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El origen del árbol de Navidad, el dios nórdico Thor y San Bonifacio

Por Santiago F. Garavaglia Vodopia

La vida del santo conocido como “el apóstol de los germanos”, explica la relación en un famoso relato
-en parte historia, en parte leyenda-, popular en Alemania.

San Bonifacio nació en Inglaterra alrededor del año 680. Ingresó a un monasterio benedictino antes de
ser enviado por el papa a evangelizar los territorios que pertenecen a la actual Alemania. Primero fue
como un sacerdote y después eventualmente como obispo.

Bajo la protección de Charles Martel (676-741), Bonifacio viajó por toda Alemania fortaleciendo las
regiones que ya habían abrazado el cristianismo y llevó la luz de Cristo a quienes no la tenían aún.

Alrededor del año 723 Bonifacio viajó con un pequeño grupo de personas a la región de la Baja Sajonia,
donde conocía una comunidad de paganos cerca de Geismar que, en cada solsticio de invierno, cuando
suponían que se renovaba la vida, le rendían un culto especial. La celebración de ese día consistía en
adornar un roble con antorchas que representaban a las estrellas, la luna y el sol. El árbol tenía el
nombre de Divino Idrasil (Árbol del Universo): en cuya copa se hallaba el cielo, Asgard (la morada de
los dioses) y el Valhalla (el palacio de Odín), mientras que en las raíces profundas se encontraba el
infierno, Helheim (reino de los muertos). En torno a este árbol, bailaban y cantaban adorando a su dios
y además se realizaba un sacrificio humano (donde usualmente la víctima era un niño) a Thor, el dios
del trueno, en la base del árbol considerado sagrado y que era conocido como “El Roble del Trueno”.

Bonifacio, acatando el consejo de un obispo hermano, quiso destruir el Roble del Trueno no sólo para
salvar a la víctima sino para mostrar a los paganos que él no sería derribado por un rayo lanzado por
Thor.

El santo y sus compañeros llegaron a la aldea en la víspera de Navidad justo a tiempo para interrumpir
el sacrificio. Con su báculo de obispo en la mano, Bonifacio se acercó a los paganos, que se habían
reunido en la base del Roble del Trueno, y les dijo: “aquí está el Roble del Trueno, y aquí la cruz de
Cristo que romperá el martillo del dios falso, Thor".

El verdugo levantó un martillo para ejecutar al pequeño niño que había sido colocado para el sacrificio.
Pero en el descenso, el Obispo extendió su báculo para bloquear el golpe y milagrosamente rompió el
gran martillo de piedra y salvó la vida del niño.

Se dice que luego Bonifacio habló así al pueblo: “¡Escuchen hijos del bosque! La sangre no fluirá esta
noche, salvo la que la piedad ha dibujado del pecho de una madre. Porque esta es la noche en que
nació Cristo, el hijo del Altísimo, el Salvador de la humanidad. Él es más justo que Baldur el Hermoso,
más grande que Odín el Sabio, más gentil que Freya la Justa. Desde su venida el sacrificio ha terminado.
La oscuridad, Thor, a quien han llamado en vano, es la muerte. En lo profundo de las sombras de
Niffelheim él se ha perdido para siempre. Así es que ahora en esta noche ustedes empezarán a vivir.
Este árbol sangriento ya nunca más oscurecerá su tierra. En el nombre de Dios, voy a destruirlo”.

Entonces, Bonifacio tomó un hacha que estaba cerca de ahí, y según la tradición, cuando la blandió
poderosamente hacia el roble una gran ráfaga de viento voló por el bosque y derribó el árbol con raíces
y todo. El árbol cayó al suelo y se rompió en cuatro pedazos.

Después de este suceso, el Santo construyó una capilla con la madera del roble, aunque esta historia
va más allá de las ruinas del poderoso árbol.

El “Apóstol de Alemania” siguió predicando al pueblo germánico que estaba asombrado y no podía
creer que “el asesino del Roble de Thor” no haya sido castigado por su dios. Bonifacio miró más allá
donde yacía el roble y señaló a un pequeño abeto (muy similar al pino) y dijo: “Este pequeño árbol,
este pequeño hijo del bosque, será su árbol santo esta noche. Esta es la madera de la paz… símbolo
perenne del amor perenne de Dios. Es el signo de una vida sin fin, porque sus hojas son siempre verdes.
Miren como las puntas están dirigidas hacia el cielo. Hay que llamarlo el árbol del Niño Jesús; reúnanse
en torno a él, no en el bosque salvaje, sino en sus hogares; allí habrá refugio y no habrán actos
sangrientos, sino regalos amorosos y ritos de bondad”, y lo adornó con manzanas y velas, dándole un
simbolismo cristiano: las manzanas representaban las tentaciones, el pecado original y los pecados de
los hombres; las velas representaban a Cristo, la luz del mundo y la gracia que reciben los hombres
que aceptan a Jesús como Salvador.

