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E
n estas reflexiones, no pretendemos hacer un recorrido por los pasillos de la
memoria nacional, que se desgaja en paisajes de dolor, sangre, muerte y
esperanzas usurpadas; ni tampoco intentamos confeccionar la historia de las
relaciones de poder que se han venido reconfigurando en México, antes, durante
y después de la coyuntura electoral de 2018, sino más bien, es un esfuerzo por
pensar y vivir críticamente los procesos de este México demacrado, incomprensible,
subyugado y peligrosamente comprometido en su presente y futuro. Porque al seno de la
patria –desde hace cuatro décadas hasta nuestros días–, se le continúa imponiendo
variadas formas de violencia y exclusión social que, se hacen escoltar por novedosos y
arriesgados mecanismos de control, tanto políticos, ideológicos, policiacos como militares.
Por ello, nuestro ánimo por repensar la trama profunda de este México aciago y ahorcado
en el reloj de las sombras del neoliberalismo, que a pesar de todo, hoy sigue estando de
pie, pero huyendo de sus instantes de desastre nacional –que no se pueden olvidar tan
fácilmente–, para retornar irónicamente, a las espinas irreductibles de la nación, que
incrustadas en su cuerpo social, permanecen aún –en el sexenio de la “transformación” y
el “bienestar”–, suspendidas en el tiempo, la lógica y la razón neoliberal que, en su
impertinencia, se obstina en entramar sus lógicas y estrategias de dominación: la
neocolonización de la República sus instituciones y territorios; el caos y la incertidumbre
para los menesterosos; la estigmatización del ejercicio de la crítica y el disenso, frente a
una sociedad injusta, desigual y, frente a la conducción gubernamental; estableciendo la
polarización afectiva, el irrazonable odio al diferente y la aversión a quien no se somete a
la palabra única y; desautorizando y deslegitimando a quienes luchan porque no se
denigren y restrinjan sus condiciones de vida.
Yuxtapuesto a este drama, vemos el descrédito de la política, los partidos políticos y, la
propagación del hambre espiritual de políticos embusteros, que interpretan y entienden la
realidad al margen de las estructuras de poder y de las clases sociales, exhibiendo con ello,
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no sólo el menosprecio para los que generan la riqueza de este país, así como la
insensibilidad ante el maltrato y la destrucción de la vida de las mayorías nacionales, sino
que esconden esa fábrica de subjetividades que busca devorar a sus críticos y sus críticas,
para convertirlos en el nutriente que le permita la recomposición del poder y la opresión y
con ello, “humanizar” la prolongación del desastre nacional.
Frente al conjunto de estas miserables realidades que, ya no queremos que se presenten
en nuestras calles, colonias, escuelas, comunidades agrarias, espacios de trabajo y
hogares; frente al naufragio de nuestras condiciones de vida, existencia y expectativas, que
ya no dan pausa y cabida a la condolencia; frente al abandono de la articulación del Estado
Mexicano con los desafíos de la economía y la redención de los desamparados; ante el
divorcio entre la cotidianidad de la vida social con las formas de repliegue patológico de
seguir gobernando para la alcurnia; por el grotesco abandono del sentido de nación, su
soberanía y su eslabonamiento con el mundo y particularmente con la hermandad
latinoamericana; observamos, no el idioma del viento emancipador ni los rumores de
grandes transformaciones históricas, sino más bien, nos percatamos de la incapacidad de
encararlas y resolverlas desde el actual Gobierno de la República, simple y llanamente,
advertimos como se refina y se planta un paréntesis neoliberal, bajo una seductora
narrativa que reconfigura y amplía la indeseable servidumbre voluntaria en México, donde
amplios sectores sociales depositan sus esperanzas de cambio en una sola persona.
Con asombro, vemos como desde las entrañas del actual “Gobierno para el Bienestar”, se
desgrana la morada del sentido de lo nacional popular, bajo una lacerante narrativa de
realismo mágico que, no sólo hincha la nostalgia histórica y la mitología nacional, sino que,
se instala en el imaginario social para ocultar, maquillar, perfumar y lactar el surrealismo de
los procesos de mutación readaptativa que han asumido:
i) Por un lado, los sectores poderosos del bloque neoliberal (Carlos Slim Helú,
Alfonso Carlos Romo Garza, Ricardo Salinas Pliego, el poder profundo
norteamericano, las multinacionales, entre otros más), junto a sus expresiones
oligárquicas y alianzas orgánico-partidistas, se realinean en torno al nuevo “Yo
Supremo” (AMLO), a cambio de reajustar la cartografía neoliberal, con ciertas
concesiones sociales, pero manteniendo las bases fundamentales del
neoliberalismo, garantizando con ello, que el conjunto de los mexicanos este
mejor controlado bajo una dirección deseada, vendiéndoles la idea que habían
triunfado electoralmente en el 2018 y que, contaban ya, con un presidente de la
República que podrá gestionar, para bien, la vida del “pueblo bueno y sabio”;
ii) Por el otro lado, nos percatamos de la metamorfosis que se expresa en la propia
narrativa de la vía de desarrollo neoliberal que, paradójica, estridente y
propagandísticamente, desde Palacio Nacional, se presenta ahora como un
canto de profunda transformación histórica, bruñido de una radicalidad anti
neoliberal, con remedo nacionalista y con la falsa impronta de una vocación
popular, para continuar en la suma de incertidumbres que, al neoliberalismo
mexicano, hoy en día, le permite avanzar incontenible en la cancelación de
sentidos y, por sobre otros más ya colapsados, como el de comunidad,
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soberanía, democracia, igualdad, solidaridad, justicia, libertad, dignidad entre
otros más.
