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TEMA 1. Lenguaje y comunicación.

Competencia lingüística y competencia


comunicativa.
[PP. 13-55, Vol. I]

ÍNDICE

1. LENGUAJE Y COMUNICACIÓN
1.1. El lenguaje humano y los lenguajes animales
1.1.1. Propiedades comunes a todos los lenguajes
1.1.2. Propiedades específicas del lenguaje humano
1.2. El signo
1.2.1. Teorías clásicas sobre el signo
1.2.2. El signo lingüístico de Saussure
1.2.2.I. Características del signo lingüístico de Saussure
1.2.3. El signo según Hjelmslev
1.2.4. Concepciones triangulares del signo
1.2.5. Otras concepciones del signo
1.2.6. Clasificación de los signos
1.3. Las funciones del lenguaje
2. COMPETENCIA LINGÜÍSTICA Y COMPETENCIA COMUNICATIVA
2.1. Competencia lingüística
2.2. Competencia comunicativa
2.2.1. Las ‘implicaturas conversacionales’ de Grice
2.2.2. Tipos de conocimiento que intervienen en la adecuación situacional de los
enunciados
3. BIBLIOGRAFÍA

1. LENGUAJE Y COMUNICACIÓN
Entre las innumerables definiciones que se han dado de lenguaje, la mayoría alude explícita y
directamente a la comunicación, por lo que, en sentido lato, se suele decir que lenguajes «todo
aquello que comunica». Así, el lenguaje designa, en principio, cualquier medio de comunicación que
permite expresar o manifestar algo. Según Lyons, resulta difícil imaginar una definición satisfactoria
de lenguaje […] que no comporte alguna referencia a la noción de comunicación».
Por su parte, el término comunicación también adolece de cierta indeterminación intrínseca.
Según Alonso-Cortés (1994), comunicación es «la acción por parte de un organismo que altera la
probabilidad del patrón de conducta en otro organismo», y, análogamente, según Hockett, «son
hechos de comunicación todos aquellos por medio de los cuales un organismo estimula a otro». Se
trata, pues, como en el caso de lenguaje, de un término polisémico empleado por diversas ciencias.
Mounin dice al respecto que «todo estudio científico serio que se proponga utilizar el término ha de
cerciorarse de que no está estudiando un transporte o un medio de comunicación como el telégrafo o
la televisión». Desde el punto de vista etimológico, cabe señalar que el término procede de
COMMUNICATIO, COMMURICARE (‘hacer partícipe a alguien de algo’, ‘entenderse con alguien’).

Tradicionalmente se han empleado dos términos casi equivalentes (ambos procedentes del étimo
griego SEMEION, ‘signo’) para designar la teoría general de los signos en la que el lenguaje quedaría
comprendido:
- Semiótica. Término empleado por C. S. Peirce (que tomó de la obra Ensayo sobre el
conocimiento (1960) de John Locke) y, desde él, por la terminología anglosajona. Esta voz se
había originado en el ámbito de la medicina griega para la diagnosis a partir de los síntomas
corporales. Posteriormente la emplearon los filósofos estoicos para incluir también la lógica y
la epistemología.
- Semiología. Empleado por Saussure y, desde él, por la lingüística europea: «Puede
concebirse como una ciencia que estudie la vida de los signos en el seno de la vida social
[…]. Ella nos enseñará en qué consisten los signos, qué leyes los rigen». Se trata de una
ciencia más general de la que formaría parte la lingüística: «la lingüística no es más que una
parte de esa ciencia general» dice Saussure. Para él el problema fundamental de la lingüística
es de orden semiológico: «la tarea del lingüista es definir lo que hace de la lengua un sistema
especial en el conjunto de los hechos semiológicos».

En cualquier caso, la semiótica o semiología tendrá por objeto el estudio de todos los sistemas de
signos, entre los que Saussure nombra la escritura, el alfabeto de sordomudos, ritos simbólicos,
formas de cortesía, señales militares, etc. Para Eco, además, corresponderían al campo semiótico la
zoosemiótica, señales olfativas, código del gusto comunicación táctil-olfativa, paralingüística (tonos
de voz), cinésica (gestos), lenguajes tamborileados o silbados, semiótica médica, códigos musicales,
lenguas naturales, lenguajes artificiales y mass media.
Barthes, Buyssens, Morris, Mounin, Prieto y el mismo Eco han analizado los signos en la medida
en que determinan nuestro conocimiento del mundo; pretenden, en primer lugar, definir las formas
de comunicación en la sociedad moderna y, en segundo lugar, esclarecer qué puesto corresponde al
lenguaje. La semiótica ha señalado lo dependientes que somos de los signos, hasta el punto de que
sería imposible imaginar nuestro mundo sin señales del tipo que sea. En tanto esto es así, la
lingüística se entiende como la sección de la semiótica más importante, pues el lenguaje es el sistema
de señales más rico y perfecto: la lingüística se va constituyendo con el apoyo de aquella (ya que una

