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CÓMO AFRONTAR EL

ESTRÉS Y EL MIEDO
FRENTE A LA CRISIS
DEL COVID – 19
“El estrés frente a la
crisis del COVID – 19”
UNIDAD II

DOBLE CERTIFICACIÓN
Certificación Universitaria con valor
académico de 24 Créditos.
II. EL ESTRÉS FRENTE A LA CRISIS DEL COVID–19

1. El estrés de pandemia ............................................................................................................ 2

1.1. Estrés, adaptación y sobrecarga alostática .................................................................... 3

1.2. Equilibrio, bienestar y eudaimonia ............................................................................... 5

1.3. El papel de las emociones ............................................................................................. 6

1.4. Las instancias de la respuesta de estrés ........................................................................ 7

2. Miedo y psicopatología: la amenaza que oculta el covid-19 ................................................ 8

3. Reacciones emocionales ante la exposición a estrés ........................................................... 12

4. Consecuencias psicológicas de la cuarentena y el aislamiento social ................................. 15

4.1. Impacto psicológico de la cuarentena en el personal de salud ................................... 15

4.2. Trastornos psiquiátricos que pueden presentarse en el personal de salud .................. 18

4.3. Impacto psicológico de la cuarentena en niños y adolescentes .................................. 19

4.4. Impacto psicológico de la cuarentena en adultos mayores ......................................... 23

4.5. Impacto psicológico de la cuarentena en personas que trabajan bajo la modalidad de


home office ................................................................................................................. 25

4.6. Impacto psicológico de los pacientes en uci: visión de los pacientes y del equipo de
enfermería ................................................................................................................... 29

5. Conclusiones ....................................................................................................................... 33

6. Bibliografía ......................................................................................................................... 34
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EL ESTRÉS DE PANDEMIA

En las sociedades actuales las personas se mueven en diferentes contextos organizacionales


que le exigen o demandan hacer cierto tipo de actividades según el rol que le corresponde
dentro de la organización; esas demandas pueden ser potencialmente generadoras de estrés,
pero para tal efecto deben ser primeramente interpretadas por las personas como tales.

Este proceso ha sido explicado como valoración cognitiva y se describe como la acción
cognitiva a través de la cual la persona valora la demanda del entorno organizacional en
función de sus posibilidades reales de hacerlo o de no hacerlo adecuadamente, y si la persona
considera que no tiene los recursos para hacerlo de manera correcta la demanda le estresa,
esto es, se convierte en un estresor (Lazarus, 2000).

La centración actual en estos estresores menores y en el proceso de valoración cognitiva que


le da sentido como tal a las demandas a las que se ve expuesta la persona, hace que se resalte
la situación como elemento central del estrés, por lo que es normal hablar de estrés
académico, estrés laboral, estrés familiar, estrés por aculturación, estrés quirúrgico, estrés
docente, estrés por la crianza de hijos con discapacidad, etc.; el adjetivar el estrés como de un
tipo u otro depende de la situación en la que está inmersa la persona y le genera las demandas
o exigencias de actuación.

El nuevo coronavirus SARS-Cov-2, causante de la pandemia por COVID-19, que afecta al


mundo, ha alcanzado a Perú y el personal de salud, comprometido de forma total en el
enfrentamiento de este problema de salud pública, sufre un alto impacto emocional, al
enfrentarse a situaciones complejas y estresantes, que retan los mecanismos de regulación
emocional y capacidad de adaptación a la vida cotidiana del personal de salud para mantener
un estado de salud mental óptimo. Por ello, tanto a nivel internacional como nacional, se han
desarrollado estrategias para brindar apoyo para la salud mental del personal sanitario,
aplicando pruebas de tamizaje para detectar manifestaciones de psicopatología que pudieran
poner en riesgo a los trabajadores de la salud y algoritmos de manejo para las mismas.

Afrontar la pandemia del COVID-19 plantea retos y desencadena emociones, que no se


comparten y, por lo tanto, cada individuo ensaya diversas maneras de afrontar el estrés de la
cuarentena o de evitar el contacto personal.

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ESTRÉS, ADAPTACIÓN Y SOBRECARGA ALOSTÁTICA


La palabra “estrés” se usa comúnmente para enfatizar en el aspecto negativo de las
experiencias a las que nos adaptamos diariamente; adjudicándole al cortisol, la llamada
hormona del estrés, la responsabilidad de las consecuencias negativas, sin reconocer el papel
positivo del cortisol y de otros mediadores fisiológicos en la promoción de la adaptación y el
mantenimiento de la salud en respuesta a todas las experiencias del día a día, sean estresantes
o no.

De hecho, la palabra “estrés” se usa de tantas maneras que ha terminado por ser un término
ambiguo. El “estrés bueno” o eustres, implica que nos arriesgamos para alcanzar algo que
queremos, como hacer una entrevista para un trabajo, dictar una conferencia para sentirnos
recompensados cuando tenemos éxito. "Estrés tolerable" significa que sucede algo malo,
como perder el trabajo o la muerte de un ser querido, pero tenemos los recursos personales y
los sistemas de apoyo para capear la tormenta. "Estrés tóxico" significa que, cuando sucede
algo malo, no tenemos los recursos personales o los sistemas de apoyo y, como consecuencia,
experimentamos la sensación de que no tenemos el control y podemos sufrir problemas de
salud mental y física, especialmente si la situación no se resuelve tempranamente.

El estrés que origina la pandemia por COVID-19, en el momento actual, podría catalogarse
como un “estrés tolerable” para la mayoría de nosotros, pero para algunas personas ya
alcanza los límites de un “estrés tóxico”; pero si la pandemia se prolonga y las consecuencias
de las cuarentenas, ya sean personales o económicas, son negativas, entonces, para la gran
mayoría, el estrés actual adquirirá calidades de estrés será toxico.

El estrés comienza en el cerebro y lo afecta, así como al resto del organismo. El cerebro es el
órgano central de la respuesta al estrés y determina lo que es estresante, así como las
respuestas conductuales y fisiológicas a los factores estresantes potenciales y reales. El
cerebro también es blanco del estrés y cambia estructural y químicamente en respuesta a
factores estresantes agudos o crónicos.Las respuestas al estrés agudo promueven la
adaptación y la supervivencia a través de las respuestas de los sistemas neural,
cardiovascular, autónomo, inmunitario y metabólico. Para mantener la homeostasis, el
organismo activa tanto al sistema nervioso central como al sistema autónomo, y estimula la
secreción de varias hormonas para ayudarnos a adaptar a los diferentes desafíos del diario
vivir, ya sea que los consideremos estresantes o no.

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Esta respuesta neural y hormonal, que se acompaña de la acción de varios neurotransmisores


se denomina alostasis.

En los casos del estrés prolongado, ya sea tolerable o tóxico, la excitación permanente del
componente hormonal o de los neurotransmisores, produce cambios acumulativos en el
cuerpo y en el cerebro producido por la desregulación y el uso excesivo de los "mediadores"
de la alostasis.

Los glucocorticoides y las catecolaminas son las dos hormonas que lideran la respuesta de
"lucha o huida" en el estrés, pero existen otros mediadores, como las citoquinas pro y
antiinflamatorias y el sistema nervioso parasimpático, que también están involucrados tanto
en las respuestas de adaptación como en el impacto negativo del estrés crónico.

Los "mediadores" nos ayudan a adaptarnos, siempre y cuando, sean activados de manera
equilibrada cuando los necesitamos y se desactiven cuando el desafío haya terminado.
Cuando esto no sucede, pueden causar cambios no saludables en el cerebro y en el cuerpo.
Igual sucede cuando los mediadores no se producen de manera orquestada y equilibrada, por
ejemplo, cuando se secreta demasiado o muy poco cortisol o la presión sanguínea está
elevada o demasiado baja, lo que lleva a que al cabo de semanas y meses se produzca un
desgaste intenso de los mecanismos adaptativos del organismo y se presente una "sobrecarga
alostática", como sucede en el estrés tóxico.

