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Juego y fuera de juego.

Enfoques acerca del placer en el juego

Marta Beisim
Hay un aspecto de los juegos de los niños, olvidado, creo, en la clínica psicoanalítica a
pesar de haber sido uno de los centros en los que se apoyan las menciones de S. Freud:
se trata de que al jugar los niños se divierten, obtienen placer.

En textos como El poeta y la fantasía, Personajes psicopáticos en el teatro o inclusive


en Tótem y tabú, en el capítulo en que compara el juego con el animismo de las
comunidades primitivas, Freud nos dice que hay que considerar los juegos como una
actividad realizadora de deseos.

Con esta fórmula nos acerca bastante a la definición de las formaciones del inconsciente
en general, debiendo subrayar quizá, como una diferencia, el valor de actividad o de
acto que tienen los juegos.

Otra referencia freudiana muy famosa es la que se encuentra en Más allá del principio
del placer en la que el juego queda conectado no sólo con el placer sino con un más
allá: la compulsión a la repetición.

El deseo que los niños realizan jugando es el de ser mayores.

Esta aseveración podría permitir, y de hecho lo hace, un deslizamiento que considerara


los juegos como imitaciones: los niños imitarían a sus mayores para poder serlo en los
juegos. Descontando que la imitación existe, que hay juegos de imitación y que esto
puede tener interés pedagógico en la medida en que también podríamos decir que se
aprende a jugar, el interés del psicoanálisis debe dirigirse a realzar en el deseo del juego,
otras articulaciones.

Es así como toma valor ese aspecto implícito y, decíamos, olvidado de los juegos de los
niños que es el placer que producen.

Aunque no sea lo único que ocurre, si el juego es una realización de deseos, hay
obtención de placer. Y lo que posibilita que las cosas funcionen de esta manera es la
presencia de una regla.

Considero a las reglas de juego que pueden ser más o menos explícitas en un sentido
muy amplio, tan amplio que prácticamente se podrían reducir a la entrada al juego por
un de jugando como regla.

Este es el punto pivote o bisagra para decir qué es juego y qué no lo es desde el punto
de vista del jugador y no de la disciplina que se ocupa de teorizar los juegos: algo
comienza de jugando y configura una situación completamente distinta de aquélla en la
que se estaba que luego concluye de modo que se sabe que no se está jugando más.

Con la pretensión de ampliar la fórmula freudiana y para alejarnos de cualquier teoría


imitativa diremos: el juego realiza para los niños deseos pertenecientes a la constelación
edípica y al complejo de castración, deseos de orden incestuoso, aunque esto no sea
inmediatamente legible en ellos.

¿Por qué no pensar que, en el clásico juego de la niña con sus muñecas, ella realiza el
deseo de tener un bebé del padre y transformarse así en su mamá?

Esta interpretación del juego, que no sería una interpretación para formularle a la
supuesta niña, se encuentra en el corazón de la teoría freudiana acerca del complejo de
Edipo femenino.

La interpretación no impide considerar que la niñita estaría igualmente aprendiendo lo


que las mamás hacen con sus bebés, pero debemos convenir en que el sustento de esta
posibilidad está dado por identificaciones inconscientes.

Pero, ¿cómo es que se puede realizar este deseo incestuoso así tan tranquilamente, sin
culpa alguna?

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Es el juego el que provee la l


realidad. Es precisamente allí que toman valor las palabras freudianas de que en el juego
se trata de otra realidad más placentera.

Para ubicar mejor el tema del placer en el juego, retomemos el artículo anteriormente
citado: Personajes psicopáticos en el teatro.

El tema del principio del placer como regulador de la actividad psíquica es muy
conocido en Freud y no es este artículo el que está destinado a dar cuenta de él.

En Personajes psicopáticos en el teatro, Freud compara la descarga psíquica placentera


que se produce en el espectador de una obra de teatro, el que asiste al drama, y el niño
que juega. Nos dice que el espectador se ahorra tener que pasar por todas las vicisitudes
que atraviesa el héroe, pero al identificarse con él obtiene placer, una descarga psíquica
proveniente del ahorro de trabajo. El espectador no necesita vivir en la realidad las
experiencias del protagonista, pero es como si lo hiciera, y cuando cae el telón y el
espectáculo concluye, debe reencontrarse con su propia experiencia.

