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Estrés, dificultades económicas, desempleo, confinamiento prolongado en el

hogar… Tras el estallido de la pandemia del COVID-19, las autoridades de


muchos países advirtieron de un cóctel muy peligroso que podría desembocar en
un aumento de los casos de violencia doméstica.

Hace cinco meses que se declaró la pandemia y que se impusieron cuarentenas y


otras restricciones a la movilidad en nuestra región. Cinco meses de confinamiento
social y de datos acumulados que nos permiten entender mejor los cambios
observados en la violencia doméstica durante la pandemia.

¿Qué dice la evidencia?

La violencia doméstica es un fenómeno complejo. En los Estados Unidos, algunos


estudios aseguran que se han registrado incrementos en el número de llamadas a
los servicios de emergencia. Estos datos, sin embargo, parecen contrastar con
otros análisis que no observan cambios significativos en el número de incidentes
de violencia doméstica denunciados a la policía.

En América Latina y el Caribe el panorama es similar. En un reciente estudio


sobre México, se observó una caída en las llamadas por servicios legales
relacionados a la violencia doméstica pero un aumento en las llamadas por
servicios psicológicos. En Perú, las consultas sobre violencia intrafamiliar a
la línea 100 aumentaron en promedio casi 10 por ciento. La subida fue mayor en
aquellos municipios con un mayor cumplimiento de la cuarentena.

Una misma pandemia, distintas experiencias

Las diferencias en las dinámicas de violencia registradas por los distintos estudios
pueden deberse a diferencias estructurales de los países o ciudades analizadas.
En otras palabras: no necesariamente todas las sociedades responden de la
misma forma a los impactos de la pandemia. Además, la crisis ha afectado a
distintos lugares de manera diferente a lo largo de los últimos meses. El impacto
agregado en la violencia doméstica durante la pandemia está compuesto por
múltiples factores como la incertidumbre, la inseguridad económica, el miedo al
contagio, el distanciamiento social voluntario y la presencia de cuarentenas
obligatorias. Estos factores varían en importancia según el lugar y período que se
analicen.

Las diferencias también podrían explicarse por la fuente de información usada en


los estudios: encuestas, llamadas o denuncias oficiales. En general, los análisis
que muestran caídas en los incidentes de violencia doméstica se basan en datos
de denuncias formales registradas por las fuerzas de seguridad y justicia. Las
caídas observadas pueden deberse, por lo tanto, a cambios en la voluntad o
posibilidad de denunciar los hechos y no a una menor incidencia de violencia. En
Australia, por ejemplo, hay indicios de que, si bien la violencia aumentó durante la
pandemia, las víctimas eran más reticentes a buscar ayuda por miedo al contagio.
En India, un estudio reciente observó un incremento en reportes de violencia
doméstica y, a la vez, una reducción de las denuncias por acoso y violación.

Mónica Pérez* conoció a su primer novio cuando tenía 16 años al poco de bajar
del autobús en la ciudad fronteriza de Cúcuta (Colombia). Al enterarse de que
estaba embarazada, su novio empezó a golpearla e insultarla.

Cuando se puso de parto la dejó en el hospital y la adolescente tuvo que dar a luz
sola, lejos de su madre y sus hermanas que estaban en casa en Venezuela.

Seis meses después, empezó una relación con otra pareja. Nos cuenta que todo
iba bien hasta la llegada de la COVID-19.

“Creo que tuvo que ver con el confinamiento, que le causó mucho estrés y hacía
que estuviera constantemente preocupado por la falta de dinero”, recuerda.
“Empezó a hacerme daño y a decirme cosas terribles… No me dejaba usar
Facebook ni hablar con mi madre ni mis hermanas. Controlaba la ropa que vestía
y hasta quemó muchas de mis prendas”.

