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Ello conlleva a que se conciba a la nulidad como una de las categorías concretas
de invalidez que afectan a esos actos y que se caracterizan por los vicios que la
originan así como por sus efectos particulares que produce que la distinguen de
otras modalidades de invalidez (Ejm de la definición de Maurino de nulidad
procesal “es el estado de anormalidad del acto procesal, originado en la carencia
de algunos de sus elementos constitutivos, o en vicios existentes sobre ellos, que
potencialmente lo coloca en situación de ser declarado judicialmente invalido”.
Este modo de concebir la nulidad traslada al campo procesal los conceptos del
derecho privado sobre nulidades.
Cavani critica que este modo de concebir a la nulidad procesal como un modo de
ser del acto impide que se pueda construir un sistema de nulidad procesal y se
tenga que ir al estudio de acto por acto procesal para poder determinar cuándo
un acto procesal sería nulo, también critica esta teoría ya que el concepto de
Maurino sobre nulidad, tiene el error conceptual de no diferenciar entre el acto
viciado y el acto nulo. Y si ello fuera así, y si el acto nulo preexiste a la declaración
judicial de invalidez, ¿qué sucede con dicho acto después de ésta? Según Cavani,
ello no hay forma de saberlo porque Maurino restringe la nulidad a un mero
“estado de anormalidad”, cuya presencia se da siempre antes de la decisión de
juez, jamás después.
2.1.2 La nulidad como categoría extrínseca al acto: Otros autores han descrito a la
nulidad como algo distinto a un defecto de los actos procesales y ha sido definida
como una sanción (como una consecuencia prevista en la ley para los actos
procesales que presenten desajustes importantes con el modelo normativo).
● Esta teoría reconoce que no cualquier desajuste se hace merecedor de
esa sanción, sino que, queda reservada a los desajustes más graves y sólo
sería aplicable a las normas imperativas.
● Esta teoría no hace más que un sutil cambio respecto a la primera teoría,
lo único que hace es resaltar la importancia del concepto de nulidad
procesal al segundo de los elementos de la primera teoría.
● Alsina acogió este concepto de nulidad y para él la nulidad “es la sanción
por la cual la ley priva a un acto jurídico de sus efectos normales cuando
en su ejecución no se han guardado las formas prescriptas para ello”.
● Vergé Grau define a la nulidad como “la sanción que la Ley aplica al acto
procesal al que le falta algún requisito considerado indispensable,
privándole de los efectos a que estaba destinado”.
● Un modelo intermedio dentro de esta teoría es el que otorga Morón
Palomino, quien no concibe a la nulidad procesal como sanción y centra el
concepto de nulidad en las normas procesales, de modo que la nulidad
pasa a ser una consecuencia lógica que la ley prevé para supuestos de
inobservancia de las formas, consistente en privar a los actos afectados de
sus efectos normales.
● Para Martín de La Leona Espinosa la nulidad funcionará como sanción que
la norma legal prevé para el acto viciado, por la cual le priva de su eficacia
normal, o como consecuencia lógica del incumplimiento de los requisitos
a que la ley liga determinados efectos, dependiendo de los valores que
quiera fomentar. Lo interesante de las anteriores definiciones era
observar cómo se produce un desplazamiento del centro de gravedad de
la nulidad del acto procesal a la ley procesal, lo destacable de esta última
es que permite apreciar la trascendencia que tiene el fundamento
valorativo, que reclamamos para la nulidad.
Pero, ¿es realmente la nulidad una sanción? Para resolver esa pregunta Cavani se vale
exclusivamente del concepto de sanción, y para ello acude a la teoría general del Derecho, y
citando a Hart distingue, normas cuyo incumplimiento genera una infracción, una transgresión
de un deber o un ilícito.
● Hay ilícito si, por ejemplo, nos encontramos frente a normas penales, en cuyo caso ese
ilícito sería un delito. Sin embargo, hay otro tipo de normas jurídicas que no
presuponen la exigencia del cumplimiento de un deber –y por ello, tampoco se prevé
una sanción-. Estas normas jurídicas tienen presencia en distintos ámbitos jurídicos,
como en el Derecho privado, donde los sujetos tienen libertad para autorregular sus
intereses, como los contratos, el matrimonio, el testamento.