J. Lacan, al referirse al principio del placer, ha conseguido definir su funcionamiento en


una apretada síntesis diciendo que se trata de la ley del mínimo esfuerzo.

Siguiendo con la comparación freudiana diremos que, a su vez, el niño que juega
realizando en el juego el deseo de ser mayor como sus héroes y en los términos antes
expuestos, se ahorra el hecho de serlo y obtiene placer de este ahorro. Debemos
recordar que la descarga de tensión que produce placer mantiene un mínimo de tensión,
no se trata de una descarga absoluta.

En un artículo posterior a los anteriormente citados, Más allá del principio del placer,
Freud se interroga nuevamente por los juegos de los niños sobre si hay algo más en su
determinación que sea diferente al interjuego del principio del placer y el de realidad.
Hay juegos que, por reproducir situaciones displacenteras, podrían plantear una
excepción a la fórmula de la realización de deseos.

Freud pone como ejemplo un juego que era el preferido de su nieto y que consistía en
hacer desaparecer y luego reaparecer un carretel en forma repetida mientras
acompañaba la aparición-
fort-da.

El niño con su juego repite un suceso penoso, la partida de su madre, siendo ésta para
Freud la significación del juego.

El problema planteado es el de que al ser el juego un productor de placer pueda


precisamente significar la repetición de un suceso penoso, tomando en cuenta la
observación de Freud de que en algunas oportunidades el juego consistía sólo en la
primera parte, la asociada a la desaparición de la madre.

De manera que su significación no puede quedar ligada exclusivamente al placer


experimentado por la reaparición de la madre.

Es allí que toma cuerpo la idea de un más allá del principio del placer, la compulsión a
la repetición que quedará luego asociada a la pulsión de muerte, como determinante de
la existencia de los juegos en los que se significa un suceso displacentero.

Sin embargo, en el juego del carretel siguen asociados al principio del placer y a la
realización de deseos el hecho de que el niño pueda asumir una posición de dominio
respecto de algo que sufrió pasivamente y el eventual deseo de vengarse de su madre
por haberse ido, descargado en el juguete.

La incidencia de la compulsión a la repetición en los juegos no desplaza su carácter


placentero como realizaciones de deseos.

Uno de los lugares en los que J. Lacan comenta el juego del carretel es el seminario Los
cuatro conceptos fundamentales de psicoanálisis.

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Allí la desaparición y reaparición del objeto quedan ligadas al intento de hacer


reaparecer lo que ha sido definitivamente perdido por el niño en la medida en que ya
está inserto en el lenguaje. El carretel no representa a una madre diminuta con la que se
juega sino a lo que del sujeto se pierde por ser parlante.

Al mismo tiempo se afirma que el sujeto debe necesariamente pasar por la palabra para
obtener placer.

Quisiera permitirme la posibilidad de encarar tan famoso juego despegado de


consideraciones teóricas, es decir, estrictamente como juego.

Al respecto Freud nos dice que el niño juega a estar fuera. El estar fuera es para Freud la
partida de la madre y para Lacan, el sujeto desaparecido.
En el texto freudiano, hay una nota al pie en la que figura una observación de este
mismo niño haciendo desaparecer su imagen del espejo, cosa que logra agachándose y
luego volviendo a mirarse. Esta desaparición y posterior reaparición van acompañadas
del consabido fort-da. Allí también el niño juega a estar fuera.

Poder tomar al fort-da estrictamente como juego me lleva a plantear la pregunta de cuál
es el deseo que se realiza con el carretel evitando los deslizamientos representativos.

En ese sentido la pregunta correcta sería: ¿Qué quiere el carretel?

Y la respuesta es que el carretel quiere ser llamado


juega a que el carretel que está del otro lado del hilo está esperando o deseando que él lo
llame.

Se hace causa del llamado, de ese desgarro que alguien sufre por el hecho de tener que
hablar o porque alguien se va y hay que llamarlo.

El hecho de que el carretel se quede con las ganas se hace posible gracias a la ficción
que el juego propone y permite que el niño obtenga placer jugando dado que es el
objeto el que se queda con la insatisfacción. En último término, el carretel juega, como
otros juguetes, a soportar los efectos del lenguaje ya que en el juego es tomado por otro
que el que es: puede tratarse de la madre, del sujeto, del deseo. Correlativamente, la
cosa carretel no juega, es lo que queda fuera del juego pero que, sin embargo, lo
permite.

