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Sólo hace 5 días que empezó la incursión militar rusa en Ucrania y echar la vista atrás

resulta ya indecoroso. A fecha de hoy, todas las señales se ven ahora claras: el
reconocimiento de las regiones de Donetsk y Luhansk, la acumulación progresiva de tropas
rusas alrededor de Ucrania, las reuniones entre líderes occidentales y Putin, incluso la
anexión de Crimea en 2014 en el contexto del Euromaidán, todas encajan ahora. Y es que
entender la realidad con vistas al pasado comporta siempre cierta seguridad. Sin embargo,
nuestra realidad apunta a ser bastante más irónica; pues mirando hacia atrás puede
comprenderse, pero a la hora actuar se actúa mirando hacia delante.

A pesar de no ser una situación completamente análoga, un repaso a la Historia nos


advertía que la relación Ucrania-Rusia podía encajar en la famosa “Trampa de Tucídides”,
situación que consiste en la inevitabilidad bélica a causa del nacimiento de un poder
emergente (Ucrania) que puede desestabilizar un poder consolidado (Rusia), tal y cómo
ocurrió entre Atenas y Esparta. Y, repito, la situación no es precisamente extrapolable
(encajaría mucho mejor en dicha alegoría la situación China- EE. UU.), pero parece ser ese
el argumento de peso que Putin esgrime cuando justifica la invasión a Ucrania. En sus
palabras, esta intervención militar es “una medida forzada”, una última ratio a la que se ha
visto sometida una Rusia amenazada y obligada a proteger su soberanía, su modelo de
estado y su agenda geopolítica.

Por su parte, el oeste de Europa ha estado esperando. Tanto en la sociedad civil como entre
sus dirigentes, Europa esperaba que este escalamiento fuera una maniobra de presión del
líder ruso. Algunos se temían lo peor más que otros. Pero, efectivamente, el deseo de
Occidente (y, según Putin, el suyo también) era no volver al axioma hobbesiano de hostilidad
eterna, volver a creer en la diplomacia y conseguir superponer la paz a cualquier diferencia
o rivalidad. Sin embargo, el resultado ha sido el fin de una paz europea récord donde la
Unión Europea tiene un declarado enemigo a las puertas de su territorio.

Para aquellos que deseamos descubrir las tendencias y los sucesos venideros, la invasión
militar de Ucrania puede suponer tanto una lección como una pista.

En primer lugar, una lección en cuanto al método de analizar las tensiones internacionales.
La popular “Teoría de Juegos” que se utiliza para pronosticar el resultado de conflictos
parece mostrar deficiencias. ¿No era casi improbable una invasión militar debido al
prolongado tiempo de paz? O más contundentemente, ¿Cómo es posible que Putin haya
escogido la guerra a sabiendas del evidente golpe económico que sufrirá su país y de su
interdependencia con Europa? ¿Por qué no han servido las sanciones para prevenir los
bombardeos? Tal vez el error sea, tal y como se hace en los modelos de teoría de juegos,
asumir que todos los actores actúan racionalmente; esto es, escogiendo siempre su mejor
“outcome”. Puede que nuestras previsiones requieran de una mayor creatividad
interpretativa.

Sin embargo, y, en segundo lugar, esta invasión puede tratarse de una pista. ¿Acaso es esta
decisión de Putin su opción más “económica” a un largo plazo? ¿Podría ser que, a pesar de
las asumidas sanciones, la caída de la bolsa rusa y todos los inconvenientes de invadir
Ucrania, ésta fuera la opción más ventajosa para Putin? ¿Su mejor “outcome” racionalmente
hablando? ¿Cómo puede aguantar Rusia el golpe económico? Saber los planes a futuro de
un líder cuyo cargo no tiene fecha de vencimiento es más difícil. Pero para responder a
estas preguntas es necesario mirar hacia China. Los recientes acuerdos entre Putin y Xi
Jinping llevados a cabo el 4 de febrero (sólo 20 días antes de la invasión efectiva de Ucrania)
recuerdan al pacto Ribbentrop-Mólotov firmado entre Rusia y Alemania 9 días antes de
estallar la 2ª Guerra Mundial, en 1939. El rechazo de expansión de la OTAN ya ha sido
evidenciado por ambos actores. Habrá que estar atento a todo aquello que haga China
sobre todo en calidad de “flotador” económico para Rusia, pero con una especial atención
a la isla de Taiwán. Lo único evidente es que ambos mandatarios gozan de una línea de
acción muy amplia en el tiempo.