● Así, se puede decir que hay dos tipos de normas, las primeras, imponen deberes de
conducta y su violación produce la imposición de una sanción; las segundas establecen
medios para cumplir las primeras, e incluso, para crearlas ya que confieren al individuo
facultades para ello. A este segundo tipo de normas se les llama potestativas, cuya
estructura formal es distinta a las que imponen deberes: el no acatamiento de estas se
encuentra en el plano antijurídico (de ahí se justifica la sanción), mientras las otras
habitan en el mundo de la libertad. Es un gran error pensar que todas las normas
jurídicas entrañan deberes, y, por tanto, su incumplimiento, sanciones.
● Cavani hace notar que el perjuicio que la nulidad trae es, que el acto realizado no surta
los efectos que el sujeto quiso, pero no es este el tipo de “perjuicio” el que trae
consigo una sanción. Así, cuando se afirma que la nulidad es perjudicial, hace alusión a
las consecuencias concretas y reales que trae para las partes en el proceso y para el
proceso mismo. “Jurídicamente el concepto de nulidad es totalmente neutro, esto es,
no representa de por sí ningún perjuicio o beneficio, sino una crítica a la acción llevada
a cabo incorrectamente y, por ello, incapaz de producir el efecto que la norma le
asigna”. De lo expuesto se desprende que la nulidad no es una sanción, sino una
consecuencia jurídica decretada únicamente por el juez a partir de un acto viciado; es
decir expresa “la inidoneidad de alguna acción para poder alcanzar las consecuencias
jurídicas que se propuso el agente como fin.
Entonces trasladando lo anterior, al tema que nos ocupa, dentro de un proceso civil ¿el juez o
las partes tienen el deber de realizar los actos a su cargo en forma válida? ni el juez ni las
partes tienen algún tipo de deber jurídico de cumplir con las normas que imponen una
determinada forma de realización de los actos procesales. No cabe duda de que tanto el juez
como los auxiliares son pasibles de ser sancionados por el órgano de control. De ahí que
alguien podría concluir que las normas de validez de los actos (como la motivación de las
resoluciones), sí pueden acarrear una sanción. Sin embargo, esa posición se desbarata por sí
sola pues la sanción prevista es precisamente la disciplinaria, sea esta una amonestación, una
de tipo pecuniario o incluso, la destitución, pero no la nulidad de una sentencia.
2.1.3 La nulidad como medio impugnatorio: Esta teoría ha sido desarrollada en sede
nacional, a partir de la diferenciación que hace el legislador peruano entre
remedios (se impugna un acto jurídico procesal no contenido en una resolución) y
recursos (se ataca un acto jurídico procesal contenido en una resolución.
● Siguiendo el desarrollo de esta teoría, en nuestro país la nulidad sería en
ocasiones un remedio y en otras un recurso, según las circunstancias y
requisitos, la nulidad podría tomar cualquiera de esas dos formas.
● Cavani considera que esta concepción nace del uso reiterado que la
práctica forense hace del término “nulidad”. Así, según ese uso, se
acostumbra hablar de “formular una nulidad”, de “un acto nulo” y de
“declarar una nulidad”.
● Se comparte la crítica que este autor hace de esta teoría porque
identificar a la nulidad como un medio de ataque de los actos procesales
viciados es un grave error teórico, porque, aplicando esta teoría, la nulidad
sería un acto procesal, perdiéndose así la esencia de la nulidad, no se
percibe su verdadero fenómeno dentro del proceso, que se da a través de
una declaración judicial destinada a suprimir los efectos del acto viciado.
● Concluye Cavani que esta teoría carece de carácter científico, pues además
de formularse únicamente atendiendo a la legislación nacional, se habla
de nulidad como medio impugnatorio, cuando a lo que realmente se
quiere aludir es al pedido de nulidad. Como se desprende fácilmente de su
denominación, a través del pedido de nulidad, se pide una nulidad, una
declaración de nulidad, y por ello esta categoría no puede ser confundida
con la nulidad.
2.1.4 La nulidad como instrumento procesal: Esta teoría comprende la nulidad desde
una perspectiva procesal, como una técnica procesal.
● El profesor Santamaría Pastor es el propulsor de esta teoría en España, y
para él la nulidad es una categoría procesal necesaria que comprende la
totalidad de las reglas constitutivas del tratamiento procesal de los vicios
que aquejan a los actos jurídico, ya antes la había desarrollado Japiot en
Francia.