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comprensión más profunda del simbolismo en general, en palabras de Ullmann, «puede arrojar una
luz valiosa sobre los problemas puramente lingüísticos»), pero a la vez se va diferenciando de ella.
Ahora bien, cabe señalar que, aunque toda lengua es un sistema de signos, no todo sistema de
signos es una lengua, al igual que, siguiendo a Gutiérrez Ordóñez, si bien la «relación semiótica es la
función esencial del lenguaje», ella sola no basta para su completa definición, pues todo acto
semiológico es un hecho comunicativo, pero «no todo hecho comunicativo se inscribe en las
coordenadas de la comunicación». Así, para este autor, toda comunicación lingüística se realiza en
un acto semiológico en el que participan:
- Los actores del discurso (emisor y receptor).
- El código, es decir, el conjunto de elementos memorizados, pasivo, listo para ser utilizado (se
corresponde a la lengua de Saussure, el sistema de Coseriu o la competencia de Chomsky).
- El mensaje, experiencia cifrada según las unidades y reglas combinatorias del código.
- El canal, soporte físico del mensaje.
- Ruidos e interferencias, que pueden perturbar la intercomunicación.
- La redundancia y la repetición, es decir, la sobrecarga de información.
- La situación de discurso o contexto extralingüístico, conjunto de factores que rodean el acto
de comunicación y que son conocidos por emisor y receptor.
Por lo demás, los procedimientos semiológicos pueden ser clasificados así (Buyssens y Monin,
apud Gutiérrez Ordóñez):
- Sistemáticos/asistemáticos (son sistemáticos cuando los mensajes se descomponen en signos
estables y constantes, es decir, que las reglas de combinación son invariables, como es el caso
de las lenguas naturales).
- Intrínsecos/extrínsecos (la relación intrínseca se da entre el sentido de la señal y su forma, es
decir, cuando los símbolos se basan en relación de analogía, y la relación extrínseca se
establece entre la forma y el contenido designado, es decir, cuando los signos se basan en una
relación de arbitrariedad).
- Directos/sustitutivos (en los directos la codificación de la realidad que tratan de representar es
directa, mientras que en los otros se conoce el mensaje por sucesivas transcodificaciones).
- Lineales/espaciales (los lineales son procedimientos semiológicos que se desarrollan en el
tiempo y los segundos se reflejan en el espacio y no adoptan la configuración de secuencia).
- Procedimientos que usan unidades discretas/procedimientos que usan unidades continuas (en
las unidades discretas no existe transición continua de una a otra ni guardan proporcionalidad
con la realidad que representan).

1.1. El lenguaje humano y los lenguajes animales


Lenguaje en sentido amplio es, como ya se apuntó, «todo lo que puede ser considerado como una
asociación entre una expresión (sensible) y un contenido (interno)» (Simone). Entendido de esta
manera, bajo la noción de lenguaje se englobarían también los sistemas de comunicación animal, por
muy sencillos que estos sean. Tradicionalmente se mantuvo que el hombre era el único ser vivo
capaz de comunicar, pero gracias a los avances en etología de la comunicación comienza a admitirse
que «la capacidad comunicativa» es «rasgo común al mundo animal», lo que, como indica Simone,
ha complicado «mostrar cuáles son las diferencias entre las modalidades comunicativas humanas y
animales».

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Entre las especies más estudiadas al respecto se encuentran las abejas y los gibones. La abeja
de miel europea, según descubrió Von Frisch, dispone de un sistema, consistente en una danza, que
le permite comunicarse acerca de la presencia y de la situación de las fuentes de alimento. Como
explica Simone, la danza puede presentarse de dos maneras: como danza circular (cuando la fuente
de alimento está situada entre diez y cincuenta metros de la colmena) o como danza del abdomen, en
forma aproximada de ocho. En el caso de la segunda posibilidad, el número de vueltas en forma de
ocho que las abejas realizan es inversamente proporcional a la distancia de la fuente de alimento y,
además son capaces de indicar con extrema precisión la dirección hacia la fuente, a diferencia de la
danza circular. Por su parte, los gibones del norte de Tailandia están dotados de un sistema de gritos
compuesto, como mínimo, de nueve señales distintas (cuando el grupo es sorprendido por un
agresor, cuando descubren comida, etc.). Lo más característico de este sistema es la falta de
flexibilidad pues, como señalara Hockett, «cualquiera que sea realmente el número exacto de gritos
es, de todos modos, finito y reducido».
1.1.1. Propiedades comunes a todos los lenguajes
Simone ha propuesto como propiedades fundamentales de la facultad del lenguaje, en sentido
amplio, las siguientes:
1- Carácter congénito, en tanto que no resulta de un aprendizaje, «sino que “nace” con el
organismo que lo exhibe y está grabado en el patrimonio genético del individuo».
2- Relativa inmutabilidad, pues precisamente «el carácter congénito del lenguaje hace pensar
que esta facultad no se altera con el tiempo, sino que es inmutable».
3- Universalidad, pues «no podemos suponer que el lenguaje esté distribuido de diferente
manera entre los distintos núcleos de la especie humana». «El lenguaje hay que concebirlo
como algo presente de la misma manera en todos los componentes de la especie humana,
independientemente de su área geográfica y del momento histórico en el que viven».
4- No puede ser aprendido ni olvidado, «en la medida en que está “escrito” en el patrimonio
genético de la especie».
5- Indiferencia ante cualquier tipo de expresión. «Como facultad, el lenguaje se manifiesta
bajo la forma de asociaciones distintas entre expresión y contenido y es “indiferente”
respecto a qué expresión concreta se selecciona para actualizarlo».
6- Límites, pues «el lenguaje no puede actualizarse en infinitas maneras: el hombre, por
ejemplo, no puede utilizar como expresión movimientos de danza (como las abejas)».

