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Antropología Filosófica

DERECHO 12/30/99

Los apetitos sensibles y los sentimientos

1. Noción de apetito
En la filosofía clásica, el apetito natural es una tendencia o inclinación por la cual un ser
se dirige a aquello que le es conveniente a su naturaleza. En cierta manera, también en
los seres desprovistos de conocimiento se da una inclinación natural, que deriva de su forma
natural y se llama precisamente apetito natural. Se trata de una tendencia intrínseca e
impresa en la naturaleza misma del ser vivo hacia la propia perfección , hacia todo que aquello
que haga posible su auto conservación, hacia lo que le conviene a su ser. Cuando el apetito
natural no involucra al conocimiento se trata sólo la inclinación de su naturaleza.
En el animal y en el ser humano, el apetito sensible a diferencia del simple apetito natural,
supone el conocimiento, se despierta con él; entonces se habla de apetito elícito. Los
animales y los seres humanos pueden conocer formas sensibles gracias a que poseen
sentidos. El apetito elícito es una tendencia que sigue al conocimiento (a la posesión
cognoscitiva de una forma). Este apetito nace precisamente a raíz del conocimiento
inclinándose hacia los bienes conocidos. Sin embargo, en el hombre el conocimiento es
además de sensible también intelectual y por tanto tiene no sólo una apetición sensible
sino que gracias a la inteligencia puede acceder a realidades más altas que las
meramente sensibles, por lo que su voluntad puede adherirse a dichos bienes captados
por la inteligencia.
Toda tendencia se despierta por el conocimiento, si éste es sensitivo se despierta el apetito
sensitivo, y si sigue al conocimiento intelectual le sigue una tendencia espiritual llamada
voluntad, que tiende al bien más perfectamente que el sensitivo. Según Tomás de Aquino:
“Los seres dotados de inteligencia se «inclinan» al bien de un modo perfectísimo, y a esta
inclinación se le llama voluntad”.

2. Los apetitos sensitivos y su importancia


Los apetitos o tendencias sensibles son principalmente dos: el apetito irascible y el
concupiscible.
1.- Apetito concupiscible: es la inclinación a procurar el bien sensible placentero
inmediato, y por tanto a eludir lo nocivo. Sus actos se refieren al bien presente al cual
tienden con razón de fin.
2.- Apetito irascible: es la tendencia a conseguir el bien sensible que a diferencia del

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anterior no es inmediato sino que está en el futuro. Se trata por tanto de una tendencia a
un fin mediato y difícil, ya que supone acometer tareas arduas y resistir lo adverso, para
lo cual se despliega una cierta agresividad. Su objeto es el bien arduo, por lo cual el
sujeto tiene que usar de su agresividad para acometer o para hacer frente a los
obstáculos que impiden alcanzar las cosas convenientes que el concupiscible apetece.
Por tanto, las pasiones del irascible van relacionadas con el concupiscible. Por ejemplo, la ira
se despierta en un perro, cuando al dirigirse hambriento a comer unos alimentos, se le
aparece otro que quiere compartir su menú, entonces aquel manifiesta una agresividad
proporcionada a la dificultad que es la de evitar que el otro le deje sin comida, por tanto, aquel
animal trata de ahuyentarle o vencerle, por ello si se mide con el otro y ve que tiene
posibilidades de vencerle, entonces audazmente le agrede.
Tanto el apetito concupiscible como el irascible son muy importantes. El apetito concupiscible
(y a su manera también el apetito irascible), está puesto en la naturaleza básicamente en
atención a la sobrevivencia, por esto en él la tendencia concupiscible la posesión de su objeto
es acompañada de placer, el cual facilita el acto correspondiente.
Cuando se trata del ser humano esa finalidad de lograr la sobrevivencia es todavía más
importante que la de los animales. Los actos referidos a la sobrevivencia son: a) actos de la
sobrevivencia personal: comer y beber; y b) actos de la sobrevivencia de la especie humana :
actos de la reproducción.
Tanto los actos de supervivencia personal como los de la especie son actos muy importantes
y necesarios; sin embargo lo son de diferente modo, en lo que se refiere a la sobrevivencia
personal el mandato es obligatorio para cada uno, ya que si uno no come o no bebe lo
necesario, o come o bebe inadecuadamente entonces atenta contra su vida, la pone en
peligro; en cambio en lo que se refiere a la sobrevivencia de la especie la obligación es de la
especie y no obliga a cada uno, de manera que si ya lo cumplen un 90% de seres humanos, y
se logra la sobrevivencia de la especie, un sujeto particular puede abstenerse de realizar
dichos actos, sólo estaría obligado a continuar la especie en el hipotético caso de que sólo
quedara una pareja en el universo.
Los actos del comer y del beber, así como los de la reproducción humana son muy
importantes; de no realizarse adecuadamente no sobreviviríamos tanto a nivel personal como
de la especie respectivamente; por eso es que la naturaleza que es «sabia» otorga el placer
como acompañante, para facilitar su realización.
De lo contrario, podríamos pensar qué ocurriría si cada mañana, tarde y noche tuviéramos
que «hacer el sacrifico de comer», probablemente nos dejásemos morir de hambre (la
anorexia es un caso patológico), de manera semejante ocurriría con los actos de la
reproducción humana, si no se acompañaran de placer no se facilitaría el realizarlos y
entonces la especie humana correría el peligro de extinguirse.
Pero también por ello su realización es extremadamente delicada porque en el ser humano se
cuenta con la presencia del espíritu, con la inteligencia y la voluntad y con las finalidades
ineludibles en este nivel superior. Entonces se tiene que tratar de que aquellas
operaciones sensibles no impidan los actos intelectuales y volitivos, cuanto más
cuanto está de por medio una finalidad más alta que supera en mucho aquella finalidad
de la mera sobrevivencia, que no es despreciable sino que cumplir ésta es condición
primera o inicial para el desarrollo de las otras finalidades más altas.
Este es el problema que sólo lo tienen los seres humanos, los animales no lo tienen
precisamente porque no poseen espíritu ni finalidades de este nivel. Es por tanto una tarea
bastante delicada porque el ser humano puede perder de vista estas finalidades más altas, y
ni siquiera cumplir adecuadamente las finalidades propias de cada operación. Este trastorno
puede ocurrir cuando se sustituye la búsqueda del fin respectivo y se queda sólo con el
placer, cuando sólo busca éste y por tanto atropella sus fines superiores y de paso estropear

