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DEONTOLOGÍA

CIENCIA DE LA MORAL .

2
VALENCIA,
IMPRENTA DE J. FERRER DE ORGA,
CALLE DE BALLESTEROS, Nº 5.
DEONTOLOGÍA

CIENCIA DE LA MORAL,

OBRA PÓSTUMA

DE JEREMÍAS BENTHAM.

REVISADA Y ORDENADA POR M. J. BOWRING , Y PUBLICADA


EN FRANCES SOBRE EL MANUSCRITO ORIGINAL.

TRADUCIDA AL ESPAÑOL

POR D. P. P.

TOMO PRIMERO.

VALENCIA ,
LIBRERÍA DE MALLEN Y SOBRINOS ,
EN FRENTE DE SAN MARTIN.
-
1836.
V

ADVERTENCIA DEL TRADUCTOR.

Generalmente hablando se exornan con

prefacios ó prólogos aquellasobras , que se

cree no hablan bastante por sí mismas , ó cu-

yos autores no se consideran revestidos de su-

ficiente nombradía y autoridad , para poder-

las presentar sin ellos . No es de estas la que


he traducido. El nombre de Bentham vale

por mil prólogos , y Ciencia de la Moral,

escrita por Bentham envuelve una idea de

grandeza y profundidad , que se halla ya


VI

identificada con todas las producciones de

este genio sublime y privilegiado.

No faltarán escrupulosos , á quienes alar-

men los principios novadores y altamente re-

formadores del filósofo ingles ; tambien habrá

cosquillosos , cuya crítica halle pábulo y cebo

en la nomenclatura de Bentham y en el mo-

do de tratar los asuntos : unos y otros po-

drán omitir la lectura de esta obra , seguros

de que aun quedará al autor de la Deonto-

logía suficiente número de lectores para aña-

dir otra corona á las inmortales con que ha

ceñido el mundo las sienes del gran bienhe-

chor de la humanidad .
VII

EL TRADUCTOR FRANCES .

La traduccion de esta obra presentaba dificultades

de un género particular , y que no nos lisonjeamos


haber vencido completamente . Se trataba de hacer

pasar á nuestra lengua filosófica , la fraseología ner-

viosa , original , á vezes estraña , y siempre profunda-

mente justa y verdadera de un escritor el mas con-

ciso , el mas elíptico , y el mas económico de pala-

bras , sin que semejante tarea quedase debilitada por

la brillante y pintoresca pluma , que él mismo se ha-


bia escogido por intérprete .

En dicha obra estaba prohibida la circunlocucion;


VIII

la perífrasis no era de recibo, el sistema de los equiva- E


lentes inadmisible. Era forzoso é indispensable tomar

la palabra para tener la cosa ; porque bajo la pluma

del filósofo ingles , está en tales términos pegada y

soldada la palabra á la cosa , que se han hecho inse-


parables. De aquí provenia la necesidad de crear lo-

cuciones nuevas , á las que no podemos rehusar la


concesion del derecho de ciudadanos , si queremos

que la espresion sea una representacion exacta de la

cosa espresada. La primera que se ofrece , es la que


forma la base de toda obra ; tales son las palabras 1

maximizacion , minimizacion ; maximizar , minimi-

zar. Cualquier otro equivalente les haria perder de


su energía. Así la maximizacion de la dicha , será la

dicha elevada al máximum : su minimizacion será su

cantidad reducida al mínimum. El principio de la

maximizacion de la dicha , será el principio , que se


propone por objeto procurar á los hombres individual

y colectivamente la mayor suma posible de dicha , y


1
evitarles la mayor cantidad posible de males.

Hai otro término que hace un distinguido papel


en la presente obra , y es la benevolencia y sus deri-

vados . Nuestra lengua carece de esta palabra tan jus-


ta y tan espresiva , pues lo que nosotros entendemos

por benevolencia , nada tiene de comun con el senti-

do que aquí le dan Bentham y su intérprete. No es


IX

aquel sentimiento tibio y superficial , que solo se ma-

nifiesta esteriormente y en el estremo de los labios;

aquel gesto de afabilidad y cortesía , aquella moneda

barata que usan los grandes , y con la cual pagan los


servicios de sus inferiores. Es aquel sentimiento gran-

de , abundante , espansivo , que simpatiza con todos


los padecimientos , y hace consistir su estudio y fin

en la dicha de los hombres. Es aquel genio que ins-

pira todas las virtudes , el que dictaba los escritos

de un Fenelon , y las acciones de un Vicente de


Paul. La benevolencia , segun que hasta el dia la com→

prendia nuestra lengua , es una virtud de aristocrata,

y no la usa generalmente todo el mundo . ¿ Quién


oyó hablar jamas de la benevolencia del pobre ? La-

benevolencia, tal como la entendemos , la benevolen-

cia de Bentham es el bien querer , la voluntad del


bien , esta voluntad virtuosa , ilustrada , á la cual de-

bemos al mismo Bentham , y que le ha hecho consa-


grar á la dicha de los hombres todos los instantes

de su dilatada , infatigable y bénévola carrera.

Hai ademas otras palabras , á las cuales se ha con-

cedido una acepcion mas lata que la que nuestra

lengua les atribuye. Tales son : conveniencia é in-


conveniencia , convenible é inconvenible , las cuales

espresaban únicamente ideas convencionales , y á las


que hemos asociado de un modo absoluto las ideas
X

anejas al deber. Así lo que es convenible , no es para

nosotros el resultado del capricho individual ó so-

cial; sino lo que es conforme al interes ilustrado y

bien entendido , ya sea individual , ya social. Incon-

venible , espresando la idea contraria , ha debido sus-


tituirse á la palabra inconveniente , ó no conveniente ,

cuyo sentido no tiene analogía con ella.


Tanto sobre estas inovaciones del lenguaje , como

sobre el sistema de rigurosa fidelidad que nos hemos


propuesto en nuestro trabajo , nos remitimos con con-

fianza al buen sentido del público .

Benjamin Laroche .
XI

PREFACIO.

ESTABA ya principiada esta obra , cuando llegó la

mucrte á terminar los trabajos de su ilustre autor

en la tierra. Tenia la costumbre , que ha conservado


hasta los últimos momentos de su existencia , de apun-

tar en el papel sin órden ni seguida cuantos pensa-


mientos se ofrecian á su espíritu sobre la importante
materia que forma el objeto de estos volúmenes. De

tiempo en tiempo ponia en mis manos todos estos


materiales sueltos , y en la intimidad con que me

honraba este grande hombre , no desdeñaba darme


por sí mismo las instrucciones necesarias para faci-
XII

litarme su inteligencia y coordinacion . Era tarea mui

dulce y lisonjera para mí proseguir en investigacio-

nes , en que se daban la mano la benevolencia y la sa-

biduría: y ¡ cuán preciosa debió ser al discípulo la


instruccion tan admirablemente reproducida con ejem-

plos en cada pensamiento , cada palabra , cada accion

de su maestro! Tomé la pluma con calor , continué

mi trabajo con un encanto siempre renaciente ; pero


le doi fin con un sentimiento de amargura y tristeza

imposible de espresar con palabras. Disipóse el en-

canto : enmudeció la voz que me guiaba y alentaba

en la carrera . Siempre que me pongo á hojear estas


páginas , me parece ver en ellas cierta cosa de solem-
ne , como si fuesen el eco de la tumba. No tardará

en ofrecerse la ocasion de hablar de aquel , cuya men-

te prepara la presente obra. Hoi tengo el placer de

darla al público , siendo este el primer acto del cum-

plimiento de los deberes que se me han impuesto,


como depositario de estos tesoros literarios , que mi
amigo y maestro confió á mi custodia y fidelidad.
INTRODUCCION .

Si se admite el principio de que la virtud debe ser


la regla, y la dicha el fin de las acciones humanas ; el
que haga ver el modo de aplicar mejor el instrumento
á la producción del fin , y cómo puede lograrse este
fin en el mas alto grado de perfeccion posible , este
sin duda practica una accion virtuosa, y adquiere dere-
cho á las recompensas reservadas á la virtud. No hará

poco servicio al género humano el que descubra leyes


aplicables á todas las circunstancias de la vida , y pon-
ga al hombre de bien y de conciencia en estado de
responder con discrecion á esta pregunta embarazosa,
que cada uno de nosotros se hace á sí mismo á todas
horas, y á cada instante : ¿Cómo obraré yo, y por qué
TOM. I. 1
2
motivo? La obra que tengo el placer de presentar al
público , me parece contribuirá á esclarecer las partes
oscuras del campo de la moral , á resolver crecido nú-
mero de dudas , á vencer mil dificultades , y á dejar
satisfechos á los investigadores de la verdad. El autor
puso el manuscrito en mis manos sin restriccion ni re-
serva alguna en cuanto al modo y forma de la publi-
cacion. La estrema indiferencia de aquel hombre es-
traordinario respecto de eso que llaman gloria lite-
raria , forma un contraste chocante con el afan con
que espresaba el deseo de que sus opiniones hicieran
su camino en el mundo. Siempre cuida mas de estraer
el metal de la mina y prepararlo , que de imprimir
en él su nombre ó busto. Esto no obstante , jamas ol-
vidará la posteridad á su bienhechor , ni dejará de
honrar al hombre que ha de ejercer forzosamente so-
bre su destino una alta y poderosa influencia. Podemos
decir con razon de las obras de Bentham , lo que decia

Milton de uno de sus libros , que en el dia está casi


olvidado : « Se necesita una alta inteligencia para apre-
ciarlas.» Las doctrinas de nuestro autor han removido

fuertemente el corto número de espíritus filosóficos;


pero ya se abren paso con rapidez y descienden á las
masas que se van aclarando . Algunos gritos insultan-
tes habrán podido oponerse á su marcha ; pero ¿ qué
sabio habrá sido capaz de menospreciarle , ó habiendo
escuchado su voz , no habrá ofrecido su respeto y re-
conocimiento al hombre que fué el primero en formar
de la legislacion una ciencia?
El medio que usó Bentham fué emplear un lenguaje
capaz de trasmitir sus ideas con la mayor precision.
3

Una fraseología vaga produce necesariamente ideas


vagas. En manos de hombres bien intencionados es un
manantial de confusion; en las de mal intenciona-
dos un instrumento de ruina. El bien y el mal , lo
justo y lo injusto , son términos susceptibles de inter-
pretaciones bien diferentes. Acomodándose á los ca-
prichos del interes personal , pueden servir y en efecto
han servido para producir indistintamente el bien ó
el mal. Examinándolos de cerca , se hallará no ser otra

cosa que la espresion de las opiniones mas o menos


influyentes del que los emplea , y que para apreciar
su valor y la oportunidad de su aplicacion , es indis-
pensable que puedan estar á la prueba de algun otro
principio.
El lenguaje ordinario , antes de poder servir á la
trasmision de las ideas justas , debe ser traducido al
idioma de la utilidad , ó de otro modo , al idioma de
la dicha y desdicha , de los placeres y penas. En estos
elementos es donde se resuelven definitivamente todos
los resultados morales. Es un punto , mas allá del cual
nadie podria pasar. Si hai bien mayor que la dicha,
que lo presente como recompensa el que hizo el des-
cubrimiento : si hai mal mayor que la desdicha , que
haga de él su inventor un instrumento de castigo . En
el vocabulario de los placeres y de las penas es donde
nuestro gran moralista ha hallado todo el mecanismo
de su descubrimiento .

Fiat experientia : este axioma de Bacon está reco-


nocido como fundamento de toda ciencia verdadera.
Fiat observatio , tal es el axioma de Bentham . La ob-
servacion es para el moralista lo que la esperiencia
4
para el filósofo. Bentham ha examinado las acciones
humanas al traves de los placeres y las penas que pro-
ducen, y en este exámen ha fundado todos sus racio-

cinios. En esta operacion era mui difícil que se le


escapase la verdad , porque la verdad y la utilidad
siempre caminan juntas. El que llega á descubrir lo
que es útil, no está lejos de hallar lo verdadero . En
efecto mas fácil es hallar la verdad yendo en busca
de la utilidad, que encontrarla sin tener la utilidad
por guia; porque lo que es útil entra bajo el dominio
de la esperiencia , al paso que lo verdadero solo po-
demos alcanzarlo con el ausilio de conjeturas.
Cuantos conozcan la introduccion de Bentham á los

principios de la moral y de la legislacion , poco de


nuevo hallarán en este libro ; y no faltará tal vez
quien tenga esta por una publicacion sin utilidad y
sin fin , despues de haber visto aquel magnífico mo→
numento de poder analítico y de fuerza lógica. Pero
los principios sentados en aquella obra toman con de-
masiada frecuencia la forma de axiomas para intere-
sar á la universalidad de los lectores ; les falta el atrac-
tivo de formas mas populares , como lo ha acreditado
la escasa circulacion de aquel libro. Por el contrario
éste apropiado especialmente á la generalidad de los
lectores , está redactado con menos seguida y conci-
sion. Para dejarse leer , hale sido forzoso adoptar un
estilo riguroso y severo .
El primero se destinó á las meditaciones del pen-
sador. Este aspira á una esfera de utilidad menos ele-
vada , pero mas estensa y popular. La introduccion
incluye un plan mas vasto y profundo ; tiene por ob-
5

jeto principal desenvolver los verdaderos principios


de legislacion , cosa que no puede interesar á la ge-
neralidad de los lectores. Diferente es el objeto de
estos volúmenes ; porque no nos proponemos entrar
en el desenvolvimiento de la ciencia jurisprudencial.
La moral privada es la que nos va á ocupar : y este
asunto es recomendable á la atencion de todos , en to-
da ocasion y en todas las cosas que abraze el dominio
de la palabra y de la accion.
I.

PRINCIPIOS GENERALES. - ALIANZA ENTRE EL INTERES


Y EL DEBER.

EL que toma la palabra en una asamblea delibe-


rante , se constituye en cierto modo fuera de línea,
atribuyéndose una verdadera superioridad sobre su
auditorio. Igualmente el que en la república de las
letras se resuelve á tomar asiento entre los escrito-
res , se distingue por esto mismo de la multitud de
los lectores , y entrambos cargan con una grande res-
ponsabilidad. La diferencia consiste en que todos los
errores en que incurre el orador podrán ser al ins-
tante reparados , mientras en este auditorio ficticio y
que jamas se congrega , el cual constituye el tribunal
de la opinion , la reparacion del error jamás sigue in-
mediatamente : el escritor estando casi siempre al
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abrigo de toda contradiccion , se espone á producirse


con una seguridad que de ningun modo justifica su
posicion.
Hai motivos para no dar á sus doctrinas y á sus

principios el apoyo de razones suficientes , cuya pro-


duccion le impondria un aumento de trabajo , y cuyo
desenvolvimiento requeriria un ejercicio adicional de
fuerza intelectual. El legislador legal no obstante la
estension de sus poderes , es menos despótico en su
lenguaje que el escritor que se constituye de su pro-
pia autoridad legislador del pueblo. El escritor pro-
mulga las leyes sin esponer los motivos , y las leyes
generalmente no son otra cosa que la espresion de su
voluntad suprema y de su gusto particular. En efecto
es desgracia que los hombres entren á discutir cues-
tiones importantes , sabiendo de antemano la solucion
que les han de dar. Pudiérase decir que habian con-
traido préviamente cierto empeño consigo mismos de
encontrar buenas ciertas acciones y otras malas . Mas
el principio de la utilidad no admite tales decisiones
perentorias. Antes de condenar un acto , exige que se
demuestre su incompatibilidad con la dicha de los
hombres. Semejantes investigaciones no convienen al
instructor dogmático , porque no sabria acomodarse
al principio de la utilidad. Se valdrá para su uso de
un principio peculiar suyo , y para sostener su opi-
nion formará de esta misma opinion un principio .
Digo que estas cosas no están bien , esclamará con
una dósis suficiente de seguridad , luego estas cosas no
están bien.
Es evidente que semejante modo de raciocinar , por la
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cual la afirmacion de una opinion hace las vezes de


prueba , y constituye una razon suficiente , ha de co-
locar al mismo nivel las ideas mas estravagantes y las

opiniones mas saludables , y que en adelante será for-


zoso apreciar la verdad ó la falsedad de una opinion
por el grado de violencia con que se sostenga y por
el número de sus secuazes, Pero si la violencia cons-

tituye un medio de apreciacion , no siendo posible


calcular la intensidad de una conviccion sino por su
influencia en las acciones , resultará que el que der-
riba á su enemigo es mas buen lógico que el que se
ciîïe á una predicacion vehemente ; el que le corta la
cabeza , es aun mejor lógico , y que finalmente entram-
bos deben ceder la palma al que antes de quitar la
vida á su antagonista , le dá tormento : de manera que
la moralidad de una opinion estará en razon directa
del grado de persecucion empleado para sostenerla,
y que en este supuesto el tipo mas perfecto de la ra-
zon y la verdad será la inquisicion. Si el número es
el que debe decidir , el cristianismo deberá ceder el

campo de batalla á la idolatría , y la verdad y la mo-


ral se hallarán en un estado perfecto de oscilacion
entre las mayorías y menorías , que se cambian con
todas las vicisitudes de las cosas humanas .

El que en cualquiera otra ocasion dijese esto es


como yo lo digo , porque yo digo que es así , no pa-
rece diria gran cosa ; pero en materia de moral hai
escritos gruesos volúmenes , cuyos autores desde la pri-
mer página hasta la última no hacen sino repetir este
raciocinio y nada mas. Todo el poder de estos libros,
todas sus pretensiones lógicas consisten en la suficien-
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cia del escritor , y en la deferencia implícita de sus


lectores. Con una competente dósis de estos ingredien-
tes se puede hacer pasar indiferentemente cuanto se
quiera. De esta arrogacion de autoridad nació la pa-
labra obligacion , del verbo latino obligo , yo ato ; tér-
mino raro, nebuloso , cuya oscuridad no han podido
disipar hasta el presente tantos volúmenes escritos
sobre la materia , y la cual continuará tan densa has-
ta que aparezca en medio de este caos la antorcha de

la utilidad , con sus penas y sus placeres , y las san-


ciones y los motivos que de ellas proceden.
Es inútil efectivamente hablar de los deberes ; la
palabra misma presenta ya cierta cosa de desagrada-
ble y repulsivo. Bien se puede hablar cuanto se quie-
ra; lo cierto es que esta palabra jamas será regla de
conducta.
Un hombre , un moralista ocupa gravemente su cá-
tedra y desde ella se le ve dogmatizar en frases pompo-
sas sobre el deber y los deberes . ¿ Por qué ninguno
le escucha? Porque mientras él habla de deberes , ca-
da uno piensa en los intereses. En la naturaleza del
hombre está el pensar antes que todo en sus intere-
ses, y por aquí es por donde todo naturalista ilustra-
do creerá que es de su interes comenzar ; él bien po-
drá hablar , bien podrá hacer , el deber siempre ce-
derá el paso al interes.
El objeto que nos proponemos en esta obra es ha-
cer resaltar las relaciones que unen el interes al de-
ber en todas las cosas de la vida. Cuanto mas aten-
tamente se examine este asunto , tanto mas evidente
aparecerá la homogeneidad del interes y del deber.
10

Toda lei que tenga por objeto la dicha de los gober-


nados , deberá tender á que estos encuentren su inte-
res en hacer aquello , cuyo deber les impone la mis-
ma. En sana moral jamas podria consistir el deber X

de un hombre en hacer aquello que tiene interes en


no hacer. La moral le enseñará á establecer unajusta
estimacion de sus intereses y de sus deberes ; y exa-
minándolos notará su coincidencia. Acostumbrase á
decir que un hombre debe hacer á sus deberes el sa- E
crificio de sus intereses. Tampoco es raro oir citar
tal ó tal individuo por haber hecho semejante sacri-
ficio , y nunca se deja de manifestar la mas profunda
admiracion. Pero si consideramos el interes y el de-
ber en su mas lata acepcion , nos convencerémos de
que en las cosas ordinarias de la vida , ni es prac-
ticable ni tampoco muy apetecible el sacrificio del in-
teres al deber ; que este sacrificio no es posible , y que
si pudiese realizarse , nada contribuiria á la dicha de
la humanidad. Siempre que se trata de moral es cos-
tumbre invariable hablar de los deberes del hombre

esclusivamente. Mas aunque en rigor no se pueda es-


tablecer como principio , que lo que no es claramen-
te de interes para un individuo , no constituye su de-
ber ; no obstante se puede afirmar positivamente que
á menos que no se demuestre que tal accion ó tal·lí-
nea de conducta está en el interes de un hombre , se-
ria trabajo perdido empeñarse en probarle que esta
accion , esta línea de conducta están en su deber. Y
á pesar de esto no han procedido de otra suerte has-
ta ahora los predicadores de moral. « Es de vuestro
deber hacerlo así. Vuestro deber es absteneros de es-
to.» No se puede negar que de este modo la profe-
sion de moralista no es difícil. ¿ Mas por qué es esto
mi deber? He aquí poco mas o menos cual será la res-
puesta á semejante cuestion . « Porque yo os lo he man-
dado , porque tal es mi opinion , mi voluntad . - En-
horabuena. Pero ¿y si yo no me conformo con vues-
tra voluntad ? -¡Oh! en tal caso hareis mui mal , que
es como si dijese , ya desaprobaré vuestra conducta.»>
Es cierto que todo hombre obra solo en vista de su
propio interes : no es decir que vea siempre su inte-
res donde está verdaderamente , pues entonces alcan-
zaria la mayor suma posible de bienestar ; y si cada
hombre , obrando con conocimiento de causa en su in-
teres individual , obtuviese la mayor suma posible de
dicha , entonces la humanidad llegaria á la felizidad
suprema , y se lograria el fin de toda moral , es de-
cir la dicha universal. El empleo de un moralista
ilustrado consiste en demostrar que un acto inmoral
es un cálculo falso del interes personal , y que el hom-
bre vicioso hace una estimacion errónea de los pla-
ceres y de las penas. Sino ha hecho esto , nada ha
hecho , porque como dijimos arriba , consiste en la
misma naturaleza de las cosas el que un hombre se
esfuerze en lograr aquello que cree le debe proporcio-
nar la mayor suma de gozes.
En escribir esta obra no nos proponemos otro ob-
jeto que la dicha de la humanidad , la dicha de cada
hombre en particular , tu dicha en fin , ó lector , y la
de todos los hombres. Nos proponemos estender el
dominio de la dicha por do quiera respire un sér ca-
paz de gustarla; y la accion de un alma benévola no se
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limita á la raza humana ; porque si los animales que


llamamos inferiores no tienen algun derecho á nuestra
simpatía , ¿ sobre qué se apoyarian los títulos de nues-
tra propia especie ? la cadena de la virtud abraza to-
da entera la creacion sensible. El bienestar que pode-
mos partir con los animales está íntimamente ligado
con el de la raza humana , y el de la raza humana es
inseparable del nuestro,
Seria ciertamente mui de desear que algun moralis-
ta benéfico tomase los animales bajo su proteccion , y
revindicase sus derechos á la proteccion de las leyes
y á la simpatía de los hombres virtuosos. Tal vez sea
prematuro semejante deseo en el dia , en que una por-
cion considerable de la ráza humana éstá escluida to-
davía del ejercicio de la beneficencia y tratada como
animales inferiores ; no como personas , sino como co-
sas. Es verdad que los animales no gozan sino de un
poder de accion mui limitado sobre la especie huma-
na , de mui pocos medios para hacer esperimentar á
la injusticia y á la crueldad el castigo que les es de-
bido , y mucho menos de dar al hombre por la comu-
nicacion del placer , la recompensa de su humanidad
y de sus beneficios. Nosotros les quitamos la vida y
en esto tal vez somos justificables ; la suma de sus su-
frimientos no iguala á la de nuestros gozes : el bien
escede al mal. ¿ Pero á qué fin atormentarlos ? ¿ Á
qué fin ponerlos en tortura? Difícil será dar la razon
por la que hayan de ser escluidos de la proteccion de
la lei. La verdadera cuestion es : ¿ Son susceptibles de
sufrimientos ? ¿ Puedeseles comunicar placer ? ¿ Quién
se encargará de tirar la línea de demarcacion que se-
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para los diversos grádos de la vida animal , comenzan-


do por el hombre y descendiendo de uno á otro hasta
la mas humilde criatura capaz de distinguir el sufri-
miento del goze? ¿ Deberá establecerse la distincion
por la facultad de la razon ó de la palabra ? Pero un
caballo ó un perro son sin comparacion séres mas ra-
cionales y compañeros mas sociales que un niño de un
dia , de una semana ó de un mes. Y aun suponiendo
que no fuese así ¿ qué consecuencia sacaríamos ? La
cuestion no es : ¿ Pueden raciocinar ? ¿ Pueden hablar?
Sino : ‫ نے‬Pueden sufrir?
Pero entre todos los séres sensibles son los hombres

los que nos tocan mas de cerca , y nos deben ser mas
queridos. ¿Y cómo se podrá trabajar mas eficazmen-
te en labrar su dicha ? ¿ Cómo , sino es por medio del
ejercicio de las virtudes , de estas cualidades cuya reu-
nion constituye la virtud? La virtud se divide en dos
ramas , la prudencia (1 ) y la benevolencia efectiva (2).
La prudencia tiene su asiento en el entendimiento ; la

1 Se aplica á la palabra prudencia una significacion limitada ,


esclusiva y desprendida de toda calificacion moral : acostumbra-
mos á entender por prudencia la conveniente aplicacion de los
medios á un fin dado. Es superfluo decir que no es este el sen-
tido estrecho en que tomamos esta espresion.
2 Nos hemos visto precisados á emplear estas dos palabras,
siendo imposible espresar en nuestra lengua con una sola la idea
de la bondad activa ó de benevolencia y beneficencia reunidas.
La benevolencia sin la beneficencia es un árbol sin fruto y nada
contribuye á la dicha ; la beneficencia separada de la benevolen-
cia
ya no es una virtud , sino una cualidad moral ; puede perte-
necer á un tronco de árbol ó á un peñasco , lo mismo que á un
sér humano.
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benevolencia efectiva se manifiesta principalmente en
las afecciones , en estas afecciones , que cuando son
fuertes é intensas constituyen las pasiones. A
La prudencia se divide igualmente en dos : La que
dice relacion con nosotros ó la prudencia personal (1 ),

aquellas por ejemplo que hubiera podido ejercer el


prototipo de Robinson Crusoe , el marinero Alejan-
dro Selkirk en su isla desierta ; y la que se refiere á
otro , la cual podemos llamar prudencia estra-personal.
La benevolencia efectiva es ó positiva ó negativa.
Se ejerce por la accion ó por la abstinencia de ac-
cion. Tiene por objeto ó un aumento de placer ó una
diminucion de penas. Para que opere de una mane-
ra positiva para la produccion de placer es preciso
que posea á un tiempo el poder y la voluntad. Cuan-
do opera negativamente absteniéndose de obrar , la vo-

luntad es solo necesaria. El poder de la accion bené-


vola tiene sus límites ; pero no los tiene el poder de
la abstinencia benévola , y la abstinencia de accion
puede llevar consigo una cantidad de virtud ó vicio
igual á la que lleva la accion misma. Hai casos en
que el hombre que se abstuvo de hacer lo que su deber
le prescribia para impedir un asesinato , ha merecido
el castigo reservado al homicida tanto como el mismo
asesino.

Triste cosa es pensar que la suma de dicha que está


en poder de un hombre producir , aunque sea el mas
poderoso , es corta si se compara con la suma de ma-

1 Empleamos esta palabra en el sentido de egoismo que en-


vuelve una idea de preferencia viciosa.
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les que pueda crear por sí mismo ó por otro. No es


decir que en la raza humana la proporcion de la des-
dicha esceda á la de la dicha , porque estando limitada
en gran parte la suma de la desdicha por la voluntad
del que sufre , tiene casi siempre á su disposicion me-
dios de aligerar sus males.
Mas la tendencia de la benevolencia efectiva es á
aumentarse por el ejercicio. Es un tesoro ; cuanto mas
estraemos de él para derramar las riquezas sobre los
que nos rodean , tanto mas se multiplican estas mis-
mas riquezas. Nuestra opulencia sube en razon del
consumo que hacemos de nuestros tesoros. El que se
procura un placer ó se evita una pena , contribuye á
su dicha de una manera directa ; el que procura un
placer ó evita una pena á otro , contribuye indirecta-
mente á su propia dicha.
¿Qué es dicha ? Es la posesion del placer con esen-
cion de pena. Es proporcionada á la suma de place-
res gustados y de las penas evitadas. ¿Y qué es vir-
tud? Es lo que mas contribuye á la dicha , lo que maxi-

miza los placeres y minimiza las penas ( 1 ). El vicio


por el contrario es lo que disminuye la dicha y con-
tribuye á la desdicha.
La lei primera de nuestra naturaleza es desear nues-
tra propia dicha. Las vozes reunidas de la prudencia
y de la benevolencia efectiva se hacen oir y nos di-
cen: Procurad la dicha de los otros ; buscad vuestra
propia dicha en la dicha ajena.

1 Maximizar , elevar al maximum ; minimizar reducir al


minimum ; espresion de Bentl: am. (Nota del T. frances.)
16

La prudencia en el lenguaje ordinario es la adap-


tacion de los medios á un fin dado . En moral este fin
es la dicha. Los objetos sobre los cuales debe ejercerse
la prudencia , somos nosotros mismos y los demas:
nosotros mismos como instrumentos , los demas como
instrumentos tambien de nuestra felizidad . El objeto
de todo sér racional es obtener por sí mismo la ma-
yor suma de dicha. Cada hombre es mas íntimo y mas
querido á sí mismo que pueda serlo á cualquiera otro,
y ningun otro que él puede medirle sus penas y sus
placeres. Es preciso de absoluta necesidad que sea él
mismo el primer objeto de su solicitud . El propio in-
teres debe á sus ojos preferirse á otro cualquiera , y
examinándolo de cerca , nada hai en este estado de
cosas que sirva de obstáculo á la virtud y á la dicha:
¿por qué cómo se logrará la dicha de todos en la ma-
yor proporcion posible , sino es con la condicion de
que cada uno obtendrá para sí la mayor cantidad po

sible ? ¿ De qué se compondrá la suma de la dicha total


sino de unidades individuales ? De lo que exigen la
prudencia y la benevolencia, la necesidad hace una lei.
La continuacion de la misma existencia depende del
principio de la personalidad. Si Adan hubiese cuida-
do de la dicha de Eva mas que de la suya propia , y
al mismo tiempo hubiera Eva subordinado su dicha
a
á la de Adan , Satanás hubiese podido escusarse la
molestia de una tentacion. Mútuas miserias hubieran

destruido todo porvenir de dicha , y la muerte de en-


trambos hubiese puesto un pronto término á la his-
toria del hombre.
¿Qué importantes deducciones sacarémos de estos
17

principios ? ¿Son acaso inmorales en sus consecuen-


cias ? Mui lejos de eso : son al contrario filantrópicos
y benéficos en el mas alto grado ; porque ¿ cómo po-
drá ser feliz un hombre , sino obteniendo el afecto de
aquellos , de quienes depende su dicha ? ¿ Y cómo po-
drá obtener su afecto, sino convenciéndolos de que les

dá el suyo en cambio ? ¿Y cómo les comunicará esta


conviccion , sino profesándoles un verdadero afecto?
Y la prueba de que lo es se encontrará en sus accio-
nes y en sus palabras. Helvecio dijo que para amar
á los hombres , es preciso no atender á ello . Seamos
pues moderados en nuestros cálculos , moderados en
nuestras exigencias. La prudencia exige que no eleve-
mos sobrado la medida de nuestras esperanzas ; porque
la contrariedad disminuirá nuestros gozes y nuestras
buenas disposiciones para con los demas ; al paso que,
recibiendo de su parte servicios inesperados que nos
dan el gusto de la sorpresa , esperimentamos mas vi-
vo placer , y sentimos fortificarse los vínculos que nos
unen á los otros hombres.
Para que conserve su influencia el principio de la
utilidad , es necesario no perderla jamas de vista , y
para esto se requiere , que en la espresion de todas las
máximas que le están subordinadas , se vea tambien su
relacion con esta máxima fundamental.

No basta que la razon asignada á un acto sea en sí


misma conforme con este principio ; esta misma con-
formidad debe ser objeto de un nuevo y escrupuloso
exámen y pesquisa.
No hai otro medio de impedir que las personas que
no están suficientemente imbuidas en el principio , que
TOM. I.
18

no han subido aun á las alturas en que la utilidad es-


tableció su trono , sean estraviadas por los dogmas
despóticos del ascetismo , ó por las simpatías de una
benevolencia imprudente y mal dirigida. El moralista
debe volver los ojos sin cesar hácia este principio do-
minante , del mismo modo que el girasol al astro
del dia.
19

11.

QUÉ COSA SEA DEONTOLOGÍA . - POR QUÉ SE HA ADOPTADO


ESTA DENOMINACION.

LA palabra Deontología se deriva de los dos voca-


blos griegos , τὸ δέον ( lo que es conveniente ) y λογία
(conocimiento) ; que es como si dijéramos , el conoci-
miento de lo que es justo y conveniente. Este término
aquí se aplica á la moral , es decir , á aquella parte
del dominio de las acciones que no está bajo el impe-
rio de la pública legislacion. En cuanto arte es , lo

que es conveniente hacer ; en cuanto ciencia , es co-


nocer lo que conviene hacer en toda ocasion.
Mas la cuestion aplicada por el individuo á su pro-
pia regla de conducta , se reduce á saber : qué es lo
que aprueba él mismo , y cuáles son las condiciones ne-

cesarias para que una cosa merezca aprobarse en una


ocasion dada.
20

¿Y por qué manifestará su aprobacion á un plan


de conducta particular ? Sin duda para que esta apro-
bacion produzca la adopcion de este plan de conduc-
ta ; y de este modo es como ella constituye uno de los
motivos determinantes . La opinion pública se com-
pone de opiniones individuales , y la opinion pública
es lo que constituye la sancion popular ó moral. La
opinion pública tiene á su disposicion una suma con-
siderable de recompensas para influir en nuestras es-
peranzas , de castigos para influir en nuestros temo-
res. Cada individuo del comun constituye una parte
de esta poderosa influencia , y puede ejercer y aplicar
su porcion de recompensa ó de castigo ; de recom-
pensa para los actos que merecen su aprobación , de
castigo para los que desaprueba. Tiene asimismo un
poder sobre los motivos determinantes en proporcion
de la suma de placer ó de pena de que puede dispo-
ner. Estos motivos pueden ser puestos en accion por
la indicacion sola de su existencia ; una vez que otra

pueden tambien ser creados ; en uno y otro caso in-


fluirán en la conducta de los hombres , y es imposible
preveer siempre los resultados ; las afecciones y la vo-
luntad son afectadas por los motivos que les están asig-
nados , como el arpa eolia por los vientos que hacen
vibrar sus cuerdas. Ofreciendo motivos , necesitamos JA
actos ; escitando la esperanza de penas ó placeres
eventuales , influimos en la moralidad . La deferencia
del discípulo estará en razon de la confianza que le d
inspiren las opiniones y simpatía del maestro , y el
poder de este último para prescribir ó prohibir cier-
tos actos , estará en proporcion de la pena ó del pla-
21

cer escitados por la desaprobacion ó aprobacion que


le habrá sido posible unir á estos actos, Para juzgar
del mérito de la obra que ha emprendido , deberá
considerar si esta camina de acuerdo con ciertos prin-
cipios , por los cuales consiente que sean juzgadas las
infracciones .
El oficio del deontologista es estraer de la oscu¬
ridad donde yacen sepultados , estos puntos de debe-
res, en los cuales la naturaleza ha asociado los intere-
ses del individuo á sus gozes , en los cuales su propio
bien ha sido ligado , combinado , identificado con el
bien ajeno ; en una palabra , su oficio es dar al motor
social toda la influencia del motor personal . Es pre-

ciso que se valga para la produccion de la mayor su-


ma de dicha , de estos elementos de dicha que cada
hombre lleva consigo ; que estienda el dominio de la
felizidad , desenvolviendo los principios que hacen par-

te integrante de la existencia del hombre , siendo ne-


cesaria y felizmente el principio personal el mas fuerte
de todos, Su actividad nunca estará ociosa , ni podrá
estarlo mientras haya en el mundo males que reme-
diar. Su destino es establecer sus proposiciones , ha-
ciendo salir de cada una de ellas una balanza de di-
cha , en favor de cualquiera ya sea individuo ó so-
ciedad.

La base pues de la Deontología es el principio de


la utilidad ; es decir que una accion es buena ó mala ,
digna ó indigna , y merece la aprobacion ó desapro-
bacion , en proporcion de su tendencia á acrecentar ó
disminuir la suma de la dicha pública. Inútil seria
empeñarse en probar que la sancion pública, si se com-
22
prende la cuestion , no se separará de la línea de con-
ducta que mas contribuya á la dicha pública.
Aquí se ofrecen tres cuestiones que tendremos siem-
pre á la vista en el curso de nuestras investigaciones :
1ª¿Qué exige la dicha pública?
Qa ¿ La opinion pública está de acuerdo con el in-

teres ó dicha pública ?


3a ¿Y por lo que respeta á la aplicacion práctica,
qué línea de conducta se deberá seguir en cada uno
de los casos que se presenten á nuestra considera-
cion?
Indicado ya el fin, y reconocido por bueno y sabio,
trátase desde luego de averiguar si las opiniones pro-
fesadas y la conducta seguida en conformidad de es-
tos principios han alcanzado este fin ; en una palabra,
si esto que el mundo llama moral , es realmente el ins-
trumento de la dicha que debe ser. La cuestion debe
hacerse , y aplicarse la prueba en todas las partes de
nuestra conducta.

La moral , la religion , la política no pueden tener


sino un mismo y solo principio. Si el hombre políti-
co , el moralista , el sacerdote se penetran de su mi-
sion , su fin debe ser el mismo. El fin del hombre de
estado , como está universalmente reconocido , es la
dicha del estado , la mayor suma posible de dicha
para los individuos del estado en el curso de su vida
mortal.

Todos los partidos , sean cuales sean sus opiniones


morales y religiosas , convienen unánimemente en re-
conocer en el hombre de estado el derecho de aspirar
á este fin.
25
Siendo esto así , mui estraño sería tener por bueno
que el moralista y el hombre de la religion se propu-
siesen un fin diverso ; porque en tal caso , y si estos
últimos procurasen un fin diferente y aun opuesto , si
el moralista y el sacerdote se propusiesen resultados

contrarios á los que se propone el hombre de estado,


estarian siempre el uno contra el otro en un estado
de guerra permanente y universal. Cada uno de ellos
se veria reducido por el interes de su seguridad y del
objeto que tiene á la vista , á combatir á los otros dos
con todas las armas de que puede disponer. El sacer-
dote denunciaria á su antagonista á la venganza del
tribunal divino , imaginaria y forjaria decretos del
cielo , y se esforzaria en hacerlos ejecutar por medio

de sus oyentes. El moralista erigiéndose en árbitro de


la moral ó del sentido comun , como algunos afectan
llamarlo , fulminaria sus anatemas ; regalaria á su ene-
migo con los epitetos de ignorante , malvado , hipó-
crita é insensato , y empeñaria á sus oyentes en tra-
tarlo como á tal. El hombre político por su parte , si
se sentia incomodado por estos fuegos que se cruzaban,
se veria precisado á defenderse por todos los medios
posibles. Y en efecto , si las cosas llegaban á tal es-
tremo , los dos adversarios no se hallarian con fuerzas

suficientes para luchar contra el hombre político ; ¿y


qué sucederia entonces , sino estuviese contenido por
sus principios y por el convencimiento de su solidez?
No tenia mas que estender los brazos , cojerlos y dar-
les con la puerta en los ojos sin ceremonia. No es de-
cir que le aconsejemos obrar de este modo , ( aunque
en rigurosa política no tendrian razon de quejarse )
24
porque en cuanto se puede preveer lo venidero , nun-
ca habrá necesidad de recurrir á actos de violencia
para realizar el fin que nos proponemos en esta obra,
Jamas llamaremos á la persecucion en socorro de nues-
tra enseñanza moral. Valdria mil vezes mas reunirnos

á nuestros antagonistas , porque entre todas las causas


capazes de interrumpir la marcha de la verdad y des-
truir sus resultados , debe colocarse en primer lugar
la infliccion de sufrimientos inútiles. Esto es lo que el

deontologista jamas aconsejará al hombre político ;


pero lo que puede aconsejarle con toda seguridad de
conciencia (y el empleo de este medio será mui sufi-
ciente ya como castigo , ya como medio de defensa ) es
dejar á los declamadores declamar , y no apurarse por
lo que digan. Prosiga su obra con perseverancia ; ha-
ga ver que la prosigue , y puede estar seguro que en
un pais libre y aun en cualquier pais que sea , donde

se dé tal ejemplo , la mayoría nacional le prestará tar-


de ó temprano su concurso , y hallará en el deonto-
logista un poderoso aliado.
La línea que separa el dominio del legislador del
dominio del deontologista , es bastante marcada y vi-
sible. El punto donde las recompensas y puniciones
legales cesan de intervenir en las acciones humanas,
es donde vienen á colocarse los preceptos morales y
su influencia. Los actos cuyo juicio no se ha cometido
á los tribunales del estado , caen bajo la jurisdiccion
del tribunal de la opinion. Hai una infinidad de ac-
tos que seria inútil empeñarse en reprimir por penas
legales , pero que pueden y deben ser abandonados á

una represion estra-oficial. Gran parte de actos daño-


25
sos á la sociedad se sustraen necesariamente á los

castigos de la lei penal ; pero no escapan á la pes-


quisa y á la ojeada vasta y penetrante de la justicia
popular, y esta es la que se encarga de castigarlos.
De este modo los crímenes reconocidos por el códi-
go penal , si evitan la accion de la lei , sea por falta
de pruebas suficientes , sea por cualquier otro motivo ,
pueden entrar en el dominio de la Deontología, Pero
no es este el asunto que nos proponemos tratar. Seria
de desear sin duda que se ensanchase el campo de la
moral y estrechase el de la accion política. La legisla-
cion ha usurpado ya demasiado en un territorio que
no le pertenece, Demasiadas vezes ha sucedido que in-
tervenga en actos donde su intervencion no ha produ-
cido sino mal ; y lo que es peor , ha intervenido en las
opiniones , y especialmente en las opiniones religiosas,
donde su intervencion ya no ha podido ser mas perju-
dicial. En una palabra , se puede considerar la Deon-
tología ó moral privada como la ciencia de la dicha
fundada en motivos estra-legislativos , al paso que la

jurisprudencia es la ciencia por la cual la lei es apli-


cada á la produccion de la dicha.
El objeto de los deseos y esfuerzos de todo hombre
desde el principio hasta el fin de su vida , es acrecen-
tar su propia dicha en cuanto es formada de placer
y libre de pena .
Mas preguntamos ¿ qué es placer ? ¿ qué cosa es pe-
na? ¿Forman todos los hombres de ello la misma idea?
De ningun modo. El placer es lo que el juicio de un
hombre ayudado de su memoria le hace considerar
como á tal. Ningun hombre puede reconocer en otro
26
el derecho de decidir por él , qué cosa sea placer , y
de asignarle la cantidad que se requiere. De aquí se
deduce una conclusion necesaria ; y es que á todo hom-
bre de edad madura y de sano juicio se le debe per-
mitir que falle por sí mismo en esta materia,
falle y obre por

y que es locura é impertinencia pretender dirigir su


conducta en un sentido opuesto al que considera co-
mo interes suyo. Cuanto mas examinemos la cosa , mas
nos convencerémos de que es así,
¿A qué viene pues á reducirse el empleo del mo-
ralista ? Podrá poner á la vista de aquel á quien in-
terroga, un cálculo de las probabilidades del porvenir,
mas exacto y completo que el que se ofreceria á su vista
en medio de las influencias del momento. El moralista
puede ayudarle á hacer reflexiones y sacar conclusio- 2
nes , á tener cuenta con lo pasado bajo mas dilatado
punto de vista, y á deducir cálculos ó conjeturas pa-
ra lo sucesivo. Puede indicarle fines que no le habian
ocurrido y los medios de conseguirlos. Puede tambien

darle á escoger entre los placeres y las penas sabia-


mente equilibradas. Puede indicarle las ocasiones de
obtener gozes ó de evitar sufrimientos. En efecto , pa-
ra ser verdaderamente útil , es preciso que vaya á la

descubierta de las consecuencias que deben resultar de


una accion dada ; es preciso que las recoja lo mejor
que pueda , y que las presente luego para el uso de
aquellos que pueden estar en disposicion de aprove-
charse de sus servicios. Humilde es su empleo , pero

grande su obra , y únicamente en la prevision del bien


que debe producir , es en lo que puede consistir su re-
compensa.
27

No es este el modo con que generalmente han pro-


cedido los instructores públicos. Hánse erigido un tro-
no elevado en el dominio de la accion moral , y des-
de él, como monarcas absolutos é infalibles , han im-
puesto leyes al universo que imaginaban ver á sus
pies , y de quien por medio de sus preceptos y prohi-
biciones , han exigido una pronta y perentoria obe-
diencia. Frecuentemente ha indignado al mundo la
impudencia de sus gobernantes políticos. El que de
su propia autoridad se constituye árbitro soberano de
la moral , el que como un loco dentro de su jaula
empuña un cetro imaginario , este tal en su descaro
traspasa toda medida. Cierto sentimiento de respon-
sabilidad , el miedo de una reaccion pueden repri-
mir el despotismo de un gobernante reconocido ; ¿ pero
qué represion oponer al estravío y presuncion del que
atribuyó á sí mismo la dictadura moral ? Su tono es
el de un pedagogo ó de un magistrado. Él solo es va-
liente y sabio , ilustrado y virtuoso ; sus lectores son
necios é insensatos ; su voz es la del poder , y este po-
der lo debe á la superioridad de su sabiduría .
Si todo esto fuese sin perjuicio para el público , se-
ria cuando mas la satisfaccion de un orgullo , de un
placer individual ; seria pues en este sentido otra tan-
ta añadidura á la dicha general. Pero por desgracia
la indolencia é ignorancia son los resultados naturales
de esta usurpacion de autoridad. Aun cuando los pre-
ceptos están fundados en buenas razones , el desenvol-
vimiento de estas es una tarea difícil y que requiere
grandes esfuerzos ; es una tarea para la que bien po-
cos se han manifestado idóneos. Pero en cuanto á pro-
28
mulgar preceptos y leyes no hai cosa mas fácil. Para
esto todos son buenos , los sabios y los locos ; solamen-
te que estos se hallan mas dispuestos á emprenderlo ,
porque la ignorancia no tiene capa mas cómoda con
que cubrirse que la presuncion .
El talisman que emplean la arrogancia , la indo-
lencia y la ignorancia se reduce á una palabra , que
sirve para dar á la impostura cierto aire de peso y
autoridad , y que tendremos mas de una ocasion de
refutar en la presente obra, Esta palabra sacramental
es el vocablo deber. Una vez dicho : Debeis hacer es-
to , no debeis hacer aquello , no hai una cuestion si-
quiera de moral , que no sea al instante decidida. Es
preciso desterrar esta palabra del vocabulario de la
moral.

Por fortuna hai otra que empleada á propósito,


puede servir para arruinar hasta los fundamentos gran
número de aserciones falazes. Debeis, no debeis, dice el
dogmatista. ¿ Por qué ? responde el investigador. ¿ Por
qué ? No hai cosa mas fácil que decir debeis ; no la
hai mas difícil que sostener la inquisicion penetrante
de un por qué.
¿ Por qué debo yo hacer esto ? Porque debeis ha-
cerlo , se acostumbra responder , y el porque vuelve
á la carga con una autoridad nueva , que le procura
un triunfo ya obtenido.

Puédese responder , que no son la indolencia y pe-


reza las que hacen adoptar al instructor esta fraseo-
logia ; porque en lugar de escribir con tanta sinrazon ,
se abstendria totalmente de hacerlo, si no mas obede-
ciese á una indolencia natural. Olvidamos que hai mo-
29

tivos mas fuertes que la pereza ; y de un modo par-


ticular de argumentar , pueden resultar ventajas de
mas de una especie. Conformándose con la opinion
pública se obtiene la reputacion ; con la reputacion
vienen la riqueza y el poder. Á nadie gusta reñir con
la opinion pública : el oponerse á las preocupaciones
que están en boga , el luchar contra los sentimientos
establecidos , no será la conducta de quien desea to-
mar en el mundo una actitud conveniente .

El juicio del mundo está en favor del rigorismo;


porque cada hombre cree ver en las trabas impuestas
á su vecino una adicionì á su propio poder , un goze
concedido á sú orgullo. Fácilmente se prepara á sí
mismo una esencion que pueda contentar su espíritu ;
no obstante abandonándose á la impresion rigurosa de
una severa censura , acredita que no es cómplice en
la ofensa que reprueba con tal vehemencia ; porque
¿quién podria emplear tan gran zelo en condenarse á
sí mismo? De la indulgencia nada tiene que esperar,
y todo lo tiene que temer : llevando siempre en la bo-
ca esta gran palabra deber , va imponiendo á sus se
mejantes órdenes y prohibiciones , cadenas y cargas,
que no porque traigan su orígen de metáforas y fic
ciones , son menos reales y dolorosas.
Parece que en todo esto hai mucho provecho y po-
ca pena : pocos esfuerzos , poco ejercicio del pensa
miento ; observacion , indagaciones , reflexion ; todo
esto es superfluo y tan superfluo como penoso. La lo-
cura y la arrogancia , la locura mas rematada , la ar→
rogancia mas orgullosa , están mui bien halladas yen-
do juntas. Gracias á estos árbitros del gusto moral,
30

los placeres son separados , y llamadas las penas á


reemplazarlos , como á la voz del médico de la ínsula
Barataria se alejaban los platos de la presencia del fa-
mélico Sancho ; pero á lo menos el médico de la ínsula
Barataria no les sustituía veneno.

Sacrificios es lo que piden todos nuestros moralistas


del dia ; el sacrificio tomado en sí mismo es nocivo,
y nociva tambien la influencia que pretende unir la
moralidad al sufrimiento. Esta clase de hombres pa-
rece ignora cuán eficaz puede ser la moral sin tener
nada de penosa ; ella debe escitar pensamientos de con-
tento y alegría , no de tristeza y desdicha. Es cierto
que cuanto menor sea la porcion de dicha sacrifica-
da , mayor será la cantidad que reste ; en esto consis-
te la verdadera economía del placer , siendo la cultu-
ra de la virtud la mas propia para hacerle producir
frutos.

La palabra Deontología ó la ciencia de lo que es


bien ó conveniente , se ha escogido como la mas pro-

pia de todas para representar en el dominio de la mo-


ral el principio del utiliterianismo ó de la utilidad.
Esta palabra utiliterianismo ofrece al espíritu un sen-
tido demasiado vago y poco definido : si este término
pudiese aplicarse de una manera inmediata y directa
á la produccion de la felizidad , se podria emplear de
una manera justa y conveniente.
Las ocasiones en que se pone en accion el principio
deontológico , son ó permanentes ó transitorias , ó pú-
blicas ó privadas. Las ocasiones públicas son aquellas
que existen de hombre á hombre , como miembros de
la sociedad general ; pero la mayor parte de estas oca-
51

siones que podemos llamar políticas , no entran en el


plan de esta obra. Las relaciones privadas del hom-
bre son ó naturales ó facticias , las cuales pueden ser
miradas ó como provenientes del nacimiento del in-
dividuo ó como accidentales. Se conocerá la utilidad
de estas divisiones al tratar de la aplicacion práctica
del código moral.
La palabra utilidad con sus derivados útil , inútil,
inutilidad , no ha sido hasta ahora hallada aplicable á
todos los casos en que el mismo principio ha sido
puesto en operacion.
En algunas circunstancias parece demasiada floja
para esprimir la fuerza obligatoria cuya idea se quie-
re que dé. El espíritu no se encontrará satisfecho con
espresiones tales como estas : es inútil asesinar , seria
útil impedir el asesinato. Lo mismo decimos del crí-
men del incendiario ó de cualquier otro atentado
enorme. De aquí proviene la insuficiencia de esta pa-
labra en el dominio de la legislacion . Hallándose los
principios del ascetismo y del sentimentalismo en un
estado de rivalidad con el principio de la utilidad , el
empleo de este término podria servir en todas oca-
siones de pretesto para desechar proposiciones , que
sin ellas fueran admitidas ; presupone por decirlo así,
la verdad de la doctrina de la utilidad.

En la palabra conveniencia y en sus derivados con-


venible , inconvenible se hallan las condiciones pedi-
das ; es una emanacion natural de la Deontología ó
ciencia de lo que es bien.
Nada se puede oponer á esta palabra con respeto
á la fuerza de la espresion. No hai crímen alguno por
odioso que sea, de quien no se admita que es inconve-
nible. Es verdad que el retórico no hallará esta pala-
bra empleada de una manera oportuna , y lo conside-
rará como no conveniente : siendo su objeto apasionar
á los otros , tiene interes en parecer él mismo apasio-
nado , al paso que con un término tan moderado se
espresa no la pasion , sino mas bien la ausencia de pa-
sion. Pero no por esto será para el lógico una formi-
dable objecion ; pues para lo que ha de servir la pa-
labra es para una urgencia lógica , no retórica .
Hai tambien utilidad de la imparcialidad ; esta no
decide por sí misma entre alguno de los síntomas , y
puede aplicarse al desenvolvimiento de cada uno de
ellos. Probablemente ni el ascético ni el sentimenta-
lista la mirarán como no conveniente , sino es á cau-
sa de su frialdad ; uno y otro admitirán ciertamente
que lo que ellos aprueban es convenible , que lo que
desaprueban es inconvenible. En todo caso esta deno-
minacion servirá á espresar los dos caracteres de una
accion , dejando la libertad de aplicar á discrecion
toda calificacion adicional sea de elogio , sea de vitu-
perio.
Es la enunciación de un juicio formado sin alguna
intimacion de las afecciones ó de los motivos que han

acompañado este juicio , ó de los motivos que le han


determinado .
Por lo tocante al utilitario tendrá la ventaja de
abrazar todo el dominio de la accion , y de espresar

el sentimiento de aprobacion ó desaprobacion , cual-


quiera que sea la parte del dominio del deber á que
la accion pertenezca.
33
III .

REFUTACION DE LAS PROPOSICIONES ANTIDEONTOLÓGICAS.-


BIEN SOBERANO .

ANTES de elevar el edificio de la verdad moral , es

indispensable desembarazar el suelo de un vasto mon-


ton de escombros , que estorba los progresos del ar-
quitecto moral. Motivos diferentes de los que la uti-
lidad reconoce , fines enemigos de los que la misma
propone han sido y son todavía la base de los trabajos
de los moralistas que de propia autoridad se han cons-
tituido tales. Cuando se hayan apartado estos obstá-
culos , quedará espedito el camino del deontologista;
hasta entonces estas obstrucciones le detendrán nece-
sariamente en su marcha.
Nunca se repetirá bastantemente que el fin del deon-
tólogo es la dicha. Los antiguos filósofos han propues-
to alguna cosa que no es la dicha , alguna cosa dife-
rente de la dicha y que está en contradicion con ella.
Tal es el bien soberano.
Para todo lo concerniente á la teoría del bien so-

berano no podemos hacer cosa mejor que consultar el


compendio de Oxford , obra que ha servido tanto tiem-
TOM . I. 3
54
po de autoridad y de testo á la célebre universidad
de este nombre. Es el arsenal donde parece que la doc-
trina aristotélica ha reunido todas sus armas , y allí

es donde probarémos á dar el primer ataque al ene-


migo.
¿ En qué consiste el soberano bien ? Esta cuestion
ha sido discutida con un sin fin de raciocinios , discu-
tida de generacion en generacion por hombres que se
habian atribuido la dictadura del bien y del mal .
¿ En qué consiste pues el soberano bien ? ¿ qué cosa
es ? Es la piedra filosofal que convierte en oro todos
los metales ; es el bálsamo de Higeo que cura todos
los males ; es esto ; es aquello ; es otra cosa ; es todo,
escepto el placer ; es la torta de manzanas del irlan-
des , que aunque hecha de membrillos, no por eso deja
de llamarse la torta de manzanas.

Si fuese alguna cosa ¿qué seria? ¿ qué podria ser sino


el placer? Placer ó causa de placer ; placer sin mez-
cla de pena , dicha maximizada. ¿ Quién fué jamas tan
insensato que ignorase que ninguno ha tenido jamas
hallazgo semejante ?
En todas las sendas de la disciplina es el error una
especie de vestíbulo por el cual los hombres están
condenados á pasar antes de llegar á la verdad.
Mientras Jenofonte escribia la historia , y Euclides
creaba la geometría , Sócrates y Platon esparcian ab-
surdos socolor de enseñar la sabiduría y la moral.
Su moral consistia en palabras , su sabiduría en ne-
gar las cosas conocidas á la esperiencia de cada uno ,
y en afirmar otras que estaban en contradicion con
esta misma esperiencia ; siendo inferiores al nivel de
33
los otros hombres precisamente á proporcion que sus
ideas diferian de las de la masa del género humano.
La multitud que no tenia mucho gusto en oir ta-
les absurdos , se contentaba guiada por el sentido co-
mun con gozar de los placeres comunes á todos. Cali-
ficábanla de rebaño ignorante y vulgar , y no obstan-
te estos ignorantes acumulaban sobre su existencia una
suma de bienestar , y la mayor parte llegaban de tiem-
po en tiempo á procurarse una cierta porcion de di-
cha. El bienestar formaba su ordinario. En cuanto á
la dicha solo gustaban algunas gotas , raras vezes y
solamente en los dias solemnes. Esto bastaba para el
vulgo ignorante no para los sabios ilustrados , hom-
bres que cualquiera que fuese el nombre que daban á
su sabiduría , eran llamados por los demas los mas sa-
bios de los hombres (σopistai) hombres sabios ( $0.)
ó amigos de la sabiduría, ( piλcoopo .) Estos camina-
ban con la cabeza erguida , y el sofisma brotaba á
torrentes de sus labios.
Abandonaban al profano vulgar el goze de todos
los placeres que se ofrecian al paso. Por lo tocante
á sus discípulos les reservaban una cosa ; cosa admi-
rable que llamaban to ayabov summum bonum , el so-
berano bien. ¿ Cuál era este ? ¿ Era acaso el placer?
No por cierto. El placer no era bastante bueno para
ellos ; necesitaban otra cosa algo mejor que el placer,
y para que fuese mejor era preciso que fuera bien di-
ferente.

Si sus actos pues hubieran sido conformes á sus pre-


dicaciones , podíamos limitarnos á decir que se pare-
cian al perro de la fábula dejando la presa por su som-
36

bra ; pero no eran tan locos que lo hiciesen . El pla-


cer era bueno para un fin , el soberano bien para otro;
el placer servia para gozar , el soberano bien para de-

clamar. Mientras que todos ellos predicalan el sumo


bien , cada uno en particular se abandonaba á las gro-
seras fruiciones de los sentidos. Tenian sus Ganimedes

sin número , unos cuyos nombres nos son conocidos , y


otros que ninguna historia ha canonizado (1 ) .
Tan entretenido es contemplar las contestaciones de
los hombres llamados sabios, como instructivo inqui-
rir sus resultados. Mientras en los tiempos mas in-
mediatos una tropa de médicos filósofos andaba á ca-
za de la panacea universal , los moralistas filósofos
corrian tras el soberano bien , ambos objetos escelen-
tes ; convenian en que ambos existian y que podian
hallarse , pero dónde los habian de encontrar , esto
es en lo que no estaban de acuerdo. La idea de lo
bueno , decia el uno , es donde debe estar el bien.
Allí es donde se ha de encontrar el soberano bien .

Lograd la idea de lo bueno y tendreis el soberano


bien. Ahora pues que lo teneis , ¿ sois acaso un tan-
tico mas dichoso ? ‫ نے‬Con vuestro soberano bien sereis

mas dichoso , que el mas dichoso de los hombres que


no lo posee ? Y cuando lo tengais ¿ qué es lo que ha-

1 Por mas esclavos que fuesen los filósofos de la opinion pú-


blica , no eran tan necios que se dejasen gobernar , como hacia
Jacobo I , por los ministros de sus placeres. Sócrates , el mismo
Sócrates , el mas prudente de todos , en una confidencia de las
mas estraordinarias , confiesa francamente el carácter indomable
de la pasion que le dominaba .
57
reis? No os embaraze esta cuestion ; tiempo os que-
dará de resolverla cuando alcanzeis su posesion.
Tal es el punto de vista bajo el cual han examina-
do la materia dos sectas de filósofos , los platónicos y
los académicos : Los platónicos comprendiendo allí
como de justicia al maestro hacedor del no sentido,
del cual han tomado sus secuazes sus doctrinas ab-
surdas y su nombre.
El no sentido se parece á la anguila ; cuando pen-
sais tenerla firme , se os escapa de entre los dedos , y
viene á reemplazarla otro no sentido. Así es como des-
pues de habernos dado el soberano bien de estos filó-
sofos y la idea de lo bueno , como si todo esto no fuera
bastante ininteligible , nos dan en el mismo período,
en la misma frase y hasta en las palabras siguientes
la materia compleja con un sive - sive visione et frui-
tione Dei, es decir la vision y la fruicion , la vista
Dios.
y el goze de
Estas son dos cosas , dos cosas distintas , y estas co-
sas distintas son sinónimas de la idea de lo bueno , de
la vista de Dios , del goze de Dios. Este no puede ser
el Dios del cristianismo , el Dios de la Biblia ; por-
que á este no se le puede ver , es invisible. ¿Qué se
entiende pues por el Dios de los platónicos y académi-

cos ? ¿ De cuál de sus dioses ( pues ellos eran paganos


y tenian los dioses á centenares ) gozaron jamas ? ¿ y
cómo lo gozaron ?
Pero todavía estamos en alta mar y otra secta gri-
ta por otro lado. El hábito de la virtud es el sobera-
no bien. Es la misma joya , ó cuando menos la caja
en la que se encontrará. Estad postrado en cama to-
58
da la vida con el reuma en los riñones , la piedra en
la vejiga y la gota en los dos pies. Con que tengais
el hábito de la virtud , ya poseeis el soberano bien.
Buen provecho os haga. Seguro estais de encontrar
obstáculo alguno en vuestra condicion. Ninguno duda
que la virtud negativa no es virtud, No será mui fá-
2
cil caer en la práctica del vicio , y el asiento de vues -
tro soberano bien , si es que existe , será en vuestra
cabeza. Preguntoos pues ahora , ¿ estariais contento
de tener la piedra en la vejiga , el reuma en los riño-
nes y la gota en los dos pies , aun con la certidumbre
de llevar la cabeza bien embutida de soberano bien?
Para que no os equivoqueis sobre el sentido de es-
te no sentido , mirad al profesor de Oxford como tie-
ne siempre á punto una observacion de igual fuerza :
porque , dice , la razon demuestra que una habitud
pura y simple es de ningun valor , no tiene el valor
mas mínimo á menos que no sea referida á la obser-
vacion y producida en accion y en ejercicio, ¡ Una ha-
bitud sin accion ! ¡ Una habitud que exista y no se
manifieste por acto alguno ! ¡ Una habitud formada sin
actos , de donde resulta que la habitud no equivalga
siquiera al cumplimiento de un solo acto ! Y tan ines-
timable conocimiento os lo comunican por caridad , á
fin de que no os ocurra en vuestro error cometer la
enorme falta de perseverar en la habitud de la virtud,
sin haber ejecutado jamas un solo acto de virtud.
Pero es inútil saber donde no está el soberano bien,

si al mismo tiempo no procuramos averiguar donde


está. En fin ya tenemos la virtud : la virtud misma;
en ella es donde se encuentra el soberano bien.
39

Ponendum est igitur summum hominis bonum in


ipsa virtute. ¡ Cómo ! ¿ en el hábito de la virtud ? No
por cierto : este es puntualmente el error contra el
que os acabo de prevenir. Tened la virtud , y no os
apureis despues por tener el hábito de ella. Podeis lo-
grarla si quereis ; mas no hallareis en ella algun so-
berano bien.

Ponendum est igitur summum hominis bonum in


ipsa virtute. No puede darse cosa mas positiva ni mas
concluyente; sobre lo cual y tras este no sentido tan
conciso , sobreviene un torrente de no sentido difuso,
que deshace cuanto se acababa de hacer,
Y esta es la razon , continua el profesor , porque la
esencia de la felizidad humana consiste en obrar en

conformidad con la mejor y mas perfecta virtud. No


obstante el complemento y la perfeccion de la huma-
na felizidad presupone ciertas ventajas de cuerpo y
de fortuna , y se hace indispensable añadir á éstas
aquella serenidad de alma que nace ( aunque segun
parece de una manera mui oculta ) que nace , re-
pito , (subnascitur) de la conciencia de haber obrado
bien.

Esta felizidad , por lo menos así nos lo aseguran,


es un bien sólido y que no puede perderse fácilmente.
Con esta seguridad teneis ya los motivos y razones so-
bre las cuales está fundada. Porque , dice , la virtud
que le sirve de base ( el soberano bien no es otro que
la misma virtud ) no puede arrebatársenos contra nues-
tra voluntad , y su pérdida no sigue inmediatamente
á la pérdida de las ventajas del cuerpo y de la fortu-
na. En una palabra , por la pérdida de las ventajas
40
esteriores no se nos quita la esencia de la felizidad;
solamente se disminuye y mutila su integridad.
Pero habia ademas otra clase de filósofos , verda-
deros puercos , que ni veían las visiones ni participa-
ban de los gozes de los platónicos y académicos con
su divinidad ó sus divinidades , y que con los estoicos
no iban á encallarse en sus habitudes de virtud : tales

eran los sensuales discípulos de Epicuro. Siendo el fin


propuesto el soberano bien , ¿ á dónde irian á buscar-
lo? ¿Quién lo creyera ? Puercos como eran , iban á
buscarlo en el placer ; así lo dice el profesor . ¡ Sí , en
el placer , y en el placer corporal ! No obstante en esto
hai evidentemente algun error. Que el placer fuese
para ellos placer , tiene bastante probabilidad ; pero
que al hacer la enumeracion de sus placeres , hayan
lo que
es lo
olvidado incluir los placeres no corporales , es
á priori , es improbable y en hecho falso. Hai place-
res que tienen su asiento en el cuerpo , otros en el es-
píritu. ¿ Quién ignora hecho tan evidente ? ¿ Quién no
lo ha esperimentado ? ¿ podrian estos filósofos ignorar
lo que sabe todo el mundo?

Despues de haber mencionado los placeres del cuer-


po , el profesor nos dice que en todos los casos no es
allí donde está el soberano bien ; y ¿ por qué ? Pri-
mero porque la parte del cuerpo humano á que per-
tenecen es la parte ignoble : segundo porque no du-
ran, son breves ; y tercero porque frecuentemente su-
cede que despues de pasados , dejan tras sí recuerdos
desagradables y que nos hacen avergonzar .
Son ignobles. La vida de A. está llena de placeres
todos ignobles , todos vivos , y sin mezcla de penas.
41

En la vida de B. los placeres son de la especie noble,


pero todos entretejidos de penas , las cuales hacen mas
que contrabalancearlos. ¿ Cuál de los dos destinos ele-
giria un hombre de buen sentido ?
Esta parte del cuerpo que se llama ignoble , sea
cual sea , y con cualquier nombre que la designen
¿nos debe ser menos querida, y nos es menos útil y ne-
cesaria que las demas ? Por ignoble que sea , el autor

del compendio no querria ciertamente verse privado de


ella ni á mui alto precio. La palabra ignoble así apli
cada, no tiene de ignoble mas que el sonido ; no im-
porta , admitamos la significacion que le querais dar.
He aquí un hombre cuya vida abunda en placeres,
placeres ignobles , placeres puros , es decir , sin mezcla
de penas. La vida de este otro tiene tambien placeres,

placeres nobles ; pero cada placer de estos es débil y


mas que contrabalanceado por las penas. Dinos, filó-
sofo , ¿ cuál de los dos querrias tú ser?
¡Ai ! ¡ ai! Todo es un puro error. No es un órgano
particular el que es ignoble , lo es el cuerpo , el cuer-
po entero. El órgano puede estar subordinado al pla-
cer , pero el placer mismo está subordinado al cuer-
po. Enhorabuena : damos de barato que la palabra
ignoble signifique alguna cosa , aunque en el hecho no
signifique nada , y que el cuerpo sea tan ignoble cuan-
to pueda desearlo el corazon , ¿ qué sacamos de aquí?
Sea lo que quiera el placer , ¿no está su asiento en el
alma? ¿ Quién ha visto gustar el cuerpo un placer se-
parado del alma ?
Pero la duracion de los placeres corporales dicen
es breve. Mui bien. ¿ Y qué ? Tomad cada uno de ellos
42

separadamente ; son poca cosa. ¿Y qué consecuencia


vais á sacar ? Sacad del bolsillo una moneda de oro ,
cambiadla por pesetas ó cuartos. ¿ Qué vale mas , la
moneda de oro ó las otras? ¿ Qué pesa mas , una
libra de plomo ó una libra de pluma ? Luego que ha-
yais respondido á estas cuestiones , entonces se os dirá
si gustais , si en la objecion relativa á la duracion hai
otra cosa que palabras. Dicen mas : el recuerdo de
los placeres temporales es desagradable y nos hace'
avergonzar. ¿ El que el recuerdo de los placeres ilegí-
timamente gustados sea desagradable si se quiere ; qui-
ta por ventura el precio á los placeres legítimos ? Que
nos ruborizen enhorabuena los que han sido compra-

dos con una balanza de penas ; mas no deberemos


avergonzarnos de los que han dejado una balanza de
placer.
Todos estos sectarios del soberano bien tienen sus

nombres respectivos. No obstante hai tres especies que


carecen de nombre. Unos y otros están en el error .
Verdaderamente todos están en el error , si el profe-

sor de Oxford tiene razon ; pero lo están mucho mas


aun obteniendo lo que desean , si quieren suponer que
han obtenido el soberano bien ; y si obtenida la po-
sesion de lo que estiman , quieren estimarlo segun su
valor. Entra luego el vulgo ó la multitud. Estos ha-
cen consistir el soberano bien en las riquezas , pero

riquezas en grande cantidad. Todos están en el error,


por crecido que sea su número , y la razon es clara;
pues estas riquezas que tanto aprecia el vulgo , no
son sino de mui poco valor cualquiera que sea su
cantidad. En primer lugar , su posesion es resbaladi-
45

za é instable ; en segundo no es por ellas mismas por


lo que se las estima , sino por otras cosas con las cua-
les se cambian ; y en fin , ¿ á quién pertenecen ? No
al propietario sino á la fortuna.
Su posesion es resbaladiza é instable , es decir en
otros términos y hablando sin retórica , que están es-
puestas á perderse. Pero la cuestion consiste en saber
qué es lo que valen no para el que no las tiene , sino
para el que las tiene. Y como ha observado mui bien
Adam Smith , en Francia ó en Inglaterra para cada
hombre que ha perdido lo que tenia , se cuentan mil
que no solo lo han conservado , sino aumentado . Mas
estos viajeros ciegos en el camino de los lugares comu-
nes , se cuidan mui poco de la historia del hombre y
de las variaciones que ha producido el tiempo en el
valor y las riquezas. El mismo tesoro que en tiempos
antiguos llevaba justamente ideas de incertidumbre y
de mutabilidad , puede en el dia representar á nues-
tra vista la posesion en su maximum de seguridad .
En medio de la Grecia , en Aténas , donde Aristóteles
escribia , se compraba una tierra por el precio del
producto de dos años ; y vale la misma en Inglaterra
el producto de treinta.
La riqueza no se desea por lo que ella es en sí, sino
porque la podemos trocar por otros objetos de nues-
tros deseos. Si por su medio y con ella se procura
un hombre lo que desea , ¿ en qué cosa es menos
preciosa? ¿En logrando un hombre el objeto de sus
deseos , qué le falta ya? ¿ Y si no logra el mismo
soberano bien , no tiene á lo menos cierta cosa equi-
valente?
44

Y lo peor es , que esta riqueza no nos pertenece,


sino que está sometida á los caprichos de la fortuna.
Non in nostra potestate , sed in fortunæ temeritate.
En esta brillante reunion de la retórica y poesía es
donde reside toda la fuerza del argumento , fuerza que
( sea dicho de paso ) si la trasegais del latin al fran-
ces , al instante se evapora. ¿Y qué es lo que queda?
Queda lo que hemos dicho , á saber , que la riqueza
es una cosa resbaladiza que se escapa de entre las ma-
nos que la tienen , y puede escapar de las nuestras.
Me parece que por lo raras que son tales noticias,
basta decirlas una vez.
Pero hai quizá algo mas . Nosotros sabemos que la

fortuna es hembra y hembra antojadiza. Esto será bue-


no para retórica , mas el presente libro es de moral
filosófica. ¿Bueno para la retórica dijisteis? No , ni aun
para ella es bueno , porque donde no hai objeto , tam-
poco puede haber capricho.
Luego vienen los políticos y los esclavos de la am-
bicion: semejantes hombres en ninguna parte saben
donde colocar mejor el soberano bien , que en el ho-
nor y en el poder ; en el uno ó en el otro.
Este raciocinio , si raciocinio puede llamarse , se
parece bastante al precedente . Solo ha habido un li-
gero cambio de palabras ; porque era preciso decir
algo de nuevo , y la significacion sabe tambien variar
sus formas como todo lo demas. Las riquezas son co-
sas resbaladizas é instables : el honor y el poder son
inciertos , perecederos , subordinados al falso favor y
al aura popular. Horacio es quien lo dice : escuchad á
Horacio Admodum incerta et caduca , utpote quæ
45
ex arbitrio popularis auræ , aut simulato hominum
favore plerumque pendent.
Cuando nuestro moralista tenia que hablar de la ri-
queza , nos decia que era buscada no por lo que ella

es en sí , sino á fin de procurar otras cosas. Pero ni


en el honor , ni tampoco en el poder hai dignidad in-
trínseca , por mas que digan los ambiciosos ; ó dado
caso que la tengan , no es de calidad para ser loada
y apetecida.
En cuanto al epiteto de perecedera , ya se satisfizo
á esta objecion , cuando se refutó la imputacion de
instabilidad. Pero ¿tiene sentido esta objecion? Si tie-
ne alguno , no es el profesor de Oxford quien lo ha
encontrado .
¿Honore? ¿Qué significa honore? ¿honor ú honores?
¿buena reputacion ó dignidad política y facticia? Por-
que en nuestra lengua es grande la diferencia entre el
singular y plural de esta palabra.
Reputacion , buena fama : ¿es aquello por ventura?
Nadie ignora que accidentalmente puede la buena fa-
ma tocar en suerte al hombre sin mérito , y la mala

al benemérito. Pero si es posible tan funesto estado


de cosas , si alguna vez lo hemos presenciado , es raro
que dure largo tiempo . Semejante argumento , aun
con mas verdad , sienta mal á un moralista. Es un
modo mui estraño de mejorar la moralidad de los
hombres, desestimando el poder de la sancion moral.
Echar el peso en la balanza de la falsa opinion , y
valerse luego de esta falsa opinion como instrumento
de sus designios , tal es el triste espectáculo que ofre-
ce el moralista. Aunque los demas traguen ó arrojen
46

la sancion moral , él no debe hacerlo en modo alguno;


desacreditarla es desacreditar sus propios trabajos ; se-
ria asemejarse á un comerciante que despreciase in-
justamente sus géneros.
¿Se quiere hablar de los honores dando á este vo-
cablo su significacion plural , es decir , reputacion fac-
ticia? En ella como en todas las riquezas , cuanto mas
inconveniente hai en perderla , tanto mayor ventaja
hai en conservarla : la continuacion de su göze debe
ponerse en contraste con la cesacion de su posesion.
En conservar estos honores y no en perderlos , cons-
tituirá el soberano bien cualquiera que lo coloque en
ellos. Lo ordinario de las cosas es conservarlas y acre-
centarlas , el perderlas no es sino accidental.
Mas , que se trate del honor ó del poder : ¿ qué
quiere dar á entender la calificacion de falsos ó simu-
lados? ¿Por qué se ha de calificar de falso el favor que
elevó á un hombre á honor ó dignidad? Y si el hom-
bre así favorecido , en lugar de un título degradante
obtiene otro revestido de todos los ornatos que pue-

de crear la mas pomposa fraseologia , ¿ en qué valdrá


este hombre mas o menos? ¿Será mejor ó peor?
En fin entran los hombres á quienes el profesor de
Oxford da el nombre de teóricos ; estos hombres ven
el soberano bien en la contemplacion , únicamente en
la contemplacion .
¿La contemplacion? Para llegar al apogéo de la fe-
lizidad humana , un hombre no tiene que hacer otra
cosa sino contemplar. ¿ Quién no querrá ser teórico á
tan poca costa ? Crede quod habes et habes ; creed que
teneis alguna cosa, y la teneis ya ; y si existió jamas
47

prueba de la verdad de esta máxima , aquí está ; porque


entre ser dichoso é imaginar serlo , mientras dura la
ilusion , ¿ dónde está ó cuál es la diferencia?
Se puede decir con verdad de semejantes hombres,
decia Ciceron de otra
y con no menos razon , lo que
secta : Istos viros sine contumelia dimittimus ; sunt
enim boni viri , et quandoquidem ita sibi ipsis vi-
dentur beati. Son unos buenos hombres , los cuales
en el hecho de tenerse por dichosos lo son en realidad.
Nuestro moralista no es de este parecer ellos bien
podrán creerse dichosos ; pero van errados , y él va
á demostrarles por qué razon.
¿ Por qué ? Nosotros nacimos para obrar , dice , y
para probarlo cita por testigo á la organizacion de
nuestra naturaleza ; sobre lo cual observa que si en
nuestras acciones no hai algun acto ó cumplimiento
de alguna funcion , ( es decir de algun deber ) entonces
los mas profundos conocimientos en las artes y cien-
cias serán hasta cierto punto defectuosos , y servirán de
poca utilidad al género humano. He aquí un modo
limpio de entrar en una cuestion de hecho ; si escribir
es obrar ( scribere est agere ) , él ha dado una prueba
mas concluyente , redactando su filosofía. Aquí solo
hai dos objeciones que poner : primera , que todo esto
nada significa ; segunda , que aunque significase algo,
nada hace á la cuestion.
Ved al teórico envuelto en sus contemplaciones,
pensando en cualquier cosa ó mas bien en nada , é
imaginándose ser dichoso y mui dichoso por haber

hallado el soberano bien. Que venga ahora nuestro fi-


lósofo con su teoría sobre la organizacion de nuestra
48
naturaleza á ensayar batir en brecha la felizidad del
teórico. ¿A quién creerá este mas ? ¿á sus sentidos que
le dicen que posee el sumo bien , ó al filósofo que le
afirma lo contrario ? En fin arroje bien lejos de sí á los
platónicos , académicos y estoicos ; que se mantengan-
en el error cuanto gusten ; que por lo menos ningu-
no habrá tan completamente metido en el error co-
mo él mismo. Cada uno de ellos , haya ó no haya en-
contrado el soberano bien , halló cuando menos algun
bien; mas nuestro filósofo no ha hallado siquiera un
átomo de bien en donde fué á buscarlo. ¿; Cómo lo ha-
bia de hallar sino estaba allí? Los demas habrán po-
dido errar , pero no se han contradicho , no han des-
truido en una frase lo que acababan de establecer en
la precedente .
Su soberano bien , por mas soberano bien que sea,
nada significa , faltándole una porcion de cosas que
afecta hollar bajo sus pies , y contra las cuales lanza
su menosprecio. ¿ Pero en qué proporcion ? No se cui-
da de saberlo. La dósis ha de ser moderada , es cuan-
to puede decir. Teniendo otro bien soberano que el
suyo , tendreis alguna cosa por lo menos ; pero con el
suyo únicamente tendreis un sofisma ; cosa en verdad
de mui poca sustancia .
Se puede decir al cabo que por mala que fuese la
lógica de todos estos filósofos , su moral era buena:
que cualquiera que haya podido ser la causa , el efec-
to por lo menos era bueno , y que importa poco que
sea mala la causa cuando es bueno el efecto . Si os die-

sen á elegir un amigo entre dos hombres , de los cua-


les el uno raciocinase bien y obrase mal con vos , y
49

el otro raciocinase mal y se portase bien ; vacilariais


un momento en la eleccion ? Seguro es que no. De
los sabios de la antigüedad mucha lógica ha llegado
hasta nosotros , mas pocas acciones. Con los raciocinios
que hacian, su conducta pudo haber sido buena ó ma-
la ; nada mas comun entre los hombres que tener dos
teorías , una para la muestra , otra para el uso . No
obstante si la mala lógica es funesta en alguna parte,
lo es sobre todo en el dominio de la moral. Doctrinas

semejantes á las que acabamos de revisar , no han po-


dido ser adoptadas sino á espensas de la inteligencia;
y forzoso es que la inteligencia se halle mui abatida
para sufrir el yugo de tales hojarascas.
Pero estas son armas preciosas en las manos de aque-
llos que sustituyen su pensamiento al pensamiento
público , á fin de servirse de él para con los hombres,
en quienes los antecedentes tienen lugar de raciocinio ;
y que ignorando ó cuidándose poco de saber lo que
convendria hacer para en adelante , no quieren oir
hablar sino de lo que se hizo en tiempos pasados.
Al mismo tiempo es permitido dudar en todo esto
de la buena fe de los lógicos . El que pierde de vista
la moral , sola verdadera , sola útil, aquella que deja
por resultado un escedente de placer : el que parece
mas cuidadoso de dirigir bien una conversacion , que
de dar una regla á las acciones ; en una palabra , el
que en toda ocasion pone por delante este sofisma in-
sensato y funesto ; á saber , que lo que es bueno en teo-
ría es malo en práctica ; este tal no adquiere derecho
á aquella atencion que presupone el respeto. Cuando
por filosofía entendemos locuazidad y vana ostentacion,
TOM. I. 4
50

sus absurdos pueden servir de decoraciones ; pero si la


moral es buena , si la dicha es buena , no hai no sen-
tidos que basten á hacerlas malas. La sancion moral
comprendida y desarrollada , las cubrirá con sus alas,
y el interes general dará cada vez mas eficacia á la
verdad y á la razon , á estos poderosos aliados con.
cuyo ausilio establecerá algun dia su soberanía.
51

IV.

PLACER Y PENA. SU RELACION CON EL BIEN Y EL MAL .

TODO placer es prima facie un bien , y debe ser


buscado : igualmente toda pena es un mal , y debe ser
evitada. Cuando despues de gustar un placer , lo bus-
camos otra vez , esto solo es una prueba de su bondad.
Todo lo que procura placer es bueno , dejando
aparte las consecuencias.

Todo acto que procura placer sin algun resultado


penoso , es un beneficio puro en favor de la dicha : todo
acto cuyos resultados de pena son menores que los re-
sultados de placer , es bueno hasta la concurrencia del
escedente en favor de la dicha.

Cada uno es no solamente el mejor , sino el único


juez competente de lo que es para él pena ó placer.
Es presuncion y locura decir : Si hago esto, no ten-
dré contrapeso alguno de placer ; luego si lo haceis
vos tampoco tendreis contrapeso de placer.
Es absurdo decir : Si hago esto, no tendré escedente
alguno de placer ; pero si vos lo haceis podeis tener
un escedente de placer , y sin embargo no conviene
52

que lo hagais. Y si yo impongo una suma cualquiera


de mal , bajo cualquier forma que sea , para impedir el
mal ; hai en ello injusticia y perjuicio ; y si para im-

pedir el acto en cuestion , apelo del poder (1 ) guber-


namental, hai en ello tiranía .
Haciendo abstraccion de todas las consecuencias de
futuros contingentes , la larga continuacion del ejer-
cicio libre y habitual de un acto por un individuo ,
es una prueba de que el tal acto es para él , produc-
tivo de un escedente de bien puro , y debe en conse-
cuencia ser buscado. Entendemos por libre ejercicio
de un acto , el mismo acto cuya naturaleza no es de
ser objeto de recompensas ó castigos provenientes de
orígen estraño.
· Para justificar la afirmacion de que es mal un ac-
to dado , es preciso que el afirmante pueda probar, no
solamente que de él resultará mal , sino tambien que

la suma del mal producido será superior á la del bien.


Si por una falsa representacion de las consecuen-
cias ,
ó por un racioci erróne , y aun mas por el
nio o
temor de un castig físico , moral , políti ó religi
o-
o co
SO se prohib á un hombr el goze de un placer , se
e e
le causa un daño , cuya suma es igual al escede de
nte
placer de que se le privó .
La suma de culpabilidad que lleva este daño será
proporcionada al estado del espíritu del culpable con

1 Estando en esta obra desterrado el sistema de los equiva


lentes , hemos dejado el presente vocablo como reza el original ,
teniendo por menor inconveniente inventar una palabra que ha-
cer equívoco ó lato el sentido , usando de equivalente .
55
referencia á las consecuencias de su acto. La falta de
mala intencion disminuirá el delito sin disminuir el da-
ño. El delito es maximizado , cuando la mala inten-
cion es maximizada en el corazón del delincuente.
La suma del perjuicio causado por la prohibicion
de un placer que se hubiera podido gozar , es igual á
la infliccion de una suma igual de pena que se pu-
diera evitar.

La legislacion penal dispensa su proteccion á la pro-


piedad , por la sola razon de ser un instrumento de
obtener el placer y alejar la pena. La legislacion es
inútil en todo , fuera de sus relaciones con los placeres
y las penas.
Si un hombre queda privado de placer por los ra-
ciocinios erróneos de otro hombre , no es este motivo
suficiente para condenar al raciocinador erróneo , pues
un buen raciocinio es lo mejor que se puede oponer
á otro malo , y no son los castigos ó el medio de los
castigos el mejor de probar ó hacer patente el error.
Cuanto mas errónea sea una opinion , tanto mas se
reunirá á los castigos para sostenerla , y no hai cosa
que mas concluyentemente pruebe el error de una
opinion , que el ver emplear ó querer emplear como
ausiliares los castigos .
El que con la mira de obtener para sí la riqueza,
reputacion ó poder , procura impedir á los demas los
actos que les dejan un escedente de gozes , se asemeja
á un hombre , que colocado en un piso alto , con una
mano amontonase piezas de oro y con la otra arro-
jase estiércol sobre los que pasan. Y el que en mate-
ria de moral habla á diestro y siniestro y sin razones
54
que valgan , sobre lo que se debe y lo que no se de-
be , puede con razon compararse á una sirviente ato-
londrada , que desde la ventana de un segundo piso
arrojase un cántaro de agua á la calle , sin mirar an-
tes quien pasa por ella.
El valor de los placeres y penas puede apreciarse
por su intensidad , duracion , certidumbre , proximi-
dad y estension. Su intensidad , duracion , proximidad
y certidumbre , son respecto de los individuos. Su es-
tension es concerniente al número de las personas co-
locadas bajo su influencia. Lo que algunas de estas
cualidades tienen de mas , puede contrabalancearse con
lo que otras tienen de menos.
Un placer ó una pena puede ser productivo ó esté-
ril. Un placer puede producir ó placeres ó penas ; ó
entrambas cosas ; y viceversa , una pena puede ser pro-
ductiva de placeres , de penas y tambien de ambas
cosas. La tarea del deontologista consiste en pesarlas ,
y segun el resultado trazar la línea de conducta que
debe seguirse .
Debe pues la estimacion de la pena ó del placer
ser hecha por el que goza ó sufre . No es la multitud

impróvida é irreflexiva , que prefiere remitirse á su


esperiencia y á sus propias observaciones , á creer la
palabra de gentes desconocidas.
En consecuencia , el único medio de sacar partido
de la idea de la pena , es fijarla sobre algun género
especial de males. Y este es el modo con que los pre-
dicadores , cuyos discursos abundan en imágenes anima-
das y vivas pinturas de las penas del infierno , ejerzen
sobre la multitud una influencia mucho mas conside-
55

rable que los oradores mas ilustrados . El eclesiástico,


á quien estudios é investigaciones críticas han conven-
cido que el lenguaje de las escrituras es metafórico,
por lo que toca al carácter especial de las penas que
sufrirán un dia los perversos ; si obra conforme á su
conviccion , emplea necesariamente un instrumento de
terror mucho menos eficaz , que el que no repara en
presentar un cuadro de sufrimientos materiales , y de
poner ante los ojos de sus oyentes el fuego inestinguible,
el azufre ardiente , el gusano roedor , y todas estas
imágenes que afectan enérgicamente los sentidos.
Tampoco pertenece fijar la idea á los placeres , con
que las tradiciones religiosas embellezen la morada
de los bienaventurados , que no se asemejan á los pla-
ceres del amor. Pero estos placeres , aunque los pre-
dicadores en sus descripciones los separen de su base
terrestre , no dejan de tomar gran parte de su fuerza
de la region de los sentidos , á favor de cierta confu-
sion de términos é ideas. Para figurarse los traspor-
tes celestiales , llaman en socorro de su imaginacion
el recuerdo de los trasportes que han probado sobre
la tierra , los cuales , aunque distantes en la aparien-
cia de las pasiones sexuales , no habrian sin embargo
podido existir sin ellas. Y ved aquí una prueba ; y es
que la palabra amistad que presenta al espíritu la
idea de un afecto enteramente separado de la base de
los sentidos , no figura entre las espresiones adopta-
das como las mas propias á producir estas vivas im-
presiones, que es su objeto producir.
En el análisis de los placeres y de las penas , ó mas
bien en la separacion de éstos en sus diferentes clases
56

ó especies , puede ser necesario recordar lo que se dijo


ya con respecto á esto en la Introduccion á los princi-
pios de la moral y de la legislacion , ( cap. 5.º )
Los primeros que se presentan en la lista son los
placeres y las penas de los sentidos , y comprenden
los del gusto , olfato , tacto , oido y vista , los que
provienen de la organizacion sexual , del estado de sa-
lud ó enfermedad , los placeres de la novedad y las
penas del fastidio.

20 Los placeres de la riqueza , placeres ya sea de ad-


quisicion , ya de posesion ; cuyas penas correspondientes
constituyen penas de privacion y se refieren á otra clase .
3º Los placeres de la capazidad y las penas de la
incapazidad.
4° Los placeres de la amistad y las penas de la
enemistad.
5º Los placeres que nacen de una buena reputa-
cion , y las penas que nacen de una mala fama.

6º Los placeres que procura el ejercicio del poder.


7° Los placeres de la piedad , ó religiosos con sus
penas correspondientes ; placeres que provienen de la
conviccion que tenemos de obtener el favor de la di-
vinidad ; penas que resultan del temor en que estamos
de la reprobacion .
8° Los placeres y penas de la simpatía ó bene-
volencia.
9º Los de la malevolencia.
10 Los de la memoria.
11 Los de la imaginacion .
12 Los de la esperanza .

En fin , los de la asociacion de ideas.


57

Hai cierta clase general de penas que se resuelven


en todas las clases de placeres que les corresponden .
Tales son las penas de la privacion , las que resultan
de la ausencia ó falta del goze. Algunas de estas ocu-
pan un terreno neutral entre la region de las penas
y la de los placeres. Por ejemplo , el deseo puede in-
diferentemente pertenecer á los unos ó á los otros.
Continuado largo tiempo sin ser satisfecho , nunca
deja de degenerar en pena. Cuando el goze está bastante
cercano y cierto para poder engendrar la seguridad,
y de repente cesa la espectacion de su llegada , en-
tonces resulta la pena de la contrariedad. Cuando pa-
só un goze y no se puede preveer su repeticion , so-
breviene la pena del pesar. Hai penas fundadas sobre

placeres , y placeres fundados sobre penas. Tal es el


placer del alivio , cuando una pena cesa ó se dismi-
nuye. De todo el índice de las penas y placeres , dos
clases únicamente se refieren al prójimo , y son las de
la benevolencia y malevolencia ; todas las demas hacen
referencia al mismo individuo.

Estos placeres y penas , el logro de los unos , la


privacion de los otros son los únicos motivos que pre-
siden á la conducta de los hombres. Se ha adaptado
á la mayor parte de ellas cierta fraseología que en-
vuelve la idea de un sentido bueno , indiferente ó ma-
lo. Por ejemplo , el amor de la reputacion en mal
sentido se llama falso honor , orgullo ó vanidad ; en
un sentido indiferente se llama ambicion , palabra sus-
ceptible de interpretacion , y que unas vezes se incli-
na hácia el vicio , otras hácia la virtud ; ademas esta
misma palabra en sentido favorable se traduce por
58

honor , amor de la gloria : el motivo religioso viste


todos los colores del zelo , de la piedad , de la devo-
cion , de la supersticion , del entusiasmo , del fanatis-
mo. Mas por variada que sea la fraseología que los de-
signa , se hallará , y así lo creemos , que estos motivos
pertenecen á la una ó á la otra clase de placeres ó de
penas que acabamos de enumerar.
Hai un gran número de placeres ó de penas , que
aunque capazes de obrar y obrando en efecto , como
motivo determinante , no tienen sin embargo mas que
una relacion remota con el sugeto. El placer de la
novedad por ejemplo es la anticipacion de un goze in-
definido , ó que solo es parcialmente definido : es la
adquisicion de un conocimiento nuevo ; puede tam-
bien ser una especie de contrariedad agradable ; tal
vez toma la forma de una dificultad vencida. Frecuen-
temente es mui difícil aplicar el placer á su causa.

. El placer de la memoria es un placer que resulta


de la potencia que obra por el intermediario de las
ideas , sobre las cosas que prometen utilidad. Recor-
dar aquello que deseamos recordar , es una especie de
triunfo de la voluntad y de la inteligencia ; porque en
el ímprobo trabajo del espíritu humano , hai cosas que
en vano nos esforzamos traer á la memoria , otras hai
que mal nuestro grado la ostigan y persiguen : lo que
mas deseamos recordar huye á todos los esfuerzos de
nuestra rememoracion ; lo que nos desagrada, se pin-
ta en ella con una fuerza y energía poderosísima. Los
placeres de la concepcion ó de la imaginacion no se
presentan unidos al vicio ó á la virtud , sino con re-
ferencia á objeto y orígen.
59
Los individuos son mas ó menos sensibles á la in-

fluencia de la pena y del placer en general , ó de una


pena y un placer en particular , en razon de la orga-
nizacion corporal é intelectual de cada uno, de los co-
nocimientos , hábitos , condicion doméstica y social,
sexo , edad , clima , gobierno ; en una palabra , de cir-
cunstancias tan variadas y complicadas , que el desen-
volvimiento de la estension exacta y del carácter de
cada una de ellas es tal vez , sino absolutamente , una
de las mas difíciles tareas asignadas á la fisiología mo-
ral. Desde luego seria emplear un trabajo inútil em-
peñarse en seguir esta investigacion en sus infinitas
ramificaciones ; pues al cabo el hombre debe ser el
mejor juez de su propia sensibilidad , y de las penas y
placeres que mas eficazmente influyen en ella. En ma-
teria penal semejantes consideraciones son de mui alta
importancia , pues por ellas es por donde ha de va-
luarse en gran parte la cantidad del crímen y la suma
del castigo. Pero en materia de Deontología el hom-
bre es constantemente citado á su propio tribunal , y
rara vez al ajeno,
El empleo pues del moralista es colocar en las re-
giones de la pena y del placer todas las acciones hu-
manas , á fin de fallar sobre su carácter de propiedad
ó impropiedad , de vicio ó de virtud. Y en efecto,
examinando la cosa , hallarémos que desde el principio
del mundo los hombres frecuentemente de un modo
imperceptible , y aun contra su voluntad han apli-
cado este criterio utilitario á sus acciones , al tiempo
mismo que declamaban contra él con el mayor encar-
nizamiento .
60
El sentido moral de lord Shaftesbury equivale sim-
plemente á esta declaracion ; que la opinion , que el
sentido moral del que obra es la verdadera regla de
su accion . Afirmar la existencia de este sentido mo-
ral , no es mas que sentir la cuestion y no resolverla.
Si los hombres tienen este sentido moral , está mui
bien ; mas puntualmente porque no lo tienen, es nece-
sario buscarlo ó descubrir cualquier cosa que lo re-
emplaze.
Peligroso seria considerarlo como principio y mo-
tor de las buenas acciones , y adoptar sus decisiones;
pues seria escluir ó impedir los demas , y hasta el
mismo principio de utilidad. ¿ Dónde trazarémos la
línea de separacion ? ¿Cómo conciliarémos elementos
hostiles ? Por lo menos fuerzas opuestas podrian neu-
tralizarse mútuamente. De esta suerte todo es confu-

sion : el capricho mismo se ha erigido en lei.


La imposibilidad absoluta de sacar de este princi-
pio una utilidad práctica , parece debia bastar para
hacerlo fastidioso á sus partidarios.
El sentido comun del doctor Beattie es una pre-
tension de la misma especie , porque un hombre po-
drá siempre rehusar el adoptar como regla obligatoria
todo sentido comun que difiera del suyo. La inteli-
gencia del doctor Price se levantaria contra la inteli-
gencia del hombre que sigue una carrera moral distin-
ta de la que él mismo emprendió , y lo mismo suce-
derá con todas estas pomposas espresiones llenas de
arrogancia la razon , la verdadera razon , la natura-
leza , la lei natural , la justicia natural , el derecho
natural , la equidad natural , el buen órden , la ver-
61

dad. Todos constituyen dogmas , por los cuales ciertos


hombres exigen una obediencia implícita á sus decre-
tos. Y en efecto no hai cosa que tanto lisonjée al
espíritu de charlatanismo y de dominacion que nos es
mas ó menos comun á todos , como la pretension de
que blasona el hombre de unir en su persona el do-
ble carácter de abogado y juez.
El sentido moral , dicen algunos , nos impele á la
generosidad ; ¿ pero determina acaso lo que es gene-
roso ? Nos lleva á la justicia ; ¿ pero decide lo que es
justo ?
No puede terminar controversia alguna ni conci-
liar disidencia. Dadme un partidario moderno del sen.
tido moral y un griego antiguo , y preguntadles ¿ si ac-
ciones reputadas por lícitas en la antigüedad , mas
sobre las cuales la opinion ha sufrido despues gran-
des variaciones , deben ser toleradas en un estado? De
ningun modo , responde el moderno ; mi sentido mo-
ral las repugna , luego deben prohibirse. Pues el mio
las aprueba , dice el antiguo , de donde concluyo que
deben tolerarse. Y aquí dará fin la discusion , si el
moderno observa sus principios y su sangre fria. Par-
tiendo del principio moral , no hai medio de añadir
una sola palabra de una ú otra parte ; y resulta que
los actos en cuestion son á la vez laudables y dignos
de execracion. El moderno pues , que probablemente
no sabrá mantener ni su sangre fria ni sus princi-
pios , dirá al antiguo Vuestro sentido moral nada
absolutamente significa. Es corrompido , abominable,
detestable : todos los pueblos no tienen sino una voz
contra él. - El vuestro tambien es nada , responde el
62

antiguo ; mas aun cuando lo fuese , ¿ qué probaría ?


Aquí se trata de saber , no lo que piensan los pue-
blos , sino lo que deben pensar. Al oir esto el mo-
derno emprende al antiguo á puntapiés , ó le escupe á
la cara , y si puede , lo quema vivo. Y en efecto no
hai otro medio mas natural y razonable de continuar
la cuestion.

Si podeis persuadir á entrambos á adoptar por guia


el principio de utilidad , ya el debate tomará otro
giro ; el resultado será que se convendrán , y sino es-
tán de acuerdo , será cuando mas con relacion á he-
chos particulares ; y no hai motivo para suponer á
alguno de los dos tan poco razonable , que se inco-
mode con su adversario , porque difiere de él en una
cuestion de hecho ; y se separarán con la resolucion
de continuar sus investigaciones para la aclaracion de
ciertos hechos , si son tales que pueden ser aclarados
á satisfaccion del investigador ; y en caso de conven-
cerse de la imposibilidad de tener un sentimiento co-
mun , sé separarán con resolucion de obrar cada cual
segun su opinion , y les cabrá al menos la satisfaccion
de saber sobre qué punto versa precisamente la di-
vergencia .
De este modo al terminar la discusion se hallará

que difieren en ciertos hechos, y esta será la única con-


clusion posible , pues procediendo segun el principio
de utilidad , este seria todo el objeto de sus investi-
gaciones , el único sobre que se pudiera fundar un
disentimiento cualquiera.

Green algunos hombres , que esponer la verdad á


la duda , haciéndola objeto de una pesquisa , es hacer
65

traicion á su causa. Que nos digan si piensan que el


resultado de un exámen tan pacífico y tranquilo pue-
da jamas producir la justificacion del asesinato , del
latrocinio , del robo , de la devastacion , de la maldad
premeditada , del perjurio , en una palabra , de uno
de aquellos crímenes odiados generalmente como mor-
tales á la paz sócial. Si responden que no , ó los actos
en cuestion no tienen el mismo carácter de criminali-

dad , y en tal caso no hai motivo para tratarlos co-


mo á tales , ó llevan este carácter , y el exámen lo ha-
rá constar.

Bien podrán apelar al sentimiento , y solo al sen-


timiento para empeñar á los hombres en cumplir los
actos que llamamos virtuosos ; alguna cosa de mas que
el sentimiento necesitará para que les dé su aproba-
cion una persona instruida en todas las circunstancias
de tal acto, es decir , en el total de su influencia so-
bre los placeres y las penas.
Los hombres , cuando se les escapa la ciencia , bus-
can algo á cuya sombra puedan escudar su ignorancia.
Todos convienen en que el sentido natural no es
otra cosa que la propension que tiene un hombre ,
primero á ejecutar una accion , segundo á aprobarla.
Mas esta propension bajo las dos formas dichas,
puede existir con respecto á muchas acciones , que los
partidarios del sentido moral están tan dispuestos á
condenar , como cualesquiera otras.
Persuadámonos ser llegado el tiempo en que la tra-
duccion de generalidades vagas y aserciones arbitra-
rias al lenguaje simple de los placeres y de las penas
va á desterrar gradualmente una fraseología , que mas
64
que otra cosa , contribuye á envolver en una densa é
impenetrable nube todas las cuestiones de vicio y de
virtud. Así por ejemplo , se califica un acto de desna-
turalizado , y en consecuencia se reprueba ; y los que
emplean semejante lenguaje son frecuentemente los
mismos que pretenden que todas las propensiones na-
turales de la humanidad tienen el vicio por objeto;
mas pasando esta espresion al crisol del buen sentido ,
se hallará significar solamente que el acto en cuestion
es inusitado y poco comun ; pero en él no hai cosa
que implique necesariamente vicio ó virtud , mérito
ó demérito . Los mas sublimes actos de heroismo to-
man su lustre de su rareza. Podráse decir que son
inusitados , poco comunes. ¿ Mas por esto se dirá que
deben reprobarse ? De ningun modo.
No será fuera del caso mencionar aquí que las pa-
labras puro , pureza , se emplean en esta obra en sen-
tido matemático ó aritmético. Es necesaria semejante
esplicacion , porque la retórica da frecuentemente á
estas palabras como á otras muchas una significacion
que no puede engendrar sino ideas confusas y fu-

nestas.
Un placer es mas o menos puro , segun está mas ó
menos mezclado con penas que lo contrabalanzean ;
una pena es mas o menos pura , ségun va mas ó me-
nos acompañada de placeres que la equilibran.
En la suma del bienestar la pureza é impureza son
lo que el provecho y la pérdida en la balanza co-
mercial.
La pureza es el provecho , la impureza la pérdida.
Cuando la impureza predomina en un placer , es co-
65
mo cuando en un libro de cuentas cae la balanza del
lado de la pérdida.
Igualmente cuando la impureza predomina en una
pena , es como si en una cuenta estuviese la balanza
del lado de la ganancia. En práctica medical , en le-
gislacion doméstica , en gobierno político , cuando con
intencion de bien se produce una pena , es con el de-
signio , y haciendo de modo que sea lo mas pura que
pueda ser.
La primera idea de la pureza es la ausencia de to-
da otra sustancia , de la sustancia á la cual se quiere
conceder este atributo. Todo lo que difiere de ella ó
lo es estraño , produce la impureza. Por ejemplo , el
agua empleada como bebida ó en la preparacion de
los alimentos , puede combinarse con un gran número
de sustancias , de las cuales unas la hacen menos,
otras mas propia á este objeto. Su pureza será en
razon de la ausencia de aquellas. La harina se hará
impura por la mezcla del polvo de carbon , y el pol-
vo de carbon perderá de su pureza , si se le mez-
clan polvos de peluquero ú harina. La cualidad de
ser insalubre ó insípida , sea á los sentidos , sea á la
imaginacion , añade grados á la intensidad que se de-
signa á la impureza.
LO

TOM. I. 5
66

BIENESTAR Y MALESTAR.