1.1.2. Propiedades específicas del lenguaje humano


De entre todos los sistemas de caracterización del lenguaje humano que se han referido a lo largo
de las décadas (Lyons, Simone, Alonso-Cortés…), Hockett desarrolló el más complejo hasta ahora,
marcando, en un inicio, trece características específicas para el lenguaje humano, en contraposición
con otros lenguajes animales. En esta primera formulación, expone su teoría en dos artículos que
llevan por título "El origen del habla" y "Consideraciones lógicas en el estudio de la
comunicación animal", incluidos en castellano en el libro Curso de lingüística moderna (1960):
1. Vía vocal-auditiva. «En el lenguaje, las señales que se emiten consisten íntegramente en
pautas de sonido, producidas mediante movimientos del aparato respiratorio y el sector
superior digestivo». Asimismo, puntualiza Hockett que «las señales se reciben por intermedio
de los oídos, si bien, hay ocasiones en que la observación de los movimientos articulatorios
del hablante ayuda al oyente a comprender señales que podrían resultar ininteligibles por

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efecto del ruido ambiente». Añade Hockett otra consideración: «la importancia de la boca y
el oído en la vida humana se refleja en la gran representación cortical de esas dos regiones».
2. Transmisión irradiada y recepción dirigida. Una vez emitido, el sonido se mueve en todas
direcciones a partir de un punto en el que se origina, disminuyendo gradualmente en
intensidad a medida que se aleja de la fuente. Asimismo, «las señales sonoras no necesitan
por lo general incluir ninguna especificación del lugar en que se halla el animal que las
transmite: esta información la imparte la estructura física de la vía misma». Por ejemplo, un
gibón emite un grito ante el hallazgo de comida, pero no son las propiedades acústicas de tal
grito las que informan de dónde está el alimento a los demás, sino que únicamente la
localización del animal emisor puede dar esa información. Por esta razón, asegura el autor,
«todas las lenguas tienen palabras como aquí y yo, cuyas denotaciones se deben inferir a
partir de la observación de dónde está y quién es el hablante».
3. «Fading» rápido. Como consecuencia de la naturaleza física del sonido, se constata que «las
señales son evanescentes y, a menos de ser captadas en el momento justo, se pierden de
forma irrecuperable». Hockett observa, sin embargo, que «con el tiempo cualquier mensaje
está sujeto a fading: una inscripción cuneiforme de hace seis mil años puede ser legible
todavía hoy, pero en algún momento habrá de desgastarse o desintegrarse». Adoptando como
criterio «el lapso de cada generación animal», el autor considera conveniente la distinción
entre dos tipos de sistemas: sistemas registradores (cuyas señales deben recibirse en el
momento exacto en que se emiten o, de lo contrario, se pierden) y sistemas registradores
(cuyas señales pueden ser recibidas después, pues la información transmitida queda en alguna
forma almacenada, como en el caso de la escritura). Cabe señalar que en el mundo animal
desempeña un papel destacado las señales olfativas, pues, frente a las sonoras, son de fading
lento, lo que permite que después de emitida la señal, los animales puedan encontrar un
rastro.
4. Intercambiabilidad. Poseen esta propiedad todos aquellos sistemas en los cuales los
organismos participantes están capacitados para transmitir mensajes y también para
recibirlos. El hablante competente en una lengua es también oyente. Hockett encuentra este
rasgo también en la danza de las abejas (aunque no en los zánganos ni en las reinas) así como
en el grito de los gibones.