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los fines propios de las tendencias sensibles que están subordinados a los fines más altos.
Cuando no se actúa rectamente aparece el estropicio, a veces irreparable. No es difícil
observar hasta qué punto el sujeto puede dañarse con los desórdenes en el comer, en la
bebida o en el ejercicio de su sexualidad.
El estropicio acaece entonces cuando el sujeto se engaña poniendo al placer como fin
exclusivo, dejando de atender a las finalidades inherentes a los propios actos e impidiendo el
logro de las finalidades espirituales más altas. Los actos del comer y del beber tienen que
atender a su finalidad propia que es la de alimentarse y si en vez de buscar esta finalidad se
busca sólo el placer entonces no consigue alimentarse y el sujeto se puede hacer mucho
daño. Alterar estos actos es signo de degradación, como sucedió en la Roma decadente en
que se comía exclusivamente por el placer de comer, se daban unas grandes comilonas,
luego se pasaba a unos cuartitos de baño o vomitaderos y se volvía a comer sólo por el placer
de hacerlo.
Algo semejante puede pasar con los actos de la reproducción humana. Su finalidad en ellos
es doble, la primera es el fin de la procreación de los hijos y su consiguiente educación, ya
que los seres humanos nacen prematuramente y tienen que completar su desarrollo a través
de unos 15 a 20 años; pero esta finalidad no es la única ya que a diferencia de la comida o la
bebida, los actos de la reproducción humana son de aquellas cosas que uno no pueden
realizar solo, sino junto a otra persona del sexo opuesto, por tanto la segunda finalidad es
precisamente atender a la finalidad de la otra persona que no es una cosa u objeto, sino una
persona humana cuyo fin es perfeccionarse, ponerse en condiciones de amar y ser amada,
tanto a nivel humano como divino.
De manera que estas dos finalidades –la procreación-educación de los hijos y la de contribuir
al perfeccionamiento del cónyuge–, tienen que cuidarse al realizar los actos de la procreación
humana. Si esos fines no son respetados, y lo que se busca es solo el placer, se produce un
gran desorden con el deterioro consiguiente; se daña a la otra persona usándola como si
fuera una cosa, un simple objeto de placer, se daña la institución familiar que es requerida
precisamente porque el primero de los fines exige que la procreación se complete con la
educación de los hijos que por de pronto requieren estabilidad y su pre requisito la fidelidad de
los padres ya que dicha tarea es larga y difícil, y en definitiva, se daña la continuidad de la
propia especie humana; por ejemplo para nadie es un secreto, que actualmente, los
problemas de infra población se deben a desórdenes en ese nivel.
Es importante entender bien esto. A veces se ha considerado que el placer sensible por sí
mismo es malo, no es así, sólo hay que ponerlo en su lugar. El placer rectamente ordenado
es algo bueno. Si no se lo entiende bien se puede dar lugar a actitudes extremas, por una
parte la de aquellos que consideran que todo placer por el hecho de serlo es malo, y entonces
se provoca la actitud opuesta, la de quienes consideran que el placer es un bien absoluto.
No es de extrañar esta reacción, es explicable, ¿por qué se va a decir que el placer es malo?,
si se dice que lo es se falta a la verdad y entonces vienen las otras posturas crispadas
precisamente como reacción a aquello que es falso, con la consecuencia de que el afán de
reconocerlo como bueno puede exagerarse y entonces hay quienes se entregan
desmedidamente a él, así aparecen esas formas de hedonismo, de ejercicio desbocado de la
sexualidad, etc., que en gran parte se deben a que no se ha hecho una verdadera y real
valoración de los bienes sensibles, que no se han puesto en su justo lugar.
Por esto hace falta entrar en estos temas sin falsos temores, en profundidad, sin prejuicios. Es
necesario hacerlo ahora cuando el placer sensible se ha puesto en alza tan desmedidamente,
y no abundan los estudios rigurosos y profundos sobre las tendencias sensibles, sobre las
pasiones, los sentimientos, etc., los cuales a menudo están poco esclarecidos, por tanto no es
de extrañar que reine la confusión. A veces se ha pretendido incluso eludirlos, pero no por
dejar de verlos dejan de existir. Actualmente, por ejemplo, se precisa mucho, especialmente

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para los jóvenes, de una verdadera Antropología de la sexualidad humana y de una Filosofía
de la afectividad humana que lleve a saber por lo menos qué es una pasión, por qué se
produce y cómo controlarla.
Algo parecido a lo que hemos dicho del apetito concupiscible podemos decir de la importancia
del irascible, ¿qué sería de nosotros si no tuviéramos una dosis suficiente de agresividad para
hacer frente a lo difícil? Que las dificultades y el mal nos superarían, no podríamos sobrevivir.
Es necesaria esa tendencia al bien arduo porque de ordinario el ser humano se tiene que
enfrentar a las dificultades, al mal y la experiencia de éste que es el dolor.
La presencia de los problemas, de las dificultades, del dolor, es inevitable en el ser humano,
ya por el hecho mismo de su condición de viviente en proceso de desarrollo y en relación con
su hábitat externo. Como señalamos al estudiar al viviente, éste se encuentra con influjos
externos; un ser vivo aislado del universo no podría vivir, un ser humano tampoco, aunque el
hombre está en el universo pero no se reduce a él, ya que es trans específico, va más allá de
la especie, se encuentra con relaciones interpersonales y por tanto además del universo
físico vive en un mundo humano con individuos que son personas humanas y entonces su
vida ya es bastante compleja, porque interactúa a diferentes niveles.
Las carencias propias y ajenas, el mal en el mundo, son hechos ineludibles. La presencia del
mal en el hombre es mayor que la de cualquier animal, se podría decir que «está más
expuesto ». Evidentemente no se trata del mero mal físico, de una catástrofe natural (como la
del “Fenómeno del Niño” en nuestras costas peruanas) sino de niveles de males distintos,
más profundos, y a veces mucho más amenazantes y destructivos que los que tiene que
afrontar un animal.
Así pues, para enfrentar el mal, los problemas, el ser humano ha echado mano de aquello que
tiene de superior: de su inteligencia y se ha inventado las ciencias, la Medicina para enfrentar
el problema de la salud, la Economía para enfrentar los problemas de producción y
distribución de recursos escasos, del Derecho para enfrentar los problemas de organización
social, etc.; y aún con todo siempre tiene que ver con problemas, con carencias.
Es inútil pretender vivir sin dificultades; es más todavía: el mismo hombre encuentra las
carencias, el mal, dentro de sí y también genera problemas (por ejemplo las guerras). Por
tanto, ¿qué sería del ser humano sin una dosis suficiente de agresividad? Desde luego que
hay que dirigir esta tendencia irascible porque puede debilitarse o hacerse excesiva haciendo
imposible el logro de las finalidades propias de la persona humana, pero en sí misma esta
tendencia, bien dirigida, es de gran ayuda para el hombre. La naturaleza nos ha dotado de los
recursos necesarios para vivir y alcanzar nuestros los fines (se podría decir que estamos bien
equipados).

3. Las tendencias sensibles en el animal y en el ser humano


Con lo dicho ya se puede ver lo diferente que es el apetito sensible en el animal y en el
hombre, insistiremos un poco más en esto. Esta diferencia es fácil constatarla, por ejemplo, se
ve que el apetito irascible animal es diferente del humano en las peleas entre animales, en
éstas la agresividad surge sólo por objetos de nivel sensible, por el alimento o por placeres
sexuales, por la sobrevivencia en definitiva. El animal no puede querer la justicia, libertad,
verdad, etc., el no tiene espíritu y por tanto no puede tender ni luchar por esos bienes, no le
hacen falta.
Los apetitos sensibles requieren del conocimiento, de la presentación o de la representación
imaginativa de algo agradable, y a menudo de una percepción actual como la de la cogitativa
(por lo que ésta se parece al apetito o tendencia sensible); todo ello en el nivel sensible. Por
otra parte, en el animal para que haya agresividad y para realice operaciones arduas y de

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larga duración se requiere el equipamiento completo de la sensibilidad interna (sentidos
internos).
Esto es importante porque se puede integrar el presente (sentido común), el futuro
(imaginación) y el pasado (memoria). En el hombre, los apetitos están influidos por las
facultades superiores del alma donde reside el entendimiento y voluntad y en orden a su
ejecución se influyen por ellos.
En el animal el apetito sensitivo es movido fundamentalmente por la estimativa, la cual por
ejemplo le hace huir a la oveja ante la presencia del lobo. En el hombre es movido por la
cogitativa (razón particular) que compara representaciones individuales.
Sin embargo, el ser humano no está determinado a actuar inmediatamente, sino que espera
el mandato de la inteligencia y el movimiento de su voluntad, y cuando éste no se da entonces
queda desasistido. Precisamente en esto el animal tiene una cierta ventaja sobre el hombre:
el animal a diferencia del hombre está protegido por sus tendencias que funcionan de manera
instintiva; el hombre no está determinado instintivamente al actuar, para hacerlo tiene el
concurso de la inteligencia y de la voluntad, pero si no las usa bien entonces queda
desasistido.
Así pues en el hombre media la racionalidad, hay un «espacio» entre la tendencia o apetito y
su determinarse por el objeto. Esto es lo que hace posible que dirija racionalmente sus
tendencias, libremente. El ser humano puede por ejemplo, recurriendo a ciertas
consideraciones racionales, mitigar o acabar con su ira, con el temor, con la tristeza y otros
sentimientos o pasiones similares.
Los apetitos sensibles se encauzan a través de una fuerza motora muscular. En los animales,
los apetitos siguen inmediatamente al conocimiento sensible ya que no hay inteligencia ni
voluntad con las que se oponga resistencia. En ellos no solamente los apetitos ejercen un
dominio despótico sobre el sistema muscular sino también la misma percepción es encauzada
a través de la estimativa. En los animales el circuito estímulo-respuesta es inmediato y casi
automático.
En la consideración de las tendencias sensibles se han dado varios errores, uno de los más
conocidos es el de la Escuela Psicológica Conductista que llega a considerar la conducta
animal igual que la conducta humana. Skinner sostiene que uno se mueve por premio o
castigo. Pero esto es quedarse sólo en el nivel sensible. El conductismo propone una
configuración de la conducta humana automáticamente. Sin embargo, en el hombre no hay un
circuito estímulo-respuesta cerrado, sino que es abierto a la inteligencia, a la voluntad libre del
ser humano. Por ello, en rigor, en él no hay respuesta sino propuesta, es decir: su respuesta
es una propuesta.
En los seres humanos una cierta disposición fisiológica de los apetitos o tendencias
sensibles es lo que marca el temperamento de cada uno, pero al mismo tiempo en
cuanto posee los niveles superiores de inteligencia y voluntad el hombre es tarea para
sí mismo. Eso es parte del desarrollo y formación de su carácter y su personalidad.
El temperamento es básicamente heredado, tiene un fundamento biológico, en especial
depende de la disposición del sistema nervioso, que es parte importante de la base orgánica
de la sensibilidad humana en general. Así, es posible advertir que hay personas que tienen
una tendencia a vivir más intensamente su relación con la realidad externa, entonces se suele
decir que son muy sensibles, que tienen tendencia a conmoverse vivamente ante los
acontecimientos externos e internos.
A veces esa conmoción interior se manifiestan externamente, por ejemplo a través de las
lágrimas, la palidez del rostro, los cambios de voz, la impaciencia, los gritos, las palabrotas, el
sonrojarse, las exageraciones, la susceptibilidad, los entusiasmos, los desánimos e
indignaciones inmediatos, cambios de humor frecuentes, etc., pero otras veces aunque no se

