transmisión.

En tanto que la capacidad de ejercicio involucra la posibilidad de que dicha persona


pueda, por sí misma, aceptar o renunciar a la herencia, es decir, al ejercicio de tal
derecho.

A su vez, la delación consiste en que la persona que tiene un llamamiento a una


herencia, puede ejercer un derecho de opción, consistente en la facultad de aceptar o
renunciar a herencia a la cual es llamada.

En aplicación de lo dicho, primero hay que tener capacidad para suceder, luego
vocación sucesoria y, finalmente, la delación

4) El enfoque socioafectivo de la filiación ofrece un panorama rupturista en las


tradicionales relaciones derivadas del Derecho familiar. Se supera entonces el binarismo
que ha caracterizado las relaciones filiatorias. El reconocimiento de las familias
ensambladas, de la voluntad procreacional como fuente directa de la filiación, de la
adopción de integración, bajo el denominador común del afecto como valor jurídico
trascendental, ha llevado a visibilizar en sede jurisprudencial la multi o
pluraparentalidad, o sea, la coexistencia jurídica de vínculos biológicos y afectivos, sin
prevalencia de unos sobre otros, con las innegables consecuencias que ello provoca en
el ámbito de la sucesión ab intestato, en la que empieza a evidenciarse la
desbiologización de su fundamento.

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