SERIA de desear y aun necesario hallar una pala-


bra que representase la balanza de los placeres y pe-
nas , en cuanto están repartidos por una parte consi-
derable de la existencia del hombre.

La palabra bienestar designará la balanza en favor


de los placeres ; malestar la balanza en favor de las
penas.
La palabra dicha no es siempre la mas apropiada;
porque representa el placer en un grado mui alto;
parece confundirse con la idea del goze en el grado
mas sublime.

Comparativamente hablando , pocos hombres hai


que no convengan en haber gozado durante el curso
de su existencia de una porcion mas o menos consi-
derable de bienestar. Por el contrario pocos habrá,
y quizá ninguno , que confiese haber gustado la dicha.
La cantidad de bienestar depende de la sensibilidad
general ; su calidad de la sensibilidad particular , en
67
el sentido que ciertos manantiales de placer y de pe-
na nos afectan de un modo mas sensible que otros.
Mas con una suma competente de atencion y de ob-
servacion , podrá cada uno de nosotros conocer el ca-
rácter de la sensibilidad individual. Esta se manifies-
ta á los demas por el continente , gesto , modales,
conducta actual ó subsecuente ; mas no habrá indicio
tan completo , testimonio tan directo como el de nues-
tros propios sentimientos. Cada hombre es mas á pro-
pósito que otro para juzgar lo que conviene á su bien-
estar : seria pues un absurdo prescribir la observan-
cia de la misma línea de conducta invariablemente
en las mismas ocasiones , sin tener cuenta con la sen-
sibilidad particular de cada individuo.
Tomando la especie humana en general , ¿ de qué
lado se inclina la balanza ? Sin contradiccion del lado
del bienestar. La existencia es á ella sola una prueba
concluyente de bienestar ; pues bien poca cantidad de
pena basta para terminar la existencia.
Lo raro que es el suicidio , prueba de un modo
irresistible que tomada en globo la vida es un bien,
y aunque la sancion popular y simpática sea de gran
peso en esta cuestion , no se puede decir que el suici-
dio haya sido prohibido.
Sin embargo , Maupertuis nos dice que la balanza
de los placeres y las penas se inclina del lado del
malestar. Funda su lógica en el Quî fit Mæcenas de
Horacio y otros argumentos de este jaez. El hombre
esperimenta el deseo de mejorar su condicion y de
adquirir en lo sucesivo alguna cosa que no posee al
presente. Enhorabuena. Y ¿ qué prueba esto ? Que á
68
la balanza que existe ya en favor del bienestar, falta
añadir otro elemento de bienestar que existe en el
corazon de todo hombre , es decir , el placer de la
espera , el placer de la esperanza. Pero se dirá : No es
el fin de ver aumentar la suma de sus placeres , por
lo que el hombre se inquieta y por lo que trabaja en
mudar de condicion , sino mas bien para disminuir la
suma de sus penas. No podria decirse esto á lo me-
nos de aquellos de quienes habla Horacio , porque
entre ellos el suicidio no se miraba con horror , sino
antes bien como digno de los mayores elogios , y co-
mo objeto de admiracion.

Sit Cato dum vivit sane vel Cæsare major;


¿Dum moritur numquid major Othone fuit?
MARCIAL VI , 32.

Una espresion aventurada por Locke , hombre que


él solo vale por veinte Maupertuis , ha dado cur-
so á una idea falsa , penosa y perjudicial. Dice que
toda accion tiene su orígen en cierta disposicion que
él llama uneasiness , y que nosotros traducimos por
incomodidad. Si esto es verdad , la incomodidad acom-
paña siempre necesariamente á la accion , y el hom-
bre debe hallarse en un estado de dificultad cuantas
vezes obra y mientras está obrando. Mas cuál es el
¿
sentimiento que Locke llama uneasiness ? No es un
sentimiento penoso , no es la incomodidad , es la sen-
sacion , el presentimiento de una aptitud para gozar
en un tiempo venidero de un placer que aun no es-
ta presente. Es la necesidad de mudanza , de movi-
miento , de accion , necesidad inherente á la accion
69

vital. El placer puede nacer de mil fuentes diversas,


y no obstante la imaginacion puede hacernos entrever
muchas mas. El presente puede brillar con mil gozes,
aun en el momento en que nuestras miradas se estien-
den á un porvenir aun mas brillante ; y á los place-
res de la posesion pueden unirse los placeres de la es-
peranza .
Si hemos de creer á Johnson , el pensamiento de to-
do hombre está ocupado en su comida hasta la hora
en que se le sirve ; y segun Locke y aun mas segun
sus intérpretes , todo hombre pasa en un estado de
incomodidad el tiempo que no está en la mesa. Sin
embargo no es así : ni aun del mismo Johnson se po-
dia decir con verdad. Johnson amaba su mesa mas que
todo ; pero ¿aun pensando amorosamente en su comi-
da , qué le impedia arrellanarse en la poltrona, tenien-
do á su Titsey (1 ) sobre las rodillas , mientras otra
Titsey tocaba el clave y le embelesaba con la melo-
día de su canto , y el mismo Johnson aplicando el ol-
fato á un odorífero ramillete leía la obra de un autor
favorito?

1 Nombre de una de las queridas del Dr. Johnson.


70

VI .

FIN DE LAS ACCIONES .

Si la adquisicion del placer es realmente el objeto


intenso , constante y único de nuestros esfuerzos , si la
constitucion misma de nuestra naturaleza exije que sea
siempre así , si así sucede en todas las ocasiones , se
puede preguntar ¿ de qué sirve hablar aun de moral ,
y qué fin nos proponemos en esta obra ? ¿ A qué fin
escitar á un hombre á hacer aquello que es el objeto
constante de sus esfuerzos?

Pero se niega la proposicion , porque si es verda-


dera , grita un hacedor de objeciones , ¿ dónde está
la simpatía ? ¿ dónde la benevolencia ? ¿ dónde la be-
neficencia ? Se puede responder que se está donde es-
taba.

Negar la existencia de las afecciones sociales seria


negar el testimonio de la esperiencia de todos los dias.
No hai salvaje embrutecido en quien no se encuentren
algunos vestigios. ¿ Mas el placer que yo siento en dar
gusto á mi amigo , no está en mí ? La pena que yo
71

esperimento cuando presiento la pena de mi amigo,


¿ no es acaso mia? Y si yo no sintiese placer ni pena ,
હું dónde estaria mi simpatía ?
¿ A que fin pues , insisten , malgastar el tiempo en
prescribir una conducta que en toda ocasion adopta
cada cual por sí mismo , á saber , el buscar su bien-
estar ?
Porque la reflexion pondrá al hombre en estado de
estimar con mas exactitud aquella conducta que ha de
dejar tras sí los mas grandes resultados de bien. Será
posible que cediendo á impresiones inmediatas esté
dispuesto á seguir un plan de conducta dado con la
mira de asegurar su bienestar ; pero un exámen mas
tranquilo y detenido le enseñará que tomada en globo
esta conducta no seria ni la mejor ni la mas pruden-
te , porque le sucederá alguna vez , convencerse de que
el bien mas cercano seria sobrepujado por un mal
mas distante , pero que va unido á él ; ó que en lugar
de un placer menor abandonado ahora , obtendria en
lo sucesivo otro placer mayor ; porque podria suceder
que el acto que nos promete un placer actual , fuera
perjudicial á los que hacen parte de la sociedad á que
pertenecemos ; y estos esperimentando un daño de
nuestra parte , se hallarian impelidos por el senti-
miento solo de la conservacion personal á buscar los
medios de vengarse de nosotros ; imponiéndonos una
suma de pena igual o superior á la suma de placer
que nosotros habríamos gustado.
Ademas el acto en cuestion podria ocasionar dis-
gusto á la sociedad en general , y es posible que la
pérdida de la buena opinion de nuestros semejantes ,
72

que resulta del acto propuesto , sobrepuje en valor al


placer producido.
Mas, se puede decir aun, el bienestar de un hombre

no debe ser el objeto de sus esfuerzos. Este pretendi-


do deber , así como otros muchos , no sirve mas que
de cubrir una asercion despótica y sin base , y no prue-
ba sino una cosa , y es que el objetador piensa que
el bienestar de un hombre no debe ocupar su aten-
cion. Nuestro argumento no deja por esto de quedar-
se como estaba , y será tanto mas fuerte , cuanto pa-
ra atacarlo no se emplearán sino aserciones dogmáti-
cas. La objecion equivale cuando mas á la declaracion
de una opinion, y una declaracion sin razones que la

apoyen, deja las cosas poco mas o menos como las en-
contró.

Ilustrado por el principio deontológico , el domi-


nio de la accion va á tomar un nuevo aspecto. Las
generalidades vagas perderán su poder y parecerán lo
que son en sí, es decir , ridículas y deplorables : ridí-
culas consideradas en sí mismas , deplorables si se mi-
ran sus consecuencias.

La inteligencia y la voluntad , concurren igualmen-


te al fin de la accion . La voluntad ó la intencion de
cada hombre se dirije á obtener su bienestar. La Deon-
tología sirve para aclarar la inteligencia de modo que
pueda guiar la voluntad en busca del bienestar , po-
niendo á su disposicion los medios mas eficazes. La
voluntad siempre tiene á la vista el fin. Á la inteli-
gencia toca corregir sus aberraciones , siempre que
emplea otros instrumentos que los mas convenientes .
La repeticion de actos sean positivos , sean negativos,
73

es decir , actos de comision ú omision ( 1 ) , que tengan


por objeto la produccion de la mayor balanza de pla-
cer accesible, y que sean juiciosamente dirijidos á es-
te fin , constituye la virtud habitual.

1 Abstention dice el original: el lector adoptará si gusta esta


palabra mas bien que la otra.
74

VII .

SANCIONES.

Respice finem. Determinado ya el fin de la accion,


no debe perderse de vista , ni puede haber cosa tan
importante como buscar los medios mas eficazes para
lograrlo. Estos medios se presentan en los estimulan-
tes que operan sobre la conducta, Ellos llevan la con-
ducta y sus consecuencias á la region de las esperan-
zas y de los temores : de las esperanzas que ofrecen
una balanza de placeres ; de temores que anticipada-
mente preveen una balanza de penas. Estos estimu-
lantes pueden convenientemente llamarse sanciones.
Lo que constituye la medida de fuerza de una ten-

tacion de hacer mal , es la proporcion , en la cual en


el pensamiento de la persona tentada la suma del pla-
cer debe elevarla sobre la intensidad de la pena que
resultará , combinado todo con la proximidad y pro-
babilidad aparente de esta pena y de este placer.
Las sanciones , como hemos dicho , son los estimu-
lantes á la accion , y suponen la existencia de las ten-
taciones . Las tentaciones son el mal ; las sanciones el
75

remedio. Pero sanciones y tentaciones no son otra co-


sa que penas y placeres , que obran separadamente en
las tentaciones , y simultáneamente en las sanciones.
Mas para que una sancion ejerza su influencia , no
es necesario que el individuo conozca la existencia de
este estimulante, De este modo fué Balaan detenido

por el poder de un ángel , á quien sus ojos no podi。n


ver. Hai casos en que la necesidad es y debe ser de
escusa á la conducta : tales casos son escepcionales y
fuera de las reglas ordinarias. Examinada de cerca,
se hallará que esta escusa es la confesion de la insu-
ficiencia del castigo para impedir el acto en cuestion .
Es raro que los moralistas ó los legisladores hayan re-
conocido en la ineficacia del castigo , la razon por la

cual se podian someter á pesquisa ciertos actos. No


obstante esta es la única razon verdadera y admisi-
ble. Es la causa real , pero no conocida , de la influen-
cia de la necesidad . ¿ Por qué , en tal caso dado , se
determina el hombre por tal accion ? Es que sintió re-
pugnancia en hacerlo de otro modo ; no pudo resistir
al despotismo de esta repugnancia , ni supo darse la
razon por qué ; esto sucede frecuentemente. ¿ Qué sa-
camos de aquí? Que no habia un castigo ni bastante
inmediato , ni bastante grande para contenerle,
Las sanciones se combinan en razon de su natura-
leza ó de su orígen. Segun su naturaleza son , ó pu-
nitivas por las penas , ó la pérdida de los placeres,

ó remuneratorias por el placer ó esencion de penas.


Divídense en sanciones físicas , sociales , morales , po-
líticas y religiosas. De todas estas fuentes dimanan los
castigos y recompensas , las penas y placeres.
76
1º La sancion física dice relacion con la persona

del individuo considerada bajo el punto de vista físi-


co y psicológico , en cuanto las penas y placeres afec-
tan al cuerpo. Dedúcese de la constitucion física del
hombre en general , y se halla modificada por la sen-
sibilidad particular del individuo. En tésis general se
puede decir que la sancion física es aquella influencia
que proviene de la naturaleza ordinaria de las cosas ,
que acompaña tal ó tal acto en particular , indepen-
dientemente de la voluntad de otro . Esta influencia es
la que no depende de los motivos derivados de fuentes
estrañas al individuo ; es la sancion que existiria en
toda su forma , si un hombre se hallase enteramente
aislado del resto del mundo , sin comunicacion con él,
sin creer en el gobierno de la providencia. Ella repre-
senta estas penas y estos placeres que no emanan po-
sitivamente de la posicion social , política ó religiosa,
bien que sea la base del poder de todos los otros es-
timulantes ; pues solo por su influencia en la organi-
zacion física del hombre , por el poder que tienen de
producir sufrimientos y gozes en el individuo , pueden
llegar á ser motivos de accion.
2º La sancion social ó simpática es la que resul-

ta de las relaciones domésticas ó personales del indi-


viduo ; es una especie de mezcla del interes personal
y social. Hasta cierto punto su juicio lo crean sus
propias influencias. Es la aplicacion que se hace él
mismo de este código doméstico , en cuya confeccion
él mismo ha tenido parte.
Si es padre , sus hijos reconocerán su autoridad y
adoptarán sus ideas de bien y de mal , en proporcion
77

del respeto que conciben por sus opiniones y actos.


La sancion doméstica puede ser mas o menos eficaz,
mas ó menos ilustrada que la sancion popular , su
operacion es mas directa é inmediata que puede serlo
la sancion popular , en el sentido que la dicha de un
hombre depende generalmente mas de aquellos que le
rodean habitual ó frecuentemente , que de los que es-
tán separados de él. Las sanciones social y popular,
obran y vuelven á obrar mútuamente una sobre otra,
no siendo en el hecho otra cosa la sancion popular
que el gran recipiente de las sanciones sociales.
3º La sancion moral ó popular es la que se lla→
ma comunmente opinion pública ; es la decision de la
sociedad sobre la conducta , decision reconocida y que

hace lei. La sancion popular puede dividirse en dos


ramas , democrática y aristocrática , las cuales atribu-
yen á actos de la misma naturaleza una porcion bien
diferente de recompensa ó castigo . Una sancion , cuan-
tas vezes se ejecuta , contribuye y pone en vigor una
lei , y las leyes constituidas por la sancion aristocrá-
tica , están por una porcion considerable del dominio
de la conducta , en oposicion con las constituidas por
la sancion democrática.
De este modo en las demasías que afectan las per-
sonas , la sancion democrática tolera los combates á
puñadas , ó la tentativa de causar un dolor físico (1 );

1 Esto no es verdadero sino relativamente ; verdadero en


Inglaterra , mas no así en Francia ; nuestras costumbres militares
han hecho penetrar el duelo hasta lo mas infimo de la democra
cia. El amor de la igualdad ha producido este resultado. Desde
78
pero no tolera el duelo ó la tentativa de matar. La san-
cion aristocrática por el contrario no solo tolera, sino
que recompensa la tentativa de dar la muerte. En cuan-
to á las demasías que afectan la propiedad , la sancion
democrática da la preferencia á las deudas comercia-
les sobre las deudas del juego , al reves de la sancion
aristocrática. La primera castiga la picardía en to-
das sus formas , la segunda la premia en su propieta-
rio mayorazgo.
En la escala de reprobacion de la democracia , lo
que daña pasa delante de lo que solamente es ridícu-
lo en la aristocracia lo ridículo es antes que lo da-
ñoso. La democracia refiere , ó cuando menos tiene de
dia en dia una tendencia mas marcada á referirlo todo
á la utilidad , al principio de la maximizacion de la
dicha; la aristocracia , mientras puede y todo el tiem-
po que puede , al principio del gusto , teniendo ade-
mas gran cuidado de constituirse árbitro supremo.
Entre los placeres y las penas derivadas de la san-
cion moral ó popular , y que ejerzen una vasta in-
fluencia sobre la virtud y el vicio , y de consiguiente
sobre la dicha ó desdicha , debe contarse un gran nú-
mero de entidades ficticias , que requieren atencion ;
tales son A entre otras la reputacion , el honor , la nom-
bradía , la celebridad , la gloria , las dignidades. Tie-
nen de comun una cosa , y es , que aunque ficticias,
constituyen no obstante objetos de posesion , y se dife-

que todo frances puede ser mariscal del imperio , el derecho de


matar á un hombre en desafío no ha podido quedar en monopo
lio á una clase privilegiada. ( Nota del traductor frances.)
79

rencian de otros objetos de posesión en que el bus-


carlos , en cualquier proporcion que sea , no se tiene
por inconvenible . Todo el mundo conviene en que
puede haber esceso en el amor del dinero ; mas no
sucede lo mismo en la busca de los bienes de que
acabamos de hablar.
Pero en los errores cometidos con respecto á esto ,
en los elogios prodigados á los que los buscan ó po-
seen , se hallará uno de los manantiales mas abundan-

tes de mal é improbidad. Los medios de que puede


disponer un hombre , los empleará no solamente para
conservar los bienes que posee sino para obtener los
que desea ; su posesion es un instrumento de influen-

cia , y esta influencia puede llegar á ser funesta en ra-


4
zon directa de su estension. El mal está en su míni-
mum cuando se limita á un individuo; en su maximum
cuando obra sobre el dominio nacional ó interna-
cional.

Aplicados á la vida privada , el principal inconve-


niente que puede producir uno ú otro de estos apela-
tivos , es el peligro que resulta del duelo. El bien que
se propone el duelo es la represion de toda conducta
ofensiva ; este bien podria indudablemente lograrse y
con mayor eficacia á menos costa ; pero á lo menos es
un bien que se puede poner al igual del mal.
Mas en su aplicacion á los asuntos nacionales é in-
ternacionales , estas cosas conducen al esceso en mate-
ria de gobierno, es decir, á las usurpaciones del poder,
y á la guerra , es decir , á la devastacion , á la rapi-
ña , á la destruccion en la escala mas vasta ; y la suma
del mal dependerá de la suma de influencia ejercida
80

por el que pone en accion estos elementos de miseria.


Si es un soberano , el dominio de su accion es ó na-
cional ó internacional ; si busca el honor , la gloria,
la nombradía , etc. á espensas de sus propios súbditos,
el mal á que conducen estas apelaciones es la invasion
de los derechos naturales ; en caso de no resistencia
la opresion y la arbitrariedad ; en caso de resistencia,
la guerra civil. Si busca estas distinciones á espensa
de otras naciones , entonces viene la guerra estranje-
ra , es decir , el asesinato , la rapiña , la devastacion
en una grande escala ; todo á espensas de sus súbditos
y los del estado estranjero.
Es verdad que un soberano no es el inmediato eje-
cutor de todos estos males , de todos estos crímenes , y
cada uno de sus súbditos puede tener su parte de com-
plicidad; mas podrá en razon de su posicion haber si-
do el primer instigador. De este modo un ministro,
un consejero legal de la corona , un miembro de cual-
quiera de los ramos de la legislatura , ó bien de una
asociacion no oficial , un periodista , pueden cada cual
en su esfera ejercer una poderosa influencia.

f La cantidad de estas influencias de que podrá dis-


poner un soberano , será proporcionada á la cantidad
de poder de que está investido , del que él y sus

súbditos poseen relativamente á otras naciones , del


que posee él mismo respecto de la nacion que man-
da. Siendo pues ilimitado el deseo de poseer estos bie-
nes , se hacen igualmente ilimitados los esfuerzos para
obtenerlo. De aquí en su carrera devastadora se ven
salir sin freno ni miramiento las conquistas sobre el
estranjero , las agresiones , las usurpaciones , el envi-
81
lecimiento en lo interior , fuera las depredaciones , y
actos en fin que cometidos en una capazidad privada
llevarian el nombre de crímenes y serian castigados
como tales. Hai casos no obstante en que no se ha
abusado del poder , ó en que por el contrario se le ha
hecho servir al bien público . De este modo se ha em-
pleado en establecer en lo interior sabias leyes ó en
mantener y manifestar la justicia nacional al estran-
jero.
Pero estos casos son raros, y mas raros aun aquellos
en que la gloria , la celebridad y todas estas brillan-
tes posesiones han sido buscadas y estraidas de una
fuente tan bienhechora.

En efecto , es raro que estos nombres de honor y


de gloria no se hallen ligados á actos sangrientos ó fu-
nestos.

La reputacion adquirida por la benevolencia es co-


mo invisible , si se compara con la que han granjeado
á ciertos reyes empresas atrozes y abominables.
¿Qué se hará pues , cuando por desgracia , de todas
estas cosas magníficas es tan pequeña la parte que se
puede procurar por medios inocentes , tan grande la
que se puede adquirir por medios culpables ? ¿ Qué se
hará sino presentar el retrato del vicio y de la virtud
con el contraste de la belleza de la una y la fealdad
del otro ? ¿ Sino pintar con su verdadero colorido es-
tos malhechores , en cuyo cotejo un simple incendiario
es tan inferior en la escala del crímen , como lo es
una pequeña cantidad de mal bajo de una sola forma,
á esa inmensa masa de azotes de toda especie que des-
carga sobre un pueblo la guerra civil estranjera?
TOM. I. 6
1
82
Quizá dirá alguno que todas estas cosillas se ha-
cen servir á un fin útil , á saber el interes nacional.
Pero no es cierto , pues los que las preconizan ya tie-

nen buen cuidado de no usar la palabra vulgar y sór-


dida de interes. ¿ Qué declamador hablará jamas de
sacrificar la gloria al interes , el honor á la pruden-
cia ? ¡Oh ! Nada de eso. ¡Vaya fuera la sustancia , ven-
ga la sombra! ¡ Vaya fuera la verdad , venga la ima-
ginacion! Tal es el grito del patriotismo y de la na-
cionalidad.
No es decir que no sea posible servir al interes
nacional sin peligro de la probidad y prudencia de un
modo mas perseverante é irreprensible que el interes
privado. Una adquisicion de territorio puede servir
al interes privado no al pueblo. Del mismo modo la
conquista , la colonizacion pueden servir á los inte-
reses de un pequeño número de gobernantes , pero
nunca á los de la masa de los gobernados.
Cosa estraña es que todas las desgracias producidas
por las influencias que acabamos de describir , des-
gracias tan formidables por su intensidad y duracion

y en escala tan vasta , sean miradas casi siempre con


la calma de la indiferencia ó con una fria admiracion;
y aun mucho mas estraño que esta calma , esta ad-
miracion se halle en los mismos hombres que no va-
cilarian en reclamar sobre actos y aun sobre pensa-
mientos que nada tienen de nocivo , las manifestacio-
nes del odio , los castigos de la opinion , y aun la

aplicacion de las leyes penales.


La sancion popular toma nombres bien diversos ;
por ejemplo describiendo un autor la fortaleza con
85

que los indios sufren los dolores de la tortura , dice:


« La constancia de las víctimas en este drama terrible,

demuestra el maravilloso poder de las instituciones ,


y una sed de gloria , que hace á estos hombres imitar
y aun sobrepujar á todo cuanto la filosofía y la reli-
gion pueden efectuar . »
La filosofía aquí de nada sirve , sino la fuerza de la
sancion popular aplicada de una manera especial. Es-
ta palabra debe significar el deseo de parecer filósofo
y adquirir ó conservar por semejante medio el respe-
to inherente á este carácter. No puede significar el ar-
te de calcular bien las penas y placeres , pues tal sen-
timiento no inspiraria esfuerzos de heroismo bajo el
peso de un dolor tenido quizá á la vez por transito-
rio é incapaz de alivio.
La sancion moral debe su mas alta eficacia á los
progresos de la inteligencia.
En un estado de barbarie los hombres son gober-
nados en todo por impresiones repentinas , en nada
por la reflexion. La esperiencia de los siglos prece-
dentes es perdida para los siglos que les siguen.
Entonces la sancion moral tiene bastante influencia

para inculcar la virtud del valor ; virtud de primera


necesidad y una de las primeras que se introducen en
el corazon del hombre. La verazidad , la integridad
siguen despues. La última que viene es la tolerancia .
De aquí se puede deducir la regla general siguien-
te : cuanto mas ilustrada es una nacion , tanto mayor
fuerza tiene la influencia de la sancion moral.

Los romanos tampoco forman escepcion de esta re-


gla. Dicen que la virtud caracterizó la infancia de es-
84

te pueblo , la depravacion su descenso ; y por eso en


la última de estas épocas era mas ilustrado que en la
primera.
Puédese responder desde luego que jamas se podrá
decir que la masa del pueblo romano haya sido ilus-
trada ni aun en la última época. La literatura era
abundante , pero poco estendida. Las obras eran nume-
rosas , pero no existia sino un pequeño número de
ejemplares.
En segundo lugar la depravacion que tanto nos cho-
ca en la decadencia del imperio romano , no era la
de los particulares ; sino de algunos hombres públicos
corrompidos por el abuso y mala direccion de la san-
cion política. La influencia de la sancion moral no
está dibujada en los retratos imperfectos y mutilados
de aquellos tiempos , que han llegado hasta nosotros .
Los ejemplos que nos han sido trasmitidos bastan
para probar que las pocas virtudes que existian en los
primeros dias de Roma , eran debidas mas bien á la
influencia de la sancion política que á la de la san-
cion moral. La sancion política estaba dirigida de mo-
do que produjese cierta porcion de virtud pública,
al tiempo que la virtud privada se veía reducida al
mas bajo precio : testigo de ello son los envenena-
mientos de que habla Tito Livio. Vemos asímismo
que la depravacion privada no fue notable , sino cuan-
do se elevó al punto de comprometer la existencia del
estado.

La sancion popular cuando está iluminada por el


principio deontológico , corrige las aberraciones del
juicio individual , poniendo al culpable fuera de la
85

region , en donde los intereses y las pasiones del juez


le harian tomar por base de su sentencia la vengan-
za y no la justicia. La venganza no podria ser mi-
rada como el fin del castigo ; porque si lo es , el

resentimiento de la persona ofendida debe ser la me-


dida , y no podria ser de otro modo. Mas el resenti-
miento de un hombre contra un acto perjudicial á la
sociedad , es casi siempre mas ó menos grande que el
mal ; raras vezes proporcionado : y no pocas será di-
rigido contra actos que no son perjudiciales. Difiere de
un hombre á otro , difiere tambien en el mismo hom-
bre ; y casos hai en que no puede fijarse regla ni pres-
cribirse medio alguno para establecer el nivel , sino
partiendo del principio de la utilidad,
Tal vez se impondrá mayor suma de castigo que
la necesaria para espantar á los culpables , de mane-
ra que una porcion de dicha se habrá resuelto en
pura pérdida . Otra vez el castigo impuesto será su-
ficiente para lograr este fin ; de manera que se habrá
impuesto el castigo , y no por eso dejará el mal de
continuar.

Aquellos á quienes se atribuye la dispensacion de


la sancion moral , se contentan con menos pruebas
que las que se tiene derecho á exigir de los que son
llamados á dispensar la sancion política. Los prime-
ros pueden con mayor facilidad alcanzar las pruebas
que la accion misma suministra. Para esplicar una
accion , reproducen todas las acciones de la vida de
un hombre examinan todos los testigos competen-
tes ó incompetentes ,
Seria de desear que cada uno llevase escrito su
86

nombre sobre la frente , como tambien grabado so-


bre su puerta ; que no existiesen eso que llaman se-
cretos , y que todas las casas fuesen de vidrio : bien
pronto seria conocido el corazon de cada uno. Las
acciones son una interpretacion bastante buena de los
sentimientos , cuando la observacion nos dá la clave.
Cuanto mas en público viven los hombres tanto
mas sujetos están al tribunal de la sancion moral.

Cuanto mas dependen del público , es decir , cuan-


to mayor igualdad hai entre ellos , tanto mayor evi-
dencia adquieren las pruebas , tanto mayor certeza
tienen. La libertad de imprenta pone á todos los
hombres delante del público. La libertad de impren-
ta es el mas poderoso sosten que posee la sancion mo-
ral. Colocados bajo una influencia como esta , seria es-
traño que los hombres no se hiciesen cada dia mas
virtuosos. Es cierto que se hacen , y que continuarán
en mejorarse hasta que la naturaleza haya llegado á
su perfeccion. ¿ઠં Pararán acaso en este viaje ? ¿ Volve-
rán atrás ? Esto seria lo mismo que preguntar si los
rios detendrán su curso , ó retrogradarán hácia su
orígen.
Solo una cosa podria suspender el movimiento de
mejoras , y esta cosa se halla fuera de la esfera de las
probabilidades.
Tal seria la sujecion repentina y universal de estas
influencias morales á una necesidad física.

Un reino , todo el globo se han hecho como una


vasta arena , donde cada uno se ejercita á vista de to-
dos. El menor gesto , la menor oscilacion del cuerpo
ó rostro , son espiados y notados en aquellos , cuyos
87
movimientos tienen una visible influencia en la dicha

general.
No habiendo sido descubierta sino gradualmente la
constitucion del espíritu humano , se ha reconocido el
laberinto , se ha encontrado el hilo libertador , á sa-
ber , la influencia del interes ; no aquel interes parcial
y vil que avasalla las almas sórdidas , sino aquel in-
teres de miras grandes y bienhechoras , que reina en
todos los espíritus ilustrados . Este hilo anda ya en
manos de todos. Cada dia se ven esplicar cifras y re-
velar misterios , con los cuales quisiera la iniquidad
cubrir sus necios proyectos. Dejemos pasar algun tiem-
po , y no habrá enigmas,
¿ Quién sabe tambien , si el que ha escrito estos
renglenes no habrá contribuido con sus humildes tra-
bajos á adelantar esta obra gloriosa , y si esta profe-
cía no habrá , como otras muchas , ocasionado hasta
cierto punto su propio cumplimiento ?
4º La sancion política ó legal . Esta tiene dos ra-
mas, judiciaria y administrativa. Como judiciaria, obra
principalmente por via de castigo , como administrati-
va por via de recompensa. Esta sancion llega á ser lei,
y se aplica á todos los actos , contra los cuales la legis-
lacion pronuncia penas , ó que juzga dignos de recom-
pensas públicas. En otros términos , la sancion polí-
tica se aplica á aquellos vicios , que siendo considera-
dos como delitos ó crímenes , entran en el dominio
de las disposiciones penales , y son en consecuencia co-
locadas bajo la accion de la autoridad oficial ; aplíca-
se igualmente á aquellas virtudes que se denuncian
al estado como dignas de que las recompense .
88
El escándalo es á la sancion moral , lo que el per- 1

jurio á la sancion política.


5º La sancion religiosa ó sobrehumana. Tiene dos
fuentes principales de influencia , las cuales , cuando
es posible aplicar á las acciones humanas , le confie-
ren necesariamente una gran suma de autoridad y po-
der; porque en primer lugar supone en el sér supre-
mo un conocimiento completo de los pecados que se
trata de reprimir ; en segundo lugar , atribuyéndole
el conocimiento de todas las circunstancias atenuantes
y agravantes , supónele instruido de la cantidad y ca-
lidad exacta de la criminalidad de cada acto. Por esto

todas las probabilidades de sustraerse á la observacion


ó castigo , probabilidades que disminuyen la eficacia
de todas las demas sanciones , se hallan desterradas
de la presente , que pone al culpable en la presencia
inmediata de un juez supremo , que lo ve todo , lo
conoce todo , y da á cada uno segun sus obras,
A los intérpretes de la religion toca tratar de las
penas y placeres , que une la religion á los actos de
abstinencia ó desarreglo que manda ó prohibe . El
oficio del deontólogo se reduce á inquirir hasta qué
punto logran estos medios el fin que se propone la
moral : si son ineficazes , á indagar las causas de esta
ineficacia , y aplicar el instrumento de que él mismo
dispone , á cultivar la porcion del dominio del pen-
samiento y de la accion , que la enseñanza religiosa ha
dejado sin cultivo. Y trabajando de este modo en ar-
monía con los intérpretes de la religion en servicio de
la virtud y en demanda de la dicha , hai derecho á es-
perar que el deontólogo será mirado , no como un
89

rival á quien se deba suplantar , sino como un coope→


rador digno de estimacion. Las influencias benéficas de
la sancion religiosa no pueden menos de fortificarse,
llamando en su ayuda todas las demas sanciones. Aun.
los mismos que no vacilarian en armarla de los mas
estensos poderes , han lamentado mas de una vez su
ineficacia. No seria pues capaz de hostilizar á amigos
ausiliares.

Si hai opiniones religiosas enemigas de la dicha del


hombre , esto es una prueba sin duda de que no tienen
la verdad por base. La verdadera religion no puede
tener por objeto cerrar las puertas de la dicha , y
abrir las de la desdicha .
Cuando un hombre es menos feliz de lo que pudie-
ra serlo , ¿ qué importa que sea esto el resultado de la
accion de otro , ó de sus propias opiniones ? Llevaria
pues en sí misma una evidencia de falsedad la reli-
gion que pusiese obstáculo á esta porcion de dicha de
un hombre , la cual dicha sin este obstáculo le hubie-

ra sido posible procurarse , haciéndose cómplice de


esta porcion de desdicha que puede imponerle otro.
la
Cuando la supersticion ( que no es otra cosa que
falsa direccion dada á la sancion religiosa ) no tuvie-
ra otro resultado funesto , que calificar de criminales,
actos indiferentes á la dicha de la sociedad , crear de-
litos nuevos y facticios , sembrar entre los hombres
nuevos gérmenes de division y amargura , cuando los
que existen ya por la naturaleza misma de las cosas

son ya tan numerosos ; cuando la supersticion , repi-


to , no tuviera otro mal que este , seria un mal in-
menso , y que bastaria para hacerla considerar como
90

el azote mas terrible que pudiera afligir á la desgra-


ciada humanidad. En efecto , ella debilita el horror
que deben inspirar los crímenes verdaderos , prodi-
gándolo á crímenes imaginarios : ella confunde la idea
del bien y del mal. Este es el motivo porque los hom-
bres , despues de haber descubierto el vacío de estas
denominaciones en su aplicacion á diversos objetos,
se hallan naturalmente dispuestos á creerlas igualmen-
te indiferentes en todas las aplicaciones.
Si no quedase aun en nuestros dias una tinta de su-
persticion , no hubiéramos visto publicar una obra
con este título : De los vicios privados , considerados
bajo el punto de vista de su utilidad pública.
¿ A qué deberémos atribuir la ineficacia de la san-
cion religiosa? Porque si su poder es tal como nos lo
representan ; debe ser el mas influyente de todos los
instrumentos , en cuanto lo infinito es mayor que lo
finito , y en cuanto las penas y gozes que promete , es-
ceden á todos los demas en permanencia é intensidad .
Y téngase bien entendido de ahora para siempre , que
no se trata aquí de suplantar su autoridad , sino de
suministrar fuerzas ausiliares , capazes de ayudar á su
influencia.

La sancion religiosa se fortificaria mucho mas por


la creencia de una providencia especial , creencia mil
vezes proclamada ; pero que no ejerze sino una débil
influencia sobre los mismos que la proclaman . Si esta
sancion existiera , si la intervencion constante de la
divinidad bastara para castigar y recompensar las ac-
ciones viciosas ó virtuosas , es evidente que toda le-
gislacion humana estaria de sobra y no vendria al ca-
91
so ; seria perniciosa cuando no inútil , inútil cuando
no perniciosa . La fe en una providencia especial ha-
ria la sancion religiosa siempre presente ; pero nin-
guno tiene bastante confianza en esta fe para abando-
nar la sociedad á sola su influencia .
Otra de las condiciones importantes de la eficacia
de un castigo , es la celeridad . Ninguno pone su ma-
no al fuego: ¿y por qué? Porque el sufrimiento sigue
inmediatamente á la accion,
Hai males que siguen á los actos destinados á pro-
ducirlos , casi con tanta certidumbre como la quema-
dura sigue á la accion de poner la mano al fuego , y
no obstante se cometen estos actos : ¿Por qué? Por-
que la consecuencia penal está lejana.
inter-
La dilacion da tiempo á los obstáculos para
venir ; toda diminucion pues de celeridad es necesa-
riamente seguida de una diminucion aparente de cer-
tidumbre. Y en el entretanto se tiene la posibilidad de
morir , lo cual pone al abrigo del castigo penal . Ade-
mas la compasion tiene tiempo de obrar para impedir
ó mitigar la pena ; y la compasion destruye una parte
de los efectos de esta última,
Nada hai mas distante y ajeno de la intencion y de
la
las convicciones del autor de esta obra , que negar
existencia de un sistema de recompensas y castigos ve-
nideros , cuyo objeto sea maximizar la dicha y po-
ner en claro los atributos de la benevolencia divina .
Aquí no se propone otra cosa , sino demostrar en cier-
tos casos particulares cuán en contradiccion están
ciertos principios con los verdaderos principios de la
mpatibles son con la produccion
moral ,, y cuán inco
92

produccion y aumento de esta dicha , que es el fin que


debe proponerse la moral.
La sancion religiosa está fundada , y no puede de-
jar de estarlo , en los atributos morales de la divini-
dad ; y estos atributos no pueden ser contrarios á la
dicha del hombre.
La justicia no es útil , sino en cuanto tiene á la be-
nevolencia por compañera ,

La justicia es uno de los medios destinados á cum-


plir el objeto que la benevolencia se propone ,
Si Dios es justo , es porque es benévolo,
Si no existe un sér benévolo que vele sobre nosotros,
debemos nosotros velar sobre nosotros mismos. Debe-

mos , cuanto es de nuestra parte , crear nuestra propía


dicha. ¿ Qué otro recurso nos queda ?
Si un sér supremo vela sobre nosotros , y no es be-
névolo , en el hecho de no serlo , tampoco es justo ; es
inútil en consecuencia que inquiramos lo que le pla-
ce ó desplace , como tambien los medios de agradarle
nuestra sabiduría debe consistir en agradarnos á nos-
otros mismos.

Si existe un sér benévolo que vela sobre nosotros,


que castiga y recompensa de una manera conforme á

su bondad ; no podrémos desagradarle , procurando


en cuanto es de nuestra parte hacernos dichosos ; pues,'
ó entendemos por benevolencia la disposicion á con-
tribuir á la dicha del hombre , ó nada significa esta
palabra ; y el amor y respeto que profesamos á Dios,
es en razon de la conviccion que tenemos de su bene-
volencia.

Vamos á ensayar el manifestar con un ejemplo el


95

modo con que obran las diversas sanciones sobre la


conducta de los hombres.
Timoteo y Walter son dos aprendizes. El primero
es imprudente y atolondrado , el segundo prudente y
sabio. El primero se abandona al vicio y embria-

guez , el segundo se abstiene . Veamos ahora las con-


secuencias.

Sancion física. Un dolor de cabeza castiga á Ti-


moteo de cada uno de sus nuevos escesos. Para curarse

se echa en cama hasta el dia siguiente ; su constitu-


cion se enerva por esta interrupcion , y cuando vuel-
ve al trabajo , su tarea ha cesado de serle un manan-
tial de satisfaccion.
El sabio Walter ha rehusado acompañarle en sus
orgias. Su salud, naturalmente delicada, se ha fortifi-
cado con la templanza . Á medida que se aumentan
sus fuerzas físicas , halla mas sabor en los gozes que
disfruta. De noche su sueño es tranquilo : por la ma-
ña cuando despierta , es feliz , y se complace en su
trabajo.
2a Sancion social . Timoteo tiene una hermana que
toma un vivo interes en su dicha. Esta primeramente
le reprende , luego le desprecia , por fin le abandona.
Fué para él esta hermana una fuente de dicha. La
pierde.
Walter tiene un hermano , que al principio no le
mostraba sino indiferencia ; ahora ya empieza á inte-
resarse en su bienestar. Este interes se aumenta de
dia en dia. En fin , pasa á visitarlo frecuentemente ,
llega á ser para él mas que amigo , y le hace mil ser-
vicios que ningun otro pudiera hacerle.
94

3ª Sancion popular. Timoteo era miembro de una 1


sociedad rica y respetable. Cierto dia se presenta en
ella en estado de embriaguez , insulta al secretario y
es espelido por voto unánime.
La conducta regular de Walter habia llamado la
atencion de su amo , el cual dijo en cierta ocasion á su
banquero : Este jóven ha nacido para cosas mas ele-
vadas. El banquero lo tiene presente , y en la pri-
mera ocasion lo emplea en su casa. Sus adelantos son
rápidos ; su posicion se hace cada vez mas brillante,
y hombres ricos é influyentes le consultan sobre nego-
cios de la mas alta importancia.
4a Sancion legal. Timoteo sale precipitadamente
del club de donde acaba de ser ignominiosamente es-
pelido . En la calle insulta á uno de los que pasan , y
sin dinero ni recursos , huye al campo . No conocien-
do ya freno ni respeto detiene y roba al primer via-
jero que encuentra . Préndenle , le juzgan , y es conde-
nado á deportacion.
Walter se ha hecho el objeto unánime de la apro-
bacion de sus conciudadanos . Su voto le eleva á las
funciones de la magistratura electiva ; y él mismo pre-
side al juicio de su camarada Timoteo , á quien no
puede reconocer : ¡ tanto le han desfigurado los años
y la miseria!

5ª Sancion religiosa. Preso y á bordo del buque


que lo trasporta á Botany-Bay , el espíritu de Timo-
teo está aterrado y afligido por el temor de las penas
de una vida futura. Un Dios vengador é irritado está
constantemente presente á su pensamiento, y el espanto
que le infunde la divinidad , llena sus dias de amargura.
95

En cuanto á Walter la contemplacion de una vida


futura no le comunica sino sentimientos de satisfac-
cion y de paz. Complácese en recordar los atributos
bienhechores de la divinidad , y tiene siempre delante
la conviccion de que esta vida futura no puede me-
nos de ser feliz para el hombre virtuoso . Grande ha
sido en efecto la suma de placer que le ha valido su
existencia , y grande la suma de dicha que ha comu-
nicado á sus semejantes.
96

VIII .

DE LAS CAUSAS DE LA INMORALIDAD . a

En el capítulo precedente hemos echado una ojeada


sobre las causas de la inmoralidad . Pueden compren-
derse en las siguientes divisiones : falsos principios en
moral ; aplicacion errónea de la religion ; preferencia
dada al interes personal sobre el interes social ; en
fin , preferencia dada á un placer menor , pero pre-
sente , sobre otro placer mayor , pero lejano.
Los falsos principios en moral pueden comprender-
se en una ú otra de estas dos divisiones , el ascetismo y
el sentimentalismo , los cuales exigen el sacrificio de
placer sin utilidad , y que no tenga á la vista otro
placer mayor. El ascetismo aun va mas lejos que el
sentimentalismo , é impone una pena inútil. Ambos
rehusan producir razones , y obran cuanto es posible
sobre las afecciones : el ascetismo generalmente sobre
las antipatías por el miedo y terror ; el sentimentalis-
mo sobre las simpatías . Ambos tienden á presentar
las reglas de moral como inútiles ; y á confirmar á los
97

hombres en la idea de que la moral perversa es pa-


ra la práctica , y la buena para la plataforma y pa-
ra servir de testo al discurso . Ambos huyen de la
aplicacion del criterio de la moralidad , y donde su
ejercicio se halla en el mas alto punto , la moralidad
está en el grado ínfimo : entonces el ascetismo se liga
estrechamente con la misantropía , y el sentimentalis-
mo con la impotencia. La falsa moral no puede cul-
tivarse sino á espensas de la verdadera .
Del principio ascético ó de la antipatía nace el de-
seo de castigar por venganza , y de hacer servir el
castigo de instrumento á la aversion. Los hombres

castigan porque aborrecen ; y se imaginan que la lei


misma no es otra cosa que el ministro de las vengan-
zas de la lei. Cuanto su odio es mas intenso , tanto
mas dispuestos se hallan á hacer riguroso el castigo
destinado á los que son el objeto. Se les dice que han
de aborrecer el crímen , y háceseles un mérito de ello.
Castigar el crímen es tal vez mas mérito que nece-
sidad. Los hombres deben odiarlo y castigarlo , y
véase por qué aborrecen lo que desean castigar. Por-
que¿cómo castigarian si no aborreciesen ? Cuanto mas
dispuestos están á aborrecer , tanto mas lo están á
castigar. ¿ Qué hai que admirarse ? Parece que de
ello ningun mal debe resultar. Aun mas , muchas ve-
zes no resulta mal , porque tambien es cierto que en
muchos casos las causas de odio y la necesidad de cas-
tigar , las causas que producen el odio y los motivos
que hacen necesario el castigo , crecen simultánea-
mente.
Si en ciertos casos la cantidad de castigo es mas de
TOM. I. 7
98

la necesaria , si la pena sobrepuja á la proporcion del


acto que está destinada á reprimir ; es porque ó hai
demasiado castigo donde debia ser menor la cantidad,
ó
ό que lo hai en cierta proporcion donde no debia ha-
berlo absolutamente. Cuando un hombre ejecuta un
acto que yo detesto , ¿ qué inconveniente hai en que
sufra ? ¿ Qué mal hai en hacer sufrir al hombre que
detesto? Si el hombre á quien odio ha merecido su
pena , ¿ qué importa que cuando sufre sea poco mas
ó menos ? Así discurre la multitud.

‫ نے‬Cómo castigarian sino aborreciesen ? ¿ Qué otra


guia podrian tomar sino su odio ? Es la guia mas se-
gura á lo menos en el caso particular á que se aplica,
bien que sus decisiones estén sujetas á variar de un
caso á otro. ¿ Qué guia mas segura ? Para saber si de-
testan una accion , para saber cuál de dos acciones
detestan , ¿ qué harán sino consultar sus propios sen-
timientos ?

¿Qué criterio adoptarán ? Este ó ninguno. Porque


si esceptuamos algunas frases caidas de aquí y de allá
como á la ventura ; hasta ahora no se ha presentado
alguno. Ora se ha visto uno , ora otro ; pero aun es-
tos mismos no han sido examinados en la piedra de
toque de la utilidad ; no se adaptan sólidamente á
ella. Hasta aquí nadie ha ensayado marcarles los lí-
mites respectivos y componer un todo homogéneo .
¿Y nos admirarémos despues que la ignorancia del
solo verdadero criterio del bien y del mal produzca
la inmoralidad ? ¿Nos admirarémos que los hombres,
esclavos de sus preocupaciones y pasiones , la tomen
por regla de su conducta? Es mui natural que mien-
99

tras por un lado la antipatía impone castigos injus-


tos , la simpatía evite al culpable la merecida censura.
Esta tendencia á hacer de nuestras antipatías y
predilecciones la regla de la moral , se fortifica fácil-
mente apartándose de la regla que prescribe la utili-
dad. De aquí proviene que los que temen la luz que
proyectan sus rayos sobre las acciones humanas , no
dejan de enviar á sus discípulos en demanda de este
ente de razon insaciable , fugitivo , á quien llaman mo-
tivo ; abstraccion tenebrosa , inaccesible , y que si pu-
diera cogerse y presentarse á la luz del dia , no pu-
diera servir para cosa alguna.
La investigacion de los motivos es una de las cau-
sas que mas contribuyen á estraviar á los hombres en
el exámen de las cuestiones de moral. Fundan esta in-
vestigacion en una nocion vaga , que está mas bien en
el origen de la accion que en la accion misma ; que
se halla ser la cantidad y calidad verdadera del vicio
y de la virtud. Pero todo el tiempo empleado en se-
mejante investigacion es tiempo perdido. Todos los
motivos son buenos , si hablamos en abstracto. Todos
tienen por objeto buscar el placer y evitar la pena.
Los hombres ni tienen , ni pueden , ni podrán jamas
tener otros. El motivo que no produce acto alguno,
es inmaterial y puramente especulativo : no ofrece
materia de elogio ni de vituperio. Pero cualesquiera
que sean los motivos ( y siempre serán idénticos , á
saber , buscar el placer y alejar la pena ) , no son es-
tos los que el moralista es llamado á juzgar ; la con-
ducta sola es á quien él se dirije , la conducta , cuan-
do sus consecuencias tocan en las rejiones del sufri-
100
miento y del goze ; fuera de aquí su intervencion
seria despotismo.
..Despues de la aplicacion errónea de los falsos prin-
cipios de moral , debe colocarse entre las causas de
la inmoralidad la falsa aplicacion de la religion. Se
reconocerá esta falsa aplicacion , siempre que se vean
sus sanciones aplicadas á la diminucion de la suma
de placer ó á la produccion de una suma de pena.
No puede haber prueba mas robusta de la verdad ó
falsedad de una religion , que la medida con la que es
favorable ó enemiga de la dicha de los hombres . Com-
prender la religion es comprender la voluntad de Dios.
Entre los atributos de Dios se cuenta la benevolencia ,
no imperfecta ni limitada , sino infinita. Ni puede
ser benévolo sino en proporcion de la cantidad de di-
cha que quiere ver gozar á los hombres sujetos á su
poder. ¿ Y si esta dicha no es una palabra vana , de

qué debe componerse sino de placer? Cualquiera que


este sea , suprimirlo sin reemplazarlo con un placer
mayor , ó contrabalanze arlo con una pena mas que
equivalente , no seria ciertamente acto de benevolen-
cia. Decir de un sér que es benévolo , y representarlo
produciendo ó queriendo producir una suma de mal,
es emplear términos contradictorios ; porque no hai
fraseología capaz de mudar la naturaleza de las cosas.
Ni la naturaleza , ni acciones , ni personas se cam-
bian , porque se empleen términos que los designen
falsamente. Llamad beso á una puñalada , no por eso
hareis de ella un acto afectuoso.
Establecer distincion entre los atributos de Dios

y los del hombre , decir que la benevolencia de Dios,


101

aunque diferente de la del hombre , no deja de ser


benevolencia , es burlarse. ¿ De dónde ha tomado su
significacion la palabra benevolencia , sino de su apli-
cacion á la conducta y á los sentimientos de la hu-
manidad ? Sea como fuere su efecto , siempre es el
mismo ; él siempre es él , cualquiera que sea el au-
tor ó la causa. Imputar á Dios bajo el nombre de
benevolencia lo que en el hombre no lo seria , no
es sino fraude en aquel , á quien no ciegan la cruel-

dad ó las preocupaciones. Es vender una serpiente
por un pez. ¿ Acaso un escorpion será inofensivo , por-
que se le llame gusano de seda ?
Lo que es verdad en un atributo no puede , menos
de ser verdadero en otro. ¿ Cualquier otro sér que el
hombre puede ser justo de otro modo que lo es el
hombre? Lo mismo decimos de la ciencia , verazidad
y poder. ¿ De dónde ha provenido la idea de justicia,
idea á la cual se debió la invencion de esta palabra,
sino de la observacion de la conducta y sentimientos
de los hombres ?
No es nuestro objeto examinar aquí esta porcion
del dominio del pensamiento que ocupa la religion,
en cuanto se considera separada de la moral. La mo-
ral no la religion forma el asunto de esta obra. La
discusion religiosa seria aquí superflua y fuera de
tiempo,
La obligacion de los gobiernos es en gran parte im-
pedir como causa de inmoralidad , que el interes pri-
vado prevalezca sobre el interes social. Una sabia le-
gislacion debe dirigirse á formar un interes único , y
á poner de acuerdo las sanciones popular y política.
102

Esta armonía se fortifica por toda lei buena , y se


debilita por toda lei mala. Por ejemplo , una penali-
dad legal unida al cumplimiento de un acto , en el
que el interes de un hombre camina de acuerdo con
el interes público , como cuando se prohibe la circu-
lacion de lo que es instrumento de goze , ú objeto de
un deseo legítimo ; semejante penalidad no solo pro-
duce la inmoralidad , no solo ofrece una prima á la
inmoralidad , sino que tambien destruye el poder de
la sancion política separándola del interes popular .
Sin embargo esto pertenece mas bien á la Deontolo-
gía pública que á la particular , y esta última es la
que nos ocupa únicamente en la presente obra.
No es inútil sin embargo notar que semejante opo-
sicion entre el interes público é intereses funestos, que
la legislacion proteje con demasiada frecuencia , pro-
duce muchísimas vezes la miseria y la inmoralidad
en un grado y estension verdaderamente espantosos.
En muchos paises resulta frecuentemente de los re-
glamentos fiscales y de los monopolios establecidos
por la lei , que el violador de la letra de la lei pue-
de ser considerado como un bienhechor público. Hai
casos en que la sancion popular es herida por la san-,

cion política , y la sancion popular en consecuencia


toma bajo su proteccion actos , que la sancion política
considera como delitos , ó crímenes dignos de penas
mas o menos severas. La victoria obtenida sobre el

despotismo por el gran número contra el pequeño ó


contra uno solo , es la victoria de la sancion popu-
lar sobre la sancion política. Cada paso que dan los
gobernados en el camino de la perfeccion social con-
103
tra la voluntad de los gobernantes , constituye un
triunfo de la misma especie. En una palabra , lo que

constituye un buen gobierno es la armonía estable-


cida entre la legislacion y la opinion ilustrada. Pero
esta materia es demasiado vasta para discutida en es-
te lugar.
La última causa de inmoralidad de que nos que-

da que hablar , es la disposicion que hace prefiera uno


un bien menor aunque presente á otro mayor pero
lejano; que evite un mal menor al presente con pe-
ligro ó certidumbre de un mal mayor en lo porvenir.
Este asunto exige una atencion particular.
Es fuerza atribuir el orígen de este error á una edu-
cacion defectuosa bajo el punto de vista intelectual y
moral. Puédese definir el vicio un cálculo falso de las
probabilidades , una estimacion errónea del valor de
las penas y placeres. Es una aritmética moral equi-
vocada, y tenemos el consuelo de saber que por la
aplicacion de un justo criterio , pocas cuestiones mo-
rales hai que no puedan resolverse con una exactitud
y precision , que se aproxime mucho al rigor de una
demostracion matemática.
104

IX.

ANÁLISIS DE CIERTAS LOCUCIONES POR EL PRINCIPIO


DEONTOLÓGICO.

HAI términos empleados frecuentemente por el le-


gislador y el moralista que parece reclaman alguna es-
plicacion. Cuando están subordinados al principio
deontológico , el principal inconveniente que resulta
de su empleo , es que se podrian hallar espresiones
mas perfectas y convenientes ; de manera que es una
pérdida inútil de palabras y un rodeo que se hace
para llegar á la verdad. No obstante algunos de es-
tos términos han tomado tan completa posesion del
dominio de la espresion ordinaria , que seria casi útil
empeñarse en desalojarlos . En verdad la imperfeccion
general del lenguaje es uno de los mas grandes obs-
táculos á los progresos de la filosofía. No se encuen-
tran sino con mucha dificultad términos convenientes
para espresar ideas justas. El lenguaje se queda mui
atras de la ciencia , y no pocas vezes la niega su ayu-
da. Las inovaciones introducidas por la filosofía en el
lenguaje son lentas y difíciles. La filología no se acri-
105
mina el rehusar el socorro de las otras ciencias. Ella
se envanece con su pobreza , y esto es tanto mas sensi-
ble cuanto que todas las lenguas han nacido en una
época en que la cultura moral é intelectual aun esta-
ban en su cuna. Tiempo vendrá y debemos esperarlo,
en que la moral lo mismo que la química creará su
propio vocabulario.
No hai cosa mas fatal que el empleo erróneo ó mas
bien el abuso del lenguaje. Sucede frecuentemente que
una misma fraseología sirve para espresar las cualida-
des mas opuestas. Si la inocencia tuviese un lenguaje
que le fuera peculiar , solo lo conservaria un momen-
to. En el siguiente el vicio se lo habria usurpado .
La palabra principio se emplea frecuentemente pa-
ra espresar las cualidades morales. Se dice un hom-

bre de principios , un hombre sin principios , un hom-


bre de malos principios. ¿ Qué se entiende por esto?
¿ En qué se funda la estimacion que se hace de un
hombre , que tiene la reputacion de obrar por prin-
cipios ? Es que se supone que se ha trazado ciertas
reglas de conducta , conforme á las cuales obra cons-
tantemente. Esto seria bueno , si tales reglas de con-
ducta fuesen buenas, si tuviesen por objeto y fin el
bienestar general.

Pero supongámoslas malas y que no tienen por ob-


jeto el bienestar general ; sin duda este hombre no
merece nuestra aprobacion. Dícese que un hombre
obra por principios cuando sigue con perseverancia
una línea de conducta que le es propia , sin que le
desvien de su camino atracciones cualesquiera ; estas

atracciones son tentaciones presentadas bajo la forma


106

de placeres , que se han de quitar inmediatamente , ó


de penas que se van á evitar ; y nadie duda que puede
resistir á estas atracciones en proporcion á la fuerza
que tenga de renunciar á estos placeres ó sufrir estas
penas. Mas si el efecto de su resistencia es disminuir
la suma de dicha , si sus reglas de conducta no son
conformes á las prescripciones de la utilidad ; sus
ό por mejor decir su obstinacion serán in-
principios ó
útiles ó perjudiciales en razon de su distancia de la
lei deontológica. Solo formando contraste con el hom-
bre sin principios , es como el hombre de principios
obtiene la aprobacion . El hombre sin principios es el
que sin reparar las consecuencias , deja el cuidado de
dirigir su conducta á los impulsos del placer presente
ó al temor de la pena actual ; mientras que el hom-
bre de malos principios es aquel que se ha hecho una
lei de no tomar jamas en consideracion el bien ajeno;
como por ejemplo cuando se decide á hacer mal á
todo hombre cuya opinion en ciertas materias difiere
de la suya. En tal caso cuantos no le imitan en la
observancia de esta regla que se ha forjado , convie-
nen en darle el título de hombre de malos princi-
pios ; pero es posible que semejante hombre sea me-
nos peligroso que el hombre sin principios. El uno
no admitirá otras reglas de conducta sino las subor-
dinadas al fin que se propone , pues no tiene princi-
pios que se lo impidan ; el otro puede tener algun
buen principio , cuya operacion corrija ó contra-
balancee los malos. Puede tambien suceder que el
mal principio permanezca inerte por falta de escita-
cion ó de ocasion de ejercerse , mientras que el hom-
107

bre sin principios está abierto á todas las impresiones.


El derecho en general , es el reconocimiento que,
hace la lei de algun título reclamado por uno ó mu-
chos individuos ; es una cosa para cuya ejecucion el
poder legal presta el apoyo de su sancion. Es mui po-
co lo que se entra en el dominio deontológico , cuya
ocupacion principal es repartir convenientemente las
obligaciones. La Deontología se esfuerza en dar á la
obligacion la eficacia de la accion ; y cuando diferen-
tes obligaciones se contradicen , determina cuál debe
preponderar, Verdad es que á la sancion legal va
aneja la obligacion en la forma mas perfecta , obli-
gacion coexistente con el derecho; pero tal vez suce -
de que la obligacion producida por la sancion legal :
es destruida por la sancion deontológica , como por
ejemplo en el caso en que la infraccion de una lei
produjese mayor bien que su observancia,
Las reclamaciones de derechos pueden colocarse al-
guna vez entre las fuentes mas estensivamente funes-
tas de la accion ; así es como el derecho de mandar ha
sido la base de crímenes y desgracias sin fin , y ser-
vido de pretesto al robo y asesinato en la escala mas
vasta. Puede revestir la codicia el carácter mas cul-
pable y horrible , y no obstante hombres como el
príncipe de Condé la han mirado como propia para
servir de ejemplo y sancion á todas las iniquidades .
Este derecho abandonado á sí mismo , desencadena-

do por el mundo , sin que le retenga en sus límites


naturales el poder deontológico , es una de las preten-
siones mas funestas al género humano . En política
sirve de base al despotismo con todos sus horrores,
108

en religion á la persecucion , en el dominio popular


á la injusticia , bajo el techo doméstico á la tiranía
paternal y conyugal. Pero si está subordinado á la

utilidad , nada hai ya que objetar ni contra la pala-


bra ni contra la cosa. Todo lo útil es de derecho;
el derecho resulta de la aplicacion del principio de
la maximizacion de la dicha. No hai argumento ca-
paz de destruir semejante derecho. Pero no se debe
presuponer en un caso dado. Pesad las penas , pesad
los placeres ; y segun que los platos de la balanza se
inclinen de uno ú otro lado , se deberá decidir la cues-
tion del derecho y de lo que no lo tiene.
La conciencia es una cosa ficticia , cuyo asiento se
supone está en el alma. Una persona de conciencia es
la que habiéndose prescrito cierta regla de conducta,
se conforma con ella exactamente . En el lenguaje or-
dinario , se entiende que esta regla de conducta es la
buena ; pero no se puede calificar de virtuosa una
conviccion , sino en cuanto esta regla es conforme con
los principios de utilidad. Cuantas vezes toma esta
conviccion una direccion opuesta al bienestar general,
es dañosa en proporcion de la influencia que ejerce .
Se entiende alguna vez por buena ó mala conciencia
aquel tribunal interior , al cual un hombre somete el
mérito de sus acciones y la recompensa ó el castigo

que va anejo á ellas, Buena conciencia es la opinion


favorable que concibe un hombre de su propia conduc-
ta; mala conciencia es el juicio desfavorable que forma
sobre sí mismo. Pero el valor de este juicio debe depen-
der enteramente de su conformidad ó mas bien de su
aplicacion al principio de la maximizacion de la dicha .
109

X.

DEFINICION DE LA Virtud.

LA virtud es el gefe de una familia inmensa , cu-


yos miembros son las virtudes. Ella representa á la
imaginacion una madre , á quien sigue numerosa pos-
teridad. Siendo el latin la fuente de donde se deriva es-

ta palabra , y siendo la misma del género femenino , la


imágen que naturalmente se ofrece al espíritu , es la
de una madre rodeada de sus hijos. Una apelacion en-
vuelve la idea de una existencia ; mas la virtud es un
ente de razon , una entidad ficticia ( 1 ) nacida de la

1 Cómo dirá alguno. ¡ Negar la existencia de la virtud!


¡Con qué la virtud no es inas que una palabra vana ! ¡ La virtud
no es nada ! ¡ Qué blasfèmia ! ¡ Qué concepto debe haber formado
este hombre de la naturaleza humana ! ¡ Qué bien , qué instruc-
cion útil sacarémos de aquí sino de la especie mas perniciosa!
Si la virtud es un ente imaginario , debe suceder lo inismo con
el vicio ; así ambos se pondrán en un mismo nivel , ambos como
partos de la imaginacion y objetos de indiferencia. Así es como
una nueva fórmula es frecuentemente tratada , vituperada y
110

imperfeccion del lenguaje , del lenguaje creado antes


que se estudiasen y comprendiesen los fenómenos del
alma.

Esta palabra virtud no es susceptible de lo que co-


munmente se entiende por definicion , la cual debe
siempre referirse á alguna apelacion genérica que la
comprenda . No obstante puede esplicarse por medio
de sus derivados , y estas palabras : accion virtuosa,
hábito virtuoso , disposicion virtuosa , ofrecen al es-
píritu una idea bastante determinada.
Cuando un hombre dice de un acto que es vir-
tuoso , quiere únicamente manifestar su opinion de
que este acto merece su aprobacion ; y entonces en-
tra la cuestion. ¿ Sobre qué base está fundada esta
opinion?
Poniendo atencion en ello , nos convencerémos que
esta base difiere y varia de un lugar á otro , de mo-
do que seria mui difícil dar una respuesta satisfacto-
ria. Si las respuestas son exactas , diferirán entre sí;
y para reunirlas todas , tan complicadas é innumera-
bles como son , seria preciso entrar en investigacio-
nes sin fin en el dominio de la geografía é historia.
Así es que , cuando se pregunta , por qué es virtuo-

desechada ; pero el espíritu no puede formarse idea alguna clara


y positiva , sino separando lo real de lo ficticio. La ficcion es un
instrumento , que el estado imperfecto del lenguaje obliga á em-
plear , para espresar realidades. Las acciones virtuosas , las in-
clinaciones virtuosas son cosas existentes , y para todas las nece-
sidades prácticas el resultado es el mismo. Dos personas pueden
emplear una fraseología bien diferente , y querer decir una mis-
ma cosa.
111

so un acto , ó qué es lo que constituye la virtud de


un acto , la única respuesta á tan importante cues-
tion , será , si se examina bien : Este acto es virtuoso,
porque yo pienso que lo es , y su virtud consiste en
tener á su favor mi buena opinion.
Aquí entramos ya en un nuevo terreno. La apro-
bacion será determinada por la tendencia de una ac-
cion á acrecentar la dicha ; la reprobacion , por la
tendencia de una accion á disminuirla.

Veamos cómo dar á este principio todos sus desar-


rollos . Cuantas vezes hayá una porcion de dicha , por
pequeña que sea , sin mezcla alguna de mal , no ha-
brá lugar á aprobación , aunque tampoco haya ne-
cesariamente evidencia de virtud. La virtud supone
un esfuerzo , la conquista de un obstáculo , que tenga
una suma de dicha por resultado. Puede haber , y
hai en efecto en el mundo mucho bien , que no es re-
sultado de virtud alguna. Pero no hai virtud , donde
no hai un escedente definitivo de dicha.
Siendo el carácter de la virtud la aptitud para pro-

ducir la dicha , y componiéndose toda dicha de la


nuestra y de la ajena , la produccion de nuestra di-
cha es propia de la prudencia , la de la ajena , de la
benevolencia efectiva. El árbol de la virtud está di-

vidido en dos grandes troncos , de los cuales nacen


todas sus demas ramas .

Desde el tiempo de Aristóteles tienen el nombre


de cardinales cuatro virtudes , la prudencia , la for-
taleza , la templanza y la justicia , de la palabra la-
tina cardo que significa quicio ; pues sobre ellas se
apoyan las demas virtudes como las puertas sobre
112

sus quicios. ¿ Pero sucede así en ' realidad ? No por


cierto. Olvidaron añadir á esta lista la benevolencia,
la benevolencia efectiva , y en su lugar solo vemos la
justicia , que no es sino parte de la benevolencia bajo
diferente denominacion.

En esta lista vemos tres virtudes , que no se refieren


sino al hombre virtuoso , y para lo restante del gé-
nero humano no queda sino una virtud , la cual no
es en sí misma , sino una pequeñísima fraccion de
virtud.
Sea como fuere , pronto nos convencerémos de que
solo por referencia á las penas y placeres , puede apli-
carse una idea clara á las palabras de virtud y vicio.
Por familiares que sean á nuestros oidos tales deno-
minaciones , todo lo que en su significación no pueda
ponerse bajo la lei de su relacion con la dicha y des-
dicha , continuará y debe continuar quedando indeci-
so y confuso.
Un acto pues no puede calificarse de vicioso ó vir-
tuoso , sino en cuanto produce dicha ó desdicha. La
virtud y el vicio son cualidades inútiles , á menos que
no sean estimadas por su influencia en la creacion del
placer y pena; son entidades fingidas , de las cuales se
habla como de cosas reales , á fin de hacer el lengua-
je inteligible ; y sin esta especie de ficciones , no ha-
bria modo de seguir una discusion sobre tales ma-
1
terias. La aplicacion del principio deontológico sola-
mente podrá ponernos en estado de descubrir si el

empleo de estas locuciones comunica impresiones en-


gañosas , y despues de un profundo exámen , se halla-
rá que la virtud y el vicio no son otra cosa , ( segun
113

hemos sentado ) que las representaciones de dos cua-


lidades , á saber ; la prudencia y la benevolencia efec-
tiva y sus contrarios , con las diferentes modificacio-
nes que de allí proceden , y tienen relacion primero
con nosotros , luego con todo lo que no es nosotros.
Porque si el efecto de la virtud fuese impedir ó
destruir mas placer del que produce , ó producir mas
mal del que impide , los nombres de perversidad y
locura serian los únicos que le conviniesen : perver-
sidad , en cuanto afectase á otro ; locura , con respec-
to al que la practicase. Del mismo modo si la influen-

cia del vicio fuera producir el placer y disminuir la


pena , seria digno de llamarse beneficencia y sabiduría.
La virtud es la preferencia dada á un bien mayor
comparado con otro menor ; pero está destinada á
ejercerse cuando el bien menor se agranda por su
proximidad , y el mayor se disminuye por la distan-
cia. En la parte personal del dominio de la conducta
es la virtud el sacrificio de la inclinacion presente á
una recompensa personal distante. En la parte social
es el sacrificio que un hombre hace de su propio pla-
cer , á fin de obtener , sirviendo al interes ajeno , ma-
yor suma de placer para sí mismo. El sacrificio es ó
positivo ó negativo : positivo cuando se renuncia á un
placer ; negativo cuando se somete á una pena. Los
términos sacrificio ó abnegacion son convenientes ,
cuando consiste la virtud en abstenerse de un goze;

pero no son tan bien apropiados , cuando el bien sa-


crificado es de una especie negativa , y la virtud con-
siste en someterse á un sufrimiento. Pero será eviden-

te que aunque la idea de virtud puede alguna vez


TOM. I. 8
114

comprenderse en la idea de sacrificio y abnegacion,


sin embargo estas palabras no son sinónimas de vir-
tud , ni están necesariamente comprendidas en su
idea. No hai duda que en muchos casos el valor es
indispensable á la virtud ; pero el valor , en cuanto
consiste en esponerse á la pena , v. gr. á la pena fí-
sica , " no acompañada de peligro de vida , no puede
convenientemente llamarse sacrificio : igualmente no
se puede decir que haya abnegacion cuando no hai
renuncia de una cosa que se pudiera obtener.
La virtud no solamente tiene que combatir la in-
clinacion individual ; tiene que luchar á vezes contra
la inclinacion natural de la especie humana , y solo
cuando triunfa de entrambas es cuando se eleva á su

mas alto grado de perfeccion. Proporcionalmente al


poder que adquirió un hombre de dominar sus de-
seos , la resistencia á su impulsion se hace cada vez
menos difícil , hasta que finalmente en ciertas cons-
tituciones toda dificultad se desvanece. Por ejemplo
en su juventud puede un hombre haber contraido afi-
cion al vino , ó á determinados alimentos. Si halla
que estas cosas no convienen á su temperamento , la

incomodidad que acompaña á la satisfaccion de su


apetito se va repitiendo tanto poco á poco, y presén-
tase tan constantemente á su memoria , que la anti-
cipacion de una pena futura cierta adquiere fuerza
bastante para hacerle superar la impresion del placer
presente. La idea de un sufrimiento mayor aunque
-
distante , ha borrado la de un goze mayor aunque ac
tual ; y así es como por el poder de asociacion , algu-
nas cosas que al pronto eran objetos de deseos , se
115
hacen objetos de aversion ; y por otra parte cosas que
antes eran objetos de aversion , como por ejemplo los
medicamentos , se hacen objetos de deseo. En el ejem-
plo arriba citado , no estando el placer en la posesion
del individuo , no pudo por consiguiente ser sacrifi-

cado , pues no existia. Tampoco habia abnegacion,


porque como no existia ya el deseo que pedia ser sa-
tisfecho en otro tiempo , tampoco habia necesidad , á
la cual pudiera oponerse la abnegacion. Cuando las
cosas llegan á este término , la virtud lejos de haber
desaparecido , ha llegado por el contrario á su mas al-
to grado de escelencia y brilla en su mas puro res-
plandor. En verdad seria bien defectuosa la defini-
cion de la virtud , que no admitiese dentro de sus lí-
mites lo que constituye su perfeccion.
El esfuerzo es sin disputa una de las condiciones
necesarias á la virtud ; pero cuando se trata de pru-
dencia, en el entendimiento es donde reside este esfuer-
zo. Por lo tocante á la benevolencia efectiva , reside
principalmente en la voluntad y en las afecciones.
Yendo de viaje , me encuentro con un enemigo.
Trata de herirme con un palo ; hurto el cuerpo y evi-

to el golpe. Hai en esto utilidad , instinto de conser-


vacion ; pero no prudencia. Sé que un enemigo me
aguarda en cierto paraje , me abstengo de tomar el
camino que conduce allá , y voi á mi destino , hacien-
do un rodeo. Hai en esto utilidad producida por el
instinto de la conservacion ; pero tambien hai ejer-
cicio del entendimiento , y puede haber tambien em-
pleo de la prudencia .
Lo mismo sucede cuando el efecto reside en la vo-
116

luntad. Compro en el horno un pan para mi comi-


da en esto hai doble utilidad ; utilidad para mí en
el interes de mi existencia , utilidad para el hornero
en el beneficio que le resulta de la venta de su pan.
Preséntaseme un hambriento pordiosero. Él tiene
mas necesidad que yo de este pan ; dóiselo y pierdo mi
comida. En esto hai utilidad , pero tambien hai vir-
tud, porque someterse á una pena , es decir al ham-
bre , pedia un esfuerzo y este lo he hecho yo.
*
Pero aunque el carácter de la virtud sea la utili-
dad , ó de otro modo , la produccion de la dicha;
siendo la virtud , como vimos , aquello que es bené-
fico á la sociedad , y el vicio lo que le es dañoso , no
hai sin embargo identidad entre la utilidad y la vir-
tud , porque hai muchas acciones benéficas que no
tienen el carácter de virtud : la virtud pide un esfuer-
zo. De todas las acciones del hombre , las que tienen

por objeto conservar el individuo y la especie , son


seguramente las mas benéficas al comun ; pero na-
da tienen de virtuoso. En cuanto al esfuerzo , aun-

que sea necesario á la virtud y á la produccion de


ella , no es indispensable que el momento del esfuer-
zo sea precisamente el mismo en que se practica la
virtud. Lo que se requiere es , que el acto virtuoso
sea de la naturaleza de aquellos cuya produccion re-
clama un esfuerzo en la conducta de la mayor parte

de los hombres ; porque la habitud , cuya formacion


no se obtiene sino á costa de un esfuerzo , obra al
fin , sin que le sea necesaria esta impulsion. Tal es
el caso , por ejemplo , en que la cólera se contiene
dentro de los límites prescritos por la prudencia y be-
147
nevolencia. Si no hubiera virtud sin esfuerzo natural

y simultáneo , desde luego dejaria de serlo , en lle-


gando á su apogeo .
Es cosa curiosa que en la escuela de Aristóteles se
haya pronunciado sentencia de esclusion contra la
virtųd , cuando se ejerce en el mas alto grado Siem-
pre que queda algun resto de inclinacion que domar
por perfecta que sea la sumision obtenida , esto bas-
ta á aquella escuela para sentar el título de virtud;
y precisamente es al mérito mas relevante á quien dá
el título inferior de semivirtud.
Semivirtutes , dice el citado compendio de Oxford ,
sunt virtutum quasi rudimenta et bonæ dispositiones
ad virtutis habitum : sed tamen integram virtutis
formam nondum habent.
Semivirtus igitur est , continua el autor , quæ
mediocritatem servat ( 1 ) sed cum aliqua difficulta-
te affectibus rationis imperio reluctantibus , et ægre
parentibus.
Atque in hoc à virtute perfecta distinguitur , quam
tunc se sciat aliquis assecutum esse , cum et ratio
præscribat quod rectum est , et affectus sine ulla re-
luctantia rationes dictamina sequuntur (2).

1 Esto coincide con otra máxima de Aristóteles , que en to-


das ocasiones la virtud , y toda especie de virtud consiste en
la medianía ( sin duda quiso decir en la moderacion , en el
justo medio).
2 Las semivirtudes son como los rudimentos de la virtud,
buenas disposiciones para el hábito de la virtud ; no obstante
aun no tienen la forma completa de virtudes. La semivirtud es
tá contenida en la medianía , pero con alguna dificultad , repug-
118

Segun esto la virtud consiste en hacer lo que es


justo hacer, sin que cueste sacrificio alguno ; y por ca-
da virtud entera , es preciso contar de consiguiente
una semivirtud , y salva una restriccion , que no es
fácil de esplicar , las semivirtudes están abrazadas á
las virtudes enteras.
Harum tot fere genera statui possunt , quot sunt
virtutes perfecta.
¿Por qué fere ? ¿ á qué fin semejante restriccion ?
Ninguno lo puede decir.
El autor se ocupa luego en clasificar la virtud en
dos divisiones , continentia et tolerantia , continen-
cia y tolerancia , que corresponden , dice , á los ape-
titos de la concupiscencia é irascibilidad ; siendo la
concupiscencia combatida por la continencia , la iras-
cibilidad por la tolerancia. Consistiendo pues toda la
diferencia entre las virtudes y semivirtudes en la pre-
sencia ó falta de repugnancia , parece que no hai ra-
zon para que no se aplique la misma division á ca-
da una de las partes del dominio de la virtud ; pero
cuanto mas adelanta el autor , tanto mas se hunde en
las tinieblas que le rodean , y mas palpable se hace
la imperfeccion de su clasificacion . ¿ Entiende por to-
lerancia la accion de someterse á una pena corporal?
Así lo parece , si damos crédito á sus palabras. Se-

nando las afecciones al imperio de la razon , y no obedeciéndole


sino con pena.
Distínguese de la virtud perfecta en que se reconoce la pose-
sion de esta última cuando la razon prescribe lo que es justo , y
las afecciones siguen sin repugnancia las órdenes de la razon .
119

mivirtutes versantur primo circa voluptates , ut con-


tinentia , secundo circa dolores , ut tolerantia.
Tolerantia , continua un poco mas abajo , est vir-
tus imperfecta, qua res adversas et laboriosas cum
quodam labore conjunctas , honestatis gratia , mag-
no animo perferre conamur.
Objectum eius sunt res adversæ , sive dolores , non
vero quivis , sed ii præsertim , quibus plerique su-
cumbunt ex imbecillitate animi (1 ).
El apetito irascible es aquel que procura haber á
las manos , por su mal querer , al objeto de su resenti-
miento. El medio que emplea para satisfacerse , con-
siste en producir pena en el alma de aquel de quien
se quiere vengar. Pero el asiento real de la pena pro-
ducida por la cólera, se halla en el corazon mismo de
la persona irritada. Hácele esto virtuoso? Sin embar-
go , así debe ser , segun la definicion de Aristóteles.
No obstante si creemos al moralista de Oxford , esta
cuestion que ha dejado envuelta en una oscuridad
tan profunda es de la mas alta importancia ; pues de
su solucion depende la formidable diferencia entre la
salvacion y la condenacion. Sin embargo estas mismas
cualidades , esta continencia , esta tolerancia, que Aris-

1 Las semivirtudes son puestas en accion , primero por los


deleites , como la continencia , segundo por los dolores como la
tolerancia. La tolerancia es una virtud imperfecta por la cual
nos esforzamos por amor de lo honesto , y con mucho valor , á
sufrir cosas adversas y penosas , á las cuales va anejo cierto do-
lor. Tiene por objeto las cosas adversas ó los dolores , á los cua-
les sucumben sino todos los hombres , ó á lo menos la mayor
parte por flaqueza de espíritu .
120
tóteles califica sin reparo de virtudes imperfectas , se
cuentan bajo el punto de vista teológico , á lo menos
segun dice el moralista de Oxford , en el número de las
virtudes no solo las mas perfectas , sino aun las mas
difíciles de practicar .

Segun la moral de Aristóteles una mitad no es defi-


nitivamente mas que una mitad ; una mitad de virtud
no es sino una mitad de virtud. Segun la teología de
Oxford la mitad es igual á su todo , si acaso no es
mayor. Pero en esto se hace misterio de todo y de
nada , y cuanto mas profundo es el misterio tanto
mas mérito .

El autor hubiera hecho bien en añadir á los apeti-


tos de que habla Aristóteles , el apetito del misterio,
apetito que en el dominio de aquello á que ha que-
rido llamar religion , yendo en busca de absurdos y
nosentidos , no encuentra para saciarse alimento de-
masiado grosero .

Antes de reclamar para una accion el título de vir-


tud , debe empezarse por probar que tiene la dicha
por objeto. Segun Aristóteles y su discípulo de Ox-
ford la virtud consiste en la medianía , si se traduce
literalmente la palabra latina ; porque podria pensar-
se que esta palabra mediocritas se traduciria mejor
por moderacion; pero en fin la palabra es mediocri-
tas. Y aquí notarémos de paso que si en la moral se
hubiera visto alguna cosa de práctico , si se hubiera
creido buena para algo de la vida, hubiérase emplea-
do para enseñarla en las universidades una lengua
viva y no muerta ; el lenguaje del mayor número y

no el del menor. ¿ Para qué sirve pues una definicion?


121

Para conocer la cosa definida. ¿Y una descripcion?


Para reconocer la cosa descrita. Veamos si se ha lle-
nado este fin.
Nómbrase la virtud : colócase entre dos cualidades

de un mismo carácter que no son virtudes. En la una


faltan las cualidades que constituyen la virtud , en la
otra son llevadas al esceso. Así es como se da la de-
signacion y el ejemplo para toda la série de las vir-
tudes. Desde luego la sola cosa necesaria es reglar
aquello que en cada ocurrencia constituye la canti-
dad exacta de que se compone la virtud ; producirlo
todo ya preparado para uso del público , con el peso

exacto , ni mucho ni poco : porque sino lograis la can-


tidad exacta , tengais lo que tengais , no tendreis la
virtud,

Pero en materia tan importante nuestro moralista


no os servirá de socorro alguno. Ved aquí , os dice,
tres dósis de la medicina moral ; aquí teneis la dósis
exacta , la dósis mui fuerte , la dósis insuficiente . En
la dósis exacta está la salud y salvacion , en las demas
el peligro y la muerte. ¿ Ha tomado nota por ventura
de la cantidad prescrita ? No. ¿ No hai en su ordena-
cion ni cifras ni medios de evaluacion ? Tampoco.
Cuando un médico escribe sobre enfermedades , no

se contenta con apuntar su nomenclatura , sino que


juzga útil y aun necesario notar sus síntomas. No su-
cede así con nuestro moralista : sus virtudes son para
él nombres sin síntomas, Habla de virtud ; pero en

cuanto á saber como se ha de distinguir entre lo


que es virtud y lo que no lo es , es cosa de que no
se cuida.
122
Hasta la fraseología habitual , hasta el uso comun
de las palabras justo é injusto , bien y mal , consien-
ten , aun en su acepcion vulgar , una aplicacion mas
positiva al bienestar social que las virtudes de la mo-
ral de Oxford . Todos concebimos mas o menos distin-

tamente que el gobierno y la legislacion , la religion


y la moral ejercen , ó deben ejercer una influencia
bienhechora en la felizidad pública. ¿ Qué valdrian
sin ello todas estas cosas? Pero no es el moralista de
Oxford quien se fija en este terreno.
Sin embargo el compendio ofrece sobre la virtud
un proyecto de definiciones , donde cada cual podrá
tomar lo que mas le convenga .
1a La virtud es una habitud electiva que consiste ,
por lo que á nosotros toca , en la medianía ( ó el justo

medio ) , segun que un hombre prudente cuidará de


prescribírsela.
Pillela quien pueda. Si esto significa alguna cosa,
quiere decir que hay dos virtudes ; la medianía y la

prudencia , y que las dos solo hacen una.


2a La virtud consiste en la conformidad de nues-
tros actos con la voluntad divina.

Mui bien ; pero la dificultad está en conocer la vo-


luntad divina en todas ocasiones. El lenguaje de la bi-
blia es general y sin acepcion particular ; algunas ve-
zes tambien puede ser dudoso el sentido y sujeto á
contestacion.

Y ¿ cuál es la voluntad divina tal como nos la en-


seña la biblia? ¿ Qué pretende , ni que puede preten-
der sino la produccion de la dicha ? ¿ Qué otro moti-
vo , que otro fin puede proponer á nuestra obediencia ?
125
La voluntad divina es clemente , benévola , bienhe-
chora. ¿ Qué implican tales espresiones , sino un fin
de dicha , una produccion de dicha? De modo que
si en lo que dice el profesor de Oxford hai algun sen-
tido , si sus palabras no tienen por objeto inducirnos á
error , su sentido debe ser el nuestro ; él no quiere de-
cir sino lo que nosotros decimos , y en tal caso pudie-
ra habernos escusado toda ambigüedad de espresiones.
3ª La virtud consiste en la conformidad de nues-
tros actos con la sana razon .
¿La sana razon ? ¿ Háblase acaso de aquella razon
que los doctores de Oxford declaran tantas vezes es-
tar en oposicion con la voluntad divina ? ¿ Es acaso la

razon humana ? Aquí está la piedra de toque. ¿ La sa-


na razon de quién ? ¿ Es la mia ó la del hombre , que
tiene modo de pensar diferente del mio ? La mia , co-
mo es justo , porque yo no puedo reconocer por bue-

na la opinion de un hombre , cuando la tengo por


mala. Y que es mala lo creo, porque difiere de la mia.
¿ Es acaso la mia ó la del doctor de Oxford ? La mia.
Tenemos pues decidida la cuestion . Ahora ya puedo
echarme á dogmatizar como cualquier otro.
4ª La virtud consiste , como tambien la voluntad
divina y la sana razon , en la medianía.
Por fin ya tenemos un instrumento con el cual po-
demos medir la voluntad divina y la sana razon , y la
virtud como procedente de ambas. Ahora que están
desvanecidas todas las dudas , todas las dificultades,
tenemos en la mano un principio moral , con el que
vamos á hacer prodigios. Así lo dice Aristóteles . Así
lo pretende el doctor de Oxford.
124

Pero ¿y qué dice la utilidad? ¿ Cuáles son las vir-


tudes verdaderamente importantes ? ¿ Cuáles las vir-
tudes secundarias que proceden de las primeras? Ad-
mitiendo como prueba y signo característico de la
virtud , su tendencia á producir el bienestar , creemos,
segun dijimos arriba , que todas las modificaciones de
la virtud , pueden comprenderse bajo dos títulos prin-
cipales ; la prudencia y la benevolencia. Fuera de este
círculo , no hai virtud alguna que tenga valor intrín-
seco . Veráse que ó á una ó á otra de estas dos cla-
ses, es adonde se refieren todas las cualidades morales
verdaderamente útiles. Puédense de consiguiente lla-
mar virtudes primeras. Quitad la prudencia , quitad
la benevolencia del árbol de la moral , y le despojais
de sus flores , de sus frutos , de su fuerza , belleza y
utilidad. No le queda mas que un tronco sin valor,
improductivo , estéril , que solo sirve de ocupar ter-
reno. El valor de todas las virtudes accesorias ó se-

cundarias depende enteramente de su conformidad con


estas dos primeras virtudes.
Resulta de aquí , que si las virtudes primesoarias no
fuesen útiles , tampoco podrian serlo las secundarias .
Segundo. Que su utilidad debe consistir en llenar los
mismos objetos que se proponen las virtudes prima-
rias. Tercero. Las virtudes primarias tienen una ten-
dencia invariable á la utilidad de los individuos res-

pecto de los cuales son ejercidas , sean ó no útiles á


la sociedad en general. Cuarto. La utilidad de las
virtudes secundarias es en razon de su tendencia á
producir los efectos , que la tendencia de las virtu-
des primarias debe producir. Quinto. Su utilidad debe
125

medirse por el grado en que contribuyen á acercar


al fin que se proponen las virtudes primarias. Ya ten-
dremos ocasion de pasar revista á todas las virtudes
secundarias , y ponerlas á la prueba de los principios
que se acaban de sentar.
Los diversos modos con que pueden ponerse en ac-
cion las diferentes virtudes por medio de la palabra,
por medio de la escritura y por la conducta , perte-
necen á la parte práctica del asunto que tratamos.
De ella hablarémos en el segundo tomo de esta
obra.
126

XI.

DEL INTERES PRIVADO Ó PRUDENCIA PErsonal.

La naturaleza sencilla y sin artificio conduce al


hombre á buscar el placer inmediato , á evitar la pe-
na inmediata. Lo mas que puede hacer la razon , es
impedir el sacrificio de un placer mayor distante , ó
la infliccion de una pena mayor lejana en cambio de
la pena y placer presentes ; en una palabra , impe-
dir un error de cálculo en la suma de la dicha. En
esto pues consiste toda la virtud , la cual no es otra
Cosa que el sacrificio de una satisfaccion menor ac-

tual que se ofrece bajo la forma de tentacion , á una


satisfaccion mayor , pero mas apartada , la cual en el
hecho constituye una recompensa .
Lo que se puede hacer por la moral en el dominio
del interes privado , es manifestar cuánto depende la
dicha de un hombre del hombre mismo , y de los
efectos que produce su conducta en el espíritu de
aquellos á quienes está unido por los vínculos de
una mútua simpatía ; y cuánto depende de los actos
127

propios del hombre el interes que los demas hombres


toman en su dicha , y su deseo de contribuir á ella .
Supongamos un hombre dado á la embriaguez . De-
berá enseñársele á examinar y á pesar- la suma de
placer y pena que resulta de su conducta. Verá por
un lado la intensidad y duracion del placer de em-
briagarse. Esto será lo que formará en su presupues-
to moral la masa de los provechos. Por el contrario,
se le deberá obligar á poner en cuenta. 1 ° Las en-
fermedades y otros efectos perjudiciales á la salud.
2º Las penas contingentes que pueden sobrevenir , re-
sultado probable de las enfermedades y debilitacion

de su temperamento. 3º La pérdida del tiempo y di-


nero proporcionado al valor de estas dos cosas , en
su situacion individual. 4° La pena producida en el
espíritu de las personas que ama , tales como por
ejemplo una madre , una esposa , un hijo . 5° El des-
crédito anejo al vicio de la embriaguez y la infamia
notoria que resulta á los ojos de otro. 6° El peligro
de un castigo legal y la ignominia que le acompaña;
como por ejemplo cuando las leyes castigan la mani-
festacion pública de la locura temporal producida por
la embriaguez . 7° El peligro de los castigos anejos á
los crímenes que está espuesto á cometer un ebrio .
8° El tormento producido por el miedo de las penas
de una vida futura.

Todo esto conducirá probablemente al hombre á


conocer que compra mui caro el placer de la em-
briaguez. Verá que la moral , que es la virtud y la
dicha , que es su interes personal , le aconsejan evitar
semejante esceso. Tiene el mismo interes en triunfar
128

de su intemperancia , que lo tendria, un hombre el


cual en la adquisicion de las riquezas pudiese elegir
entre ganar mucho y ganar poco. La Deontología no
exige sacrificio definitivo. En sus lecciones propone
al hombre con quien habla un escedente de goze . Él
busca el placer , ella le anima en esta demanda. Ella
la reconoce por sabia , honrosa Ꭹ virtuosa ; pero al
mismo tiempo le conjura que no se equivoque en sus
cálculos. Le representa el porvenir , un porvenir que
quizá no está mui distante , con sus placeres y sus
penas. Pregunta si por el goze disfrutado hoi , no se-

rá necesario pagar mañana un interes usurario é in-


tolerable. Pide que la misma prudencia de cálculo
que aplica un hombre sabio á sus negocios diarios,
sea aplicada al mas importante de todos los negocios,
á saber , el de la felizidad y de la desdicha. La Deon-
tología no concibe menosprecio por este egoismo que
el vicio mismo invoca. Ella abandona todos los pun-
tos que no se puede probar son ventajosos al indivi-
duo. Consiente tambien en hacer abstraccion del có-
digo del legislador y de los dogmas del sacerdote.
Admite como cosa sentada que no se oponen á su
influencia ; que ni la legislacion ni la religion son
enemigas de la moral ; y quiere que la moral no se
oponga á la dicha. Probadle un solo caso en que ha-
ya obrado contra la felizidad humana , y se confesará
confundida. Ella reconoce que hasta el mismo ebrio
se propone un fin conveniente ; pero está pronta á
probarle que la embriaguez no le hará alcanzar este
fin. Ella parte de una verdad que ningun hombre
puede negar , á saber , que todos los hombres desean
129
ser felizes . Ella no se mete en dogmatizar despotica-
mente ; su mision es invitarnos á hacer una prudente
estimacion del bien y del mal. No tiene interes en tal
ó tal línea de conducta , en tal ó tal resultado , sino
en cuanto se trata de cortar del total una fraccion de
dicha.

Todo lo que se propone es poner un freno á la pre-


cipitacion , impedir la imprudencia de tomar medi-
das irremediables , y de hacer una mala compra. Na-
da tiene que objetar á los placeres , que no estén aso-
ciados á una porcion de pena mas que equivalente.
En una palabra , ella regulariza el egoismo ; y á ma-
nera de un intendente sabio y activo , administra
nuestra renta de felizidad del modo mas propio á ha-
cernos sacar las mayores ventajas posibles.
Pero no por esto es ciega é impróvida . Sabe que
lo presente será bien pronto lo pasado , y que las opi-
niones de la hora actual serán modificadas por la es-
periencia de la hora siguiente . Por esto desea que en
el cálculo de lo que es , se haga entrar como elemen-
to importante lo que debe ser. Su enseñanza consiste
2
en decirnos pesadlo todo bien , pesad cada una de
las cosas que entran en el ajuste. Aprovechaos de los
gozes que ahora se hallan á vuestra disposicion ; pero
si detras de ellos está el sufrimiento , si en compen-
sacion de los gozes que vais á procuraros , es preciso
renunciar á gozes mayores , ¿ será acaso prudencia?
Si para comprar el goze que anhelais , es necesario

que impongais á otro una pena mayor que vuestro


goze , ¿ será esto benevolencia ? Y si los otros os de-
vuelven con usura la pena que les imponeis , ó cer-
TOM. I. 9
130

cenan de vuestros gozes una suma mayor que la de


que vos les privais , ¿ hai en esto prudencia ? 冠
En verdad el egoismo que no tiene cuenta con las
cosas venideras , tiene tan poca prudencia como be-
nevolencia. Es realmente hablando , matar la gallina
para tener los huevos de oro. « ¡ Yo solo , yo solo !»
Tal es el grito de un alma insensible á la dicha ó
desdicha proveniente de causas esteriores. La insen-`
sibilidad al mal es una ventaja evidente para su po-
seedor , pero con la condicion de que no ocasionará
reaccion .
El amor propio de Focion , disminuía á sus ojos
el sentimiento de su infortunio. En representarse á
.
su compañero de suplicio como mas digno de su ad-
miracion , no habia ni benevolencia ni cortesía ; era
una pura arrogancia.
El amor propio de Vitelio le llevaba al estremo de
creerse con un derecho absoluto sobre los hombres,
porque le habia cabido en suerte la mas alta prosperi-
dad. Si esto podia consolarle , tanto mejor para él ; á lo
menos semejante persuasion no hacia mal á nadie.
Mas la prudencia personal no solamente es virtud,
sino virtud de la cual depende la existencia del gé-
nero humano. Si yo pensase mas en vos que en mí,
seria un ciego conduciendo á otro ciego , y ambos
caeríamos en el precipicio. Tan imposible es que vues-
tros placeres sean mejores para mí que los mios , co-
mo lo es que vuestra vista sea mejor para mí que la

mia propia. Mi dicha y desdicha forman parte de mí


mismo tanto como mis facultades y órganos ; y seria
tan exacto decir que siento mucho mas que vos mis-
151
mo vuestro dolor de muelas , como pretender que es-
toi mas interesado en vuestro bienestar que en el
mio. Hai tal vez gentes que exageran el principio per-
sonal hasta el estremo de creer que dilatando la idea
que tienen de sí mismo , son útiles á la humanidad .
¡ Cómo! ¿La suficiencia ó la vanidad de un hombre
hará á los otros dichosos? Si así es , hai doble venta-

ja ; nosotros nos procuramos un placer y los demas


tambien. ¿No afecta á los demas ni en bien ni en mal?
Aun en esto hai ventaja , porque el hombre halla
placer en glorificarse. ¿Hacen su orgullo y su vanidad
en los demas una impresion desagradable? Ya tene-
mos algo que poner en el otro plato de la balanza.
Es preciso calcular todas las sensaciones desagrada-
bles esperimentadas por aquellos á quienes ofende es-
ta vanidad ; deben ser adicionadas y balanzeadas con-
tra los placeres que causan á un hombre su vanidad
y orgullo. Tal vez se hallará que el desagrado para
los demas está en razon de la intensidad de la satis-
faccion que el individuo en cuestion se procura. Cla-
ro está que en semejante caso la balanza crecerá en
proporcion. El sol de la Deontología ilumina con sus
rayos las regiones contiguas de la prudencia y bene-
volencia. Por ella la luz es sustituida á las tinieblas ,
el órden al caos. Ella resuelve todos los problemas
difíciles , ante ella desaparecen las mayores dificulta-

des. Ella sola puede hacer distinguir las afinidades,


de ella sola pueden deducirse las relaciones entre las
diversas clases de cualidades morales , por ella sola
puede descubrirse el límite que separa el vicio de la
virtud. Ella sola hace convertir todas las anomalías
152

en armonía y regularidad ; por ella sola pueden re-


unirse ó contrastarse una multitud de cualidades pre-
sentadas hasta aquí bajo firmas ininteligibles y ais-
ladas. Es la lanza de Ituriel que revelaba el bien y
el mal ,. y los presentaba bajo su verdadera forma.
Se ha manifestado entre los moralistas una dispo-
sicion violenta á escluir del alma del hombre la in-

fluencia del principio personal. ¿ A qué viene esta re-


pugnancia en admitir como motivo , lo que es y debe
ser el mas fuerte de todos los motivos , á saber , el
amor del hombre á sí mismo ? ¿ A qué fin condenar
el sentimiento personal ? Es por una especie de ver-
güenza , por cierta disposicion á considerar el principio
de donde provienen todos los actos , todas las pasiones
del hombre , como la parte verdadera de nuestra na-
turaleza .
Pero admitido una vez este principio , á saber, que
una atencion ilustrada por el interes personal á la
mejor garantía de una buena conducta , ya no se po-
drá dudar que el conocimiento y práctica de la mo-
ral hayan hecho considerables progresos , y entonces
es un bello espectáculo seguir con los ojos la marcha
lenta , pero visible de la virtud.
La base del interes nada le hace perder de su es-
tabilidad y poder. Hai hombres que no quieren ver
este interes ; otros apartan la vista con indignacion .
Los declamadores preguntarán si en este nuevo si-
glo , que llaman degenerado , se hallará un hombre
que consienta en sacrificar su vida al interes de su
pais. Sí.

Sí; hai hombres , y no pocos, que obedeciendo al


153
llamamiento , al que en tiempos pasados respondieron
otros , harian con gusto á su pais el sacrificio de su
existencia. Síguese acaso , que en esta circunstancia
como en cualquier otra , obrarian estos hombres sin
interes ? No ciertamente . No está en la naturaleza
humana el obrar así. El mismo raciocinio se aplica á
las observaciones de la línea del deber. Es un cálculo
erróneo del interes personal.
«< Ninguno hace mal por hacerlo , sino con el fin

de procurarse ó provecho ó placer. » No ignoraba esta


grande verdad Lord Bacon , Este grande hombre era
de aquellos , que donde quiera se ofrece la verdad á
sus ojos , saben distinguir su belleza ; pero vivió en
tiempo en que ni era practicable ni seguro ir en pos
de ella hasta el fin.
No obstante vióse en el estremo de sacar esta con-

secuencia ; que si el vicio , considerado todo , fuera


provechoso , entonces el hombre virtuoso seria el cul-
pable.
El sacrificio del interes se presenta en abstraccion
como algo de grande y virtuoso , porque es cosa sen-
tada que el placer que un hombre despide de sí , es
recogido por otro. Suponiendo que en esta traslacion
no haya placer ganado ni perdido , es evidente , que
aunque se trasfiera de un poseedor á otro un millon
de vezes , no quedará antes ni despues sino la misma
suma de dicha.
Pero en el cambio de la dicha , lo mismo que en
el de la riqueza , la gran cuestion consiste en hacer
que la produccion se aumente con la circulacion.
Tan conveniente es pues en la economía moral ha-
154

cer del desinteres una virtud , como en economía po-


lítica , hacer un mérito del gusto.
El desinteres puede hallarse en los hombres lijeros
y superficiales ; pero un hombre desinteresado con re-
flexion , es por fortuna mui raro.
Dadme un hombre que deseche mas elementos de
felizidad de los que crea , y yo os enseñaré un necio y
un pródigo. Dadme un hombre que se prive de una
suma de bien mayor que la que comunica á otro , y
yo os enseñaré un hombre que ignora hasta los pri-
meros elementos de la aritmética moral.
De la prudencia personal considerada como virtud
primaria , nacen como secundarias la templanza y con-
tinencia. Su violacion introduce al culpable en la re-
gion de la pena ; su violacion habitual produce un
resultado de desdicha , sobre el cual es imposible fije
sus miradas la prudencia , sin que advierta el esceso
de sufrimiento que deja tras sí este falso cálculo.
135

XII.

DE LA PRUDENCIA RELATIVA Á LOS OTROS , Ó PRUDENCIA


ESTRAPERSONAL.