● Hernández Galilea también considera a la nulidad procesal como una
técnica procesal “dirigida a la privación de efectos producidos- o cuya
producción se pretende- por actos en cuya realización se hayan cometido
infracciones que el ordenamiento considere dignas de tal protección”,
para este autor la nulidad es una categoría jurídico positiva, es decir una
creación del ordenamiento jurídico que presupone una confrontación
entre un acto jurídico y una norma invalidante, la valoración de la posible
discordancia y, como consecuencia, la privación de protección a ese acto,
esto es, la privación de sus efectos.
● Para esta teoría la nulidad procesal es un instrumento que tiene como
finalidad última la protección de un proceso con todas las garantías, es
decir un debido proceso. Si el mérito de las teorías de la nulidad como
categoría extrínseca al acto radicaba en haber desplazado la atención del
acto a la ley procesal, en las teorías que conciben la nulidad como una
técnica instrumental de protección se acrecienta más ese desplazamiento
y se aprecia con nitidez la trascendencia que tiene, para la articulación
legal concreta de la nulidad, el fundamento valorativo que se atribuya a la
misma.
● Es este fundamento valorativo el que permite adecuar el funcionamiento
de la nulidad a las necesidades concretas del ordenamiento jurídico en
cuestión, dotando a la nulidad de una flexibilización operativa, muy
necesaria cuanto se trata de resolver supuestos atípicos. Para que el
proceso pueda cumplir con sus fines, ha instituido la nulidad procesal y sus
técnicas, con la idea de valerse de aquélla sólo cuando sea absolutamente
necesario, y para esto se recurre a ellas: para evitar en cuanto sea posible,
la nulidad. De ahí que sea muy importante que estas técnicas se
encuentren correctamente configuradas de manera que constituyan un
verdadero apoyo para que el juez decida adecuadamente en qué
circunstancia debe o no decretar una nulidad.
CAPÍTULO II
LA PECULIARIDAD DE LOS ACTOS PROCESALES
1. IDEAS PRELIMINARES:
● Una cuestión es construir una teoría de la nulidad procesal asentada sobre los
defectos estructurales de los actos procesales y sobre las consecuencias que
estos defectos provocan en el plano de su eficacia, plano que en este trabajo
se rechaza; y otra cuestión distinta es reconocer la importancia que los actos
procesales tienen para la nulidad (importancia es la que justifica que se aborde
el estudio del acto procesal, y de hecho, el acto procesal forma parte de
cualquier manual de Derecho procesal).
● La primera cuestión se rechaza por dos razones: la principal es que, si se deja
de considerar a la nulidad en sí, como “algo” que se proyecta sobre los actos
procesales, y se la trata como a algo intrínseco al acto, dependiente de él
(postura tradicional), pero que aquí no se comparte por considerar que la
nulidad, sin llegar a ser una realidad independiente del acto procesal, puesto
que se proyecta sobre él, sí es exterior al mismo.
● La razón secundaria -aunque no se comparta ese punto de vista sobre la
nulidad procesal-, sí sería interesante aprovechar la caracterización que realiza
del acto procesal puesto que, como la nulidad requiere la existencia de un acto
procesal, supondría un gran avance el contar con una teoría procesal de estos
actos. Pero el problema radica en que algunos puntos de esta elaboración
doctrinal han de ser depurados con cuidado, puesto que se ven afectados por
los defectos metodológicos en que se ha incurrido en su elaboración. No se ha
tomado como punto de referencia una teoría general de los actos jurídicos que
aglutine los elementos comunes a los mismos, puesto que no existe esta teoría
como tal, sino una ficción de la misma, ya que se tiene por tal, lo que no es
sino una teoría de los actos jurídicos civiles que se asienta, fundamentalmente,
en la estructura y características propias del negocio jurídico en general y del
contrato en particular y que nació para responder a unas necesidades
socioeconómicas muy concretas.
● La nulidad presupone la existencia de un acto procesal sobre el que
proyectarse, necesita confrontar el acto con la norma que le sirve de modelo,
comprobar las irregularidades en que incurre, sus consecuencias y el modo de
actuarlas. Esta importancia es la que justifica que se aborde el estudio del acto
procesal.
● La doctrina suele definir el acto procesal partiendo de la idea de que se trata
de un acto jurídico y buscando aquellos rasgos que lo individualizan frente a
éste. Por ejemplo, Guasp Delgado, define al acto jurídico procesal, partiendo
del concepto de acto jurídico, “acaecimiento caracterizado por la intervención
de la voluntad humana, por el cual se crea, modifica o extingue una relación
jurídica”, a partir de ese concepto se obtiene la de acto jurídico procesal
añadiendo a la definición anterior que la relación jurídica afectada es una de
las que componen la institución procesal. Para este autor lo que caracteriza a
un acto como procesal es su tendencia a producir de manera directa e
inmediata efectos sobre un proceso judicial. Pero éste no es el único criterio
que existe para individualizar los actos procesales, sino que algunos autores lo
emplean en conjunción con otros, de manera que sólo los actos que reúnan
estos caracteres podrán reputarse como procesales. Entre estos criterios
destacan que el acto esté regulado por la ley procesal, su realización por los
sujetos del proceso, etc.