Sin embargo, en esta cancelación de sentidos, tanto para las mujeres como para los
hombres de este país, la memoria se torna vacía, pierde su lógica, su significación y sus
propios alcances históricos y, con ello, la dominación en México intenta capturar el sentido
común del momento nacional, para que el conjunto de la sociedad mexicana se aleje de los
deseos de libertad y las demandas de igualdad. Pero aún y, a pesar de ello, en las entrañas
de la deflagración de nuestra patria, podemos ir mapeando el lado oculto de un proyecto
histórico que, induce a que, el mexicano común y corriente –hoy bueno y sabio–, tenga un
radical distanciamiento entre las necesidades de él y los grandes problemas nacionales, lo
cual, lo reduce a un conglomerado acrítico y una simple masa de maniobra. Nos referimos
a que:
a) En México, desde el 2018, se abre una disputa del imaginario social y el sentido
común del conjunto de los mexicanos, no en la perspectiva de una nueva
hegemonía, en base a lo nacional popular, que rompa con el neoliberalismo, sino
más bien, lo que se está procesando en nuestro país, son las razones
encontradas y las tensiones, entre distintas vías al seno del neoliberalismo, para
poder cumplir exclusivamente, con las expectativas estratégicas del capital;
b) Se inocula el sutil y oscuro desasosiego, fastidio, agotamiento y dolor en los
siempre olvidados de esta nación, como mecanismo de domesticación, donde
se van combinando narrativas que cosifican la historia, con ciertas concesiones,
vía apoyos económicos individualizados, cuyo propósito es destrozarles
apreciaciones, ideales, valores y valoraciones y, con ello, simplificarlos a simples
individuos analfabetos de principios y de símbolos, a quienes se les hace creer
que son parte de una transformación, en la medida en que sometan su fe de
mejoría a una persona;
c) Se instala un proceso de privatización del alma, donde se nos atrapa en la
dimensión del olvido, como nueva forma de sujeción y servidumbre, que se hace
patente en el naufragio existencial del imaginario y sentido común de gran parte
de la sociedad, atrapada en una realidad virtual de presente perpetuo, donde no
hay pasado ni futuro, es decir, sin vinculación con la memoria de generaciones
anteriores y sin perspectivas de un proyecto nacional-popular de futuro,
sustentado en políticas de igualdad y emancipación;
d) Se persiste en instalar en la sociedad mexicana, el consenso por apatía, como
la fórmula por excelencia, para secuestrar y subordinar la soberanía popular;
este proceso, sin lugar a dudas, es el nutriente y caldo de cultivo, de la apatía
política, que se instala simultáneamente como el mecanismo del poder profundo
de México, para garantizarle, por un lado, la recomposición de los mecanismos
de acumulación, tanto de la oligarquía mexicana como de los corporativos
multinacionales y, por otro lado, acceder y hacerse acompañar, tanto por una
peligrosa polarización social, la peligrosa ruptura de tejidos comunitarios, el
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comprometido y aventurado debilitamiento institucional como por el impúdico
avance de la militarización de México.
Como podremos observar, en esta ironía nacional, se van delineando con mayor claridad,
cuatro aspectos que vienen organizando, hoy en día en la República del “Bienestar”, el
nuevo orden nacional, tanto en subjetividades, tejido institucional como en relaciones de
fuerza y de poder que, a nuestro entender se expresan en cuatro capas geológicas:
Uno. Se encuentra intacta la condición contemporánea del neoliberalismo, como razón
peculiar que fuerza todo el ordenamiento de la existencia social de nuestro país, en
términos económicos, simbólicos y de sentido común, hoy se ve reforzado con una
narrativa sustentada en la mitología nacional, los relatos del progresismo y el
discurso de las izquierdas, lo que les ha permitido reducir el rico lenguaje de las
contradicciones, a la palabra única que, sin el mayor pudor, achica los grandes
problemas nacionales, a una simple confrontación, inicialmente, entre “la mafia en
el poder” contra “el pueblo bueno y sabio”, hasta llegar a la disputa entre
“conservadores” y “liberales”, ocultando con ello, los intereses estratégicos de la
gran burguesía mexicana, los corporativos extranjeros, así como, los intereses
neocoloniales y geopolíticos de EEUU;
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Cuatro. El conjunto de mecanismos que se entreveran en los laberintos, maquinaciones y
pactos en la sombra, del actual “Gobierno para el Bienestar”, cuya finalidad es
administrar la crisis, domesticar el imaginario popular, anular disidencias, configurar
una nueva clase dirigente –con la peligrosa actuación de la SEDENA y la SEMAR–
siempre sumiso al poder profundo de México y el exterior, maniobra con la cual les
es posible barnizar los intereses estratégicos del capital y la dominación
norteamericana sobre México.
Evidentemente, en el proceso de vulgarización del sentido común, en los sigilosos y
discretos pasos para tejer los pactos en las sombras y, al entrar al quinto año de gobierno
de la “transformación histórica”, se ha venido prolongando un escenario siniestro que nos
habla de la prolongación del desastre nacional: la muerte violenta de 12 mujeres por día en
este país; el contar con 37 periodistas asesinados en tres años y medio de gobierno; el
haber alcanzado el número de 100 mil desaparecidos; el llegar a rebasar los 100 defensores
de derechos humanos asesinados; el crecimiento desgarrador del desplazamiento interno
forzado, por la presencia del crimen organizado en las comunidades, paramilitares y
multinacionales; acompañado de una crisis migratoria, donde se da una sangría humana,
al salir más de 600 mil mexicanos a EEUU; ratificando el pacto de impunidad que prevalece
sobre la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa; con 50 millones de mujeres y
hombres trabajadores en pobreza laboral (cuentan con empleo pero no les alcanza para
comer junto a su familia); con 35 millones de mexicanos sin acceso a un servicio básico de
salud, con la pérdida de cuatro años de esperanza de vida para los mexicanos que nacerán;
con el crecimiento de la pobreza extrema, particularmente en zonas indígenas, etc.
