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I. INTRODUCCIÓN
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consumidores, muestra de ello son las Leyes de Competencia Desleal y la Ley General
de Publicidad, normas que introducen reglas tuitivas dirigidas a controlar las prácticas
comerciales abusivas y la publicidad ilícita respectivamente.
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La Ley regula cuestiones de carácter administrativo, como requisitos que han de
cumplir los productos ofrecidos por el mercado, en la medida en que pueden afectar a la
salud e integridad de los consumidores; las oficinas y servicios de información al
consumidor o usuario, el derecho a la educación y formación en materia de consumo,
las sanciones administrativas derivadas de las infracciones, etc. Pero también regula
cuestiones de Derecho privado, como es la validez y eficacia de los contratos realizados
entre empresarios y consumidores y usuarios y el régimen de la responsabilidad civil.
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El precepto, en su apartado 3ª, define también quien es consumidor o usuario vulnerable: “Asimismo, a
los efectos de esta ley y sin perjuicio de la normativa sectorial que en cada caso resulte de aplicación,
tienen la consideración de personas consumidoras vulnerables respecto de relaciones concretas de
consumo, aquellas personas físicas que, de forma individual o colectiva, por sus características,
necesidades o circunstancias personales, económicas, educativas o sociales, se encuentran, aunque sea
territorial, sectorial o temporalmente, en una especial situación de subordinación, indefensión o
desprotección que les impide el ejercicio de sus derechos como personas consumidoras en condiciones de
igualdad”.
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El art. 5 TRLGDCU establece que “Sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo 138, a efectos de lo
dispuesto en esta Norma se considera productor al fabricante del bien o al prestador del servicio o su
intermediario, o al importador del bien o servicio en el territorio de la Unión Europea, así como a
cualquier persona que se presente como tal al indicar en el bien, ya sea en el envase, el envoltorio o
cualquier otro elemento de protección o presentación, o servicio su nombre, marca u otro signo
distintivo”. El art. 7 TRLGDCU, advierte que “A efectos de esta Norma es proveedor el empresario que
suministra o distribuye productos en el mercado, cualquiera que sea el título o contrato en virtud del cual
realice dicha distribución”.
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La Ley, desde el punto de vista del Derecho privado, regula los contratos celebrados
entre empresarios y consumidores o usuarios (art. 59 TRLGDCU). Las normas son
aplicables también cuando las empresas sean públicas o concesionarias de servicios
públicos.
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publicidad, promoción o en el propio contrato y será ejercitable siempre dentro de unos
plazos que varían dependiendo del tipo contractual concluido.
Regula las denominadas cláusula abusivas, a las que ahora se suman las
“prácticas” abusivas, definiéndose como “todas aquellas estipulaciones no negociadas
individualmente y todas aquellas prácticas no consentidas expresamente que, en contra
de las exigencias de la buena fe causen, en perjuicio del consumidor y usuario, un
desequilibrio importante de los derechos y obligaciones de las partes que se deriven del
contrato” (art. 82.1º TRLGDCU). Nótese que se indica que se trata de cláusulas no
negociadas y que éstas, aunque no están definidas en el TRLGDCU de 2007, el Texto
legal sí establece los requisitos para que puedan considerarse parte del contrato (art. 80
TRLGDCU).
En relación con las cláusulas abusivas, el párrafo 4º del artículo 82 del Texto
Refundido advierte que “en todo caso son abusivas las cláusulas que, conforme a lo
dispuesto en los artículos 85 a 90 inclusive:
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demandado a cesar en la conducta y a prohibir su reiteración futura, como también la
dirigida a evitar la recomendación de empleo de cláusulas abusivas (art. 53.2º). Estas
acciones (a diferencia de lo que establece el artículo 19 LCGC para concretos
supuestos), son imprescriptibles.
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En fin, los artículos siguientes se dedican a completar de forma más o menos
casuística los diferentes aspectos relativos al comportamiento del empresario que
influyen en la capacidad decisiva del consumidor 3.