La sobrecarga alostática comprende, entonces, los cambios neurobiológicos y las


modificaciones en el estilo de vida o comportamiento personal, como fumar, comer
demasiado, abusar del alcohol, tener sueño no reparador, alterar las relaciones
interpersonales, etc.

Las alteraciones del sueño ocasionadas por el estrés prolongado, por ejemplo, al aumentar la
carga alostática ocasionan consecuencias perjudiciales como aumento del cortisol vespertino,
incremento de la insulina y de la glucosa en sangre, aumento de la presión arterial, reducción
de la actividad parasimpática, incremento de las citoquinas proinflamatorias y de la ghrelina,
una hormona intestinal que aumenta el apetito.

Todos estos cambios pueden, a su vez, mantener el estado proinflamatorio y producir


obesidad, diabetes tipo2 e hipertensión arterial.

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EQUILIBRIO, BIENESTAR Y EUDAIMONIA


Ineludiblemente, todos los seres humanos buscan la felicidad. Algunos individuos consideran
que la felicidad consiste en obtener dinero, éxito o admiración. Otros consideran, que la
felicidad es sinónimo de hedonismo y se enfrascan en una carrera permanente hacia el placer
y la búsqueda de emociones.

La filosofía, y recientemente la ciencia, coinciden en que la felicidad proviene


fundamentalmente de una vida llena de significado, de conexiones profundas con uno mismo
y con las demás personas y de una vida espiritualmente plena. Es por ello que se ha rescatado
el término griego eudaimonia, que se refiere a la importancia de armonizar la vida con el
significado más profundo, o aquello que para los griegos creían venía del alma o del espíritu
y que nos vinculaba con el cosmos.

Así las cosas, se puede considerar que existen dos formas o tipos básicos de felicidad
humana: en primer lugar, la felicidad hedonista que corresponde al estado de ánimo elevado
que experimentamos después de un evento de vida externo, como comprar un coche o una
casa o lograr una meta, que identifica el sentirse bien con el placer, especialmente con el
placer sensorial e inmediato y en segundo lugar, la felicidad eudaimoníca que posee un
sentido de propósito, significancia, y dirección en la vida, y en la cual el individuo se
involucra con metas que comprenden trascendencia, cooperación y altruismo.

En resumen, la eudainomia se caracteriza por tener un propósito en la vida, poseer autonomía


para vivir de acuerdo con sus propias convicciones personales y alcanzar un crecimiento
personal, para manejar adecuadamente las situaciones de la vida diaria, tener relaciones
interpersonales positivas y un buen grado autoaceptación.

Las investigaciones neurobiológicas y genéticas han encontrado que en ausencia de una vida
espiritual profunda y adecuada, la sobrecarga alostática permanente y elevada y el estrés
prolongado o toxico tienden a reducir substancialmente la felicidad eudaimoníca, y en
consecuencia fallan el sistema inmune y el sistema neuroendocrino e, inclusive, pueden
producirse alteraciones en los cromosomas como disminución en la longitud de los
telómeros, reducción que se asocia con un proceso de envejecimiento precoz. Por otro lado,
actividades tranquilas y placenteras como la relajación y la meditación mantienen la longitud
de los telómeros y, de esta manera, se protege al ADN y se desencadena un proceso
antienvejecimiento.

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En el lenguaje coloquial se escucha que el optimismo es la clave para superar positivamente


esta pandemia. Pero el optimismo no es una actitud que se obtiene fácilmente, porque
corresponde a un estado y a un rasgo de personalidad, que predispone al individuo a
experimentar expectativas positivas y, a su vez, promueve una mejor salud, un estilo de vida
saludable y un espíritu de solidaridad, como resultado de no sentir a la realidad diaria como
una amenaza intensa e ineludible.

EL PAPEL DE LAS EMOCIONES


Las emociones intervienen en la valoración del estímulo estresor, especialmente desde
centros subcorticales y corticales que en conjunto determinan una valoración subjetiva
consciente de la experiencia.

La vinculación de centros corticales con las emociones en la respuesta al estrés ha ampliado


la visión del eje HHA a la del eje córtico-límbico-hipotálamo-hipofisoadrenal (CLHHA) que
a continuación se presenta.

ESQUEMA DE LA RESPUESTA AL ESTRÉS: Citocinas o interlequinas son proteínas de


bajo peso molecular, producidas principalmente por células el Sistema Inmune (si) que
actúan como mensajes del mismo.

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LAS INSTANCIAS DE LA RESPUESTA DE ESTRÉS


Existen tres instancias en la respuesta al estrés

Ultrarrápida

Se produce en segundos e implica la liberación de catecolaminas y CRF. El estímulo estresor


ingresa a través de los receptores sensoriales (exterior) o desde las vías aferentes viscerales
(interior) hacia áreas subcorticales que son más antiguas filogenéticamente que la corteza
cerebral. Esta evaluación es muy rápida dado que está al servicio de la supervivencia, e
involucra al sistema límbico. Implica la asociación de un estímulo con una respuesta afectiva
y autonómica (SNA), y una activación del tono cardiovascular (taquicardia, aumento de la
presión arterial), movilización de la energía (necesarios para la actividad muscular),
activación inmunológica (dirección del tráfico linfocitario a los lugares de defensa) y
retención de agua y vasoconstricción.

Rápida

Implica la liberación de ACTH, ß-endorfinas, aumento del flujo cerebral sanguíneo y de la


utilización de glucosa, pérdida del apetito y disminución de los sistemas gonadotróficos.

Mediata

Esta respuesta es necesaria para mantener los niveles de actividad y funcionamiento de las
instancias anteriores, e implica fundamentalmente la liberación de glucocorticoides. También
hay una disminución de los esteroides sexuales, de la libido sexual, y de la función tiroidea,
es decir, se inhiben funciones que en el momento de afrontar las situaciones estresantes no
serían tan necesarias.

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MIEDO Y PSICOPATOLOGÍA: LA AMENAZA QUE OCULTA EL COVID-19


El miedo es una emoción básica, fundamental para la supervivencia, es la reacción más
natural ante un objeto o situación que amenaza nuestra vida o integridad física y/o
psicológica. Sin miedo es probable que ni nuestros ancestros, ni las otras especies animales,
hubiesen subsistido dada la incontable cantidad de peligros ante los cuales estamos expuestos
en este mundo, por ejemplo, la competencia entre-especies (predadores), e intra-especie (la
lucha por el territorio, alimentación, procreación etc.), las catástrofes naturales, etc. Por lo
tanto, podemos interpretar el miedo que hoy se hace visible en las personas, como una
reacción adaptativa y necesaria para sobrevivir al virus, que activará comportamientos de
cuidado personal y de otros, pero ¿cómo comprendemos que algunas conductas motivadas
por el miedo pongan en riesgo nuestra propia integridad y la de otros? ¿puede el miedo pasar
de ser adaptativo a ser patológico?

El miedo tiene un gran impacto en el comportamiento. Una amenaza real desencadena


reacciones distintivas de miedo o alarma, a través de respuestas autónomas (como
acortamiento de la respiración, aumento de la presión arterial y de la frecuencia cardíaca),
conductuales (congelamiento y/o sobresalto, y respuestas dirigidas de lucha, huida o
evitación) y hormonales (la liberación de hormonas del estrés como la adrenalina y el
cortisol), las cuales están altamente conservadas en términos filogenéticos, ya que se
producen en todos los mamíferos, incluidos los humanos (Wodjat y Pape, 2013).

Si bien la respuesta de miedo a la amenaza es refleja, la evolución ha dotado a los animales


humanos y no humanos con la capacidad de aprender. Así, aprendemos que ciertas claves
contextuales permiten anticiparnos a las amenazas reales y responder en concordancia. Del
mismo modo, las claves presentes en el contexto pueden suprimir una reacción de miedo
cuando predicen condiciones de seguridad, y en tal caso, un organismo puede dedicar mayor
tiempo al cuidado de su grupo, a alimentarse, a descansar, etc.