Una reflexión crítica bajo este contexto, no es una tarea nada sencilla, por el contrario, es
sumamente compleja pero éticamente pertinente, dado que amplios sectores de la sociedad
mexicana procesan una fractura existencial y se les sigue hundiendo en los márgenes de
la pobreza, cancelándoles expectativas, excluyéndolos de las tomas de decisiones
fundamentales de la nación, de los espacios de poder y, a pesar de ello, se les apergolla
a una peligrosa polarización social, que más pronto que tarde, se eslabonará a una crisis
económica que está a punto de irrumpir en su más cruda expresión –por más incienso que
se le ofrende al crecimiento de la inversión extranjera, por más incrementos en las remesas
o por tener una fortaleza del peso– frente a la cual no hay el menor asomo de políticas
anticíclicas y; por si fuera poco, se conjugará con el avance de la opulencia de unas cuantas
familias, la destrucción programada del estado nacional y, todo ello, sin lugar a dudas, nos
hablará nuevamente de sus últimos muertos.
ii) Otros, los intereses norteamericanos en sincronía con las oligarquías y las
derechas del continente, prácticamente estaban en una fuerte ofensiva contra los
progresismos de América Latina (Venezuela, Brasil, Bolivia, Ecuador, etc.) que,
mediante golpes militares, blandos, inteligentes, parlamentarios, judiciales, les
permitiera modificar el mapa de fuerzas gobernantes a favor de las vertientes
neoliberales. Lo paradójico, es que la actitud hacia México y la vertiente
obradorista, no mostraron ningún tipo de antagonismo, más bien, permitieron el
arribo en México, de un “progresismo” tardío, conservador y regresivo.
Tales escenarios del dilema histórico continental y nacional, contribuyeron a que Andrés
Manuel, le fuera dando curso a los acuerdos oligárquicos, con destacamentos no
propiamente progresistas, quienes aportaron en la disputa electoral del 2018, recursos
económicos, logísticos, políticos, mediáticos, humanos y sufragios corporativos, aunado a
garantizar y acuñar un nuevo sentido oligárquico para el país, combinándolo con ciertas
concesiones para las masas empobrecidas, a cambio de que estas permanecieran
sumergidas en su condición de dominados. Estamos hablando de actores poco visibles
para el común, pero sumamente poderosos y que son quienes siguen influyendo en las
definiciones fundamentales del país y movilizaron sus corporativos económicos y laborales,
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para jugar con un paréntesis político para atemperar algunos rasgos de la vía de desarrollo
neoliberal en México, a saber:
El complejo poderío de Carlos Slim Helú, el oligarca más grande de México, quien
posee una fortuna de 67, 100 millones de dólares (Forbes), cuya red de empresas
abarcan el Grupo Financiero Imbursa, Condumex, Telmex, América Móvil, Claro,
Samborns, Carso Infraestructura y Construcción, Carso Oil and Gas, Minera Frisco,
Grupo Alsea (que opera Domino´s Pizza, California Pizza Kitchen, The Chesse Cake
Factory, Starsbucks, Chili´s en México, Burger King, Italianni´s, PF Chang´s,
Restaurantes Vips y; sus ramificaciones en el ramo cultural y del entretenimiento
como el Museo Soumaya, Acuario Imbursa, Museo Jumex y Teatro Telcel;
El del otrora poderoso y pro neoliberal Grupo Monterrey –el único poder económico
que no fue construido por el Estado mexicano–, cuyo origen data de finales del siglo
XIX, aprovechando las condiciones políticas de la estructura porfirista, pudo construir
una plataforma de industrialización autónoma y, cuya burguesía se ha caracterizado
por su conservadurismo de derecha, siempre opuesto a la centralidad y las medidas
reformistas del Estado nacional mexicano. Actualmente este holding mantiene sus
poderosas derivaciones en Cemex, Grupo Industrial Alfa, Grupo Lamosa, Frisa,
Gruma, Vitro y Proeza, así como el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores
de Monterrey (ITESM), que cuenta con 26 campus en México y 18 sedes y oficinas
internacionales en distintas latitudes del mundo;
Con el emporio de Ricardo Salinas Pliego, que es uno de los hombres más ricos de
América Latina, oligarca neoliberal, cuya fortuna ascendió a 7, 100 millones de
dólares en el año de 2017; figura económica de derecha, que combina formas y
características, tanto de Donald Trump y Nayib Bukele (Presidente de El Salvador);
se ha expresado su vinculación con AMLO a través del Consejo Asesor Empresarial
(desde noviembre de 2018), mediante el apoyo a Jóvenes Construyendo Futuro y
recibiendo los recursos de los programas sociales a través de Banco Azteca; cabeza
fundamental del Grupo Salinas, dueño de TV Azteca, Banco Azteca, Grupo Dragón
(brazo energético, productora de energía eléctrica), Grupo Elektra, Italika, Total Play,
UPAX, Tiendas Neto; dicho personaje ha sido aliado de Carlos Salinas de Gortari y,
ha mantenido piezas claves dentro del actual gobierno de la República;
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orgánicos del neoliberalismo; esta oferta política se llama Movimiento de Regeneración
Nacional (MORENA) y, bueno, su inoperancia, balcanización y conducción conservadora
está a la vista, a grado tal, que el sentido común de amplio sectores sociales, lo ven
llanamente, como la cuatro-transformación priista (PRM, PNR, PRI, MORENA).
Tan sólo observemos que prácticamente la mitad de los actuales gobernadores de Morena
provienen de una militancia priísta de décadas como: el gobernador de Hidalgo, Julio
Menchaca Salazar (treinta y cinco años de militancia); Américo Villarreal Anaya, gobernador
de Tamaulipas (con treinta tres años); Layda Elena Sansores San Román, gobernadora de
Campeche (treinta años); Miguel Ángel Navarro Quintero, gobernador de Nayarit
(veintinueve años); Lorena Cuellar Cisneros, gobernadora de Tlaxcala (veinte años);
Alfonso Durazo Montaño, gobernador de Sonora (veintiún años); el ex gobernador de
Puebla Miguel Barbosa (diecisiete años), quien posteriormente militó en el PRD con la
expresión de los Chuchos y quienes promovieron el Pacto por México; el actual gobernador
de Zacatecas David Monreal (nueve años), etc.