5. Retroalimentación total. Salvo excepciones patológicas, cualquier hablante oye todo lo que
dice en el momento de decirlo y esta retroalimentación auditiva se completa con la
retroalimentación cenestésica de los movimientos articulatorios.
6. Especialización. Aunque los órganos implicados en la producción del lenguaje aparecen
originalmente vinculados a otras funciones, la evolución los ha ido especializando para la
tarea lingüística, de modo que cuando se emplean en la producción y recepción del lenguaje
exhiben también un comportamiento especializado. Las actividades físicas encaminadas a la
producción verbal no desempeñan ninguna otra función biológica más que la de servir como
señales; y las ondas sonoras producidas como señales lingüísticas tampoco tienen otra
función que la de transmitir los contenidos a ellas asociados.
7. Semanticidad. Esta propiedad presupone la existencia de un vínculo, de una asociación fija y
constante entre la materialidad de un signo y aquello que este signo representa y que hace que

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al escuchar el sonido (significante) se evoque en la mente la imagen que a él va asociada
(significado).
8. Arbitrariedad (o carácter convencional). La relación entre la forma de una señal y su
significado es convencional, arbitraria, no motivada: no hay ninguna conexión natural entre
las propiedades físicas del sonido y las de la representación mental o el objeto al que dicho
sonido se asocia. La vinculación de las palabras árbol y tree con su significado no está basada
en ninguna relación natural o de semejanza entre ellas. Es cierto que en las lenguas existen
algunos elementos que guardan una cierta relación de iconicidad con aquello que designan. El
caso más claro es el de las palabras que designan sonidos, como las onomatopeyas, pero,
según el propio autor, ni siquiera las onomatopeyas se salvan de esta apreciación, pues
«incluso en ellas interviene en gran medida el elemento arbitrario» ya que cada lengua los
adapta a su peculiar sistema fónico.
9. Carácter discreto. Esta propiedad queda de manifiesto en el nivel fónico: «los fonemas de
una lengua no son sonidos sino regiones de sonidos extraídas por cuantificación del continuo
de sonidos vocales fisiológicamente posibles y en cada lengua esta cuantificación produce
diferentes repertorios discretos de fonemas». Por ejemplo, En inglés, existe un contraste
discreto entre los sonidos [d] y [ð], que permiten diferenciar dose (‘dosis’) de those
(‘aquellos’); en español, esta misma diferencia se puede observar entre las dos des de la
palabra dedo [deðo], pero para nosotros esa diferencia no es relevante.
10. Desplazamiento. Aquello a lo que se refiere un acto de comunicación puede estar alejado en
tiempo y especio del momento y lugar en que este se establece. El desplazamiento es la
capacidad de referirnos a personas y acontecimientos distintos del momento presente.
Podemos hablar del pasado y del futuro, de cosas y sucesos lejanos (por ejemplo, del cinturón
de asteroides que hay entre Marte y Júpiter, y de lo que está ocurriendo en Somalia), e
incluso de seres o eventos que no tienen existencia en la realidad (de los unicornios, por
ejemplo). Así pues, no hace falta estar en presencia de algo para poder hablar de ello.
Además, la presencia de algo no nos obliga a hablar de ello: esta característica se conoce
como libertad situacional.
11. Dualidad (o doble articulación). Las expresiones lingüísticas se articulan (es decir, pueden
descomponerse o analizarse) en unidades menores. Según Hockett, «todas las lenguas tienen
dualidad de pautamiento: una estructura cinemática, que es el sistema fonológico, y una
estructura pleremática, que es el sistema gramatical». Por ejemplo, en una frase como El
aroma de los ramos la enamoraba pueden identificarse componentes más pequeños, con
significante y significado: el, los, de, aroma, ramo, enamorar, -s, -(a)ba. Todas estas
unidades tienen forma y significado y pueden utilizarse en otras frases: Prefiere los aromas
cítricos. Esta es la primera articulación de los signos lingüísticos: se analizan en unidades
menores dotadas de forma y significado. Cada una de estas unidades, a su vez, puede
volverse a analizar o descomponer en unidades discretas menores: a-ro-m-a, d-e, e-l, etc. Son
unidades dotadas de forma pero sin significado, y constituyen la segunda articulación. Este
rasgo de diseño, exclusivo del lenguaje humano y denominado más tarde por Martinet “la
doble articulación del lenguaje”, hace que a partir de un conjunto limitado de unidades se
pueda formar un número potencialmente ilimitado de mensajes.
12. Productividad. «Un sistema de comunicación en el que es posible crear y comprender sin
dificultad mensajes nuevos es un sistema productivo». El lenguaje humano permite producir e

