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ESTRÉS Y EL MIEDO
FRENTE A LA CRISIS
DEL COVID – 19
“El estrés frente a la
crisis del COVID – 19”
UNIDAD II
DOBLE CERTIFICACIÓN
Certificación Universitaria con valor
académico de 24 Créditos.
II. EL ESTRÉS FRENTE A LA CRISIS DEL COVID–19
4.6. Impacto psicológico de los pacientes en uci: visión de los pacientes y del equipo de
enfermería ................................................................................................................... 29
5. Conclusiones ....................................................................................................................... 33
6. Bibliografía ......................................................................................................................... 34
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EL ESTRÉS DE PANDEMIA
Este proceso ha sido explicado como valoración cognitiva y se describe como la acción
cognitiva a través de la cual la persona valora la demanda del entorno organizacional en
función de sus posibilidades reales de hacerlo o de no hacerlo adecuadamente, y si la persona
considera que no tiene los recursos para hacerlo de manera correcta la demanda le estresa,
esto es, se convierte en un estresor (Lazarus, 2000).
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De hecho, la palabra “estrés” se usa de tantas maneras que ha terminado por ser un término
ambiguo. El “estrés bueno” o eustres, implica que nos arriesgamos para alcanzar algo que
queremos, como hacer una entrevista para un trabajo, dictar una conferencia para sentirnos
recompensados cuando tenemos éxito. "Estrés tolerable" significa que sucede algo malo,
como perder el trabajo o la muerte de un ser querido, pero tenemos los recursos personales y
los sistemas de apoyo para capear la tormenta. "Estrés tóxico" significa que, cuando sucede
algo malo, no tenemos los recursos personales o los sistemas de apoyo y, como consecuencia,
experimentamos la sensación de que no tenemos el control y podemos sufrir problemas de
salud mental y física, especialmente si la situación no se resuelve tempranamente.
El estrés que origina la pandemia por COVID-19, en el momento actual, podría catalogarse
como un “estrés tolerable” para la mayoría de nosotros, pero para algunas personas ya
alcanza los límites de un “estrés tóxico”; pero si la pandemia se prolonga y las consecuencias
de las cuarentenas, ya sean personales o económicas, son negativas, entonces, para la gran
mayoría, el estrés actual adquirirá calidades de estrés será toxico.
El estrés comienza en el cerebro y lo afecta, así como al resto del organismo. El cerebro es el
órgano central de la respuesta al estrés y determina lo que es estresante, así como las
respuestas conductuales y fisiológicas a los factores estresantes potenciales y reales. El
cerebro también es blanco del estrés y cambia estructural y químicamente en respuesta a
factores estresantes agudos o crónicos.Las respuestas al estrés agudo promueven la
adaptación y la supervivencia a través de las respuestas de los sistemas neural,
cardiovascular, autónomo, inmunitario y metabólico. Para mantener la homeostasis, el
organismo activa tanto al sistema nervioso central como al sistema autónomo, y estimula la
secreción de varias hormonas para ayudarnos a adaptar a los diferentes desafíos del diario
vivir, ya sea que los consideremos estresantes o no.
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En los casos del estrés prolongado, ya sea tolerable o tóxico, la excitación permanente del
componente hormonal o de los neurotransmisores, produce cambios acumulativos en el
cuerpo y en el cerebro producido por la desregulación y el uso excesivo de los "mediadores"
de la alostasis.
Los glucocorticoides y las catecolaminas son las dos hormonas que lideran la respuesta de
"lucha o huida" en el estrés, pero existen otros mediadores, como las citoquinas pro y
antiinflamatorias y el sistema nervioso parasimpático, que también están involucrados tanto
en las respuestas de adaptación como en el impacto negativo del estrés crónico.
Los "mediadores" nos ayudan a adaptarnos, siempre y cuando, sean activados de manera
equilibrada cuando los necesitamos y se desactiven cuando el desafío haya terminado.