Pero volviendo a las cuatro grandes promesas anteriormente mencionadas, amplios
sectores de la sociedad mexicana, mostrando su fractura existencial y su asincronía con la
realidad, las da como promesas cumplidas y, todo aquel que insinúe dudas o críticas, en el
mejor de los casos, se les somete a las más mordaces descalificaciones o a la satanización
del disenso, pero en el peor escenario y sin límite alguno, se le somete a la Expulsión de lo
Distinto del que nos habla Byung Chul Han, es decir, a la implacable muerte del otro. Por
ello y sin menor reparo, desde una perspectiva de clase, una posición crítica y retomando
algunas escalas de la realidad, colocamos algunas consideraciones que niegan esas
grandes promesas y que van a contracorriente de un sentido común que no redescubre, ni
resignifica al yo, sino que se desprende de él, para irse alejando dramáticamente del aliento
de una superación en sentido post neoliberal.
En el aspecto económico y la promesa de crecer al 6% anual, mostraba no tener sustento
económico y mucho menos medidas para que ello fuera posible, aún si se plantearan
proyecciones inducidas no se lograría ese crecimiento. Pero lo irónico del asunto es que, el
crecimiento económico cotejado con otros periodos, nos deja entrever que algo se nos está
ocultando. Sólo comentaremos cinco aspectos:
Primero, Los modelos de desarrollo nacional, desde 1958 a la fecha, han cursado por el
Desarrollo Estabilizador, el Desarrollo Compartido, la Administración de la Abundancia, el
Estancamiento Estabilizador y, el actual, denominado, Desarrollo para el Bienestar; pero
precisamente este último, no cuenta con estrategias, no tiene soportes de política industrial,
de política agropecuaria, ni propuestas para la acumulación; estas ausencias, se puede
apreciar en el Plan Nacional de Desarrollo (2019-2024);
Segundo, En cuanto a los modelos de acumulación, como país hemos pasado por el de
Sustitución de Importaciones (1934-1982), el Secundario Exportador (1982-2018) y; para el
periodo 2018-2024, está ausente la propuesta de un eje de acumulación distinto al
neoliberal ¿Esto será indicador de que no estamos ante una ruptura con el neoliberalismo,
sino de su continuidad con la ingenua e ilusoria posibilidad de limarle las aristas?;
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Tercero, Hay datos preocupantes en cuanto el crecimiento económico, ya que, de 1935 a
1982, el crecimiento promedio del Producto Interno Bruto fue de 6.1%; de 1983 a 2018, en
el periodo neoliberal, el crecimiento promedio del PIB fue de 2.3%; pero en los primeros
tres años del Gobierno para el Bienestar (2019-2021), ha sido de -1.2%, muy por debajo de
los gobiernos neoliberales; pero en el caso del Producto Interno Bruto per cápita, del
periodo cardenista hasta concluir el gobierno de José López Portillo (1935-1982), el PIB per
cápita promedio fue de 3.2%; en el periodo de Miguel de la Madrid Hurtado hasta Enrique
Peña Nieto (1983-2018) fue de 0.7%; pero en el periodo del actual Gobierno para el
“Bienestar” (2019-2022), el crecimiento del PIB per cápita es de -1.15%, lo cual contrasta
con la brutal concentración de la riqueza actual en nuestro país;
Cuarto, México sigue mostrando en este sexenio una desigualdad funcional, donde la
concentración de la riqueza está en quince mega millonarios, quienes poseen el 10% del
PIB de este país (encabezados por Carlos Slim, Germán Larrea y Alberto Bailleres),
quienes a su vez poseen el 68% del poder económico de la oligarquía mexicana. Lo
simbólico y significativo es que, Carlos Slim concentra la mitad de este poderío económico
y, hay que subrayar, es un personaje que sistemáticamente se encuentra en Palacio
Nacional, además que el pudiente mexicano tiene responsabilidades en el colapso de la
línea 12 del metro, ya que su grupo Carso, fue el responsable de la construcción de ese
tramo. ¿Será acaso que a la austeridad republicana ya no le alcanza para pagar los tamales
de chipilín, las marquetas de frijol y la gelatina de pavo y, asume los costos con propina uno
de los hombres más rico del mundo? Recordemos la mañanera del 20 de octubre de 2021,
entre suspicaces sonrisas y violentando la Constitución, López Obrador se manifestó a
“…favor de renovar la concesión para la operación de TELMEX…” afirmó que “…no actúa
con extremismos y son los adversarios los que buscan regresar al pasado, …, yo sé lo que
le conviene al país” ¿Será acaso la muestra palpable de que sí hay una separación definitiva
entre el poder público y, el poder privado y económico en México?
Quinto, Esta ominosa realidad, es alimentada por la política económica que sigue
sosteniendo el actual Gobierno de la República, que es de una matriz profundamente
neoliberal: apertura comercial, liberalización de la inversión extranjera, tipo de cambio
competitivo, altas tasas de interés, autonomía del Banco de México y la austeridad fiscal,
hoy maquillada con el término de republicana.