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interpretar mensajes que no se han producido e interpretado con anterioridad. las pautas de
combinación gramatical de cada lengua permiten a sus hablantes construir un conjunto
infinito de estructuras lingüísticas de longitud y complejidad variables. La posibilidad de
acuñar nuevas expresiones no se limita a la producción de enunciados oracionales; está
presente también en nuestra capacidad de derivar y construir nuevas palabras, que pasan a
formar parte del caudal léxico de la lengua.
13. Transmisión cultural o tradicional. Dos mecanismos biológicos, según el autor, hacen
posible que las convenciones de un sistema de comunicación se establezcan en un individuo:
el mecanismo genético (heredado de sus padres) y la tradición. De la constatación de que un
individuo al nacer no habla ninguna lengua, y de que posteriormente hablará la de las
personas que le rodean, aunque no sean sus antepasados biológicos, se derivan tres
conclusiones: 1) los genes humanos permiten la adquisición de cualquier lengua; 2) los genes
son la condición necesaria, pero no suficiente, para tal adquisición, y 3) el fenotipo humano
comprende un fuerte impulso hacia la comunicación, impulso que solo puede ser frustrado
por el aislamiento más completo: la lengua debe aprenderse.
Años más tarde, en 1968, esta primera teoría es revisada por Hockett en otro trabajo que
realiza con su discípulo Altmann y que lleva por título “Una nota sobre los rasgos de diseño”, de
1968. Incorporarán tres nuevos rasgos:
14. Prevaricación. «Los mensajes pueden ser falsos y pueden no tener ningún significado en el
sentido lógico». Este rasgo de diseño solo es posible gracias a otras tres propiedades:
semanticidad, desplazamiento y productividad. No se da, por lo demás, en sistema de
comunicación distinto al lenguaje humano.
15. Reflexividad. El rasgo de reflexividad indica la capacidad de comunicar acerca del propio
sistema de comunicación: «En una lengua es posible comunicarse acerca de la comunicación
misma». Este rasgo sí es, sin lugar a duda, exclusivo y peculiar del sistema humano.
16. Facilidad de aprendizaje. Implica que el hablante de una lengua puede aprender otra.

1.2. El signo
Según Reznikov, «el signo es un objeto material percibido sensorialmente que interviene en los
procesos cognoscitivo y comunicativo representando o sustituyendo a otro objeto o realidad» (ya
entre los antiguos se definía como ALIQUID PRO ALIQUO). El signo es, ante todo, una entidad
semiótica, significativa. Como dice Gutiérrez Ordóñez, en todo hecho significativo hay que
distinguir:
- Repraesentamen signans: debe ser perceptible por alguien, debe estar presente en el acto
comunicativo.
- Repraesentatum signatum: puede o no ser perceptible. Existe para la semiótica en tanto
ligado a un significante, en cuanto significado.
- Alguien a quien se dirija el signo.
Los dos primeros elementos deben mantener entre sí una relación de solidaridad. Como asegura
Gutiérrez Ordóñez, «los hechos lingüísticos no son evidentes por sí mismos», lo que implica que
nuestras comunicaciones son significativas. Por otra parte, en un proceso semiológico cabe distinguir
los siguientes aspectos:

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- Al menos existen dos actores: emisor y receptor.
- El signo semiológico es un signo codificado en base al conocimiento convencional de la
relación entre significante y significado.
- Se dan dos procesos: codificación y descodificación.

1.2.1. Teorías clásicas sobre el signo


La naturaleza del signo ha preocupado desde la Antigüedad. Así, por ejemplo, Platón consideraba
que los sonidos representan la realidad, las cosas que, a su vez, son reflejo de las ideas. Entre los
componentes del signo se entabla una relación de necesidad, ni arbitraria ni convencional (physei). A
decir de Plotino, igualmente, el lenguaje representa las ideas. Por el contrario, según Aristóteles, el
signo consiste en la asociación de una articulación fónica material y una representación mental
obtenida por abstracción a partir de los objetos del mundo exterior. Por lo que entre el nombre y la
significación se establece una relación arbitraria, convencional (thesei).
1.2.2. El signo lingüístico de Saussure
Como muestra el Curso de lingüística general, para Saussure el signo lingüístico está constituido
por un concepto y una imagen acústica. Se trata de dos entidades de carácter psíquico que no deben
ser identificadas con el objeto o referente y la secuencia fónica concreta. Tras cierta vacilación
terminológica, se decide finalmente por llamar significado y significante a las dos caras del signo
lingüístico. No obstante, plantea la necesidad de una consideración global de ambos planos: estos
elementos están íntimamente unidos y se requieren recíprocamente. Precisamente por el carácter
psíquico de los componentes del signo y en algunos otros factores, como la existencia de oposiciones
entre los elementos lingüísticos, basa Saussure su consideración de la lengua como forma, no como
sustancia.
Según Gutiérrez Ordóñez, la gran aportación de Saussure fue la definición del signo como
unidad de valor. No en vano, en el signo se entrecruzan dos dimensiones funcionales: la dimensión
semiótica (que une significante y significado) y la dimensión estructural (el signo y sus componentes
se insertan en conjuntos de elementos de su misma naturaleza con los que mantienen relaciones
opositivas en el sistema y contrastivas en el decurso).
Este autor añade, además, otra dimensión que no consideró el maestro ginebrino: la
dimensión combinatoria o sintagmática. En el decurso no todo signo puede combinarse con cualquier
otro. En este marco, introduce la consideración de la dimensión valencia:
- Valencia semántica: la posibilidad o imposibilidad combinatoria. Por ejemplo, rebuznar solo
puede combinarse con burro (salvo que estemos hablando en sentido jocoso o irónico).
- Valencia sintáctica: libro puede funcionar como sujeto de una oración, pero contra o y no.
- Valencia formal: las posibilidades combinatorias son imputables a hechos puramente
formales, fonológicos o morfológicos.