Desde ahí, una interpretación de la contingencia actual implica comprender que, fenómenos
observables como, por ejemplo, la curva de contagios ascendente o las imágenes de
supermercados repletos al borde del desabastecimiento, son todas señales de amenaza que
llevan a las personas a pensar que el contagio y la privación se hacen una realidad cada vez
más probable. Tales expectativas generan miedo y ansiedad, esta última entendida como un
sentimiento más vago de opresión y amenaza.

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La intensidad de las respuestas de miedo y ansiedad estará mediada en cada caso por una
compleja interacción entre los factores biológicos (predisposición genética) y ambientales
(experiencias traumáticas). Las diferencias individuales en la expresión de estas emociones
pueden ir desde una respuesta de miedo y ansiedad óptima para responder en proporción a la
amenaza, hasta estados emocionales desproporcionados y prolongados (incluso irreversibles),
experimentados como miedo y ansiedad generalizados excesivos, persistentes y/u
omnipresentes (Wodjat & Pape, 2013). Cuando el miedo se generaliza a situaciones que no
constituyen una amenaza real, entonces llega a ser patológico (Torrents-Rodas et al., 2013).

Esto tiene como consecuencia que una experiencia desagradable con un estímulo o evento
puede llevar a evaluar como peligrosa otras situaciones similares y, por lo tanto, a evitar una
amplia variedad de estímulos y situaciones (Dymond, Dunsmoor, Vervliet, Roche, &
Hermans, 2015). Esto constituye el preámbulo de los trastornos ansiosos, los que se
encuentran entre los más prevalentes y debilitantes de los trastornos psiquiátricos (Olatunji,
Cisler, & Tolin, 2007) y, en nuestro país, representan la tercera causa de años de vida
perdidos por discapacidad o muerte (AVISA) en mujeres (Vicente, Saldivia & Pihán, 2016).

Ante la probabilidad de encontrarse con un peligro, el miedo y la ansiedad pueden movilizar


conductas de escape y evitación, pues aprender a evitar una amenaza potencial, también ha
sido clave para la supervivencia. Sin embargo, en ocasiones, las personas se dedican a evitar
amenazas de manera excesiva a pesar de una probabilidad relativamente baja de peligro (Xia,
Eyolfson, Lloyd, Vervliet, & Dymond, 2019). Hay ciertos factores que se han identificado
como factores de riesgo para la presencia de conductas de evitación: la sensación de
incontrolabilidad sobre eventos y emociones potencialmente amenazantes conducen a un
mayor miedo y, en consecuencia, a mayores conductas de evitación (Raines, Oglesby, Unruh,
Capron & Schmidt, 2013).

Del mismo modo, personas con menos tolerancia a la incertidumbre y, por tanto, más
vulnerables para el desarrollo de miedo o ansiedad patológica, pueden presentar
comportamientos de evitación excesivos e inflexibles (Flores, López, Cobos, & Vervliet,
2018a, 2018b).

Ahora bien, el brote de Covid-19 efectivamente es una amenaza para la integridad física y
psicológica propia y de los otros, sin embargo, representa una amenaza ambigua sobre la cual
tenemos bajo control, es decir, no sabemos si realmente nos vamos a contagiar, si las medidas

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que tomamos a nivel individual y social serán efectivas para controlar la propagación, no
podemos predecir con exactitud cuándo ni cómo lograremos superar la pandemia, ni las
consecuencias a gran escala que esto tendrá en la salud, la educación, la economía, la política,
y un sinfín de etcéteras. Por lo tanto, estamos ante una situación de peligro potencial
altamente impredecible e incontrolable, dos condiciones que favorecen la emergencia de
angustia y diversas psicopatologías (Mineka & Kihlstrom, 1978).

Una gran cantidad de estudios apoyan la hipótesis de que la experiencia repetida con
situaciones adversas y percibidas como impredecibles e incontrolables, conduce a una
sensación de incontrolabilidad de los resultados, ansiedad y desesperanza (Wang, Zhang &
Zhang, 2017). Ante esto los organismos aprenden que no hay relación entre su conducta y las
consecuencias y, por lo tanto, que resulta inútil actuar o intentar cambiar las circunstancias,
incluso en situaciones nuevas en las que tal comportamiento posiblemente tenga resultados
positivos, condición que se conoce como desesperanza aprendida (Overmier & Seligman,
1967; Seligman & Maier, 1967) y que está a la base de variados problemas psicológicos,
entre ellos, la depresión (para una revisión, ver Seligman, 1975; Maier & Watkins, 2005).

El miedo que gatilla la pandemia y las condiciones que se configuran como un caldo de
cultivo para el desarrollo de diversas psicopatologías, constituyen una amenaza tan
importante para la humanidad como la enfermedad misma producida por el coronavirus y
todas las consecuencias a nivel micro y macroeconómico y social. Una revisión sistemática
breve recientemente publicada en la prestigiosa revista británica Lancet, sobre el impacto
psicológico de la cuarentena (Brooks et al., 2020), analizó estudios hechos en diez países que
incluyeron personas que habían estado en cuarentena por SARS, ébola, influenza H1N1,
síndrome respiratorio del Medio Oriente e influenza equina. La mayoría de los estudios
revisados informaron efectos psicológicos negativos, incluidos síntomas de estrés
postraumático, confusión y enojo.

Los factores estresantes incluyeron una mayor duración de la cuarentena, temores de


infección, frustración, aburrimiento, suministros inadecuados, información inadecuada,
pérdidas financieras y estigma. Algunos estudios incluso sugieren efectos duraderos.

No cabe duda entonces que la pandemia amenaza distintas esferas de nuestra vida de una
manera que no es fácil de predecir ni controlar hasta ahora, lo que genera miedo e
incertidumbre, condiciones que facilitan y aceleran comportamientos evitativos, como formas

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activas de regulación del miedo. Estos pueden resultar desmedidos como, por ejemplo,
comprar sin pensar en dejar recursos que otros también necesitan para protegerse y proteger a
los demás, o incluso exponerse a lugares repletos de gente sin considerar que dicha
exposición supone mayor riesgo que no tener lo que supuestamente necesitan adquirir. Del
mismo modo aumentan la probabilidad de manifestar conductas agresivas ante otros que
ponen en riesgo nuestra integridad, por ejemplo, al violar la cuarentena o no usar mascarillas.
Estas últimas pueden ser comprendidas como la activación del sistema de conducta de
defensa ante un estímulo que supone un peligro inminente (ver Teoría de los sistemas de
conducta: Timberlake, 2001). Lo planteado no supone una justificación de tales
comportamientos carentes de altruismo y preocupación por los otros, sino más bien ofrece un
punto de vista comprensivo desde la investigación básica, de situaciones que de otro modo
resultarían inconcebibles en un contexto en que necesitamos justamente lo contrario, empatía,
cooperación y solidaridad.

Para finalizar, una situación como esta pone de relieve el rol de la ciencia y el conocimiento
para la comprensión y abordaje de las crisis. Por un lado hemos ilustrado brevemente como la
investigación básica sobre miedo, ansiedad, evitación, impredictibilidad e incontrolabilidad,
nos permite entender los fenómenos a la base de comportamientos que nos resultan a veces
incomprensibles y también de cómo estos pueden ser el prolegómeno de la psicopatología, y
por otro, nos permite ponderar como los avances científicos han jugado un rol preponderante
en la sobrevivencia de la humanidad, un punto que ilustra muy bien el reconocido psicólogo
Stephen Pinker en su libro “En defensa de la ilustración” publicado el año 2018. Durante gran
parte de la historia humana las enfermedades infecciosas han sido la principal causa de
mortalidad. Las epidemias mataban a millones de personas sin distinción de ningún tipo. Sin
embargo, a partir de finales del siglo XVIII, con la invención de la vacuna y la teoría
microbiana, que cambió importantes condiciones en el manejo de condiciones críticas para el
contagio de enfermedades (lavado de manos, extensión del agua potable y red de
alcantarillados, etc.), millones de vidas se salvaron. Así, el progreso científico trajo consigo
seguridad y mayor esperanza de vida, la que cada cierto tiempo vuelve a verse a amenazada
por situaciones como la que estamos viviendo ahora a propósito de la actual pandemia.