Cuando esto no sucede, pueden causar cambios no saludables en el cerebro y en el cuerpo.
Igual sucede cuando los mediadores no se producen de manera orquestada y equilibrada, por
ejemplo, cuando se secreta demasiado o muy poco cortisol o la presión sanguínea está
elevada o demasiado baja, lo que lleva a que al cabo de semanas y meses se produzca un
desgaste intenso de los mecanismos adaptativos del organismo y se presente una "sobrecarga
alostática", como sucede en el estrés tóxico.
Las alteraciones del sueño ocasionadas por el estrés prolongado, por ejemplo, al aumentar la
carga alostática ocasionan consecuencias perjudiciales como aumento del cortisol vespertino,
incremento de la insulina y de la glucosa en sangre, aumento de la presión arterial, reducción
de la actividad parasimpática, incremento de las citoquinas proinflamatorias y de la ghrelina,
una hormona intestinal que aumenta el apetito.
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Así las cosas, se puede considerar que existen dos formas o tipos básicos de felicidad
humana: en primer lugar, la felicidad hedonista que corresponde al estado de ánimo elevado
que experimentamos después de un evento de vida externo, como comprar un coche o una
casa o lograr una meta, que identifica el sentirse bien con el placer, especialmente con el
placer sensorial e inmediato y en segundo lugar, la felicidad eudaimoníca que posee un
sentido de propósito, significancia, y dirección en la vida, y en la cual el individuo se
involucra con metas que comprenden trascendencia, cooperación y altruismo.
Las investigaciones neurobiológicas y genéticas han encontrado que en ausencia de una vida
espiritual profunda y adecuada, la sobrecarga alostática permanente y elevada y el estrés
prolongado o toxico tienden a reducir substancialmente la felicidad eudaimoníca, y en
consecuencia fallan el sistema inmune y el sistema neuroendocrino e, inclusive, pueden
producirse alteraciones en los cromosomas como disminución en la longitud de los
telómeros, reducción que se asocia con un proceso de envejecimiento precoz. Por otro lado,
actividades tranquilas y placenteras como la relajación y la meditación mantienen la longitud
de los telómeros y, de esta manera, se protege al ADN y se desencadena un proceso
antienvejecimiento.
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Ultrarrápida
Rápida
Mediata
Esta respuesta es necesaria para mantener los niveles de actividad y funcionamiento de las
instancias anteriores, e implica fundamentalmente la liberación de glucocorticoides. También
hay una disminución de los esteroides sexuales, de la libido sexual, y de la función tiroidea,
es decir, se inhiben funciones que en el momento de afrontar las situaciones estresantes no
serían tan necesarias.
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Desde ahí, una interpretación de la contingencia actual implica comprender que, fenómenos
observables como, por ejemplo, la curva de contagios ascendente o las imágenes de
supermercados repletos al borde del desabastecimiento, son todas señales de amenaza que
llevan a las personas a pensar que el contagio y la privación se hacen una realidad cada vez
más probable. Tales expectativas generan miedo y ansiedad, esta última entendida como un
sentimiento más vago de opresión y amenaza.
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La intensidad de las respuestas de miedo y ansiedad estará mediada en cada caso por una
compleja interacción entre los factores biológicos (predisposición genética) y ambientales
(experiencias traumáticas). Las diferencias individuales en la expresión de estas emociones
pueden ir desde una respuesta de miedo y ansiedad óptima para responder en proporción a la
amenaza, hasta estados emocionales desproporcionados y prolongados (incluso irreversibles),
experimentados como miedo y ansiedad generalizados excesivos, persistentes y/u
omnipresentes (Wodjat & Pape, 2013). Cuando el miedo se generaliza a situaciones que no
constituyen una amenaza real, entonces llega a ser patológico (Torrents-Rodas et al., 2013).