Así, los alemanes empezaron una nueva tradición esa noche, que se ha extendido hasta nuestros días.
Al traer un abeto a sus hogares, decorándolo con velas y ornamentos y al celebrar el nacimiento del
Salvador, el Apóstol de Alemania y su rebaño nos dieron lo que hoy conocemos como el árbol de
Navidad. Esta costumbre se difundió por toda Europa en la Edad Media y con las conquistas y
migraciones, llegó a América.

Poco a poco, la tradición fue evolucionando: se cambiaron las manzanas por esferas y las velas por
focos que representan la alegría y la luz que Jesucristo trajo al mundo. Las esferas y sus colores,
actualmente simbolizan las oraciones que hacemos durante el periodo de Adviento:

 Esferas Azules: Simbolizan oraciones de arrepentimiento


 Esferas Plateadas: Oraciones de agradecimiento
 Esferas Doradas: Oraciones de alabanza
 Esferas Rojas: Oraciones de petición

Se acostumbra poner una estrella en la punta del pino/abeto que representa la fe que debe guiar
nuestras vidas.

También se suele adornar con diversas figuras el árbol de Navidad. Éstos representan las buenas
acciones y sacrificios, los “regalos” que le daremos a Jesús en la Navidad.

En la tradición cristiana también se mezclan esta leyenda y tradición con el significado del árbol del
Bien y del Mal en el Paraíso Terrenal. Su propósito era enseñar la religión a los feligreses, que en su
mayoría eran analfabetos. Para difundir y mantener viva la fe y dar a conocer la Biblia, la predicación
era esencial, pero no suficiente. Se pensó que las obras teatrales completarían esa predicación y pronto
se hicieron populares en toda Europa. El árbol debería haber sido un manzano, pero no habría sido
adecuado en invierno. Se ponía entonces un abeto en el escenario con algunas manzanas en sus ramas,
y obleas preparadas con galletas trituradas en moldes especiales, así como dulces y regalos para los
niños. Incluso cuando se abandonaron estas obras teatrales religiosas y de esta manera el árbol del
Paraíso siguió estando asociado a la Navidad.

El árbol de Navidad recuerda, como hemos visto, al árbol del Paraíso de cuyos frutos comieron Adán y
Eva, y de donde vino el pecado original; y por lo tanto recuerda a Jesucristo que ha venido a ser el
Mesías prometido para la reconciliación. Pero también representa el árbol de la Vida o la vida eterna,
por ser de hoja perenne.

En palabras de Juan Pablo II: “En invierno, el abeto siempre verde se convierte en signo de la vida que
no muere […] El mensaje del árbol de Navidad es, por tanto, que la vida es ‘siempre verde’ si se hace
don, no tanto de cosas materiales, sino de sí mismo: en la amistad y en el afecto sincero, en la ayuda
fraterna y en el perdón, en el tiempo compartido y en la escucha recíproca” (Juan Pablo II, Audiencia, 19 de
diciembre de 2004).

La forma triangular del árbol (por ser generalmente una conífera), simboliza a la Santísima Trinidad y
los regalos propios de estas fechas, son un modo de recordar que del árbol de la Cruz proceden todos
los bienes y gracias… Por eso tiene un sentido cristiano la tradición de poner bajo el árbol los regalos
de Navidad para los niños.

“Al encender las luces del Nacimiento y del árbol de Navidad en nuestras casas, ¡que nuestro ánimo se
abra a la verdadera luz espiritual traída a todos los hombres y mujeres de buena voluntad! […] Frente
a una cultura consumista que tiende a ignorar los símbolos cristianos de las fiestas navideñas,
preparémonos para celebrar con alegría el nacimiento del Salvador, transmitiendo a las nuevas
generaciones los valores de las tradiciones que forman parte del patrimonio de nuestra fe y cultura.”
(Benedicto XVI, 21 de diciembre de 2005).

Santiago F. Garavaglia Vodopia - Diciembre 2018

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