1.2.2.I. Características del signo lingüístico de Saussure


Saussure destacó tres características esenciales en el signo lingüístico:
1) Arbitrariedad: «el lazo que une el significante al significado es arbitrario». Benveniste
puntualizó que habría que introducir en el razonamiento saussureano un tercer elemento, la
cosa, considerado por el ginebrino como realidad extralingüística, al igual que el sonido. Sin

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embargo, según el primero, lo que supone la arbitrariedad es que un signo determinado, y no
otro, sea aplicado a tal cosa o elemento de la realidad.
2) Linealidad: «el significante, por ser de naturaleza auditiva, se desarrolla solo en el tiempo y
tiene los caracteres que toma del tiempo: a) representa una extensión, y b) esa extensión es
mensurable en una sola dimensión, es decir, es una línea».
3) Inmutabilidad y mutabilidad del signo: en cuanto a la inmutabilidad «si, en relación con la
idea que representa, el significante aparece como libremente elegido, en relación con la
comunidad lingüística que lo emplea, no es libre, es impuesto. La masa social no es
consultada y el significante escogido por esa lengua no puede ser reemplazado por otro». Sin
embargo, «el tiempo posee otro efecto contradictorio en apariencia con el primero: el de
alterar más o menos rápidamente los signos lingüísticos».
1.2.3. El signo según Hjelmslev
Hjelmslev, en sus Principios de Gramática General (1928), mantiene una concepción del signo
aún ligada a la de Saussure, por ejemplo, en su carácter biplánico y en la índole psíquica de los
componentes. Se advierten, eso sí, algunos rasgos determinantes en su formulación posterior, como
la importancia concedida al concepto de forma o la introducción del concepto de imagen gramatical.
Más tarde, en sus Prolegómenos a una teoría del lenguaje (1943), propone su conocida
concepción del signo, diferenciando el plano de la expresión y el plano del contenido. Siguiendo la
consideración de la lengua como forma y no como sustancia, diferencia en cada uno de estos planos
una forma y una sustancia. Así, el plano de la expresión tendría una forma (cenemática) y una
sustancia (fonética) y el plano del contenido también se compondría de una forma (pleremática) y
una sustancia (semántica). En cualquier caso, como en Saussure, Hjelmslev defiende que expresión y
contenido no tienen existencia propia, sino que es la función, la relación existente entre ambos
planos, lo único que puede definirlos.
1.2.4. Concepciones triangulares del signo
Ya con los estoicos, el signo comienza a representarse conceptualmente como un triángulo: lo
significado, lo que significa y el objeto (dos de estos elementos, palabra y objeto, son realidades
corpóreas, mientras que la cosa significada es incorpórea). San Agustín también distingue tres
partes: verbum, decibile y res. Asimismo, lo más notable es la difusión que han tenido las
concepciones triangulares del signo; Ogden y Richards, desde una perspectiva psicologista,
distinguen pensamiento, símbolo y referente; Ullmann, en una concepción más aplicada a la
lingüística, distingue sentido, nombre y cosa y, por último, Baldinger adapta aún más la
terminología saussureana al triángulo, diferenciando significado, significante y realidad o cosa.
1.2.5. Otras concepciones del signo
Finalmente, Heger ha propuesto un trapecio en sustitución al triángulo para dar cuenta de la
estructura del signo, cuyos componentes serían los siguientes: sustancia de la expresión, significante,
monema, significado, semema, norma/sema y realidad. Entre los aspectos más destacados de su
propuesta se encuentra la redefinición de las unidades del plano del contenido, pues para él no es lo
mismo significado (contenido o conjunto de contenidos manifestados por el significante) que
semema (variante combinatoria del significado). Por ejemplo, el significado de bote es el conjunto de
sentidos recogidos en el diccionario, a saber, ‘acto de botar’, ‘lata’, ‘lancha pequeña’; mientras que
cada uno de estos sentidos es un semema.