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manifieste queda una viva “afección” interior por los hechos, las personas, etc.
Asimismo hay quienes no tienen una inclinación a un contacto tan inmediato y cercano con la
realidad y se suele decir que no son tan sensibles, que las cosas no les afectan con tanta
intensidad. En el primer caso se dice que las personas son emotivas y en el segundo poco
emotivas.
A su vez, un sujeto puede tardar en “recuperarse” de la impresión que los acontecimientos le
producen, puede albergar la fijeza de esas impresiones por un tiempo más o menos largo, y
entonces se suele decir que es un sujeto con gran resonancia interior, que su sensibilidad
permite una cierta “pausa” interior para dar lugar a la reflexión, a la previsión, etc. Sin
embargo, existen otras personas que se restablecen enseguida, y los acontecimientos no
permanecen en ellos, no tienen tanta “resonancia” como en los primeros.
También cabe la posibilidad de que ante la captación de los hechos, sucesos, personas, etc.,
y ante la consiguiente emotividad, se despierte inmediatamente la actividad, la necesidad de
actuar; si rápidamente se activan las facultades motoras, la imaginación, la inteligencia, etc.
tenemos a personas activas; pero también puede darse una tendencia a replegarse y con ello
el sujeto puede quedarse en la inactividad o pasividad.
Tanto la emotividad, como la actividad, como la resonancia son características que se refieren
básicamente a la sensibilidad y que como hemos dicho tienen base fisiológica. La
confluencia de esos tres factores, emotividad, actividad y resonancia han llevado a
identificar determinados caracteres. Así por ejemplo, de una persona muy emotiva, activa y
con poca resonancia se suele decir que es colérica.
De un temperamento emotivo, activo y con mucha resonancia interior se dice que es
apasionado. De un sujeto emotivo, inactivo con poca resonancia se dice que tiene
temperamento nervioso, porque su emotividad no cuenta con una salida o un cauce de
actividad y a menudo se desahogan con impulsos que sin embargo no son sostenidos sino
intermitentes.
En el caso de personas con temperamento emotivo, inactivo y con gran resonancia interior, se
dice que son sentimentales porque la emotividad se junta con la resonancia interior y dan
cabida a sentimientos muy hondos y prolongados.
También se puede identificar a las personas poco emotivas, con todas sus variantes. Si se
trata de un sujeto con baja emotividad, pero con gran actividad y resonancia se dice que es
flemático, y debido a que su sensibilidad raramente es arrebatada por los hechos y
circunstancias puede llevar adelante una actividad más sostenida y fecunda que se ve
facilitada por su resonancia interior.
Quienes poseen poca emotividad, son activos, pero tienen poca resonancia se les ha llamado
sanguíneos, y a quienes tienen escasa emotividad pero con poca actividad se les llama
apáticos o amorfos según su resonancia interior.
Sin embargo, a pesar de las disposiciones que tenga un sujeto debido a su temperamento
inicial, eso no lo determina definitivamente. Es decir, cabe una educación del carácter, un
cierto dominio del temperamento, y si bien las tendencias sensibles no pueden eludir ese
condicionamiento, poco a poco pueden irse modelando gracias a uno mismo o a otras
personas o a factores externos.
Aunque el temperamento no se puede cambiar completamente, sí es posible controlarlo. Para
esto hay que conocerse, y saber identificar los puntos fuertes y los puntos débiles que
tengamos; los primeros para aprovecharlos y ponerlos al servicio de los demás y los otros
para luchar con ellos y tratar de dominarlos para que no obstaculicen esa meta tan alta de
poseerse y darse en un servicio alegre a los demás. Así por ejemplo, una persona con gran
emotividad puede aprender a descentrarse o a tomar distancia respecto de los hechos,
sucesos, etc., de manera que las emociones no le impidan hacer juicios objetivos acerca de la

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realidad.
Es necesario conocernos, saber qué operaciones tenemos gracias a nuestra naturaleza
humana, y también es conveniente, en lo posible, conocer la manera concreta, “tipo”, o modo
de ser humano que somos. Lo admirable es que al conocer las operaciones propias de la
naturaleza humana podemos tratar de realizarlas cuidadosamente y al saber en concreto los
aspectos de nuestro temperamento se puede educar el carácter, nuestras propias dotaciones,
es decir tenemos una tarea respecto de nuestra naturaleza a la que se pueden «trabajar»,
ésta es una interesante labor educativa por la que se llega a aprender a controlar la
sensibilidad, las reacciones, a superar la pasividad, la impulsividad, etc.
Como se puede ver, el ser humano puede “esencializar”, perfeccionar la naturaleza recibida.
Los hábitos perfectivos, la fortaleza, la constancia, la perseverancia, la laboriosidad, la
moderación o templanza, etc., van educando y perfeccionando a las tendencias sensibles. De
esa manera se van logrando un conjunto de modificaciones que reconfiguran al sujeto dando
lugar a una especie de «segunda naturaleza».
Hay mucho por encauzar, por racionalizar, por perfeccionar, dentro de nosotros mismos. Por
otra parte, en cierto modo es inevitable la adquisición de hábitos que perfeccionen o
deterioren al sujeto. Con el paso del tiempo siempre se adquieren hábitos, virtudes o vicios,
modos de reaccionar, costumbres, pocas o muchas habilidades intelectuales, etc.
En general, en los apetitos humanos hay que tener en cuenta lo siguiente:
1. Las percepciones de realidades que pueden tener interés para el sujeto, son las que
despiertan sus apetitos o tendencias sensibles.
2. Cuando se percibe algo de interés uno no se queda definitivamente adherido a aquello,
ya que sobre la sensibilidad, cogitativa, memoria, tendencias sensibles, etc., pueden
ejercer control la voluntad y la razón.
3. La forma de realizar una acción tiene que ser en cierto modo «inventada» por el
hombre, porque su conducta no está determinada por su sensibilidad, menos por su
temperamento. De ahí que en rigor en el hombre no haya sólo lugar para las respuestas,
sino que tiene la posibilidad de responder con propuestas libremente pensadas y
queridas.
Esto sucede desde las operaciones más básicas como por ejemplo el comer, lo cual no es un
acto meramente fisiológico; la tendencia a comer no le lleva indefectiblemente al ser humano
a arrojarse sobre los alimentos como una bestia, tampoco los come de cualquier manera, por
ejemplo, no suele comerlos crudos, sino preparados o cocidos, tampoco come en cualquier
lugar y en cualquier momento, ya que elige un horario para comer y un lugar (por ejemplo, en
un comedor y no en su cama); todo esto ha dado lugar al arte de la culinaria, a la
gastronomía, a la dietética, y junto al alimentarse se ha hecho de la comida un acto social en
el que se sigue unas normas de educación.
El hombre no tiene instinto animal, y puede substraerse a la atracción de los objetos, tiene
libertad y en lugar de una inalterable constancia de los factores percepción-comportamiento
tiene una variabilidad indefinida para el comportamiento: es decir: tiene hábitos, tiene moral,
cultura, realiza un trabajo, desarrolla unas técnicas, un arte.