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REACCIONES EMOCIONALES ANTE LA EXPOSICIÓN A ESTRÉS


Las primeras versiones médicas del estrés se apoyan en la idea de que el organismo es un
sistema encargado de mantener el equilibrio interno, mediante mecanismos de
retroalimentación planteados por Cannon, en 1932.

Figura. Respuestas biológicas ante estrés (H Selye).

Dicho modelo implica estabilidad, retroalimentación negativa e imposibilidad de


transformación y, por tanto, crecimiento. Hans Seyle, en 1936, detalló el proceso biológico a
través del cual se genera la cascada de estrés y supuso que la secuencia de respuestas decidía
si el organismo se sobreponía a la adversidad cualquiera que fuese.

Durante la respuesta al estrés se activan dos tipos diferentes de circuitos en el sistema


nervioso central. Por una parte, se involucran respuestas del sistema nervioso autónomo,
tanto simpáticas como parasimpáticas, mientras que en el sistema nervioso central se realiza
una interpretación cortical del estresor, aunada a la respuesta del sistema límbico y del eje
hipotálamo-hipófisisadrenal.

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El hipotálamo activa al sistema neuroendocrino, secreta hormonas como la hormona


liberadora de corticotropina, que estimula la secreción de glucocorticoides y generan altas
concentraciones de cortisol y, dependiendo del tiempo de exposición al estresor, puede
generar disfunción de la respuesta inmunitaria.

Las reacciones emocionales pueden tener una intensidad leve o excesiva y pueden hacer que
las personas logren desarrollar medidas de afrontamiento asertivas con el fin de adaptarse a
ese nuevo entorno, en este caso a una pandemia causada por el virus SARS-COV-2 (COVID-
19) o, por el contrario, genera conductas desadaptativas a nivel emocional, conductual o
cognitivo, que solo limitan el funcionamiento de quien las presenta y, en muchas ocasiones,
no le permite una adecuada toma de decisiones.

En situaciones de normalidad, la corteza prefrontal regula las emociones, pensamientos y


conducta; sin embargo, cuando el estrés ocasiona la pérdida de equilibrio, pueden aparecer
fallas cognitivas, conductas disfuncionales y síntomas físicos pasajeros. De no remitir la
exposición al estrés o ante la dificultad para adaptarse, pueden emerger cuadros
psicopatológicos, como el trastorno de estrés postraumático, los trastornos depresivos,
trastornos psicosomáticos o conductas suicidas.

Figura. Manifestaciones conductuales, afectivas y somáticas ante el estrés.

De acuerdo con el DSM-5 y el CIE-10 la reacción al estrés agudo es una respuesta transitoria
que aparece ante un estresor psicológico excepcional, que generalmente remite en horas o
días. Existe un periodo inicial de “embotamiento” con ligera reducción del campo de la

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conciencia, disminución de la atención, incapacidad para asimilar estímulos y desorientación.


Por lo general, también coexisten signos neurovegetativos: taquicardia, sensación de disnea,
diaforesis y rubor.

Existen algunos indicadores que traducen que el estrés está generando conductas
desadaptativas: agotamiento mental, pérdida progresiva del interés en actividades cotidianas,
apatía, comportamientos que van de la indiferencia al distanciamiento y, en algunas
ocasiones, desesperanza. Esos síntomas pueden generar disfunción laboral, familiar y social.
La exposición repetida o continua ante el estrés, como la observada en la pandemia por
COVID-19, afecta las funciones cognitivas, afectivas y conductuales del sujeto y de no
resolverse generan alteraciones metabólicas e inmunológicas que debilitan al organismo para
hacer frente a procesos infecciosos.

Las reacciones emocionales reportadas como frecuentes por el personal de salud son: miedo,
irritabilidad, enojo, labilidad emocional, tristeza, culpa, fallas de atención, concentración,
alteraciones del sueño y del apetito.

Los trastornos adaptativos se encuentran en el límite entre la normalidad y la patología


mental, es decir, que son una especie de puente entre las personas que logran adaptarse a la
nueva condición y las que se sienten sobrepasadas por lo que está aconteciendo y desarrollan
trastornos psiquiátricos.

Entre los síntomas y signos de los trastornos de adaptación se encuentran:

• Sentimientos de tristeza, desesperanza o no disfrutar cosas placenteras.


• Llorar con frecuencia.
• Preocupación continua, ansiedad y tensión mental.
• Trastornos del sueño.
• Falta de apetito.
• Dificultad para concentrarse.
• Sensación de estar sobrepasado.
• Tener dificultades para desenvolverse en las actividades diarias.
• Apartarse de las fuentes de apoyo social.
• Evitar asuntos importantes, como ir al trabajo o pagar cuentas.
• Deseos de morir o conductas autolesivas.

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CONSECUENCIAS PSICOLÓGICAS DE LA CUARENTENA Y EL AISLAMIENTO


SOCIAL
Manifestaciones psicológicas negativas de mayor frecuencia

Dentro de las manifestaciones reportadas con mayor frecuencia en los estudios consultados se
encontraron los trastornos emocionales, depresión, estrés, apatía, irritabilidad, insomnio,
trastorno de estrés postraumático, ira y agotamiento emocional. Como variables predictoras
de las reacciones psicológicas negativas se reportaron las siguientes: presentar una edad
comprendida entre los 16-24 años, bajos niveles de educación, pertenecer al sexo femenino,
tener un solo hijo (en comparación con no tener o tener 2 o más), vivir solo y la existencia de
antecedentes de enfermedades mentales.

IMPACTO PSICOLÓGICO DE LA CUARENTENA EN EL PERSONAL DE SALUD


En el personal de salud se reportaron, luego de periodos de cuarentena donde prestaron
servicio asistencial, mayores niveles de estrés en comparación con el personal sanitario que
no estuvo sometidos a esta restricción. En los estudios realizados el personal sanitario se
mostró especialmente vulnerable a los elevados niveles de agotamiento mental, irritabilidad,
insomnio, dificultades de concentración, dificultades graves en la toma de decisiones
laborales y bajo rendimiento laboral.

A largo plazo, los médicos y enfermeras que se encontraban en cuarentena (por prestar
asistencia a pacientes contagiados) mostraron mayor vulnerabilidad para desarrollar trastorno
de estrés postraumático, en los 3 años posteriores al fin de la epidemia/pandemia. Como
tendencia general, cerca del 9 % del personal de salud que prestó servicios durante la
cuarentena, durante los siguientes 3 años, mostró síntomas graves de depresión.

Factores protectores y de riesgo para la salud mental en personal de salud

La enfermedad por SARS-Cov-2 (COVID-19) implica retos específicos para los trabajadores
de la salud que predisponen a un mayor monto de estrés. Su alto contagio ha generado
numerosos reportes de la enfermedad e, incluso, la muerte del personal en distintas partes del
mundo, lo que genera un temor real en la atención a los pacientes, muchos de ellos sin
diagnóstico al primer contacto. El manejo requiere ser especialistas de áreas críticas, rebasado
en número, lo que está requiriendo la participación de médicos y enfermeras no especialistas
o en formación de otras áreas.

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Las diversas manifestaciones clínicas, la falta de algoritmos claros para el manejo o


deficiente difusión de los desarrollados, la elevada mortalidad y tórpida evolución de muchos
de los casos, pueden generar una sensación de impotencia, incertidumbre y frustración entre
los médicos tratantes. Otros factores inherentes a la atención de pacientes COVID-19 son la
estigmatización social de la población, los estrictos requerimientos de bioseguridad, la
incomodidad del equipo protector, la carencia de equipos suficientes, el aislamiento en áreas
específicas para la atención de pacientes COVID-19, la necesidad de mantenerse en
hipervigilancia constante para no contaminarse, la falta de espontaneidad en la convivencia
con el resto de compañeros, la sensación de tener huecos de información con procedimientos
en pacientes infectados, la sensación de injusticia en torno a la repartición de trabajo por
servicios o niveles de puesto; el temor de contagiar a familia, pareja y amigos, que lleva a
algunos médicos o enfermeras a estrategias de aislamiento y el cansancio físico.