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1.2.6. Clasificación de los signos
Sin duda, la clasificación más conocida es la Peirce:
- Índice (síntoma o indicio en la lingüística europea). «Es un signo que perdería
inmediatamente el carácter que lo convierte en signo si su objeto fuese suprimido». Por
ejemplo, una puerta con el orificio de un balazo es un índice, porque, según Peirce, «sin el
disparo, no habría orificio». No existe en ellos intención comunicativa; la transmisión de
información es involuntaria.
- Icono (símbolo en la lingüística europea). Es según el autor, un signo no arbitrario. Tiene una
relación directa de semejanza formal con el objeto que representa. Por ejemplo: retratos,
pinturas, mapas, etc.
- Símbolo (signo en la lingüística europea). «es un signo que perdería el carácter que lo hace
signo si no hubiese algún intérprete». Se trata de una asociación convencional de dos caras y
hay en él una transmisión voluntaria de información.
Por su parte, Ullmann, delimita dos grandes grupos de signos: 1) símbolos no lingüísticos (como
los gestos, las señales, luces de tráfico, banderas, etc.) y 2) el lenguaje mismo (tanto hablado como
escrito y todos sus derivativos: taquigrafía, código morse, alfabetos de sordomudos, braille, etc.).
1.3. Las funciones del lenguaje
Han sido varios los lingüistas que han señalado cuáles son las funciones del lenguaje. Según Bühler,
en su Teoría del lenguaje (1934), destacan tres funciones:
- Función apelativa. Asociada al receptor, es la finalidad del lenguaje cuando se usa para dirigir
o atraer la atención del oyente. Equivale a la señal.
- Función expresiva. Asociada al emisor, es la finalidad cuando se usa para que el hablante
manifieste su estado psíquico. Equivale al síntoma.
- Función representativa. Asociada al mensaje, es la finalidad del lenguaje cuando se usa para
transmitir un contenido. Equivale al símbolo.
Por su parte, Jakobson parte «de los factores que constituyen el hecho discursivo». Cada uno de
estos factores determina una función diferente del lenguaje. Ahora bien, no es nada frecuente que a
un mensaje corresponda una única función; lo normal es que se den varias funciones, alguna de las
cuales, eso sí, de manera predominante:
- Función referencial: asociada al contexto.
- Función emotiva o expresiva: centrada en el emisor apunta a una expresión directa de la
actitud del hablante ante aquello de lo que está hablando.
- Función conativa, orientada hacia el destinatario, halla su más pura expresión gramatical en
el vocativo y el imperativo.
- Función fática: sirve para establecer, prolongar o interrumpir la comunicación, para
cerciorarse de que el canal funciona, para llamar la atención del interlocutor o para confirmar
si su atención se mantiene. Está orientada hacia el contacto.
- Función metalingüística: cuando el emisor y/o el destinatario quieren confirmar que están
usando el mismo código o el discurso se centra en el código mismo.
- Función poética: es la orientación hacia el mensaje. No obstante, cualquier intento por
reducir la esfera de la función poética a la expresión literaria, sería una simplificación
engañosa.

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Por último, cabe señalar el paradigma de Halliday. Para este autor, se distinguen tres:
- Función experiencial (o ideacional). «el lenguaje sirve para la expresión del contenido, es
decir, de la experiencia que el hablante tiene del mundo real».
- Función interpersonal, pues permite «establecer y mantener relaciones sociales» así como la
expresión de los roles comunicativos.
- Función textual. Gracias a esta función, según Halliday, «el oyente o lector puede distinguir
un texto de un conjunto de oraciones agrupadas al azar».

2. COMPETENCIA LINGÜÍSTICA Y COMPETENCIA COMUNICATIVA


2.1. Competencia lingüística

En 1957 Chomsky publica Estructuras sintácticas, obra que introduce un nuevo modelo en la
lingüística científica. En esta obra, Chomsky desecha cualquier consideración del lenguaje y de las
lenguas que tenga un soporte material de carácter social. Por el contrario, se inclina por una visión
basada en el carácter mental del fenómeno lingüístico. Para él, el objeto de la ciencia lingüística es la
competencia lingüística (competence), que se define como el conocimiento, generalmente
inconsciente, que tiene un hablante-oyente ideal de su lengua nativa. Opuesto a la competencia está
el concepto de actuación (performance), que es la puesta en práctica de esa competencia, en actos
lingüísticos concretos. El concepto de competencia equivale, por tanto, a capacidad o facultad mental
y es innato en el individuo, de manera que todos los hablantes tienen la misma competencia
lingüística de su lengua materna.

Además del carácter interior e inconsciente, la competencia es también limitada, ya que no


abarca todos los fenómenos lingüísticos. Según el autor norteamericano, son cuatro los
conocimientos que posee el hablante en virtud de la competencia lingüística:

1. Capacidad para emitir juicios de gramaticalidad/agramaticalidad: los hablantes son capaces de


identificar qué oraciones están bien construidas desde el punto de vista gramatical y cuáles no lo
están.
2. En virtud de la competencia lingüística se pueden detectar también ambigüedades bajo oraciones
que comparten la misma forma, pero bajo la cual subyacen dos significados diferentes. Esa
ambigüedad puede ser léxica o estructural.
3. De manera opuesta, también permite identificar significados idénticos bajo formas estructurales
distintas.
4. Finalmente, todos los hablantes pueden detectar relaciones de correferencialidad entre nombres y
pronombres en una lengua.