4. Las pasiones, emociones y sentimientos


a) Naturaleza de los sentimientos
Las pasiones, emociones y sentimientos son reacciones sensibles fuertes frente al bien o mal
sensibles. Todos los seres humanos, por el hecho de poseer sensibilidad reaccionamos

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siempre ante los bienes o males sensibles; unos más intensamente y otros menos,
dependiendo del temperamento y del carácter como hemos visto, pero todos lo hacemos, lo
que ocurre es que en algunos esa reacción es muy escasa y por eso (y en ausencia de otro
nombre mejor) se les puede llamar poco emotivos, pero no es que sean insensibles, sólo que
sus reacciones sensibles son menos intensas que en otras personas.
Las tendencias, como su nombre lo dice, tienden a su objeto propio. Los sentimientos surgen
precisamente en esa relación de la tendencia sensible con su objeto sensible. Los diferentes
sentimientos aparecen cuando la tendencia se dirige hacia unos bienes sensibles presentes o
ausentes, asequibles o no, entonces se producen un tipo de sentimientos u otros.
Así, los sentimientos se diferencian del apetito en cuanto que son un cierto resultado, una
cierta consecuencia de su despliegue. Por tanto para controlarlos eficazmente más que ir
directamente al sentimiento que fluye, donde hay que ir es a la tendencia y a su término que
es su objeto sensible. Entonces es cuando se puede «racionalizar» la tendencia o apetito, se
puede encauzarla respecto a los objetos más convenientes, en esto consiste el gobierno
«político» de los apetitos sensibles, los cuales pueden ser encauzados por medio de razones,
retirándoles, «despegándoles» de unos objetos sensibles, re orientándolos o presentándoles
otros, etc.
Los sentimientos pueden ser más o menos intensos, más o menos duraderos y pueden tener
una mayor o menor repercusión fisiológica. Por ello se denominan simplemente sentimientos
a las afecciones normales que se despliegan en la sensibilidad humana. Se llaman emociones
a los sentimientos intensos acompañados de gran afección fisiológica (temblor, llanto,
agitación, etc.) y pasiones cuando el grado de intensidad del sentimiento es suficientemente
alto como para afectar significativamente la interioridad y la conducta del sujeto en cuestión.
Los actos de los apetitos sensitivos que se dan en el hombre y en el animal tienen una base
orgánica. Sin embargo en el hombre sus pasiones, emociones y sentimientos son más
complejos y de una índole superior debido al concurso de sus facultades espirituales. Por
ejemplo, en el ser humano se puede dar una pasión muy intensa sostenida por gran actividad
intelectual, por ejemplo, se puede dar esto cuando la inteligencia y la voluntad se ponen en
relación con bienes espirituales y se produce gozo, amor, etc.
Los sentimientos no son de suyo actos cognoscitivos pero sí dan noticia de la situación en
que se encuentra la subjetividad tanto respecto de sí misma como respecto a realidades
externas, ya que manifiestan la reacción del cognoscente frente a objetos conocidos y
valorados (reconocidos como bienes).
En el hombre las pasiones en sí mismas no tienen connotación moral: no son ni buenas, ni
malas. Serán buenas si se dirigen a un objeto bueno y están controladas por la razón, y malas
en caso contrario (mal orientadas, no sometidas a la razón). También pueden tener efectos
favorables o desfavorables para el organismo y el espíritu y no se tienen que dar siempre, ni
son necesarias para la perfección del acto de la voluntad. Un acto de amor voluntario puede
ser intenso sin que lo acompañe una pasión o sentimiento y al revés, pueden darse pasiones
vehementes sin que conlleven un similar acto de amor de la voluntad (es por ejemplo el caso
del pietismo, sentimentalismo religioso).
Sin embargo, no se puede sostener visión negativa o sospechosa de la sensibilidad humana,
ni de los sentimientos en especial. Si los sentimientos están bien encauzados pueden dar
lugar a una intensa y rica vida afectiva. No podemos desprendernos de los sentimientos como
tampoco de nuestra sensibilidad. Es más, lo bueno es tratar de meter lo espiritual en ellos, es
decir que estén fecundados por ese nivel superior, por ejemplo, cuando uno ama, cuando
trabaja (que es una manera de amar) si en ello no se “da” uno integralmente, con toda su
imaginación, con todo el afecto sensible que sea capaz, aquello todavía no es propiamente
humano.
Es importante darse cuenta que en los sentimientos es decisiva la calidad de los objetos que

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los despiertan, y su relación con los fines humanos superiores, ya que son éstos los que
determinan la calidad de aquellos. En el ser humano puede haber una discriminación y
atención sobre esos objetos y por tanto un control de las tendencias sensibles. La jerarquía de
bienes o de valores, cumple aquí un papel necesario para ordenar los movimientos de
nuestras tendencias, y no entregarnos al primer bien sensible inmediato que se ponga
delante.
b) Clases de sentimientos y pasiones:
En el primer nivel tendencial (apetito concupiscible), se dan como sentimientos específicos el
amor como inclinación, aptitud o connaturalidad con el bien y el odio como relación con su
contrario, el mal. Las pasiones del apetito concupiscible se despiertan ante el bien que es
apetecible, que atrae, (el mal es repulsivo, no atrae) de manera inmediata.
En general, el bien es el primer principio del movimiento de cualquier ser, es el fin al cual
tiende y a su vez el principio del amor es el conocimiento. El bien no puede ser amado si no
es conocido. Así, la visión corporal es principio del amor sensitivo y la contemplación de la
verdad, de la belleza o bondad espiritual es principio del amor espiritual.
Los sentimientos propios del concupiscible son:

En general:
Respecto al bien sensible: el amor sensible
Respecto al mal sensible: el odio sensible

En lo que se refiere al factor tiempo:


Respecto del bien futuro: el deseo
Respecto del bien presente: placer o alegría sensible

Por lo que se refiere al objeto contrario:


Respecto del mal futuro: la aversión
y respecto del mal presente: la tristeza
La tristeza ante un mal ajeno considerado mal propio: compasión
La tristeza ante un bien ajeno considerado mal propio: envidia
La tristeza ante un mal del cual no se ve solución: angustia
En el segundo nivel tendencial (apetito irascible) tenemos la tendencia a la consecución de un
bien difícil de alcanzar u obstaculizado en su consecución (bien arduo) y por tanto supone una
temporalidad mayor ya que no se encuentra inmediatamente, sino que está en el futuro.