Por más que se reitere que hay en México un cambio profundo en la conducción económica
y en la mejoría de las condiciones de vida de quienes habitamos este país, el hecho es que,
las condiciones de vida de la mayoría de mujeres y hombres, sigue empeorando, la pérdida
del salario real sigue siendo dramático, por más que se anuncien incrementos a quienes
ganan un salario mínimo, primero, no hay forma de corroborar y darle seguimiento a que
se cumpla con dichos decretos; segundo, si fuesen reales, con los incrementos dados
desde 2019 hasta 2021, no se alcanzaría el salario que obtenían los trabajadores en el año
de 1941; tercero, el conjunto de incrementos al salario mínimo, prácticamente estaría
hecho añicos por la inflación que no se ha podido contener en nuestro país; cuarto, persiste
una amplia población excluida del derecho al trabajo y no es sujeto de ningún tipo de salario
y seguridad social; quinto, los trabajadores en 1985, requerían laborar 5 horas para adquirir
la canasta básica, hoy requieren laborar más de 24 horas para adquirir lo indispensable
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para la sobrevivencia; sexto, en lo que va del sexenio para el Bienestar, se han sumado a
la pobreza laboral alrededor de 10 millones de trabajadores más, es decir, aquellos
trabajadores que cuentan con empleo y su salario no es suficiente para adquirir la canasta
básica y; séptimo, se sigue incrementando la población en pobreza extrema. México se
sigue moviendo en la ortodoxia neoliberal, con una economía estancada, parasitaria, sobre
explotadora y dependiente, que desnuda nuestro proceso de integración a EEUU.
De cara a dicha realidad, se suma el grotesco problema de la deuda pública, frente a la
cual, el titular del Ejecutivo Federal, de distintas y reiteradas maneras, ha afirmado que no
endeudaremos más al país porque no somos iguales a los neoliberales: “Sin endeudarse,
México tiene finanzas sanas y crece la economía: AMLO” (Diario La Jornada, 22 de enero
de 2021); “… seguimos sosteniendo que no va aumentar la deuda…” (La mañanera 8 de
junio de 2021); “… este gobierno sí es diferente, no endeuda más al pueblo para favorecer
a unos cuantos …” (campaña en las redes de Facebook, 15 de septiembre de 2021); No ha
habido aumentos fuera de lo normal en la deuda …” (La mañanera, 22 de marzo de 2022).
Sin embargo, el porcentaje de la deuda pública respecto al Producto Interno Bruto de hace
tres sexenios hasta la primera mitad del sexenio del presente gobierno, ha sido el siguiente:
Vicente Fox (2000-2006) fue del 18.7% del PIB; Felipe Calderón (2007-2012) alcanzó el
33.8% del Producto Interno Bruto; Enrique Peña Nieto (2013-2018) representó el 46.0% y;
con Andrés Manuel López Obrador (2019-2021), en tres años de gobierno, alcanzó el
49.9% del PIB (Según datos de la Secretaria de Hacienda y Crédito Público).
Pero bien valdría la pena preguntarnos ¿Qué tan lejano se encuentra el eje discursivo del
Presidente de la República, de que, no iba aumentar la deuda pública de México, con las
necesidades y realidades nacionales? ¿Estamos frente a un estadista que nos habla con la
verdad o estamos frente a un político que vende ilusiones?
Los presupuestos de egresos e ingresos de la federación para el ejercicio 2023, nos pueden
dar elementos de clarificación al respecto. El Presupuesto de egresos para el presente año,
lo podemos desglosar de la siguiente manera: 2.3 billones de pesos se van para Estados y
municipios; 1.0 billón de pesos para el pago de intereses de la deuda; 1.7 billones de pesos
a pensiones (IMSS, ISSSTE y No Contributivas) y; 3.3 billones de pesos a educación, salud,
seguridad pública, nómina del ejército, marina, servidores públicos de la federación). Esto
nos da un total de 8.3 billones de pesos de presupuesto de egresos para 2023.
En cambio, el presupuesto de ingresos del gobierno de la República para este 2023, es el
siguiente: Se prevén ingresos totales de 7.1 billones de pesos; estos recursos saldrán
de ingresos tributarios: impuesto sobre la renta, IVA, impuestos especiales (gasolina,
tabaco), PEMEX (por la extracción de petróleo); para ello, el gobierno federal estima crecer
económicamente este año el 3%. Pero la duda está en ¿De dónde saldrá 1 billón 200 mil
millones de pesos faltantes? Este recurso saldrá de adquirir nueva deuda, para lo cual, el
Congreso de la Unión ya autorizó dicho endeudamiento.
Bajo tal escenario, los problemas económicos de México tenderán a agudizarse, ya que, es
poco factible que el país alcance un crecimiento para el 2023 del 3% y, ese bajo crecimiento
económico se traducirá en problemas serios en la micro, pequeña y mediana empresa, se
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expresará en bajos salarios y, con ello, en una menor recaudación fiscal, lo cual abrirá un
círculo vicioso: pobre crecimiento económico, poca recaudación de impuestos y mayor
endeudamiento. La propia secretaria de hacienda y Crédito Público, estima que, para
septiembre de 2023, México afrontará el costo de la deuda pública más elevada de los
últimos 27 años, ya que destinará 1 billón, 79 mil millones de pesos. ¿Será realmente cierto
que la actual conducción gubernamental no es igual a los neoliberales?
A todo ello, hemos de mencionar algo, que no está disociado de la preservación de la
política económica neoliberal, que es, nuestra dependencia y relación neocolonial con la
potencia norteamericana, así como, con aquellos eslabones de los acuerdos de seguridad
y el ciclo neoconservador que busca recomponer la vía de desarrollo neoliberal y la
hegemonía norteamericana en el orbe, lo cual expresa una visión del mundo que se impone;
a partir de esto, se construye el enemigo interno y las amenazas a encarar desde una base
y lógica de guerra. México, lamentablemente esta en esta cartografía, que penetra sus
regiones, sectores, instituciones, partidos políticos e imaginarios sociales.
Y es aquí, donde hace acto de presencia Andrés Manuel López Obrador, como cara visible
de un andamiaje oligárquico que busca, no la superación sino la recomposición del
neoliberalismo en México, la integración a un bloque regional de América del Norte,
preservar las coordenadas de seguridad nacional norteamericana, desde la base nacional,
trabajando con el sigilo debido para desactivar una posible crisis orgánica y el surgimiento
de un sujeto emancipador y transformador.