● Cualquiera de los conceptos a que dan lugar las combinaciones de los
anteriores criterios es perfectamente razonable y defendible, con el límite de
no llegar a un concepto excesivamente amplio ni demasiado estricto de acto
procesal, que desvirtúe lo que constituye su peculiaridad máxima e
indiscutible: ser un acto del proceso.
● Hay otro sector de la doctrina procesal que no le parece correcto afirmar que
los actos procesales son “especies” de los actos jurídicos, entendidos en su
sentido técnico. En nuestro país, destaca dentro de esta postura Cavani, sus
razones son diversas:
a) Los actos procesales, al encontrarse insertos en un
procedimiento, responden a una dinámica totalmente distinta y
son incapaces de producir efectos autónomos de la forma como
sucede con los negocios jurídicos privados.
● Hernández Galilea manifiesta que gran parte de los problemas que existen respecto a
los presupuestos procesales obedecen a una doble causa: la indeterminación de lo que
debe ser considerado como presupuesto procesal, y porque no se sabe respecto a qué
elemento adquieren la condición de presupuestos; se encuentran mutuamente
condicionados porque la determinación de los presupuestos exigiría, un concepto de
presupuestos procesales. Pero ese tratamiento marginal vinculado generalmente a la
ineficacia hace que, en el momento actual sea una tarea imposible tratar de definir lo
que deba entenderse por presupuestos procesales. Por lo general, la doctrina sostiene
una noción ambivalente: como presupuesto del acto procesal y como presupuesto de
la sentencia de fondo. La doctrina peruana los define como “los requisitos ineludibles
para que se genere una relación procesal válida y para que, por consiguiente, exista
proceso válido”
● Pero esa postura ambivalente confunde entre validez y eficacia.
● Para la mayoría de la doctrina, los distintos actos que integran el proceso son actos
jurídicos, pues se tratan de actos provenientes de la voluntad humana y de su
realización se derivan consecuencias y efectos jurídicos. Al considerar el acto procesal
como un acto jurídico, se aplican al mismo, nociones extraídas directamente del
campo civil.
● Martín de la Leona señala que de los elementos civiles utilizados por la doctrina para
conceptuar el acto procesal destacan: la participación de la voluntad humana, el sujeto
que lo lleva a efecto y el objeto al que viene referido.
2) El segundo de los elementos del acto procesal viene determinado por el sujeto
que lo realiza: la posibilidad de actuación procesal viene atribuida principalmente
a las partes y al órgano jurisdiccional, aunque esta facultad se podría ampliar en
algunos casos a los auxiliares y colaboradores de ambos, y, en ocasiones, también
a los terceros que puedan intervenir en el proceso.
3) Otro de los criterios válidos para atribuir carácter procesal a un acto es el objeto sobre el
que recae: son actos procesales todos aquellos que se realizan dentro de un proceso, aunque
es evidente que hay determinadas circunstancias que se producen fuera de la esfera del
proceso (como el fallecimiento de una de las partes) que tienen influencia indudable en él. En
este sentido, cabría un criterio más amplio por el cual la procesalidad del acto vendría
determinada por su influencia en el proceso, independientemente del ámbito en el que se
haya producido.
Otra cuestión es la necesidad o no de que los actos procesales, para poseer tal carácter, hayan
de producir sus efectos en el proceso de manera directa e inmediata. Acerca de esta cuestión,
se concluye que, únicamente pueden considerarse como actos procesales aquellos cuyos
efectos se perciban directa e inmediatamente en el proceso, sin que sea necesario que dichos
efectos se produzcan siempre de manera efectiva y concreta en el mismo, de modo que
resulta suficiente con que el acto realizado tienda a producir sus efectos en el contexto propio
del proceso. Se trata de una condición de validez y no de eficacia de los actos procesales; en
esta matización, Martín de la Leona tiene en cuenta la diferencia entre validez y eficacia.