Los sentimientos propios del irascible son:

Respecto del bien futuro alcanzable: la esperanza


Respecto del bien futuro no alcanzable: desesperanza
Respecto de un mal futuro inevitable: temor
Respecto de un mal futuro evitable: audacia
Respecto de un mal presente: ira.
c) Los sentimientos según Tomás de Aquino
Esta clasificación de los sentimientos sigue a la realizada por Tomás de Aquino en su Tratado
de las Pasiones Humanas, por lo cual hemos considerado conveniente incluir sus textos más
importantes y esclarecedores sobre la naturaleza de la pasión y sus observaciones sobre
cada uno de los sentimientos.
1) Sobre la pasión
«El nombre de pasión implica que el paciente sea atraído hacia el agente; y el alma es más

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atraída hacia un objeto por la potencia apetitiva que por la aprehensiva, pues por la primera el
alma dice orden a las cosas en sí mismas. Por eso dice el Filósofo que el «bien y el mal», que
son los objetos de la potencia apetitiva, «existen en las cosas mismas». En cambio, la
potencia aprehensiva no es atraída hacia una cosa por lo que ésta es en sí misma sino que la
conoce según la intención que de la cosa tiene en sí o recibe según su modo propio. Por eso
en el mismo pasaje se dice que «lo verdadero y lo falso», que pertenecen al conocimiento «no
están en las cosas, sino en la mente». (S.Th. 1-2 q. 22 a.2)
2) La diferencia de las pasiones entre sí
«Para conocer qué pasiones residen en el irascible y cuáles en el concupiscible, se debe
examinar el objeto de ambas potencias. Ahora bien, se ha dicho que el objeto de la potencia
concupiscible es el bien o mal sensible tomado en absoluto, que es lo deleitable o doloroso.
Pero como es inevitable que el alma experimente a veces dificultad o contrariedad en la
adquisición de estos bienes o en apartarse de estos males sensibles, por cuanto ello excede
en algún modo el fácil ejercicio de la potencia del animal, por eso el mismo bien o mal, en
cuanto tiene razón de arduo o difícil, es objeto del irascible» (S. Th. 1-2, q.23 a 1)
3) La moralidad de las pasiones
«Las pasiones del alma pueden considerarse de dos modos: uno en sí mismas; otro en
cuanto están sometidas al imperio de la razón y de la voluntad. Si se consideran en sí
mismas, esto es, en cuanto movimientos del apetito irracional, de este modo no se da en ellas
el bien o el mal moral, que depende de la razón, como anteriormente se ha dicho. En cambio,
si se consideran en cuanto sometidas al imperio de la razón o de la voluntad, sí se da en ellas
el bien o el mal moral. Y se dicen voluntarias por cuanto o son imperadas por la voluntad o no
son impedidas por ella» (S. Th. 1-2 q. 24 a.2)
4) El amor sensible
«El amor es la primera de las pasiones del apetito concupiscible, ya que es la aptitud o
adecuación del apetito al fin, que es el bien sensible. El amor no es otra cosa que la
complacencia del bien. El movimiento hacia el bien es el deseo y el descanso en él es el
gozo» (S. Th. 1-2, q.25 a.2)
5) El amor sensible es diferente de la dilección
«Toda dilección o caridad es amor, pero no al contrario, por cuanto la dilección añade sobre el
amor una elección precedente, como su nombre lo indica; por lo cual la dilección no se
encuentra en el apetito concupiscible, sino sólo en la voluntad y únicamente en la naturaleza
racional. La caridad, a su vez añade sobre el amor una cierta perfección de éste en cuanto el
objeto amado se estima en mucho, como da a entender el nombre mismo» (S. Th. 1-2 q. 26
a.3)
6) Clases de amor: Amor de amistad y de concupiscencia.
a) Amor de concupiscencia: Se quiere el bien para sí mismo.
b) Amor de amistad: Se quiere a aquel para quien se quiere el bien. Este amor ama por el
otro. Sólo se ama por él mismo y de modo absoluto. (Esto se puede dar respecto de Dios).
«El amor se divide en amor de amistad y de concupiscencia. Pues se llama propiamente
amigo aquel para quien queremos algún bien; y se dice que deseamos con amor de
concupiscencia lo que queremos para nosotros» (S. Th. 1-2 q. 26 a.4
7) Las causas del amor: el bien, el conocimiento y la semejanza
«Hemos dicho que el bien es la causa del amor a modo de objeto; mas el bien no es causa
del apetito sino en tanto que es aprehendido, y por lo mismo el amor requiere una
aprehensión del bien amado» (S. Th. 1-2 q. 27 a.2).

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«La semejanza propiamente hablando es causa del amor. Pero se ha de notar que la
semejanza puede entenderse de dos maneras: una, cuando los dos semejantes poseen en
acto una misma cualidad, y otra cuando el uno tiene en potencia aquello que el otro posee en
acto y se inclina hacia ello. El primer modo de semejanza produce el amor de amistad o
benevolencia, puesto que, por lo mismo que dos seres son semejantes, al tener en cierto
modo una sola forma, son como uno solo, y por eso la afección del uno se dirige hacia el otro
como hacia sí mismo.
El segundo modo de semejanza produce el amor de concupiscencia, de lo útil y lo deleitable.
La semejanza tiene que ser virtuosa pues cuando por esta semejanza resulta un impedimento
para la consecución del bien que ama, se le hace odioso su semejante, no como semejante
sino como obstáculo para su bien propio. Por eso los alfareros riñen entre sí ya que se
obstaculizan en el lucro y por eso se suscitan pendencias entre los soberbios porque
mutuamente se usurpan la superioridad que ambicionan» (S.Th. 1-2, q.27 a.3)
8) Efectos del amor: unión. mutua inhesión y celo
Si el amor es la tendencia o inclinación hacia el bien propio su consecuencia natural o efecto
será mantenerse en su presencia y en trato y unión con él.
«El amor produce la primera unión efectivamente, puesto que mueve a desear y buscar la
presencia del objeto amado como conveniente y perteneciente a uno mismo; y produce la
segunda unión formalmente por cuanto el mismo amor es tal unión o vínculo» (S. Th. 1-2 q.28
a.1)
«Este efecto de la mutua inhesión puede entenderse en cuanto a la potencia aprehensiva y en
cuanto a la apetitiva. Respecto de la primera se dice estar el amado en el amante en cuanto
que el amado mora en la aprehensión del amante. Y en cuanto a la potencia apetitiva se dice
estar el amado en el amante por lo mismo que se establece dentro de su afecto mediante una
cierta complacencia» (S. Th. 1-2 q. 28 a.2)
«El celo bajo cualquier aspecto que se le considere, proviene de la intensidad del amor. El
amor intenso trata de excluir aquello que se le opone. Esto, sin embargo, acontece de modo
distinto en el amor de concupiscencia y en el de amistad. Pues en el amor de concupiscencia
el que desea intensamente una cosa se mueve contra todo aquello que impide la consecución
o fruición pacífica del objeto que ama. Más el amor de amistad busca el bien del amigo; por lo
que cuando es intenso impulsa al hombre contra todo aquello que es opuesto al bien del
amigo y en este sentido se esfuerza en rechazar todo lo que se hace o dice contra el bien del
amigo» (S. Th. 1-2 q. 28 a.4)
9) Sobre el odio
El odio es la aversión o contrariedad ante el mal sensible. Su objeto: el mal sensible, pero
ausente o distante. En el amor de concupiscencia se manifiesta en la antipatía. Si se trata de
un odio pasional conlleva un mal corporal físico. La causa del odio: el amor. Se diferencia de
la ira en que ésta es poco duradera, es más impulsiva, en cambio el odio puede hacerse más
profundo a medida que se lo cultiva en el interior; por esto también el odio daña más que la
simple ira.
El odio natural es un sentimiento de repugnancia para todo lo que le es contrario y corruptivo.
Así como todo lo conveniente es bueno, lo que es nocivo es malo. Ninguna cosa se aborrece
sino por ser contraria al objeto que ama. Por eso el amor es más fuerte que el odio. (Cfr. S.
Th. 1-2 q.39)
10) Sobre la concupiscencia y la deleitación
«Según dice Aristóteles la concupiscencia es el apetito de lo deleitable. La deleitación es
doble, una la que se da en el bien inteligible que es el bien de la razón; otra la que se halla en
el bien proporcionado al sentido» (S. Th. 1-2, q. 30 a1)