Al estrés de la atención de los pacientes infectados por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 se


suman estresores laborales preexistentes, descritos en la bibliografía, entre ellos: la falta de
correspondencia de salarios y la carga de trabajo, conflictos al interior de los servicios y otros
aspectos organizacionales, que en la bibliografía se asocian con elevada prevalencia del
“síndrome de burn-out” que constituye, per se, un factor de vulnerabilidad previa para
manifestar síntomas físicos o emocionales y que se ha vinculado con un incremento en el
riesgo de cometer errores en el desempeño hospitalario.

Entre los elementos que deben tomarse en cuenta para evaluar la respuesta psíquica ante
COVID-19 están los factores sociodemográficos, las demandas sociales y laborales, la
estructura de personalidad, las estrategias de afrontamiento empleadas y las redes de apoyo
social con que cuenta cada individuo. Los mecanismos de afrontamiento son las estrategias
cognitivas y las conductas que se ponen en marcha para enfrentar la ansiedad en la
interacción con el ambiente.

El afrontamiento poco adaptativo consiste en negar o evitar las emociones o situaciones que
se enfrentan. Muchos médicos, predominantemente varones, están culturalmente troquelados
para ignorar sus afectos, priorizando el trabajo sobre sus necesidades personales, evitando
mostrar signos de temor o cansancio, lo que consideran “debilidad” y, por tanto, son quienes
menos buscan apoyo emocional ante las crisis, y tienden a correr mayores riesgos, quitándose
lentes o cubrebocas en áreas no COVID-19, por considerar que es emasculante.

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El ser mujer, estar embarazada o tener hijos, han sido factores relacionados con mayor estrés.
Está reportado que las mujeres tienen mayor temor al contagio, tanto personal como de su
familia, en comparación con los hombres y son más vulnerables a padecer una sumatoria de
factores de riesgo biológicos y sociales para tener alguna afección de salud mental.

El porcentaje de mujeres dentro del personal de salud a distintos niveles es mayoritariamente


femenino y, pese a ello, la perpetuación de los roles y estereotipos de género impone de
forma subliminal el cuidado de hijos y familiares enfermos y el trabajo de casa. Por eso, esta
crisis coloca al personal femenino en una situación de sobrecarga emocional, poniendo en
evidencia la inequidad en las labores de crianza y del hogar. Está documentado el incremento
de violencia de género durante las pandemias.

Las familias monoparentales enfrentan el reto de acudir al centro hospitalario sin una red de
apoyo para el cuidado de los hijos. Algunas familias, aparentemente funcionales, se
confrontan con la realidad: infidelidades encubiertas y la patología de los distintos miembros
de la familia (adicciones, trastornos alimentarios, hiperactividad, conductas disociales) se
hacen evidentes, lo que se suma a la carga emocional de los trabajadores de la salud.

En muchas ocasiones, los problemas en el sueño se cubren con la automedicación de


hipnóticos de alto potencial adictivo, contrarrestando la somnolencia diurna con estimulantes.
Otros factores de riesgo son la historia sumatoria de exposición a otros eventos adversos en la
vida, la coexistencia previa de psicopatología y las conductas adictivas.

También existen factores protectores que evitan la emergencia de problemas emocionales


durante la pandemia. Entre ellos: el afrontamiento positivo, con actitudes resolutivas, la
planeación de soluciones realistas a la problemática enfrentada, autoafirmación y la
introspección, canalizan los sentimientos que emergen ante el estrés en actividades
productivas y el sentido del humor.

La resiliencia es un factor protector individual ante el estrés, es esa capacidad en la que se


enlazan aspectos biológicos y en el desarrollo de la personalidad, para lidiar con la
adversidad y recuperarse de forma espontánea, los(as) sujetos(as) que poseen resiliencia,
tienden a tener una personalidad bien estructurada, son tenaces y optimistas, mostrando
menor riesgo de enfermedad mental.

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TRASTORNOS PSIQUIÁTRICOS QUE PUEDEN PRESENTARSE EN EL


PERSONAL DE SALUD
La emergencia de síntomas psiquiátricos en los trabajadores de la salud es multifactorial.
Existe discrepancia en la bibliografía en torno a si los trastornos emergentes son aspectos
adaptativos ante la pandemia, o exacerbaciones de trastornos preexistentes que, en situación
de crisis, se manifiestan de forma exacerbada, cuando hay datos en la personalidad previa que
favorecen un nivel inadecuado de adaptación.

El personal de salud, en muchas ocasiones, es renuente a buscar atención médico-


psiquiátrica, ya sea por aspectos de personalidad, o por el estigma social que representa ser
visualizados como “débiles” o “incapaces” de controlar sus propias emociones. Cuando la
reacción por estrés agudo no se resuelve, puede favorecer un trastorno de estrés
postraumático.

El trastorno de estrés postraumático, con una prevalencia de 9%, incluye pensamientos


intrusivos frecuentes (sueños, recuerdos vívidos, etc.), conductas evitativas (dejar de acudir al
lugar donde sucedió el evento), alteraciones en la cognición y el estado de ánimo (problemas
de memoria, distorsiones del pensamiento, afectos bajos o desinterés en lo cotidiano), y
alteraciones del estado de alerta y de reacción (problemas para dormir, conductas impulsivas,
irritabilidad). El diagnóstico es clínico y amerita la presencia de los grupos sintomáticos
mencionados, y el antecedente del evento traumático. Se requiere una evaluación acuciosa
porque las personas tienden a minimizar los síntomas en un intento de control narcisista o de
rigidez de sus respuestas.

La depresión es una enfermedad de alta prevalencia en todo el mundo, frecuentemente


subdiagnosticada y no tratada de manera adecuada. Existen reportes recientes que refieren la
exacerbación de trastornos depresivos en el personal ante la pandemia de COVID-19 en los
diferentes centros hospitalarios.

El diagnóstico es clínico y debe incluir un estado de ánimo bajo, tristeza constante, ideas de
desesperanza (la sensación de la inutilidad de lo que se haga), síntomas corporales como
astenia y adinamia. Con frecuencia pueden aparecer ideas de muerte o ideación suicida, que
constituyen el mayor riesgo de estos cuadros y que se han reportado en médicos, con
patología previa, que han sucumbido ante la impotencia.

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Los trastornos de ansiedad se manifiestan, básicamente, por el temor ante la incertidumbre, la


sensación de pérdida del control, y la coexistencia de síntomas psicofisiológicos
concomitantes: taquicardia, diaforesis, disnea y que, en alguna de sus variedades, puede
llevar a una crisis ansiosa o ataque de pánico, que paraliza al sujeto, le impide la toma de
decisiones organizadas para su funcionamiento y limita la vida cotidiana tanto en su
aparición, como el resto de la vida, de no recibir un tratamiento adecuado. Por último, puede
aumentar el número de casos de abuso de sustancias, frecuente entre el personal médico,
entre otras razones debido a los niveles de respuesta al estrés.

El consumo de alcohol, marihuana y benzodiacepinas es una forma de automedicación ante la


ansiedad y al consumirlos fuera de control profesional, lleva al gremio médico a tener en
mayor proporción tasas altas de consumo de estas sustancias que, de no ser tratado en fases
tempranas, existe el riesgo de dependencia y otras complicaciones psiquiátricas.

IMPACTO PSICOLÓGICO DE LA CUARENTENA EN NIÑOS Y ADOLESCENTES


En tiempos de pandemia, los niños y adolescentes son especialmente vulnerables. Desde el
punto de vista personal, el constante desarrollo de estructuras y funciones propician esta
condición, sobre todo en el sistema nervioso, que es uno de los más imperfectamente
desarrollados, de manera específica en el aspecto funcional. En estas situaciones de crisis se
consideran las características de personalidad en estructuración, los antecedentes familiares y
personales de trastornos psíquicos y abuso de sustancias, unido a experiencias de estrés,
maltrato, abuso sexual, así como pérdida de uno de los progenitores. En relación con el
ambiente, la estructura y funcionabilidad de la familia, las condiciones de la vivienda, la
situación socioeconómica que rodea al menor, unido a la existencia de recursos materiales y
emocionales para afrontar el evento juegan un papel importante en la vulnerabilidad de los
más jóvenes.