AUNQUE el gobierno es á quien toca aumentar y es-


tender la conexion que existe entre la prudencia y
benevolencia efectiva , en donde es aplicable la sancion
política , el deber de un profesor de moral pública,
es dar á conocer su concordancia , y comunicarles to-
da la accion , y todo el efecto que su influencia pue-
de comunicarle.
A la opinion pública , ó en otros términos , á la
sancion popular y moral , es á quien debemos diri-
girnos para la accion del sentimiento social sobre el

personal. Cada uno de los individuos del comun pue-


de ser miembro del tribunal público. Todo hombre
que espresa ya con palabras ya con acciones el apre-
cio que hace de la conducta de los otros , es un miem-

bro activo de este tribunal. El que lo manifiesta por


medio de la prensa es un miembro influyente. Su
influencia será proporcionada á la aprobacion que re-
cibirá de sus lectores , á la fuerza de la impresion
136

que producirá en su espíritu , lo mismo que al núme-


ro é influencia de estos últimos. La mala voluntad de
un hombre le hace descar maltratar á otro. Esta pue-

de ser refrenada por el temor de que el golpe no cai-


ga sobre aquel á quien va destinado , ó por un terce-
ro testigo del lance ; puede tambien retenerle el te-
mor del castigo legal. En el primer caso la sancion
física es la que opera , en el segundo la sancion polí-
tica ; y ni en uno ni en otro es necesaria la aplica-
cion del principio deontológico .
Mas cuando faltan estas dos sanciones , cuando no
suministran sino un remedio insuficiente , entonces en-
tran las sanciones popular y social , para ocupar esta
porcion de dominio de la accion que han dejado va-
cante los otros motivos. Estas dos sanciones van ínti-

ma y estrechamente unidas ; porque las relaciones so-


ciales penetran natural y necesariamente toda la sus-
tancia de la sociedad. Casi apenas hai individuo que
no esté ligado á la sociedad general por algun víncu-
lo social mas ó menos fuerte. El círculo se ensancha,
la intimidad se fortifica á medida que la sociedad se
ilustra. El interes encerrado al principio en la fami-
lia se estiende á la tribu , de la tribu á la provincia,
de la provincia á la nacion , de la nacion á todo el
género humano. Y á medida que se comprenderán
mejor las ciencias política y deontológica , se verá
aumentar la dependencia de cada uno de la buena
opinion de todos , y fortificarse cada vez mas la san-
cion moral. Añadamos á esto que su fuerza se acre-
centará mucho mas , cuando se halle en estado de
apreciar exactamente su propio poder ; de manera
137

que se puede preveer la época en que el espíritu


público ya no se estraviará en la apreciacion del
deber , y en que la sancion moral hará inútil una
parte de la sancion política. Pero entremos en algu-
nos pormenores. Consideremos en el ejemplo arriba
citado la influencia de una accion sobre los indivi-
duos cuya dicha afecta. Sábese que el hombre que da

un golpe á otro , le causa un daño corporal. El que


da el golpe debe temer recibir en represalias este
mismo ú otro daño personal semejante . Este temor
constituye la sancion física.
La sancion política ó legal , es decir el peligro de
la intervencion del magistrado , puede hallar y pro-
bablemente hallará aquí su aplicacion , aunque seme-
jante intervencion no pueda estribar sino en el prin-
cipio mismo que sirve de base á la Deontología , á
saber , el principio de la maximizacion de la dicha.
Pero que intervengan ó no las sanciones política y
física , la sancion moral será en todo caso puesta en
accion. En efecto habiendo enseñado la esperiencia y
observacion que semejantes actos de violencia tienen
por resultado el sufrimiento , habrá allí desaproba-
cion en un grado proporcionado al de sufrimiento
impuesto. La sancion simpática y social no puede
menos de surtir su efecto. Pues á pesar de que en un
estado de barbarie social es mui débil esta sancion
para refrenar las pasiones individuales , y que en
cualquier estado social admite gran número de mo-
dificaciones de individuo á individuo ; no obstante en
la época de civilizacion en que vivimos , la sancion
social obra de una manera mui poderosa , y obrará
138

en los casos en que la sancion moral mas general aun


habrá tal vez sido impotente. El mismo que estaria
dispuesto á mostrarse indiferente á la dicha de aque-
llos con quienes no tiene relacion alguna , lo estará
menos á manifestarse indiferente á la dicha de sus

amigos ó de su familia , de quienes depende su di-


cha mas inmediatamente . Tal cual es y aun obrando
en una esfera mas reducida , la sancion simpática de-
be ser mas fuerte que la sancion moral. Pocos indi-
viduos hai que puedan contemplar sin algun senti-
miento de dolor los sufrimientos de sus semejantes,
sobre todo cuando se ofrecen de un modo especial á
su percepcion ó imaginacion ; y si la persona que pa- 0

dece es un amigo , la indiferencia será aun mas rara


y difícil. El sentimiento de la simpatía es universal.
Podríase decir que no hai ejemplar de haber llegado
un hombre á la edad madura sin haber gozado el
placer de otro ó sufrido su pena . Este sentimiento
puede quedar circunscrito á un círculo doméstico , y
este círculo estar por decirlo así en guerra con el gé-
nero humano, Tomó su origen de la comunidad de
interes ú opinion . Esta simpatía opondrá un obstá-
culo á la infliccion de las penas . Siempre producirá
igual resultado , escepto cuando un motivo opuesto y
mas fuerte obre en direccion contraria ; y todas estas
acciones obran tambien con un poder siempre cre-

ciente. Si se examina el espíritu del hombre conside-


rado individualmente , se le verá de una á otra gene-
racion ir creciendo en fuerza y en perseverancia en
el conocimiento de sus facultades , en el imperio que
ejerce sobre ellas , en la suma de observacion y espe-
139
riencia que acumula para su uso y gobierno ; y par
tiendo de este hecho se puede esperar con razon , que
las diversas sanciones asociadas al espíritu universal
lograrán cada vez mas su justo desarrollo. Lo mismo
sucede en el hombre considerado como especie. Hai
una época en que el principio personal es el único
que está en operacion mui activa, Esta ocupa toda la
esfera del espíritu , que apenas se estiende mas allá
de la sancion física. En tal estado la conducta del
hombre consiste casi únicamente en aprovecharse de
los gozes inmediatos sin cálculo alguno de dicha ó
desdicha remota. Este es el puro estado sensual , al
cual vienen á unirse por una estrecha asociacion las
afecciones irascibles ó disociales (como las llama Aris-
tóteles) las cuales aunque de un carácter tan diferen-
te , obran en la misma direccion. Las afecciones sen-
suales son reprimidas por la accion de las afecciones
irascibles de aquellos , á costa de los cuales buscan
las primeras satisfacerse , ó en otros términos por el
temor de las represalias , consecuencias naturales del
resentimiento . Se ha notado que en la infancia de las
sociedades lo mismo que en la del hombre , es donde
la afeccion simpática se desarrolla menos. Ella estien-
de su influencia al paso que la existencia se estiende,
comenzando por las relaciones inmediatas , en las cua-
les los vínculos de la sangre , las afinidades , las rela-
ciones domésticas ó de amistad tienen mas fuerza ,

adelantando con la esperiencia y la cultura intelec-


tual en una esfera de accion mas dilatada. Los víncu-

los se multiplican , y llegan á ser capazes en alto gra-


do de estension y acrecentamiento . Forman diferentes
140
círculos: así nacen sucesivamente el doméstico, social,
profesional, cívico , provincial , nacional , ultranacio-
nal , universal : lo unos aislados , los otros en una mú-
tua dependencia. Y á medida que las afecciones sim-
páticas pueden ponerse en accion , su tendencia debe
ser aumentar la dicha de aquel que las practica ; y si
esta tendencia productiva de dicha no conduce á al-
guna consecuencia de un efecto contrario é de una
suma igual, se tiene por resultado un producto lim-
pio de dicha añadido á la masa de la dicha general.
Así es como la afeccion personal empleada como orí-
gen de gozes privados ,, pone en accion una gran masa
de dicha pública .
Un hombre , testigo de los servicios hechos á otro
por su vecino , contrae la inclinacion de pagar afecto
con afecto , y de hacer beneficios por beneficios. El
modo mas fácil de cumplir , y que considerando su
estrema facilidad no es el menos eficaz , consiste en
dar en todas ocasiones una espresion esterior á las
afecciones benévolas , emplear en la conversacion siem-
pre que se pueda el lenguaje de la benevolencia. Ala-
bar las acciones virtuosas de un hombre es dar á la
virtud una recompensa positiva ; es al mismo tiempo
dirigir la sancion popular al estímulo de semejantes
actos ; y así es como el principio personal produce
la afeccion social , que á su vez produce la popular , y
de su combinacion resulta el aumento del bien general.
¿Mas la simpatía escitada en favor de un individuo
depende acaso de la influencia de sus actos en el bien
general? ¿ Se juzga á un hombre en razon de la ten-
dencia de su conducta hácia la dicha publica ? ¡ Ah !
141
no siempre ; porque la simpatía mas estendida , la mas
general aprobacion han sido frecuentemente escitadas
no por actos productivos de bien , sino por actos pro-
ductivos de mal ; no por una conducta favorable á la
dicha de la humanidad , sino al contrario perjudicial

y destructiva de la dicha pública en el mas alto gra-


do, por ejemplo , por la victoria y la conquista , por
el robo , devastacion y carnicería en la escala mas es-
tensa ; ó por la adquisicion é posesion del poder en
cantidad ilimitada , de cualquier modo que se haya
adquirido ó ejercido .
Igualmente con relacion á los actos cuyas conse-
cuencias han sido bajo algun respecto benéficas á la
sociedad , ha podido suceder que el beneficio no haya
sido ni depurado de toda liga, ni preponderante ; y
como la tendencia de la simpatía siempre es á pro-
ducir la repeticion del acto que aprueba , la sancion
moral mal dirigida puede tener por resultado produ-
eir actos definitivamente perniciosos al bienestar so-
cial. Un acto benéfico en sus primeros efectos y en
sus mas aparentes resultados , cuando se ven estos
efectos en conjunto y friamente calculados , puede ser
pernicioso. Igualmente un acto cuyas consecuencias
parezcan perniciosas á primera vista , puede , consi-
derado todo , ser benéfico. En ambos casos es evidente
que la simpatía que conduciria á la produccion de
uno de estos actos , y la antipatía que impidiese la
produccion del otro , serian funestas á la dicha pú-
blica , y de consiguiente estarian en contradiccion con
los verdaderos principios de la moral. Descubrir los
errores ocultos bajo la superficie de las cosas , preve-
142
nir las aberraciones de la simpatía y antipatía , pro-
ducir y poner en actividad las fuentes de las accio-
nes cuya operacion ocasiona una balanza incontesta-

ble de dicha ; tal es la parte importante de la ciencia


moral.

El deontologista no debe olvidar que no tiene po-


der coercitivo , y quizá de aquí concluirá ligeramente
que su mision se terminó luego que ha reunido cier-
to número de frases , que no pueden influir en la
conducta de los hombres. Pero nosotros nos atreve-
mos á creer que cuando menos tres consecuencias fa-
vorables pueden resultar de sus trabajos. Donde no
puede crear un motivo , puede indicar su existencia.
Puede poner en claro y manifestar la influencia que
tienen sobre la conducta de los hombres estos prin-

cipios de acciones , qué hacen parte de la inteligen-


cia de cada uno de nosotros , aunque inertes y no es-
puestos á la observacion ; puede indicarnos ciertas
consecuencias de la acción y de la abstinencia de la
accion, que no se nos habian ofrecido.
En segundo lugar puede dar mas eficacia á la san-
cion moral popular ; puede proclamar sus decretos ;
y si esto no le es posible , tomar la iniciativa de sus
leyes , y llamar la atencion pública sobre discusio-
nes propias para producir el reconocimiento de su
autoridad. Cuando menos pueden emanar de él pro-
posiciones en favor del bien público con la posibili-
dad de obtener la aprobacion de aquellos á quienes
sean dirigidas.
Finalmente puede ejercer alguna influencia sobre
los hombres que tienen en su mano el poder legis-
145

lativo ó ejecutivo , reducirlos á dar á la sancion po-


pular el importante apoyo de la sancion política,
siempre que sea aplicable á la produccion de este
importante fin , que nunca bastantemente se ofrece-
rá á nuestra vista ; á saber , la maximizacion de la di-
cha pública .
Las leyes de la beneficencia están en conexion ín-
tima con las de la prudencia. En muchos casos la
accion benévola es prescrita por consideraciones de
prudencia. El interes personal no puede en sus cál-
culos hacer abstraccion de la dicha de otro.
144

XIII. I

BENEVOLENCIA EFECTIVA- NEGATIVA.

HEMOS hablado de la benevolencia efectiva , como


dividida en dos ramas , una positiva ó que confiere

los placeres á otros , la segunda negativa , que se abs-


tiene de imponerles penas. La palabra benevolencia
implica disposicion á hacer actos de beneficencia. El
dominio de la una es limítrofe del de la otra ; no es

decir que la una tenga necesariamente á la otra por


compañera ; puede haber benevolencia sin el poder
de pasar á actos sus impulsiones ; puede tambien ha-
ber beneficencia sin la mas ligera porcion de buena
voluntad, y de consiguiente sin benevolencia.
El bien producido por la benevolencia efectiva es
mui reducido , si se compara con el que producen los
motivos personales. Las afecciones simpáticas ni son,
ni pueden ser tan fuertes como las afecciones persona-
les. La trasportacion de las riquezas , la circulacion
de los medios de subsistencia , la produccion de la
abundancia , en cuanto las hacemos mirando al bien
145

ajeno , son poca cosa comparadas á la suma de lo


que hacemos por respeto nuestro : lo que se dió sin
equivalente no puede compararse con lo que se dió
en cambio de otra cosa , y bajo un punto de vista co-
mercial. Las contribuciones voluntarias hechas al go-
bierno por interes público , son bien cortas en com-

paracion de las que percibe el estado por requisicio-


nes obligatorias.
Á los ojos del sentimentalista la benevolencia acom-
pañada ó no de la beneficencia adquiere el mayor de-
recho á su estimacion , y esfuerzase en obtener para
ella la mayor porcion de la aprobacion pública. Pe-
ro la benevolencia que no lleva frutos de benefi-
cencia , no es sino un árbol inútil ; y los sentimien-
tos ( sea cual sea el nombre que se les dé ) no tienen
valor sino en cuanto sirven de motores á actos bené-
ficos. La benevolencia aislada no es sino una sombra

de virtud ; y no lo es realmente sino cuando llega á


ser efectiva.
Débese añadir que en la mayor parte de los casos
las inspiraciones de la prudencia presiden á las leyes
de la benevolencia efectiva , y ocupan con ella , y de
comun acuerdo , el mismo lugar en el dominio del
deber. Un hombre que se hace mas mal á sí mismo
que bien á otro , no sirve á la causa de la virtud,
porque disminuye la suma de la dicha general. La
benevolencia ó simpatía puede ser un manantial inútil
de pena , cuando no puede producirse en actos de be-
neficencia. La virtud no exige que un hombre se ha-
ga testigo voluntario de penas , á cuyo remedio ó ali-
vio en nada puede contribuir. No hacemos bien ni á
TOM. I. 10
146
nosotros mismos , ni á los demas , condenándonos á
ver sufrimientos que no son susceptibles de mitiga-
cion alguna , ó que no podemos aliviar.
La benevolencia efectiva se manifiesta por actos:
supone un bien capaz de aumento , ó un mal suscepti-
ble de remedio ó diminucion . Los poetas nos dicen
que en el Eliseo cada hombre se basta á sí mismo.
Semejante vida debe ser fastidiosa é intolerable ; un
puro egoismo sin asociacion de benevolencia. Quitad
el placer , ciertamente no hareis la dicha con lo que
queda. Seria lo mismo que fabricar un palacio de
humo y nieblas.
La influencia que ejerce un hombre sobre la socie-
dad , por sus vicios y virtudes , se estiende en razon
de su elevacion social. El poder del bien y del mal
crecen simultáneamente. Los amores de Henrique ïv,
han causado una masa incalculable de males . Hizo la

guerra á España , á fin de apropiarse la mujer aje-


na. Mas de una vez acaeció dejar sacrificar una par-
te de su ejército por entretenerse con su Gabrie-
la. Alabe quien quiera á tal monarca ; en cuanto á
nosotros , nada hai que nos obligue á hacer lo mis-
mo. Si mientras se entregaba á sus placeres le hu-
biera sucedido romperse un brazo ó pierna , ¡ qué gri-
tos no hubiera dado ! ¡ Cómo se hubiesen manifesta-
do entonces el interes y simpatía ! Mas hizo perecer
por su falta millares de sus partidarios , sin que nada
se le diese.
Al poder de la posicion social es necesario añadir
el de la inteligencia , para dar sancion al bien ó al
mal. Cárlos xii fuera mas peligroso , si hubiera si-
147

do loco. Para hacer1 el mal en grande , fué tan fu-


nesta su obstinacion como los amores de Henrique iv.
Uno y otro sacrificaron millares de hombres por un
interes de gozes egoistas , aunque diferentes. Cuando
se hayan comprendido las leyes de la moral , cuan-
do la sancion popular esté bastantemente esclarecida,
entonces ya no será el mundo víctima de los capri-
chos de los reyes .

En la parte política del dominio de las acciones,


la investigacion de lo que constituye las leyes de la
prudencia, como tambien los signos por los cuales se
puede reconocer la benevolencia efectiva , no entran
sino de una manera indirecta en el imperio de la
Deontología privada. Sin embargo no será fuera de
propósito observar que solo la antorcha de la utili-
dad podrá guiar de una manera segura el heroismo
del patriota. Allí como en otras partes las discusio-
nes dogmáticas sobre el derecho y los derechos han
contribuido frecuentemente á estraviar los hombres,
á introducir la confusion en los proyectos mas saluda-
bles y á destruir el heroismo de las mas benévolas in-

tenciones. Permitir la resistencia , cuando de ella re-


sulta mas utilidad que de la sumision , es poner un
escudo en manos de la libertad. Mandar á la resis-

tencia bajo la fé de no sé qué precepto imaginario de


la lei natural ó de la revelacion , es poner una hacha
encendida en manos del fanatismo.
Cuando la benevolencia efectiva sea colocada bajo
el imperio de las leyes deontológicas , cuando el ma-
yor bien , la dicha mas universal lleguen á ser el
punto central adonde se dirijan todos los actos , en-
148
tonces comenzará la edad de oro de la ciencia mo-
ral. Cuando su influencia se sienta por do quiera
y su presencia sea universal , el poder de las recom-
pensas hará en gran parte inútil el de los castigos.
Ningun placer será desperdiciado , ninguna pena in-
útilmente impuesta. Hasta el presente un débil rayo
de benevolencia universal ha esparcido un brillo in-
cierto sobre el campo de las acciones humanas ; á
vezes la han absorbido inútiles meditaciones , otras
se ha exhalado en declamaciones periódicas , frecuen-
temente la ha envuelto el misterio ó dispersádola el
huracan de pasiones egoistas. La parte negativa de
la benevolencia efectiva consiste en abstenerse de
obrar cuando esta abstinencia escusa una pena , ó

crea un placer en el pensamiento ó persona de otro.


Esta parte de la virtud presupone el poder de impo-
ner un sufrimiento ó de conferir un goze , y está
destinada á impedir los efectos de semejante disposi-
cion , que si se dejase obrar , aumentaria la suma de
desdicha ó disminuiria la de dicha.
Tiene por objeto refrenar la palabra ó la accion
que causaria mal á otro , y si es posible hasta re-
formar el pensamiento que pudiera crear ó escitar
acciones ó palabras de una tendencia ó efecto fu-
nesto. Á fin de darle eficacia , no será fuera del ca-
so remontar hasta el origen de los motivos enemi-
gos de esta clase de virtudes . Se hallará este orígen:
1º en el interes personal que efectivamente puede
en ciertos casos estar en hostilidad con las simpa-
tías benéficas , y en tales casos es preciso que estas
sucumban. No hai remedio ; son las mas débiles
149
Por fortuna son raros semejantes casos , porque es
raro que se cause algun mal , sin que haya reaccion
de parte de aquel que es su víctima. Un hombre no
puede aborrecer á otro , sin que en cambio no sus-
cite contra sí mismo alguna porcion de odio. No
puede obrar contra otro de un modo hostil sin qui-
tar algo de las afecciones amigables de esta per-
sona con respeto á él. Toda voz sea de benevolencia
sea de malevolencia tiene un eco ; hai una vibracion
que responde á todo acto , sea en bien sea en mal.
Esto hace entrar á la benevolencia que se abstiene, en
el dominio de la prudencia personal , á la cual debe
ademas apelar definitivamente la benevolencia.
2º El temor de incomodarse , la indiferencia son
otra causa de la falta del principio de abstinencia.
Hai hombres que no se tomarán el trabajo de evitar
una pena á otro. Es verdad que no tienen deseo par-
ticular de hacer mal ; pero no se incomodarán por
evitaros un embarazo. Quieren mas dormir que
obrar. Enuncian una opinion aventurada para escu-
sarse el trabajo de un exámen. Obran aprisa , y se
comprometen de buen humor. No se toman la pena
de preguntarse á sí mismos si deben dudar , y aun
están menos dispuestos á aplicar el antiguo adagio :
«En caso de duda , abstente.» Una pronta decision li-
sonjea su desidia. Gustan desembarazarse de una cues-
tion , cuya discusion ó exámen hubiera costado algo
á su atencion. Piensan descargarse de un peso por
medio de una solucion perentoria.
3º Los intereses del orgullo y de la vanidad aho-
gan frecuentemente la voz de la benevolencia que se
130

abstiene. Es un instrumento sonoro y estrepitoso que


hace enmudecer la voz de la filantropía .
El orgullo y la vanidad producen el dogmatismo .
Atribúyense cierta superioridad ; y esta procura sin
cesar manifestarse por la palabra. En cualquier ac-
to que sea hallan motivos de reprension , y sin atender
á las consecuencias , reprenden .
La benevolencia comenzaria por informarse , si la
reprension tiene probabilidad de ser útil sea al re-
prensor sea al reprendido. La vanidad y orgullo son
demasiado orgullosos y vanos para pedir ó recibir
los consejos de la moral. Algunas vezes dan avisos
importunos ó impertinentes. La benevolencia les hu-
biera enseñado á abstenerse. Consejos fuera de tiem-
po son palabras perdidas , que producen en la per-
sona aconsejada una pena sin compensacion , pena
mucho mayor que el placer gustado por la vanidad
consejera.
Hai ocasion tambien en que el orgullo y la vani-
dad consisten en comunicar benévolamente informa-
ciones que ni se desean ni aceptan de buena gana. La
informacion puede parecer reconvencion á aquel á
quien pretende instruir. Frecuentemente se reviste del
aparato de la suficiencia y dogmatismo. ¿ Qué hai que
estrañar que halle rebeldes ?
En todas estas ocasiones , y aun en muchas mas,
la benevolencia efectiva pone su veto.
4° Los intereses de la antipatía . Estos toman for-
mas multiplicadas y requieren doble freno ; porque
son funestos á las dos partes , y dejan tras sí por uno
y otro lado un esceso de malestar. Son tanto mas
151

funestos , cuanto que no siempre es posible conocer


la naturaleza malévola de su orígen .
Algunas vezes la rivalidad de posesion es la que
los hace nacer .

Tal hombre puede haber obligado á vuestra pere-


za á incomodarse ; puede haber herido vuestro orgullo
ó vuestra vanidad , haber ofendido á vuestro amigo ó
calumniado vuestras opiniones políticas ó religiosas ;
esta no es razon para hacerle mal. La moral y vues-
tro propio interes exigen que os abstengais de ello .
Pesad los resultados , las penas de la mala voluntad,
el placer de la venganza , y luego la reaccion de la
venganza sobre vos mismo , y tal vez sobre otro. Ha-
llareis que por lo que á vos toca , y á vuestro inte-
res personal , la balanza está contra vos ; por lo que
toca al individuo que es objeto de vuestra mala vo-
luntad , hai una suma de sufrimiento sin deduccion
alguna.
Dais ademas una prueba no solo de inmoralidad,
sino de flaqueza. No teneis influencia alguna sobre el
espíritu del que os desagrada ; haceis ver á un tiem-
po mismo falta de exámen sobre vos mismo y malig-
nidad de intencion , pruebas de debilidad intelectual
y de defectuosidad moral.
La mala voluntad hallará tambien en las diferen-

cias de gustos materia de actos que la benevolencia


reprime ; estas diferencias han servido frecuentemen-
te de base á palabras ó actos de aborrecimiento , y
en ninguna parte del dominio de la accion se ha ce-
bado la malevolencia con mayor encarnizamiento .
Aquí es sobre todo donde se necesita aplicarse á evi-
152

tar todo cuanto puede producir la pena ; este cuida-


do es de absoluta necesidad , do quiera que la pena

impuesta es inútil ó funesta , y aquí mas que en nin-


guna parte es donde tiene este carácter.
En fin , la benevolencia efectiva en sus necesida-

des negativas exige que nos abstengamos siempre de


la infliccion del mal , escepto cuando pone término á
otro mayor , ó produce un bien mas que equivalente.
Teniendo su accion por objeto evitar penas á otro,
4
es importante para estimar exacta y completamente
su operacion , estudiar todas las fuentes de las penas.
A fin de procurarse el remedio , debe saberse lo que
cuesta , y esto es tanto mas necesario , cuanto hai una
multitud de males , cuya existencia ó consecuencias
dolorosas parece se ignoran demasiado.
Examinad las diversas clases de penas y de place-
res , como tambien sus modificaciones : considerad las

penas de que son susceptibles los sentidos ; aquellas


cuya represion no pertenece , como es razon , á la
legislacion penal : considerad asímismo las penas de
privacion , los placeres que resultan de una buena re-
putacion ; en una palabra , todo el arsenal de los go-
zes y sufrimientos. Poned tambien en cuenta las sus-
ceptibilidades generales , y en cuanto es posible , las
individuales.

Las virtudes secundarias que se unen á esta rama

de la Deontología , son la urbanidad y el saber vi-


vir ; esto es lo que constituye propiamente hablando
la pequeña moral. El saber vivir se aplica á todas
las ocurrencias ordinarias , y que tomadas separa-
damente parecen poco importantes : consiste en abs-
153

tenerse de lo que puede causar pena á otro. Cuando


en tales ocasiones se practican actos que dan placer
á otro , estos pertenecen , no á la rama negativa ó de
abstinencia , sino á la positiva ó de accion. Mas la
primera es á donde se han de referir las leyes de
saber vivir , y aquí su ejercicio es constantemente ne-
cesario , y mui vasto el dominio de su accion. La pru-
dencia personal es la mas ordinaria é indispensable,
es un freno suficiente á la grosería y malos modos.
La disposicion á contribuir por todos los medios lí-
citos á la satisfaccion de los demas , y á abstenerse
de cuanto les puede desagradar , es lo que constituye
la verdadera cortesía y el verdadero saber vivir,
154

XIV.

DE LA BENEVOLENCIA EFECTIVA- POSITIVA.

La rama negativa de la benevolencia efectiva com-


prende como hemos visto , la accion ó mas bien la
negacion de accion , por la cual se evita imponer pe-
nas ; la rama positiva consiste en los actos que tie-
nen por resultado dar placer á otro. Esta rama es
mucho menos considerable que la otra , así como el

poder que poseemos ( ó que cuando menos posee la


mayoría de los hombres ) de comunicar dicha á los
demas , es mucho mas limitado que el que tenemos
de hacerles mal. Casi no hai hombre que no tenga el
poder de causar una pena sea cual sea , á casi todos
los seres que le rodean.
Hai muchas penas que puede un hombre hacer su-
frir á otro , las cuales no tienen placer correspondien-
te , ' cuyo goze les pueda ofrecer. No hai alguno de
nuestros sentidos al que no esté en mano de otro
afectar de una manera desagradable ; pero estos mis-
mos sentidos no son igualmente al propósito para gus-
155

tar el placer que se les queria comunicar contra nues-


tra voluntad , ó sin intervencion de ella. Todos po-
demos golpear ó herir á otro ; pero no todos podemos
contribuir á la dicha de otro. La limitacion de este

poder es consecuencia necesaria de que el hombre es


en una gran proporcion creador y guarda de su pro-
pia dicha. La porcion por la cual depende de otro
es pequeña ; aquella por la cual no depende sino de
sí mismo es grande ; y esta influencia sobre su propia
dicha , es en lo que consiste en gran parte esta mis-
ma dicha. ¿ Quién podrá juzgar de las penas y de los
placeres tan exactamente como el que los esperimen-
ta? ¿ Quién es el que , si fuese posible , confiaria á
manos ajenas un dominio absoluto sobre sus gozes y
sufrimientos? ¿Confiaríamos nosotros por un solo dia
á la incesante vigilancia , á la inclinacion simpática,
á la absoluta sabiduría de uno , sea quien fuere , to-
dos los manantiales de penas y de placeres que tene-
mos dentro y fuera de nosotros mismos ? Un momen-
to de olvido , de malevolencia , de ignorancia podia
arruinar todo el edificio de nuestra felizidad. Fortu-
na es del hombre que sea él mismo dueño de su pro-
pio bienestar , y que fuera de algunos casos , no deba
atribuir sino á sí mismo , el no habérselo podido pro-
curar.

Pero ¿ es acaso una privacion la que nos impone


esta benevolencia efectiva positiva ? ¿ Su accion tien-
de por ventura á empobrecernos ? ¿Nos quita mas de
lo que nos da en cambio ? No , porque entonces en-

traria en la region de la imprudencia , y la prudencia


es la primera virtud del hombre. Nada se añade á
156
la dicha , si la prudencia pierde mas de lo que gana
la benevolencia. Sea como fuere , hai una porcion
considerable de benevolencia , capaz de ser puesta en

accion sin sacrificio alguno . Ha habido y hai todavía


hombres , que consideran como una pérdida para sí
mismos todos los servicios hechos á otros . Senti-
miento vil y funesto ; porque en poder de cada uno
está hacer bien gratuitamente , ó á lo menos á tan
poca costa que no merece la pena de mencionarse.
Hacer un favor de lo que debe ser una contribucion
espontánea y voluntaria para la dicha de otro , es
hacer prueba de una filantropía de baja lei ; mien-
tras por otro lado jamas brilla la beneficencia á los
ojos del público con mas puro resplandor , nunca es
mas digna de elogios , que cuando evita hacer alarde
de sus sacrificios. Aquí tambien va de acuerdo la
sancion popular con el principio deontológico.
La benevolencia y beneficencia se maximizan, cuan-
do un hombre produce para otro la mas grande can-
tidad de dicha con el menor coste posible de su par-
te. Perder de vista su propia dicha no seria virtud,
sino locura : mi propia dicha forma y debe formar

una porcion tan grande de la dicha general , como


la dicha de cualquier otro individuo , sea quien sea.
Supongamos pues un hombre que confiera á otro una
porcion de dicha menor que la que sacrifica : en otros

términos, supongamos que para procurar á otro cierta


suma de placer , renuncia para sí mismo una mas con-
siderable : esto no seria virtud sino locura ; no bene-
volencia efectiva , sino un falso cálculo . La suma de la
dicha general se hallaria disminuida.
157

Esta es una ocurrencia que jamas puede tener lu-


gar de una manera intencional ; ninguno , á no ser
loco , desperdicia ó gusta ver desperdiciar la dicha,
y mucho menos la suya propia.
La impulsion natural á cada hombre le lleva á
economizar la dicha. Cuando hace el sacrificio de la
suya á la ajena , no puede ser sino por un interes
de economía ; porque si de un modo ú otro no le
resultase del sacrificio mas placer del que contaba

sacar absteniéndose de él , ni lo haria , ni lo podria


hacer. Supongamos que haya igualdad entre el pla-
cer sacrificado y el comunicado ; supongamos que
en esta traslacion no se pierda porcion alguna ; en-
tonces vienen los placeres de la simpatía , que entran
en la dicha del hombre en una porcion tan conside-
rable , como cualquiera de los placeres puramente
personales : estos hacen inclinar la balanza , y el
hombre que los busca , es el juez mas apto , por no

decir el único juez competente de su valor.


Aun suponiendo que se equivoque en el cálculo,
en nada varia la cuestion . La mision de la Deonto-

logía es enseñarle á calcular bien , y poner ante sus


ojos una valuacion exacta de las penas y placeres .
Es un presupuesto de recetas y gastos , en que cada
operacion debe darle por resultado un esceso de
bienestar.

Notarémos aquí de paso que el deontologista , ya


en sus discursos , ya en sus escritos , es un ejemplo
vivo de la aplicacion del principio de benevolencia
efectiva-positiva , y lo que mas alentará sus esfuerzos
es la idea de que por este medio , produce quizá mayor
158

dicha , y á mas poca costa , que pudiera producir


cualquier otro. En efecto , ¿ no contribuye acaso á
estender el dominio de la dicha ? Y ¿ qué le cuesta ?
Solo arreglar y combinar algunas frases. ¿ Estas ver-
0
dades , que solo le costaron el trabajo de dejar oir
algunas palabras , ó emplear con este objeto la voz
infatigable de la prensa, no tendrán acaso por resul-
tado cierto la estension del dominio de la felizidad ,
hasta las regiones mismas que no tienen otros lími-
tes que los que impone á todas las empresas del hom-
bre la debilidad de nuestra naturaleza ? Es un acto
positivo de benevolencia efectiva echar la semilla de
frutos útiles ó brillantes flores en un terreno que ja-
mas ha sido cultivado . ¡ Cuánto mas eficaz es la be-
nevolencia de aquel que echa semillas , de las que de-

be nacer la felizidad humana , la felizidad fecunda,


multiforme y permanente!
Y sobre todo no debe olvidarse que tanto mayor
será el valor del don , cuanto mas grande sea la in-
digencia del que recibe ; tanto mayor el beneficio ,
cuanto mayor la necesidad . Es cierto pues que prin-
cipios erróneos de accion han producido mucha in-
digencia moral , mucha desgracia , que el moralista
ilustrado tiene la mision de hacer cesar. ¿Qué mi-
sion mas alta que esta ? ¿ Qué ocupacion mas noble?
Haciendo á los demas inestimables servicios , estable-

ce su irresistible derecho á los servicios de los demas;

ejerce un poder , que en sí mismo es un placer , el


mas delicioso de los poderes , cual es el de la benefi-
cencia , y la ejerce con respeto á todos sin distincion
ni escepcion .
159
En esto no hai sacrificio ni aun de interes perso-
nal : por estos y semejantes medios es por donde
puede cada cual secundar los progresos , y apresu-
rar el triunfo de la dicha universal. Cada uno pue-
de disponer de mas ó menos tiempo. Cuántos hai
sobre quienes pesa todo entero. ¡ Qué lástima no lo
aprovechen! ¡ Que no disfruten de él ! ¡ Que no lo
empleen en hacer bien!
La beneficencia tiene por teatro el mundo ente-
ro ; pero con mas especialidad los lugares donde ca-
da cual ejerce una influencia particular , sea perso-
nal , doméstica ó social. Las ocasiones que pueden
ofrecerse de ejercerla dependen en parte de estas in-
fluencias : con nuestros inferiores ó iguales estas oca-
siones son permanentes : con nuestros superiores tran-
sitorias. En el segundo tomo , consagrado á la prácti-
ca , nos dedicarémos de un modo particular á tratar
de estas relaciones.
160

XV.
d

ANALISIS DE LAS VIRTUDES Y VICIOS.

TENEMOS ya el terreno desembarazado , y echados


los fundamentos del edificio moral. Solo nos queda
barrer los escombros que hai al rededor , ó escoger
de entre los fragmentos esparcidos , los que pueden
servir al arquitecto moral en la construccion del
templo de la virtud . Por do quiera la prudencia y
benevolencia se ofrecen á nuestra vista , las retira-

rémos de las ruinas que han obstruido hasta el dia


el dominio de la moral ; cuando no encontremos ni
una ni otra , adopte quien quiera la impostura por
virtud , que aquí no encóntrará lugar.
Lo mismo sucederá con el vicio. Nosotros nada
tenemos que ver con la accion que ni daña al indivi-
duo que obra , ni á otro alguno , ni disminuye la su-
ma de dicha mucho menos con la accion , que , dése-
le el nombre que quiera , deja tras sí un escedente
de goze .
Las virtudes y vicios son hábitos voluntarios; por-
161
que si no lo son , las palabras del moralista se las lle-
va el viento. Á las dos ramas de la virtud , pruden-
cia y benevolencia , corresponden dos ramas del vi-

cio ; la imprudencia , por la cual el hombre se perju-


dica á sí mismo principalmente , y la improbidad,
que daña especialmente á otro .
Poco importa el órden en que se presentan estas
virtudes y vicios ; no son capazes de disciplina , ni
susceptibles de clasificacion fija ; son un cuerpo re-
belde , cuyos miembros están frecuentemente en
guerra unos con otros. Los mas se componen de una
porcion de mal , otra de bien , y otra de materia neu-
tra ; caracterízalos cierta cosa de vago , que puede
convenir al moralista poético ; pero que el moralista
práctico halla inútil y peligroso.
Aquí se ofrecen desde luego al pensamiento las
tres virtudes llamadas cardinales.

¿ A qué actos se acostumbra unir la gloria del va-


lor ? á aquellos por los cuales un hombre se espone
voluntariamente á un peligro , que pudiera evitar , á
todo riesgo , á las penas corporales , á la muerte.
La virtud del valor es proporcionada á la grandeza
del peligro , á la intensidad ó duracion de la pena , ό
á la probabilidad de la muerte.
¿ Será de desear en el interes definitivo de la so-
ciedad , que se esponga el hombre de esta suerte?
Tal es la medida de toda especie de mérito. ¿ Ade-
lantará su bienestar ó el de los demas ? Si su inte-
res y el ajeno son incompatibles , ¿ á cuál deberá dar
la preferencia ? Posible es que esto sea difícil , y
mui difícil de saber ; y no obstante es preciso saber-
TOM. I. 11
162
lo, y si se puede lograr , la cosa lo vale ciertamente.
El objeto que se trata de procurar , es útil al indi-
viduo mismo ó á los demas. El peligro á que se es-
pone , es el precio por el cual se compra el objeto.
¿Vale este lo que costó ? ¿ Hai beneficio en la com-
pra ? Esta es la cuestion , la única cuestion digna de
ocuparnos. En cuanto á saber , si el acto por el cual
se espone al peligro supuesto , es ó no acto de valor,
esta es una cuestion que no vale las palabras emplea-
das en formularla.

Y no como quiera es inútil , sino positivamente


perniciosa , porque semejantes cuestiones introducen
confusion en las ideas , embarazan el espíritu en dis-
cusiones no convenientes , y las alejan del asunto esen-
cial de investigacion , á saber , la union de los intere-
ses y deberes.
Supongamos pues un acto dañoso á estos intereses,
y que semejante acto se considere digno del nombre
de valor. ¿ Cuáles serán las consecuencias prácticas?
Qué siendo el valor una virtud , el acto dañoso en
cuestion será uno de aquellos que nos están mandados.
Supongamos ademas que el acto mas á propósito
para contribuir al bien general , no merezca el nom-
bre de valor. ¿ Qué resultará de aquí ? Si el valor es
una virtud, el acto mas propio para contribuir al
bien general , debe forzosamente ser vicioso é insensa-
to. Pasmoso es el absurdo , grande la ceguedad , y
palpable la inconsecuencia del discípulo de Aristóte-
les , el moralista de Oxford tocante al valor. Segun él
¿ qué es lo que constituye el valor ? ¿ Acaso la gran-
deza de la pena que un hombre continuamente sufre?
163

De ningun modo. ¿ Acaso la del peligro , es decir del


sufrimiento eventual á que se espone voluntariamen-
te? No por cierto. ¿ Qué es pues ? Es la naturaleza de
la ocasion en la cual se tuvo el sufrimiento ó se cor-

rió el peligro. Si el moralista aprueba la ocasion, ha-


brá valor ; si la ocasion tiene la desgracia de no obte-
ner su sancion , no le habrá.
En una batalla ó en otra parte espone un hombre
su vida ; y si se quiere , la pierde. ¿ Este hombre es
valeroso? ¿Su accion es accion de valor? Id á pre-
guntárselo al profesor de Oxford ; seguro estais que
os lo diga , hasta saber bajo qué bandera ha comba-
tido. Decidme cuál ha sido la ocasion de su muerte,

os responderá ; si yo apruebo la ocasion , entónces


será acto de valor ; sino , no .
El profesor establece cuatro escepciones evidentes
y especiales ; á saber , los suicidas , los duelistas , los
ladrones , en fin los hombres que se esponen á los

peligros ó á la muerte por la defensa de su libertad:


estos , segun él , no son hombres de valor : sus actos
no merecen que se les aplique esta calificacion.
Un hombre que pone fin á su vida voluntariamen-
te , no puede ser valeroso. ¿ Sabeis por qué? Porque
no es permitido el suicidio.

Un hombre que mata ó es muerto en duelo , no


puede ser valeroso. ¿ Sabeis por qué? Porque no de-
bió batirse.

Un hombre que muere en defensa de su libertad,


debe ser un cobarde , pues no tenia la justicia de su
parte .
Un salteador hace el papel de héroe. ¿ Este hom-
164

bre es valiente ? No. Porque ¿ qué tiene que hacer en


los caminos reales ?
Si la lógica fuese rigurosa , si en las ciencias or-
todojas y recibidas el absurdo pudiera servir de im-
pedimento á la fe , se podia pedir á estas gentes tu- 1

vieran á bien hacer la aplicacion de su principio.


En toda la multitud de los conquistadores , en vano
buscaríamos un hombre de valor. ¿ Qué eran los Ale-
jandros , los Césares , los Genghis-Kan , los Napoleo-
nes ? Todo menos valientes.
Cuando la proteccion concedida al absurdo es tal
que nadie osa chistar contra ella , su marcha es atre-
vida é imponente. Podeis á vuestro placer negar ó
conceder la palma del valor á los que hacen frente
voluntariamente á los peligros ó á la muerte ; estos
hombres serán valientes ó cobardes segun lo querais
entender.
La templanza se refiere á los placeres de los sen-
tidos. Designa habitualmente la abstinencia de los
gozes de uno o dos sentidos ; pero no concebimos por
qué se le da una acepcion tan limitada. La cuestion
de virtud debe ser decidida por la influencia de los
gozes de los sentidos en nosotros mismos y en otros.
La intemperancia , cuando es funesta al individuo
mismo , es una infraccion de las leyes de la prudencia.
Un goze es bueno ó malo segun que en él domi-
na el placer ó la pena. La abstinencia , que no deja
tras sí un escedente de placer , no lleva el carácter
de la virtud ; el goze que no deja una balanza de pe-
na , no puede justamente desacreditarse con el nom-
bre de vicio.
165
Existe en el mundo una grande repugnancia á aban-
donar al hombre el cuidado y direccion de sus pla-
ceres ; y por el contrario se manifiesta una violenta
disposicion á decidir de aquello que en la idea de ca-
da hombre debe ó no , considerarse como placer. Los
epitetos de impropios , de ilegítimos y otros seme-
jantes son fulminados contra ciertas acciones , á fin
de hacerlas odiosas , como si constituyesen pruebas
de inmoralidad ; esto forma parte de la cómoda fra-
seología , á cuyo abrigo se atrinchera el dogmatismo
contra el análisis que pudieran aplicarle las doctri-
nas de la utilidad.

Nunca repetirémos bastantemente , que siendo la


prudencia y benevolencia efectiva las dos virtudes in-
trínsecamente útiles , todas las demas deben sacar su
valor de estas y estarles subordinadas.
Así, ¿ es la justicia una virtud secundaria é infe-
rior? Y en tal caso , ¿ á qué debe ir unida? Antes
que se comprendiese el arte de la lógica , y sobre
todo antes que se hubiese aprendido á poncr en al-
gun órden las clasificaciones , y á producir resultados
exactos y completos , se introdujeron las ideas relati-
vas á la virtud , y los nombres que las designan.
Las relaciones entre una y otra virtud eran obscuras
y vagas , su descripcion confusa , los puntos de coinci-
dencia ó de diferencia , no precisos ó indeterminados.
Lógicamente hablando , eran disparates , matemática-
mente , eran incomensurables.
La escuela de Aristóteles ha introducido sobre las

virtudes las definiciones y clasificacion que hemos vis-


to. Muchas han sido divididas en especies ; pero exa-
166

minándolas , se vé que se han colocado bajo los mis-


la
mos nombres genéricos virtudes , á las cuales no se

puede asignar relacion alguna entre sí; y algunas otras, 0
en quienes no puede discernirse el género bajo que
están colocadas. Sucede con frecuencia que las modi-
ficaciones referidas á una virtud pertenecen á otra , y

el todo presenta una reunion complicada y confusa.


La historia natural ha tenido su Lineo , que restable-
ció en el caos el órden y la armonía ; el Lineo de la
moral aun está por nacer.
En el sistema de la utilidad la justicia es la modi-
ficacion de la benevolencia. Entra en el plan de esta
obra , siempre que no es aplicable la sancion política,
ó el poder de la lei , y en los casos en que la sancion
de la obligacion moral no se apoya en disposiciones
penales.
La insuficiencia é imperfeccion de la sancion po-
lítica ó legal se manifiestan en una considerable por-
cion del dominio de la moral ; y hai necesidad de
recurrir á las leyes de la sancion moral , guiadas por
la utilidad , en los casos siguientes:
Cuando la sancion legal enmudece , ó en otros tér-
minos , cuando no previó el caso en cuestion.
Cuando la sancion legal se opone al principio de
la maximizacion de la dicha , ó es incompatible con él .
Cuando las prescripciones de la sancion legal son
confusas ó ininteligibles.
Cuando son impracticables.
En todos estos casos las prescripciones de la justi-
cia serán las de la benevolencia , y las prescripciones
de la benevolencia serán las de la utilidad.
167

Seria lógico comprender la palabra probidad en


la palabra justicia, porque son evidentemente sinóni-
mas ; y si entre ellas existe alguna diferencia , mas es
gramatical que moral. En efecto , aunque se dice
hacer justicia , no se dice hacer probidad , por mas
que en hecho de verdad todo acto de injusticia lo
sea de maldad , y todo acto de justicia lo sea tam-
bien de probidad .
La palabra justicia está encargada de espresar
otras significaciones , que le quitan de su eficacia co-
mo término moral.

Puede por ejemplo emplearse como sinónimo de


judicatura , de autoridad judicial. Dícese del que ejer-
ce los poderes judiciales , que administra justicia;
mas no se dice que administra probidad , y jamas
se da el sentido de probidad á esta espresion.
De aquí proviene un gran mal , y un manantial
de errores; porque si este funcionario se hace mani-
fiestamente culpable de improbidad en el ejercicio
de su cargo , no por eso dejará de decirse que admi-
nistra justicia ; la improbidad vestirá el traje de esta.
Dirá , y sus amigos lo dirán de él , que administra
justicia, y los que hayan concebido de él una opi-
nion desfavorable , se hallarán mui embarazados pa-
ra hallar una fraseología diferente que le sea aplica-
ble. Sin embargo nadie dirá de él que administra
probidad. Este es uno de los infinitos casos , en què
espresiones vagas é indefinidas sirven para cobijar la
mala fe y la inmoralidad.
Los placeres y penas de la amistad son en peque-
ño los de la sancion popular ó moral. En el primer
168

caso su origen está en un individuo especial, y en el


segundo en una multitud indefinida.
¿ Cuándo son apetecibles los placeres de la amis-
tad? Cuando pueden procurarse sin la produccion de
un mal mas que equivalente , y sin infringir las le-
yes de la prudencia personal. ¿ Hasta dónde se debe-
rán llevar las investigaciones sobre ellos ? Hasta el
preciso límite de su conformidad con las virtudes
cardinales de la prudencia y benevolencia , y nos con-
vencerémos de que raras vezes concurren estas virtu-
des con los placeres y penas de la amistad.
Para obtener el favor y amistad de otro, el medio
mas natural es hacerle servicios , no teniendo estos
otros límites que los de la benevolencia y pruden-
cia. Los límites que pone la benevolencia efectiva al
ejercicio de la amistad , son los que se aplican á bus-
car las riquezas. Si los servicios que obteneis de
aquel cuya amistad solicitais , consisten en daros ri-
quezas , yendo tras la amistad vais en demanda de la

fortuna , y el seguir tras esta amistad seria tan con-


trario á la benevolencia , cuanto lo seria el seguir
tras la fortuna con los gozes y esenciones que trae
consigo.
Los placeres que procura la amistad tienen este
carácter distinto é interesante , á saber , que su pro-
duccion es en proporcion casi igual obra de la pru-
dencia y benevolencia reunidas.
En efecto cualesquiera que sean señales de egoismo
que caracterizen los deseos formados , aun cuando no
fuesen sostenidos por la simpatía social , los efectos no
por eso dejan de ser puramente benéficos. Los intereses
169

del que solicita la amistad de otro pueden ser satis-


fechos ó no; pero no es menos cierto que la persona
cuya amistad se solicita , ve sus intereses satisfechos
en una porcion casi igual á lo que habria obtenido
por sí misma, si hubiera buscado el placer que se le
proporcionó. Y aunque este placer no sea producto
de la simpatía ó benevolencia , no deja de ser pro-
ducto; y el bien que de allí resulta , aunque no emana
de una virtud primaria , tiene tanto precio como și
realmente emanara . Todo el mérito de la benevolen-
cia consiste en su tendencia y aptitud á producir la
beneficencia ; y no puede nacer mal alguno del esceso
de las afecciones de la amistad , sino cuando están en
oposicion con las virtudes primariaş.
El número de los competidores para obtener es-
tos servicios es proporcionado al valor de los que
se supone tener un hombre el poder y voluntad de
conferir. Aquí como en todo otro caso la concurren-
cia producirá zelos , y todo concurrente que se crea
haber obtenido mayor parte que otro , será para éste
un objeto de envidia. Esta envidia se esforzará en
producir una reaccion de mal querer sobre la perso-
na que es su objeto ; y el fin de sus esfuerzos inme-
diatos será reprimir el mérito del individuo favore-
cido á los ojos del que confiere los favores.
Sin embargo existe un tribunal que falla sobre
estas pretensiones rivales , y es el que adjudica el
buen nombre y la estimacion general. Todo el que
quiere intervenir en juicio él hace parte de ese tri-
bunal. En su barra el hombre que se constituye de-
tractor del mérito de otro , hace el papel de delator,
170

y su conducta se atribuye comunmente á motivos


poco honrosos. Cualesquiera que sean estas califica-
ciones severas y deshonrosas , podrán desacreditar su
conducta , y así es como la sancion popular es lla-
mada á causar reaccion sobre la impulsion personal.
La palabra servilismo es una de las que ordinaria-
mente se aplican en estas ocasiones. Sus sinónimos,
y casi-sinónimos son en grandísimo número , y su sig-
nificacion de un carácter en estremo vago é indeter-
minado.

Tanto peor : no yendo aneja á él idea alguna pre-


cisa , la acusacion aun se hace mas terrible.
Reflexionando bien se verá que la palabra servilis-
mo designa la habitud de hacer á un superior servi-
cios que no debian hacerse , segun las ideas recibidas
de conveniencia. Como regla de conducta el princi-
pio tantas vezes mencionado de la balanza de las pe-
nas y placeres , hallará aquí su aplicacion como en
todas partes .

Hacer á cada uno los servicios posibles , cuando ni


la prudencia ni la benevolencia tienen que objetar,
tal es evidentemente el precepto y deber de la bene-
ficencia ; y en el caso de que tratamos , están en toda
su fuerza las prescripciones de la benevolencia , sin
que la prudencia les oponga fuerza contraria.
Pero aquí, como sucede casi siempre , dos fuerzas
contrarias están una frente á otra , á saber la del mo-
vimiento y resistencia , siendo la legítima influencia
de la primera de estas fuerzas limitada por la de la
segunda.
Aunque la virtud de la beneficencia abraza al
171

mundo entero , puede ejercerse en límites mui redu-


cidos ; y la esfera de su accion es aun mas limitada ,
cuando se aplica únicamente á un individuo. Y así
debe ser ; porque si cada hombre estuviera dispuesto
á sacrificar sus propios gozes á los de otros , es evi-
dente que se disminuiria y aun destruiria la suma to-
tal de gozes .

El resultado seria , no la dicha , sino la desdicha


general. Esta es la razon porque la prudencia impo-
ne límites á la benevolencia , y estos límites no abar-
can grande espacio.
En el caso en cuestion la prudencia no solo no pro-
hibe , sino antes prescribe la obligacion de hacer ser-
vicios á los superiores , servicios que deben prestarse
en la mayor cantidad que sea compatible con la se-
guridad de que el valor de los servicios recibidos en
contracambio , no será inferior al del sufrimiento , ab-
negacion ó sacrificio hecho para obtenerlos. La pru-
dencia hace una especie de trato de aquellos que sir-
ven de base á toda transaccion mercantil. Se cuenta
con que la suma gastada reportará algo mas de su va-

lor. No hai espensa desventajosa , siempre que pro-


duce un equivalente. Todo gasto es ventajoso , cuan-
do produce un equivalente y algo mas.
He aquí pues á la prudencia obrando en dos direc-
ciones , prescribiendo la espensa en cuanto ofrece un
retorno provechoso , y prohibiéndola , cuando éste no
puede ser razonablemente previsto. Mas aquí como
en lo demas , mientras la prudencia procura realizar

el beneficio en cuestion , no debe violarse lei alguna


de la benevolencia .
172

Y¿cómo asegurarse de las prescripciones de la


prudencia personal ? ¿ Qué es lo que las determina ?
La balanza de una cuenta , que debe abrazar las di-
ferentes divisiones en que pueden clasificarse las pe-
nas y placeres, La prudencia supone y prescribe en
ciertas ocasiones el sacrificio de ciertos placeres y esen-
ciones á otras esenciones y placeres. Es fuerza decla-
rarse por una de las dos sumas rivales , y será pru-
dente decidirse por la mas fuerte.
En el presente caso la alternativa es entre los pla-
ceres de la amistad y las penas de la sancion popular.
Hai servicios que un hombre no puede hacer sin
esponerse á perder la reputacion ; y esto es cierto en
los servicios que no son absolutamente incompatibles
con las virtudes primarias. La costumbre y el bien
parecer han establecido á este tenor una multitud de
interdicciones , que confirma difícilmente una inteli-
gencia exacta de lo que exigen la prudencia y bene-
volencia.

En los diversos grados de civilizacion , estas pro-


hibiciones han sufrido innumerables modificaciones .
Cuanto mas elevada es la escala de las dignidades,
tanto es mayor la distancia entre el primero y se-
gundo escalon, y tanto menos las restricciones que ha
introducido la costumbre con respecto á esto . Cuanto
mayor es la igualdad social, tanto menos latitud deja
á tales servicios , tanto mas restricciones impone. Si
remontamos á los tiempos antiguos , vemos en la con-
ducta y lenguaje un carácter obsequioso que hoi no
se toleraría. Entonces se consideraban como conve-
nientes y prudentes las habitudes de sumision y espre-
173

siones de humildad , y hacian parte del saber vivír:


en el dia serian miradas como pruebas de servilismo,
bajeza y envilecimiento , y atraerian sobre su autor el
público menosprecio. Este mismo contrasté hallaré-
mos en oriente . En " aquellos remotos paises , bajo
unos gobiernos absolutos es casi infinita la distancia
entre el grado mas alto y el ínfimo ; y enorme de un
grado á otro ; de manera que allí no hai obsequio
que venga fuera de tiempo , ó que repruebe la opi-
nion. En los individuos de la clase inferior es el en-

vilecimiento un medio de conservacion , y el servilis-


mo mas degradante es aconsejado por la prudencia.
El hombre mismo á quien se ve humillarse y ar-
rastrarse ante su superior , es altanero é insolente con
su inferior. Esto sucede á cada paso , y no hai cosa
mas sencilla. Es natural que el hombre servil procu-
re indemnizarse de lo que sufré por gozes de la mis-
ma naturaleza. Pero contentando ásí su orgullo , pro-
voca la enemistad , con esta los malos oficios , y con
estos el sufrimiento bajo todas las formas imagina-
bles. ¿ Ganó alguna cosa procurándose este placer?
Esto depende de sus gustos individuales , y á vezes
tambien del acaso.

El orgullo y la vanidad son disposiciones dél espí-


ritu , que no se manifiestan necesariamente y aun ha-
bitualmente por medio de actos aislados. Hai entre
el orgullo y vanidad una relacion íntima , y su exá-
men simultáneo es el medio de formarse ideas justas
del uno y de la otra. Ambos consisten en el deseo de
la estimacion , tomando cada cual una direccion dis-
tinta , y empleando medios diferentes para satisfacer-
174
se. El hombre orgulloso y el vano tienen ambos á la
vista la estimacion de aquellos , de quienes creen de-
pende su bienestar.
En uno y otro caso la cuestion importante es : ¿ Este
orgullo , esta vanidad tienen el carácter de virtud ó

vicio ? Si de virtud , ¿ de qué virtud ? Si de vicio , ¿ de


qué vicio?
En el hombre orgulloso el deseo de la estimacion
va acompañado de menosprecio ó desestima de aque-
llos , cuya estimacion quiere lograr. No sucede así
con el hombre vano.
Siendo el valor de la estimacion menor á los ojos
del orgulloso que á los del vano , se necesitará ma-
yor porcion de estimacion para procurar al hombre
orgulloso una satisfaccion igual á la que menos por-
cion procurará al hombre vano. Esta es la razon de
ser el descontento la habitual disposicion de espíritu
1
en el orgulloso , y este descontento se manifiesta este-
riormente.

Síguese de aquí que la tristeza y la malevolencia,


ó la una ó la otra , ó ambas á dos son las compañe-
ras habituales del orgullo ; obrando unas vezes como
causas , otras como efectos , otras en estos dos carac-
teres. La jovialidad por el contrario es la herencia
ordinaria de la vanidad , y tal vez la benevolencia .
Una lijera muestra de estimacion causa grande satis-
faccion á la vanidad. Cuanto mas lijera , tanto es mas
fácil de adquirir : cuanto mas frecuente , tanto mas lo
son en consecuencia las causas de satisfaccion.
El orgullo es naturalmente taciturno ; la vanidad
locuaz. El orgullo aguarda inmóvil las demostracio-
178

nes de estimacion que desea obtener ; la espontanei-


dad de estas es lo que á sus ojos les dá todo el valor.
No las exigirá , ó por lo menos , no parecerá que las
exige. Aguardará á que vengan ; y para ser capaz de
obrar así , es preciso que posea la facultad de domi-
narse . Aliméntase de estimacion , y necesita una can-
tidad bien grande , pero tambien sabe ayunar.
No es así el hombre vano : su apetito aun es mas
vehemente que el del orgulloso , no hai abundancia

que pueda saciarlo ; pero aunque sea poco , le gustará


y por algun tiempo se contentará con ello. Va de
puerta en puerta mendigando el pan necesario á su
hambre insaciable.
Considerado en sí mismo el orgullo , casi siempre

se toma en mal sentido , y en la acepcion de vicio;


con una calificacion puede emplearse en sentido favo-
rable y llega á ser una virtud. Así es como decimos
un laudable , un justo , un respetable orgullo ; pero
hai alguna cosa que nos dice no ser esta fraseología
estrictamente conveniente , y va aneja á ella una idea
de metáfora y retórica.
Mas en cuanto al epiteto de orgulloso , aplicado á
un hombre , siempre envuelve una idea desfavorable.
Cuando por esta palabra se designa la naturaleza del
espíritu de un hombre , se da á entender en esto mis-
mo que la tal naturaleza es viciosa.
Se dice un dia digno de orgullo , una situacion dig-
na de orgullo , para manifestar un dia , una situacion
de que puede estar uno orgulloso. En tal caso se
une indirectamente un hombre á un suceso , hacién-
dose abstraccion de todo orgullo vicioso.
176

La vanidad es aun mas maltratada : no se puede


atribuir á un hombre , sin hacerlo justamente objeto
de menosprecio é irrision . Difícil seria hablar , é

imposible hablar convenientemente de una vanidad


honesta , justa , respetable. Podeis haber tenido un
dia digno de orgullo y volver á él una mirada de sa-
tisfaccion , mas no podeis decir lo mismo de un dia
de vanidad.

Pero lo que importa sobre todo en la práctica , es


distinguir lo que hai de virtud y de vicio en estas
cualidades de orgullo y vanidad. Si hai virtud , debe
ser la prudencia , benevolencia ó beneficencia ; si hai
vicio debe ser la imprudencia ó malevolencia. Y de
este modo quizá por primera vez se habrán aplicado
ideas claras á apelaciones que ändan diariamente en
boca de todo el mundo.

Si los principios de la moral fuesen plenamente


comprendidos y obedecidos ; ó de otro modo , si la
sancion popular fuese bajo todos aspectos lo que se-
ria de desear que fuese por el interes del género
humano , todo lo que restase de orgullo en el cora-
zon del hombre , no participaria de la naturaleza
del vicio. Pero en el estado actual de cosas , don-
de la opinion pública no tiene la utilidad por ba-
se , el orgullo debe frecuentemente contarse entre los
vicios.
La cantidad de virtud ó de vicio que resulta del
orgullo y de la vanidad , parece depende en gran
parte de la posicion que ocupa el hombre orgulloso
ó vano en la escala social. En la posicion del corto
número de los que gobiernan el orgullo es mas apto
177

para disponer el espíritu al vicio que á la virtud;


pero no sucede así con la vanidad.

El orgullo cuando degenera en vicio , es el carac-


terístico de la clase de los gobernantes , porque su

situacion los hace menos dependientes que otros de


los " servicios espontáneos . Para un hombre colocado
en elevacion los servicios espontáneos de otros lle-
gan á ser comparativamente objetos de indiferencia , y
consiguientemente no siente disposicion alguna á ob-
tener estos servicios al precio de otros hechos por él,
aun cuando no mas sean los gratuitos de la urba-
nidad. El orgullo en estas posiciones elevadas aleja
al hombre de la benevolencia y beneficencia , y pre-
senta estas virtudes como rivales del interes per-
sonal.

La vanidad sugiere otra marcha : su apetito ines-


tinguible exige servicios continuos , servicios en que se
manifieste la estimacion , y en esto su tendencia se di-
rige á la benevolencia. Así es como actos benévolos en
apariencia, y que llevan impreso un carácter esterior
de simpatía social sea reflexiva , sea sentimental, pue-
den traer su orígen de la afeccion personal de la
vanidad. Producidos los actos es otra tanta ganan-

cia para la dicha general. ¿ No llenará entonces la


vanidad el objeto de la utilidad , produciendo el
bien que la utilidad se propone ? No , mientras la

opinion , mientras la sancion popular no estén de


acuerdo en todos los puntos con las doctrinas de la
utilidad.
Pero el ejercicio de la vanidad , cualesquiera que
sean los títulos de estimacion en que se funda , pro-
TOM. I. 12
178

duce la concurrencia , que se aumenta con el acrecen-


tamiento de la estimacion de que hace alarde , y esta t

concurrencia produce el descontento. La vanidad de


un hombre suscita y pone en accion las emociones,
los afectos y pasiones de otros muchos.
En una esfera encumbrada , cuanto mas elevado
se halla el hombre , menos posibilidades hai de que
escite la envidia ó zelos de las clases inferiores;
porque la envidia y zelos no pueden existir sino don-
de hai concurrencia , y tanto menos lugar habrá á la
concurrencia cuanto mayor sea la distancia de un ran-
go á otro.
Al mismo tiempo , cuanto mas elevada es la posi-
cion del hombre , mas vasta es la carrera en que pue-

de ejercer su beneficencia , y por lo mismo que su


vanidad procura satisfacerse con actos de beneficen-
cia, la estimacion que adquiere , sirve á contraba-
lanzear , ya que no á dominar las penas y riesgo pro-
ducido por la envidia y zelos ajenos , obrando sobre

él , ó sobre aquellos cuyas almas ocupan la envidia


y zelos.
El efecto será diferente para el resto de los hom-
bres ; porque siendo menor el poder de la benefi-
cencia , su envidia y zelos serán mayores. Aquí será
mas odiosa la afectacion de superioridad bajo la in-
fluencia de la vanidad : en la liza social puede el
mejor atleta escitar sentimientos de envidia y ze-
los en el alma de los demas luchadores , y no pue-
de producir placer alguno equivalente. Puede pro-
ducir la pena , es cierto ; pero ¿ qué suma sensible
de dicha le es dado añadir á la de los individuos no
179
comprendidos en el círculo de sus afecciones domés-
ticas ? (1)
El orgullo va acompañado de un sentimiento de
independencia ; pero no la vanidad. El orgulloso es-
tá convencido que recibirá de los demas tantos res-
petos como necesita ; de consiguiente no se tomará el
trabajo de buscarlos , es decir no se tomará la moles-
tia de hacerse agradable á otros. No presentará los
títulos que cree tener á su estimacion ; dícese á sí mis
mo que son evidentes , y nadie puede ignorarlos . En
proporcion de los sucesos que obtiene , da á los de-
mas una alta idea de su importancia , quiere hacer-
les creer , que de un modo ú otro , su bienestar de-

1 El hombre vano se exagera el valor de los servicios de los


demas , y para procurárselos , se toma mas trabajo del necesa-
rio. El orgulloso relaja á sus propios ojos el valor de los servi-
cios ajenos , y mide el derecho que tiene á exigirlos en razon
inversa de la necesidad que tiene , ó del caso que hace. La acti-
vidad es compañera de la vanidad ; la inmovilidad del orgullo.
Toda añadidura á la afeccion de la vanidad añade algo al poder
de la simpatía hacia otro. Toda adicion á la afeccion del orgullo ,
quita algo á la misma simpatía.
No obstante el rehusar los servicios pedidos despertará en el
hombre vano y en el orgulloso la enemistad. La del hombre or
gulloso será abierta , franca , visible. Os dará á entender que se
cuida mui poco de que vuestras disposiciones respeto á él sean
amistosas ú hostiles. Es tal la importancia que se atribuye , que
por respeto ó por temor los demas se ocupan en hacerle servi-
cios en mayor número del que vos le podeis ofrecer. Cuanto al
hombre vano parece no ejerce sobre vos despotismo alguno pa-
ra obtener vuestra buena voluntad. Cuanto mayor es su vani-
dad , tanto mayor será su deseo , tanto mas vivos los esfuerzos
que hará para lograrla.
180
pende de su favor , y que este favor es difícil de ob-
tener. Hai pues de su parte una especie de temor con
respeto á sí , á saber, el temor de no poder lograr su
favor. Este temor va necesariamente acompañado
de sufrimiento. El mismo tiene la percepcion de es-
te sufrimiento , y sin embargo no quiere hacer lo que
depende de él para evitarlo ó disminuirlo. Bien po-
dria disminuirlo , templando su orgullo con alguna
condescendencia . Podria hacerlo desaparecer entera-
mente , deponiendo su orgullo , y tratando á los de-
mas hombres bajo un pie de igualdad.
En resumen la vanidad se acerca mas á la bene-

volencia ; el orgullo al sentimiento personal y á la


malevolencia. El hombre vano sintiéndose compara-

tivamente poco asegurado de la estimacion que am-


biciona , está proporcionalmente deseoso de hacer lo
posible para obtenerla , esfuerzase en adquirir las cua-
lidades que pueden granjeársela , y como quiere con-
seguir el buen querer de los demas , es preciso que
siembre lo que puede producirlo. Ordinariamente se
realizará hasta cierto punto el objeto de sus esfuerzos.
Escitará alguna admiracion : la admiracion ocasiona
sorpresa, la sorpresa despierta la curiosidad , cuya sa-
tisfaccion es un placer .

Hai sin embargo dos causas que pueden no solo


neutralizar , sino tambien destruir este efecto : prime-
ro cuando la superioridad desplegada es tal que pro-
duce humillacion , ó un sentimiento penoso de in-
ferioridad en el espíritu de aquellos que son testi-
gos; en segundo lugar , cuando el género de mérito
desplegado es el mismo en que hai concurrencia en-
181

tre la persona que la despliega , y aquella delante de


la cual se despliega ,

Cuando así sucede , la prudencia y benevolencia


están de acuerdo en recomendar que nos abstenga-
mos de semejante manifestacion : la prudencia , por-
que las pasiones de la envidia y zelos suscitarán con-
tra nosotros una mala voluntad, que tienda á hacernos
mal ó á abstenerse de hacernos bien , y la benevolen-
cia , porque esta manifestacion será penosa á otro.
Hai ademas muchos términos asociados á la idea

de orgullo , cuyo valor y sentido no es posible de-


terminar , sino aplicando los grandes principios , á los
cuales tan constantemente hemos hecho relacion en

esta obra. La bajeza tiene por contrario , no tanto al


orgullo , cuanto la apelacion compleja de elevacion
de espíritu , de grandeza de alma ; pero hai y debe
haber mucho de vago en estas cualidades. Orgullo
tomado aisladamente es una apelacion crítica : gran-
deza de alma es un elogio. Del mismo modo la hu-
mildad es un título á la estimacion ; la bajeza al me-
nosprecio. Esta oscuridad se ha aumentado aun mas
por el sentido que han dado á estos términos los es-
critores religiosos. Independencia de espíritu es una
espresion susceptible de interpretaciones bien diver-
sas. El criterio que se ha de adoptar consiste en la
tendencia de estas cualidades á producir en todos los
casos particulares la dicha del individuo y de la so-
ciedad general. Todo lo demas no es sino una vana
disputa de palabras sin importancia práctica ni real;
una cuestion de fraseología , cuyo sentido está sujeto
á perpétuas modificaciones , y cuya discusion , á me-
182
nos que se refiera á alguna regla de moralidad , no
es mas que pérdida de tiempo y de trabajo.
Sea que se lleve el fin de esponer ó de instruir,
el único medio eficaz es asegurarse de la asociacion
de las espresiones morales á los términos de pena y
de placer. Aplicad cualquier otra piedra de toque á
la vanidad y orgullo , y os convencereis de que allí
solo está la clave de su significacion y valor. Y lo
que es verdad aquí , lo es tambien en todas las de-
mas partes de la moral. La envidia y zelos no son ni
virtudes ni vicios : son penas.

La envidia es una pena nacida de la contempla-


cion del placer poseido por otro , sobre todo cuando
este placer proviene de una fuente de la cual el en-
vidioso deseaba tomarlo para sí ; si este deseo ha si-
do acompañado de la esperanza de obtener este pla-
cer, la pena se hace mas fuerte ; y llega al mas alto
grado, cuando el individuo atribuye su esclusion de 1

tal placer á poseerlo otro.


Los zelos son una pena , á saber , la de la aprension
que proviene de la misma causa ó de otra semejante.
La prudencia y benevolencia conspiran igualmente
á destruir la envidia y zelos ; la prudencia á fin de
librarnos de las penas que nos causan ; la benevolencia,
porque la envidia y zelos van unidas al deseo de li-

brarnos de las penas que producen , haciendo mal á


otro. La envidia y zelos se asocian mui de cerca á
las disposiciones maléficas , que contribuyen mucho á
crear. La disposicion sin la accion no es un vicio cier-
tamente , pero es una enfermedad ; y la enfermedad
es un terreno en que el vicio arraiga fácilmente , y
en donde no tarda á crecer de un modo espantoso.
185

XVI.

DE LAS VIRTUDES SEGUN HUME.

MAS para descubrir cuán vagas son las ideas de la


virtud, y cuán poco satisfactorias sus definiciones,
aun emanando de las mas altas capazidades intelectua-
les , cuando el criterio de la virtud ha sido ó desco-
nocido ó despreciado , no será fuera de propósito , aun
á costa de algunas repeticiones , volver sobre nuestros
pasos , llevando en la mano la lista de las virtudes
segun Hume. Un atento exámen nos convencerá enton-
ces de cuán fácil es hacer salir el órden, la armonía y
la belleza de una escena de confusion , desórden y em-
barazo, yendo provistos de aquellos instrumentos, que
con el nombre de prudencia y benevolencia puso la
utilidad en nuestras manos. Es tanto mas de desear,
cuanto que no ha mucho que la Revista de Edim-
burgo , llamando la atencion de sus lectores sobre la
clasificacion que ha dado Hume de las virtudes , pare-
ce concluir de aquí que habia hecho todo lo necesa-
rio para introducir un perfecto sistema moral.
184
Una objecion fundamental va unida á su clasifica-
20
cion de las virtudes en cualidades útiles y agradables.
La palabra útil , tiene mas de un sentido , y puede
significar lo que tiene el placer por objeto , ó lo que 미

tiene cualquier otra cosa. La utilidad no posee valor


sino en cuanto produce el placer ó aleja la pena , de-
jando en definitiva un escedente de placer , calculado
sobre el placer no solo inmediato, sino tambien dis-
tante; no solo al presente ', sino tambien en lo porve- 16
nir. Es en efecto cosa estraña que la palabra placer
alarme en tanto grado á los moralistas : en cuanto á
la cosa en sí misma , es decir , el goze , la dicha, de-
claran ser el fin de todos sus esfuerzos ; pero que se
pronuncie su verdadero nombre , al instante los ve-
reis huir ; no lo consienten en manera alguna. No
hai confusion y no-sentido que no prefieran á llamar
al placer con su propio nombre.
Diráse tal vez que Hume no da una acepcion ge-
neral á la palabra virtud, y que no es su discerni-
miento á quien se ha de acusar , si entre las virtudes
que enumera las hai que nada tienen de comun con
la virtud.
Mas si por virtud no se entiende lo que es útil , ó
productivo de lo que es útil al aumento del bienes-
tar , ¿ qué se entiende pues ? ¿ cuál es el valor de esta
palabra?
Es preciso reconocer que en la naturaleza misma
de la virtud entra alguna porcion de mal , algun su-
frimiento, alguna abnegacion , algun sacrificio de
bien, y consiguientemente alguna pena : pero á me-
dida que el ejercicio de la virtud pasa á hábito , la
185

pena disminuye por grados y acaba por desaparecer


enteramente.
La virtud es una cualidad moral por oposicion á
una cualidad intelectual : pertenece á la voluntad de
las afecciones y no á la inteligencia , esceptuando los
casos en que la inteligencia obra sobre la voluntad.

Una vez entendido esto puede formarse una idea


exacta de las cualidades apetecibles de que habla Hu-

me , repartiéndolas y agrupándolas bajo las divisio-


nes siguientes:
1a Cualidades pertenecientes no á la voluntad,
sino á la inteligencia , como el discernimiento , el ór-
den , la rapidez en la concepcion.
2a Las cualidades de la voluntad , que no pertene-
cen esclusivamente ni al vicio ni á la virtud , sino
que son unas vezes vicio y otras virtud , otras ni uno
ni otro , segun el objeto á que dirigidas ; tales son al
sociabilidad , la discrecion , la constancia , la clemen-
cia , la generosidad.
3ª Las cualidades que siempre son virtudes , y
que en consecuencia pertenecen á una de las dos gran-
des divisiones de la prudencia y de la benevolencia.
4a Las cualidades , que siendo siempre virtudes,
son modificaciones de las dos clases de las virtudes pri-
marias , á las cuales están subordinadas ; tales son la
probidad , la justicia.
Solo pues en la tercera y cuarta division se encuen-

tran las virtudes no dudosas ; la primera y segunda


no comprenden sino cualidades , que asociadas á la
prudencia y benevolencia , pueden serles importantí-
simos ausiliares . Por ejemplo , ¿ cuán preciosa no es
186

en el dominio de la moral la cooperacion del discer-


nimiento , de aquel tacto hábil en conocer las relacio-
nes , que unen las causas á sus consecuencias ? Igual-
mente el espíritu de sociabilidad unido á la pruden-
cia y benevolencia da naturalmente á cada una de
ellas un atractivo , que debe contribuir mucho á su
influencia benéfica ; pero al mismo tiempo , ¿ quién
no vé que la cualidad llamada discernimiento depen-
de mucho de la organizacion intelectual ; y que nin-
gun esfuerzo bastará á introducir en un espíritu in-
ferior una cantidad igual á la que dirige un espíritu
superior ? (1 ) Por otra parte la cualidad que llaman
sociabilidad, lejos de servir á la virtud , puede ser, y
lo es con demasiada frecuencia , compañera del vicio;
y no pocas vezes el instrumento por medio del cual
consigue el vicio sus mas funestos triunfos.
Aunque Hume haya clasificado sus virtudes de una
manera confusa y disparatada , no es fuera del caso
tomarlas en el desórden en que las dejó ; ninguna cla-
sificacion podrá hacer una virtud de lo que no lo es
entre ellas , y las virtudes que contienen , se hallarán
colocadas en la division á que pertenece cada cual.
La sociabilidad. Es una disposicion á buscar la
sociedad de otros : es buena ó mala , virtuosa ó vicio-
sa, segun el fin de la conducta del hombre sociable.
Contiene tanta virtud como benevolencia : combinada
con esta constituye la oficiosidad , que en la lista de

1 Mr. Owen ha profesado la opinion de que la educacion re ·


partida igualmente á todos daria este resultado. Mr. Jacotot
tambien sacó la misma conclusion . ( Nota del traductorfrances . )
187
Hume se cuenta como virtud distinta. Una disposi-
cion á evitar la maleficencia hace en general parte

del carácter sociable , y en esto se conforma con la


benevolencia efectiva-negativa. Pero la sociabilidad
puede ir acompañada de tiranía y maleficencia , y
esto es lo que sucede frecuentemente , sobre todo
cuando se ejerce respecto de personas de diferente
condicion. El uno de sus instrumentos es el espíritu,
espíritu productor de penas y destructor del pla-
cer. La sociabilidad puede emplearse con un fin de
insolencia ; y de esto vemos mas de un ejemplo en
los escritos de Ciceron (1 ). Puede aliarse con el me-
nosprecio como en Burke ; de suerte que es mui po-
sible , que buscando en la sociabilidad la moral y la
dicha , no se encuentre ni uno ni otro. Puede no ser
mas que el egoismo bajo de una forma dañosa , y
servir á cubrir con un velo favorable cualidades ma-
léficas : puede asociarse al fraude y á la rapiña , y
prestar las fascinaciones de la presencia á objetos in-
sensatos , viciosos ó perversos ,
El buen natural. Está estrechamente ligado á la so-
ciabilidad , pero en sus relaciones con el vicio y la
virtud ofrece un sentido ambiguo. Lo que es natural
en él y hace parte del carácter distintivo del indivi-

duo , no puede considerarse como virtud. La porcion


adquirida , resultado de la reflexion , suponiendo que
se pueda distinguir de lo demas , puede ser virtuosa .

1 Aun no tenia yo trece años, decia Bentham en cierta oca-


sion al que escribe esto , y ya me irritaban las abominaciones de
Ciceron .
188
Asociado á la benevolencia , es como la sociabilidad ,
casi sinónimo de oficiosidad ; une el carácter natural
al moral , aun mas que la sociabilidad . Si forma en-
teramente parte de la constitucion individual , es tan
virtud, como lo son la fuerza y la belleza ; añade agra-
do á las comunicaciones sociales , sea ó no virtuosa la
conducta. Esta parte del buen natural , que indepen-
diente de las propensiones físicas , ha llegado á ser
la benevolencia efectiva , esta , y esta sola es virtud;
pero no es virtud el buen natural , sino la benevolen-
cia efectiva. Asimismo puede el buen natural pres-
tarse á servir á la imprudencia ó á la improbidad.
La disposicion á agradar á otro ha sido frecuente-
mente causa de mala conducta. En el lenguaje ordi-
nario se acostumbra decir que á uno le estravía su
buen natural. Esto no puede ser sino la flaqueza so-
bre la cual obra la tentacion , y el gusto de satisfa-
cer á la persona que se dirige á nosotros , puede cu-
brirnos los ojos sobre las consecuencias de los males
que se siguen.
La humanidad. Esta es benevolencia efectiva , ó
una disposicion á la benevolencia efectiva , dirigida
especialmente á un género particular de sufrimiento.
Su objeto es alejar algun mal positivo y grave. Ase-
méjase mucho al buen natural , cuando se coloca ba-
jo el imperio de algun motivo escitante. Implica en
el hombre humano el ejercicio de una grande poten-
cia de socorro , y supone generalmente que sin este
ejercicio de humanidad , la persona socorrida estaria
espuesta á males mayores que aquellos á quienes se
trata de poner término ; pero en esto hai algunas es-
189

cepciones. La humanidad de un rei podria llevarlo


al estremo de perdonar á espensas de la justicia pe-
nal , lo que produciria en consecuencia un bien pe-
queño y un mal grande ; y resultaria definitivamente
una considerable pérdida pública para la sociedad ; y
desde luego semejante ejercicio de humanidad seria no
virtud sino vicio. La humanidad puede ser pues ó
no digna de elogio. Sus derechos al nombre de vir-
tud no pueden ser apreciados sino despues de pasadas
las penas que evita contra las que causa. Bajo la in-
fluencia de los impulsos del momento , es al propó-
sito para cometer errores. Por ejemplo cuando la dis-
ciplina ó castigo aplicado á la imprudencia debe te-
ner por resultado corregir esta misma imprudencia,
y la humanidad interviene para escusarle el casti-
go , de modo que en consecuencia de la impunidad se
repita la imprudencia , entonces la humanidad , lejos
de ser una virtud , es realmente un vicio , y tales ca-
sos suceden frecuentemente. Muchos de nuestros esta-
blecimientos de humanidad y caridad , que tienen por
objeto proteger la mala conducta contra las conse-
cuencias que acarrea, contribuyen de hecho á la des-
gracia de la humanidad. Las limosnas repartidas sin
discernimiento pueden servir de fomento á la pereza
y desórden. La humanidad es perniciosa , cuando de-
bilita la sanción moral hasta el punto de producir por
el deterioro de la moralidad , una cantidad de pena

futura , mayor que aquella cuya inmediata cesacion


efectua.

La humanidad para ser virtuosa , debe aprender á


calcular. Está siempre dispuesta á alejar una pena , y
190
á olvidar la saludable influencia de esta pena para

lo sucesivo. Solo pues merece la humanidad nuestra


aprobacion , en cuanto se alia con la prudencia y be-
nevolencia.
La clemencia. Tambien es humanidad ; pero supo-

ne en el que es objeto de ella una dependencia mas


directa de aquel que la ejerce. Aquí la persona que

recibe está en poder de la que dá ; la flaqueza de la


una contrasta con el poder de la otra. La aprecia-
cion exacta de los casos , en que la clemencia puede
ejercerse en los límites del principio de la maximi-
zacion de la dicha , depende de las facultades intelec–
tuales del individuo ; la disposicion á ejercerlos , de
sus facultades morales. Va aneja una idea de poder,
unida á otra idea vaga de tiranía , en razon de la dis-
tancia que separa al dispensador de la clemencia del
que es objeto de ella. Aquí se aplica en el dominio
político la regla que sentamos con respecto á la hu-
manidad. La clemencia , es decir el bien hecho á un
individuo , debe pesarse contra el mal hecho á la so-
ciedad. La apelacion á la clemencia es mas frecuente
que la apelacion á la humanidad. A los ojos de la
virtud su valor debe estimarse por sus efectos. Esta
porcion de la clemencia que contiene virtud , se une
á la benevolencia efectiva.
El reconocimiento es benevolencia efectiva , sea en
accion , sea en disposicion , en consideracion á los
servicios recibidos por la persona reconocida , ó al-
guna otra unida á esta por vínculos de simpatía.
Su eficacia no es consecuencia necesaria de su exis-
tencia , puede ser un estado del alma que permanece
191
ociosa por falta de ocasion. Es en el alma de la per-
sona reconocida el resultado de los beneficios que se
le han hecho. Pero no es necesariamente virtuosa;
porque una virtud que haga poco bien, puede ir acom-
pañada de un vicio que haga mucho mal. Un hom-
bre me ha hecho un servicio ; pero está preso por un
crímen horrible. Libertarlo seria reconocimiento, pe-
ro no virtud.
El reconocimiento ha sido objeto de grandes elo-
gios. Cada cual ama el reconocimiento , porque cual-
quiera que hace un favor , gusta recibir otro en cam-
bio. No obstante la benevolencia efectiva puede ser
mas eficaz , donde no haya lugar al reconocimiento.
El reconocimiento es la virtud mas popular ; tiene
por base el amor propio ; y la ingratitud es repre-
sentada como un monstruo horrible. Todos los hom-
bres son interesados en lograr el reembolso de los
beneficios adelantados ; y el tribunal de la opinion
pública ha unido una infamia especial á aquel , que
ofreciéndose la ocasion , no paga los servicios recibi-
dos. El que hace un beneficio está autorizado por la
sociedad á aguardar un resultado de agradecimiento,
ó un retorno de beneficios. Espéranse mas beneficios
del individuo á quien se conoce , ó con quien uno está
relacionado , que del estraño. Una recusacion de ser-
vicios procedentes de persona á quien se conoce , so-
bre todo si está obligada , produce mas pena , que
la repulsa de una persona que nos es desconocida.
Finalmente el reconocimiento , en cuanto toma por

guia la utilidad, puede colocarse entre las virtudes; mas


puede al mismo tiempo ser de tal modo contrabalan-
192
zeada por el mal , que pertenezca á la region del vicio .

Lo opuesto al reconocimiento es la ingratitud , que


toma á vezes las formas del resentimiento . El reco-
nocimiento no pierde de vista el bien , el resentimien-
to el mal. La palabra resentimiento podria emplear-
se en doble sentido : puede uno resentirse de un bene-
ficio tanto como de una injuria. El resentimiento en
accion constituye la malevolencia.
Fué señal de cierto progreso en la moral el pensar
hacer un crímen de la ingratitud ; pero indicaba sa-
biduría bien atrasada el no ver que era cosa imprac-
ticable.

¡ Cuán largo y complicado debe ser el apurar las


cuentas entre dos individuos que han vivido juntos
largo tiempo , antes de averiguar quién es deudor á
otro en cuanto á buenos oficios!

Es preciso conocer la fortuna y necesidades de ca-


da uno. El mas astuto , el menos sincero está segu-
ro de ganar su causa. El mas generoso , el mas es-
timable siempre llevará la peor parte . Todo cuanto
dará cada uno de ellos , se dará delante de testigos .
Lo que reciba , será en secreto. Dentro de poco tiem-

po ya no habrá ni generosidad de una parte , ni gra-


titud de otra.

La oficiosidad es la benevolencia efectiva sobre


una escala mas reducida. Lo mismo que el buen na-
tural , es una disposicion á hacer servicio ; mas esta
disposicion se dirige principalmente sobre aquellos,
con quienes la persona oficiosa ha tenido relaciones.
Está pronta á obrar siempre que se ofrece la oca-
sion. Supone algo mas que disposicion á actos de
195

bondad, y va acompañada de la simpatía en un es-


tado de actividad considerable. La idea de oficiosidad

comprende la de simpatía á lo menos en las relacio-


nes ordinarias de la vida. En la sociedad especial-
mente en la esfera política , aunque la oficiosidad se
encuentre en el lenguaje , no siempre debe suponerse
en la conducta. Tiene , como dijimos , una íntima
conexion con la benevolencia efectiva , es asímismo
una que otra vez el resultado de las afecciones per-
sonales. Todo lo que en ella hai de virtud debe refe-
rirse á las dos ramas constitutivas de esta. Lo que
tiene de bueno y malo , puede considerablemente mo-
dificarse aplicando á sus operaciones los verdaderos
principios , y solo bajo esta condicion se la admite
en el dominio de las investigaciones morales. La mo.
ral no se hizo para aplicarse á lo que es inmutable,
sino á aquello que un exámen mas atento puede mo-
dificar ó mudar.
Aristóteles estableció una especie de parentesco en-

tre la amistad y las virtudes. Es un estado ó condi-


cion de la vida formada por una especie de relacion
análoga á la condicion de marido , de esposa , de pa-

dre , de madre , de hijo , de hija. Es una especie de


casamiento ; pero sin tener por vínculo la union de
sexos , y por consecuencia la propagacion de la espe-
cie , lo cual hace que su duracion no sea de por vi-
da ó por un término señalado .
La generosidad, cuando es virtud , es benevolencia
efectiva. Es la oficiosidad sobre una escala mas
grande. Es la oficiosidad no limitada al círculo de
las relaciones privadas , sino estendida á los hombres
TOM. I. 13
194

en general. La oficiosidad implica preferencia. La ge-


nerosidad tiene un carácter mas universal..

La generosidad no guiada por la prudencia y be-


nevolencia , es vicio y locura. El que da cuanto tiene
á quien tiene menos necesidad que él , y que de esta
suerte confiere menos placer del que sacrifica , hace
un acto mui generoso , pero mui insensato. Del mis-
mo modo el que prodiga el dinero ó su equivalente
con un fin pernicioso ; por mas generosa que sea la
espensa, no deja por eso de cometer una accion viciosa.
La benevolencia debe juzgarse en razon del sacri-
ficio hecho. Una pequeña suma de dinero dada por
un pobre , será mayor prueba de generosidad que otra
considerable dada por un hombre mui opulento. La
generosidad del pobre se manifiesta generalmente con
servicios personales , con el sacrificio del tiempo ;
espónese al peligro y paga con su persona. La genero-
sidad de las clases privilegiadas es una mezcla de ser-
vicios personales y pecuniarios. Cuanto mas dismi-
nuye el valor anejo al dinero , tanto se eleva la posi-
cion del hombre generoso , tanto mas llega el dinero
á ser instrumento habitual de generosidad. La misma
regla se aplica á todos los grados de la escala.
La beneficencia, como observamos ya , no es pre-
cisamente una virtud. Hacer servicio , hacer bien á
otro no siempre es acto virtuoso. Todo hombre que
dispensa su dinero , es benéfico en el sentido de que
hace bien ; pero en ello no hai virtud alguna. El
cumplimiento de las funciones naturales como be-
ber, comer , dormir , vestirse , en una palabra de to-
dos los actos de los cuales resulta algun bien, es co-
195
sa benéfica. Cuando la beneficencia difiere de la be-
nevolencia efectiva , aunque sea un bien , no es vir-
tud. Son tantas las vezes que hemos establecido en
esta obra semejante distincion , que es inútil repetirla .
La justicia es benevolencia efectiva. Ya tuvimos
arriba ocasion de hablar de ella. Es la accion de ha-
cer servicios á donde tenemos derecho de esperarlos.
Es hacer el bien , cuando su no- cumplimiento crearia
la contrariedad , y cuando la opinion pública autori-
za á creer que este bien se hará.
En materia civil y penal la justicia es cosa bien
diferente. En el dominio social la justicia es lo que

asegura al hombre contra la contrariedad , que le pri-


varia de objetos á los cuales tiene un derecho reco-
nocido por la sociedad. Es la aplicacion del principio
de no - contrariedad. Si esto no es justicia , será lo que
guste cada cual llamar con este nombre. La máxima:
haz á otro lo que quisieras se hiciese contigo; no viene
aquí al caso , ni puede servir de definicion , porque
ninguno se impondria voluntariamente un castigo.
La justicia en materia penal es la aplicacion de los
remedios que suministra la penalidad legal. La me-

jor justicia consiste en la mejor aplicacion de los re-


medios contra los males producidos por la maleficen-
cia. Se emplea en los actos , no en las disposiciones .
Las disposiciones son del dominio moral ; los actos
del dominio político .
En la clase de las once cualidades útiles á nosotros
mismos hai una confusion de cualidades casi idén-
ticas , bien que designadas por nombres diferentes.
Difícil seria distinguir en qué difieren como virtudes
196
el discernimiento y la circunspeccion de la pruden-
cia , la probidad y fidelidad de la justicia ; cómo la

economía y frugalidad pueden separarse de la pru-


dencia; por qué se separa la industria de la asiduidad.
Pero algunas palabras sobre cada una de estas cuali-
dades podrán servir á disipar las nubes en que se ha-
lla envuelto el templo de la moral.
El discernimiento es un juicio sano formado en
vista de una accion en circunstancias mas o menos
difíciles. Es aquella cualidad del espíritu que se ha-
ce á sí misma una exacta evaluacion de los resulta-

dos probables. Es la prevision que traza la línea de


conducta mas conveniente en una ocasion dada. Es

la aptitud intelectual aplicada á la conducta. Pero


no es mas una virtud que lo es el poder de resolver
un problema matemático , ó la posesion de la fuer-
za; es la habilidad fruto del nacimiento ó de la edu-
eacion.
La industria es una palabra de doble sentido. Si
supone el trabajo aplicado á un fin que nada tiene
de ilegítimo , comprende la actividad en vista de un
provecho. Puede ser un instrumento en manos de
otras virtudes , pero no es virtud . En frances (1 ) es-
ta palabra se emplea alguna vez en mal sentido . En-
tiéndese por caballero de industria un bribon ó esta-
fador ; esta espresion supone la actividad empleada
en realizar el objeto que la fraude se propone .
La frugalidad envuelve la accion positiva y nega-

1 Y tambien en español.
197
tiva. En materias pecuniarias es prudencia , y en la
mayor parte de los actos prudencia personal. Es la
pesquisa que impide que los placeres que procura la
riqueza , se desperdicien en pura pérdida , ó se dis-
minuyan inútilmente. La frugalidad , como observa
Hume , toca á dos vicios : á la prodigalidad que es
imprudencia , y á la avaricia que es el opuesto á la
benevolencia efectiva.

La probidad está subordinada á la justicia : esta


palabra tiene á vezes doble sentido. Montaigne la lla-
ma ; alguna parte que cada uno debe poner de probi-
dad , al hablar de sus virtudes . Pero olvida cuán pro-
bable es que esta materia de conversacion hiera el
amor propio de otros. Un hombre puede preferirse
á otros , pero no es de presumir que todo el mundo
consienta en reconocer esta preferencia personal.
La fidelidad está igualmente subordinada á la jus-
ticia. Es la manifestacion de una facultad activa , é
implica la observancia de un contrato específico ó
tácito .
La verdad no es una cualidad humana ; no es vir-
tud. Verazidad es palabra mas propia. La verazidad
es una virtud , que ocupa en el espíritu público un
lugar poco correspondiente á su importancia , y cu-
yas ramas son consiguientemente protegidas en gran
parte por la sancion popular. Leemos en Tucídides ,
que en su tiempo un héroe preguntaba á otro : ¿ Eres
ladron ? Hoi dia se pregunta : ¿ Eres abogado ? Un
abogado es un hombre que tiene su poder en sus
palabras , y que vende este poder al mejor postor,
hablando en pro y en contra , segun ocurre , ya para
198

defender la justicia , ya para triunfar de ella. En otro


tiempo reinaba la fuerza , hoi dia el engaño : en otro
tiempo la palma era del fuerte ; hoi del mas hábil.
En otro tiempo triunfaba la fuerza física ; ahora la
fraude intelectual.
La mentira se ha introducido hasta un alto grado
en las fórmulas ordinarias de la sociedad : siempre
inútil , es frecuentemente perniciosa. No siempre hace
mal á los demas ; pero siempre lo causa al que mien-
te. Su resultado inevitable para el individuo , será
abatirle á los ojos de otro , á no ser que á ejemplo de
alguno de sus hermanos , disfrute del privilegio de
mentir impunemente .

El español que os dice , al despediros despues de


una visita : Esta casa es de V.; dice una mentira sin
objeto. El frances que os dice con el aire mas calmo-
so: Me alegro infinito , siento en el alma ; tambien
miente sin objeto. El ingles que responde : No hai na-
die , aunque está él en su casa , miente del mismo
modo. En lo que se llama política ó urbanidad , la
mentira ocupa un lugar importante.
La confusion de ideas entre la verdad y la verazi-
dad ha hecho nacer muchas ambigüedades en la es-
presion ,, y esto fué lo que estravió á Brissot. Escri-
bió un libro sobre la verdad , la cual verdad le hizo
caminar tanto como si fuera persiguiendo á un fuego
fátuo. La verdad en su pluma es alguna vez el co-
nocimiento de las cosas ; otras vezes la verazidad , la
exactitud de la relacion , la verdad ; otras tambien el
amor de la verdad por oposicion á la tiranía religio-
sa ; por lo cual entendia aquel conocimiento que es
199
resultado de la evidencia , en oposicion con las decla-
raciones de fe , que se apoyan no en la evidencia , sino
en la autoridad . Á vezes tambien le sirve esta palabra
para designar el hecho sustancial de la existencia real
de ciertos objetos. Así es fuerza confesar que la ver-
dad , tomada en su sentido abstracto y con las asocia-
ciones vagas que se le unen , es una entidad estraña,
fugitiva y bien difícil de cojer.
La verazidad es la disposicion de un hombre á tras-
mitir á los demas la impresion exacta de lo que es-

perimenta ; es la accion de evitar decir lo que no es;


es el resultado de la atencion , cuya intensidad se pro-
porciona á la importancia de la misma relacion.
Estando la verazidad enteramente subordinada á la

prudencia y á la benevolencia , ¿ será su ejercicio una


virtud , cuando ni una ni otra sean violadas por su
infraccion? ¿Y será vicio esta infraccion ? No por cier-
to. Pero seria fácil descubrir un caso semejante. En
efecto la verazidad no tiene valor sino relativamente

á las circunstancias que la acompañan. En el hecho


la mentira nos suministra una prueba de la impor-
tancia de la sancion religiosa para corregir la infan-
cia. Dícese á un niño : Si mientes irás al infierno .

Miente el muchacho ; y no esperimenta el castigo con


que le amenazan , y la amenaza pierde bien pronto su
efecto. Si el niño es creyente , es mui natural que se
diga á sí mismo : yo bien puedo decir cien mentiras,
que no por eso tendré mas ni menos.
La sinceridad tiene un sentido mas estenso que la
verazidad. No mencionar un hecho es falta de since-
ridad , pero no lo es de verazidad. Hácese menos es-
200
crúpulo de no decir las cosas , que de decirlas falsa-
mente ; es el contraste entre lo negativo y lo positi-
vo. Decir lo que desplace á otro , cuando no puede
resultar placer , ni posibilidad de placer equivalente,
lo mismo que alguna esencion de pena , es todo lo
contrario de un acto virtuoso. Cuando se apela sola-
mente á la verdad , hai pocos casos en que no se de-
ba decir.
La importancia de la verazidad puede asimismo
considerarse con relacion al número de personas á

quienes interesa. El que engaña á dos personas , come-


te mayor crímen que el que engaña á solo una. Las
mentiras son susceptibles de una clasificacion , que
servirá á mostrar la estension del mal que producen ,
y por consiguiente su inmoralidad. Las mentiras de

perversidad son horribles : es preciso evitarlas por


el interes ajeno , Las mentiras interesadas son viles :
debemos evitarlas por nuestro propio interes. Lo
mismo sucede con las que tienen por objeto escitar
la admiracion : son hasta cierto punto mentiras in-
teresadas , y el hombre debe evitarlas por su propio
interes.
Hai tambien mentiras de humanidad , que tienen
por objeto el evitar herir el amor propio de alguno,
ó esponer la persona ó propiedad ajena . Así por
ejemplo , un asesino persigue á su víctima , y una
mentira le engaña sobre la direccion que tomó el
hombre á quien persigue. Semejantes mentiras pue-
den ser inocentes y benéficas , en cuanto no dejen sos-

pechar una indiferencia general por la verazidad .


Esto sucederá infaliblemente , si se emplean sin dis-
201
cernimiento : exige pues la prudencia que se haga de
ellas un uso raro y moderado.
Las mentiras necesarias : tales son y deben ser las
que se usan con respecto de los locos.
Las mentiras empleadas como defensa personal con-
tra la violencia ilegítima,

El equívoco se diferencia de la mentira , y le es


preferible , en que hai posibilidad de que el autor del
equívoco no halle términos bastante ambiguos y dirá
la verdad.

Un equívoco es una mentira de pensamiento , no de


palabra.
Una mentira es una impostura en pensamiento y
en palabras .
Emplear un equívoco mas bien que ' una mentira
directa , es mostrar cierto respeto á la verdad. Pues
aunque se prefiera el equívoco á la verdad , es posi→
ble que se prefiera la verdad á la mentira.
Se puede sacar la verdad de una persona habitua-
da á usar equívocos , porque se le puede sorprender,
cuando no está sobre sí , antes que tenga tiempo de
combinar su equívoco .
Cuando un hombre es conocido por hacedor de
equívocos , hai un medio conocido para tratar con
él, y es ostigarle con distinciones sobre los términos
que emplea en sus respuestas , hasta obtener otros
que no sean susceptibles de ambigüedad. Entonces se
le obliga á decidirse entre la verdad simple y la men-
tira completa.
El uso de equívocos prueba en el individuo cierta
disposicion á no romper con la verdad.
202

El perjurio consiste en mentir en los casos , en que


la sancion religiosa se presenta de un modo formal
como garantía de la verdad y como freno de la men-
tira. La fuerza de la sancion religiosa depende ente-
ramente del estado del espíritu del individuo á quien
se aplica. Nada añadirá á los medios de lograr la ver-
dad en los casos en que la sancion popular está en
plena actividad. En los juramentos y votos la san-
cion es la misma. La profanacion de un voto dismi-
nuye la fuerza de la sancion aplicada á las promesas
de la conducta futura ; disminuye tambien la fuerza
de la misma sancion aplicada á las relaciones de la
conducta anterior , ó á los sucesos pasados.

Casos hai • en que un voto , aunque relativo á la


conducta futura, es violado en el momento mismo que
se hace ; como cuando por ejemplo se jura creer una
proposicion , cuya verdad no se cree en el momento
de jurarlo .
Son culpables de esta profanacion solo aquellos,
que mandan este sacrificio de los principios á las preo-
cupaciones , socolor de asegurar la tranquilidad inte-
rior , la cual se lograria mucho mas fácilmente por
la libertad que destruye los motivos de debate .
Su voz está en favor de estas profesiones de fe for-
zadas , como medio de alcanzar esta tranquilidad.
Pero tienen contra sí la voz de la esperiencia de to-
dos los paises que gozan de una completa libertad de
conciencia , y en los que ha sido admitida en una pro-
porcion cualquiera.
Entre los romanos , mientras se limitaron á mandar
bajo la fe del juramento el respeto á las cosas á la vez
203

útiles y practicables , tales como la obediencia á las


órdenes de un general , la fuerza de esta sancion era
maravillosa.

La verazidad y la mentira tienen menos conexion


que las otras virtudes con el placer y la pena. De
aquí proviene la dificultad de asignar á estas modifi-
caciones el carácter que propiamente les compete. La
sinceridad y la mala fe , la franqueza y la disimula-

cion son mas o menos perniciosas , mas o menos vir-


tuosas ó viciosas segun las ocurrencias en que se
manifiestan . El silencio mismo puede tener todos los
resultados funestos y toda la culpabilidad de la
mentira , cuando por ejemplo , es un deber comuni-
car ciertos hechos , siempre que la prudencia y bene-
volencia exigen esta comunicacion. La verazidad en
ciertos casos debe ir acompañada de valor , y este va-
lor llega á ser virtud, cuando el fin de esta alianza
es conforme á las leyes de una sana moral.
La circunspeccion se une mui de cerca al discerni-
miento ; pero tiene mas timidez , y se aplica á los ca-
sos de donde pueden nacer riesgos mayores que los
que necesitan de las luzes del discernimiento. Cuando
contiene virtud , esta virtud es la prudencia.
La facultad emprendedora es la actividad combi-
nada con cierta porcion de audazia , relativamente á
los malos resultados ; es una de las formas , bajo las
cuales se manifiesta la actividad ; puede mirarse co-
mo una especie de valor intelectual , que hace fren-
te al peligro ( es decir al mal probable ) ó que se
desvia de él. Puede ser ó el resultado de la voluntad,
ó la no -aplicacion de la voluntad al objeto. La aten-
204

cion es la aplicación de la voluntad , cuando alguna


cosa obra sobre ella en un grado considerable de
fuerza.
La asiduidad es la accion de la facultad empren-

dedora continuada , y aplicada durante largo intér-


valo al mismo objeto , sin interrupcion de duracion
alguna.
La economía es la frugalidad combinada con el ar-
te de administrar , que es un atributo intelectual. La
palabra frugalidad se emplea alguna vez sin relacion
con la economía , y envuelve una abnegacion que no
es necesaria á la economía . Todo hombre está ro-
deado de tentaciones para la disipacion , y aquí co-
mo en las demas partes del dominio de la moral , la
práctica continua de la abnegacion es un hábito de
virtud.