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El art. 5 de la LCD advierte que se consideran actos de engaño “cualquier conducta que contenga
información falsa o información que, aun siendo veraz, por su contenido o presentación induzca o pueda
inducir a error a los destinatarios, siendo susceptible de alterar su comportamiento económico, siempre
que incida sobre alguno de los siguientes aspectos: a) existencia o naturaleza del bien; b) características
principales del bien o servicio, tales como su disponibilidad, beneficios, riesgos, ejecución, composición,
accesorios, procedimiento y fecha de fabricación o suministro, entrega, carácter apropiado, utilización,
cantidad, especificaciones, origen geográfico o comercial o resultados que pueden esperarse de su
utilización; c) asistencia postventa y tratamiento de reclamaciones…e) precio o su modo de fijación o la
existencia de una ventaja específica con respecto al precio.
El artículo 6 recoge los actos de confusión, como riesgo de asociación por parte del consumidor respecto
de la procedencia de la prestación.
El artículo 7 las omisiones engañosas, consideradas “aquellas omisiones u ocultación de la información
necesaria para que el destinatario adopte o puede adoptar una decisión relativa a su comportamiento
económico con el debido conocimiento de causa. Es también desleal si la información que se ofrece es
poco clara, ininteligible, ambigua, no se ofrece en el momento adecuado…”.
Por su parte el artículo 8 define o conceptúa las prácticas agresivas, señalando que se trata de todo
comportamiento que tendiendo en cuenta sus características y circunstancias, sea susceptible de mermar
de manera significativa, mediante acoso, coacción incluido el uso de la fuerza o influencia indebida, la
libertad de elección o conducta del destinatario en relación con el bien o servicio y, por consiguiente,
afecte o pueda afectar a su comportamiento económico. El precepto se encarga también de precisar qué
conductas, en relación con la situación en la que se encuentra el sujeto afectado, provoca precisamente
una práctica agresiva.
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El art. 20 reputa como práctica engañosa por confusión para el consumidor, incluida la publicidad
comparativa, que en su contexto y teniendo en cuenta todas las características y circunstancias, creen
confusión, incluido el riesgo de asociación con cualesquiera bienes o servicios, marcas registradas,
nombres comerciales u otras marcas distintivas de un competidor, siempre que puedan afectar al
comportamiento económico de los consumidores.
Son también prácticas engañosas cuando se afirme sin ser cierto que el empresario está adherido a un
código de conducta, o que ha recibido el refrendo de un organismo público, que el bien o servicio ha sido
aprobado por un organismo público o privado, la exhibición de un sello de confianza o calidad o un
distintivo equivalente, sin haber obtenido la necesaria autorización.
Por su parte el art. 22 recoge las denominadas prácticas señuelo y prácticas promocionales engañosas
estableciendo que tendrán esta consideración las ofertas comerciales de bines y servicios a un precio
determinado que no revelen la existencia de motivos razonables que hagan pensar al empresario que
dichos bienes o servicios u otros equivalentes no estarán disponibles al precio ofertado durante un período
suficiente y en cantidades razonables, teniendo en cuenta el tipo de bien o servicio, el alcance de la
publicidad que se le haya dado y el precio de que se trate. También cuando se ofrezca comercialmente un
bien o servicio a un precio determinado, para después, con la intención de promocionar un bien o servicio
diferente, negarse a mostrar el bien o servicio ofertado, no aceptar pedidos o solicitudes de suministro,
negarse a suministrarlo en un plazo razonable o enseñar una muestra defectuosa del bien o servicio
promocionado o desprestigiarlo. De igual manera, las prácticas de ventas en liquidación cuando sea
incierto que el empresario se encuentre en alguno de los supuestos enumerados por el art. 30 de la Ley del
comercio Minorista o cualquier otro supuesto en el que se afirme que el empresario está a punto de cesar
en su actividad o vaya a trasladarse sin ser cierto. Las que ofrezcan un premio de forma automática o en
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En los preceptos enumerados se hace una relación de prácticas relativamente
frecuentes en el ámbito de la actividad y publicidad comercial que se consideran
engañosas, en la medida que incitan al consumidor a llevar a cabo un comportamiento
económico casi instantáneo influido por una persistencia, incorrecta o falsa información,
acoso y empleo de estrategias varias que la determinan.