Efectos directos de la enfermedad

Diversas situaciones de estrés pueden interferir en el desarrollo psicológico del niño,


propiciado, en parte, por su inmadurez psicológica y edad cronológica. Entre los eventos más
importantes y frecuentes figuran: enfermedades agudas, ingresos en instituciones
hospitalarias y experiencias de separación de los seres más queridos.

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Ahora bien, entre los efectos directos de la enfermedad se pueden incluir: trastornos del
sueño y el apetito, dificultad para atender, hiperactividad e irritabilidad. En escolares pueden
aparecer síntomas de angustia como palpitaciones, hiperventilación y diarreas, asociados
generalmente a procesos de somatización; también pueden manifestarse señales de depresión
con sentimientos de tristeza y abandono. Las obsesiones y compulsiones son consideradas
como reacciones más severas al proceso. La regresión emocional y conductual es más
frecuente en preescolares y escolares pequeños, pero también ocurre en adolescentes. La
hospitalización del menor agrava la reacción ante el estrés que ocasiona la enfermedad.

La presencia de la COVID-19 en personas emocionalmente significativas para el menor, le


causa reacciones de miedo, ansiedad, depresión ante los efectos de la enfermedad y la posible
pérdida del ser querido; manifestaciones que están relacionadas con la etapa del desarrollo
del menor, al igual que el concepto que este tenga de la muerte.

El niño menor de 6 años no ha desarrollado el pensamiento abstracto por lo que no puede


entender la repercusión de la muerte, cree que es reversible y no es capaz de elaborar ese
duelo. Los escolares solo tienen el concepto de muerte en su sentido de irreversibilidad
relacionado con aspectos básicos de la existencia y la desaparición.

En la adolescencia dicho concepto se desarrolla completamente y la defunción puede ser


comprendida en toda su magnitud; es por ello que generalmente, tanto el escolar como el
adolescente, pueden presentar cuadros depresivos por la muerte de un ser querido.

Preocupaciones de niños y adolescentes por el peligro de contagio

Los niños están expuestos a un peligro invisible que provoca muertes. Esta situación
inesperada y de extrema gravedad desencadena una reacción psicológica donde se
experimentan estados de incertidumbre, desánimo, tristeza, ansiedad, así como malestar
psíquico y general; a esta amenaza se suman otros factores estresantes, tales como:
limitaciones que supone el confinamiento y afectación o muerte de algún familiar, incluso en
muchas ocasiones sin haber podido elaborar el duelo.

En la etapa preescolar, el miedo a estar solo, a la oscuridad o las pesadillas, las conductas
regresivas, los cambios en el apetito y un aumento de rabietas, quejas o conductas de apego
son las reacciones más esperadas.

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De 6 a 12 años podrían manifestar irritabilidad, pesadillas, problemas de sueño o del apetito,


síntomas físicos como dolores de cabeza o dolores de barriga, problemas de conducta o apego
excesivo, así como pérdida de interés por sus compañeros y competencia por la atención de
los padres en casa.

De igual manera, en adolescentes de 13 a 18 años pueden ser habituales los síntomas físicos,
problemas de sueño o apetito, aislamiento de compañeros y seres queridos, pero también un
aumento o disminución de su energía, apatía y desatención a los comportamientos referidos a
la promoción de salud. La situación provocada por el COVID-19 puede ser el detonante del
surgimiento de problemas de ansiedad y depresión en los menores; por el miedo a contagiarse
dejan de asistir a ciertos lugares y las preocupaciones excesivas sobre la salud limitan su
funcionamiento.

Confinamiento

Los problemas de salud mental en menores no solo tienen que ver con el miedo a un virus
invisible, sino también con el distanciamiento social; la incapacidad para desarrollar las
actividades cotidianas y participar en acciones gratificantes durante este periodo pueden ser
desafiantes para niños y adolescentes e impactar negativamente en la capacidad para regular
con éxito tanto el comportamiento como las emociones.

La relación entre largas cuarentenas y mayor angustia psicológica puede manifestarse como
pesadillas, terrores nocturnos, miedo a salir a la calle o a que sus padres vuelvan al trabajo,
irritabilidad, hipersensibilidad emocional, apatía, nerviosismo, dificultades para concentrarse
e incluso leve retraso en el desarrollo cognitivo. La incertidumbre del retraso académico
generado este año puede dar lugar a ataques de ansiedad o crisis de angustia, que de
cronificarse, podrían convertirse en trastornos de pánico con agorafobia o sin ella.

El primer estudio realizado a una población infantil española concluyó que 89,0 % de los
niños presentaban alteraciones conductuales o emocionales como resultado del
confinamiento. En investigaciones realizadas acerca de las consecuencias psicológicas de la
COVID-19 y el confinamiento, ha llamado la atención de los autores la existencia de un
mayor porcentaje en los más jóvenes de manifestaciones, tales como: malestar psicológico,
aumento de los niveles de ansiedad, depresión y estrés, problemas de concentración e
irritabilidad.

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Niños y adolescentes con afecciones previas a la COVID-19

En estas situaciones amenazantes y de gran incertidumbre, el menor no está en condiciones


de resistir el estrés que generan sin afectarse, de tal modo se pueden agravar los problemas
psicológicos previos del niño o adolescente, o surgir nuevas dificultades en colectivos
especiales con alguna condición de discapacidad.

Los menores con psicopatologías previas, discapacitados, institucionalizados, quienes viven


en la pobreza, aquellos que sufren de violencia intrafamiliar, depresión o consumo de
sustancias son los más vulnerables.

Adolescentes con cuadros depresivos previos, quienes no habían tenido contacto


anteriormente con el servicio de salud mental, requirieron hospitalización durante el
confinamiento; si antes podían distraerse de los pensamientos negativos, pues podían
compartir con amigos y practicar deportes o actividades culturales, el confinamiento hizo que
sus preocupaciones y sensación de aislamiento se multiplicaran.

Otras conductas adictivas y perjudiciales

El consumo de alcohol, cigarrillos, cannabis y psicofármacos por adolescentes ha


experimentado un incremento notable; sus causas y dinámica son similares a las relacionadas
con las TIC, puesto que han recurrido a los psicotrópicos bien por evitación de emociones
negativas, afrontamiento de nuevas dificultades o como una vía de experimentar nuevas
sensaciones.

La interrupción de la rutina cotidiana ha favorecido la instauración de hábitos perjudiciales,


tales como: sedentarismo, dietas poco saludables, patrones de sueño irregulares o mayor uso
de pantallas que pueden derivar en problemas físicos, ganancia exagerada de peso y obesidad.

Violencia intrafamiliar

Un aspecto que sociedades y organizaciones internacionales alertan como un fenómeno de


gran magnitud es el de la violencia intrafamiliar y sus efectos en niños y adolescentes. Este
fenómeno en tiempos de pandemia por la COVID-19 es una lamentable realidad que sufren
día a día niñas, niños y adolescentes como partes integrantes de la familia, que se puede
encontrar en situación de riesgo de sufrir abuso de distinto tipo especialmente cuando hay
factores que lo propician. Gómez y Sánchez en una investigación sobre el tema concluyeron

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que en México, durante el primer cuatrimestre del 2020 comparado con el mismo periodo de
tiempo del 2019, se registró un aumento de 10% de presuntos delitos de violencia familiar.

El estrés psicosocial y el temor al contagio de los cuidadores, el confinamiento, el cierre de


las instituciones educativas, la disminución de la capacidad adquisitiva, el consumo de
alcohol y drogas han sido identificados como causas del riesgo de prácticas parentales
negligentes, violencia doméstica y otras situaciones de maltrato físico y emocional hacia los
niños y adolescentes en un contexto en el que estos no mantienen contacto social más allá de
su entorno familiar, lo cual dificulta la detección e intervención por parte de figuras externas.