Entre lo que se considera juego y lo que queda fuera se encuentra lo que hemos
denominado la regla en sentido amplio, eso que un niño podría decirle a otro en los
siguientes términos: Dale que jugábamos a que...

Un abordaje clínico

Un paciente de nueve años llega a la consulta presentando diversas fobias, miedos no


específicos o no ligados a un objeto en particular y con gran desarrollo de angustia.

El miedo primordial era el de encontrarse solo en la oscuridad, esto le ocurría en


algunos lugares, en algunas habitaciones de la casa en la que vivía. Si estaba
acompañado, aún en esos lugares no experimentaba miedo, pero también dependía de la
persona con la que estuviera.

La dinámica familiar se había ido alterando paulatinamente en la medida en que su


angustia no cedía y, si bien había otros rasgos del niño que preocupaban a sus padres,
las fobias determinaron la consulta de modo prioritario.

Decido la iniciación del tratamiento. Recuerdo que en la primera sesión el paciente


formula la siguiente pregunta: ¿Cómo vas a hacer para ayudarme?

Fue una pregunta planteada en forma muy directa. Le respondo que me parecía muy
pronto para saberlo, que él tenía que acompañarme un tiempo para que yo lo pudiera
saber.
Pareció quedar satisfecho con la respuesta. Y empezó a jugar.

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Elegía indistintamente juegos de mesa sin mostrar preferencias y en ocasiones traía


alguno desde su casa que no estaba en el consultorio.

Al tiempo, empecé a percibir cierto hilo conductor en su modo de jugar sobre todo en
los juegos de competencia; se notaba que prefería que yo ganara en lugar de ganar él.
Mientras tanto, los miedos y angustias del comienzo se habían evaporado

mágicamente.
Contemporáneamente, se iba gestando en el curso de las sesiones una forma muy

singular de comunicación conmigo caracterizada por el hermetismo.


Es bastante clásico que los niños de la edad o de edades cercanas a la del paciente, no
aporten en sesión, ningún comentario acerca de su vida cotidiana. En este paciente, esto
se manifestaba de modo extremo y es por eso que me impresionó como si se tratara

de una forma de comunicación.

con monosílabos.
Como las cosas siguieron así, en silencio, mi posición era la de alguien que espera,

pero además se encuentra intrigado, haciéndose preguntas entre las cuales la


fundamental era la de por qué había cedido la angustia.

Quiero anticipar lo que descubrí mucho después: la angustia había cedido precisamente
porque yo había estado intrigada todo ese tiempo.

Por otra parte, el paciente comienza a traer a las sesiones objetos diversos con la
intención de mostrarlos; quedaba claro que no los iba a dejar y tampoco quería usarlos
para jugar como alguna vez propuse.

No eran juguetes, aunque hubiéramos podido jugar con ellos de haberlo querido.
Aparecía un día con una moneda partida, otro con unachapita que estaba abollada;
también trajo un anillito hecho con alambre, figuritas viejas con caras cómicas, una
medalla que él había diseñado con una moneda perforada. A veces eran cosas
compradas,

Yo no podía despegar de la intención clasificatoria pero los objetos no eran muy


agrupables; sólo sabía que no eran juguetes.

Traía uno por vez y quizá, se olvidara del que había traído antes; para él no constituían
un grupo de objetos, para mí sí.

Resolví inventar historias acerca de aquellos objetos: de dónde venían, de quién habían
sido, cómo los había encontrado. Pura asociación mía.

Esto no tuvo influencia inmediata, pero algo diferente ocurrió después.


Jugamos siguiendo las reglas que efectivamente, había aprendido.

Como se sabe, puede haber un momento del juego en el que, por el resultado de la
confrontación entre las cartas no haga falta jugar las tres manos porque sólo con dos
jugadas se decide quién gana ese tiro. Es más, no debe mostrarse la tercera jugada.

Hay también momentos en el juego en que alguno de los jugadores se va al mazo o


miente respecto de las cartas que tenía. Allí, tampoco deben mostrarse las cartas; se
considera perdida la jugada sin mostrar.

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Mientras jugábamos, el paciente me propone la siguiente variante: pide que no


respetemos esas reglas y que veamos qué pasó, que miremos las cartas que no se
muestran para hacer una reconstrucción de las jugadas.

Así sabríamos qué hubiera pasado si alguno de los dos hubiese jugado distinto.