Recordemos que Obrador empeño su palabra ante la nación, de que, en los tres primeros
meses de gobierno de la autodenominada C-T, los militares retornarían a sus cuarteles e
instaló un discurso con la ilusión de pacificar al país, sintetizada en las palabras de “Abrazos
y no balazos”, esto por un lado; pero por el otro, maquilló los discursos, prometiendo un
cambio en la concepción y estrategias de seguridad basada en la fuerza pública; sin
embargo, esta narrativa contrasta con lo que en realidad está aconteciendo en nuestro
sufrido país, ya que, vemos un avance en la institucionalidad y legalidad de la militarización
de México, cuyo discurrir está inmerso dentro de los ciclos de guerra de la todavía
hegemonía norteamericana.
Pero cabe hacernos las siguientes preguntas ¿De quién depende realmente que nuestro
país se esté militarizando? ¿La institucionalización de la militarización nacional, inicia en el
sexenio de AMLO o es un proceso de sexenios anteriores? ¿Instalar a las fuerzas armadas
de México como actores protagónicos, es producto y decisión de nuestra soberanía
nacional o la sumisión del gobierno de la República a intereses extranjeros?
Lo que diremos inicialmente es que, el proceso de militarización de México viene de tiempo
atrás y corrió de manera paralela a los gobiernos de perfil neoliberal, pero ninguno de ellos
había ido tan lejos como el actual, ni siquiera el gobierno de Felipe de Jesús Calderón
Hinojosa tuvo el alcance que se ha arribado en el Gobierno para el Bienestar, conducido
por Andrés Manuel López Obrador. Es un ciclo que parte desde la firma del Tratado de
Libre Comercio de América del Norte (1994) –aunque desde el salinato se empezó a
negociar sus vectores estratégicos– y pasa por el Plan Puebla Panamá (2001) –que cambió
de nombre en el 2008 a Proyecto Mesoamericano–, por el Plan Mérida (2007), hoy conocido
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como Plan México, hasta arribar a la firma del T-MEC (Tratado México, Estados Unidos y
Canadá) en el gobierno actual.
Esta firma de acuerdos, tratados, proyectos y planes, han hecho de México, la nación
latinoamericana con mayor dependencia hacia EE.UU. y han institucionalizado la
subordinación de nuestro país a la potencia del norte; dichos compromisos han desplegado
su alcance a la esfera de la seguridad y la defensa, lo que paradójicamente, ha
incrementado con creces la delincuencia organizada, la inseguridad, la destrucción de la
industria, el campo mexicano, las relaciones comunitarias y la destrucción de las
condiciones de vida de las mayorías de la sociedad. Pero no sólo eso, también viene
asociado el intervencionismo –por más que realicen arengas de ir a tumbar la estatua de la
libertad en Estados Unidos o enfrentar cualquier intervención militar norteamericana–, el
control del territorio nacional y sus recursos, así como la militarización, cuyo pretexto es
enfrentar al terrorismo, el narcotráfico y la migración (por eso la militarización de la política
migratoria, las fronteras y las estancias de migración, que más pronto que tarde, traerá sus
saldos dramáticos).
Por ello, vemos la ironía y majadería que hoy se le impone a la nación: el peso
antidemocrático, vertical y autoritario de las fuerzas armadas sobre el país; la impunidad de
los militares (recordemos el caso del Gral. Salvador Cienfuegos Zepeda y su exoneración
en México, Ayotzinapa y el involucramiento del almirante José Rafael Ojeda Durán,
Secretario de la Marina Armada de México), marinos y agentes de inteligencia y la creciente
violación a los derechos humanos; con la construcción social del miedo y la permanencia
indefinida de los mismos en las calles, como un proceso de aclimatación y aceptación
social, así como en las comunidades.
Pero también han tomado posición en los puertos, aeropuertos, corredor transístmico, con
el paradójico crecimiento del crimen organizado. Hoy vemos el insultante crecimiento de
recursos económicos a cuatro fideicomisos de la SEDENA –que se han caracterizado por
tener un manejo oscuro–, en simultáneo con la desaparición de 109 instrumentos que
financiaban la ciencia, la cultura, la protección de víctimas, etc.; la búsqueda para
homologar nuestras Leyes a las correspondientes del Departamento de Seguridad Nacional
Norteamericano; creando condiciones para la asimilación del sistema de justicia a la lógica
militar y; hoy en día, con la Ley que pretende militarizar el espacio aéreo mexicano, a través
del Centro Nacional de Vigilancia y Protección del Espacio Aéreo, que dependerá de la
SEDENA; bueno, el colmo es que se está buscando que la Secretaría de la Defensa y la
Secretaría de Marina tengan un peso en la Junta de Gobierno del Conacyt, ya sea en el
manejo del presupuesto, asignación de temas de investigación, en la creación o
desaparición de centros de investigación; si a ello le sumamos, que se está buscando tener
el control de la fuerza militar sobre el sistema de justicia del país y de la actividad turística,
estaremos ante una circunstancia histórica de la cual nos estaremos lamentando más
pronto que tarde. Con todo esto, pareciera ser que, Defensa Nacional, la Marina y la
Guardia Nacional, han alcanzado el carácter de fuerzas de ocupación.