IMPACTO PSICOLÓGICO DE LA CUARENTENA EN ADULTOS MAYORES


Los adultos mayores se encuentran entre los grupos más vulnerables durante la pandemia de
COVID-19 y también entre los más segregados. Incluso se han reportado campañas dirigidas
específicamente a estimular la discriminación de los ancianos a través de la elaboración de
memes, llegándose a sugerir, explícitamente, que la vida de un adulto mayor vale menos que
la de un joven. Los adultos mayores son especialmente vulnerables ante las medidas de
cuarentena y aislamiento social, teniendo en cuenta que en esta etapa se reducen las redes de
apoyo social y disminuye la participación en actividades sociales.

Estudios recientes confirman que el efecto del confinamiento en los adultos mayores, durante
la pandemia de COVID-19 ha conllevado a un profundo deterioro de la salud mental en estas
personas. En algunos estudios se reporta la existencia de miedo recurrente a la muerte, miedo
a la separación de la familia, insomnio, pesadillas, síntomas de ansiedad generalizada,
síntomas depresivos, aparición de sintomatología obsesiva (lavarse las manos y el aseo
frecuente de objetos de uso personal), síntomas de estrés postraumático y también el
incremento de uso de sustancias, especialmente de alcohol. Además, se ha observado un
agravamiento de condiciones preexistentes, como la diabetes, hipertensión arterial, angina de
pecho y eventos cardiacos, así como de condiciones psiquiátricas (trastornos depresivos,
ansiosos, obsesivo-compulsivo, abuso de sustancias y déficit neurocognitivos). Sobre este
último aspecto es importante señalar que posterior a la pandemia podría observarse un
incremento en las quejas relacionadas con el funcionamiento cognitivo, incluso podría
incrementarse el número de adultos mayores con síntomas demenciales o de deterioro
cognitivo leve (DCL).

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La extensa duración de la cuarentena y las particulares restricciones a los adultos mayores


parecen verse relacionadas con conductas de evitación y enojo, la pérdida de sus rutinas
habituales y la consecuente reducción de sus contactos sociales y físicos acrecientan la
sensación de soledad; situación de especial interés ya que contamos con evidencia que señala
que el aislamiento social representa un factor de riesgo a la salud y la calidad de vida en los
adultos mayores de 60, comparable a otros ya conocidos como por ejemplo la presión arterial
alta, el tabaquismo u obesidad, particularmente entre poblaciones que viven en condiciones
precarias, poseen escasos recursos y con acceso limitado a los servicios sociales y de salud,
realidad lastimosamente frecuente en nuestro país.

Las pérdidas económicas no han sido ajenas a nuestros adultos mayores, muchos de ellos en
actividad laboral han experimentado la pérdida de sus ingresos y seguridad laboral. Un
estudio realizado en nuestro país en torno al impacto de la pandemia sobre el comportamiento
de pago de las deudas señala que en el último año existe un incremento de deuda y con
atrasos mayores a 30 días en el rango de edad de 65 años a más, muestra de que las personas
mayores han adquirido deudas para apoyar a familiares que han perdido sus ingresos
recurrentes. La pérdida financiera ha generado graves problemas socioeconómicos y directa
relación con afectaciones psicológicas como la experiencia constante de ira, ansiedad y
síntomas depresivos.

El principal error es negar o evadir la situación

Para los especialistas es mejor permitirse sentir miedo o angustia como parte inicial de un
proceso de elevado estrés emocional, para luego socializar estas emociones, buscar
contención y, de esta manera, comenzar a regularlas.

Un error común en la sociedad es creer que la mayoría de las personas mayores tienen menos
recursos psicológicos de lo que realmente poseen. La fragilidad física, propia de la vejez, no
es sinónimo de fragilidad psicológica, esta puede presentarse a cualquier edad. La mayoría de
ellos posee recursos psicológicos para enfrentar situaciones de estrés. No olvidemos que
vienen aprendiendo durante toda una vida, tienen más práctica y llevan más años enfrentando
situaciones que no pueden cambiar. El verdadero desafío ahora es lograr que el necesario
aislamiento social, que busca resguardar a las personas mayores, no se transforme en una
sensación de soledad. Para ello, su círculo más cercano debe tener una actitud planificada,
con un contacto sistemático vía telefónica hacia personas cercanas de la tercera edad.

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Establecer rutinas que aseguren cuándo y a qué hora los llamarán, buscar formas de hacerlos
sentir tranquilos, transmitirles que no les faltarán alimentos o medicamentos durante su
cuarentena y, por sobre todo, generar espacios de conversación sobre temas cotidianos que no
estén relacionados con la pandemia.

“Gracias a la tecnología, estar aislado físicamente no significa quedar aislado socialmente.


Habiendo comunicación hay interacción y contacto social. Es fundamental el contacto que
permiten los dispositivos de comunicación virtuales, incluyendo el teléfono. Ayudarlos a
mantener rutinas, aprovechar de realizar tareas gratificantes o que están pendientes en casa
los mantendrá activos y ocupados”, recalca Daniela Thumala.

IMPACTO PSICOLÓGICO DE LA CUARENTENA EN PERSONAS QUE


TRABAJAN BAJO LA MODALIDAD DE HOME OFFICE
Trabajar desde casa [Home Office] fue una de las medidas de prevención alrededor del
mundo para reducir y evadir los contagios del coronavirus. Planteándolo como un modelo de
trabajo de forma natural por parte de algunas empresas, tiene sus propios riesgos o
desventajas que generan reacciones psicológicas y emocionales significativas que pueden
afectar la salud física y mental de los colaboradores. Sin embargo, el trabajo desde casa
puede tener consecuencias, como el estrés percibido por las condiciones impróvidas de
trabajo, por la falta de información, recursos y competencias para realizarlo de manera
efectiva y eficiente, aunado a esto, en algunos casos se ha aumentado la cantidad de trabajo si
se considera que ahora el trabajador también debe asumir obligaciones domésticas, de crianza
y educación de los hijos menores (Vallejo-Calle & Campo-Landines, 2020).

En México se realizó un estudio, el cual en la primera parte se solicitaron datos


sociodemográficos e información laboral de cada participante. En la segunda parte de éste se
utilizó el instrumento de Evaluación Subjetiva de Carga Mental de Trabajo [ESCAM] de
Díaz & González (2009), donde la carga mental subjetiva se evalúa en tareas específicas o en
segmentos de tareas. Se tomó una muestra de 104 trabajadores, de los cuales cuatro personas
manifestaron estar asistiendo de forma presencial al trabajo, por lo que fueron eliminados de
la muestra y se analizó a la muestra de 100 personas que realizan trabajo virtual.

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En la tabla siguiente se muestran los resultados sociodemográficos donde se puede observar


que el 66.3% de los participantes eran mujeres y el 33.7% eran hombres. Con respecto a la
edad de los participantes la mayor parte de la muestra se encuentra en un rango de 25 a 34
años con un 50%.

En cuanto al área laboral de los trabajadores el 35.6% eran ocupaciones de educación,


capacitación y biblioteca, 17.3% ocupaciones de administración, 14.4% ocupaciones
comerciales y financieras, 8% ocupaciones de ventas y relacionadas y el 24.7% otras
ocupaciones. Referente a la jornada laboral, el 61% trabaja entre 5 a 8 horas diarias, 36%
entre 9 a 12 horas y 3% trabajan menos de 4 horas.

En relación en las distracciones que enfrentan al trabajar desde casa son; 65% de las personas
tienen mucha distracción en casa, 20% la molestia de la conectividad a internet y 15% por
ansiedad en torno al COVID-19.

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Acerca del medio tecnológico que se utiliza para comunicarse con su equipo de trabajo, el
medio que se más se utiliza es el chat con un 34% seguido de correo electrónico con 24% y el
menos utilizado es por llamada telefónica con un 15%.

En la tabla siguiente se muestran los datos estadísticos de los cinco factores de la evaluación
[ESCAM], los valores de carga mental de trabajo [CMT] se consideran como 1=muy bajo,
2=bajo, 3= medio 4=alto y 5=muy alto.