Esto tiene como consecuencia que una experiencia desagradable con un estímulo o evento
puede llevar a evaluar como peligrosa otras situaciones similares y, por lo tanto, a evitar una
amplia variedad de estímulos y situaciones (Dymond, Dunsmoor, Vervliet, Roche, &
Hermans, 2015). Esto constituye el preámbulo de los trastornos ansiosos, los que se
encuentran entre los más prevalentes y debilitantes de los trastornos psiquiátricos (Olatunji,
Cisler, & Tolin, 2007) y, en nuestro país, representan la tercera causa de años de vida
perdidos por discapacidad o muerte (AVISA) en mujeres (Vicente, Saldivia & Pihán, 2016).
Del mismo modo, personas con menos tolerancia a la incertidumbre y, por tanto, más
vulnerables para el desarrollo de miedo o ansiedad patológica, pueden presentar
comportamientos de evitación excesivos e inflexibles (Flores, López, Cobos, & Vervliet,
2018a, 2018b).
Ahora bien, el brote de Covid-19 efectivamente es una amenaza para la integridad física y
psicológica propia y de los otros, sin embargo, representa una amenaza ambigua sobre la cual
tenemos bajo control, es decir, no sabemos si realmente nos vamos a contagiar, si las medidas
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que tomamos a nivel individual y social serán efectivas para controlar la propagación, no
podemos predecir con exactitud cuándo ni cómo lograremos superar la pandemia, ni las
consecuencias a gran escala que esto tendrá en la salud, la educación, la economía, la política,
y un sinfín de etcéteras. Por lo tanto, estamos ante una situación de peligro potencial
altamente impredecible e incontrolable, dos condiciones que favorecen la emergencia de
angustia y diversas psicopatologías (Mineka & Kihlstrom, 1978).
Una gran cantidad de estudios apoyan la hipótesis de que la experiencia repetida con
situaciones adversas y percibidas como impredecibles e incontrolables, conduce a una
sensación de incontrolabilidad de los resultados, ansiedad y desesperanza (Wang, Zhang &
Zhang, 2017). Ante esto los organismos aprenden que no hay relación entre su conducta y las
consecuencias y, por lo tanto, que resulta inútil actuar o intentar cambiar las circunstancias,
incluso en situaciones nuevas en las que tal comportamiento posiblemente tenga resultados
positivos, condición que se conoce como desesperanza aprendida (Overmier & Seligman,
1967; Seligman & Maier, 1967) y que está a la base de variados problemas psicológicos,
entre ellos, la depresión (para una revisión, ver Seligman, 1975; Maier & Watkins, 2005).
El miedo que gatilla la pandemia y las condiciones que se configuran como un caldo de
cultivo para el desarrollo de diversas psicopatologías, constituyen una amenaza tan
importante para la humanidad como la enfermedad misma producida por el coronavirus y
todas las consecuencias a nivel micro y macroeconómico y social. Una revisión sistemática
breve recientemente publicada en la prestigiosa revista británica Lancet, sobre el impacto
psicológico de la cuarentena (Brooks et al., 2020), analizó estudios hechos en diez países que
incluyeron personas que habían estado en cuarentena por SARS, ébola, influenza H1N1,
síndrome respiratorio del Medio Oriente e influenza equina. La mayoría de los estudios
revisados informaron efectos psicológicos negativos, incluidos síntomas de estrés
postraumático, confusión y enojo.
No cabe duda entonces que la pandemia amenaza distintas esferas de nuestra vida de una
manera que no es fácil de predecir ni controlar hasta ahora, lo que genera miedo e
incertidumbre, condiciones que facilitan y aceleran comportamientos evitativos, como formas
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activas de regulación del miedo. Estos pueden resultar desmedidos como, por ejemplo,
comprar sin pensar en dejar recursos que otros también necesitan para protegerse y proteger a
los demás, o incluso exponerse a lugares repletos de gente sin considerar que dicha
exposición supone mayor riesgo que no tener lo que supuestamente necesitan adquirir. Del
mismo modo aumentan la probabilidad de manifestar conductas agresivas ante otros que
ponen en riesgo nuestra integridad, por ejemplo, al violar la cuarentena o no usar mascarillas.