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Las causas de la delectación son: la operación, el movimiento, la esperanza, la memoria, la
tristeza, las acciones de otros, el hacer bien a otros, la semejanza y la admiración. (Cfr. S. Th.
1-2 q. 32). Los efectos son: la expansividad, el deseo o sed la misma delectación, el
impedimento del uso de la razón, y la perfección de la operación. (Cfr. S. Th. 1-2 q. 33)
11) Del dolor y la tristeza
«Así como para la delectación se requieren dos cosas cuales son la unión del bien y la
percepción de esta unión, así también para el dolor se requiere la unión de algún mal ?es un
mal por lo mismo que priva de algún bien? y la percepción de esta unión» (S. Th. 1-2 q. 35a.1)
«La causa del dolor externo es el mal presente y contrario al cuerpo y la del interno es el mal
presente y opuesto al apetito. El dolor externo sigue, a su vez, a la aprehensión de los
sentidos, especialmente del tacto; y el dolor interior a la aprehensión interna de la imaginación
o de la razón misma. El dolor interior es más fuerte que el externo del mismo modo que la
aprehensión de la razón y de la imaginación es más alta que la del sentido del tacto» (S. Th.
1-2 q. 35 a 7)
Las especies de tristeza son cuatro:
1) la compasión: es la tristeza del mal ajeno en cuanto éste se considera como propio.
2) la envidia: es la tristeza ante el bien ajeno que se estima como mal propio.
3) la ansiedad: es la tristeza por la imposibilidad de huida ante el mal. Cuando ésta se
agrava por no vislumbrar consuelo alguno se produce la angustia .
4) el abatimiento: cuando la tristeza se agrava hasta el punto de paralizar los
miembros exteriores, por ejemplo priva de la voz. (Cfr. S. Th. 1-2 q. 35 a.8)
12) De las causas y efectos de la tristeza y el dolor
Las causas de la tristeza:
- el bien perdido
- el mal presente,
- la concupiscencia,
- el apetito de la unidad y
- el poder al que no se puede resistir.
Los efectos de la tristeza:
- El dolor priva de la facultad de aprender,
- la pesadumbre de ánimo, debilita toda operación y daña el cuerpo. (Cfr. S. Th. 1-2 q.36 y
37).
Los remedios contra la tristeza y el dolor:
-La tristeza se alivia con el llanto,
-por la compasión de los amigos,
-por la contemplación de la verdad y
-se mitiga con cualquier delectación al modo de un cierto descanso.
13) De la esperanza y de la desesperanza
La esperanza es la pasión del apetito irascible que sigue al bien sensible futuro, arduo y
posible de conseguir. Se contrapone al temor porque así como éste es expectación de un mal
futuro, la esperanza lo es de un bien futuro. Se contrapone a la desesperanza porque ésta es
la tristeza sin ninguna expectación de cosas mejores.
La desesperación no comporta la sola privación de la esperanza sino una repulsa positiva de
la cosa deseada por considerarla imposible de alcanzar. Las causas de la esperanza son: la
experiencia, la instrucción, el conocimiento y todo lo que aumenta el poder del hombre: las
riquezas, la fortaleza, etc. (Cfr. S. Th. 1-2 q. 40)

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14) Del temor
El objeto del temor es el mal futuro difícil de superar, de apartar, o de combatir, al cual no
puede resistirse. (Cfr. S. Th. 1-2 q. 41)
Considerado en sí mismo:
temor actual= temor
temor habitual= timidez
Considerado en sus efectos:
en el ánimo: conturbación
en el cuerpo: terror
en la cabeza: horror
en el rostro: rubor y palidez
en las extremidades: temblor, rigidez
Las causas del temor son: el amor y la impotencia.
Los efectos son: induce a consultar, produce temblor y contracción e impide la operación. (Cfr.
S.Th. 1-2 q.44)
15) De la audacia
«La audacia es lo que más dista del temor, pues éste rehuye el daño futuro a causa de la
victoria que éste ha de lograr sobre el que teme, mientras que la audacia afronta el peligro
inminente en razón de la victoria que se ha de lograr sobre el peligro mismo» (S. Th. 1-2 q 45
a 2)
La audacia sigue a la esperanza y los audaces son más valerosos al principio que en el
momento mismo del peligro.
16) De la ira
La ira es una pasión especial porque puede ser causada por el concurso de varias pasiones,
ya que no brota el movimiento de ira sino a causa de alguna tristeza inferida y supuestos el
deseo y la esperanza de vengarse. Su objeto puede ser el bien y el mal, ya que tiende a la
venganza que apetece y a otro, bajo la razón de mal que es el hombre dañino de quien desea
vengarse. (Cfr.S. Th. 1-2 q. 46)
Las causas de la ira: por una acción que se ha hecho contra uno, lo cual produce la irritación,
por el desdén y el menosprecio ya que todas las causas de la ira pueden reducirse al
rebajamiento de la propia dignidad lo cual parece implicar menosprecio, la conciencia de la
propia excelencia y los defectos de los otros. (Cfr. S. Th. 1-2 q. 47)
Los efectos de la ira son: La ira causa delectación por la venganza que conlleva, se impide en
gran manera el uso de la razón y provoca el silencio, ya que la lengua se traba y el rostro se
enciende en el poseído por la ira.(Cfr. S. Th. 1-2 q. 48 )
Los remedios contra la ira son: quitar las causas que producen la ira o al menos debilitar al
máximo posible su influjo. Frente al movimiento de ira antecedente a todo juicio de la razón se
procurará quitar su causa física, evitando el dolor y cuando esto no sea posible prever las
reacciones emocionales que a ellos o a cualquier otro estímulo emocional han de suceder,
para tratar de ordenarlos racionalmente. También podemos considerar la ira en el orden
moral. No juzgar temerariamente, ya que la causa de la ofensa pudo haber sido la ignorancia.
No dar lugar a la sospecha y en especial dice Sto. Tomás: «contra la ira el mejor remedio es
el reconocimiento de la propia fragilidad». (Cfr. S. Th. 1-2 q. 47 y 48).

5. El control de las pasiones


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a) Las pasiones y la voluntad
Básicamente, las pasiones son actos del apetito sensible. En el ser humano la voluntad,
acompañada de la razón ejerce un dominio político e impera sobre su actuar mismo y la
ejecución a la que impulsan.

En cuanto a la ejecución:
En individuos normales, ninguna pasión lleva a ejecutar nada sin el concurso de la fuerza
voluntaria. La voluntad siempre apoya o contrarresta a la pasión. En el hombre el circuito
estímulo-respuesta es libre. Accidentalmente una pasión puede imponer
insoslayablemente un acto, fruto de la intensidad de la pasión que puede bloquear al
intelecto y a la voluntad, de modo que se trata de un acto del hombre no imputable
moralmente.

En cuanto al actuarse o desencadenamiento de la pasión:


Aquí el dominio de la voluntad es más indirecto, ya que esto depende inmediatamente de
los actos aprehensivos sensibles por lo tanto a la percepción o representación del objeto,
por ejemplo de la belleza que desencadena automáticamente el goce e incluso el amor, y
la percepción o representación de la injusticia la ira.
La voluntad se puede controlar en su mismo surgir indirectamente como control de los
sentidos internos y externos mediante la sustitución de las percepciones o representaciones.
Esto es importante respecto de las pasiones de lujuria (revistas, películas con escenas
provocantes, faltas de pudor, etc.)
El control voluntario se puede facilitar mediante el ejercicio de hábitos buenos: virtudes y se
puede dificultar mediante el ejercicio de hábitos malos: vicios, que veremos posteriormente.
Existe una resistencia de las pasiones a someterse al dominio de la parte más noble del
hombre lo cual es consecuencia del pecado original que se puede agravar más por los
desórdenes que personalmente se vayan consintiendo en la actuación de las potencias
sensitivas.
b) Hábitos perfectivos de los apetitos sensibles.
1) El hábito que perfecciona al concupiscible: La templanza
La templanza es una virtud y como tal es un hábito operativo bueno adquirido por la
repetición de actos, por tanto es una virtud dinámica, nunca estática, ya que puede perderse
o que puede progresar, hacerse cada vez mayor. Por medio de ella se moderan las pasiones
del apetito concupiscible. Su nombre etimológico es temperantia y significa moderación. A
veces la templanza se ha reducido sólo al comer y al beber y nada más. Además, cuando se
ha referido a la comida y la bebida se ha visto en ellas sólo la moderación en la cantidad.
También se ha empleado la templanza en relación con la ira. Así cuando alguien está airado,
se le suele pedir que «se modere».
Sin embargo, el verdadero significado de la templanza es el de ser un hábito por el cual se
posee una discreción ordenadora del apetito que se dirige al bien sensible inmediato. Con
ella se trata de hacer un todo armónico de una serie de componentes dispares. Por tanto la
templanza no sólo quiere decir poner freno o parar, sino respetar, tratar con miramiento una
cosa. La templanza tiene como finalidad lograr el orden interno en la persona humana. La
tranquilidad de espíritu requiere un dominio de los apetitos, especialmente del concupiscible
que evita la autodestrucción.
La templanza es la virtud que modera el apetito concupiscible, la tendencia natural hacia el
placer sensible que se obtiene en la comida, en la bebida y en el deleite sexual. Esas dos
tendencias, la de la comida-bebida y la de la reproducción humana, son como ya señalamos
una manifestación de las fuerzas naturales más potentes que actúna en la conservación del