2.2. La competencia comunicativa

Ahora bien, la competencia del hablante no solo es lingüística, sino que también es comunicativa:
es la capacidad que nos permite adecuar nuestro comportamiento lingüístico y extralingüístico a una
determinada situación comunicativa. Hymes introdujo este término para referirse al conocimiento y a
la capacidad de una persona para utilizar todos los sistemas semióticos a su disposición como
miembro de una comunidad. En este sentido, la competencia lingüística sería una parte de la
competencia comunicativa. En la propuesta de Lyons, la competencia comunicativa habría de incluir,
en primer lugar, las implicaturas conversacionales de Grice en cuanto a «principios lógicos
universales y de las condiciones generales de adecuación» y, en segundo lugar, se trata de conocer
qué determina dentro del sistema lingüístico, según los contextos concretos, la elección entre varias
opciones fonológicas, gramaticales y léxicas.

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2.2.1. Las ‘implicaturas conversacionales’ de Grice

Grice se ocupó, principalmente, de estudiar qué principios regulan la interpretación de los


enunciados. Su aportación más conocida ha sido la de las máximas o principios no normativos
tácitamente los participantes en una conversación. Estas máximas son subsumidas por el principio de
cooperación, cuyo incumplimiento puede ser sancionado socialmente. Las cuatro categorías son las
siguientes:

- Cantidad: relacionada con la cantidad de información. Comprende, a su vez, que su


contribución sea todo lo informativa que se requiera pero que su contribución no sea más
informativa de lo necesario.
- Cualidad. Se trata de la máxima por la que se intenta que la contribución del hablante sea
verdadera: «no diga algo que crea falso», «no diga algo de lo que no tenga pruebas».
- Relación. «Diga cosas relevantes».
- Modalidad. Está relacionada con el modo de decir las cosas: «sea claro», «evite la oscuridad
de expresión y la ambigüedad» y «sea breve y ordenado».

Existen diferentes modos de vulnerar o incumplir las máximas:

- Violación encubierta: puede inducir a error a los interlocutores y, por tanto, llevar a engaño
bajo responsabilidad del emisor.
- Supresión abierta de las máximas: el diálogo queda roto, pues el interlocutor se niega a
colaborar («no puedo decir más»).
- Conflicto entre el cumplimiento de las máximas, que obliga a elegir una en detrimento de las
otras. Por ejemplo, no se puede dar toda la información requerida porque no se tienen pruebas
de veracidad.
- Incumplimiento o violación abierta de una de las máximas: implica el desprecio de una de las
máximas.

Otra distinción fundamental en Grice atañe a la que se establece entre «lo que se dice» y «lo
que se comunica». Lo primero viene a corresponderse con el contenido proposicional del enunciado,
mientras que lo segundo se refiere a la información transmitida de manera implícita: la implicatura.
Así con el enunciado «hace frío aquí» se puede interpretar que «se dé más fuerza a la calefacción»: el
hablante comunica más de lo que afirma. Las implicaturas son de dos tipos: convencionales
(derivadas directamente del significado de las palabras) o no convencionales (derivadas de criterios
muy variados). Estas últimas, además, se dividen en conversaciones y no conversacionales, según si
se encuentran vinculadas con el principio de cooperación y las máximas o si los principios que ponen
en funcionamiento son de naturaleza estética, social o moral. Las que verdaderamente interesan a
Grice serán las conversacionales, entre las que distingue las generalizadas (no dependientes del
contexto) de las particularizadas (dependientes del contexto).

2.2.2. Tipos de conocimiento que intervienen en la adecuación situacional de los


enunciados

Según Lyons, lo más complicado a la hora de analizar la competencia comunicativa es la


determinación del tipo de conocimiento que el individuo debe dominar para emitir e interpretar
correctamente los enunciados adecuándolos al contexto. Estos conocimientos son mucho más
complejos que las reglas fonológicas y gramaticales de la lengua. Entre ellos se encuentran:

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- La adecuación a la situación espacio-temporal, que impide que se empleen saludos de forma
incorrecta, por ejemplo.
- El grado de formalidad, que consiste en adecuar el código a la situación en que se emplee
(por ejemplo, utilizar un registro coloquial en una conversación entre amigos y uno más
formal en el trabajo).
- Otro tipo de conocimiento es el medio, elemento que influye en la elección de un registro
determinado por parte del hablante. Por regla general, solemos decir que la lengua oral utiliza
un registro más coloquial y la escrita, uno más formal.
- Finalmente, Lyons alude a un tipo de conocimiento que permite adecuar las enunciaciones al
contenido del discurso, el dominio. El hablante selecciona un registro teniendo en cuenta
dicho elemento. Así, dependiendo del tema que trate se mostrará irónico, reservado,
entusiasta…

3. BIBLIOGRAFÍA

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BÜHLER, K. (1979). Teoría del lenguaje. Madrid: Revista de Occidente.
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