Estas últimas pueden ser comprendidas como la activación del sistema de conducta de
defensa ante un estímulo que supone un peligro inminente (ver Teoría de los sistemas de
conducta: Timberlake, 2001). Lo planteado no supone una justificación de tales
comportamientos carentes de altruismo y preocupación por los otros, sino más bien ofrece un
punto de vista comprensivo desde la investigación básica, de situaciones que de otro modo
resultarían inconcebibles en un contexto en que necesitamos justamente lo contrario, empatía,
cooperación y solidaridad.
Para finalizar, una situación como esta pone de relieve el rol de la ciencia y el conocimiento
para la comprensión y abordaje de las crisis. Por un lado hemos ilustrado brevemente como la
investigación básica sobre miedo, ansiedad, evitación, impredictibilidad e incontrolabilidad,
nos permite entender los fenómenos a la base de comportamientos que nos resultan a veces
incomprensibles y también de cómo estos pueden ser el prolegómeno de la psicopatología, y
por otro, nos permite ponderar como los avances científicos han jugado un rol preponderante
en la sobrevivencia de la humanidad, un punto que ilustra muy bien el reconocido psicólogo
Stephen Pinker en su libro “En defensa de la ilustración” publicado el año 2018. Durante gran
parte de la historia humana las enfermedades infecciosas han sido la principal causa de
mortalidad. Las epidemias mataban a millones de personas sin distinción de ningún tipo. Sin
embargo, a partir de finales del siglo XVIII, con la invención de la vacuna y la teoría
microbiana, que cambió importantes condiciones en el manejo de condiciones críticas para el
contagio de enfermedades (lavado de manos, extensión del agua potable y red de
alcantarillados, etc.), millones de vidas se salvaron. Así, el progreso científico trajo consigo
seguridad y mayor esperanza de vida, la que cada cierto tiempo vuelve a verse a amenazada
por situaciones como la que estamos viviendo ahora a propósito de la actual pandemia.
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Las reacciones emocionales pueden tener una intensidad leve o excesiva y pueden hacer que
las personas logren desarrollar medidas de afrontamiento asertivas con el fin de adaptarse a
ese nuevo entorno, en este caso a una pandemia causada por el virus SARS-COV-2 (COVID-
19) o, por el contrario, genera conductas desadaptativas a nivel emocional, conductual o
cognitivo, que solo limitan el funcionamiento de quien las presenta y, en muchas ocasiones,
no le permite una adecuada toma de decisiones.
De acuerdo con el DSM-5 y el CIE-10 la reacción al estrés agudo es una respuesta transitoria
que aparece ante un estresor psicológico excepcional, que generalmente remite en horas o
días. Existe un periodo inicial de “embotamiento” con ligera reducción del campo de la
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Existen algunos indicadores que traducen que el estrés está generando conductas
desadaptativas: agotamiento mental, pérdida progresiva del interés en actividades cotidianas,
apatía, comportamientos que van de la indiferencia al distanciamiento y, en algunas
ocasiones, desesperanza. Esos síntomas pueden generar disfunción laboral, familiar y social.
La exposición repetida o continua ante el estrés, como la observada en la pandemia por
COVID-19, afecta las funciones cognitivas, afectivas y conductuales del sujeto y de no
resolverse generan alteraciones metabólicas e inmunológicas que debilitan al organismo para
hacer frente a procesos infecciosos.
Las reacciones emocionales reportadas como frecuentes por el personal de salud son: miedo,
irritabilidad, enojo, labilidad emocional, tristeza, culpa, fallas de atención, concentración,
alteraciones del sueño y del apetito.