Viene en seguida una lista de catorce cualidades , á


las cuales , si hemos de creer á Hume , ninguno pue-
de un instante rehusar el tributo de sus elogios y
aprobacion. En este número la templanza , la sobrie-
dad y la paciencia no son sino emanaciones de la
prudencia personal. La constancia, la perseveran-
cia , la prevision , la reflexion , cuando son virtudes,
son modificaciones de la prudencia ; pero no son vir-
tudes necesariamente , pueden ser vicios alguna vez.
La discrecion , cuando es virtud pertenece á la pru-
dencia , ó á la benevolencia efectiva , al paso que el
órden, la insinuacion ó el arte de agradar , los bue-
nos modos , la presencia de espíritu , la rapidez de
concepcion y la facilidad de espresion son por lo
comun atributos intelectuales , que no deben colo-
205

carse ni entre las virtudes ni entre los vicios , á es-


cepcion de cuando van reglados por la voluntad .
La sobriedad es la templanza aplicada á todo lo
que puede producir la embriaguez .
La paciencia puede referirse ya á la sensacion , ya
á la accion. Es la no -indicacion de un sufrimiento

igual al sufrimiento presente , y cuanto mas pacien-


te es un hombre , tanto menos añade la duracion á
su sufrimiento.

La constancia tiene muchas acepciones. La cons-


tancia en una mala causa es vicio ; en una buena es
virtud : es la perseverancia en una causa buena ó ma-
la ; es la perseverancia á despecho de la tentacion.
Es ó viciosa , ó virtuosa , ó neutra. Un hombre co-
emente
me, bebe y duerme constant ; pero estos actos
ni constituyen vicio ni virtud.
La perseverancia lleva consigo continuidad de ac-
cion. Puede como la constancia ser ó no virtud : pro-
voca al ejercicio de la atencion.
La prevision es la imaginacion aplicada á los fu-
turos continjentes. Es necesaria para el conveniente
ejercicio de la prudencia personal. Su accion depen-
de de la distancia ó complejidad de los objetos hacia
los cuales se dirige.
La reflexion consiste en reunir todas las ideas
que van anejas á un asunto dado , consideradas en
sus relaciones con el fin propuesto , constituyendo
este fin el mérito ó demérito de la cualidad llamada
reflexion.

La discrecion es una cualidad negativa. Es bene-


volencia efectiva-negativa aplicada á los casos en que
206
la revelacion de ciertos hechos seria perjudical á otros;

es prudencia personal , cuando la revelacion es per-


judicial al mismo individuo. Cuando se os confia un
secreto , y el divulgarle seria dañoso á vos ó á los de-
mas , su divulgacion seria violar un empeño.
El orden es una modificacion del método ; consis-
te en clasificar cada cosa , de modo que se obtenga
un fin dado por medio de este arreglo. El órden es
una palabra abstracta , sin la cual no podemos pa-
sar , como de la palabra tiempo. Espresa la accion
de colocar los objetos sobre una línea. Es una no-en-
tidad compleja , que resulta de la idea del espacio y
del tiempo .
La insinuacion es el arte de persuadir á alguno por

actos ó discursos , acompañado del deseo de ocultar


el ejercicio de esta facultad . Es el arte de hacerse
agradable , de hacerse objeto de simpatía , ocultando
ser éste el fin que uno se propone.
Los buenos modos son un instrumento de insinua-
cion ; son la insinuacion en una esfera mui vasta de
pensamiento y accion.
La presencia de espíritu es el poder que ejerce
un hombre sobre su espíritu. Es la facultad de hacer
saltar en un momento todas las consideraciones nece-
sarias para una justa decision : es la facultad que
adopta medidas prontas á fin de impedir el mal.
La rapidez de concepcion hubiera debido preceder
á la presencia de espíritu . Es una idea simple com-
prendida en la idea de la anterior.
Lafacilidad de espresarse no puede ser virtud; es la
rapidez de concepcion que da lenguaje al pensamiento.
207

Las cualidades agradables á nosotros mismos , son


segun Hume , la jovialidad , la dignidad ó magna-
nimidad, el valor y la tranquilidad.
La jovialidad, si es una disposicion natural , no
es virtud; si adquirida , es prudencia. Ser jovial es
sentir contento y dar espresion al sentimiento del
placer. Es en gran parte el dón de un temperamen-
to especial , de una constitucion particular. La virtud
és una cosa que puede ser suscitada con esfuerzos,

que obedece á nuestra voluntad ; pero nuestra vo-


luntad no puede mandar una disposicion á la tris-
teza ó á la alegría. Empeñándose , se puede dismi-
nuir la una y aumentar la otra , y obrando así da-
mos lugar al ejercicio de la prudencia personal. La
jovialidad es en gran parte inherente á la naturaleza
del individuo , bien que el goze contribuya y tienda
á aumentarla. El ejercicio de la benevolencia es el
mejor medio de aprender á crearse instrumentos de
alegría. La adquisicion de un amigo es un nuevo ma-
nantial de placeres futuros y de esencion de penas
venideras.

La dignidad cuando es virtud , es prudencia estra-


personal : puede manifestarse en la conducta , ó com-
prender únicamente la manifestacion de los instru-
mentos de dignidad.
El valor puede ser virtud ó vicio ; es en gran par-
te cualidad natural ; no siempre implica abnegacion,
ni se junta siempre con la benevolencia. Quizá seria
mas exacto decir que el valor ni es virtud ni vicio,
sinó que sirve de instrumento al uno ó al otro , de-
pendiendo enteramente su naturaleza de su aplicacion .
208
Alabarse uno de su valor , abstraccion hecha de las
ocasiones en que se ejerce , es alabarse de una cuali-
dad, que posee un perro en grado mas eminente que
el hombre , sobre todo cuando el perro está rabioso.
La tranquilidad es la insensibilidad á las causas
esteriores de sufrimientos , y especialmente de sufri-
mientos distantes. Cada cual desea fijar su vista en
objetos agradables , y alejar los desagradables.
Las cualidades que Hume presenta como agrada-
bles á otro son : la urbanidad, el espíritu , la decen-
cia y el aseo.

La urbanidad es una cualidad mas negativa que


positiva. Consiste en evitar los actos ó conducta ca-
pazes de desagradar á la persona con quien trata-
mos. Su parte positiva consiste en hacer por los de-
mas todo lo que les gusta que hagamos. En todos los
casos en que las leyes de la prudencia y benevolencia
no se oponen á los usos de la sociedad , el interes
personal exige que nos conformemos. La urbanidad
del órden mas elevado es la aplicacion de las reglas
conocidas en la alta sociedad ; mas aquí se mezclan
tantas mentiras inútiles y á vezes evidentemente per-
niciosas , que antes de determinar su carácter , debe
analizarse la urbanidad de una manera completa . De-

genera fácilmente en suficiencia , y en lugar de ser


instrumento de placer , es ocasion de disgusto . Hai
hombres que quieren hacerse agradables , ya contan-
do historias , ya con atenciones escesivas ; y todos es-
tos esfuerzos no logran sino fatigar á aquellos á quie-
nes se trata de agradar. El buen tono busca la admi-
racion , por la cual se crea una concurrencia , y sus
209
vicios comienzan en el punto en que se hace desagra-
dable con un fin de egoismo . En ciertos casos , por
ejemplo en las cortes , donde la etiqueta se lleva has-
ta lo último , el sacrificio de la mayoría á uno solo,
los incitativos de todos al orgullo de un hombre so-
lo se manifiestan de una manera chocante. En tiem-
po de los Borbones de la primera raza , la etiqueta
pedia en las Tullerías que hasta que el rei se senta-
se para jugar á los naipes , todo el mundo se mantu-
viese en pie , por mas fatigado que estuviera . Esto
bien podria ser conforme á la urbanidad y etiqueta,
pero no por eso dejaba de ser una estupidez y absurdo .
El espíritu es virtud mui equívoca. Locke dice que
el espíritu consiste en descubrir las semejanzas ; el
juicio en descubrir las diferencias. El espíritu es una
potencia , y consiguientemente un objeto de deseo .
Es el poder de dar placer á unos ; pero frecuentemen-
te á costa de una pena impuesta á los otros. Si el
objeto de una malevolencia espiritual está presente,
la pena es inmediata ; si ausente , sufre por la pérdi-
da de una parte de la buena opinion de los demas , y
no se puede apreciar la cantidad de su sufrimiento .
Uno de los méritos del espíritu es el sér inespera-
do. Hai una especie , que basta nombrar , para hacer-

la apreciar suficientemente ; es el quolibet , que como


indica su nombre , se ejerce indiferentemente sobre
todo , y para quien todo pasto es bueno.
El espíritu no se manifiesta , sino cuando se presenta
á la vista la analogía obtenida á vezes es contraste ;
mas la analogía ó el contraste deben aparecer de una
manera súbita.
TOM . I. 14
210

La decencia es una palabra vaga é insuficiente. En


su acepcion general consiste en evitar el producir es-
teriormente lo que es desagradable á otro : es una vir-
tud negativa. Cuando se ofrece bajo forma positiva,
no es frecuentemente sino una virtud de iglesia, que
emplea la riqueza para mantener la ilusion. La de-

cencia es la que estiende la púrpura sobre las gradas


del trono , la que cubre de esculturas la cátedra del
pontífice , la que suministra el lino de sus vestiduras.

Ella es la que hace todo lo que los gobernantes quie-


ren se haga. La delicadeza es una de las ramas de la
decencia ; pero se aplica mas comunmente á evitar lo
que es físicamente desagradable. No es raro ver hom-
bres que se hacen un mérito de su repugnancia á
cosas á que nadie repugna , y que se imaginan pro-

bar por esta sensibilidad afectada , que pertenecen


á la parte aristocrática de la sociedad. El bien pare-
cer constituye otra de las formas de la decencia ; con-
siste en gran parte en evitar cosas de poca impor-
tancia , que si no se evitasen , espondrian al menos-
precio de otros .
El aseo obra por el intermediario de la imagina-
cion. Es una virtud negativa . Consiste en evitar lo
que produce los males físicos , ó los hace aprender.
La falta de los cuidados que reclama la persona , se
asocia inmediatamente á la idea de achaque. Así es
que el desaseo del cuerpo da idea de salud enfer-
miza. El desaseo es en cierto modo la dislocacion de

la materia por pequeñas partículas. La prudencia


exige los cuidados del aseo en lo que su negligencia
podria traer de funesto para nosotros ; y la benevo-
211

lencia, en lo que esta negligencia tendria de desagra-


dable para los demas. La impresion que resulta de
la falta de estos cuidados , puede ser producida, aun
Cuando las sustancias desarregladas no tengan en sí

cosa desagradable. El polvo de oro por la cara de


un hombre manifestaria , lo mismo que cualquier
otra sustancia , la falta de aseo ; así como la harina
de mas esquisita blancura sobre una cesta de car-
bon da una idea de impureza.

Hume termina su lista por la introduccion de dos


virtudes que clasifica entre las buenas cualidades so-

ciales ; y son la castidad y el alivio.


La castidad es la accion de abstenerse de gozes
sensuales , cuando su uso no es permitido ; cuando
entregándose á ellos , se causarian mas penas á otro,
que placer á sí mismo. La modestia no es parte ne→
cesaria de la castidad. Puede haber violacion cons-
tante de la castidad sin inmodestia . Un lenguaje gro-

sero é inmodesto en el mas alto grado puede sin em-


bargo no ser acompañado de acto contrario á la
castidad; y tales actos pueden cometerse , sin que se
pronuncie una palabra inmodesta.
El alivio es lo mas vago que hai en el mundo á
menos que no se indique positivamente el objeto del
alivio ; y si este objeto es conforme al principio de
la maximizacion de la dicha , desde luego el alivio se
hace benevolencia efectiva en la escala mas vasta.

Todo depende de la naturaleza del gobierno , en fa-


vor del cual se reclama el alivio. Puede ser una vir-
tud evidente , ó un crímen funesto. Un buen gobier-
no es aquel, en el cual la influencia está en manos
212

de aquellos , que están interesados en el ejercicio de


un poder benévolo. La palabra alivio se emplea por
obediencia. La obediencia es buena , cuando el go-
bierno es bueno ; mala , cuando malo. Cuanto son
mas favorables las instituciones al bien de la huma-
nidad , tanto mas viciosa es la oposicion de que son
objeto : cuanto mas funestas , tanto mayor virtud hai
en la oposicion que las combate. Esto es por lo me-
nos lo que enseña la benevolencia efectiva. Pero si el

sacrificio hecho para derribar un gobierno malo es-


cede las posibilidades de bien que debe producir
aquel trastorno , entonces la virtud exige que nos abs-
tengamos. No puede concebirse el caso en que la vir-
tud autorizase al interes personal á intentar el trastor-
no de buenas instituciones , porque la suma de mal que
resultaria para otro , absorveria con esceso la suma
de bien que obtendria el individuo para sí mismo.

En la mayor parte de los ejemplos dados por Hu-


me, el moralista se arroga de propia autoridad un
derecho de decision absoluta sobre todos los casos

que se le presentan. Desde lo alto de la cátedra que


se ha erigido , promulga á placer sus dogmas de
moral. Habla como si fuese el representante de vir-
tudes mas altas que el hombre á quien se dirige.
Cuando se abstiene de dar ejemplos , cuanto dice no
es sino un vano estruendo de frases sonoras , de trom-
petas estrepitosas. No establece distincion alguna in-
teligible entre el placer , la pasion y la pena : dis-
tingue , donde no hai que distinguir ; empéñase en
resolver puntos de moral por medio de fórmulas ta-
les como estas : Conviene , es conveniente , que es lo
215

mismo que el sic volo , sic in jubeo del despotismo pe-


dagógico. El placer y la pena son los únicos hilos
propios para guiarnos en el laberinto de los miste-
rios de la moral. Haced cuanto querais : no hallaréis
otra llave para abrir las puertas que conducen al tem-
plo de la verdad (1 ) .
¿ Cómo es posible que hayan podido reinar tan lar-
go tiempo tantas palabras vagas , unidas á ideas va-
gas , y aun en la falta absoluta de toda idea ? Es por-

que creemos comprender los términos que nos son


familiares . Cree mos comprender aquello de que siem-

pre hemos hablado , únicamente porque hemos ha-


blado siempre de ello . El hábito ha establecido tal
coincidencia entre las palabras y las cosas , que to-
mamos unas por otras ; y cuando llegan palabras á
nuestros oidos , creemos que son pensamientos que lle-
gan á nuestro espíritu . Cuando se presenta una pala-
bra desusada , la interrogamos , y nos examinamos
para saber si tenemos alguna idea que vaya aneja á
ella. Mas si nos encontramos con una palabra que
nos es familiar, la dejamos pasar como conocido anti-
guo ; el largo hábito nos hace tener por cierto que
conocemos toda la significacion , y la tratamos en

1 Los servicios de Hume en muchas partes del dominio de


la filosofía moral é intelectual , han sido inmensos. Fué el pri-
mero que estableció una distincion clara entre las impresiones y
las ideas , distincion sin la cual seria casi imposible obtener no-
ciones claras de muchos objetos de la mas alta importancia. La
distincion es evidente desde el punto que se presenta. —Veo un
hombre es una percepcion . Cierro los ojos , pero imagino
que aun le veo es una idea.
214
conformidad á esta certeza. En esto nos asemejamos
á los aduaneros de cierto pais , que habiendo puesto
la marca sobre un fardo de géneros , siempre que re-
conocen ó creen reconocer esta misma marca , se tie-
nen por dispensados , y con razon , de proceder á nue-
vo exámen.
213

XVII.

DE LAS FALSAS VIRTUDES.

HAI otras cualidades que muchos moralistas han


presentado como virtudes, y como dignas de los elo-
gios y recompensas anejas á la virtud. La mayor par-
te tienen un carácter dudoso , y como ofrecen cier-
tos puntos de contacto con la prudencia y benevolen-
cia , pasan por virtudes , no tanto á causa de sus atri-
butos esenciales , cuanto por su asociacion accidental
á cualidades , que son realmente virtudes. Los defec-
tos mismos de carácter pueden de este modo tomar
la apariencia de virtudes , y es posible que las pa-
siones sean de tal suerte empeñadas de un lado de
la cuestion , que impidan la justa apreciacion de su
mérito moral. Una madre roba un pan para acallar
la necesidad de su hijo hambriento. ¡ Cuán fácil seria
escitar la simpatía en favor de su ternura maternal,
de modo que se hiciera desaparecer en esta simpatía
toda la inmoralidad de la accion ! Y en verdad pa-
ra formar un juicio sano , se necesita nada menos que
216

una apreciacion grande y espansiva , que trasporte


la cuestion desde la region del sentimiento á la mu-
cho mas vasta del bien público.
El menosprecio de las riquezas. El menosprecio de
Sócrates por las riquezas no era mas que afectacion
y orgullo , los cuales no eran mas meritorios que lo
hubiera sido tenerse derecho largo tiempo sobre un
pie. Con esto no hacia sino privarse de la ocasion
de hacer bien , que la riqueza le hubiera proporcio-
nado. El deseo de enriquezerse es bajo una forma
vaga , el deseo de poseer lo que las riquezas nos pue-
den procurar. Asimismo el desdeñar el socorro de
otros , no era otra cosa que un cálculo personal , era
una letra de cambio librada sobre la estimacion de
estos ; era un cálculo para lograr mas de lo que ofre-

cia. Era rehusar cien ducados para tener doscientos,


Otro tanto decimos de Epicteto ; complacíase mas
en su orgullo que en la benevolencia. Pagábase del
respeto que le rodeaba. Especulaba á fin de obtener
por la abnegacion lo que no pudiera lograr sin ella.
Pero su mérito era menor que el de los fakires del
oriente , que sufren mas que pudiera sufrir él. Se ase-
mejaba á un avaro que amontona riquezas , á fin de
poder , cuando llegue el caso , hacer el uso que le
convenga de este instrumento de poder. El avaro se
paga de los placeres de la imaginacion , que para él

son mayores que los que le proporcionaria el goze


actual. Los avaros á medida que envejezen , se hacen
cada vez mas insensibles á los gozes presentes , y por
esto mismo mas inclinados á la avaricia , que no es
sino la anticipacion de recompensas futuras.
217

La actividad sin objeto es nada. Ni contiene vicio


ni virtud. Lo que en ella procede de la voluntad y
se dirige á producir la dicha , es virtud. La parte in-
telectual es neutra. Cuando la actividad es el resul-
tado de la voluntad , y se emplea en la produccion
del mal , es vicio.
La atencion. Es la cualidad que distingue al botá-
nico que coge las flores con cuidado , y al rústico que
las huella bajo sus pies. Un moderno escritor ha pre-
sentado la fijacion de atencion como una virtud . ¡Be-
lla virtud por cierto ! De modo que si yo concibo el

designio de matar á un hombre , y aplico toda mi


atencion á este designio , será esto una virtud,
Tambien se ha honrado con el título de virtud á

la facultad emprendedora , que puede muchas vezes


no ser sino vicio. El mismo honor se ha conferido á
la celeridad. La celeridad es el empleo de la menor
cantidad de tiempo necesaria para el logro de un ob-
jeto. Es la prontitud sin precipitacion . Es un medio
de prudencia, que puede emplearse con buen ó mal fin.
Pero habiendo establecido una regla general , que
cada cual puede aplicarse para la apreciacion de las
cualidades , sobre las cuales desea formar un juicio;
habiendo demostrado , que á menos que no se pue-
dan aplicar á una de las dos grandes divisiones de la
prudencia y benevolencia , no constituyen virtudes;
que entre estas solamente lo son las que pueden ser
así clasificadas ; juzgamos inútil estendernos mas en
la materia.
218

1
0

XVIII.

DE LAS PASIONES.

LA pasion es la emocion intensa ; la emocion es la


pasion pasajera.
La naturaleza de las pasiones no puede compren-
derse sino por su division en placeres y penas. En
cuanto á los principios que deben regirlas , es pre-
ciso acudir á la lista de las virtudes y vicios.
Analizemos la pasion de la cólera , y sigámosla en
sus consecuencias. Un hombre colocado bajo su in-
fluencia , sufre por la contemplacion del acto que ha
escitado su pasion . La consecuencia inmediata es el
deseo de producir pena en el alma de aquel que ha
despertado la cólera. La cólera tiene pues dos ele-
mentos constitutivos permanentes ; la pena sufrida por
el individuo irritado , y el deseo de imponer pena á
la persona que escitó la cólera.
Entremos ahora en la cuestion de virtud y vicio.
Como no hai cólera sin pena , el hombre que se atrae
una pena sin la compensacion de un placer mas que
equivalente , infringe la lei de la prudencia.
219

Viene luego el deseo de producir pena en el alma


del que es objeto de nuestra cólera. Este deseo no
puede ser satisfecho sin malevolencia y maleficencia.
Es una violacion evidente de la lei de la benevolen-
cia. Aquí tenemos un ejemplo de la relacion que exis-
te entre la pasion por una parte , y la pena y el pla-

cer por la otra; entre la pasion , y el vicio y la virtud.


¿ Luego no podremos abandonarnos á la cólera , sin
que haya vicio bajo dos formas , sin imprudencia , sin
maleficencia?

No por cierto , á lo menos siempre que la cólera


se eleva al estado de pasion. Aquí tambien se ofrece
á la vista un resultado mas distante , pero mas funes-
to , en la violacion de la lei de la prudencia perso-
nal. La pasion no puede ser satisfecha sino por la pro-

duccion de una pena en el alma de aquel que escitó la


cólera , y esta pena no puede producirse sin despertar
el deseo de rechazarla , ú otra mayor sobre el que la
ha producido, La pena del hombre irritado cesa , y
habitualmente no tarda en desaparecer : pero ¿ quién

puede asignar un límite á la pena distante , que


puede considerarse como el tercer eslabon de esta ca-
dena de efectos y causas ? Podrá la cólera haber lo-
grado lo que llama su venganza ; pero el ejercicio de
esta venganza puede haber creado la pasion durable
de la enemistad , á cuyas consecuencias es imposible
señalar límite alguno .
Pues la cólera no puede existir sin vicio , ¿ qué se
ha de hacer ? ¿ Un hombre puede vivir sin cólera?
¿Sin cólera podemos evitar que nos dañen? ¿Sin cólera
podemos proveer á nuestra defensa y conservaciou?
220

No podemos ciertamente sin producir pena en aquel


que nos ha causado un mal. Pero la cólera no es ab,
solutamente necesaria para la produccion de esta pe-
na : no lo es mas , que lo es al cirujano , que por evi-

tar sufrimientos á su enfermo , ó por salvarle la vi-


da , lo sujeta á una dolorosa operacion . No esperi-
menta cólera á vista de los sufrimientos que causa,

ó á la contemplacion de los males mayores que re-


sultarian sin su intervencion . No es posible hacer que
no haya cólera : esto no es compatible con la orga-
nizacion del espíritu humano. Pero se puede decir,
y esto siempre y sin escepcion , que cuanto menos
haya , será mejor ; porque sea cual sea la cantidad de
pena que se requiere para producir un efecto útil,
esta pena será mejor , medida sin la pasion , que
por ella.
Pero se dirá que hai circunstancias , en que no so-
lo la pena , efecto natural de la cólera , la pena
producida de intento ; sino la cólera misma , aun
considerada como pasion , es útil y aun necesaria á
la existencia de la sociedad , y que esta necesidad se
estiende en las actuales sociedades á todo el domi-

nio de la jurisprudencia penal. Me han robado. El


culpable , si por tal lo reconocen los tribunales , será
castigado con la muerte ó deportacion . ¿ Lo haré pre-
sentar en juicio ? No , si solo me aconsejo de la pru-
dencia personal , pues esta me dirá : No añadas á la
pérdida causada por el robo lo que te van á causar
los gastos de la justicia. Tampoco , si consulto á lá
benevolencia , porque me dirá que la pena es des-
proporcionada á la ofensa. Y estos son los motivos,
221

que , como nadie ignora , y sobre todo cuando se tra-


ta de pena de muerte , determinan frecuentemente la
conducta del hombre colocado en esta posicion.

Mas á esto se puede decir que si la cosa se refle-


xionase con madurez , se responderia afirmativamen-
te : Sí ; proseguid , porque el interes de la sociedad
exige que no se evite ni el sufrimiento del culpable
por via de castigo , ni tampoco el vuestro , resintién-
doos de los gastos y diligencias que os impone este
último deber. ¡ Mui bien ! Pero yo no tengo medios.
El sacrificio pecuniario es mayor para mí , que el bien
distante que nacerá de la persecucion y de sus resul-
tados. Aquí los consejos de la benevolencia no tienen
fuerza alguna sobre mí. Por decisivos que sean , no
obtienen sobre mi espíritu un poder determinante.
En el caso presente , ni la prudencia , ni la bene-
volencia podrán determinar la accion. Y sin embargo
sino se obra en esta circunstancia , la sociedad espe-
rimentará un grave perjuicio, y tanto mas grave, cuan-
to su repeticion será mas frecuente ; y si fuese cons-
tante esta repeticion , la sociedad se destruiria , si-
guiéndose inmediatamente la ruina de la propiedad.
Hai en la pretendida virtud bajo una y otra forma,
impotencia de conservar la sociedad , y la cólera , por
antisocial que sea su naturaleza , es de necesidad in-
dispensable.
En el actual estado de legislacion penal , este racio-
cinio no es fácil de refutar ; pero pronto se verá que
la necesidad de la pasion no resulta de la naturaleza
de la cuestion en sí misma ; sino que la produce en
gran parte la imperfeccion de nuestras leyes. Porque
222

si se corrigieran estas imperfecciones , se puede creer


que á todo evento se disminuiria mucho la necesidad
de la pasion de la cólera. Si se redujeran los gastos y
dificultades que acompañan á una causa criminal , es
probable que la prudencia personal daria un consejo
enteramente opuesto. Y si suponemos un estado del
alma , en que la pasion de la cólera estuviese sujeta á
las prescripciones de la prudencia y benevolencia,
¡ cuán raras serian las ocasiones , en que esta pasion
hallase motivo de ejercitarse !
El legislador que tiene por objeto reprimir los de-
litos , y cuya accion debe estenderse sobre la escala
nacional toda entera , tiene bajo este respeto debe-
res distintos de los del individuo. Los motivos per-
sonales no son á sus ojos los mas importantes ; y al
paso que la represion de la pasion en los indivi-
duos parece mandada por la virtud , la benevolencia
ordenará al legislador la imposicion de las penas, que
deben tener por resultado minimizar la cantidad de
crímenes.
Una cosa tiene la cólera de particular, y es que
se acrecienta por sus propias manifestaciones . El que
jura porque está colérico , vé aumentarse mas su có-
lera. Es un apetito que se acrecienta sin satisfacer-
se , con la misma sustancia de que se alimenta.
Lo que hemos dicho de la cólera , se aplica tam-

bien á la envidia y zelos . Entrambos implican la


presencia de la pena. La prudencia exige que preser-
vemos de ellas nuestra alma. Sino existen en ella si-

no de una manera inerte y sin obrar , la prudencia


sola exige su supresion ; si hai probabilidad de que
225

despierten y produzcan una influencia maléfica á otro,


su supresion es ordenada por la benevolencia.
Mas ¿por qué la razon es impotente contra la pa-
sion?

No puede presentar imágenes bastante vivas.


La razon aplicada á la direccion de las pasiones
consiste en hacer inclinar la balanza en favor de los

placeres mayores con preferencia á los menores.


La voluntad cede necesariamente á las solicitacio-
nes de un bien mayor aparente .

Las causas que hacen que las influencias de la pa-


sion dominen á las influencias de la razon , son:
a
1ª La falta de intensidad aparente en el placer
distante que promete la razon ; la falta de vivacidad
en la idea de este placer.

2ª La falta de certeza aparente , la falta de dis-


cernimiento inmediato , para recorrer en un instante
la escala de los efectos y causas que favorecen ó im-
piden la produccion del placer distante.
De aquí resulta el uso del espediente encomendado
tantas vezes , y que consiste en servirse de una pasion
para combatir otra.
Ejercitando habitualmente el espíritu en hacer la
aplicacion del verdadero criterio de la moral , se ha-
bituarán las afecciones y pasiones á una tendencia y
conducta virtuosa. Las ocasiones son infinitas ; á cada
instante de nuestra existencia se ofrecen , y ninguna
debe desperdiciarse. Como los copos de nieve que
sin sentir caen sobre la tierra , así se suceden los
acaecimientos de la vida que parecen sin importan-
cia. Del mismo modo que se amontona la nieve , se
224

forman nuestros hábitos . Ningun copo de nieve aña-


dido á la masa produce aumento sensible ; ningun he-
cho aislado forma el carácter del hombre , aunque

puede ya anunciarlo ; pero así como la tormenta pre-


cipita la pella de nieve hasta la falda de la montaña
y sepulta al habitante y su habitacion , así la pasion
obrando sobre los elementos del mal , que hábitos
funestos acumularon por una progresion impercepti-
ble , puede de un golpe hundir el edificio de la ver-
dad y de la virtud.
225

XIX.

DE LAS FACULTADES INTELECTUALES.

EXISTE una íntima relacion entre las facultades in-


telectuales , y entre la virtud y el vicio. Cuando la
voluntad influye en su direccion , pertenecen al domi-
nio de la moral , siempre que depende de la volun-
tad añadir algo á su eficazia , se hacen instrumentos
de pena y de placer ; y la importancia de las penas
y placeres que puede producir su ejercicio , está en
razon de su cuantidad.
Así la facultad de la invencion por ejemplo , per-
tenece a la inteligencia , es intelectual ; pero la cues-
tion de saber si es un instrumento en manos de la
virtud ó del vicio , está subordinada á su aplicacion
á objetos benéficos ó maléficos.
Mas la influencia del entendimiento sobre la vo-

luntad es todavía mas importante. Al entendimiento


es á donde todo se debe dirigir , y á menos que no es-
té asociado á los principios de la moral , el principio
deontológico tiene poca probabilidad de suceso . Sus
TOM . I. 15
226
raciocinios , sus medios de persuasion deben dirigirse
á las facultades intelectuales. Es preciso que los haga
entrar en sus intereses , antes que puedan influir en
la conducta. Con su ausilio debe enseñar el cálculo
de las penas y placeres. Por ellos debe manifestar
las penas que acompañan al vicio , y las recompen-
sas anejas á la virtud. Raciocina , y su voz profética
anuncia inevitables males á la imprudencia y perver-
sidad, y bienes infalibles á la prudencia y benevolen-
cia. La pasion no apela sino á lo que es: las facul-
tades intelectuales ofrecen al pensamiento lo que se-
rá. Constituyen de hecho la principal diferencia en-
tre las virtudes de los animales y las del hombre. La
mayor parte de los animales inferiores no se detiene
en la busca del placer , por anticipacion alguna de
pena futura. Ninguna aprension de las consecuen-
cias puede obligarlos á abstenerse de un goze actual.
Si esceptuamos algunos de los mas inteligentes , para
los demas son perdidas todas las lecciones , aun las de
la esperiencia; tal vez quizá esta pérdida de la espe-
riencia deba atribuirse á la imperfeccion de su me-
moria. Pero el espíritu del hombre se estiende á lo
pasado y á lo futuro. La razon hace servir los suce-
sos de lo uno para la instruccion de lo otro ; llama
en su ayuda no solamente la esperiencia sino tam-
bien la imaginacion. El dominio de su influencia es
ilimitado como el pensamiento ; averigua las conse-
cuencias y las presenta á los ojos del investigador;

separa las penas y placeres de la liga que los acom-


paña ; analiza su valor , dividiéndolos en sus partes
constitutivas , ó los reune en un todo á fin de asegu-
227

rarse de su suma total ; compara unos con otros cuan-


do están clasificadas cada cual en su division respectiva,
y de estos elementos reunidos generaliza y deduce el
resultado definitivo. De este modo las facultades in-
telectuales se hacen los mas importantes instrumentos
de la virtud , conduciendo á los hombres por el cierto
y verdadero camino de la dicha.
Hume presenta estas facultades intelectuales sin
ninguna órden ni simetría. No obstante pueden clasi-
ficarse del modo siguiente.
Primeramente : Facultades pasivas.
I Las que obran sobre mas de un objeto , sin re-

querir mucha atencion ó actos de comparacion.


1ª La percepcion , origen de las demas facultades .
2ª La memoria , que se hace activa , cuando se le
aplica la atencion .
3a La imaginacion , cualidad pasiva ; ésta obra aun
entre sueños . Cuando es activa llega á ser invencion.
II Las que obran sobre dos objetos á lo menos,
pero sin exigir mucha atencion.
1ª El juicio en la percepcion visual.
En segundo lugar las facultades pasivas ó de la vo-
luntad.
I Las que obran sobre mas de un objeto sin la ayu-
da del juicio .
1a La atencion.
.
2a La observacion , que es la atencion aplicada á
un objeto especial.
II
Las que exigen la ayuda del juicio , y la pre-
sencia de mas de un objeto.
1a La abstraccion .
228
2a El análisis.
32 La sinthesis 6 la combinacion.
4ª La comparacion.
5a La generalizacion.
6ª La deduccion.
III Las que exigen la presencia de dos faculta-
des activas de la voluntad , y de dos objetos por lo
menos:
1a La distribucion .
2a La metodizacion.

La invencion se produce por el uso de las otras fa-


cultades, inclusa la atencion en un grado intenso bajo
la direccion del juicio ; tiene por objeto el descubri-
miento de algun hecho nuevo , la producción de al-
gun nuevo esfuerzo , ó la formacion de alguna nuëva
combinacion de ideas. La comunicacion , por la cual
Hume termina su lista , parece no tener algun dere-
cho á ser clasificada entre las facultades intelectuales.
Cuando estas ni se ponen ni pueden ponerse en ac-
cion , la conducta ya no entra en las regionés del vi-
cio y la virtud. Por ejemplo en la infancia , antes que
el espíritu pueda obrar , y en el estado de demencia,
cuando las facultades pensadoras están trastornadas,
no puede haber responsabilidad , ni por consiguiente
materia de alabanza ó vituperio.

En el caso de aberracion temporal de las faculta-


des pensadoras , como por ejemplo bajo la influencia
de la embriaguez , estando apagado , digámoslo así , el
juicio del individuo , no es responsable del acto co-
metido. Es una consecuencia secundaria de una im-
prudencia primera. En los casos de locura son evi-
220

dentes las medidas que debe tomar la sociedad ; debe


quitarse la espontaneidad de la accion, Por lo que
toca á la infancia , la cuestion de impunidad debe de-
pender del grado de desarrollo intelectual del niño ; y
nos convencerémos que en edad mui tierna puede ser
puesta en accion la influencia de la pena aneja á to-
da aberracion de conducta. Desde el momento en que

esta medicina es capaz de operar , debe hacerse la


aplicacion. En el caso de actos cometidos bajo la in-
fluencia de la embriaguez , no asiste derecho á la im-
punidad , y no es posible dar una regla general apli-
cable á todos los casos. Es preciso consultar todas las
sanciones , á fin de imponer penas suficientes por lo
pasado , y obtener las convenientes garantías para lo
futuro.
250

XX.

CONCLUSION.

¿Qué resulta de todo lo que hemos dicho ? El des-


envolvimiento de dos principios ; primero el principio
de la maximizacion de la dicha ó difusion del bien,

y segundo el principio de la no-contrariedad , ó la


prevencion del mal. Estas son las dos fuentes de la
moral.

Puede oponerse que todos nuestros raciocinios no


han colocado nuestros principios en el dominio de la
demostracion. ¿Y qué sucederia , aun cuando se hu-
bieran colocado ? Si nuestros argumentos consiguen
arreglar la conducta de modo que produzca algun re-
sultado que no deje tras sí arrepentimiento , ¿ qué mas
podemos desear ? ¿ Tienen acaso la fuerza suficiente
para dar este escedente de placer , al cual se dirigen,
y que es su único fin ? ¿ Qué podian hacer mejor?
¿Qué importa que estos argumentos sean de los que
llamamos intuitivos , demostrativos ó probables ? Ellos
satisfacen completamente nuestra razon , y cualquiera
231

que sea el nombre que se les dé , no por eso se au-


mentará su suceso ,
Dadles el nombre de demostracion ó cualquier otro,

¿y qué tenemos con esto ? No es el nombre lo que nos


interesa , sino la cosa.
Hai no obstante cierta cosa en el fondo de esta so-

licitud. Lo que desean saber los hombres es el grado


de certeza sobre que pueden contar. ¿ Dónde está la
prueba de que es verdadera esta moral?
Llamad demostracion á la prueba que tienen de
una proposicion : desde luego pueden afirmarla de
una manera positiva , sin esponerse á que los tachen
de ligereza , sea en sí mismos , sea de parte de otros.
Ninguno puede tener presentes al espíritu las prue-
bas de todas las proposiciones que cree , por verda-
deras que puedan ser. La falta de la cosa es lo que
hace á los hombres ocuparse tanto en la palabra.
Ningun hombre hai por filósofo , por escrupuloso
que sea, que no crea en un número infinitamente ma-

yor de proposiciones por la palabra que por la per-


cepcion. La única diferencia que hai en esto entre el
filósofo y el que no lo es , ó entre el hombre sábio y

el débil , es que este último se apoya esclusivamente


en la autoridad desde la primera proposicion hasta
la última; mientras el primero deja siempre abierto
el camino de apelar á su razon , es decir, á sus pro-
pias percepciones, Los juicios del primero sobre los
testimonios de la autoridad son provisionales ; los del
segundo , definitorios.
Pero hai proposiciones que no son susceptibles de
demostracion . No es posible por ejemplo someter á
252

una prueba matemática esta proposicion : que el bien-


estar es preferible al malestar : pero el que niega el
principio, niega el raciocinio. Es el único axioma que
desearíamos nos concediesen , y no es mucho pedir á
la confianza y credulidad de los hombres.
La marcha de los principios utilitarios ha sido vi-
sible. Hánse abierto un camino por la fuerza y esce-
lencia que les son propias. ¿ Qué ocupacion preferible
á un hombre á la de buscar las consecuencias de las
acciones? La observacion ha acarreado los resultados

correspondientes,
Los hombres han conocido que tales y tales accio .
nes eran útiles , y que tales y tales otras dañosas. Han
tomado una accion particular de la especie dañosa,
por ejemplo; y despojándola de las circunstancias es-
peciales de tiempo , lugar y partes , han formado una
idea general. Á esta idea general han dado un nom-
bre ; este nombre ha constituido un género , al cual
se han referido generalmente los actos de la misma
naturaleza. Cuando al tomar en consideracion este

género ó esta especie de accion ( poco importa el nom-


bre que se le dé ) ha ocurrido á uno la idea de cali-
ficar de dañoso este género ó esta especie , la propo-
sicion así enunciada , la proposicion que espresa la
naturaleza nociva de una clase de acciones , ha cons-
tituido una máxima de utilidad.

Pero no es probable que en la época remota de


que hablamos y que precedió la formacion de las le-

yes , hayan calificado los hombres de una manera tan


clara los actos que les han afectado. En general los
hombres todavía no han llegado á aquel punto aun en
255

nuestros dias. Es probable que espresaron su senti-


miento en términos vagos y oscuros, tales como justo,
conveniente , los cuales daban á conocer su desapro-
bacion , no sus motivos. Por mas estraño que parez-
ca , no es menos cierto que en la mayor parte de los
hombres hai una gran diferencia entre la facultad,
que se resiente de la pena de un acto y lo deshonra
con un sentimiento de reprobacion , y la que consi-

dera esta pena como la causa de la desaprobacion .


No hai cosa mas inútil que apelar á la antigüedad
como á una autoridad. Á vueltas de algunas verdades,
se hallan en ella millares de falsedades. La luz no bri-

lla allí , sino por el contraste de las tinieblas que la


rodean. Entre los instrumentos de error , la erudicion
ha puesto frecuentemente en uso los mas funestos.
Es verdad que algunos que se llamaban filósofos , han
usado tal lenguaje ó profesado tales opiniones. ¿ Qué
inferimos de aquí ? Porque si de sus palabras no se
puede sacar alguna conclusion práctica , si de sus opi-
niones no puede resultar bien alguno , ¿ cuál es su
utilidad ? Hombres hai cuyas palabras pueden resu-
mirse de este modo : Leed poco los libros modernos
y mucho los antiguos. Para la ciencia moral dirigíos
á Aristóteles y Platon ; para la metafísica no á Locke,
sino á Aristóteles ; para la botánica no á Lineo , sino
á Teofrasto y Eliano.
Este es apuradamente el medio de hablar de todo
y de no saber nada , de poner entre sí y la ciencia
en todos los ramos de los conocimientos humanos la

distancia que hai entre un niño que no sabe las le-


tras , y el profesor mas ilustrado .
254
Aun cuando no se presentasen sino proposiciones
verdaderas y se revistiesen de la fraseología mas sim-

ple , la vida de un hombre no seria bastante larga


para poder equipar su espíritu del mueblaje de las
diversas ciencias. Y no obstante hai crecido número
de gentes, que nos querrian enviar á desojarnos sobre
libros , en los cuales de diez proposiciones evidente-
mente falsas y de ciento ininteligibles apenas se en-
contrará una verdadera , y aun esta se hallará en
las compilaciones mas miserables sobre la materia.
Bien puede uno recorrer volúmenes enteros de los
escritores de la antigüedad , que no le indemnizará
de su trabajo el descubrimiento de una sola verdad.
Para hacer que esta preocupacion no sea la mas
absurda , así como es una de las mas perniciosas , se-
ria preciso trastornar todo el órden de la naturaleza.
Seria forzoso sostener que la bellota es mayor que la
encina que debe producirla ; que el niño en el vien-

tre de su madre es mas sábio que el hombre en el


vigor de la edad madura. Seria necesario suponer que
todo marcha hácia atras , y que nuevas esperiencias
añadidas á la masa de las adquisiciones existentes de-
ben disminuir sy número.
Es difícil de suponer que un hombre adhiera de
buena fe á un sistema tan evidentemente pernicioso.
Si existe tal hombre , compadecedle ; pero tratadle
como enemigo de todas las luzes y de toda dicha fun-
dada en ellas. Va nada menos que el interes público
en que semejantes ideas no puedan prevalecer.
Un hombre no concibe de Platon la mas venta-

josa idea. ¿ Qué resulta de aquí ? Nada. Un hombre


235

forma de Platon un altísimo concepto. ¿Qué sucede ?


Que lee á Platon. Pone su espíritu en tortura para
hallar sentido en lo que no le tiene. Revuelve cielo
y tierra para entender á un escritor que no se en-
tendia á sí mismo , y de esta masa indigesta no saca
mas que un sentimiento profundo de contrariedad y
humillacion. Ha aprendido que la mentira es verdad,
y que lo sublime está en el absurdo . Entre todos los
libros imaginables no habria cosa mas útil que un
índice bien hecho de todos aquellos , que han contri-
buido á engañar y estraviar al género humano.
Pero el autor deberia tener autoridad bastante
para poder constituirse juez de las opiniones de los
hombres.

Si la teoría moral que hemos desenvuelto en esta


obra es de algun valor , este se hallará en su sencillez,
en su claridad , y en su aplicacion universal. Pero de
que se haya descubierto el criterio que pueda servir
para medir y resolver las innumerables cuestiones
de lo justo é injusto , no se infiere que el descubri-
miento de este criterio y de su eficazia universal se
ha logrado sin penosas investigaciones , sin meditacio-
nes laboriosas. Lo que constituye el mérito de un
pensamiento profundo, es que el lector no se vea obli-
gado á bajar al pozo de la verdad , y sacar él mismo
sus saludables y refrigerantes aguas ; el escritor es
quien se encarga de este cuidado , y pone esta bené-
fica bebida en los labios de todos. Poca obligacion
se tiene á un hombre que envia á otro en busca de
una verdad desconocida ; pero tiene un derecho in-
contestable á la estimacion de los hombres , el que
256

despues de haber ido á buscar el tesoro , lo trae y


hace participantes de él á todos cuantos quieren re-
cibirle de su mano .

Á fin de juzgar del mérito de una obra cuyo fin


es la verdad , á fin de apreciarla cual conviene , es
preciso conocer algun tanto los errores contra los
cuales se dirige, y que tiene por objeto destronar. Hai
muchos para quienes el mérito aparente de esta ohra
será en proporcion inversa de su mérito real. Cuan-
to mas llene su objeto de simplificar las cuestiones
mas complicadas , tanto es mas de temer se le eche
en cara que nada contiene de estraordinario.
Una sola observacion , que parece no decir sino lo
que todo el mundo sabe , es bastante á vezes para
hacer inútiles volúmenes enteros de sofismas espe-
ciosos y formidables.
Puede suceder que esta obra quede espuesta á la
hostilidad de diferentes clases de gentes y por moti-
vos opuestos ; por lo mismo que nada contiene de
estraordinario , el ignorante que nada entiende de la
materia , podrá creerla superficial; y los falsos sábios,
en quienes hai sus preocupaciones , que no gustan ver
poner en cuestion , podrán condenarla como parado-
ja , porque no cuadra con estas preocupaciones.
OJEADA

SOBRE EL PRINCIPIO

DE LA MAXIMIZACION DE LA DICHA ,
SU ORÍGEN
Y DESARROLLO.
259

OJEADA

SOBRE EL PRINCIPIO

DE LA MAXIMIZACION DE LA DICHA,

SU ORÍGEN Y DESARROLLO.

Si se han cumplido las intenciones del autor y del


editor de esta obra , se verá que no contiene sino la
aplicacion del principio de la maximizacion de la di-
cha al dominio de la moral. Cuando se presentó por

primera vez este principio al espíritu de Bentham , lo


llamó principio de utilidad ; mas no tardó en descu-
brir que esta palabra no ofrecia inmediatamente al
pensamiento de los demas la idea que el mismo unia
á ella ; á saber , que una cosa no es útil sino en pro-
porcion que aumenta la dicha del hombre. Siendo la
dicha el fin y objeto que debe tenerse constantemen-
te á la vista , la palabra utilidad no incluía necesa-
riamente la de felizidad . No carece de interes el tra-
zar la influencia del principio de la maximizacion de
la dicha sobre la filosofía de Bentham , desde la épo-
ca en que comenzó á ocupar su pensamiento , hasta
aquella en que llegó á ser en sus manos la llave que
240

le ha servido para abrir los secretos de la ciencia


moral y política.
Esta era en efecto la bandera que seguia ; bajo la
cual se ponia en todas las circunstancias de su vida
pública y privada ; el oráculo á cuya voz obedecia
sin vacilar , sea en su capazidad individual , cuando
buscaba para sí mismo las reglas de conducta ; sea
en calidad de miembro de la patria comun , cuando
se esforzaba en mostrar á sus conciudadanos la senda
de la sabiduría y de la virtud pública. En todas las
partes del dominio del pensamiento y de la accion,
imploraba su ausilio y consejo ; le preguntaba sobre
sus leyes y motivos , y apuntaba sus respuestas pa-
ra uso y direccion de sus semejantes.
Este era el principio que se proponia á sí mismo,
y que recomendaba á otros, no solo como el fin
adonde deben dirigirse , sino como medio de alcanzar-
lo , y como motivo para buscarlo. Era para él un
vasto almacen , que le proveía de argumentos , obje-
tos , instrumentos y recompensas .
No sepultó su idea entre las nubes de una fraseolo-
gía vaga y oscura ; sino que bebió en la region de la
felizidad y miseria humana todos los placeres y to-

das las penas de que se compone la dicha y la desdi-


cha , y de que es susceptible la naturaleza del hombre.

En los placeres de que puede gozar la humanidad ,


en las penas de que puede librarse , es donde halló
los elementos de la ciencia que enseñaba. Ocupábase
continuamente en calcular su número , en pesar su
valor , en estimar sus resultados ; Ꭹ el gran negocio
de su vida consistia en procurar á cada uno de los
241
miembros de la familia humana la mayor cuantidad
posible de felizidad , sea por el alivio de los sufri-
mientos , sea por el acrecentamieuto de los gozes.
Estas penas y placeres aplicados á las cosas de go-
bierno , sea legislativo sea administrativo , son ctras
tantas partes elementales del capital de que pueden
disponer los gobernantes para producir la dicha de
los hombres.
La historia del principio de la utilidad , es la
de las sumas añadidas al capital de felizidad hu-
mana ; es la historia de lo que se ha hecho en diver-
sas épocas para mejorar y perfeccionar las opera-
ciones , de las que resultan los gozes. La obra defi-
nitiva así producida es la dicha , y todos cuantos han
trabajado en su produccion , ó contribuido á dar-
le una forma mas completa y durable , tienen de-
recho al honor de la cooperacion ó del descubri-
miento .

Los libros que han contribuido á la eficaz aplica-


cion de los principios de la dicha , las instrucciones
que han ayudado á los hombres á pasar del princi-
pio especulativo y sin uso á su aplicacion á las cosas
de la vida , pueden considerarse como los ausiliares
mas importantes en el complemento de los triunfos.
de la dicha.

La primera vez que hallamos el principio mencio-


nado , es en la sátira tercera de Horacio , libro pri-
mero , escrita algunos años antes del nacimiento de
Jesucristo. El poeta habla de la opinion profesada
por los estoicos , que todos los pecados ( peccata ) es-
tán en la misma línea , en la escala de la culpabili-
TOM. I. 16
242

dad , y que debe imponérseles la misma suma de re-


probacion. Luego prosigue de este modo:

Queis paria esse fere placuit peccata , laborant


Quum ventum ad verum est: sensus moresque repugnant ,
Atque ipsa utilitas justi prope mater et æqui.

Los sentimientos de los hombres , la costumbre y la


utilidad misma están , dice , en contradicion con la
teoría de los estoicos , y tiene razon. Su observacion
tal cual es , si no profunda , es por lo menos exacta .
Propónese un fin , al cual se dirigen y están subordi
nadas la justicia y equidad . Aun hace mas. Confiesa
que si nuestras ideas de justicia y equidad son funda-
das , traen su orígen de la utilidad.
Poco despues de la época en que floreció Horacio,
Fedro enseñaba casi la misma doctrina.

Nisi utile est quod feceris , stulta est gloria.

Si lo que haceis , no es útil , la gloria no es sino locura.


Pero en Horacio y Fedro la mencion de la utili-
dad como * regla de conducta parece mas accidental
que razonada. Parece que ninguno de los dos com-
prendió el valor é importancia de la doctrina que
emitía. No ocupa en sus escritos el lugar de un gran-
de é importante principio. Ninguna secta lo habia
adoptado ; ninguno la confesaba , seguia ó profesaba;
no habia hallado sitio en los campos eliseos , entre
los aforismos escritos en letras de oro que Anquises
se entretenia en recorrer , cuando Eneas se le presen-
tó ; hallábase aislada , despreciada , desconocida, como
la verdad , que por casualidad se desprendió un dia
245

de la pluma de Aristóteles , cuando escribió que to-


das las ideas tienen su orígen en los sentidos ; princi-
pio magnífico , sentado entonces ; pero cuyas conse-
cuencias se han ocultado despues á la percepcion de
muchas generaciones . Locke fué el primero en dis-
cernir el valor de una observacion , cuyo desenvolvi-
miento le puso en estado de trastornar el imperio
universal que una pretendida lógica habia usurpado,
combatiendo bajo el estandarte de este mismo Aris-
tóteles ; pero David Hume fué quien en 1742 dió im-
portancia á la palabra utilidad.
Hume en sus ensayos reconoció la utilidad como

principio. No obstante empleó esta palabra de una


manera confusa. Á vezes considera lo útil como que
conduce á un fin cualquiera é indeterminado ; otras
este fin se especifica , y es la virtud. No deja ver parte
alguna , en que la idea de la dicha vaya inseparable-
mente unida á la idea de la utilidad . La utilidad,
segun él , es aquella parte inherente á una máquina,
á un mueble , á un vestido , á una casa , que hace
que estas cosas sean útiles , en el sentido en que cor-
responden al fin propuesto. Hace mencion del placer
y de la pena; mas en parte alguna presenta los pla-
ceres y la esencion de las penas como elementos,
cuya reunion compone la palabra dicha. Hace men-
cion , sin cuidarse por otra parte de manifestar sus
relaciones ó dependencia , placeres , penas , deseos ,
emociones , afecciones , pasiones , intereses , virtudes,
vicios , todos confundidos , indefinidos, indistinguibles,
como los átomos que vemos agitarse en un rayo de
sol. Habla del placer lo mismo que de la utilidad
244

de una manera vaga é insuficiente. En cuanto á las


penas , cuya esencion es por lo menos tan necesaria.
á la dicha como el placer mismo , es respecto de
ellos aun mas vago é ininteligible. No se halla ras-
tro de aquel análisis que distingue un placer de otro
placer, una pena de otra.
No tiene cuenta con las partes constitutivas de una
masa cualquiera de bien ó de mal , sea pura , sea
mezclada ; no presenta criterio alguno de lo justo ó
injusto ; no indica respuesta alguna á esta cuestion .
¿Qué se debe hacer ? ¿ De qué se ha de abstener? Lo
mismo sucede con las virtudes . Hállanse acá y acu-
llá diseminados nombres de virtudes particulares;
pero así como Horacio en sus sátiras coloca todos
los pecados al mismo nivel , así Hume coloca todas
sus virtudes en la misma línea , no tirando entre
ellas alguna demarcacion , ni dando regla alguna que
pueda servir á distinguirlas entre sí. Están clasifica-
das , es verdad; pero su clasificacion de nada sirve
para resolver la grande , la sola cuestion importante,
que es saber en qué proporcion conduce á la dicha
cada una de ellas. Así las proposiciones sentadas por
Hume no son por lo comun sino vagas generalida-
des , y un resultado peligroso é insuficiente , que ni
da luz al ignorante , ni ausilio al embarazo del inves-
tigador.
Parece que algo de mas debia prometerse de un
espíritu tan penetrante , no teniendo por otra parte
interes opuesto al de la verdad. Si en materia legal
toda la turba de escritores vulgares atiende mas á
examinar lo que fué ó lo que es , que lo que debe
245

ser , no hai que estrañarlo. Entonces es la práctica


y no la filosofía de la lei de donde sacan sus benefi-
cios. Pero lo que es sensible es que David Hume se
haya estraviado hasta el punto de no ver que las pe-
nas y placeres son susceptibles de estimaciones diver
sas , que representan valores diferentes ; que estas pa-
labras bien y mal no tienen sino un sentido indefini-
do , y verdaderamente ininteligible , á menos que se
dividan en las partes que los componen ; que la di-
cha misma no es sino una quimera , hasta que sus
elementos constituidos se hayan hecho accesibles á la
investigacion. Hume ha dejado las grandes cuestiones
morales en la region especulativa , y ninguna ha he-
cho aplicable á un fin útil , por signos inteligibles y
distintos. Su teoría es un vapor esparcido en el aire,
una nube que flota á una altura mas ó menos gran-

de; pero jamas un rocío ó lluvia benéfica que hume-


dezca la tierra : ofrece al sediento investigador el su
plicio de Tántalo ; irrita su sed sin apagarla jamas.
Hume no obstante hizo un importante servicio ;
designó la utilidad como la base y clave de arco de
un buen sistema de moral , y la opuso al sentido
moral , base sobre la cual fundaron otros filósofos
sus teorías morales. Era ya algo carear y poner co-
mo en contraste los dos principios. Una investiga-
cion atenta manifestaba que estaban tan distantes en-
tre sí como los polos ; no siendo el principio del
sentido moral sino una de las formas con que se vis-
te el despotismo raciocinador y el dogmatismo , y
resolviéndose en el sentido moral , ú opinion del
individuo ; al paso que el principio de utilidad diri-
246

ge casi infaliblemente el pensamiento ( si es que no


lo conduce ) á la region de las penas y placeres , y
consiguientemente del vicio y la virtud.

En 1749 Hartley publicó la primera edicion de su


obra del Hombre. En este libro dió la verdadera de-
finicion de la dicha , demostrando que se compone de
los elementos que suministran los diversos placeres.
Tradujo , por decir así , el idioma de la dicha al de

los placeres y penas ; trazó una lista de placeres , y


otra paralela de penas ; mas no vió las relaciones que
unen el todo al principio de la maximizacion de la
dicha. Bajo este nombre ó el de utilidad , ó bajo
cualquier otro , no lo refirió todo á esta guia única
de la vida pública ó privada. Fué mucho mas lejos
que sus predecesores ; pero se detuvo á vista de la

orilla , adonde jamas saltó . El Dr. Priestley popula-


rizó hasta cierto punto esta obra de Hartley en una
edicion posterior , que espurgó de cuanto era estra-
ño á la materia.
Helvecio escribió en 1758 su libro del Espíritu .
Este libro fué una importante adquisicion para la
ciencia de la moral y legislacion ; pero seria difícil
dar en pocas líneas , ni aun páginas , una idea exacta
de todo lo que ha hecho esta obra , y de todo lo que
ha dejado de hacer. En efecto tan pronto se la vé
brillar como el sol en su pureza , vertiendo torrentes
de luz y verdad sobre el dominio del pensamiento y

de la accion ; tan pronto se cubre esta luz de densas


nubes , dejando al lector atónito con tan súbita oscu-
ridad. Son mas bien relámpagos de elocuencia , que
luz igual y moderada ; son como el relámpago que
247
ilumina un instante con una claridad mui viva , y que
la vista deslumbrada cambiaria de buena gana por la

luz regular y apacible de una lámpara ordinaria.


Á este libro sin embargo , se ha oido frecuentemen-
te á Bentham atribuir gran parte del zelo y ardor
que puso en propagar su benéfica teoría. En él era
donde bebia nuevos alientos , lisonjeándose que sus es-
fuerzos en esta grande causa no serian infructuosos .
Allí aprendió á perseverar , con la seguridad de que
veria aumentarse su fuerza de accion , y ensanchar los
límites de su utilidad . No es decir que no quedará

aun mucho que hacer despues de Helvecio. Aun no


habia enumerado las penas y placeres , aun no esta-
ban clasificadas segun su valor ; pero habia hecho re-
saltar con fuerza la influencia del interes y de la opi-
nion , y esto ya era un gran punto de incalculables
consecuencias. Habia puesto en claro muchos de estos
motivos de accion , cuyo conocimiento es de absoluta
necesidad para hacer una estimacion algo justa de
la conducta y carácter , y demostrando que la opi-
nion está subordinada al interes ; probó esta subordi-
nacion no solo en las opiniones públicamente confe-
sadas , sino en aquellas cuya formacion fué privada
y aun clandestina. La lista de las causas de mala con-
ducta , especialmente en los hombres públicos , mani-
fiesta tanta profundidad filosófica , como sagazidad y
observacion . En los intereses hostiles , en las preocu-

paciones nacidas del interes , en los que engendra la


autoridad , en la debilidad primitiva ó contraida , vió
él , como debe ver todo hombre , el orígen de las en-
fermedades y miserias humanas.
248
4.4 Helvecio pues aplicó el principio de la utilidad á
un uso práctico , á la direccion de la conducta en
las cosas de la vida. Á este sér ideal á quien llama-
ban dicha , confirió una existencia sustancial , iden-
tificándole con el placer , á quien dió nombre y asig-
nó sitio local.
Hizo á la utilidad madre del placer , é hizo de aquí
nacer una multitud de ideas , ideas de un carácter
positivo é inteligible , ideas tan hábilmente traidas,
espuestas con tal atractivo , que no podian dejar de
estar presentes y ser familiares aun á los espíri-
tus menos atentos , menos observadores , y mas su-
perficiales.
El Dr. Priestley publicó en 1768 su Ensayo sobre
el gobierno. En esta obra es donde designó en italiano
«la mayor dicha del mayor número» como el solo fin
justo y racional de un buen gobierno . Esto era un gran
paso adelante dado por la palabra utilidad. Así se ha-

llaba designado el fin principal , el ingrediente carac-


terístico. En sola una frase se hallaba comprendido
todo lo hecho hasta entonces. Esta fórmula dejaba
mui atras cuanto la habia precedido. No era la di-
cha sola lo que proclamaba , sino tambien su difu-
sion : asociábala á la mayoría , al mayor número. Por
lo demas el libro de Priestley estaba escrito de prisa
y con negligencia como la mayor parte de sus pro-
ducciones.

Sucedió (y aquí creemos del caso citar las pala-


bras del mismo Bentham , tales como las oimos de su
boca ) cuando nos contaba las que llamaba festiva-
mente aventuras del principio de la maximizacion de
249

la dicha , es decir , su orígen , nacimiento , educacion,


viajes é historia ; «sucedió , no sé cómo , que algun
tiempo despues de su publicacion , llegó un ejem-
plar de esta obra á la biblioteca circulante de un pe-
queño café , llamado ( café Harper ) que estaba en
cierto modo anejo al colegio de la Reina (Queen's Col-
lege) en Oxford, cuyo crédito solo le hacia subsistir. La
casa formaba esquina , dando por un lado á la Calle-
alta (High-street) y por otro á un callejon que por esta
parte sigue paralelamente la pared del colegio de la
Reina , y termina en una calle , que conduce á la puer-
ta del Colegio -nuevo (New-College). Abonábase á es-
ta biblioteca á razon de un shelling por trimestre , ó
para hablar en lengua universitaria un shelling por
término . El producto de esta suscripcion se compo-
nia de dos ó tres diarios , uno ó dos almacenes , y tal
vez algun nuevo folleto. Era raro , por no decir sin
ejemplo , ver un libro en octavo de mediano tamaño.
Algunas docenas de volúmenes , formados parte de li-
brejos , parte de almacenes reunidos con cartones com-
ponian toda la riqueza de esta biblioteca , que forma-
ba un contraste singular con la biblioteca bodleyana,
y la de los colegios de Cristo y de todos los santos
(Christ's Church and All-Souls.)
« El año 1768 fué el último en que me sucedió te-
ner que detenerme en Oxford mas de uno ó dos dias .
Habia ido para votar en calidad de maestro de ar-
tes por la universidad de Oxford con ocasion de una
eleccion parlamentaria. Aun no habia cumplido los
21 años , y esta circunstancia hubiera podido susci-
tar en la cámara de los comunes una discusion elec-
250
toral , si suficiente número de votos no sujetos á con-
testacion no hubiera asegurado indudablemente la ma-
yoría. Este año fué el último en que pude tener entre
manos la obra de Priestley . Sea como sea la lectura
de este libro y de la frase en cuestion , fué la que de-

cidió mi principio en materia de moral pública y pri-


vada ; de ella fué de donde tomé la fórmula y el prin-
cipio que han recorrido despues el mundo civilizado.
Al verlo esclamaba trasportado de alegría , como Ar-
quimedes cuando encontró el principio fundamental de
la hidrostática : ¡ ya lo
lo halle , Eupnna ! Estaba yo mui
distante de pensar entonces en la correccion que mas
tarde y despues de un maduro exámen me veria pre-
cisado á aplicar á este principio.»>
Mucho antes de esta época el principio de utilidad
habia tomado posesion del espíritu de Bentham . To-
davía mui jóven ya escitaba su impaciencia y disgus-
to , lo que llamaba él galimatías ciceroniano ,
« Aun no habia yo cumplido 13 años , por conti-
nuar usando de sus propias espresiones , cuando una
autoridad , que aunque no la de mis profesores , no
por eso me era menos irresistible , me impuso la ta-
rea de traducir al ingles la obra de Ciceron , cono-
cida bajo el nombre de Cuestiones Tusculanas . Allí
aprendí que el dolor no es un mal , que la virtud por
sí sola basta para conferir la dicha al hombre dispues-
to á poseerla á este precio. ¿ Qué utilidad podia ha-
ber en abrumar la memoria con semejantes absurdos?
¿Qué instruccion se habia de sacar de una proposi-
cion contradictoria , ó de un número cualquiera de
otras semejantes ? Cuando un hombre tiene un dolor
251

sea en la cabeza , sea en el dedo del pie ó en una de


las partes intermediarias del cuerpo , ¿ qué le servirią
decirse á sí mismo ó á los demas que el dolor no es
mal? ¿ Le quitará esto su dolor? ¿ ó lo disminuirá
cuando menos ?
En cuanto á la dicha , si se hubiera hecho ver de
cuántos diversos modos , ó si solo hai uno , de qué mo-
do contribuye , como realmente es , á la dicha del
hombre , esto hubiera podido servir de algo y aun
ser de grande utilidad ; pero decir que la virtud por
sí misma debe producir y mantener la dicha , cual-
quiera que sea la condicion de un hombre bajo otros
respectos, es puramente anunciar una proposicion,
que está en contradiccion directa con la esperiencia
constante y universal. Dar la definicion de la virtud,
hubiera sido hacer algo , y esto cualquier hombre lo
podrá hacer con el principio de la maximizacion de
la dicha ; pero cuando un hombre sufre un acceso de
gota ó piedra ú otra enfermedad dolorosa , ¿ le direis
que es feliz , ó que si no lo es , es por falta de vir-
tud ? ¿Será este buen modo de consolarle? ¿ no será
por el contrario una burla cruel é insultante?
Tal era el galimatías en que se entretenian ciertos
filósofos de la antigüedad , cuando estaban en conver-
sacion unos con otros paseándose bajo las coluna-
tas llamadas pórticos : lo que les habia hecho dar el
nombre de estoicos de la palabra griega σtoa , que sig-
nifica pórtico .

Con respecto á estos la opinion comun es que com-


parados á nuestros contemporáneos de la misma clase,
eran generalmente hombres de bien : y seguramente
252
en todos tiempos nunca han faltado estos hombres
de bien , que pasan la vida en decir absurdos bajo
mil formas diversas ; pero de aquí no se sigue que
ellos ó sus sucesores hayan valido mas .»
En 1776 se publicó la obra de Bentham intitula-
da: Fragmentos sobre el Gobierno. Causó en el pú-
blico grande sensacion . La reputacion de los Co-
mentarios de Blackstone se hallaba en su apogeo , y

esta era la primera vez que se intentaba con suceso


rebajar la nombradía y reducir la influencia de este
elocuente adulador de todos los abusos ingleses , de
este apologista indiferente del bien y del mal. El
Dr. Johnson atribuyó la obra á Dunning , y Bent-
ham confiesa que se habia propuesto imitar en gran
parte el estilo de Dunning , que le habia chocado
por su precision, correccion , exactitud de espresion
y rigor de argumentacion . El objeto inmediato del
fragmento era destruir la fábula del «Contrato pri-
mitivo » sobre la cual hacia tiempo acostumbraban
los legistas elevar el edificio gubernativo ; la utilidad
fué el instrumento que empleó el autor para termi-
nar esta pretension sin fundamento , y con este prin-
cipio en la mano destruyó hasta los cimientos la teo-
ría del célebre comentador . No obstante en el frag-
mento , no está sustituida la espresion de dicha á la
de utilidad, ambas se emplean indistintamente , y co-
mo traduciéndose mútuamente una por otra. El frag-
mento no dió otro paso mas adelante. En esta obra
la palabra utilidad, lo mismo que la dicha , no son
analizadas en sus elementos constitutivos. No se po-
nen á la vista de los lectores las penas y placeres , y
253
mucho menos divididas en sus diferentes especies, ó,
clasificadas en razon de su valor distinto y compara-.
tivo . Bentham ha dicho muchas vezes que las ideas
de utilidad y dicha estaban tan intimamente reuni-
das en su espíritu , que no podia imaginarlas separa-
das en el pensamiento de un hombre cualquiera. Cua-
lesquiera que fuesen las lacunas que dejase aun el
fragmento , logró no obstante aniquilar el sistema
del contrato primitivo. La hostilidad de Bentham
contra este dogma provino de haber conocido el uso
que se hacia de él para justificar los abusos de la lei,
y resistir á las reformas mas necesarias en la admi-
nistracion de la justicia. Este dogma se habia pre-
sentado bajo la sancion del gran nombre de Locke;
pero aun no contaba Bentham 16 años , cuando ya
le incomodaba , asistiendo á las lecciones de Blacks-
tone , el uso que de él hacia este astuto sofista para
justificar las monstruosidades de un mal gobierno.
«Formé la resolucion de luchar contra este falso prin-
cipio , dice él en uno de sus memorandum , formé la
resolucion de derribarlo. Así lo hice y desde enton-
ces ninguno ha osado levantarlo y sostenerlo. »
Bentham dió una herida mortal á la filosofía as-

cética en el exámen que de ella hizo en su « Introduc-


cion á la moral y á la legislacion .» Quizá no se en-
contrará uno solo que se atreva á sostener ser el do-
lor el grande objeto que debe proponerse la existen-
cia , por meritoria y virtuosa que pueda parecerle la
imposicion de ciertas penas á sí mismo . Nadie pue-.
de negar que hai ocasiones en que se puede buscar
el placer por sí mismo racional y moralmente , y en
257

que el deber y el interes nos prescriben igualmente


evitar el dolor ; pero el que sostiene que el buscar
una suma adicional de placer es crímen en ciertos
casos , está obligado á citarlos , y á manifestar en qué
funda esta escepcion de la regla general. La obliga-
cion de presentar la prueba recae enteramente sobre
él. En los siglos de la dominacion monacal el demo-
nio del ascetismo lo encadenaba todo bajo su cetro
ensangrentado . Este demonio era un manantial per-
manente de mal y de impostura. Suceda lo que su-
ceda con el principio de la maximizacion de la dicha,
lo cierto es que su antagonista declarado ha sido pa-
ra siempre reducido al silencio.
Lo que en efecto caracteriza al ascetismo es el ser
funesto , absurdo , inconsecuente y contradictorio . en
la medida exacta en que el principio ascético es pues-
to en accion. ¿Qué cosa hai funesta en el mundo, si-
no lo es lo que crea la desdicha ? ¿ Qué cosa mas ab-
surda que una doctrina que conduce á sus celadores
al punto de estrellarse la cabeza contra una pared
bajo el pretesto de que el término definitivo de las
acciones humanas es el sufrimiento ? ¿ Qué mas in-
consecuente que una creencia que desmiente á cada
paso la esperiencia de la vida humana ? Y ¿ que mas
contradictorio que la inconsecuencia y absurdo mani-

festados bajo sus mas ardientes formas , y llevados


hasta el estremo de la locura y frenesí?

Pero no es tan fácil acabar con los enemigos in-


directos del principio que tiene por base la maximi-
zacion de la dicha. Ipse dixi. Yo lo dije. Este orgu-
lloso Proteo , que toma todas las formas que pueden
255

sugerir la imaginacion ó el capricho , tiene por pa-


dre el despotismo , y él mismo lo es tambien de todos
los absurdos.

Los errores de Locke sobre el fin y objeto del go-


bierno se manifestaban no solamente en su teoría del

contrato primitivo , sino tambien en el estrecho pun-


to de vista bajo el cual habia considerado las penas
y placeres , y en la opinion en que estaba , de que la
moral y la política pueden esplicarse por la manifes-
tacion sola de las relaciones que tienen entre sí estas
palabras. Otro tanto podemos decir de su doctrina de
la incomodidad considerada como causa de la accion,
como si un hombre , que goza de ciertos placeres , no
pudiera buscar otros . Este error prueba cuán vagas
se presentaban á su espíritu las ideas del placer. En
su teoría del contrato primitivo , al fin que debe pro-
ponerse todo gobierno , que no es otro que la dicha
del comun , se opone un fin absolutamente diferente,
que es el preferido. Y este fin , aun cuando fuese ver-
dadero en lugar de ser fábula , ficcion y mentira,
seria indigno de ponerse en frente del principio de
la maximizacion de la dicha. Y en efecto , aunque es-
te principio exija en la mayor parte de los casos la
fiel ejecucion en las estipulaciones y contratos , hai
casos no obstante en que la destruccion del contrato
mismo seria la consecuencia de esta ejecucion. Su-
pongamos por ejemplo que un hombre se haya obli-
gado á cometer un crímen , ‫ ن¿ے‬será considerado este em
peño como sagrado ? Y ¿ qué diremos del principio
que obligase á todo el mundo á la ejecucion de un
contrato , que debiese tener por consecuencia la des-
256

truccion de los placeres y una continuacion de penas,


y esto después que la esperiencia hubiese demostrado
que el no cumplimiento del contrato conservaria los
placeres y quitaria las penas?
Sustituyendo de este modo un fin parcial y secun-
dario al único fin estenso y legítimo del gobierno,
es como se han suministrado instrumentos formida-
bles de poder á la arbitrariedad. Así es como invo-
cando la ejecucion de las promesas ó de los contra-
tos , han hallado adherentes y defensores principios
y actos de carácter el mas funesto y maléfico.
Por promesas ó amenazas , por medios de corrup-
cion de toda especie puestos en práctica por los go-
bernantes , se arrancan á los ciudadanos declaraciones,
á las cuales se dá frecuentemente la sancion del ju-
ramento , y por las cuales se obligan á observar tal
conducta en toda circunstancia y á todo evento . Es-
tos empeños son una de las mas fuertes ligaduras,
que emplea el despotismo para tener sus partidarios
encadenados á su causa , y así es como existe bajo es-
te respecto la disension mas completa entre el des-
potismo y el principio de la maximizacion de la di-
cha. La historia nos enseña que son raros tales em-
peños entre los gobernantes y las naciones ; y aun
suponiendo su existencia , son nulos en pleno dere-
cho ; ni obligan mas á la posteridad que la obliga-
rian las promesas de un ebrio. Una de dos ; ó el
empeño es conforme á la maximizacion de la dicha,
y debe bastar el reconocimiento de este principio , y
valer infinitamente mas que el empeño mismo ; ó es
opuesto á ella , y el ponerlo en egecucion no puede
257

producir sino crímen , desgracia y sufrimiento del


hombre: y si no pueden evitarse estos resultados sino
por la anulacion del contrato, ¿ quién osará reclamar
su ejecucion? Hai en el mundo una cosa deplorable,
y es que hombres distinguidos por su talento , alta
inteligencia y sentimientos generosos , se obstinan pa-
ra sí, y los demas en cerrar los ojos á la luz de la
razon y esperiencia .
No dando á la justicia sino una base , que es la
propiedad , Locke perdió de vista otros muchos ob-
jetos , sobre los cuales puede ejercerse la malevolen-
cia de los individuos , y que los gobiernos deben en
consecuencia proteger . Pasa en silencio el poder , la
reputacion , la posicion social , la esencion de penas,
y otros objetos de posesion ( porque el idioma no nos
suministra espresion mas conveniente ); cosas todas que
reclaman la proteccion de las leyes civiles y penales .
Era por cierto una cosa dolorosa , imprudente , y
desgraciadísima á no poder mas esta definicion irre-
flexiva , esta tentativa de echar con tan flojos mate-
riales los fundamentos de la felizidad humana , asen-
tándolos únicamente sobre la justicia y el derecho de
propiedad. ¡ Funesta victoria , la que en esta ocasion
pudiera alcanzar un enemigo sagaz de un espíritu
honrado , cándido , y que tantos motivos recomiendan
á nuestro afecto ! ¿Cómo ? ¿ La propiedad solamente
tendria derecho á la solicitud del gobierno ? ¿ Los pro-
pietarios serian los únicos que tuviesen derecho de
reclamar su posesion ? ¿ Tendria el propietario solo
el privilegio de ser representado en las asambleas , á
quiénes está delegada una parte de la soberanía ? ¿ Se-
TOM. I. 17
258

rian los pobres entregados en masa á los ricos , que


harian de ellos otros tantos esclavos , y tendrian el
derecho de tratarlos como á tales ? ¿Así pues se san-
cionaria la esclavitud corporal , peor quizá que la

política , y se haria un deber al gobierno de produ-


cir y mantener semejante estado de cosas?
Á las colonias de la India Oriental es adonde ha-
bria de ir á buscar la aplicacion de su teoría , el
pretendido campeon de la libertad y del buen go-
bierno. En efecto hubiérase podido con justo derecho
aplicar la teoría de John Locke á la justificacion de
la esclavitud , es decir del mayor de los azotes, de la
desgracia llevada al último límite.
Es preciso no obstante decirlo en justificacion de
este filósofo: tiene un derecho real , inmenso é incon-
testable al reconocimiento del género humano ; su es-
periencia no se habia elevado sobre la aristocracia,
sobre la minoría rica é influyente de los gobernantes.
Cuanto á la masa nacional , cuanto á la mayoría po-
bre de los gobernados , no habia entrado aun en la
esfera de sus investigaciones. No habia llegado toda-
vía á un grado suficiente de importancia , para que le
fuese necesario ocuparse en ella.
Lo que prueba que bajo el punto de vista de la
esperiencia , era tal en efecto el estado de su espíri-
tu , y que en la aplicacion de esta esperiencia eran
consiguientemente mui limitadas sus miras en polí-
tica y en legislacion ; es la Constitucion , que redactó
para una de las Carolinas , obra en la cual , como
todos convienen , dió al traste completamente .
Es pues Locke el ídolo , que cuenta en el templo

1
259

de la devocion británica mayor número de adorado-


res , entre los hombres que han adoptado por evan-
gelio político la Constitucion perfecta y sin igual,
emanada de la gloriosa revolucion de 1688 ; Consti-
tucion , que numera entre sus beneficios inmediatos el
despotismo protestante y la esclavitud de los católicos.

En 1785 publicó Paley sus Elementos de filosofia


moral y política. Hace mencion del principio de la
utilidad ; pero no parece advirtió sus relaciones con
la dicha. Y aun suponiendo que hubiese tenido la
idea , hubiera sido el último en espresarla. Escribia
para la juventud de la universidad de Cambridge , de
la cual se sabe era profesor. Bajo este meridiano los
ojos eran mui débiles ( y él no tenia mucho deseo de
fortificarlos ) para soportar la luz del astro de la fe-
lizidad utilitaria. Falto él mismo de sinceridad , de-
fensor acérrimo y audaz de la impostura , ¿ qué habia
que esperar de su valor y virtud ? Él mismo cuando
se hallaba entre dos vinos , se manifestaba amigo y
campeon de la corrupcion ; bastante rico para tener
un equipaje ; pero no lo bastante para tener una con-
ciencia. Durante los últimos veinte años de su vida
fué su obra el libro clásico de las universidades in-
glesas ; pero dejó la cuestion utilitaria donde la habia
encontrado , no dignándose honrar con una palabra
mas este principio bienhechor.
En 1789 pareció la Introduccion á los principios
de la moral y legislacion. En ella por la primera
vez se ven las penas y placeres definidos separada-
mente , y regularmente clasificados ; pero es tan com-
pleta su clasificacion y definicion para todas las ne-
260

cesidades ordinarias de las investigaciones morales y


legislativas , que en lo sucesivo no halló Bentham
casi nada que modificar ó añadir á esta lista. Al la-
do de las penas y placeres se han presentado los mo¬
tivos correspondientes , y unido á los resortes de las
acciones una idea clara y determinada , manifestando
su operacion separada . Ademas el autor pone en claro,
y pasa por el crisol aquella fraseología que ha hecho
tanto mal en el dominio de lo justo é injusto , susti-
tuyendo el juicio de los motivos al juicio de los ac
tos ; de suerte que el mismo motivo es muchas vezes
descrito en términos opuestos y contradictorios . Al-
guna vez se adopta la forma eulogística para espre→
sar sentimientos de aprobacion , otras vezes la forma
dislogística para comunicar un sentimiento de des-
aprobacion ; tal vez la forma neutra para evitar la
espresion ya de elogioo,, ya de vituperio ; pero en todos
los casos estas calificaciones inconvenientes y enga-
ñosas no sirven sino de estraviar la marcha del in-
vestigador y desfigurar la verdad. Hemos tenido la
ocasion de oir espresar sobre esta obra estraordinaria
y verdaderamente filosófica , la opinion de los hom-
bres mas ilustrados y mas distinguidos de nuestros
dias , estranjeros á la escuela utilitaria. Los habemos
oido despues de una discusion sobre la obra literaria,
que deba considerarse como la mas notable produc-
cion intelectual del último siglo , decretar unánime-
mente este honor á la Introduccion á los principios
de la moral y legislacion. No obstante en los últimos
años de su vida estaba Bentham mui lejos de consi-
derar esta obra como completa . No habia hecho en-
261
trar aun en su nomenclatura los intereses y deseos

del hombre , y habia empleado la fraseología de la


utilidad en vez de la de la dicha.

La primera parte de la Crestomatia fué publicada


en 1810 ; la segunda pareció el año siguiente. El prin-
cipal objeto de esta obra era colocar juntos los diver-
sos ramos de artes y ciencias , y hacer ver como con-
ducen á la dicha ; indicar las relaciones que los unen
por consecuencia de esta propiedad comun, é imprimir
á todos una direccion capaz de producir por resulta-
do la maximizacion de la dicha. Desde el año de 1769 ,
ocupaba este dia el espíritu de Bentham. Desde esta
época habia imaginado hacer de la dicha el trono co-
mun, del cual se elevasen todos los ramos de la cien-

cia , formando de este modo un perfecto árbol enci-


clopédico. Habia hallado en unos escritos de Bacon el
árbol primitivo ; d' Alembert lo habia en cierto mo-
do mejorado. Pero ni el filósofo ingles , ni el escritor
frances habian puesto atencion en esta propiedad la
mas útil de todas , á la cual se dirigen todas las artes
y ciencias , y de la cual toman su valor. Los árboles
que habian plantado , jamas pudieron arraigarse ; y
ante la noble creacion de Bentham no son sino tron-
cos estériles que embarazan el suelo .
En 1817 pareció el Cuadro de los resortes de nues-
tras acciones. El fin del autor era suministrar me-
dios de comparar y observar las mútuas relaciones
entre las penas y placeres , las atracciones ó motivos ,
los intereses y deseos. Trató de completar la lista de
los elementos que influyen en la conducta. En sus
primeros escritos , sus investigaciones habian versado
262

principalmente sobre las penas , placeres y motivos.


Bentham añadió en esta ocasion los deseos é inte-
reses correspondientes , proponiendo al mismo tiem-
po , para hacer el trabajo mas completo y mas lógi-
co , que cada interes fuese designado por un nombre
particular. Helvecio habia puesto nombre á ciertos
intereses , Bentham se propuso perfeccionar la no-
menclatura y facilitar la asociacion á todos los puntos
de comparacion, presentando los objetos bajo la forma
sinóptica. Á este cuadro añadió notas , esplicando el
sentido y determinando la espresion de los términos
psicológicos , tales como pasiones , virtudes , vicios ,
bien moral , mal moral , etc. indicando su conexion
con los objetos contenidos en la tabla. Aunque el
principio de la maximizacion de la dicha estuvo cons-
tantemente presente al espíritu de Bentham y ejerció
sobre sus ideas una influencia todopoderosa , no está
sin embargo mencionado nominativamente en los re-
sortes de nuestras acciones.
No obstante indica este libro un progreso en la fi-

losofía utilitaria. El modo con que obran los moti-


vos sobre la conducta , habia sido esplicado con mu-
cha claridad , en la Introduccion á los principios de
la moral y legislacion. Los motivos , fuentes de la
accion en todas sus modificaciones , se asocian á los
placeres y penas sobre las cuales influyen ; en efecto
un motivo no es otra cosa que el temor de una pe-
na, que debe resultar de un cierto modo de accion , y
que se pide á la voluntad evite ; ó la esperanza de
un placer , que se pide á la voluntad que produzca .
Los resortes de nuestras acciones hicieron por los in-
265
tereses , lo que la Introduccion habia hecho por los
motivos ; esta obra estableció asímismo la distin-
cion entre los deseos y los motivos . Á cada deseo
unió Bentham los adjetivos con los cuales se habia
calificado aquel , á fin de responder á la necesidad
de los que en sus discursos ó escritos tuvieron oca-
sion de esplicarse en términos de elogio ó vitupe-
rio , comprendiendo ordinariamente un mismo desco
tres designaciones , de elogio , de desaprobacion y
neutra.
Habiendo observado el empleo prodigioso de estas
calificaciones colaterales como instrumentos de error

y engaño , sobre todo en manos de impostores intere-


sados ; pensó que seria mui útil , notar y señalar por
denominaciones apropiadas la diferencia que caracte-
riza cada una de las tres clases. Así es que para
designar el caso , en que á la idea de deseo une el
que habla en su pensamiento la idea de desaproba-
cion , empleó el epiteto de dislogístico ó desaproba-
tivo ; y para designar el caso en que á la idea de de-
seo se junta la de aprobacion , usó el epiteto de eulo-
gístico ó aprobativo.
Bentham ha declarado frecuentemente que en to-
dos sus trabajos é investigaciones se habia continua-
mente ofrecido á su espíritu una idea dominante. Si
Bacon armado de su célebre divisa , la esperiencia , se
ha honrado justamente , haciendo por los adelantos
de la filosofía natural mas que ninguno antes que él;
Bentham por su parte , llevando siempre delante la
suya, la observacion , tiene derecho á ser colocado

en el primer órden entre los hombres , que han con-


264

tribuido con sus trabajos á los progresos de la filo-


sofía moral.
Los fenómenos del mundo material en el órden que
se presentan , ó en el que se les puede hacer presen-
tar, con las relaciones de las causas á los efectos, y de
los efectos á las causas que parecen existir entre ellos;
pueden tomarse sin reserva ( evitando todo perjuicio
ó daño á las personas y á las cosas ) por objetos de
esperiencia lo mismo que de observacion , en cuanto
se aplican al mundo material. En la ciencia moral y
política , las materias de observacion son las penas y
placeres , en cuanto resultan respectivamente de las
diversas modificaciones , de que es susceptible la con-
ducta ó la accion humana. Pueden tomarse sin re-
serva por materia de observacion ; pero no sin mụ-
cha reserva y prudencia por materia de esperiencia ,
sobre todo cuando el esperimentalista ni es soberano,
ni una de las personas investidas de su autoridad
para el efecto. Es pues la observacion de las ocasio-
nes y formas , en que las penas ó placeres , pero en
especial las penas, resultan de los modos de accion,
que respectivamente las producen ; la observacion,
repito , es por donde Bentham prueba la cantidad y
calidad de los curativos aplicables á los males , que

traen consigo las acciones de la clase maléfica ; y mien-


tras la pluma se ocupa en describir sus cualidades ó
formas respectivas , es preciso que la balanza las pe-
se exactamente , y dé á conocer sus respectivas canti-
dades.

En la aplicacion á las cosas de la vida , al legis-


lador no le queda otra eleccion , sino que los ma-
265

les. Ni puede haber gobierno sin coercicion , ni coer-


cicion sin sufrimiento , y considerada aisladamente
esta coercicion , debe ser un mal. Las funciones pe-
nales del gobierno consisten en la aplicacion de este
mal á los delincuentes ; á fin de obtener , por el in-
teres comun , una esencion de males mas grandes , ó
la produccion de placeres de valor mas subido que
los sufrimientos creados por la interposicion coerci-
tiva.
Así es como el principio de la maximizacion de la
dicha conduce al legislador al dominio de las penas
y placeres particulares , y la primera emanacion de
este principio es el principio de la no -contrariedad.
Esta es la sola base de la propiedad . Porque si la
pérdida de la propiedad no llevase consigo alguna
contrariedad , ó el sentimiento de sufrimiento alguno ,
no habria necesidad de castigar la violacion de lo
que se han convenido en llamar derecho de propie-
dad. Impídase cuanto se quiera la contrariedad. ¿Por
qué ? porque sin pena no puede tener lugar la con-
trariedad. Á la idea de la contrariedad va insepara-
blemente unida la de la espera , de la espera agrada-
ble. La contrariedad impide á la espera realizarse.
El legislador tiene por mision proteger los goberna-
dos contra las penas de esta contrariedad,
Una observacion de Lady Holland , hizo mucha im-
presion en el espíritu de Bentham. Díjole un dia que
su doctrina de la utilidad ponia un velo al placer,
cuando se habia imaginado que el principio de utili-
dad era el aliado mas precioso é influyente del pla-
cer. Desde luego era evidente , que la palabra utili-
266

dad no solo no trasmitia al pensamiento de los demas


las ideas que Bentham le aplicaba , sino que por el
contrario les comunicaba ideas diferentes y del todo
opuestas. Y, forzoso es confesarlo , si la maximiza-
cion de la dicha no se reconoce previamente como el
fin definitivo de lo útil , es de temer no se represen-
te la doctrina de la utilidad como útil á otros fines; y
si se llega á unir una idea de desaprobacion á la del
placer , claro está que la utilidad deberá consistir en
abstenerse de esta investigacion. De este modo se for-
tificaban de dia en dia las objęciones de Bentham
contra la fraseología utilitaria.
En 1822 , usó Bentham por primera vez en su
Proyecto de codificacion la siguiente fórmula : «La
mayor dicha del mayor número.» Todo lo propuesto
en esta obra está subordinado á una necesidad funda-

mental. «La mayor dicha del mayor número.» En es-


te libro la dicha , la utilidad , las penas , los placeres
se aplican unos por otros , y el aumento de la felizi-
dad de todos por el acrecentamiento de los placeres
y esencion de las penas , es el objeto que constante-
mente se ofrece al pensamiento. Lo que mas contri-
buye á retardar los progresos de las ciencias filosófi-
cas , es la falta de espresiones propias , que tienen mas
ó menos todos los idiomas conocidos. Si fuera posi-
ble asociar habitual ó irrevocablemente la idea de

dicha á la palabra utilidad , la palabra utilitarianis-


mo hubiera designado convenientemente el principio
que tiene por objeto la maximizacion de la dicha de
los hombres, y por utilitarios se hubiera designado
á los secuazes y defensores de esta doctrina. Bentham
267

tuvo una vez la idea de espresar el principio utili-


tario con la palabra endaimonología, y sus adherentes
con la de eudaimonologistas. Para los que entienden
el griego hubieran sido estas palabras suficientemen→
te inteligibles; pero está tan poco generalizado el co-
nocimiento de esta lengua, que no creyó convenien-
te recomendar la adopcion general de estos términos.
Añádase á esto la costumbre que se tiene general-
mente de escribir esta palabra eudomonologia , y el
temor de que presentada así no espantase la piedad
de ciertos hombres , que pudieran asociar á ella la
idea de una doctrina , arte ó ciencia que tuviese los
demonios por objeto . Mas adelante , cuando se haya
popularizado el principio en otros paises , y sobre
todo en aquellos cuya lengua tiene analogía con la
latina , será posible hallar un término , que tenga la
posibilidad de ser admitido en la fraseología general.
Entonces se podrá proponer la adopcion de las pa-
·
labras , felizitismo , felizitista , felizitarianismo , fe-
lizitarios. En frances el sustantivo felizidad no tie-
ne otro derivado que el verbo féliciter , cumpli-
mentar á alguno por su dicha. Los ingleses tienen
ademas felicitous , dichoso , cosa de que debe felizi-
tarse. Una mayor abundancia de derivados seria en
nuestras lenguas modernas de un precioso recurso,
sobre todo en el caso de que tratamos. No obstante
para dar toda su capazidad á la palabra felizitismo,
es necesaria la idea superlativa. Esta idea podrá es-
presarse por las palabras maximizacion y maximi-
zar, tomadas del enérgico y pintoresco idioma de
Bentham. La dicha maximizada ó la maximizacion
268
cion de la dicha , seria entonces el término mas exac-
to que pudiera emplearse.
Nuestras lenguas modernas mas o menos marcadas
con el carácter gótico , no se prestan sino con mucha
dificultad á las necesidades del utilitarianismo. Aun
es mas difícil sacar de sus radicales , derivados capa-
zes de reemplazar á los que suministra el latin en
abundancia,
El principio de la maximizacion de la dicha tie-
ne por antagonista el principio absoluto y magistral,
que tiene por divisa el ipse dixi; yo lo dije. ¿ Por
qué no se habian de sacar derivados de esta especie?
¿ Por qué no se habian de formar las palabras ipse-
dixitista , é ipsedixitismo?
Mientras seguimos tratando de esta materia , no es
fuera del caso decir aquí , en respuesta á los que tan
frecuentemente han acriminado á Bentham lo estra-
ño de su fraseología , que no hai objeto que mas ha-
bitualmente ocupase su espíritu , que la investigacion
de términos propios para espresar sus ideas. Nadie
estaba mas penetrado que él de la importancia de
una nomenclatura conveniente , como instrumento ne-
cesario de un raciocinio lógico , para la introduccion
y propagacion de las ideas justas. Un emperador ro-
mano habia hecho consistir toda su ambicion en crear
una palabra nueva , que sancionasen el uso y la pos-
teridad. Bentham ha creado dos por lo menos, adop-

tadas por las lenguas modernas ; tal es el adjetivo


internacional, y el sustantivo codificacion , de donde
se ha formado codificar y codificador ; y aunque el
uso de las palabras maximizar , maximizacion , mi-
269

nimizar, minimizacion, igualmente creadas por él, no


haya sido tan universalmente adoptado , no obstante
el curso que les ha dado , el valor que á ellas ha uni-
do , bastan para asegurar que jamas caerán en olvido.
Mas no son únicamente las palabras que andan en
boca de todo el mundo , las que se emplean sin cono-
cimiento exacto de su precisa y real significacion,
¿Qué cosa es la virtud , el vicio , la justicia y la in-
justicia? ¿ Cómo se podrá hacer una aplicacion útil
de alguno de estos términos , sino con la ayuda del
principio de la maximizacion de la dicha ? En efecto,
cuantas vezes se emplean , se sobrentiende ó espresa
alguna relacion con el principio de la maximizacion
de la dicha , ó con el que le es directamente contra-
rio ; el principio aseético ó dogmático , es decir , elL
ipsedixitismo. En el fin propuesto es preciso adop-
tar por criterio , ó la dicha ó la desdicha , ó una opi-
nion cualquiera bastante por sí misma á determinar
el criterio. La espresion ipsedixitismo no es nueva,
hanos sido trasmitida por una autoridad antigua y
respetable. Ciceron nos dice que este era el principio
adoptado por los discípulos de Pitágoras. Ipse , ( es
decir el mismo , el maestro Pitágoras ) ; ipse dixit,
él lo dijo , el maestro lo dijo. Dijo que esto era así,
luego (decian los discípulos de este ilustre sábio )
así es.

Cuando Bentham publicó su Introduccion á los


principios de la moral y legislacion , pensaba que el
principio de la simpatía y antipatía debia conside-
rarse como lá base de una de las teorías de la mo-
ral. Mas adelante descubrió , que éste no era otra co-
270

sa que el principio dogmático , que el ipsedixitismo


dividido en dos ramas ; la de la simpatía , que aplica
las recompensas , y la de la antipatía que aplica los
castigos ; pero que separadas del principio de la maxi-
mizacion de la dicha , no espresan sino la autoridad
que sirve de fundamento á la doctrina del ipsediri-
tismo.

Luego imaginó y empleó la espresion de principio


del capricho , para designar esta rama del ipsedixitis-
mo que se aplica á la lei civil , ó no penal , la cual
abraza cuanto no es del dominio de la lei penal ; á es-
ta lei civil ó no penal á quien domina enteramente
el principio de la no -contrariedad.
Pero volvamos al vicio y á la virtud. Entiéndese
por virtud bajo el imperio del principio de la maxi-
mizacion de la dicha , una línea de conducta y una
disposicion correspondiente , propia para conducir á
la dicha y por vicio lo que no es propio sino para
conducir á la desdicha. No obstante con respecto á la
virtud es necesario admitir aquí una correccion. En
efecto , el ejercicio de los actos que se llaman vir-
tuosos exige siempre mayor ó menor suma de abne-
gacion , es decir , el sacrificio de algun bien presente,
que consista , sea en placer , sea en esencion de pena,
á un bien mayor futuro. Esta correccion es indis-
pensable para mantener en los límites de lo verda-
dero el principio en cuestion. Hai con respecto á es-
to evidencia irresistible. Entre los actos cuyo ejerci-
cio tiene por objeto la continuacion de la existencia,
y entre aquellos , por medio de los cuales se gusta el
placer y se evita ó desvia la pena , pocos hai á
271

quienes pueda convenientemente aplicarse la denomi


nacion de virtudes. ¿ Por qué ? porque en su ejercicio
no hai abnegacion , ni sacrificio de un bien presente
á otro venidero.

Mas aquí se ofrece una objecion. Supongamos un


hombre , que de tal suerte se haya acostumbrado á
dominar sus apetitos y deseos , que no esperimente re-
pugnancia alguna sacrificando un bien menor actual
á otro mayor futuro , ni sienta nada de lo que cons-
tituye el ejercicio de la virtud llamada abnegacion.
¿Diremos de este hombre , que en su constitucion in-
telectual se halla la virtud en menor grado de per-
feccion , que en aquel , en cuyo espíritu se renueva
continuamente la lucha entre el espíritu y la carne,
entre el bien inferior actual , y el superior venidero?
No por cierto. Pero tampoco es menos verdad , que
para aplicar á los hábitos ó disposiciones de un hom-
bre la apelacion de virtud , es indispensable supo-
ner que estos hábitos van acompañados de cierta su-
ma de repugnancia , y por consecuencia de abnega-
cion : en el caso de que se trata nada de esto hai;
pero ha debido haberlo en una época anterior cual-
quiera , solo que el tiempo ha debilitado gradual-
mente la repugnancia ; así como una larga costum-
bre acaba por hacernos agradable un trabajo , que
al principio nos repugnaba.
El principio de la maximización de la dicha no
solo ha tenido que sufrir la hostilidad de los prin-
cipios que le son directamente contrarios , sino que
ha tenido que resistir á los ocultos y poderosos usur-
padores de su autoridad ; y de aquí tal vez es de don-
272

de le han venido los golpes mas funestos. Lo han ci-


tado , le han rendido homenaje , reclamando su alian-
za en favor de principios que de hecho se aplicaban
enteramente al ipsedixitismo. Tal ha sido frecuente-
mente la posición de aquellos hombres , que cubrién-
dose con un manto y título respetado , se han hecho
predicadores de la justicia y van esparciendo precep-
tos , leyes y mandamientos , como quiera que se lla-
men , diciendo á quien los quiere oir : haced esto y
aquello , pues la justicia lo exige. Hai en esto dos
acepciones que ambas representan el sistema del ip-
sedixitismo ; á saber , primero , que la justicia es el
criterio á que debe referirse todo , y segundo , que lo
que se os pide que hagais , lo exige la justicia ; aser-
ciones , que sin que nosotros lo digamos no se apo-
yan en argumento alguno , y ambas á dos son pu-
ramente gratuitas y dogmáticas.
Cuando Godwin intituló su obra tan conocida : De
la justicia política , se hizo culpable de un acto de
insubordinacion por no decir de rebelion y alta trai-
cion contra la soberanía del solo principio legítimo
y todopoderoso .
La justicia está ó no subordinada al principio de
la maximizacion de la dicha ; sus preceptos enseñan ó
no enseñan á minimizar la desdicha , á maximizar la
dicha. Si lo enseñan , hasta allí caminan de acuerdo
con este principio y lo representan.
Pero supongamos que difieren , y que haya entre
estos dos principios , disonancia y hostilidad : ¿ Cuál
debe sucumbir , la justicia ó la dicha ? ¿ Los medios
ó el fin?
275
Para comprender convenientemente la significacion
de la palabra justicia y de su aplicacion , es necesario
dividirla en sus dos ramas civil y penal. Porque no
hai cosa mas vaga , oscura é incompleta , que las
ideas afectas al término de justicia en el sentido que
se le da comunmente .
La justicia civil es el reconocimiento de todos los
derechos de propiedad , cualquiera que sea su forma
ya como objetos de deseo ya de posesion , Molestar al
poseedor en sus esperanzas ó en su posesion , ó pri-
varle de ellas , es crear en su espíritu las penas de
la contrariedad ; penas que el principio de la maxi-
mizacion de la dicha nos impone un deber evitarle.
Este principio de la no contrariedad no cede en im-
portancia sino al principio que se propone la creacion
de la dicha.

La parte penal de la justicia ofrece un aspecto di-


ferente. Tiene por objeto minimizar los males. Los
medios que emplea son la prevencion , represion , sa-
tisfaccion y castigo. Solo en cuanto los males son cau-
sa de desdicha , es necesario recurrir á las vias pena-
les. Reducir la suma de los males y por consiguiente
el orígen de los sufrimientos que resultan , y obtener
este resultado á costa de la menor cantidad posible
de penas , es lo que exige la justicia que se liga con
el principio de la maximizacion de la dicha. Pero no
es cosa rara que bajo el nombre de justicia , se pro-
ponga uno fines y medios de ejecucion bien diferentes .
Bentham en los últimos años de su vida , despues
de haber sometido á un exámen mas profundo esta
fórmula : « La mayor dicha del mayor número» , cre-
TOM. I. 18
274
yó no hallar en ella la claridad y exactitud que al

principio la habian recomendado á su atencion. He


aquí las razones que él mismo dá de este cambio de
opinion. Copiamos literalmente sus palabras.
«Tomad una sociedad cualquiera ; divididla en dos
partes desiguales ; llamad á la una mayoría y mino-
ría á la otra. Sacad del total los sentimientos de la

minoría , y no hagais entrar en cuenta otros que los


de la mayoría. Tendreis por resultado de la opera-
cion una balanza no de provecho , sino de pérdida so-
bre la suma de la dicha total. La verdad de esta propo-
sicion será tanto mas palpable cuanto mas se acerque
el número de la minoría al de la mayoría , ó de otro
modo cuanto menor sea la diferencia entre las dos
partes desiguales , y suponiéndolas iguales , la canti-
dad de error estará entonces en su maximum .
«Sea el número de la mayoría 2,001 , y el de la mi-
noría 2,000 ; sea desde luego la masa de la dicha di-
vidida de tal suerte , que cada uno de los 4,001 po-
sea una parte igual. Tomad pues á cada uno de los
dos mil su parte de dicha , y partidla de un modo ú
otro entre los dos mil y uno : en vez de un aumento
de dicha , será grande la diminucion que obtendreis
por resultado. Pónganse, para hacer mas completa la
proposicion , fuera de toda cuenta los sentimientos
de la minoría : puede suceder que el vacío así dejado
en lugar de permanecer en el estado de vacío , se lle-
ne de desdicha , de sufrimiento positivo , que en gran-
deza , intensidad y duracion reunidas , sea llevado al
mas alto punto que pueda sufrir la naturaleza hu-
mana.
275

«Quitad á los 2,000 , y dad á los 2,001 toda la dicha


que halleis en posesion de los 2,000 ; remplazad la
dicha que habeis tomado por toda la cantidad de des-

dicha que el recipiente puede contener. ¿ El resultado


será acaso una ganancia neta añadida á la suma to-
tal de la dicha que poseen los 4,001 reunidos ? Todo
lo contrario. La ganancia hará lugar á la pérdida.
¿ Cómo ? Porque es tal la naturaleza del recipiente,
que en un espacio de tiempo dado puede contener
mayor cantidad de desdicha que de dicha.
"Al principio colocad vuestros 4,001 en un estado
de perfecta igualdad con respecto á medios ó instru-
mentos de dicha , y especialmente del poder y rique-
zas ; cada uno de ellos en un estado de libertad igual,
y poseyendo cada cual igual porcion de dinero} ú
objetos preciosos ; y en este estado los encontrareis .
Tomad entonces vuestros 2,000 , reducidlos á escla-
vitud y sin cuidar en qué proporcion repartidlos con

todo lo que les pertenece entre vuestros 2,001 . ¿ Ter-


minada la operacion, qué número es el de aquellos que
habrán obtenido por resultado un aumento de dicha?