Y…. ¿Ahora qué?


Todos los medios de comunicación hacen eco de la violación del Derecho Internacional
perpetrada por el gobierno ruso. Pero ¿ahora qué?

Existe un plan de acción claro por parte de Europa. “Ahogar” a Rusia y su economía,
aislándola de las relaciones comerciales e institucionales e interponiendo sanciones. Sin
embargo, resultará una tarea difícil teniendo en cuenta la interdependencia que tiene Rusia
con los mercados occidentales y, sobre todo, por su peso en el sector energético.

Pero más interesante resulta interpretar qué quiere hacer Putin con una Ucrania
conquistada, si es que llega a conquistarla, cosa que aún está por ver. De hecho, parece ser
que el líder ruso no pensaba encontrar tanta resistencia; la amenaza nuclear de este
pasado domingo es prueba de ello. No obstante, los expertos siguen barajando opciones
(como una Ucrania partida por el Dniéper), siendo una de las más plausibles la instauración
de un gobierno satélite de Rusia en Kiev. Pero cualquier gobierno, incluso uno títere,
necesita gozar de una legitimidad social; porque una cosa es conquistar, pero otra es
gobernar. Y todo gobierno, sea el de una empresa, una comunidad o un país, necesita de la
aprobación de su gobernado; cualquiera que sea la fuente de su legitimidad.

Si Putin considera que la coerción y el despotismo pueden funcionar como fuente de


legitimidad en Ucrania significa que su condición de sátrapa es innegable y que todo su
cometido está condenado al fracaso. Pero esta deducción tan popular y evidente parece
demasiado superficial. Es prácticamente imposible que Putin ignore la naturaleza del
pueblo ucraniano, orgulloso de su nación soberana y con una mirada en el modo de ser
europeísta. Así que, en el momento que Putin decidió cruzar el Rubicón (o el Dniéper en este
caso) debió asumir la dificultad de contener un país en rebeldía. El hecho de que Putin tenga
un plan de legitimación (al largo plazo, por ejemplo) para el gobierno de Ucrania determinará
probablemente su fracaso o su éxito. Descubrir ese extremo debería ser nuestra
preocupación.

Pese a todo, Occidente sigue apostando por el sueño de la paz. No obstante, está
preparado para la vigilia. Apoyo armamentístico y financiero sí, intervención militar directa
no. La segunda de las opciones debe ser la última opción: el desastre de la guerra, el botón
rojo nuclear. El mejor escenario al que aspira Europa es el aislamiento de Rusia.
Escarmentarla con una marginación, con una lección fukuyamista en la que nos
necesitamos todos entre todos y que haber apostado por la violencia es un paso hacia
atrás. Lo mejor para Occidente es que Putin acepte no poder controlar a Ucrania, ni con
una marioneta. Que Rusia acepte su dependencia con el resto del mundo y que el resto del
mundo le dé la espalda. Pero no todo el mundo le da la espalda. Diversos poderes afines a
su política autoritaria parecen no contradecirle. ¿El más preocupante? China. La Historia
nos ha enseñado que la formación de bandos conduce al peor de los destinos. ¿Puede haber
marcha atrás o existe ya un escalamiento de bloques diferenciados? Probablemente, la
respuesta a esta pregunta confirmará o desmentirá el posible determinismo de nuestra
especie y el eterno retorno de lo mismo.

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