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Dentro de las manifestaciones reportadas con mayor frecuencia en los estudios consultados se
encontraron los trastornos emocionales, depresión, estrés, apatía, irritabilidad, insomnio,
trastorno de estrés postraumático, ira y agotamiento emocional. Como variables predictoras
de las reacciones psicológicas negativas se reportaron las siguientes: presentar una edad
comprendida entre los 16-24 años, bajos niveles de educación, pertenecer al sexo femenino,
tener un solo hijo (en comparación con no tener o tener 2 o más), vivir solo y la existencia de
antecedentes de enfermedades mentales.
A largo plazo, los médicos y enfermeras que se encontraban en cuarentena (por prestar
asistencia a pacientes contagiados) mostraron mayor vulnerabilidad para desarrollar trastorno
de estrés postraumático, en los 3 años posteriores al fin de la epidemia/pandemia. Como
tendencia general, cerca del 9 % del personal de salud que prestó servicios durante la
cuarentena, durante los siguientes 3 años, mostró síntomas graves de depresión.
La enfermedad por SARS-Cov-2 (COVID-19) implica retos específicos para los trabajadores
de la salud que predisponen a un mayor monto de estrés. Su alto contagio ha generado
numerosos reportes de la enfermedad e, incluso, la muerte del personal en distintas partes del
mundo, lo que genera un temor real en la atención a los pacientes, muchos de ellos sin
diagnóstico al primer contacto. El manejo requiere ser especialistas de áreas críticas, rebasado
en número, lo que está requiriendo la participación de médicos y enfermeras no especialistas
o en formación de otras áreas.
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Entre los elementos que deben tomarse en cuenta para evaluar la respuesta psíquica ante
COVID-19 están los factores sociodemográficos, las demandas sociales y laborales, la
estructura de personalidad, las estrategias de afrontamiento empleadas y las redes de apoyo
social con que cuenta cada individuo. Los mecanismos de afrontamiento son las estrategias
cognitivas y las conductas que se ponen en marcha para enfrentar la ansiedad en la
interacción con el ambiente.
El afrontamiento poco adaptativo consiste en negar o evitar las emociones o situaciones que
se enfrentan. Muchos médicos, predominantemente varones, están culturalmente troquelados
para ignorar sus afectos, priorizando el trabajo sobre sus necesidades personales, evitando
mostrar signos de temor o cansancio, lo que consideran “debilidad” y, por tanto, son quienes
menos buscan apoyo emocional ante las crisis, y tienden a correr mayores riesgos, quitándose
lentes o cubrebocas en áreas no COVID-19, por considerar que es emasculante.
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El ser mujer, estar embarazada o tener hijos, han sido factores relacionados con mayor estrés.
Está reportado que las mujeres tienen mayor temor al contagio, tanto personal como de su
familia, en comparación con los hombres y son más vulnerables a padecer una sumatoria de
factores de riesgo biológicos y sociales para tener alguna afección de salud mental.
Las familias monoparentales enfrentan el reto de acudir al centro hospitalario sin una red de
apoyo para el cuidado de los hijos. Algunas familias, aparentemente funcionales, se
confrontan con la realidad: infidelidades encubiertas y la patología de los distintos miembros
de la familia (adicciones, trastornos alimentarios, hiperactividad, conductas disociales) se
hacen evidentes, lo que se suma a la carga emocional de los trabajadores de la salud.
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El diagnóstico es clínico y debe incluir un estado de ánimo bajo, tristeza constante, ideas de
desesperanza (la sensación de la inutilidad de lo que se haga), síntomas corporales como
astenia y adinamia. Con frecuencia pueden aparecer ideas de muerte o ideación suicida, que
constituyen el mayor riesgo de estos cuadros y que se han reportado en médicos, con
patología previa, que han sucumbido ante la impotencia.
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Ahora bien, entre los efectos directos de la enfermedad se pueden incluir: trastornos del
sueño y el apetito, dificultad para atender, hiperactividad e irritabilidad. En escolares pueden
aparecer síntomas de angustia como palpitaciones, hiperventilación y diarreas, asociados
generalmente a procesos de somatización; también pueden manifestarse señales de depresión
con sentimientos de tristeza y abandono. Las obsesiones y compulsiones son consideradas
como reacciones más severas al proceso. La regresión emocional y conductual es más
frecuente en preescolares y escolares pequeños, pero también ocurre en adolescentes. La
hospitalización del menor agrava la reacción ante el estrés que ocasiona la enfermedad.