En principio no acepto dado que yo creía que estábamos jugando al truco. Estaba
equivocada en parte porque, como después se demostró, no estábamos jugando sólo al
truco.

Por supuesto acepto. Para mi asombro aparece dicho lo que estaba ocurriendo todo el
tiempo y era que yo me quedaba con la intriga.

El juego, entonces, cambia.

No se trata ya del truco exactamente; reconstruimos las jugadas, vemos qué pasó,
deducimos por qué perdió uno o el otro, vemos si se hubiera podido jugar de otra forma
para ganar. También nos fijamos, y esto lo introduzco yo, si la culpa es de las cartas.

La actitud del paciente cambió completamente dentro del marco de este juego que se
jugaba en el interior del truco.

Se burlaba de mí, diciéndome que podría haber hecho las cosas de modo distinto, pero
también se burlaba de sí mismo o, siguiendo mi afirmación de que la culpa la tenían las
cartas, él deschavaba cómo el juego nos tenía dominados.

En definitiva, jugaba a cómo hubiera sido antes de haber jugado.

Este cambio de actitud se iba produciendo con evidente placer y también con muchas
ganas de repetir el modo de jugar. Debido a esto podemos denominar este momento del
tratamiento como: el nacimiento de un juego.

También podríamos llamar a este juego: el juego de la reconstrucción o el jugar a


intrigas pasadas.

Recién allí se pone en juego la intriga que yo había estado sosteniendo todo el tiempo,
en principio, sin saberlo y luego de encontrarla personificada en el juego, a sabiendas.
Resumiendo: Aparece una regla que da entrada al juego de las intrigas del pasado que se
juega con el truco y sus reglas.

El tiempo en el que esta posición se sostenía sin llegar a constituir un saber es el tiempo,
por ejemplo, de la pregunta inicial del paciente acerca de cómo iba a hacer yo para
ayudarlo, ya que esto lo intrigaba. También es el tiempo en que su hermetismo me
dejaba llena de preguntas.

No se trataba de llegar a algún saber, se trataba más bien de que la intriga se pusiera en
acto en el juego.

¿Y los pequeños objetos que el paciente traía cada vez a las sesiones y que resultaban
muy difíciles de agrupar? Eran curiosidades.

Eran curiosidades como lo son esos objetos raros, exclusivos, únicos que, a veces
forman parte de verdaderas colecciones. Sólo a posteriori del juego de las intrigas supe
que lo eran y supe que el paciente era un coleccionista de curiosidades.

Debemos suponer que antes de armar la colección, sus curiosidades permanecían en la


oscuridad y que posiblemente remitieran a investigaciones trabadas con respecto a la
sexualidad de los adultos, a sucesos que ocurren en el cuarto oscuro y que intrigan.

Podemos concluir que había habido un curioso encerrado en la curiosidad: el paciente.

Se presentaba como raro, hermético, una verdadera curiosidad; aparecía identificado


con esta posición.

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Cuando el juego se pone en acto, se realiza el deseo de reconstrucción de pasadas


confrontaciones (entre las cartas) y por lo tanto aparecen las ganas de repetir el juego y
el placer concomitante.

Luego de este proceso analítico, se pueden barajar diferentes hipótesis que den cuenta
de la producción de angustia del comienzo: por ejemplo, una escena sexual parental
construida en términos de polémica o confrontación en la que quien tiene menos es
burlado por el otro presentificando la angustia de castración; o bien, el haber encarnado
en términos fálicos un objeto de curiosidad para el deseo de los padres.

Estas hipótesis no deben ser trasladadas en la clínica con niños a interpretaciones de los
juegos, más bien surgen de ellos y lo que opera produciendo el viraje necesario para que
los niños mejoren es la producción de un juego en el interior del cual, el deseo se
realice.

¿Qué es lo que queda fuera de juego en el caso que elegimos?

Así como habíamos planteado con respecto al juego del fort-da que el carretel se
quedaba con las ganas de ser llamado, en esta oportunidad son las cartas las que se
llevan consigo la insatisfacción de la intriga y el sufrimiento de la burla y son los
pequeños objetos los que se llevan la curiosidad no desplegada.
Fuera de juego queda lo que, después de haber jugado, sabemos que no podía jugar.

De ello diremos que es insatisfactorio y va en sentido opuesto a la producción de placer.

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