La cuestion se resuelve por sí misma.


«Si fuese de otro modo , notad la aplicacion práctica
que deberia hacerse á las Islas Británicas. En la Gran-
Bretaña tomad todos los católicos , hacedlos esclavos
y divididlos en una proporcion cualquiera á ellos y
á sus familias entre el cuerpo entero de los protes-
tantes. En Irlanda tomad todos los protestantes y re-
partidlos del mismo modo entre todo el cuerpo de
los católicos. >>
dicha del mayor
Aunque esta fórmula : «La mayor
276
número» no satisfizo á Bentham, puede no obstante
dudarse si hai en realidad razones suficientes para
desecharla. Esta fórmula ha ejercido tan saludable
influencia en el juicio y afecciones de los hombres,
que abandonándola se espondria tal vez á retardar
Ics progresos de las ciencias morales y políticas.
Se puede preguntar , si en esta espresion : «La ma-
yor dicha del mayor número » es el término mayor
lo que se critica. ¡ Qué ! ¿ la dicha de la simple ma-
yoría puede ser la mayor dicha ? ¿ La simple mayo-
ría constituye el mayor número? Comparados á una
dicha , á un número menor , este número , esta dicha
pueden ser mayores ; ¿ pero comparados al todo , se
puede decir del uno ó del otro que es el mayor? Las
suposiciones de Bentham ¿ no son naturalmente es-
cluidas por los términos mismos con que está formu-
lado el principio ? Parece que no es esta una simple
cuestion de mayoría y minoría. La mayor dicha es
evidentemente la dicha maximizada . El mayor núme-
ro no puede ser otro que el todo. ¿ Bentham al pro-
ponerse reducir la fórmula á estas solas palabras « la
mayor dicha» no le ha hecho perder nada de este ca-
rácter benéfico , estenso , universal que tenia bajo su
primera forma? Pero debemos á la memoria de este
grande hombre el presentar las últimas inspiraciones
de su pensamiento sobre una materia de interes tan
elevado (1 ).

1 Toda la dificultad reside en el superlativo la mayor , to-


mado de una manera relativa , en lugar de serlo de una manera
absoluta. Adoptando los términos de maximizacion de la dicha ,
277

El peligro de poner por delante como principio
general cualquiera otra proposicion que la que se
funda en la maximizacion de la dicha , consiste en
que , ó coincide con el principio dominante, y enton-
ces es supérflua , ó no coincide y entonces es perni-
ciosa. Todo principio que no le está subordinado,
puede serle opuesto , sea diametral sea colateralmente.
Puede citarse como ejemplo de oposicion directa el
principio ascético , cuando es general y consecuente;
y de oposicion indirecta , los principios de todas cla-

hemos evitado todo equívoco . Pero creemos que éste ni aun


en ingles existe . Para que el principio tuviese á la vista la
mayoría y no la totalidad , hubiera sido preciso emplear el com-
parativo en lugar del superlativo. The greater happiness of
the greater number , hubiera designado la dicha de la mayoría
simple. The greatest happiness ofthe greatest number , in-
dicaba claramente la maximizacion llevada á su último término
que no es otro que la totalidad. Bajo este respecto Mr. Bowring
tiene razon en defender la primera redaccion . Pero despues de
un exámen mas profundo de la cuestion , se convencerá que la
sola posibilidad de una interpretacion errónea en materia tan
grave hacia indispensable la última modificacion que dió Ben-
than á esta forma. Aun diremos mas , ésta tiene el mérito de
mayor exactitud en cuanto no obliga á un cálculo de mayoría y
minoría , apreciacion siempre difícil y frecuentemente imposi-
ble ; sino que llamando la atencion del hombre hacia su propia
dicha , de la cual forma esencialmente parte la dicha ajena , le
da á sí mismo una regla segura , invariable y de fácil y constan-
te aplicacion : Mr. Bowring despues de reflexiones mas maduras.
ha hecho desaparecer de la edicion inglesa el pasaje que ha mo-
tivado esta nota Nosotros hemos creido deber conservarlo , co-
mo testo de útiles desenvolvimientos , y que pueden dar nueva
luz sobre esta importante materia.
978
ses producidos por el ipsedixitismo . Qui non sub me
contra me: el que no va conmigo , va contra mí; es-
to es lo que puede decir figuradamente el principio
de la maximizacion de la dicha , y literalmente cada
uno de sus partidarios , Y no se tenga esta declara-
cion como resultado de la arrogancia , sino que nace
de la naturaleza de las cosas y de las necesidades de
1
la materia. No tendria razon el que viese en ello in-
tolerancia contra los defensores de opiniones contra-
rias. Este acompañamiento ni le es necesario ni na-
tural.

FIN DEL TOMO PRIMERO.


ÍNDICE DE LOS CAPÍTULOS .

ADVERTENCIA DEL TRADUCTOR.. Pág.


EL TRADUCTOR FRANCES. • VII
PREFACIO. · XI
INTRODUCCION . 1
CAP. I. Principios generales. · 6
CAP. II. Qué cosa sea Deontología. · 19
CAP. III. Refutacion de las proposiciones anti-
deontológicas .. • • 33

CAP. IV. Placer y pena. -Su relacion con el bien


y el mal. • · 51
CAP. V. Bienestar y malestar.. · Pág. 66
CAP. VI. Fin de las acciones. • • 70
CAP. VII . Sanciones • • • 74
CAP. VIII. De las causas de la inmoralidad. · • 96
CAP. IX. Análisis de ciertas locuciones por el
principio deontológico .. • • 104
CAP. X. Definicion de la virtud. • • 109
CAP. XI. Del interes privado ó prudencia per-
sonal. · • • • · • 126
CAP. XII. De la prudencia estra-personal. • 135
CAP. XIII . De la benevolencia efectiva- negativa . 144
CAP. XIV. De la benevolencia efectiva-positiva. 154
CAP. XV. Análisis de las virtudes y vicios. • 160
CAP. XVI. De las virtudes segun Hume. · 183
CAP. XVII. De las falsas virtudes. · • · · • 215
CAP. XVIII. De las pasiones. • • • • 218

CAP. XIX. De las facultades intelectuales. · • · 225


CAP. XX. Conclusion de la primera parte . . . . 230
Ojeada sobre el principio de la maximizacion
de la dicha , su origen y desarrollo.... 237

FIN DEL INDICE .


DEONTOLOGÍA

CIENCIA DE LA MORAL .
VALENCIA,
IMPRENTA DE J. FERRER DE ORGA,
CALLE DE BALLESTEROS, Nº 5.
DEONTOLOGÍA

CIENCIA DE LA MORAL,

OBRA PÓSTUMA

DE JEREMIAS BENTHAM .

REVISADA Y ORDENADA POR M. J. BOWRING, Y PUBLICADA


EN FRANCES SOBRE EL MANUSCRITO ORIGINAL.

TRADUCIDA AL ESPAÑOL

POR D. P. P.

TOMO SEGUNDO.

VALENCIA ,
LIBRERÍA DE MALLEN Y SOBRINOS,
EN FRENTE DE SAN MARTIN.

1836.
V

PREFACIO .

ESTAMOS mui lejos de presumir contenga este vo-

lúmen reglas aplicables á todos los casos posibles ó

probables , á los cuales se quisiera hacer la aplicacion


del código deontológico. Pero una vez establecidos los

principios y apoyados en gran número de ejemplos,


puede descansar el lector del cuidado de recoger los
hechos que caigan bajo el dominio de sus propias ob-

servaciones , para someterlas á las reglas fundamenta-


les que esta obra pone á su disposicion. Haciéndolo

así , secundará la intencion del sábio y benévolo filó-


sofo que ha legado este escrito. « Yo confío , dice él
TOM . II. 1
VI

en uno de sus memorandum , que aprovechando otros

la esperiencia de sus amigos , contribuirán con sus

desvelos á recoger y notar los casos , á que son apli-

cables los verdaderos principios de la moral , los re-

solverán por reglas seguras , y darán la razon de sus


soluciones. » Acostumbraba decir que dentro de poco

la observacion llegaria á condensar toda la sustancia

de la moral en un corto número de reglas , que lle-

garian á ser el vade mecum de cada hombre , y po-


drian aplicarse á todos los casos necesarios. «Dia lle-

gará , añadia , en que se leerán estas reglas en las cu-

biertas de los almanaques. Cada dia pierden de su

valor estas publicaciones efímeras , y al fin del año

para nada sirven ; pero su parte moral , espresando

principios inmutables , será siempre nueva , siempre


verdadera , siempre útil. »
No puedo manifestar mejor las miras de nuestro

autor que citando sus propias palabras en su simpli-

zidad patética y característica.

"He adoptado por guia el principio de la utilidad.

Lo seguiré por do quiera que me conduzca. No hai

preocupaciones que me obliguen á dejar mi senda. Ni


me dejaré seducir por el interes , ni aterrar por las
supersticiones. Hablo á hombres ilustrados y libres.

¿ Qué he de temer ? Demostraré con tal evidencia que


el objeto , el motivo , el fin de mis investigaciones es
VII

el aumento de la felizidad general, que será imposi-

ble hacer creer lo contrario á quien quiera que sea.

Para esto ¿qué haré ? Me dirigiré á mis semejantes,


y les abriré mi corazon. Arrojaré mi ofrenda á sus

pies sin reserva alguna. No escribo para un popu-

lacho ateniense , para una plebe fanática ; escribo pa-

ra hombres , gran número de los cuales podrian ser

mis juezes', aun cuando me asistiese un mérito infi-

nitamente mayor que el que creo tener.»

Propiamente hablando no hai sino dos partidos

en moral ó en política , lo mismo que en1 religion.


El uno es en pro y el otro en contra del ejercicio
ilimitado de la razon. Confieso que pertenezco al

primero de estos partidos. Profeso una comunidad de

sentimientos mas íntima , esperimento mas viva sim-


patía por aquellos , que no conviniendo con mis

ideas en este punto , convienen en todos los demas.

Estos dos puntos son los que constituyen las dos


grandes herejías. Los demas no son sino cismas.

Los materiales que han entrado en la composicion


de este volúmen consistian por la mayor parte en

fragmentos dispersos en pequeños pedazos de papel,

escritos bajo la inspiracion del momento , á vezes


con largos intérvalos , y puestos por el autor en mis

manos , sin órden ni plan alguno.


John Bowring.
INTRODUCCION .

En este libro nos proponemos hacer la aplicacion


práctica del sistema de la moral deontológica ; y poner
en accion lo que solo estaba en principios y opinio-
nes. Está sentada la regla de conducta ; vamos á ver
ahora cómo es aplicable á las cosas ordinarias de la
vida , y demostrar su aptitud á crear la dicha y á dis-
minuir la desdicha del hombre.
La teoría de la ciencia moral se ha desenvuelto
bastantemente en el volúmen consagrado á este abje-
to. No obstante para hacer comprender mejor , y ha-
cer de mas útil aplicacion la lei deontológica , no será
fuera del caso volver á los principios que fué nues-
tro objeto establecer , para haberlos á mano á medi-
2
da que se nos ofrezcan las diversas ocasiones de abs-
tinencia y accion. Esperamos que el instrumento fi-
losófico nada perderá á los ojos de la sabiduría ó de
la virtud , cuando se le vea empezar la obra , y desem-
peñar su tarea moral. Esta parte de nuestro trabajo
será para el moralista ilustrado lo que son para los
jurisconsultos las decisiones judiciarias y la jurispru-
dencia de los autos ; y si se llega á concluir que
nuestra legislacion conduce en todos los casos á de-
cisiones satisfactorias , quedará probada la escelencia
del código cuya adopcion recomendamos.
Las leyes en todos los paises abrazan en su esfera
una porcion considerable de las acciones humanas .
Siempre que los sufrimientos causados por la mala
conducta son bastante grandes para ocasionar un no-
table daño á las personas ó á las propiedades del co-
mun , entonces interviene la retribucion penal con
sus castigos. Cuando se juzgan benéficas las acciones
en una esfera bastante estendida para llamar la atén-
cion de las autoridades legislativas ó administrativas,
les son decretadas recompensas públicas. No obstante
fuera de estos límites la conducta humana produce
una gran masa de gozes y sufrimientos. Esto es lo
que constituye el dominio de la moral. Sus prescrip-
ciones son en cierto modo lei ficticia. Naturalmente

dependen estas prescripciones de las sanciones en que


se apoyan ; y solo poniendo la conducta de los hom-
bres bajo la operacion de estas sanciones , pueden el
moralista , el pontífice ó el legislador obtener algun
suceso ó influencia.
Estas sanciones dispensan sus penas y placeres , sus
5
recompensas y castigos ; y emanan de las fuentes si-
guientes :
1ª La sancion patológica que comprende las san-
ciones física y psicológica , ó los placeres y penas de
naturaleza corporal.
2a La sancion moral ó simpática , que es el resul-
tado inmediato de las relaciones domésticas ó sociales
del individuo.
3a La sancion moral ó popular , que es la espre-
sion de la opinion pública.
4ª La sancion política , que comprende la sancion
legal y administrativa , y es mas del dominio de la
jurisprudencia que del de la moral propiamente dicha.
5ª Las sanciones religiosas , propiedad esclusiva
del sacerdote .

El deontologista tiene poco que ver con estas dos


últimas ; pues constituyen los instrumentos que em-
plean el legislador y el pontífice .
Como mas de una vez hemos dicho , la esfera de la
conducta del hombre consta de dos grandes divisio-
nes ; la una se refiere á él , la otra á los demas : com-
prenden las consideraciones personales y estra-perso-
nales. Todas las acciones que conciernen á nosotros
y no son indiferentes , son ó prudentes ó impruden-
tes. Todas las acciones que conciernen á los demas , y
no son indiferentes , son ó benéficas ó maléficas. Re-
sulta de aquí que la virtud y el vicio , todas las vir
tudes y todos los vicios pertenecen á las razones in-
dividuales ó sociales, La virtud individual es pru-
dencia , la social es benevolencia. Todas las virtudes
son pues modificaciones de la prudencia y benevolen
4

cia. No es decir que toda prudencia sea virtud , por-


que prudencia la hai en todas las funciones ordina-
rias de la naturaleza. Para que haya virtud , es ne-
cesario sacrificio de la tentacion de un goze actual á
un goze mayor venidero. No es decir que toda bene-
volencia sea virtud , porque la benevolencia puede
favorecer á un tiempo el vicio y la desgracia ; mas
para que sea eficaz , es preciso que su accion tienda á
disminuir ó estinguir uno y otra, Toda virtud tiene
por base la dicha individual , cuya investigacion es
necesaria á la existencia misma del género humano,
á la existencia de la virtud , y cuya investigacion ilus-
trada es el único verdadero medio de llegar á la pro-
pagacion de la virtud y á la felizidad que es su con-
secuencia.

En la investigacion de esta felizidad ¿ con quién


tiene que ver el hombre ? Consigo en las cosas que no
tienen relacion con los demas , consigo en las que la

tienen ; con los demas en las cosas que tienen rela-


cion ya consigo, ya con otros . En este círculo entran
todas las cuestiones del deber y consiguientemente
todas las cuestiones de virtud ; y á estas divisiones
deben reducirse todas las investigaciones morales.
La primera investigacion debe dirigirse sobre la
conducta que toca al individuo solamente , y que na-
da influye en las penas ó placeres de otros , es decir,
en la conducta puramente personal .
Cuando la influencia de la conducta no pasa mas
allá del individuo , cuando sus pensamientos , gustos
y acciones no afectan á los demas , la línea de sus
deberes es fácil de trazar. Necesita proveer á sus go-
5

zes personales : es preciso que despues de haber com-


parado un placer con otro , y hecho entrar en cuenta
todas las penas correspondientes , obtenga por resul-
tado un escedente de dicha capaz de sostener la prue-

ba del pensamiento y del tiempo, En cuanto á sus


actos corporales , deberá pesar las consecuencias de
cada uno ; el sufrimiento que resulta del placer , el
placer anejo á la privacion. Por lo que toca á sus
actos intelectuales, debe cuidar que pensamientos agra-
dables actuales no le acarreen un escedente de sufri-
mientos venideros. Cuando su pensamiento se fije so-
bre lo pasado , procurará no detenerlo sino en objetos
propios á procurarle una ganancia de dicha ; cuando
se fije en lo futuro , haya ó no necesidad de obrar,
empleará su sabiduría en evitar esperanzas que deben
salir fallidas , ó que al cabo no pueden dar sino pér-
dida de placer. En las esperanzas que tenga que for-

mar , cuide de no añadir al mal venidero posible la


influencia mas perniciosa de un mal presente positi-
vo : que no se cree hoi y de antemano una desgracia,
que puede mui bien no suceder en adelante.
En las relaciones en que la dicha de un hombre
va aneja á la de los demas , y que se pueden consi-
derar como puestas bajo el dominio de la pruden-
cia estra-personal , la Deontología le enseñará á apli-
car estas mismas reglas de conducta, por las cuales se
crea la dicha y se evita la desdicha , y á seguir aten-
tamente con la vista el flujo y reflujo que su conduc-
ta con respecto á los demas puede ocasionar en su
propio bienestar individual. Porque hasta que á un
hombre se le haga ver la analogía que existe entre
6

sus relaciones con los demas y su propia dicha , en


vano es que se hable de la conducta que debe seguir
con respecto á ellos, Su benevolencia no será sino la
reaccion de los beneficios recibidos ó esperados. La
Deontología le enseñará la conducta que ha de ob-
servar con respecto á los hombres en general , ha-
ciéndole ver como deben modificarse sus actos por

todas las circunstancias , que llaman toda su atencion


especial en sus relaciones sociales. Ella le guiará en
las que tenga con aquellos á quienes lo unen co-
nexiones habituales ó frecuentes , lo mismo que con
aquellos con quienes solo las tiene accidentales , á
saber , sus amigos , sus conciudadanos , los estranjeros.
Ella le enseñará á dar á cada uno de ellos la porcion
de simpatía prudencial , que por último resultado
debe conducir á la mayor suma de bien definitivo,
Cuando entre en operacion el poder de la benevo .
lencia , la Deontología se mantendrá junto á ella con
sus benéficas instrucciones, En la una mano lleva un

freno , para reprimir la tendencia á imponer penas;


en la otra un aguijon , para escitar la disposicion á
comunicar placer, Pone su veto á la voluntad que
quiere dañar ; ofrece sus recompensas á la que quie-
re ser útil ; pone el dedo del silencio sobre los la-
bios , cuyas palabras podrian desagradar sin que re-
sultase un escedente de bien para el oyente ó la so-
ciedad en general ; permite la espresion del lenguaje
capaz de conferir un goze sin algun escedente de mal,
sea para el que habla, sea para los que escuchan. El

lenguaje escrito que desagrada , ofende ó irrita , sin


que resulte de ello un bien decisivo , cae bajo su cen-
sura y entredicho. Cuando los trabajos del escritor
tienen por objeto comunicar la verdad ó la ciencia y
revelar la conducta culpable , siempre que en esta re-
velacion hai utilidad predominante ; cuando el escri-
tor tiene por objeto impedir el mal y efectuar el
bien; en una palabra , cuando de la publicacion de
su obra debe resultar mayor porcion de bien que de
mal , la Deontología le da su consentimiento.
La misma regla aplica á las acciones ; detiene la
mano que se prepara á imponer una pena , á menos
que no sea para impedir otra mayor. Aconseja trasla-
dar á los demas toda especie de dicha , sino es cuando
esta traslacion conduce á un sacrificio de dicha mayor
que la conferida. A sus ojos es la dicha un tesoro
de tal precio é importancia , que no puede consen-
tir en perder voluntariamente la mas pequeña parte.
Ella la sigue en todas sus mudanzas , y querria resti-
tuirla á los que la han dejado escapar. Si la Deon-
tología nos da sus consejos prudentes , es con el afec-
to de madre : si para desviarnos de una conducta
irregular , se arma tal vez su frente de severidad,
luego que ha reprimido nuestro error , su sonrisa
maternal recompensa nuestra docilidad.
El deontologista halla en los elementos de la pe-
na y del placer instrumentos suficientes para desem-
peñar su tarea. «Dadme materia y movimiento , de-

cia Descartes , y yo haré un mundo físico. » Dadme,


puede tambien decir el moralista utilitario , dadme
las afecciones humanas , la alegría y dolor , la pena y
placer; y yo crearé un mundo moral. Produciré no
solo la justicia sino tambien la generosidad , el pa-
8
triotismo , la filantropía y todas las virtudes amables
ó sublimes en toda su pureza y exaltacion. >>
Pero se dirá : «Vuestro principio de utilidad es
inútil : no puede incitar á las acciones virtuosas , ni
impedir las viciosas.»> Si así es , tanto peor ; porque
no hai principio que pueda reemplazar á este , no
hai otro que tenga tanta eficazia para animar al bien
y desanimar al mal. ¿Lograréis mas acaso con la gran
palabra deber, esa eterna peticion de principio , y
con los términos absolutos de bien , honesto , útil y
justo?
¿Qué motivos pueden suministrar otros sistemas,
que no sean tomados de este?

Hagan ruido cuanto quieran con palabras sonoras


y vacias de sentido , no tendrán accion alguna sobre
el espíritu del hombre ; nada habrá que influya en él,
sino la aprehension del placer y de la pena. }
En efecto si pudiera concebirse una virtud, que nada

contribuyese á la dicha de la humanidad , ó un vicio


que nada influyese en su desdicha , ¿ qué motivo ha-
bria para abrazar la una y evitar el otro? Ninguno
habria respecto al hombre , atendido que era comple-
tamente desinteresado en la cuestion . Tampoco exis-
tirian estos motivos aun para Dios , sér todo bené-
volo que se basta á sí mismo , que colocado fuera de
alcanze de los efectos de las acciones humanas , no
debe apreciarlas sino por sus resultados , y cuya be-
nevolencia no debe tener otro fin posible que esta
misma dicha , que forma el objeto de la sana moral.
Hablemos francamente , y confesemos que lo que se
llama deber hácia nosotros mismos , no es sino pru-
dencia : que lo que llaman deber hácia otros , es be-

nevolencia efectiva ; y que todos los otros deberes y


virtudes entran en una ú otra de estas dos divisiones.

Porque no cabe duda que Dios quiere la dicha de


sus criaturas , y ha hecho imposible al hombre el no
hacer todos sus esfuerzos para obtenerla.
Con este fin y con solo este fin , le ha dado todas
las facultades que posee .

Es absurdo en lógica , y peligroso en moral , re-


presentar á Dios como proponiéndose fines opuestos
á todas las tendencias de nuestra naturaleza pues él
es quien las ha criado.
Suponer que un hombre puede obrar sin motivo,
y con mayor razon contra un motivo que obra aisla-
damente, es suponer un efecto sin causa , ό que obe-
dece á una causa contraria.
Suponer que la divinidad lo exije , es hacer una
suposicion contradictoria ; es pretender que Dios nos
manda hacer lo que nos ha hecho imposible ; que su
voluntad es opuesta á su voluntad , sus fines á sus
fines ; en una palabra , que con una misma espresion
prohibe y manda la misma accion. Su voz es sin
contradiccion la que nos habla en las impulsiones de
los principios de nuestra naturaleza; esta voz que to-
dos los corazones oyen, y á la cual todos responden.
Confesemos no obstante que sucede frecuentemen-
te , que las discusiones relativas á las bases de la
moral se conducen de una manera nada propia á
adelantar su causa. «Vuestros motivos son malos , di-
ce el incrédulo al creyente , estais interesado en en-
gañar ; sosteneis la impostura que os da con que vi-
10

vir. Y á vos , replica el creyente , á vos no os mueve,


sino el amor de la paradoja , el deseo de singulari-
zaros ; cuando no sean motivos aun peores , como el
designio formado de desarraigar la religion , y ha-
cerle todo el mal de que sois capaz. Vuestra perver-

sidad es universal , y solo os anima el odio contra


el género humano. En medio de tales recriminacio-
nes , y de semejante apreciacion de motivos , el incré-
dulo raras vezes tiene razon , pero el crédulo jamas.
Cuando el moralista pasa mas allá de los límites
de la esperiencia , cuando se deja guiar por otras
consideraciones que las de la dicha ó desdicha de
los hombres , marcha sobre terreno desconocido y por
camino sin salida.

¿Cómo raciocinar de lo que ignoro?


La costumbre de hacer intervenir á la divinidad,
no tal cual nos es conocida, sino cual se la figuran ó
fingen representarla los que querrian subordinar sus
atributos á sus propias teorías , no hace mas que ha-
cer su dogmatismo mas odioso. La dicha de la hu-
manidad es riqueza demasiado preciosa para sacrifi-
carla á un sistema , sea cual sea. Un sér benéfico no
puede haber querido que la dicha de una vida futu-
ra presentada como recompensa á la virtud , se em-
plee en introducir ideas erróneas sobre la virtud. En
efecto si es permitido á los moralistas apoyarse en
un estado de cosas que les es desconocido , no hai
sistema que no puedan impunemente sostener : si tie-
nen carta blanca para crear suposiciones , ¿quién
podrá detenerlos en este camino de estravagancia ? Si
pueden á su placer mutilar y torturar la benevo-
11

lencia divina y acomodarla á todos los antojos de su


malevolencia ; no hai ayuno , disciplina , maceracio-
nes y deplorables caprichos de un fraile del occi-
dente , ó de un fakir del oriente , cuyos méritos no se
puedan probar , y cuyo deber imponer. ¡ Maldita sea
la religion á quien se quiera poner en hostilidad di-
recta con la moral ! Porque ninguna religion podrá
conciliarse con la razon , sino con la carga de probar
que tiene por objeto , no disolver , sino fortificar los

vínculos sociales . Y ¿ qué apelacion mas universal


que la que se hace al corazon de cada uno de nos-

otros? Y ¿cómo podria Dios manifestarse con mayor


evidencia sino por estos sentimientos infalibles , ines-
tinguibles , universales , que ha puesto en nosotros?
¿ Qué palabras podrán igualar la fuerza de este he-
cho omnipresente , á saber que es de esencia en nues-
tra naturaleza querer nuestra propia dicha? Y ¿quién
ha hecho naturaleza lo que lo es ? Nuestra dicha
presente , es fuerza repetirlo : porque solo en cuanto
van unidas á lo presente , pueden llegar á nuestro en-
tendimiento ideas de lo futuro. Sobre esta base pues
de la invencible tendencia del hombre á procurarse
su propia felizidad , levantarémos nuestro edificio sin
temer nada por su solidez. Porque este es un hecho
incontestable que no admite la menor sombra de du-
da, superior á todos los principios de raciocinio, y cu-
ya fuerza es irresistible . Y que no se deje el espíri-
tu estraviar por distinciones imaginarias entre los
placeres y la dicha. Los placeres son las partes de
un todo , que es la dicha.
La dicha sin placeres es una quimera y una con-
12

tradiccion. Es un millon sin unidades , un metro sin


subdivisiones métricas , un saco de escudos sin un
átomo de dinero.

Es claro que esforzándonos en aplicar el código


de la moral deontológica á las cosas de la vida , y
procurando desterrar todas aquellas teorías , que ni
tienen la dicha por objeto , ni la razon por instru-
mento , no llevamos el designio de prescribir leyes,
sino en cuanto puede haber en ellas aplicacion del
principio de la utilidad.
Proscribir el ipsedixitismo de otro , para sustituir-
le el suyo , no puede convenir al deontologista , y de
todos los ipsedixitismos , ninguno hai que le sea tan
antipático , como el ascetismo. Los demas principios
pueden ser ó no erróneos ; el sentimentalismo que al-
guna vez estravia , puede asímismo conducir á la
senda de la benevolencia , sin desviarse mucho de la
de la prudencia , para hacer la benevolencia perni-
ciosa ; pero el principio ascético no puede dejar de
ser erróneo , de cualquier modo que se ponga en ac-

cion. Á ejemplo de Satanás , esclama : «¡ ó mal ! ¡ sé


para mí el bien ! » «Trasforma las virtudes y
de quitarlas de su verdadera base , la dicha. En efec-
to el ascetismo es el producto natural de los siglos
de barbarie y supersticion; es la representacion de
un principio , que procura tiranizar á los hombres,
haciendo del deber otra cosa que la que nos indica
el interès. Estando el criterio de la dicha en el co-
razon de todo hombre , estando esclusivamente en él
sus penas y placeres , y siendo él solo juez compe-
tente de su valor , es claro que á fin de obtener au-
13
toridad sobre él , á fin de hacer leyes , no por su in-
teres , sino por el del legislador , es preciso apelar á
otras influencias que á las de sus propias emociones .

De aquí dimana la pretension de oponer la autori-


dad á la razon y esperiencia ; de aquí una disposi-
cion sobrado frecuente á exaltar lo pasado á espen-
sas de lo presente , á alabar la existencia de una
edad de oro en época en que la ciencia se hallaba
todavía en su cuna , y á presentar la dorada media-
nía de Horacio ( aurea mediocritas ) como el verda-
dero criterio de la virtud.» La medianía , decian los
antiguos : un justo medio repiten los modernos ; fra-
ses inútiles y engañosas , propias solo á mantener el
espíritu y las afecciones distantes de la direccion mas
segura y juiciosa. Y luego sutilizando sutilezas , di-
vidiendo lo indivisible , han introducido los moralis-
tas una clase de virtudes que no llegan á serlo , y á
quienes llaman semivirtudes. Examinadlas de cerca,
despojadlas de todo lo que contienen de prudencia y
beneficencia benévola , lo demas no vale siquiera la
pena de mencionarse , y es impertinencia y locura
hacer alarde de ellas.

La omnipresencia de la afeccion personal y su


union íntima con la afeccion social forman la base

de toda sana moralidad. Que en la naturaleza del


hombre existan ciertas afecciones disociales ; este he-

cho lejos de perjudicar á los intereses de la virtud,


constituye por el contrario una de sus mayores se-
guridades. Las afecciones sociales son los instrumen-
tos , por medio de los cuales el placer se comunica á
otro; las afecciones disociales son aquellas que tienen
TOM. II. 2
14
estrechadas las afecciones sociales, cuando se trata de
hacer á la beneficencia mas sacrificios de los que
autorize la prudencia , ó de otro modo , cuando la su-
ma de dicha que perdemos , debe esceder á la que
han de ganar los otros. Pero que no se trate de apli-
car á este término de disocial idea alguna de anti-
patía. El odio , la cólera , la indignacion y todas las
pasiones de igual naturaleza puede estraviar ó cegar
al legislador ; ni le podrian servir en sus investiga-
ciones sobre las causas de los vicios y remedios que

se han de aplicar .
El legislador debe ser impasible como el geóme-
tra. Ambos resuelven sus problemas con el ausilio
de cálculos tranquilos. El deontologista es un arit-
1
mético , cuyos guarismos son las penas y placeres.
Él tambien suma , resta , multiplica y divide , y es-
ta es toda su ciencia. Y ciertamente la apacible in-
fluencia de pensamientos tranquilos facilitará el re-
sultado de sus trabajos , mejor que pudieran hacerlo
los estravíos de la imaginacion y los raptos de la
pasion.
Para facilitar la inteligencia de la materia , y ayu-
dar á la memoria , no será inútil calificar los princi-
pios deontológicos bajo diferentes divisiones , dándo-
les la forma de axiomas.
Puédese definir la dicha , la posesion de los place-
res con esencion de penas , ó la posesion de mayor
suma de placeres que de penas.
El bien y el mal divididos en sus elementos se
componen de placeres y de penas.
Estos placeres y estas penas pueden ser negativos
15

y positivos , resultando ó de la ausencia de la una ó


de la presencia del otro.
La posesion de un placer ó la ausencia de una pe-
na que se temia , es un bien.

La presencia de una pena ó la ausencia de un pla-


cer prometido es un mal.
La posesion ó espera de un placer es un bien po-
sitivo . La esencion de una pena ó una causa de esen-
cion de pena constituye un bien negativo.
Las sanciones son de dos maneras , las que acom-
pañan un placer ó una pena , y las que no van acom-
pañadas. Solamente en aquellas que producen pena
ó placer , pueden reducirse á operar los motivos ó
sanciones.
El valor de un placer considerado aisladamente
depende de su intensidad, duracion y estension. En ra-
zon de estas cualidades es su importancia para la so-
ciedad , ó de otro modo el poder que tiene de añadir
á la suma de la dicha individual ó general.
La grandeza de un placer depende de su intensidad
y duracion.
La estension de un placer depende del número de
individuos que lo gozan.
Las mismas reglas son aplicables á las penas.
La grandeza de un placer ó de una pena , en una
de sus cualidades cualesquiera , puede compensar ó
mas que contrabalanzear su falta en otra.
Un placer ó una pena pueden ser productivos ó
estériles.

Un placer puede ser productivo de placeres ó de


penas ; productivo de placeres , de los cuales él mis-
16

mo es la fuente , ó de placeres de otra naturaleza;


puede asimismo ser productivo de penas, é igual-
mente una pena puede ser productiva de penas ó de
placeres.
Guandó las penas y placeres son estériles , es fácil
calcular los intereses. Pero se complica el empleo
del moralista , cuando las penas y placeres producen
frutos de naturaleza diferente de la suya.

Un placer ó una pena pueden resultar ya de otro


placer ó de otra pena , ya del acto que produce este
otro placer ó esta otra pena.
Si el acto es la fuente de donde nace este placer ó
esta pena , el acto es productivo ; si es placer el que
produce el placer ó la pena secundaria , la potencia
productiva está en el placer.
El placer producido por la contemplación del pla-
cer ajeno es placer de simpatía.
La pena sufrida por la contemplacion de la pena
sentida por otro es pena de simpatía.
El placer esperimentado por la contemplacion de
la pena ajena es placer de antipatía.
La pena sufrida por la contemplacion del placer

ajeno es pena de antipatía .


La benevolencia de un hombre debe valuarse en
razon del número de individuos , de las penas y place-
res de donde saca sus placeres , y sus penas de simpatía.
Las virtudes de un hombre deben valuarse por el
. número de individuos , cuya dicha procura , es decir
la mayor intensidad y la mayor cantidad de dicha pa-

ra cada uno de ellos , haciendo entrar en consideracion


el sacrificio voluntario que hace de su propia dicha.
17
Establecida la balanza de las penas y placeres , eĺ

escedente de placer es evidencia de virtud ; el esceden-


te de pena , evidencia de vicio.
Fuera de esto , é independientemente de tales es-
cedentes de penas y placeres , no hai en las palabras
virtud y vicio , sino vacío y locura.
No es decir que la cantidad de dicha determine la
cantidad de virtud , porque hai mucha dicha , con la
cual nada tiene de comun la virtud. La virtud im-
plica la presencia de una dificultad , como tambien la
presencia del poder productivo con relacion á las pe-
nas y placeres. Cuanto mayor es la dificultad , tanto
mayor es el sacrificio.

Las fuentes de dicha que sirven á la conservacion


del individuo , las que suministran mayor porcion de
dicha , son independientes del ejercicio de la virtud.
Estrictamente hablando , pueden llamarse actos de
bienestar, actos benéficos ; pero no constituyen actos
de benevolencia.

En fin seria tan poco lógico decir que es virtud un


acto que ha producido un escedente de sufrimiento ,
como lo seria declarar que puede ser vicio un acto
que produce un escedente de goze .
La falta de una regla invariable para aplicar á la
conducta , ha producido los errores y equivocaciones
mas estrañas. Las paradojas se han sucedido de tro-
pel , se han popularizado , y de nada mas han servi-
do que de oscurecer el pensamiento con palabras
insignificantes. Así es como el bajel de la pública fe-
lizidad ha ido fluctuando en un mar de incertidum-

bres sin piloto ni gobernalle .


18

Obras se han publicado , cuyos autores , si hubie-


ran aplicado ideas distintas á la fraseología que usa-
ban , hubieran hecho señalados servicios á la causa
de la verdad y virtud. Cuando Mandeville publicó su
teoría : «que los vicios privados son beneficios públi-
cos» no vió que la aplicacion errónea de los térmi-
nos de vicio y virtud era el origen de la confusion
de ideas , que le permitia defender una proposicion
en apariencia contradictoria ; porque si lo que llaman

virtud produce diminucion de dicha , y si el vicio,


que es el opuesto á la virtud , produce un efecto con-
trario , es evidente que la virtud es un mal y el vi-
cio un bien ; y que el principio que defiende Man-
deville no es otro bajo la nube que lo cubre , sino el
de la maximizacion de la dicha. Si un vicio privado
tiene por resultado definitivo la produccion de una
suma de dicha para el comun , lo mas que se puede
decir es que se ha puesto mal nombre al vicio . Se-
rá cierto el decir que la utilidad colocará entre los
vicios muchas acciones que una opinion poco ilustra-
da ha honrado con el nombre de virtudes, y á cuali-
dades , que frecuentemente se han llamado vicios, dará
nombres , que espresen la indiferencia y aun la apro-
bacion. Pero la balanza utilitaria no pesa sino el
bien y el mal , la pena y el placer ; los demas ele-
mentos para nada se cuentan , por mas que se desig-
nen con nombres pomposos.
No nos admiremos pues que la antigüedad no nos
haya legado un sistema de moral adaptado al desar-
rollo del entendimiento del hombre. Aun en el cono-
cimiento de los objetos materiales la antigüedad no
19

habia hecho sino mui pocos progresos. Nada habia


adelantado en el conocimiento de las funciones del

espíritu humano , en la fisiología intelectual. La gim-


nástica del espíritu , las analogías superficiales compo-
nian toda la ciencia antigua. Á la ciencia moderna
pues , á la ciencia fundada en esperiencia y observa-
cion es á quien deben pedirse los materiales necesa-
rios para los progresos futuros. En ésta únicamente

puede hallarse el origen de estas combinaciones que


constituyen el adelanto , de estos descubrimientos , de
los cuales deduce la teoría sus magníficas consecuen-
cias. Los diferentes ramos de la filosofía práctica son
conducidos uno tras otro á la region de las clasifica-
ciones científicas. No es en Homero , ni en Horacio,
Virgilio ó Tíbulo , ni en las bibliotecas de la lite-
ratura clásica donde la ciencia moral debe buscar las
bases de nomenclatura y análisis. Los vicios y las

virtudes no pueden hallar el lugar que les conviene,


ni ejercer su verdadera influencia , hasta que se haya
encontrado la regla , que los divida en sus elementos
de pena y placer. Toda la ciencia moral consiste en

reunir las diversas sensaciones de sufrimiento y goze,


y repartirlas en las dos grandes divisiones de vicio y
virtud, Toda lei moral es parte integrante y homo-
génea del gran código de moral , el cual va anejo en-
teramente á los dos grandes principios de toda con-
ducta virtuosa de donde emana , es decir , á la pru-
dencia y benevolencia,
21

1.

PRINCIPIOS GENERALES,

El objeto del deontologista es enseñar al hombre


á dirigir sus afecciones , de modo que estén subordi-
nadas en lo posible á su bienestar. Cada hombre tie-
ne sus penas y placeres que le son propios , y con los
cuales nada tiene que ver el resto de los hombres;
hai asímismo placeres y penas que dependen de sus
relaciones con los demas hombres , y las doctrinas del
deontologista tienen por objeto enseñarle en uno y otro
caso á dar al placer tal direccion , que sea producti-
vo de otros placeres ; y tal direccion á la pena , que
se convierta si es posible , en manantial de placer , ó
cuando menos que se haga lo mas ligera , soportable
y transitoria que pueda ser.
22

Abstractamente hablando todo puede reducirse á


una sola cuestion . ¿ A costa de qué pena futura , ό
de que sacrificio de placer futuro se ha comprado el
placer actual ? ¿ Qué placer futuro puede esperar-
se que compensará la pena actual ? De este exámen
debe salir la moralidad : la tentacion es el placer ac-

tual, el castigo la pena futura ; el sacrificio es la pe-


na actual , el goze la recompensa futura . Las cuestio-
nes de vicio y virtud se limitan por la mayor parte
á pesar lo que es contra lo que será.

El hombre virtuoso acopia para lo futuro un te-


soro de felizidad ; el hombre vicioso es un pródigo ,
que gasta sin cálculo su renta de dicha. Hoi el hom-

bre vicioso parece tener una balanza de placer en


su favor; mañana se restablecerá el nivel y al dia si-
guiente se verá que la balanza está en favor del hom-
bre virtuoso . El vicioso es un insensato , que prodiga

lo que vale mas que la riqueza ; salud , juventud y be-


lleza , es decir la dicha , porque todos estos bienes
sin ella nada valen. La virtud es un ecónomo pru-

dente , que cuenta con sus ganancias y acumula los


intereses.

Hai momentos mas propicios que otros para el


cumplimiento de los deberes del deontologista , y es,
cuando aprovechando la ocasion de estar el pensa-
miento tranquilo y sereno , ó de haber enmudecido
las pasiones , recoje en su espíritu ó trasmite al de
otros estas instrucciones , que en adelante podrán ser-
vir de provecho en medio de las tempestades del
alma.

El tiempo mas conveniente para plantar el árbol


25
de la verdad , es cuando la atmósfera del alma está
libre y serena. Las verdades así depuestas en el alma
pueden en el momento de la borrasca desplegar su
saludable poder. Hai ocasiones , en que las afecciones
se prestan de un modo especial á la influencia de las
inspiraciones virtuosas,
Hai horas de bienestar , horas de sol y serenidad,
que nos disponen á admitir las impulsiones de la
prudencia y generosidad,
En tales momentos una palabra dicha á tiempo
puede dejar tras sí felizes resultados : la lei deontoló-
gica presentada diestramente puede hacer en el espí-
ritu una impresion duradera , y llegar á ser un amo-
nestador práctico y eficaz en el momento en que
impulsiones imprudentes ó maléficas quisiesen estra-
viarnos; porque volver la pasion á las regiones de
la virtud, de suerte que pueda reinar esta de un mo-
do soberano, ó conducir con igual suceso la virtud
al dominio de la pasion, es el mas bello triunfo que
es dado á la moral conseguir ; triunfo que no puede
mantenerse sino por aquella prudencia previsora,
que proveyendo á las necesidades futuras , acopia te-
soros de útiles preceptos. No es en medio de la tem-
pestad que levantan en nosotros las tentaciones, cuan-
do debemos buscar con seguridad los motivos pro-
pios á reprimir estos movimientos de nuestra alma.
Recojamos las reglas , fijemos en nosotros los motivos
en la ausencia de las tentaciones, y de este modo y
no de otro , cuando se presenten , hallarémos á mano
argumentos que oponerles.
24

Si del pecho tranquilo las tormentas,


Si de pasion los gritos se apaciguan ,
Pieusa, ó mortal , en acopiar tesoros,
Con que brinda á tu sed sabiduría,
Porque si la pasion desenfrenada
Mas tarde sus esfuerzos reduplica,
Poniendo aquella un dique á sus furores,
Verás sobre la playa cuál espiran.
Manso arroyuelo que al principio apenas
Salvar osaba la menuda guija ,
Hoi ya peñascos , cual torrente envuelve,
Y en su indomable curso precipita.

El principio de la utilidad , ó mas bien el princi-


pio de la maximizacion de la dicha tiene sobre los
demas la ventaja , de que cuantas vezes llegan á con-
cordar opiniones divergentes que reconocen la auto-
ridad de otro principio , se verifica este concordato
en el terreno de la utilidad , Cuando tienen entre sí
un punto de union ó armonía , en él es donde se ma-
nifiesta. Aun cuando los hombres convienen en reco-
nocer cierta autoridad , como un libro , una lei , se
hallará mas dificultad en hacerles adoptar con respec-
to á ella una cuestion sometida á la lei deontológica,
Invóquense en una ocasion dada como única regla
de rectitud , ya sean los artículos de un código que
tenga la autoridad por base , y que se aleje ente-
ramente de la aplicacion del criterio utilitario , yą
sea el testo de un libro de moral ; y se verá que los
que reconocen la autoridad del código ó libro , se-
rán mucho menos unánimes en sus sufragios , que lo
serian igual número de individuos , los cuales to-
mando la utilidad por regla fundamental , tuvieran
25

que emitir una decision sobre el punto en cuestion.


En efecto bajo la influencia de la impulsion ciega
y de instinto , los hombres desde el principio del
mundo han acostumbrado consultar el principio de
la maximizacion de la dicha ; y cuantas vezes han
obrado racionalmente , han tenido por guia este prin-
cipio. Lo han seguido sin saber que existiese ; como
cuando el cielo está cubierto de nubes , marchan los
hombres á la claridad del dia , sin atribuir este dia
que los alumbra al astro oculto á su vista. Helvecio
es el primer moralista cuyos ojos se fijaron sobre el
principio utilitario . Vió en él el resplandor y poder,
y bajo su influencia, y calentado con sus rayos formu-
ló sus raciocinios.
Frecuentemente hemos recordado el principio ge-
neral. La moral es el arte de maximizar la dicha.
Sus leyes nos prescriben la conducta , cuyo resultado
debe ser dejar á la existencia humana , tomada en su
totalidad , la mayor cantidad de dicha. Esta pues de-
be depender de los medios , origen ó instrumentos,
por los cuales son producidas las causas de la dicha
ó evitadas las de la desdicha.
En cuanto estas causas son accesibles al hombre y

están bajo la influencia de su voluntad , y llegan á ser


la regla de su conducta para la produccion de la di-
cha , esta conducta puede ser designada por una sola
palabra , es decir virtud ; en cuanto bajo el imperio
de las mismas circunstancias , la conducta que ocasio-
nan produce un resultado de desdicha , esta conducta
se designa por una palabra de carácter contrario, cual
es de vicio.
26

Síguese de aquí que lo que se llama virtud , no ha-


brá merecido este nombre , sino en cuanto contribuya
á la dicha del individuo mismo , ó de alguna otra
persona. Del mismo modo no se podrá dar el nombre
de vicio sino á lo que sea productivo de dicha.
Las fuentes de la dicha son ó físicas ó intelectua-
les : las físicas son de las que se ocupa el moralista
mas particularmente. La cultura del espíritu , la crea-
cion del placer por la accion de las facultades pura-
mente intelectuales pertenecen á otro ramo de ins-
truccion.

Pues como la dicha de todo hombre dependa prin-


cipalmente de su propia conducta , ya respecto de sí
mismo , ya de los demas , en todas las ocasiones en
que ejerce una influencia cualquiera sobre la dicha de
ellos , nos falta que dar á la teoría de la moral su
valor práctico , haciendo la aplicacion á las circuns-
tancias de la vida , y poniendo las acciones humanas
bajo las dos grandes divisiones tantas vezes indicadas,
es decir , la prudencia y benevolencia.
Parece á primera vista que las consideraciones de
la benevolencia deben superar á las consideraciones
de prudencia , en el sentido en que la carrera donde
se envuelve la accion de la prudencia , es estrecha y
absolutamente individual ; cuando por el contrario
la de la benevolencia es social , vasta , universal. No
obstante la prudencia es á quien toca dar el paso;
porque aunque no mire sino á un individuo , este in-
dividuo es el hombre mismo , este individuo es el
hombre , sobre cuyas acciones se trata de ejercer una
influencia , que nadie sino él puede ejercer. Un hom-
27

bre puede disponer de su voluntad ; pero sobre la


ajena no tiene sino una autoridad limitada. Y aun
dado caso que posea esta misma autoridad , las afec-
ciones personales y prudenciales son mas esenciales á
la existencia y consiguientemente á la dicha del hom-
bre , mas esenciales á cada hombre en particular , y
por consiguiente á la totalidad del género humano,
que las afecciones simpáticas. Desde luego es mas sen-
cillo y fácil para tratar cual conviene esta materia,
comenzar por un individuo aislado antes de pasar á
las relaciones de este individuo con el resto de la so-

ciedad. Es pues natural que nos apliquemos desde


luego ó buscar la influencia de su conducta en su
propia dicha , donde la dicha de otro individuo no es-
tá en cuestion ; deberémos en seguida examinar cuáles
son las leyes de la prudencia que comprenden en su
esfera el bienestar ajeno ; y últimamente tratarémos
la parte mas vasta de este asunto , que es la conside-
racion de las leyes de la benevolencia efectiva.
Frecuentemente se han puesto las consideraciones
personales en una especie de descrédito , porque en
sus cálculos erróneos se las ha dejado invadir y tur-
bar las regiones de la benevolencia ; habiendo tal vez
sucedido que les hayan sido sacrificadas las simpatías
benéficas. Una estimacion errónea de lo que seria ca-

paz la naturaleza humana , si pudiera llegar á hacer


preponderar el principio social sobre el personal , ha
conducido á ciertos hombres á concluir , que existen
razones suficientes para mandar y justificar el sacri-
ficio de la personalidad. Animales de un mismo sexo,
dicen , se reunen , que no tienen por consiguiente
28
ninguna necesidad que satisfacer con su reunion , ni
obedecer en esto sino á un instinto de agregacion .
Concluyen de aquí que el hombre busca la sociedad
por ella ; que hai en él un instinto irresistible de so-
ciabilidad independiente de los gozes que saca. Pero
la verdad de esta asercion puede mui bien ponerse
en duda. Hai fundada razon de creer que el princi-
pal motivo que reune los animales , es la necesidad
de procurarse el sustento y defenderse , y esto segu-
ramente es motivo personal. El vínculo mas fuerte es
sin contradicion la comunidad de necesidades y peli-
gros ; y esta es la que determina las mas vezes la aso-
ciacion de ciertos animales . Los que por el contrario
no hallan en sus semejantes asistencia alguna sea pa-
ra alimentarse , sea para defenderse , aquellos en quie-
nes la escasez y la naturaleza precaria de sus medios
de subsistencia , crea una oposicion de interes ; y en
esta categoría se deben colocar los principales ani-
males carnívoros , como el leon , el tigre , etc. , estos
tales no se asocian ; y si no sucede así con los que
entre ellos son mas débiles , como con los lobos por
ejemplo, puede atribuirse esta diferencia á la imposi-
bilidad en que se encuentra cada uno de ellos aisla-
damente de vencer los animales que le sirven de pre-
sa habitual ; porque se arrojan á los caballos y á los
bueyes que son mas fuertes que ellos , y á los car-
neros que están vigilados y guardados por los hom-
bres sus propietarios . La zorra es animal carnice-
ro y raramente se asocia ; mas para eso tiene por
presa la volatería y animales menos fuertes que ella.
Siendo sus intereses de una naturaleza solitaria mas
29

bien que social , su carácter y condicion son de la


misma naturaleza.
$
Así la prudencia se divide en dos clases : la pru-
dencia que no toca sino á nosotros , la prudencia ais-
lada', cuando no se trata sino de los intereses del in-
dividuo mismo , y la prudencia que toca á otro , y en
la cual se trata de los intereses de los demas ; por-

que aunque la dicha de un hombre sea necesaria y na-


turalmente su objeto principal y definitivo , esta di-
cha no obstante depende en tal modo de la conduc-
ta de los demás respecto á él , que la prudencia le
hace un deber de procurar , ordenar y dirigir esta
conducta en el sentido mas favorable á su interes.
De aquí proviene la asociacion de la prudencia á
la benevolencia , de aquí la necesidad de asegurarse
de las prescripciones de la benevolencia efectiva , aun
cuando no fuese mas que en vista de los intereses de
la prudencia.
Del mismo modo la benevolencia ya sea negativa,
como cuando un hombre se abstiene de hacer lo que
puede dañar á otro , ya sea positiva , como cuando un
hombre confiere placer á otro , es de dos especies , la
una particular sin sacrificio personal , la otra cuyo
ejercicio exige este sacrificio.
$ Por lo que
toca á la aplicacion de estos principios
á la práctica , como obran sobre todas las cosas de
la vida , sobre los acaecimientos de cada dia , de ca-
da existencia individual , y como estos sucesos se va-
rian al infinito en su carácter , es evidente que lo mas
que podemos hacer es establecer reglas generales y
dar algunos ejemplos en confirmacion . Estos ejemplos
TOM . II. 3
30
serán como las lámparas, cuya llama , aunque peque-
ña , estiende mui lejos su esfera luminosa. En todo el
edificio moral hai unidad , sencillez , simetría ; cada
parte hace comprender todas las demas ; cada frag-
mento da el carácter , la medida del todo. Una vez
quitado el círculo de lo vago y del dogmatismo , to-
do es armonioso en el código moral , el cual no cơm-
prende sino un cortísimo número de artículos , que
son aplicables á todos los casos posibles , y resuelven
todas las cuestiones capazes de discutirse.
El amor de sí mismo sirve de base á la benevo-
lencia universal , pero no podria servir á la malevo-
lencia universal ; y esto prueba la union íntima que
existe entre el interes del individuo y el del género
humano .

Esta union se apoya tambien sobre el deseo uni-


versal de obtener la buena opinion de otro. No hai
hombre insensible á la espresion de la aprobacion y
aprecio. Todos hallan en ello orígen de satisfaccion;
porque si á la sonrisa y elogios se añadiesen golpes
de varas, y por el contrario una frente severa y re-
prensiones fueren acompañadas de dones preciosos,
¿ quién no huiria de la sonrisa y buscaria la fisono-
mía severa? Entonces se desearian las reprensiones ,
como ahora se ambicionan los elogios; la severidad
del rostro inspiraria la alegría que ahora acompaña á
la sonrisa , y esta misma seria precursora de la tristeza.
La necesidad de la alabanza se mezcla á los primeros
desarrollos de nuestra sensibilidad ; ninguno de nos-
otros recuerda la época en que este deseo no existia
en él ; y la mirada penetrante del filósofo y sus aten-
51

tas investigaciones no son ya necesarias para estable-


cer un principio incorporado á las bases mismas de
nuestra naturaleza. Manifestándose tan temprano en
el hombre fortificado por un ejercicio repetido y ha-
bitual , este deseo de aprobacion llega á unirse indi-
soluble é íntimamente á nuestras necesidades físicas,

y de tal modo se halla asociado á ellas , que es difícil


separarle de la idea de un placer personal. Parece
que la alabanza se desea por sí misma; pero el deseo
se halla de tal suerte unido al principio personal,
que es imposible separarlos.
No hai cosa tan interesante como seguir á la be-
nevolencia en su orígen y desarrollo , cuyo resultado
es asociar la virtud á la dicha. Un niño recibe elogios
y muestras de afecto , cuando á la voz de su madre ce-
sa de llorar , ó toma una medicina , ó suelta un ob-
jeto que indebidamente cogió. Entonces es cuando
hace sus primeros sacrificios al principio moral, fuen-
te de la dicha , y éstos hallan su recompensa. Su afec-
to á sus padres , hermanos , hermanas , nodriza y per-
sonas que le sirven , nace de su sensibilidad física , la
cual se despierta al sentimiento de la dicha por la
accion misma de este afecto .
No se nos objete ahora que esta marcha es dema-
siado complicada , confusa , larga y difícil para la

inteligencia de un niño. La gradacion que sigue la


naturaleza en la produccion de los resultados , es la
única causa de la dificultad que se tiene en espresar-
los ; y la falta de palabras á propósito para esplicar
estos diversos fenómenos, nos hace creer sin razon que

estos fenómenos son complicados y confusos. Negar


32
la conexion es negar la asociacion de las ideas en
el espíritu de los niños , bien que esta asociacion se
manifiesta desde el primer desarrollo de la inteligen-
cia; y si esto nos admirase , tambien deberia admirar-

nos ver á un niño estender las manos antes que los


pies para coger un objeto , ó dirigir bajo el punto
de vista orgánico sus débiles medios hácia un fin.
Cuando con el tiempo el niño llega á ser hombre;
cuando la naturaleza , armándolo de facultades y pa-
siones nuevas , le impone mas ambiciosos esfuerzos , la
sed de alabanza se hace mas ardiente. Por ella sa-
#
crifica el hombre su reposo ; por ella se precipita
en medio de los dolores de la vida pública, al traves
de un ejército de competidores y en una carrera de
fatigas y peligros ; por ella en momentos mas felizes,
el hombre de bien , rompiendo los escuadrones y bar-
lando los dardos de la ignorancia y envidia , se con-
sagra á la obra penosa de la felizidad pública , á la
cual hizo de antemano el sacrificio de su propia
tranquilidad.
El mundo presenta á nuestra vista una concurren-
cia tan universal y constante para obtener el respe-
to , estimación y amor de los demas ; es tan éviden-
te é íntima la dependencia en que cada hombre está
de sus semejantes, que una cierta porcion de bene-
volencia es casi condicion necesaria de la existencia
social. Es verdad que aquellos á quienes su posicion
permite disponer con mas facilidad de los servicios

ajenos , son los que menos los estiman ; y el que tie-


ne mas necesidad de ellos , es tambien á quien le
cuesta mas trabajos procurárselos . Pero no hai hom-

T
33

bre tan pobre , que no pueda por medio de su buena


conducta aumentar la disposicion de sus semejantes
á serle útil, ni hombre tan poderoso, que pueda des-
deñar los servicios de otro sin disminuir su suma, y

sin reducir su valor y eficazia. Ninguno tiene el pri-


vilegio de una independencia absoluta ; y si fuera po-
sible concebir un hombre que se bastase á sí mismo
para todos sus gozes , un hombre que no recibiese
pena ni placer de los sucesos y personas que le ro-
dean , este hombre no seria ciertamente objeto de
envidia : comparado á él el hisopo seria un sér privi-
legiado , porque á lo menos podria recibir de una
que otra parte alguna señal de atencion ; al paso que
el hombre alejado de las regiones de la simpatía , se
veria por lo mismo desterrado de las de la benefi-
cencia.

La enérgica actividad del sentimiento benévolo no


tiene fundamento mas sólido que la dependencia mú-
tua de cada hombre con respecto á otros , ó de todos
los demas miembros de la familia humana ; y en es-
ta dependencia es donde debe buscarse la pesquisa
que se ha de oponer á las afecciones maléficas ; por-
que şi ni el odio ni el amor producen reacccion , si
un hombre pudiera ejercer sobre los demas su mal
querer , sin que le pagasen en retorno con el suyo ; y
por otra parte si prodigase sus afecciones simpáticas
en pura pérdida , sin despertar una reciprocidad de
simpatía en su favor , no existiria el vínculo que une
la prudencia á la beneficencia. Si un hombre impo-
ne una pena á otro , ya con sus palabras ya con sus
actos , se halla en la naturaleza de las cosas el que
54

este otro se esfuerze en imponerle otra pena en cambio.


El odio produce odio por via de represalias y co-
mo medio de defensa. Es un instrumento de castigo
pronto y á vezes vindicativo , que hasta cierto punto
está á disposicion del que lo emplea. Hai sin duda
casos en que la disposicion á volver mal por mal es
reprimida por los principios de una noble y alta
moralidad , es decir por una aplicacion mas justa de
los cálculos de la virtud. Pero estos son casos escep-

cionales : creer que nos sustraerémos al mal querer


de aquellos que son las víctimas de nuestro mal
querer , es hacer depender de un milagro la direc-
cion de nuestra conducta. Y cualesquiera que pue-
dan ser las escepciones de esta regla , es decir que
la malevolencia de nuestra parte , puesta una vez en
accion , debe producir con usuras una reaccion de
malevolencia de parte del otro ; seria difícil encon-
trar una escepcion á esta otra regla paralela á la
precedente , á saber que el amor produce amor.
La conclusion práctica de todo esto es evidente;
es decir que no debemos imponer penas de ninguna
especie y á ninguno cualquiera que sea , sino con el
fin de producir un bien mas que equivalente , bien
manifiesto , evidente y apreciable en sus consecuen-
cias. El bien siéndolo , aprovechará á cualquiera , á
una ó á muchas personas ; á vos que habeis impues-
to la pena , á aquel á quien se le impuso , ó á otros,
sea individualmente , sea en general. El voto de la
prudencia y benevolencia en este particular es peren-
torio. Es preciso que predomine el bien , que haya
un escedente de bien.
55

Á fin de aplicar esta regla general á todos los ca-


sos particulares , es necesario que el deontologista
considere : 1 ° Las diversas formas bajo las cuales
puede producirse la pena , porque esta es multi-
forme. 20 Las ocasiones en que puede producirse,
ocasiones que se presentan siempre que se estable-
cen relaciones entre nosotros y nuestros semejantes.
3º Las personas sobre las cuales puede producirse ; y
4º Los actos que pueden producirla. Estos son unos
elementos que nos importa conocer por lo que toca
al sufrimiento. Cuando se examina el otro lado de la

cuestion , cuando se trata de valuar el bien , cuya


existencia puede solamente contrabalanzear y justifi-
car el mal , es necesario presentar á la cantidad de
este bien la situacion y la sensibilidad de las per-
sonas que deben aprovecharse del bien que resultare;
y cuando no se puede apreciar en tales ó tales indi-
viduos en particular , debe demostrarse su existencia
con respecto á los hombres en general. En adelante
tendrémos ocasion de apoyar con ejemplos este im-
portante principio. Aquí nada mas hemos tratado
que de llamar la atencion sobre esta materia y sen-
tar la regla general. Las deducciones abundarán en
el espíritu de los pensadores. Verán que el hecho
solo de una conducta reprensible de parte de otro,
no bastaria por sí mismo á justificar la infliccion
de una pena. Si esta infliccion está destinada á im-

pedir la repeticion de la conducta en cuestion , po-


drá entonces ser prudente y moral imponer la pe-
na: aquí la utilidad de la pena es evidente ; pero
no se debe crear pena alguna , ni suprimir algun
56

placer , sin que haya un fin aprobado por la utili-


dad. Síguese de aquí que la reprension y el despre-
cio dirigidos contra los otros en consecuencia de al-
gunos defectos irremediables, son inflicciones de penas
inútiles , crueles , inmorales . Las imperfecciones , sean
físicas, sean intelectuales , que es imposible corregir ó
estirpar , no pueden ser objeto de castigo. La estupi-
dez, las estravagancias del espíritu , los defectos de
carácter, cuando no pueden reformarse , cuando nin-
guna atencion puede remediarlos, no son objetos sus-
ceptibles de correccion por medio de una inútil in-
fliccion de penas. ¡ Cuánto menos justificable es esta
infliccion , cuando no hace sino exasperar la víctima
y agravar el defecto !
Trasladando la conducta á la region de los place-
res y penas , se facilitará mucho su investigacion , si
se remonta á la fuențe de las acciones , y si se distin-
guen las relaciones que existen entre las impulsiones,
á las cuales estas mismas acciones deben su orígen .
En las emociones , afecciones , pasiones y humores , ya
sean aislados ya reunidos , es de donde la accion toma
su orígen , y cada uno de ellos presenta elementos
de gozes y de sufrimientos. Dícese que un acto es
efecto de una emocion , cuando el motivo que le pro-
duce es un placer ó pena de carácter transitorio.
Cuando una situacion permanente y habitual del es-
píritu , por ejemplo la simpatía ó antipatía hacia un
individuo ha creado una disposicion continua á obli-
gar ó á dañar , el motivo es el resultado de una afec-
cion ; cuando la emocion se hace vehemente , vaya ó
no unida á una afeccion habitual , sus consecuencias,
37

se llaman efecto de la pasion. El capricho participa


mas de la versatilidad del carácter , é implica sumi-
sion de las emociones ó de la pasion á una prede-
terminacion de la inteligencia ; y así se dice : «Tal
era mi capricho. » He sometido mis acciones á mi vo-
luntad del momento ; no he tenido otro motivo que
mi capricho.
Pero entre las fuentes de los errores del juicio,
entre las causas de despotismo , una de las mas fe-
cundas es el conato en buscar los motivos que diri-
gen á los hombres. Por do quiera se oye invocar la
pureza de los motivos ó acusar su impureza , para
escusar, justificar , alabar , ó para vituperar , repro-
bar y condenar, Todo el dominio de la accion está
atestado de pretensiones semejantes , blasonadas con
perseverancia , invocadas constantemente , y que por
lo comun no tienen otra base , que las aserciones
del individuo que justifica ó acusa. ¿ A qué viene
esta obstinada insistencia en una habitud tan funesta

al bien general ? Consiste en que desde luego este


modo de proceder adula las afecciones personales :
pone al escritor ú orador en estado de sentar su re-
gla fundamental ; le escusa la penosa necesidad de
buscar las consecuencias de las acciones , y aun le

pone en estado de introducir las opiniones ajenas en


el espíritu de otro individuo , en quien no hallan luz
que las guie , y el cual por su indolencia no se
halla sino mui dispuesto á dejar consagrar la usur-
pacion. Si un hombre quiere determinar el valor de
una accion por sus consecuencias , esle indispensa-
ble hacer un estudio de ellas; es forzoso las presen-
38

te á aquellos de quienes desea obtener la aproba-


cion ó condenacion de la acción ; si engaña , le con-

tradecirán ; si yerra con voluntad ó sin ella , será


reprendido. Las lacunas que deje se podrán llenar ;
podrá reducirse lo que haya exagerado ; en una pa-
labra , es necesario que presente sus testimonios y
establezca completamente la verdad de sus aserciones.
Mas si por el contrario queda á su arbitrio esta-
blecer de propia autoridad y por solo su palabra
que el autor del acto en cuestion tenia bueno ó mal
motivo , entonces la mision de juez es fácil. Sus fa-
llos se pronuncian pronto ; ya no hai embarazos ni
complicaciones. El bien y el mal aparecen desde el
principio; y funciones que debian ser solo peculiares
de la filosofía y razon , las usurpan el aturdimiento
y la suficiencia.
Las imputaciones de los motivos son uno de los
mas peligrosos instrumentos para atacar á un adver-
sario, y constituyen una de las bases mas engañosas
sobre que pueda formarse un juicio ; porque los mo-
tivos no pueden ser conocidos mas que de aquel', cu-
ya conducta está en cuestion , y lo mas que pueden
hacer los otros , es adivinarlos. Esta disposicion en
el que reprueba ó justifica una accion , á tenerla por
digna de elogio ó vituperio , no en razon de sus re-
sultados , sino de las intenciones impenetrables de su
autor , puede aniquilar todo el honor y recompensa
de una conducta virtuosa , socolor de que sus moti-
vos eran malos , como tambien todo el deshonor y cas-
tigo debido á una conducta viciosa , bajo el pretesto
de la bondad de los motivos que la han ocasionado.
39

Pero por otro lado no debemos olvidar que toda


imputacion mal fundada , no es necesariamente inven-
tada con mala fé por el primero que la articula. Juz-
ga un hombre que es mala una medida , cuando se
opone á su interes , y si es mala á sus ojos , claro es-
tá que la atribuye á un mal motivo. Exige pues la
moral imperiosamente que evitemos atribuir á otro
motivos , como tambien condenar con ligereza y pre-
cipitacion á los que imputan estos motivos.
Ademas el sentimiento de la fuerza prodigiosa in-
herente á la autoridad contribuye á fortificar aun
mas la tendencia de las afecciones personales. Las
mismas razones que influyen en el que reprueba los
motivos , han influido igualmente en todo el mundo
en mas o menos proporcion. La autoridad con las
preocupaciones que produce , se une al principio del
egoismo. En la estimacion de la conducta se ha con-
venido en abandonar al juicio sobre palabra la ca-
si totalidad de la cuestion , y dejar apenas una pe-

queña parte á la decision del juicio espontáneo y


libre. Así es como en las causas determinantes de
las acciones humanas , dos elementos principales les
sirven de guias ; la presuncion orgullosa y la ciega
deferencia , cualidades que parece se escluyen mutua-
mente , pero que se reunen para producir una perni-
ciosa influencia , siendo la deferencia en el hecho una
sumision á aquella especie de autoridad , que lisonjea
el principio personal.
Es verdad que la fraseología ordinaria del mundo
es mui propia á estraviar al investigador. Las cuali-
dades en las cuales se ha estampado el sello de la
40
aprobacion pública , son comunmente las que mere-
cen menos esta honrosa distincion , al paso que por
otra parte la reprobacion pública prohibe actos , á
que seria difícil aplicar ignominia ó vicio. Así es
como los fallos del tribunal de la opinion pública
están á vezes en oposicion con las leyes de la utili-
dad; y las convenciones sociales , de las cuales algunas
no son sino restos de barbarie , forman leyes que
resisten á todos los argumentos , y permanecen inal-
terables sobre la base de las preocupaciones que nos
legaron los tiempos feudales.
Algun dia se escribirán los fastos de la moral , y
será la lectura mas instructiva que pueda darse , la

historia de las dinastías morales que han reinado su-


cesivamente sobre el dominio de las acciones humanas.

La primera época es la de la fuerza. Es el solo


código , la sola regla , la sola fuente de la moral : la
violencia es la lei. Virtus , la virtud se toma enton-
ces en su acepcion primitiva , á saber , el vis de los
. latinos. Esta fuerza puesta en accion toma el nom-

bre de valor ó virtud , cualidad que entre los pue-


blos salvajes es el primer objeto de admiracion ; cua-
lidad mucho mas animal que moral , y que no me-
rece elogio , sino en cuanto se une á la prudencia y
beneficencia.
Entra luego el segundo reinado, el de la fraude. La
fuerza pertenece á los tiempos de ignorancia; la frau-
de tiene una semicivilizacion. Su influencia lo mismo

que la de la fuerza , es una usurpacion ; pero cami-


na á su término ayudada del sofisma , y no á fuerza
descubierta . Entretiene la credulidad , y se liga con
41

la superstición. Se apodera de los terrores del espíri


tu , y los hace servir á su despotismo real , pero
oculto las mas vezes . Bajo esta dinastía florecen la
usurpacion del sacerdote y la aristocracia de los hom-
bres de lei.
Llega en fin el reinado de la justicia , el reinado
de la utilidad. Bajo sus auspicios se alijerará la obra
del legislador , y muchas de sus funciones pasarán á
las atribuciones del moralista. El tribunal de la opi-
nion pública evocará la decision de innumerables cues
tiones que se hallan al presente en el dominio de la
jurisdiccion penal. La línea de division entre lo justo
y lo injusto será mas clara y latamente definida , ă
medida que la predominancia del gran interes social
saltará las barreras elevadas con intencion culpable,
ó legadas por las tradiciones ignorantes de los tiem-
pos antiguos . Será entonces un espectáculo delicioso
contemplar los progresos de la virtud y de la dicha;
verlos por medio de poderosos esfuerzos ó de apaci-
bles influencias , estender cada dia sus conquistas pa
cíficas por el dominio , donde hasta entonces habian
reinado sin compañía las falsas máximas de moral
pública y privada. Aun es mas deliciosa la esperanza
de que por fin llegará época , en que el código moral,
teniendo por base el principio de la maximización
de la dicha , llegará á ser el código de las naciones,
enseñándoles en el vasto campo de su política á no

crear males inútiles , y á sabordinar su patriotismo


á las leyes de la benevolencia. Si el progreso de las
luzes ha reunido familias y tribus antes enemigas en
una comunidad de intereses y afecciones, se las verá un
42

dia en sus ulteriores progresos reunir tambien por los


vínculos de la beneficencia las naciones hoi dia sepa-
radas. Así como una opinion mas ilustrada ha logra-
do disminuir el número de crímenes violentos , del
mismo modo es imposible que esta opinion, adquirien-
do cada dia nuevas fuerzas , no llegue á ejercer seme-
jante influencia sobre los otros géneros de maldad.
¿Quién duda que la guerra, este maximizador de todos
los crímenes , esta condensacion de todas las violen-
cias , este teatro de todos los horrores , este tipo de
locura , será vencida al fin y aniquilada por el po-
der é irresistible influencia de la verdad , virtud y
felizidad ?
El hombre no puede sino hasta cierto punto cono-
cer de antemano su destino mortal . No puede escoger
su posicion aquí en la tierra. El accidente de su na-
cimiento decide para él una multitud de cuestiones.
Pone en sus manos ciertas fuentes de placer, y le
prohibe otras ; los instrumentos de goze y de sufri-
miento están reglados en tal manera , tan admirable-
mente balanzeados , con tanta equidad compensados,
que la porcion definitiva de bienestar repartida á
cada hombre en la escala social no difiere natural-
mente en cuantidad ; porque de cualquier modo que
se valuen los placeres del goze en sus diversos atri-
butos , las penas de privacion deben tener un aumen-
to proporcionado. Necesidades que bien pronto llegan
á ser penas se desarrollan mas fácilmente en el hom-
bre lleno de cosas superfluas , que en aquel cuyos go-
zes pueden satisfacerse á poco coste ; y frecuentemen-
te á los placeres de la grandeza y riqueza sigue de
43

cerca el fastidio y el disgusto. Los placeres de los sen-


tidos se hacen insípidos con el largo uso , y se ener-
van con el abuso. La sancion social es menos pode-
rosa , cuando el orgullo imagina poder obtener sin su
socorro los servicios ajenos. El juicio de la opinion
pública pierde de su eficazia en donde se manifiesta
una disposicion creciente á desconocer su autoridad y
despreciar sus fallos. Todos estos peligros y muchos
mas acompañan á la opulencia, y le hacen perder su
tendencia á crear la dicha. No obstante el poder en
todas sus fórmulas es el único instrumento de mora-

lizacion , y lejos de merecer vituperio la lucha empe-


ñada para obtenerlo , cuando se contiene en los lími-
tes de la prudencia y benevolencia , es tal vez el mas
fuerte de todos los estimulantes á la virtud,
En el dominio de accion asignado al individuo con
su nacimiento , educacion y posicion social , está en
su mano dar á su conducta y ocupaciones una direc-
cion conforme á la dicha general de la vida. Todo
hombre tiene momentos libres que puede emplear en
buscar el placer , ó de otro modo en la práctica de
la virtud que produce el placer ; y no hai ocupacion
alguna, que no produzca ó haga nacer estos pensamien-
tos , sea de recuerdo , sea de esperanza , que tambien lo
son de dicha. No hai hombre que tenga el dón de la
palabra , á quien en presencia de sus semejantes no
se ofrezca á cada instante la ocasion de conferir un
goze . Lo que hace que esparzamos sobre nuestra exis-
tencia mucha menos dicha de la que podríamos, es que
descuidamos de recojer estas partículas de placer que
cada instante nos ofrece. Ocupados del total, olvida-
44

mos las cifras de que este total se compone. Luchan-


do contra resultados inevitables , con respecto á los
cuales es impotente , el hombre desprecia con sobra-
da frecuencia estos placeres accesibles , cuya suma ;
reunidos que son , no es ciertamente de despreciar.
Alarga la mano para coger las estrellas , olvidando
las flores que tiene á sus pies , flores tan bellas , tan
fragantes , variadas y numerosas:

No creamos que la condensacion de todas las vir-


tudes en dos principales , la prudencia y benevolencia
efectiva , tenga por resultado desterrar del dominio
de la moral una sola virtud real , sustancial ó útil.
Desgraciado seria el moralista que tratase de destruir
una virtud, pues se estrellaria en sus esfuerzos . Si pues
tras el mas profundo y severo exámen es constante
que toda virtud entra necesariamente en una de estas
dos virtudes principales , semejante descubrimiento
no cede en importancia á los resultados obtenidos en
las ciencias químicas por la reduccion de la varie-
dad infinita de los compuestos á un corto número de
instancias simples y elementales. Tal vez no sea fuera
de propósito pasar aquí en revista las cualidades mo-
rales , que de tiempo inmemorial , ó por lo menos
desde la época de Aristóteles , se ha pretendido in-
cluir en la lista de las virtudes. Es hasta cierto pun-
to repetir lo que se dijo en otra parte ; sin embargo
no se puede disimular , porque antes de poder hallar
sitio para las virtudes reales y legítimas , es necesa-
rio separar todas las virtudes falsas , imperfectas y
dudosas. Esta repeticion es desde luego útil para des-
embarazar el suelo de los elementos estraños que lo
45

cubren , y preparar la introduccion de una moral prác-


tica , simple y natural.
1º La piedad. Entendemos por esta palabra el
respeto hacia la divinidad , y se manifiesta por la obe-
diencia á su voluntad . Este respeto no puede tener
su orígen sino en la alta idea que nos formamos de
sus atributos , principalmente los de sabiduría , poder
y bondad. ¿A qué fin pues deben estos dirigirse para
que puedan estar en armonía , sino á la produccion
de la dicha ? ¿ Qué otro objeto puede proponerse la
bondad infinita? ¿A qué otro fin puede aplicarse mas
eficazmente la sabiduría infinita, que al descubrimien-
to de los medios mas propios para conducir al hom-
bre á la dicha? ¿ Y en qué puede manifestarse mejor
el poder infinito , unido á la sabiduría y bondad infi-
nita , que en cumplimiento de este grande fin ? ¿ En
qué situacion se halla pues el hombre colocado con
respecto á la divinidad ? ¿ Cómo podrá acreditarle
mejor esta piedad que consiste en la obediencia ? No
hai duda que adelantando el grande objeto que se
propone la divinidad , y trabajando en la misma car-
rera , que es la de la benevolencia. ¿Y en quién pue
de ejercerse solamente esta benevolencia ? En él , en
sí y en sus semejantes. Está pues circunscrito á sus
semejantes y á él su poder de utilidad . Fuera de esto
la esfera de su accion es nula. ¿ Qué es pues la pie-
dad separada de la prudencia y benevolencia ? Una
palabra vacía de sentido.

2º La fortaleza. Esta cualidad parece que com-


prende la paciencia é igualdad de ánimo. Es en gran
parte el resultado de una organizacion física particu-
TOM . II.
46

lar ; y hasta allí no es mas virtud que pudiera ser-


lo la fuerza , la simetría de las formas , ó cualquier
otro dón de la naturaleza que ningun esfuerzo huma-
no puede dar. La parte de la fortaleza que depende
de la voluntad puede , subordinadà á la prudencia,
adquirir derecho al título de virtúd. Pero no es cua-
lidad esencialmente virtuosa , porque puede haber
fortaleza imprudente y fortaleza maléfica , aunque no
puede darse virtud imprudente ó maléfica , ó en otros
términos imprudencia ó improbidad virtuosa. En ge-
neral la fortaleza implica longanimidad en el sufri-
miento ó la resistencia al dolor ; y como uno de los
grandes objetos de la virtud es disminuir el sufrimien-
to , la fortaleza puede serle frecuentemente un ausi-
liar útil. Hai casos sin embargo en que su ejercicio
no puede producir sino una prolongacion de sufri-
miento. Tal es aquel por ejemplo en que la fortale-
za en los dolores de la tortura , por su mismo con-
traste con la espresion ordinaria del sufrimiento , no
haria sino ocasionar tormentós mas terribles. Puede

dudarse si en este caso, como algunos han pretendido,


los placeres de las afecciones disociales , tales como
el menosprecio y el desden, puedan contrabalanzear en
el alma del paciente la añadidura de dolores que se
les impone. Pocos se someterian á la infliccion de tor-
mentos adicionales para tener á su placer el gusto de
maldecir y despreciar á su verdugo. Lo cierto es que
aunque la tortura esté inmediata , mucho mas lo es-
tá el menosprecio , y cuando el sufrimiento es inten-
" el paciente puede poner en duda la posibilidad
de añadir algo á su intensidad.
47
? La fortaleza se une mui de cerca con el valor ; y
lo que forma el mérito de uno y otro es el uso á que

se aplica. En sí mismo el valor no es virtud ; y como


hemos dicho en otra ocasion , el que se hace un méri-
to de poseerlo independientemente de su aplicacion á
un fin de prudencia ó beneficencia , se envanece de
una cosa que un perro , sobre todo cuando está ra-
bioso , posee en grado mas alto que él .
3º La templanza . Esta comprende la sobriedad y
la castidad. Á primera vista parece un deber eviden-
te la práctica de estas cualidades. No parece que su
observancia comprometa la prudencia y la benevo-
lencia ; mas puede comprometer las sériamente su in-
fraccion. Pero aun aquí nos convencerémos con un
exámen mas profundo , que la templanza no puede
ser virtud , sino en cuanto está subordinada á las dos
virtudes fundamentales. ¿ Qué hai de virtuoso en la
templanza , que produce enfermedades y muerte? ¿Qué
virtud habia en los ayunos de los moralistas ascéti-
cos , que hacian esperiencias sobre el poder de absti-
nencia , y frecuentemente perecian en la prueba? Con
respecto á la templanza , como á la mayor de las vir-
tudes inculcadas por los escritores de la antigüedad,
se vé manifiesta la imperfeccion de su teoría moral,
y la necesidad que tuvieron de poner una regla adi-
cional á su pretendida virtud , es la mejor prueba de
que su código moral era incompleto. Á esta regla
llamaron moderacion; porque pensaban que en el esce-
so de la virtud no podria haber virtud . Sobrada tem-
planza no era virtud ; sobrado poca tampoco lo era.
Por su preciosa medianía ( aurea mediocritas ) reco-
48
nocian vagamente alguna cualidad mas elevada , á la
que debian estar subordinadas sus virtudes para po-
der serlo verdaderamente . No fueron afortunados en

la eleccion de la palabra , ni pudieron hallar otra


mejor que moderacion. Su aplicacion á los negocios
de la vida no acabó de satisfacerles. Y en realidad
no se hubieran contentado con una honradez mode→

rada de parte de sus criados , con una castidad mo→


derada de parte de sus mujeres , con una templanza
moderada en sus hijos. Pero conociendo cuán insufi→
ciente é inaplicable era su fraseología , les hacia falta
algun otro guía. Sus virtudes eran virtudes de oca-
sion, cuyo valor dependia , no de su escelencia intrín-
seca y sustancial , sino de las circunstancias que re-
clamaban su ejercicio. Lo que era virtud en este ins-
tante , podia no serlo en el siguiente. Así sus defini-
ciones de la virtud eran á vezes tan limitadas , que
escluían la virtud mas elevada , y otras vezes tan in-
sustanciales y vanas, que abrazaban á un tiempo la vir-
tud y el vicio.
4º La justicia. Es una de las cualidades con la
que mas ruido meten los moralistas de la escuela de
Aristóteles. Sus intereses están en gran parte bajo la

proteccion especial del legislador , y su infraccion en


sus mas perniciosas consecuencias está sujeta á la re-
presion del código penal. Entiéndese generalmente
por justicia la conformidad de la conducta con las
prescripciones de la lei ó de la moral. Pero nos-
otros tratamos de la parte moral, no de la legal; y des-
pojando las leyes de la justicia de su vaga fraseolo-
gía , se verá que no son otra cosa que las leyes de la
49

benevolencia , pues estas consisten en la aplicacion


del principio de la no contrariedad . La injusticia , en
cuanto esta palabra tiene una significacion definida ó
definible , consiste en rehusar un placer , de que un
hombre tiene derecho á gozar , ó en imponer una pe-
na que no debe estar espuesto á sufrir. En ambos
casos se violan las leyes de la benevolencia. Pero las
prescripciones de la justicia separadas de las reglas
que les aplica la Deontología , son vagas é insuficien-
tes. Declarar que tal ó tal accion , tal ó tal línea de
conducta es justa ó injusta , no es mas que una pre-
tension declamatoria , á no ser que al mismo tiempo
se tomen en consideracion los placeres y penas que
dependen de ella. Si se llegase á probar que un mal
que consiste en un escedente definitivo de sufrimien-
to , ha sido el resultado de tal línea de conducta da-
da ; y si se conviniese en que esta línea de conducta de-
be calificarse de justa , la única consecuencia que se
podria sacar seria que la justicia y la virtud pueden
oponerse una á otra , y que ser justo es ser inmoral.
La justicia subordinada á la dicha general , es decir á
las influencias combinadas de la prudencia y bene-
volencia , tiene derecho al título de virtud.
5º La liberalidad. Es la beneficencia en una es-
cala mas estensa ; pero cuando no está colocada ba-
jo la direccion de la prudencia , en lugar de ser una
virtud puede ser un vicio ; y sino está bajo la direc-
cion de la benevolencia , puede tener efectos perni-
ciosos aun mas graves. La palabra liberal puede re-
cibir interpretaciones vagas y variadas , se aplica en
diferentes sentidos á los pensamientos , á las palabras
50

y á las acciones. Por liberalidad de espíritu se en-


tiende comunmente una disposicion á interpretar fa-
vorablemente la conducta de los demas , á evitar
formar juicios severos y precipitados , á dar pruebas
de dulzura y tolerancia. Limitada á la conducta , la

liberalidad puede significar clemencia , justicia , gene-


rosidad , y constituir la beneficencia , ya sea de abs-
tinencia , ya de accion.
Cuando se quiere asociar á esta palabra una idea
de prudencia y benevolencia , se acostumbra añadirle
un calificativo , que hace imposible toda falsa inter-
pretacion : así decimos una liberalidad prudente, una
liberalidad bien entendida , una liberalidad juiciosa.
La liberalidad sin la compañía de las dos virtudes
reales y cardinales es pura locura. Seria accion mui
liberal en un hombre dar á los otros todo cuanto
posee al presente , y todo cuanto espera en lo suce-
sivo ; pero semejante accion ni seria sábia , ni virtuo-
sa. Podria haber liberalidad en proteger el error y
la mala conducta ; pero ni habria utilidad ni filan-
tropía. En fin no habria liberalidad mas liberal que
la que consistiese en precipitarse en todas las estra-
vagancias. En idioma político las palabras liberal, li-
beralismo sirven para designar un partido en el es-
tado , tómanse en buen sentido , y los que las emplean
las asocian á la idea de libertad: liberal es decir
amigo de la libertad ; liberalismo , principios de la
libertad aplicados á la vida pública. Pocas palabras
hai que hayan sido mas funestas que la palabra li-
bertad y sus derivados. Cuando no es sinónima de
capricho y dogmatismo , representa la idea de buen
34

gobierno; y si el mundo hubiera sido bastante dicho.


so para que esta idea ocupase en el espíritu público
el lugar usurpado por ese ente de razon que llaman
libertad , hubiéranse evitado las locuras y crímenes,
que han mancillado y retardado la marcha de las
mejoras políticas. La definicion habitual que se da de
la libertad , á saber , que es el derecho de hacer todo
cuanto no está prohibido por las leyes , manifiesta la
negligencia con que se emplean las palabras en el
discurso y composicion ordinarias. Porque si las le-
yes son malas ¿qué es entonces la libertad ? ¿Y si son
buenas , para qué sirve ? La espresion de buenas leyes
tiene una significacion definida , inteligible ; se diri-
gen á un fin manifiestamente útil por medios eviden-
temente convenientes. Cuando Madama Roland se
empeñó en establecer una distincion entre la libertad
y la licencia , bien podia lisonjear el oido con pala-
bras armoniosas ; pero nada decia al entendimiento .
6º La magnificencia. Para darle la cualidad de
virtud se requiere que esté á la prueba de la frugali-
dad. Magnificencia significa simplemente la accion de
ejecutar grandes cosas. Si fuese una virtud , su ejerci-
cio estaria prohibido á la grande mayoría del géne-
ro humano. Una cualidad cuyo poder de accion se li-
mita á una minoría imperceptible de la raza huma-
na, no puede tener derechos reales á las recompensas
y elogios decretados á la virtud. La palabra magni-
ficencia es un término grandioso que sirve para es-
presar la beneficencia aristocrática. La ostentacion
envuelve la idea de alguna cosa vituperable ; y su
ejercicio va acompañado de una mezcla de orgullo ,
52

vanidad y menosprecio. La magnificencia misma con


la frugalidad por límite y por prueba , no es nece-
sariamente digna ni de elogio , ni de menosprecio;
puede no tener viso alguno de vicio ó de virtud,
puede no implicar sacrificio alguno , ni conferir pla-
cer al individuo mismo , puede no ser sino un des-
perdicio de los medios de placer. Como cuestion de
gasto , puede ser ó prudente ó benévola. Pero si ab-
sorbe ó disminuye los medios que podrian ser mas
prudente ó benévolamente empleados , si impide
aplicar el gasto á la produccion de un bien mayor,
en lugar del menor que le hace producir , entonces
la magnificencia es una fuente de males , igual á la
diferencia entre el bien menor y el mayor de todos.
Revestir la magnificencia con el pomposo nombre de
virtud , es introducir en el mundo moral un sofisma,
que se asemeja mucho al que frecuentemente se ha
proclamado en materia de economía política , cuan-
do se ha dicho que hai mayor mérito en el gasto que
en el ahorro. Ambos errores toman su origen de la
exageracion del principio social , considerado aislada-
mente y bajo un limitado punto de vista , de aquel
principio social que se ha querido engrandecer dema-
siado á espensas del principio personal, El valor
pues y verdadera influencia del principio social, de-
pende de su sumision y subordinacion al principio
personal, primer orígen de accion ; así como todas
las virtudes secundarias se resuelven en las dos vir-

tudes fundamentales , que reinan sin compañía en el


imperio de la moral.
7º La magnanimidad. En el lenguaje usual signi-
55

fica esta palabra , grandeza de alma. Da una idea in-


definida de superioridad intelectual , que nos inclina
á una conducta benéfica , sea de abstinencia , sea de ac-
cion , cual no se pudiera esperar del comun de los
hombres en las circunstancias ordinarias. Pero los

actos magnánimos y virtuosos son tan sinónimos co-


mo lo son las acciones pusilánimes y viciosas. Supon-
gamos que un hombre haciendo un sacrificio , obtie-
ne por resultado contribuir á la suma definitiva de
su dicha , sin diminucion , ó tal vez con acrecenta-
miento de la dicha ajena : ¿ el que esta conducta sea
tachada de pusilánime hará acaso que deje de ser
sábia y virtuosa? Que un hombre por el contrario
cometa una accion que causa una suma de desdi-
cha , ya á sí mismo , ya á otro , ya á entrambos á un
tiempo ; ¿ acaso todos los títulos pomposos del mun-
do , todos los tributos de honor y de gloria decre-
tados á su magnanimidad , harán que su accion sea
otra cosa , que un acto de perversidad ó locura? Es-
tas armas de dos filos que en un momento pueden
hacer útiles servicios á la causa de la moral , y en el
momento siguiente causarle mortales heridas , deben
depositarse en el arsenal de la moral , para emplearse
raras vezes y siempre con precaucion , y no echan-
do jamas en olvido que la hoja tiene dos filos.
Si se quiere valuar la cuantidad de virtud conte-
nida en una accion que aspira á la cualidad de mag-
nánima , es fuerza desde luego considerar la organi-
zacion física del individuo , á fin de apreciar la su-
ma del sacrificio , y consiguientemente el esfuerzo
que le ha debido costar. Entonces uno se debe pre-
54

guntar: ¿ La accion ha sido mas dañosa al individuo,


que útil á los demas ? ¿ Ha sido mas perjudicial á
los demas , que útil al individuo? En el primer ca-
so la accion magnánima ha sido imprudente ; en el
segundo maléfica; pero en ninguno de los dos ha si-

do virtuosa. ¿ La accion magnánima ha tenido por


resultado disminuir la dicha del hombre ? Si así es,
debe el deontologista espelerla del territorio de la
virtud , donde se ha introducido fraudulentamente,
publicar su impostura , y arrojarla al dominio de la
inmoralidad.
8° La modestia. Es una rama de la prudencia
estrapersonal; es una virtud de abstinencia. En su

aplicacion á los dos sexos , el sentido de esta palabra


padece una modificacion notable. Un hombre modes-
to , en la significacion general que se dá á este tér-
mino , es un hombre tímido , reservado y sin pre-
tension , Una mujer modesta ofrece al pensamiento
una idea de pureza sexual , de castidad. La diferente
interpretacion dada á la mismą palabra segun la ma¬
nera en que se emplea , es una de las consecuencias
de la opinion general , que impone á la mujer una
lei moral mucho mas severa que la que se prescribe
al hombre. Sin embargo no existe semejante distin-
cion en el vicio correspondiente . La palabra inmo-
desto ya se aplique al hombre , ya á la mujer , con-
serva poco mas o menos la misma significacion , é
implica impudicicia en las palabras ó acciones. La
modestia obtiene la afeccion de los hombres , conci-
liándose su opinion , Reprime la disposicion que hai
á desagradar por la contradicion ; es un tributo
55

ofrecido con reserva al amor propio de los demas.


No se arroga el derecho de juzgar á otro ; y si juzga,
da á su juicio la forma menos ofensiva. La modes-
tia en el lenguaje es la reserva prudente que se dá
á la espresion; la modestia de conducta la reserva
aplicada á la accion .
9º La mansedumbre. Cuando es virtud , está su¬
bordinada á la prudencia estrapersonal. Lisonjea co-
mo la modestia el amor propio de aquellos , respecto
de los cuales se ejerce. Es la misma modestia con
una tinta de humildad mas marcada ; ó ( lo que pro-
duce el mismo efecto en el que es objeto de ella)
es la modestia producida por la timidez. Lleva la de-
ferencia y sumision mas lejos aun que la modestia;

y cuando se pone en accion el sufrimiento , la man-


sedumbre se hace paciencia y longanimidad. Es una
cuali dadordinariamente virtuosa , que flota , digámos,
lo así, entre otras cualidades habitualmente virtuosas;
pero cuya suma de virtud no puede valuarse sino por
la aplicacion de las otras reglas deontológicas. Cuan-
do la dulzura de un hombre disminuye sus gozes , y
añade á la dicha de los otros menos de lo que quita
de la suya , siendo esta dulzura imprudente é impre-
visora , es contraria de la virtud. La dulzura es en
gran parte una cualidad personal dada por la natu̟-
raleza , y solo á la parte adquirida por el pensamien
to puede aplicarse la cuestion de moralidad. De esta
porcion así disminuida quitad todo lo que no sea
prudencia ó benevolencia , y lo que quede será vir-
tud , es decir que no habrá aquí otra virtud sino la
prudencia y benevolencia efectiva.
56
10 La verazidad. Dos ramas de esta cualidad son

perniciosas ; que son la verazidad antiprudencial , y


la verazidad antisocial. La violacion de la verdad es
viciosa , cuando causa mal á un individuo ó al comun,
y el valor anejo á la verdad es un elemento mui im-
portante en el dominio de la moral,

Pero la verdad no siempre tiene en toda ocasion un


valor uniforme. La verdad , así como las demas cua-
lidades que aspiran á la calificacion de virtuosas , de-
be estar subordinada á la prudencia y benevolencia.
Su escelencia no puede ser apreciada , sino por el re-
sultado del bien que produce ; y aunque la obliga-
cion de subordinar la prudencia y benevolencia á la
verdad parezca una legislacion sencilla y sin peligro,
nos convencerémos despues de un breve exámen, que
la verdad no puede ser completamente benéfica , sino
es con la condicion de estar subordinada á las dos

virtudes fundamentales , porque la verdad es necesa-


riamente ó útil , ó inútil , ó dañosa. Ningun obstáculo
debe ponerse á las verdades útiles ; siempre será poca
su influencia , y nunca estarán bastante difundidas. La
prudencia y benevolencia se mancomunan , no solo
para animar su espresion , sino tambien para dar alas
á su circulacion . Cuanto á las verdades , cuya influen-
cia es indiferente , y que ni son benéficas ni perjudi-
ciales , pueden abandonarse al capricho de los hombres,
pues son inofensivas. Mas por lo tocante á las ver-
dades perjudiciales , que crean penas y destruyen pla-
ceres , deben suprimirse , pues son agentes de mal,
y no instrumentos de bien. Por fortuna no es creci-
do el número de estas verdades perniciosas , ni fre-
57
cuentes las ocasiones de manifestarlas . El hombre que
trata ligeramente las leyes de la verazidad , que bus-
ca la ocasion ya de vender la verdad , ya de prevari-
car , ya de mentir , pierde la reputacion de verazidad,
cuya conservacion es uno de los primeros objetos que
se propone la prudencia. Grande debe ser el motivo
de utilidad , que obligue al hombre á sacrificar una
parte de su reputacion de verazidad ; porque el que
miente , no está mui lejos de contradecirse.
11 La amistad. Ni es vicio ni virtud , mientras
no entra en el dominio de la prudencia ó benevolen-
cia. Es simplemente un estado de las afecciones , que
implica adhesion á objetos particulares. Esta adhesion
pues puede ser ó dañosa ó benéfica. Es difícil que
sea indiferente ; pues seria suponer motivos y conse-
cuencias de penas y placeres , sin que resultase de una
ú otra parte escedente alguno definitivo ; circunstan-
cia tan rara en el dominio de la accion humana , que
apenas se necesita tener cuenta con ella. La amistad
puede ser dañosa al objeto amante y al amado ; en
tal caso es una infraccion simultánea de las leyes de
la prudencia y benevolencia . Puede ser perniciosa al
que ama , y entonces la prudencia le prohibe su ejer-
cicio. Sin ser dañosa al que ama , puede serlo á la
persona amada , y en tal caso es maléfica. Del mismo
modo cuando los placeres de uno de los dos son mas
que contrabalanzeados por las penas del otro , hai
una pérdida pura de dicha , y por consiguiente de
virtud. Cuando la amistad es orígen de ventajas mú-
tuas , hai en ella ejercicio de prudencia y benevo-
lencia hasta la concurrencia de estas mútuas venta-
58

jas , suponiendo siempre que las consecuencias de las


palabras ó acciones , que son el origen de estas ven-
tajas , no se estienden mas allá de los individuos en
cuestion; porque sea cual fuere el resultado de dicha

que esta amistad les procura , no será virtuosa , si


destruye en otro mas dicha de la que da á ellos
mismos.
12 La urbanidad. Esta es una virtud mui dudo-
sa. Aquella parte de la urbanidad que se llama buen
carácter ó buên natural , es un elemento individual,
que hace parte de la constitucion física del individuo,
y no le podria convenir el dictado de virtud ó vicio.
Cuando la urbanidad es el resultado de un esfuerzo
que tenga por objeto dar placer á otro , cuando tiñe
de dulzura la palabra ó accion , cuando las cosas agra-
dables las hace aun mas , y evita en lo que puede ser
penoso á otro , toda infliccion de pena inútil ; cuando
en una palabra se reviste del carácter de la benevo-
lencia , entonces , y solo entonces es virtud ; pero no
tiene virtud fuera de la benevolencia , y en ésta consis-
te cuanto tiene de virtud. La urbanidad tiene dere-

cho á llamarse virtud cuantas vezes tiene por sobera-


na y por guía la benevolencia efectiva , con la con-
dicion de que la suma del placer sacrificado por la

prudencia , no esceda la del placer ganado por la be-


nevolencia.