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hombre. También tiene que ver con la mansedumbre, aunque ésta es una virtud del irascible,
ya que modera la ira. Sin embargo, las virtudes que más propiamente se derivan de la
templanza son:
En lo que respecta a la comida y la bebida: sobriedad
En lo que respecta a la sexualidad humana: castidad, pureza y pudor.
De modo general y en lo que respecta al saber la templanza se encuentra en la studiositas y
en lo que se refiere a la propia estima, se encuentra en la humildad que protege al ser
humano contra el instinto de dominio, y contra el afán de imponer la propia valoración.
La sobriedad: Es la virtud por la cual se controla la tendencia a la comida y a la bebida,
teniendo en cuenta su fin y no sólo en su cantidad sino en su contenido. Por ejemplo, es
posible que una señora piense que es sobria porque sólo como unas galletitas por la
tarde. Pero si come por placer, si precisa que sean de tal marca, untadas con tal tipo de
mantequilla, tostadas de tal manera, etc., aquella señora está desvirtuando la finalidad de
la comida que es alimentarse, y está poniendo en su lugar el placer o la ley del gusto, o
simplemente el capricho.
La castidad: Es la virtud por la cual se regulan de modo racional, y verdadero, todos los
actos propios de la sexualidad humana, atendiendo a sus fines que son la procreación y
educación de los hijos, lo cual debido a su importancia exige como ya señalamos una
institución que es el matrimonio, y al fin de la mutua ayuda fiel y permanente de los
esposos.
Es necesario cuidar mucho esta virtud por la importancia de aquellos actos, y cuanto más
importante es una cosa, tanto más ha de seguirse en ella el orden de la razón. Por eso
es de gran ayuda el entender rectamente la sexualidad humana que no debe ser
reducida a sólo su aspecto biológico, como en los animales sino que tiene que tener en
cuenta las otras dimensiones psicológicas, espirituales y éticas que son inherentes a todo
acto humano libre. Por otra parte, los desórdenes en este ámbito restan mucha fuerza a
la voluntad.
El pudor: Es una virtud muy cercana a la castidad. Es aquel hábito de la reserva, que
lleva a un individuo a cubrir su intimidad, guardándola respecto de extraños, de manera
que esté dispuesto a entregarla a la persona adecuada y en el momento adecuado. El
pudor tiene tres aspectos: Lo primero es el pudor en el propio cuerpo. El cuerpo es algo
muy íntimo de cada uno. Por eso debe cuidarse que se dé en él una manifestación de la
propia persona, de lo más espiritual que hay en ella y que por tanto con el modo de
vestirse, se guarde el propio cuerpo respecto de las miradas de cualquiera. El modo de
vestirse atiende al hecho de proyectar externamente el propio espíritu.
Otro ámbito del pudor es el lenguaje, por el cual las cosas íntimas no se cuentan a
cualquiera y en cualquier lugar o modo, sino que se ejerce la racionalidad y el carácter
personal de cada uno. No se puede poner la propia intimidad en manos de cualquiera
porque puede ser un desaprensivo que puede no recibirla bien, ni del modo adecuado.
La vivienda o la propia habitación constituyen un lugar bastante íntimo. Una señal de ello
es que por los pasillos de la casa se puede andar en pijama, lo cual no es posible hacerlo
por la calle. Y dentro de la habitación pueden hacerse cosas que no se hacen fuera. A
cualquier desconocido no se le hace pasar a que entre a la casa, menos a las
habitaciones. No se comparte con cualquiera.
2) El hábito que perfecciona al irascible: la fortaleza
El término fortaleza viene del latín fortitudo, que significa fuerza, energía. A su vez la palabra
griega andreia que significa fuerza o fortaleza viene de andros, que significa virilidad,
hombría. Sin embargo, la fortaleza no sólo se refiere a los hombres sino a todo el género

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humano, ya que el dolor, el sufrimiento y el mal está presente en la vida de todo ser humano,
es algo connatural a él y para hacerle frente se precisa de esa energía interior, esa dosis de
agresividad interna, conducida, controlada y gobernada por la inteligencia y la voluntad, lo
cual da como resultado la virtud de la fortaleza.
Es la virtud de apetito irascible que regula la tendencia a acometer bienes difíciles de
alcanzar o a resistir males difíciles de evitar. Tiene por tanto dos actos fundamentales: el
ataque o acometimiento y la resistencia. El ataque supone menos energías que la
resistencia, porque en este último caso, el dolor, mal o daño está presente, en cambio en el
ataque el mal que se trata de evitar está en el futuro.
Las virtudes del acometimiento son:
La magnanimidad significa espíritu grande, que a pesar de todas las dificultades que
conlleve una tarea es capaz de arrostrarla.
La magnificencia es la virtud que no repara en el desgaste de energías necesario, o en la
cantidad de gastos o recursos a emplear que demande una tarea o una empresa. El
magnífico es el hombre espléndido.
La reciedumbre es la fortaleza pero referida a la dimensión corpórea o material, por
ejemplo, bañarse con agua fría, resistir el calor, el frío, comer lo que a uno no le gusta,
etc.
Las virtudes propias del resistir son:
Paciencia: Es la virtud por la cual se resiste en una tarea a pesar de la cantidad de
dificultades que sobrevengan.
Perseverancia: Es la virtud por la cual se sostiene el esfuerzo en la realización de una
tarea ardua, a pesar del tiempo que conlleve.
Audacia: Es la virtud por la cual se acomete una tarea difícil, en vista de la posibilidad
real de la consecución de su finalidad que es evitar un mal o lograr un bien arduo.
Los vicios del irascible son principalmente: el cinismo, la iracundia, la pusilanimidad. El cínico
es aquel que no acomete empresas de valía, debido al esfuerzo que conlleva su realización,
por lo cual no reconoce su valor y se burla de ellas, excusándose así de realizarlas.
El cínico, como el astuto, deteriora su inteligencia al negar que el bien sea precisamente
bien. Esta alteración del ejercicio de la inteligencia es muy seria, tanto que ha llevado a
hablar de dos tipos de sinvergüenzas: el buen sinvergüenza y el mal sinvergüenza.
El primero es aquel que aunque obra mal reconoce que lo está haciendo mal, sería aquel
que dice: ahí está el bien, lo reconozco como tal, esas personas que lo hacen son buenas,
yo no tengo las fuerzas para realizarlo, pero no niego que aquello sea un bien, lo acepto
como tal; en cambio el mal sinvergüenza es aquel que se niega a reconocer la verdad, el
bien, diciendo que no lo es, que es una tontería y las personas que lo hacen son unos raros,
fanáticos o tontos.
De esta manera violenta a su inteligencia que está hecha para reconocer el bien
oscureciéndola aún más. El primero tiene una ventaja y es que ha dejado claro el bien, el fin,
el “norte”, el segundo no de manera que se hace imposible rectificar porque ha retirado del
horizonte el bien hacia el cual enderezar sus pasos. Además el cínico no tiene esperanza,
porque le parece que no es posible mejorar las cosas, por lo cual se exime de intentarlo.
Muy cercano al cínico está el indiferente, el pasota, y el pusilánime que son aquellos que no
acometen ninguna tarea costosa, por el esfuerzo que comporta o por miedo a sufrir, y
entonces se hacen indiferentes, pasan de todos los problemas, o se llenan de miedo, lo cual
les inmoviliza para acometer una tarea ardua.