un concurso o sorteo sin conceder los premios descritos u otros de calidad o valor equivalente. Describir
un bien o servicio como gratuito, sin gastos, regalo o cualquier otra fórmula equivalente, si el consumidor
tiene que abonar dinero por cualquier concepto distinto del coste inevitable de la respuesta a la práctica
comercial y la recogida del producto o del pago o entrega de éste. Crear la impresión falsa de que el
consumidor ha ganado ganará o conseguirá un premio o cualquier otra ventaja equivalente sin realiza un
acto determinado cuando en realidad no existe el premio o ventaja, cuando la realización de ese acto
conlleva la sunción de obligaciones contractuales por parte del consumidor.
El art. 23 examina las prácticas engañosas sobre la naturaleza y propiedades de los bienes o
servicios, disponibilidad y servicios posventa, así, las relativas a proclamar que un bien puede curar
enfermedades, disfunciones o malformaciones, ofertar un bien o servicio en un período de tiempo muy
limitado que le lleve a tomar una decisión inmediata, privándole de la oportunidad de disponer de tiempo
suficiente para meditar sobre dicha adquisición. Proporcionar un servicio posventa sin advertir claramente
antes de contratar que el idioma en que está disponible ese servicio no es el que se utiliza en la operación
comercial.
El artículo 27 recoge como otras prácticas engañosas aquellas en las que presenten los derechos que
todo consumidor o usuario tiene por la legislación protectora como una característica propia de la
oferta de ese profesional o empresario, cuando se realicen afirmaciones inexactas o falsas en cuanto a la
naturaleza y extensión del peligro que supondría para el consumidor no contratar un concreto bien o
servicio, las que transmiten información inexacta sobre las condiciones del mercado o sobre la posibilidad
de encontrar el bien o servicio con la intención de inducir al consumidor a contratarlo en condiciones
menos favorables.
Son prácticas agresivas por acoso, según el artículo 29 aquellas que implican visitas al domicilio del
consumidor, ignorando las peticiones de éste de que abandone su domicilio o no vuelva a personarse, la
realización de propuestas no deseadas y reiteradas por teléfono, fax, correo electrónico u otro medio de
comunicación a distancia, salvo que se legalmente esté justificado para hacer cumplir una obligación
contractual. En este sentido, el empresario que lleva a cabo esta práctica está obligado a procurar un
sistema que permita al consumidor dejar constancia de su oposición a dicha práctica. Cuando se haga vía
telefónica el empresario deberá identificarse con un número que permita al consumidor manifestar su
oposición a la misma.
El artículo 30 recoge como práctica agresiva en relación con menores aquella que incita a los niños de
forma directa a que sus progenitores o adultos responsables adquieran determinados bienes.
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contractuales. A veces se le llama también contrato de adhesión, aunque éste es todo
contrato cuyo contenido se impone a una parte, con independencia de que conste o no
en condiciones generales. Lo que sí es cierto es que las condiciones generales se
incluyen en contratos de adhesión.
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como la buena fe, el abuso del derecho, enriquecimiento injusto, etc. 5. Pero la acción de
los tribunales ha resultado insuficiente, por lo que en toda Europa fueron surgiendo
leyes reguladoras de estos contratos sometidos a condiciones generales.
Lo decisivo, por tanto, no es sólo que esté prefigurada por una sola de las partes
o por un tercero, sino que sólo una de las partes la introduce en el contrato. Los
contratos celebrados bajo condiciones generales, en cuanto que son siempre contratos en
los que la parte débil se limita a aceptarlas, suponen una quiebra del principio de libre
autorregulación (libertad para establecer el contenido contractual). Como, además, es
frecuente que quien predispone ocupe una posición de dominio o cuasimonopolio en el
mercado, quiebra también la autodeterminación (libertad para contratar). Estas dos
características hacen necesaria una regulación que establezca instrumentos de
intervención sobre ese contenido contractual para que, a pesar del menoscabo parcial de
la autonomía de la voluntad, se garantice la justicia material del contrato y se evite la
utilización de cláusulas abusivas en detrimento de la parte que se adhiere.