Los mas distinguidos escritores han dado de la mo-


ral ideas tan vagas , definiciones tan incompletas , que
seria fácil describir la imprudencia é improbidad , y
manifestar cuantas relaciones tienen con las cualida-
des , á las que dan esclusivamente el nombre de vir-
59

tudes. Véase por ejemplo cuáles son los rasgos dis-


tintivos , en los cuales quiere Hume en sus Ensayos,
que se reconozca una disposicion virtuosa. « Esto es,
dice , lo que nos induce á obrar y á ocuparnos , lo que

nos hace sensibles á las pasiones sociales , fortifica el


corazón contra los asaltos de la fortuna , reduce las
afecciones á una justa moderacion!, hace que nos com-
plazcamos en nuestros propios pensamientos , y nos
inclina mas á los placeres de la sociedad y conversa→
cion , que á los de los sentidos. »
Fácil seria probar que entre estas cualidades , ape-
nas hai una que sea necesariamente virtuosa , apenas
una que no pueda ser aplicada á la produccion de la
desdicha. La actividad y ocupacion pueden ser dirigi-
das á objetos dañosos , lo mismo que á objetos útiles.
Las pasiones sociales pueden ser copiosos manantiales
de imprudencia y perversidad ; la moderación y afec-
tos pueden ó no ser loables. ¿ Por qué , en lugar de
ser moderadas , no habian de ser maximizadas las afec-
ciones virtuosas ? El modo de hacer que nuestros pen-
samientos nos agraden , consiste demasiado frecuen-
temente en nutrirlos con alimentos culpables : no hai
pensamientos que gusten mas que los de desarreglo.
Cuanto á los placerés de la sociedad y conversacion
que deben preferirse á los de los sentidos , á no ser
que se coloquen bajo la dirección de la prudencia y
benevolencia , su ejercicio puede ser dañoso al enten-
dimiento y viciar las simpatías benévolas.
¿ Pero qué tiene de estraño que Hume haya caido
en el error , cuando da por base á la conducta vir-
tuosa un sentido de virtud , un sentimiento que no
60

puede producir resultado alguno ? « Una accion , dice,


es virtuosa ó viciosa , porque su vista causa un pla-
cer , ó una incomodidad de una especie particular."
III , 28. ¿ Pero qué accion hai que no produzca sen-
timientos diversos en hombres diferentes ? « Tenemos,
prosigue , el sentimiento de la virtud , cuando la con-
templacion de un carácter nos hace esperimentar una
satisfaccion de una especie particular. En el sentimien-
to mismo es donde residen nuestros elogios y nuestra
admiracion. No por eso concluimos que un carácter
es virtuoso en el hecho solo de agradarnos ; sino que
sintiendo que nos agrada de una manera particular,
sentimos en efecto que es virtuoso . Lo mismo sucede
en los juicios que formamos sobre lo bello en todo
género , como tambien en materia de gusto y sensa-
cion ; nuestra aprobacion está comprendida en el pla-
cer inmediato que nos causan estas cosas. »
Es estraño realmente que el mundo haya poseido
este nuevo sentido , este sentido moral , y haya aguar-
dado al último siglo para pensar en él. Y pues el
ejercicio de este sentido es un placer , su inventor
tiene derecho indisputable á la recompensa que Jer-
ges y Tiberio habian prometido á quien inventase un
nuevo placer. Pero si este sentido es inato y orgáni-
co , debe ser tan fuerte en la vida salvaje como en
la civilizada. ¿ Es esto lo que se pretende?
Hume llegó á vislumbrar la luz de la verdad. Hi-
zo brillar la antorcha de la utilidad, y ha hecho ver
á su claridad cuál es el motivo y mérito de la justi-
cia. Pero no pasó de allí , como si no conociese el
valor de su descubrimiento. Sin embargo no hai en
61
Hume ni obstinacion ni artificio impostor. No se
habia casado en particular con sistema alguno , y en
cada línea de sus obras respira una dulce filosofía.
- Pero este sentido moral , en lugar de dar una so-
lucion , no es al fin mas que un artificio para evitar
el darla. En efecto no suministra medio alguno para
distinguir lo verdadero de lo falso , el deber de lo
que no lo es. No da respuesta alguna á la siguiente
cuestion. ¿ Debo hacer esto , ó no? Puede suceder que
diga indiferentemente sí ó no. Suponiendo que el
partidario del sentido moral dijese no , le pregun-
tasen por qué , su única respuesta seria , mi sentido
moral condena esta accion. Si el interrogador le pre-

guntase entonces qué entiende por sentido moral , na-


da tendria que responder , sino que la accion de que
se trata', es una de aquellas cuyo cumplimiento causa
dolor; si le estrechaban á que diese la prueba de es-
te dolor, responderia que todos los hombres de bien
y sábios lo sienten ; pero seria mas exacto y verda-
dero decir que lo siente él. En el primer caso des-
carga la cuestion sobre la autoridad , la cual corta,
pero no desata el nudo gordiano , y hace arbitraria
toda moral : en el segundo , la razon que me dá pa-
ra persuadirme á no hacer esta accion , es que si la
hiciese él , le seria penosa. Si me probase que esta
accion debe ser penosa á mí , ya seria algo ; mas
puntualmente es todo lo contrario lo que suponemos ;
porque si la cosa me fuera penosa , yo no pensaria en
hacerla , ni á él le dirigiria pregunta alguna.
Ademas , la existencia del sentido moral , sino es
orgánica ó intuitiva, faltará justamente donde es mas
TOM. II. 5
62

necesaria , es decir , en los que no lo tienen. Esplica-


rá lo que ya se sabia , y dejará lo demas en una .os-
curidad tan profunda como antes. Es una medicina,
que no puede producir sus efectos sino sobre aque-
llos que gozan de perfecta salud , y nosotros cono-
cemos bien al que dijo aquella palabra, cuya sabidu-
ría nadie hasta el presente ha puesto en duda : No
necesitan médico los que están sanos.
Seria inútil empeñarnos en dar á la moral por
base la declamacion , y fundar teorías en hechos
opuestos á todo cuanto sabemos. ¿
ઠં De que se pruebe
que la virtud no es desinteresada , se seguirá que no
sea virtud ? No por cierto. ¿ Levantarémos el edifi-
cio de la moral sobre la base de la verdad , ó sobre
la de la mentira? Responded , amigos de la verdad.
Pueden ser los hombres lo que quieran , nosotros
debemos conocerlos como son: un retrato adulador

é infiel no corregirá el original. Aunque fueran peo-


res de lo que son , siempre seria útil estudiarlos pro-
fundamente ; porque toda regla y argumentacion fun-
dada en una estimacion errónea , debe ser vana y

perniciosa en proporcion de los errores de esta esti-


macion. El conocimiento del hombre debe ser bené-
fico al mismo hombre . Las épocas de la mas grosera
depravacion lo han sido de la mas crasa ignorancia,
y jamas ha habido tantos ejemplos de vicios feos y
contagiosos, como en los tiempos en que se predicaba
con mas zelo , y se hacian con el mayor escrúpulo
espantosos é inútiles sacrificios de dicha.
Los que hablan , y los que hacen leyes en la supo-
sicion de que el hombre ha de obrar en contra de
63

sus conocidos intereses , hacen de la moral una fábu-


la , y un romance de la legislacion . Sus preceptos
son ilusorios , sus espedientes inútiles.
Entre todos los sistemas de moral presentados á

la sancion del género humano , ¿ cuál hai mas hono-


rífico á sus defensores que el deontológico ? Siendo
irreprensible , tampoco pide gracia ; no tiene defectos
ocultos que deba cubrir con el barniz del sofisma, ni
misterios inesplicables que cobijar bajo la égida de
la autoridad. Contiene en sí mismo los elementos de
su perfeccion ; no pone dique á las investigaciones de
los que están dispuestos á seguir la verdad y la vir-
tud en el laberinto moral , en donde tal vez las ha
metido la preocupacion , ó el interes mas fuerte que
esta. Nadie debe avergonzarse de confesar en toda
ocasion el deseo de ser gobernado en su conducta
por las doctrinas de la utilidad ; y haciendo esta de-
claracion, puede contar con la simpatía de un gran
número , porque no se puede negar que la sancion
moral está fundada en el reconocimiento de estas

doctrinas. El código deontológico regula y armoniza


la opinion popular , que siempre está pronta á dar á
su voz una obediencia espontánea. Es la lei de la so-
ciedad coordinada y resumida sistemáticamente con
algunas ligeras alteraciones necesarias á la armonía
y unidad del todo.
Mas cuando un sistema de moral propone al hom-
bre un grado de perfeccion superior á aquel , hasta
el cual puede tener motivos para elevarse , semejan-
te sistema es falso é inconsistente.

Si la conducta que propone á los hombres en ge-


64

neral no es en la naturaleza misma de las cosas prac-


ticable sino por un corto número de individuos , este
sistema es falso é inconsistente.
Si propone al hombre seguir una línea de con-
ducta que no le es posible seguir , á la cual no le
inclina ninguna sancion de placer , ni amenaza de pe-
na; si , en una palabra , pide al hombre que haga
mas de lo que puede hacer , el tal sistema es falso
é inconsistente .

Mas para que la utilidad sea la base de la apro-


bacion concedida á una acción , no es necesario que
todos cuantos la aprueban sean capazes de esplicar
su utilidad , ó que cuantos la desaprueban hayan co-
nocido el riesgo , y se hallen en estado de hacerlo
conocer á los demas. Este riesgo lo conoce un hom-
bre , desaprueba el acto en cuestion , manifiesta su
desaprobacion : su ejemplo forma autoridad. Decla-
ra que la accion es mala , culpable y dañosa ; que
nadie tiene razon para aprobarla , á lo menos en
otro, y se le cree sobre su palabra. Establécese la
opinion general de que esta accion es mala y debe
desaprobarse y es generalmente desaprobada. Una
vez establecida la desaprobacion contra esta accion,
ofrécese á un individuo la ocasion de considerar si
cometerá este acto ó no. Concluye negativamente.
¿ Por qué ? Porque reflexiona que la accion es des-
aprobada. Cometerla seria granjearse la mala volun-
tad de las personas que la desaprueban. Se absten-
drá pues. ¿ Será acaso porque conoce que es per-
niciosa ? No ; él no trata de saber si lo es ó no.
¿ Qué necesidad tiene de estender hasta allá su refle-
65

xion? Si se empeñase en averiguar lo que tiene de


dañoso el acto en cuestion , tal vez no lo hallaria .
Lo que ha formado la base de su desaprobacion no
fué la naturaleza perniciosa de la accion en sí mis-
ma, sino la desaprobacion general de que es el ob-
jeto. Pero ¿ en qué se funda esta desaprobacion ge-
neral ? En la esperiencia particular que se hizo del
carácter pernicioso de esta accion,
Aun en el caso de haberse reconocido este carácter
pernicioso , semejante conocimiento no serviria de ve-
hículo inmediato á su conducta. Sus motivos serian
tomados de la idea de los placeres y penas que deben
resultar de ellos ; es decir de las penas que provienen
del mal querer de los hombres , y que no dejaria de
granjearse , haciendo una accion que desaprueban .
Todo concurre á hacer habitual este modo de ra-

ciocinar ; tan habitual y tan rápido , que llega á ser


una especie de instinto ; es una leccion que recibi-
mos casi en cada momento de nuestra existencia.

¿ Cómo estrañarémos ya que nos sea tan familiar,


cuando sabemos lo que puede la práctica en el ejer-
cicio de las artes mas difíciles?
Lo que mejor puede servir á los intereses de la
moral , es el hábito de comparar las consecuencias
de las acciones , de pesar sus resultados de pena y
placer , y de valuar el total del provecho ó pérdida
de la dicha humana. El mas hábil moralista será el
que mejor calcule , y el hombre mas virtuoso , el
que aplique con mejor suceso un cálculo justo á la
conducta. No siempre será posible llegar á este fin
sin hacer algun rodeo, sin traer motivos ó consecuen-
66

cias mas o menos distantes. El primer elemento del


suceso es proponerse una conducta virtuosa.
Proponerse supone un juicio. El juicio es la ac-
cion de comparar dos ideas á un tiempo , y decidir

si la una es ó no conforme á la otra.
Cuando uno juega á las bochaș , se le ve balanzear
algun tiempo hácia adelante y atras la mano que
sostiene la bola , antes de tirarla. ¿ Qué es lo que pasa
en su espíritu durante este tiempo ? Coloca las fuer-
zas motrizes de su mano en una infinidad de situacio-
nes diferentes ; ajusta las fibras musculares de su mano
y brazo á sus diversos grados de tension, Pasa revis-
ta á todas estas combinaciones á fin de encontrar la
que le suministra su memoria y que en circunstan-
cias paralelas de distancia , ha logrado el efecto desea-
do , que es tocar el blanco á donde la bocha debe ir.
He aquí una infinidad de juicios pronunciados en
el espacio de algunos minutos , porque entre todas
las combinaciones que ha ensayado antes de llegar á
la que le decideá disparar la bola , no hai una si-

quiera , que no haya juzgado diferente de las que su


memoria le recordaba como modelos.

La porcion verdaderamente práctica de la moral


consiste en conducir los resortes de nuestras accio-
nes , y dirigirlas al acrecentamiento de la felizidad
humana. Estas afecciones , como hemos tantas vezes

repetido , son ó personales , ó sociales , ó disocia-


les ; refiriéndose cada una al placer y á la pena , y
obrando sobre los motivos , intereses , deseos é inten-
ciones. La cuestion de virtud ó de vicio se repre-
senta casi en toda ocasion como un mal ó un bien
67

presente , puestos á la vista de un bien y un mal


futuro. Cuando el resultado final está bien calcula-
do , hai moralidad ; si está mal calculado , hai in-
moralidad. La eleccion entre lo que es y lo que será

constituye en efecto todo el problema que se ha de


resolver , y las leyes de la moral entran en accion
desde el momento que la voluntad influye en la
eleccion de la conducta, El imperio del espíritu so-
bre sus propias operaciones es la única base en que
pueda elevarse la teoría de la moral. Lo mismo
que hablar á un árbol ó á un peñasco , seria diri-
gir la palabra á motivos que no pueden ponerse
en accion, Arrancar los placeres y penas de los asi-
los que los abrigan ; manifestar los vínculos de rela-
cion y dependencia que los unen á la conducta ; po-
ner los intereses mayores en estado de prevalecer
sobre los menores ; tal es el cargo del verdadero
moralista. Une á los actos sus consecuencias de bien
y de mal ; aclara las ideas vagas y oscuras , hacién-
dolas entrar en el dominio de la dicha y desdicha;
resuelve con el ausilio de la regla de la dicha defi-
nitiva todos los problemas que la vanidad y la au-
toridad apoyada en ella querrian poner fuera del al-
canze de un exámen escrupuloso , y así es como sir-
ve á la causa de la verdad y virtud. Esta causa es tan
sencilla que todos pueden comprenderla. Prudencia é
imprudencia , probidad é improbidad ; beneficencia y
maleficencia; he aquí en seis palabras la lista de las
únicas virtudes que reconoce , de los únicos vicios que
condena. Fuera de estas cualidades simples é inteligi-
bles , no hai mas que incertidumbre y misterio.
68

II.

PRUDENCIA PERSONAL.

DESPUES de haber atravesado en nuestra marcha

algo irregular el dominio de la moral práctica , de


modo que presentásemos una ojeada general del sis-
tema de utilidad , despues de haber demostrado ó
procurado demostrar que no hai sino dos clases de
virtudes , á saber , las prudenciales ó benéficas , no
nos queda ya que hacer , sino desenvolver la discipli-
na intelectual , propia para dar á la prudencia y be-
neficencia toda su eficazia en la creacion de la dicha.
La prudencia , como hicimos ver , se divide natural-
mente en dos ramas; la primera comprende la pru-
dencia que no toca sino á nosotros , la que se refiere
á actos , cuya influencia no tiene relacion sino con su
autor , en una palabra , la que concierne al individuo
en sus relaciones consigo mismo, y no con la sociedad.
La segunda comprende la prudencia prescrita al in-
dividuo por consecuencia de sus relaciones con sus se-
69

mejantes ; esta va íntimamente unida á la benevolen-


cia , y en especial á la benevolencia de abstinencia.
Las prescripciones de la prudencia puramente perso-
nal , son las primeras que solicitan nuestra atencion .
La materia es menos complicada , el poder del in-
dividuo sobre sí mismo mas completo. En lo que con-
cierne á él , puede el individuo llegar de un modo mas
fácil é inmediato á la valuacion de la pena y del
placer , y la luz vertida sobre esta parte de la mate-
ria contribuirá á aclarar las dificultades aparentes de
lo restante..

La prudencia personal comprende en su dominio


los actos y pensamientos , ó mas bien los actos inte-
riores ó esteriores ; porque los pensamientos no son
otra cosa que acciones interiores ó mentales. Sus le-
yes dirigen al individuo en la eleccion de las accio-
nes y pensamientos por el interes de la maximizacion
de su dicha,
Cuanto á los actos esteriores , lo que puede hacer
la prudencia es elegir entre lo presente y futuro , con
la mira de aumentar la suma total de la dicha , y
dar la preferencia á un placer mayor futuro sobre
un placer menor actual. Mas de dos porciones de
dicha de igual grandeza , una presente , otra que no
lo sea , la porcion presente tendrá siempre mas valor
que la futura ; valuándose el placer venidero en ra-
zon de su proximidad , y en caso de incertidumbre
por la medida de esta.
Si la cuestion no es dudosa ; si se presentan dos
porciones de dicha iguales en valor y distancia , ó
iguales en valor á pesar de la distancia , la virtud
70

nada tiene que hacer al elegir entre las dos : es ya


cuestion de gusto , no de virtud.
En el dominio de la prudencia personal como he-
mos notado , se colocan tambien muchas de las virtu-
des , que tanto Aristóteles , como los que lo han to-
mado por guía , han puesto hasta el presente en la
misma categoría que la prudencia , y cada una de las
cuales no es otra cosa que la misma prudencia , ya
bajo una forma , ya bajo otra , y exige para su ejer-
cicio el sacrificio de lo presente á lo futuro. Estas
virtudes son la templanza , continencia , fortaleza,
magnanimidad y verazidad . Quitad la prudencia , y
lo que restare nada será. Si despues de quitada , que-
dare alguna cosa , esta no podrá ser sino benevolen-
cia ; todo lo demas , cualesquiera que sean sus pre-
tensiones al nombre de virtud , no seria sino impos-
tura. Si el interes de los demas es afectado en el ejer-
cicio que hacemos nosotros mismos de las virtudes
prudenciales , la prudencia no es puramente personal,
sino estrapersonal. Pero si el sacrificio exigido por
una accion no debe producir , sea para nosotros , sea
para otro , una dicha mayor que la sacrificada , este
sacrificio no es otra cosa que ascetismo ; es el opues-
to á la prudencia , es el resultado de una ilusion , es
un cálculo falso , ó mas bien falta de todo cálculo ; es
en fin ceguedad ; porque sacrificar una porcion ó la
menor porcion de placer con otro fin que el de ob-
tener en cambio mayor cantidad de placer ó para sí
ó para otro , no es virtud sino locura ; y contribuir
ó esforzarse en contribuir á que otros renuncien una
porcion de placer , con otro fin que el de obtener en
71

cambio mayor cantidad de placer , 6 la esencion de


una cantidad de pena mas que equivalente ; no es vir-
tud , sino vicio ; no es benevolencia , sino malevolen-
cia ; no beneficencia , sino maleficencia.

Sperne voluptates , dice Horacio , nocet empta do-


lore voluptas, « Menosprecia los placeres ; el placer
no se compra sino á precio del dolor.» He aquí un
precepto prodigiosamente absurdo , si se toma al pie
de la letra ; pero este absurdo no estaba en la cabeza
del poeta , y jamas trató de inculcarlo á sus lectores.
Lo que le ocupaba era J el verso , no la moralidad ; y

cuando hai que escoger entre la verdad y la rima,


entre lo útil y agradable , ¿ qué poeta haria sino lo
que hizo Horacio ? Lo que este llevaba siempre á la
vista , es lo que nosotros mismos hemos enseñado.
Utilitas , dice en otra parte , iusti prope mater et
æqui. Aquí felizmente van de acuerdo la armonía y
el buen sentido ; aquí se presenta el principio de uti-
lidad como regla del bien y del mal en términos
cuya significacion es bastante clara , aunque la espre-

sion sea bastante incompleta. ¿ Qué es la utilidad, si-


no una cosa que tiene la propiedad de producir el
placer , é impedir la pena?
En el dominio de la prudencia puramente perso-
nal , siendo los placeres de los sentidos los mas inten-
sos y los mas imperiosos en sus exigencias , son espe-
cialmente los que requieren la mas prudente y aten-
ta apreciacion de las penas que les corresponden.
Aquí los consejos del médico y del economista pueden
reemplazar á los del moralista. La eleccion versa fre-
cuentemente entre el goze de un momento , y el do-
72

lor de largos años ; entre la satisfaccion de la pasion


de un dia , y el sacrificio de toda una existencia ; en-
tre una estimulacion pasajera de los órganos vitales,
y las próximas consecuencias de enfermedad y muerte .
Los desarreglos de las pasiones sexuales son la
mas abundante fuente de los crímenes y desgracias
del mundo. Guerry en su Estadística moral de la
Francia , dice que una trigésimatercia parte de los
atentados contra la vida , sucede en los lugares infa-
mes ; una cuatuordécima de los crímenes de incendio,
una gran parte de los duelos , la mayor parte de los
casos de locura , todos los infanticidios , y casi todos
los suicidios entre los jóvenes provienen de la inmo-
ralidad de las relaciones sexuales. La debilidad de la

fuerza de la opinion pública en esta parte del domi-


nio de la conducta reclama un remedio pronto ; y
Mr. Guerry concluye con mucha razon : que cual-
quiera opinion que se forme de la inocencia ó cul-
pabilidad de la infraccion de las leyes de la castidad,
ha habido muchísimo descuido en averiguar sus con-
secuencias físicas ; porque , añade , con cuanto mayor
atencion se examine la cosa , tanto mas nos conven-
cerémos que las miras de verdadera utilidad , y los
deberes morales son cosas inseparables é idénticas.
Pero los placeres del sexo están en la misma ca-
tegoría que todos los otros placeres , y el principio
deontológico puede únicamente colocarlos sobre su
base verdadera.

Es cierto que el ascetismo bajo el nombre de re-


ligion se ha declarado contra ellos ; y por una con-
secuencia de este dogma falso y pernicioso , de que
73
no se puede comprar el favor del eielo sino con el
sacrificio del placer , se ha escogido con preferencia
para este sacrificio el mas seductor de todos los pla-
ceres. Fué una terrible invasion del dominio de la
virtud el establecimiento del axioma religioso ; que
estos placeres son en sí mismo inmorales , odiosos á
la divinidad ; y que abstenerse de ellos es una cosa
meritoria. Solo levantando una nube de confusion en-
torno de la palabra castidad , se ha logrado erigir en
virtud la abstinencia de gozes en todas ocasiones , y
sin considerar el resultado definitivo , sea en bien, sea
en mal.

¿ La castidad es virtud ? No hai duda , y mui meri-


toria. ¿Y por qué ? No porque disminuye , sino por-
que aumenta los gozes.
¿ La templanza no es virtud? Seguramente lo es
¿ Pero por qué ? Porque modera el goze y lo detiene
en aquel grado de sabor , que junto todo , añade algo
á la masa de la dicha.
¿ La modestia que prueba la castidad , y que es una
ramificacion de ella , qué es sino una invencion para
aumentar el placer ? La modestia ordena el misterio ,
el misterio estimula la curiosidad , la curiosidad agui-
jonea el apetito , y así se hace mas vivo el goze que
precedió al deseo.
En realidad la modestia es al uno de nuestros ape-

titos sensuales lo que al otro los amargos y ácidos.


Contribuyen á hacerlos gratos y saludables no por
la afinidad , sino por el contraste. Si crean pasaje-
ramente una sensacion desagradable , producen en
definitiva mayor suma de sensaciones agradables , que
74
no se hubieran tenido sin su socorro. Si á un placer
del paladar sustituyen un gusto desagradable , es pa-
ra crear un placer mayor y mas durable.
En efecto la templanza ; la modestia ỳ la castidad
se encuentran entre los mas eficazes manantiales de
delicias. Hacen parte de aquellos mismos placeres

que aumentan y purifican , los que sin ellas pierden


la mayor parte de su valor , y se hacen casi insigni-
ficantes.

Es cosa estraña , que tan evidente resultado haya


escapado á la penetracion de toda la caterva de mo-
ralistas , y haya sido hasta tal punto desconocido y
desfigurado el uso de estos instrumentos . La fuerza
destinada á aplicarse al resorte de la accion con el
solo objeto de acrecentar y fortificar su actividad , se
ha representado como destinada á romper este resor-
te , y así es como los medios que puso la Providen-
cia en manos del hombre para crear la dicha , se han
empleado en déstruirla. Estos moralistas se parecen
mucho al cirujano , que para curar un grano cortasé
un brazo .

Se ha dicho de un modo que parece paradojal , que
la religion es el egoismo llevado al mas alto punto;
se puede decir con igual razon , que la modestia es
un refinamiento de deleite. Tan fútil es la distincion,
tan absurda la diferencia , tan funesto el divorcio es-
tablecido entre el interes y el deber , entre lo virtuo-
so y lo agradable.
Los actos que entran en la parte de la prudencia,
que examinamos en este momento , son ó aislados y
de consiguiente hechos sin testigos , ó ejecutados en
75

presencia de otros. Pueden dividirse pues en casos


secretos y patentes : estos que se pueden saber , los
primeros , que es imposible conocer.
Los que se hacen sin testigos , son ó actos interio-
res , es decir pensamientos , en cuanto estos son vo-
luntarios , ó esteriores , susceptibles de ser ejecutados
en presencia de otros. Hai acciónes , que aunque éjé-
cutadas en presencia de otros , son para ellos objeto
de completa indiferencia , y por consiguiente no caen
bajo el exámen de la prudenicia estrapersonal , ó de
la benevolencia. Cuando un acto es enteramente in-
ofensivo para otro , entra bajo el imperio de la sancion
física ó patológica. Cuando es ó puede ser ofensivo,
puede estar cometido á la aplicacion de la sancion re-
tributiva , es decir , de la sancion popular ó moral , y
de la sancion política, que comprende la sancion legal.
Mas los actos que no es posible conocer , ó qué
por lo menos no se conocen por sí mismos , pueden
revelarse por sus consecuencias , y estas pueden ser
materiales ó inmateriales.

Si un acto es desconocido , y no va acompañado


de circunstancias materiales , entra el dominio , no de
la moral , sino del gusto. Un hombre es perfectamen-
te libre de hacerlo , y cualquier partido que adopte,
nunca podrá faltar. Si tiene delante una manzana y
no teme una indigestion , puede comerla ó no comer-
la , tomarla con la mano derecha ó con la izquierda.
Si tiene delante una manzana ó una pera , puede co-
mer antes , sea la manzana sea la pera. La Deontolo-

gía nada tiene que ver con su conducta en este par-
ticular.
76
Pero cuando de una accion resultan consecuencias
materiales , entonces comienza la jurisdiccion de la
moral. Allí pueden hallarse juntos dos intereses ; el
interes del momento y el del resto de la vida . Allí
puede presentarse la tentacion : puede ser necesario
hacer un sacrificio , el de lo presente á lo futuro , ó
el de éste á lo presente .
Entonces se ofrece la cuestion : ¿ De dos sacrificios
cuál cuesta mas ? Supongamos que la manzana haya
podido producir una indigestion : ¿Será prudente com-
prar la satisfaccion inmediata y actual de comer es-
ta manzana á costa del sufrimiento venidero que ha

de producir la indigestion? Sino hai riesgo de ésta,


no es necesario sacrificio alguno . Comer la manzana
es un placer , del cual no resulta pena , y que cons-
tituye un provecho limpio. Pero si hai que temer la
indigestion , desde luego es preciso estimar el valor
comparativo de la pena y del placer , y la necesidad
del sacrificio personal será subordinada al escedente
obtenido.
Lo mismo decimos de la cuestion siguiente : ¿ Co-
meré hoi vaca ó carnero ? El precio es el mismo ; los
gastos de guiso iguales : solo es cuestion de gusto.
Pero suponiendo que el carnero vaya mas caro que
la vaca , y que en consecuencia de mis medios pecu-
niarios no me sea indiferente la cuestion del precio,
hai aquí lugar evidentemente al ejercicio de la pru-
dencia ; pero si luego suponemos que mi mujer tiene
vivos deseos de comer carnero , y que su situacion
exige que no la contrarie en sus deseos , entonces la
prudencia se reune á la benevolencia , aun á espen-

1
77

sas de una parte de la comida del dia siguiente , para


decidir en favor del carnero .
Para subordinar nuestros pensamientos á nuestra
dicha hai que seguir dos reglas:
1a Desechar los pensamientos penosos.
2a Buscar los pensamientos agradables.
Mas adelante tratarémos de los pensamientos que
tienen por objeto influir en las acciones. Refiérense á
la parte de la prudencia , que se ocupa en la eleccion
de los medios. Tales son los pensamientos que remon-
tan á lo pasado con el fin de buscar allí enseñanza
para la conducta futura.

La primera leccion que da la prudencia personal


en la direccion del pensamiento es negativa ; nos en-
seña á evitar los pensamientos que traen consigo al-
go de penoso. La leccion que nos da luego , es posi-
tiva; quiere que provoquemos los pensamientos , á los
cuales va aneja una satisfaccion personal. En ambes
casos la prudencia exige que el apartamiento de ideas
penosas , y la creacion de pensamientos agradables
no vayan acompañados de la infliccion de una pena
mayor que la que se ha evitado , ó del sacrificio de un
placer mayor que el que se ha obtenido . No andeis á

caza de pensamientos penosos, creyendo que los podreis


orillar , ó con la esperanza de poder desecharlos. Este
seria el medio mas á propósito , no para alejarlos , sino
para fijarlos con mas intension. No busqueis sino pen-
samientos agradables : por este medio lograréis á un
tiempo procuraros estos pensamientos agradables , y
mantener distantes los penosos ; porque sucede en el
espíritu lo mismo que en la materia , que un mismo
TOM. II. 6
78

espacio no puede estar ocupado por dos objetos á la


vez. Es verdad que pueden dos ó mas objetos suce→
derse con una rapidez maravillosa ; pero sucederse no
es coexistir. Sucesion no es simultaneidad.

Los pensamientos llegan á nosotros sin que los bus-


quemos , y á muchos espíritus se presentan mas pron-
to los pensamientos aborrecibles que los agradables.
Es necedad buscarse males inútiles. Demasiado se ven-
drán los pensamientos penosos , si es que han de ve-
nir ; pero no acrecenteis su número inútilmente , no
apresureis su venida , y rechazadlos tan pronto y tan
lejos como podais.
Lo pasado , separado de lo presente y futuro , es in-
útil ; porque lo pasado , presente y futuro no pueden
interesarnos ó instruirnos , sino en cuanto nos sumi-
nistran materiales de donde podamos estraer bienes;
siendo pues lo pasado irrevocable , los sucesos y opi-
niones que lo siguen , no pueden ejercer sobre ello
influencia alguna. Pero en lo pasado es donde única-
mente reside la esperiencia , y de allí solo pueden ob-
tenerse los resultados útiles para el gobierno de lo
futuro. Si esceptuamos las lecciones que nos da lo
pasado , la mayor parte de sus recuerdos son penosos.
Su historia es en gran parte una historia de priva-
ciones. Si el espíritu puede tener disposicion bastan-
te feliz , para hacer de estas privaciones un manan-
tial de recuerdos agradables , habrá contribuido á su
dicha , fijando en ellos el pensamiento. La memoria
de lo pasado , que ya no existe , es ordinariamente
triste y dolorosa. Nosotros no establecemos un cál-
culo imparcial entre lo que teníamos y no tenemos,
79

y lo que tenemos al presente. Casi siempre exagera-


mos la importancia de lo que es ya perdido é irre-
vocable , porque lo hemos perdido irrevocablemente ,
al paso que tenemos una disposicion natural á despre-
ciar el valor de la posesion presente. En fin la regla
mas segura es aplicar lo menos posible nuestra aten-
cion á las escenas y acaecimientos pasados. Cada cual
puede no obstante ponerse ciertas escepciones . Hai
pensamientos de gozes pasados que dejan tras sí im-
presiones agradables , aun sabiéndose que son irrevo-
cables ; igualmente rememoramos alguna vez con di-
cha y alegría los lancés dolorosos de que hemos es-
capado. Hai una clase de reminiscencias , que nada
tienen que no sea pernicioso ; tales son los pesares
inútiles , que consisten en soñar en lo que hubiera po-
dido ser , si lo que fué no hubiera sido.

No hai pesares que puedan cambiar lo pasado ; y


sino es con el fin de hacerlos provechosos para lo
porvenir , la prudencia exige que los desterremos del
pensamiento. El siguiente pasaje de Shakespeare con→
tiene una verdad filosófica mui profunda.

All regrets are vain , and those most vain


Wich, by pain purchased , do inherit pain.

«Inútiles son los pesares ; y aun mucho mas aquellos ,


en los cuales á costa de unas penas se compran otras
nuevas . >> Los acaecimientos pasados en general, y espe-
cialmente los que han sido en algun tiempo de una na-
turaleza penosa , se abrirán ó se esforzarán en abrirse

un camino en la memoria ; y esto será en proporcion


de su importancia y sobre todo de su intensidad. No
80
está en poder del hombre apartar la vista de ellos,
desterrarlos totalmente de su memoria . La atencion
y
por fuerte que sea , el deseo por intenso que pueda
ser , no lograrán impedir la vuelta de recuerdos des-
agradables y dolorosos . En general la voluntad no
tiene poder bastante sobre el pensamiento para des-
viar tales recuerdos .
No obstante el ejercicio puede fortificar y perfec-
cionar esta facultad como todas las demas.
En efecto se ha visto al pensamiento acostumbrar-
se no solamente á sepultar en el olvido dolores pa-
sados , sino tambien á neutralizar la intensidad del
sufrimiento presente. Hánse visto hombres , que en el
momento mismo en que padecian los mas terribles
tormentos , tuvieron el poder de separar su atencion
de la sensacion presente , de modo que se desminuían
considerablemente sus efectos dolorosos. Comparada
con la fuerza de atencion capaz de producir tales
efectos , la que nos es necesaria para apartar de nues-
tra vista la masa de incidentes desagradables , que
se presentan de ordinario á la memoria , nos conven-
cerémos que es mui poco considerable.
Podríase creer que el poder de gobernar el pen-
samiento presupone la ausencia de otras escitaciones
fuertes. No obstante si esta facultad puede ejercerse
á despecho de horribles tormentos , si se ha visto
algunas vezes brillar la calma y aun la alegría en
el seno del sufrimiento , ¿ qué influencia no podrá
producir en el pensamiento una fuerte determinacion?

Cuando una ó muchas ideas ocupan el espíritu , la


voluntad puede tener el poder de conservarlas allí,
81

pero no puede arrojarlas. El espíritu no se vacía


cuando uno quiere ; puede mantenerse lleno , mas no
permanecer en el estado de vacío ; para desembara-
zarse de una idea , no hai otro medio que volver la
vista y apelar á otras, Cuando estas ideas así recha-
zadas son los argumentos de la parte contraria en
una opinion controvertida , es lo que constituye la
decepcion voluntaria , por la cual admitimos las ra-
zones de un lado de la cuestion , y rechazamos las
del otro, De este modo no hai proposicion absurda,
que no pueda llegarse á mirar como verdadera , ni
proposicion razonable , que no pueda ser desechada.
Los instrumentos de esta triste decepcion son el te-
mor y la esperanza ; pero de estas dos pasiones la
mas fuerte que es el temor , es la que ejerce sobre
nosotros un poder despótico.
La cuestion del imperio que un hombre ejerce sa-
bre sí mismo comprende la cuestion de libertad y ne-
cesidad ; y un atento exámen de la materia demos-
trará tal vez que ambos principios coexisten en el es-
píritu humano. La libertad , ó su equivalente que es
el sentimiento de la libertad , existe sin duda é incon-
testablemente ; pero no escluye la existencia de la nece-
sidad. Solamente en virtud del poder de la autoridad ,
del imperio que ejerzo sobre mis propios pensamientos,
y cuya posesion siento en mí á cada instante , es co-
mo escribo ó dicto estas páginas. Mas ¿ cuál es la cau-
sa que me ha hecho emprender este trabajo ? No son
ciertamente estos mismos pensamientos ; es algun otro
que habia anteriormente en mi espíritu , sin que yo
hiciese alguna cosa para traerlo ó mantenerlo allí.
82

Entre los pensamientos penosos , que se esfuerzan


en penetrar en nuestro espíritu , procurad sobre to-
do alejar el recuerdo ó la prevision de males irre-
mediables. Pensad lo menos que podais en los males,
á los que ni podeis aplicar el menor remedio , ni
ayudar á los otros á aplicarlo ; porque cuanto mas
penseis , mas los agravan. Á esta clase pertenecen to-
dos los males pasados. Pasaron ya y nada puede ha-
cer que no hayan existido ; y por mas que querais,
no podeis impedir que haya sucedido lo que ha su-
cedido. Si obrando diferentemente , hubieran podido
prevenir algun mal , en tal caso la prudencia exige
que nuestro pensamiento se detenga allí el tiempo
suficiente para impedir la vuelta de los actos que lo
ocasionaron. Si habeis sufrido una pérdida de dinero,
de poder , ó de cualquier otro objeto de deseo ó de
goze , y es por culpa de vuestra imprudencia ó im-
prevision , recordad á vuestro espíritu esta pérdida,
lo que baste para impedir la repeticion del error de

cálculo que habeis cometido. Pero si este mal no ha


sido efecto de error de vuestra parte , no os acordeis
ya de él , olvidadle lo mas pronto posible ; pues no
lograriais sino daros inútilmente sensaciones penosas,
y este seria el medio de agravarlas aun mas. Acor-
daos siempre que los placeres y las penas forman en
resúmen el capital del bien y del mal en este mun-
do , y la semilla de donde ha de salir el bienestar
futuro. Esta preciosa semilla , en cuanto depende de
nosotros , no debe arrojarse sobre un terreno inepto á
la produccion del bien . Una pena productiva de un
placer futuro puede ser instrumento tan precioso,
83

como un placer que produzca otros placeres. Si de


una pena primera debe nacer un escedente de placer
superior al que produciria un placer primero , esta
pena primera tiene en el cálculo de la dicha un valor
mas grande que el placer primero. Allí está la verda-
dera regla , la verdadera aritmética de la moral.
En resúmen , si el recuerdo de un placer pasado
nos proporciona mas gozes , que penas nos causa el
conocimiento de haber pasado este placer , es sábio y
prudente traerlo á la memoria. Si la satisfaccion de
haber evitado acontecimientos originariamente peno-
sos , si el contraste entre el bienestar actual y el sufri-
miento pasado comunican un escedente de goze supe-
rior al que daria un olvido absoluto , la utilidad
nos manda que procuremos recordarlos, Los espíri-
tus están constituidos tan diversamente , que no es
posible dar con respecto á esto una regla aplicable á
los casos particulares. Hai algunos por ejemplo, á quie-
nes la memoria de los muertos que han amado y
honrado , no causa sino impresiones penosas , y á ve-
zes tambien el mas vivo dolor. No piensan sino en
la privacion de dicha causada por la pérdida de
aquellos á quienes amaban. Para otros al contrario
no hai manantial mas dulce , mas puro , mas durable
de emociones agradables , que la memoria de los sé-
res que ya no existen. El pensamiento de estos se de-
tiene menos en lo que les quita su ausencia , que en
la dicha que les valió su presencia. Por fortuna la
reflexion y el tiempo trabajan de acuerdo en apoyar
las lecciones de la prudencia.
El dolor que gime sobre las cenizas de los muer-
84
tos se mitiga por el sentimiento de su inutilidad. El
espíritu se arranca insensiblemente á las vanidades

de una inútil afliccion ; y el sentimiento , despues de


haberse agotado en las meditaciones vanas , acaba
por ceder á las influencias mas racionales , que hacia
tiempo encargaba la utilidad.

La prudencia puede hasta cierto punto aprobar las


reconvenciones que nos hacemos á nosotros mismos.
Pero cuando pierden de vista el porvenir , no hacen
sino dejar en el espíritu cierta suma de désdicha , que
bajo todos aspectos fuera mejor mantener apartada.
Las reconvenciones de que otros son el objeto , cuando
por otra parte no pueden producir bien alguno , las
reconvenciones concentradas en lo íntimo de nuestro
corazon constituyen la imprudencia pura. Es una pe-
na para nosotros , y los demas no sacan provecho.
Es el primer paso hácia las palabras y actos malévo-
los. Nadie duda que hai casos en que la prudencia
y la virtud juntamente aprueban la manifestacion
del desagrado por palabras ó acciones , ó las recon-
venciones y la porcion de castigo que va unido á
ellas. Pero cuando no es así , cuando la reconvencion
no está destinada á manifestarse por actos , desde luego
no es mas que una pena introducida en el espíritu
del individuo , y este hará bien en no darle entrada.
No debe el pensamiento detenerse en males inevi-
tables. Si puede desviarlos y tiene medios para ello
no debe ocuparse mas. Hai hombres que sacrifican
su tiempo y tranquilidad imaginando males posi-
bles , males que jamas le sucederán , y aun cuando
sucedan , no les harán perder nada de su vigor todas
85

las ansiedades que hayan precedido á su llegada. Es-


tos hombres no habrán hecho mas que añadir las
penas de la anticipacion á las del sufrimiento . Claro

está que aquí no hablamos de las penas anejas á la


conducta ya sea prudencial , ya imprudencial , pues
en pensar en estas consiste la prudencia personal
que enseñamos. Pero atormentar su espíritu con ma-
les imaginarios , figurarse con el pensamiento los tor-
mentos de la piedra , la afliccion de la ceguera , la

privacion de uno de nuestros sentidos , es ocupacion


inútil al paso que funesta. Vemos en el Doctor Johnson
el ejemplo de un hombre á quien hacia desgraciado
frecuentemente el miedo de volverse loco , miedo lles
vado hasta el punto de realizar casi la desgracia mis-
ma que temia , y que paralizando absolutamente una
parte de sus medios de utilidad social , afectaba gra-
vemente la dicha de su existencia.
En la investigacion de pensamientos agradables ¡ qué
campo tan vasto no se abre al investigador! El mundo
entero está delante de él , y no solamente este globo
que habita , sino tambien esos mundos innumerables,
que giran en los campos infinitos del espacio , ó en
las alturas y profundidades ilimitadas de la imagina-
cion. Lo pasado , presente y futuro , todo cuanto hai
de grande , de bueno , de bello , de armonioso , todo
lo que lo ha sido es y será. ¿ Por qué no habia de evo-
car la imaginacion en su presencia las altas inteli-
gencias de los dias que ya no existen ? ¿ Por qué no
entretendria á estos muertos ilustres con los objetos,
sobre que hubiesen gustado discurrir , si su existencia se
hubiera prolongado hasta nosotros? Elegid la parte que
86

querais del dominio de la ciencia en su estado actual


de cultura , y llamad á los sábios de los tiempos an-
tiguos : Colocad á Milton con su alta y sublime filan-
tropía en el centro de los acaecimientos , que apresu-
ran por do quiera la emancipacion de los pueblos;
imaginad á Galileo conversando con Laplace ; haced
entrar á Bacon , sea el monje , sea el canciller , sea á
ambos , en el laboratorio de uno de nuestros grandes
químicos modernos , y que vean los desarrollos ma-
ravillosos producidos por la aplicacion de esta gran
lei filosófica : la esperiencia. Así es como cada hom-
bre segun sus inclinaciones favoritas , posee en sí
mismo un instrumento de dicha que puede perfec-
cionar , que el uso no hará sino fortificar , y que el
ejercicio hará cada vez mas útil, Todas las combina-
ciones de la inteligencia con la materia , las osadas
teorías del genio , el vuelo del pensamiento al través
de la eternidad , ¿ quién puede impedir estos ejerci-
cios de la voluntad creadora del espíritu humano?
¡ Cuán interesantes son estos sueños de la imagina-
cion , que nos trasportan mas allá de las regiones
terrestres á una esfera mas intelectual y elevada! Allá
viven criaturas á quienes se complace el pensamienta
en dotar de las facultades mas espansivas , y de los
sentidos mas perfectos , que haya podido ofrecer la
observacion á los ojos de la ciencia humana. ¡ Cuán
atractivas é instructivas son tambien algunas de las
utopias de una filosofía poética y benévola ! Reglada
y examinada por el principio utilitario llega á ser la
imaginacion un manantial de gozes innumerables.
Aunque las facultades de la imaginacion y del pen-
87

samiento se resuelvan en placeres corporales , y les


estén subordinadas ; la carrera por la cual se estien-
den , es mucho mas vasta que cualquier otra , y mas
variado y sublime el espacio abierto al ejercicio de
la contemplacion. Así como la noche aumenta los
objetos , y la oscuridad agranda todas las cosas , del
mismo modo la imaginacion en sus concepciones va-
gas traspasa de mucho los cálculos de la realidad,
Cuando Milton dice hablando de Satanás :

To this hour
Had still been falling.

Cae, y aun estaria cayendo ahora ; nos da de su


caida una idea mucho mayor que si hubiera estable-
cido de una manera positiva el número de millares
de leguas recorridas por Satanás desde el punto que
comenzó su caida hasta el momento actual. Una va-
luacion exacta espresada con números hubiera hecho
en la imaginacion una impresion menos fuerte. Esta
disposicion á engrandezer todo lo que es desconocido,
es la que forma el encanto principal de los viajes de
descubrimientos . Una certidumbre prevista no pue-
de dar el placer de la sorpresa. El valor pues de
los placeres del pensamiento no es de naturaleza
distinta y opuesta á la de los placeres corporales;
lejos de ser así , los primeros no tienen valor sino
en que ofrecen una imágen vaga y de consiguien-
te exagerada de los gozes que esperan los últimos,
Mas para que haya exactitud en la aplicacion de
unos y otros , debe aplicarse el principio de utilidad,
La ausencia ó presencia de esta es la que establece
88

toda la diferencia que hai entre el órden de los alfi-


leres en la almohadilla de una muchacha , y el de las
estrellas en la esfera celeste de un sábio.
En todos estos casos , y en los que el poder de la
voluntad puede ejercerse sobre el pensamiento , de-
be este dirigirse hácia la dicha. Mirad las cosas por
su lado brillante , por su mas hermosa cara ; no las
mireis sino bajo este punto de vista . Si hai escep-
ciones en el particular , son en mui corto número y
no estrivan sino en la consideracion de que viendo
las cosas bajo un aspecto menos favorable , se prepa-
ra por resultado definitivo mayor suma de dicha ; co-
mo por ejemplo cuando la estimacion exagerada de
una dificultad ó peligro nos obliga á poner en accion
mayor suma de esfuerzos , á efecto de librarnos de un
inconveniente actual. No obstante cuando el espíritu
vuelve sobre sí mismo con complacencia , que mire
al rededor de sí para hallar pasto á su pensamiento ;
cuando descansa de ocupaciones penosas , ó le conde-
nan á la inaccion circunstancias imperiosas , que to-
me todas sus ideas de la region de los placeres , en
cuanto la voluntad puede influir en su produccion
Gran parte de la existencia se pasa necesariamente
en la inaccion ; y para elegir un ejemplo entre mi-
llares que se ofrecen sin cesar , y se reproducen cons-
tantemente ; de dia , cuando vamos á ver á alguno y
perdemos tiempo aguardándole ; de noche cuando el
sueño se niega á cerrar nuestros párpados ; la econo-
mía de la dicha exige , que nos ocupemos en pensa-
mientos agradables. Saliendo de casa, ó estando en
ella , el espíritu no puede permanecer ocioso , los
89
pensamientos pueden ser útiles , inútiles ó dañosos á
la dicha. Dadles la direccion conveniente ; el hábito
de pensamientos agradables se contraerá como otro
cualquiera.
El espíritu , para estar ocupado , debe aplicarse á
resolver cuestiones , á que vaya aneja una crecida su-
ma de dicha ó desdicha. Por ejemplo las máquinas
que abrevian el trabajo , por las perfecciones mismas
y economía que conțienen , producen necesariamente
cierta cantidad de sufrimiento : materia es esta , que
puede ocupar convenientemente el pensamiento be-
névolo. Dícese que Sully , para dar á los pobres un
älivio inmediato , los ocupaba en levantar obras de
tierra en su jardin. Otros han propuesto hacer abrir
zanjas , y llenarlas en seguida , como medio de ocu-
pacion , cuando lleguen á faltar los trabajos ordina-
rios. ¡Qué vasto campo de reflexiones generosas no
ofrece el buscar los medios de añadir á la masa de la

riqueza y dicha pública , el acrecentamiento que re-


sulta evidentemente de la perfeccion verdadera , y al
menor precio posible de pena ; el comprar el bien
permanente al precio de la mas corta y menos du-
rable suma de inconvenientes ; el hacer de modo que
las ventajas que deben repartirse entre el mayor nú-
mero, toquen lo menos posible los intereses del núme-
ro menor ! Puede ser que cuando los desvelos de la
prudencia ilustrada y benévola haya reducido la des-
gracia inevitable á la menor suma posible , se efectúe
casi siempre la transicion , sin provocar contra sus au-
tores los peligros y violencias de que tantas vezes han
sido objeto ; sin alarmar los intereses de aquellos,
90

cuyo trabajo suspende temporalmente su introduccion.


Empeñarse en indicar los proyectos de benevolen-
cia en que puede ocuparse el espíritu , seria imponer-
se una tarea ilimitada ; pero cada cual debe pasar re-
vista de las diferentes especies de males que afligen
la humanidad , para hallar medios de alejarlos ó ali-
viarlos ; debe examinar qué ocupaciones se podrian
hallar para los ciegos , sordo - mudos , mancos de una

ó dos manos ; qué placeres se podrian inventar para


estos desgraciados ; cómo se llegaria á producir el
efecto mas saludable á la sociedad con la menor

cantidad de pena impuesta al culpable ; y otras mu-


chas cuestiones que se ofrecerán fácilmente al pensa-
miento de cada uno. Los pensamientos que tienen por
objeto consecuencias futuras constituyen la espera ó
espectacion ; y de ellas depende gran parte de la di-
cha del hombre.

Si aguardamos un placer , y este no se verifica , la


espectacion es reemplazada por una pena positiva.
Para designar esta pena , la lengua francesa no tiene
sino una palabra compuesta , y es el de attente trom-
pée (esperanza fallida) ; el ingles tiene una mas enér-
gica , y es la de dessapointement , contrariedad.
Es tan importante esta pena en el dominio de la
existencia humana , y tal su influencia en la suma to-
tal de la dicha , que constituye en gran parte la ba-
se sobre que está fundada la lei civil. ¿ Por qué dais
á un propietario lo que le pertenece en lugar de dar-
lo á otro? Porque dándolo á otro que á su dueño,
produciriais la pena de la contrariedad.
Swift ha espresado la necesidad de escluir esta
91

fuente especial de pena con toda la energía de un


axioma , ó mas bien la ha contado entre las bien-
aventuranzas : « Bienaventurado , dice , el hombre que
nada espera, porque no será contrariado.»
De aquí proviene la alta importancia de formar-
nos una estimacion exacta de lo que podemos espe-
rar de los hombres en general , en todos los casos
en que su conducta puede influir en nuestro bienestar.
«Si queremos amar á los hombres , dice Helvecio
en un pasaje que ya citamos , debemos aguardar po-
co de ellos.» Hubiera podido añadir : « si nos amamos
á nosotros mismos.» Cuanto menos aguardemos á que
los demas sacrifiquen sus placeres á los nuestros,
tanto menos espuestos estarémos á la contrariedad ,
y menor será la suma de esta. Y si los demas hacen
efectivamente por nosotros tales sacrificios , nuestra
satisfaccion será mas viva é intensa .

Sea cual sea el placer que nos dé el sacrificio he-


cho ó el servicio prestado , este placer será realzado
por el de la sorpresa , y á la pena de la contrariedad
reemplazará un placer inesperado.
Aunque pues en todas las partes del dominio de
la moral sea de la mas alta importancia no perder
jamas de vista este hecho fundamental , y es que el
sentimiento moral debe inevitablemente subordinarse
al sentimiento personal , aquí es sobre todo donde se
hace mas imperiosa y evidente tal necesidad. Aquel
logrará mejor preservarse de las penas de la contra-
riedad, que se forme una justa idea de la necesidad
de esta preponderancia , que en virtud de la lei inal-
terable de nuestra naturaleza debe conservar la fuer-
92

za de la afeccion personal sobre la de la afeccion so-


cial ó simpática. De esta fuente nacen los derechos
de la propiedad , cualesquiera que sean; y en efecto
todo el mecanismo social no es otra cosa que el reco-
nocimiento de la verdad de este principio.
Naturalmente nos inclinamos á buscar los medios

mas propios para dar al espíritu el poder de domi-


nar sus propios pensamientos. Si existe la facultad de
desterrar los pensamientos de penas , y de introducir
pensamientos de placer , ¿ cómo ejercerémos esta fa-
cultad del modo mas eficaz?
El medio consiste evidentemente en distraer el es-

píritu de los pensamientos penosos y de los objetos


que se les asocian , y en ocuparlo en pensamientos de
placer , y en los objetos mas al propósito para esci-
tar otros semejantes. Es verdad que la espulsion de
los unos , é introduccion de los otros van mui inme-
diatas entre sí , porque si no se tiene á punto un pen.
samiento de placer para reemplazar el pensamiento
penoso que se ha logrado arrojar, poco se ha logrado
para la dicha. No basta que ensayemos espeler del es-
píritu un pensamiento desagradable ; no por eso que-
dará vacío. El pensamiento espulsado será inmedia-
tamente reemplazado por otro , y la balanza de dicha
se hallará entre los esfuerzos del pensamiento que
entra , y los del que sale.
En muchos casos , como cuando los objetos que
nos son desagradables pertenecen á la clase de los
objetos materiales , podemos emplear medios directos;
podemos alejar el objeto mismo ó alejarnos de él.
Cuando la fatal manzana fué presentada á Eva , esta.
93

pudo haber vuelto la espalda , ó dádola al primer


cuadrúpedo frugívoro que hubiese encontrado.
Mas no sucede lo mismo con las impresiones, que
no provienen directamente de los objetos físicos , ό
de las ideas suministradas por la memoria é imagi-
nacion. No podemos librarnos de ellas por medios
directos. El hombre solo tiene un medio de libertarse,
y este es indirecto . Es preciso que desprenda su
pensamiento de la idea que desea arrojar , y lo fije en
otra idea cualquiera de naturaleza diferente. Mien-
tras esto no consiga , no llegará al fin que se propo-
ne , porque la continuacion del esfuerzo que hace pa-
ra librarse de la idea importuna , no hará sino tener
esta constantemente presente y en relieve , mientras
no logre asir otro objeto que la reemplaze.
Así para mantener distante una idea importuna ,
no debe pararse la atencion sobre la misma idea ; pues
seria puntualmente el medio de clavarla mas sólida-
mente en la memoria. Procurad tomar alguna otra
que os interese , y servíos de ella como de instru-
mento para rechazar la primera. Si no conseguís fijarla
en vuestro espíritu , ni se os presenta alguna otra
idea agradable , coged la primera que venga , aun
cuando sea aflictiva , con tal que lo sea menos que
aquella, de que os quereis ver libre. El remedio apli-
cado tiene en este caso analogía con el vejigatorio;
es una pena menos intensa y durable , á costa de la
cual se cura otra pena mas durable é intensa.
Por ejemplo : sois objeto de la cólera de una per-
sona , á la que os unen fuertemente los vínculos del
afecto y de la sangre. Buscais en el tumulto de los
TOM . II. 7
94

negocios un alivio á vuestro dolor. Si vuestro pesar


es profundo , puede suceder que los negocios , aun
cuando fuesen acompañados de infeliz éxito y con-
trariedades , ocasionen alguna diminucion . Pueden así-
mismo poneros en colision con otros individuos , y
de consiguiente , ocupando vuestra atencion , distraeros
del dolor mas grande de que deseais huir.
Pero en tal caso es necesario que la ocupacion que
constituye el remedio á que recurrís , exija de vos
una atencion continua , una atencion sostenida el tiem-
po suficiente para calmar la violencia de vuestro do-
lor ; porque si la ocupacion se acaba pronto , y os
hallais ocioso , y espuesto á la influencia de vuestros
primeros sentimientos , no lograréis vuestro fin. Así
es que si para distraeros de la pérdida de un ami-
go, tomais un libro , sobre todo si este libro es frí-
volo , vuestra atencion será escitada tan débilmente,
que rehusará obedeceros , y en lugar de las ideas que
ofrece el libro , el pensamiento doloroso vendrá á
ocupar su lugar , y se reproducirá á cada página y
á cada línea. No será fuera de propósito recordar
aquí la gran ventaja que ofrece una vida activa y
ocupada sobre la ociosa ; cuánto mas dispuesto está
el hombre apto y ejercitado en una multitud de ocu-
paciones , que aquel cuya aptitud es mas limitada ; y
la diferencia que hai bajo este aspecto entre un es-
píritu ilustrado é instruido , y otro á quien la falta
de cultura ha dejado vacío y estéril. Generalmente á
las personas poco acomodadas ó sin educacion , ó que
tienen mui poca , son las desdichas domésticas mas
dolorosas é - irreparables.
95
Casi no hai ninguno que no pueda cada dia consa-
grar al libre ejercicio del pensamiento mucho tiempo
desocupado ó mal ocupado. Independientemente de
las ocupaciones , que forman la existencia de sus go-
zes , independientemente de las recreaciones necesarias
á la salud, de las horas destinadas á la comida ó
sueño , todos los hombres pueden disponer de cierta
porcion de tiempo , para emplearlo en el libre ejer-
cicio del pensamiento , dándole una direccion moral ,
ó de otro modo una direccion de utilidad y dicha. La
noche , el dia , la mañana y la tarde tienen sus intér-
valos , que pueden emplearse de un modo saludable.
Siempre se pasa algun tiempo entre el momento de
acostarse y el de venir el sueño ó cerrar los párpa-
dos. El sueño mismo no es continuo , y sus interrup-
ciones dejan tiempo á la reflexion. Ademas la locomo-
cion ocupa una parte considerable de la vida del
hombre . ¡ Cuánto tiempo ocupa en pasearse , en tras-
portarse de un lugar á otro ! ¡ cuánto pierde en aguar-
dar ! ¡ Qué millares de interrupciones vienen á sus-
pender nuestros placeres ó negocios ! Todos estos mo-
mentos son preciosos . ¡ Ademas entre las ocupaciones
de los hombres cuántas no hai que consisten en tra-
bajos manuales y mecánicos , los cuales dejan el pen-
samiento libre de vagar por donde quiera ! Al que
aprendió á regular sus pensamientos , nunca faltará
tiempo para ejecutarlos. En la multitud de momen-
tos de que se compone la existencia , lo mismo que
en la multiplicidad de los objetos que reclaman nues-
tra atencion , la reflexion prudencial y benévola sa-
brá hallar siempre tiempo y materia.
96

No será tal vez inútil decir algo sobre esto ; pero


el campo es ilimitado , y cada cual puede hallar en
él objetos de intereses particulares . Todos los hom-
bres pueden emplear. sus pensamientos en buscar los
medios de prevenir tal ó tal mal , y en formar pro-
yectos de ganancia ó de placer ; sino se les ofrece pro-
yecto alguno de esta naturaleza , pueden ocupar su
lugar las esperanzas , y á falta de estas la imagina-
cion presenta sus ilusiones ; la imaginacion á quien
no arredra la improbabilidad ó imposibilidad de la
realizacion de sus sueños cuya vivazidad y encanto au-
mentan los recuerdos individuales .
Cada uno debe conformar las habitudes de su pen-
samiento á las circunstancias en cuya esfera se mue-
ve. Si su pensamiento está ocupado en buscar me-
r
dios de seguridad contra el mal , y no hai que teme
alguno particular , ó del que le sea posible defender-
se , ó al que no haya opuesto las precauciones su-
ficientes , hará bien en apartar su pensamiento de ob-
jetos tan poco agradables. Y aun en el caso de ame-
nazarle estos males , no por eso su atencion deberá
estar fija continuamente en los medios de prevenirlos;
en este particular ha de darse alguna espera ; pues de
lo contrario sus esfuerzos pára prepararse contra un
sufrimiento futuro , tendrian por efecto seguro hacer-
le perpetuamente presente este mismo sufrimiento.
En todos los casos debe el pensamiento dirigirse lo
posible hacia los medios de prevencion ; mas hácia
los males mismos lo menos que sea posible , y solo

en cuanto lo pida la necesidad de combinar estos me-


dios. Los pensamientos que se ocupan en los medios
97
de aliviar los sufrimientos de otro , no pertenecen á

esta parte del asunto , ni son de importancia alguna


para los demas , sino en cuanto conducen á actos.
Los proyectos tienen una ventaja sobre las creacio-
nes de la imaginacion , pues prometen añadir al bien
actual un bien futuro. El interes y escitacion que pro-
ducen , son mas durables que las esperanzas y las fic-
ciones imaginarias ; tienen mas posibilidades de desar-
rollarse , de fecundarse , de producir proyectos inte-
riores , que á su vez producen tambien otros , y así
sucesivamente.
Pero durante la ausencia de planes y proyectos , la
esperanza y la imaginacion se presentan con su in-
fluencia madre de los placeres. Aunque la imagina-
cion deba obrar sobre los elementos que suministra
la memoria , no obstante la imaginacion y memoria
no son una misma cosa. Puede haber memoria , sin
que la imaginacion tenga que ver en ello. La imagi-
nacion puede obrar sin recordar distintamente los ob-
jetos individuales , que le han sumistrado la materia
de su trabajo. No hai situacion alguna , de la cual
no pueda sacar placer la imaginacion . Nada hai tan
penoso que no lo cubra con sus ilusiones , las cua-
les son manantiales de gozes. Cuando un hombre es-
tá enfermo , la ilusion que le pinta la falta de su
enfermedad , será para él un placer ; y no obstante
será esta obra sola de la imaginacion , que no irá
acompañada de la esperanza ; pero en tal caso debe
el paciente esforzarse en alejar cuanto sea posible del
pensamiento la imposibilidad de un alivio , y fijar-
lo todo en el recuerdo de su primer estado , en los
98
gozes que le procuró anteriormente á su enfermedad,

y echar lejos de sí la idea de ser imposible la vuelta


de tal estado de cosas.

No es raro que la reflexion nos procure semejante


situacion de espíritu . ¿ Quién no se ha complacido en
recordar los placeres de lo pasado , los juegos de la
infancia y adolescencia , las diversiones del campo , el
sol de los primeros dias de su juventud , sin que el
pensar que estos placeres son perdidos sin remedio,
quitase á los recuerdos cosa alguna de su interes y
encantos ?
La dificultad de desterrar del espíritu un pensa-
miento , está en razon de la cantidad de pena que lle¬
va consigo. En todo caso la necesidad de librarse de
él , irá en razon de su intensidad y duracion. De to-
dos los pensamientos penosos , los mas penosos son
frecuentemente los que nos causa la pérdida de nues-
tros amigos . En los primeros momentos de un dolor,
no puede ejercerse sino mui difícilmente la facultad
de introducir en el espíritu pensamientos de un ca-
rácter del todo diferente. La sabiduría consiste enton-
ces en modificar el pensamiento penoso con asociacio-
nes naturales y fáciles , que la presencia misma de la
muerte suministra en abundancia , y de las que no.
hai muerte individual que no ofrezca elementos par-
ticulares y personales ; porque no hai dolor alguno,
al que de un modo ú otro no se asocie la idea de un
placer, y la existencia misma del dolor implica con-
traste con la falta del dolor. Las penas del dolor y
afliccion son producidas en gran parte por la priva-
cion de algun bien en otro tiempo esperado ó po¬
99

seido , y no pueden ofrecerse al pensamiento sin des-


pertar la idea de placeres gustados ó esperados : la
idea de la pérdida de tales placeres no destruye ne-
cesariamente y en toda ocasion el recuerdo de este
goze y esperanza.
Así es como la memoria de los muertos puede em-
bellecerse con reflexiones patéticas y llenas de encan-
to , de modo que se haga aun de la muerte un ma-
nantial de dicha ; y hai tanta verdadera filosofía co-
mo ternura en pensar que existe menos dicha aneja á
los gozes de los vivos , que al recuerdo de los muer-
tos que hemos amado.
En cuanto á la direccion que se ha de dar á un
discurso , cuando no afecta á la dicha de otro , poco
tenemos que decir. Las conversaciones importunas é
imprudentes que pueden atraernos el resentimiento
de otro , pertenecen á otra rama de nuestras investi-

gaciones. Cuanto á los discursos que no ejercen in-


fluencia alguna en la conducta de los demas respecto
de nosotros ; pero que no dejan tras sí resultado de
pena , sino por la reflexion de que han debido , hacer-

nos decaer de su opinion ; cuanto á los discursos , que


sea por esta causa , sea por otra, nos dejan pesadum-
bre , de modo que calculando el placer que hemos
tenido en hacerlos , y las penas que nos han valido
las reflexiones ulteriores , hallamos que hemos perdi-
do alguna cosa de nuestra dicha personal ; estos ta-
les discursos llevan un carácter de imprudencia , y
de consiguiente debemos evitarlos. Por el contrario
los discursos que dando placer al que los hace , nada
tienen de desagradable al que los escucha , dejan una
100

suma de provecho igual al placer que escitan. Pero


este es terreno escabroso , porque puede suceder que
el oyente sienta disgusto sin manifestarlo , en con-
secuencia de un cálculo de prudencia , que le hace
desear evitar la apariencia de la contradicion , y la es-
presion del desagrado. La única regla que puede darse
para estimar el efecto de nuestra conducta en semejan-
te circunstancia , es cambiar los papeles entre nosotros
y la persona á quien hablamos ; aplicar la lei que or-
dena hacer con otro lo que desearíamos se hiciera con
nosotros , lei preciosa é importante , cuando se la su-
bordina al principio de la maximizacion de la dicha;
pero inaplicable en muchas ocasiones y en especial
cuando la imposicion de la pena es necesaria para el

cumplimiento del cargo del moralista y del legisla-


dor ; porque es evidente que si se admitiese al delin-
cuente á quien aguarda el castigo , á reclamar el be-
neficio de la lei en cuestion , se sustraeria á toda pena,
no habiendo alguno que voluntariamente se imponga
un sufrimiento .
Puede tambien hallarse una fuente de gozes pro-

nunciando palabras que nadie oiga , recitando , ha-


blando consigo mismo , componiendo de viva voz , le-
yendo solo , y cuando no hai quien escuche ; porque
si reemplazando pensamientos penosos por otros que
lo son menos , no logramos siempre alejar el dolor,
el instrumento del lenguaje puede servirnos en tal ca-
so de útil socorro alguna vez , y sucede frecuentemen-
te que cuando nuestro espíritu no nos suministra las
ideas de placeres necesarios para borrar las impresio-
pena ,, podemos hallar estas ideas en los libros ,
nes de pena
101

y las entonaciones de la voz aumentarán en nosotros la


influencia de la lectura. Es difícil que á un espíritu
imbuido en la literatura y filosofía , no se ofrezca al-
gun pensamiento propio para calmar el dolor ó des-
pertar el goze , revestido del estilo atractivo de algun
autor favorito ; y prestándole la voz humana su prác-
tica espresion , puede contribuir mucho á su poder.
La poesía nos ofrece en estas ocasiones su benéfico so-
corro , y cuando la rima se une al pensamiento , la
verdad á la hermosura , la benevolencia á la elocuen-
cia , tan bella union no puede dejar de ejercer una
influencia saludable.
En la direccion de la conducta en general , natu-
ralmente se presentan las dos divisiones fundamentą-
les de abstinencia y accion , las cuales se subdividen
en corporales , intelectuales y neutras. No obstante
que se pueden establecer algunos principios generales
ya positivos , ya negativos , la solucion de todas las
cuestiones de sufrimiento y goze depende en gran par-
te de la constitucion particular del individuo ; por-
que , sea cual sea la impresion producida por un pla-
cer, á quien un hombre no le halla gusto , no se debe
inferir de aquí , que otro no se lo hallará ; y mucho
menos privar á otro de un goze , bajo pretesto de que
este goze no lo es para él. Cada uno es el mejor juez
del valor de sus placeres y penas. No hai descrip-
cion ó simpatía que equivalga á su realidad. La sim-
patía por los sufrimientos de un amigo puesto en
manos del dentista jamas ha hecho sentir el dolor de
un diente arrancado. Aun cuando no fuera así , la
facultad simpática no es nada , si no obra sobre el mis-
102

mo individuo verdad palmar , que equivale á decir,


que un hombre no puede sentir sino lo que siente.
Despojarse de su individualidad , olvidar el interes
personal , hacer sacrificios interesados por respeto al
deber ; estas son frases que hacen mucho ruido , y
que , á decir verdad , son tan absurdas como sonoras.
La preferencia dada al mi individual , es universal y
necesaria. Si en alguna parte se halla el despotismo
del destino , es allí. Cuando se sacrifica el interes , el
yo bajo una forma es el que se sacrifica al mi bajo
otra forma ; y un hombre puede abdicar el cuidado
de su propia dicha , es decir , de su dicha actual , lo
mismo que podria despojarse de su piel. Y aun cuan-
do pudiese , ¿ por qué lo haria ? ¿ Cómo pudiera ase-
gurarse mas completamente la dicha de todos , sino
por la lei , en virtud de la cual , cada uno de los in-
dividuos que hacen parte del todo , está encargado
de procurar para sí la mayor porcion de dicha ? ¿Qué
suma de felizidad procurada al género humano podria
igualar á aquella cuyo total se compone de la mayor
porcion posible obtenida por cada individuo en par-
ticular ? Conteniendo cada unidad la mayor cantidad
posible de dicha , es evidente que la reunion del ma-
yor número de esta unidad dará en resultado defini-
tivo la mayor suma total de dicha.
Puede llamarse medical una rama considerable de

la prudencia personal de abstinencia , y es la que cas-


tiga con sufrimientos corporales futuros los gozes im-

prudentes actuales. El esceso de los placeres sexuales


lleva generalmente tras sí el castigo. Si el esceso es
llevado al estremo , el castigo es inevitable. El pla-
103
1
cer del goze tendrá en la mayor parte de los casos
un carácter corporal ; mas la pena inmediata ó ulte-
rior será ó corporal , ó intelectual ; porque la impru→
dencia lleva el castigo del espíritu al mismo tiempo

que del cuerpo , y el arrepentimiento añade su agui-


jon al sufrimiento , cuando tenemos menos fuerza para
sufrir.
Tomad una especie cualquiera de imprudencia , por
ejemplo la embriaguez , que proviene del esceso de li-
cores espiritosos. Haciendo abstraccion del efecto pro-
ducido en otro , de los males del ejemplo , de la pér-
dida de la reputacion , de la ignominia aneja á las
imprudencias y faltas , que acompañan la ausencia
temporal de la razon , ¿ cuál es la suma de placer y
pena para el mismo individuo considerado separa-
damente del resto de los hombres ? Á costa de cierta
cantidad de tiempo y dinero ha comprado otra canti-
dad de escitacion agradable. Á la pérdida del tiempo
ocupado por el goze añadid la pérdida del tiempo y
del dinero sacrificados por la embriaguez ó por sus
consecuencias ; añadid tambien los sufrimientos de la

incomodidad y enervacion de las fuerzas : la pérdida


de todo dominio sobre sí mismo por el fomento da-
do á una propension viciosa ; en fin la ignominia y el
dolor inherentes á todo acto de imprudencia ; y si el
individuo no siente ni dolor ni ignominia , deberá aña-
dirse á la parte estrapersonal de su registro moral
una suma de sufrimiento mas que equivalente á aque-
lla. Todas estas son consideraciones que afectan al in-
dividuo , abstraccion que se hace de las penas que
están en poder de otro el causarle. El primer medio
104
que se ha de emplear para sustraerse á la inmorali-
dad , es calcular sus consecuencias.
La misma prueba se podrá aplicar á los actos de
imprudencia , que se consideran como de naturaleza
mental ó mixta ; por ejemplo á la irascibilidad que
hasta cierto punto debe atribuirse al temperamen-
to ; pero á la cual pone un freno vigoroso y eficaz
el principio de la maximizacion de la dicha . El pla-
cer que da su ejercicio , el gusto de estar coléri-
co es bien transitorio. La cólera escesiva bien pron-
to se agota por sí misma. Las afecciones irascibles
pues, por lo que toca á otro , son entre todas las mas
contagiosas , y producen de ordinario una violenta
reaccion. Contra cualquiera que se dirijan , dismi-
nuyen el placer que se tiene en servir á la persona
irascible , y con la diminucion de los placeres viene
la de la disposicion , ó del motivo que inclina á obli-
gar. Mas ¿cuál es el efecto que produce en el mismo
individuo irascible considerado aisladamente ? ¿A qué
precio ha comprado el corto placer de la cólera? Se ha
salido de su carácter habitual; ha debilitado las fuer-

zas de su juicio , disminuido el imperio sobre sí mis-


mo , perdido el tiempo , perdido su influencia , en
una palabra hai en esto para él un escedente consi-
derable de pérdida .

La prudencia personal prohibe la pasion del juego.


La benevolencia proclama de una manera no menos
perentoria la inmoralidad de este placer tan cara-
mente comprado. El tribunal de la opinion pública
lo ha proscrito , é impreso en él un sello de ignomi-
nia bastante para poner un freno saludable á esta
108

pasion ; la legislacion por su parte se ha esforzado


de diversos modos y en diferentes épocas en hacer
entrar este vicio en el círculo de la jurisdiccion pe-
nal. La pluma y el pincel lo han seguido en sus con-
secuencias , y en todas sus ramificaciones de desgracia
personal , doméstica y social. Pero hai un punto de

vista , una consideracion de simple prudencia que


parece haber escapado á la observacion , ó que por
lo menos no ha sido apreciada cual debia:
Hasta altora no se ha reflexionado que todo juga
dor que juega á suertes iguales , juega con desventa-
ja. Aun suponiendo igualdad en el juego en habili-
dad y en suerte , siempre pierde mas que pudiera
ganar. Supongamos que la posta sea de mil francos
por cada parte , si pierde , pierde mil francos; si ga-
na , no gana mas que mil. Ahora bien mil francos
perdidos son mas de parte de la pena , que mil ga
nados de parte del placer. Un hombre se halla mas
en estado de pasarse sin añadir mil francos á lo que
ya teria , que de perder mil francos sobre lo que po-
see ; de manera que en el hecho cada uno de los ju-

gadores está seguro de perder mas de lo que ganará


el otro .
Para que
el uno gane tanto como pierda el otro,
ó mas bien para que el uno no pierda mas de lo que
el otro ganará , seria necesari que la posta se com-
o
pusiera de sumas , que anterio n h p
rmente o ubieran er-
tenecid ni al uno ni al otro .
o
La imprudencia se manifiesta frecuentemente en el
esceso del gasto , y á vezes las afecciones benévolas
son las que nos hacen caer en esta falta; es decir
106

aquellas mismas cualidades que ocupan un lugar tan


espacioso en el dominio de la virtud , pero que cuan-
do se sustraen á la pesquisa del interes personal , se
hacen vicios perjudiciales. La imprudencia de esta
especie será elevada á su maximum , cuando los er-
rores sean de naturaleza la menos reparable , y aun-
que la cantidad de imprudencia debe valuarse en ca-
da caso particular , sin embargo las reglas que presi-
den á la distribucion del gasto , pueden estar subor-
dinadas á algunas consideraciones generales , que será
bueno no perder de vista, como por ejemplo cuando
la renta depende enteramente del trabajo ; en este ca-
so hai necesidad evidente de usar una estricta econo-
mía, y separar una porcion de los productos del tra-
bajo , para subvenir á aquellas interrupciones inevi-
tables á que sujetan todo el género humano las en-
fermedades , accidentes ó vejez. Cuando el trabajador
cuya subsistencia diaria depende de su trabajo lo ve
suspendido , y que nada economizó de lo pasado , en-
tonces es cuando siente vivamente y con el mayor do-
lor la imprudencia que le hizo descuidar el hábito
de una estricta economía. En el gasto de una renta
que no se debe al trabajo , se ofrecen consideraciones
de otra naturaleza : su distribucion juiciosa será faci-
litada por la falta de las incertidumbres y azares á
que está sujeta la renta del trabajador. Entonces son
mas accesibles los medios de juzgar de lo que manda
ó prohibe la prudencia ; y al mismo tiempo como
falta en este caso el hábito del trabajo , considerado
como recurso contra la necesidad , no se mirará el
trabajo como recursa en las ocurrencias ordinarias.
107
Tal vez sea la condicion mas dichosa de todas aque
llas en que la renta no es debida al trabajo sino en
parte , en la cual el trabajo tiene por objeto subve-
nir, no á las cosas de primera necesidad sino á aquellos
gozes adicionales , que aumentan de una manera tan
sensible la suma de los placeres humanos. Para que
su goze sea elevado al maximum , es necesario que su
intensidad actual no afecte su duracion futura , en

términos que disminuya en un porvenir probable la


suma definitiva.

La prudencia personal ofrece al espíritu medios


multiplicados de placer positivo. Su estencion depende
de los hábitos y ocupaciones del individuo , y deben
combinarse con las fuentes principales de gozes , á que

la esperiencia les ha enseñado á dar mas valor. Pue-


de escogerse en esta multitud de entretenimientos di-

versos , á los cuales cada uno pide placeres segun su


gusto ; entretenimientos intelectuales ó corporales,
estacionarios ó locomotivos , científicos ó artísticos;
entretenimientos de investigaciones en lo pasado , y
de descubrimientos para lo futuro. Los hai propios
del sexo , edad y posicion. Cada cual debe buscar in-
dividualmente los que le procuran la mayor suma
de satisfaccion . Afortunadamente para la humanidad,
son tan varias las inclinaciones y caractéres de los
hombres , y han puesto entre ellos tal diversidad la
educacion y circunstancias , que los gustos se repar-

tirán siempre entre un gran número de objetos de-


semejantes. Á unos gustarán mas las meditaciones so-
litarias , á otros las investigaciones sociales. Este bus-
cará la instruccion en las hojas de las bibliotecas,
108

aquel en las hojas de los campos. Los unos se compla-


cen en el exámen de los detalles mas minuciosos,
otros se elevan á la inteligencia de los principios
mas generales. Y así es como se va ocupando sucesi-
vamente el dominio entero del pensamiento y de la
ciencia , y no hai que temer la falta de algunas par-
ticularidades y el hacinamiento de otras.
Si no se conoce inclinacion á un estudio particu-
lar , puede ser útil observar las ocupaciones y diver-
siones de los hombres mas felizes. La lista de las

recreaciones puramente intelectuales seria infinita,


porque comprende todos los objetos á que puede
aplicarse el pensamiento humano. Desde luego se
presentan todos los juegos en que se puede ejercitar
habilidad , sin que el azar tenga mucha parte en
ellos , porque se esperimenta mas disgusto en una
contrariedad inesperada , que satisfaccion en un buen
suceso . ¡ Que gozes no ofrecen por ejemplo las colec-
ciones de objetos antiguos , con el fin de aclarar lo
pasado , de ayudar á la investigacion de los hechos
históricos , y especialmente de dar luz sobre objetos
propios para servir á la instruccion de lo porvenir;
las colecciones de historia natural en el reino animal,
mineral y vegetal ; pero especialmente en los dos úl-
timos , que no requieren imposicion de pena alguna,
ni el sacrificio de la vida , dicha , ó gozes de algun sér
animal! La botánica ademas nos da frecuentemente

ocasion de obligar multiplicando las muestras de las


plantas.
Puede juntarse á este estudio la educacion de los
animales domésticos , con el fin de observar su ins-
109

tinto , hábitos , inclinaciones , poder de la educacion


sobre ellos , su aptitud para servicios á que no han
sido aplicados todavía. Puede añadirse tambien la
cultura de bellas flores , tales como los tulipanes ó
anémones, ó de plantas raras y útiles por sus virtudes
culinarias ó médicas. Tambien se puede escoger en-

tre un gran número de entretenimientos locomotivos,


todos igualmente sanos y variados. Tales son la ven-
dimia , la busca de hongos , y otras mil diversiones de
los bosques y de las campiñas ; diversiones no sola-
mente agradables en sí mismas , sino útiles en sus con-
secuencias , y aun algunas vezes lucrativas ; porque
ninguno debe avergonzarse de que sus placeres , sin

ser onerosos á nadie , le den provechos pecuniarios.


Luego vienen las artes mecánicas ; estas inventoras y
modificadoras de los instrumentos , que sirven direc-
tamente á nuestros gozes materiales , ó indirectamen-
te , por el socorro que prestan á las ciencias que per-
feccionan estos gozes. Pero la prudencia jamas buscará
en vano medios de dicha. El mundo entero se abre

á sus ojos , y le ofrece á cada paso nuevos instru-


mentos , nuevos elementos de placeres.
Todas las virtudes, sean de prudencia, sean de bene-
volencia , pertenecen en efecto esencial aunque indirec-
tamente á las regiones de la prudencia personal ; por-
que , cualquiera que sea su accion sobre el espíritu
de los demas , su efecto en el espíritu del que las
practica , debe ser benévolo . Cuando nos hallamos en
un estado de calma y bienestar general , sentimos mas
vivamente la necesidad de ejecutar actos de bondad .
Puede suceder, es verdad , que todos nuestros esfuer-
TOM. II. 8
110

zos de beneficencia no hagan bien alguno á las per-


sonas á quienes los dirigimos ; pero cuando son diri-
gidos con sabiduría , deben hacer bien á la persona
de donde emanan. La bondad y afecto pueden no en-
contrar sino insensibilidad é ingratitud ; pero la falta
de gratitud de parte del que recibe no destruye la
aprobacion interior , que recompensa al que da. ¡ Y
nosotros podemos á tan poca costa esparcir en torno
de nosotros semillas de benevolencia y bondad ! Es

imposible que no caiga un grano que otro en terre-


no favorable : y nacerá una mies de benevolencia en
el corazon del otro , que llevará frutos de dicha al
corazon del que los produjo. A cada virtud va unido
un goze y á vezes dos.
La parte contraria de estas observaciones se apli-
ca á las cualidades funestas é inmorales. No puede
definirse su influencia en los demas ; pero no sucede
lo mismo con el individuo que las manifiesta ; su in-
fluencia en él será mortal , de absoluta necesidad.
Pueden darse casos en que la impolítica , dureza , có-
lera y mala voluntad produzcan por lo que toca á
otros , consecuencias opuestas á su tendencia natural;
pero no pueden producir sino efecto pernicioso en el
hace la insensata esperiencia de burlarse de la
dicha ajena.
111

III .

PRUDENCIA ESTRAPERSONAL.

EL medio mejor de tratar de un modo conveniente


y satisfactorio este importante ramo de la moral , es
tal vez considerar desde luego las leyes generales que
nos prescribe la prudencia estrapersonal , en nuestras
ordinarias relaciones con nuestros semejantes , y con-
tinuar luego esta investigacion en las relaciones que
exigen modificaciones á estas leyes generales , á fin de
producir en resultado definitivo la mayor suma de
felizidad posible.
La dependencia en que el hombre está de sus se-
mejantes , es la sola fuente del principio estraperso-
nal , así como del de la benevolencia. Porque si un

hombre pudiera enteramente bastarse á sí mismo,


lo querría, y como en esta suposicion las opiniones
y conducta de los demas respecto á él le serian in-
diferentes , no haria sacrificio alguno para obtener
su afecto , y en realidad seria prodigalidad inútil , y
locura el hacerlo.
112

Afortunadamente para todos y cada uno , la especie


humana está de otro modo constituida. Una gran
parte de los placeres de un hombre está subordina-
da á la voluntad de otros , y no puede poseerlos sin
su concurso y cooperacion. Imposible nos es des-
preciar el bien de otros , sin aventurar el nuestro.
No podemos evitar las penas que están en poder de
otros imponernos , sino conciliándonos su buena vo-
luntad. Cada hombre está unido á la raza humana
por el mas fuerte de todos los lazos , que es el del
interes personal.
No os figureis sin embargo que los hombres mo-
verán la punta del dedo por serviros , sino tienen ven-
taja en hacerlo ; esto jamas ha sido , ni será , mien-
tras la naturaleza humana sea lo que es. Pero los
hombres querrán serviros , cuando verán utilidad en
hacerlo ; y son innumerables las ocasiones en que pue-
den seros útiles , siéndolo tambien á sí mismos. La
inteligencia consistirá en aprovechar las ocasiones,
que se escapan á los ojos del vulgo. En estos mútuos
servicios es donde reside la virtud ; fuera de aquí no
hai sino mui poca ; y por fortuna la tal virtud está
mas estendida y generalizada de lo que creen los que
no la poseen .
Las sanciones social y popular son llamadas á obrar
en el dominio de la prudencia estrapersonal. El hom-
bre en sus relaciones domésticas y privadas , lo mis-
mo que en su vida pública , no solamente ha de crear,
sino tambien aplicar estas penas y placeres , que la

opinion social y popular distribuyen en sus decretos.


Es preciso que los cree , estableciendo , en cuanto es
115

posible, un criterio exacto del vicio y de la virtud ; que


los aplique juzgando cada accion conforme al princi-
pio de la maximizacion de la dicha , y señalándole la
recompensa ó castigo que exige este principio. El ge-
fe de una familia ejerce en el círculo de ella un gran
poder , porque él es en quien principalmente toma su
orígen la opinion ; y de él dependerá esencialmen-
te el carácter de la atmósfera moral , en que vivirá
la familia. Puede establecer al rededor de sí un es-

tado de cosas , en el que la dicha será buscada con


sabiduría , y por consiguiente se logrará casi siempre:
pero las ideas sanas establecidas en la familia , se
abrirán paso fuera de ella , y hasta mui lejos , por do
quiera se hallen colocados sus miembros . Cuando rei-
nen en las familias una estimacion correcta del bien
y del mal , y nociones sanas en moral , se estende-
rán de allí á la vida civil , y luego se incorporarán
á la vida nacional. Porque el código que toma la di-
cha por base, es universalmente aplicable á todos los
hombres , en toda ocasion y en todo lugar. Cuan-
do van de acuerdo las prescripciones de la prudencia
y las de la benevolencia , la línea del deber está cla-
ramente trazada. Cuando chocan , es decir , cuando la
prudencia nos manda abstenernos de un acto benéfi-
co , ó que intervengamos activamente para imponer
una pena , la regla única que debe observarse es ha-
cer de modo , que el mal no se haga mayor de lo que

exige el cumplimiento del bien , y que el bien obte-


nido sea tan grande cuanto pueda lograrse. Debe
siempre ser cuestion de aritmética ; porque la mo-
ralidad no podria ser otra cosa , que el sacrificio
114

de un bien menor para adquirir otro mas grande.


La virtud de la prudencia estrapersonal no tiene
otros límites que los de nuestras relaciones con nues-

tros semejantes : puede tambien estenderse mucho mas


allá del círculo de nuestras comunicaciones persona-
les , por medio de influencias secundarias y que se re-
flejan á lo lejos. En el dominio público y en nuestra
calidad de miembros de la unidad política , la legis-
lacion nacional é internacional nos ofrece un campo

conveniente para el ejercicio de la parte de la pru-


dencia que se refiere á otro ; y si esta materia no sa-
liese del círculo que nos hemos trazado en esta obra,
podríamos seguirla en las ramificaciones que presen-
tan los departamentos legislativos y ejecutivos del go-
bierno , como tambien en las subdivisiones de este
último en funciones administrativas y judiciarias. Pe-
ro tal asunto es mas particularmente incumbencia de
la ciencia legislativa. Nosotros concentramos nuestra
atencion en la parte privada , que se divide en dos
ramas , la una doméstica , la otra no doméstica. Es-
ta parte abraza las de nuestras relaciones sociales, que
no tienen un carácter público ; relaciones ó perma-
nentes ó accidentales , formadas por los vínculos de
sangre , que la muerte sola puede romper , ó que re
sultan de las ocasiones variables y temporales , que
entran en la existencia de cada hombre.
Un individuo puede estar colocado ante la opi-
nion pública en situaciones diversas. En su tribunal
puede hacer el papel de juez , de abogado ó parte.
Puede tener que distribuir á los demas castigos ó pla-
ceres , pedir á nombre de otro la dispensacion de re-
113

compensas ó castigos , ó recibir por sentencia de sus


semejantes el castigo ó recompensa de actos some-
tidos á la jurisdiccion de la sancion popular ó social.
En todos estos casos ha de estar prevenido contra un
error que no es sino mui comun ; y es que se guarde
de asignar á otros , motivos , causas ó intenciones , ó
de alegar en su favor estos mismos medios. En su ca-
pazidad de juez , si quiere dar una decision honrada y
útil , deberá considerar los actos al descubierto , y ta-
les cuales son ; seguir sus consecuencias en el órden
que se presentan en la conducta patente ; evitar con
cuidado por una parte hundirse en las regiones im-
penetrables donde se ocultan los motivos , y por otra
mostrar aquella variedad farisaica que tanto ama pro-
ducirse , con gran daño del que la manifiesta. Como
abogado , estando felizmente al abrigo de la arriesga-
da posicion en que el uso ha colocado una profesion
numerosa, destinada á defender por un salario lo jus-
to y lo injusto , y lo verdadero y lo falso indistinta-
mente ; como abogado , repito , tiene por mision obte-
ner de la sancion popular un juicio verídico , y el
principio moral le prohibe toda tentativa á fin de es-
traviar á sus juezes , ó quitarles de la vista las conse-
cuencias del acto que se juzga . Como parte , sujeto
al tribunal de la opinion pública , debe tener siem-
pre en el pensamiento las condiciones bajo las cua-
les se adquiere el afecto de otro , que consisten en el
cambio de servicios mútuos , en el sacrificio oportuno
de lo presente y de lo por venir. En tésis general de-
ben evitarse las reconvenciones de pensamiento , cuan-
do son inútiles , y pueden conducir á reconvenciones
116

inútiles de palabras , ó á actos inútiles de reproba-


cion. En todas estas cosas , en los pensamientos , pa-
labras ú obras debe manifestarse la prudencia estra-
personal. Los pensamientos , en cuanto no se mani-
fiestan por palabras ó acciones , son inofensivos para
otro , sea cual fuere el placer ó pena que nos causen
á nosotros. Mas como los pensamientos conducen fre-
cuentemente á las palabras y actos , como son su
fuente y orígen, como son de hecho la impulsion pri-
mera que ocasiona la conducta , el moralista debe se-

guirlos en sus mas secretos escondrijos , y purificar-


los cuanto sea posible , de las cualidades nocivas , que
no dejarian de manifestarse en influencias perniciosas á
los individuos , á las sociedades y al linaje humano
en general.
Hai pensamientos que perjudican á una estimacion
justa del carácter de los hombres , y que abatiendo
injustamente nuestra naturaleza , conducen á juicios
erróneos , y lo que es peor, á actos de injusticia y ma-
levolencia. Bastará indicar los mas marcados. Fácil-

mente se podria estender la listá , pero el lector la ha-


rá por sí mismo , y será para él una ocupacion útil
aumentar el número de estos ejemplos instructivos,
con los que le suministren su esperiencia , recuerdos y
observaciones .

Uno de dichos errores consiste en inferir que no


eran sinceras , en la época en que se manifestaron,
las opiniones que profesadas en otro tiempo , se aban-
donaron despues .

Otro consiste en pretender que los hombres no pro.


fesan tales ó tales opiniones , sino porque pertenecen á
117

este ó al otro partido , sino porque profesan tal


opinion.
El otro error consiste en inferir siempre , de que
un hombre tenga interes de profesar tal ó tal opi-
nion , ser este el único motivo que se la hace profesar .
La mayor parte de los que en sus opiniones son
dominados por sus intereses , obran probablemente
de buena fe. Esto sucede siempre que dichos intere
ses los dominan , sin que lo vean y se aperciban.
Pocos tendrán el valor de confesarse á sí mismos
su improbidad : pocos que se digan claramente á sí
mismos. « Esta opinion no es la mia , pero diré que
lo es , porque diciéndolo , tendré tales y tales venta-
jas.» Generalmente hablando , el interes obra de una
manera mas insensible y menos á las claras. No ata-
ca de frente la integridad , sino que la mina sorda-
mente. Nos hace mirar con parcialidad los argumen-
tos contrarios á la opinion proscrita ; pero los que le
son favorables, nos los hace ver con menos complacen-
cia. Cuando se presenta al espíritu uno de los pri-
meros , se le hace mui buen recibimiento , y se le
presta atencion , concediéndole desde luego todo el
mérito que puede tener.
Por el contrario luego que parece uno de los últi-
mos , se le recibe de mal humor , y se le da con la
puerta en los ojos por decirlo así , sin ceremonia Ꭹ
sin oirle.
En el mundo político hai errores de opinion , que
se pueden llamar vulgares á causa de su universali-
dad,, y que son orígen de mucha intolerancia y sufri-
miento. Tales son aquellos que no ven en los hombres
118

sino monstruos de depravacion ó ángeles de virtud;


que refieren todos los actos de los hombres públicos
á motivos políticos ; que en todo lo que hacen no

ven sino al hombre político , y nunca al hombre pri-


vado ; que atribuyen todas las culpas de que son acu-
sados los hombres públicos , á la depravacion del co-

razon , y jamas á la debilidad del entendimiento , y


todos los errores del juicio á perversidad.
Verdad es que cualquiera que haya observado la
carrera de los hombres públicos , puede haber nota-
do ejemplos de inmoralidad , capazes de justificar la
opinion mas severa ; pero la opinion mas severa po-
cas vezes es la mas sábia ; y las pasiones que en ma-
terias políticas se mezclan con los juicios que forma-
mos sobre los demas , estravían al entendimiento de
un modo estraordinario , y hacen grande estrago en
las afecciones generosas. La lei de la benevolencia y
aun mas la de la prudencia, pide que juzguemos á
los otros con indulgencia é imparcialidad. Juzgando
severamente , hacemos que juzguen de nosotros lo mis-
mo , y por gustar el placer de la malevolencia , es
preciso nos condenemos á sufrir la reaccion de sus
castigos.
La prudente direccion del discurso es una rama di-
fícil de la moral , pero tambien una de las mas im-
portantes: las aberraciones del lenguaje son desde tiem-
po inmemorial una materia frecuentemente tratada
en prosa y verso , aunque ni la prosa ni los versos
nos hayan dado hasta el presente un curso completo
de reglas , que nos enseñen á aplicar eficazmente el
instrumento de la palabra á la creacion de la dicha,
119

y á la diminucion de la desdicha. Cuando se tiene á


la vista este grande objeto , el lenguaje lo mismo que
las demas facultades físicas , puede llegar á ser un
instrumento de bien . En gran parte del dominio de
la conversacion por ilimitado que sea , las prescrip-

ciones de la prudencia van perfectamente de acuerdo


con las de la benevolencia , y hai una infinidad de
materias , que se pueden tratar sin perjudicar á nadie,
y que tan agradables al que habla como á los que es-
cuchan, pueden ser agradables ó útiles á la sociedad
en general. Estas son las materias que debemos es-
coger con preferencia , cuando está en nosotros el di-

rigir la conversacion , y al mismo tiempo no inter-


vienen las necesidades mas urgentes de un interes
especial. Pero es preciso guardarse del error dema-
siado comun de creer , que porque un asunto interese
al que habla , debe interesar por necesidad á sus oyen-
tes , aunque por otro lado sea importante. Motivos
de prudencia y de benevolencia nos ordenan abste-
nernos de una conversacion que desagrada á los de-
mas , ó que les es indiferente. Aun hai mas : puede
ser agradable á las dos partes , y sin embargo no con-
formarse con la regla fundamental de la virtud , que
exige por resultado un escedente definitivo de bien.
El lenguaje puede afectar á un hombre de tres
maneras. Puede el discurso dirigirse á él , cuando es
el objeto , ó sin que lo sea ; finalmente puede ser ob-
jeto de un discurso dirigido á otros. El lenguaje de
que no es objeto , puede afectarle de una manera
sensible , aunque mucho menos , sobre todo en los ca-
sos ordinarios , que aquellos cuya materia forman
120

su carácter y persona. El discurso dirigido á otro


obrará sobre él , como formando parte de los juicios
del tribunal de la opinion pública. Y en efecto las
espresiones que emitimos , son verdaderas sentencias ,
por las cuales distribuimos las penas y los place-
res ; las recompensas y castigos de que disponemos .
Estos juicios pueden conformarse ó no con las opi-
niones de la mayoría , pueden ó no influir en ellas ;
pueden ó no afectar la dicha del individuo en cues-
tion ; pero nosotros debemos suponer que un juicio
desfavorable producirá pena infaliblemente ; y no te-
nemos derecho de producirla , sino nos consta evi-
dentemente que el mal causado por la pena en un
sentido , será mas que compensado por la produc-
cion de un placer , ó la separacion de una pena en
otro sentido. Lo mismo se ha de decir de la ala-
banza poco ó nada merecida. Abatir el criterio de la
moral , prodigando elogios á un carácter ó á actos
vituperables en sí mismos , es decir , enemigos de la
dicha de la humanidad , es hacer un papel funesto
en moral ; es viciar en su fuente el juicio , cuya in-
fluencia benéfica es proporcionada á su grado de pro-
piedad y exactitud ; en una palabra , es contribuir á
desmoralizar el género humano.
En tésis general si el afecto de aquel con quien
conversais , os es indiferente , todas las materias de
conversacion son buenas. Si teneis interes en conci-
liaros su afecto ó en conservarlo , elegid los asuntos
que le sean mas agradables, En todo caso debeis evi-
tar toda conversacion , que sabeis ó sospechais le
pueda desagradar.
J21
Cuanto al tiempo durante el cual podeis guardar
la palabra , ó dejarla tomar á otros , es tambien cues-
tion de prudencia. No pagar vuestro contingente,
cuando podeis instruir ó recrear , es decir , instruir
sin desagradar , recrear sin dañar , es faltar á una de
las reglas del arte de agradar : al paso que ocupar
demasiada parte del tiempo destinado á la conver-
sacion , y con esto fastidiar á los demas , es atri-
buirse indebidamente el derecho de intervenir en los

placeres ó perjuicios de los demas , derecho que la


sana moral no puede justificar , y mucho menos re-
comendar.

Lleve siempre el tono de vuestra conversacion im-


preso el sello de la benevolencia. Desaprobad sin as-
pereza ; aprobad sin dogmatismo. Lo mismo cuestan
las palabras blandas que las duras ; y aquellas pro-
ducen actos de bondad , no solo de parte de aquel á
quien se dirigen , sino de parte del que las emplea;
no solo accidental , sino habitualmente en virtud del
principio de la asociacion de las ideas.
Hai una flaqueza á la que están sujetos muchos
hombres , y que no puede menos de hacer una im-
presion poco favorable en el espíritu de sus oyentes:
tal es el uso de espresiones hiperbólicas , sea de elogio,
sea de vituperio , aplicadas á actos demasiado poco im-
portantes para merecer calificaciones tan estremadas.
En esta fraseología es donde la retórica va á buscar los
instrumentos con que enajena los espíritus ; y á dicha
causa deben atribuirse parte de los males , que resul-
tan de las estimaciones morales erróneas. El proce-
der de un sofista es asociar términos de descrédito
122

á un acto que quiere desacreditar. El acto en sí mis-


mo, designado simplemente y sin comentario , tal
vez escitaria mui poca emocion ; pero si se le puede
aplicar algun epiteto odioso , ya está medio condena-
do en el espíritu de las gentes irreflexivas. Entre
las ventajas mas importantes que proporciona el exá-
men del pensamiento , es preciso contar la facultad
que despoja las acciones buenas ó malas de los epi-
tetos laudativos ó condemnativos , de que se les vis-

te frecuentemente , y no sirven mas que para estra-


viar ó cegar al observador. Al sustantivo que es-
presa la accion , se añade alguna calificacion adjetival ,
por cuyo medio la accion es trasportada de la region
a
que le conviene , á la que le asigna el que aprueb
ó reprueba. Las espresiones de elogio ó vituperio
producen en el espíritu el efecto que en la vista los
vidrios pintados : dan á los objetos el color que no
les pertenece . Sobre todo en el mundo político es don-
de se ve frecuentemente empleado este lenguaje de
decoracion y de mentira , que á vezes puede servir á
los designios de la malevolencia ó adulacion , pero
que á la corta ó á la larga debe ser funesto á la re-
putacion moral é intelectual del que lo usa.
Evitad todos los argumentos que os consta no son
sino sofismas. No creais que cerrando los ojos á la
debilidad de vuestras razones , habeis tambien logra-
do cerrar los del que os escucha. Vuestros sofismas
no harán sino irritar , porque el sofisma no solo es
falta de franqueza , sino una mentira , una ratería,
que se dirige no contra la bolsa del hombre , sino
contra su juicio y entendimiento. Este os detestará
123

tanto mas, cuanto mayores esfuerzos hagais para lucir


á costa suya , y os menospreciará por haber tenido
la locura de creer posible el suceso . Usad de fran-
queza en todas vuestras discusiones , pues no os va
en ello menos que á vuestro interlocutor.
El triunfo de un argumento cuya falsedad se co-
noce, y cuyo vacío se advierte , es una deplorable ma-
nifestacion de perversidad. Su suceso no puede ser-
vir sino á intereses deshonrosos ; su falta de suceso

lleva consigo las consecuencias anejas á la improbi-


dad poco diestra, y cogida con el hurto en las ma-
nos. En la sociedad constituida como está hoi , con
sus errores y preocupaciones , intereses limitados , y
pasiones interesadas , el amor de la verdad impone
bastantes deberes á la virtud valerosa . Porque el que

adelanta un paso mas allá del círculo trazado por


nuestras miserables convenciones sociales en torno de
las cuestiones morales y políticas , debe aguardar ver
fulminadas contra sí sus censuras y anatemas por
todos aquellos, que desean no indisponerse con los ár-
bitros de la opinion. No permita pues ningun amigo
de la verdad dejarse arrastrar al laberinto del sofis-
ma. Harto tendrá que hacer en mantenerse un paso
mas adelante del terreno trillado por los que dogma-

tizan sobre lo legítimo , conveniente , justo é injusto.


Cuando vuestra opinion difiera de la de otro , y es-
preseis vuestro disentimiento , cuidad de evitar toda

apariencia de ataque personal. Para esto podeis re-


currir á esas fórmulas de lenguaje , que impiden sos-
pechar que tomais una posicion hostil. Por ejemplo
habeis de manifestar vuestra desaprobacion á ciertas
124

opiniones profesadas por otros ; no es necesario que


provoqueis contra vos la hostilidad personal , que sus-
citaria probablemente un ataque directo y violento
contra opiniones , que debeis suponer cuando menos
se hallan tan profundamente arraigadas en el espíri-
tu de vuestros adversarios , como lo están en el vues-
tro las opiniones contrarias. En lugar pues de un
ataque de frente y en cierto modo personal , será
mejor decir que sois del número de aquellos , á quie-
nes no han podido convencer los argumentos de vues-
tros contrarios , porque en efecto á estos argumentos
se pueden oponer tales y tales objeciones , y así de lo
denas. Ó si no , podeis poner vuestras opiniones en
boca de otro , de una clase de hombres indetermina-
da , ó tal ó tal clase de hombres en particular , á fin
de evitar estas colisiones de personas , que son tantas
vezes orígen de inconvenientes para las dos partes
beligerantes. Locuciones semejantes á esta : « hai quien
pretende » ó « los adversarios de esta opinion dicen : >>
y otras semejantes embotan la punta de la controver-
sia. Si la materia interesa á ciertas clases en particu-
lar , el disentimiento se espresará bastante por estas
ú otras fórmulas semejantes : « ciertos legistas son de
opinion, ó hai teólogos que sostienen &c.» segun la
naturaleza de la cuestion controvertida.