Una cuestión es construir una teoría de la nulidad procesal asentada sobre los defectos
estructurales de los actos procesales y sobre las consecuencias que estos defectos provocan en
el plano de su eficacia, perspectiva que aquí se rechaza, y cuestión distinta es reconocer la
importancia que los actos procesales tienen para la nulidad. Y ello porque la nulidad
presupone la existencia de un acto procesal sobre el que proyectarse; es decir, se necesita
confrontar el acto con la norma que le sirve de modelo, comprobar las irregularidades en que
incurre, sus consecuencias y el modo de actuarlas.
Galeno Lacerda parte de la diferenciación de las normas –según su función teleológica, esto es,
de su finalidad-entre las que tutelan el interés público y aquellas que protegen el interés
privado o de parte. En ese sentido hay vicios que producen nulidades absolutas, por violarse el
primer tipo de normas; y vicios que generan nulidades relativas y anulabilidades por
contravenir normas dictadas en interés de la parte. Las nulidades absolutas son insubsanables
y se decretan de oficio, pero cualquiera de las partes puede invocarlas. Por otro lado, para
distinguir la nulidad relativa de la anulabilidad, Galeno Lacerda recurre al criterio de la
naturaleza de la norma. Así, la nulidad relativa se produce cuando se contraviene una norma
imperativa (ius cogens), mientras que la anulabilidad se produce al violar una norma
dispositiva. ¿Y cómo se manifiesta esta diferencia en la práctica? En el caso de la nulidad
relativa, el juez puede decretarla de oficio, pero como la norma violada tutela el interés de la
parte perjudicada, es posible que ésta lo subsane. Por el contrario, la anulabilidad únicamente
puede ser decretada cuando la norma perjudicada así lo solicita, dado que la norma violada es
una de tipo dispositivo. Cavani se muestra crítica a la postura de Lacerda. En primer lugar,
considera discutible el punto de partida de la teoría de Lacerda, al diferenciar la nulidad
absoluta de la relativa según la afectación de normas procesales que protegen un interés
público o un interés privado. Ello porque es muy difícil encontrar normas procesales que
protejan exclusivamente el interés particular. Lo máximo que podría intentarse es determinar
en qué casos el interés público es preponderante sobre el interés privado y viceversa.
Hay otra categoría que también ha sido acogida por la doctrina procesal, acogiendo el criterio
de la conminación de la nulidad, que establece que habrá nulidad si es que la consecuencia
está expresamente prevista en la ley; por el contrario, si no hay previsión expresa, entonces no
hay nulidad. Sin embargo, es más aceptado vincular este criterio con la clásica división entre
nulidad absoluta y relativa, por cuanto no todas las “nulidades conminadas” son absolutas,
mientras que ninguna de las nulidades relativas es conminada.
Líneas arriba se ha visto que Hernández Galilea había aludido a la necesaria distinción entre
validez y eficacia como modo de acercamiento al funcionamiento real de la nulidad. La eficacia
jurídica no es más que la producción de efectos por el acto, la cual está fundamentada en la
apariencia de juridicidad.
● Todo lo anterior puede aportar alguna luz sobre la regulación de la nulidad establecida
en el CPC y la LOPJ.
● Algunos autores entienden que las categorías tradicionales permanecen
implícitamente en las regulaciones legales positivas. Se trata, sin duda, de un intento
meritorio de clarificar la ley.
● ante la dificultad de adaptar la LOPJ y el CPC al esquema tradicionalmente aceptado,
cabe preguntarse si no será más conveniente realizar la operación inversa: es decir
adaptar el esquema sistemático de las nulidades procesales al de la norma. No cabe
duda de que ese es el camino más fructífero, con independencia de las críticas que la
regulación legal pueda merecer.
● Se considera que tratar de interpretar el CPC encasillándolo en las antiguas categorías
de ineficacia, aparte de no contribuir a clarificar el tema, supone desaprovechar una
oportunidad única, para estudiar la ineficacia procesal desde una perspectiva
exclusivamente procesal. No se puede, por ello, sentir decepción al no encontrar en la
LOPJ y en el CPC las categorías tradicionales de ineficacia.
● A pesar de ello, no puede decirse que la regulación del CPC haya supuesto una ruptura
con dichas clasificaciones. Al contrario, puede entenderse que ha tenido en cuenta los
criterios que tanto la doctrina como la jurisprudencia han aportado los últimos años. Sí
abandona, en cambio, la sistemática tradicional, basada en la doctrina iusprivatista y
tan escasamente uniforme, aunque sólo sea desde el punto de vista terminológico.