Las variables que tuvieron una mayor puntuación fue el factor de demandas cognitivas y
complejidad de la tarea de con un valor de 3.7 que se considera media-alta con una
desviación estándar de 0.885, lo que conlleva a exigencias de memorización, concentración y
la toma de decisiones en el desempeño de trabajo, seguido de las consecuencias para la salud
con una valoración de 3.6 con una desviación estándar de 0.691 por este motivo el
agotamiento que el desempeño de la tarea produce en el trabajador es medio-alto.

El resultado de la carga mental de trabajo para el factor de características de la tarea fue un


valor de 3.5 con una desviación estándar 0.845, lo cual la frecuencia de las interrupciones no
afecta de una manera crítica al trabajador cuando realiza sus tareas.

La organización temporal del trabajo que indica la adecuación de trabajo que dispone el
trabajador para ejecutar su labor, la cual tiene un valor de 3.4 con una desviación estándar de
0.813 que señala un nivel medio de carga mental, lo que supone que la persona tiene tiempo
suficiente para la realización de la labor.

Por otra parte, de los cinco factores que se midieron, el de ritmo de trabajo fue el que obtuvo
menor valor de carga mental con un valor de 3.1 con una desviación estándar de 0.649, de
modo que el ritmo de organizar el tiempo en el desempeño de la tarea es regular.

Se llegó a la conclusión de que las personas que realizan trabajo virtual durante la pandemia
presentan sobre carga mental de trabajo y que su trabajo requiere de un esfuerzo mental
considerable, así como exigencias en la hora de tomar decisiones importantes y
memorización sin llegar a ser contraproducentes. Así como también en las consecuencias
para la salud se presenta un considerable agotamiento mental al final de la jornada laboral, lo
que representa dificultades para relajarse antes y después del trabajo. El ritmo de trabajo de
las personas encuestadas fue el puntaje más bajo y se considera que tienen el tiempo
suficiente de realizar la práctica de la tarea.

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El home office durante esta cuarentena ha tenido algunas ventajas y desventajas en las
diferentes facetas que la componen, los beneficios que tiene trabajar desde casa van desde
una simple comodidad hasta el ahorro económico de movilidad de ir a la oficina. Sin
embargo, el incremento de tareas, no solo en lo laboral sino personales y familiares, producen
que las personas tengan una notable carga mental durante su trabajo en línea.

IMPACTO PSICOLÓGICO DE LOS PACIENTES EN UCI: VISIÓN DE LOS


PACIENTES Y DEL EQUIPO DE ENFERMERÍA
El ingreso hospitalario favorece el estrés del paciente y de su familia. Sin embargo, puede
exacerbarse cuando la situación del paciente sugiere un ingreso en una Unidad de Cuidados
Intensivos (UCI).

La identificación de los estresores en el paciente es de extrema importancia para promover la


humanización del ambiente de la UCI, pues posibilita que el enfermero pueda actuar ante
esos factores, aplicando las medidas necesarias.

Los enfermeros y el equipo de enfermería están muy cerca del paciente, siendo necesario
enfocar su atención en las necesidades bio-psico-socio-espirituales, con cuidados
individualizados. No obstante, el cuidado individualizado organiza la calidad de la atención,
con la finalidad de minimizar o eliminar los factores negativos, facilitando así el proceso de
recuperación, disminuyendo el tiempo de ingreso, y por consiguiente, los índices de infección
hospitalaria.

Ante lo expuesto, se observa que la presencia de pacientes lúcidos y despiertos en la UCI


puede traer señales de estrés social y psicológico, y hasta comprometer su evolución clínica,
considerando que los factores de estrés pueden producirse para atenuarlos o prevenirlos. Por
lo tanto, en este estudio se pretende identificar factores que actúan como estresores en
pacientes internados en la UCI y establecer los mecanismos utilizados por el equipo de
enfermería para suavizar dichos factores desencadenantes del estrés.

En Portugal, se realizó un estudio en 16 pacientes que se encontraban en UCI de dos


instituciones diferentes, pero con las mismas características en cuanto al perfil de las
unidades. Todos los pacientes que aceptaron participar del estudio firmaron el Término de
Consentimiento Libre y Claro.

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Fueron seleccionadas 31 preguntas que abordaban diversos factores generadores de estrés en


la unidad de terapia intensiva ofreciendo opciones libres de respuestas al participante. Por lo
tanto, para la clasificación de los factores considerados estresantes, se estableció un puntaje
utilizando una escala tipo Likert. La escala correspondía a 4 puntos, de los cuales (1)
significaba no estresante, (2) poco estresante, (3) estresante y (4) muy estresante.

La posición de las puntuaciones dadas a los ítems de la escala de los pacientes permitió
establecer cuáles son los ítems considerados como mayores fuentes de estrés, presentados en
la siguiente Tabla.

Tabla. Relatos de los pacientes respecto de los factores estresantes en la unidad de cuidados
intensivos. São José dos Campos.

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Fueron seleccionadas 10 preguntas que abordaban los mecanismos utilizados por el equipo de
enfermería para amenizar los factores desencadenantes de estrés a los pacientes internados en
las Unidades de Cuidados Intensivos.

Tabla. Resultados de las acciones de humanización realizadas por los colaboradores de enfermería
frente al paciente internado en la Unidad de Cuidados Intensivos. São José dos Campos.

Evidentemente los pacientes internados en la UTI enfrentan momentos de soledad, pues el


tiempo autorizado para pasarlo en familia y con personas queridas es reducido. Para un
paciente despierto, lúcido y orientado, muchas veces es difícil pasar el tiempo en vista de las
diversas actividades que los mismos podrían estar aptos para realizar. Por esa razón, el día del
paciente ingresado se hace largo, donde el silencio, la falta de actividad, la falta de alguien
con quien conversar y la soledad, pueden deprimirlo. Tiene un largo tiempo para reflexionar
respecto de su situación actual y los aspectos de su enfermedad.

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El segundo ítem evaluado como factor de estrés para el paciente fue: “No tener privacidad”.
Este hecho se contrapone a estudios anteriores (9,15), en que la privacidad no fue considerada
como un aspecto de preocupación del paciente ingresado. En esos casos, se relacionaron el
hecho de que el paciente pasa por un momento de preocupación con los recursos de
restauración de su salud y su estado actual, dejando de lado los pudores y las molestias al
respecto. Sin embargo, en otro estudio(16), se ha constatado que la exposición de la intimidad
y del cuerpo es una condición única para el paciente, pero una condición múltiple y común
para los profesionales de la enfermería.

Se destaca la necesidad, cuando hablamos de humanización dentro del equipo, de un cuidado


individual para cada paciente. Sobre todo, los profesionales están haciendo su trabajo de
manera eficiente, pero este hecho no siempre es eficaz para sanar los problemas establecidos
de todos los pacientes.

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CONCLUSIONES
• Afrontar la pandemia plantea retos y desencadena emociones, que la mayoría de veces no
se comparten. Junto a ello, los trastornos adaptativos se encuentran en el límite entre la
normalidad y la patología mental.

• Dentro de las manifestaciones reportadas con mayor frecuencia en los estudios


consultados se encontraron los trastornos emocionales, depresión, estrés, apatía,
irritabilidad, insomnio, trastorno de estrés postraumático, ira y agotamiento emocional.

• Variables predictoras de reacciones psicológicas negativas se reportan: presentar una edad


comprendida entre los 16-24 años, bajos niveles de educación, pertenecer al sexo
femenino, tener un solo hijo, vivir solo y la existencia de antecedentes de enfermedades
mentales.

• Trabajar desde casa fue una de las medidas de prevención alrededor del mundo para
reducir y evadir los contagios del coronavirus. Sin embargo, el trabajo desde casa puede
tener consecuencias, como el estrés percibido por las condiciones impróvidas de trabajo,
por la falta de información, recursos y competencias para realizarlo de manera efectiva y
eficiente.

• El TEPT se origina cuando los sujetos experimentaron acontecimientos acompañados de


muerte o amenazas de muerte o daños graves, o de amenazas a la integridad física de uno
mismo o de otras personas.

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CENTRO DE CAPACITACIÓN PROFESIONAL Y TÉCNICO

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