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Ya con anticipación, la Sentencia del Tribunal Supremo de 12 de marzo de 1957, afirmó que “en los
contratos de adhesión el juez tiene un poder excepcional de interpretación e incluso un poder de revisión
para modificar el contrato en la parte injusta”.
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La Ley tuvo por objeto la transposición de la Directiva 93/13/CEE, del Consejo, de 5 de abril de 1993,
sobre cláusulas abusivas de los contratos celebrados con los consumidores, así como la regulación de las
condiciones generales de la contratación, aunque recuérdese que es el Texto Refundido de 2007 de
Protección de Consumidores el que de forma más detenida regula este tipo de cláusulas.
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Hay que distinguir aquí los contratos sujetos a la Ley de 1998 y los sujetos al Derecho privado (p.ej., el
contrato de acceso a una piscina municipal).
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propia), a los de constitución de sociedades (la aplicación aquí de condiciones generales
parece muy difícil), a los que regulan relaciones familiares y a los contratos sucesorios.
1. Que haya sido aceptada por el adherente y haya sido firmada por todos los
contratantes (artículo 5.1.: “Las condiciones generales pasarán a formar parte del
contrato cuando se acepte por el adherente su incorporación al mismo y sea firmado
por todos los contratantes. Todo contrato deberá hacer referencia a las condiciones
generales incorporadas”). Es imprescindible, por tanto, que el predisponente informe
expresamente al adherente acerca de su existencia y se le entregue un ejemplar, o el
adherente tenga la oportunidad de conocer su contenido al tiempo de la celebración del
contrato (artículos 5.1: “No podrá entenderse que ha habido aceptación de la
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incorporación de las condiciones generales al contrato cuando el predisponente no
haya informado expresamente al adherente acerca de su existencia y no le haya
facilitado un ejemplar de las mismas”, y 7 a) LCGC: “No quedarán incorporadas al
contrato las siguientes condiciones generales: Las que el adherente no haya tenido
oportunidad real de conocer de manera completa al tiempo de la celebración del
contrato o cuando no hayan sido firmadas, cuando sea necesario, en los términos
resultantes del artículo 5”).
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La STS de 17 de octubre de 2007 (RJ/2007/6275), declaró al respecto que “En definitiva, cabe
calificarla como una "cláusula sorpresiva", según la construcción de la jurisprudencia alemana, en
virtud de la cual se negaba la validez de aquellas disposiciones cuya presencia en el contrato podía
considerarse razonablemente como una sorpresa para el cliente, cuya regla puede enunciarse en el
sentido de que no se consideran incorporadas al contrato aquéllas que, de acuerdo con las
circunstancias y, en especial, con la propia naturaleza del contrato, resulten tan insólitas que el
adherente no hubiera podido contar racionalmente con su existencia; por consiguiente, se procura evitar
que el tomador del seguro o el asegurado se encuentren sorprendidos a consecuencia de la adición por el
predisponente de cláusulas cuya existencia no cabía que fuera esperada fundadamente por aquél”.
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sucede con la acción de nulidad por el contenido, que también puede ser colectiva. Esta
declaración de ineficacia de la condición general no determina la ineficacia total del
contrato si éste puede susbsistir sin tales cláusulas (artículo 10.1), es decir, si como
señala el art. 9.2 LCGC, no afecta a alguno de los elementos esenciales que recoge el
art. 1261 CC. La parte afectada por la nulidad, subsistiendo el contrato, se integrará
siguiendo la regla que establece el art. 1258 CC. La sentencia estimatoria se inscribirá
en el Registro de Condiciones Generales de la Contratación, a instancias del Juez
(artículo 22).
