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Violencia Intrafamiliar
Violencia Intrafamiliar
Las diferencias en las dinámicas de violencia registradas por los distintos estudios
pueden deberse a diferencias estructurales de los países o ciudades analizadas.
En otras palabras: no necesariamente todas las sociedades responden de la
misma forma a los impactos de la pandemia. Además, la crisis ha afectado a
distintos lugares de manera diferente a lo largo de los últimos meses. El impacto
agregado en la violencia doméstica durante la pandemia está compuesto por
múltiples factores como la incertidumbre, la inseguridad económica, el miedo al
contagio, el distanciamiento social voluntario y la presencia de cuarentenas
obligatorias. Estos factores varían en importancia según el lugar y período que se
analicen.
Mónica Pérez* conoció a su primer novio cuando tenía 16 años al poco de bajar
del autobús en la ciudad fronteriza de Cúcuta (Colombia). Al enterarse de que
estaba embarazada, su novio empezó a golpearla e insultarla.
Cuando se puso de parto la dejó en el hospital y la adolescente tuvo que dar a luz
sola, lejos de su madre y sus hermanas que estaban en casa en Venezuela.
Seis meses después, empezó una relación con otra pareja. Nos cuenta que todo
iba bien hasta la llegada de la COVID-19.
“Creo que tuvo que ver con el confinamiento, que le causó mucho estrés y hacía
que estuviera constantemente preocupado por la falta de dinero”, recuerda.
“Empezó a hacerme daño y a decirme cosas terribles… No me dejaba usar
Facebook ni hablar con mi madre ni mis hermanas. Controlaba la ropa que vestía
y hasta quemó muchas de mis prendas”.
Si bien los datos han tardado en aparecer porque las mujeres desplazadas a
menudo temen pedir ayuda o no pueden hacerlo, sí están surgiendo algunas
pautas claras. El Ministro de Salud de Colombia informó de un incremento de casi
el 40% de los incidentes de violencia de género que afectan a la población
venezolana en el país entre los meses de enero y septiembre de este año, en
comparación con el mismo período del año anterior.
Del mismo modo que los niveles de violencia contra las mujeres han aumentado,
los confinamientos y demás restricciones al movimiento han dificultado que las
sobrevivientes puedan denunciar los abusos y buscar ayuda. A menudo las
mujeres refugiadas carecen de acceso a instalaciones de salud pública y otros
servicios sociales críticos y tienen que confiar en los servicios disponibles por
medio de ONG y agencias de las Naciones Unidas. Pero la COVID ha forzado el
cierre de muchos de estos servicios y en los campamentos desde Kenya hasta
Bangladesh los trabajadores sociales no han podido visitar a las personas
refugiadas ni organizar actividades de prevención.
“En marzo nos dimos cuenta de que no podíamos llevar a cabo nuestras
actividades habituales”, dice Gabriela Cunha Ferraz, oficial de violencia de género
de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) en el campamento de
refugiados de Kakuma, al noroeste de Kenya. “Esto nos forzó a empezar a pensar
en nuevos modos de llegar a las personas”.