Este diseño, ha sido realizado desde fuera del país –a los presidentes de la República, les
ha tocado ser obsecuentes al poderío norteamericano–, en su momento venía del Comando
Norte del Pentágono, hoy, le corresponde al Comando Central del mismo. Luego entonces,
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cabe preguntarse ¿Estamos ante un Gobierno Nacionalista? o ¿Estamos ante un gobierno
que está haciendo la tarea que los gobiernos neoliberales no fueron capaces de hacer? Lo
que sí es un hecho, es que, a lo interno del país, se viene construyendo una alianza entre
el poder oligárquico mexicano, una cofradía militar conservadora (conocida como el
sindicato) y, una nueva casta política que se edulcora en discursos nacionalistas y
transformistas. En este clivaje se están procesando dos cuestiones: una, es la
recomposición de la clase dominante y la clase dirigente, en la perspectiva desesperada de
conformar un bloque de alcance hegemónico y; dos, se están dando pasos imperceptibles
e invisibles, de golpes de estado sui géneris, al degradar el poder presidencial, el poder
judicial, al parlamento mexicano, la política, sus actores y partidos políticos, las instituciones
del Estado –porque ningún secretario de estado decide sobre su ramo, sino lo hace el propio
titular del Ejecutivo Federal, sin mayor sapiencia–, al estar incidiendo en el escenario
electoral, al violentar sistemáticamente el marco constitucional y, en paralelo a esta
degradación, las fuerzas armadas toman posiciones en sectores estratégicos del país, se
ven incrementados sus presupuestos, se les garantiza impunidad, se les tolera la corrupción
y, se hacen acompañar de procesos de paramilitarización y control territorial por parte del
crimen organizado, amén de que miembros de las fuerzas armadas controlan la seguridad
pública en gobiernos estatales y municipales.
En este nuevo clivaje, se comparten intereses económicos e ideológicos, por encima del
partido que supuestamente gobierna (MORENA, el cual es un adefesio político que, está
manipulado por una sola persona) y del conjunto de los otros institutos políticos (PRI, PAN,
PRD, etc, que son franquicias grotescas) que no son portadores de ninguna intensión de
salvación, reconstrucción y transformación nacional, a ellos, simple y llanamente, se les ha
restringido al plano superficial de la “pequeña política” sin mayor trascendencia ética o
política, pero siguen siendo reproductores de la descomposición de la vida nacional.
Reiteramos, en este engranaje de intereses, también se suma a la necesidad de la
militarización en México y del control paramilitar de amplios territorios e instituciones del
país. Por ello, siembran la confusión o, dicho en otras palabras, dinamitan la frontera entre
lo que es, la seguridad nacional y, lo que es propiamente dicho, la seguridad pública; pero
junto a ello, endurecen los mecanismos de dominación ideológica interna, a grado tal que,
amplios sectores de mexicanas y mexicanos, estén dispuestos a aceptar formas más
severas de control, represión y pérdida de derechos humanos y democráticos, en aras de
alcanzar un mínimo de seguridad personal, familiar y comunitaria.
En esta corteza de la realidad nacional, también se desenvuelve la coexistencia de una
sociedad desorganizada en la incertidumbre y otra organizada en el caos de la certidumbre;
aunado a la impúdica ruptura, tanto de la composición como del sentido de las fuerzas
armadas mexicanas, que fueron conformadas para defender a nuestra patria y no para
gobernar nuestra República. Por si fuera poco, a militares, marinos y fuerzas de seguridad
del Estado, no sólo se les está entregando el papel de actor principal, sino que, se les coloca
ante el dilema histórico: responder al imponderable comandante Supremo de las Fuerzas
Armadas o apegarse a nuestro marco constitucional. Si no resolvemos socialmente este
dilema, entraremos a una crisis constitucional de alcances imprevisibles.
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Por tanto, nuestro drama nacional, hoy por hoy, es el ensamble de los problemas históricos,
estructurales y aquellos que arriman las complejas coyunturas; junto a ello se ha instalado
la incapacidad y la falta de inteligencia para construir un nuevo régimen y la resignificación
de lo nacional popular; pero también, hay que decirlo, el “Gobierno para el Bienestar” ha
alcanzado logros significativos que, se manifiesta en la disminución de las capacidades
institucionales del Estado mexicano, para beneficio de los más ricos del país y no para el
bien de todos, particularmente de los pobres. Ejemplo de ello, es que del periodo de un año
(2020-2021), los diez hombres más ricos de México, ganaron alrededor de 30 mil millones
de dólares, lo que, equivale al doble de los recursos económicos que van a los programas
sociales del actual gobierno.
México ha llegado, desde hace 40 años hasta este momento del “Bienestar”, a una
circunstancia peligrosamente comprometida que, nos coloca en un dilema histórico:
luchamos por el imperativo ético de tener viabilidad como país, sustentado en la soberanía
popular, aunado a ser una nación soberana frente a cualquier metrópoli o hegemonía, o
nos degradamos en una neocolonia norteamericana sembrada de parias, incapaces de tejer
la efervescencia de la inconformidad, de la indignación, que luche por la justicia social y la
verdadera soberanía.
Esta realidad será validada históricamente por las nuevas generaciones, pero no solo ello,
también, será sancionada por la historia nacional, aquellas prácticas y narrativas de actores
de izquierda que, en sus absurdos mentales, pregonan ser aliados de esta realidad (la
denominan AMLO); se autodenominan, ser la izquierda de este proceso y momento
histórico (cuarta transformación); se dicen ser críticos, pero redundan en ser un prosaico
remedo de apologistas a ultranza del actor central de este cambio histórico y, dependiendo
los públicos y las clientelas políticas (se proclaman anti neoliberales); son quienes renuncia
a la postura crítica y disolutamente dislocan su actuación política, con la obsecuencia
políticamente correcta, de exhibir su apetito por alcanzar un cargo en el gabinete (para lo
cual prometen empleos o salarios anticipados para servidumbres políticas), o tal vez,
abrazarse al insípido delirio de ser parlamentario porque la historia patria se los debe o
mínimamente, trascender a la historia como un Francisco I. Madero, el demócrata
representante de los ricos de aquel entonces. Concretamente, esa izquierda sacrifica la
verdad y la realidad, por el simple acomodo en un rincón de la historia.