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El iracundo o violento: es aquel que no soporta el dolor o el mal y al no poder resistirlo, por
falta de fortaleza para acometerlo con paciencia y perseverancia, quiere eliminarlos de
manera inmediata y concluyente, por ejemplo el terrorista trata de terminar con el mal
poniendo una bomba para protestar contra el mal o situaciones de injusticia social.
El iracundo es aquel que por falta de fortaleza no ha moderado la pasión de la ira y ante una
dificultad, un dolor o un mal, «explota» agresivamente, no lo resiste precisamente porque es
débil. Se requiere poca energía para «explotar» iracundamente, en cambio, para resistir se
requiere mucha fortaleza; por lo cual se concluye que el que grita o reacciona agresivamente
no es fuerte, aunque lo parezca, sino que es precisamente un hombre débil, incapaz de
resistir el mal.
c) Importancia del control de las pasiones.
Es necesario controlar las tendencias sensibles y sus actos que son las pasiones o
sentimientos, debido a varias razones. En primer lugar, y tal como ya señalamos
anteriormente este control hace posible la sobrevivencia humana y en segundo lugar porque
este control es condición para ejercer actos superiores que van perfeccionando a la
naturaleza y la disponen a vivir auténticamente como personas humanas.
Sobre la importancia de la templanza ya hemos dicho lo fundamental, especialmente que
hace posible un recto uso de los bienes sensibles inmediatos, evitando que sean éstos los
que determinen la vida del sujeto, lleva a respetar los fines propios de los actos de comer y
beber así como los actos de la reproducción humana de manera que no impidan el desarrollo
y perfeccionamiento del sujeto y de los demás y que pueda subordinándolos a bienes últimos
superiores.
Sobre la fortaleza y sus virtudes derivadas podemos abundar un poco más. Son hábitos
operativos muy necesarios para que un ser humano sepa dirigir su agresividad
adecuadamente y de esta manera se pueda enfrentar con el mal. ¿Cómo se controla el
irascible? Para empezar, teniendo una actitud acertada frente al mal y a las dificultades. El
dolor sensible y en general cualquier dolor, es la experiencia del mal, y presentado en sí
mismo es algo absurdo, no estamos hechos para el mal, la naturaleza humana lo detecta
enseguida. Así por ejemplo, el dolor físico es una sensación que le da un dato informativo al
sujeto, le dice que algo está dañando su naturaleza, que amenaza su vida.
Por esto es tan necesario que la fortaleza se fundamente en un verdadero sentido del mal y
del dolor. Para lograrlo lo primero que hay que saber es que no todo dolor es totalmente
malo, sino que se puede sacar de ahí mucho bien. Si de entrada consideramos que el mal y
el dolor son definitivamente malos entonces podemos enfrentarlos de manera inadecuada y
la fortaleza se haría imposible.
En segundo lugar hay que considerar cuáles son los verdaderos males, para lo cual hay que
tener en cuenta que el mal es siempre carencia del bien debido, es siempre ausencia de algo
que debiera estar presente para contribuir al desarrollo del sujeto. Si no tenemos en cuenta
este principio, podemos considerar que cualquier carencia es un mal humano. Así por
ejemplo, un muchacho puede considerar que es un mal para él no tener un carro último
modelo y en consecuencia entristecerse por ello. Tendría entonces que pensar hasta qué
punto la tenencia de ese bien es indispensable para su desarrollo personal.
De manera que puede darse una apreciación equivocada o acertada del mal y en
consecuencia puede haber dolores falsos y dolores verdaderos, tristezas falsas y tristezas
auténticas. ¿Cuáles son los verdaderos males? la respuesta se obtiene de la consideración
de cuáles son los bienes verdaderos. Esto hay que saberlo porque de lo contrario se puede
sufrir gratuitamente como en el caso anterior. Alguna vez los padres o también los maestros
han ayudado a este esclarecimiento fundamental, importantísimo en la educación de la
afectividad, ya que responde a las preguntas: Yo, ¿por qué cosas tengo que llorar o sufrir y
por cuáles no tengo que hacerlo?, lo cual lleva a la pregunta fundamental: ¿Cuáles son los

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bienes más importantes cuya pérdida es un verdadero mal y me tiene que causar dolor?
Tal como señalamos antes, las pasiones y sentimientos se controlan racionalizando la
tendencia en función de sus objetos, porque de esa relación se van a desprender los
diversos sentimientos. Una persona controla sus afectos cuando va a su tendencia dirigida a
tal o cual objeto y ejerce ahí un juicioso discernimiento que le lleva a reconducir su tendencia
hacia otros objetos diferentes, dándole razones, moviendo a la voluntad para que haga una
revaloración, rápida o no, de aquello que ha capturado a su tendencia.
Así se puede decir, por ejemplo: vamos a ver, eso que sientes, ¿por qué lo sientes?, ¿a qué
objeto estás considerando como bueno o como malo?, ¿vale la pena?, es decir: ¿es un
verdadero bien o un verdadero mal?, y entonces se puede re-encauzar la tendencia hacia
otros objetos o bienes. Este proceso no es tan simple, no es fácil, ni tan rápido, las
tendencias pueden presentar mayor o menor resistencia dependiendo de sus hábitos, de sus
disposiciones, y racionalizar las tendencias puede costar una pelea interior muy intensa y sin
embargo es la manera como se logra controlarlas, consiguiendo las virtudes respectivas.
Si éstas no se obtienen, si el sujeto no controla sus tendencias, sus afectos, entonces queda
a merced de ellos. Esto tampoco es un secreto en estos momentos, ya que vivimos una
época que culturalmente no favorece ese control, todo lo contrario, ya que en la actualidad la
mayoría de las personas han renunciado al ejercicio de sus facultades superiores, de la
inteligencia, y de la voluntad y le han dado las riendas de su vida a la tercera y última
potencia activa que es su sensibilidad, de manera que la que gobierna la vida es la
afectividad, pero esto es un error, ya que sobre los sentimientos no se asienta una vida.
Sin embargo esta situación se está dando y se ha llegado a alterar la relación entre placer y
bien, y también la relación entre dolor y mal. Desde el punto de vista ético no todo placer es
bueno y no todo dolor es malo, ya que el criterio de bondad o maldad moral no viene del bien
conveniente al apetito (porque le produzca agrado o desagrado) sino del bien conveniente a
la naturaleza y que por lo tanto dirija al ser al cumplimiento de sus fines atendiendo al
perfeccionamiento del sujeto.
Por eso es un error creer sin más que todo placer es un bien y todo dolor un mal. Una
medicina puede ser amarga, desagradable o incluso dolorosa y puede ser un bien para el
sujeto. El estudio puede no ser placentero y causar algunos sacrificios pero es un gran bien.
Por lo demás el dolor está presente en la vida humana y es necesario saber resistirlo con
fortaleza y aprovecharlo para el propio mejoramiento y el de los demás.
Algo que es importante frente al mal es no desconcertarse. Tenemos que contar con que hay
males, que son carencias; estas se pueden encontrar fuera, pero también en nosotros
mismos, nuestra inteligencia es lenta para conocer la verdad y no es falible, nuestra voluntad
también, no está pronta para adherirse al bien que la inteligencia le presenta, las pasiones
están desordenadas, no siempre están subordinadas a la inteligencia y voluntad.
Es evidente que esas carencias, inciden en otros debido a la dimensión social del ser
humano, de manera que alguien paga por ellas, aquellos que están alrededor del ser
humano en cuestión. Por tanto, no nos debe extrañar constatar esas carencias, que a veces
pueden provocar sentimientos de misericordia, o a veces causen mucho dolor y sufrimiento.
En todo caso si el mal tiene un sentido y actuamos en coherencia entonces sabremos recibir
el mal, las dificultades, las ofensas, etc., con ánimo fuerte, sin dejarnos vencer de la tristeza,
controlando la sensibilidad. En definitiva, el último sentido del dolor está en la caridad, en el
amor que lleva a perdonar y ser paciente, constante, audaz, etc. para superarlo o remediarlo.
(Tomado del libro “Hacia el descubrimiento de nuestro ser personal”, Genara Castillo.
Colección Manuales y Estudios Generales, n. 3, UDEP, 2014)

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Los apetitos sensibles y los sentimientos

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