Semejante precaucion es útil bajo mas de un aspec-


to. Pone vuestra argumentacion al abrigo de toda sos-
pecha de personalidad , é impide que se atribuya á
vuestra persona la hostilidad , que pudieran escitar
vuestras opiniones.
Verdad es que llegará tiempo , y felizmente vamos
125
marchando hácia este estado de cosas , en que las

opiniones no necesitarán otro pasaporte que la bue-


na fé. No obstante independientemente de las opi-
niones , es preciso respetar las preocupaciones de los
demas , y evitar presentarles una opinion contraria á
la suya bajo una forma que les choque ú ofenda.
Hai hombres , que no pueden oir tratar con ligereza
aun los asuntos mas triviales , sin esperimentar un
sentimiento de contrariedad y desagrado ; y otros hai
á quienes repugnan los razonamientos sérios y lógi–
cos : la regla general se aplica á unos y otros , bien
que en cada caso particular debe observarse distinta

conducta. En la forma que damos á la comunicacion


de nuestras opiniones , tanto como en las opiniones
mismas , debeinos evitar todo lo que puede crear una
pena inútil.
Hai un instrumento de tiranía , y consiguientemen-
te un manantial de molestia , del que seria de desear
pudiera el hombre defenderse : hablamos de las cues_
tiones indiscretas. Este defecto se produce bajo di-
versas formas , y el mal que á vezes ocasiona , no de-
ja de ser considerable. Este mal es en razon de la po-
sicion de la persona que interroga , comparada con
la de la persona interrogada ; en razon de la materia
sobre que versa la cuestion , y de las circunstancias
en que se hace. Cuando un superior dirige á un in-
ferior una pregunta , á la que sabe le repugna respon-
der , es un verdadero despotismo el que ejerce el de-
mandante. Para la persona interrogada es ocasion de
sufrimiento y de mentira , empleando esta última co-
mo medio de proteccion y defensa. Cuando un mo-
TOM. II. 9
126

narca preguntaba á un romancero célebre en presen-


cia de testigos , si habia compuesto ciertas obras , en
las que le constaba queria el autor conservar el anó-
nimo , el preguntante ejercia un acto de tiranía , é
imponia despóticamente la necesidad de mentir.
Mas para evitar las colisiones , la prudencia exige
que en lugar de responder á una pregunta ofensiva
de un modo ofensivo , se eluda por medio de una
respuesta diestra , y sin incomodarse ; tal como esta:
"¡ Qué pregunta ! ¡ No hablais de veras ! ¡ Oh ! esto
es largo de contar :» y cosas semejantes. Una cita fes-
tiva , talarear una cancion , una mirada , un gesto
significativo , pueden sacarnos de ahogo, é impedir
el mal de la imprudencia. Es difícil indicar las fór-
mulas aplicables á todos los casos ; pero es fácil de
distinguir la línea trazada por el principio deontoló-
gico.
Las restricciones impuestas por la prudencia al
discurso , se estienden á todas las ocasiones en que la
palabra puede causar pena : y de hecho , las reglas
aplicables á las palabras no difieren de las que se
aplican á los actos , sino en que no es tan fácil deter-
minar con precision la influencia inmediata del dis-
curso en la dicha del hombre . Puede valuarse sin mu-
cha dificultad la pena que resulta de un daño corpo-
ral. Del mismo modo se puede estimar sin temor
de equivocarse en mucho , el valor de un placer pro-
ducido por un goze particular . Pero no es tan fácil
apreciar con exactitud la influencia de las palabras
en el espíritu del que habla ó escucha. Igual suma
de dolor de muelas afectaria de una manera bastan-
127

te igual á diez personas diferentes ; pero las mismas


palabras que dirigidas á uno le serian una puñalada,
otro las oiria con la mas completa indiferencia.
• Los cálculos de la prudencia son de grande utili-

dad , siempre que se trata de saber cuándo se puede


aconsejar á otro , y cuándo no . Es raro que un avi-
so dado no cause una pena al que lo recibe , porque
sino hubiera en su conducta algo de reprensible , no
habria motivo para darle el aviso , y es natural que
aquel á quien se quiere servir aconsejándole , vea
con disgusto manifestar sus defectos y divulgar sus
flaquezas. ¿ Pero hai certidumbre de que el aviso da-
do será perdido? En tal caso el que aconseja escuse á sí
mismo las penas de la contrariedad , y al aconsejado
la imposicion de una pena inútil. Mas si consultando
á la vez la prudencia personal y la beneficencia , teneis
motivo para creer que vuestras lecciones no serán
perdidas , este será tiempo bien empleado. Evitad re-
producir la conducta pasada , á menos que no querais
dar con esto mayor eficazia á vuestras palabras. En
lugar de hacer tristes vuestros consejos con recon-
venciones sobre el tiempo pasado que ya no existe,
haced mas bien brillar los estímulos para en adelan-
te. En una palabra mirad hácia delante mas bien
que hacia atras , y procurad que el que os escucha
haga otro tanto. Evitándole recuerdos de dolor , y
abriéndole una perspectiva de placer , desempeñaréis
mucho mejor vuestra mision moral.
Reprimir aquellas prontitudes de espíritu que pu-
dieran desagradar á otros , es uno de los deberes difí
ciles que nos impone la prudencia estrapersonal. La
128

complacencia con que gustamos generalmente hacer


alarde de nuestra superioridad intelectual , sobre to-
do en materia de ridículo , nos arrastra con mucha
frecuencia á no mirar los sentimientos que heri-
mos , y su reaccion sobre nosotros mismos. ¡ Dichoso
aquel que tentado de decir una agudeza , de sen-
tido malévolo , ha dado al principio de la benevo-
lencia tal imperio sobre su amor propio , que puede
en toda ocasion reprimir la espresion de lo que pu-
diera afligir á otro ! ¡Y aun mas dichoso aquel , que
se ha acostumbrado á someter el talento del chiste á
la influencia de la beneficencia , de modo que jamas
sienta la necesidad de decir lo que pudiera causar á
otro una pena inútil ! Hai hombres que han avezado
á su espíritu á una disciplina tan eficaz , que se han
puesto , por un temperamento que se les ha hecho
habitual , al abrigo de la influencia y aun de las ten-
taciones de esta debilidad , la cual á los que son víc-
timas los irrita mas que los daña , y provoca fre-
cuentemente la reaccion de una malevolencia tanto
mas intensa , cuanto sus temores no le permiten dar
á sus manifestaciones una espresion moderada. La
chanza , la alegre y festiva chanza , que nace del con-
tentamiento del alma y que evita todas las materias
capazes de producir la pena , es á la vez un medio
de agradar y un mérito.
Guardaos de que vuestras palabras hagan nacer
esperanzas , sin que tengais certeza de su realizacion,
y si la teneis , que la esperanza sea mas pronto me-
nor que mayor de lo que vos mismo esperais. El va-
lor del placer cuando venga , será aumentado con
129

toda la cantidad, intensidad y duracion en que habrá


escedido lo que se esperaba. La contrariedad á que
pudierais dar lugar , os haria decaer de vuestra pro-
pia estimacion y de la ajena. Perdiendo vuestra re-
putacion , tambien perderiais de vuestra utilidad. Ha-
ciendo concebir menos esperanzas de las que el caso
en cuestion os autoriza á prometer , ni podeis haceros
mal á vos , ni á la persona que espera ; porque si
el suceso ha lugar , el placer que cause será tanto
mayor cuanto mas haya sobrepujado á la esperanza .
Si por el contrario no sucede , la pena se disminui-

rá en proporcion que será menor la contrariedad ; y


la lei que nos manda evitar toda contrariedad inútil,
no es sino consecuencia de esta otra lei , que manda
no hagamos concebir esperanza alguna mal fundada.
Si la creacion de la dicha constituye la base funda-
mental de toda sana moral y de toda buena legisla-
cion , el principio mas importante despues de este,
es el de la no contrariedad . Su aplicacion al lengua-
je es evidente. La palabra que crea una esperanza
la cual no debe realizarse , ó en otros términos , que
echa los fundamentos de una contrariedad inevita-

ble , es tan perniciosa como toda otra accion , que no


produce mayor suma de sufrimiento. Las promesas
hechas de ligero , y violadas lo mismo son un ma-
nantial continuo de penas.

La pretension de asignar motivos á las acciones de


otros es casi siempre fútil y ofensiva ; porque si el
motivo es lo que suponemos , si es un motivo loa-
ble , se manifestará en la accion misma ; si por el
contrario es vituperable , no haceis mas señalándolo,
150

que desagradar á aquel á quien se atribuye. Al cabo


nada tenemos que ver con los motivos. Si malos
motivos producen buenas acciones , tanto mejor pa-
ra la sociedad ; si buenos motivos las producen ma-
las , tanto peor. Con la accion y no con el motivo
es con quien tenemos que ver , y cuando la accion
la tenemos á la vista , y el motivo nos es ocul-
to , es lo mas ocioso del mundo meternos en inqui-
rir lo que nada influye en nuestra condicion , y
y ol-
vidar lo que ejerce sobre nosotros la sola influen-
cia real y verdadera. ¡ Qué actos hai tan culpables y
tan estensamente perniciosos que no puedan escusar-
se y justificarse , si se juzga de su moralidad por
sus motivos y no por sus consecuencias ! Tal vez no
habrán existido hombres mas timoratos y bien inten-
cionados que los primeros inquisidores. Creían fir-
memente servir á Dios , estaban bajo la influencia de
los motivos mas religiosos y piadosos , al mismo
tiempo que derramaban rios de sangre , y hacian mo-
rir en los tormentos los mejores y mas sábios de to-
dos los hombres. ¡ Motivos ! ¡ como si todos no fuesen
los mismos! ¡ como si tuviesen otro fin que procurar
al que obra una recompensa cualquiera de su accion,
evitándole una pena , ó causándole un placer !
El mas vicioso de los hombres y el mas virtuoso
tienen motivos en un todo semejantes : ambos se pro-
ponen acrecentar su suma de dicha. El hombre que
mata , el que roba , cree que el asesinato y el robo
le serán ventajosos , y le dejarán mas dicha despues
de cometido el crímen , que antes de cometerlo. Si se
juzga por sus motivos , no le será difícil hacerse pa-
151

sar por el hombre mas moral. El único medio pru-


dente de entrar en contestacion con él , será dicién-
dole que sus motivos han sido mal dirigidos hácia el
objeto . Pero decirle que sus motivos no tenian por
objeto lograr alguna ventaja para sí , es negar la rela-
cion entre la causa y el efecto. Los hombres están
mui dispuestos á las aserciones dogmáticas , y tienen
sobrada inclinacion á apartar sus ojos de las conse-
cuencias de un acto , para buscar el orígen. Es una
investigacion que no puede tener resultado , y aun
cuando le tuviera , seria inútil , porque dado caso que
los motivos fuesen otros , dado caso que probasen
exacta y convenientemente el vicio ó la virtud de
una accion dada , no seria menos cierto que la opi-
nion no podria fundar su juicio , sino en las conse-
cuencias de esta accion. Los motivos de un hombre,
mientras no hacen nacer una accion , á nadie impor-
tan ; y los individuos y sociedades , con quién tienen
que ver es con las acciones , no con sus motivos. Evi-
temos pues en nuestros discursos toda indicacion de
los motivos. Esto escusará al espíritu del que habla

un manantial de error y falsos juicios , y al de sus


oyentes otro de malas inteligencias.
Manifestando vuestra aprobacion á la conducta
meritoria de otro , vuestra espresion debe ser anima-
da y cordial ,, y la recompensa debe estar al nivel de
lo que autoriza la circunstancia. Es verdad que la sin-
ceridad y candor son modificaciones de la verazidad,
ó mas bien la verazidad una modificacion de la sin-
ceridad ; pero la verazidad tiene formas mas ó me-
nos atractivas ; y cuando puede disponer de la mate-
152

ria del placer , sea el modo de distribuirla lo mas


agradable posible al que lo recibe. Es una verdad
cuasi proverbial , que la gracia en la repulsa pue-
de dar á un favor negado casi tanto precio como á
un beneficio concedido , y cada uno ha podido con-
vencerse por sus propias observaciones , que el len-
guaje de la aprobacion puede perder todo ó casi to-
do su valor por la forma de la espresion , ó por el
modo con que se pronuncia. Cuando teneis pues que
alabar , sea vuestro elogio acompañado de todo aque-
llo que pueda realzar su precio. El ejercicio de la
aprobacion es de los mas saludables. Sea pues la es-
presion de la verdad unida á la cordialidad. Una fra-
se así caracterizada , equivaldrá á ciento que carez-
can de semejante cualidad.
Y cuando la prudencia estrapersonal nos imponga
el deber de manifestar á alguno nuestra desaprobacion,
tengamos cuenta con no producir mas pena que la
que es menester para lograr el fin que nos propone-
mos. Si creais poca pena , esta es inútil , porque no
conseguís el fin para que la prodijisteis. Pero habi-
tualmente nos equivocamos en el sentido opuesto. La
animosidad se mezcla con sobrada frecuencia en los
fallos de la justicia. La disposicion que tiene el po-
der á manifestarse , conduce habitualmente á la im-
posicion de mayor suma de sufrimiento , que la que
autoriza la prudencia ó benevolencia. Ordinariamen-
te la espresion de la desaprobacion tiene lugar en el
momento en que la pasion nos hace menos capazes
de calcular la cantidad de sufrimiento rigurosamente
necesario. Hablando en general, evitad manifestar vues-
135
tra desaprobacion, mientras estais colérico . Las espre-

siones violentas que sugiere la irritacion , son las mẹ-


nos aptas al fin propuesto ; porque la obcecacion de
la cólera nos impide ver y escoger los medios mas
convenientes al objeto que nos proponemos . Si un
hombre os ha hecho mal , evitad si es posible, tomaros
la justicia por vuestra mano ; aguardad que la reciba
de mano ajena. El castigo producirá mas efecto que
si saliese de vos , y no cargaréis con la odiosidad.
Algunas personas tienen un defecto , que es para los
demas orígen de molestias , y del cual ellas mismas
sufren la pena , haciendo su conversacion menos agra-
dable ó quizá intolerable : hablamos de la costum-
bre de insistir en quedarse con la suya, Que tengan
razon ó no , que sean vencedores ó vencidos , hai
hombres que quieren absolutamente ejercer este ruin
y vejatorio despotismo . Semejante disposicion es una
manifestacion del orgullo bajo una forma en estremo
ofensiva. Es una usurpacion , por la cual se pretende
dominar al amor propio de los demas sobre el ter-
reno donde es de ordinario mas irritable, Es la reso-
lucion formal de humillar á aquel con quien habla-
mos , y no con la superioridad de argumentos irresis-
tibles , sino por la intervencion de un poder tiránico.
Evitad pues semejante defecto , no sea que contrai-
gais el hábito , y si este existe , la prudencia estra-
personal exige que os corrijais. Velad atentamente so-
bre vos mismo. Informaos de un amigo con cuya sin-

ceridad podais contar , y estando seguro de que su


respuesta no os será penosa , que os diga si habeis
manifestado alguna vez , ó si ha notado en vos esta
134

flaqueza, y si responde afirmativamente, tratad de cor-


regirla.
Ya hemos hecho conocer la necesidad de subordi-
nar la virtud de la verazidad á las de la prudencia
y benevolencia. El vicio de la mentira, que es el opues .
to á la virtud de la verazidad , se subdivide en ¡ mu-
chas ramificaciones de un carácter mas ó menos per-

nicioso; pero contra las cuales la prudencia exige que


nos mantengamos alerta. La mentira es uno de los
muchos modos con que se practica el engaño. Otro
es el artificio. Su tendencia y generalmente su inten-
cion es siempre de inducir al error. Otra forma de
mentira es la mala fe , cuyo carácter pernicioso debe
ser estimado por la estension del mal que produce.
Escepto los casos raros , en que las mas imperiosas ne-
cesidades de la prudencia y benevolencia exigen el sa-
crificio de la verazidad , la franqueza y buena fe son
entre las virtudes del número de aquellas , que la pru-

dencia estrapersonal toma bajo su proteccion. Ellas


ejercen un estraordinario imperio y seduccion. El in-
teres que todo individuo siente habitualmente en la
comunicacion de la verdad , le concilia un mérito par-
ticular, cuando se presenta bajo una forma tan atrac-
tiva. Entonces su encanto sale á la superficie , es per-

ceptible á la vista , y visible á la inteligencia.


Por lo tocante á la influencia general de nuestras
acciones sobre los demas , en cuanto reflejan sobre
nosotros mismos y solo en vista de nuestra propia di-
cha , es decir, suponiendo que la dicha de los otros
no entre para nada en nuestros cálculos ; es cierto que
un egoismo ilustrado nos prescribiria obrar amistosa-
155

mente con respecto á ellos. En efecto tomad el pri-


mer objeto de deseo que se os ofrezca , por ejemplo
el poder considerado como orígen de placer , pues lo
es indubitablemente ; y ved cuales son los mejores
medios de conseguirlo por lo que toca á los demas
hombres. Dos caminos se presentan , hacerles bien ó
mal, porque toda accion debe producir uno de estos
resultados. Haciéndoles mal , os ganais enemigos , ha-
ciéndoles bien , os granjeais amigos ; ¿ cuál de las
dos cosas es preferible en vuestro interes?
El hombre solitario y aislado no dispone sino de
una porcion bien corta de placer. Estando solo , to-
dos sus esfuerzos apenas bastarán á procurarle el
sustento y vestido , y á protejerlo contra los elemen-
tos. Aun en los primeros tiempos de la civilizacion,
en que sus medios de asociacion son en corto núme-
ro la falta frecuente de las necesidades de la vida , le
impone una suma considerable de sufrimientos , y su
destino es perecer las mas vezes por falta de coope-
racion. El objeto de la ciencia social es hacer que
los hombres sean mútuamente mas útiles , dar á ca-
da uno un interes en los recursos de todos , asignar
á cada hombre en particular una parte en los gozes
de que los otros disponen , superior á aquella que
pudiera él procurarse por otra vía.
Aunque las definiciones de la escuela de Aristóteles
levanten mil objeciones irresistibles , aunque su cla-
sificacion moral bajo la doble division de virtudes y
semivirtudes , sea absolutamente insostenible , debe no
obstante reconocerse que las virtudes pueden mui con-
venientemente dividirse en dos secciones , la primera
156

que constituye la moral superior , y la segunda que


constituye la moral usual ó diaria. La primera se re-
fiere á los intereses mas importantes ; pero que rara
vez ocurren ; la segunda á intereses comparativamen-
te menos grandes ; pero que están continuamente en
cuestion.

Las mismas reglas se aplican á las dos secciones;


pero por lo mismo que la cantidad de bien y de mal
aneja á los actos que se refieren á la moral usual , es
comparativamente mas pequeña , es difícil á vezes
trazar con precision la línea de conducta , que pres-
criben en tales ocasiones la prudencia y benevolen-
cia. Mas la sancion popular ha tomado bajo su juris-
diccion gran parte de la moral usual , y las leyes del
saber vivir son casi siempre conformes al principio
deontológico. Pocas vezes sucede que haya hostilidad
contra estas leyes de parte de la porcion aristocráti-
ca de la sociedad. La minoría de los que gobiernan,
así como los demas hombres , ven depender su dicha
en gran parte de su observancia , y en consecuencia
de esto concurren á imprimirle la accion y la efica-

zia, Por descuidadas que sean tocante á las prescrip-


ciones de la moral , las clases ricas y privilegiadas en
sus mas elevados é importantes objetos , tienen no
obstante mucho cuidado de no infringir sus leyes en
esta parte mas reducida de su dominio , donde la opi-
nion aristocrática ha trazado la línea de conducta que

se debe seguir. Su prudencia estrapersonal ha puesto


un freno positivo á las afecciones disociales. En mil
circunstancias la disposicion de causar una pena á
otro es desarmada por las leyes establecidas y ad-
157

mitidas de la cortesía. La civilidad tolera ya las


diferencias de opinion en religion , en política y en
materia de gusto. Las libertades que se hubieran per-
mitido no ha mucho á la intolerancia , son hoi dia
reprimidas por las prescripciones imperiosas de la ur-
banidad . Un sistema de moral superior al que por
tan largo tiempo gobernó la sociedad , comienza á in-
troducirse Ꭹ á dar á los juicios de los hombres una

regla moral mas justa y fiel . Esto es materia de mu-


cho consuelo ; porque hai tendencia á un estado de
cosas , en que las recompensas y castigos de la sancion
social y popular bastarán para reprimir ó aprobar
gran número de acciones , que hoi dia se han dejado
á la intervencion de los poderes legislativo , adminis-
trativo ó judicial ; á la autóridad de la religion , ó á
jos terrores de la lei. Llevando el criterio deontoló
gico en la mano , léanse , ya sean las Cartas de Lord
Chesterfield, ya cualquiera otro libro dedicado á en-
señar la moral usual , y se hallará fácil separar en
estas obras el buen grano de la paja , estraer y po-
ner en práctica todo cuanto contienen de sábio y vir-
tuoso , y arrancar y desechar como inútiles todas las
instrucciones , que violan los grandes principios fun-
damentales. Esto será un ejercicio delicioso para la
inteligencia y para las afecciones. Para la inteligen-
cia destinada especialmente á apreciar las demandas
del interes personal , para las afecciones ocupadas en
pesar las inspiraciones de la benevolencia efectiva.
Si se somete el cumplimiento del objeto que un
hombre se propone , cualquiera que sea , á toda otra
regla de acciones que la que habemos sentado , ¿ ¡ le
138
dará esta otra regla mas probabilidades de suceso ,
ó hará el éxito tan completo y económico , como lo
hiciera la regla deontológica , que puede resumirse en
estos dos sencillos preceptos , maximizar el bien , y
minimizar el mal ? Tomad un caso cualquiera : te-
neis por ejemplo la costumbre de tratar con algu-
no largo tiempo ; su sociedad ha dejado de conve-
niros , y deseais no verle mas. Para poner pues un

término , sea temporal , sea definitivo á sus visitas,


¿qué mejor consejo que aquel que manda , que al pro-
curar libraros del disgusto que os causa su sociedad,
tengais cuenta de causarle la menor pena posible?
De una pena escitada en su espíritu ó el vuestro , no
puede resultar bien alguno. La prudencia sola os im-
pondria el deber de no afligiros inútilmente. La bene-
volencia os prohibirá imponerle una pena inútil. Par-
tiendo de esta lei general , cuidaréis de darle en su
aplicacion la mayor eficazia posible. Si la persona en
cuestion tiene alguna susceptibilidad en particular,
hareis de modo que no la ofendais. A menos que no
haya necesidad de un rompimiento inmediato , no pon-
dreis fin á vuestra conexion sino gradualmente. Si
fuere indispensable cortar inmediatamente toda rela-
cion , tendreis cuidado de alegar la razon menos ofen-
siva posible .
Cuando un hombre desea conciliarse el afecto de

otro , siendo el objeto legítimo y conveniente , cuando


para obtenerlo no emplea sino los medios aprobados
por la prudencia y benevolencia , ¿ qué deberá hacer
para conseguirlo ? ¿ cómo aplicará la regla deonto-
lógica ?
139
Para conciliaros el afecto de otro , es preciso dar-
le buena opinion de vos , ya sea en una ocasion par-
ticular , ya en todas ocasiones. Esta buena opinion
producirá en él el deseo de obligaros por tales ó tales
servicios en particular , ó por servicios de una natu-
raleza mas general. ¿ Deseais que él no os mire como
todo el mundo , ó como los que le son desconocidos,
sino que os profese sentimientos de afecto ? Para esto
podeis emplear dos medios. Si teneis el poder de ma-
nifestar vuestra disposicion á hacer servicios efecti-
vos á la persona , cuya buena opinion buscais , y ade-
mas lo teneis de hacerle tales servicios ; si podeis ha-
cer de modo que os considere como probable ó real-
mente capaz de contribuir en algo á sus gozes ; en una
palabra , si os hallais en estado de ejercer con res-
pecto á él las virtudes de la benevolencia y benefi
cencia , hacedfo ; este es el primer medio de haceros
amar ; esto puede llamarse hacerle la córte.
Pero si tal medio no surte bien , aun nos queda
otro. Obtened la estimacion de los hombres en gene-
ral. Esforzaos en parecer á sus ojos como objeto digno
de afeccion social , como digno de afecto ó estimacion,
ó de ambas cosas. Esto es lo que se puede llamar re-
comendarse y hacerse valer.

Para con algunas personas el sistema de recomen-


dacion es el que mejor surte , con otras vale mas ha-
cer la córte ; ó en otros términos , las cualidades que
os hacen recomendable á la afeccion particular , pue-
den manifestarse con mayor suceso y menos reserva
á unas personas que á otras.
Cuando el deseo de agradar se manifiesta con prü-
140
dencia y sabiduría , rara vez deja de conseguirlo ; por-
que no hai persona que no dependa mas ó menos de
la buena voluntad de nosotros , y hai pocos hombres,
que en el cálculo evidente de su interes personal , no
estén dispuestos á corresponder en algun modo á los
servicios útiles que se les ofrecen . Pero el sistema de
recomendacion no puede emplearse sin esponerse á

mas ó menos azares . Es en cierto modo querer ocu-


par en la estimacion de la persona , á quien deseamos
agradar , un puesto mas elevado que el que ocupa-
mos. Si no lo conseguimos , decaemos de su opinion,
y quedamos humillados á nuestros propios ojos. Sin
embargo es el medio que mas nos gusta , el que mas
halaga el amor propio : es el que se usa mas frecuen-
temente para conciliarse las afecciones simpáticas de
los demas ; y el zelo que empleamos en usarlo , im-
pide muchas vezes su buen éxito. Seduce y engaña
frecuentemente á la juventud. Esta es naturalmente
inclinada á asignarse á sí mismo un lugar mas ele-
vado , que el que el mundo está dispuest á conceder
o -
le ; un lugar habitualment sobre el nivel ordinario
e
en la escala de la estimacion pública : no se presta
sino con mucha dificultad á hacer la córte , por te-
mor de que se le acuse de adulacion deshonrosa , y
prefiere apoyarse en su propio mérito .
Mas cuando se puede comprar la buena opinion
de otro , y los servicios pueden hacerse por medio
de sacrificios personales , que serán recompensados
con mayor resultado de bienes , debemos aprovechar
todas las ocasiones , que nos ponen en estado de con-
ciliarnos el afecto de los hombres en general , ó de
141
todo individuo en particular, cuya aprobacion puede
aumentar la suma de nuestra dicha ó de la general.
Frecuentemente se han dado reglas diversas para
reprimir la cólera. La mayor parte consisten en de-
jar á la irritacion el tiempo de calmarse , antes que
rompa en palabras ó acciones ofensivas. Todas estas
reglas se reducen á apelar de los arrebatos de la pa→
sion á la calma del juicio. Repetid las letras del al-
fabeto , salid á dar un paseo , si es en casa donde resi
de la escitacion , en una palabra , todo medio que ten-
ga por objeto distraer el espíritu de su tendencia
irascible , puede emplearse con suceso . Pero en vez
de fiar á la casualidad el cuidado de hallar , cuan-

do ocurra , el medio de apaciguar la irritacion , ¿‫ ن‬no


seria mejor adquirir el poder de domar esta irasci-
bilidad por el ejercicio habitual de influencias correc-
tivas y reformadoras ? Cuando estais tranquilo , cuan-
do nada turba la paz de vuestra alma , penetraos de
la utilidad y aplicabilidad de estas reglas , de que
podreis tener necesidad en momentos de irritacion .
Estampadlas , fijadlas fuertemente en la memoria,
pensad en ellas frecuentemente , y cuando en lo su-
cesivo alguna causa accidental provoque vuestra có-
lera , la memoria de estas reglas podrá servir á re-
frenarla. Así es como lograréis con el menor coste
y la mayor certidumbre posible , romper el yugo de
la esclavitud que os habia impuesto la pasion.
La manía de atesorar puede contarse entre los
errores producidos por la imprudencia y errado cál-
culo. Por lo que toca á nosotros el hacinar teso-
ros improductivos es evidentemente una falsa esti- *
TOM . II. 10
142
macion del interes. Como instrumento de göze , tras÷
portar las afecciones de la realidad á lo que no es
sino el instrumento propio para hacerla obtener , es
una manía que en sus consecuencias llega á reducir
todos los placeres á uno solo , el cual es en sí mismo
distinto de los placeres de otros , y alguna vez opues-
to á ellos. Estando amortiguada en él la sensibilidad
del placer por falta de ejercicio , el avaro se exajera
la anticipacion vaga é indefinida de los bienes que
puede procurar el dinero. Los placeres individuales
se desvanecen sucesivamente. Y al mismo tiempo el
de poseer la fuente de tantos placeres se arraiga mas
profundamente en las afecciones. Este placer mismo
Hlega á ser objeto de deseo independiente de los otros ,
que los domina á todos, y acaba tambien por escluirlos .

Ved aquí pues un hombre que ha separado el prin-


cipio personal del social , esforzádose en obtener para
sí mismo una porcion adicional de bien , alejando las
otras de toda cooperacion á su propia dicha , y las
consecuencias son tales , cuales pueden desear la deon-
tología y filantropía. Este hombre ha hecho mui ma-
la especulacion en su propio interes. Ha perdido mu-
cho bien para lograr poco , y este poco casi ha llega-
do á serle un mal , por las ansiedades que acompañan
á su única y sola fuente de placer. Siendo indiferen-
te á la opinion ajena , esta á su vez se revuelve con-
tra él por un sentimiento que no es el de la indife-
rencia . Pues por mas que se desee escapar del juicio
de los hombres , es imposible. El tribunal de la opi-
nion severo é inexorable , cita indistintamente á to-
dos á su barra.
145

Las reglas de la prudencia estrapersonal , aunque


sencillas en sus prescripciones , nos imponen diferen-
tes deberes en razon de la diferencia de posiciones,
en que puede hallarse un hombre con respecto á
otros. La lei sin embargo es la misma en todas oca-
siones , y la cuestion se reduce á los medios de darle
la mayor eficazia. Se aplican diversas reglas á las di-
versas posiciones sociales. El principio general está
fundado en la situacion media entre estas . Mas no será
inútil indicar alguna de las diversidades de posicion,
que reclaman la atencion del deontologista.
Las ocurrencias que no presentan la lucha de algun
interes , serán fáciles de decidir. Cuando haciendo lo
que nos es agradable, hacemos igualmente lo que gus-
ta á otro ; cuando obrando como nos place , podemos
tambien complacer á los demas , nuestra incumbencia
nada tiene de dificultoso . Cuando sin sacrificio de

prudencia por una parte , ó de benevolencia por otra ,


podeis hacer avenirse vuestros deseos con los de otros,
y vuestros intereses con los suyos , serviréis la causa
de la virtud y de la dicha que es su consecuencia.
Pero la dificultad empieza donde empieza el con-
flicto de intereses contrarios , ó lo que es peor , irre-
conciliables ; donde la conducta que os conviene me-
jor , es condenada por los demas , como que les es
causa de mortificacion y pena . Podria suceder que
tuviese un hombre grande placer en fumar , sino
fuera por el inconveniente que ocasionaria á otros,
envolviéndolos en el humo de su tabaco. Dejando
aparte la cuestion de benevolencia , ¿no es evidente que
la prudencia estrapersonal le exigirá el sacrificio de
144
su placer , á fin de poner su propio bienestar al abri-
go de la reaccion de mala voluntad de aquellos , á
quienes pudiera incomodar ? Reflexionará que la can-
tidad de placeres que le proporcionase la accion de
fumar , no igualará á los que le quitaria la pérdida
de la buena opinion de otro , ó no compensará las
penas que los otros tendrian poder, y quizá tambien
voluntad de causarle.

Igualmente las leyes de la prudencia estrapersonal


se aplican mas fácilmente , cuando hai igualdad de
condicion entre el individuo y aquel con quien tie-
ne que hacer. Acciones , que consideradas de una
manera general , parecen subordinadas al principio
deontológico , pueden tener con él mas ó menos con-
formidad , cuando se pesa atentamente la posicion de
las partes respectivas. La misma conducta que pu-
diera ser á un tiempo prudente y benévola , observa-
da por un rico respecto de un vecino suyo indigen-
te , por un sábio respecto de un hombre menos ilus-
trado , por un padre con su hijo , por un viejo con
un jóven ; puede variar de carácter , si la adoptan in-
dividuos colocados en una situacion diametralmente
opuesta con respecto á la fortuna , ciencia , paterni-
dad ó edad. Cuando las posiciones son iguales , el
espíritu se vé libre de la necesidad de hacer en-
trar en su estimacion muchos puntos de diferencia,
que si realmente existen , requieren una madura re-
flexion. Como las penas sufridas ó placeres gustados
por personas de la misma condicion , tienen entre sí

mas semejanza , que cuando los hombres están sepa-


rados por las gradaciones de la gerarquía , la seme-
145

janza de posicion hará mas fácil la valuacion exacta


del placer y pena; porque los placeres y penas no
merecen ser evitados ó buscados , sino en cuanto
obran sobre el individuo , y le son especialmente
aplicables.
Las relaciones domésticas y sociales imponen en
sus diversos caracteres, deberes diferentes para el ejer-
cicio de la prudencia 1 estrapersonal. Cuanto son mas
íntimas las relaciones , mas aneja va á ellas nuestra
dicha , mas fortificada está la influencia del princi-
pio prudencial , colocándonos mas inmediatamente
en presencia de aquellos , que por comunicaciones ha-
bituales y frecuentes tienen en su mano el poder de
dispensarnos nuestros placeres y penas. Los lazos de la
sangre son ordinariamente los mas fuertes ; tras ellos
vienen los del parentesco ; luego los que resultan de
las convenciones domésticas , por ejemplo entre eļ
amo y el criado ; despues los que provienen de las
relaciones sociales accidentales ; finalmente los de ve-

cindad . Apenas hai persona que no forme parte de


alguna reunion doméstica. Cada miembro de esta reu-
nion depende de los demas por su parte habitual de
dicha , inmediatamente despues de estas relaciones de
familia , vienen las accidentales , que resultan de las
comunicaciones que conducen á vezes otros indivi-
duos á nuestro círculo doméstico , ó nos llevan al su→
yo. Las relaciones amistosas , pero menos íntimas de
vecindad, pueden considerarse como formando el úl-
țimo grado , á que se aplica la sancion social : desde
aquí comienza la sancion popular.
Una familia es una pequeña comunidad , cuyos
146
gefes desempeñan funciones análogas á los de gober-
nadores de un estado. Es un gobierno en pequeño ,
un gobierno armado de los poderes necesarios para
arreglar los asuntos interiores , y en especial los que
entran en el dominio de la Deontología . Recompen-
sas apropiadas á los actos que contribuyen á la dicha
doméstica , y penas propias para castigar los que la

disminuyen , están en manos de aquellos que ejercen


las funciones de la autoridad ; y á ellos se aplican las
reglas de la prudencia estrapersonal ; porque su au-
toridad debe ser mas o menos influyente , segun la
mayor o menor solicitud con que se ejerce para el
bienestar de los que le están sometidos.
No hai ser humano que no dependa de otro en
alguna cosa. Desde lo alto de la pirámide social,
descienden las influencias á los grados inferiores ; y á
su vez los que forman la base de la pirámide , ejer-
cen una influencia real sobre los que están encima
de ellos , luego que son llamados á prestar servicios
necesarios á los gozes de las clases privilegiadas. Las
leyes de la Deontología se aplican á todo individuo ,
protector ó protegido , gobernante ó gobernado . Si
su vista no se estiende mas allá de su interes perso-
nal; si es indiferente á todo , menos al medio de sa-
car de sus semejantes cuantos servicios puede útiles
ó agradables ; las prescripciones de la sabiduría le
enseñarán á buscar en el instrumento de la dicha el

cumplimiento del objeto que se propone. Examínen-


se una tras otra las diversas condiciones del hombre .
¿Como podrá el amo obtener de su criado un servi-
cio constante y zeloso , sino asociando los intereses de
147

este á sus deberes , y haciéndoselos agradables ? ¿Có-


mo se conciliará el criado la buena opinion de su
señor , que ha de aliviar sus trabajos , y hacer de ellos
un orígen de gozes ? Ciertamente no lo conseguirá,
sino dando á su amo la conviccion que sus servi-
cios influyen de una manera benéfica en su felizidad,
Al ocuparnos de los diferentes deberes que impo-
ne al hombre la diversidad de condiciones , hemos
señalado la superioridad , la inferioridad y la igual-
dad de condicion , como objeto de consideraciones
distintas.
Por superioridad puede entenderse la cualidad de
sobresalir en general , ó en algun ramo particular y
especial. Sobre la superioridad del poder , sea cual
fuere su orígen , está fundado ordinariamente el de-
recho á una superioridad de servicios , y este dere-
cho es evidente ; porque cualesquiera que sean los
motivos de prudencia y benevolencia , que os empe-
ñían en hacer actos de beneficencia con vuestros igua-
les ó inferiores , estos mismos motivos teneis , uni-
dos aun á otros mas , para ejercer dichas virtudes con
vuestros superiores. Las prescripciones de la pruden-
cia personal añaden el peso de su autoridad á las de
la beneficencia. La superioridad de aquel á quien ha-
ceis servicio , aumenta los medios que tiene de recom-
pensaros , y vuestro interes personal basta para que
os esforzeis en obtener esta recompensa ,
La superioridad de poder, cuando es debida á la
fortuna , neutraliza hasta cierto punto bajo este res-
peto especial, la influencia del inferior. Un hombre
poco acomodado pierde mas en el sacrificio de una
148
pequeña suma , que gana el rico en la adquisicion de
una suma considerable. El valor que tiene el dinero
en diferentes manos, es una consideracion importante,
cuando debe ser empleado como medio de influencia.
En la juventud la inesperiencia nos hace cometer
grandes errores. La indiferencia y aun altanería con
nuestros superiores se toma por independencia , y
como una prueba de grandeza de alma ; y no obstan-
te semejantes manifestaciones en nada cambian la si-
tuacion respectiva de cada uno. La gerarquía de los
rangos existe , á despecho de todo cuanto pueda es-
perar la benevolencia y decir la filosofía. Que diga
cualquiera qué es lo que ha ganado eu menospreciar
ó desdeñar á los que son sobre él. No puede acar-
rearle utilidad alguna el mal querer de los mas po-
derosos. Aun cuando la beneficencia no le empeñase
en evitar la infliccion de pena inútil , una prudente
solicitud por su propio bienestar le aconsejaria abs-
tenerse.
En general por superior debe entenderse el supe-
rior en poder , y consiguientemente de parte de las
personas que se consideran como sus inferiores , exis-

te respecto de él un grado correspondiente de pru-


dencia. Relativamente á la conducta que los inferio-
res deben observar con sus superiores , considerados
unos y otros bajo el punto de vista de sus situacio-
nes respectivas , se comete frecuentemente el error
de que hemos hablado. No es menos perjudicial á la
beneficencia que á la prudencia , y es de temer que
no pare en la infraccion de las virtudes negativas, si-
no que pase á la violacion de las virtudes positivas
149

que les corresponden. Hai hombres que tienen por


una especie de mérito negar á sus superiores seña-
les de consideracion, que no rehusarian á sus iguales ó
inferiores. Á este pretendido mérito va aneja mas ó
menos vanidad personal ; se engrie uno de su fiereza
é independencia ; pero si no hai mérito alguno en
infringir las leyes de una sola virtud , mucho menos
le hai en añadir á dicha infraccion la de las leyes de
la prudencia personal.
Bajo este aspecto la presencia ó falta de otras per-
sonas , en la ocasion de que tratamos , puede modifi-
car mucho la cuestion.

En presencia de otros , es cuando mas dispuesta


se vé á manifestarse esta especie de fiereza. Sin em-
bargo esto dependerá de la disposicion de espíri-
tu de las personas presentes. Puede acaecer que el
individuo en cuestion gane en la opinion de todas estas
personas , ó en la de algunas , y que semejante mani-
festacion de independencia les haga concebir una alta
idea de su carácter. Si así sucede , lo que pierde en
la estimacion y afecto de su superior , lo gana , y
quizá con usuras , en la estimacion de los individuos
presentes. En tal caso hai entre las dos virtudes una
especie de conflicto. Las prescripciones de la benefi-
cencia son despreciadas ; las de la prudencia perso-
nal consultadas y obedecidas ; y el sacrificio que una

virtud hace á otra , aprovecha para la dicha del in-


dividuo.

En el segundo caso , que es cuando no hai un ter-


cero presente á la manifestacion de fiereza , el acto
de imprudencia así cometido tomará habitualmente
180

su orígen del mal humor y la cólera. La pasion an-


tisocial ahoga la voz de las afecciones personal y so-
cial reunidas ; un acto de locura es á sus ojos acto
meritorio ; imaginámonos dar una prueba de fuerza,
cuando en realidad no es sino de flaqueza.

Otro caso que no es absolutamente imposible y


sin ejemplar , es cuando por la manifestacion de hos-
tilidad en ocasion en que la deferencia es mas opor-
tuna y general , el inferior espera ganar en la opinion
de su superior ; y tampoco es imposible que esta es-
peranza no se realize. Mas el esperimento es aventu-
rado , y para salir con él , se requiere una habilidad
y atencion poco comun.
Se concibe la idea de igualdad lo mismo que la
de superioridad é inferioridad ; es la negacion de las
dos últimas,
Pero su existencia entre dos personas cualesquie-

ra no puede demostrarse. ó probarse con precision .


Supongamos por ejemplo que sea probada entre
vos y otro individuo cualquiera . La preferencia per-
sonal hará que os estimeis mas que á él , y á él mas
que á vos .
Importa pues que jamas perdais de vista esta di-
ferencia , tanto en lo que toca á la beneficencia , co-
mo en lo que concierne á la prudencia personal.
No obstante dicha diferencia es menor en las clases
que tienen menos motivos de emulacion , que en las
que los tienen poderosos ; en la clase de artesanos
por ejemplo , mas que en las profesiones liberales.
La superioridad é inferioridad se suponen mútua-
mente. No puede darse una sin otra.
151

Mas para que la superioridad ó inferioridad pre-


senten al espíritu una idea positiva , es preciso asociar-
las á algun objeto bueno en sí mismo , ó tenido por
bueno , y capaz de despertar el deseo. La cantidad
diferente en que poseerán este bien diferentes perso-
nas , constituirá los diversos grados de la escala de
superioridad ó inferioridad con referencia al bien en
cuestion .
Hemos indicado una de las formas bajo las cua-
les se presenta la superioridad al espíritu , y es la del
poder. Esta se comprende fácilmente , se establece
pronto , y estiende hasta mui lejos su influencia,
Tomemos por ejemplo la dependencia en que se ha-
lla el niño respecto de su madre , y el poder que
esta ejerze sobre él. Dicho poder comienza con la vida
del hijo ; ha precedido su existencia ; todo en el niño
depende de su madre , hasta su sér .
El poder que ella ejerce no puede pertenecer sino
á ella misma. Ningun niño puede nacer sin una madre;
la existencia de una madre implica la de un hijo de-
terminado ; la posicion de la madre es la de una su-
perioridad estrema y de un poder absoluto sobre su
hijo ; la posicion de este es la de una inferioridad
estrema , y de una depencia absoluta de su madre.
La relacion de la madre con respecto á su hijo , aun-
que atada menos frecuentemente que la del padre
respecto al mismo , es sin embargo un ejemplo mu-
cho mas completo de la superioridad primitiva , ne-
cesaria , absoluta. No puede asignarse á tal hombre la
paternidad de tal hijo determinado con una certi-
dumbre positiva é irrecusable. Está en la naturaleza de
152

las cosas, que las relaciones del padre con su hijo real
y supuesto sean menos intensas que las de la madre .
Sir Roberto Filmer , cuyo nombre no nos es co-
nocido sino por haber tenido á Locke por antago-
nista , presenta el poder necesario y absoluto del pa-
dre sobre sus hijos , como el fundamento , orígen y
causa justificativa del poder monárquico en el estado
político. Hubiera podido con mayor razon conside-
rar el poder absoluto de la mujer como la sola for-
ma legítima de gobierno.
En el reino de los Ascantes en África , el sucesor
del rei es el primogénito de los hijos de su herma-
na mayor. Si la certidumbre de ser el heredero de
la corona el mas cercano pariente del monarca di-
funto , constituye un derecho de sucesion convenien-
te y eficaz , es preciso confesar que en África se han
acreditado y acreditan de mas sábios los consejeros

de la monarquía negra , que en Europa los conseje-


ros de nuestras majestades blancas.
La escala de comparacion para medir la superio-
ridad , igualdad ó inferioridad , abraza necesaria-
mente gran variedad de objetos , y puede dividirse
en razon de las cualidades que distinguen la situa-
cion de un hombre de la de otro , ó en razon de es-
tas mismas cualidades ; cualidades útiles á nosotros
mismos ó á los demas ; cualidades naturales ó adqui-
ridas, y estas últimas subdivididas en las que un hom-
bre se puede procurar por sí mismo , y las que no
puede obtener sino con el concurso de otro : en fin
cualidades de cuerpo y de espíritu . En la posesion de
todas ó de cada una de ellas , casi no hai hombre que
153
bajo algun respeto no difiera de los demas. Diferen-
tes personas pueden poseer estas cualidades en la mis-

ma cantidad , pero su distribucion nunca es igual , y


uno de los principales encantos del comercio social
proviene de la infinita variedad con que los diversos
elementos están repartidos entre diferentes individuos.
Un hombre puede distinguirse por su sabiduría en
materias generales , por un juicio sano en todo , ó por
una sabiduría especialmente aplicada á ciertos objetos
determinados . Un hombre puede darse á conocer,
aunque sucede pocas vezes , por la universalidad de
sus conocimientos ; pero de mil casos habrá mas de
novecientos en que sus trabajos ó conocimientos en al-
gun ramo particular de estudios manifestarán su su-
perioridad sobre otro hombre , ó sobre los hombres
en general. Así un inferior colocado con respecto á
su superior en esta vaga dependencia que da la anti-
cipacion de una utilidad futura , puede fundar dicha
utilidad sobre una de las cualidades de que acaba-
mos de hablar , ó sobre una de las diversas ramas
en que se dividen.

Entre las fuentes que se pueden determinar de


superioridad ó inferioridad de posicion , pueden co-
locarse en primer lugar la edad , la fortuna , el ran-
go y el poder legítimo.
Las diferencias de edad pueden fácilmente probar-
se , y en ciertos casos dominan á toda otra distincion.
Por ejemplo el poder de la nodriza sobre el niño ,
por ilustre que sea su cuna y rica su familia, es
casi ilimitado. En general se nota que la superiori-
dad que da la edad , es frecuentemente exajerada , ó
134
mas bien , que no se toman bastante en consideracion
las partes morales en que la ventaja está de parte de
la juventud. El tiempo con las instrucciones que dá,
perfecciona de ordinario las facultades intelectuales,
por lo menos hasta cierto período de la existencia;
mas no se podria decir otro tanto de las inclinacio-
nes benévolas.

Si el tiempo lleva en pos de sí la esperiencia, da


al juicio mas calma y madurez , y aumenta nuestras
fuerzas intelectuales ; la juventud por su parte pre-
senta cualidades virtuosas de alto precio, las cuales
por desgracia los largos años no tienden á fortificar;
porque la juventud es el tiempo de las afecciones ge-
nerosas , de las simpatías vivas y ardientes , del zelo
y actividad. Dificultades contra las cuales un en-
tendimiento mas sentado aconsejaria no luchar , su-
cede tal vez que la juventud las vence , porque no
.
conoció toda la grandeza del obstáculo. Y ademas
la juventud tiene ante sí un largo porvenir de re-
compensas y castigos ; sus cálculos sobre la repro-
duccion de las penas y placeres se estienden por un
campo mas vasto ; su sensibilidad es mas viva , sus

esperanzas mas brillantes , tiene mas que agradar y


que perder ; aun no se ha fijado su destino , sino
que depende en gran parte de la direccion que ella
misma le imprima .
Los hombres nuevos son de donde deben nacer los
progresos importantes. Aun no los han estragado los
honores ; algunos grados de gloria son para ellos un
festin esquisito .

Las distinciones de fortuna pueden medirse fácil-


155

mente en la escala de la superioridad é inferioridad:


una moneda de oro en manos de un loco no es ins-
trumento del mismo valor que en manos de un cuer-
do ; mas en la aplicacion del criterio de la riqueza,
el loco y el cuerdo están en una misma línea. No
obstante la riqueza , considerada bajo el punto de vis-
ta de la utilidad , no es sino uno de los muchos me-
dios de poder, el medio de poseer lo que es objeto de
deseo ; y de su distribucion mas bien que de su apli-
cacion , depende la cantidad de placer ó de pena, que
nos hace comprar ó evitar.
Hai por lo tocante á la riqueza gran número de
errores , muchos de los cuales dejan en el espíritu fal-
sas impresiones en lo que concierne á su valor y uso.
La riqueza no tiene valor , sino en cuanto es instru-
mento de poder ; es la posesion de éste cuando no se
ejercita ; supone poco en el registro de las penas y
placeres ; su valor depende del ejercicio. Tan falso
es decir que el dinero es orígen de todo mal , como
decir que lo es de todo bien. Es querer dar toda la
autoridad de un axioma incontestable á una verdad
mezclada de muchos errores. Sin duda que toda con-

ducta culpable trae su orígen de algun deseo , y que


el dinero es el medio de satisfacer gran parte de los
nuestros. Pero así como hai muchas penas que la po-
sesion ó falta de dinero no puede crear , ni evitar , ni
aun afectar ; así tambien hai placeres á los que no pue-
den llegar las riquezas mas ilimitadas.
El rango , indicio de la prosperidad , debe valuarse
como la riqueza , en razon de su grado de influencia,
constituyendo la diferencia de títulos diversos grados
156

en la posicion social. Mas para apreciar la superio-


deben en-
ridad de influencia que un hombre posee ,
trar en cuenta las cualidades morales ó intelectuales .

Como regla de conducta la prudencia estrapersonal


exige que en casi todos los casos nos acomodemos á
estos hábitos de deferencia , que se acostumbra conce-
der al rango. Hai casos escepcionales en que la pru-

dencia personal se une á la benevolencia, para impe-


dir esta postracion penosa á quien la hace , y perni-
ciosa á quien la permite ó exige.
El poder político supone medios de accion en una
influencia mas vasta. Pone al hombre en estado de

disponer de mayor porcion de bien y de mal , que pu-


diera hacerlo con toda otra clase de poder. La pru-

dencia pide que se arregle la conducta en vista de es-


ta cantidad adicional de dicha y desdicha , de que dis-

pone el poder político.


En las relaciones con nuestros superiores , la pru-
dencia nos recomienda una atencion particular á
aquellas pequeñas muestras de respeto , que se acos-
tumbra á exigir en un rango elevado . Á vezes hai
indulgencia para las faltas grandes , pero mui raras
para las pequeñas. Hai muchos hombres poderosos
que fácilmente perdonarán un error. En el mundo el
pensamiento de los hombres se ocupa mucho menos
en las cosas importantes que en las fútiles. Para cual-
quiera que habita las regiones sociales privilegiadas,
la observacion y apreciacion de los usos de la buena
sociedad y de la moral usual , es familiar y fácil. Por
lo tanto es raro que su violacion quede oculta é im-
pune. Entre las doctrinas de la prudencia estraperso-
157

nal no es la menos importante la que nos enseña á


tolerar la insolencia de los poderosos . ¿ Cómo quita-
rémos á esta insolencia lo que tiene de penoso y
desagradable ?
Suponed que teneis que tratar con una viga ó con
un pedazo de mármol ; seguramente de nada os ser-
viria en este último caso la espresion de vuestro re-
sentimiento ; pues lo mismo os serviria en el otro.
Solo que en el segundo caso no podia resultaros mal
alguno de la manifestacion irascible , cuando en el
otro puede resultar un mal indefinido .
Si vuestra posicion social os permite resistir con
éxito á la tendencia que tienen los hombres podero-
sos á importunarnos con la ostentacion de su autori-
dad, puede resultar alguna utilidad de semejante resis-
tencia á sus pretensiones. Pero si no podeis serviros
á vos mismo ni á los demas con esta valerosa mani-

festacion , vale mas no empeñarse en una lucha sin


objeto. Escusad algunos tormentos , impidiendo que
vuestras pasiones irascibles lleven á vuestra suscep-
tibilidad al estremo de manifestarse abiertamente con
señales esteriores de descontento. Pensad que la po-
sesion del poder en manos de otros , es un instru-
mento mas para dañaros , y guardaos de darles oca-
sion para ello.

TOM. II. 11
158

IV.

BENEVOLENCIA EFECTIVA- NEGATIVA.

El término compuesto de benevolencia efectiva,


ha sido adoptado á falta de otra palabra única que
manifestase la union de la benevolencia y beneficen-
cia. Estas últimas obran , ya sea deteniendo , ya es-
citando la accion . Su naturaleza es ó restrictiva ó

instigativa. La benevolencia efectiva , que exige la


abstinencia de accion , es la primera que reclama
nuestra atencion . Hai gran número de actos que
cuando son prohibidos por la benevolencia efectiva ,
lo son tambien evidentemente por consideraciones de
prudencia. Cuando hai alianza visible entre la pru-
dencia y benevolencia , la línea no es dudosa ; pero
los cálculos errados del interes personal usurpan tan
frecuentemente los derechos de la benevolencia , y su-
cede tantas vezes que sacrificamos la dicha ajena á
la creencia errónea en que estamos de ser este sacri-
ficio útil á la nuestra , que la primera y mas impor-
159

tante obligacion del moralista consiste en establecer


la armonía entre el principio egoista y el principio
benévolo , y en demostrar que una justa solicitud por
la felizidad de otros es el medio mas á propósito pa-
ra asegurar la nuestra.
La benevolencia efectiva- negativa consiste única-
mente en evitar hacer mal á otro. Pero de este mal

que á otro se hace , parte cae bajo la jurisdiccion de


la lei ; lo demas es abandonado á la accion de la opi-
nion con sus sanciones diversas , ó instrumentos de
pena y de placer.
En el mal que un hombre hace á otro hai moles-
tia , y la molestia es capaz ó no , de padecer penas
legales.
Es evidente que semejante division no es natural
sino facticia. La línea de demarcacion varía con los

tiempos y lugares. En diferentes paises , leyes distin-


tas aplican á los mismos actos consecuencias diver-
sas. Lo que la legislacion de un pueblo sanciona , la
de otro lo pasa en silencio , ó lo prohibe. En un mis-
mo pais el mismo acto ha sido en diferentes épocas
recompensado , permitido ó castigado. La molestia
con la cual tiene que ver la lei , se llama daño per-
sonal.

Pero el mal que nos proponemos impedir es aquel ,


y solo aquel que un hombre tiene poder de causar,
sin incurrir en algun castigo legal.
Seria hacer un importante servicio á la humani-
dad escribir una obra destinada especialmente á re-
coger y designar los males y molestias , á que están
espuestos los hombres , y que no castiga la lei . Un
160

manual de esta clase suministraria gran masa de ins-


truccion moral práctica , de donde se podria sacar
mucha utilidad para las cosas de cada dia.
Si de las obras que nos ofrecen el cuadro de las
desgracias de los hombres con un fin cualquiera , sea
de simpatía , sea de ridículo , se entresacasen con
cuidado todos los hechos de molestia y sufrimiento

producidos por las acciones de otro , y que no se


hubiesen escusado sino absteniéndose , semejante co-
leccion podria llegar á ser el manual de la virtud de
abstinencia.

Dichos males podrian comprender dos divisiones. La


una se compondria de aquellos cuya infliccion no pro-
duce , ó no está destinada á producir ventaja alguna
positiva á su autor . Estos traen su origen de una de
las causas siguientes : primera , la antipatía y perver-
sidad ; segunda , el gusto de hacer mal.
La otra division comprenderia los casos , en que el
autor del mal encuentra , ó se promete produciéndo-
los , una ventaja positiva cualquiera. Á esta clase pue-
de añadirse otra compuesta de los casos , en que el

individuo ejerce , ó se supone ejercer una superioridad


cualquiera sobre su víctima y á espensas de ella.
Tales investigaciones hechas con espíritu de bene-
volencia é instruccion , harian sin duda descubrir
vastas regiones de penas , de donde se podrian desar-
raigar muchos males , y sembrar mucha dicha . ¡ Á
cuántos pequeños placeres no ha sido funesta la im-
portuna intervencion de un tercero ! ¡ cuántos han si–
do inmolados al ascetismo , al mal querer , á la ir-
rision y menosprecio del primero que ha llegado !
161

¡ Cuánto no pueden ser agravadas las mas ligeras con-


trariedades por las cualidades disociales ó atolondra-
miento de un testigo ! ¡ Y al fin de la jornada cuánta
dicha no se pierde por la negligencia de estos ele-
mentos mínimos que la componen ! ¿ Qué suma tan
considerable no forma la reunion de todas las partí-
culas de penas , que sola la indiferencia ha producido?
Tiempo vendrá tal vez en que todas estas fuentes
de males serán examinadas , clasificadas por sus sig-
nos característicos , demostradas por ejemplos , y he-
cha tan notoria su incompatibilidad con la virtųd,
que la opinion se encargará de estirparlas , la opinion
cuyas luzes é influencia es la principal mision del
moralista el aumentar.

Las reglas generales de la benevolencia pueden re-


sumirse en las siguientes ,
12 No hagais mal á nadie de cualquier modo ó
en cualquier cantidad que sea , sino es en vista de al-
gun bien mayor especial y determinado .
En menos palabras : No hagais mal , sino en vista
de un bien mayor .
2ª No hagais mal á otro , por solo el motivo de
que lo merece .
Estas dos ramas de la moral corresponden á la cla-
se de los delitos positivos y negativos , que entran
bajo el imperio de la lei.
Hai delito negativo , cuando se abstiene uno de im-
pedir un acto , que cometido constituye delito positi-
vo. Es delito de abstinencia ; es permitir un mal que
nuestra intervencion hubiera impedido.
Delito positivo es la infliccion directa de un mal.
162
En ambos casos el delito consiste en la línea de
conducta , que deja tras sí un escedente de mal.
Hai en mí beneficencia negativa , cuando de propó-
sito me abstengo de hacer lo que causaria mal á otro.
Mi beneficencia tiene por causa , ó cuando menos
por compañera la benevolencia , cuando aprecio el mal
en cuestion , y hai en mí deseo y esfuerzo eficaz , parą
evitar contribuir á la produccion de este mal .
Será útil para la práctica de la beneficencia y be-
nevolencia negativa , tener presentes los diversos orí-
genes de donde puede resultar mal á otro , los cuales
pueden clasificarse del modo siguiente.
1º El interes personal en general , y mas especial-
mente el interes de los sentidos , y el interes de do-
minacion ; teniendo el primero por móvil los gozes
corporales , y el segundo el poder.
2º El interes de la pereza , que corresponde al
amor del reposo , y á la aversion á los trabajos del
espíritu y del cuerpo. En tal caso puede espresarse
la causa del mal con una sola palabra , tal como negli-
gencia , desidia , inadvertencia , indiferencia , etc.
3º El interes de hacer hablar de sí , que corres-

ponde á los placeres y penas de la sancion popular ó


moral , y que comprende el interes afectado por las
heridas hechas á nuestro orgullo , ó á nuestra va-
nidad.
4º El interes de la malevolencia , que correspon-
de al motivo llamado mal querer ó antipatía .
El mal querer ó antipatía , considerada con respec-
to á su orígen ó causa , puede subdividirse del mo-
do siguiente .
163

1° El mal querer , ó antipatía de rivalidad. Es la


opinion de los intereses en lo que concierne al inte-
res personal en general.
2º El mal querer originado del desórden que se
nos causa , y del aumento de ocupacion que impone
á nuestro espíritu el individuo objeto del mal querer
así producido. Puede llamarse afeccion antisocial.
3º El mal querer que proviene del orgullo ó ya-
nidad ajada ; y es cuando sentimos las penas de la san-
cion moral ó popular , y las atribuimos á los actos,
hábitos ó disposiciones de otro .
4° El mal querer ó la antipatía, que trae șu orí-
gen inmediato de la simpatía por los sentimientos de
una persona á quien creemos que otra , objeto por
nuestra parte de esta afeccion antisocial , causa ó cau-
sará mas o menos probablemente un daño cualquiera.
5º El mal querer escitado por la diferencia de
opinion. En tal caso el interes afectado se compone
de los intereses que corresponden respectivamente al
amor del poder , como tambien al amor de los pla-
ceres , y á la aversion á las penas de la sancion po-
pular y moral. En el hombre cuyas opiniones son en
un punto , principio ó sistema importante , diame-
tralmente opuestas á las mias , veo un sér incapaz de
concebir por mí la estimacion ó afecto que puedo ha-

llar en la opinion contraria ; veo un hombre , en el


cual mi amor al poder no hallará el concurso y sa-
tisfaccion que hallaria , si yo pudiera hacer que aban-

donase su opinion y adoptase la mia ; veo un hom-


bre que me espone á sufrir la pena producida por el

sentimiento de mi propia flaqueza intelectual ; por-


164

que cuanto mayor sea el número de personas que pro-


fesen opinion contraria á la mia , mas probable es que
esta sea errónea .

Entre los sufrimientos que esperimentan los otros


en consecuencia de nuestra conducta para con ellos,
la mayor parte no nos da provecho alguno , de cual-
quiera especie que sea. Nada ganan los intereses per-
sonales , que pueda contrapesar la pena que hemos
causado. La sola justificacion de las molestias causa-
das á otro , seria el logro de alguna ventaja para
nosotros mismos ; y la justificacion no puede ser com-
pleta , sino en cuanto la ventaja obtenida es mayor
que la pena causada.

De aquí nace la siguiente regla de aplicacion ge-


neral; no hagais cosa que en vuestra opinion pueda
de cualquier modo que sea , hacer sentir la menor
pena á un individuo cualquiera , á no ser que deba
resultar ciertamente de vuestra accion alguna venta-
ja evidente , especial y proponderante , sea á vos , sea.
á otro ú otros individuos.
La cuestion de saber si se comprometen las penas

ó placeres de otros, pide la mas rigurosa investigacion .


Quitad á un individuo las penas y placeres que po-
see , que recuerda ó espera ; quitadle estos elementos
de que se compone su vida , y la vida ya ha perdido
todo el valor á sus ojos. Aun cuando os chanzeais , no
hagais ni digais cosa capaz de causar pena á otro,
pues es tomar la jovialidad de triste é indigno orígen.
Y ni aun existiendo tal motivo , cuando la accion
que produce la pena , no es sino efecto de la malig-
nidad , ¿ hai en el mundo cosa mas intolerable ?
165
Aunque la sensibilidad de los hombres sea mas ó
menos viva, y los mismos actos que no causarian sino
mui росо sufrimiento á ciertos individuos , causen
mas y aun mụcho á otros , el mejor medio de valuar
convenientemente la suma de sufrimiento causado , es
ponerse en lugar de la víctima. Figuraos en su po-
sicion , suponed que sois vos á quien se causan las pe-
nas , y valuad su intensidad y suma.
Cuanto mas acostumbreis vuestro pensamiento á
pesar las diferentes clases de penas y placeres , tanto
mas exactitud adquirirá vuestro juicio en todas las cues-
tiones de moral , donde es inevitable su intervencion.
Pero la benevolencia , sea negativa , sea positiva,
admite escepciones en algunos casos en que una pre-
ponderancia , sea de bien , sea de mal , hace salir de
las ocurrencias ordinarias.
Á fin pues de evitar el producir por ignorancia un
A
mal preponderante , es necesaria la circunspeccion.
Dos guías ayudarán á la circunspeccion á evitar
toda conducta perniciosa. Un guia directo está en la
indicacion ó creacion de la pena, La indicacion ó crea-
cion del placer es guía indirecto.
Cuando se puede, es preferible el bien directo, por-
que confiere placer á las dos partes y tiene mas pro-
babilidades de eficazia.

Los modos de satisfaccion y de molestia son dos,


el uno físico , que obra sobre los órganos del cuerpo,
el otro mental , que obra sobre el espíritu por medio
de las impresiones.
Las ocasiones de accion y de abstinencia benévola,
son accidentales ó permanentes,
166

Las ocasiones permanentes , son domésticas ó estra-


domésticas.
Las ocasiones domésticas se subdividen en las de

parentesco , que comienzan en el origen de las rela-


ciones sociales , y no se disuelven sino cuando la
muerte pone término á ellas : las que existen entre
los amos y criados , ó entre el dueño de una casa y
sus huéspedes , las cuales empiezan y acaban á vo-
luntad, sea de una ú otra de las partes , sea de ambas.
Los instrumentos por medio de los cuales mani-
fiesta su existencia la benevolencia efectiva , son las
palabras y acciones ; las palabras en el discurso pro-
nunciado ó escrito ; las acciones que influyen en las
penas ó placeres de otro. Los motivos que hemos
desenvuelto con respecto á las prescripciones de la
prudencia estrapersonal , se reproducen en nuestro
exámen para la benevolencia efectiva. Sus necesida-
des son las mismas en muchas ocasiones , y por for-
tuna sus intereses tambien idénticos.
Hai no obstante una materia que ya hemos trata-
do , y sobre la cual nos resta ya poco que decir. En
la region del pensamiento improductivo de ` acciones,
y considerado aisladamente , tiene la prudencia no po-
cas leyes que prescribir ; porque los pensamientos
ejercen grande influencia en las acciones.
Pero mientras los pensamientos no lleguen á ser
palabras ó acciones , nadie tiene que ver con ellos;
ni entran en el dominio de la benevolencia efectiva.
Toda invasion en su santuario es una usurpacion. Si
los pensamientos no hacen mal ni á vos ni á otro,
¿qué derecho teneis para meteros en ellos ? Si hacen
167
sóest mal , deben manifestarse bajo forma nociva. Es ne-
cesario que hallen una espresion , que lleguen á ser
-n la
actos.
las Al buscar pues las prescripciones de la benevo-
and lencia efectiva , es preciso ceñirnos á las palabras y
en & acciones ; y desde luego conviene examinar lo que
exige en adelante la benevolencia efectiva negativa .
--

‫י ב‬ La regla general que quiere nos abstengamos de


a causar toda pena inútil para evitar una pena mas
grande , ó para la produccion de un escedente de

placer , debe adaptarse á los diferentes casos , segun


501 el modo con que se presenten . La gran lei moral es
perentoria ; salvas las escepciones , no causeis pena. La
mision del legislador y del moralista es buscar, pro-
ducir y justificar las escepciones .
Las instrucciones siguientes tienen por objeto im-
3 pedir el desagrado producido por el discurso , cuan-
do el tal desagrado fuere inútil ó pernicioso en sus re-
sultados generales. Ante todo y como precepto fun-
damental , considerad si hai probabilidad que las pa-
labras de que vais á hacer uso , causen desagrado á
aquellos á quienes las dirijais , ó á quienes puedan
ser referidas.
El discurso se trasmite con signos fugitivos ó
permanentes ; cuando son fugitivos , es comunmente
por la palabra ; cuando permanentes, de ordinario por

la escritura ó por la imprenta.


Siendo el discurso hablado el mas sencillo y el solo

modo que se halla originariamente en uso , comenze-


mos por él. Y desde luego supongamos que las ideas.
así espresadas no se comuniquen sino á una sola perso-
168

na. Esta persona puede hallarse presente , cuando se


pronuncia el discurso , ó ausente.
Si entre sus efectos probables hai tambien el de
producir desagrado , examinad luego si en la balanza
del bien y del mal , no puede suceder que en com-
pensacion del placer así producido nazca bajo esta ó
la otra forma , un bien que esceda en valor al dis-
gusto en cuestion .
Ó para hablar con mas precision , si el discurso

debe tener el disgusto por efecto probable , ved si


este disgusto no puede compensarse con un bien ma-
yor , y mas que equivalente . En tal caso viene el
exámen de las causas justificatorias , autorizando la
produccion del disgusto por la via del discurso .
Igualmente cuando el disgusto de otro debe ser el re-
sultado probable del discurso , debeis contar entre los
efectos que acompañarán á tal disgusto , la cólera , de
que seriais el objeto , y podriais suscitar contra vos.
Por no poner bastante atencion en las causas par-
ticulares , que hacen del discurso un manantial de pe-
nas , sucede frecuentemente que la palabra produce
cantidad indefinida de sufrimiento, aun cuando el que
habla no saca de ello sino bien pequeña suma de pla-
cer. Las palabras inconsideradas pueden mas de una
vez causar sufrimientos mayores que los que la ma-

levolencia misma pudiera causar. La desatencion pue-


de crear penas mas intensas que el odio ; y la ligere-
za ser mas funesta que la inmoralidad.

Sin embargo en todos los casos para que un hom-


bre cause pena á otro , es preciso que le induzca á
ello un motivo de placer por débil que sea.
169

Cuanto al mal gratuito , es imposible . Porque ni


se hace ni puede hacerse algun mal , sino con la mi-
ra de algun bien . Dicho bien está en su minimum,
cuando haceis mal á un hombre por mal querer , sin
sacar otro bien que la satisfaccion de este mal que-
rer. Si habeis esperimentado daño de parte del in-
dividuo en cuestion , y obrais en vista de este daño,
semejante satisfaccion se llama venganza.
Pero por inmenso que sea el mal producido así
por vos ; por pequeña que sea la satisfaccion que os
resulta ; el fin que ha motivado vuestra accion no es
mal, sino bien.
Para hacer bien á un hombre , el mal que decís no
ha de decirse de él , sino á él , á menos que en lo que
decís de él , tengais intencion de atraer sobre él para
su bien los castigos de la sancion política ó popular.
Suponiendo siempre que el mal en cuestion no
pueda ser producido á menos costa , las causas jus-
tificatorias , es decir las que justifican la produccion
del mal , bajo cualquier forma que sea , y por con-
siguiente bajo esta tambien , son las siguientes:
1a La produccion de un bien preponderante pa-
ra el que pronuncia las palabras , de donde debe na-
cer el mal.

2ª La produccion de un bien preponderante pa-


ra la persona á quien ó de quien se habla , y á quien
así se causa mal.

3ª Un bien preponderante para otrá ú otras per-


sonas cualesquiera.
4ª Un bien preponderante para la sociedad en
general.
170
Esta última hipótesi se presenta , cuando en la
infliccion de un disgusto , el que lo causa obra en
calidad de miembro del tribunal de la opinion pú-

blica , aplicando la fuerza de la sancion moral y po-


pular.
Mas hai que hacer una distincion entre el caso en

que no hai presentes otras personas que aquella á


quien se causa el disgusto , y el en que hai otros
individuos presentes á la infliccion . Haciendo abs-
traccion de toda relacion particular entre las per-
sonas presentes y una de las dos partes , cuanto ma-

yor sea el número de testigos , tanto será mayor el


disgusto producido.
No perdais pues de vista jamás la necesidad de
minimizar el sufrimiento , y si el lenguaje que os
impone la benevolencia puede llenar el objeto desea-
do , dirigido al individuo en ausencia de toda otra
persona, debeis dirigírselo de este modo. Si es in-
dispensable la presencia de un tercero para el efec-
to que os proponeis , sea el número de las personas
el puramente necesario para producirlo.
En el ejercicio de la autoridad doméstica , como
tambien en el de la autoridad pública ejercida ofi-
cialmente , es decir como depositaria de la sancion
política , pueden ocurrir motivos legítimos y conve-
nientes para la infliccion de penas por medio de la
palabra; las cuales no serian justificables , estando
aisladas de la autoridad ; y como á miembros del
tribunal de la opinion pública y dispensadores de la
sancion popular, la benevolencia nos impone frecuen-
temente un lenguaje en la reprobacion de los delitos,
171
que no autorizaria , si se dirigiese directamente á lós
mismos delincuentes.
Pero en los casos ordinarios es raro que sean jus-
tificables las penas causadas por la palabra. No bas-
ta de mucho decir que la asercion es verdadera ; que
la persona á quien se causó la pena , la merecia;
que es culpable , incorregible , y que la caridad os
hace un deber de castigar su mala conducta : hasta
que no probeis , que de la pena que producís re-
sultará un bien preponderante , todas las reconven-
ciones que haceis á vuestra víctima , todos los elogios

que os dais á vos mismo , son otras tantas palabras


perdidas.
Nuestro lenguaje puede ofender los sentimientos
de otros de muchas maneras ; por ejemplo:
Por reprensiones directas , ya imputando á aque-
llos á quienes hablamos , una falta positiva , ya arró-
gándonos el derecho de ser sus juezes .
El derecho de reprender es en sí mismo una pre-
tension positiva de superioridad , pretension que na-
turalmente ha de herir el orgullo y vanidad de aque-
llos en quienes se ejerze. La reprension es la impo-
sicion de una pena , y cuanto mas dudoso sea el dere-
cho de arbitrariedad y condenacion que se arroga el
que se constituye árbitro y juez , tanto mas tendrá
que temer su interés personal la enemistad de aquel
á quien castiga. Esta será la medida de su malevolen-
cia , y la estension de la usurpacion estará en razon
de la severidad inútil de la reprension .
Dar á los argumentos el apoyo de una autoridad
despótica , es arrogancia. Hai hombres , que no con-
172

tentos con tener razon , parece se complacen en obli-


gar á los demas á que les sigan. Es fuerza que á par
que su razon triunfe tambien su dogmatismo. No les
basta vencer ; necesitan humillar. Son capazes de echa-
ros por tierra , aunque vuestra caida no sea esencial á
su suceso. No solo exigen que su antagonista yerre;
quieren aun hacérselo confesar. Ellos le condenan,
los demas le condenan ; pero su tiranía no queda sa-
tisfecha , si él no se condena así mismo.
Insistir en quedarse con la última es tambien una
de las formas en que se manifiesta esta disposicion
imperiosa ; triunfo vil y miserable , que no sirve sino
de prolongar la pena de nuestro adversario , y que
humillándolo lo exaspera .

Á vezes tambien toma la forma de una afirmacion

positiva y absoluta , hecha aun mas ofensiva , cuan-


do contradice á la opinion opuesta , que otro ha ma-

nifestado ; y la arrogancia llega á su colino , cuando


la asercion es de tal naturaleza , que no puede apo-
yarse en prueba alguna. Un hombre puede afirmar
que ha visto tal ó tal accion ; mas la cuestion de
saber si dicha accion es crímen ó virtud , puede ser
materia de opinion , y si la cuestion es dudosa , una
afirmacion perentoria sobre el carácter de la accion
no puede menos de ofender al que haya manifestado
opinion contraria.
Lo mismo sucede con las aserciones positivas con
respecto á hechos que no se han presenciado , y cuya
prueba no puede apoyarse sino en testimonios ; aser-
ciones , que haciendo abstraccion de tales testimonios,
no dan por motivo á la creencia que imponen , sino
173
la asercion misma. Pero de esto volverémos á hablar
mas adelante .

Una decision perentoria , antes de dar á los demas


ocasion de espresar sus convicciones , es una usurpa-
cion que corta toda discusion. Una decision peren-
toria , despues de espresada la opinion de otro , es mo-
lestia y ofensa.
Una contradiccion inútil constituye otra infraccion
de la benevolencia ; es ademas una manifestacion in-
sensata ; porque al paso que hace traicion á la impo-
tencia , ofende al poder.
Hai otra forma de arrogancia algo menos molesta,
pero no menos digna de reprimirse y reprobarse ; puě-
de llamarse presuncion . Manifiéstase generalmente en
la asercion simple y pura de una pretendida verdad
sin apoyarla con razon alguna. Tiene la pretension
de exigir una creencia implícita.
Si pues espresando su opinion el que habla , indi-
case las pruebas en que se funda , nada perderia en
la estimacion de sus oyentes , y les escusaria la im-
portuna y gratuita apelacion hecha á su credulidad.
Otro modo de manifestar presuncion es afirmar de
una manera perentoria lo futuro , y asegurar positi-
vamente que tal cosa sucederá. Si el que habla tiene
datos para aventurar una prediccion ; puede , sin hc-
rir el amor propio de los demas , servirse de fórmu-
las tales como estas : tengo motivos para creer que
tal cosa sucederá , ó estrañaria , ó no estrañaría que
tal cosa acaeciese .
Cuando manifestais el humor imperioso , despre-
ciando el mérito de vuestro interlocutor ó exajerando
TOM . II. 12
174

el vuestro , bajo cualquier forma arrogante y altanera


que aparezca su propension , estad seguro que allí se
halla el espíritu de tiranía y aristocracia.
Tendrá por consecuencias el resentimiento decla-
rado ú oculto ; si es declarado , se seguirán querellas
contra vos , si oculto , conspiraciones para dañaros. La
benevolencia nos lo prohibe formalmente , sus esfuer-
zos son maléficos para todo el mundo . Ejercido con el
inferior , es cobardía ; con el superior , imprudencia.
Si habeis hecho algun servicio á cualquiera , no
creais que vuestra beneficencia os dé el derecho de
tiranizarle. No destruyais el bien de una accion con
el mal de otra.
El lenguaje puede ofender aconsejando , cuando el
consejo se parece á una reprension , ó se produce bajo
una forma , que implica posesion de una autoridad
no reconocida por el oyente. Dar un consejo aunque
sea útil , es arrogarse autoridad de sabiduría.
Un hombre puede padecer error ; mas por mani-
fiesto que sea , no creais os asista deber absoluto de
manifestarlo.
Si juzgais útil un consejo , si hai necesidad de dar-
lo , haced de modo que respeteis en lo posible cuando
le dais , el amor propio y la vanidad de la persona
aconsejada .
Habladle á solas antes que en compañía , y mas
bien delante de pocos que de muchos testigos.
Si se ha metido en una empresa de que no puede
salir , y cuyos gastos le causarian grave perjuicio,
aconsejadle renunciar á ella ; si no , evitad decirle cual-
quiera cosa capaz de desanimarle. Por el contrario
178

decidle todo lo que siendo compatible con la verdad,


os parezca propio para animarle .
Ofreced á su vista las consideraciones que tienden
á hacer el suceso probable , evitando vos mismo pro-
ducir consideraciones de tendencia contraria ; y so-
bre todo , si en vuestra opinion debe ser el éxito ,
resumido todo , ventajoso á él mismo y á la sociedad
en general.
Si en dicho caso presentais el suceso como improba-
ble , ofendeis sus sentimientos sin utilidad posible. Si
por su parte lo cree probable , verá en vos un hom-
bre que pretende superioridad de sabiduría , y que lo
desprecia como juguete de sus propias ideas ; al paso
que el defecto de juicio puede manifestarse , tanto
mirando como improbable un suceso probable , como
considerando probable lo que no lo es.
Se espone uno á ofender comunicando informacio-
nes ; en primer lugar cuando suponen en la persona
informada ignorancia ó inferioridad general de cono-
cimientos , ó ignorancia relativa á ciertos objetos , que
por razones especiales debia conocer ; y en segundo
cuando envuelven pretension de superioridad de par-
te del que habla respecto de aquel á quien se dirije.
En todos estos casos suponemos siempre que relati-
vamente á la persona que habla , aquella á quien ha-
bla posee en general alguna superioridad ; ó si le es
inferior , no es tal la inferioridad que autorize se-
mejante manifestacion.
Fuera de estos casos la comunicacion de informa-

ciones útiles no podrá ser falta ; porque nadie hai


tan ilustrado que no tenga á vezes necesidad de las
176

luzes de otros , aun de los ignorantes. Si teneis que


comunicar una informacion cualquiera , evitad la ar-
rogancia.
Particularizad vuestras aserciones mas bien que
generalizadlas ; mencionad si podeis , la autoridad ó
autoridades , la persona ó personas que constituyen
vuestros testimonios.

Las aserciones generales no son sino conclusiones


que el juicio saca de hechos particulares , reales ó su-
puestos. El asentimiento dado á una asercion general
supone dos cosas : confianza ilimitada en la aptitud
suficiente de todos los testigos supuestos , por cuyo
espíritu , lengua ó pluma pasó el hecho ó se cree ha-
ber pasado ; é igual confianza en la rectitud de sus con-
clusiones, y por consiguiente en la rectitud general
de las facultades intelectuales de aquellos , de quienes
nació la comunicacion de que se trata.
Si haceis la comunicacion á un amigo particular,
es manifestar falta de confianza no indicarle la per-
sona , ó cualquier otro orígen del testimonio que ha
producido vuestra conviccion . Si hai razones que no
os permitan hacer semejante revelacion , la confesion
que hagais será menos ofensiva que la arrogancia , la
cual reclama creencia implícita : esto probará cuando
menos alguna confianza , y no la falta total de ella.

Si estais separado de vuestro amigo por ausencia


permanente , no le participeis aquellos pesares vues-
tros que no está en su mano remediar. Escusad este
sufrimiento á su simpatía.

La palabra puede ofender tambien espresando me-


nosprecio por las opiniones religiosas de otro.
177

El menosprecio que recae sobre los que difieren


de nosotros en materias de religion no está distante
del odio . El dogmatismo de las religiones de estado,
y la fe intolerante de iglesias usurpadoras , aguzan
el arma del menosprecio con el socorro de la male-
ficencía. ¿ Por qué no fulminaré yo mis anatemas
contra los que Dios ha maldecido ? ¿ por qué ? por-
que yo no puedo odiar sin sufrir , y este sufrimiento
crece con el odio , de suerte que mi interes personal
me ordena reprimir en mí el sentimiento del odio.
¿ Por qué ? Porque yo no puedo aborrecer sin desear
castigar á aquellos á quienes aborrezco , y castigarlos
á proporcion de mi odio ; y como las manifestaciones
del odio deben ser necesariamente maléficas , mi so-
licitud por otro me ordena prohibir semejante mani-
festacion. Y lo que es verdad respecto del odio , lo es
tambien , aunque en inferior grado , respecto del me-
nosprecio.
El menosprecio tiene tambien sus penas , y aunque
les escedan algunas vezes los placeres del que menos-
precia , estos últimos no pueden contrabalanzear los
sufrimientos producidos en el alma de la persona
menospreciada.
La palabra puede ofender manifestando menos-
precio ó malquerer contra la clase ó pais á que
pertenece el oyente. Esto es malevolencia en primer
grado y sucede no pocas vezes que halla simpatía en
aquellos á quienes la comunidad de condicion une
á la persona malévola. Es lo que se llama ordina-
riamente espíritu de cuerpo ó nacionalidad , y á ve-
zes se honra con el pomposo título de patriotismo ;
178
mientras tales sentimientos impliquen el deseo y ac-
cion de hacer bien á aquellos á quienes nos ligan
vínculos especiales , nada hai que decir , pues es la di-
fusion del principio de la benevolencia y beneficen-
cia. Pero desde el momento en que su ejercicio esclu-
sivamente dirigido por el interes del cuerpo , de la
clase ó nacion de que formamos parte , se rehusa á
los demas ; desde el momento en que se manifiestan en
actos ó palabra de antipatía ; desde el momento en
que un hombre por el solo hecho de hablar lengua
distinta de la nuestra , y vivir bajo otro gobierno , se
hace objeto de menosprecio , odio y actos hostiles; es-
tos sentimientos son maléficos. Tal es el carácter del
siguiente brindis , que se acostumbra echar en los
Estados unidos. «Á nuestra patria , que tenga razon ó
no, » lo cual equivale á una proclamacion de malefi-
cencia universal , y aplicada literalmente , podria
abrir una carrera ilimitada al crímen y al frenesí,
y acarrear el pillaje , el asesinato y todas las conse-
cuencias de una guerra injusta. No fue menos vitu-
perable la siguiente declaracion de un primer minis-
tro ingles. «Que su solicitud tenia por objeto la In-
glaterra, y nada mas que la Inglaterra.» Una filantropía
ilustrada hubiera podido dar á estas dos espresiones
una significacion deontológica , pues los verdaderos
intereses de las naciones , como individuos , son igual-
mente intereses de prudencia y de benevolencia ; mas
estas palabras no tenian otro fin que justificar la
injusticia , cuando la comete el pais que llamamos
nuestro.
Entre las diversas formas que toma la superiori-
179

dad , cuando por medio de la palabra causa á otro


sus molestias , no la hai mas vejatoria que la ar-
rogancia del mando , sea para ordenar , sea para pro-
hibir.
Acordaos siempre que tanto cuestan las palabras
bondadosas como las duras. La bondad en el lengua-
je no cuesta nada. La dureza siempre cuesta algo,
mas ó menos ; á vezes mas al que la emplea que á
los que se dirije . Mas cada uno está obligado á saber
que el lenguaje duro debe producir los frutos de la
dureza , es decir producir sufrimiento en el espíritu
de otro .

El mandato que impone obediencia puede per-


der el carácter despótico que le da la aspereza; pue-
de tambien llegar á ser agradable , cuando es trasmi →
tido en términos y formas de verdad. Hai hombres
que por la delicadeza y miramientos con que acom-
pañan sus órdenes , hacen de la obediencia un placer.
La intervencion es frecuentemente ofensiva , cuan-
do no tiene por objeto alguna demanda . Hai una ma-
nera de preguntar , que lleva impreso todo el dog-
matismo del mandato. Hácese cuestion y se le da
forma imperativa. Pídese informacion con un tono de
autoridad. Esta es una de las manifestaciones de al-

tivez. La ejercen principalmente los superiores res-


pecto de sus inferiores ; y es tanto mas incómoda,
cuanto menor la distancia entre el interrogador y el
interrogado. Teniendo la cuestion por objeto lograr
respuesta , la moralidad nos hace un deber de no aso-
ciar á esta respuesta una pena inútil.
La palabra puede ofender por la censura , que to-
180

ma la forma , ya de desaprobacion directa , ya de elo-


gio dado á una conducta parecida á la nuestra , y
opuesta á la de la persona censurada. Unir la repren-
sion á la censura es desempeñar los cargos de juez y de
verdugo ; la difamacion , cuando no está presente sino
la persona difamada , es la reprension particularizada.
Si teneis ocasion de hablar de una falta cometida

por cualquiera ; si para impedir que la repita , ó con


cualquier otro fin incontestable de benevolencia , es
de desear le hableis de ella ; suministradle medio de
disculparse ; suponed , si la cosa es posible , que no
ha hecho el mal sino por ignorancia, accidentalmen-
te y sin culpa suya ; suponed tambien que solo ca-
sualmente habeis podido saber mas que él en este
particular.
Evitad igualmente acompañar vuestra censura con
espresiones de menosprecio. Nada anuncie en vues-
tro lenguaje deseo de degradarle ó abatirle en la es-
cala social.
Absteneos de toda palabra de reprension , cuan-
do palabras neutras pueden bastar. En lugar de de-
cir que fulano ha querido quedarse con lo que os
debia , decid que parece haber deseado evitar el pago.
Si pensais que otro se ha portado mal con vos,
no le abrumeis á reconvenciones ; ni le deis á cono-
cer lo que pensais en el particular ; á menos que no
sea necesaria para evitar la repeticion del acto vitu-
perable. Casi siempre tendrá mejor gracia la recon-
vencion en boca de tercero ; porque su juicio estará
menos espuesto á la influencia del interes , y á exas-
perarse por la pasion .
181

Si sois llamado á emitir una opinion desfavorable


sobre discursos ó actos que desaprobais , no os apre-
sureis á manifestar vuestra desaprobacion por el so-

lo motivo de que lisonjea vuestro amor propio la


apelacion hecha á vuestro juicio. Si la influencia de
lo que desaprobais es perniciosa á la sociedad , al
dar parte de vuestra opinion á los demas con la mi-
ra de un bien preponderante , no empleeis sino el
lenguaje puramente necesario para espresar la suma
de vuestra desaprobacion , cuidando que no se mez-
cle en el juicio que emitís , motivo alguno de ma-
levolencia.
Evitad recordar faltas olvidadas , á no ser con ob-
jeto evidente de un bien futuro ; guardar en vuestra
memoria las faltas de otro es quebrantar las leyes
de la prudencia y benevolencia ; es hacer de vuestra
alma un arsenal de dolores para vos mismo y para
los demas. La espresion del descontento por las fal-
tas pasadas , cuando no se refiere á faltas actuales, 1
ni puede servir para impedir faltas futuras , produce
mal sin objeto , ó con fin malo.
Si creeis tener motivo de queja de alguno , y de

su conducta para con vos , y os parece útil dárselo


á entender , haced de modo que le sea esta comu-
nicacion lo menos penosa posible. No le dé vuestra
espresion á conocer que pensais mal de él. Habladle
de modo que le hagais creer , atribuís su conducta
á una causa , que carga sobre él poca ó ninguna cul-
pa. Le habeis convidado por ejemplo á que os vaya
á ver ; y él no lo ha hecho , ni siquiera os ha con-
testado. Deberia haber ido , ó cuando menos dar la
182

razon de no poder ó no querer ir : imputad su ne-


gligencia á motivos justos. Puede suceder que no le
haya llegado vuestra carta ; ó si fue mensaje verbal,
que el portador ó le haya comprendido mal , ó da-
do mal, ú olvidado ; porque como su negligencia ha
podido ser el resultado de una de estas causas , no
hai defecto de sinceridad que se les pueda suponer.
Cuando la benevolencia efectiva exige que dirijais
reconvenciones, tomad bien vuestro tiempo para ello.
Si alguno ha cometido ofensa contra vos , evitad ha-
blar de ello en el momento mismo ; porque todo lo
que podais decir , no hará que no haya sucedido lo
que ha sucedido. Vuestras observaciones tendrian por
efecto natural y necesario causar sufrimiento al indi-
viduo , y provocar de su parte el mal humor que
hace nacer .

Si el hecho amenaza reproducirse mas tarde , en-


tonces y solo entonces , antes que la cosa suceda , si
creeis útil vuestra intervencion , llegó el momento
de recordarle su primera falta. Habreis producido
efecto saludable en tiempo oportuno , y se habrá evi-
tado todo el sufrimiento intermediario.

Mas acordaos que una reconvencion inútil tiene


por consecuencia un mal puro , mal cierto y conside-
rable en la humillacion de la persona repiendida
mal probable en la pérdida de su amistad , y en la
produccion de su enemistad
Las precedentes lecciones pueden resumirse en estas
palabras : No vitupereis á ninguno ; sino es por im-
pedir nuevas causas de vituperio.
Interrumpir al que habla de una manera directa
185

y abierta, es manifestacion de menosprecio y desesti-


ma, de que es preciso guardarnos con el mayor cui-
dado. Es una ofensa intolerable , que cambia en pe-
na el placer de la conversacion ; y que produce mo-
lestia bastante aun para provocar la reaccion del mal
querer.
La interrupcion indirecta y disimulada ; cubriendo
la voz del interlocutor , antes que haya concluido de
hablar , es otra especie de molestia : la tentativa sola
es ofensa; si se logra, es opresion.
Cuando semejante interrupcion ha cortado una vez
el hilo del discurso , no es posible aun darlo frecuen-
temente. El que tiene voz fuerte puede hacer virtual-
mente mudo al que la tiene menos : este último se halla

por semejante causa en un verdadero estado de opre-


sion , y el otro se vé por esto mismo privado de todas
las ventajas que pudiera sacar de su conversacion .
Dejar á vuestro interlocutor antes que haya acaba-
do lo que tiene que decir , es una infraccion de las
leyes del saber-vivir , que entran en el dominio de la
prudencia de abstinencia. Se necesita que sea bien
urgente la presencia del oyente en otra parte , para
autorizarse á dejar la de su interlocutor. Son tambien
vituperables , aunque en menor grado , las demostra-
ciones de impaciencia por palabras ó gritos , durante
una conversacion que prohibe la moral usual , escep-
tuando siempre los casos en que hai bien prepon-
derante que oponer á la molestia así producida.
Afectar desden mientras habla otra persona , es tam-
bien manifestacion de menosprecio ,

Escuchar lo que alguno os dice, y no hacer caso de


184

ello es infraccion de las leyes del saber vivir , que


difícilmente perdona la opinion pública ; esta des-
atencion es aun mas ofensiva , cuando alguno os man-
da no hacer tal ó tal cosa , y vos sin atender al de-
seo que manifiesta , proseguís haciéndola. Esto es ma-
levolencia , no negativa sino positiva : la benevolencia
negativa haria que os abstuvieseis . Una especie de
molestia que no implica necesariamente usurpacion
de superioridad , es el acto directo ó virtual de me-
terse en los asuntos particulares de la persona á quien
se habla. Cuestiones de tal naturaleza producirán in-
dudablemente pena . En los casos ordinarios , si hu-
biera utilidad definitiva en dar á conocer la cosa , la

comunicacion seria espontánea. Á todo evento el de-


recho de fallar sobre su utilidad , pertenece á la per-
sona interrogada , no á la que interroga. La cuestion
produce pena en el que pregunta , si se le rehusa la
respuesta que pide ; pena en su interlocutor si la da
con repugnancia , y las mas vezes pena en entrambos .
Cuando el resultado probable debe ser pena para el
uno ó para el otro , hai motivo para abstenerse de
hacer la pregunta.

Evitad afligir á otro con la comunicacion de noti-


cias desagradables , penosas ó inútiles.
Se aplica la escepcion general , cuando la pena así
causada debe ser escedida por el bien que producirá
la informacion. Las personas á quienes resultará este
bien son : 1º aquella á quien se trasmite la informa-
cion ; 2° aquella por cuyo medio es trasmitida ; 3° un
tercero ó mas , cualesquiera que sean .
Si hai lugar á creer que la informacion no puede
185

hacer bien á alguna de las personas comprendidas


en estas tres clases , entonces llega el caso de aplicar
la regla de una manera absoluta . Esta comunicacion
seria contraria á la benevolencia y beneficencia. Pero
si se presentan casos en que el mal que resulta de la
informacion , ha de ser contrabalanzeado por otra
parte con un bien cualquiera , como por ejemplo,
cuando la comunicacion de una noticia desagradable
es necesaria á la adopcion de ciertas medidas de im-
portancia preponderante ; cuando la pena causada por
la comunicacion impide otra pena mayor ; cuando el
que hace lo comunicacion lleva la mira de llenar al-
gun objeto importante , ó de hacer algunos servicios
considerables á los individuos ó á la sociedad en ge-
neral . En tales ocasiones debe suponerse la pena , pues
su infliccion estorbará otra mayor , ó asegurará un
placer mas que suficiente para contrabalanzearla.
No recordeis jamas desgracias irreparables ; sobre
todo en la conversacion ó presencia de aquellos , que
segun vuestra opinion ó la de otro pueden haber con-
tribuido á estas desgracias ú otras semejantes. Todo
cuanto digais no hará que no hayan sucedido ; no
añadais pues al sufrimiento que causaron , el que pue-
de ocasionar su recuerdo .
Evitad las palabras de pésame á las personas que
están de luto por la muerte de sus amigos. Los pé-
sames lo mismo que el luto son cosas funestas. Los
hombres , y sobre todo las mujeres no hacen sino au-
mentar su dolor , haciéndose un deber ó un mérito
de manifestarlo. Si se renunciase al uso del luto , se

escusaria al mundo gran suma de sufrimientos . Hai


186

naciones salvajes ó bárbaras que se regocijan en los


funerales de sus parientes ; en este particular saben
mas que las naciones civilizadas .

En lugar de ofrecer á vuestro amigo sentimientos


de pésame , si no podeis resolverlo á entregarse á al-
guna distraccion , haced de modo que por un cami-
no ú otro sus negocios absorvan toda su atencion.
Absteneos de criticar en un individuo imperfec-
ciones , que no está en su mano corregir ó quitar.
Cuanto vuestra posicion sea superior á la suya , tan-
to mas meritoria será esta abstinencia de vuestra

parte. Si sois en tal modo independiente de él , que su


mal querer no alcanze á haceros mal , la benevolen-
cia efectiva exige que no le causeis sufrimiento inútil.
Semejante abstinencia es un deber ; sea la enfer-
medad intelectual , moral ó corporal , lo es aun en
ausencia de testigos , y con mayor razon en presen-
cia suya .

El resultado infalible de esta especie de malevo-


lencia es pena de humillacion.
Dicha pena será mas o menos grande segun la na-
turaleza de las relaciones que existen entre la perso -
na así molestada , y las demas presentes ; y cuales-
quiera que sean las relaciones , será tanto mayor la
pena , cuanto mas numerosos los testigos .
Si se desean saber las consecuencias de dicha male-
volencia , se verá que todas las partes tienen que su-
frir. Resulta : 1 ° un mal para la persona así mo-
lestada por la humillacion que se le hace sufrir. 20
Un mal para la persona presente por la infliccion
de la pena de simpatía , que produce en su espíritu

f
187
la idea del sufrimiento de este individuo. 3° Un mal

por la pena de antipatía producida por la simpa-


tía, y de que sois vos el objeto. 4° Un mal para
vos mismo por el peligro de represalias de parte de
la persona molestada por vos , ó de parte de aque-
Ilos en quienes vuestra conducta haya suscitado sen-
timientos de antipatía : á estos males, cualquiera que
sea la suma , no puede haber compensacion bajo cual-
quier forma y en cualquier cantidad que sea. Habría.
la tal vez , si hubiera posibilidad de corregir las im-
perfecciones así señaladas ; pero nosotros suponemos
lo contrario

Si las leyes de la benevolencia prohiben la alusion


á las enfermedades irremediables ; con mayor razon
es decisiva y rigurosa la prohibicion , cuando la alu-
sion reviste la forma de ridículo . La irrision apli-
cada á los defectos naturales , es una de las formas
.
mas crueles que puede vestir la malevolencia. Las
imperfecciones pueden ó no ser remediables ; mas
cuando la enfermedad reside en la constitucion del

individuo , la beneficencia nos impone un deber ri-


guroso de abstenernos.

Á esta clase de males pertenecen gran número de


actos de malevolencia , que llaman pasadas de estu-
diante. Cualquier deformidad y defecto físico , sirve
frecuentemente de pretesto y objeto para causar pe-
nas diarias. Debe reprimirse esta tendencia maléfica
en sus primeras manifestaciones. Incúlquese sobre to-
do á los niños , que el placer que se alimenta de la
pena de otro, siendo inútil y sin compensacion , con-
tiene el gérmen de toda inmoralidad.
188
: Cuando se trata de defectos reparables ; aunque no

sea en rigor aplicable la regla que prohibe hacer


alusion á ello , sin embargo antes de hablar delante
de testigos , aseguraos que el objeto que os proponeis
no puede llenarse sin las penas de humillacion , que
vuestro lenguaje deberá necesariamente ocasionar.
Aseguraos que el bien no puede obtenerse á precio
de menor mal. Aseguraos que sois la persona mas
propia para obtener dicho resultado .
En vuestras relaciones con un niño , un doméstico,
ó cualquiera otro subordinado , por lo que toca á los
defectos é imperfecciones que sus esfuerzos pueden
llegar á corregir , recordádselas cuantas vezes tengais
ocasion de verles , mientras haya esperanza de en-
mienda. Cuando se haya perdido la esperanza , ce-
sad de hablarle de ello , y no le dejeis conocer que
lo notais. En la eleccion de materias de conversacion,
la benevolencia de abstinencia hallará frecuentes oca-
siones de ejercitarse . Tal es la organizacion de cada
uno de nosotros , tal la inclinacion que le han hecho
tomar la costumbre y el uso , que ciertas materias
nos gustan mas que otras. Evitad las menos agrada-
bles , y vuestra solicitud en alejarlas sea en razon de
su fastidio . La presencia de intereses importantes
puede exigir la introduccion de materias sobre las
cuales hai desentimiento cierto. Esta introduccion no
puede justificarse sino por la necesidad ó una utili-
dad preponderante . (1 )

1 Acuérdome á este propósito de un hecho interesante .


Durante los dos ó tres primeros años de mi intimidad con Ben-
189
Evitad toda ocasion de herir el amor propio de
otro. Si un hombre no comprende , ó comprende mal
vuestra conversacion , atribuidlo no á defecto de in-
teligencia , sino á que no os esplicasteis bien. Porque
la equivocacion en la espresion ha podido producir
otra en la concepcion , y no hai necesidad de ir á
buscar esplicacion penosa , cuando teneis á mano otra
inofensiva.
No espreseis , y en cuanto sea posible , tampoco
deis lugar en vuestro espíritu al resentimiento inútil,
aun cuando os vieseis calumniado. Si os acusan de
haber observado, ó querer observar una conducta in-
moral , y podeis refutar la acusacion , no os encole-
rizeis ; sino presentad la refutacion . La cólera es el
único recurso del hombre culpable. La refutacion es
el solo medio de no ser confundido con él.

Cuando creeis notar estupidez en alguno , no useis


de aspereza en vuestras observaciones. No serán úti-

les sino en el caso de que el defecto provenga de


negligencia. En el caso contrario la aspereza tendrá

tham , tuvimos frecuentes discusiones sobre puntos de contro-


versia religiosa. Seguramente no se disminuyeron ni su afecto á
mí, ni mi respeto á él , porque despues de largos y frecuen-
tes debates , cada cual hubiese quedado con su opinion. Un dia
me dijo: «Veo que no os haré mudar de ideas ; ni vos me hareis
mudar las mias : si continuamos , yo os causaré pena , y vos
me la causaréis á mí. El resultado será pena para ambos. De-
jemos este discurso , y no hablemos mas de él . » Así fue , que
desde entonces no hemos vuelto á hablar. Y no obstante si ha
habido hombre que haya abierto su corazon á otro , ese fue
Bentham á mí. J. B.
TOM . II. 13
190

por resultado causar una pena completamente inútil,


y escitar contra vos el resentimiento que provocan
la injusticia y la crueldad.
La paciencia en las injurias es leccion difícil de

aprender, y aun mas de practicar ; pero digna segura-


mente de ser practicada y aprendida.
Si en presencia vuestra se dirige un ataque contra
vos , por insultante que sea , sobre todo si es delante
de testigos , tratadlo , si os parece , con indiferen-
cia manifiesta , ó riéndoos , ó chanzeándoos , segun
la ocasion. Cuanto mas insultante es el ataque , tanto
es mas ignominioso para el que lo emplea , y tanto
mas eficazmente será rechazado : él se verá contraria-

do , humillado , mas no irritado , y su hostilidad con-


tra vos no se aumentará ; y puede tal vez que la desar-
meis . Cuanto á la contrariedad que esperimentará , es
infalible ; por lo menos si hai alguno presente. Por-
que en tal caso , ¿ cuál podia ser el objeto de su ata-
que ? Solo haceros sufrir , y cuanto mayor sea vues-
tra tranquilidad , tanto mas burlado quedará en sus
esperanzas.
Esta es sin duda una de aquellas reglas mas fáciles
de dar que de seguir. En efecto pocas lecciones hai
de la prudencia personal ó benevolencia efectiva , cu-
ya práctica sea mas difícil .
Sin embargo el presente caso , como en otros mu-
chos , cuando lo exigen motivos suficientes , se puede
con ejercicios preparativos adquirir la fuerza de do-
minarse. Háse inventado la gimnástica para fortificar
el cuerpo , y se ha hecho la aplicacion con suceso
maravilloso . El inedio de que hablamos está fundado
191

en los mismos principios , y puede hacer adquirir al


espíritu la fuerza pasiva de la paciencia.
Cuando no podais conceder lo que os piden , cause
vuestra repulsa la menor pena posible à la persona
á quien se dé.
Por importuna y poco razonable que os parezca su
demanda , no hai razon para que le hagais ver la re-
pugnancia que teneis en obligarle y servirle. Si es
necesario convencerle , de que su peticion no es razo-
nable , hacedlo con dulzura , pues lo contrario seria
humillarle é irritarle , ó ambas cosas ; le causariais pe-
na sin necesidad ni utilidad ; podriais tambien hacer
de él un enemigo , ¿ y qué ventaja sacariais de sus
sufrimientos , ó qué bien de su enemistad ?
En caso que fuese imposible reprimir su importu-
nidad , es decir, si la bondad de un lenguaje afectuo-
so no han podido conseguir libraros de su presencia,
recurrid al método retributivo.
Absteneos de toda espresion que tenga por objeto
manifestar vuestra oposicion á la voluntad ó al jui-
cio de otro , aun en las menos importantes ocasiones.
No disputeis sobre punto que no tenga alguna im-
portancia práctica , por la sola causa de tener razon
vos , y el otro no. De estas contestaciones provienen
las disensiones y enemistad.
Si por alguna cosa que otro ha hecho , os veis en
la precision de hablar de él de un modo poco favo-
rable , mencionad el hecho particular ; pero no es-
preseis la opinion general que habeis formado res-
pecto á él. El hecho puede probar la equidad de vues-
tra condenacion. Los términos de ésta no probarán á
192

los ojos de la persona á quien hablais , sino el estado


de vuestras afecciones relativamente al individuo en
cuestion.
No esciteis en el espíritu de otros esperanza algu-
na exagerada , ofreciéndoles perspectivas , en cuya rea-
lizacion puede haber dudas razonables. Sea tal vues-
tro lenguaje , al hablar de los placeres espresados,
que deje la menor suma posible de contrariedad , en
caso de no realizarse. Vos no perderéis nada en incli.
nar la escala de vuestras esperanzas , y perderiais mu-
cho en elevarla demasiado.

Ya dijimos que la pasion de la cólera jamas era


útil , y por el contrario casi siempre perniciosa y pe-
nosa . Es preciso pues evitar todos los hábitos que
pueden conducirnos á ella. Entre estos uno de los mas
necios y funestos es el de los juramentos. Afortuna-
damente la sancion popular dirige con buen éxito su
reprobacion contra semejantes manifestaciones. La mo-
da las habia tomado en otro tiempo bajo su protec-

cion ; pero hoi dia las desecha. Ademas de la pena


producida por la cólera que las provoca , tambien pro-

ducirá otra la espresion de la cólera bajo forma tan


ofensiva. En el espíritu de los unos herirá las afeccio
nes religiosas ; en el de los otros producirá sanciones
que la benevolencia debe evitar.
La irreflexion é indiferencia sobre las consecuencias
del lenguaje , son el origen de la mayor parte de los
males causados por la palabra. Los hombres están
siempre demasiado espuestos á hablar , sin considerar
el efecto que sus palabras pueden producir en aque-
llos que les escuchan ó con quienes conversan.
193

Se ha dicho que toda verdad no es para decirse.