Lo anterior desnuda, no un bonapartismo sui géneris, sino el proceso de restauración
autoritaria, ya que, las clases dirigentes vienen perdiendo sus ideas, su pensamiento y, por
ello, sólo les resta trabajar sentimientos, sensaciones e ideas vagas y, toda esa
muchedumbre que tienen maniatada con dimes y diretes y, con la spotización de la política,
sólo les aseguran que su mente vaya decreciendo en el pensamiento, es decir, sólo les
certifican que se irán simplificando como personas, para que se resignan con el mínimo de
concesiones, para que acepten ser constreñidos al mercado de bienes, al pragmatismo
político y al utilitarismo electoral, porque nadie, absolutamente nadie les había garantizado
entrega de modestos recursos de manera personalizada. Con esta relación –de estrategia
político-electoral, más pronto que tarde, comerán el miedo que los hará funcionales a la
dominación.
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Por ello, con una tele presidencia que gobierna con el discurso, buscan preservar la base
de legitimidad ampliada, que los lleve al 2024, para cambiar nada y ratificar una mediación
ante los poderes reales de México; pero saben que esta legitimidad es tan frágil como tan
breve, razón por lo cual, les es urgente acentuar la descomposición de partidos políticos,
instituciones, mecanismos de entender el mundo y reducir a la ciudadanía a simples
personas acríticas y gobernables; buscan desde el Ejecutivo, metabolizar el Instituto
Nacional Electoral, el Poder Judicial –donde Coroneles de formación jurídica alinean su
ofensiva–, al margen de un proceso de reforma profunda del Estado mexicano, que asiente
los cimientos de la refundación de nuestro país a través de un proceso Constituyente.
En este proceso se oculta el empeño por, polarizar la sociedad entre membretes partidistas
y no contra los poderes y clases sociales que atentan contra la Nación o contra quienes
quiebran la posibilidad digna, de vivir bien en este país; avanzan en la fractura del estado
laico, apalancando a las nuevas representaciones religiosas de derecha, para
pentecostalizar a México, para reconfecionalizar la República y generar condiciones de
conflictos interreligiosos; nos alejan de luchar contra aquellos que concentran la riqueza
nacional a expensas de la explotación y la pobreza de las grandes mayorías; nos desvían
y apartan de la auto organización y autorrepresentación política, para enfilar nuestras
luchas contra los que nos siguen imponiendo catástrofes sociales y una precarización
existencial.
En base a esto, entendamos el por qué, se alimenta a amplios sectores sociales de México,
con la política de la ilusión, en donde sus pensamientos y juicios, se muevan en la dirección,
no de continuar en la lucha contra el dispositivo y andamiaje neoliberal, sino en mantener
pasivamente la expectativa en torno a Andrés Manuel López Obrador, que para ello,
encarna la satisfacción de la necesidad y el cumplimiento del deseo, de contar con otro
México distinto y mejor, sin importar que en este país, no haya: seguridad en el patrimonio
familiar y comunitario de la gente; trabajo seguro, digno, permanente y bien remunerado;
justicia para los desaparecidos, los ejecutados extrajudicialmente, los feminicidios, los
encarcelados sin previo juicio; la vigencia del principio moral y el derecho, para que
panguen cuentas quienes han robado el patrimonio público de la República; la voluntad de
defensa ante el acoso extranjero y la depredación de multinacionales sobre el país, etc.
Esta política de identidad, no es más que el engañoso anhelo de alcanzar una experiencia
de satisfacción, la cual cumple a la perfección Andrés Manuel López Obrador, quien le
genera a la gente la sensación de que son parte de la transformación histórica de México
y, por ello, la realidad y la verdad debe ser sacrificada ante la fe que le deben profesar.
A la par de estas ironías, las fuerzas armadas avanzan vertiginosamente en una guerra de
movimientos y posiciones, institucionalizando la militarización de México, como garantía de
la integración comercial, energética y de seguridad de la patria, con los Estados Unidos de
Norteamérica. La violencia explícita que se está imponiendo en la República que, atrofia la
existencia de connacionales, lacera sus cuerpos, preña de muertos a la Nación, siembra de
desaparecidos los hogares, que desgarra a los campesinos de sus tierras, solo es posible
si, se liga y acopla, con el par dialectico de la exclusión económica, social, política, cultural
y, sobre todo, sembrando la perversa destrucción de las subjetividades, a través del miedo,
de la despolitización de las reivindicaciones sociales y económicas, recreando sutilmente
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el individualismo, la competencia entre las personas, la negación del cambio porque este
ya está garantizado por una sola persona. A esto se están reduciendo las hermosas
promesas del 2018, que todo cambie, para que todo siga igual.
Que nuestros sentimientos, nuestra imaginación y el sentido común no se acostumbre a
ello, porque ante México y la injusticia del presente, tenemos la responsabilidad de
indignarnos, pero también de rebelarnos ante la brutal inequidad, ante la monstruosa
injusticia social, ante la disoluta exclusión política que han estado aposentados por siglos;
no hay que ser cómplice de nada ni de nadie; mostremos indignación y actuación crítica
ante los encomenderos neoliberales. Que nuestros modos de sentir, imaginar, pensar,
actuar, organizar, luchar, sea resistiendo la opresión y ejercer el desacato a todo lo injusto,
dando cobijo a las nuevas rebeldías e insubordinaciones, interviniendo en las luchas por la
salvación, liberación y reconstrucción nacional; aportando voluntades y capacidades para
desechar, en definitiva, las formas de sujeción y servidumbre voluntaria sobre las mujeres
y hombres que habitan esta Nación.
Simple y llanamente, hagamos lo posible, para que, entre la memoria y el olvido, se
despliegue el aliento de la superación, de toda desolación, angustia y barbarie; para que,
desde los pueblos de México y las fuerzas populares y de izquierda, asumamos el reto de
disputar, hasta con la vida, el sentido de la Nación mexicana, en la idea de rehacer los
fundamentos de la soberanía, tanto del Estado como del conjunto de la sociedad mexicana,
bajo el signo de la libertad, la igualdad y la emancipación, porque urge que recuperemos la
esperanza, reconstruyamos el sentido de la vida nacional, para que, sencillamente, nuestra
historia no termine mal.
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