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El artículo 8.1 LCGC establece una prohibición general: “Serán nulas de pleno
derecho las condiciones generales que contradigan en perjuicio del adherente lo
dispuesto en esta ley o en cualquier otra norma imperativa o prohibitiva, salvo que en
ellas se establezca un efecto distinto para el caso de contravención” (el precepto
reproduce lo recogido en el art. 6.3º CC). Por su parte, el párrafo 2 indica que “En
particular, serán nulas las condiciones generales que sean abusivas, cuando el contrato
se haya celebrado con el consumidor”.
Para ello se dispone de los artículos 82 y ss. del Texto Refundido de la Ley para
la Defensa de los Consumidores y Usuarios, definiéndose las cláusulas abusivas como
“Todas aquellas estipulaciones no negociadas individualmente (y todas aquellas
prácticas no consentidas expresamente) que en contra de las exigencias de la buena fe
causen, en perjuicio del consumidor, un desequilibrio importante en los derechos y
obligaciones de las partes que se deriven del contrato. El hecho de que ciertos
elementos de una cláusula aislada se hayan negociado individualmente no excluirá la
aplicación de las normas sobre cláusulas abusivas al resto del contrato. El empresario
que afirme que una determinada cláusula ha sido negociada individualmente, asumirá
la carga de la prueba. El carácter abusivo de una cláusula se apreciará teniendo en
cuenta la naturaleza de los bienes o servicios objeto del contrato y considerando todas
las circunstancias concurrentes en el momento de su celebración, así como todas las
demás cláusulas del contrato o de otro del que éste dependa” (art. 82 TRLGDCU).
Pero además de esta prohibición general de las cláusulas abusivas, ordena que en
todo caso son abusivas: a) las que vinculen el contrato a la voluntad del empresario; b)
limiten los derechos del consumidor o usuario; c) determinen la falta de reciprocidad en
el contrato; d) impongan al consumidor y usuario garantías desproporcionadas o le
impongan indebidamente la carga de la prueba; e) resulten desproporcionadas en
relación con el perfeccionamiento y ejecución del contrato o, f) contravengan las reglas
sobre la competencia y derecho aplicable. Se establece, por tanto, un sistema de lista
negra, es decir, de cláusulas que se consideran abusivas y, en consecuencia, prohibidas.
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Los arts. 85 y ss. TRLGDCU se dirigen a examinar de forma detenida las que
previamente ha considerado como tales.
Las cláusulas abusivas son nulas (art. 83 TRLGDCU), y la acción para obtener
esa nulidad tiene idéntica regulación a la de la acción de no incorporación, incluyendo
que las sentencias estimatorias deben inscribirse en el Registro de Condiciones
Generales. Dice el artículo 9.1 de la Ley de Condiciones Generales que ambas acciones
podrán ser instadas por el adherente de acuerdo con las normas reguladoras de la
nulidad contractual. Sólo existe la diferencia, en cuanto a la legitimación activa, de que
se admiten las acciones colectivas, tal como establece el artículo 16 LCGC.
El artículo finaliza con una remisión a las normas del Código Civil sobre
interpretación de los contratos.
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sectores específicos de la contratación. También se inscribirán las sentencias firmes
estimatorias de las acciones que recoge la ley, y cuyas demandas podrán ser objeto de
anotación preventiva. La regulación de este Registro ha sido desarrollada por el R.D.
1828/1999, de 3 de diciembre, por el que se aprueba el Reglamento del Registro de
Condiciones Generales de la Contratación.
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Según el artículo 19 (modificado por la Ley 39/2002), ambas acciones son
imprescriptibles, salvo que la condición general esté inscrita en el Registro General de
Condiciones Generales, en cuyo caso prescriben a los 5 años de la inscripción, salvo
que posteriormente se dicte sentencia estimatoria de una acción individual de nulidad o
no incorporación, en cuyo caso se puede interponer durante 5 años desde la sentencia.
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