Los niños están expuestos a un peligro invisible que provoca muertes. Esta situación
inesperada y de extrema gravedad desencadena una reacción psicológica donde se
experimentan estados de incertidumbre, desánimo, tristeza, ansiedad, así como malestar
psíquico y general; a esta amenaza se suman otros factores estresantes, tales como:
limitaciones que supone el confinamiento y afectación o muerte de algún familiar, incluso en
muchas ocasiones sin haber podido elaborar el duelo.
En la etapa preescolar, el miedo a estar solo, a la oscuridad o las pesadillas, las conductas
regresivas, los cambios en el apetito y un aumento de rabietas, quejas o conductas de apego
son las reacciones más esperadas.
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De igual manera, en adolescentes de 13 a 18 años pueden ser habituales los síntomas físicos,
problemas de sueño o apetito, aislamiento de compañeros y seres queridos, pero también un
aumento o disminución de su energía, apatía y desatención a los comportamientos referidos a
la promoción de salud. La situación provocada por el COVID-19 puede ser el detonante del
surgimiento de problemas de ansiedad y depresión en los menores; por el miedo a contagiarse
dejan de asistir a ciertos lugares y las preocupaciones excesivas sobre la salud limitan su
funcionamiento.
Confinamiento
Los problemas de salud mental en menores no solo tienen que ver con el miedo a un virus
invisible, sino también con el distanciamiento social; la incapacidad para desarrollar las
actividades cotidianas y participar en acciones gratificantes durante este periodo pueden ser
desafiantes para niños y adolescentes e impactar negativamente en la capacidad para regular
con éxito tanto el comportamiento como las emociones.
La relación entre largas cuarentenas y mayor angustia psicológica puede manifestarse como
pesadillas, terrores nocturnos, miedo a salir a la calle o a que sus padres vuelvan al trabajo,
irritabilidad, hipersensibilidad emocional, apatía, nerviosismo, dificultades para concentrarse
e incluso leve retraso en el desarrollo cognitivo. La incertidumbre del retraso académico
generado este año puede dar lugar a ataques de ansiedad o crisis de angustia, que de
cronificarse, podrían convertirse en trastornos de pánico con agorafobia o sin ella.
El primer estudio realizado a una población infantil española concluyó que 89,0 % de los
niños presentaban alteraciones conductuales o emocionales como resultado del
confinamiento. En investigaciones realizadas acerca de las consecuencias psicológicas de la
COVID-19 y el confinamiento, ha llamado la atención de los autores la existencia de un
mayor porcentaje en los más jóvenes de manifestaciones, tales como: malestar psicológico,
aumento de los niveles de ansiedad, depresión y estrés, problemas de concentración e
irritabilidad.
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Violencia intrafamiliar
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que en México, durante el primer cuatrimestre del 2020 comparado con el mismo periodo de
tiempo del 2019, se registró un aumento de 10% de presuntos delitos de violencia familiar.
Estudios recientes confirman que el efecto del confinamiento en los adultos mayores, durante
la pandemia de COVID-19 ha conllevado a un profundo deterioro de la salud mental en estas
personas. En algunos estudios se reporta la existencia de miedo recurrente a la muerte, miedo
a la separación de la familia, insomnio, pesadillas, síntomas de ansiedad generalizada,
síntomas depresivos, aparición de sintomatología obsesiva (lavarse las manos y el aseo
frecuente de objetos de uso personal), síntomas de estrés postraumático y también el
incremento de uso de sustancias, especialmente de alcohol. Además, se ha observado un
agravamiento de condiciones preexistentes, como la diabetes, hipertensión arterial, angina de
pecho y eventos cardiacos, así como de condiciones psiquiátricas (trastornos depresivos,
ansiosos, obsesivo-compulsivo, abuso de sustancias y déficit neurocognitivos). Sobre este
último aspecto es importante señalar que posterior a la pandemia podría observarse un
incremento en las quejas relacionadas con el funcionamiento cognitivo, incluso podría
incrementarse el número de adultos mayores con síntomas demenciales o de deterioro
cognitivo leve (DCL).