Pero en este aforismo hai una ambigüedad peligrosa,
la cual hace que se emplee frecuentemente con fin
dañoso, Tiene dos sentidos , uno malo , uno bueno.
« Algunas vezes es bueno mentir ; » este es el sentido

peligroso. « Hai ocasiones en que debe callarse la ver-


dad. » ¿ Pues qué se ha de decir entonces? ¿una men-
tira ? No : nada. He aquí el verdadero sentido , y solo
en este debe emplearlo la moralidad como aforismo.
Las máximas que hemos sentado como reglas de
conducta en materia de lenguaje , son igualmente apli-
cables á las acciones. En efecto en el curso de nues-

tras investigaciones hemos alguna vez asociado las ac-


ciones como consecuencia de las palabras ; siendo tan
íntima su conexion , que seria difícil separarlas al pa-
sarles revista.

Sin embargo es mayor el número de acciones que


entran en la jurisdiccion de la autoridad judicial , que
el de palabras. Las acciones examinadas por la lei
pueden considerarse como obligatorias. Pueden mi-
rarse como libres , aquellas en que no conocen las le-
yes , y son las que no entran en el dominio de la jus-
ticia penal .
Los actos desagradables á otro , pueden serlo de
dos maneras ofendiendo los sentidos físicos y los in-
telectuales.

Entre los cinco sentidos no tratarémos aquí de la


cuestion del tacto y del gusto. El mal causado á es-
tos dos sentidos se presenta bajo la forma de delito
legalmente castigable. La molestia por la vía del tac-
to constituye lo que en término legal se llama vía de
194
hecho. La molestia del gusto presenta la idea del ve-
neno , y á menos que no se mezcle en ello fraude ó
intimidacion , es tambien delito corporal.
En una palabra , los únicos sentidos espuestos á las
molestias que son de la incumbencia de la Deontolo-
gía , son los tres sentidos , sobre los que se puede obrar
sin contacto inmediato , es decir , el olfato , el oido
y la vista.
1º El olfato. Las molestias de que es susceptible,
son por lo comun bastante evidentes. A este propó-
sito no serán fuera del caso algunas advertencias.
Por poco importantes que parezcan á primera vis-
ta las infinitas suertes de molestias que obran por me-
dio de los sentidos , pueden tener por efecto dester-
rar un amigo de la presencia de su amigo , y aun
hacerle objeto de una aversion permanente para to-
da una reunion , cualquiera que sea el número que
la componga.
Por fútil que parezca la cosa , lo que en tales casos
agrava el mal es , que por una mezcla de rubor , te-
mor y simpatía , la persona á quien se causa dicha
molestia , no osa dar á entender á la que la causa , la

impresion que esperimenta . He aquí un acto , que


teniendo efecto maléfico , está evidentemente prohi-
bido por las leyes de la beneficencia negativa , y con-

siguientemente de la prudencia personal . Es un acto


seguramente mui trivial , y no obstante puede causar
una molestia mas grave que causaria un delito casti-
gable. Añadid á esto , que de la circunstancia espe-
cial que acabamos de mencionar resulta la imposi-
bilidad de perdonarla .
195

Vamos pues á presentar al lector algunas circuns-


tancias , que aunque productivas de mal real de la es-
pecie de que se trata , no han sido observadas bas-
tantemente , como lo acredita la esperiencia.
Tratemos primeramente de la molestia, cuyo asien-
to reside en el olfato. La mas evidente es la que
produce la emision de gas por el canal alimenticio.
Dicha emision en cuanto proviene de la parte infe-
rior de este canal , es casi siempre voluntaria , de mo-
do que en tésis general , la infliccion de su molestia
es premeditada. El individuo que la causa , puede
abstenerse . En la produccion de ella , aunque el sen-
tido sea el asiento inmediato , la imaginacion hace el
principal papel ; el mismo olor que emanado de nues-
tro cuerpo , no nos causaria la menor molestia , se nos
hace insoportable , cuando emana de cuerpo ajeno; y
la molestia puede mitigarse ó agravarse por una va-
riedad de circunstancias relativas á la persona del in-
dividuo , cuyo cuerpo es el orígen ,
Como en esta clase de molestia la imaginacion tie-
ne gran parte , puede causarse sin impresion actual
sobre el órgano que es su asiento natural. Tal es el
disgusto que produce , que en virtud del principio de
asociacion de las ideas y sensaciones , se produce ha-
bitualmente en nosotros un disgusto de la misma na-
turaleza , aunque en grado inferior , por actos que
sin embargo no afectan realmente sino el sentido del
oido.

La educacion ha hecho mucho para la supresion


de las molestias que provienen de semejante orígen . El
saber vivir , que ha penetrado hasta las capas inferio-
196

res del terreno social , ha logrado hacer raros unos


actos mirados como pruebas de grosería y mal tono ,
hasta el estremo de hacer su ejercicio peligroso á la
reputacion del delincuente .
La facultad de impedir las emanaciones desagrada-
bles de la boca no puede poseerse tan estensamente ;
pero se tiene la facultad absoluta de reglarlas de
manera, que sean inofensivas para otro. La eructacion
que no siempre se puede reprimir , se hará menos
desagradable á los demas , dándose á los miasmas di-
reccion tal , que no puedan llegar á nadie ; haced de
modo que el aire salga en dicha direccion , por un

lado de la boca , y por la menor abertura posible,


de suerte que nadie lo note.
Si estais rodeado de gente en términos que os es
imposible estorbar que la emanacion llegue á algu-
no , cubríos la boca con la mano ó con el pañuelo;
el gas ácido carbónico descenderá por su propio peso.

Si os hallais en mesa , y hai alguno frente á vos,


vale mas cubriros la boca , que dejar escapar los
miasmas visiblemente , porque si la distancia es bas-
tante grande para no afectar desagradablemente el
olfato de la persona en cuestion , podeis escusarle el
disgusto de imaginarlo , lo que no dejaria de suceder,
si fuera testigo del acto de eructacion.
2º El oido. Puede ser afectado desagradablemen-
te de una manera directa ó indirecta , por medio de
la asociacion de las ideas.

Esto directamente por la cualidad del sonido ó por


la cantidad. No es posible afectar de este modo con
sonidos de cualidad ofensiva , independientemente de
197

su cantidad , sin que la produccion del efecto no sea


el resultado de la intencion. Si la hai , el acto puede
considerarse como legalmente digno de castigo ; en
todo caso seria inútil y supérfluo insistir en la nece-
sidad de abstenerse de ello .

En virtud del principio de la asociacion de las


ideas , todo sonido que tiene por efecto renovar la
idea de una sensacion desagradable á otro sentido,
por ejemplo al olfato , no podria menos de repug-
narnos por solo este motivo.
En razon de la facultad simpática , la boca y la
pariz pueden ser afectadas desagradablemente por el
intermediario del oido.
Por medio de las glándulas dispuestas en la nariz,
en el interior de la boca , y en el paso llamado larin-
ge , que conduce á los pulmones , se segrega un líqui-
do viscoso , que tiene varios destinos ; pero que tan-
to por su contestura original, como por efecto de la
evaporacion se aproxima al estado de sólido. Cuan-
do dicho líquido se acumula en el paso en cierta
cantidad , llega á ser de diversos modos causador de
sensaciones desagradables , que no pueden cesar si-
no con su espulsion . La porcion que guarnece los
pulmones , la laringe , y el interior de la boca , pue-
de espelerse por dos vias ; ó por la boca , y en tal
caso es arrojado del cuerpo enteramente y en su for-
ma actual , ó por la garganta , y entonces es enviado
al estómago donde se mezcla á los alimentos , y des-
pues de haber padecido las mismas alteraciones , es
finalmente espelido por los mismos conductos. La
porcion de dicho líquido que ocupa la nariz por lo
193

menos en su parte superior puede desprenderse por


tres orificios ; por las narizes , por la boca , como vi-
mos arriba , ó por la via del estómago. En el primer
caso es arrojado fuera de la nariz con el ayuda de
una gran cantidad de aire aspirado al efecto . Esto es
lo que se llama sonarse. Su espulsion por la boca se
efectúa parte por medio de una corriente de aire
aspirada ,, y parte por la fuerza myscular de la len-
gua y labios. Si en lugar de arrojarlo por la boca
ó narizes , se engulle la mucosidad , hai personas á
quienes esto puede indisponer , lo cual proviene tan-
to de la cualidad de la materia que es de difícil di-
gestion , como de su tenazidad , que la retiene con-
tinuamente en un estado correoso , de modo que se
estiende hasta al garganta , la cual escita hasta el pun-
to de producir una especie de convulsion que lla-
mamos bostezo .
Cuando un hombre espuesto á afectarse así , se
apercibe por el sentido del oido , que otra persona
incomodada por la acumulacion de crecida cantidad
de mucus , para aliviarse , lo traga ó se prepara á
tragarlo , en lugar de espelerlo por la boca ó nariz,
es para él causa considerable de molestia , la cual

tiene su orígen en la afeccion simpática , Su esperien-


cia personal hace que asocie á la idea de tal estado
de cosas , otra de sufrimiento.
Es en efecto mui grande el que produce una cau-
sa en apariencia tan ligera ; y cuya naturaleza no pa-
rece haberse comprendido generalmente.
Es preciso establecer distincion entre los casos en
que el órgano corporal , ó de los sentidos es el asien-
199

to del sufrimiento que se esperimenta , y los en que


sirve únicamente de vehículo á la impresion hecha
sobre alguna otra parte del cuerpo , ó sobre el es-
píritu.
Así es por ejemplo , como los órganos de la vista
y oido están espuestos á modos particulares de mo-
lestia , de que son asiento respectivamente, Pero to-
mados en junto sirven de vehículo á una infinidad
de molestias lo mismo que de gozes , cuyo asiento no
se halla en los órganos respectivos , sino en el espi-
ritu; en una palabra , molestias y gozes capazes de
ser producidos por medio de la palabra.
Las únicas maneras de molestia de que conviene
hablar aquí , son los que un hombre puede evitar
causar á otro , sin que para esto le sea necesario pri-
varse de su presencia. Hai gentes que no pueden ver
una persona , cuyos ojos sean asiento de cierta afec-
cion mórbida , sin sentirla ellas mismas. Como el
único medio de escusar á otro semejante molestia es
privarse de la presencia de la persona afectada de la
susceptibilidad mórbida , es punto que no podemos
tocar. En todo caso , sin que sea necesario recurrir
á tal estremo , la persona sujeta á afectarse en el par-
ticular puede escusar la molestia , evitando fijar sus
miradas en los ojos cuyo estado mórbido le afecta .
Los ejemplos que hemos presentado de propósito con
alguna minuciosidad , bastarán para llamar la aten-
cion sobre otros puntos en que pueden afectarse los
sentidos por falta de atencion suficiente á las causas

de donde provienen las molestias ; cada cual podrá


desde luego notar las ocasiones en que la benevolen-
200
cia ordena abstenerse de lo que seria desagradable á
otro. El asunto es en sí mismo de tan poco atractivo,
que tal vez creeríamos haber dicho demasiado en el
particular , sino estuviéramos convencidos de que una
inmensa cantidad de sensaciones penosas toman de
aquí su orígen , y que no se ha comprendido bas-
tante bien ó generalmente la necesidad de protejer á
los hombres contra esta especie de molestias.
Vemos en el periódico l'Examiner , un ejemplo
del modo con que pueden aplicarse dichos principios
á las otras ramas de la moral usual.

«Modos de comer que desagradan á las personas


bien educadas : hacer ruido con el tenedor y cuchi-

Ilo , hacer chasquear los labios uno contra otro , ha-


cer oir el ruido de los líquidos al tragarlos , mascar
con estrépito , comer con precipitacion . Hai algunos
á quienes tales cosas no parecerán importantes ; sin
embargo lo son, porque no solamente indican senti-
mientos groseros en los que se las permiten , sino
que contribuyen á hacer su compañía desagradable á
las personas bien nacidas , y deben por consiguiente
causarles grave perjuicio en su comercio con la so-
ciedad.» Ya hemos dicho que la dureza de espre-
sion respecto á las enfermedades de otro , es una vio-
lacion de principio de la maximizacion de la dicha.
Los actos de dureza la son aun mas palpable y de-
cisiva. Cuando dais con alguna persona aquejada de
defectos corporales ó mentales , despiértase luego vues-
tra atencion de una manera especial. Tened cuidado
de no decir ni hacer nada capaz de ofender á la per-
sona así afligida. Si la enfermedad reside en el carác-
201
ter , no os creais por eso autorizado para manifestar
vuestra desaprobacion con palabras ó acciones des-
atentas. Muchos defectos de carácter dependen de la
constitucion del individuo , y no son susceptibles de
reforma. Es sumamente raro que se pueda en tal caso
producir el mas ligero bien con manifestacion de hos-

tilidad , ó aun de censura. Haced como que no ha-


beis advertido el defecto , ó si hablais de él , sea de
modo que causeis la menor pena posible.
Cuanto á los defectos corporales jamas trateis de
ellos. Hai peligro en hablar aun para llorarlos ó
aliviarlos , porque vuestra simpatía tendrá por resul-
tado poner el defecto á la vista de la persona afligi-
da; y es posible que la pena que vuestra atencion
habrá escitado , sobrepuje al placer , causado por
vuestra simpatía , si es que lo causa , lo que no siem-
pre sucede.
Otra cosa seria si el defecto fuera remediable,
cuando vuestra bondad puede curarlo , y vuestra
simpatía aligerarlo . Esta hipótesi reclama uno y otro.
Si las palabras ó acciones de otro os causan pena,
y en consecuencia deseariais que cesasen , haced de
modo que logreis cese la molestia , dando la menor
pena posible al individuo en cuestion.

No espreseis con aspereza el deseo que teneis de


ver cesar la molestia ; no deis á entender la pena
que os causa , sino hablad de otra cosa : dad á la
conversacion ó á la conducta tal direccion , que se
desvie la causa que os aflige.

Puede suceder que en la intervencion de los de-


mas en favor vuestro , haya habido imprudencia, que
202
la imprudencia sea tal , que no la podais aprobar,
y que vuestro descontento sea fundado. Antes de que-
jaros , aseguraos de que es necesario en vista de un
interes futuro , hacer manifiesto vuestro desagrado.
En todo caso , solo la vista del porvenir puede au-
torizaros á manifestar vuestro descontento ; porque
la espresion ni podria cambiar lo pasado , ni hacer
que lo que sucedió no haya sucedido. Si temeis que
se repita una intervencion inoportuna , entonces an-
tes que la cosa suceda , advertid con dulzura á la për-
sona oficiosa , que en otra ocasion os hizo mal sin
querer; en el caso contrario no le hagais conocer,
ni le digais que habeis notado las consecuencias de su
desgraciada intervencion.
Hemos hablado de la regla por la cual podemos juz-
gar de las penas y placeres de otro , es decir ponién-
donos en su lugar . Á fin pues de no ofender ó afli-
gir inútilmente , antes de decir ó hacer lo que tenga
relacion con otro individuo , empezad por preguntaros
á vos mismo , cómo seriais afectado , si se dijese ¦ó
hiciese otro tanto con vos. Si pensais que la cosa os
seria indiferente , examinad bien sino hai alguna di-
ferencia entre vuestra situacion y la suya , que hi-

ciese penoso á él , lo que á vos no lo haria.


Lo mejor de todo es tomar por regla la igualdad.
No obstante al hacer de la igualdad la lei de apli-
cacion general, es forzoso admitir variaciones escep-
cionales , que resultando de las diferencias de posicio-
nes , deben aplicarse á los casos particulares , á me-
dida que se presentan . Pueden darse casos , en que
el carácter del individuo á quien nos vemos obliga-
205

dos á contrariar , lo haga menos susceptible que á


otros , de impresiones penosas ; pero lo mas seguro
es abstenerse.
Lo que haceis , hacedlo pronto, sobre todo si se

trata de obligar. La benevolencia negativa pues , exi-


ge que no se pierda tiempo inútilmente en el cum-
plimiento de los actos , en cuyo ejercicio está intere-
sada una porcion cualquiera de dicha de otro.
Así es que son incompatibles con la prudencia y
beneficencia las inútiles dilaciones en responder á las
cartas que recibimos. Resulta de esto perjuicio á
nuestra reputacion , y ocasion de molestia á los de-
mas. La presteza añade precio al servicio. La tar-
danza es una pena impuesta por el despotismo in-
dolente.
Un servicio hecho con prontitud es frecuentemen-
te de mas valor , que otro mas importante pero di-
ferido . Bis dat qui cito dat ; quien da presto , da
dos vezes. Este es un aforismo , que cuando el dón es
benevolo , puede ser admitido en el código deontoló-
gico , porque la prontitud de una accion benéfica no
solo hace el servicio mas eficaz , sino que tambien
acredita grande vivazidad en las afecciones generosas .
Las demandas de servicio son con demasiada fre-
cuencia tratadas con desatencion. Se puede á poca cos-

ta escusar al que pide , las penas de la dilacion . Dí-


cese que el duque de Wellington tiene por costum-
bre invariable responder prontamente á todas las
comunicaciones de esta naturaleza (1 ) . El medio mas

1 Nos complacemos en dar esta nueva prueba de la impar-


204

seguro de agradar al peticionario , despues de conce


derle lo que desea , es tratar su demanda con aten-
cion. Con esto se le escusan todos los sufrimientos

que resultan de la esperanza diferida.


Hemos tenido ya ocasion de indicar algunos ejem-
plos de discordancia entre las leyes de la política y
el código deontológico , es decir , la falta de coinci-
dencia entre la sancion popular y el principio de la
Deontología .

Así es que á vezes se han mirado como « hombres


completos , » personas cuya moral era detestable , y
cuyos modales no eran mucho mejores. Es proba-
ble que jamas se les hubiera propuesto como mode-
los , sino fuera por la eminencia de su posicion so-
cial ; en todo caso se hubiera podido proponer por
objeto de imitacion , una cortesía de carácter mas
elevado , una perfeccion mas cuidadosa de las penas
y placeres de otros.
Lejos de ser incompatibles las leyes de la verdade-
ra finura con la moral verdadera , armonizan tambien
con las de la beneficencia benévola , pues evitan cau-
sar penas , ó escitar ideas penosas con tanto cuidado
como si tuviera el nombre de virtud.
Mas para que los hábitos de buen tono sean ver-
daderamente finos , es preciso que sufran muchas mu-
danzas. Son el dia de hoi un verdadero caos de con-

tradiciones , que sancionan los usos aristocráticos , y

cialidad de nuestro autor ; porque Bentham y Wellington han


sido seguramente los hombres mas antipáticos de nuestra época .
(Nota del traductor frances.)
205

que no puede llegar la influencia de lei alguna


general. Un hombre , cuya conducta en la sociedad
será la cortesía misma, que no se permitirá una so-
la palabra capaz de causar la pena mas ligera , no
se hará escrúpulo de faltar á una cita de negocios,
de obligar á hacer antecámara al que le visita , de
dejar sin contestacion cartas de interes vital para quien
las escribió , de estraviar ó perder manuscritos pre-
ciosos , en una palabra , de causar una pena estrema
y gratuita sin ventaja alguna para sí.
Tanto en vuestras palabras como en vuestra con-
ducta no hagais concebir esperanzas , cuya realizacion
no sea probable ; y dependiendo de vos la intensidad
de la espera , cuidad que sea menor que la suma pro-
bable de satisfaccion ; porque aunque los placeres de
la espera ocupan lugar considerable en el dominio de
la dicha , serán contrabalanzeados por las penas de
la contrariedad , debiendo esta seguirlos necesariamen-
te. Y esta porcion de placer que no se esperaba , y
que realmente se habrá obtenido , adquirirá nuevo
precio con la sorpresa.
Exagerando vuestros medios de utilidad no solo
aumentareis los recursos hechos á vuestra bondad,
sino que disminuireis el efecto de que sois objeto,
cuando el mal suceso de vuestros esfuerzos para ser
útil , habrá hecho manifestar la exageracion. El des-
cubrimiento de vuestra impotencia escitará contra
vuestro amor propio mas disgustos , que satisfaccion
habrá causado la esperanza de vuestra influencia.
Los demas esperimentarán la pena de la esperanza
fallida sin alguna de aquellas indemnizaciAones que os
TOM. II. 14
206

habrá procurado el placer de hacer bellas promesas.


Introducirse en la compañía de otro sin ser aguar-
dado ó convidado , es una suerte de molestia , que la
benevolencia efectiva nos manda evitar. Es la susti-
tucion de vuestra voluntad á la de otro , y consi-
guientemente usurpacion de despotismo. Puede su-
ceder que en esto lleveis la mira de algun objeto im-
portante : la intrusion puede justificarse por un bien
preponderante ; pero este es caso de escepcion. Á me-
nos que no os hayan dado á entender que vuestra
presencia será bien admitida en todo tiempo , ó á
ciertas épocas determinadas , debeis suponer , que si
la deseasen , os habrian avisado ó convidado. En
todo caso vuestra intrusion no deja á la persona que
sufre , la eleccion de los medios ; es preciso que ó se
someta á una molestia que no ha buscado , ó que os
imponga el castigo de la espulsion. Si deseais ver al-
guno por un negocio de no mucha importancia , ma-
nifestadle vuestro deseo de manera que pueda rehu-
sar sin pena para él , ni ofensa para vos.
No sea parte la timidez de un individuo , para que
le trateis con intolerancia. Si en los casos ordinarios
el hombre benevolo evita causar pena , con mayor

cuidado la evitará respecto del hombre afectado de


una susceptibilidad particular.
Lo mismo dirémos en caso de estupidez. Por estú-
pido que sea un individuo , no le deis motivo para
creer que su estupidez os contraría , ni se aperciba de
que la habeis notado. Todo cuanto podais hacer ó de-
cir , no lo hará menos estúpido de lo que lo hizo la
naturaleza ; y haciéndole de ella materia de recon-
207
vencion , no lograréis sino consecuencias funestas pa-
ra ambos ; para él , por la pena que no podeis me-
nos de causarle ; para vos , por el mal querer , que
ninguna estupidez puede impedir se conciba contra
vos en mayor ó menor proporcion.
El hábito de la benevolencia efectiva tiene una
consecuencia distante , pero que no carece de impor-
tancia ; y es que en caso de rompimiento entre vos y
uno de vuestros amigos , anteriormente á toda inves-
tigacion particular , las presunciones serán á favor
vuestro en la opinion de los que os conocen. Este há-
bito que en el hecho de serlo , se ha manifestado en
presencia de otro , os ha ganado en el espíritu de los
demas hombres un fondo de consideracion que influi-
rá en su opinion , aun sin saberlo vos.
Si como debe ser , os conocen por hombre que se
abstiene de todas aquellas causas de ofensa , que en
la opinion general justifican las represalias , tan hon-
rosa distincion os valdrá la ventaja de ser absuelto
de culpa en los casos dudosos ; y en todas ocasiones
se manifestará repugnancia en admitir los testimonios
dirigidos á manchar vuestra reputacion adquirida.
Cuanto mas se dilata la esfera de la accion perni-
ciosa , tanto mas necesaria se hace la abstinencia be-

néfica. Si las prescripciones de la benevolencia son


imperativas , cuando se trata de la dicha ó desdicha
de algunos , mucho mas lo son cuando está en cues-
tion la dicha ó desdicha de gran número. Desgracia-
damente sucede que en una de las principales fuen-
tes de las miserias humanas , la sancion popular es
deplorablemente inmoral. Nada puede darse mas do-
208

loroso , que la opinion general tocante á la guerra.


La Iglesia , el Estado , la memoria de los gobernan-
tes , todos conspiran á tomar bajo su proteccion el
vicio y el crimen , precisamente donde es mas cala-
mitosa la esfera de su accion. Dad á un hombre traje
particular , llamadle con nombre especial , esto basta
para autorizarle en ciertas ocasiones previstas , á co-
meter toda especie de crímenes , á robar , matar,
destruir la dicha de los hombres y maximizar sus su-
frimientos , y despues de todo manchado con tantos
crímenes , aun le aguardan recompensas.
Nada hai mas funesto en el mundo que la admira-
cion que se prodiga á los héroes. Como hayan podi-
do los hombres llegar al punto de admirar lo que la

virtud debe enseñarnos á detestar y menospreciar,


es uno de los testimonios mas dolorosos de la debi-
lidad y locura humana. Parece que los crímenes de
los héroes los absuelve su estension misma. Gracias
á las ilusiones con que han envuelto sus nombres y
acciones la irreflexion y mentira , no se forma una
idea justa de todo el mal que hacen , de todas las ca-
lamidades que producen . ¿ Será acaso por serlo tan
grande que escede á toda estimacion ? Leemos que
en una batalla han muerto 20,000 hombres , y nos
contentamos con decir : He aquí una victoria bien
gloriosa. Veinte mil hombres , diez mil hombres ¿qué
importa? ¿Qué tenemos que ver con sus sufrimientos?
Cuanta mas gente ha caido , mas completo es el triun-
fo. Y en la grandeza del triunfo es donde se funda el
mérito y gloria del vencedor. Nuestros profesores y
los libros inmorales que nos ponen en las manos , nos
209

han inspirado hácia el heroismo un afecto singular "


y el héroe lo es tanto mas , cuanto mas hombres ha
hecho morir. Añadid un cero al total : nada añadirá
á nuestra desaprobacion. Cuatro guarismos ó dos , no
nos causan sentimiento mas penoso que lo haria un
guarismo solo , y contribuyen maravillosamente á la
grandeza y gloria del vencedor. Tomemos un indivi-
duo solo de estos millares , de estas decenas de millar.
Una bala se le lleva la pierna , otra le despedaza la
cara ; yace tendido , bañado en su sangre y en la de
sus camaradas. Y no obstante aun respira , y la sed,
el hambre , el desfallecimiento se disputan sus últi-
mos suspiros. Esto no es sino una unidad de que se
compone el número de los 20,000 . Solo es uno de los
actores , una de las víctimas en este drama glorioso;
y entre los 20,000 desgraciados , no hai uno siquie→
ra , cuyos sufrimientos ó muerte no sean centro de

un círculo semejante de males y calamidades. ¡ Admi-


radores de los héroes ! Mirad y ved. ¿ Es esto dolor?
y ¿ dejará de serlo porque se multiplique por ciento,
por mil , por diez mil?
Tiempo vendrá sin duda en que será necesaria to-
da la autoridad de los testimonios de la historia , pa-
ra hacer creer á las generaciones mejor instruidas ,
que en una época llamada de ilustracion , han existi-
do hombres , á quienes la aprobacion pública honró
en razon de la desgracia que causaron , y de los crí-
menes que cometieron . Se necesitarán nada menos que
las pruebas mas auténticas , para persuadirles que en
los tiempos pasados , se han hallado hombres juzga-
dos dignos de recompensas nacionales , que por un
210

corto salario se obligaban á cometer todos los actos


de pillaje , devastacion y homicidio que les manda-
sen. Aun mas se indignarán, cuando sepan que estos
mercenarios , estos asesinos de hombres , han sido re-

putados eminentes é ilustres , que les han tejido co-


ronas , elevado estátuas , y se han agotado en su elo-
gio la elocuencia y poesía. En aquellos tiempos me-
jores y mas dichosos los hombres sábios y buenos se
apresurarán á condenar al olvido , á denigrar con
una ignominia universal gran número de actos , que
nosotros calificamos de heroicos, al paso que corona-

rán con auréola de verdadera gloria á los creadores y


propagadores de la dicha de los hombres.
La intolerancia del lenguaje en materia de opinion
es mas escusable que la intolerancia en los actos. Es-
ta suerte deplorable de maleficencia se manifiesta
por la persecucion activa. Despues de los males cau
sados por la guerra, vienen los producidos por el fu-

ror de los odios de religion. Sin hablar de lo inmo-


ral que es castigar á los hombres , porque profesan
opiniones diferentes de las nuestras , examinemos lo
que tiene de absurdo esta opinion . ¿ Por qué se les
ha de castigar ? Porque no se rinden á la autoridad
de vuestra palabra , porque rehusan someterse cie-
gamente á la fe que les quereis imponer.
Una fe ciega no puede obrar , sino suprimien-
do las pruebas. No puede cambiar la sensacion ; no
puede cambiar el sentimiento de lo verdadero y lo
falso.

Unir recompensas á la fe , y castigos á su fal-


ta , es en un juez recompensar la presencia y casti-
?
211

gar la ausencia de las preocupaciones y parcialidad .


Decir : « Creed á esta proposicion mas bien que á

esta otra ;» es decir : haced todo lo posible para creer-


lo. Todo pues lo que un hombre puede hacer para
creer una proposicion , es desviar y rechazar las
pruebas que le son, contrarias. Porque cuando todas
las pruebas están igualmente presentes á su espíritu ,
y son de su parte objeto de atencion igual , no está
en su mano creer ó no creer. Es el resultado nece-

sario de la preponderancia de las pruebas de un


lado de la cuestion sobre las contrarias.
Las fuentes á que deben atribuirse las inflicciones
de pena , que la benevolencia efectiva negativa tiene
por objeto evitar ó reprimir , se hallan en la arro-
gancia , altanería , menosprecio , suficiencia , frialdad,
reserva , orgullo y afectacion . Cada uno de estos vi-
cios puede producir un resultado uniforme . Poco
importa á la víctima que su sufrimiento provenga
de esta ó aquella mala cualidad . La lei de abstinen-
cia se aplica á todas indistintamente. En algunos es-
píritus dominan unas de estas cualidades , en otros,
otras. El menosprecio de tal hombre , puede ser me-
nos ofensivo que la frialdad de otro ; y en conse-
cuencia menos maléfico. La arrogancia de un hombre
de alta gerarquía puede ser mas tolerable que la

frialdad de un inferior ó igual. Hemos citado ejem-


plos de todos estos vicios , pero cada uno de ellos es
susceptible de tantas modificaciones , y puede mani-
festarse en tan grande variedad de palabras y ac-
ciones , que hemos debido abandonar á cada hombre
el cuidado de tomar de su propia esperiencia con
912

que llenar los vacíos que hemos dejado. Desarraigar


estos vicios del espíritu es estirpar los frutos. Todos
mas ó menos participan de los dos vicios fundamen-
tales , la imprudencia y maleficencia; y de consiguien-
te no pueden conservarse, sin que de ello resulte da-
ño y sufrimiento.
215

V.

BENEVOLENCIA EFECTIVA- POSITIVA.

La beneficencia consiste en contribuir al bienestar

de nuestros semejantes ; la benevolencia es el deseo


de contribuir á ello. La beneficencia no es virtud , si-
no en cuanto la acompaña la benevolencia. El ali-
mento que tomamos contribuye á nuestro bienestar;
pero esto no hace que la comida y la accion de co-
mer sean virtuosas.

La benevolencia puede ser virtud sin ir acom-


pañada de la beneficencia , porque el deseo puede
existir , sin que se tenga el poder de ejecutarlo ; mas
la benevolencia no es verdaderamente virtud , sino
en cuanto va acompañada de la beneficencia. Si cuan-
do se ofrece la ocasion , no se ejerce la beneficencia
correspondiente, es prueba de que el deseo no era
realmente actual , ó que si lo era , era tambien tan
inertely débil, que no podia servir de utilidad alguna.
Ademas del placer actual que puede acompañar á
un acto de beneficencia para el que lo hace , las ra-
214

zones que tiene el hombre para ser benéfico , son


las que tiene el labrador para sembrar , y el hom-
bre frugal para economizar. El grano sembrado no
tiene valor sino en vista de la cosecha que debe pro-
ducir: el dinero no le tiene si o en vista de los ser-
vicios de toda especie que nos procura de la parte
de otro; de parte del trabajador , en el servicio que
hace con su trabajo , de parte del hornero , en el pan
que dá al consumidor en cambio de su dinero.
Todos los actos de beneficencia virtuosa que el
hombre hace , son un verdadero depósito que efectúa
en fondo comun , una especie de caja de ahorros de-
positaria del bien general ; es un capital social , cuyo
interes sabe le será pagado por sus semejantes en ser-
vicios de todo género , sino positivos, á lo menos ne-
gativos , que consistan en abstenerse de causarle mo-
lestias , á las cuales de otro modo podia estar espuesto.
Hai ejercicio de la beneficencia negativa como he-
mos visto ; y aquí volvemos á lo mismo , á fin de ha-
cer ver el dominio que se deja á la beneficencia po-
sitiva: dicho ejercicio ha lugar , decimos , en cuanto
hacemos mal á otro . La beneficencia negativa es na-
da , sino va acompañada de la benevolencia ó pru-
dencia personal correspondiente. El sér mas maléfico
ejerce beneficencia negativa respecto de aquellos ac-
tos dañosos que no ejecuta.
La beneficencia negativa no es virtud , sino en
cuanto nos abstenemos por reflexion de producir un
mal , que sin reflexion hubiéramos podido producir.
Si se considera el efecto que la accion maléfica hu-
biera podido ocasionar á nuestro propio bienestar,
213

esta virtud es prudencia , y será benevolencia , si se


considera el efecto que hubiera podido tener en el
bienestar de otro.

Aquí es preciso distinguir entre la beneficencia que


puede , y la que no puede ejercerse sin sacrificio per-
sonal. En esta última hai necesariamente límites mui
estrechos. En efecto la beneficencia acompañada de
sacrificios personales , no puede ejercerse sino á cos-
ta de cierta suma de prudencia personal , aun cuando
no mas fuere en el sentido del grano sembrado por .

el labrador. Siempre que hai desembolso efectuado


sin retorno equivalente , la beneficencia no puede te-
'ner lugar sino en el correspondieute sacrificio per-
sonal.

El ejercicio de la beneficencia sin sacrificio perso-


nal , no tiene límites ; y siempre que le hai , es otro
tanto añadido al capital del buen querer , y esta adi-
cion nada ha costado . Es verdad que hasta cierto
punto no hai beneficencia virtuosa sin sacrificio per-
sonal ; porque no puede ejercerse sin abstinencia , y
la abstinencia , por débil que sea el deseo de ha-
cer el acto de que uno se abstiene , exige considera-
cion y esfuerzo ; y la suma de incomodidad que pue-
de acompañar á dicho esfuerzo , es la medida del sa-
crificio personal. Hai casos en que este va acompañado
de suma considerable de incomodidad , mayor de lo
que pueden soportar los hombres en general , por lo
menos en el estado actual de la sociedad. Tal es la
incomodidad causada por la abstinencia de la vengan-
za , que graves injurias han provocado.
Pero ademas de los límites que trazan las leyes de la
216

prudencia personal y benevolencia á esta especie de


sacrificios , hai otros que resultan de la naturaleza
de las cosas : tales son por ejemplo los casos , en que
el acto benéfico consiste en dar dinero , ó á hacer
servicio con el cumplimiento de un trabajo.
Hai pues beneficencia negativa, en cuanto nos abs-
tenemos de causar una molestia cualquiera á otro.
La beneficencia negativa consiste en abstenerse de
molestar. Verdad es que se puede decir que actos
de esta naturaleza nada añaden al capital de buen
querer de que hemos hablado ; pero por otra parte
á este capital de buen querer corresponde otro de
mal querer , y todo acto de beneficencia negativa es
otro tanto cercenado á los desembolsos efectuados

en la caja del mal querer. Hace pues perder á esta


última todo lo que sin ella hubiera ganado. Dismi-
nuir las sumas puestas en la caja del mal querer, es
producir indirectamente un equivalente al que pro-
duciria un desembolso en la caja del bien querer,
porque si mientras la malevolencia continúa en lle-
nar la suya , la benevolencia la tiene vacía , se com-
prende la ventaja que esta última obtendrá sobre su
rival , en caso de hallarse ambas en concurrencia, para
obtener un servicio que pudiendo hacerse indistinta-
mente á la una ó á la otra , deberia hacerse necesa-
riamente á una de las dos.
En tésis general la beneficencia positiva bajo todas
las formas , es motivada por las sumas que añade á
nuestro capital de bien querer general , á que po-
demos recurrir en caso de necesidad. La beneficen-
cia negativa es motivada por las sumas que impide
217

añadir á nuestro capital de mal querer general , este


capital de males que nos amenaza. Independientemen-
te de su utilidad particular , todo acto que tenga por
efecto mantener vacía la caja del mal querer , puede
producir las mismas ventajas que el que tiene por re-
sultado añadir una suma á la caja del bien querer.
El hombre que posee un capital de esta naturale-
za , y comprende su valor , debe comprender tam-
bien que aumentarán su riqueza todos los actos de
beneficencía benévola , de que sea él autor. Verá que
es rico de todos los actos de bondad que ha hecho.
Lo creerá? Créalo ó no , el hecho no es menos ver-
¿
dadero. Conocí á un hombre á quien dominaba una
idea enteramente contraria , y tenia su frase pecu-
liar para espresarla. Obtener de él , aun sin sacrificio
personal de su parte , ventaja ú objeto de satisfac-
cion cualquiera , era segun decia , «hacer de él su pro-
piedad.» Acuérdome de haberle oido declarar alguna
vez : «Que no queria hiciese ninguno de él su pro-
piedad. » Hubiérase creido empobrecido , y avergon-
zádose de ello como de una flaqueza.

Semejante disposicion moral no habia dejado de


producir en esta circunstancia sus frutos naturales.
Estaba unida en el individuo en cuestion á una am-

bicion ardiente , y le valió con tal motivo una série


no interrumpida de disgustos y contrariedades.
Entre los motivos de la benevolencia efectiva he-
mos indicado la sancion retributiva. Las recompen-

sas de que dispone , dependen de las relaciones que


existen entre las partes. Cualquiera que sea la distan-
cia que las separa, jamas es enteramente nula é indig-
218
na de toda consideracion la influencia del individuo
mas humilde sobre el hombre mas poderoso. El ra-
toncillo de la fábula librando al leon , manifiesta se-
gun la espresion del fabulista;

Que frecuentemente tiene uno necesidad de otro


mas pequeño que él.
La opinion popular cuando es ilustrada , y cono-
ce las acciones benéficas , las toma bajo su proteccion .
Sus juicios dependen de la estimacion que hace del
mérito de una accion , como asímismo del número é
influencia de aquellos que la juzgan y le asignan su
recompensa .
Independientemente de las recompensas de la opi-
nion y de los placeres de la simpatia , los actos de be-
nevolencia positiva tienden á crear hábitos de benevo-
lencia. Cada acto añade alguna cosa al hábito. Cuanto
mas grande sea el número de actos , mas fuerte será
el hábito. Cuanto mas fuerte sea , tanto mayor será
la recompensa , y tantos mas actos semejantes obli-
rá á practicar. Cuanto mas frecuentes sean estos , tan-
to mas virtud y dicha habrá en el mundo.
Aprovechad pues todas las ocasiones de hacer ac-
tos benéficos , y procurad hacer nacer otros. Haced
todo el bien que está en vuestra mano , y procurad
los medios de hacerlo.
La benevolencia efectiva cuando est en accion,

puede mirarse como la gimnástica del alma ; y la car-


rera que abraza , es verdaderamente el gimnasio del
pensamiento. Estos ejercicios , lo mismo que los del
cuerpo , no solamente darán gozes , sino fuerza ; gozes
en el mismo ejercicio , y fuerza , poniendo mas com-
219
pletamente en actividad las facultades morales é in-
telectuales , y comunicándoles el vigor de una accion
habitual. El fin indirecto y general es fortificar el
espíritu , á fin de que dirija mejor los afectos hacia
la virtud El directo y especial es en toda ocasion in-
fluir en la conducta, de tal suerte que la accion indi-
vidual en cuestion , tenga por consecuencia un resul-
tado de dicha.

En la aplicacion del mal para la produccion del


bien , no lleveis jamas la mira de satisfacer la anti-
patía. Sea esta aplicacion necesaria, y subordinada
al único fin que deben proponerse los castigos , el
cual es retraer del delito por la aprension del sufri-
miento. En el interes del delincuente su reforma es

el fin principal que debe proponerse. Sino puede lo-


grarse el resultado , procurad quitarle la posibilidad
de causar este mismo mal á sí ó á los otros. Pero lle-

vad siempre por delante del pensamiento esta máxi-


ma , que nunca será bastantemente repetida. Causad
solamente la pena necesaria para llenar el objeto que
se propone la benevolencia. No produzcais mal ma-
yor que el que haceis desaparecer.
Cuando un hombre está convencido de la inmora-
lidad de otro , el efecto que tal juicio produce natu-
ralmente sobre él es una afeccion decidida de antipa-
tía , mas ó menos fuerte segun el carácter del indi-
viduo. Desde luego sin cuidarse mucho de medir la
cantidad exacta del castigo que conviene imponer,
aprovecha cuantas ocasiones se ofrecen de espresar
respecto al delincuente sentimientos de odio y menos-
precio; y obrando así, cree dar á los demas una prue-
220
ba auténtica de su horror al vicio , y amor á la vir-
tud; cuando en realidad no hace mas que satisfacer
sus afecciones disociales , su antipatía y orgullo.
La dicha del peor de todos los hombres es tan
parte integrante de la masa total de la felizidad hu-
mana, como la del mejor de ellos.
Siempre que el mal causado á un delincuente no
ofrece la probabilidad de un bien mayor , sea para
el mismo delincuente, sea para otro , lejos de hacerle
mal , la lei de la benevolencia nos ordena hacerle
todo el bien compatible bajo otros respectos con la
beneficencia y prudencia estrapersonal .
Los ejemplos que hemos traido de benevolencia y
abstinencia , pueden servirnos de puntos de analogía
para indicar los ejemplos paralelos de benevolencia
activa y efectiva.
La regla negativa es evitar producir pena ; la po-
sitiva procurar dar placer. Y aunque no pueda sen-
tarse de una manera inevitable , que la accion vir-
tuosa es la contraparte necesaria de la abstinencia
virtuosa , sin embargo en muchos casos , la conducta

que la moralidad nos impone , consiste en hacer pre-


cisamente lo contrario de lo que nos dictarian la
imprudencia y maleficencia.
No siempre se puede establecer con precision la
línea que separa las prescripciones de la benevolen-
cia efectiva , sea positiva , sea negativa , de las de la
prudencia personal ó estrapersonal , y esto no siem-
pre es necesario y apetecible , porque donde son
idénticos los intereses de dos virtudes , tambien es
evidente la línea del deber, Pero es fácil indicar los
221

puntos de conformidad y diferencia , y hacer ver en


una definicion general , lo que distingue ambas cua-
lidades en los casos ordinarios. Por ejemplo , os lla-
man á hacer servicio á alguno. Si se halla en esta-
do de pagaros en cambio con otros servicios , la pru-
dencia y benevolencia se unen para interesaros en su
favor. Si no hai probabilidad de que tenga ocasion
de seros útil, vuestros motivos no pueden tomarse
sino de la benevolencia sola.
Mas aunque en un caso dado , sea tal vez difícil
demostrar que los intereses de la prudencia mandan
tal acto especial de beneficencia , no es menos cierto
que las consideraciones de la prudencia personal
ocupan solas todo el dominio de la conducta. Cua-
lesquiera razones particulares que dé la benevolen-
cia para recomendar tal ó tales acciones benéficas,
siempre queda el principio universal , á saber , que
todo hombre tiene interes en ocupar un lugar favo-
rable en las afecciones de sus semejantes , y de todo
el género humano en general. Un acto realmente
benéfico , que puede parecer estraño á las considera-
ciones de la prudencia ; admitiendo siempre que di-

cho acto en sí mismo no la viole , y tenga la sancion


del principio deontológico , produciendo un escedente
de bien ; semejante acto , repito , en sus consecuen-
cias distantes servirá á los intereses personales , ayu-

dando á producir , establecer y estender aquella re-


putacion general de benevolencia ilustrada , que todo
hombre tiene interes evidente en poseer en la opinion
de sus semejantes.
Leemos en Suetonio que cierto tirano de Roma
TOM. II. 15
222

ofreció recompensa al que inventase un nuevo placer.


Desde entonces mas de un moralista ha puesto este
deseo del tirano en el número de los mas funestos
crímenes. Y no obstante gran parte de la solicitud
del hombre se dirige á descubrir nuevos gozes. Des-
de el momento en que se reunen séres humanos,
dicho objeto es sobre el que se emplea principalmente
su actividad. Cuanto mas se estiende la asociacion,
mas esfuerzos se hacen para inventar gozes descono-

cidos. Los periódicos nos ofrecen cada dia la prue-


ba de ello. La lista de las representaciones teatrales
es una llamada á nuestra atencion con el atractivo
de la novedad , ofreciéndonos un placer , que aún no
hemos gustado .

Pero se dirá que aquel era un tirano voluptuoso,


y que lo que pedia era algun placer sensual ; que-
ria hacer servir sus sentidos á la produccion de nue-

vo placer. ¿ Y aun cuando fuese así , qué tenemos?


Si lo hubiera logrado , tanto mejor para él y para
nosotros. Pero venir á hablarnos de placeres , de que
no sean instrumentos los sentidos , es lo mismo que
hablar de colores á los ciegos , de música á los sordos,
y de movimiento á lo que carece de vida.
Y sin embargo es hecho constante , que la civili-
zacion , la ciencia y el comercio han inventado nuevos

placeres. Bajo este respecto , no pasa generacion al-


guna sin haber añadido algo á lo que le legó la pre-
cedente. El descubrimiento de la América ha abier-
to á nuestro hemisferio un manantial de mil place-
res nuevos.

Y ¡cuántos placeres variados y preciosos no nos


225

han valido los progresos de las ciencias naturales,


las esperiencias de la química , los descubrimientos
de la astronomía , el telescopio , el microscopio , la
potencia de las máquinas , la historia natural , un
mundo todo entero , que nos ha dado la ciencia mo-
derna , mas vasto que el que descubrió Colon!
Todo esto, y lo que añade algo á la dicha por
poco que sea , se ha agregado al dominio de la be-
nevolencia efectiva. Allí es á donde debemos dirigir-
nos para completar la obra de la felizidad humana.

Cuantas vezes hayais descubierto nueva fuente de pla-


cer , tendreis otro tanto añadido á la suma total de
los bienes reproductivos .
Si el premio ofrecido en otro tiempo por un dés-
pota, lo ofreciese hoi dia la benevolencia inteligente,
se le daria á aquel que supiera indicar la mas nu-
merosa variedad de formas' , en que puede producirse
el placer , y el mejor medio de asegurar su número,
intensidad , duracion y estension.

El grande objeto que se propone la virtud es ase-


gurar á la benevolencia efectiva su ejercicio é influen-
cia. Y no se crea que esta benevolencia se limita á
la especie humana : tambien tienen derechos á nues-
tra solicitud los demas séres vivientes , aunque de
naturaleza inferior. Tambien hai dicha mas allá de
la esfera de los seres humanos , dicha á que el hom-
bre no puede permanecer indiferente , dicha de la que
se ha constituido protector y guardia , aunque los
que participan de ella no pertenezcan á la especie
humana. Tengan siempre presente los hombres , que
la dicha , hállese donde se halle , y cualquiera que
224
sea el que la goze , es el principal depósito confiado

á su custodia : que otro cualquier objeto es indigno


de su solicitud , y que esta sola es la joya inesti-
mable.
Se ha dicho que la probidad es el mejor de los
cálculos . Esto no es absolutamente cierto . Hai otro
cálculo aun mejor , y es el de la benevolencia activa.
La probidad solo tiene un carácter negativo ; evita
causar mal , no permite turbar los gozes ajenos . Sin
embargo no es mas que una cualidad de abstinencia,
no activa. El mejor cálculo es hacer bien , y despues
de este el mejor evitar el mal .
Los modos con que la benevolencia efectiva pue-
de hacerse agradable á otro por medio de acciones,
pueden clasificarse como los en que se evita una
molestia , y se dividen en dos ramas : 1ª el lenguaje;
2ª la conducta. Y así como la moral negativa estien-
de su jurisdiccion sobre los actos que las leyes de-
jan impunes , y que se sustraen á la intervencion de-

masiado alta y solemne de la sancion política , del


mismo modo la moral positiva abraza la conducta y
las acciones , á que el estado no señaló premio algu-
no. Pero como la intervencion de la lei es mas re-

presiva , y prohibitiva que remuneratoria , como su


mision antes es reprimir el mal , que estimular al
bien , resulta que la autoridad legal ó política no
ha tomado posesion sino de pequeña parte del domi-
nio de la beneficencia activa . Hai muchos actos de
beneficencia , que caen bajo la jurisdiccion penal de
la lei , al paso que esta no asigna recompensa á los ac-
tos de beneficencia que les corresponden. Para repri-
225
mir gran número de acciones que tendrian por resul-
tado una balanza de penas , la autoridad deontológica
obtiene la ayuda é influencia del poder legal retribu-
tivo , prestando cada cual á la otra el apoyo de su fuer-
za restrictiva ; pero en las regiones de la benevolencia
positiva , el principio deontológico está la mayor par-
te del tiempo abandonado á sus propias influencias pa-
ra la produccion de bien. Aunque las sanciones lega-
les de castigo sean en muchos casos mal apropiadas á
los delitos , aun es mas irregular é imperfecta la apli-
cacion de las recompensas por medio de estas mismas
sanciones. A medida que se vayan propagando las lu-
zes , y vaya progresando la moralidad , el estado de
la opinion pública irá coincidiendo mas y mas con
el espíritu del código deontológico , las afecciones po-
pulares pondrán mas cuidado en distinguir las vir-
tudes verdaderas de las falsas , y en dar á la virtud
real la recompensa que le es debida. Entretanto cada
uno de nosotros debe procurar cuanto esté de su par-
te alcanzar dicho fin , observando la conducta de los
demas , reservando los mas altos testimonios de su
aprobacion para los actos que han producido ó deben
producir la mayor suma de dicha , y condenando con
todo el poder de su reprobacion la conducta que oca-
siona ó produce la mayor suma de males. Así cada
cual por su parte contribuirá á hacer las sanciones
populares mas útiles , saludables , activas y virtuosas.
El género humano no tardará en convencerse que sus
intereses van unidos á los de la verdadera moralidad;
y una vez hecho universal semejante descubrimien-
to , ya no estará en poder del sofisma , del dogma-
226

tismo , ó despotismo impedir su influencia y accion


universal .

Por lo que toca al lenguaje , la benevolencia posi-


tiva debe buscar los medios mas eficazes de hacerle
servir á la dicha de otros . Las ocasiones que se
ofrecen á nuestra consideracion , son como vimos ,
aquellas en que está presente la persona , objeto de la
conversacion , aquellas en que se halla ausente ; en fin
aquellas en que no solo la persona , sino otras ademas
están delante.

En todos estos casos el placer producido debe prin-


cipalmente depender del poder que ejerce el que ha-

bla ; poder intelectual , moral y activo ; poder que


nace de su sabiduría , luzes y afecciones sociales , y
de la voluntad que tiene de dar á estas cosas una di-
reccion benéfica ; poder de la superioridad en todas
sus formas , sean políticas ó sociales ; superioridad de
edad , posicion , fortuna ú otra semejante. Sea el len-
guaje hablado ó escrito , la mision de la beneficencia
activa es emplear su accion ya en desviar la pena ó
su orígen , ya en procurar el placer , ó introducir las
fuentes de él.

En presencia de la persona con quien hablais , y


cuando depende de vos la eleccion de la materia , dad
siempre la preferencia á los asuntos que sabeis le
agradan mas ; cuidando sin embargo de no decir co-
sa que tenga por resultado disminuir vuestra reputa-
cion de verazidad , ó implique aprobacion de pala-
bras ó acciones perniciosas . En el primer caso cau-
sariais un perjuicio real á vuestra reputacion , y en
el segundo á la moralidad del que os escucha. Mas
227
si se ofrece ocasion de hablar de las acciones meri-
torias de vuestro interlocutor , dadle todos los elogios
y encomios que autoriza la verdad.
No obstante para impedir que resulte de este bien
un mal mayor , tomad en consideracion el carácter
del individuo , y aseguraos antes , de que exaltando
su mérito no dareis á su orgullo y vanidad tal acre-
centamiento , que resulte mal ó para él ó para otro.
Si la cualidad que á su poseedor parece ser ven-
taja ó mérito es realmente tal que pueda dañar á
otro con su ejercicio , es decir causar un mal prepon-
derante , ya sea á su poscedor , ya á otra persona,
el adulador que promueve su desarrollo , se hace
cómplice de todo el mal producido por la persona
adulada en consecuencia de la adulacion. Igualmen-
te si vuestra lisonja escede los límites de la verdad ,
y la persona á quien adulais , conoce que no sois
verídico , y que vos mismo lo sabeis ; podeis llegar á

serle objeto de menosprecio y aversion ; vuestra in-


fluencia sobre ella puede quedar destruida para en
adelante , y es posible que hasta los elogios sinceros
que le tributasteis anteriormente pierdan todo el
valor á sus ojos.
Hemos hablado de la molestia causada por avisos
dados fuera de tiempo , al tratar de las prescripcio-
nes de la benevolencia de abstinencia. En el modo

de dar consejos , aunque sean útiles , hai siempre al-


go de ofensivo é insultante , algo parecido á la arro-
gancia que se reviste de autoridad , y ejerce una es-
pecie de despotismo. Si los hombres pues , se halla-
sen tan dispuestos y prontos á dar razones como reglas,
228

se escusaria mucho mal , y se haria algun bien, No


hai duda que el orgullo se encuentra satisfecho en po-
der proclamar sus censuras , y esto lisonjea al amor
propio ; pero es á mucha costa , y al precio de enor-
mes sacrificios de benevolencia. Sin embargo el saber
vivir y una sana moral prescriben avisos oportunos,

y dados oportunamente ,
Hai en el mundo cierta clase de gentes detestables,
importunas , hipócritas , sin pudor , descaradas é in-
solentes , que bajo la máscara de consejeros afectuo-
sos , producen grandes males.
Jamás se halla el vicio mas á su sabor , jamas es
mas tiránico y ambicioso , que cuando cree haber ha-
llado una máscara bajo la cual pasar por virtud, Hai
en efecto máscaras , que á vezes llegan á engañar hasta
á los mismos que las llevan . Es una ilusion de que
se dejan llevar voluntariamente , y en la que hallan
estímulo á hacer osadas esperiencias á costa de la
credulidad , timidez ó flaqueza de los demas.
El mejor medio que tiene un hombre de acomo-
darse á la flaqueza de las personas con quienes tra-
ta , y de valerse del entendimiento de las mismas pa-
ra subyugar su voluntad , es hacer el papel de dador
de avisos útiles .

Este papel lo desempeñan algunos con tal primor,


que sobre el mal que dicen de otros levantan el edi-
ficio de su propia elevacion .
No es esto decir que los consejos del dador de
avisos , aunque no mui juiciosos , deban mirarse
siempre como pruebas de intencion malévola ; por-
que aunque el aviso sea poco razonable , concebido
229

sin
* reflexion , y comunicado inconsideradamente , pue-
de no obstante deber su orígen á la simpatía , y ser
en realidad señal de buen querer.
Pero estos son casos escepcionales. El egoismo sin
mezcla de simpatía inspira habitualmente al con-
sejero benévolo. El egoismo puro es mas que su-
ficiente para producir este carácter. Y sino hai ra-
zones poderosas para poner la intervencion á cuen-
ta de la benevolencia , puede atribuirse sin temor de
equivocarse , á alguna cualidad de diferente natu-
raleza.
Exige pues la moralidad que nos abstengamos de
la costumbre de dar consejos ; no obstante si hai ur-
gencia manifiesta , necesidad evidente é incontestable,
acompañadlos con razones y motivos que los justifi-

quen, cuanto sea posible , á los ojos de la persona


aconsejada ; y haced de modo que le causeis la menor
pena posible , en cuanto sea compatible con el efecto
que vuestro consejo debe producir. Sino hai prueba
evidente de la necesidad de su aplicacion , y de la
probabilidad del suceso , la virtud exige que se su-
prima , y que el consejero se abstenga,
La venganza toma alguna vez la máscara de con-

sejo. Para satisfacer su mal querer , un hombre cen-


sura á otro socolor de hacerle una advertencia. Por

lo que toca á él no hai duda que la infliccion de este


mal , es para él un bien ; porque no hai accion seme-
jante que no tome su origen de semejante motivo. Por
grande que sea el mal , por pequeño que sea el placer
de causarlo, al cabo el placer siempre es un bien y de-
be ponerse en cuenta. Pero la lei de la benevolencia
230

efectiva exige que en el aviso que dais á otro , á en


el mal que decís de él con intencion de hacerle
bien , no se prodigue el mal inútilmente . Solo cuan-
do hai necesidad absoluta de atraer sobre él los

castigos de la sancion popular , es cuando estais


autorizado á decir á los otros mal de él ; y aun en-
tonces debeis aseguraros que el castigo producirá sa-
ludable resultado.

La franqueza es á vezes virtud , y á vezes no.


Cuando mueve á un hombre á hacer una declara-
cion de sus sentimientos que no se le pide , no se-
ria en él falta de franqueza el abstenerse ; porque,
salvas algunas escepciones , debe evitar declarar su
opinion sin necesidad. Si se os pide manifesteis vues-
tro sentir , y no lo haceis , habrá en este proceder
falta de franqueza ; mas no por eso se deberá vitupe-
rar. Cuando de manifestar nuestra opinion no pue-
de resultar mal alguno de cualquier especie que sea,
y se nos pide la manifestemos , en tal caso la fran-
queza es loable.
Dijimos que una de las manifestaciones de la be-
nevolencia efectiva-negativa consiste en abstenerse
de realzar los defectos y flaquezas ajenas. La cuali-
dad correspondiente en la region de la benevolencia
efectiva consiste en realzar los talentos y mérito de
otro; mas , segun se infiere naturalmente de las ob-
servaciones precedentes , si en la parte negativa del
dominio de la accion , no hai restricciones ni lími-
tes , puesto que en ella , el evitar obrar , es evitar
hacer mal ; no sucederá lo mismo en la parte positi-
va. En esta es preciso cuidar de que el bien produ-
251

cido y el placer comprado , no cuesten mas de lo que


2
valen , ocasionando la destruccion de mayor suma
de bien , ó la creacion de mayor porcion de mal.
Conteniéndose en tales límites , es acto de bene-
volencia efectiva conceder á una conducta merito '
ria toda la aprobacion que le es debida. La alaban-'
za tiene por resultado disponer á la imitacion , y
podeis hacer á la moral servicios tan señalados ani-
mando á la virtud , como quitando la máscara y re-
probando el vicio. La espontaneidad del elogio le
dará nuevo valor , imprimiéndole cierto carácter de
generosidad. Cuando una accion es evidentemente be-
néfica á la humanidad , y los demas hombres por
falta del valor necesario no forman sobre ella sino

juicios indecisos , haced cuanto está de vuestra parte


en los límites de la prudencia , para que obtenga el
beneficio y sancion de vuestra aprobacion.
En nuestras relaciones con los demas la benevolen-

cia exigirá alguna vez que reformemos sus opiniones


en puntos que afectan su dicha. Pero generalmente
hablando vale mas buscar los puntos en que coinci-
den las opiniones , que los en que difieren ; mas cuan-
do se discuten puntos de disentimiento , dad á la dis-
cusion el carácter de investigacion hecha en comun
para hallar la verdad , de investigacion que debe
ser beneficiosa á entrambas partes ; mas bien que
de una lucha que tenga la victoria por objeto , ó
de manifestacion de dogmatismo. Las luzes comuni-
cadas por la benevolencia obtienen sobre nosotros
el doble imperio de la inteligencia y de la virtud;
de la inteligencia empleada en estirpar del terreno
252

las producciones del mal; de la virtud ocupada en


esparcir por él las semillas del bien.
Cuando tengais que hablar con alguno sobre dos
asuntos , de los cuales el uno es interesante á él , el

otro á vos , comenzad por el que le interesa á él; con


esto le dispondreis favorablemente hácia vos , y le
habreis causado un placer.
Si no teneis certidumbre de que el asunto de que
vais á hablarle le interesa , dejadle el campo abierto

para que entable la conversacion por el que le sea


mas agradable.
El poder de la prensa es un instrumento de bien
y de mal , cuya influencia en la felizidad humana ,
aunque imposible de definir , es seguramente de las
mas dilatadas ; y como la reaccion de la opinion so-
bre un escritor , sobre todo si es anónimo , es de
ordinario menos positiva que si la responsabilidad
individual estuviera presente para responder de las
consecuencias de los pensamientos ó de las acciones,
debe la sociedad apoyarse en las prescripciones de la
benevolencia , mas bien que en las de la prudencia,
para imprimir la direccion conveniente á las pro-
ducciones del escritor . Estas obran en un dominio
mui vasto , proporcionado al número de los lectores ,
y á la influencia de estos en la sociedad . Luego
que un escritor desde el fondo de un retiro inac-
cesible da á luz pública opiniones que hieren los sen-
timientos de otro , sus afecciones disociales no se es-
ponen al mismo exámen , que si se espresasen de vi-
va voz. No obstante si el deseo de maximizar el bien

estuviera siempre delante de los escritores , si aten-


235

diesen menos á objetos de hostilidad individual, que al


grande objeto de la felizidad general , la atmósfera
de la opinion seria bien pronto brillante y pura.
Las reuniones públicas , las asambleas deliberantes
proporcionan con frecuencia ocasion de ejercer la be-
neficencia activa en escala mui vasta. Pero en la

escitacion que produce toda aglomeracion , las pasio-


nes son las que comunmente dominan ; y las pa-
siones del orador obrando sobre las del auditorio,
producen consecuencias de que la benevolencia se la-
menta. Esta funesta costumbre de aplicar á la con-
ducta calificaciones de elogio ó vituperio , de consi-
derar las acciones , no bajo su verdadero carácter y
simple forma, sino asociándoles términos de alaban-
za ó reprension , tiene sobradas probabilidades de
prevalecer en las ocasiones en que se lleva la mira de
remover las pasiones de los hombres , tanto como de
convencer su juicio ; en que el grande objeto de la
ambicion del orador es hallar instrumentos , que le
pongan en estado de arrastrar á sus oyentes á las
conclusiones á que desea conducirlos. Mas preséntese
á su espíritu la lei deontológica , y ya no deseará
mas triunfo que el del principio , que tiene por obje-
to la maximizacion de la dicha de los hombres. Si es
este el fin único que se propone , mirará como suya
la victoria de toda opinion , que sea mas conforme
á este principio que la suya propia.
Sea cual fuere el objeto útil que nuestra inter-
vencion deba llevar , el medio mejor de llegar á él
es emplear la verazidad , y desterrar la exageracion.
Si tenemos que hablar de algunas acciones , represen-
254

témoslas como son en sí , sin añadir aquellos térmi-


nos de aprobacion ó de censura , con los cuales acos-
tumbramos distraer la atencion de la accion misma

para llamarla sobre la estimacion que de ella hace-


mos. La prueba mejor es la simple enunciacion de los
hechos ; la peor es la que comienza por trastornar y
desfigurar los hechos para darles forma predetermi-
nada , y comunicarlos luego á los demas , presen-
tándoles un juicio ya formado. El hombre pues , que
preguntándome mi opinion sobre la conducta de otro,
me hace conocer la suya propia al tiempo de dirigir-
me la pregunta , hace cuanto puede para privarme de
la facultad de formar juicio exacto , y de espresar-
me con verazidad.

Designar los abusos de la administracion pública


es una de las altas funciones ejercidas por la bene-
volencia efectiva , y la mision de la virtud intelec-
tual es hacer de modo al designarlas , que se veri-
fique su supresion á costa del menor sacrificio posible
de parte de los que están interesados en sostenerlas;
porque sucede no pocas vezes , que apresurándonos á
desviar un mal , causamos á un individuo , ó á una
clase otro mal mayor que aquel de que libramos al
comun , y los sufrimientos esperimentados por el pe-
queño número no van contrabalanzeados por las ven-
tajas que obtiene el número mayor. Siempre que se
piden reformas políticas , rara vez se vé que se haga
entrar en consideracion , como lo exigirian la bene-
volencia y moralidad , la situacion de los que se apro-
vechan del estado de las cosas que se trata de refor-
mar. Destruir los abusos , es sin duda la máxima de
255

una sábia política ; pero al destruirlos , haced de


modo que produzcais la menor contrariedad , moles-
tia ó penas posibles. Ocupa un hombre un destino
demasiado elevado; pero lo ocupa , bajo el convenio
tácito entre él y las autoridades públicas , de que el
tal destino le será conservado : ¿ será prudente y justo
privarle de él ? Poco importa el modo con que se re-
suelva esta cuestion ; pero lo cierto es que el princi-
pio de la maximizacion de la dicha , al paso que vi-
gilará para que ninguno reemplaze á dicho individuo
con iguales condiciones , hará tambien de modo que
no se le cause daño alguno intelectual , y que no se
compre un bien público futuro á costa de su desdi-
cha presente . (1 )
En algunas reglas de la benevolencia y beneficen-
cia positiva , podemos hallar una fuente inmediata de
dicha en medio de los acaecimientos de la vida comun.
Cuando nada teneis que hacer , ó de otro modo,
siempre que no tengais la mira en algun objeto es-
pecial de placer ó utilidad , de bien inmediato ó dis-
tante ; empleaos en hacer bien á los hombres , de cual-
quier especie que sea , á todos los seres vivientes ra-
cionales , á uno ó á muchos , á un individuo ó á
toda la raza entera.
Obrando así , amontonareis en el corazon de vues-

tros semejantes un tesoro de simpatía y buen nom-

1 Es mui notable en Bentham esta generosa solicitud por los


intereses individuales , en la reforma de abusos políticos , de los
que fue toda su vida enemigo tenaz é infatigable . Este rasgo
descubre toda entera su alma benévola.
236

bre , que estará á vuestra disposicion , cuando de él


necesiteis. Al mismo tiempo , cualesquiera que sean
los resultados para vos ó para ellos , habreis ejerci-
tado vuestras facultades corporales é intelectuales , y
fortificádolas con este ejercicio. Desde luego habreis
tenido el placer de ejercitar vuestras fuerzas físicas y
morales ; porque el ejercicio de las fuerzas tiene una
cosa de particular , y es que en sí mismo es un pla-
cer , independientemente de las ventajas que puedan

sacarse , ya sea de los frutos del trabajo , ya de cual-


quier otro resultado del ejercicio.
Lo dicho es incontestable ; prueba de ello es la
esperiencia universal ; acredítalo tambien el placer
que producen los juegos de habilidad , cuando se es-
cluye de ellos el provecho pecuniario ; por ejemplo,
entre los ejercicios del entendimiento , el juego de
ajedrez , ó de damas ; entre los del cuerpo , las mar-

chas largas y rápidas , y la equitacion.


Cuando nuestros esfuerzos tienen por objeto hacer
bien á un individuo , ó en una palabra , hacerle servi-
cios ; si depende de vos el modo ó los medios , esco-
jed aquel que sea mas de su gusto.
Si, siguiendo vuestras ideas, quereis obligarlo á vues-
tro modo y no al suyo ; reducireis indefinidamente el
valor de vuestros servicios. Si llevais mui lejos la pre-
tension de obligar á un hombre , no como desea ser
obligado , sino como debe serlo , y como le interesa
que sea ; vuestra accion en lugar de ser beneficencia,
no será sino tiranía ; será un ejercicio de poder , para
contentar la afeccion personal , no un acto de benefi -
cencia para satisfacer la afeccion simpática ó social.
2572

Es verdad que , con tal que procureis al individuo


en cuestion un escedente de bien , os queda la liber-
tad de regular por vos mismo la cantidad del bien
que habeis de producir ; y que , sea grande ó peque-
ña , siempre es acto de beneficencia ; pero si hacién-
doos una ligera violencia en consecuencia de la re-
flexion , podeis servirle á su manera , y obligarle
segun su gusto , habrá de vuestra parte falsa econo-
mía y debilidad , si preferís hacerle menos bien á
vuestro modo , cuando podiais hacerle mas , y mayo

res servicios obligándolo á su modo y no al vuestro.


Creyendo sinceramente que obramos bajo la ver-
dadera influencia de la benevolencia , nos dejamos á
vezes llevar á actos importunos y tiránicos. Arrogá-
monos el poder de hacer lo que creemos ser un bien .
Hacer bien es acto benéfico , de donde concluimos
que es preciso hacerlo. La beneficencia es virtud , y
la virtud debe siempre practicarse .
Bajo la fe de este sofisma se ha inundado la tier-
ra de un diluvio de males , y eso con las mas bené--
volas intenciones.
He aquí el origen del mal. Imagínase uno que sa-
be mejor que todos lo que conviene á los demas; que
conoce mejor que ellos las fuentes de su dicha ; que
posee luzes mas claras ; y que teniendo mayor poder,
puede tambien hacerlas provechosas. Él se ha forma-
do por sí solo ideas de lo que es bueno. Está firme-
mente persuadido de que tal y tal cosa es buena ; y co-
mo lo es , pretende obligar á los demas á recibirla y
adoptarla , porque es buena , y porque él lo sabe por
esperiencia.
TOM . II. 16
258

Nunca es mas funesto el despotismo que cuando se


cubre bajo el manto de la benevolencia , nunca mas
peligroso , que cuando obra convencido de que la re-
presenta.
Los placeres y penas , las amarguras y gozes de la
existencia del hombre , solo él los puede apreciar . No
es la persona que se propone hacer el bien , sino
aquella á quien se destina , la que debe juzgar de lo
que es bueno para sí. Bien podrá ser que otro se pro-
ponga aumentar mi dicha ; pero yo solo soi el guar-
da y juez de ella. Sus sentimientos ni son ni pueden
ser los mios. No es capaz de comprenderlos sino cuan-
do ya por sus propias observaciones , ya por libres

comunicaciones de mi parte , haya llegado á descubrir


los resortes de mis acciones , mis placeres y penas.
Pero ni aun todas las observaciones por su parte,

todas las comunicaciones por la mia pueden haberlo


iniciado tan completamente como á mí mismo en mis
gozes y sufrimientos , y toda pretension de su parte
á saber mas que yo en el particular es veleidad de
usurpacion.
Evitad pues hacer bien á un hombre contra su vo-
luntad , ó aun sin su consentimiento. Obtenedlo desde
luego , ó aseguraos de que lo obtendreis despues. Si
el bien que os proponeis hacerle , es tal , que deba
realmente contribuir á su dicha , y él así lo cree , no
os opondrá resistencia. Ninguno repugna ver aumen-
tarse su dicha , cuando tiene razones para creer que
se verificará dicho aumento. Por su propio interes no
manifesteis , y por el vuestro reprimid el disgusto
que podria causaros la repulsa del bien que le ofre-
239
teis. Habrá mas beneficencia verdadera en absteneros,
que en insistir fuera de propósito en un proyecto,
aunque sea el mas benéfico.

Á este orígen , á esta pretension de hacer bien á


los demas á despecho suyo , se deben las mas horroro-
sas persecuciones religiosas. Tomaron su principio
del deseo de ser útil á los perseguidos , de darles
ocasion de gozar la dicha eterna , de que suponian
los privaba absolutamente su persistencia en el error .
Y no se crea que estas maldades que han cubierto el
mundo de un diluvio de calamidades , deben atribuir-
se á intenciones malévolas. No está en la naturaleza
del hombre hacer mal por solo hacerlo. En los mas
horribles atentados , en las maldades mas destructo-
ras y sanguinarias , si se remonta á su orígen , no se
verá sino una aberracion del principio que nos hace
buscar la dicha , y la produccion de un mal destina-
do á impedir otro mayor , pero equivocándose en el
fin, y calculando mal los medios. Lo que mas ha
multiplicado estas equivocaciones , estos errores de
cálculo , es el despotismo de las intenciones benévo-
las , despotismo que no cuenta los individuos que
somete á su influencia ; despotismo que pone su vo-
luntad por medida de la dicha ajena. Un hombre
que por principios pretende ser , ó es en realidad

bienhechor á despecho y contra la voluntad de aque-


llos á quienes tiene intencion de servir, no es sino
un tirano de los mas funestos : sea ó no bienhechor

de intencion , lo cierto es que necesariamente es mal-


hechor de hecho.
Los motivos para buscar la buena opinion de otros
240
serán proporcionados al poder que tienen de sernos
útiles. La inferioridad de posicion social disminuye
los medios de accion benévola , y apenas permite el
ejercicio de la beneficencia positiva. Dos medios hai
de conciliarnos el afecto y simpatía de nuestros su-
periores ; acomodándonos á sus deseos y placeres , ó
manifestando talentos , en cuyo ejercicio puedan to-
mar interes ulterior , y esperen apropiarse un dia pa-
ra su uso. Pero esta última condicion exige talentos
eminentes , y no es accesible sino á corto número de
individuos; el otro está á disposicion de todos.
Á medida que el hombre crece en superioridad,
crece tambien en utilidad. En efecto la superioridad
representa el poder , bajo sus formas diversas : el
poder del bien y del mal. Asociar todo el poder que
poseemos al ejercicio y en consecuencia al hábito de
la virtud , es comunicar á esta todo su desarrollo.
¿Cuáles serán los límites de esta benevolencia ? Debe
abrazar todo lo que es susceptible de pena ó de pla-
cer: no circunscribirse á los límites de una familia,
raza , provincia ó nacion ; ni aun á los del linaje hu-
mano ; no reconocer otros límites que los de la pru-
dencia. La prudencia no debe permitir que el indivi-
duo sacrifique mas dicha de la que gana. La benevo-
lencia exige que cada hombre contribuya en cuanto
pueda , á acrecentar el capital de la dicha universal .
Á esta universalidad de benevolencia se ha obje-
tado frecuentemente 噩 que debilita los vínculos de
amistad y familia , y da al mayor número menos
gozes que los que toma del número menor. Y ¿ por
qué ? ¿ Acaso demostrará la esperiencia que en los
241

verdaderos filántropos hai falta de afecciones domés-


ticas? ¿ Los que están en contacto con ellos no les
ofrecerán ocasiones de emplear el lenguaje y carác-
ter que constituyen la benevolencia ? ¿ No debemos
creer que el principio social tiene por necesidad ma-
yor fuerza é influencia , cuando pone á su poseedor
en estado de obrar en el vastísimo campo de la di-
cha pública? En general lejos de despreciar los gozes
de aquellos que se hallan bajo su inmediata depen-
dencia , el verdadero amigo de los hombres hace obrar
sobre el círculo de sus gozes privados la influen-
cia benéfica que ejerce en escala mas vasta . Lo que
hace por la dicha del género humano , es otro tanto
añadido á la que crea en su esfera social particular,
Nadie tema ni por sí ni por los demas producir de-
masiado bien , ó evitar demasiado mal. No es de te-
mer una equivocacion en favor de la benevolencia
espansiva. Haga todo el bien que pueda , y por don -
de pueda ; que nunca hará demasiado por su propia
dicha ó la ajena.
Lo que contribuye en gran manera á la inmorali-
dad de las acciones maléficas es la falta de tentacion;
como por ejemplo , cuando se hace el mal se hace,
sin necesidad , y por esta razon ú otra cualquiera ,
el placer comprado por el malhechor es nada com-
parado con el daño que causa á su víctima. Así el
robo cometido por un rico es mucho mas culpable
que el que comete el pobre , y en el dominio de la
beneficencia activa ó positiva , cuando el bien que se
ha hecho , ha exigido esfuerzo especial en consecuen-
cia de la situacion del bienhechor , el mérito ( supo-
242

niendo siempre que no se violen las leyes de la pru-


dencia ) , será proporcionado á la grandeza del sacri-
ficio. Así como un acto dañoso será mirado natural-

mente como prueba de malevolencia , si tiene por


consecuencia natural la produccion de otros actos
tambien dañosos ; del mismo modo los actos benéficos

mas loables serán los que tengan por resultado y efec-


to la produccion de otros de beneficencia, es decir,
cuando un acto virtuoso produzca otros de virtud.
El ejercicio de la benevolencia efectiva positiva
produce aumento en el poder que constituye la su-
perioridad. De dos hombres que ocupan posicion igual
respecto de otro , el que mas contribuya á la dicha
de los demas , logrará infaliblemente mayor influen-
'cia, y dispondrá de mayor cantidad de servicios . For-
tificará su posicion , aumentando el número de accio-
nes buenas. Todo bien que haya conferido á otro será
productivo para él. Los bienes que hacemos á los
otros aumentan la suma de poder de que disponen,
y todo aumento en el poder de los que tienen la vo-
luntad de hacernos servicio , es un acrecentamiento
de nuestro poder. Por fortuna no tiene límites el in-
teres compuesto , que los actos benévolos refieren á
la benevolencia efectiva. De las semillas que planta
la virtud pocas hai que no fructifiquen.
El reconocimiento que manifestamos al que nos ha
hecho bien , es de nuestra parte un acto de beneficen-
cia positiva.
Puede sentarse por principio , que el hombre ve
aumentarse el capital de sus placeres en proporcion
de la suma de estos que confiere á otro. Su genero-
245

sidad será la medida de su opulencia. Cuantas vezes


se cree un placer por la comunicacion de otro placer
ó la supresion de una pena , aumenta la suma de su
propia dicha de una manera directa , pronta y cier-
ta. Cuantas vezes obliga á otro , aumenta la suma de
su propia dicha de una manera indirecta , remota ,
lenta ; pero en ambos casos la benevolencia contri-
buirá á su bienestar.

¿Qué sacamos de aquí ? Que cuando no tengais


ocasion de contribuir á vuestra dicha de un modo di-
recto , buscad los medios de poner adiciones indi-
rectas. En el dominio de la benevolencia activa nun-

ea falta que hacer.


La noche está destinada al descanso : ¿ cómo po¬

dreis emplear mejor el dia que en buscar la dicha?


No siempre es posible añadir á vuestro capital por
medios directos ; vale mas pues añadir algo por me-
dios indirectos que no añadir nada absolutamente . Es-
tos medios indirectos consisten en las obras de bene-
ficencia.

Tal vez preferireis los placeres solitarios . Estais


solo, fumando vuestro cigarro , ó bebiendo vuestro
café: haceis bien , si vuestro goze no incomoda á na-
die. Pero ¿ qué objetos ocuparán vuestro pensamien-
to ? No puede estar mejor ocupado que en refle-
xionar sobre todos los diversos medios de ser útil,
que podeis hacer servir à vuestra propia dicha , aun-
que parezca ser su objeto principal la dicha de los
demas .
Hemos designado la prontitud como una de las
manifestaciones de la benevolencia efectiva. En ge-
244
neral la atencion inmediata á los asuntos que se
nos presentan , evita mucha pena , ó comunica á ve-
zes mucho placer.
Las dilaciones no hacen sino escitar falsas espe-

ranzas , y mantener el espíritu en penosa suspen-


sion . En las funciones públicas , en que las mate-
rias que se discuten son frecuentemente de la mas
alta importancia, lo cual hace naturalmente mas in-
tensa la solicitud de aquel á quien toca el asunto;
es particularmente meritoria la virtud que evita las
dilaciones. Con respecto á esto se puede citar como
verdadero modelo la administracion de correos en

Inglaterra. Allí la prontitud es la órden del dia , y


todas las demandas son en ella objeto de atencion
inmediata. Es esta una honrosa distincion , nunca bas-

tantemente elogiada. Cuantas vezes se practica la men-


cionada virtud , si nada se añade á la dicha , por lo
menos se quita algo á la inquietud.
Si apuntamos diariamente en nuestra memoria las

pequeñas circunstancias que nos han gustado en lạ


conducta de los demas , á fin de imitarla cuando lo
exija la ocasion y el interes ajeno ; si por otro lado
advertimos las causas de las molestias creadas por los
demas , con el fin único de escusarlas á nuestros se-
mejantes en nuestras relaciones con ellos , no se pa-
saria dia sin que añadiésemos algo á nuestra pro-
vision de virtud.

Salís de vuestro domicilio por la mañana ; pueden


ofrecerse muchas circunstancias en que seria conve-
niente para vuestra familia , y para los estraños sa-
ber la hora de vuestro regreso. Decid pues la hora
245

á que pensais volver , y haced de modo en la indi-


cacion que deis , que seais tan exacto cuanto lo per-

mitan vuestras previsiones. Porque para dar de in-


tento una indicacion falsa , mas valdria guardar si-
lencio . Engañar con intencion en este particular, aun-
que no tan pernicioso , no dejará de ser ocasion casi
igual de molestia.
Preséntase un estraño , y os hallais en casa : no le
hagais esperar. Su tiempo no os pertenece ; ni soiş
juez de su valor. Si su visita estaba convenida , tie-
ne derecho incontestable á vuestra atencion. Si lo fa¬
T
tigais haciéndole esperar , concebirá de vos idea me-
nos ventajosa , y cuando le recibais se hallará en
una situacion de espíritu menos favorable y conve-
niente á la discusion y espedicion de los negocios que
le han conducido á vuestra casa. La costumbre de
exigir de los inferiores que pierdan tiempo en nues-
tras antesalas , es uno de los crímenes del orgulla
aristocrático y administrativo ; si la suma de moles-
tia sufrida en la antesala de mas de un gran persona-

je se añadiese , y se le presentase el resultado , aver-


gonzaríase de la cantidad de pena que habia creado
inútilmente. El orgullo no se alimenta en gran parte
sino de sufrimiento creado por él gratuitamente , y
solo por su gusto , sin añadir cosa alguna á los ele-
mentos del poder , cuya posesion se propone princi-
palmente. Por el contrario el orgullo socaba sus pro-
pios fundamentos con el importuno alarde de su in-
fluencia. Engreirse del poder de hacer mal , es algo;
engreirse de poseer este poder sin ejercerlo , es algo
mejor; pero envanecernos del mal que nuestro orgu-
246

llo ha causado á otro , es manifestar un vicio igual-


mente vil y maléfico.

Las leyes del saber vivir pueden ir anejas á los


placeres del afecto á que pertenecen . Subordinadas
á la benevolencia efectiva positiva en las relaciones
habituales de la vida , nos prescriben hacer todos los
servicios , crear todos los placeres que no estén re-
probados por las leyes generales de la prudencia y
beneficencia, La cortesía , cuando dejenera en for-
malidades y ceremonias , pierde todo el encanto de
la beneficencia. Los actos del saber vivir tomados
aisladamente son de poca importancia ; pero reuni-
dos se verá que es considerable la suma de pena y
placer aneja á ellos. El saber vivir es cualidad siem-
pre necesaria en nuestras relaciones con los demas;
porque con dificultad se hallará una accion que no
produzca mayor ó menor suma de pena ó placer,
dependiendo frecuentemente esta pena ó placer de la
buena á mala gracia con que se hace la accion.
Es imposible fijar los ojos en los sucesos de cada
dia, sin ver constantemente reproducirse las circuns-
tancias , en que el hombre benéfico contrasta venta-
josamente con el que no lo es. Todos pueden haber
notado cuan poco sacrificio personal cuesta á algunos
conciliarse el buen querer de los demas , y hallar en
el ejercicio de las afecciones simpáticas ocasiones que
se escapan á la atencion ó á la solicitud de espíritus
dotados de menos feliz temperamento , ó de menos
virtuosa educacion.

Por ejemplo , vais en un carruaje público en com-


pañía de otros viajeros , todos dependientes uno de
947
otro para las comodidades del camino. Ved ahora los
motivos de disension que pueden nacer de ahí. ¿ Se
bajarán ó se levantarán los cristales ? ¿ Se levantará
uno , ó dos? Un viajero los levanta ó los baja sin te-
ner cuenta con lo que le dicen los demas. En esta
ocasion , y en este acto especial habrá maleficencia
maximizada. Otro obrará del mismo modo á pesar

de las observaciones de un viajero , guardando silen-


cio todos los demas ; otro lo hará sin oir ni consul-
tar su parecer. La verdadera moral lo mismo que la
urbanidad exigiria que se consultase á la mayoría:
y si se hallaha alguno en el carruaje , á quien los
cristales tirados ó levantados incomodasen especial-
mente , deberia hacerse presente este caso particular
al resto de la compañía. ¿ Pero y si todos se nie-
gan á oir la razon ? Este es caso que rara vez sucede.
No obstante el interes de la persona razonable es ceder,
¿Qué lado del carruaje ocuparé? Supongamos ( co-
sa que sucede con frecuencia ) que á un viajero le
incomode tal posicion particular , por ejemplo andar
hácia atras , volviendo la espalda á los caballos , ó
apoyarse en el lado derecho ó el izquierdo. La bene-
ficencia exige que yo que sufro poco , ó menos , ó
nada absolutamente en esta posicion , ceda mi lugar al
que sufre mas. Pero cediéndolo renuncio á un dere-
cho , cuyo reconocimiento importa al bien general , é
impide las equivocaciones , las querellas y sus conse-
cuencias. Es verdad que hago un sacrificio ; pero lo
hago por interes de benevolencia : abandono tempo-
ralmente un placer pequeño , para procurar á otro
un placer temporal mayor. He añadido alguna cosa
248
á la suma de la dicha general. He escitado el agra→
decimiento. He hecho bien á otro y á mí mismo.
El carruaje se detiene : un viajero desea tomar al-
guna cosa; dice que tiene hambre ó sed , le faltó
tiempo para desayunarse antes de marchar. Pide á sus
compañeros de viaje le consientan una breve deten-
cion. Ellos tienen el poder y el derecho de rehusarle
esta satisfaccion . ¿ Deberán usar de él? Ciertamente

no , á no ser que la detencion fuese mui larga ; por-


que puede suceder , que sufra mas él con su necesi-
dad que los demas con la corta detencion .
Llega la hora de comer. El mismo viajero habien-
do satisfecho su hambre comienza á impacientarse, y
procura abreviar la duracion ordinaria de la comida.
He aquí tambien un conflicto de voluntades y de in-

tereses. ¿ Exige la benevolencia que se sometan todos


á la voluntad individual? Todo lo contrario. Esta

es la ocasion de resistir y hacer obrar la sancion


popular. Conviene dar un aviso caritativo al viajero
impaciente , y decirle que los que poco tiempo antes

le han dado pruebas de su paciencia y bondad , tie-


nen derecho á su vez para esperar otro tanto de su
parte. Mas no por esto hai razon para hablarle con
dureza y cólera. La sola prudencia personal basta
para abstenernos de semejantes demostraciones ; ella
exige que no causemos al delincuente sino la pena
puramente necesaria para impedir se repita el deli-
to ; porque ¿ qué ganariais con su mal querer ? Es
vuestro compañero de viaje , y de consiguiente ten-
drá con frecuencia ocasion de manifestar su mala vo-
luntad durante el resto del camino , y os puede ha-
240

cer sufrir. Pues entonces ¿á qué fin hacerle la mas


pequeña reconvencion ? Porque el interes de la so-
ciedad exige , que se advierta esta falta de beneficen-
cia ; porque si la leccion se da como conviene , es
probable escusará al mismo individuo las molestias
que le acarrearia la repeticion de su delito.
Entáblase conversacion sobre punto determinado.
Este es evidentemente penoso á una persona de la
compañía. El asunto versa sobre opiniones políticas
ó religiosas contrarias á sus sentimientos . ¿ Será caso
de dirijir reconvenciones al que habla ? Generalmen-
te hablando no ; á menos que el discurso comenzado
no presente graves inconvenientes ; pero la bene-
volencia procurará las mas vezes dar otro giro á la
conversacion . Deberá elegirse el partido que menos
hiera al molestador y al molestado. No. se necesita
hacer ver que os ha chocado la poca paciencia ó to-
lerancia de aquel , á quien irritó la espresion de
opiniones diferentes de las suyas . Tampoco es necesa-
rio que aflijais á aquel , cuya intencion al entablar
la conversacion desagradable , no habia sido tal vez
ofender los sentimientos de su vecino. No corteis pues
la conversacion con reprensiones imperiosas , ni con
reconvenciones cualesquiera que sean. Estas solo pue-
den justificarse cuando se hayan agotado los otros
medios. Si sin emplear los penosos , podeis traer la
conversacion á materias agradables , este es vuestro
deber.
Como consecuencia necesaria de lo que acabamos

de decir en tales ocasiones , en que por decirlo así


nos hallamos forzosamente en compañía de otro, no
230

podemos ejercer mejor nuestra benevolencia , que sus-


citando materias agradables de conversacion. Con al-
go atencion se podrán haber á mano. Uno de los re-
cursos mas felizes es adivinar las riquezas particula-
res que hai en el espíritu de un hombre , en su
esperiencia ó luzes. Este medio es aun mismo tiem-
po lisonjero para la persona , é instructivo para nos-
otros mismos.
251

VI.

CONCLUSION.

En la prosecucion de tan importantes investiga-


ciones , el que escribe estas páginas está persuadido
en conciencia no haber tenido otra mira que el inte-
res de la felizidad humana , interes fundamental , á
que deben ir subordinadas la razon y la moral , si
han de tener algun valor. Persuadido el autor de que
remontar hasta el origen de los errores , es refutar-
los ; no ha vacilado un punto en penetrar en el labe-
rinto del sofisma , en señalar las aberraciones que
pueden acompañar la buena intencion , y en quitar
la máscara á los intereses funestos del dogmatismo y
orgullo. Cuando la filosofía de la moral haya hecho
verdaderos progresos , el investigador podrá tomar

vuelo mas atrevido , y caminar con menos incertidum-


bre y desconfianza . En el estado actual de cosas el
consejo mas juicioso que pueda darse al que estudia ,
es el que se da en la Iglesia católica. Para evitar
equivocaciones , no debe darse crédito al testimonio
232

de los ojos. Cuide á cada paso que dé , de no fiarse


demasiado de las luzes de sus sentidos. Pero mien-
tras el profesor católico exige de su discípulo que ab-

dique ante él y ante la Iglesia que representa , sus


percepciones morales é intelectuales ; el deontologis-
ta no exige del suyo , sino que someta sus luzes á su
propia felizidad , y le conceda que la dicha es el fin
y objeto de la existencia ; con esto tiene bastante , y
bajo esta suposicion raciocina.
Trabajando así el deontologista por los intereses de
la verdad , no empleará artificios engañosos. ¿ De qué
le serviria hacerlo así ? ¿ Cuál seria su objeto ? Apli-
cando á sí mismo la teoría que presenta á los de-
mas , sus trabajos mismos son dicha para él , y si re-
clama la atencion de los hombres en favor de los pen-

samientos que quiere propagar , solo es en cuanto


pueden llegar á serles instrumentos de dicha. Poco le
importa que se le atribuya ó no el honor del descu-
brimiento. Se consuela con pensar que hai hombres,
que tan ilustrados en punto á sus verdaderos intere-
ses , como zelosos por la causa de la verdad , ente-
ramente ocupados en adquirirse derechos á la grati-
tud social ; son indiferentes en cuanto al modo , ya
se deba el descubrimiento de la verdad á su sagazi-
dad , el reconocimiento de ella á su buena fe , y la

propagacion á su zelo .
Entre las esperanzas del deontologista , hai sobre
todo una mas elevada y brillante que las demas ; y
es que trabaja con suceso en apresurar el dia en que
la opinion dará al principio de la maximizacion de
la dicha toda su espresion y efecto. Porque hasta en-
235

tonces continuarán reinando y devastando la tierra


inmensas calamidades y males espantosos que no exis-
tirian sin la preocupacion que los sanciona. Por ejem-
plo la guerra emprendida sin causa , ó por motivos
insuficientes debe desaparecer infaliblemente entre los
progresos de una sana moral. Ha sido necesario na-

da menos que el suceso deplorable de aquellos hom-


bres , que por intereses personales ó culpables han
trabajado en estrechar el dominio del buen querer y
de la simpatía , para hacer considerar como inocen-
laudables esas sangrientas luchas en que las na-
ciones han vivido empeñadas constantemente. Si es-
tos hombres no hubieran hallado instrumento al pro-
pósito en una fraseología mentirosa ; si no hubieran
hecho sonar en nuestros oidos los gritos de honor,
gloria , dignidad nacional y otros semejantes , aho-
gando la voz de la felizidad y miseria humana ; si,
en una palabra , no hubieran derribado todo cuanto
enseñan la sabiduría y benevolencia en todos tiempos;
el mayor de los azotes y de los crímenes no hubie-
ra afligido tanto á la humanidad con su presencia.
Pero aun hai mucho , muchísimo que hacer. Entre
todos los hombres que son actores en el drama ho-
micida de la guerra , ¿ quién hai que no mire con hor-
ૐ Hasta el mismo Napoleon
ror un asesinato aislado ? ¿
no se gloriaba de no haber jamas cometido un crímen?
Otro tanto podemos decir aunque en mas estricta
acepcion, de la preocupacion , en virtud de la cual el
poder , el rango y la opulencia convierten la male-
volencia en inocencia , y la sinrazon en derecho . Ga-
nar dinero por medios ilegítimos , delito que la lei
TOM . II. 17
234

castiga con cárceles ó galeras , cuando es pobre quien


lo comete , apenas parece digno de atencion , cuando
es cometido en grande y por altos personajes ¿Se
considera acaso la medida de los males que produ-
ce el crímen , como la medida de su inmoralidad?
Lejos de ser así , su culpabilidad se valúa frecuente-
mente en razon de la posicion desgraciada del culpa
ble. Que vaya mal vestido y sea grosero en su este-
rior ; que difiera su lenguaje del rico ; en una pala-
bra , que sea un criminal vulgar , y vereis con que
diferencia será juzgado y castigado ordinariamente
aun por la opinion popular. Á esta palabra vulgar
va aneja una idea de aversion , y de aquí proviene la
disposicion á hacer recaer sobre el vulgar los efectos
de ella. Y sin embargo , ¿ cuál es el sentido de este
epiteto ? Llámase vulgar lo que se usa en el comun
del pueblo. ¿ Y qué es el comun del pueblo sino la
mayoría del pueblo? ¿Y el que una cosa esté en uso
en la mayoría del pueblo , es razon suficiente para
menospreciarla ? ¿ Porque una costumbre exista en
una pequeña menoría , hai razon suficiente para bon-

rarla ? Los poetas y filósofos han visto todo lo que


tiene de injusto la opinion en semejantes materias:
no han dejado de observar la impunidad que acom-
paña las faltas de los ricos , y el rigor con que se
castigan los delitos de los pobres. Los aforismos ó
metáforas están profusamente prodigados en las pá-
ginas de los moralistas , desde los versículos de la bi-
blia hasta las columnas del diario de esta mañana;

lo cual no impide siga cometiéndose la misma in-


justicia , y continuará cometiéndose , hasta que sepan
255

los hombres que la virtud se compone de placeres,


el vicio de penas , y que la moral no es otra cosa que
la maximizacion de la dicha.
Es igualmente deplorable é inmoral el estado de la
opinion relativamente al desafío . Tomad uno de aque-
llos casos tan frecuentes , en que se puede decir que
van unidos el mal y la sancion popular , Un hombre
imputa á otro una mentira voluntaria , y en tal caso,
segun la jurisprudencia ordinaria , el tal hombre está
autorizado á quitar la vida al otro y á esponer la
suya, ¿ Puede la grandeza del sufrimiento ser menos
propocionada á su necesidad que en esta ocasion? Se
ha dicho una mentira , y para esto es preciso que
el que la ha dicho arriesgue su vida. Y porque la
mentira se ha dicho , es necesario que una persona
inocente que tal vez ha tenido que sufrir por causa de

ella , se coloque en la misma línea que el culpable,


y se vea obligado á esponer su vida. ¿હું Pudo jamas
la barbarie imaginar division mas monstruosa de pe-
nalidad ? ¡ Pero esto era una mentira yoluntaria ! ¿Y
cuál es el hombre que llamando á otro á expiar con
su vida una mentira , puede decir poniendo la ma-
no sobre su pecho , que jamas ha mentido , que no
ha mentido alguna vez , que no ha mentido muchas
vezes ? Si se sondea hasta los senos mas recónditos
eso que se llama punto de honor , se verá no una
prueba de fuerza y de pureza de conciencia , sino
al contrario la prueba de que la persona se juzga y
condena á sí misma de antemano , y que se siente in-
teriormente débil y atacable. Pero en este particular
el tribunal del vulgo es mucho mas ilustrado que el
256

de los privilegiados. El duelo todavía no ha descen-


dido á las masas , y si alguna vez ha intentado in-
troducirse , el ridículo ha bastado para hacer justi-
cia y contener los progresos. La sancion popular ha
puesto al comun del pueblo al abrigo de una locu-
ra, cuyo monopolio tiene la gente noble , y puede ser
que respecto á esto el ejemplo del mayor número
ejerza algun dia influencia saludable sobre el menor.
Reuniendo así , de donde quiera que existen , los
elementos del bien , protegiendo en todo lugar la ver-
dad , la virtud , la felizidad ; pero principalmente en
donde obran sobre un vasto dominio de pensamien-
to y accion ; poniendo así en manos de cada hom-

bre un instrumento de poder y de dicha , es como


se adelantará la causa de la moral. Si cada hombre
en particular quiere librarse de las ilusiones men-
tirosas , á que se sacrifica su propia dicha ; si ocų-
pándose en el bienestar de los demas , procura des-
cubrir el verdadero sentido de las palabras y de las
cosas , por las cuales son dirigidos los negocios socia-
les y nacionales ; si quiere ensayar hacer entrar en
el dominio de su propia dicha y de los demas la
pomposa fraseología de la elocuencia ; si despoja las
opiniones influyentes del aparato artificioso de que
las revisten el interes y la pasion ; si tiene el valor
de decir : « Hacedme ver el bien , hacedme ver el mal:
manifestadme qué hai de goze en aquel , y de sufri-
miento en este ; » desde luego las semillas vertidas
por la verdadera moral no tardarán en producir abun-
dante mies , que todo el género humano es llamado
á recoger.
257
¡Mas ai! no ha sido tal la marcha de los hom-
bres investidos del monopolio de la moral ; de aque
llos hombres que en sus pomposas pretensiones , car-
gados de dignidades , riquezas y honores , enseñaban
que era sacrilegio poner en duda su autoridad , é im-
piedad resistir á sus decretos.
¿Y cuál ha sido su táctica ? ¿ Cuáles sus conquis-
tas ? Han tenido la habilidad de ocultar su marcha
á la vista de la multitud , y sus usurpaciones á la
pesquisa de la conciencia pública. Han enseñado á los
hombres á ser silenciosos , secretos , sumisos y fáciles
de acomodar , y aborrecer las inovaciones ; á aliarse
con empeño á los que querrian impedir toda entrada
á la luz , á fin de ahorrarse la fatiga de examinar pro-
yectos , que afligirian su indolencia , y el sentimiento
de verse obligados á adoptar medidas que opondrian
un dique á su codicia. ¿ Con qué derecho vendrian
tales hombres con sus manifestaciones de sabiduría , á
insultar á la debilidad , á la ignorancia y á la me-
diocridad ? Saben que para evitar al pueblo los pe-
ligros de la tentacion , el medio mas seguro es im-
pedir al espíritu de exámen el penetrar hasta allí.
¿ Cuántos hombres , que durante seis dias tienen en
el corazon el demonio de la injusticia , intriga , ava-
ricia , fraude , mala fe , zalamería , bajeza , y que se
glorian de componerlo todo fácilmente , en el sépti-
mo van á oir lo que llaman ellos la palabra de sal-
vacion?
¿ Cuántos que viven en la práctica de lo que lla-

man perjurio, y en la costumbre tiránica y aun mas


culpable , de imponerlo á los demas : hombres que
258

por la mañana se despiertan con la mentira , y por la


noche se duermen con la impostura?

¿No son estos los verdaderos autores de semejan-


te corrupcion hija de la flaqueza , y propagadores de
esta inmoralidad madre de todos los vicios?
Se ve que alguna vez hemos empleado en la pre-
sente obra términos matemáticos : esto exige esplica-
cion , á fin de prevenir al lector contra dos peligros.
Desde luego ciertos lectores podrán creer que he-
mos llegado á la certidumbre matemática ; otros que
conocerán bien que no la hemos alcanzado , supon-
drán en nosotros la pretension de alcanzarla. Sin em-
bargo nada de esto hai. No hemos obtenido la certi-
dumbre , ni nos preciamos de ello. No son espresio-
nes matemáticas las que pueden imprimir certidumbre
matemática á los hechos que necesariamente hemos
tenido que poner por delante como base de las nocio-
nes que presentamos ; mas pueden servir para darles
hasta cierto punto una precision matemática,
Pero la pobreza é insuficiencia del lenguaje son
orígen de embarazos y tropiezos para el escritor y
para el lector. Es probable que la filosofía moral
creará en adelante mejores modos de espresion , á
medida que las verdades morales se vayan introdu-

ciendo en el espíritu de los hombres , y se vaya re-


conociendo la pobreza de los términos existentes.
Hasta entonces el moralista debe servirse de las es-

presiones que tiene á mano; todo lo mas que puede


permitirse es aventurar de cuando en cuando una
locucion nueva. Y aunque en el discurso de esta obra
se haya dejado sentir frecuentemente la necesidad de
259

tales innovaciones , sin embargo no hemos recurri→


do á ellas sino rara vez , y con mucha parsimonia.
¿ Hallará gracia esta obra en los ojos del dogma-
tismo ? Probablemente no. Esperamos sin embargo
que aquel , sea quien sea , que conteste el principio
de la maximizacion de la dicha , tendrá á bien ci-
tar los hechos , á que sea inaplicable este princi-
pio. Es un deber en él hacerlo así , si quiere entrar
en la discusion con espíritu de verdad y lealtad. Nos-
otros proclamamos aquí una lei moral ; sus pres-
cripciones son claras , inteligibles , y de evidencia
incontestable. Atribuimos á esta lei el mérito de una
aplicacion universal é invariable. Si sus adversa-
rios se atrincheran en el terreno del misticismo , su
defensor no tiene sino una palabra que decir , y es,
que él combate á la luz del dia , al paso que sus
enemigos se rodean de tinieblas. Si entra la autori-
dad con sus mandamientos arbitrarios y despóticos,
conténtese el deontologista con decir , que él racioci-
na y no amenaza. Si el indigesto ascetismo proclama
que el mal es el verdadero bien , el deontologista
nada tiene que replicar sino que para él el mal es
el mal. El mundo decidirá entre ambos ; el mundo

que debe crearse su porvenir, que está encargado de


velar sobre su propia dicha , y que asignará á los
contrincantes de nuestros dias la influencia que le

plazca asignarles. ¿ Necesita el autor justificarse del


ardor que ha empleado en defender la causa de la
dicha ? Es causa esta , ante la cual todo otro objeto
no tiene sino importancia secundaria. Es causa fuera
de la cual nada tiene el hombre que desear ni que
260

cumplir. Es el solo bien que lo une á lo presențe,


á lo pasado , á lo futuro . Es el tesoro que contiene
cuanto posee y cuanto espera. ¡ Dichoso el que pudo
á lo lejos enseñar el edificio ! ¡ Mas dichoso aun el
que abrirá sus puertas !

FIN DEL TOMO SEGUNDO.


ÍNDICE DE LOS CAPÍTULOS .

PREFACIO .. • · Pág.
INTRODUCCION . • • 1
CAP. I. Principios generales. • • • 21
CAP. II. Prudencia personal.. 68
CAP. III. Prudencia estrapersonal • 111

CAP. IV. Benevolencia efectiva-negativa. . • • 158

CAP. V. Benevolencia efectiva-positiva . · • 213


CAP. VI. Conclusion . · • 251

FIN DEL INDICE .


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13020100004727

BIBLIOTECA

DE
MONTSERRAT

Armari B
XXX

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