A mediados de abril más de la mitad de la población mundial se encontraba en


situación de confinamiento y mujeres que, como Mónica, tenían parejas violentas
se vieron atrapadas con sus maltratadores y desconectadas del apoyo de sus
familias y amigos. A los pocos meses del comienzo del brote ONU Mujeres advirtió
sobre la existencia de una Pandemia en la sombra, ya que todos los tipos de
violencia contra mujeres y niñas se estaban viendo intensificados, sobre todo la
violencia doméstica.

Las mujeres refugiadas y desplazadas se encontraron en una situación de riesgo


de padecer violencia de género aún mayor que antes de la COVID-19. La
pandemia incrementó su vulnerabilidad.

Si bien los datos han tardado en aparecer porque las mujeres desplazadas a
menudo temen pedir ayuda o no pueden hacerlo, sí están surgiendo algunas
pautas claras. El Ministro de Salud de Colombia informó de un incremento de casi
el 40% de los incidentes de violencia de género que afectan a la población
venezolana en el país entre los meses de enero y septiembre de este año, en
comparación con el mismo período del año anterior.

Rogmalcy Vanessa Apitz es una abogada venezolana de 37 años que ayudó a


poner en marcha una fundación sin ánimo de lucro en Cúcuta desde la que se
proporciona apoyo a mujeres venezolanas víctimas de la violencia de género. Nos
cuenta cómo ella y sus compañeras voluntarias tratan ahora cerca de 100 casos al
día, frente a unos 15 casos diarios antes de que comenzara la pandemia.

“El aislamiento producido por el confinamiento se ha traducido en un


incremento de la violencia”.

“El aislamiento producido por el confinamiento se ha traducido en un incremento


de la violencia”, nos cuenta. “La imposibilidad de salir y ganarse el pan cada día es
una enorme fuente de estrés”.

Otros países con importantes poblaciones desplazadas están llegando a las


mismas conclusiones. El Grupo Temático Mundial sobre Protección, una red
dirigida por ACNUR que agrupa ONG y agencias de las Naciones Unidas que
brindan protección a personas afectadas por crisis humanitarias, indicó en agosto
que se estaban dando más casos de violencia de género en el 90% de sus
operaciones, entre otras en Afganistán, Siria e Iraq. Entretanto, casi tres cuartas
partes de las mujeres refugiadas y desplazadas encuestadas recientemente por la
organización International Rescue Committee en tres regiones de África
denunciaron un aumento de la violencia de género en sus comunidades.

Del mismo modo que los niveles de violencia contra las mujeres han aumentado,
los confinamientos y demás restricciones al movimiento han dificultado que las
sobrevivientes puedan denunciar los abusos y buscar ayuda. A menudo las
mujeres refugiadas carecen de acceso a instalaciones de salud pública y otros
servicios sociales críticos y tienen que confiar en los servicios disponibles por
medio de ONG y agencias de las Naciones Unidas. Pero la COVID ha forzado el
cierre de muchos de estos servicios y en los campamentos desde Kenya hasta
Bangladesh los trabajadores sociales no han podido visitar a las personas
refugiadas ni organizar actividades de prevención.

“En marzo nos dimos cuenta de que no podíamos llevar a cabo nuestras
actividades habituales”, dice Gabriela Cunha Ferraz, oficial de violencia de género
de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) en el campamento de
refugiados de Kakuma, al noroeste de Kenya. “Esto nos forzó a empezar a pensar
en nuevos modos de llegar a las personas”.

Ferraz y sus compañeras añadieron una cuenta de WhatsApp a su número de


atención telefónica, de modo que las sobrevivientes aisladas en casa junto con
sus agresores pudieran intercambiar mensajes en privado con una trabajadora
social. También organizaron un programa mensual de radio que se emite en una
emisora comunitaria muy escuchada entre las personas refugiadas del
campamento. Cada mes el personal abarca temas variados relacionados con la
violencia de género y explica a las oyentes cómo pueden acceder a servicios por
medio de líneas de ayuda telefónica.
ACNUR y sus organizaciones asociadas están experimentando un proceso similar
en todo el mundo para adaptar los programas de violencia sexual de modo que las
mujeres puedan seguir accediendo a ellos con seguridad.

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