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Las pérdidas económicas no han sido ajenas a nuestros adultos mayores, muchos de ellos en
actividad laboral han experimentado la pérdida de sus ingresos y seguridad laboral. Un
estudio realizado en nuestro país en torno al impacto de la pandemia sobre el comportamiento
de pago de las deudas señala que en el último año existe un incremento de deuda y con
atrasos mayores a 30 días en el rango de edad de 65 años a más, muestra de que las personas
mayores han adquirido deudas para apoyar a familiares que han perdido sus ingresos
recurrentes. La pérdida financiera ha generado graves problemas socioeconómicos y directa
relación con afectaciones psicológicas como la experiencia constante de ira, ansiedad y
síntomas depresivos.
Para los especialistas es mejor permitirse sentir miedo o angustia como parte inicial de un
proceso de elevado estrés emocional, para luego socializar estas emociones, buscar
contención y, de esta manera, comenzar a regularlas.
Un error común en la sociedad es creer que la mayoría de las personas mayores tienen menos
recursos psicológicos de lo que realmente poseen. La fragilidad física, propia de la vejez, no
es sinónimo de fragilidad psicológica, esta puede presentarse a cualquier edad. La mayoría de
ellos posee recursos psicológicos para enfrentar situaciones de estrés. No olvidemos que
vienen aprendiendo durante toda una vida, tienen más práctica y llevan más años enfrentando
situaciones que no pueden cambiar. El verdadero desafío ahora es lograr que el necesario
aislamiento social, que busca resguardar a las personas mayores, no se transforme en una
sensación de soledad. Para ello, su círculo más cercano debe tener una actitud planificada,
con un contacto sistemático vía telefónica hacia personas cercanas de la tercera edad.
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Establecer rutinas que aseguren cuándo y a qué hora los llamarán, buscar formas de hacerlos
sentir tranquilos, transmitirles que no les faltarán alimentos o medicamentos durante su
cuarentena y, por sobre todo, generar espacios de conversación sobre temas cotidianos que no
estén relacionados con la pandemia.
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En relación en las distracciones que enfrentan al trabajar desde casa son; 65% de las personas
tienen mucha distracción en casa, 20% la molestia de la conectividad a internet y 15% por
ansiedad en torno al COVID-19.
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Acerca del medio tecnológico que se utiliza para comunicarse con su equipo de trabajo, el
medio que se más se utiliza es el chat con un 34% seguido de correo electrónico con 24% y el
menos utilizado es por llamada telefónica con un 15%.
En la tabla siguiente se muestran los datos estadísticos de los cinco factores de la evaluación
[ESCAM], los valores de carga mental de trabajo [CMT] se consideran como 1=muy bajo,
2=bajo, 3= medio 4=alto y 5=muy alto.
Las variables que tuvieron una mayor puntuación fue el factor de demandas cognitivas y
complejidad de la tarea de con un valor de 3.7 que se considera media-alta con una
desviación estándar de 0.885, lo que conlleva a exigencias de memorización, concentración y
la toma de decisiones en el desempeño de trabajo, seguido de las consecuencias para la salud
con una valoración de 3.6 con una desviación estándar de 0.691 por este motivo el
agotamiento que el desempeño de la tarea produce en el trabajador es medio-alto.
La organización temporal del trabajo que indica la adecuación de trabajo que dispone el
trabajador para ejecutar su labor, la cual tiene un valor de 3.4 con una desviación estándar de
0.813 que señala un nivel medio de carga mental, lo que supone que la persona tiene tiempo
suficiente para la realización de la labor.
Por otra parte, de los cinco factores que se midieron, el de ritmo de trabajo fue el que obtuvo
menor valor de carga mental con un valor de 3.1 con una desviación estándar de 0.649, de
modo que el ritmo de organizar el tiempo en el desempeño de la tarea es regular.
Se llegó a la conclusión de que las personas que realizan trabajo virtual durante la pandemia
presentan sobre carga mental de trabajo y que su trabajo requiere de un esfuerzo mental
considerable, así como exigencias en la hora de tomar decisiones importantes y
memorización sin llegar a ser contraproducentes. Así como también en las consecuencias
para la salud se presenta un considerable agotamiento mental al final de la jornada laboral, lo
que representa dificultades para relajarse antes y después del trabajo. El ritmo de trabajo de
las personas encuestadas fue el puntaje más bajo y se considera que tienen el tiempo
suficiente de realizar la práctica de la tarea.
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El home office durante esta cuarentena ha tenido algunas ventajas y desventajas en las
diferentes facetas que la componen, los beneficios que tiene trabajar desde casa van desde
una simple comodidad hasta el ahorro económico de movilidad de ir a la oficina. Sin
embargo, el incremento de tareas, no solo en lo laboral sino personales y familiares, producen
que las personas tengan una notable carga mental durante su trabajo en línea.
Los enfermeros y el equipo de enfermería están muy cerca del paciente, siendo necesario
enfocar su atención en las necesidades bio-psico-socio-espirituales, con cuidados
individualizados. No obstante, el cuidado individualizado organiza la calidad de la atención,
con la finalidad de minimizar o eliminar los factores negativos, facilitando así el proceso de
recuperación, disminuyendo el tiempo de ingreso, y por consiguiente, los índices de infección
hospitalaria.
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La posición de las puntuaciones dadas a los ítems de la escala de los pacientes permitió
establecer cuáles son los ítems considerados como mayores fuentes de estrés, presentados en
la siguiente Tabla.
Tabla. Relatos de los pacientes respecto de los factores estresantes en la unidad de cuidados
intensivos. São José dos Campos.
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Fueron seleccionadas 10 preguntas que abordaban los mecanismos utilizados por el equipo de
enfermería para amenizar los factores desencadenantes de estrés a los pacientes internados en
las Unidades de Cuidados Intensivos.
Tabla. Resultados de las acciones de humanización realizadas por los colaboradores de enfermería
frente al paciente internado en la Unidad de Cuidados Intensivos. São José dos Campos.
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El segundo ítem evaluado como factor de estrés para el paciente fue: “No tener privacidad”.
Este hecho se contrapone a estudios anteriores (9,15), en que la privacidad no fue considerada
como un aspecto de preocupación del paciente ingresado. En esos casos, se relacionaron el
hecho de que el paciente pasa por un momento de preocupación con los recursos de
restauración de su salud y su estado actual, dejando de lado los pudores y las molestias al
respecto. Sin embargo, en otro estudio(16), se ha constatado que la exposición de la intimidad
y del cuerpo es una condición única para el paciente, pero una condición múltiple y común
para los profesionales de la enfermería.
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CONCLUSIONES
• Afrontar la pandemia plantea retos y desencadena emociones, que la mayoría de veces no
se comparten. Junto a ello, los trastornos adaptativos se encuentran en el límite entre la
normalidad y la patología mental.
• Trabajar desde casa fue una de las medidas de prevención alrededor del mundo para
reducir y evadir los contagios del coronavirus. Sin embargo, el trabajo desde casa puede
tener consecuencias, como el estrés percibido por las condiciones impróvidas de trabajo,
por la falta de información, recursos y competencias para realizarlo de manera efectiva y
eficiente.
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BIBLIOGRAFÍA
• Lecca, J. (2020). Comunicación laboral y estrés en tiempos de COVID-19. Centros de
salud MINSA Llacuabamba y Parcoy.
https://repositorio.ucv.edu.pe/handle/20.500.12692/56315
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